KARL RAHNER EL SIGNIFICADO DE LA NAVIDAD Con prólogo del cardenal KARL LEHMANN Traducción de BERNARDO MORENO CARRILLO Herder Título original: Was Weihnachten bedeutet Traducción: Bernardo Moreno Carrillo Diseño de la cubierta: Purpleprint creative Edición digital: José Toribio Barba © 2014, Verlag Herder GmbH, Friburgo de Brisgovia © 2015, Herder Editorial S. L., Barcelona 1.ª edición digital, 2015 ISBN DIGITAL: 978-84-254-3673-4 La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente. Herder www.herdereditorial.com Índice Prólogo del cardenal Karl Lehmann La Navidad La respuesta del sosiego Carta a un amigo Epílogo de Andreas R. Batlogg y Peter Suchla PRÓLOGO « De nuevo ha llegado el momento del año en que…» * celebramos la Navidad. Pero ¿qué celebramos realmente? ¿Y cómo? A la vista de un consumismo en constante aumento, ya prácticamente imparable y al que nadie se puede sustraer, cabe formular algunas preguntas de especial calado, unas preguntas que, por cierto, Karl Rahner no escamoteó nunca. Él vivió siempre de y con el año litúrgico,1 pues a lo largo de toda su vida fue una persona orante, completamente enraizada en la fe de la Iglesia. Como teólogo, intentó acercar y esclarecer al hombre de hoy en varios niveles — en artículos y ensayos, pero también en sus homilías y meditaciones— los misterios básicos de las distintas festividades del cristianismo. El misterio de la encarnación divina, es decir, que Dios se hizo hombre, que el Logos eterno, la palabra eterna, como dicen las Sagradas Escrituras y la Tradición de la Iglesia, se hizo uno de nosotros, es algo que ha preocupado siempre de manera especial a Karl Rahner, lo que corroboran estos dos textos, «La Navidad» y «La respuesta del sosiego», que publicamos aquí nuevamente, englobados bajo el título El significado de la Navidad. Desde hace varias décadas es bien sabido que, en la teología de Rahner, muchas de sus reflexiones son fruto de un impulso espiritual2 y no al revés, como si estas fueran la puesta en práctica necesaria de una teoría anterior. Con respecto a la cristología, en mi prefacio al librito Bekenntnis zu Jesus Christus (Profesión de fe en Jesucristo) aludo también a estos impulsos espirituales que encuentro en las obras de Karl Rahner.3 Estos impulsos están también en la base de sus conferencias y publicaciones de una orientación más bien científica, como por ejemplo su importante alocución «Zur Theologie der Menschwerdung» («Para la teología de la encarnación»), pronunciada en Friburgo en 1956.4 El camino suele conducir de unas primeras intuiciones espirituales a los razonamientos teológicos más profundos, para volver de ahí al terreno de la espiritualidad. Andreas R. Batlogg, SJ, y Peter Suchla han redactado un epílogo que aclara el origen y contenido del presente librito, y que ofrecerá al lector nuevas y ricas informaciones. Ojalá que este pequeño volumen, que forma parte de una serie suficientemente acreditada, ayude a muchas personas a redescubrir y comprender mejor el contenido cristiano de la Navidad. Estoy seguro de que las reflexiones del padre Karl Rahner contribuirán a ello poderosamente. Cardenal Karl Lehmann LA NAVIDAD Hoy celebramos la Navidad. ¡Ah, qué tradición tan entrañable y tan piadosa a la vez! Un abeto con lucecitas y regalos, los niños ilusionados, sones de música navideña…, esto es siempre muy bonito y emotivo. Y si lo religioso contribuye a aumentar esta buena disposición de ánimo, pues más bonito y emotivo todavía. Sin duda —quién lo podría tomar a mal—, todos hemos sentido en secreto un poco de compasión hacia nosotros mismos, y por ello nos regalamos un poco de buen ánimo, unos momentos apacibles y consoladores, algo parecido a cuando le damos una palmadita a un niño que está llorando y le decimos: «¡Anímate, chico, que todo va a salir bien!». Pero ¿es esto todo?, ¿se reduce a esto la Navidad?, ¿es esto lo más importante? Estas cosas tan bonitas y emotivas, tan apacibles y entrañables, ¿no son el hermoso y suave eco de un acontecimiento que se celebra precisamente este día y en lugares muy distintos, allí arriba en el cielo, en lo más profundo de los abismos y en lo más íntimo del alma? ¿Es la alegría y la paz navideña solo un estado de ánimo en el que uno se refugia ilusionadamente, o es la manifestación y la sagrada celebración de un acontecimiento verdadero, al que uno se abre valientemente para que también esto suceda en nosotros y por nosotros, porque en cualquier caso este acontecimiento es verdadero y es real, aun cuando no queramos admitirlo, aun cuando no veamos en él más que un poco de romanticismo pueril y de placidez burguesa? La Navidad es algo más que un poco de espíritu pacífico y consolador. En este día, en esta noche sagrada, se trata del niño, de un niño en especial. Se trata del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo demás en esta fiesta vive de ello, pues de lo contrario muere y se convierte en algo ilusorio. La Navidad significa que Él ha venido, que Él ha iluminado la noche. Que Él ha convertido la noche de nuestras tinieblas, la noche de nuestra ignorancia, la noche terrible de nuestras angustias y desesperanzas en una noche buena, en una noche santa. El momento en que esto pasó, de verdad y para siempre, debe seguir siendo una realidad, gracias a esta fiesta, también en nuestros corazones y en nuestro espíritu. Si los hombres prestamos una fe ciega a la mediocre percepción de nuestra cotidianeidad, deberíamos llegar, tanto en lo grande como en lo pequeño, a la terrible y desesperada conclusión de que, en primer lugar, en el mundo no ocurre nada, de que existe un eterno vaivén en la historia universal, en los destinos de los pueblos y de aconteceres personales, que tan pronto son buenos y alegres como, poco después, malos y tristes; en segundo lugar, de que todo gira sobre sí mismo sin rumbo ni razón y se consume de manera ciega e inútil; y, en tercer lugar, de que los hombres esconden de este modo el absurdo sinsentido del acontecer, de que en su angustia se guardan de pensar en el día siguiente. Para nosotros mismos somos un enigma eternamente espantoso, un enigma deletéreo. Si consideráramos el nacimiento de este niño que se celebra hoy solo desde nosotros, entonces solo podríamos decir de él y de nosotros, afligidos y llenos de amargura, lo que leemos en el decimocuarto capítulo del libro de Job, es decir, que el hombre, nacido de mujer, de vida breve y plagado de miserias, florece como una flor para luego marchitarse, huye constantemente como una sombra y no deja huella. Por nosotros mismos seríamos un simple puntito de luz en medio de unas tinieblas inmensas que harían de él algo más terrible todavía; seríamos como una cuenta que nunca se salda, unos seres arrojados en el tiempo en el que todo se desvanece, constreñidos a existir sin haber sido consultados, abrumados de trabajos y desengaños, atormentados y castigados por la propia culpa, seríamos unos seres que empiezan a sufrir la muerte en el momento mismo en que nacen, inseguros y perseguidos, distrayéndonos y engañándonos como niños con esas cosas a las que llaman el lado bueno de la vida, pero que en realidad no son sino una manera refinada de que el martirio y la tortura de la vida no terminen demasiado pronto. Pero si, con fe decidida y valiente, decimos ¡es Navidad!, estaremos diciendo al mismo tiempo que ha acontecido algo en el mundo y en nuestra vida que ha transformado todo el mundo y toda nuestra vida, que ha dado al traste con el «nada nuevo bajo el sol» del antiguo sabio y con el tétrico eterno retorno del filósofo moderno, algo con lo que nuestra noche, la terrible, fría y solitaria noche —pues el cuerpo y el espíritu esperan morir congelados— se ha convertido en una noche buena, en una noche santa. Porque el Señor está aquí. El Señor de la Creación y de mi vida. Desde el eterno «todo en uno y a la vez» de su eternidad, Él contempla ya el eterno cambiar de mi vida transitoria. El Eterno se hace Tiempo, el Hijo se hace Hombre y la eterna Razón del Mundo —lo que da sentido a toda realidad— se ha hecho carne. Y con ello ha cambiado el tiempo y la vida humana. Porque el mismísimo Dios se ha hecho hombre. No es que haya dejado de ser la eterna Palabra de Dios, con todo su Señorío y Santidad insondables. Pero se ha hecho verdaderamente hombre. Y ahora le importa, le interesa de manera especial este mundo y su destino. Ahora el mundo ya no es solo su obra, sino un trozo de sí mismo. Ahora no se limita a contemplar su discurrir, sino que está también dentro de él y siente lo mismo que nosotros, ahora le ha caído encima nuestro destino, nuestras alegrías, nuestros lamentos. Ya no necesitamos buscarlo en la infinitud del cielo, donde nuestro espíritu y nuestro corazón se pierden sin rumbo; ahora él está también en nuestra tierra, en la que no se concede ningún privilegio sino que comparte la misma suerte que todos nosotros: hambre, cansancio, enemistad, una muerte temida y patética. Por inverosímil que pueda parecer, la infinitud de Dios ha asumido la limitación humana; la santidad, la tristeza mortal de la tierra; la vida, la muerte. Pero solo la oscura claridad de la fe torna claras nuestras noches, torna santas nuestras noches. Dios ha venido. Está aquí. Y todo es distinto a como creíamos. El tiempo ha dejado de ser un eterno fluir y se ha convertido en un acontecimiento que de manera perseverante, silenciosa e inequívoca nos lleva a un final determinado, en el que nos presentaremos, nosotros junto con el mundo, ante el rostro desvelado de Dios. Cuando decimos «es Navidad» estamos diciendo: Dios ha dicho al mundo su última, más profunda y hermosa palabra en una Palabra hecha carne, una Palabra que ya no puede volverse atrás porque es el acto definitivo de Dios, Dios en el mundo. Y esta Palabra significa: os amo a ti, mundo, y a vosotros, seres humanos. Es una Palabra completamente inesperada, completamente inverosímil, pues ¿cómo pronunciar esta Palabra conociendo al ser humano y al mundo, que son unos abismos horribles y vacíos? Pero Dios, que los conoce mejor que nosotros, ha pronunciado él mismo esta Palabra al nacer como una criatura más. Esta Palabra de amor hecha carne nos dice que debe haber una comunión íntima, corazón a corazón, entre el Dios eterno y nosotros; dice aún más, que existe ya esta comunión (aunque nosotros podamos rechazar aún este beso de amor que ya nos quema en la boca). Esta Palabra la ha dicho Dios con el nacimiento de su Hijo. Y ahora reina por unos momentos una tranquilidad silenciosa en el mundo, y todo ese ruido que llamamos orgullosamente historia universal, o nuestra propia vida, es solo un ardid del amor eterno que quiere posibilitar una respuesta libre del hombre a su última Palabra (de Amor). Y en este a la vez largo y breve momento del silencio de Dios, que se llama la historia después de Cristo, el hombre debe tomar la palabra en el mundo una vez más y, en el temblor de su corazón que se estremece de amor divino, decirle a Dios que como hombre está a su lado en espera silenciosa: «yo…», no, no debe decirle nada, sino abandonarse silenciosamente al amor de Dios, que está ahí porque ha nacido el Hijo. La Navidad dice: Dios ha venido a nosotros, de tal manera que puede habitar en el mundo y en nosotros con su esplendor terrible y glorioso. Con el nacimiento del Niño ya nada es igual. Desde el corazón mismo de la realidad, que es el Verbo hecho carne, todo tiende, con la inexorabilidad del amor, hacia Dios, sin que el mundo tenga que verse reducido a cenizas por su fuego abrasador y el de su santidad y justicia. Todo tiempo queda ahora abrazado por la eternidad, que a su vez se ha convertido en tiempo. Todas las lágrimas quedan enjugadas en lo más íntimo, pues Dios las ha llorado y las ha enjugado en sus propios ojos. Toda esperanza es ya una verdadera posesión, pues Dios ha sido ya poseído por el mundo. La noche del mundo se ha vuelto día. Nuestra veleidosa terquedad y la debilidad de nuestro corazón no quieren dejar que Dios sea mayor que ellas y por eso no quieren reconocerlo en un recién nacido que yace en un pesebre; nuestro corazón no quiere reconocer que ya la noche ha pasado y el día sin ocaso se abre paso en las tinieblas. Toda amargura es solo un aviso de que aún no se ha revelado que la única noche santa del mundo ha irrumpido ya, y que toda la felicidad de esta tierra es la confirmación secreta de que ya es Navidad. Por eso la fiesta de Navidad no es poesía ni romanticismo pueril, sino la profesión de fe —lo único que justifica al hombre— de que Dios ha resucitado y ha pronunciado ya su última palabra en el drama de la historia, por mucho que el mundo hable y grite. La fiesta de Navidad solo puede ser el eco de esa palabra en lo más profundo de nuestro ser, donde decimos amén a la palabra de Dios, que ha venido de su inmensa eternidad a la estrechez de este mundo y sin embargo no ha dejado de ser la palabra de la verdad de Dios y de su amor lleno de gracia. Cuando no solo el resplandor de las velas, la alegría de los niños y el olor del abeto dicen sí a la palabra amorosa de Dios hecho niño, sino también el propio corazón, entonces adviene, acontece verdaderamente la Navidad, no solo el espíritu navideño sino la más pura verdad. Pues esta palabra del corazón es llevada entonces en volandas por la sagrada gracia de Dios, entonces la palabra de Dios nace también en nuestro corazón, como decían nuestros antiguos maestros: Dios se muda a vivir a nuestros corazones como un día se mudó al mundo, a Belén, pero ahora más que antes, más íntimamente que nunca antes. Abramos pues de par en par las puertas de nuestro corazón, que entre en su propiedad como entró por primera vez en el mundo. Y en ese momento nos dice lo que ya dijo con ocasión de su venturoso nacimiento al mundo en su totalidad: aquí estoy, aquí estoy a tu lado. Yo soy tu tiempo. Yo soy la lobreguez de tu vida cotidiana, ¿por qué no la quieres soportar? Yo lloro tus lágrimas, llórame tú las tuyas, hijo mío. Yo soy tu alegría, no temas estar contento, pues desde que he llorado yo tu alegría es un sentimiento más realista que la angustia y la tristeza de los que dicen no tener ninguna esperanza. Yo soy el impasse de tus caminos, pues cuando tú, niño tontorrón, ya no sabes seguir adelante, resulta que ya has llegado a mí sin darte cuenta. Yo estoy en tu angustia, pues la he compadecido, y no me he portado tampoco heroicamente según el modo de pensar del mundo. Yo estoy en la mazmorra de tu finitud, pues mi amor me ha convertido en tu prisionero. Cuando no cuadre la cuenta de tus pensamientos y de tus experiencias, mira, yo seré el resto no encontrado, y sé que este resto, que quiero traer a tu desesperación, es en realidad mi amor, que tú aún no comprendes. Yo estoy en tus penalidades, pues yo mismo las he sufrido, pero estas ya se han transformado, aunque no se hayan extirpado de mi corazón humano. Yo estoy en tus caídas más profundas, pues hoy he empezado a bajar al infierno. Yo estoy en tu muerte, pues hoy he empezado a morir contigo, al ser dado a luz, y no he querido que se me exima de esa muerte. No te compadezcas de los que nacen, como hizo Job, pues los que aceptan mi salvación han nacido en la noche santa, pues mi noche buena abraza todos vuestros días y noches. De una manera absolutamente personal, he accedido a entrar a la más terrible aventura, que empieza con vuestro nacimiento, y os aseguro que mi vida no fue más fácil y segura que la vuestra, pero también os garantizo que ha tenido un final feliz. Desde que me convertí en hermano vuestro, estáis tan cerca de mí como yo lo estoy de mí mismo. Por tanto, si como criatura quiero demostrar, en mí y en vosotros, hermanos y hermanas, que como creador no he hecho con los hombres nada descabellado, entonces ¿quién os podría arrancar de mi mano? Yo os acepté al asumir, como vosotros, la vida humana, cual nuevo comienzo he vencido en mis humillaciones. Si juzgáis el futuro solo por lo que sois, todo pesimismo será poco. Pero no olvidéis que vuestro verdadero futuro es mi presente, que empieza hoy y ya nunca será pasado. Por eso pensáis con realismo cuando os atenéis a mi optimismo, que no es ninguna utopía, sino la realidad de Dios, la realidad entera de Dios, que yo —este milagro incomprensible de mi amor omnipotente— he traído incólumemente y por completo al frío estado de vuestro mundo. Ya estoy aquí, y ya no me iré de este mundo, aunque no me veáis. Cuando tú, pobre humano, celebres la Navidad, dile a todo lo que existe y a lo que tú eres esta sola cosa, y a mí dime: y estás ahí, ya has venido. Has llegado a todas las cosas, incluso a mi alma, incluso pese a la terquedad de mi maldad, que no quiere dejarse perdonar. Di solo esto y será también Navidad para ti, di solo: ya estás aquí. No, no digas nada. Desde que estoy aquí, mi amor es invencible. Ya estoy aquí. Es Navidad. Encended los cirios, que tienen más derecho que cualquiera de las tinieblas. Es Navidad, Navidad que permanece para siempre. LA RESPUESTA DEL SOSIEGO ––––––––––––––––––––– CARTA A UN AMIGO La Navidad? Decimos esta palabra casi un poco desanimados, pues ¿ ¿podemos hoy hacerle ver a alguien realmente lo que se quiere decir con la frase «celebrar la Navidad»? Es evidente que en estas fiestas no basta con el árbol de Navidad, los regalos, el dulce hogar y otras cosas igualmente emotivas, pero tampoco basta con una costumbre mantenida con suave escepticismo. Pero ¿qué más hay? Bueno, creo que sería demasiado atrevido ofrecerte algo parecido a una receta. Las grandes experiencias de la vida son producto del destino, unos regalos de Dios y de su gracia; pero conviene añadir que generalmente les caen en suerte a la persona que está preparada para recibirlas. De no ser así, la estrella pasará por delante de nuestras vidas sin que hayamos reparado en ella. Para los grandes momentos de la sabiduría, del arte y del amor, el hombre debe prepararse íntegramente, en cuerpo y alma, pero así también para las grandes festividades de nuestra Salvación. Por tanto, no debes celebrar la Navidad al buen tuntún, como un acto rutinario más. Prepárate para ella, desea prepararte. Por ahí debes empezar. Y una segunda cosa: debes tener el valor de estar solo. Si no consigues esto, y no lo haces cristianamente, no podrás esperar tener un corazón navideño, y por tanto no podrás regalarles un corazón manso, paciente, valientemente sereno y suavemente afectuoso a aquellos a quienes te esfuerzas en amar. Este es el mejor regalo del árbol de Navidad; de no ser así, todos los demás serán un gasto superfluo, regalos que también podríamos hacer en cualquier otra época del año. Por tanto, busca un momento para ti mismo. Tal vez encuentres una habitación en la que puedas estar solo y en silencio. O conozcas un camino tranquilo, o una iglesia solitaria. Después, no hables contigo mismo como hablas con los demás, con los que solemos discutir y pelearnos incluso cuando no están presentes. Aguarda, aguza el oído, no esperes ninguna experiencia extraña. No te vacíes acusadoramente ni tampoco te regodees. Calladamente, intenta entrar en ti mismo. Tal vez notes entonces algo terrible. Tal vez te des cuenta de lo lejos que están de ti todas las personas con las que te relacionas todos los días y con las que —eso se dice— nos une el amor. Tal vez no percibas nada, como una extraña sensación de vacío y de ausencia de vida. Persevera y notarás cómo todo lo que se anuncia en dicho sosiego está circundado por una lejanía innombrable y permeado por algo parecido al vacío. ¡Pero no lo llames Dios! Es solo eso que remite a Dios y, en su innombrabilidad e infinitud, permite barruntar que Dios no es una cosa más añadida a esas con las que normalmente tenemos que ver. Nos permite percatarnos de la presencia de Dios si estamos sosegados y si, ante la inquietud y la extrañeza que existen y persisten en el sosiego y el silencio, no huimos asustados, ni aunque sea para refugiarnos en el árbol de Navidad o en conceptos religiosos más contundentes, que pueden matar la religión. Sin embargo, esto es solo el comienzo, la preparación de una fiesta de Navidad para ti. Si perseveras y dejas que hable el silencio de Dios, verás cómo este silencio que clama a voces pocas veces se revela equívoco. Es al mismo tiempo el miedo a la muerte y la promisión de la infinitud que se te acerca con bendiciones, las cuales, juntas, están tan cerca y se parecen tanto como si desde nosotros pudiéramos dilucidar la infinitud. Pero precisamente en esta extrañeza aprendemos a comprendernos mejor y a aceptar el lado dulcemente familiar de lo extraño. Pues este es precisamente el mensaje de la Navidad: Dios está verdaderamente cerca de ti allí donde estés, siempre y cuando estés abierto a este infinito. Pues entonces la lejanía de Dios es al mismo tiempo su inasible proximidad que todo lo permea. Él está aquí de manera amorosa y dice: ¡no temas! Él está en lo más íntimo de la mazmorra. Debes confiar en esta cercanía, que no es el vacío. Suelta, deja ir y encontrarás. Regala y serás rico. Pues en tu experiencia interior ya no dependes de esa dura realidad palpable que se individúa al afirmarse y así mantenerse. Pero no solo tienes semejante cosa, pues la infinitud se ha vuelto cercanía. Así, debes interpretar tu experiencia íntima y experimentarla como la gran fiesta del descenso divino de la eternidad al tiempo, de la infinitud a la finitud, cual nupcias de Dios con su criatura. Semejante fiesta sucede en ti —los teólogos la llaman «gracia» a secas—, sucede en ti si estás sosegado, esperas e interpretas—creyendo, esperando y amando, pues eso significa la Navidad— lo que experimentas. Esta experiencia del corazón permite entender mejor el mensaje navideño de la fe: que Dios se ha hecho hombre. Sin duda, esto es algo que decimos como si tal cosa. Nos figuramos esta encarnación como si fuera una especie de disfraz de Dios, como si en el fondo Dios fuera solo un simple Dios y no supiera si está o no donde estamos nosotros. Dios es hombre, pero eso no significa que haya dejado de ser Dios en la ilimitada plenitud de su gloria. No significa que su lado humano sea algo que no le importe mucho, como si fuera un añadido, como si no dijera nada sobre él sino solo sobre nosotros. «Dios es hombre», dice expresamente algo sobre Dios. No debemos ni equiparar exactamente la humanidad de Dios con la divinidad de Dios ni ponerla simplemente junto a Dios como algo que recae perdurablemente sobre sí mismo ni tampoco atribuírsela verbalmente mediante un vacío «y». Siempre que Dios nos muestra lo que hay de humano en él nos está encontrando de tal manera que él mismo está ahí. Porque nosotros solo yuxtaponemos la divinidad y la humanidad que hay en la Palabra del Padre hecha carne en vez de entender que las dos surgen del mismo y único Fundamento; por eso corremos constantemente el peligro de errar el lugar donde se sitúa el sacrosanto misterio de la Navidad en nuestra existencia que se sobrepasa a sí misma, lugar en el que este misterio —el de nuestra salvación— encaja en nuestra vida y nuestra historia. Pero esto no nos debe hacer olvidar que, según el testimonio de la fe, Jesús es un hombre verdadero, es decir, un hombre como tú y como yo; un hombre más finito, más libre, que asume obedientemente el insondable misterio de su existencia, un hombre que debe responder y ser respondido, que es preguntado y oye la pregunta, una pregunta que en definitiva solo es respondida en ese último acto del corazón que se entrega amorosa y obedientemente al misterio infinito, en un acto en el que la aceptación se da con la fuerza de lo aceptado propiamente tal. Así fue también aquel cuyo comienzo quieres celebrar y festejar. Lo que él aceptó como hombre, también tú puedes atreverte a hacerlo: decir sosegada y creyentemente «Padre» a lo insondable y aceptarlo no como una lejanía matadora o un veredicto agobiante sobre nuestra miseria, sino como una proximidad sin medida y perdonadora. Pues es Dios y hombre a la vez: dador, don y recepción, llamada y respuesta al mismo tiempo. Por tanto, convendría conjurar la experiencia de nuestro corazón para vislumbrar venturosamente lo que se quiere decir con la encarnación del Dios eterno. Convendría que esto ocurriera en medio de ese sosiego en el que el hombre se halla solo consigo mismo, buscando el conocimiento de sí mismo. Este sosiego bien entendido en la fe del mensaje de la Navidad es una experiencia existencial del hombre infinito, una experiencia que nos dice algo que solo es así porque el propio Dios se ha vuelto hombre. Si nos experimentáramos de otra manera, Dios no habría nacido como hombre. Si aceptamos la muda enormidad que nos rodea como lejanía y al mismo tiempo como una cercanía sobrecogedora, como proximidad salvadora y como un amor afectuoso que no se reserva nada, si tenemos el valor de entendernos así, lo que solo se puede hacer en la gracia y en la fe —lo sepamos o no—, entonces habremos hecho la experiencia navideña de la gracia en la fe. Es una experiencia muy sencilla, pero es la paz augurada a los hombres de buena voluntad y del agrado de Dios. EPÍLOGO «DECIMOS ESTA PALABRA CASI UN POCO DESANIMADOS» Las reflexiones de Karl Rahner acerca de la Navidad Es casi como si lo estuviéramos oyendo jadear o respirar con dificultad: «¿La Navidad? Decimos esta palabra casi un poco desanimados». O también: «Hoy celebramos la Navidad. ¡Ah, qué costumbre tan entrañable!». Sin embargo, como sacerdote y predicador, Karl Rahner, SJ, abordó los mismos temas difíciles que como teólogo; y con el año litúrgico se sintió siempre particularmente familiarizado; convivió con él, por así decir, pues lo conocía bien desde muy pequeño: las festividades cristianas eran celebradas regularmente en su familia, donde se tenía por costumbre rezar a la hora del almuerzo y de la cena.5 Como jesuita, continuó esta tradición de la oración en el ámbito de su Orden; y como sacerdote, el año litúrgico, con sus respectivos leccionarios, fue su acompañante cotidiano. MÁS ALLÁ DE LA MAGIA NAVIDEÑA Para la edición de Navidad de una hoja parroquial durante su época de profesor en la Westfälischen Wilhelms-Universität de Múnster (1967-1971), le preguntaron a Rahner: «¿Qué opina usted de la Navidad?». Allí se recogió también su réplica —¿debemos decir escéptica?— en forma de pregunta: «¿La Navidad? Decimos esta palabra casi un poco desanimados, pues ¿podemos hoy hacerle ver a alguien realmente lo que se quiere decir con la frase “celebrar la Navidad”?».6 Las repeticiones suelen reforzar el pensamiento de una persona. Que Rahner adopte el adjetivo «desanimado» a lo largo de varias décadas y hable de nuevo de una usanza o «costumbre piadosa», que habría que cuestionar o al menos debatir, demuestra que conocía bien la presión que recae sobre esta fiesta tanto por sus experiencias familiares como pastorales: «Si uno es cristiano, tiene la obligación de no engañarse acerca de esta magia navideña».7 Así habla y escribe alguien que sabe tanto de presiones como de malentendidos, pero que tiene también interés en percibir, esclarecer y mantener vivo en la conciencia el lado positivo de esta fiesta: «El propio Dios se ha convertido en nuestro prójimo. Si reconocemos el motivo de esta cercanía —con su incondicional promesa y venida— en lo que llamamos Dios-hombre, entonces habremos hecho la experiencia navideña de la gracia en la fe».8 Rahner consideraba muy importante que, detrás de la Navidad y en todo lo que iba unido a ella, fuera también posible una experiencia religiosa (una «experiencia del corazón»). LOS TEXTOS SOBRE LA NAVIDAD Los dos textos de Rahner reunidos en este volumen bajo el título general de El significado de la Navidad proceden de dos épocas diferentes, pero son muy parecidos en cuanto a su contenido y su lenguaje. El primer texto, «Weihnachten» («La Navidad»), está tomado del librito publicado varias veces en la serie «Kleines Kirchenjahr» (El año litúrgico. Meditaciones breves), que apareció por primera vez en 1954 y que, a partir de 1981, existe como libro de bolsillo.9 Este popular escrito, traducido a varias lenguas, se encuentra también desde 1968 en alfabeto Braille en dos tomos; es un «Gang durchs Kirchenjahr» («Recorrido por el año litúrgico»), como precisa el subtítulo añadido con motivo de la edición de bolsillo. Originalmente, «Weihnachten» se publicó con el título de «Seitdem ich euer Bruder wurde...» («Desde que me hice hermano vuestro…») en la revista Hochland (1951) y conoció después numerosas ediciones, por ejemplo en el suplemento navideño del Süddeutschen Zeitung de Múnich, así como en el Konradsblatt de Karlsruhe o en el Tiroler Nachrichten de Innsbruck. El segundo texto, «Die Antwort der Stille» («La respuesta del sosiego»), se publicó por primera vez en el diario vienés Die Presse10 en 1962, es decir, unos diez años después de publicarse el primero. En 1966 se incluyó en el libro de bolsillo Glaube, der die Erde liebt (La fe que ama a la tierra), resultando así más accesible al público en general. Este texto presenta un planteamiento más teológico que el primero: «Tras un comienzo en su lengua personal, mistagógica, sobre la fiesta de Navidad, Rahner habla aquí de los componentes fundamentales de la encarnación de la Palabra divina, siendo su intención no separar la humanidad de Dios de su divinidad».11 UNA TEOLOGÍA FILOSÓFICAMENTE TRABAJADA Nunca se insistirá lo suficiente en que hay que dejar hablar al propio Rahner: Yo diría que, en la teología, sin que esto haya sido un programa fruto de la reflexión, desde el principio me han ocupado cuestiones que son de especial importancia para la vida religiosa espiritual, eclesial y personal. En mis primeros años de Innsbruck, casi diez seguidos, recuerdo que prediqué mucho, prácticamente todos los domingos. También dirigí a menudo ejercicios espirituales, lo que, por desgracia, hoy no puedo hacer por motivos de orden práctico, ajenos a mi voluntad. Si se me permite decirlo así, yo no considero mis trabajos piadosos —El año litúrgico;12 Palabras al silencio,13 el librito La necesidad y el don de la oración,14 los volúmenes de consideraciones sobre los ejercicios ignacianos y otros muchos textos por el estilo— un mero subproducto de la teología, como si estuvieran simplemente escritos «por amor al arte», sino que los considero textos al menos tan importantes como los trabajos teológicos propiamente dichos. Yo creo que en muchos capítulos de La necesidad y el don de la oración se encierra al menos tanta teología, una teología filosóficamente trabajada, como en las denominadas obras científicas.15 Obras como Palabras al silencio (1938), La necesidad y el don de la oración (1949), «Heilige Stunde und Passionsandacht» («Hora santa y oficio de pasión», 1949) o El año litúrgico (1954) se consideran monografías que ya habían aparecido con estos títulos en forma de libro. Sin embargo, en su origen son unas contribuciones que habían aparecido individualmente y que solo después formaron parte de una totalidad. Pero si despachamos estos títulos como «meros» escritos ocasionales de carácter edificante, «piadoso» y espiritual o como una mera colección de homilías, estaremos corriendo el peligro, ya advertido por el propio Rahner, de no reconocer toda su trascendencia teológica. Conviene prestar oído a la recomendación de un íntimo amigo y colaborador de Rahner: Sin embargo, esto no significa que, en Karl Rahner, junto a la teología estrictamente científica, necesariamente abstracta y seca, hubiera una versión atenuada o rebajada para «círculos más amplios» ni tampoco que él sintiera aversión hacia los estudios teológicos sutiles y diferenciados. Simplemente, se trata de distintos horizontes. A él le interesa liberar de su cosificación en simples instrumentos las fórmulas y conceptos de la teología, sin por ello dejarlos a un lado ni, considerando su gran valor e importancia, negarles su condición de tradición teológica de la Iglesia, como pretenden los modernistas de cualquier época.16 Es un hecho cierto que, por así decir, muchos lectores hicieron un rodeo por los escritos «piadosos» de Rahner para desde allí abordar al Rahner «teológico», que para muchos parecía ser idéntico al Rahner «difícil». Estaremos «infravalorando» las alocuciones, reflexiones y homilías si las etiquetamos como «conferencias piadosas», como se nos advierte también en la introducción, aparecida en la revista zuriquesa de los jesuitas Orientierung, a la reimpresión en 1954 de la homilía «La Ascensión», sacada de El año litúrgico. En esta introducción se dice, entre otras cosas, que el propósito de Rahner es «hacer que la teología resulte piadosa y existencialmente fructífera para el laico que ora». Y más adelante podemos leer: En sus dieciséis breves consideraciones sobre los momentos y fiestas del año litúrgico, Rahner no intenta una exposición sistemático-teórica de las verdades cristianas ni tampoco un análisis histórico-litúrgico de los textos de la misa. Pese a ello, este texto sobre el año litúrgico representa una especie de profesión de fe vivida, en la que, orando desde las hodiernas dificultades de la vida cotidiana, la respuesta cristiana se afirma y consolida de una manera sencilla y a la vez profunda mediante la cruz y la redención, y ello sin crispación alguna ni cortocircuitos gazmoños. Quien haya leído detenidamente este librito habrá sacado una visión ordenada de las actitudes cristianas desde el punto esencial del Dios «vivo».17 El anterior análisis es, según nuestra apreciación, sumamente pertinente. En efecto, los textos «piadosos» de Rahner son en realidad «una especie de profesión de fe vivida»; Rahner da vueltas y vueltas a los problemas, retoma cuestiones que no son ficticias o inventadas sino tomadas de la vida o de la praxis religiosa, articula dudas e intenta acercar el contenido teológico mediante palabras sencillas y evitando expresiones técnicas. Esto es cristología implícita, que por caminos distintos al camino del alto discurso científico —por importante que pueda ser— y con objetivos distintos a los de una summa teológica, consigue descubrir el núcleo esencial de la fe cristiana. Allí donde la Navidad degenera en un mercadillo de pensamientos, donde en el orden del día solo figura el menú festivo, el motivo para la fiesta ya no puede ser tema ni tampoco ser tematizado. Y es que el motivo de la Navidad es una persona: se trata del nacimiento de Jesús en el portal de Belén. A este Jesús los cristianos lo profesan como al Mesías, el Salvador enviado por Dios y Redentor del mundo, el que cura la miseria existencial del hombre y redime al mundo del destino de convertirse en una sepultura de la vida. Hay una frase de Rahner muy interesante que procede de una charla que dio en 1937 y que puede considerarse casi como el trasunto cristológico de toda su obra, a saber: «En el cristianismo, es decir, en Jesucristo, el Dios vivo dirige la palabra al hombre».18 Y la frase que viene a continuación muestra lo que este dato teológico opera o desencadena: «Con ello se inicia una amedrentadora realidad en la vida del hombre».19 Celebrar la Navidad significa para Rahner hablar de este aspecto amedrentador, valorar este hecho no como uno más —por interesantes que puedan ser los demás— sino como un acontecimiento de la historia salvífica. Tras el relato del pesebre (por cierto, nada idílico) se esconde el mensaje portentoso: Dios en persona se encuentra en este niño, él está aquí, imposible de ser superado, con lo que se promete a sí mismo a este mundo de una vez por todas, y se queda definitivamente aquí. Aunque pueda parecer algo osado, en este contexto cabe afirmar lo siguiente: la teología de Karl Rahner, su manera misma de plantear las cuestiones, es también la expresión y plasmación de este amedrentamiento por un hecho que para él, como hombre, jesuita y sacerdote, fue un hecho salvífico: Dios se ha hecho hombre, «et incarnatus est». En lo cual se encierra asimismo una confesión: para mí, esto es verdad, yo creo que esto es así…, y me gustaría también comunicarlo a los demás, despertarles el interés por esto. ¿UNA SENSACIÓN DE VÉRTIGO METAFÍSICO? Por supuesto, esta pregunta no tiene el mismo sentido en una homilía, en una meditación, en la radio o en la televisión que en un simposio en torno a la «teología dogmática». A Rahner le interesó de manera especial presentar los contenidos teológicos de un modo comprensible al común de los mortales cristianos, como por lo demás debe hacer todo aquel que se dedique a la difusión del evangelio y no siempre pueda contar con un público teológica o académicamente formado. A Rahner le importaba mucho la diferenciación entre el elevado lenguaje teológico y el lenguaje pastoral de Dios. En cierta ocasión le dijo a su compañero de Orden Karl-Heinz Weger (1932-1998) lo siguiente: El heraldo del evangelio no puede pensar que deba y pueda fracasar —tranquilamente— con su anuncio cristológico en las ocasiones en que no «caiga bien» al hombre de hoy con la fórmula «Dios se ha hecho hombre»; tiene la posibilidad y la obligación de decir «de otra manera» esto mismo, aunque debe intentar que sus oyentes comprendan que la verdad de Jesús se expresa de manera eclesialmente legítima debiendo y pudiendo hacer comprensible esta verdad de otra manera también a sí mismo. Si con la frase «Dios es hombre» alguien experimenta una sensación de vértigo metafísico que paraliza su valentía para la fe, debe decir de manera sencilla pero valiente: Dios se ha dicho a sí mismo en Jesús de una manera completa e irrepetible; esta Palabra ya no puede volverse anticuada ni volverse atrás, a pesar de las infinitas posibilidades de que Dios dispone para hacerlo; al mundo y a su historia le ha fijado un fin, que no es sino él mismo, y este fijar un fin no se ha dado solo en los eternos pensamientos de Dios, sino que Dios mismo lo ha insertado en el mundo y en la historia, incluso en Jesús, el crucificado y resucitado. Quien dice esto está creyendo exactamente lo que le dice la cristología metafísica de la Iglesia […], algo que lo protegerá contra las falsas atenuaciones o reinterpretaciones.20 DIOS SE HA HECHO HOMBRE «Una costumbre piadosa», «el suave olor del abeto», «la luz de las velas», «los regalos», «la música navideña», «un poco de consuelo por estas fechas», «la paz de la Navidad», «la poesía», «el romanticismo pueril», todo esto pertenece naturalmente a la Navidad. Pero para Rahner es algo de segundo orden. Para él, la Navidad es «la profesión de fe —lo único que justifica a los hombres— de que Dios ha resucitado y ha pronunciado ya su última palabra en el drama de la historia». En concreto, significa —y con estas palabras Rahner formula tal vez la versión más breve y emotiva del misterio de la Navidad— que «Dios ha dicho al mundo su última, más profunda y hermosa palabra en una Palabra hecha carne, una Palabra que ya no puede volverse atrás porque es el acto definitivo de Dios, Dios en el mundo. Y esta Palabra significa: os amo a ti, mundo, y a vosotros, seres humanos». Cuando el hombre entiende esta palabra amorosa de Dios y se siente interpelado por ella, «entonces acontece verdaderamente la Navidad, no solo el espíritu navideño sino la más pura verdad». Entonces se transfigura la noche de nuestra vida, una noche santa en el más profundo sentido de la palabra, tal y como Rahner lo formula en otro lugar: Si hay un momento en la historia, en la historia de los individuos y de la humanidad entera, que es como un comienzo primordial, lleno de posibilidades y promisiones inmensas, un comienzo que lo esconde todo en su seno misterioso, y si este comienzo del comienzo inenarrable, infinito, ya lleva en sí su propia realización, ya está seguro de su victoria y es a la vez cumplimiento y promisión, entonces deberíamos llamar este momento la noche santa. Noche, porque es comienzo, y noche santa porque es un comienzo bienaventurado e imbatible. Este comienzo deberíamos llamarlo noche sagrada, noche buena, noche de Dios. Y por eso la fiesta que hoy celebramos la llamamos Navidad o Nochebuena. Y cantamos: Noche de Dios, noche de paz… con todo —y sagrado— derecho. Pues esta noche es la noche sacrosanta. Pues la fe de los cristianos dice: aquí ha empezado. Aquí ha venido a nosotros Dios mismo silenciosamente desde el terrible fulgor en el que habita como Dios y Señor. Ha entrado silenciosamente en la choza, en el portal de nuestra existencia terrenal tras haberse inventado como hombre. Ha empezado como nosotros empezamos, pobre, en peligro, infantil, tierno, indefenso. Él, que es el futuro infinito y lejano que nosotros nunca podremos atrapar porque en su lejanía parece retroceder cuando corremos hacia él por la pedregosa calle de nuestra vida, este mismo ya ha salido a nuestro encuentro, ya ha venido a nosotros, pues de lo contrario nosotros no podríamos encontrarlo; él se ha unido a nosotros en nuestro camino para que este tenga un fin feliz, pues con Jesús este fin se ha convertido también en nuestro comienzo. Dios está cerca. Su Palabra eterna y misericordiosa está aquí, donde nosotros estamos; ella peregrina por nuestros caminos, saborea nuestra alegría y nuestra miseria, vive nuestra vida y muere nuestra muerte. Ella ha hundido suave y quedamente su vida eterna en este mundo y en su muerte. Ella nos ha redimido, pues ha compartido nuestra suerte. Ella ha convertido nuestro comienzo en el suyo, ha penetrado en nuestro destino, abriéndolo así a la vastedad infinita de Dios. Y con esto nos ha aceptado inderogablemente, pues la Palabra de Dios ya no dejará nunca de ser hombre; por eso este comienzo, que es nuestro y suyo al mismo tiempo, es un comienzo de promesas indestructibles, un comienzo en una noche sosegada que se llama Nochebuena, la noche sacrosanta.21 Ni el examen a fondo de la fiesta ni el espíritu asociado a ella, muchas veces conjurado o escenificado de manera convulsa, se dan sin condiciones. En su «Carta a un amigo», subtítulo del segundo texto, titulado «La respuesta del sosiego», Rahner nos introduce mistagógicamente en la experiencia de la Navidad. Lo que nos dice es muy parecido a un manual de instrucciones: «prepárate» y «ten el valor de estar solo». En silencio, en quietud, deja hablar a Dios, deja que se te diga una palabra, la Palabra; lo que te conducirá a una «cercanía» que «no es el vacío»: «Suelta, deja ir y encontrarás. Regala y serás rico. Pues en tu experiencia interior ya no dependes de esa dura realidad palpable…». Se trata de la experiencia de la gracia: Así, debes interpretar tu experiencia íntima y experimentarla como la gran fiesta del descenso divino de la eternidad al tiempo, de la infinitud a la finitud, cual nupcias de Dios con su criatura. Semejante fiesta sucede en ti —los teólogos la llaman «gracia» a secas—, sucede en ti si estás sosegado, esperas y —creyendo, esperando y amando, pues eso significa la Navidad— interpretas lo que experimentas. Aquí tenemos al Karl Rahner mistagogo, que emplea sus dotes teológicas y lingüísticas para que el mensaje pueda llegar a su destino y ser experimentado, para que de la banalizada fiesta de la Navidad se haga una «experiencia navideña de la gracia en la fe». Así como Dios en la Encarnación de su Hijo se ha «incardinado» en cierto modo en el mundo, para quienes profesan a Jesús de Nazaret y lo invocan, la historia de la Navidad puede convertirse en carne y sangre y ayudarles a «incardinarse» en toda la extensión de la palabra. El Dios eterno, lejano, inalcanzable… se nos acerca de manera insuperable en el niño del pesebre de Belén; tal es el misterio de la Navidad. Los nombres de este niño son igualmente programáticos: Jesús, Yeshúa, Dios ayuda, Dios salva; y Manuel, Immanuel, Dios con nosotros. Desde hace más de dos mil años, la «Navidad» viene ejerciendo sobre la humanidad una fascinación especial. Karl Rahner se esfuerza para que permanezca vivo el mensaje de ella; Dios ha vinculado su historia a la nuestra. Para los cristianos, no se trata de un cuento de hadas ni de un mito, sino de una candente realidad, una realidad que puede cambiar nuestra vida. Muchos hombres presienten que esto puede ser así. A Karl Rahner le encantaría que este presentimiento se convirtiera en una certeza, en una fe para la vida. Andreas R. Batlogg, SJ – Peter Suchla NOTAS * En el original «Alle Jahre wieder...», comienzo de la letra de un conocido villancico alemán. (N. del T.) 1.Véase K. Rahner, «Kleines Kirchenjahr» (1954), Múnich, s. d. [trad. cast.: El año litúrgico. Meditaciones breves, Barcelona, Herder, 1968], actualmente en id., Sämtliche Werke, vol. 7: Der betende Christ. Geistliche Schriften und Studien zur Praxis des Glaubens, a cargo de A. R. Batlogg, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2013, pp. 117-189; id., Das große Kirchenjahr. Geistliche Texte, ed. A. Raffelt, Friburgo de Brisgovia, Herder, 1987, 21988. 2. Véase al respecto K. Lehmann y A. Raffelt (eds.), Karl Rahner-Lesebuch, edición especial actualizada [4.ª ed.], Friburgo de Brisgovia, Herder, 2014, 13*-38* (lit.), texto actualizado, originalmente del año 1970. 3. K. Rahner, Bekenntnis zu Jesus Christus, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2014, pp. 9-20, en especial 12 ss. Se encontrará allí, en el epílogo (pp. 54-62), una breve recopilación de varios trabajos cristológicos de Rahner. 4. K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 12: Menschsein und Menschwerdung Gottes. Studien zur Grundlegung der Dogmatik, zur Christologie, Theologischen Anthropologie und Eschatologie, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2005, pp. 309-322, pero también, de manera general, pp. 251-352; Karl Rahner-Lesebuch, op. cit., pp. 181-245. 5. Véase A. R. Batlogg, Die Mysterien des Lebens Jesu bei Karl Rahner. Zugang zum Christusglauben, Innsbruck, Tyrolia, 22003, pp. 125-127. 6. Karl Rahner, «Was halten Sie von Weihnachten?», en id., Sämtliche Werke, vol. 23: Glaube im Alltag. Schriften zur Spiritualität und zum christlichen Lebensvollzug, a cargo de A. Raffelt, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2006, p. 573. 7. Karl Rahner, «Was halten Sie von Weihnachten?», op. cit. 8. Ibid. 9. Actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 7: Der betende Christ. Geistliche Schriften und Studien zur Praxis des Glaubens, a cargo de A. R. Batlogg, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2013, pp. 121-125 [trad. cast.: El año litúrgico. Meditaciones breves, Barcelona, Herder, 1968]. 10. Actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 14: Christliches Leben. Aufsätze, Betrachtungen, Predigten, a cargo de H. Vorgrimler, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2006, pp. 153155. 11. H. Vorgrimler, nota de edición en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 14, op. cit., pp. XI-XVIII, aquí XV. 12. Barcelona, Herder, 1968. 13. Estella, Verbo Divino, 1981. 14. Bilbao, Mensajero, 2005. 15. «Gnade als Mitte menschlicher Existenz. Ein Gespräch mit Karl Rahner aus Anlaß seines 70. Geburtstages», en Herder Korrespondenz 28 (1974), pp. 77-92, aquí 81 ss.; actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 25: Erneuerung des Ordenslebens. Zeugnis für Kirche und Welt, a cargo de R. Batlogg, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2008, pp. 3-32, aquí 10. 16. H. Vorgrimler, Karl Rahner. Leben, Denken, Werke, Múnich, Manz, 1963, p. 11 [trad. cast.: Vida y obra de Karl Rahner, Madrid, Taurus, 1965]. 17. Orientierung 18 (1954), p. 97. 18. K. Rahner, «Die ignatianische Mystik der Weltfreudigkeit», en id., Schriften zur Theologie, vol. 3, Einsiedeln, Benzinger, 1956, pp. 329-348, aquí 337 [trad. cast.: Escritos sobre teología, vol. 3, Madrid, Taurus, 1968]; actualmente en id., Sämtliche Werke, vol. 7, op. cit., pp. 279-293, aquí 284. La formulación aparece también, con una ligera variación respecto a la ortografía, en el artículo «Passion und Aszese» (1949). Respecto a los antecedentes, véase A. R. Batlogg, «Vom Mut, Jesus um den Hals zu fallen: Christologie», en id., P. Rulands, W. Schmolly, R. A. Siebenrock, G. Wassilowsky y A. Zahlauer, Der Denkweg Karl Rahners. Quellen, Entwicklungen, Perspektiven, Maguncia, Matthias Grünewald, 22004, pp. 277-299, espec. 288 ss. 19. K. Rahner, «Die ignatianische Mystik der Weltfreudigkeit», op. cit., p. 337; id., Samtliche Werke, vol. 7, pp. 284 ss. 20. K. Rahner y K.-H. Weger, Was sollen wir noch glauben? Theologen stellen sich den Glaubensfragen einer neuen Generation, Friburgo de Brisgovia, Herder, 41981, p. 121 [trad. cast.: ¿Qué debemos creer todavía? Propuestas para una nueva generación, Santander, Sal Terrae, 1980]; actualmente en K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 28: Christentum in Gesellschaft. Schriften zur Pastoral, zur Jugend und zur christlichen Weltgestaltung, a cargo de A. R. Batlogg y W. Schmolly, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2008, pp. 528-664, aquí 604. 21. K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 23, op. cit., pp. 332 ss. INFORMACIÓN ADICIONAL La Navidad ¡qué tradición más entrañable! La ilusión de los niños, el árbol iluminado, los regalos, la familia reunida, nos sentimos más compasivos..., pero ¿se reduce a esto la Navidad? ¿Es esto lo más importante? El misterio de la Encarnación divina es algo que ha preocupado siempre de manera especial a Karl Rahner. Prueba de ello son los dos textos, «Navidad» y «La respuesta al sosiego», que se publican aquí bajo el título El significado de la Navidad, cuyo contenido pretende ayudarnos a redescubrir y comprender el mejor sentido cristiano de la Navidad. Según Rahner, «Cuando decimos “es navidad” estamos diciendo: “Dios ha dicho al mundo su última, más profunda y hermosa palabra en una Palabra hecha carne” […] Y esta Palabra significa: os amo a ti, mundo, y a vosotros, seres humanos». KARL RAHNER (Friburgo, 1904 – Innsbruck, 1984) es uno de los teólogos católicos más influyentes del siglo XX. Su pensamiento, fruto de una apropiación creativa de diversas fuentes teológicas y filosóficas, contribuyó a crear un innovador marco de referencia para el entendimiento moderno de la fe católica y las antiguas teologías neoescolásticas. Fue teólogo consultor del Concilio Vaticano II y miembro de la Comisión Teológica Internacional. De su extensísima obra cabe destacar Oyente de la palabra (1945), Escritos de teología (1954-1975) y Curso fundamental sobre la fe (1977). OTROS TÍTULOS Karl Rahner Meditaciones sobre los ejercicios de San Ignacio María, madre del señor Sobre la inefabilidad de Dios El Concilio, un nuevo comienzo Karl Rahner y Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) Revelación y tradición Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) Servidor de vuestra alegría La bendición de la Navidad Fe, esperanza, amor El resplandor de Dios en nuestro tiempo