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Crisopeya. Revista de Arte y Literatura N.°10, año II, 13-22 Abril 2022 Medellín, Colombia En línea

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10
C r i s o p e y a
Revista de Arte y Literatura
N.° 10, año II, abril 13/22.
ISSN: 2711-4147 (En línea)
Página intencionalmente en blanco
Dispersion
Wasyl Art, fotógrafo
Ada Steinke, modelo
(@wasylphotography y @adasteinke)
Fotografía digital, técnica de larga exposición
Crisopeya
Revista de Arte y Literatura
ISSN: 2711-4147 (en línea)
N.°10, año II, abril 13/22
Medellín, Colombia
Abril de 2022
Revista mensual
En línea
Director-Editor
Camilo Franco Muñoz
Comité Editorial
Camilo Franco Muñoz
Sebastián Orduz Cortés
Sergio Andrés Pérez Loaiza
Rebeca Rendón Cadavid
Corrección y Edición
Andrés Felipe Riveros Díaz
Paula Katherine Lozano Molina
Diagramación
Camilo Franco Muñoz
Rebeca Rendón Cadavid
©Wasyl Art & Ada Steinke, por la portada.
©de los textos y las ilustraciones: cada autor y artista es propietario intelectual
de su obra y, claramente, dueño de sus derechos de autor.
©Revista Crisopeya, por la presente edición.
Depósito legal: 13 de abril de 2022, Biblioteca Nacional de Colombia.
Código Depósito Digital: DD-008655.
Contenido
Crisopeya
Editorial
Rebeca Rendón Cadavid
9-11
Birth
Wasyl Art & Tatiana Prus
12
Aburrimiento
Carlos Leoncini
13-18
Untitled
Joycelyn Myers
19
La fragilidad de los muertos
Rainer Castellá
20-21
Walking Through Bucharest
thoughtsbeforeigotosleep
22
Frente al espejo
Leslie Guzmán Santiago
23
🎴Tschüs, roter Nachmittag
Sergio A. Pérez L.
24
El hincha invariable
Alejandro Kapeniak
Dreams
Wasyl Art & Natalia Lesińska
Meléforo
Daniel Taborda Obando
25-36
37
38-42
Immortal Patterns
thoughtsbeforeigotosleep
Neue Präsenz
(Deutsche Fassung von J. P. Sepúlveda)
Meira Delmar
🎴Tschüs, roter Nachmittag
Sergio A. Pérez L.
Levi's 501
Jany Rosalba Sanchez Triana
Live painting
Wasyl Art & Inez Borys
Lealtad y nada más
Daniel Taborda Obando &
Maria Adelaida Zapata Granados
Perspective
thoughtsbeforeigotosleep
Morito
Alejandro Kapeniak
43
44-46
47
48-49
50
51-57
58
59-63
🎴Tschüs, roter Nachmittag
Sergio A. Pérez L.
64
Sin pertenencias
Leslie Guzmán Santiago
65
370
Abraham Fidel Ortiz Lugo
66
Ironía
Alejandro Kapeniak
67-71
Real World
thoughtsbeforeigotosleep
El otro, el mismo
(desde una cercana lejanía innominada)
Rainer Castellá
Untitled
Joycelyn Myers
Qué hacer si soñaste con una novia previa
Ernesto Juárez Rechy
72
73-74
75
76-78
Cefeida
Ética y responsabilidad en La chica danesa (2015)
Nicolás Genovecio Lucía
81-89
Los negroides
(Ensayo sobre la Gran Colombia)
Fernando González Ochoa
90-92
La otra parte
Nicolás Navarrete
93
The negroids (Essay about the Gran Colombia)
(English version by Rebeca Rendón Cadavid)
Fernando González Ochoa
94-97
Nemo legit,
hic et nunc
N.° 10, año II, abril 13/22
EDITORIAL N.°10
Hay una inevitable tragedia en ser lector. Ser lector es un
ejercicio en frustración, estrés y decepción. Realmente no hay
forma de encontrar final feliz alguno.
Imagínese que un día decide leer ese libro del que tanto han
hablado las personas. Puede ser el best-seller del momento, o uno
de los «imperdibles» clásicos universales, ese libro que «tienes
que leer antes de morirte», ese que ha cambiado vidas, mundos, y
revolucionado tradiciones. Imagínese ahora que un día lo lee y…
no le gusta.
El aclamadísimo libro no ha llegado a ese lugarcito dentro de
su pecho que lo conecta con la historia o la prosa o los versos que
está leyendo: el libro lo ha dejado abandonado, a la deriva, lo ha
ilusionado
para
luego
dejarlo
en
la
oscuridad
de
la
incomprensión. ¿Es que las personas de verdad tienen tan mal
gusto? ¡Ese libro no tenía nada de especial! ¿Está acaso la
humanidad condenada a adular accesoriamente escritos vacíos y
superficiales? Pero entonces hay una pequeña vocecilla que
susurra en su oído ¿qué está mal conmigo?
9
Crisopeya
Porque es posible que el libro no lo haya impactado simplemente
porque usted es un mal lector, un idiota, un lego, un incapaz, un
zopenco, un cateto y subnormal que no fue capaz de comprender
la genialidad de semejante construcción literaria, del tejido de
palabras en fina filigrana. ¿Es tan hueca su cabeza que no hay
nada allá arriba que pueda encontrar la luz?
Pero bueno, no seamos pesimistas, seguramente ese libro o
algún otro sí que le va a gustar: va a resonar con usted, lo dejará
pensando, le generará preguntas, y, sobre todo, le causará
angustias. Piense en ese pequeño detalle que no quedó del todo
claro, ¿cómo solucionarlo? ¿Y si hubiera pasado esto y no lo otro?
¿Y si lo analizo desde acá o desde allá? ¿Y ahora qué? Y cuando
menos lo espera, está enredado por completo en ese libro, y está
buscando otros como ese, o alguien con quien hablar de él, o,
peor aún, ¡dedicándose a estudiar el bendito libro! Desde la
hermenéutica, o la literatura comparada, el análisis del discurso,
o
la
perspectiva
posmoderna-seudoformalista-hipercrítica-
multidimensional. Va a seguir escarbando el hueco en el que ese
libro lo metió, cavando cada vez más y más hondo para tratar de
llenar ese pequeño vacío convertido en caverna que dejó ese libro
en su pecho.
10
N.° 10, año II, abril 13/22
Pero en definitiva hay un destino aún peor que los dos
anteriores, y, querido lector, deseo encarecidamente que nunca le
suceda a usted.
Imagínese que un día, como por coincidencia con olor a
Moiras, se encuentra con ese libro. Ese libro es distinto a todos los
demás, porque parece hecho para usted. Lo lee, y lo relee, y es
perfecto, absolutamente perfecto: no hay ni una coma, ni un
punto, ni una frase, ni un nombre, que usted quisiera cambiar.
Todo encaja, todo está en su lugar, no hay preguntas ni angustias,
ese libro está completo, y le deja esa sensación de completitud en
el pecho. La luz de esas palabras no deja espacio para la
oscuridad. No hay nada oculto, no hay nada que buscar. ¿Y no es
eso lo más terrible de todo? Un libro tan perfecto que no hay que
leer más: un libro que mata al lector.
Rebeca Rendón Cadavid,
2022.
Editora.
11
Crisopeya
Birth
Wasyl Art,
fotógrafo
Tatiana Prus,
modelo
(@wasylpho
tography
y
@itayamusic)
Fotografía
digital,
performance
de
plasmósfera
UV
12
N.° 10, año II, abril 13/22
Aburrimiento
Carlos Leoncini
Hacía ya varios días que habíamos zarpado de Sanlúcar de
Barrameda y debíamos de haber navegado unos once o doce días
hasta llegar a las islas Canarias. Es difícil decir cuánto tiempo
había pasado exactamente, en especial desde mi lugar bajo
cubierta, oscuro y húmedo, lleno de excremento de ratas. En los
últimos dos días, nos había acompañado una devastadora
tormenta. Pensé por un momento que no lo lograríamos. Oculto
desde mi escondite sentí cómo la fiera huracanada hamacaba con
violencia la embarcación, de un lado a otro hasta dejarla caer en
un pozo sin fondo. Este jugueteo despiadado y constante duró por
lo menos dos días, provocando cataratas de vómitos. Esto
empeoraba si había carga de esclavos. Los lances de los marineros
de cubierta se escurrían con la lluvia y llegaban por unas rejillas
hasta la bodega en la que me encontraba oculto. Cuando cesó el
temporal, los carpinteros usaron bombas de achique para vaciar
la panza del barco. Escuché las bombas chupar ese líquido
espumante y hediondo como el culo del diablo.
Ellos no me vieron. Yo los sentía desde mi lugar, inmóvil y
más tieso que un muerto. Ningún Capitán de barco mercante
gusta de un polizón, en especial alguien como yo.
13
Crisopeya
Si me descubrían, serían capaces de torturarme o lanzarme por la
borda. O peor, me esclavizarían hasta hartarse para finalmente
colgarme del palo mayor. O quizás arrojarme a los tiburones. El
viaje apenas empezaba y el terrible tedio del cruce del Atlántico
aguardaba como un demonio impaciente a la espera de un alma.
El aburrimiento y la rutina del viaje transformaban a los hombres
en bestias salvajes, en especial si se les acababa el ron.
Fondeamos en las islas, y al cabo de unas horas, escuché
cadenas de esclavos que seguramente habían sido parte de algún
trueque para luego ser revendidos a algún hacendado rico en las
tierras americanas. Hombres, mujeres y niños eran cosechados
de diferentes partes del continente negro. Al principio la mayoría
procedía de Senegal, Gambia y Guinea Bissau. Años después
comenzaron a traerlos de Biafra, El Congo y Angola. Esta
situación representaba un riesgo y una ventaja para mí. Mi
escondite era bien seguro, detrás de unos tablones entre dos
grandes vigas. Me encontraba en un espacio a continuación de la
bodega principal hacia proa, un compartimiento abandonado que
había sido usado para guardar herramientas obsoletas. Allí no
habrían de encontrarme y cuanto mayor la tripulación del navío,
más alimento disponible. Claro que no para los esclavos, una
buena parte de ellos no lograría escuchar el grito de ¡Tierra! Un
costo bien calculado por las Flotas de Indias.
14
N.° 10, año II, abril 13/22
Allí en ese puerto estuvimos un par de días. Se escuchaba
mucho movimiento. Yo debía estar en silencio sepulcral sin hacer
absolutamente nada, estirado como una estaca. Debe haber sido
un puerto muy importante del archipiélago, posiblemente
Tenerife o la Gran Canaria.
Finalmente quedamos repletos y zarpamos hacia la inmensidad
del océano, con una carga de azúcar, colmillos de elefante,
especias y otras mercancías. Pero no habríamos de volver vacíos,
sino repletos de oro y plata. Por este motivo y a pesar de ser un
barco mercante estaba muy bien artillado. La piratería en el
caribe estaba completamente fuera del control de los reyes de
España, Francia e Inglaterra. Estos habían comenzado a reclutar a
los mismos piratas, titulados como corsarios, para combatir a
otros piratas. Algunos de estos cañones se habían soltado durante
la pasada tormenta, aplastando a algún marinero, permitiendo
que hilos de sangre se escurrieran justo por una de las rejillas de
cubierta, llegando hasta mi escondite. Una maldita rata apestosa
ingresó en mi habitáculo con la intención de bebérsela y la aplasté
con mi pie. Así comenzaron las primeras fatalidades del viaje, mas
no serían las últimas.
El Capitán dio la orden y el contramaestre hizo lo propio con
sus oficiales a cargo. Se izaron las velas y se enfiló proa hacia las
Antillas. Nuestro galeón era El Manila.
15
Crisopeya
Con suerte tardaríamos cuatro o cinco meses en cruzar el
Atlántico. Sin nada que hacer, oculto y con miedo. Solo podía salir
por la noche, cuando la mayoría de la tripulación descansaba y los
hombres se emborrachaban hasta salírseles los ojos de las órbitas.
Los primeros días fueron tranquilos y mortalmente aburridos.
El contramaestre animaba a uno de los marineros para que
interpretara alegres salomas, con las que no solo se combatía el
aburrimiento sino que mejoraba el ánimo y aumentaba la
productividad. A veces el navío se mecía con suavidad, podía
escuchar el rechinar de cada pedazo de madera del barco, de las
drizas tensarse, el susurro del viento inflando las velas, cosas
caerse al piso, cosas romperse y gritos. Cada vez que había que
corregir el rumbo, asegurar algún cabo o el vigía avistaba algo en
el horizonte, se escuchaban gritos pelados de aquí para allá.
Mayormente en idioma español pero también escuchaba el
mandarín y el hindi. Y por supuesto, el explosivo estallido del
látigo sobre la piel curtida de los negros y sus gritos
desgarradores. El olor a sangre atravesaba la bodega desde proa a
popa llegando a mi habitáculo. Era algo espantoso y horripilante.
La sangre atraía a las ratas.
Todos esos ruidos eran una tortura. En mi estado de quietud y
tedio, me llevaban a la desesperación. Quería dejar de escuchar,
concentrarme en alguna otra cosa pero me era imposible.
16
N.° 10, año II, abril 13/22
Hasta que por el agotamiento caía en un estado de lasitud sin
llegar a dormirme. Un estado de trance sin poder bajar los
párpados, con los ojos ciegos bien abiertos, en las tinieblas de mi
refugio.
Hacia el final del día, el trabajo de los hombres, fatigados por
las rutinarias tareas, empezaba a bajar junto con el sol que se
zambullía en el horizonte. Yo me preparaba para salir de mi
refugio y estirar un poco mi cuerpo. Después de semanas eternas
de inmovilidad secular y desánimo, mis huesos empezaban a
sobresalir por sobre las pocas carnes que me quedaban.
Asomaban recordándome aquellos barcos encallados en playas de
arenas blancas. Mis magras articulaciones sonaban como una
bisagra oxidada por el salitre marino. Sentía que los pulmones
colapsaban por los hedores humanos y se estrujaban contra mi
corazón más duro y arrugado que la cáscara de un percebe. Debía
procurarme sustento, alimentarme, mojar mi lengua de lagarto
antes que las ratas se apropiaran de mi cuerpo. Dejé pasar
algunas horas sin hacer nada, quieto como una piedra,
masticando el sabor a bilis de la desesperación.
A diferencia del principio del viaje, solo necesité correr uno
de los tablones de mi prisión para poder salir. Como una sombra,
mi cuerpo pasó entre ellas y me dirigí a la bodega contigua, hacia
la proa en donde estaban los alimentos.
17
Crisopeya
Me moví flotando como una pluma, nadie me debía de escuchar. Al doblar la esquina para llegar a la puerta, me encontré con
el guardia. El vaho de alcohol que le salía por cada uno de los
orificios de su cuerpo me atravesó como una estaca a dos metros
antes de alcanzarlo. Estaba recostado en el piso, dado vuelta como
una media con su tazón vacío de ron. Con cuidado extraje la llave
del candado de hierro que aseguraba la bodega de los alimentos.
Al hacerlo dejé caer sin querer su pipa al suelo, aunque no lo
notó. Podría haberle atravesado de lado a lado con una lanza y no
se hubiera dado cuenta. Introduje la llave con cuidado de hacer el
menor ruido en esa vieja y herrumbrada cerradura.
Al abrir, un olor penetrante a excrementos y orines escapó de
aquel recinto oscuro y tenebroso. Apenas se escuchaba el choque
de cadenas por el vaivén de las olas. Me acerqué de a poco hacia
un haz de luz de luna que se colaba desde una hendija del techo y
clavé mis colmillos bien hondos sobre ese cuello negro que
brillaba de sudor. Una riada de sangre me colmó la boca con tal
fuerza que no pude evitar que parte se escurriera por mis
comisuras. La vida llenó mi cuerpo seco y lo revitalizó. Sé bien lo
que están pensando, que me aproveché de hombres indefensos y
casi muertos. Créanme que esos negros tuvieron su venganza y
les juro por Luzbel que El Manila jamás llegó a destino.
18
N.° 10, año II, abril 13/22
Untitled
Joycelyn Myers
Grafito sobre papel Bristol
9 x 12 in.
19
Crisopeya
La fragilidad de los muertos
Rainer Castellá
El roce de tu mano corroe el júbilo
en mi mejilla endeble y pálida como un madero partido en dos
después de expulsar los clavos
el lamento de la brisa helada
que su faz cubre con el velo del cielo
y disipa su húmeda rareza en el sereno que agujeran sus pestañas
como vuelo de tijeras
atrapa el sueño de crédulas imágenes
que parecen magros delirios
a la cuesta del aliento
incita a cobijar la sombra como el hereje
que nos trae el cáliz
y en sus labios se derrite.
El reflejo de los ojos
arde como una cicatriz abierta a la marea de tus pechos
nacidos para alimentar el insomnio
hija de las criaturas que merodean el campo ciego de la piel
erigida a la cuesta de oscuras fantasías.
20
N.° 10, año II, abril 13/22
No hay un trozo de luz dispuesto a envilecer mi carne
si antes no la ofrece toda a ti.
Ni beber de su andar sereno
ni transitar por parajes ruinosos llevando en su capucha
una porción de mis cenizas.
Ralo e imperfecto el vestigio se abraza
sin cobrarnos su traviesa porción de plenitud.
Son instantes donde el cuerpo ha sido tan poco
que terminamos por anhelar las nuevas formas del espíritu
aunque se incline y ruegue por sus máscaras gastadas
porque el deber le pesa como un velero sentenciado
al fuego de San Telmo.
Quedaríamos sin tantas cosas buenas para ofrecer
que nadie de este mundo podría recordarnos.
¿Qué sería entonces de los vivos sin la fragilidad de los muertos?
21
Crisopeya
Walking Through Bucharest
thoughtsbeforeigotosleep
Ilustración digital
2000 x 2000 px.
22
N.° 10, año II, abril 13/22
Frente al espejo
Leslie Guzmán Santiago
Soy la que grita tras campanas
la que recicla la tolerancia
soy la que huye del hedor del humo
soy muralla
soy átomo despierto
espíritu en almohada
soy enojo de cinco a seis
soy silbido de magia
soy ciática
la fractura del día
soy la que llora cada siete años
y lloro desde el alma hasta el aura.
23
Crisopeya
🎴Tschüs, roter Nachmittag
Sergio A. Pérez L.
Fotografía editada
1686 x 3000 px.
24
N.° 10, año II, abril 13/22
El hincha invariable
Alejandro Kapeniak
Todo lo que sigue es rigurosamente cierto. Trata sobre Guillo, un
típico culo inquieto que supo tentar suerte como pichón de
futbolista, profe de Educación Física y chef de renombre. Y
aunque la vida lo convirtió en abogado, nunca lo domesticó. Un
pasado tan diverso, sumado a su talento criollo de narrador,
convirtieron a sus anécdotas en capítulos infaltables de nuestras
sobremesas tribunalicias. Sus historias obligan a arrastrar sillas y
postergar enconos. Todos nos arrimamos a su mesa y
compartimos el cuento: fiscales y defensores, secretarios, juez,
mozos y curiosos al azar. En el pueblo nos conocemos de
memoria y sabemos de qué se trata. Como decía Landriscina: «A
lo que vio que tenía público, se entusiasmó». Guillo, en el centro
de la escena, se transforma: tono justo, silencios que enfatizan y
gestos precisos.
Imaginen la escena, quince o veinte grandulones rodeando al
orador, el aroma de tinto rústico impregnando las tablas de
madera, los chasquidos moribundos del carbón y un título
prometedor: «El Pimpollo».
En los párrafos previos evité revelar un detalle. Entre tantos
emprendimientos de Guillo uno se llevó las palmas: Referí de
Fútbol. No es cosa de colgarse el pito y saltar al césped verde. Hay
25
Crisopeya
que estudiar, adquirir un estado físico apropiado, tener
constancia y ganar experiencia en forma paulatina. Como en
todas las actividades de la vida se empieza desde abajo: partidos
zonales, desafíos de barrio, banderín lateral. Así sería la secuencia
armoniosa de un árbitro en gestación. Todo de a poco, todo a su
tiempo.
Salvo que un día, y de prepo, te encuentres dirigiendo una
finalísima en el barrio «El Pimpollo» de Mercedes, San Luis.
En aquella época Guillo tenía diecinueve años, era un pibe en
talle extra large. Estudiaba el profesorado de Educación Física y
tentaba suerte en el referato. Sus primeros diez partidos fueron
tranquilos, ni siquiera necesitó el silbato, bastaba un grito
enérgico y gestos acordes. Por eso lo sorprendió la visita de Lilo
Arriando, árbitro curtido y director de la escuela. Que el tipo
fuera en persona hasta su casa ya era un orgullo. Que lo felicitara
con tanto entusiasmo, un misterio.
—¡Grande, nene! —lo abrazó como si fuera su padrino—.
Mañana dirigís la final entre «Las Palmas» y «Tres Esquinas».
El chico tardó en descifrar semejante premio, según Arriondo
los astros se habían alineado: Galíndez tenía un entierro, la Rana
Guerci estaba en Buenos Aires, Ortega se casaba esa misma la
noche y él, desgraciadamente, no podía dirigir el encuentro. Se
tocó el muslo derecho con cara de dolor y ojos resignados.
—Puto tirón —le dijo con una rabia exagerada— Me pierdo el
26
N.° 10, año II, abril 13/22
partidazo.
—¿Y el Mono Saborido? —preguntó Guillo sabiéndose muy por
debajo en el ranking de jueces.
El profe titubeó un instante.
—Imposible… Le agarró varicela o algo por el estilo.
Eran muchas coincidencias juntas. El chico, con unos años
más encima, habría comprendido a la perfección esa cadena de
azares: las famosas limosnas grandes.
Arriando no lo dejó reaccionar, rengueó con la pierna
equivocada hasta la puerta y se despidió apurado:
—Vos quedate tranquilo, yo me quedo en el lateral y suspendo
el partido en cualquier momento.
Guillo quedó perplejo y emocionado al mismo tiempo, no
podía recular, para los grandes desafíos nacieron los grandes
hombres.
El sábado almorzó liviano, se colgó el pito y partió puntual en
la bicicleta de su vieja. Un primor naranja y con canasta al frente,
típico modelo de dama. No llevó, ni tenía, las tarjetas roja y
amarilla. No eran obligatorias en esos «amistosos de barrio».
Atravesó zonas desconocidas de Mercedes, de quintas
separadas y frentes polvorientos. Después de un paso a nivel
solitario entró a El Pimpollo, un típico barrio humilde del
interior. Casitas dignas y chatas apretujadas alrededor de una
plaza. Ahí estaba la cancha, era un plano irregular y seco, sin
27
Crisopeya
verde a la vista, solo cardos centenarios y yuyos marrones. Los
arcos eran dos postes prolijos y un travesaño improvisado con las
ramas más rectas que pudieron encontrar. Tenían colgadas sus
respectivas redes, seguro sogas de algún galeón antiguo, por lo
gruesas y rígidas. Alguien se había tomado el trabajo de fijarlas al
piso con montículos de cascotes. Las áreas y el círculo central se
sospechaban más por intuición que por pintura. Algún rasgo de
cal antigua quedaba en los laterales, una línea entrecortada que
dibujaba el contorno del campo de juego. Casi pisándola se
amontonaba una multitud, fácil trescientas personas, entre ellos
los técnicos y jugadores suplentes. Ni un banquito tenían, apenas
se los distinguía por sus gloriosas casacas. Bordó encendido para
«Tres Esquinas», y azul para «Las Palmas». El técnico de los
palmeras amedrentaba con sólo mirarlo: morocho, grueso, pelo
afro y vozarrón áspero. King Kong, pensó Guillo, cuando el gorila
le estrechó la mano.
Y comenzó nomás la finalísima, dos equipos visitantes
definiendo en terreno neutral su ilusión de once meses. Para
sorpresa de Arriando, que cumplió en estar presente, aunque
rengueando, el desempeño de su pollo fue admirable. Austero
pero preciso, educado y firme. Siguió las jugadas de cerca, aplicó
con criterio la ley de la ventaja y sancionó un penal indiscutible.
Fin del primer tiempo con Tres Esquinas ganando 1-0.
Lástima, a veces el destino excede al desempeño global. En
28
N.° 10, año II, abril 13/22
términos estrictos no fue un error de Guillo, a lo sumo un exceso
de severidad, capaz el fantasma estricto de Castrilli dando vueltas
por El Pimpollo. Nadie jamás podrá saberlo. Después del segundo
gol de Tres Esquinas, notable cabezazo del número 9, el partido
estaba definido. Los de bordó confiados y los azules sin piernas
para el empate, una tribuna festejando y la otra resignada. Apenas
faltaban quince minutos.
Y entonces sucedió: un saque de costado intrascendente en la
mitad de cancha. El jugador de Las Palmas lanza el balón con sus
manos y el juego se reinicia. NO. El réferi pita que se adelantó,
debe efectuarse un par de metros más atrás, rigor legalista y una
pizca de sobreactuación.
Recién en ese instante lo vió y escuchó. Con el rabillo del ojo
Guillo percibió al Gordo, una figura nítida sobre un fondo de
hinchas anónimos.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! —le gritó el tipo—.
¡Sos muy macho que repetís el lateral!
El Gordo era hiper panzón, pero sólido y rotundo, su
abdomen era una pieza de hormigón armado. Tenía la pelada
brillosa y arrugada hacia el entrecejo; ahí se le juntaban las furias.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
De tanto agitarse la camisa se le escapó del pantalón por un
costado. En cada salto flameaba desprolija, igual que sus pocos
pelos encima de las orejas.
29
Crisopeya
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
La línea de cal apenas lo contenía, toda su humanidad se
inclinaba hacia la cancha y de milagro no se cayó adentro. Tan
oblicuo su cuerpo que seguro desafiaba a Newton.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
Arriando, desde lejos, agitó levemente sus manos hacia abajo.
El mensaje era claro: tranquilidad, mente fría, ya faltaba poco.
Fue un apoyo escaso para los nervios de Guillo, esos últimos
minutos se le volvieron eternos. Aunque tenía el partido
encauzado, su cabeza solo registraba la frase invariable.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
Quince segundos.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
Diez segundos.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
Por fin llegó el pitazo final. Contra toda previsión, los
veintidós jugadores lo saludaron con respeto, y hasta alguno lo
felicitó. Las tribunas permanecían tranquilas y el trofeo, semi
oxidado, aguardaba sobre un taburete.
Arriando se acercó con paso decidido y olvidando su
renguera. Le estrechó la mano y lo fue llevando hacia el costado
opuesto de la cancha. El opuesto al Gordo, que por algún dique
interno de su psique, seguía frenado en la línea de cal. Guille lo
espió de reojo y tragando saliva, el tipo se desplazaba con saltitos
30
N.° 10, año II, abril 13/22
de izquierda a derecha y derecha a izquierda. Diez veces, cien,
mil.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
Lilo Arriando, sin dejar de arrastrarlo, le iba soltando frases
tranquilizadoras: «Tranqui»; «Todo okey». «Gajes del oficio». Pero
la única voz que escuchaba el chico venía de atrás:
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
El Gordo estaba rojo, si le explotaban las arterias iba a
formarse un cráter más grande que El Pimpollo. 10… 9… 8… El
tipo ya era una ojiva nuclear. 7… 6… Entonces sucedió algo
inesperado. Alguien tocó el hombro de Guillo, era King Kong, el
técnico de Las Palmas. Traía la bicicleta naranja de su vieja, la fue
a buscar ni bien terminó el partido y se la estaba entregando.
Viejo y zorro, con décadas de oficio, sabía anticiparse a las
hecatombes. Se despidió y le dijo algo al oído, con una voz
sorpresiva, casi paternal:
—Anda yéndote, pibe. Si «Caimán» se manda alguna macana
se le arruina la condicional —pasaron dos o tres segundos y fue
más claro—: ¡Andate ya, boludo! ¡Corré!
Guillo siempre cuenta esa parte de su anécdota con tono
perplejo. Dice que, aunque la escena fue vertiginosa, la recuerda
en cámara lenta.
Se olvidó de los saludos y palmadas y salió disparado hacia las
vías. Acción y reacción, el Gordo vio su huida y la frontera de cal
31
Crisopeya
se quebró.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
El tipo, corriendo, hacía retumbar todo el barrio. Contra toda
previsión, su mole humana se acercaba con rapidez, como un
misil lanzado hacia su blanco. Y para colmo la bici de su vieja era
un rodado chico, con muchos ciclos y poca velocidad. Al Gordo no
podían aguantarle los pulmones ni los gemelos, pero aguantaban.
No existía explicación biológica para su marcha, corría cada vez
más rápido y su ritmo no cedía, motivación dirían los psicólogos.
Guillo pedaleaba contra natura, sus piernas eran muy largas para
esa bicicleta de juguete. Sintió el roce de los manotazos del Gordo
en la espalda y sus bufidos de toro enojado. Años más tarde,
viendo Jurassic Park, recordaría aquel momento: el Tiranosaurio
Rex tirando tarascones asesinos que fallaban por un milímetro.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
En el segundo final Guille tomó una decisión audaz. Giró
noventa grados de golpe y salió disparado hacia una callecita de
tierra, rebotó en badenes y lomos precarios, y casi se cae un par
de veces. Pero funcionó, ya estaba en línea recta hacia la salida de
El Pimpollo. A sus espaldas el ruido fue clarísimo: derrapada del
Gordo y flor de porrazo. La polvareda del impacto duraría varias
semanas, como aquel meteorito que mató a los dinosaurios.
—¡La puta que te re mil parió, hijo de puta!
Fue una hora de andar perdido por barrios de casas iguales.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Al fin otro paso nivel, la avenida, plazas conocidas y casita. Ni bien
entró trabó el portón con candado, por las dudas. Su vieja le
preguntó si todo estaba bien y él asintió con una sonrisa de papel
maché. Siguieron tres vasos de coca y respiraciones pausadas. El
timbrazo lo atragantó, por suerte era Arriando con los pulgares
hacia arriba.
—¡Te felicito, Guillo! Muy buen arbitraje…
Lo comprometió a dirigir de nuevo en El Pimpollo al día
siguiente. Por las dudas le aclaró que Tres Esquinas y Las Palmas
ya estaban regresando a sus respectivas ciudades, lo que suele
denominarse «un mensaje subliminal». Por temerario o por zonzo
el muchacho aceptó, a esa altura su adrenalina le nublaba el buen
juicio. Mientras cerraba el portón escuchó por última vez a su
maestro. Era una voz calculada, intentaba decir sin decir, fingía
un tono casual.
—¡Ah! Hoy descansá tranquilo, acá, en tu casa… Ese «Caimán»
consiguió una moto y anda girando por la zona…
No fue una noche de descanso reparador. El dilema de Guillo
era dirigir o no ese domingo. Al fin se animó, se trataba de
Infantiles y ya los conocía de partidos previos. Todo resultó
tranquilo y sin sobresaltos, un 0-0 aburrido y sin jugadas
polémicas. Mientras saludaba a los padres escuchó a las mamás y
abuelas murmurando a sus espaldas. Jamás olvidaría esas
palabras.
33
Crisopeya
—Me parece que es el mismo de ayer…
—¡Uyyy, pobre!
—Zafó por un pelo.
—Y sí… No sé si será buen réferi, pero nunca vi a nadie
pedalear tan rápido.
El tiempo cura todo. Corrieron los meses y el orgullo de Guillo
resucitó. La figura de aquel gordo pasó de siniestra a risueña.
Nuestro protagonista colgó el silbato y se dedicó a cursar su
último año de profesorado de Educación Física, sin pausas ni
distracciones.
Su examen final fue en San Luis, Capital. Nada complicado,
una materia satélite que nadie desaprobaba jamás, título
garantizado y huevazos de festejo en la calle. Guillo entró
confiado y desatento, por eso el apretón de manos lo sorprendió.
Desconocido uno. Desconocido dos... «Tres» conocido. Del cuello
para abajo era otro: corbata y trabacorbata, celular caro y zapatos
de marca. Encima estaba la cabeza del «Caimán» con un rictus
ambiguo, ni sonrisa ni mueca, apenas un gesto indeciso, como un
lobo perplejo ante la visita del cordero. Eso fue al principio,
después, de a poco, su gesto se fue convirtiendo en satisfacción
plena. No parpadeó ni habló, durante todo el examen le clavó sus
ojos fieros y así permaneció. Inmutable. Guillo fue respondiendo
por puro reflejo pregunta tras pregunta, como si fuera otro y en
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N.° 10, año II, abril 13/22
piloto automático. Recién al final los profes desconocidos miraron
al Gordo.
—¿Alguna pregunta suya, licenciado? — dijo el más viejo con
voz de rutina.
Su respuesta fue mínima: una oscilación de la cabeza y los
ojos entrecerrados por primera vez. El desconocido dos se
incorporó sonriendo.
—Entonces lo felicitamos, Guillermo. Ya es colega nuestro…
Guillo nos repitió la anécdota un millón de veces, pero nunca
recuerda aquel cierre. Supone que saludó y salió lo más rápido
posible, igual que con la bicicleta naranja. Su memoria recién
empezó a registrar de nuevo un rato más tarde. Estaba en el baño,
lavándose la cara con agua fría e incrédulo de las vueltas de la
vida. Era el turno de los huevazos y su premio: un asado para mil
personas, o capaz el doble.
Solo restaba un detalle, para reunirse con su clan tenía que
cruzar un estacionamiento desierto. Caminó rápido hacia la
barrera de ingreso, intentando escapar del edificio y sus
presagios.
Justo ahí, antes de salir al mundo, sintió la frenada detrás
suyo, un chirrido de neumáticos ardiendo contra el asfalto.
Después el Peugeot 504 hizo una maniobra para eludirlo, pero no
siguió adelante, frenó a su lado mientras la ventanilla descendía.
De eso sí se acuerda siempre, pasan los años y siempre lo cuenta
35
Crisopeya
con idénticas palabras. El Gordo le dijo algo con voz muy suave,
era el susurro de un caballero.
—La puta que te re mil parió, hijo de puta. Si te veo en
zapatillas no te voy a perdonar, ahí sí te mato…
Después la ventanilla subió con parsimonia y el Peugeot se
alejó despacio, muy despacio, esa carrocería gozaba su momento.
El festejo fue lindo, con su familia y muchos amigos. Recién a
la madrugada pudo conciliar el sueño, eran muchas emociones
distintas y mezcladas. Mientras se dormía tuvo una revelación,
una sensación extraña y a contramano de toda lógica: ese gordo
temible le resultaba simpático. Igual mejor no descuidarse ni
bajar la guardia. Capaz por eso Guille estudió Derecho y terminó
como abogado… Para andar siempre en zapatos. ¡Zapatillas jamás!
36
N.° 10, año II, abril 13/22
Dreams
Wasyl Art,
fotógrafo
Natalia
Lesińska,
modelo
(@wasylphot
ography y
@satinvient)
Fotografía
digital,
proyección
37
Crisopeya
Meléforo
Daniel Taborda Obando
Querido Guillermo:
Ya sabes lo que dicen del viejo Meléforo: que solo fuma pipa y
se sienta a ver sin expresión (debe ser por su barba y sus cabellos
largos que su rostro no parece completo), que hace muchos años
decía que iba a revolucionar la ciencia y la tecnología, que su
invento no iba a tener igual. Que es, en suma, un farsante y un
demente (y demás imaginaciones). Yo jamás he creído demasiado
en esas historias, sin embargo, Guillermo, he presenciado un
suceso que las palabras no pueden describir con exactitud. Una
fuerza irresistible e ineluctable me arrastraba a la casa del viejo.
No tenía nada que hacer allí, es más, tenía otras ocupaciones en el
laboratorio; pero mi fascinación por los rumores del anciano me
anonadaron. Cuando llegué a su puerta pensé en desistir pero
esta se abrió frente a mí.
Entré.
Sentí un olor conocido y, por alguna razón que no supe
explicarme, agradable. Era una casa algo antigua de techo alto y
aire fresco. Al fondo había una chimenea con papeles a medio
quemar, si me hubiese acercado habría podido leer algo. En la
pared de la izquierda una fila de cuadros con el mismo rostro
impasible, viejo y sabio. Cuando miré a la derecha vi al senil
38
N.° 10, año II, abril 13/22
Meléforo sentado en un pequeño balcón, observando el paisaje, y
entendí que él era el hombre de los cuadros. Me pregunté por qué
tenía tantos cuadros iguales.
A pesar de que ya llevaba un rato observando, él no se movía
para nada. En serio, Guillermo, lo primero que creí fue que me
estaba esperando. Le dio una bocanada a su pipa, era un olor
dulce que me atrajo como abeja a una flor. Me senté a su lado y
me increpó: «¿Viene a comprobar los rumores, joven?». «Vengo a
comprender los rumores, me parece». Estoy seguro, Guillermo,
de que el viejo hizo un gesto afable, pero su barba y su cabello en
la cara no lo hicieron evidente.
«Me han dicho que usted pregonaba ser el mejor científico de
este siglo», le dije. «El mejor científico…», me respondió tras dar
una calada. No sé por qué quise también fumar de esa manera si
no me gusta el tabaco. El anciano seguía mirando por el balcón.
Suspiré, se puso de pie y me dijo «vamos». No supe qué pensar,
Guillermo, solo me entusiasmé muchísimo. Meléforo avanzó
hasta una puerta casi invisible al lado de la chimenea, yo lo seguí
con expectación. Cuando crucé la chimenea, noté que eran cartas
mohosas las que ardían, al parecer de muchos años. Solo leí la
primera línea no consumida por el fuego: «Querido Víctor:…».
Cuando llegamos al final de un pasillo estrecho el viejo
encendió la luz y vi un enorme frasco de vidrio de por lo menos
tres metros sellado arriba y abajo. En la parte baja estaba
39
Crisopeya
conectado a unas largas mangueras que, al parecer, surtían de
algo al frasco. Atrás había un complejo sistema de cables y
engranajes y, a un lado, el panel de control de la máquina. No
todo eran rumores, Guillermo, este hombre ocultaba un
verdadero laboratorio en su sótano. No sabía qué era ese frasco
gigante, pero por su forma parecía una máquina para cultivar
humanos o algo así. Lo miré incrédulo y me veía con malicia,
como pensando alguna atrocidad. Luego me señaló la pared del
fondo. Pegadas a la pared, un sinfín de fotos extraordinariamente
parecidas entre sí, pero, a la vez, extrañamente familiares. Cada
fotografía tenía la letra «V» seguida de un número, como si
hubieran sido marcadas para algún propósito.
«¿Qué es todo esto?», le pregunté un poco sobresaltado.
«Nuestro pasado y futuro», me respondió con magnanimidad. De
un cajón al lado del panel sacó una carpeta de documentos y
dibujos junto con una carta escrita en papel tela. Me entregó
ambos y se marchó a su balcón a seguir fumando. En ese
momento, Guillermo, mi sobresalto fue todavía mayor. Al
desdoblar la carta empecé a sudar frío y a temblar. La letra me
era completamente familiar:
El proceso de autocopiado o clonación no es un proceso sencillo.
Se requirieron muchos años de intensa actividad investigativa para
hallar la manera de introducir células en un caparazón vacío, y más
años todavía para hacer que germinaran las células dentro de este
40
N.° 10, año II, abril 13/22
capullo vacío. Finalmente, he completado el proceso, pero a falta de
sujetos de prueba yo mismo tuve que ser uno. El resultado no fue
satisfactorio a la primera. No lograba que mis células continuaran
reproduciéndose sin estar dentro de un cuerpo; además, la mezcla de
mi ADN contenía en sí mismo numerosas enfermedades que dañaban
la célula desde su interior. Después de incontables intentos en
infinitas
frustraciones,
desarrollé
un
líquido
sintético
que
proporciona condiciones para que la célula simule estar dentro de un
organismo, permitiendo formar tejidos epiteliales, conectivos,
musculares y nerviosos. Lo cual permite el control transcripcional. Y
por otro lado, hallé la manera de inmunizar los tejidos de la pared
celular para que la enfermedad no pueda esparcirse.
Lamentablemente, en una época de ignorancia y fanatismo
religioso, mi invento, más que marcar la historia de la ciencia
médica, continuaría la cadena de destrucción de la ciencia por miedo
a ser como Dios. Y es que si podemos crear vida de manera asexual
somos dioses en esta tierra. No obstante estas conclusiones
alarmarían a más de uno. Por eso tú, mi mayor triunfo, deberás
sobrevivir hasta una época en la que el hombre sea realmente libre, y
que los sanguinarios ministros de Dios tengan que morderse la lengua
y ahogarse con su propio veneno cuando nos declaremos capaces de
dar vida. Tendremos que ser Meléforos, como los inmortales de
Persia. Así viviremos hasta ver la luz de la libertad que ofrece un
mundo sin prejuicios. A ti te dejó nuestro futuro. ¡Sálvanos!
41
Crisopeya
Víctor M.
Después de leer aquello no podía contener mi impresión.
Corrí todo lo rápido que pude hacía al balcón. El anciano estaba
de pie montado en la ventana y miraba hacía abajo con serenidad,
¿o parecía serenidad? Me lanzó su pipa. «Está hecho, Joven Víctor.
Somos el mejor científico de este siglo», y se lanzó por la
ventana… Quedé atónito. Volví al sótano. En la carpeta había un
manual de instrucciones para hacer funcionar la máquina, una
fotografía muy familiar, y una llave con etiqueta que decía:
«muestras». Mi cabeza estaba al límite, casi no pude regresar por
las escaleras. De nuevo en la sala posé mi mirada en la silla del
senil Meléforo. La sentí familiar y acogedora, como si toda mi vida
hubiese existido para sentarme allí a observar el paisaje. Saqué la
pipa, tomé el asiento que otrora fue del viejo y empecé a fumar
largamente. Ya sabes que nunca antes había fumado pero aun así
sentí que ya sabía hacerlo.
¿Sabes lo que significa? Es por eso, Guillermo, que no puedo
volver. Es por eso que llegué hasta la casa del anciano y tengo que
quedarme. Lo lamento viejo amigo.
Víctor M.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Immortal Patterns
thoughtsbeforeigotosleep
Ilustración digital
1080 x 1350 px.
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Crisopeya
Noue Präsenz
Meira Delmar
Ins Deutsche übersetzt von
J. P. Sepúlveda
Du bist so weit gekommen wie von einer Erinnerung.
Du hast nichts gesagt. Nichts. Du sahst in meine Augen.
Und irgendetwas in mir, kein Vergessen, hat dich wiedererkannt
Aus blauer Ferne wanderte eine alte Erinnerung
an Worte und Küsse durch meine Adern,
und aus den Tiefen eines unbestimmten Landes im Nebel
kamen die im Traum gehörten Lieder zurück.
Mein Herz, zitternd, rief dich beim Namen.
Du hast meinen Namen gesagt… und die Zeit stand still.
Der Nachmittag ruhte seine nachdenkliche Stirn
auf den zitternden Händen der offenen Lilien,
und durch die Wolken öffneten die wandernden Vögel
auf dem Feld die Seite des Fluges.
Auf den Schultern, die mit Obst und Tauben beladen sind,
weht derselbe Wind ohne Unterlass,
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N.° 10, año II, abril 13/22
und in dem klaren Augenblick der Bronze war meine Seele,
voll von Engeln, wie ein Platz im Himmel.
Früher, früher, früher hatte ich dich verloren.
In der Nacht der Sterne, oder in der Morgendämmerung
[eines Verses.]
Einmal. Ich weiß nicht, wo... und die Liebe war,
dich einfach wiederzufinden.
Nueva presencia
Meira Delmar
Venías de tan lejos como de algún recuerdo.
Nada dijiste. Nada. Me miraste los ojos.
Y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo.
Desde una azul distancia me caminó las venas
una antigua memoria de palabras y besos,
y del fondo de un vago país entre la niebla
retornaron canciones oídas en el sueño.
45
Crisopeya
Mi corazón, temblando, te llamó por tu nombre.
Tú dijiste mi nombre... Y se detuvo el tiempo.
La tarde reclinaba su frente pensativa
en las trémulas manos de los lirios abiertos,
y a través de las nubes los pájaros errantes
abrían sobre el campo la página del vuelo.
Con los hombros cargados de frutas y palomas
interminablemente pasaba el mismo viento,
y en el instante claro de los bronces mi alma,
llena de ángelus, era como un sitio del cielo.
Una vez, antes, antes, yo te había perdido.
En la noche de estrellas, o en el alba de un verso.
Una vez. No sé dónde... Y el amor fue, tan solo,
encontrarte de nuevo.
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N.° 10, año II, abril 13/22
🎴Tschüs, roter Nachmittag
Sergio A. Pérez L.
Fotografía editada
1686 x 3000 px.
47
Crisopeya
Levi's 501
Jany Rosalba Sanchez Triana
El hombre de las grandes ideas se rapó la cabeza. Se quedó
calvísimo, con el cogote a la intemperie y el juicio entre las
cuchillas de la maquinilla de pelar. Tenía tanto pelo e ideas tan
superlativas que tres veces hubo que rapar. Al barbero casi se le
caen las manos y los ojos de mirar desorbitado esa cantidad de
pensamientos y reflexiones cayéndole a sus pies. Se enojó cuando
los más irrisorios rozaron sus botas recién bañadas en betún,
ensuciándolas de aspectos banales. Una señora los barrió dos o
tres veces, pero la escoba se llenó de pelusas y enfadada desistió,
mientras se los llevaba al bolsillo de su Levi 's 501. La barbería se
llenó de ideas, también de pelo y de gente asomada por los
cristales inmensos para observar las ideas tiradas por el suelo.
Las que colgaban de la punta de las canas quedaron pegadas al
sillón de pelar. Otras volaron hasta los pelambres más cercanos
de los chismosos que observaban embobados en el salón. Rápido
se corrió la voz y la gente acudió al sitio con morrales y maletas
para adueñarse de las ideas. Hasta en carretas llegaron los
hombres para recogerlos por montón. Los enjuagaban con agua y
romero, se los restregaban por todo el pelo y se quedaban
adheridos al cráneo como trenza africana. os menos afortunados
se hicieron de pelucas en el mercado negro vistiéndolas con
48
N.° 10, año II, abril 13/22
elegancia y primor. No hubo ser humano en la faz de la tierra que
no tuviese al menos una de las grandes ideas de aquel calvo entre
sus cabellos.
Para cuando el barbero terminó de rapar a aquel hombre, un
caos ya se había desatado. La gente había salido a lucir sus ideas,
a probar sus ideas, a experimentar y poner en práctica sus ideas.
Hombres mediocres con grandes ideas en sus manos tomaron el
poder, implantaron leyes, gobernaron sitios. Hombres abyectos
con grandes ideas en sus cabezas subyugaron al resto. Raparon
las cabezas de los demás y se apropiaron de otras ideas. Una gran
barbería dirigida por un calvo con peluquín tomó el control de la
humanidad y una señora al otro lado de la calle viste unos Levi’s
501.
49
Crisopeya
Live painting
Wasyl Art,
fotógrafo
Inez Borys,
modelo
Katarzyna
Kacprzak,
maquilladora
(@wasylphot
ography,
@inezeczka y
@psychedelic
_works_by_w
er_kat)
Fotografía
digital,
pintura
corporal UV
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N.° 10, año II, abril 13/22
Lealtad y nada más*
Daniel Taborda Obando
María Adelaida Zapata Granados
Personajes
Torres.
Mosquera.
Reyes.
Rojas.
Párroco.
Barbero.
Soldado.
ESCENA I
En una vieja casa usada para reuniones están sentados en una mesa
alrededor de veinte soldados. A la cabeza el capitán Torres.
Torres. —¿Qué pasa con los insurgentes? ¿Cómo va la
investigación? Ya quiero coger a esos perros.
Soldado. —Se metieron muy adentro del monte, capitán.
Podríamos…
Torres. —(Interrumpiendo.) ¿Tenemos la localización exacta?
Soldado. —Sí señor. Parece ser que están en algún lugar 30
kilómetros al norte.
Torres. —(Frunciendo el ceño.) «En algún lugar»… esa no
* Basada en el cuento de Hernando Téllez Espuma y nada más (1950).
51
Crisopeya
parece ser una localización exacta (Mira al soldado y este agacha la
cabeza.) De todas maneras, hay que ir por ellos. Saldremos esta
tarde. Solo iremos los experimentados en montaña, el resto se
queda vigilando. (Mira a un soldado que estaba enfrente de él.)
¡Mosquera!
Mosquera. —¡Señor!
Torres. —Tengo asuntos pendientes con el párroco. Ocúpese
de eso por mí. Vaya mañana a la casa cural, me han informado que
él sabe algo. No salga de allá sin haberlo hecho hablar. No quiero
regresar y tener que ir donde ese cretino. Iré donde el barbero,
tengo que comprobar algo y de paso darme una afeitada.
Mosquera. —Sí señor. A propósito…
Torres. —(Interrumpiendo.) ¿Qué ocurre?
Mosquera. —Hay rumores de que el barbero es un insurgente.
No lo hemos podido comprobar, pero…
Reyes. —(Interrumpiendo.) ¡El barbero es un cobarde! Aunque
sea un rebelde jamás podría hacer nada contra el capitán. Cuando
colgamos a esos perros ni siquiera movió un dedo. Solo se quedó
mirando como un pendejo.
Mosquera. —De todas formas el capitán podría…
Torres. —(Interrumpiendo.) ¡Basta! Ya sabía de esos rumores.
Ninguno haga nada, solo vigílenlo. Cuando regrese, yo mismo me
ocuparé de él.
Mosquera. —Le va a cortar el cuello mientras lo afeita, capitán.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Torres. —Veremos… Vámonos.
Torres se ajusta el cinturón de balas y la funda de la pistola. Sale
y casi todos sus hombres le siguen.
ESCENA II
Al interior de la casa cural están Mosquera y el Párroco en la sala.
Mosquera tiene en una mano la bolsa de las limosnas, y en la otra,
aprieta la funda de la pistola.
Párroco. —Ya le dije que no sé nada. Esos rebeldes han
intentado intimidarme pero yo no traicionaré la causa del
capitán.
Mosquera. —(Acariciando la funda del arma.) Usted miente,
padre. Dígame lo que sabe y me iré.
Párroco. —No puedo ayudarlo. Si me disculpa, tengo
eucaristía. Llévese la limosna si quiere. Dios nos proveerá de todo
lo que necesitemos.
Mosquera. —(Abre su morral y mete el saco de las limosnas.) Iba
a hacerlo igual. (Da la espalda al cura y da dos pasos hacia la puerta
y luego se detiene.) Padre… ¿qué tal está pasando las noches?
Párroco. —(Empieza a sudar.) ¿Qué?
Mosquera. —La jovencita que entra aquí todas las noches… a
la que usted le prometió que su madre entraría al Cielo aunque se
hubiera divorciado de su esposo.
53
Crisopeya
El párroco está empapado en sudor.
Mosquera. —Quizá podríamos ayudarnos. Usted no quiere que
el pueblo se entere, ¿verdad?... (Silencio.) Como quiera (Camina
hacia la puerta haciendo ademán de sacar la pistola de la funda.)
Párroco. —¡Espere! (Silencio.) ¡Es el barbero! ¡El barbero va a
matar al capitán mientras lo afeita!
Mosquera quita la mano de la funda y ajusta su morral. Camina
hacia la puerta y sale.
ESCENA III
Los soldados están reunidos en la sala de la casa vieja. Entra
Mosquera.
Mosquera. —El párroco habló. Lo del barbero no es chisme.
Comprobado: es un rebelde y además pretende matar al capitán
Torres.
Reyes. —Yo lo dudo mucho. No creo que el capitán deje con
vida a ese inútil. Sin embargo, deberíamos considerar que el
barbero podría tener suerte.
Mosquera. —¡Qué estás diciendo!
Reyes. —Solo digo que puede ocurrir un pequeño «accidente»
a favor del barbero. Todos aquí sabemos de la soberbia del
capitán. Y en ese caso, alguien… (Tose a propósito.) tendrá que
ocupar su lugar.
Mosquera. —¡¿Estás deseando que ese malnacido cortapelos
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N.° 10, año II, abril 13/22
asesine al capitán!?
Reyes. —¡No seas estúpido, Mosquera! El capitán no se lo
dejará fácil. No sabemos qué haya planeado. Además, no podemos
hacer nada, él mismo lo ordenó. Si desobedeces, tú mismo serás
un traidor.
Rojas. —¡Ya basta! Nadie hará nada. ¿No escucharon al
capitán? La orden fue clara. Si la desobedecen serán tratados
como rebeldes.
Se hace un silencio. Mosquera sale.
ESCENA IV
El capitán Torres y sus hombres acaban de regresar del monte.
Descansan en el patio de la casa de las reuniones con el equipamiento
a un lado de ellos. El capitán se deja el cinturón de balas y la funda
de la pistola.
Torres. —¡Qué calor está haciendo!
Entra Rojas.
Rojas. —Capitán.
Torres. —(Levantando la cabeza en señal de impaciencia.)
¡Novedades!
Rojas. —Mosquera habló con el párroco y, en efecto, el
barbero es un traidor y está buscando la oportunidad para
matarlo, capitán.
Torres. —(Sonriendo con orgullo.) Entonces iré ahora mismo.
55
Crisopeya
Me gustaría ver mi oficio en manos de ese farsante. Para matar
hay que tener la sangre fría. Hay que hacerlo sin que tiemble la
mano. Veamos cómo le tiembla la cuchilla de afeitar.
Entra Mosquera, que había estado escuchando.
Mosquera. —¡Capitán, yo iré en su lugar! ¡Yo pongo a ese
perro en su lugar!
Torres. —No, yo mismo me ocuparé de él.
Mosquera. —Pero… capitán.
Torres. —(Gritando.) ¡Te fusilaré si haces algo!
El capitán le da la espalda y sale hacía la barbería. Sin que nadie
lo vea, Mosquera se escabulle también hacia allí.
Mosquera. —(Para sí mismo.) Si él se quiere morir… yo solo
debo obedecer. Pero si interfiero… soy desleal. Y si no hago
nada… también. ¡Al diablo! (Sigue caminando hacia la barbería.)
Mosquera saca un cigarrillo de la caja, lo enciende, fuma, lo bota;
le tiemblan las manos y suda. Mosquera saca otro cigarrillo, lo
enciende, da una calada, lo tira al suelo. Camina, suda, saca otro
cigarrillo. Torres llega a la barbería y entra sin saludar.
Mosquera permanece escondido afuera. Le tiemblan las manos y
suda. Observa el interior de la barbería y sus ojos comienzan a saltar,
el sudor de su frente le nubla la vista. Se limpia el sudor, continúa
temblando.
Mosquera. —(Para sí mismo.) Tengo que traicionar al capitán
para salvarlo. Pero… (Silencio.) Voy a vigilar. Sí, eso es. Si el
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N.° 10, año II, abril 13/22
barbero intenta algo le pego un tiro entre las cejas. (Saca su
pistola de la funda y le quita el seguro.)
Al interior del local el barbero pasa lentamente la hoja de la
cuchilla por el cuello del capitán. Mosquera, a pesar del temblor de
sus manos y del sudor que le escurre, sujeta con firmeza su arma.
ESCENA V
Torres se va del local afeitado y rejuvenecido. Mosquera entra. El
barbero está de espaldas a la puerta afilando la cuchilla.
Mosquera. —¡Traidor! (Empuña con certeza la pistola.) ¡Tenían
razón, dijeron que usted era un cobarde, que no podría matar al
capitán!
El barbero permanece de espaldas afilando la cuchilla.
Barbero. —Ya lo dijo su capitán: matar no es fácil. Yo solo soy
un barbero... y cada cual en su puesto.
Mosquera da un largo respiro. Pone de nuevo el seguro del arma y
la guarda en la funda. Mira con desprecio al barbero y sale, sin
despedirse, del local.
FIN.
57
Crisopeya
Perspective
thoughtsbeforeigotosleep
Ilustración digital
1600 x 2000 px.
58
N.° 10, año II, abril 13/22
Morito
Alejandro Kapeniak
El océano es un infinito que regala clemencia. Nos promete una
orilla que no vemos, nos anuncia un destino. Algunos pueden
concebirlo como lejanía; el aquí y ahora es la vida, lo propio, las
certezas. Otros, en cambio, añoran aquella orilla; la presienten
como un hogar verdadero.
El niño nada sabía de reflexiones tan espesas, simplemente se
fascinaba con ese mar lleno de veleros y goletas. Viajar desde
Málaga hacia Cádiz le parecía un viaje interminable. Tierras grises
y aburridas, tristes como el caserón de Doña Cata, amiga de su
madre y tía por cariño. Detestaba ese edificio, un conjunto de
paredes gruesas elevadas en riguroso desorden. Tanta sal en el
viento las vencía sin piedad, morían carcomidas como ruinas
centenarias. Era una sensación extraña, una vivencia de historia
presente, difícil de explicar con palabras. Demasiada melancolía y
un premio por tolerarla: la terraza hacia el mar, título ambicioso
para una explanada que mezclaba construcción con paisaje. Se
perdía en un acantilado pequeño golpeado por las olas. Pura
belleza, un rumor ondulado y lleno de gotitas. A veces cerraba los
ojos para sentir mejor: agua, espuma y olor a maravillas. Ahí
escuchaba sonidos de su mente. Piratas altaneros saltando al
abordaje, sirenas cantando, ejércitos antiguos tentando epopeyas.
59
Crisopeya
Leyendas del mar. Realidades del mundo. Desde París llegaban
noticias fantásticas, el inicio de un tiempo nuevo. Del
Mediterráneo a Gibraltar y de Gibraltar a Cádiz. En el puerto se
escuchaban todas las voces. Algunas aterradas: esas ideas locas
querían destruir a Dios, se aproximaba el reino del demonio.
Otras entusiastas: el hombre por fin sería libre, concluía una era
de oscuridad. Libertad, Igualdad, Fraternidad. El resumen de
todos los miedos e ilusiones era breve, apenas una palabra:
Revolución.
—¡Josecito! ¡Ven adentro de una vez por todas! —gritó su
mamá desde la galería.
El chico cumplió, se sentía tan libre que sabía obedecer.
Detestaba las órdenes caprichosas y respetaba los mandatos. Con
su padre primaban la admiración y el temor. Con su madre era
distinto, esa voz tierna comandaba a fuerza de cariño.
La cena fue austera y la noche inmediata. Arrebujado en su
cama recibió la bendición de buenas noches.
—Que Jesús bendiga tu sueño, hijito. Mañana temprano
partiremos hacia casa. Tus hermanos deben extrañarnos, y
también papá.
El chico apretó su mano. Necesitaba decirlo en voz alta,
compartirlo con alguien:
—Quisiera vivir aquí, en Cádiz y frente al mar. Odio nuestra
ciudad…
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N.° 10, año II, abril 13/22
El orgullo de un varoncito es un tema delicado. Su madre
comprendía demasiado y le dolía entender.
—No debes escucharlos. Son niños como tú y suponen que ser
muchos los vuelve poderosos. Es su confesión de cobardía.
El pequeño mordió sus labios con rabia.
—Cuando se burlan y me gritan «Moro» desearía matarles…
—Hijito, no deben importarte las palabras de los demás. Creer
en ti mismo, pese a todo, es la clave de un corazón invencible. Y
no permitas que tu pecho se llene de ira… O mejor, convierte esa
ira en fortaleza. Que nutra tus sueños. Que te haga mejor y más
inteligente —ese tono solemne empeoraba las cosas, por eso
ensayó dulzuras y fantasías— Te contaré un secreto, tú eres mi
héroe. Y quizá, algún día, el de todos. Un capitán magnífico de
pelo oscuro y piel aceitunada. «Moro» no es una ofensa, solo en
algunas bocas suena mal.
El niño y la vela escucharon su relato, iluminados los dos y
temblando de emoción. Les narró sobre imperios de ultramar,
con reyes de piel igual a la suya. Historias increíbles de incas,
aztecas y mayas. Tan moros como él; y más valientes que
españoles, ingleses y franceses. Leyendas que en Málaga nadie
conocía.
—¿Yo nací allí, madre?
—Un poquito más al sur. ¿No recuerdas?
El niño negó con su cabeza, habían llegado a España siendo él
61
Crisopeya
muy pequeño, el benjamín de la familia. Recordaba imágenes
confusas de una misión indígena llena de gente apacible y
laboriosa. Un mundo distinto.
La mujer despejó el flequillo de su frente y le dio un beso.
—¿Qué cuento nos toca hoy?
La respuesta fue idéntica a todas las de ese mes. Siempre la
misma historia.
—Los cartagineses…
Su madre suspiró:
—Pues bien, empecemos otra vez…
Siguieron minutos épicos. Los Alpes y Pirineos derrotados por
un ejército de elefantes. Con ellos viaja una multitud: soldados,
armamento, provisiones y mil cosas más. El general Aníbal era un
genio, había concebido una estrategia monumental y previsto
cada detalle, los inmensos y los pequeños. Agua para su gente y
los animales, abrigos, ungüentos, calzados de reemplazo, escudos
distintos y pedernal para las lanzas. Todo.
¿Cómo una única
cabeza supo calcular tanto? El niño recordó un dicho de su papá:
«El respeto de tu enemigo es el elogio más sincero». De ser así, el
pánico de Roma hacia Aníbal era elocuente. El imperio más
grande de todos los tiempos temía pronunciar su nombre. No era
otro aventurero, ni tampoco un bárbaro enardecido. Aníbal
cumplía un destino, la historia lo aguardaba.
Al ver sus ojitos entrecerrados, la mujer atenuó su voz hasta
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N.° 10, año II, abril 13/22
convertirla en silencio. Después intentó apagar la flama del velón,
una luz miserable que dibujaba cordilleras de sombra en la pared.
—¡Me acordé, mamita! —el chico se despertó en un grito y
sujetó su brazo—. ¡Ya lo recuerdo!
Aunque intentó disimularlo, la mujer se asustó un poco. Su
hijo era equilibrado y sereno, más maduro que los niños de su
edad. Pero ella lo conocía, una pasión inmensa consumía su
pecho. Fantasías grandes y una pizca de locura. Pocas veces las
compartía, eran ilusiones gigantes, como los elefantes de Aníbal.
—Calma, hijito… ¿Qué recordaste?
Ojos negros y persuadidos la miraban desde el futuro.
—El nombre de mi pueblo, mamá. Se llamaba Yapeyú…
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Crisopeya
🎴Tschüs, roter Nachmittag
Sergio A. Pérez L.
Fotografía editada
1686 x 3000 px.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Sin pertenencias
Leslie Guzmán Santiago
¿De qué sirvió tener la piel almendrada
y las manos rebosantes de miel?
si ahora soy dueña del deseo empolvado
del pie con púas
del paréntesis sin forma
y de la monocromía del horizonte
¿De qué sirvió tener el cosmos en una burbuja
y alimentarme de galaxias crudas?
si ahora soy dueña del espacio entre la luz
del muñeco de madera
de la voz que fractura el esqueleto
del puño sin infancia
del minuto enterrado
del canto con necrosis
y del instante ya extinto.
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Crisopeya
370
Abraham Fidel Ortiz Lugo
Acrílico sobre cartulina de 300 gr.
29,7 x 42 cm.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Ironía
Alejandro Kapeniak
Antes todo era fácil para mí, sacaba de la caja un aparato nuevo y
ya entendía los botones; era como un don. También escribía, qué
lindo escribía; pero ahora los botones no se pueden tocar, hay que
apoyar el dedo sobre un vidrio, con letras chiquitas, y para colmo
en inglés. Algo deslicé y apareció la voz de Cata disculpándose
con Dora. Que por la cuarentena no la dejan pasar, que la semana
que viene voy y limpio todo, que mil gracias y mil perdones… Si ni
cocinar sabe, todos los días puré o sopa «no se atragante Bernabé,
coma despacito…» ¿Quién es esa Dora? Mis nueras tienen todas
nombres parecidos: Nora, Cora, Dora. ¿Esa no estaba en Estados
Unidos cuando empezó la enfermedad? Flor de tilinga, siempre
viajando a costa de mi hijo que se mata laburando… Que la negrita
se joda, cuando vuelva nadie le va a pagar… Y menos yo, que
siempre me esconden la billetera. Antes me respetaban, hasta
miedo me tenían, y ahora extraño el puré de Clara… ¿O Cata?
Encima me lo metieron a ese tipo de prepo.
Seguro fue Nora para cobrarle la habitación. El tipo siente
vergüenza, se esconde, no se deja ver… Qué bien escribía yo, y
cómo no, si lo hacía todo el tiempo, en el papel y en mi cabeza. Un
día tomamos la metalúrgica y los muchachos me descubrieron en
medio de la huelga perdido en poesías, con la libreta de tapa dura,
67
Crisopeya
no me acuerdo el color… Se mataron de risa, pero después les leí
algunas líneas y aplaudieron. Dijeron que podía cantarlas Alberto
Podestá… Ahí anda el hijo de puta, se piensa que no lo veo, no se
da cuenta que la puerta es de vidrio. Me mira de reojo, se hace el
distraído. ¿Cuánto dormí? No estoy en la habitación, estoy en…
Tendría que haberle acercado alguna letra a Alberto Podestá, con
su voz y mis letras… A las palabras hay que domesticarlas, cuando
sos un buen domador de palabras brillás en todos lados. Te creen
un dandy, hasta las pitucas te relojean con ganas. ¿Y Esther? Ella
tendría que cocinarme y no la negrita de mierda, esa Claudia que
me llamó el otro día, para decirme… La lasaña de Estercita es
gloriosa, le pone crema y nuez moscada, pero hace mucho que no
la prepara… Qué asqueroso es el tipo, mojó todo el inodoro. Me
importa un pito cuánto le pagó a Mora, cuando ella vuelva de
Europa se lo voy a decir clarito: lo sacás de mi casa o lo saco yo a
patadas. Se hace el indiferente, sabe que está en falta, nunca
aparece donde estoy… Flor de turro, se levanta a la noche y come
como un cerdo… La cocina es una mugre. ¡Ja! La negrita de
mierda va a tener que trabajar el triple cuando se cure. ¿Estaba
enferma la pobre? Por mí que se muera, no me dejó ni un pedazo
de pan en la alacena, me muero de hambre. Y encima descalzo,
tengo helados los pies… Si le decís a una mina: «Por fin se da la
oportunidad, tarde o temprano sucedería…», ese verbo del final,
«sucedería», suena lindo, a tipo culto, con mucho mundo. Y ahí te
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N.° 10, año II, abril 13/22
quedás callado, que la tipa fabrique el final en su cabeza… Tendría
que matarlo al tipo, se acostó en mi cama y la meó, tengo frío y el
colchón húmedo me congela los riñones. Está muy mal ese
hombre, debe ser peligroso si anda tan perdido. Capaz en una de
esas agarra un cuchillo, viejo de porquería… Jodete, estúpido, te
gané de mano, es mi casa y yo escondí los cuchillos. ¿Dónde? No
importa, me guardé un tramontina filoso... Cuando mi hijo y mi
nuera vuelvan de Miami capaz lo encuentran en un charco de
sangre, boqueando. Culpa de ellos, sobre todo del pollerudo de mi
hijo, que se deja llevar de las narices por su esposa… ¿O se había
muerto mi hijo? Pobrecito… ¿Ya es de noche? Me cuesta levantar
las persianas, ya no soy un pibe y me las dejan siempre cerradas.
¿Será por el loco que vive conmigo, para que no se escape? ¡Dios,
qué hambre! Me lo comería a él, pero no encuentro el
tramontina… Igual, los filos no son lo mío, yo soy un tipo que
lastima con palabras, lo mío es la… Carajo, ¿cómo era esa
palabra? Memoria de porquería… «Señorita, tan cerca suyo, el
peligro se vuelve una tentación… Por usted sabría volar… O me
dejaría caer…» ¿Cuándo murieron los piropos? El mundo se llenó
de burros… ¡Ironía! Los filos no son lo mío, lo mío son las
ironías… El día que me lo cruce al loco lo voy a aniquilar, pero con
elegancia, como un señor… Aunque es un viejo gagá, de a ratos le
funciona la maldad. Me espía en los reflejos, usa mis cosas, revisa
mis fotos… Anduvo espiando las de mi Esther. Qué linda salió en
69
Crisopeya
esta, fue cuando bautizamos a… No, ese pelo duro de spray no es
de ella, capaz es Cora… Mierda que no paro de toser, me falta el
aire... Hasta mi aire respira ese turro, me roba todo… Pero yo soy
un señor, no un cagón como él, siempre escondido en los
umbrales. En algún momento se guardó todos los cuchillos,
también los tenedores, hasta el tramontina me escondió. Tendría
que llamar a un loquero, así lo vienen a buscar, pero no encuentro
el teléfono por ningún lado, ni la mesita del teléfono. Acordate
Bernabé: con altura, humillalo con palabras, reventalo con
ironías. «¡Esther! ¿Dónde te metiste, mujer?» No me responde, y
su silencio se me vuelve cruel. Quedaría linda esa oración en un
tango... Ese turro me roba todo, ¿también a ella? En el baño el
olor es insoportable, y para colmo no funciona la luz, parece la
cueva de un lobo. Debe andar por ahí, atrás de la puerta o
escondido en la bañera… Mejor ganarle de mano… Rompí el
espejo y la mano me sangra, pero en el instante previo pudo verlo
de frente, apenas un segundo. Fui más rápido, el vidrio más
grande y agudo lo tengo yo, ya no me hace falta el tramontina…
No vale la pena, Bernabé, vos no sos como él, vos sos un
caballero… Al fin me apiado del tipo, de su figura flaca y ridícula,
del pelo revuelto sobre las orejas, de sus ojos inyectados de
miedo… Es un viejo chocho, no se merece un puntazo. Pero sí una
ironía: mostrarle desdén, tratar su tragedia consumada como algo
leve, mentirle que es un inicio su ocaso…
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N.° 10, año II, abril 13/22
¡Qué lindo combino las palabras!
Largo el vidrio, y con mi gola de tenor, le canto las cuarenta:
«Hay un momento muy claro», empiezo, y la tos me puede, es una
arcada que me hiere la garganta. Pero de a poco afloja, hasta que
al fin logro serenarme… Soy mejor que Alberto Podestá, una
típica resuena a mis espaldas: «Hay un momento muy claro, hay
un día y una hora, cuando se está cerca de alguien que empieza a
enloquecer».
71
Crisopeya
Real World
thoughtsbeforeigotosleep
Ilustración digital
950 x 1163 px.
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N.° 10, año II, abril 13/22
El otro, el mismo
(desde una cercana lejanía innominada)
Rainer Castellá
Como un manto ante mis ojos
en blanco y negro
la lluvia devela su acecho
desde el portarretrato que cuelga en la pared
como una cruz
esa cruz blanda que renuncia al murmullo de las aves
al rugido de los autos que prende fuego al cielo
al lamento irreductible de los ancianos
al presagio del tiempo que se agita como un caracol en la orilla
de las puntadas de la brisa en el vacío
acaso, estrechez impropia de la flema que se anida en mi garganta
prolonga el asma
y mi cuerpo desploma
en el sillón de esta sala
que se hereda como un epitafio
entre esos recuerdos ajenos
que debieron pertenecer al otro
al de la fotografía en la pared
73
Crisopeya
que abraza el rastro de la lluvia en blanco y negro
aunque sus extremidades fueran hechas con lúcidos colores
y su espíritu con la energía perversa que le falta al universo.
Ese otro es quien se desnuda
para vestirme de silencio, de ausencia, de cenizas.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Untitled (2)
Joycelyn Myers
Grafito sobre papel Bristol
9 x 12 in.
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Crisopeya
Qué hacer si soñaste
con una novia previa
Ernesto Juárez Rechy
Para E. C.
Las posibilidades son muchas y dependen en gran medida de lo
que hayas soñado. Estas son solo unas sugerencias:
Si el sueño ha tenido que ver con su desnudez, te recomiendo
que no hables con nadie, que no veas a nadie, sino que, de ser
posible, muy temprano, salgas de casa sin que ninguna persona se
dé cuenta. Hay siempre una necesidad de confesar, por eso
recomiendo que te cuides de ti mismo, de desespumarte, como los
vinos, por la boca. Deja la idea de tu presencia como un rehén
para los demás, para que no espíen ni siquiera tu ausencia, y ve a
perderte en los cafetales de Coatepec, en alguno de los caminos
de Xico, de sus exuberantes y melancólicos senderos de niebla,
antes de que desaparezcan... Trata de que nadie te toque ni te
hable, porque vienes de estar con ella, como dice el poema de
Pound. No niegues tu sonrisa, pero sé comedido: la divinidad te
ha visitado. Encuentra un lugar donde sentarte a comer lo que
hayas llevado para el pequeño viaje y mira el horizonte como si la
encontraras allí. No la puedes ver pero está contigo.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Si no pudiste decirle nada, te aconsejo que escribas en tu
diario que soñaste con ella, pero nada más. Fíjate en lo que
sientes, la sensación, explórala, habita el sobresalto de tu corazón,
pero no la escribas, a menos que quieras dejar de soñar con ella.
También puedes hacer el desayuno escuchando y cantando tu
música favorita, puede ser Belle & Sebastian, The Smiths, el
primer disco de Café Tacuba o el de Fobia, de estos dos
recomiendo particularmente «Las batallas en el desierto», «Café
Tacuba», «Debajo del mar», «Dios bendiga a los gusanos», «La
iguana» o «Corazón de caracol». También podrías escuchar algún
grupo que originalmente le gustara a ella y que ahora ha pasado a
formar parte de tu herencia. Abre los labios como si fueras a
repetir un beso no olvidado, pero canta la canción que te dejó.
Pero si has podido hablar con ella, y si al despertar te has
encontrado con que el día estaba soleado, te recomiendo que
observes la luz del sol, ese regalo que siempre se utiliza para otras
cosas: caminar, correr, ir a la playa… Trata de ver cómo hace lucir
diferente todo, báñate en ella si puedes, pero antes contempla con
atención ese regalo como si quisieras verla por primera vez, úsala
para medir qué tan lejos o tan cerca está el abismo de la
desesperación, del suicidio, ese que está esperando un día o una
idea oscura (lo contrario de una iluminación) para saltar sobre ti.
Alúmbralo para que su oscuridad se llene.
77
Crisopeya
Si recuerdas sus palabras, medítalas, da una caminata por un
lugar querido o guárdalas como la promesa de algo que quieras
hacer, más aún, úsalas como un pretexto, ¡no!, mejor todavía,
como la razón para irte de un lugar que no te gusta, como el valor
para recorrer el agridulce camino solitario, la inspiración para
comenzar algo que quieres desde hace mucho, el coraje para
dejar de hablarle a las personas a las que no les agradas, para
tratar de responder las preguntas que te importan.
Si ella hizo un gesto, ¿cómo era?, ¿puedes repetirlo?, ¿te daba
algo?, ¿puedes tomar lo que te daba?, ¿puedes ir a donde
apuntaba?, ¿puedes cerrar la puerta de tu cuarto con seguro y
recrear la escena donde ese gesto cobra sentido?, ¿bailaba?... de
ser así, ¿por qué no te has puesto a bailar con ella?
Si ella te miraba y tú la mirabas, hazte tu corte de cabello favorito, pero no regreses a casa pronto, vete al centro de la ciudad,
por las calles que te gustan y permite que te miren.
¿Ella lloraba?, ¿o tú llorabas?... ah, si no has podido resolver lo
que la psicología y el sentido común dicen que ya deberías haber
resuelto, ni has tenido el coraje de permanecer solo, entonces
busca a tu novia actual y pregúntale cómo está y si necesita algo.
Trata de hacerla sonreír, si puedes, sin ser pesado ni falso. Pero lo
más importante, disponte a escuchar.
78
Página intencionalmente en blanco
Nemo legit,
hic et nunc
N.° 10, año II, abril 13/22
Ética y responsabilidad en
La chica danesa (2015)
Nicolás Genovecio Lucía
En el presente trabajo llevaré a cabo un análisis del film La chica
danesa (2015) de Tom Hooper, ubicando un circuito de la
responsabilidad en torno al personaje de Einar Wegener, un
pintor de gran prestigio, que vive en Copenhague con su esposa
Gerda.
Para ubicar el mencionado circuito he realizado un recorte
situacional que comienza aproximadamente en el minuto 10:18,
cuando Gerda le comunica a su esposo que Ulla, una amiga de
ambos, canceló su cita para posar para ella, ante lo cual le pide si
le haría el favor de posar él en su lugar. Una vez vestido en
zapatos y medias femeninas se coloca en la posición requerida y
Gerda sugiere que necesita que se coloque un vestido encima
para poder ser más fiel a la representación buscada. Durante la
escena, el espectador puede apreciar que el contacto con la ropa
de mujer y el contexto generan diversas sensaciones inesperadas
en Einar, distinguibles por su lenguaje gestual. De Sousa y
Fuentes oportunamente señalan que «del mismo modo que en el
rostro de Einar al probarse las prendas femeninas leemos la
extrañeza que estos sentimientos suponen para él, podemos decir
81
Crisopeya
que el contenido de las formaciones del inconsciente a veces
significan la misma sensación de ajenidad.» (párr. 4). En un
segundo momento, Einar y Gerda son invitados a una fiesta a la
cual ella quiere ir, pero él no, pues plantea que debe interpretar
un papel, que debe actuar. Ante esto, Gerda plantea que vaya
como alguien más, como Lili, nombre que asumió al posar como
mujer, propuesta que él acepta.
Podemos pensar que la ausencia de Ulla en esa sesión de pintura corresponde al azar, entendido como aquel fenómeno que
desconecta la relación entre causas y efectos (Michel Fariña).
Respecto a la necesidad, su presencia no es tan explícita, pero
podría ubicarse en el hecho de que Gerda debía entregar su
pintura en cierta fecha próxima, algo ajeno a su voluntad,
impuesto por las autoridades encargadas de la recepción, por lo
que debía avanzar rápidamente con su trabajo para cumplir con
el límite, disponiendo de cualquier modelo que tuviera a
disposición, siendo en este caso Einar.
Sin embargo, esta condición no agota la situación, pues surge
una
nueva
dimensión
que
permite
la
irrupción
de
la
responsabilidad. Esto da lugar a un Tiempo 1, un tiempo de la
acción, dado en compañía de otros, donde Einar posa para Gerda,
llevando adelante una conducta con un fin determinado,
agotándose su accionar en este objetivo. No obstante, en las
escenas siguientes se puede apreciar la irrupción de un Tiempo 2,
82
N.° 10, año II, abril 13/22
una instancia singular, donde Einar en su soledad se ve
interpelado por indicadores de la realidad, elementos disonantes
de la misma, comenzando a notar cierto grado de extrañeza por la
manera en la que vive, por su propia identidad, identificando algo
del orden del deseo en esas prendas femeninas que utilizó en el
Tiempo 1, obligándolo a volver sobre lo acontecido, fundándolo
como tal. Opera un tiempo diferente al de la cronología lineal, el
tiempo del Après coup, donde un acontecimiento adquiere su
significación por el suceso que le sigue: un hecho posterior
redefine el valor de su antecedente.
En esta fiesta a la que asiste vestido como Lili, donde ubicamos el Tiempo 2, se presenta como prima de Einar y «. . . a partir
de allí asistimos al desmoronamiento de Einar. En la fiesta conoce
a Henrik Sandahl, con quien termina besándose. Gerda los
descubre . . . se preocupa por Lili. Se retiran juntas de la fiesta,
mientras Lili llora desconsoladamente.» (Gonzales 23). Esto nos
permite conjeturar una hipótesis clínica sobre un dilema respecto
a la identidad de género de Einar, situación ante la cual deberá
responder, haciéndose responsable por aquello que emerge como
disonante, pero le es propio. Él siente que es mujer, pero
considera que está en el cuerpo equivocado. Hasta este momento
fue Einar, pero ahora identifica un deseo, desconocido por su yo,
pero propio de su subjetividad, de ser mujer, ser Lili.
Existen diferentes maneras de responder a la interpelación
83
Crisopeya
propia del Tiempo 2, sobreimpuesta al Tiempo 1, he aquí la
emergencia de la responsabilidad. Se puede ignorar lo acontecido
o reaccionar, hacerse responsable. En este punto fue necesario
dirimir si en el film Einar/Lili lleva a cabo una de las distintas
«respuestas anestesiadas» descritas por D’Amore (2006) o si logra
generar un acto ético que funde un Tiempo 3, constituyéndose
como sujeto de la renuncia, enfrentando su existencia al
sustraerse al dormir en los signos de los otros, asumiendo la
responsabilidad subjetiva.
De Sousa y Fuentes desarrollan la manera en la que Einar/Lili
atraviesa el circuito de la responsabilidad y se detienen en dos
escenas, en una de ellas Einar le pide a Gerda dormir con un
camisón suyo, a lo que su esposa le contesta que nunca habían
hecho eso y él/ella le contesta que no importa lo que se ponga, ya
que al dormir experimenta los sueños de Lili. Aquí comienza a
verse un quiebre que cobra relevancia en una segunda escena, en
la cual Einar decide no acompañar a Gerda a una de sus
presentaciones y le prepara una cena de celebración, vestido
como Lili. Ante esta imagen, Gerda le reprocha su ausencia en el
evento y solicita ver a su esposo, ante lo cual Lili responde que no
puede hacer lo que le pide:
En esta instancia se concreta el tercer momento. Se
concreta ya que es un momento en el que el protagonista
responde desde su posición como sujeto, es decir desde la
dimensión ética; hay allí singularidad (por lo que desfallece
84
N.° 10, año II, abril 13/22
el particular previo). Allí hay acto ético. Dicho tercer tiempo
es el de la responsabilidad subjetiva. (De Sousa y Fuentes
párr. 24).
Aquí, según las autoras, Lili estaría enfrentando su existencia,
siendo un acto por medio del cual se produce como sujeto y se
diluye el sentimiento de culpa-tapón que la llevaría a seguir
dando respuestas morales desde un plano particular que
impediría la emergencia de elementos deseantes más allá del yo.
No obstante, Smud (2015) presenta un posicionamiento muy
diferente al de la instauración de un Tiempo 3. Este autor plantea
que Lili efectivamente sí durmió en los signos de los otros,
encarnando el discurso médico particularista a ese otro. La
protagonista de la película llevó a cabo un cambio en su cuerpo,
pero ese cambio habría sido demandado, no necesariamente
deseado. Lo particular aplastó a lo singular en la puesta en juego
de un furor medicalista cuyo objetivo era el de ser una mujer
según lo que plantean los otros, la moral del momento. Adoptó
como propia la ecuación simbólica entre tener (ciertos genitales)
y ser (cierto género), considerando que cambiando lo que tenía
cambiaría lo que era, cambio físico cuyas consecuencias pagó con
su vida.
El autor critica al campo médico-jurídico por llevar a cabo
una suerte de particularismo por el cual desde su perspectiva
moral, particular, entre otros, busca legislar el universal-singular
que es la determinación del sentido sexual «. . . dado por el signi-
85
Crisopeya
ficante, el goce y el deseo. . .» (Díaz Redondo y Gross y Díaz
Redondo párr. 2), no por la presencia o ausencia de genitales.
Mientras que la dimensión médico-jurídica de la época
consideraba que el sexo se ajustaba completamente a la identidad
de la persona, siendo mujer u hombre por su anatomía; la
dimensión clínica/psicoanalítica reconoce que «. . . no hay nadie
para quién el sexo se ajuste a su identidad, a su ser, a sus
identificaciones.» (Smud párr. 11). Einar siente que es mujer, pero
considera que está en el cuerpo equivocado, ya que «los hombres
tienen pene y las mujeres tienen vulva», máxima que tomó del
discurso médico de la época y adoptó como propia, jugándose en
él/ella un efecto particularista, reafirmando el statu quo: «El “para
todos” de la ciencia barre así con lo singular del goce de cada
quien y la verdad pretende estatuto universal. Ya no se trata de la
verdad del síntoma, siempre singular, sino de la misma para
todos.» (Gonzalez 24). Frente a estas dos posiciones, concluyo que
la más acertada es la presentada por Martín Smud, ya que el
sujeto del Tiempo 3 es el sujeto de la renuncia de la completud,
del todo, del ideal, mientras que en Lili hay una compulsión por la
completud. El Tiempo 3 implica saber hacer con la falta, pero Lili
no puede actuar sobre esa falta porque la niega, siendo esta
negación una figura de la culpa-tapón.
Siguiendo a Calligaris (1987), podríamos decir que hace efecto
el interés y pasión por salir del sufrimiento neurótico banal alie-
86
N.° 10, año II, abril 13/22
nando la propia subjetividad, lo cual se logra al reducirla a una
instrumentalización. Einar/Lili atravesó mucho sufrimiento
generado por la culpa, el cual era aliviado por medio de los
tratamientos, a pesar de generar un sufrimiento físico, el cual
estaba dispuesta a tolerar con tal de disminuir el psíquico. Einar
cede totalmente en el deseo del otro, confunde al pene con el falo,
rechaza al significante implicado en ese órgano y se propone
extirpar el órgano físico, haciéndose objeto de la ciencia; con el
objetivo de lograr un cambio en lo real busca lograr un imposible:
tender a la completud.
Dentro del plano jurídico-moral, podemos ubicar una dimensión de la responsabilidad en el personaje de Kurt Warnekros por
llevar a cabo procedimientos que no han pasado por las etapas
necesarias para ser aceptadas dentro del canon médico, poniendo
en un riesgo mortal a Lili, prometiendo resultados ideales nunca
alcanzados. También hay responsabilidad en Lili por ceder a estos
ensayos clínicos sometiendo su cuerpo y avalando estas prácticas,
pero dicha responsabilidad no agota la responsabilidad subjetiva.
En conclusión, cuando Einar debió responder en ese punto
ciego de su propia existencia en relación con su deseo, a la
interpelación propia del Tiempo 2, en un primer momento actúa
motivado por la culpa-tapón dando respuestas anestesiadas. Ve
su deseo y la interpelación del mismo como algo anormal, que
debía ser tratado, para poder volver a ser el hombre que debía ser
87
Crisopeya
para los demás, el marido que debía ser para Gerda. Es por esto
que visita médicos para que le den una respuesta a lo que sucede,
pudiendo solucionarlo y volver a la «normalidad», negando lo que
le acontece como propio, como algo que desea. Incluso genera
formaciones sintomáticas producto de la culpa, actuando como
una manifestación de la falta con el deseo, una manifestación del
juicio que hace el inconsciente en tanto estatuto ético, por rehuir
a la responsabilidad subjetiva que despertó en Einar la
interpelación. Al buscar volver lo acontecido atrás, volviendo a su
existencia anterior, está propiciando la muerte en vida del deseo
que lo habita.
En momentos más avanzados de la película pareciera que
Einar, más cercano a Lili, asume su deseo, deviniendo como
sujeto desde lo singular, lo que De Sousa y Fuentes calificaron
como Tiempo 3. No obstante, su posicionamiento sigue siendo el
mismo, solo que en vez de negar a Lili, ahora niega el cuerpo de
Einar, volviendo a necesitar de otros para taponar su culpa, para
dar respuesta a su interpelación, cambió a la ciencia que sanciona
y repara patologías por la ciencia que repara «errores de la
naturaleza», otorgando el estatuto de completud, brindando ese
otro el título de «mujer». Es aquí donde radica el cortocircuito
que implica una vuelta viciosa entre Tiempo 1 y Tiempo 2, ligando
los elementos disonantes entre ambos tiempos, sin lograr el
pasaje a un tiempo que propicie el efecto sujeto y la disolución del
sentimiento de culpa.
88
N.° 10, año II, abril 13/22
Bibliografía
Calligaris, Contardo. La seducción totalitaria. Revista Psyché, 1987.
D’Amore, Oscar. «Responsabilidad y culpa». En La transmisión
de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Buenos
Aires: Letra Viva, 2006.
De Sousa, Rosa Paula y Fátima Marisa Fuentes. «Responsabilidad
sobre la propia construcción de una identidad». Ética y cine.
2015. Web. 2 Sep. 2021.
Díaz Redondo, Camila y Mauro Nahuel Gross. «La mujer vestida
de lienzos». Ética y cine. 2015. Web. 2 Sep. 2021.
Gonzalez Pla, Florencia. Clínica nodal y transexualismo a partir de
una ficción cinematográfica. Asthethika Revista Internacional
sobre Subjetividad, Política y Arte Vol. 14, (1), Abril 2018, 17-26.
Michel Fariña, Juan Jorge. Responsabilidad. Entre necesidad y azar
(s/f).
Smud, Martín. «Un recorrido por la reasignación del intervencionismo médico». Ética y cine. 2015. Web. 2 Sep. 2021.
89
Crisopeya
Los negroides
(Ensayo sobre la Gran Colombia)*
Fernando González Ochoa
Esos animales que habitan la Gran Colombia, parecidos al hombre…
I
Vanidad significa carencia de sustancia; apariencia vacía.
Decimos «vano de la ventana», «fruto vano». El papel moneda, por
ejemplo, es una vanidad. Apariencia no respaldada, apariencia de
nada, eso es vanidad.
Llamamos vanidoso a un acto, cuando no es centrífugo, es
decir, cuando no es manifestación de individualidad. Por ejemplo,
el estudiar, no por gana, no por instinto íntimo, sino para ser
tenido por estudioso.
Acto de vanidad es el ejecutado para ser considerado socialmente. Aparentar es el fin del vanidoso.
Vanidoso es quien obra, no por íntima determinación, sino
atendiendo a la consideración social.
Vanidad es la ausencia de motivos íntimos, propios, y la
hipertrofia del deseo de ser considerado.
*Crisopeya publica las partes I, II y III de este libro aparecido en Medellín en 1936.
(Nota de la Revista).
90
N.° 10, año II, abril 13/22
II
La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Es social, o
sea, no puede existir en el hombre solitario. Es simulación, hurto
de cualidades.
Un señor que venera la memoria de su hijo, que vive de la
memoria de su hijo, que no habla sino de su hijo muerto, y que si
tal hijo no hubiera muerto trágicamente, él lo habría matado, para
llorar por él, para vivir del cuento de sus heroísmos y virtudes…:
vanidad.
Una señora vieja que se dio a los pobres, a «la gota de leche», a
los ancianos, a los tísicos, y que si no hubiera pobres, niños
hambrientos, ancianos míseros y tísicos, moriría de tristeza. Tal
vieja rica tiene su gloria asentada sobre el dolor ajeno. Dice: «Si
Dios quiere, habrá leche para los niños…». Para ella, Dios es el
mayordomo de su vanidad; los pobres le forman una corona de
beatitud. Tal vieja es jefe del socialismo blandengue de León
XIII…: vanidad.
Hay actos y usos que tienen su origen en instintos sociales,
como el amor, y que se repiten como formas muertas; por
ejemplo, la corbata.
III
La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Por eso, a
medida que uno medita, que uno se cultiva, disminuye.
91
Crisopeya
La vergüenza es condición de la vanidad; un in-di-vi-duo no
tiene vergüenza, no simula. El orgullo es fruto del desarrollo de la
personalidad, por ende, contrario a la vanidad. El general Gómez
era netamente personalidad, orgullo absoluto y nada vanidoso.
Creó
modos,
usos,
costumbres.
Las
formas
manaban
directamente de su individualidad; era fuente. En Suramérica
hemos tenido dos: Bolívar, hombre etéreo, y Gómez, diabólico,
entendiendo por eso que su plano de vida era con las fuerzas
elementales, telúricas. Bolívar era cósmico. Maravillas ambos
para el observador; maestro, instigador, Bolívar. ¿Entienden ya?
De esto resulta claro lo que he dicho a la juventud, en forma
simbólica, en mis libros anteriores: la cultura consiste en
desnudarse, en abandonar lo simulado, lo ajeno, lo que nos viene
de fuera, y en auto-expresarse. Todo ser humano es un individuo,
generalmente cubierto, que generalmente vive de opiniones
ajenas. En Suramérica todos están en sueño letárgico; aquí nadie
ha manifestado su individualidad, excepto Bolívar, Gómez y algún
otro.
Oigan, pues, jóvenes estudiosos, o mejor, juventud que brega
en la meditación: el hombre es un espíritu, un complejo, que debe
manifestarse, que debe consumir sus instintos en el espacio y el
tiempo; apareció el hombre para manifestarse, para actuar según
sus motivaciones. La vanidad impide todo eso; el vanidoso muere
frustrado, y tendrá que repetir, pues vivió vidas, modos y
pasiones ajenos, o mejor, no vivió.
92
N.° 10, año II, abril 13/22
La otra parte
Nicolás Navarrete (@uy_que_paila)
Collage digital
23 x 17 cm.
93
Crisopeya
The negroids
(Essay about the Gran Colombia)*
Fernando González Ochoa
translated into English by
Rebeca Rendón Cadavid
Those animals that inhabit Gran Colombia, lookalikes of man…
I
Vanity means a lack of substance; empty appearance. We say
«opening of the window», «vain fruit». Paper money, for example,
is a vanity. Unbacked appearance, appearance of nothing, that’s
vanity.
We call an act vain when it’s not centrifugal, that is to say,
when it’s not a manifestation of individuality. For example,
studying, not because of want, not for an intimate instinct, but
just to be considered a scholar.
A vain act is the one made to be considered socially. To pretend is the goal of the vain.
Vain is who acts not for an intimate determination, but
attending social consideration.
*Crisopeya publishes parts I, II and III of this book that appeared in Medellín in 1936.
(Note from the Magazine).
Spanish title: Los negroides (Ensayo sobre la Gran Colombia). (Translator’s Note).
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N.° 10, año II, abril 13/22
Vanity is the absence of intimate motives, our own, and the
hypertrophy of the desire of being considered.
II
Vanity is in inverse proportion to personality. It’s social, that is to
say, it cannot exist in the lone man. It’s simulation, a theft of
qualities.
A man that venerates the memory of his son, that lives in the
memory of his son, that doesn’t speak but of his dead son, and
that if that son hadn’t died tragically, he himself would have killed
him, to mourn him, to live by the story of his heroism and
virtues…: vanity.
An old woman that dedicated herself to the poor, to «the drop
of milk», to the elderly, to the hectics, and if there weren’t poor
people, hungry children, wretched elders and consumptives, she
would die of sadness. That rich old lady has her glory held upon
the misery of others. She says: «God willing, there will be milk for
the children…». To her, God is the butler of her vanity; and the
poor form a crown of beatitude for her. That old woman is the
boss of the wimpy socialism of Leo XIII…: vanity.
There are acts and uses that have their origin in social
instincts, such as love, and that are repeated as dead forms; for
example, the tie.
95
Crisopeya
III
Vanity is in inverse proportion to personality. Therefore, as we
meditate, as we cultivate ourselves, it diminishes.
Shame is a condition of vanity; an in-di-vid-u-al doesn’t have
shame, they don’t simulate. Pride is fruit from the development of
the personality, and as such, contrary to vanity. General Gómez
was only personality, absolute pride and not vain. He created
modes, uses, customs. The forms originated directly from his
individuality; he was the source. In South America we have had
two: Bolívar, ethereal man, and Gómez, diabolical, understanding
by that that his plane of life was with the elemental, telluric
forces. Bolívar was cosmic. Marvels both of them for the observer;
master, instigator, Bolívar. Do you understand yet?
From this is clear what I have said in my youth, in symbolic
form, in my previous books: culture consists of undressing, of
abandoning the simulated, the otherness, what comes to us from
outside, and in auto-expression. Every human being is an
individual, generally covered, that generally lives from other’s
opinions. In South America everyone is in a lethargic dream;
nobody here has manifested their individuality, except Bolívar,
Gómez, and some other.
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N.° 10, año II, abril 13/22
Listen well, young scholars, or better yet, youth who struggle
in meditation: man is a spirit, a complex, that must manifest, that
must consume their instinct in space and time; man appeared to
manifest, to act according to their motivations. Vanity prevents all
this; the vain dies frustrated, and will have to repeat, for they
lived lives, modes and passions from others, or better yet, he
didn’t live at all.
97
Crisopeya
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