10 C r i s o p e y a Revista de Arte y Literatura N.° 10, año II, abril 13/22. ISSN: 2711-4147 (En línea) Página intencionalmente en blanco Dispersion Wasyl Art, fotógrafo Ada Steinke, modelo (@wasylphotography y @adasteinke) Fotografía digital, técnica de larga exposición Crisopeya Revista de Arte y Literatura ISSN: 2711-4147 (en línea) N.°10, año II, abril 13/22 Medellín, Colombia Abril de 2022 Revista mensual En línea Director-Editor Camilo Franco Muñoz Comité Editorial Camilo Franco Muñoz Sebastián Orduz Cortés Sergio Andrés Pérez Loaiza Rebeca Rendón Cadavid Corrección y Edición Andrés Felipe Riveros Díaz Paula Katherine Lozano Molina Diagramación Camilo Franco Muñoz Rebeca Rendón Cadavid ©Wasyl Art & Ada Steinke, por la portada. ©de los textos y las ilustraciones: cada autor y artista es propietario intelectual de su obra y, claramente, dueño de sus derechos de autor. ©Revista Crisopeya, por la presente edición. Depósito legal: 13 de abril de 2022, Biblioteca Nacional de Colombia. Código Depósito Digital: DD-008655. Contenido Crisopeya Editorial Rebeca Rendón Cadavid 9-11 Birth Wasyl Art & Tatiana Prus 12 Aburrimiento Carlos Leoncini 13-18 Untitled Joycelyn Myers 19 La fragilidad de los muertos Rainer Castellá 20-21 Walking Through Bucharest thoughtsbeforeigotosleep 22 Frente al espejo Leslie Guzmán Santiago 23 🎴Tschüs, roter Nachmittag Sergio A. Pérez L. 24 El hincha invariable Alejandro Kapeniak Dreams Wasyl Art & Natalia Lesińska Meléforo Daniel Taborda Obando 25-36 37 38-42 Immortal Patterns thoughtsbeforeigotosleep Neue Präsenz (Deutsche Fassung von J. P. Sepúlveda) Meira Delmar 🎴Tschüs, roter Nachmittag Sergio A. Pérez L. Levi's 501 Jany Rosalba Sanchez Triana Live painting Wasyl Art & Inez Borys Lealtad y nada más Daniel Taborda Obando & Maria Adelaida Zapata Granados Perspective thoughtsbeforeigotosleep Morito Alejandro Kapeniak 43 44-46 47 48-49 50 51-57 58 59-63 🎴Tschüs, roter Nachmittag Sergio A. Pérez L. 64 Sin pertenencias Leslie Guzmán Santiago 65 370 Abraham Fidel Ortiz Lugo 66 Ironía Alejandro Kapeniak 67-71 Real World thoughtsbeforeigotosleep El otro, el mismo (desde una cercana lejanía innominada) Rainer Castellá Untitled Joycelyn Myers Qué hacer si soñaste con una novia previa Ernesto Juárez Rechy 72 73-74 75 76-78 Cefeida Ética y responsabilidad en La chica danesa (2015) Nicolás Genovecio Lucía 81-89 Los negroides (Ensayo sobre la Gran Colombia) Fernando González Ochoa 90-92 La otra parte Nicolás Navarrete 93 The negroids (Essay about the Gran Colombia) (English version by Rebeca Rendón Cadavid) Fernando González Ochoa 94-97 Nemo legit, hic et nunc N.° 10, año II, abril 13/22 EDITORIAL N.°10 Hay una inevitable tragedia en ser lector. Ser lector es un ejercicio en frustración, estrés y decepción. Realmente no hay forma de encontrar final feliz alguno. Imagínese que un día decide leer ese libro del que tanto han hablado las personas. Puede ser el best-seller del momento, o uno de los «imperdibles» clásicos universales, ese libro que «tienes que leer antes de morirte», ese que ha cambiado vidas, mundos, y revolucionado tradiciones. Imagínese ahora que un día lo lee y… no le gusta. El aclamadísimo libro no ha llegado a ese lugarcito dentro de su pecho que lo conecta con la historia o la prosa o los versos que está leyendo: el libro lo ha dejado abandonado, a la deriva, lo ha ilusionado para luego dejarlo en la oscuridad de la incomprensión. ¿Es que las personas de verdad tienen tan mal gusto? ¡Ese libro no tenía nada de especial! ¿Está acaso la humanidad condenada a adular accesoriamente escritos vacíos y superficiales? Pero entonces hay una pequeña vocecilla que susurra en su oído ¿qué está mal conmigo? 9 Crisopeya Porque es posible que el libro no lo haya impactado simplemente porque usted es un mal lector, un idiota, un lego, un incapaz, un zopenco, un cateto y subnormal que no fue capaz de comprender la genialidad de semejante construcción literaria, del tejido de palabras en fina filigrana. ¿Es tan hueca su cabeza que no hay nada allá arriba que pueda encontrar la luz? Pero bueno, no seamos pesimistas, seguramente ese libro o algún otro sí que le va a gustar: va a resonar con usted, lo dejará pensando, le generará preguntas, y, sobre todo, le causará angustias. Piense en ese pequeño detalle que no quedó del todo claro, ¿cómo solucionarlo? ¿Y si hubiera pasado esto y no lo otro? ¿Y si lo analizo desde acá o desde allá? ¿Y ahora qué? Y cuando menos lo espera, está enredado por completo en ese libro, y está buscando otros como ese, o alguien con quien hablar de él, o, peor aún, ¡dedicándose a estudiar el bendito libro! Desde la hermenéutica, o la literatura comparada, el análisis del discurso, o la perspectiva posmoderna-seudoformalista-hipercrítica- multidimensional. Va a seguir escarbando el hueco en el que ese libro lo metió, cavando cada vez más y más hondo para tratar de llenar ese pequeño vacío convertido en caverna que dejó ese libro en su pecho. 10 N.° 10, año II, abril 13/22 Pero en definitiva hay un destino aún peor que los dos anteriores, y, querido lector, deseo encarecidamente que nunca le suceda a usted. Imagínese que un día, como por coincidencia con olor a Moiras, se encuentra con ese libro. Ese libro es distinto a todos los demás, porque parece hecho para usted. Lo lee, y lo relee, y es perfecto, absolutamente perfecto: no hay ni una coma, ni un punto, ni una frase, ni un nombre, que usted quisiera cambiar. Todo encaja, todo está en su lugar, no hay preguntas ni angustias, ese libro está completo, y le deja esa sensación de completitud en el pecho. La luz de esas palabras no deja espacio para la oscuridad. No hay nada oculto, no hay nada que buscar. ¿Y no es eso lo más terrible de todo? Un libro tan perfecto que no hay que leer más: un libro que mata al lector. Rebeca Rendón Cadavid, 2022. Editora. 11 Crisopeya Birth Wasyl Art, fotógrafo Tatiana Prus, modelo (@wasylpho tography y @itayamusic) Fotografía digital, performance de plasmósfera UV 12 N.° 10, año II, abril 13/22 Aburrimiento Carlos Leoncini Hacía ya varios días que habíamos zarpado de Sanlúcar de Barrameda y debíamos de haber navegado unos once o doce días hasta llegar a las islas Canarias. Es difícil decir cuánto tiempo había pasado exactamente, en especial desde mi lugar bajo cubierta, oscuro y húmedo, lleno de excremento de ratas. En los últimos dos días, nos había acompañado una devastadora tormenta. Pensé por un momento que no lo lograríamos. Oculto desde mi escondite sentí cómo la fiera huracanada hamacaba con violencia la embarcación, de un lado a otro hasta dejarla caer en un pozo sin fondo. Este jugueteo despiadado y constante duró por lo menos dos días, provocando cataratas de vómitos. Esto empeoraba si había carga de esclavos. Los lances de los marineros de cubierta se escurrían con la lluvia y llegaban por unas rejillas hasta la bodega en la que me encontraba oculto. Cuando cesó el temporal, los carpinteros usaron bombas de achique para vaciar la panza del barco. Escuché las bombas chupar ese líquido espumante y hediondo como el culo del diablo. Ellos no me vieron. Yo los sentía desde mi lugar, inmóvil y más tieso que un muerto. Ningún Capitán de barco mercante gusta de un polizón, en especial alguien como yo. 13 Crisopeya Si me descubrían, serían capaces de torturarme o lanzarme por la borda. O peor, me esclavizarían hasta hartarse para finalmente colgarme del palo mayor. O quizás arrojarme a los tiburones. El viaje apenas empezaba y el terrible tedio del cruce del Atlántico aguardaba como un demonio impaciente a la espera de un alma. El aburrimiento y la rutina del viaje transformaban a los hombres en bestias salvajes, en especial si se les acababa el ron. Fondeamos en las islas, y al cabo de unas horas, escuché cadenas de esclavos que seguramente habían sido parte de algún trueque para luego ser revendidos a algún hacendado rico en las tierras americanas. Hombres, mujeres y niños eran cosechados de diferentes partes del continente negro. Al principio la mayoría procedía de Senegal, Gambia y Guinea Bissau. Años después comenzaron a traerlos de Biafra, El Congo y Angola. Esta situación representaba un riesgo y una ventaja para mí. Mi escondite era bien seguro, detrás de unos tablones entre dos grandes vigas. Me encontraba en un espacio a continuación de la bodega principal hacia proa, un compartimiento abandonado que había sido usado para guardar herramientas obsoletas. Allí no habrían de encontrarme y cuanto mayor la tripulación del navío, más alimento disponible. Claro que no para los esclavos, una buena parte de ellos no lograría escuchar el grito de ¡Tierra! Un costo bien calculado por las Flotas de Indias. 14 N.° 10, año II, abril 13/22 Allí en ese puerto estuvimos un par de días. Se escuchaba mucho movimiento. Yo debía estar en silencio sepulcral sin hacer absolutamente nada, estirado como una estaca. Debe haber sido un puerto muy importante del archipiélago, posiblemente Tenerife o la Gran Canaria. Finalmente quedamos repletos y zarpamos hacia la inmensidad del océano, con una carga de azúcar, colmillos de elefante, especias y otras mercancías. Pero no habríamos de volver vacíos, sino repletos de oro y plata. Por este motivo y a pesar de ser un barco mercante estaba muy bien artillado. La piratería en el caribe estaba completamente fuera del control de los reyes de España, Francia e Inglaterra. Estos habían comenzado a reclutar a los mismos piratas, titulados como corsarios, para combatir a otros piratas. Algunos de estos cañones se habían soltado durante la pasada tormenta, aplastando a algún marinero, permitiendo que hilos de sangre se escurrieran justo por una de las rejillas de cubierta, llegando hasta mi escondite. Una maldita rata apestosa ingresó en mi habitáculo con la intención de bebérsela y la aplasté con mi pie. Así comenzaron las primeras fatalidades del viaje, mas no serían las últimas. El Capitán dio la orden y el contramaestre hizo lo propio con sus oficiales a cargo. Se izaron las velas y se enfiló proa hacia las Antillas. Nuestro galeón era El Manila. 15 Crisopeya Con suerte tardaríamos cuatro o cinco meses en cruzar el Atlántico. Sin nada que hacer, oculto y con miedo. Solo podía salir por la noche, cuando la mayoría de la tripulación descansaba y los hombres se emborrachaban hasta salírseles los ojos de las órbitas. Los primeros días fueron tranquilos y mortalmente aburridos. El contramaestre animaba a uno de los marineros para que interpretara alegres salomas, con las que no solo se combatía el aburrimiento sino que mejoraba el ánimo y aumentaba la productividad. A veces el navío se mecía con suavidad, podía escuchar el rechinar de cada pedazo de madera del barco, de las drizas tensarse, el susurro del viento inflando las velas, cosas caerse al piso, cosas romperse y gritos. Cada vez que había que corregir el rumbo, asegurar algún cabo o el vigía avistaba algo en el horizonte, se escuchaban gritos pelados de aquí para allá. Mayormente en idioma español pero también escuchaba el mandarín y el hindi. Y por supuesto, el explosivo estallido del látigo sobre la piel curtida de los negros y sus gritos desgarradores. El olor a sangre atravesaba la bodega desde proa a popa llegando a mi habitáculo. Era algo espantoso y horripilante. La sangre atraía a las ratas. Todos esos ruidos eran una tortura. En mi estado de quietud y tedio, me llevaban a la desesperación. Quería dejar de escuchar, concentrarme en alguna otra cosa pero me era imposible. 16 N.° 10, año II, abril 13/22 Hasta que por el agotamiento caía en un estado de lasitud sin llegar a dormirme. Un estado de trance sin poder bajar los párpados, con los ojos ciegos bien abiertos, en las tinieblas de mi refugio. Hacia el final del día, el trabajo de los hombres, fatigados por las rutinarias tareas, empezaba a bajar junto con el sol que se zambullía en el horizonte. Yo me preparaba para salir de mi refugio y estirar un poco mi cuerpo. Después de semanas eternas de inmovilidad secular y desánimo, mis huesos empezaban a sobresalir por sobre las pocas carnes que me quedaban. Asomaban recordándome aquellos barcos encallados en playas de arenas blancas. Mis magras articulaciones sonaban como una bisagra oxidada por el salitre marino. Sentía que los pulmones colapsaban por los hedores humanos y se estrujaban contra mi corazón más duro y arrugado que la cáscara de un percebe. Debía procurarme sustento, alimentarme, mojar mi lengua de lagarto antes que las ratas se apropiaran de mi cuerpo. Dejé pasar algunas horas sin hacer nada, quieto como una piedra, masticando el sabor a bilis de la desesperación. A diferencia del principio del viaje, solo necesité correr uno de los tablones de mi prisión para poder salir. Como una sombra, mi cuerpo pasó entre ellas y me dirigí a la bodega contigua, hacia la proa en donde estaban los alimentos. 17 Crisopeya Me moví flotando como una pluma, nadie me debía de escuchar. Al doblar la esquina para llegar a la puerta, me encontré con el guardia. El vaho de alcohol que le salía por cada uno de los orificios de su cuerpo me atravesó como una estaca a dos metros antes de alcanzarlo. Estaba recostado en el piso, dado vuelta como una media con su tazón vacío de ron. Con cuidado extraje la llave del candado de hierro que aseguraba la bodega de los alimentos. Al hacerlo dejé caer sin querer su pipa al suelo, aunque no lo notó. Podría haberle atravesado de lado a lado con una lanza y no se hubiera dado cuenta. Introduje la llave con cuidado de hacer el menor ruido en esa vieja y herrumbrada cerradura. Al abrir, un olor penetrante a excrementos y orines escapó de aquel recinto oscuro y tenebroso. Apenas se escuchaba el choque de cadenas por el vaivén de las olas. Me acerqué de a poco hacia un haz de luz de luna que se colaba desde una hendija del techo y clavé mis colmillos bien hondos sobre ese cuello negro que brillaba de sudor. Una riada de sangre me colmó la boca con tal fuerza que no pude evitar que parte se escurriera por mis comisuras. La vida llenó mi cuerpo seco y lo revitalizó. Sé bien lo que están pensando, que me aproveché de hombres indefensos y casi muertos. Créanme que esos negros tuvieron su venganza y les juro por Luzbel que El Manila jamás llegó a destino. 18 N.° 10, año II, abril 13/22 Untitled Joycelyn Myers Grafito sobre papel Bristol 9 x 12 in. 19 Crisopeya La fragilidad de los muertos Rainer Castellá El roce de tu mano corroe el júbilo en mi mejilla endeble y pálida como un madero partido en dos después de expulsar los clavos el lamento de la brisa helada que su faz cubre con el velo del cielo y disipa su húmeda rareza en el sereno que agujeran sus pestañas como vuelo de tijeras atrapa el sueño de crédulas imágenes que parecen magros delirios a la cuesta del aliento incita a cobijar la sombra como el hereje que nos trae el cáliz y en sus labios se derrite. El reflejo de los ojos arde como una cicatriz abierta a la marea de tus pechos nacidos para alimentar el insomnio hija de las criaturas que merodean el campo ciego de la piel erigida a la cuesta de oscuras fantasías. 20 N.° 10, año II, abril 13/22 No hay un trozo de luz dispuesto a envilecer mi carne si antes no la ofrece toda a ti. Ni beber de su andar sereno ni transitar por parajes ruinosos llevando en su capucha una porción de mis cenizas. Ralo e imperfecto el vestigio se abraza sin cobrarnos su traviesa porción de plenitud. Son instantes donde el cuerpo ha sido tan poco que terminamos por anhelar las nuevas formas del espíritu aunque se incline y ruegue por sus máscaras gastadas porque el deber le pesa como un velero sentenciado al fuego de San Telmo. Quedaríamos sin tantas cosas buenas para ofrecer que nadie de este mundo podría recordarnos. ¿Qué sería entonces de los vivos sin la fragilidad de los muertos? 21 Crisopeya Walking Through Bucharest thoughtsbeforeigotosleep Ilustración digital 2000 x 2000 px. 22 N.° 10, año II, abril 13/22 Frente al espejo Leslie Guzmán Santiago Soy la que grita tras campanas la que recicla la tolerancia soy la que huye del hedor del humo soy muralla soy átomo despierto espíritu en almohada soy enojo de cinco a seis soy silbido de magia soy ciática la fractura del día soy la que llora cada siete años y lloro desde el alma hasta el aura. 23 Crisopeya 🎴Tschüs, roter Nachmittag Sergio A. Pérez L. Fotografía editada 1686 x 3000 px. 24 N.° 10, año II, abril 13/22 El hincha invariable Alejandro Kapeniak Todo lo que sigue es rigurosamente cierto. Trata sobre Guillo, un típico culo inquieto que supo tentar suerte como pichón de futbolista, profe de Educación Física y chef de renombre. Y aunque la vida lo convirtió en abogado, nunca lo domesticó. Un pasado tan diverso, sumado a su talento criollo de narrador, convirtieron a sus anécdotas en capítulos infaltables de nuestras sobremesas tribunalicias. Sus historias obligan a arrastrar sillas y postergar enconos. Todos nos arrimamos a su mesa y compartimos el cuento: fiscales y defensores, secretarios, juez, mozos y curiosos al azar. En el pueblo nos conocemos de memoria y sabemos de qué se trata. Como decía Landriscina: «A lo que vio que tenía público, se entusiasmó». Guillo, en el centro de la escena, se transforma: tono justo, silencios que enfatizan y gestos precisos. Imaginen la escena, quince o veinte grandulones rodeando al orador, el aroma de tinto rústico impregnando las tablas de madera, los chasquidos moribundos del carbón y un título prometedor: «El Pimpollo». En los párrafos previos evité revelar un detalle. Entre tantos emprendimientos de Guillo uno se llevó las palmas: Referí de Fútbol. No es cosa de colgarse el pito y saltar al césped verde. Hay 25 Crisopeya que estudiar, adquirir un estado físico apropiado, tener constancia y ganar experiencia en forma paulatina. Como en todas las actividades de la vida se empieza desde abajo: partidos zonales, desafíos de barrio, banderín lateral. Así sería la secuencia armoniosa de un árbitro en gestación. Todo de a poco, todo a su tiempo. Salvo que un día, y de prepo, te encuentres dirigiendo una finalísima en el barrio «El Pimpollo» de Mercedes, San Luis. En aquella época Guillo tenía diecinueve años, era un pibe en talle extra large. Estudiaba el profesorado de Educación Física y tentaba suerte en el referato. Sus primeros diez partidos fueron tranquilos, ni siquiera necesitó el silbato, bastaba un grito enérgico y gestos acordes. Por eso lo sorprendió la visita de Lilo Arriando, árbitro curtido y director de la escuela. Que el tipo fuera en persona hasta su casa ya era un orgullo. Que lo felicitara con tanto entusiasmo, un misterio. —¡Grande, nene! —lo abrazó como si fuera su padrino—. Mañana dirigís la final entre «Las Palmas» y «Tres Esquinas». El chico tardó en descifrar semejante premio, según Arriondo los astros se habían alineado: Galíndez tenía un entierro, la Rana Guerci estaba en Buenos Aires, Ortega se casaba esa misma la noche y él, desgraciadamente, no podía dirigir el encuentro. Se tocó el muslo derecho con cara de dolor y ojos resignados. —Puto tirón —le dijo con una rabia exagerada— Me pierdo el 26 N.° 10, año II, abril 13/22 partidazo. —¿Y el Mono Saborido? —preguntó Guillo sabiéndose muy por debajo en el ranking de jueces. El profe titubeó un instante. —Imposible… Le agarró varicela o algo por el estilo. Eran muchas coincidencias juntas. El chico, con unos años más encima, habría comprendido a la perfección esa cadena de azares: las famosas limosnas grandes. Arriando no lo dejó reaccionar, rengueó con la pierna equivocada hasta la puerta y se despidió apurado: —Vos quedate tranquilo, yo me quedo en el lateral y suspendo el partido en cualquier momento. Guillo quedó perplejo y emocionado al mismo tiempo, no podía recular, para los grandes desafíos nacieron los grandes hombres. El sábado almorzó liviano, se colgó el pito y partió puntual en la bicicleta de su vieja. Un primor naranja y con canasta al frente, típico modelo de dama. No llevó, ni tenía, las tarjetas roja y amarilla. No eran obligatorias en esos «amistosos de barrio». Atravesó zonas desconocidas de Mercedes, de quintas separadas y frentes polvorientos. Después de un paso a nivel solitario entró a El Pimpollo, un típico barrio humilde del interior. Casitas dignas y chatas apretujadas alrededor de una plaza. Ahí estaba la cancha, era un plano irregular y seco, sin 27 Crisopeya verde a la vista, solo cardos centenarios y yuyos marrones. Los arcos eran dos postes prolijos y un travesaño improvisado con las ramas más rectas que pudieron encontrar. Tenían colgadas sus respectivas redes, seguro sogas de algún galeón antiguo, por lo gruesas y rígidas. Alguien se había tomado el trabajo de fijarlas al piso con montículos de cascotes. Las áreas y el círculo central se sospechaban más por intuición que por pintura. Algún rasgo de cal antigua quedaba en los laterales, una línea entrecortada que dibujaba el contorno del campo de juego. Casi pisándola se amontonaba una multitud, fácil trescientas personas, entre ellos los técnicos y jugadores suplentes. Ni un banquito tenían, apenas se los distinguía por sus gloriosas casacas. Bordó encendido para «Tres Esquinas», y azul para «Las Palmas». El técnico de los palmeras amedrentaba con sólo mirarlo: morocho, grueso, pelo afro y vozarrón áspero. King Kong, pensó Guillo, cuando el gorila le estrechó la mano. Y comenzó nomás la finalísima, dos equipos visitantes definiendo en terreno neutral su ilusión de once meses. Para sorpresa de Arriando, que cumplió en estar presente, aunque rengueando, el desempeño de su pollo fue admirable. Austero pero preciso, educado y firme. Siguió las jugadas de cerca, aplicó con criterio la ley de la ventaja y sancionó un penal indiscutible. Fin del primer tiempo con Tres Esquinas ganando 1-0. Lástima, a veces el destino excede al desempeño global. En 28 N.° 10, año II, abril 13/22 términos estrictos no fue un error de Guillo, a lo sumo un exceso de severidad, capaz el fantasma estricto de Castrilli dando vueltas por El Pimpollo. Nadie jamás podrá saberlo. Después del segundo gol de Tres Esquinas, notable cabezazo del número 9, el partido estaba definido. Los de bordó confiados y los azules sin piernas para el empate, una tribuna festejando y la otra resignada. Apenas faltaban quince minutos. Y entonces sucedió: un saque de costado intrascendente en la mitad de cancha. El jugador de Las Palmas lanza el balón con sus manos y el juego se reinicia. NO. El réferi pita que se adelantó, debe efectuarse un par de metros más atrás, rigor legalista y una pizca de sobreactuación. Recién en ese instante lo vió y escuchó. Con el rabillo del ojo Guillo percibió al Gordo, una figura nítida sobre un fondo de hinchas anónimos. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! —le gritó el tipo—. ¡Sos muy macho que repetís el lateral! El Gordo era hiper panzón, pero sólido y rotundo, su abdomen era una pieza de hormigón armado. Tenía la pelada brillosa y arrugada hacia el entrecejo; ahí se le juntaban las furias. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! De tanto agitarse la camisa se le escapó del pantalón por un costado. En cada salto flameaba desprolija, igual que sus pocos pelos encima de las orejas. 29 Crisopeya —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! La línea de cal apenas lo contenía, toda su humanidad se inclinaba hacia la cancha y de milagro no se cayó adentro. Tan oblicuo su cuerpo que seguro desafiaba a Newton. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! Arriando, desde lejos, agitó levemente sus manos hacia abajo. El mensaje era claro: tranquilidad, mente fría, ya faltaba poco. Fue un apoyo escaso para los nervios de Guillo, esos últimos minutos se le volvieron eternos. Aunque tenía el partido encauzado, su cabeza solo registraba la frase invariable. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! Quince segundos. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! Diez segundos. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! Por fin llegó el pitazo final. Contra toda previsión, los veintidós jugadores lo saludaron con respeto, y hasta alguno lo felicitó. Las tribunas permanecían tranquilas y el trofeo, semi oxidado, aguardaba sobre un taburete. Arriando se acercó con paso decidido y olvidando su renguera. Le estrechó la mano y lo fue llevando hacia el costado opuesto de la cancha. El opuesto al Gordo, que por algún dique interno de su psique, seguía frenado en la línea de cal. Guille lo espió de reojo y tragando saliva, el tipo se desplazaba con saltitos 30 N.° 10, año II, abril 13/22 de izquierda a derecha y derecha a izquierda. Diez veces, cien, mil. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! Lilo Arriando, sin dejar de arrastrarlo, le iba soltando frases tranquilizadoras: «Tranqui»; «Todo okey». «Gajes del oficio». Pero la única voz que escuchaba el chico venía de atrás: —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! El Gordo estaba rojo, si le explotaban las arterias iba a formarse un cráter más grande que El Pimpollo. 10… 9… 8… El tipo ya era una ojiva nuclear. 7… 6… Entonces sucedió algo inesperado. Alguien tocó el hombro de Guillo, era King Kong, el técnico de Las Palmas. Traía la bicicleta naranja de su vieja, la fue a buscar ni bien terminó el partido y se la estaba entregando. Viejo y zorro, con décadas de oficio, sabía anticiparse a las hecatombes. Se despidió y le dijo algo al oído, con una voz sorpresiva, casi paternal: —Anda yéndote, pibe. Si «Caimán» se manda alguna macana se le arruina la condicional —pasaron dos o tres segundos y fue más claro—: ¡Andate ya, boludo! ¡Corré! Guillo siempre cuenta esa parte de su anécdota con tono perplejo. Dice que, aunque la escena fue vertiginosa, la recuerda en cámara lenta. Se olvidó de los saludos y palmadas y salió disparado hacia las vías. Acción y reacción, el Gordo vio su huida y la frontera de cal 31 Crisopeya se quebró. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! El tipo, corriendo, hacía retumbar todo el barrio. Contra toda previsión, su mole humana se acercaba con rapidez, como un misil lanzado hacia su blanco. Y para colmo la bici de su vieja era un rodado chico, con muchos ciclos y poca velocidad. Al Gordo no podían aguantarle los pulmones ni los gemelos, pero aguantaban. No existía explicación biológica para su marcha, corría cada vez más rápido y su ritmo no cedía, motivación dirían los psicólogos. Guillo pedaleaba contra natura, sus piernas eran muy largas para esa bicicleta de juguete. Sintió el roce de los manotazos del Gordo en la espalda y sus bufidos de toro enojado. Años más tarde, viendo Jurassic Park, recordaría aquel momento: el Tiranosaurio Rex tirando tarascones asesinos que fallaban por un milímetro. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! En el segundo final Guille tomó una decisión audaz. Giró noventa grados de golpe y salió disparado hacia una callecita de tierra, rebotó en badenes y lomos precarios, y casi se cae un par de veces. Pero funcionó, ya estaba en línea recta hacia la salida de El Pimpollo. A sus espaldas el ruido fue clarísimo: derrapada del Gordo y flor de porrazo. La polvareda del impacto duraría varias semanas, como aquel meteorito que mató a los dinosaurios. —¡La puta que te re mil parió, hijo de puta! Fue una hora de andar perdido por barrios de casas iguales. 32 N.° 10, año II, abril 13/22 Al fin otro paso nivel, la avenida, plazas conocidas y casita. Ni bien entró trabó el portón con candado, por las dudas. Su vieja le preguntó si todo estaba bien y él asintió con una sonrisa de papel maché. Siguieron tres vasos de coca y respiraciones pausadas. El timbrazo lo atragantó, por suerte era Arriando con los pulgares hacia arriba. —¡Te felicito, Guillo! Muy buen arbitraje… Lo comprometió a dirigir de nuevo en El Pimpollo al día siguiente. Por las dudas le aclaró que Tres Esquinas y Las Palmas ya estaban regresando a sus respectivas ciudades, lo que suele denominarse «un mensaje subliminal». Por temerario o por zonzo el muchacho aceptó, a esa altura su adrenalina le nublaba el buen juicio. Mientras cerraba el portón escuchó por última vez a su maestro. Era una voz calculada, intentaba decir sin decir, fingía un tono casual. —¡Ah! Hoy descansá tranquilo, acá, en tu casa… Ese «Caimán» consiguió una moto y anda girando por la zona… No fue una noche de descanso reparador. El dilema de Guillo era dirigir o no ese domingo. Al fin se animó, se trataba de Infantiles y ya los conocía de partidos previos. Todo resultó tranquilo y sin sobresaltos, un 0-0 aburrido y sin jugadas polémicas. Mientras saludaba a los padres escuchó a las mamás y abuelas murmurando a sus espaldas. Jamás olvidaría esas palabras. 33 Crisopeya —Me parece que es el mismo de ayer… —¡Uyyy, pobre! —Zafó por un pelo. —Y sí… No sé si será buen réferi, pero nunca vi a nadie pedalear tan rápido. El tiempo cura todo. Corrieron los meses y el orgullo de Guillo resucitó. La figura de aquel gordo pasó de siniestra a risueña. Nuestro protagonista colgó el silbato y se dedicó a cursar su último año de profesorado de Educación Física, sin pausas ni distracciones. Su examen final fue en San Luis, Capital. Nada complicado, una materia satélite que nadie desaprobaba jamás, título garantizado y huevazos de festejo en la calle. Guillo entró confiado y desatento, por eso el apretón de manos lo sorprendió. Desconocido uno. Desconocido dos... «Tres» conocido. Del cuello para abajo era otro: corbata y trabacorbata, celular caro y zapatos de marca. Encima estaba la cabeza del «Caimán» con un rictus ambiguo, ni sonrisa ni mueca, apenas un gesto indeciso, como un lobo perplejo ante la visita del cordero. Eso fue al principio, después, de a poco, su gesto se fue convirtiendo en satisfacción plena. No parpadeó ni habló, durante todo el examen le clavó sus ojos fieros y así permaneció. Inmutable. Guillo fue respondiendo por puro reflejo pregunta tras pregunta, como si fuera otro y en 34 N.° 10, año II, abril 13/22 piloto automático. Recién al final los profes desconocidos miraron al Gordo. —¿Alguna pregunta suya, licenciado? — dijo el más viejo con voz de rutina. Su respuesta fue mínima: una oscilación de la cabeza y los ojos entrecerrados por primera vez. El desconocido dos se incorporó sonriendo. —Entonces lo felicitamos, Guillermo. Ya es colega nuestro… Guillo nos repitió la anécdota un millón de veces, pero nunca recuerda aquel cierre. Supone que saludó y salió lo más rápido posible, igual que con la bicicleta naranja. Su memoria recién empezó a registrar de nuevo un rato más tarde. Estaba en el baño, lavándose la cara con agua fría e incrédulo de las vueltas de la vida. Era el turno de los huevazos y su premio: un asado para mil personas, o capaz el doble. Solo restaba un detalle, para reunirse con su clan tenía que cruzar un estacionamiento desierto. Caminó rápido hacia la barrera de ingreso, intentando escapar del edificio y sus presagios. Justo ahí, antes de salir al mundo, sintió la frenada detrás suyo, un chirrido de neumáticos ardiendo contra el asfalto. Después el Peugeot 504 hizo una maniobra para eludirlo, pero no siguió adelante, frenó a su lado mientras la ventanilla descendía. De eso sí se acuerda siempre, pasan los años y siempre lo cuenta 35 Crisopeya con idénticas palabras. El Gordo le dijo algo con voz muy suave, era el susurro de un caballero. —La puta que te re mil parió, hijo de puta. Si te veo en zapatillas no te voy a perdonar, ahí sí te mato… Después la ventanilla subió con parsimonia y el Peugeot se alejó despacio, muy despacio, esa carrocería gozaba su momento. El festejo fue lindo, con su familia y muchos amigos. Recién a la madrugada pudo conciliar el sueño, eran muchas emociones distintas y mezcladas. Mientras se dormía tuvo una revelación, una sensación extraña y a contramano de toda lógica: ese gordo temible le resultaba simpático. Igual mejor no descuidarse ni bajar la guardia. Capaz por eso Guille estudió Derecho y terminó como abogado… Para andar siempre en zapatos. ¡Zapatillas jamás! 36 N.° 10, año II, abril 13/22 Dreams Wasyl Art, fotógrafo Natalia Lesińska, modelo (@wasylphot ography y @satinvient) Fotografía digital, proyección 37 Crisopeya Meléforo Daniel Taborda Obando Querido Guillermo: Ya sabes lo que dicen del viejo Meléforo: que solo fuma pipa y se sienta a ver sin expresión (debe ser por su barba y sus cabellos largos que su rostro no parece completo), que hace muchos años decía que iba a revolucionar la ciencia y la tecnología, que su invento no iba a tener igual. Que es, en suma, un farsante y un demente (y demás imaginaciones). Yo jamás he creído demasiado en esas historias, sin embargo, Guillermo, he presenciado un suceso que las palabras no pueden describir con exactitud. Una fuerza irresistible e ineluctable me arrastraba a la casa del viejo. No tenía nada que hacer allí, es más, tenía otras ocupaciones en el laboratorio; pero mi fascinación por los rumores del anciano me anonadaron. Cuando llegué a su puerta pensé en desistir pero esta se abrió frente a mí. Entré. Sentí un olor conocido y, por alguna razón que no supe explicarme, agradable. Era una casa algo antigua de techo alto y aire fresco. Al fondo había una chimenea con papeles a medio quemar, si me hubiese acercado habría podido leer algo. En la pared de la izquierda una fila de cuadros con el mismo rostro impasible, viejo y sabio. Cuando miré a la derecha vi al senil 38 N.° 10, año II, abril 13/22 Meléforo sentado en un pequeño balcón, observando el paisaje, y entendí que él era el hombre de los cuadros. Me pregunté por qué tenía tantos cuadros iguales. A pesar de que ya llevaba un rato observando, él no se movía para nada. En serio, Guillermo, lo primero que creí fue que me estaba esperando. Le dio una bocanada a su pipa, era un olor dulce que me atrajo como abeja a una flor. Me senté a su lado y me increpó: «¿Viene a comprobar los rumores, joven?». «Vengo a comprender los rumores, me parece». Estoy seguro, Guillermo, de que el viejo hizo un gesto afable, pero su barba y su cabello en la cara no lo hicieron evidente. «Me han dicho que usted pregonaba ser el mejor científico de este siglo», le dije. «El mejor científico…», me respondió tras dar una calada. No sé por qué quise también fumar de esa manera si no me gusta el tabaco. El anciano seguía mirando por el balcón. Suspiré, se puso de pie y me dijo «vamos». No supe qué pensar, Guillermo, solo me entusiasmé muchísimo. Meléforo avanzó hasta una puerta casi invisible al lado de la chimenea, yo lo seguí con expectación. Cuando crucé la chimenea, noté que eran cartas mohosas las que ardían, al parecer de muchos años. Solo leí la primera línea no consumida por el fuego: «Querido Víctor:…». Cuando llegamos al final de un pasillo estrecho el viejo encendió la luz y vi un enorme frasco de vidrio de por lo menos tres metros sellado arriba y abajo. En la parte baja estaba 39 Crisopeya conectado a unas largas mangueras que, al parecer, surtían de algo al frasco. Atrás había un complejo sistema de cables y engranajes y, a un lado, el panel de control de la máquina. No todo eran rumores, Guillermo, este hombre ocultaba un verdadero laboratorio en su sótano. No sabía qué era ese frasco gigante, pero por su forma parecía una máquina para cultivar humanos o algo así. Lo miré incrédulo y me veía con malicia, como pensando alguna atrocidad. Luego me señaló la pared del fondo. Pegadas a la pared, un sinfín de fotos extraordinariamente parecidas entre sí, pero, a la vez, extrañamente familiares. Cada fotografía tenía la letra «V» seguida de un número, como si hubieran sido marcadas para algún propósito. «¿Qué es todo esto?», le pregunté un poco sobresaltado. «Nuestro pasado y futuro», me respondió con magnanimidad. De un cajón al lado del panel sacó una carpeta de documentos y dibujos junto con una carta escrita en papel tela. Me entregó ambos y se marchó a su balcón a seguir fumando. En ese momento, Guillermo, mi sobresalto fue todavía mayor. Al desdoblar la carta empecé a sudar frío y a temblar. La letra me era completamente familiar: El proceso de autocopiado o clonación no es un proceso sencillo. Se requirieron muchos años de intensa actividad investigativa para hallar la manera de introducir células en un caparazón vacío, y más años todavía para hacer que germinaran las células dentro de este 40 N.° 10, año II, abril 13/22 capullo vacío. Finalmente, he completado el proceso, pero a falta de sujetos de prueba yo mismo tuve que ser uno. El resultado no fue satisfactorio a la primera. No lograba que mis células continuaran reproduciéndose sin estar dentro de un cuerpo; además, la mezcla de mi ADN contenía en sí mismo numerosas enfermedades que dañaban la célula desde su interior. Después de incontables intentos en infinitas frustraciones, desarrollé un líquido sintético que proporciona condiciones para que la célula simule estar dentro de un organismo, permitiendo formar tejidos epiteliales, conectivos, musculares y nerviosos. Lo cual permite el control transcripcional. Y por otro lado, hallé la manera de inmunizar los tejidos de la pared celular para que la enfermedad no pueda esparcirse. Lamentablemente, en una época de ignorancia y fanatismo religioso, mi invento, más que marcar la historia de la ciencia médica, continuaría la cadena de destrucción de la ciencia por miedo a ser como Dios. Y es que si podemos crear vida de manera asexual somos dioses en esta tierra. No obstante estas conclusiones alarmarían a más de uno. Por eso tú, mi mayor triunfo, deberás sobrevivir hasta una época en la que el hombre sea realmente libre, y que los sanguinarios ministros de Dios tengan que morderse la lengua y ahogarse con su propio veneno cuando nos declaremos capaces de dar vida. Tendremos que ser Meléforos, como los inmortales de Persia. Así viviremos hasta ver la luz de la libertad que ofrece un mundo sin prejuicios. A ti te dejó nuestro futuro. ¡Sálvanos! 41 Crisopeya Víctor M. Después de leer aquello no podía contener mi impresión. Corrí todo lo rápido que pude hacía al balcón. El anciano estaba de pie montado en la ventana y miraba hacía abajo con serenidad, ¿o parecía serenidad? Me lanzó su pipa. «Está hecho, Joven Víctor. Somos el mejor científico de este siglo», y se lanzó por la ventana… Quedé atónito. Volví al sótano. En la carpeta había un manual de instrucciones para hacer funcionar la máquina, una fotografía muy familiar, y una llave con etiqueta que decía: «muestras». Mi cabeza estaba al límite, casi no pude regresar por las escaleras. De nuevo en la sala posé mi mirada en la silla del senil Meléforo. La sentí familiar y acogedora, como si toda mi vida hubiese existido para sentarme allí a observar el paisaje. Saqué la pipa, tomé el asiento que otrora fue del viejo y empecé a fumar largamente. Ya sabes que nunca antes había fumado pero aun así sentí que ya sabía hacerlo. ¿Sabes lo que significa? Es por eso, Guillermo, que no puedo volver. Es por eso que llegué hasta la casa del anciano y tengo que quedarme. Lo lamento viejo amigo. Víctor M. 42 N.° 10, año II, abril 13/22 Immortal Patterns thoughtsbeforeigotosleep Ilustración digital 1080 x 1350 px. 43 Crisopeya Noue Präsenz Meira Delmar Ins Deutsche übersetzt von J. P. Sepúlveda Du bist so weit gekommen wie von einer Erinnerung. Du hast nichts gesagt. Nichts. Du sahst in meine Augen. Und irgendetwas in mir, kein Vergessen, hat dich wiedererkannt Aus blauer Ferne wanderte eine alte Erinnerung an Worte und Küsse durch meine Adern, und aus den Tiefen eines unbestimmten Landes im Nebel kamen die im Traum gehörten Lieder zurück. Mein Herz, zitternd, rief dich beim Namen. Du hast meinen Namen gesagt… und die Zeit stand still. Der Nachmittag ruhte seine nachdenkliche Stirn auf den zitternden Händen der offenen Lilien, und durch die Wolken öffneten die wandernden Vögel auf dem Feld die Seite des Fluges. Auf den Schultern, die mit Obst und Tauben beladen sind, weht derselbe Wind ohne Unterlass, 44 N.° 10, año II, abril 13/22 und in dem klaren Augenblick der Bronze war meine Seele, voll von Engeln, wie ein Platz im Himmel. Früher, früher, früher hatte ich dich verloren. In der Nacht der Sterne, oder in der Morgendämmerung [eines Verses.] Einmal. Ich weiß nicht, wo... und die Liebe war, dich einfach wiederzufinden. Nueva presencia Meira Delmar Venías de tan lejos como de algún recuerdo. Nada dijiste. Nada. Me miraste los ojos. Y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo. Desde una azul distancia me caminó las venas una antigua memoria de palabras y besos, y del fondo de un vago país entre la niebla retornaron canciones oídas en el sueño. 45 Crisopeya Mi corazón, temblando, te llamó por tu nombre. Tú dijiste mi nombre... Y se detuvo el tiempo. La tarde reclinaba su frente pensativa en las trémulas manos de los lirios abiertos, y a través de las nubes los pájaros errantes abrían sobre el campo la página del vuelo. Con los hombros cargados de frutas y palomas interminablemente pasaba el mismo viento, y en el instante claro de los bronces mi alma, llena de ángelus, era como un sitio del cielo. Una vez, antes, antes, yo te había perdido. En la noche de estrellas, o en el alba de un verso. Una vez. No sé dónde... Y el amor fue, tan solo, encontrarte de nuevo. 46 N.° 10, año II, abril 13/22 🎴Tschüs, roter Nachmittag Sergio A. Pérez L. Fotografía editada 1686 x 3000 px. 47 Crisopeya Levi's 501 Jany Rosalba Sanchez Triana El hombre de las grandes ideas se rapó la cabeza. Se quedó calvísimo, con el cogote a la intemperie y el juicio entre las cuchillas de la maquinilla de pelar. Tenía tanto pelo e ideas tan superlativas que tres veces hubo que rapar. Al barbero casi se le caen las manos y los ojos de mirar desorbitado esa cantidad de pensamientos y reflexiones cayéndole a sus pies. Se enojó cuando los más irrisorios rozaron sus botas recién bañadas en betún, ensuciándolas de aspectos banales. Una señora los barrió dos o tres veces, pero la escoba se llenó de pelusas y enfadada desistió, mientras se los llevaba al bolsillo de su Levi 's 501. La barbería se llenó de ideas, también de pelo y de gente asomada por los cristales inmensos para observar las ideas tiradas por el suelo. Las que colgaban de la punta de las canas quedaron pegadas al sillón de pelar. Otras volaron hasta los pelambres más cercanos de los chismosos que observaban embobados en el salón. Rápido se corrió la voz y la gente acudió al sitio con morrales y maletas para adueñarse de las ideas. Hasta en carretas llegaron los hombres para recogerlos por montón. Los enjuagaban con agua y romero, se los restregaban por todo el pelo y se quedaban adheridos al cráneo como trenza africana. os menos afortunados se hicieron de pelucas en el mercado negro vistiéndolas con 48 N.° 10, año II, abril 13/22 elegancia y primor. No hubo ser humano en la faz de la tierra que no tuviese al menos una de las grandes ideas de aquel calvo entre sus cabellos. Para cuando el barbero terminó de rapar a aquel hombre, un caos ya se había desatado. La gente había salido a lucir sus ideas, a probar sus ideas, a experimentar y poner en práctica sus ideas. Hombres mediocres con grandes ideas en sus manos tomaron el poder, implantaron leyes, gobernaron sitios. Hombres abyectos con grandes ideas en sus cabezas subyugaron al resto. Raparon las cabezas de los demás y se apropiaron de otras ideas. Una gran barbería dirigida por un calvo con peluquín tomó el control de la humanidad y una señora al otro lado de la calle viste unos Levi’s 501. 49 Crisopeya Live painting Wasyl Art, fotógrafo Inez Borys, modelo Katarzyna Kacprzak, maquilladora (@wasylphot ography, @inezeczka y @psychedelic _works_by_w er_kat) Fotografía digital, pintura corporal UV 50 N.° 10, año II, abril 13/22 Lealtad y nada más* Daniel Taborda Obando María Adelaida Zapata Granados Personajes Torres. Mosquera. Reyes. Rojas. Párroco. Barbero. Soldado. ESCENA I En una vieja casa usada para reuniones están sentados en una mesa alrededor de veinte soldados. A la cabeza el capitán Torres. Torres. —¿Qué pasa con los insurgentes? ¿Cómo va la investigación? Ya quiero coger a esos perros. Soldado. —Se metieron muy adentro del monte, capitán. Podríamos… Torres. —(Interrumpiendo.) ¿Tenemos la localización exacta? Soldado. —Sí señor. Parece ser que están en algún lugar 30 kilómetros al norte. Torres. —(Frunciendo el ceño.) «En algún lugar»… esa no * Basada en el cuento de Hernando Téllez Espuma y nada más (1950). 51 Crisopeya parece ser una localización exacta (Mira al soldado y este agacha la cabeza.) De todas maneras, hay que ir por ellos. Saldremos esta tarde. Solo iremos los experimentados en montaña, el resto se queda vigilando. (Mira a un soldado que estaba enfrente de él.) ¡Mosquera! Mosquera. —¡Señor! Torres. —Tengo asuntos pendientes con el párroco. Ocúpese de eso por mí. Vaya mañana a la casa cural, me han informado que él sabe algo. No salga de allá sin haberlo hecho hablar. No quiero regresar y tener que ir donde ese cretino. Iré donde el barbero, tengo que comprobar algo y de paso darme una afeitada. Mosquera. —Sí señor. A propósito… Torres. —(Interrumpiendo.) ¿Qué ocurre? Mosquera. —Hay rumores de que el barbero es un insurgente. No lo hemos podido comprobar, pero… Reyes. —(Interrumpiendo.) ¡El barbero es un cobarde! Aunque sea un rebelde jamás podría hacer nada contra el capitán. Cuando colgamos a esos perros ni siquiera movió un dedo. Solo se quedó mirando como un pendejo. Mosquera. —De todas formas el capitán podría… Torres. —(Interrumpiendo.) ¡Basta! Ya sabía de esos rumores. Ninguno haga nada, solo vigílenlo. Cuando regrese, yo mismo me ocuparé de él. Mosquera. —Le va a cortar el cuello mientras lo afeita, capitán. 52 N.° 10, año II, abril 13/22 Torres. —Veremos… Vámonos. Torres se ajusta el cinturón de balas y la funda de la pistola. Sale y casi todos sus hombres le siguen. ESCENA II Al interior de la casa cural están Mosquera y el Párroco en la sala. Mosquera tiene en una mano la bolsa de las limosnas, y en la otra, aprieta la funda de la pistola. Párroco. —Ya le dije que no sé nada. Esos rebeldes han intentado intimidarme pero yo no traicionaré la causa del capitán. Mosquera. —(Acariciando la funda del arma.) Usted miente, padre. Dígame lo que sabe y me iré. Párroco. —No puedo ayudarlo. Si me disculpa, tengo eucaristía. Llévese la limosna si quiere. Dios nos proveerá de todo lo que necesitemos. Mosquera. —(Abre su morral y mete el saco de las limosnas.) Iba a hacerlo igual. (Da la espalda al cura y da dos pasos hacia la puerta y luego se detiene.) Padre… ¿qué tal está pasando las noches? Párroco. —(Empieza a sudar.) ¿Qué? Mosquera. —La jovencita que entra aquí todas las noches… a la que usted le prometió que su madre entraría al Cielo aunque se hubiera divorciado de su esposo. 53 Crisopeya El párroco está empapado en sudor. Mosquera. —Quizá podríamos ayudarnos. Usted no quiere que el pueblo se entere, ¿verdad?... (Silencio.) Como quiera (Camina hacia la puerta haciendo ademán de sacar la pistola de la funda.) Párroco. —¡Espere! (Silencio.) ¡Es el barbero! ¡El barbero va a matar al capitán mientras lo afeita! Mosquera quita la mano de la funda y ajusta su morral. Camina hacia la puerta y sale. ESCENA III Los soldados están reunidos en la sala de la casa vieja. Entra Mosquera. Mosquera. —El párroco habló. Lo del barbero no es chisme. Comprobado: es un rebelde y además pretende matar al capitán Torres. Reyes. —Yo lo dudo mucho. No creo que el capitán deje con vida a ese inútil. Sin embargo, deberíamos considerar que el barbero podría tener suerte. Mosquera. —¡Qué estás diciendo! Reyes. —Solo digo que puede ocurrir un pequeño «accidente» a favor del barbero. Todos aquí sabemos de la soberbia del capitán. Y en ese caso, alguien… (Tose a propósito.) tendrá que ocupar su lugar. Mosquera. —¡¿Estás deseando que ese malnacido cortapelos 54 N.° 10, año II, abril 13/22 asesine al capitán!? Reyes. —¡No seas estúpido, Mosquera! El capitán no se lo dejará fácil. No sabemos qué haya planeado. Además, no podemos hacer nada, él mismo lo ordenó. Si desobedeces, tú mismo serás un traidor. Rojas. —¡Ya basta! Nadie hará nada. ¿No escucharon al capitán? La orden fue clara. Si la desobedecen serán tratados como rebeldes. Se hace un silencio. Mosquera sale. ESCENA IV El capitán Torres y sus hombres acaban de regresar del monte. Descansan en el patio de la casa de las reuniones con el equipamiento a un lado de ellos. El capitán se deja el cinturón de balas y la funda de la pistola. Torres. —¡Qué calor está haciendo! Entra Rojas. Rojas. —Capitán. Torres. —(Levantando la cabeza en señal de impaciencia.) ¡Novedades! Rojas. —Mosquera habló con el párroco y, en efecto, el barbero es un traidor y está buscando la oportunidad para matarlo, capitán. Torres. —(Sonriendo con orgullo.) Entonces iré ahora mismo. 55 Crisopeya Me gustaría ver mi oficio en manos de ese farsante. Para matar hay que tener la sangre fría. Hay que hacerlo sin que tiemble la mano. Veamos cómo le tiembla la cuchilla de afeitar. Entra Mosquera, que había estado escuchando. Mosquera. —¡Capitán, yo iré en su lugar! ¡Yo pongo a ese perro en su lugar! Torres. —No, yo mismo me ocuparé de él. Mosquera. —Pero… capitán. Torres. —(Gritando.) ¡Te fusilaré si haces algo! El capitán le da la espalda y sale hacía la barbería. Sin que nadie lo vea, Mosquera se escabulle también hacia allí. Mosquera. —(Para sí mismo.) Si él se quiere morir… yo solo debo obedecer. Pero si interfiero… soy desleal. Y si no hago nada… también. ¡Al diablo! (Sigue caminando hacia la barbería.) Mosquera saca un cigarrillo de la caja, lo enciende, fuma, lo bota; le tiemblan las manos y suda. Mosquera saca otro cigarrillo, lo enciende, da una calada, lo tira al suelo. Camina, suda, saca otro cigarrillo. Torres llega a la barbería y entra sin saludar. Mosquera permanece escondido afuera. Le tiemblan las manos y suda. Observa el interior de la barbería y sus ojos comienzan a saltar, el sudor de su frente le nubla la vista. Se limpia el sudor, continúa temblando. Mosquera. —(Para sí mismo.) Tengo que traicionar al capitán para salvarlo. Pero… (Silencio.) Voy a vigilar. Sí, eso es. Si el 56 N.° 10, año II, abril 13/22 barbero intenta algo le pego un tiro entre las cejas. (Saca su pistola de la funda y le quita el seguro.) Al interior del local el barbero pasa lentamente la hoja de la cuchilla por el cuello del capitán. Mosquera, a pesar del temblor de sus manos y del sudor que le escurre, sujeta con firmeza su arma. ESCENA V Torres se va del local afeitado y rejuvenecido. Mosquera entra. El barbero está de espaldas a la puerta afilando la cuchilla. Mosquera. —¡Traidor! (Empuña con certeza la pistola.) ¡Tenían razón, dijeron que usted era un cobarde, que no podría matar al capitán! El barbero permanece de espaldas afilando la cuchilla. Barbero. —Ya lo dijo su capitán: matar no es fácil. Yo solo soy un barbero... y cada cual en su puesto. Mosquera da un largo respiro. Pone de nuevo el seguro del arma y la guarda en la funda. Mira con desprecio al barbero y sale, sin despedirse, del local. FIN. 57 Crisopeya Perspective thoughtsbeforeigotosleep Ilustración digital 1600 x 2000 px. 58 N.° 10, año II, abril 13/22 Morito Alejandro Kapeniak El océano es un infinito que regala clemencia. Nos promete una orilla que no vemos, nos anuncia un destino. Algunos pueden concebirlo como lejanía; el aquí y ahora es la vida, lo propio, las certezas. Otros, en cambio, añoran aquella orilla; la presienten como un hogar verdadero. El niño nada sabía de reflexiones tan espesas, simplemente se fascinaba con ese mar lleno de veleros y goletas. Viajar desde Málaga hacia Cádiz le parecía un viaje interminable. Tierras grises y aburridas, tristes como el caserón de Doña Cata, amiga de su madre y tía por cariño. Detestaba ese edificio, un conjunto de paredes gruesas elevadas en riguroso desorden. Tanta sal en el viento las vencía sin piedad, morían carcomidas como ruinas centenarias. Era una sensación extraña, una vivencia de historia presente, difícil de explicar con palabras. Demasiada melancolía y un premio por tolerarla: la terraza hacia el mar, título ambicioso para una explanada que mezclaba construcción con paisaje. Se perdía en un acantilado pequeño golpeado por las olas. Pura belleza, un rumor ondulado y lleno de gotitas. A veces cerraba los ojos para sentir mejor: agua, espuma y olor a maravillas. Ahí escuchaba sonidos de su mente. Piratas altaneros saltando al abordaje, sirenas cantando, ejércitos antiguos tentando epopeyas. 59 Crisopeya Leyendas del mar. Realidades del mundo. Desde París llegaban noticias fantásticas, el inicio de un tiempo nuevo. Del Mediterráneo a Gibraltar y de Gibraltar a Cádiz. En el puerto se escuchaban todas las voces. Algunas aterradas: esas ideas locas querían destruir a Dios, se aproximaba el reino del demonio. Otras entusiastas: el hombre por fin sería libre, concluía una era de oscuridad. Libertad, Igualdad, Fraternidad. El resumen de todos los miedos e ilusiones era breve, apenas una palabra: Revolución. —¡Josecito! ¡Ven adentro de una vez por todas! —gritó su mamá desde la galería. El chico cumplió, se sentía tan libre que sabía obedecer. Detestaba las órdenes caprichosas y respetaba los mandatos. Con su padre primaban la admiración y el temor. Con su madre era distinto, esa voz tierna comandaba a fuerza de cariño. La cena fue austera y la noche inmediata. Arrebujado en su cama recibió la bendición de buenas noches. —Que Jesús bendiga tu sueño, hijito. Mañana temprano partiremos hacia casa. Tus hermanos deben extrañarnos, y también papá. El chico apretó su mano. Necesitaba decirlo en voz alta, compartirlo con alguien: —Quisiera vivir aquí, en Cádiz y frente al mar. Odio nuestra ciudad… 60 N.° 10, año II, abril 13/22 El orgullo de un varoncito es un tema delicado. Su madre comprendía demasiado y le dolía entender. —No debes escucharlos. Son niños como tú y suponen que ser muchos los vuelve poderosos. Es su confesión de cobardía. El pequeño mordió sus labios con rabia. —Cuando se burlan y me gritan «Moro» desearía matarles… —Hijito, no deben importarte las palabras de los demás. Creer en ti mismo, pese a todo, es la clave de un corazón invencible. Y no permitas que tu pecho se llene de ira… O mejor, convierte esa ira en fortaleza. Que nutra tus sueños. Que te haga mejor y más inteligente —ese tono solemne empeoraba las cosas, por eso ensayó dulzuras y fantasías— Te contaré un secreto, tú eres mi héroe. Y quizá, algún día, el de todos. Un capitán magnífico de pelo oscuro y piel aceitunada. «Moro» no es una ofensa, solo en algunas bocas suena mal. El niño y la vela escucharon su relato, iluminados los dos y temblando de emoción. Les narró sobre imperios de ultramar, con reyes de piel igual a la suya. Historias increíbles de incas, aztecas y mayas. Tan moros como él; y más valientes que españoles, ingleses y franceses. Leyendas que en Málaga nadie conocía. —¿Yo nací allí, madre? —Un poquito más al sur. ¿No recuerdas? El niño negó con su cabeza, habían llegado a España siendo él 61 Crisopeya muy pequeño, el benjamín de la familia. Recordaba imágenes confusas de una misión indígena llena de gente apacible y laboriosa. Un mundo distinto. La mujer despejó el flequillo de su frente y le dio un beso. —¿Qué cuento nos toca hoy? La respuesta fue idéntica a todas las de ese mes. Siempre la misma historia. —Los cartagineses… Su madre suspiró: —Pues bien, empecemos otra vez… Siguieron minutos épicos. Los Alpes y Pirineos derrotados por un ejército de elefantes. Con ellos viaja una multitud: soldados, armamento, provisiones y mil cosas más. El general Aníbal era un genio, había concebido una estrategia monumental y previsto cada detalle, los inmensos y los pequeños. Agua para su gente y los animales, abrigos, ungüentos, calzados de reemplazo, escudos distintos y pedernal para las lanzas. Todo. ¿Cómo una única cabeza supo calcular tanto? El niño recordó un dicho de su papá: «El respeto de tu enemigo es el elogio más sincero». De ser así, el pánico de Roma hacia Aníbal era elocuente. El imperio más grande de todos los tiempos temía pronunciar su nombre. No era otro aventurero, ni tampoco un bárbaro enardecido. Aníbal cumplía un destino, la historia lo aguardaba. Al ver sus ojitos entrecerrados, la mujer atenuó su voz hasta 62 N.° 10, año II, abril 13/22 convertirla en silencio. Después intentó apagar la flama del velón, una luz miserable que dibujaba cordilleras de sombra en la pared. —¡Me acordé, mamita! —el chico se despertó en un grito y sujetó su brazo—. ¡Ya lo recuerdo! Aunque intentó disimularlo, la mujer se asustó un poco. Su hijo era equilibrado y sereno, más maduro que los niños de su edad. Pero ella lo conocía, una pasión inmensa consumía su pecho. Fantasías grandes y una pizca de locura. Pocas veces las compartía, eran ilusiones gigantes, como los elefantes de Aníbal. —Calma, hijito… ¿Qué recordaste? Ojos negros y persuadidos la miraban desde el futuro. —El nombre de mi pueblo, mamá. Se llamaba Yapeyú… 63 Crisopeya 🎴Tschüs, roter Nachmittag Sergio A. Pérez L. Fotografía editada 1686 x 3000 px. 64 N.° 10, año II, abril 13/22 Sin pertenencias Leslie Guzmán Santiago ¿De qué sirvió tener la piel almendrada y las manos rebosantes de miel? si ahora soy dueña del deseo empolvado del pie con púas del paréntesis sin forma y de la monocromía del horizonte ¿De qué sirvió tener el cosmos en una burbuja y alimentarme de galaxias crudas? si ahora soy dueña del espacio entre la luz del muñeco de madera de la voz que fractura el esqueleto del puño sin infancia del minuto enterrado del canto con necrosis y del instante ya extinto. 65 Crisopeya 370 Abraham Fidel Ortiz Lugo Acrílico sobre cartulina de 300 gr. 29,7 x 42 cm. 66 N.° 10, año II, abril 13/22 Ironía Alejandro Kapeniak Antes todo era fácil para mí, sacaba de la caja un aparato nuevo y ya entendía los botones; era como un don. También escribía, qué lindo escribía; pero ahora los botones no se pueden tocar, hay que apoyar el dedo sobre un vidrio, con letras chiquitas, y para colmo en inglés. Algo deslicé y apareció la voz de Cata disculpándose con Dora. Que por la cuarentena no la dejan pasar, que la semana que viene voy y limpio todo, que mil gracias y mil perdones… Si ni cocinar sabe, todos los días puré o sopa «no se atragante Bernabé, coma despacito…» ¿Quién es esa Dora? Mis nueras tienen todas nombres parecidos: Nora, Cora, Dora. ¿Esa no estaba en Estados Unidos cuando empezó la enfermedad? Flor de tilinga, siempre viajando a costa de mi hijo que se mata laburando… Que la negrita se joda, cuando vuelva nadie le va a pagar… Y menos yo, que siempre me esconden la billetera. Antes me respetaban, hasta miedo me tenían, y ahora extraño el puré de Clara… ¿O Cata? Encima me lo metieron a ese tipo de prepo. Seguro fue Nora para cobrarle la habitación. El tipo siente vergüenza, se esconde, no se deja ver… Qué bien escribía yo, y cómo no, si lo hacía todo el tiempo, en el papel y en mi cabeza. Un día tomamos la metalúrgica y los muchachos me descubrieron en medio de la huelga perdido en poesías, con la libreta de tapa dura, 67 Crisopeya no me acuerdo el color… Se mataron de risa, pero después les leí algunas líneas y aplaudieron. Dijeron que podía cantarlas Alberto Podestá… Ahí anda el hijo de puta, se piensa que no lo veo, no se da cuenta que la puerta es de vidrio. Me mira de reojo, se hace el distraído. ¿Cuánto dormí? No estoy en la habitación, estoy en… Tendría que haberle acercado alguna letra a Alberto Podestá, con su voz y mis letras… A las palabras hay que domesticarlas, cuando sos un buen domador de palabras brillás en todos lados. Te creen un dandy, hasta las pitucas te relojean con ganas. ¿Y Esther? Ella tendría que cocinarme y no la negrita de mierda, esa Claudia que me llamó el otro día, para decirme… La lasaña de Estercita es gloriosa, le pone crema y nuez moscada, pero hace mucho que no la prepara… Qué asqueroso es el tipo, mojó todo el inodoro. Me importa un pito cuánto le pagó a Mora, cuando ella vuelva de Europa se lo voy a decir clarito: lo sacás de mi casa o lo saco yo a patadas. Se hace el indiferente, sabe que está en falta, nunca aparece donde estoy… Flor de turro, se levanta a la noche y come como un cerdo… La cocina es una mugre. ¡Ja! La negrita de mierda va a tener que trabajar el triple cuando se cure. ¿Estaba enferma la pobre? Por mí que se muera, no me dejó ni un pedazo de pan en la alacena, me muero de hambre. Y encima descalzo, tengo helados los pies… Si le decís a una mina: «Por fin se da la oportunidad, tarde o temprano sucedería…», ese verbo del final, «sucedería», suena lindo, a tipo culto, con mucho mundo. Y ahí te 68 N.° 10, año II, abril 13/22 quedás callado, que la tipa fabrique el final en su cabeza… Tendría que matarlo al tipo, se acostó en mi cama y la meó, tengo frío y el colchón húmedo me congela los riñones. Está muy mal ese hombre, debe ser peligroso si anda tan perdido. Capaz en una de esas agarra un cuchillo, viejo de porquería… Jodete, estúpido, te gané de mano, es mi casa y yo escondí los cuchillos. ¿Dónde? No importa, me guardé un tramontina filoso... Cuando mi hijo y mi nuera vuelvan de Miami capaz lo encuentran en un charco de sangre, boqueando. Culpa de ellos, sobre todo del pollerudo de mi hijo, que se deja llevar de las narices por su esposa… ¿O se había muerto mi hijo? Pobrecito… ¿Ya es de noche? Me cuesta levantar las persianas, ya no soy un pibe y me las dejan siempre cerradas. ¿Será por el loco que vive conmigo, para que no se escape? ¡Dios, qué hambre! Me lo comería a él, pero no encuentro el tramontina… Igual, los filos no son lo mío, yo soy un tipo que lastima con palabras, lo mío es la… Carajo, ¿cómo era esa palabra? Memoria de porquería… «Señorita, tan cerca suyo, el peligro se vuelve una tentación… Por usted sabría volar… O me dejaría caer…» ¿Cuándo murieron los piropos? El mundo se llenó de burros… ¡Ironía! Los filos no son lo mío, lo mío son las ironías… El día que me lo cruce al loco lo voy a aniquilar, pero con elegancia, como un señor… Aunque es un viejo gagá, de a ratos le funciona la maldad. Me espía en los reflejos, usa mis cosas, revisa mis fotos… Anduvo espiando las de mi Esther. Qué linda salió en 69 Crisopeya esta, fue cuando bautizamos a… No, ese pelo duro de spray no es de ella, capaz es Cora… Mierda que no paro de toser, me falta el aire... Hasta mi aire respira ese turro, me roba todo… Pero yo soy un señor, no un cagón como él, siempre escondido en los umbrales. En algún momento se guardó todos los cuchillos, también los tenedores, hasta el tramontina me escondió. Tendría que llamar a un loquero, así lo vienen a buscar, pero no encuentro el teléfono por ningún lado, ni la mesita del teléfono. Acordate Bernabé: con altura, humillalo con palabras, reventalo con ironías. «¡Esther! ¿Dónde te metiste, mujer?» No me responde, y su silencio se me vuelve cruel. Quedaría linda esa oración en un tango... Ese turro me roba todo, ¿también a ella? En el baño el olor es insoportable, y para colmo no funciona la luz, parece la cueva de un lobo. Debe andar por ahí, atrás de la puerta o escondido en la bañera… Mejor ganarle de mano… Rompí el espejo y la mano me sangra, pero en el instante previo pudo verlo de frente, apenas un segundo. Fui más rápido, el vidrio más grande y agudo lo tengo yo, ya no me hace falta el tramontina… No vale la pena, Bernabé, vos no sos como él, vos sos un caballero… Al fin me apiado del tipo, de su figura flaca y ridícula, del pelo revuelto sobre las orejas, de sus ojos inyectados de miedo… Es un viejo chocho, no se merece un puntazo. Pero sí una ironía: mostrarle desdén, tratar su tragedia consumada como algo leve, mentirle que es un inicio su ocaso… 70 N.° 10, año II, abril 13/22 ¡Qué lindo combino las palabras! Largo el vidrio, y con mi gola de tenor, le canto las cuarenta: «Hay un momento muy claro», empiezo, y la tos me puede, es una arcada que me hiere la garganta. Pero de a poco afloja, hasta que al fin logro serenarme… Soy mejor que Alberto Podestá, una típica resuena a mis espaldas: «Hay un momento muy claro, hay un día y una hora, cuando se está cerca de alguien que empieza a enloquecer». 71 Crisopeya Real World thoughtsbeforeigotosleep Ilustración digital 950 x 1163 px. 72 N.° 10, año II, abril 13/22 El otro, el mismo (desde una cercana lejanía innominada) Rainer Castellá Como un manto ante mis ojos en blanco y negro la lluvia devela su acecho desde el portarretrato que cuelga en la pared como una cruz esa cruz blanda que renuncia al murmullo de las aves al rugido de los autos que prende fuego al cielo al lamento irreductible de los ancianos al presagio del tiempo que se agita como un caracol en la orilla de las puntadas de la brisa en el vacío acaso, estrechez impropia de la flema que se anida en mi garganta prolonga el asma y mi cuerpo desploma en el sillón de esta sala que se hereda como un epitafio entre esos recuerdos ajenos que debieron pertenecer al otro al de la fotografía en la pared 73 Crisopeya que abraza el rastro de la lluvia en blanco y negro aunque sus extremidades fueran hechas con lúcidos colores y su espíritu con la energía perversa que le falta al universo. Ese otro es quien se desnuda para vestirme de silencio, de ausencia, de cenizas. 74 N.° 10, año II, abril 13/22 Untitled (2) Joycelyn Myers Grafito sobre papel Bristol 9 x 12 in. 75 Crisopeya Qué hacer si soñaste con una novia previa Ernesto Juárez Rechy Para E. C. Las posibilidades son muchas y dependen en gran medida de lo que hayas soñado. Estas son solo unas sugerencias: Si el sueño ha tenido que ver con su desnudez, te recomiendo que no hables con nadie, que no veas a nadie, sino que, de ser posible, muy temprano, salgas de casa sin que ninguna persona se dé cuenta. Hay siempre una necesidad de confesar, por eso recomiendo que te cuides de ti mismo, de desespumarte, como los vinos, por la boca. Deja la idea de tu presencia como un rehén para los demás, para que no espíen ni siquiera tu ausencia, y ve a perderte en los cafetales de Coatepec, en alguno de los caminos de Xico, de sus exuberantes y melancólicos senderos de niebla, antes de que desaparezcan... Trata de que nadie te toque ni te hable, porque vienes de estar con ella, como dice el poema de Pound. No niegues tu sonrisa, pero sé comedido: la divinidad te ha visitado. Encuentra un lugar donde sentarte a comer lo que hayas llevado para el pequeño viaje y mira el horizonte como si la encontraras allí. No la puedes ver pero está contigo. 76 N.° 10, año II, abril 13/22 Si no pudiste decirle nada, te aconsejo que escribas en tu diario que soñaste con ella, pero nada más. Fíjate en lo que sientes, la sensación, explórala, habita el sobresalto de tu corazón, pero no la escribas, a menos que quieras dejar de soñar con ella. También puedes hacer el desayuno escuchando y cantando tu música favorita, puede ser Belle & Sebastian, The Smiths, el primer disco de Café Tacuba o el de Fobia, de estos dos recomiendo particularmente «Las batallas en el desierto», «Café Tacuba», «Debajo del mar», «Dios bendiga a los gusanos», «La iguana» o «Corazón de caracol». También podrías escuchar algún grupo que originalmente le gustara a ella y que ahora ha pasado a formar parte de tu herencia. Abre los labios como si fueras a repetir un beso no olvidado, pero canta la canción que te dejó. Pero si has podido hablar con ella, y si al despertar te has encontrado con que el día estaba soleado, te recomiendo que observes la luz del sol, ese regalo que siempre se utiliza para otras cosas: caminar, correr, ir a la playa… Trata de ver cómo hace lucir diferente todo, báñate en ella si puedes, pero antes contempla con atención ese regalo como si quisieras verla por primera vez, úsala para medir qué tan lejos o tan cerca está el abismo de la desesperación, del suicidio, ese que está esperando un día o una idea oscura (lo contrario de una iluminación) para saltar sobre ti. Alúmbralo para que su oscuridad se llene. 77 Crisopeya Si recuerdas sus palabras, medítalas, da una caminata por un lugar querido o guárdalas como la promesa de algo que quieras hacer, más aún, úsalas como un pretexto, ¡no!, mejor todavía, como la razón para irte de un lugar que no te gusta, como el valor para recorrer el agridulce camino solitario, la inspiración para comenzar algo que quieres desde hace mucho, el coraje para dejar de hablarle a las personas a las que no les agradas, para tratar de responder las preguntas que te importan. Si ella hizo un gesto, ¿cómo era?, ¿puedes repetirlo?, ¿te daba algo?, ¿puedes tomar lo que te daba?, ¿puedes ir a donde apuntaba?, ¿puedes cerrar la puerta de tu cuarto con seguro y recrear la escena donde ese gesto cobra sentido?, ¿bailaba?... de ser así, ¿por qué no te has puesto a bailar con ella? Si ella te miraba y tú la mirabas, hazte tu corte de cabello favorito, pero no regreses a casa pronto, vete al centro de la ciudad, por las calles que te gustan y permite que te miren. ¿Ella lloraba?, ¿o tú llorabas?... ah, si no has podido resolver lo que la psicología y el sentido común dicen que ya deberías haber resuelto, ni has tenido el coraje de permanecer solo, entonces busca a tu novia actual y pregúntale cómo está y si necesita algo. Trata de hacerla sonreír, si puedes, sin ser pesado ni falso. Pero lo más importante, disponte a escuchar. 78 Página intencionalmente en blanco Nemo legit, hic et nunc N.° 10, año II, abril 13/22 Ética y responsabilidad en La chica danesa (2015) Nicolás Genovecio Lucía En el presente trabajo llevaré a cabo un análisis del film La chica danesa (2015) de Tom Hooper, ubicando un circuito de la responsabilidad en torno al personaje de Einar Wegener, un pintor de gran prestigio, que vive en Copenhague con su esposa Gerda. Para ubicar el mencionado circuito he realizado un recorte situacional que comienza aproximadamente en el minuto 10:18, cuando Gerda le comunica a su esposo que Ulla, una amiga de ambos, canceló su cita para posar para ella, ante lo cual le pide si le haría el favor de posar él en su lugar. Una vez vestido en zapatos y medias femeninas se coloca en la posición requerida y Gerda sugiere que necesita que se coloque un vestido encima para poder ser más fiel a la representación buscada. Durante la escena, el espectador puede apreciar que el contacto con la ropa de mujer y el contexto generan diversas sensaciones inesperadas en Einar, distinguibles por su lenguaje gestual. De Sousa y Fuentes oportunamente señalan que «del mismo modo que en el rostro de Einar al probarse las prendas femeninas leemos la extrañeza que estos sentimientos suponen para él, podemos decir 81 Crisopeya que el contenido de las formaciones del inconsciente a veces significan la misma sensación de ajenidad.» (párr. 4). En un segundo momento, Einar y Gerda son invitados a una fiesta a la cual ella quiere ir, pero él no, pues plantea que debe interpretar un papel, que debe actuar. Ante esto, Gerda plantea que vaya como alguien más, como Lili, nombre que asumió al posar como mujer, propuesta que él acepta. Podemos pensar que la ausencia de Ulla en esa sesión de pintura corresponde al azar, entendido como aquel fenómeno que desconecta la relación entre causas y efectos (Michel Fariña). Respecto a la necesidad, su presencia no es tan explícita, pero podría ubicarse en el hecho de que Gerda debía entregar su pintura en cierta fecha próxima, algo ajeno a su voluntad, impuesto por las autoridades encargadas de la recepción, por lo que debía avanzar rápidamente con su trabajo para cumplir con el límite, disponiendo de cualquier modelo que tuviera a disposición, siendo en este caso Einar. Sin embargo, esta condición no agota la situación, pues surge una nueva dimensión que permite la irrupción de la responsabilidad. Esto da lugar a un Tiempo 1, un tiempo de la acción, dado en compañía de otros, donde Einar posa para Gerda, llevando adelante una conducta con un fin determinado, agotándose su accionar en este objetivo. No obstante, en las escenas siguientes se puede apreciar la irrupción de un Tiempo 2, 82 N.° 10, año II, abril 13/22 una instancia singular, donde Einar en su soledad se ve interpelado por indicadores de la realidad, elementos disonantes de la misma, comenzando a notar cierto grado de extrañeza por la manera en la que vive, por su propia identidad, identificando algo del orden del deseo en esas prendas femeninas que utilizó en el Tiempo 1, obligándolo a volver sobre lo acontecido, fundándolo como tal. Opera un tiempo diferente al de la cronología lineal, el tiempo del Après coup, donde un acontecimiento adquiere su significación por el suceso que le sigue: un hecho posterior redefine el valor de su antecedente. En esta fiesta a la que asiste vestido como Lili, donde ubicamos el Tiempo 2, se presenta como prima de Einar y «. . . a partir de allí asistimos al desmoronamiento de Einar. En la fiesta conoce a Henrik Sandahl, con quien termina besándose. Gerda los descubre . . . se preocupa por Lili. Se retiran juntas de la fiesta, mientras Lili llora desconsoladamente.» (Gonzales 23). Esto nos permite conjeturar una hipótesis clínica sobre un dilema respecto a la identidad de género de Einar, situación ante la cual deberá responder, haciéndose responsable por aquello que emerge como disonante, pero le es propio. Él siente que es mujer, pero considera que está en el cuerpo equivocado. Hasta este momento fue Einar, pero ahora identifica un deseo, desconocido por su yo, pero propio de su subjetividad, de ser mujer, ser Lili. Existen diferentes maneras de responder a la interpelación 83 Crisopeya propia del Tiempo 2, sobreimpuesta al Tiempo 1, he aquí la emergencia de la responsabilidad. Se puede ignorar lo acontecido o reaccionar, hacerse responsable. En este punto fue necesario dirimir si en el film Einar/Lili lleva a cabo una de las distintas «respuestas anestesiadas» descritas por D’Amore (2006) o si logra generar un acto ético que funde un Tiempo 3, constituyéndose como sujeto de la renuncia, enfrentando su existencia al sustraerse al dormir en los signos de los otros, asumiendo la responsabilidad subjetiva. De Sousa y Fuentes desarrollan la manera en la que Einar/Lili atraviesa el circuito de la responsabilidad y se detienen en dos escenas, en una de ellas Einar le pide a Gerda dormir con un camisón suyo, a lo que su esposa le contesta que nunca habían hecho eso y él/ella le contesta que no importa lo que se ponga, ya que al dormir experimenta los sueños de Lili. Aquí comienza a verse un quiebre que cobra relevancia en una segunda escena, en la cual Einar decide no acompañar a Gerda a una de sus presentaciones y le prepara una cena de celebración, vestido como Lili. Ante esta imagen, Gerda le reprocha su ausencia en el evento y solicita ver a su esposo, ante lo cual Lili responde que no puede hacer lo que le pide: En esta instancia se concreta el tercer momento. Se concreta ya que es un momento en el que el protagonista responde desde su posición como sujeto, es decir desde la dimensión ética; hay allí singularidad (por lo que desfallece 84 N.° 10, año II, abril 13/22 el particular previo). Allí hay acto ético. Dicho tercer tiempo es el de la responsabilidad subjetiva. (De Sousa y Fuentes párr. 24). Aquí, según las autoras, Lili estaría enfrentando su existencia, siendo un acto por medio del cual se produce como sujeto y se diluye el sentimiento de culpa-tapón que la llevaría a seguir dando respuestas morales desde un plano particular que impediría la emergencia de elementos deseantes más allá del yo. No obstante, Smud (2015) presenta un posicionamiento muy diferente al de la instauración de un Tiempo 3. Este autor plantea que Lili efectivamente sí durmió en los signos de los otros, encarnando el discurso médico particularista a ese otro. La protagonista de la película llevó a cabo un cambio en su cuerpo, pero ese cambio habría sido demandado, no necesariamente deseado. Lo particular aplastó a lo singular en la puesta en juego de un furor medicalista cuyo objetivo era el de ser una mujer según lo que plantean los otros, la moral del momento. Adoptó como propia la ecuación simbólica entre tener (ciertos genitales) y ser (cierto género), considerando que cambiando lo que tenía cambiaría lo que era, cambio físico cuyas consecuencias pagó con su vida. El autor critica al campo médico-jurídico por llevar a cabo una suerte de particularismo por el cual desde su perspectiva moral, particular, entre otros, busca legislar el universal-singular que es la determinación del sentido sexual «. . . dado por el signi- 85 Crisopeya ficante, el goce y el deseo. . .» (Díaz Redondo y Gross y Díaz Redondo párr. 2), no por la presencia o ausencia de genitales. Mientras que la dimensión médico-jurídica de la época consideraba que el sexo se ajustaba completamente a la identidad de la persona, siendo mujer u hombre por su anatomía; la dimensión clínica/psicoanalítica reconoce que «. . . no hay nadie para quién el sexo se ajuste a su identidad, a su ser, a sus identificaciones.» (Smud párr. 11). Einar siente que es mujer, pero considera que está en el cuerpo equivocado, ya que «los hombres tienen pene y las mujeres tienen vulva», máxima que tomó del discurso médico de la época y adoptó como propia, jugándose en él/ella un efecto particularista, reafirmando el statu quo: «El “para todos” de la ciencia barre así con lo singular del goce de cada quien y la verdad pretende estatuto universal. Ya no se trata de la verdad del síntoma, siempre singular, sino de la misma para todos.» (Gonzalez 24). Frente a estas dos posiciones, concluyo que la más acertada es la presentada por Martín Smud, ya que el sujeto del Tiempo 3 es el sujeto de la renuncia de la completud, del todo, del ideal, mientras que en Lili hay una compulsión por la completud. El Tiempo 3 implica saber hacer con la falta, pero Lili no puede actuar sobre esa falta porque la niega, siendo esta negación una figura de la culpa-tapón. Siguiendo a Calligaris (1987), podríamos decir que hace efecto el interés y pasión por salir del sufrimiento neurótico banal alie- 86 N.° 10, año II, abril 13/22 nando la propia subjetividad, lo cual se logra al reducirla a una instrumentalización. Einar/Lili atravesó mucho sufrimiento generado por la culpa, el cual era aliviado por medio de los tratamientos, a pesar de generar un sufrimiento físico, el cual estaba dispuesta a tolerar con tal de disminuir el psíquico. Einar cede totalmente en el deseo del otro, confunde al pene con el falo, rechaza al significante implicado en ese órgano y se propone extirpar el órgano físico, haciéndose objeto de la ciencia; con el objetivo de lograr un cambio en lo real busca lograr un imposible: tender a la completud. Dentro del plano jurídico-moral, podemos ubicar una dimensión de la responsabilidad en el personaje de Kurt Warnekros por llevar a cabo procedimientos que no han pasado por las etapas necesarias para ser aceptadas dentro del canon médico, poniendo en un riesgo mortal a Lili, prometiendo resultados ideales nunca alcanzados. También hay responsabilidad en Lili por ceder a estos ensayos clínicos sometiendo su cuerpo y avalando estas prácticas, pero dicha responsabilidad no agota la responsabilidad subjetiva. En conclusión, cuando Einar debió responder en ese punto ciego de su propia existencia en relación con su deseo, a la interpelación propia del Tiempo 2, en un primer momento actúa motivado por la culpa-tapón dando respuestas anestesiadas. Ve su deseo y la interpelación del mismo como algo anormal, que debía ser tratado, para poder volver a ser el hombre que debía ser 87 Crisopeya para los demás, el marido que debía ser para Gerda. Es por esto que visita médicos para que le den una respuesta a lo que sucede, pudiendo solucionarlo y volver a la «normalidad», negando lo que le acontece como propio, como algo que desea. Incluso genera formaciones sintomáticas producto de la culpa, actuando como una manifestación de la falta con el deseo, una manifestación del juicio que hace el inconsciente en tanto estatuto ético, por rehuir a la responsabilidad subjetiva que despertó en Einar la interpelación. Al buscar volver lo acontecido atrás, volviendo a su existencia anterior, está propiciando la muerte en vida del deseo que lo habita. En momentos más avanzados de la película pareciera que Einar, más cercano a Lili, asume su deseo, deviniendo como sujeto desde lo singular, lo que De Sousa y Fuentes calificaron como Tiempo 3. No obstante, su posicionamiento sigue siendo el mismo, solo que en vez de negar a Lili, ahora niega el cuerpo de Einar, volviendo a necesitar de otros para taponar su culpa, para dar respuesta a su interpelación, cambió a la ciencia que sanciona y repara patologías por la ciencia que repara «errores de la naturaleza», otorgando el estatuto de completud, brindando ese otro el título de «mujer». Es aquí donde radica el cortocircuito que implica una vuelta viciosa entre Tiempo 1 y Tiempo 2, ligando los elementos disonantes entre ambos tiempos, sin lograr el pasaje a un tiempo que propicie el efecto sujeto y la disolución del sentimiento de culpa. 88 N.° 10, año II, abril 13/22 Bibliografía Calligaris, Contardo. La seducción totalitaria. Revista Psyché, 1987. D’Amore, Oscar. «Responsabilidad y culpa». En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Buenos Aires: Letra Viva, 2006. De Sousa, Rosa Paula y Fátima Marisa Fuentes. «Responsabilidad sobre la propia construcción de una identidad». Ética y cine. 2015. Web. 2 Sep. 2021. Díaz Redondo, Camila y Mauro Nahuel Gross. «La mujer vestida de lienzos». Ética y cine. 2015. Web. 2 Sep. 2021. Gonzalez Pla, Florencia. Clínica nodal y transexualismo a partir de una ficción cinematográfica. Asthethika Revista Internacional sobre Subjetividad, Política y Arte Vol. 14, (1), Abril 2018, 17-26. Michel Fariña, Juan Jorge. Responsabilidad. Entre necesidad y azar (s/f). Smud, Martín. «Un recorrido por la reasignación del intervencionismo médico». Ética y cine. 2015. Web. 2 Sep. 2021. 89 Crisopeya Los negroides (Ensayo sobre la Gran Colombia)* Fernando González Ochoa Esos animales que habitan la Gran Colombia, parecidos al hombre… I Vanidad significa carencia de sustancia; apariencia vacía. Decimos «vano de la ventana», «fruto vano». El papel moneda, por ejemplo, es una vanidad. Apariencia no respaldada, apariencia de nada, eso es vanidad. Llamamos vanidoso a un acto, cuando no es centrífugo, es decir, cuando no es manifestación de individualidad. Por ejemplo, el estudiar, no por gana, no por instinto íntimo, sino para ser tenido por estudioso. Acto de vanidad es el ejecutado para ser considerado socialmente. Aparentar es el fin del vanidoso. Vanidoso es quien obra, no por íntima determinación, sino atendiendo a la consideración social. Vanidad es la ausencia de motivos íntimos, propios, y la hipertrofia del deseo de ser considerado. *Crisopeya publica las partes I, II y III de este libro aparecido en Medellín en 1936. (Nota de la Revista). 90 N.° 10, año II, abril 13/22 II La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Es social, o sea, no puede existir en el hombre solitario. Es simulación, hurto de cualidades. Un señor que venera la memoria de su hijo, que vive de la memoria de su hijo, que no habla sino de su hijo muerto, y que si tal hijo no hubiera muerto trágicamente, él lo habría matado, para llorar por él, para vivir del cuento de sus heroísmos y virtudes…: vanidad. Una señora vieja que se dio a los pobres, a «la gota de leche», a los ancianos, a los tísicos, y que si no hubiera pobres, niños hambrientos, ancianos míseros y tísicos, moriría de tristeza. Tal vieja rica tiene su gloria asentada sobre el dolor ajeno. Dice: «Si Dios quiere, habrá leche para los niños…». Para ella, Dios es el mayordomo de su vanidad; los pobres le forman una corona de beatitud. Tal vieja es jefe del socialismo blandengue de León XIII…: vanidad. Hay actos y usos que tienen su origen en instintos sociales, como el amor, y que se repiten como formas muertas; por ejemplo, la corbata. III La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Por eso, a medida que uno medita, que uno se cultiva, disminuye. 91 Crisopeya La vergüenza es condición de la vanidad; un in-di-vi-duo no tiene vergüenza, no simula. El orgullo es fruto del desarrollo de la personalidad, por ende, contrario a la vanidad. El general Gómez era netamente personalidad, orgullo absoluto y nada vanidoso. Creó modos, usos, costumbres. Las formas manaban directamente de su individualidad; era fuente. En Suramérica hemos tenido dos: Bolívar, hombre etéreo, y Gómez, diabólico, entendiendo por eso que su plano de vida era con las fuerzas elementales, telúricas. Bolívar era cósmico. Maravillas ambos para el observador; maestro, instigador, Bolívar. ¿Entienden ya? De esto resulta claro lo que he dicho a la juventud, en forma simbólica, en mis libros anteriores: la cultura consiste en desnudarse, en abandonar lo simulado, lo ajeno, lo que nos viene de fuera, y en auto-expresarse. Todo ser humano es un individuo, generalmente cubierto, que generalmente vive de opiniones ajenas. En Suramérica todos están en sueño letárgico; aquí nadie ha manifestado su individualidad, excepto Bolívar, Gómez y algún otro. Oigan, pues, jóvenes estudiosos, o mejor, juventud que brega en la meditación: el hombre es un espíritu, un complejo, que debe manifestarse, que debe consumir sus instintos en el espacio y el tiempo; apareció el hombre para manifestarse, para actuar según sus motivaciones. La vanidad impide todo eso; el vanidoso muere frustrado, y tendrá que repetir, pues vivió vidas, modos y pasiones ajenos, o mejor, no vivió. 92 N.° 10, año II, abril 13/22 La otra parte Nicolás Navarrete (@uy_que_paila) Collage digital 23 x 17 cm. 93 Crisopeya The negroids (Essay about the Gran Colombia)* Fernando González Ochoa translated into English by Rebeca Rendón Cadavid Those animals that inhabit Gran Colombia, lookalikes of man… I Vanity means a lack of substance; empty appearance. We say «opening of the window», «vain fruit». Paper money, for example, is a vanity. Unbacked appearance, appearance of nothing, that’s vanity. We call an act vain when it’s not centrifugal, that is to say, when it’s not a manifestation of individuality. For example, studying, not because of want, not for an intimate instinct, but just to be considered a scholar. A vain act is the one made to be considered socially. To pretend is the goal of the vain. Vain is who acts not for an intimate determination, but attending social consideration. *Crisopeya publishes parts I, II and III of this book that appeared in Medellín in 1936. (Note from the Magazine). Spanish title: Los negroides (Ensayo sobre la Gran Colombia). (Translator’s Note). 94 N.° 10, año II, abril 13/22 Vanity is the absence of intimate motives, our own, and the hypertrophy of the desire of being considered. II Vanity is in inverse proportion to personality. It’s social, that is to say, it cannot exist in the lone man. It’s simulation, a theft of qualities. A man that venerates the memory of his son, that lives in the memory of his son, that doesn’t speak but of his dead son, and that if that son hadn’t died tragically, he himself would have killed him, to mourn him, to live by the story of his heroism and virtues…: vanity. An old woman that dedicated herself to the poor, to «the drop of milk», to the elderly, to the hectics, and if there weren’t poor people, hungry children, wretched elders and consumptives, she would die of sadness. That rich old lady has her glory held upon the misery of others. She says: «God willing, there will be milk for the children…». To her, God is the butler of her vanity; and the poor form a crown of beatitude for her. That old woman is the boss of the wimpy socialism of Leo XIII…: vanity. There are acts and uses that have their origin in social instincts, such as love, and that are repeated as dead forms; for example, the tie. 95 Crisopeya III Vanity is in inverse proportion to personality. Therefore, as we meditate, as we cultivate ourselves, it diminishes. Shame is a condition of vanity; an in-di-vid-u-al doesn’t have shame, they don’t simulate. Pride is fruit from the development of the personality, and as such, contrary to vanity. General Gómez was only personality, absolute pride and not vain. He created modes, uses, customs. The forms originated directly from his individuality; he was the source. In South America we have had two: Bolívar, ethereal man, and Gómez, diabolical, understanding by that that his plane of life was with the elemental, telluric forces. Bolívar was cosmic. Marvels both of them for the observer; master, instigator, Bolívar. Do you understand yet? From this is clear what I have said in my youth, in symbolic form, in my previous books: culture consists of undressing, of abandoning the simulated, the otherness, what comes to us from outside, and in auto-expression. Every human being is an individual, generally covered, that generally lives from other’s opinions. In South America everyone is in a lethargic dream; nobody here has manifested their individuality, except Bolívar, Gómez, and some other. 96 N.° 10, año II, abril 13/22 Listen well, young scholars, or better yet, youth who struggle in meditation: man is a spirit, a complex, that must manifest, that must consume their instinct in space and time; man appeared to manifest, to act according to their motivations. Vanity prevents all this; the vain dies frustrated, and will have to repeat, for they lived lives, modes and passions from others, or better yet, he didn’t live at all. 97 Crisopeya Sígannos en nuestras redes sociales para conocer más de la Revista y su quehacer cultural. Así como para saber detalles de este décimo número. @crisopeya.arte @crisopeya_arte Crisopeya: revista de Arte y Literatura u/RevistaCrisopeya [email protected] my.bio/revistacrisopeya NÚMEROS Ahora puedes encontrar todos los números publicados por Crisopeya en un solo enlace. Ingresa a este enlace o escanea el código. Now you can find all the issues published by Crisopeya in a single link. Enter this link or scan the code. Vous pouvez désormais retrouver tous les numéros publiés par Crisopeya en un seul lien. Entrez ce lien ou scannez le code. Jetzt können Sie alle von Crisopeya veröffentlichten Ausgaben unter einem einzigen Link finden. Geben Sie diesen Link ein oder scannen Sie den Code. my.bio/revistacrisopeya