Subido por Seau Benítez

Karl Rahner - El significado de la Navidad-Herder Editorial S. L. (2015)

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KARL RAHNER
EL SIGNIFICADO
DE LA NAVIDAD
Con prólogo del
cardenal KARL LEHMANN
Traducción de
BERNARDO MORENO CARRILLO
Herder
Título original: Was Weihnachten bedeutet
Traducción: Bernardo Moreno Carrillo
Diseño de la cubierta: Purpleprint creative
Edición digital: José Toribio Barba
© 2014, Verlag Herder GmbH, Friburgo de Brisgovia
© 2015, Herder Editorial S. L., Barcelona
1.ª edición digital, 2015
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3673-4
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del
Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
Índice
Prólogo
del cardenal Karl Lehmann
La Navidad
La respuesta del sosiego
Carta a un amigo
Epílogo
de Andreas R. Batlogg y Peter Suchla
PRÓLOGO
«
De nuevo ha llegado el momento del año en que…»
*
celebramos la
Navidad. Pero ¿qué celebramos realmente? ¿Y cómo? A la vista de un
consumismo en constante aumento, ya prácticamente imparable y al que
nadie se puede sustraer, cabe formular algunas preguntas de especial calado,
unas preguntas que, por cierto, Karl Rahner no escamoteó nunca. Él vivió
siempre de y con el año litúrgico,1 pues a lo largo de toda su vida fue una
persona orante, completamente enraizada en la fe de la Iglesia. Como
teólogo, intentó acercar y esclarecer al hombre de hoy en varios niveles —
en artículos y ensayos, pero también en sus homilías y meditaciones— los
misterios básicos de las distintas festividades del cristianismo.
El misterio de la encarnación divina, es decir, que Dios se hizo hombre,
que el Logos eterno, la palabra eterna, como dicen las Sagradas Escrituras y
la Tradición de la Iglesia, se hizo uno de nosotros, es algo que ha
preocupado siempre de manera especial a Karl Rahner, lo que corroboran
estos dos textos, «La Navidad» y «La respuesta del sosiego», que
publicamos aquí nuevamente, englobados bajo el título El significado de la
Navidad.
Desde hace varias décadas es bien sabido que, en la teología de Rahner,
muchas de sus reflexiones son fruto de un impulso espiritual2 y no al revés,
como si estas fueran la puesta en práctica necesaria de una teoría anterior.
Con respecto a la cristología, en mi prefacio al librito Bekenntnis zu Jesus
Christus (Profesión de fe en Jesucristo) aludo también a estos impulsos
espirituales que encuentro en las obras de Karl Rahner.3 Estos impulsos
están también en la base de sus conferencias y publicaciones de una
orientación más bien científica, como por ejemplo su importante alocución
«Zur Theologie der Menschwerdung» («Para la teología de la
encarnación»), pronunciada en Friburgo en 1956.4 El camino suele conducir
de unas primeras intuiciones espirituales a los razonamientos teológicos
más profundos, para volver de ahí al terreno de la espiritualidad.
Andreas R. Batlogg, SJ, y Peter Suchla han redactado un epílogo que
aclara el origen y contenido del presente librito, y que ofrecerá al lector
nuevas y ricas informaciones.
Ojalá que este pequeño volumen, que forma parte de una serie
suficientemente acreditada, ayude a muchas personas a redescubrir y
comprender mejor el contenido cristiano de la Navidad. Estoy seguro de
que las reflexiones del padre Karl Rahner contribuirán a ello
poderosamente.
Cardenal Karl Lehmann
LA NAVIDAD
Hoy celebramos la Navidad. ¡Ah, qué tradición tan entrañable y tan
piadosa a la vez! Un abeto con lucecitas y regalos, los niños ilusionados,
sones de música navideña…, esto es siempre muy bonito y emotivo. Y si lo
religioso contribuye a aumentar esta buena disposición de ánimo, pues más
bonito y emotivo todavía. Sin duda —quién lo podría tomar a mal—, todos
hemos sentido en secreto un poco de compasión hacia nosotros mismos, y
por ello nos regalamos un poco de buen ánimo, unos momentos apacibles y
consoladores, algo parecido a cuando le damos una palmadita a un niño que
está llorando y le decimos: «¡Anímate, chico, que todo va a salir bien!».
Pero ¿es esto todo?, ¿se reduce a esto la Navidad?, ¿es esto lo más
importante? Estas cosas tan bonitas y emotivas, tan apacibles y entrañables,
¿no son el hermoso y suave eco de un acontecimiento que se celebra
precisamente este día y en lugares muy distintos, allí arriba en el cielo, en lo
más profundo de los abismos y en lo más íntimo del alma? ¿Es la alegría y
la paz navideña solo un estado de ánimo en el que uno se refugia
ilusionadamente, o es la manifestación y la sagrada celebración de un
acontecimiento verdadero, al que uno se abre valientemente para que
también esto suceda en nosotros y por nosotros, porque en cualquier caso
este acontecimiento es verdadero y es real, aun cuando no queramos
admitirlo, aun cuando no veamos en él más que un poco de romanticismo
pueril y de placidez burguesa?
La Navidad es algo más que un poco de espíritu pacífico y consolador.
En este día, en esta noche sagrada, se trata del niño, de un niño en especial.
Se trata del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo
demás en esta fiesta vive de ello, pues de lo contrario muere y se convierte
en algo ilusorio. La Navidad significa que Él ha venido, que Él ha
iluminado la noche. Que Él ha convertido la noche de nuestras tinieblas, la
noche de nuestra ignorancia, la noche terrible de nuestras angustias y
desesperanzas en una noche buena, en una noche santa. El momento en que
esto pasó, de verdad y para siempre, debe seguir siendo una realidad,
gracias a esta fiesta, también en nuestros corazones y en nuestro espíritu.
Si los hombres prestamos una fe ciega a la mediocre percepción de
nuestra cotidianeidad, deberíamos llegar, tanto en lo grande como en lo
pequeño, a la terrible y desesperada conclusión de que, en primer lugar, en
el mundo no ocurre nada, de que existe un eterno vaivén en la historia
universal, en los destinos de los pueblos y de aconteceres personales, que
tan pronto son buenos y alegres como, poco después, malos y tristes; en
segundo lugar, de que todo gira sobre sí mismo sin rumbo ni razón y se
consume de manera ciega e inútil; y, en tercer lugar, de que los hombres
esconden de este modo el absurdo sinsentido del acontecer, de que en su
angustia se guardan de pensar en el día siguiente. Para nosotros mismos
somos un enigma eternamente espantoso, un enigma deletéreo. Si
consideráramos el nacimiento de este niño que se celebra hoy solo desde
nosotros, entonces solo podríamos decir de él y de nosotros, afligidos y
llenos de amargura, lo que leemos en el decimocuarto capítulo del libro de
Job, es decir, que el hombre, nacido de mujer, de vida breve y plagado de
miserias, florece como una flor para luego marchitarse, huye
constantemente como una sombra y no deja huella. Por nosotros mismos
seríamos un simple puntito de luz en medio de unas tinieblas inmensas que
harían de él algo más terrible todavía; seríamos como una cuenta que nunca
se salda, unos seres arrojados en el tiempo en el que todo se desvanece,
constreñidos a existir sin haber sido consultados, abrumados de trabajos y
desengaños, atormentados y castigados por la propia culpa, seríamos unos
seres que empiezan a sufrir la muerte en el momento mismo en que nacen,
inseguros y perseguidos, distrayéndonos y engañándonos como niños con
esas cosas a las que llaman el lado bueno de la vida, pero que en realidad no
son sino una manera refinada de que el martirio y la tortura de la vida no
terminen demasiado pronto.
Pero si, con fe decidida y valiente, decimos ¡es Navidad!, estaremos
diciendo al mismo tiempo que ha acontecido algo en el mundo y en nuestra
vida que ha transformado todo el mundo y toda nuestra vida, que ha dado al
traste con el «nada nuevo bajo el sol» del antiguo sabio y con el tétrico
eterno retorno del filósofo moderno, algo con lo que nuestra noche, la
terrible, fría y solitaria noche —pues el cuerpo y el espíritu esperan morir
congelados— se ha convertido en una noche buena, en una noche santa.
Porque el Señor está aquí. El Señor de la Creación y de mi vida. Desde el
eterno «todo en uno y a la vez» de su eternidad, Él contempla ya el eterno
cambiar de mi vida transitoria. El Eterno se hace Tiempo, el Hijo se hace
Hombre y la eterna Razón del Mundo —lo que da sentido a toda realidad—
se ha hecho carne. Y con ello ha cambiado el tiempo y la vida humana.
Porque el mismísimo Dios se ha hecho hombre. No es que haya dejado de
ser la eterna Palabra de Dios, con todo su Señorío y Santidad insondables.
Pero se ha hecho verdaderamente hombre. Y ahora le importa, le interesa de
manera especial este mundo y su destino. Ahora el mundo ya no es solo su
obra, sino un trozo de sí mismo. Ahora no se limita a contemplar su
discurrir, sino que está también dentro de él y siente lo mismo que nosotros,
ahora le ha caído encima nuestro destino, nuestras alegrías, nuestros
lamentos. Ya no necesitamos buscarlo en la infinitud del cielo, donde
nuestro espíritu y nuestro corazón se pierden sin rumbo; ahora él está
también en nuestra tierra, en la que no se concede ningún privilegio sino
que comparte la misma suerte que todos nosotros: hambre, cansancio,
enemistad, una muerte temida y patética. Por inverosímil que pueda parecer,
la infinitud de Dios ha asumido la limitación humana; la santidad, la tristeza
mortal de la tierra; la vida, la muerte. Pero solo la oscura claridad de la fe
torna claras nuestras noches, torna santas nuestras noches.
Dios ha venido. Está aquí. Y todo es distinto a como creíamos. El tiempo
ha dejado de ser un eterno fluir y se ha convertido en un acontecimiento que
de manera perseverante, silenciosa e inequívoca nos lleva a un final
determinado, en el que nos presentaremos, nosotros junto con el mundo,
ante el rostro desvelado de Dios. Cuando decimos «es Navidad» estamos
diciendo: Dios ha dicho al mundo su última, más profunda y hermosa
palabra en una Palabra hecha carne, una Palabra que ya no puede volverse
atrás porque es el acto definitivo de Dios, Dios en el mundo. Y esta Palabra
significa: os amo a ti, mundo, y a vosotros, seres humanos. Es una Palabra
completamente inesperada, completamente inverosímil, pues ¿cómo
pronunciar esta Palabra conociendo al ser humano y al mundo, que son
unos abismos horribles y vacíos? Pero Dios, que los conoce mejor que
nosotros, ha pronunciado él mismo esta Palabra al nacer como una criatura
más. Esta Palabra de amor hecha carne nos dice que debe haber una
comunión íntima, corazón a corazón, entre el Dios eterno y nosotros; dice
aún más, que existe ya esta comunión (aunque nosotros podamos rechazar
aún este beso de amor que ya nos quema en la boca). Esta Palabra la ha
dicho Dios con el nacimiento de su Hijo. Y ahora reina por unos momentos
una tranquilidad silenciosa en el mundo, y todo ese ruido que llamamos
orgullosamente historia universal, o nuestra propia vida, es solo un ardid del
amor eterno que quiere posibilitar una respuesta libre del hombre a su
última Palabra (de Amor). Y en este a la vez largo y breve momento del
silencio de Dios, que se llama la historia después de Cristo, el hombre debe
tomar la palabra en el mundo una vez más y, en el temblor de su corazón
que se estremece de amor divino, decirle a Dios que como hombre está a su
lado en espera silenciosa: «yo…», no, no debe decirle nada, sino
abandonarse silenciosamente al amor de Dios, que está ahí porque ha
nacido el Hijo.
La Navidad dice: Dios ha venido a nosotros, de tal manera que puede
habitar en el mundo y en nosotros con su esplendor terrible y glorioso. Con
el nacimiento del Niño ya nada es igual. Desde el corazón mismo de la
realidad, que es el Verbo hecho carne, todo tiende, con la inexorabilidad del
amor, hacia Dios, sin que el mundo tenga que verse reducido a cenizas por
su fuego abrasador y el de su santidad y justicia. Todo tiempo queda ahora
abrazado por la eternidad, que a su vez se ha convertido en tiempo. Todas
las lágrimas quedan enjugadas en lo más íntimo, pues Dios las ha llorado y
las ha enjugado en sus propios ojos. Toda esperanza es ya una verdadera
posesión, pues Dios ha sido ya poseído por el mundo. La noche del mundo
se ha vuelto día. Nuestra veleidosa terquedad y la debilidad de nuestro
corazón no quieren dejar que Dios sea mayor que ellas y por eso no quieren
reconocerlo en un recién nacido que yace en un pesebre; nuestro corazón no
quiere reconocer que ya la noche ha pasado y el día sin ocaso se abre paso
en las tinieblas. Toda amargura es solo un aviso de que aún no se ha
revelado que la única noche santa del mundo ha irrumpido ya, y que toda la
felicidad de esta tierra es la confirmación secreta de que ya es Navidad.
Por eso la fiesta de Navidad no es poesía ni romanticismo pueril, sino la
profesión de fe —lo único que justifica al hombre— de que Dios ha
resucitado y ha pronunciado ya su última palabra en el drama de la historia,
por mucho que el mundo hable y grite. La fiesta de Navidad solo puede ser
el eco de esa palabra en lo más profundo de nuestro ser, donde decimos
amén a la palabra de Dios, que ha venido de su inmensa eternidad a la
estrechez de este mundo y sin embargo no ha dejado de ser la palabra de la
verdad de Dios y de su amor lleno de gracia. Cuando no solo el resplandor
de las velas, la alegría de los niños y el olor del abeto dicen sí a la palabra
amorosa de Dios hecho niño, sino también el propio corazón, entonces
adviene, acontece verdaderamente la Navidad, no solo el espíritu navideño
sino la más pura verdad. Pues esta palabra del corazón es llevada entonces
en volandas por la sagrada gracia de Dios, entonces la palabra de Dios nace
también en nuestro corazón, como decían nuestros antiguos maestros: Dios
se muda a vivir a nuestros corazones como un día se mudó al mundo, a
Belén, pero ahora más que antes, más íntimamente que nunca antes.
Abramos pues de par en par las puertas de nuestro corazón, que entre en su
propiedad como entró por primera vez en el mundo. Y en ese momento nos
dice lo que ya dijo con ocasión de su venturoso nacimiento al mundo en su
totalidad: aquí estoy, aquí estoy a tu lado. Yo soy tu tiempo. Yo soy la
lobreguez de tu vida cotidiana, ¿por qué no la quieres soportar? Yo lloro tus
lágrimas, llórame tú las tuyas, hijo mío. Yo soy tu alegría, no temas estar
contento, pues desde que he llorado yo tu alegría es un sentimiento más
realista que la angustia y la tristeza de los que dicen no tener ninguna
esperanza. Yo soy el impasse de tus caminos, pues cuando tú, niño
tontorrón, ya no sabes seguir adelante, resulta que ya has llegado a mí sin
darte cuenta. Yo estoy en tu angustia, pues la he compadecido, y no me he
portado tampoco heroicamente según el modo de pensar del mundo. Yo
estoy en la mazmorra de tu finitud, pues mi amor me ha convertido en tu
prisionero. Cuando no cuadre la cuenta de tus pensamientos y de tus
experiencias, mira, yo seré el resto no encontrado, y sé que este resto, que
quiero traer a tu desesperación, es en realidad mi amor, que tú aún no
comprendes. Yo estoy en tus penalidades, pues yo mismo las he sufrido,
pero estas ya se han transformado, aunque no se hayan extirpado de mi
corazón humano. Yo estoy en tus caídas más profundas, pues hoy he
empezado a bajar al infierno. Yo estoy en tu muerte, pues hoy he empezado
a morir contigo, al ser dado a luz, y no he querido que se me exima de esa
muerte. No te compadezcas de los que nacen, como hizo Job, pues los que
aceptan mi salvación han nacido en la noche santa, pues mi noche buena
abraza todos vuestros días y noches. De una manera absolutamente
personal, he accedido a entrar a la más terrible aventura, que empieza con
vuestro nacimiento, y os aseguro que mi vida no fue más fácil y segura que
la vuestra, pero también os garantizo que ha tenido un final feliz. Desde que
me convertí en hermano vuestro, estáis tan cerca de mí como yo lo estoy de
mí mismo. Por tanto, si como criatura quiero demostrar, en mí y en
vosotros, hermanos y hermanas, que como creador no he hecho con los
hombres nada descabellado, entonces ¿quién os podría arrancar de mi
mano? Yo os acepté al asumir, como vosotros, la vida humana, cual nuevo
comienzo he vencido en mis humillaciones. Si juzgáis el futuro solo por lo
que sois, todo pesimismo será poco. Pero no olvidéis que vuestro verdadero
futuro es mi presente, que empieza hoy y ya nunca será pasado. Por eso
pensáis con realismo cuando os atenéis a mi optimismo, que no es ninguna
utopía, sino la realidad de Dios, la realidad entera de Dios, que yo —este
milagro incomprensible de mi amor omnipotente— he traído
incólumemente y por completo al frío estado de vuestro mundo. Ya estoy
aquí, y ya no me iré de este mundo, aunque no me veáis. Cuando tú, pobre
humano, celebres la Navidad, dile a todo lo que existe y a lo que tú eres esta
sola cosa, y a mí dime: y estás ahí, ya has venido. Has llegado a todas las
cosas, incluso a mi alma, incluso pese a la terquedad de mi maldad, que no
quiere dejarse perdonar. Di solo esto y será también Navidad para ti, di
solo: ya estás aquí. No, no digas nada. Desde que estoy aquí, mi amor es
invencible. Ya estoy aquí. Es Navidad. Encended los cirios, que tienen más
derecho que cualquiera de las tinieblas. Es Navidad, Navidad que
permanece para siempre.
LA RESPUESTA DEL SOSIEGO
–––––––––––––––––––––
CARTA A UN AMIGO
La Navidad? Decimos esta palabra casi un poco desanimados, pues
¿
¿podemos hoy hacerle ver a alguien realmente lo que se quiere decir con la
frase «celebrar la Navidad»? Es evidente que en estas fiestas no basta con el
árbol de Navidad, los regalos, el dulce hogar y otras cosas igualmente
emotivas, pero tampoco basta con una costumbre mantenida con suave
escepticismo. Pero ¿qué más hay? Bueno, creo que sería demasiado
atrevido ofrecerte algo parecido a una receta.
Las grandes experiencias de la vida son producto del destino, unos
regalos de Dios y de su gracia; pero conviene añadir que generalmente les
caen en suerte a la persona que está preparada para recibirlas. De no ser así,
la estrella pasará por delante de nuestras vidas sin que hayamos reparado en
ella. Para los grandes momentos de la sabiduría, del arte y del amor, el
hombre debe prepararse íntegramente, en cuerpo y alma, pero así también
para las grandes festividades de nuestra Salvación. Por tanto, no debes
celebrar la Navidad al buen tuntún, como un acto rutinario más. Prepárate
para ella, desea prepararte. Por ahí debes empezar.
Y una segunda cosa: debes tener el valor de estar solo. Si no consigues
esto, y no lo haces cristianamente, no podrás esperar tener un corazón
navideño, y por tanto no podrás regalarles un corazón manso, paciente,
valientemente sereno y suavemente afectuoso a aquellos a quienes te
esfuerzas en amar. Este es el mejor regalo del árbol de Navidad; de no ser
así, todos los demás serán un gasto superfluo, regalos que también
podríamos hacer en cualquier otra época del año. Por tanto, busca un
momento para ti mismo. Tal vez encuentres una habitación en la que puedas
estar solo y en silencio. O conozcas un camino tranquilo, o una iglesia
solitaria.
Después, no hables contigo mismo como hablas con los demás, con los
que solemos discutir y pelearnos incluso cuando no están presentes.
Aguarda, aguza el oído, no esperes ninguna experiencia extraña. No te
vacíes acusadoramente ni tampoco te regodees. Calladamente, intenta entrar
en ti mismo. Tal vez notes entonces algo terrible. Tal vez te des cuenta de lo
lejos que están de ti todas las personas con las que te relacionas todos los
días y con las que —eso se dice— nos une el amor. Tal vez no percibas
nada, como una extraña sensación de vacío y de ausencia de vida.
Persevera y notarás cómo todo lo que se anuncia en dicho sosiego está
circundado por una lejanía innombrable y permeado por algo parecido al
vacío. ¡Pero no lo llames Dios! Es solo eso que remite a Dios y, en su
innombrabilidad e infinitud, permite barruntar que Dios no es una cosa más
añadida a esas con las que normalmente tenemos que ver. Nos permite
percatarnos de la presencia de Dios si estamos sosegados y si, ante la
inquietud y la extrañeza que existen y persisten en el sosiego y el silencio,
no huimos asustados, ni aunque sea para refugiarnos en el árbol de Navidad
o en conceptos religiosos más contundentes, que pueden matar la religión.
Sin embargo, esto es solo el comienzo, la preparación de una fiesta de
Navidad para ti. Si perseveras y dejas que hable el silencio de Dios, verás
cómo este silencio que clama a voces pocas veces se revela equívoco. Es al
mismo tiempo el miedo a la muerte y la promisión de la infinitud que se te
acerca con bendiciones, las cuales, juntas, están tan cerca y se parecen tanto
como si desde nosotros pudiéramos dilucidar la infinitud. Pero
precisamente en esta extrañeza aprendemos a comprendernos mejor y a
aceptar el lado dulcemente familiar de lo extraño. Pues este es precisamente
el mensaje de la Navidad: Dios está verdaderamente cerca de ti allí donde
estés, siempre y cuando estés abierto a este infinito. Pues entonces la lejanía
de Dios es al mismo tiempo su inasible proximidad que todo lo permea.
Él está aquí de manera amorosa y dice: ¡no temas! Él está en lo más
íntimo de la mazmorra. Debes confiar en esta cercanía, que no es el vacío.
Suelta, deja ir y encontrarás. Regala y serás rico. Pues en tu experiencia
interior ya no dependes de esa dura realidad palpable que se individúa al
afirmarse y así mantenerse. Pero no solo tienes semejante cosa, pues la
infinitud se ha vuelto cercanía. Así, debes interpretar tu experiencia íntima
y experimentarla como la gran fiesta del descenso divino de la eternidad al
tiempo, de la infinitud a la finitud, cual nupcias de Dios con su criatura.
Semejante fiesta sucede en ti —los teólogos la llaman «gracia» a secas—,
sucede en ti si estás sosegado, esperas e interpretas—creyendo, esperando y
amando, pues eso significa la Navidad— lo que experimentas.
Esta experiencia del corazón permite entender mejor el mensaje navideño
de la fe: que Dios se ha hecho hombre. Sin duda, esto es algo que decimos
como si tal cosa. Nos figuramos esta encarnación como si fuera una especie
de disfraz de Dios, como si en el fondo Dios fuera solo un simple Dios y no
supiera si está o no donde estamos nosotros. Dios es hombre, pero eso no
significa que haya dejado de ser Dios en la ilimitada plenitud de su gloria.
No significa que su lado humano sea algo que no le importe mucho, como
si fuera un añadido, como si no dijera nada sobre él sino solo sobre
nosotros. «Dios es hombre», dice expresamente algo sobre Dios.
No debemos ni equiparar exactamente la humanidad de Dios con la
divinidad de Dios ni ponerla simplemente junto a Dios como algo que recae
perdurablemente sobre sí mismo ni tampoco atribuírsela verbalmente
mediante un vacío «y». Siempre que Dios nos muestra lo que hay de
humano en él nos está encontrando de tal manera que él mismo está ahí.
Porque nosotros solo yuxtaponemos la divinidad y la humanidad que hay en
la Palabra del Padre hecha carne en vez de entender que las dos surgen del
mismo y único Fundamento; por eso corremos constantemente el peligro de
errar el lugar donde se sitúa el sacrosanto misterio de la Navidad en nuestra
existencia que se sobrepasa a sí misma, lugar en el que este misterio —el de
nuestra salvación— encaja en nuestra vida y nuestra historia.
Pero esto no nos debe hacer olvidar que, según el testimonio de la fe,
Jesús es un hombre verdadero, es decir, un hombre como tú y como yo; un
hombre más finito, más libre, que asume obedientemente el insondable
misterio de su existencia, un hombre que debe responder y ser respondido,
que es preguntado y oye la pregunta, una pregunta que en definitiva solo es
respondida en ese último acto del corazón que se entrega amorosa y
obedientemente al misterio infinito, en un acto en el que la aceptación se da
con la fuerza de lo aceptado propiamente tal. Así fue también aquel cuyo
comienzo quieres celebrar y festejar. Lo que él aceptó como hombre,
también tú puedes atreverte a hacerlo: decir sosegada y creyentemente
«Padre» a lo insondable y aceptarlo no como una lejanía matadora o un
veredicto agobiante sobre nuestra miseria, sino como una proximidad sin
medida y perdonadora. Pues es Dios y hombre a la vez: dador, don y
recepción, llamada y respuesta al mismo tiempo.
Por tanto, convendría conjurar la experiencia de nuestro corazón para
vislumbrar venturosamente lo que se quiere decir con la encarnación del
Dios eterno. Convendría que esto ocurriera en medio de ese sosiego en el
que el hombre se halla solo consigo mismo, buscando el conocimiento de sí
mismo. Este sosiego bien entendido en la fe del mensaje de la Navidad es
una experiencia existencial del hombre infinito, una experiencia que nos
dice algo que solo es así porque el propio Dios se ha vuelto hombre. Si nos
experimentáramos de otra manera, Dios no habría nacido como hombre.
Si aceptamos la muda enormidad que nos rodea como lejanía y al mismo
tiempo como una cercanía sobrecogedora, como proximidad salvadora y
como un amor afectuoso que no se reserva nada, si tenemos el valor de
entendernos así, lo que solo se puede hacer en la gracia y en la fe —lo
sepamos o no—, entonces habremos hecho la experiencia navideña de la
gracia en la fe. Es una experiencia muy sencilla, pero es la paz augurada a
los hombres de buena voluntad y del agrado de Dios.
EPÍLOGO
«DECIMOS ESTA PALABRA CASI UN POCO DESANIMADOS»
Las reflexiones de Karl Rahner
acerca de la Navidad
Es casi como si lo estuviéramos oyendo jadear o respirar con dificultad:
«¿La Navidad? Decimos esta palabra casi un poco desanimados». O
también: «Hoy celebramos la Navidad. ¡Ah, qué costumbre tan
entrañable!». Sin embargo, como sacerdote y predicador, Karl Rahner, SJ,
abordó los mismos temas difíciles que como teólogo; y con el año litúrgico
se sintió siempre particularmente familiarizado; convivió con él, por así
decir, pues lo conocía bien desde muy pequeño: las festividades cristianas
eran celebradas regularmente en su familia, donde se tenía por costumbre
rezar a la hora del almuerzo y de la cena.5
Como jesuita, continuó esta tradición de la oración en el ámbito de su
Orden; y como sacerdote, el año litúrgico, con sus respectivos leccionarios,
fue su acompañante cotidiano.
MÁS ALLÁ DE LA MAGIA NAVIDEÑA
Para la edición de Navidad de una hoja parroquial durante su época de
profesor en la Westfälischen Wilhelms-Universität de Múnster (1967-1971),
le preguntaron a Rahner: «¿Qué opina usted de la Navidad?». Allí se
recogió también su réplica —¿debemos decir escéptica?— en forma de
pregunta: «¿La Navidad? Decimos esta palabra casi un poco desanimados,
pues ¿podemos hoy hacerle ver a alguien realmente lo que se quiere decir
con la frase “celebrar la Navidad”?».6
Las repeticiones suelen reforzar el pensamiento de una persona. Que
Rahner adopte el adjetivo «desanimado» a lo largo de varias décadas y
hable de nuevo de una usanza o «costumbre piadosa», que habría que
cuestionar o al menos debatir, demuestra que conocía bien la presión que
recae sobre esta fiesta tanto por sus experiencias familiares como
pastorales: «Si uno es cristiano, tiene la obligación de no engañarse acerca
de esta magia navideña».7 Así habla y escribe alguien que sabe tanto de
presiones como de malentendidos, pero que tiene también interés en
percibir, esclarecer y mantener vivo en la conciencia el lado positivo de esta
fiesta: «El propio Dios se ha convertido en nuestro prójimo. Si
reconocemos el motivo de esta cercanía —con su incondicional promesa y
venida— en lo que llamamos Dios-hombre, entonces habremos hecho la
experiencia navideña de la gracia en la fe».8
Rahner consideraba muy importante que, detrás de la Navidad y en todo
lo que iba unido a ella, fuera también posible una experiencia religiosa (una
«experiencia del corazón»).
LOS TEXTOS SOBRE LA NAVIDAD
Los dos textos de Rahner reunidos en este volumen bajo el título general de
El significado de la Navidad proceden de dos épocas diferentes, pero son
muy parecidos en cuanto a su contenido y su lenguaje.
El primer texto, «Weihnachten» («La Navidad»), está tomado del librito
publicado varias veces en la serie «Kleines Kirchenjahr» (El año litúrgico.
Meditaciones breves), que apareció por primera vez en 1954 y que, a partir
de 1981, existe como libro de bolsillo.9 Este popular escrito, traducido a
varias lenguas, se encuentra también desde 1968 en alfabeto Braille en dos
tomos; es un «Gang durchs Kirchenjahr» («Recorrido por el año litúrgico»),
como precisa el subtítulo añadido con motivo de la edición de bolsillo.
Originalmente, «Weihnachten» se publicó con el título de «Seitdem ich euer
Bruder wurde...» («Desde que me hice hermano vuestro…») en la revista
Hochland (1951) y conoció después numerosas ediciones, por ejemplo en el
suplemento navideño del Süddeutschen Zeitung de Múnich, así como en el
Konradsblatt de Karlsruhe o en el Tiroler Nachrichten de Innsbruck.
El segundo texto, «Die Antwort der Stille» («La respuesta del sosiego»),
se publicó por primera vez en el diario vienés Die Presse10 en 1962, es
decir, unos diez años después de publicarse el primero. En 1966 se incluyó
en el libro de bolsillo Glaube, der die Erde liebt (La fe que ama a la tierra),
resultando así más accesible al público en general. Este texto presenta un
planteamiento más teológico que el primero: «Tras un comienzo en su
lengua personal, mistagógica, sobre la fiesta de Navidad, Rahner habla aquí
de los componentes fundamentales de la encarnación de la Palabra divina,
siendo su intención no separar la humanidad de Dios de su divinidad».11
UNA TEOLOGÍA FILOSÓFICAMENTE TRABAJADA
Nunca se insistirá lo suficiente en que hay que dejar hablar al propio
Rahner:
Yo diría que, en la teología, sin que esto haya sido un programa fruto de la reflexión, desde el
principio me han ocupado cuestiones que son de especial importancia para la vida religiosa
espiritual, eclesial y personal. En mis primeros años de Innsbruck, casi diez seguidos, recuerdo
que prediqué mucho, prácticamente todos los domingos. También dirigí a menudo ejercicios
espirituales, lo que, por desgracia, hoy no puedo hacer por motivos de orden práctico, ajenos a mi
voluntad. Si se me permite decirlo así, yo no considero mis trabajos piadosos —El año
litúrgico;12 Palabras al silencio,13 el librito La necesidad y el don de la oración,14 los volúmenes
de consideraciones sobre los ejercicios ignacianos y otros muchos textos por el estilo— un mero
subproducto de la teología, como si estuvieran simplemente escritos «por amor al arte», sino que
los considero textos al menos tan importantes como los trabajos teológicos propiamente dichos.
Yo creo que en muchos capítulos de La necesidad y el don de la oración se encierra al menos
tanta teología, una teología filosóficamente trabajada, como en las denominadas obras
científicas.15
Obras como Palabras al silencio (1938), La necesidad y el don de la
oración (1949), «Heilige Stunde und Passionsandacht» («Hora santa y
oficio de pasión», 1949) o El año litúrgico (1954) se consideran
monografías que ya habían aparecido con estos títulos en forma de libro.
Sin embargo, en su origen son unas contribuciones que habían aparecido
individualmente y que solo después formaron parte de una totalidad. Pero si
despachamos estos títulos como «meros» escritos ocasionales de carácter
edificante, «piadoso» y espiritual o como una mera colección de homilías,
estaremos corriendo el peligro, ya advertido por el propio Rahner, de no
reconocer toda su trascendencia teológica.
Conviene prestar oído a la recomendación de un íntimo amigo y
colaborador de Rahner:
Sin embargo, esto no significa que, en Karl Rahner, junto a la teología estrictamente científica,
necesariamente abstracta y seca, hubiera una versión atenuada o rebajada para «círculos más
amplios» ni tampoco que él sintiera aversión hacia los estudios teológicos sutiles y diferenciados.
Simplemente, se trata de distintos horizontes. A él le interesa liberar de su cosificación en simples
instrumentos las fórmulas y conceptos de la teología, sin por ello dejarlos a un lado ni,
considerando su gran valor e importancia, negarles su condición de tradición teológica de la
Iglesia, como pretenden los modernistas de cualquier época.16
Es un hecho cierto que, por así decir, muchos lectores hicieron un rodeo por
los escritos «piadosos» de Rahner para desde allí abordar al Rahner
«teológico», que para muchos parecía ser idéntico al Rahner «difícil».
Estaremos «infravalorando» las alocuciones, reflexiones y homilías si las
etiquetamos como «conferencias piadosas», como se nos advierte también
en la introducción, aparecida en la revista zuriquesa de los jesuitas
Orientierung, a la reimpresión en 1954 de la homilía «La Ascensión»,
sacada de El año litúrgico. En esta introducción se dice, entre otras cosas,
que el propósito de Rahner es «hacer que la teología resulte piadosa y
existencialmente fructífera para el laico que ora».
Y más adelante podemos leer:
En sus dieciséis breves consideraciones sobre los momentos y fiestas del año litúrgico, Rahner no
intenta una exposición sistemático-teórica de las verdades cristianas ni tampoco un análisis
histórico-litúrgico de los textos de la misa. Pese a ello, este texto sobre el año litúrgico representa
una especie de profesión de fe vivida, en la que, orando desde las hodiernas dificultades de la vida
cotidiana, la respuesta cristiana se afirma y consolida de una manera sencilla y a la vez profunda
mediante la cruz y la redención, y ello sin crispación alguna ni cortocircuitos gazmoños. Quien
haya leído detenidamente este librito habrá sacado una visión ordenada de las actitudes cristianas
desde el punto esencial del Dios «vivo».17
El anterior análisis es, según nuestra apreciación, sumamente pertinente. En
efecto, los textos «piadosos» de Rahner son en realidad «una especie de
profesión de fe vivida»; Rahner da vueltas y vueltas a los problemas,
retoma cuestiones que no son ficticias o inventadas sino tomadas de la vida
o de la praxis religiosa, articula dudas e intenta acercar el contenido
teológico mediante palabras sencillas y evitando expresiones técnicas. Esto
es cristología implícita, que por caminos distintos al camino del alto
discurso científico —por importante que pueda ser— y con objetivos
distintos a los de una summa teológica, consigue descubrir el núcleo
esencial de la fe cristiana.
Allí donde la Navidad degenera en un mercadillo de pensamientos, donde
en el orden del día solo figura el menú festivo, el motivo para la fiesta ya no
puede ser tema ni tampoco ser tematizado. Y es que el motivo de la
Navidad es una persona: se trata del nacimiento de Jesús en el portal de
Belén. A este Jesús los cristianos lo profesan como al Mesías, el Salvador
enviado por Dios y Redentor del mundo, el que cura la miseria existencial
del hombre y redime al mundo del destino de convertirse en una sepultura
de la vida.
Hay una frase de Rahner muy interesante que procede de una charla que
dio en 1937 y que puede considerarse casi como el trasunto cristológico de
toda su obra, a saber: «En el cristianismo, es decir, en Jesucristo, el Dios
vivo dirige la palabra al hombre».18 Y la frase que viene a continuación
muestra lo que este dato teológico opera o desencadena: «Con ello se inicia
una amedrentadora realidad en la vida del hombre».19
Celebrar la Navidad significa para Rahner hablar de este aspecto
amedrentador, valorar este hecho no como uno más —por interesantes que
puedan ser los demás— sino como un acontecimiento de la historia
salvífica. Tras el relato del pesebre (por cierto, nada idílico) se esconde el
mensaje portentoso: Dios en persona se encuentra en este niño, él está aquí,
imposible de ser superado, con lo que se promete a sí mismo a este mundo
de una vez por todas, y se queda definitivamente aquí.
Aunque pueda parecer algo osado, en este contexto cabe afirmar lo
siguiente: la teología de Karl Rahner, su manera misma de plantear las
cuestiones, es también la expresión y plasmación de este amedrentamiento
por un hecho que para él, como hombre, jesuita y sacerdote, fue un hecho
salvífico: Dios se ha hecho hombre, «et incarnatus est». En lo cual se
encierra asimismo una confesión: para mí, esto es verdad, yo creo que esto
es así…, y me gustaría también comunicarlo a los demás, despertarles el
interés por esto.
¿UNA SENSACIÓN DE VÉRTIGO METAFÍSICO?
Por supuesto, esta pregunta no tiene el mismo sentido en una homilía, en
una meditación, en la radio o en la televisión que en un simposio en torno a
la «teología dogmática». A Rahner le interesó de manera especial presentar
los contenidos teológicos de un modo comprensible al común de los
mortales cristianos, como por lo demás debe hacer todo aquel que se
dedique a la difusión del evangelio y no siempre pueda contar con un
público teológica o académicamente formado.
A Rahner le importaba mucho la diferenciación entre el elevado lenguaje
teológico y el lenguaje pastoral de Dios. En cierta ocasión le dijo a su
compañero de Orden Karl-Heinz Weger (1932-1998) lo siguiente:
El heraldo del evangelio no puede pensar que deba y pueda fracasar —tranquilamente— con su
anuncio cristológico en las ocasiones en que no «caiga bien» al hombre de hoy con la fórmula
«Dios se ha hecho hombre»; tiene la posibilidad y la obligación de decir «de otra manera» esto
mismo, aunque debe intentar que sus oyentes comprendan que la verdad de Jesús se expresa de
manera eclesialmente legítima debiendo y pudiendo hacer comprensible esta verdad de otra
manera también a sí mismo. Si con la frase «Dios es hombre» alguien experimenta una sensación
de vértigo metafísico que paraliza su valentía para la fe, debe decir de manera sencilla pero
valiente: Dios se ha dicho a sí mismo en Jesús de una manera completa e irrepetible; esta Palabra
ya no puede volverse anticuada ni volverse atrás, a pesar de las infinitas posibilidades de que Dios
dispone para hacerlo; al mundo y a su historia le ha fijado un fin, que no es sino él mismo, y este
fijar un fin no se ha dado solo en los eternos pensamientos de Dios, sino que Dios mismo lo ha
insertado en el mundo y en la historia, incluso en Jesús, el crucificado y resucitado. Quien dice
esto está creyendo exactamente lo que le dice la cristología metafísica de la Iglesia […], algo que
lo protegerá contra las falsas atenuaciones o reinterpretaciones.20
DIOS SE HA HECHO HOMBRE
«Una costumbre piadosa», «el suave olor del abeto», «la luz de las velas»,
«los regalos», «la música navideña», «un poco de consuelo por estas
fechas», «la paz de la Navidad», «la poesía», «el romanticismo pueril»,
todo esto pertenece naturalmente a la Navidad. Pero para Rahner es algo de
segundo orden.
Para él, la Navidad es «la profesión de fe —lo único que justifica a los
hombres— de que Dios ha resucitado y ha pronunciado ya su última
palabra en el drama de la historia». En concreto, significa —y con estas
palabras Rahner formula tal vez la versión más breve y emotiva del misterio
de la Navidad— que «Dios ha dicho al mundo su última, más profunda y
hermosa palabra en una Palabra hecha carne, una Palabra que ya no puede
volverse atrás porque es el acto definitivo de Dios, Dios en el mundo. Y
esta Palabra significa: os amo a ti, mundo, y a vosotros, seres humanos».
Cuando el hombre entiende esta palabra amorosa de Dios y se siente
interpelado por ella, «entonces acontece verdaderamente la Navidad, no
solo el espíritu navideño sino la más pura verdad». Entonces se transfigura
la noche de nuestra vida, una noche santa en el más profundo sentido de la
palabra, tal y como Rahner lo formula en otro lugar:
Si hay un momento en la historia, en la historia de los individuos y de la humanidad entera, que es
como un comienzo primordial, lleno de posibilidades y promisiones inmensas, un comienzo que
lo esconde todo en su seno misterioso, y si este comienzo del comienzo inenarrable, infinito, ya
lleva en sí su propia realización, ya está seguro de su victoria y es a la vez cumplimiento y
promisión, entonces deberíamos llamar este momento la noche santa. Noche, porque es
comienzo, y noche santa porque es un comienzo bienaventurado e imbatible. Este comienzo
deberíamos llamarlo noche sagrada, noche buena, noche de Dios. Y por eso la fiesta que hoy
celebramos la llamamos Navidad o Nochebuena. Y cantamos: Noche de Dios, noche de paz…
con todo —y sagrado— derecho. Pues esta noche es la noche sacrosanta. Pues la fe de los
cristianos dice: aquí ha empezado. Aquí ha venido a nosotros Dios mismo silenciosamente desde
el terrible fulgor en el que habita como Dios y Señor. Ha entrado silenciosamente en la choza, en
el portal de nuestra existencia terrenal tras haberse inventado como hombre. Ha empezado como
nosotros empezamos, pobre, en peligro, infantil, tierno, indefenso. Él, que es el futuro infinito y
lejano que nosotros nunca podremos atrapar porque en su lejanía parece retroceder cuando
corremos hacia él por la pedregosa calle de nuestra vida, este mismo ya ha salido a nuestro
encuentro, ya ha venido a nosotros, pues de lo contrario nosotros no podríamos encontrarlo; él se
ha unido a nosotros en nuestro camino para que este tenga un fin feliz, pues con Jesús este fin se
ha convertido también en nuestro comienzo. Dios está cerca. Su Palabra eterna y misericordiosa
está aquí, donde nosotros estamos; ella peregrina por nuestros caminos, saborea nuestra alegría y
nuestra miseria, vive nuestra vida y muere nuestra muerte. Ella ha hundido suave y quedamente
su vida eterna en este mundo y en su muerte. Ella nos ha redimido, pues ha compartido nuestra
suerte. Ella ha convertido nuestro comienzo en el suyo, ha penetrado en nuestro destino,
abriéndolo así a la vastedad infinita de Dios. Y con esto nos ha aceptado inderogablemente, pues
la Palabra de Dios ya no dejará nunca de ser hombre; por eso este comienzo, que es nuestro y
suyo al mismo tiempo, es un comienzo de promesas indestructibles, un comienzo en una noche
sosegada que se llama Nochebuena, la noche sacrosanta.21
Ni el examen a fondo de la fiesta ni el espíritu asociado a ella, muchas
veces conjurado o escenificado de manera convulsa, se dan sin condiciones.
En su «Carta a un amigo», subtítulo del segundo texto, titulado «La
respuesta del sosiego», Rahner nos introduce mistagógicamente en la
experiencia de la Navidad. Lo que nos dice es muy parecido a un manual de
instrucciones: «prepárate» y «ten el valor de estar solo». En silencio, en
quietud, deja hablar a Dios, deja que se te diga una palabra, la Palabra; lo
que te conducirá a una «cercanía» que «no es el vacío»: «Suelta, deja ir y
encontrarás. Regala y serás rico. Pues en tu experiencia interior ya no
dependes de esa dura realidad palpable…».
Se trata de la experiencia de la gracia:
Así, debes interpretar tu experiencia íntima y experimentarla como la gran fiesta del descenso
divino de la eternidad al tiempo, de la infinitud a la finitud, cual nupcias de Dios con su criatura.
Semejante fiesta sucede en ti —los teólogos la llaman «gracia» a secas—, sucede en ti si estás
sosegado, esperas y —creyendo, esperando y amando, pues eso significa la Navidad— interpretas
lo que experimentas.
Aquí tenemos al Karl Rahner mistagogo, que emplea sus dotes teológicas y
lingüísticas para que el mensaje pueda llegar a su destino y ser
experimentado, para que de la banalizada fiesta de la Navidad se haga una
«experiencia navideña de la gracia en la fe».
Así como Dios en la Encarnación de su Hijo se ha «incardinado» en
cierto modo en el mundo, para quienes profesan a Jesús de Nazaret y lo
invocan, la historia de la Navidad puede convertirse en carne y sangre y
ayudarles a «incardinarse» en toda la extensión de la palabra. El Dios
eterno, lejano, inalcanzable… se nos acerca de manera insuperable en el
niño del pesebre de Belén; tal es el misterio de la Navidad. Los nombres de
este niño son igualmente programáticos: Jesús, Yeshúa, Dios ayuda, Dios
salva; y Manuel, Immanuel, Dios con nosotros.
Desde hace más de dos mil años, la «Navidad» viene ejerciendo sobre la
humanidad una fascinación especial. Karl Rahner se esfuerza para que
permanezca vivo el mensaje de ella; Dios ha vinculado su historia a la
nuestra. Para los cristianos, no se trata de un cuento de hadas ni de un mito,
sino de una candente realidad, una realidad que puede cambiar nuestra vida.
Muchos hombres presienten que esto puede ser así. A Karl Rahner le
encantaría que este presentimiento se convirtiera en una certeza, en una fe
para la vida.
Andreas R. Batlogg, SJ – Peter Suchla
NOTAS
* En el original «Alle Jahre wieder...», comienzo de la letra de un conocido villancico alemán. (N.
del T.)
1.Véase K. Rahner, «Kleines Kirchenjahr» (1954), Múnich, s. d. [trad. cast.: El año litúrgico.
Meditaciones breves, Barcelona, Herder, 1968], actualmente en id., Sämtliche Werke, vol. 7: Der
betende Christ. Geistliche Schriften und Studien zur Praxis des Glaubens, a cargo de A. R. Batlogg,
Friburgo de Brisgovia, Herder, 2013, pp. 117-189; id., Das große Kirchenjahr. Geistliche Texte, ed.
A. Raffelt, Friburgo de Brisgovia, Herder, 1987, 21988.
2. Véase al respecto K. Lehmann y A. Raffelt (eds.), Karl Rahner-Lesebuch, edición especial
actualizada [4.ª ed.], Friburgo de Brisgovia, Herder, 2014, 13*-38* (lit.), texto actualizado,
originalmente del año 1970.
3. K. Rahner, Bekenntnis zu Jesus Christus, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2014, pp. 9-20, en
especial 12 ss. Se encontrará allí, en el epílogo (pp. 54-62), una breve recopilación de varios trabajos
cristológicos de Rahner.
4. K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 12: Menschsein und Menschwerdung Gottes. Studien zur
Grundlegung der Dogmatik, zur Christologie, Theologischen Anthropologie und Eschatologie,
Friburgo de Brisgovia, Herder, 2005, pp. 309-322, pero también, de manera general, pp. 251-352;
Karl Rahner-Lesebuch, op. cit., pp. 181-245.
5. Véase A. R. Batlogg, Die Mysterien des Lebens Jesu bei Karl Rahner. Zugang zum
Christusglauben, Innsbruck, Tyrolia, 22003, pp. 125-127.
6. Karl Rahner, «Was halten Sie von Weihnachten?», en id., Sämtliche Werke, vol. 23: Glaube im
Alltag. Schriften zur Spiritualität und zum christlichen Lebensvollzug, a cargo de A. Raffelt, Friburgo
de Brisgovia, Herder, 2006, p. 573.
7. Karl Rahner, «Was halten Sie von Weihnachten?», op. cit.
8. Ibid.
9. Actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 7: Der betende Christ. Geistliche Schriften
und Studien zur Praxis des Glaubens, a cargo de A. R. Batlogg, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2013,
pp. 121-125 [trad. cast.: El año litúrgico. Meditaciones breves, Barcelona, Herder, 1968].
10. Actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 14: Christliches Leben. Aufsätze,
Betrachtungen, Predigten, a cargo de H. Vorgrimler, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2006, pp. 153155.
11. H. Vorgrimler, nota de edición en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 14, op. cit., pp. XI-XVIII,
aquí XV.
12. Barcelona, Herder, 1968.
13. Estella, Verbo Divino, 1981.
14. Bilbao, Mensajero, 2005.
15. «Gnade als Mitte menschlicher Existenz. Ein Gespräch mit Karl Rahner aus Anlaß seines 70.
Geburtstages», en Herder Korrespondenz 28 (1974), pp. 77-92, aquí 81 ss.; actualmente en K.
Rahner, Sämtliche Werke, vol. 25: Erneuerung des Ordenslebens. Zeugnis für Kirche und Welt, a
cargo de R. Batlogg, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2008, pp. 3-32, aquí 10.
16. H. Vorgrimler, Karl Rahner. Leben, Denken, Werke, Múnich, Manz, 1963, p. 11 [trad. cast.:
Vida y obra de Karl Rahner, Madrid, Taurus, 1965].
17. Orientierung 18 (1954), p. 97.
18. K. Rahner, «Die ignatianische Mystik der Weltfreudigkeit», en id., Schriften zur Theologie,
vol. 3, Einsiedeln, Benzinger, 1956, pp. 329-348, aquí 337 [trad. cast.: Escritos sobre teología, vol. 3,
Madrid, Taurus, 1968]; actualmente en id., Sämtliche Werke, vol. 7, op. cit., pp. 279-293, aquí 284.
La formulación aparece también, con una ligera variación respecto a la ortografía, en el artículo
«Passion und Aszese» (1949). Respecto a los antecedentes, véase A. R. Batlogg, «Vom Mut, Jesus
um den Hals zu fallen: Christologie», en id., P. Rulands, W. Schmolly, R. A. Siebenrock, G.
Wassilowsky y A. Zahlauer, Der Denkweg Karl Rahners. Quellen, Entwicklungen, Perspektiven,
Maguncia, Matthias Grünewald, 22004, pp. 277-299, espec. 288 ss.
19. K. Rahner, «Die ignatianische Mystik der Weltfreudigkeit», op. cit., p. 337; id., Samtliche
Werke, vol. 7, pp. 284 ss.
20. K. Rahner y K.-H. Weger, Was sollen wir noch glauben? Theologen stellen sich den
Glaubensfragen einer neuen Generation, Friburgo de Brisgovia, Herder, 41981, p. 121 [trad. cast.:
¿Qué debemos creer todavía? Propuestas para una nueva generación, Santander, Sal Terrae, 1980];
actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 28: Christentum in Gesellschaft. Schriften zur
Pastoral, zur Jugend und zur christlichen Weltgestaltung, a cargo de A. R. Batlogg y W. Schmolly,
Friburgo de Brisgovia, Herder, 2008, pp. 528-664, aquí 604.
21. K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 23, op. cit., pp. 332 ss.
INFORMACIÓN ADICIONAL
La Navidad ¡qué tradición más entrañable! La ilusión de los niños, el árbol
iluminado, los regalos, la familia reunida, nos sentimos más compasivos...,
pero ¿se reduce a esto la Navidad? ¿Es esto lo más importante?
El misterio de la Encarnación divina es algo que ha preocupado siempre
de manera especial a Karl Rahner. Prueba de ello son los dos textos,
«Navidad» y «La respuesta al sosiego», que se publican aquí bajo el título
El significado de la Navidad, cuyo contenido pretende ayudarnos a
redescubrir y comprender el mejor sentido cristiano de la Navidad.
Según Rahner, «Cuando decimos “es navidad” estamos diciendo: “Dios
ha dicho al mundo su última, más profunda y hermosa palabra en una
Palabra hecha carne” […] Y esta Palabra significa: os amo a ti, mundo, y a
vosotros, seres humanos».
KARL RAHNER (Friburgo, 1904 – Innsbruck, 1984) es uno de los teólogos
católicos más influyentes del siglo XX. Su pensamiento, fruto de una
apropiación creativa de diversas fuentes teológicas y filosóficas, contribuyó
a crear un innovador marco de referencia para el entendimiento moderno de
la fe católica y las antiguas teologías neoescolásticas. Fue teólogo consultor
del Concilio Vaticano II y miembro de la Comisión Teológica Internacional.
De su extensísima obra cabe destacar Oyente de la palabra (1945), Escritos
de teología (1954-1975) y Curso fundamental sobre la fe (1977).
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