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Leyendas y Cuentos de Mi Tierra Bolivia Jorge Vargas

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J o r g e |H . $ tc o B a r g a s
S e n d a s \j Cuentos
------------------de
i fie rra , Bolilla
&
E D I T O R I A L
CANELAS
COCHABAMBA - SOLIVIA
19 6 5
SUNY - ALBANY
UNIVERSITY UBRARY
JORGE
M. R I C O
VARGAS
Generad a » y G u e n í o s
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Lecca, f o l í o l a
1965
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I N D I C E
LEYENDAS
Kantuta y M a llc u ......................................................
7
El tesoro del lago T itic a c a ....................................
11
El puente de Y o c a lla ...............................................
15
El valle m a r a v illo so .................................................
21
Una ciudad perdida en la selva boliviana. . .
29
La caja del d ia b lo .....................................................
33
CUENTOS
La serpiente de R o b o r é ...........................................
37
La herencia del v a l l e ...............................................
41
Un europeo en el M a m o r é ....................................
45
Después de la guerra del C h a c o ........................
51
Manuel Camacho, el gigante cochabambino . .
61
Mi primer amor, mi inolvidable amor . . . .
65
534539
LEYENDAS
K A N T U T A Y MA L L C U
K ANTUTA
es la princesa del im perio incaico.
el inca, prototipo de la raza de bronce.
M allcu es
Se conocieron en los arroyuelos del A nde, donde el sol
b rilla jugueteando con los hilos de agua.
D esde entonces fueron inseparables secretam ente.
Ju n to s escudriñaron las cum bres, los riscos y el curso
de los arroyuelos.
Ju n to s ju g aro n con las nubes, con las flores y con los
cóndores.
Los años p a s a ro n . . .
Y los dos crecieron como dos seres herm osos y fu e r­
te s . ..
E n u n herm oso crepúsculo andino descubrieron el
a m o r. . . y su g ran a m o r. . .
Es la p len itu d del am or. . .
L a m elodía de la fla u ta d e M allcu e n tra a lo hondo del
corazón de K a n tu ta . . . y el viento se lleva las notas po r los
andes b o liv ian o s. . .
Los cóndores, que en ese tiem po se dice eran blancos
como la nieve, hacen excursiones al cielo y se deslizan cual
artista s del espacio h asta los picos m ás elevados del Ande.
[7]
\
Es la p lenitud del a m o r. . .
Las nubes celosas avanzan contra las m ontañas como
queriéndolas rom per en m il ped azo s. . .
Es la p lenitud del a m o r. . .
Es la incom parable dicha d e am ar y de esta r en este
m u n d o . ..
Los putu to s quechuas y aym aras rep re sen ta n las lla ­
m aradas de dos corazones am ando, que se escuchan e n tre las
notas de una fla u ta que toca el m ism o M allcu, m ien tras K an- i
tu ta divisa el horizonte tra ta n d o de e n co n trar e n tre las nubes
un palacio p a ra los dos.
Es el am or. . .
P e r o . . . los erkes aym aras hacen escuchar ru d am en te
sus notas anunciando que el p a d re de K a n tu ta acuerda con el
Jila c a ta su m atrim onio con su hija.
Las quenas in te rp re ta n la conversación del p a d re y la
h ija sobre el m atrim onio d e K a n tu ta con el Jilacata.
Las notas triste s de u n a fla u ta exp resan la triste z a de
K an tu ta, quien avisa a su p a d re de sus am ores con M allcu.
E rkes y quenas in te rp re ta n que el p a d re de K a n tu ta
la obliga a aceptar el m atrim onio con el J ila c a ta y ordena el
destierro de M allcu.
C allan los e rk e s . . . Siguen las q u e n a s . . .
M allcu está lejo s. . . en e l destierro.
Sigue sólo u n a q u e n a . . .
U na b ru ja en cu en tra en el cam ino a M allcu sum ido en
su soledad y su dolor y le p reg u n ta de su pena.
M allcu le c u e n ta . . . y le pide que le haga volver al lado de K an tu ta.
L a b ru ja escucha con atención su desdicha, y, aceptan­
do su ruego, le convierte en u n ágil paj arillo, que levanta
vuelo y se aleja rápidam ente.
[8]
j
jarillo.
S uenan las fla u tas y las q u e n a s . . .
Luego callan.
Es el vuelo del pa-
U na fla u ta toca triste m e n te . . . y es que K a n tu ta visi­
ta con honda pena e l lugar p referido por ella y M allcu, en los
senderos de las m ontañas del valle del a m o r .. .
P e r o . . . unas zam ponas indican que ha sido seguida
por el Jilacata, el cual se acerca y le h ab la de am or.
K a n tu ta no escucha al Jilacata. Más pone atención a
un paj arillo que brinca desesperadam ente y vuela e n torn o a
ella.
El J ila c a ta a d v ie rte la presencia de éste y lleno de ce­
los alista su honda y de u n hondazo hace caer al paj arillo so­
b re el pasto verd e del sendero.
U n p a r d e tam bores indican que el p a ja rillo ha sido
gravem ente h e rid o . . .
K a n tu ta ve que el pajarillo ha caído y, so rprendida por
el suceso, po r unos in stan tes no atin a a actuar.
D e pronto, se levanta, corre hacia é l . . . lo tom a en sus
m anos. . . el p a ja rillo está m oribundo. . .
C allan las zam p o ñ as. . . tam b ién los ta m b o re s . ..
Se escucha u n a quena lejan a acom pañada po r una
fla u ta que in te rp re ta la m úsica p referid a de K a n tu ta . . .
P ero la m úsica no es te rrestre ... viene de otro m undo...
El p ajarillo h a b la . . . y dice — K a n tu ta , te esperaré en
el m ás allá, donde el dios In ti. . . — y la cabecita del paj a ri­
llo cae sin vida en las m anos de K a n tu ta .
Y el p a ja rillo se convierte en M allcu. . .
C alla le q u e n a . . . tam bién la flauta.
Los tam bores indican que M allcu ha m uerto.
U na quena in te rp re ta el lloro y la triste z a d e K a n tu ­
ta, que aún sostiene la cabeza del ser amado.
[9]
H oras m ás ta rd e tam b ién su corazón d e ja de la tir. . .
Los tam bores indican que K a n tu ta está yendo al en’ cuentro d e M allcu en el espacio celeste. . .
Poco a poco se unen les in stru m e n to s . . .
El llanto de K a n tu ta ru ed a p e r los abruptos riscos de
la m ontaña y saltando de roca en roca llega al valle del amor...
Oh! m aravilla ! El llanto de K a n tu ta form a el lago más
herm oso y m ás alto del m undo. El lago Titicaca.
Todos los instrum entos tocan y las voces de m iles de
doncellas indican el triu n fo del am o r. . .
Mas, por un m om ento calla la m úsica. . .
Los cóndores depositan sus blancas vestiduras en las
azules aguas del lago. . . y se visten de luto dejando e n sus
cuellos u n collar de plum as blancas como recuerdo de sus ni­
veas vestiduras de a y e r. . .
! 10]
EL TESORO DEL LAGO TITICACA
UNA FLA U TA Y UNA QUENA IN TER PRETA N
LA BELLEZA DEL TITICACA Y LOS PA SA JE S
DE TODA ESTA LEYENDA
L - O S CONQUISTADORES españoles avanzaban arrasando
con todas las riquezas del im p e rio . ..
No se contentaban con lo que les había entregado A tah u a llp a .
Los av en tu rero s españoles, lo peor de E spaña, querían
m ás y m á s . . .
Los hom bres exigían m ás riquezas y m ás tra b a jo d e
los indios, pero no daban nada, m ejor dicho, sí: ¡Látigo!
A cam bio d e lo que recibían n i siquiera se acordaron
de enseñar a leer, a escribir y la c u ltu ra del viejo m undo.
F u ero n los sacerdotes los únicos que hicieron conocer
a los indios el credo c ris tia n o . . . Los dem ás, NADA!
Mas, los hom bres qu erían m ás riquezas más... y más...!
Los indios, entendiendo que los invasores sólo a p re c ia ­
b an los m etales preciosos y sabedores que A tahuallpa fu e de­
capitado, pese a cum plir su prom esa de e n tre g ar riquezas a
cam bio de lib ertad , decidieron ocultar el fabuloso tesoro del
inca.
[11]
Los indios avanzaban cuidadosam ente desde el Cuzco
con dirección al lago Titicaca, con el propósito de in te rn arse
después en la selva orien tal llevándose el tesoro d el inca.
Se en te raro n d e que los españoles sabedores de su fu ­
ga con el tesoro les perseguían avanzando rápidam ente.
Pasco y H uita, u n m atrim onio joven, siervos de los que
tra sla d a b a n el tesoro, escucharon casualm ente u n a conversa­
ción de los indígenas en la que acordaban re p a rtir el tesoro
con los españoles a cam bio de dejarles viv ir en E uropa por el
resto d e sus vidas.
Pasco y H u ita decidieron asesinarlos m ien tras éstos
d e sc a n sa ría n . . .
A ta r d e c ía .. . el cielo se cubría d e rojo v ivo. . .
M ientras dos indios rem ab an afanosam ente y los otros
dorm ían, Pasco y H u ita se lev an taro n cautelosam ente y cada
uno clavó su filoso pu ñ al en el corazón de los rem adores. Se­
guidam ente, hicieron lo m ism o con los que d o r m ía n ...
Luego, arro jaro n los cuerpos en las aguas del lago. . .
E l m atrim onio quedó solo sobre la b arca que rem olca­
ba a otra.
No se veía tie r r a . . . v iaja b an con dirección a las islas
del Sol y de la Luna.
E l m atrim onio rogaba a sus dioses que les lib ra ra del
pecado com etido con sus herm anos y que les lib ra ra d e los
e x tra n je ro s. . . y que los dioses dispusieran de ellos y del te ­
soro que llevaban.
L a corrien te de las aguas era fav o rab le. . .
Llegó la n o c h e .. .
El lago estaba tranquilo.
Pasco y H u ita rem ab an incansablem ente. . .
A m aneció le n ta m e n te .. .
Los dos, cansados de tan to rem ar, se d u rm ie ro n . . .
Los españoles castigaban b á rb a ra m e n te a los rem ado­
res indios p a ra que éstos aceleraran el avance de sus barcas,
queriendo alcanzar a los fugitivos.
[12]
Salió el sol.
El m atrim onio dorm ía p ro fu n d am en te. . .
L a barca y su rem olque flo tab an sin d ire c ció n . ..
E l tesoro b rillab a en el espacio.
Los españoles se a c e rc a b a n . . .
Ya podían v er la concepción de m uchos arco iris y la
b lancura fan tástica que les vislum braba. E ra el tesoro!
Las barcas estab an en el centro de las dos is la s .. .
Los indios y los españoles rem ab an y rem aban tra ta n ­
do d e alcanzar a las barcas y a su contenido.
Ya
La
El
El
faltab a poco.
luz era in te n sa .
deseo de poseer las riquezas les enajenaba.
lago, que estaba tran q u ilo , comenzó a m overse. . .
De pronto, de la barca Pasco y H u ita vestidos de b lan ­
co y en u n a nube se elevaron en el espacio y se fueron ence­
gueciendo a sus p e rse g u id o re s. . . m ien tras las barcas se p e r­
dían en los rem olinos del la g o . . .
Los españoles desesperados, queriendo contener aquel
m aravilloso tesoro, s a lta ro n . . . z a m b u lle ro n . . . y se p erd ie­
ron p ara siem pre. . .
El m ás fu e rte logró llegar h asta la orilla, quizás llev a­
do por la corrien te del río D esaguadero, pero perdió e l habla...
Vivió p o c o ... lo suficiente como p a ra d escrib ir lo su­
cedido en el lago sagrado.
No tuvo tiem po de m o strar el lugar, porque tuvo pálico.
I
M urió cuando los españoles quisieron obligarle a ense­
rarles el lu g ar del hundim iento del tesoro.
^ an Pasad ° m uchos siglos. . . y el tesoro es buscado
le cuando en cuando po r expertos b u c e ad o re s. . . y no lo en ­
c e n tr a n . . .
Las aguas frías del T iticaca gu ard an celosam ente el teoro m aravilloso del inca.
[13]
D e vez en cuando se p resen tan p artícu las d e oro en la
desem bocadura d el lago Poopó, en las tre s potentes lenguas
del río Yocalla, que es sin duda alguna la desem bocadura de
las aguas d el T itic a c a . . .
C ada tard e, cuando se pone el sol e n tre las dos islas,
las aguas se m ueven íu rio sas, como ofendidas po r la visita de
los intrusos.
Y así seg u irá. . . m ien tras en el A nde existan discor­
dias y m iseria m ate ria l y e s p iritu a l. . .
EL PUENTE DE YOCALLA
^ ^ O M IE N Z A la in terp retació n con un dúo de quenas.
Las notas d e las quenas in te rp re ta n la belleza del A n­
de, sus nevados, deshielos y sus riachuelos, bajando desde las
cum bres h asta la falda de las m ontañas.
Las aguas heladas bajan por los desfiladeros a los v a­
lles y se pierden en las se lv a s. . . Sólo aparecen en los magu'ficos desem boques que llevan a los océanos. . .
C allan las quenas.
Toca un trío d e f la u ta s . . .
Es la vida sencilla y com unista del im perio incaico. El
m ico y últim o com unism o sano de la tie rra . A quí nació y
iqui m urió.
’
C allan las fla u ta s. . .
Tocan los ta m b o re s . ..
Los españoles h an invadido las costas de la A m érica...
poco a poco se in te rn an en las tie rra s del im p e rio . . .
C allan los tam bores.
Las quenas, las zam poñas y de vez en cuando un bom•o expresan un concurso a tlé tic o . . .
[ 14 ]
K espi es el ganador.
L ucero la que entrega el prem io.
[ 15 ]
U na fla u ta ex alta el nacim iento de un g ran am or se­
creto.
U n trío de flau tas expresan la actividad subversiva de
K e s p i.. . L e acom pañan tam bores.
K espi procura fo rm ar u n grupo de g uerreros jóvenes
p a ra ir contra los jefes ancianos, to m a r el m ando y lu ch a r
h a sta m orir, defendiendo sus tie rra s de los invasores.
Los tam bores expresan que el je fe inca ha descubier­
to la actividad revolucionaria de K espi y lo apresa.
U na fla u ta y u n a quena indican que K espi se e n c u en ­
tra en los calabozos de Yocalla.
C alla la q u e n a . . .
sigue la f la u ta . . .
A lguien se acerca al calabozo p a ra atisb ar si es él, por
el que su corazón su fre de am or. Es Lucero.
K espi du erm e. . .
P asa la n o c h e ...
Las quenas expresan el m om ento decisivo del trib u ­
n a l. . .
Pues, K espi está fre n te al je fe inca.
ciado y posiblem ente ejecutado.
H a de ser e n ju i­
Lucero, que está e n u n a habitación d etrás del trib u n a l,
espera el m om ento de decisión del padre.
Cuando el p ad re decide la pena de m uerte, e n tra L u ­
cero y le pide que perdone al enjuiciado.
En esa form a llega K espi a saber, que la du eñ a de su
corazón, Lucero, es la h ija del je fe inca.
Mas, cuando el jefe inca se e n te ra d el am or e n tre L u ­
cero y K espi, éste perdona la vida de Kespi, pero ordena a és­
te la ejecución de una labor p a ra rec u p e rar su lib e rta d com ­
p leta: L legar a la zona conquistada y p ro cu rar los m ayores
datos posibles.
[16]
El viaje se realiza inmediatamente.
U na fla u ta in te rp re ta u n a despedida d o lo ro sa. ..
L ucero com prende que la labor es p e lig ro sa . . .
am arg am en te. ..
llora
U n trío de fla u tas expresan que el tiem po p a sa. . . una,
dos, tre s lu n a s . . . L a espera es la r g a . ..
Los tam bores indican que los españoles ocupan Y oca­
lla pacíficam ente.
P ro n to el je fe español pide al je fe inca la m ano de L u ­
cero.
U na quena llorona ex p resa la tristeza con que recibe
L ucero la noticia de su padre.
U na fla u ta hace lleg ar sus notas de llam ado h a sta el
corazón de K espi que hace todo lo posible por cum plir su m i­
sión lejos d e Yocalla.
K espi, queriendo descansar, se s o b re sa lta . . . No pue­
de dorm ir, y, presintiendo algo, decide reg resar inm ed iata­
m en te llevando consigo todos los datos posibles.
Los tam bores indican que el jefe español previene al
jefe inca, que el m atrim onio debe realizarse en el térm in o d^
u n a luna.
Las quenas lloran., . .
L ucero ta m b ié n . .
El p a d re se siente culpable por su decisión e rra d a con
K espi y po r la desgracia de L ucero y por la d e su im perio.
Los amigos de K espi deciden, los unos, com unicar a
K espi de los últim os sucesos y, los otros, o b stru ir de cual­
q u ier m anera el m atrim onio del je fe español con Lucero.
Tam bores y quenas avisan que los amigos d e K espi
han salido de Yocalla en veloz c a rre ra a avisar a K espi. . .
La su e rte es favorable, ya que en cu en tran en el cam i­
no a K espi y le com unican la capitulación d e sus tie rra s y el
tu tu ro m atrim onio obligado de L ucero con el je fe español
[17]
C allan los ta m b o re s. . .
L lueve
U n tam b o r y u n a fla u ta expresan que K espi se despi­
de de sus am igos y se propone cru zar todos los cam inos por
m ontañas, quebradas y r ío s . . .
E stá a poca distancia de Y ocalla. . .
L lueve to rre n cia lm e n te . . .
K espi observa que el cerro rico de Potosí está cubier­
to de n ieve. . .
C alla la f la u ta . . .
Siguen los ta m b o re s . . .
El je fe español hace conocer al pueblo que al día si­
guien te se efectu aría el m atrim onio.
Se realizan los p rep arativ o s.
C allan los tam bores.
U na fla u ta expresa que L ucero tie n e u n a e x tra ñ a ale­
gría. U na vaga esperanza nacida de ta n to llo ra r. P o r p ri­
m era vez siente que e stá cerca del ser a m a d o . . .
v
C alla la fla u ta y suenan los ta m b o re s . . .
L lueve y no calm a. . . L a to rm e n ta es fu e rte .
K espi ha llegado al borde del río de Yocalla, pero no
puede cruzar.
Los tam bores suenan v iolentam ente expresando que el
río caudaloso y furioso a rra s tra rocas y tro n c o s. . .
K espi, en m edio de su desesperación y locura, deseó
m orir, deseó la presencia de satanás, m as, satanás no se hizo
lla m a r dos veces.
E l hom bre y satanás estaban fre n te a fre n te . . .
K espi, tra ta n d o de conservar la serenidad
rición de satanás, le propone que si construye u n
b re el río de Y ocalla h asta antes d e que c a n ta ra
e n tre g aría su alm a, de lo contrario, K espi estaría
[18]
po r la apa­
p u e n te so­
el gallo, le
libre.
S atanás acepta la p ro p u e s ta . . . e in m ediatam ente pone
m anos a la obra.
C larines y tam bores expresan que satanás está e n p le­
na obra.
U na tra s o tra las rocas son puestas en el puente.
K espi ru eg a a l dios I n ti. . . y al guardián de su vida.
P o r cada roca que au m en ta satanás en el puente, K e s­
pi p ierd e m ás y m ás sus esp era n z as. . .
A m anece le n ta m e n te .. .
S atanás m u estra poco a poco la realización de una
m agnífica o b r a .
El choque de las aguas en el río son p ara K espi cien­
tos d e cantos de gallo, pero el verdadero canto no lle g a . . .
F a lta n cinco, cuatro, tres, dos p ie d ra s . . .
K espi se sien te derrotado.
Mas, al no escuchar ni la voz n i las carcajadas del d ia­
blo, lev a n ta len ta m e n te su cabeza que estaba e n tre sus m anos
y con sorpresa y adm iración es testigo de u n m ilagro.
U n p u tu to rom pe u n ray o en el cielo y calla el río.
El gu ard ián d e su vida posa sobre la últim a roca que,
pese a los esfuerzos d e satanás, éste no pu ed e levantarlo.
El diablo suda, jadea, p u ja y hace trem endos esfuerzo^
por lev a n tar la ú ltim a p ie d r a . . .
Y e l gallo c a n ta . . .
Satanás, al escuchar el canto del gallo, d eja d e hacer
esfuerzos y en veloz c a rre ra con trem endos alaridos de fu ria
se pierde río ab ajo . . .
K espi, el enam orado, se arro d illa y agradece a I n ti y
a su guard ián y luego en veloz c a rre ra cruza el p u e n te . . .
[19]
M il p u tu to s acom pañan el avance de K espi. . .
E l sol se alza len tam en te en las c u m b re s. . .
E l m atrim onio se está por r e a liz a r . . .
L a novia, Lucero, no p ierd e las esperanzas, pero al m is­
m o tiem po, se e n cu en tra m uy tris te . . .
K espi e n tra al pueblo. . . algunos am igos al verlo, lo
acom pañan. . .
nio . . .
E n tra n en veloz c a rre ra adonde se realiza el m a trim o ­
y u n cuchillo an u la al jefe español.
Sus com pañeros españoles tam bién caen al s u e lo . . .
C allan los p u tu to s . . . suenan las quenas, los tam bores
y las f la u ta s . ..
U n abrazo de am or u n e a los dos seres que am ando su­
frie ro n .
D esde entonces el p u en te de Y ocalla tie n e u n agujero,
donde fa lta sólo u n a p ie d r a . . .
Es la p ied ra que le fa lta b a colocar al diablo.
N i el tiem po n i la violencia del río, n i las lluvias n i los
nevados h an debilitado al p u e n te que quedó p a ra la p o steri­
dad . . .
1
EL V A L L E M A R A V I L L O S O
L—AS NOTAS m usicales de u n a flau ta, acom pañada de rato
en rato ya por arpas, ya por quenas o por gu itarras, hacen
relación u n a m adrugada d e V alle G rande.
Un gallo can ta en su c o rr a l. . . y su canto se p ierd e en
el v a lle . ..
La selva vive n u ev am en te la aurora, la luz del nuevo
d ía . . .
Los p ájaros vuelan y trin a n alegrando la vida, la n a tu ­
raleza y el tiem po que avanza irrem ed iab lem en te. . .
Un p asto r d e ovejas sale al cam po con el rebaño del
patrón.
El p a tró n es u n europeo conocedor d e la riqueza y del
lujo.
C ontinuam ente v iaja a E uropa y regresa.
T iene sus campos y m ucha fo rtu n a.
V ive suntuosam ente en el pueblo.
m ilia.
T iene sus sirvientes y ellos son fieles a él y a su fa ­
Un arp a toca con m ano suave de m u je r expresando el
am anecer d el valle.
P ro n to desaparecen en los ex u b eran tes campos el pas­
tor, el perro p asto r y las ovejas.
V ibran las cuerdas d e u n a g u ita rra traduciendo con su
m elodía la belleza de la n a tu ra le z a vallegrandina.
Con las g u itarras, se escuchan las notas de u n a quena...
E l d ía -p a sa . .
Y como de costum bre, vuelven al cam pam ento al a ta r ­
decer.
C alla la quena y sigue la g u itarra.
E l p asto r d u e rm e . . .
E l a rp a acom paña a la g u ita rra tocando bajito, signifi­
cando la satisfacción del descanso, después d el deber cum ­
plido.
V ivir y soñar, dos contrastes que hacen la v id a . . .
C alla el a r p a . . . tam b ién la g u ita r r a . . . y las notas de
u n a quena en el espacio va al encuentro del nuevo d i a .. .
C allan los in stru m e n to s . . .
Se escucha u n a f la u ta . . .
U na b risa fresca b añ a el campo.
Lejos, el chillido de los m onos y el rugido de las fie­
ras se pierd en poco a poco en la espesura d e la selv a. . . q ui­
sieran ser testigos de aquel día.
Las ovejas b a la n . ..
E l p asto r com ienza su ta re a aleg rem en te. . .
El perro p asto r salta, la d ra . . .
Las ovejas salen del r e d i l . . .
C orren en grupo sobre el pasto v e rd e . ..
El p erro g u ía . . .
El p asto r c o rre . . . s a lta . . . su corazón está lleno de
contento y sus pensam ientos vuelan l e j o s ... sus ojos m iran
el horizonte deseosos d e descubrir ru ta s nuevas m ás allá del
in fin ito . . .
C ruza el campo, sube a las m ontañas, cam ina por nue­
vos senderos y d e pronto calla la flau ta.
U n sordo piano v ib ra con extrañeza, rep re sen ta al vien­
to que desde u n a encañada sube a la m ontaña. Las ovejas re ­
troceden por la fu erza del viento.
[22]
Piano y g u ita rra se acom pañan.
Las ovejas vuelven a a v an zar. . . el a ire es ag rad ab le y
tra e el p erfum e de las flores y el sabor de u n pasto fresco y
bueno.
.
.
H ay pasto y agua cristalina.
U n riachuelo baja desde la m o ntaña posiblem ente h as­
ta u n valle, m ás allá del horizonte.
El p asto r observa la belleza del lu g a r . . .
Se m ara v illa del p a isa je. ..
A caricia las flo re s . . . y poco a poco desciende siguien­
do a las ovejas que y a comen con m ucha gana el buen pasto.
El p asto r se da cuenta que en el riachuelo no existen
las piedras y rocas que él conoce. E stas son de u n color m uy
diferente. T ienen u n a singular belleza.
El pastor no sabe que lo que ju eg an en sus m anos son
piedras preciosas, diam antes, oro.
El día pasa ráp id a m e n te.
U na b risa fresca avisa que el sol va cayendo len ta m e n ­
te en la ta rd e .
D ificultosam ente regresan al h o g a r. . .
C alla la g u ita r r a . . ✓
Y e l sol se p ierd e en la in m e n sid a d . . .
Calla el p ia n o . . .
U na fla u ta sigue el proceso del regreso al re d il. . .
No llegan a la hora acostum brada.
Poco a poco e n tra el piano y se p ierd e la f la u ta . . .
El p atró n m al hum orado se acerca al corral y p reg u n ­
ta al pastor lo sucedido.
El pastor, con tím ida voz, avisa la v e rd a d .
De pronto, el p a tró n ve en las m anos del p asto r un
d iam ante gigante y le dice fría m e n te — qué llevas allí, tra e
eso!.
[23]
E l p asto r le entrega.
E l p atró n vuelve a h ablar, después de e x am in ar la p re ­
ciosa p ied ra y le dice — De dónde tienes esto?.
valle.
El otro responde: —U y p atró n , d e esto hay h a rto en el
Hoy fui por allí por p rim e ra vez. H ay d e todo color.
El piano cam bia sus notas a las m ayores, expresando
lo m aligno, la codicia y la a v a ric ia . . .
El p a tró n vuelve a hab lar: — Vé m añana nuev am en te y
tra e m ás. — A ún d u d a . . .
El p asto r no com prende el m otivo del cam bio violen­
to y se contenta con aceptar la orden.
C am bian las notas d el piano y u n a fla u ta anuncia la
venida de u n nuevo día.
El pastor, el perro y las ovejas están n u ev am en te en
cam ino a la e n tra d a del v a lle . . .
A hí está el m undo con toda la n a tu ra l belleza y riq u e ­
za, sin m aterialism o, con el alm a blanca de lo id eal. . . V IR ­
TUD.
Oh¡ grandiosa v irtu d , que desconoce las m aldades h u ­
m anas!
El p asto r regresa con las m anos rep letas de piedras p re­
ciosas y m ucho oro.
M uchas piedras caen y ru ed an por los p eñ asco s. . .
Las ovejas son guiadas por el p e r r o . ..
Poco a poco calla la fla u ta y e n tra el p ia n o . . .
E stán cerca del h o g ar. . .
El piano cam bia sus notas a las m a y o re s. . .
El p a tró n espera al p asto r con los bazos abiertos y, sin
co n tar las ovejas, cuenta el tesoro que tra e el p asto r en sus
m anos y, finalm ente, dice — M añana irem os ju n to s y si m e
m uestras e l lugar, te h a ré estudiar, te h a ré casar con m i hija,
te lle v a ré a In g la terra , a E spaña, a F ran cia y te h a ré conocer
todo el m undo, pero debes llev arm e allí!.
r 24 ]
I [!
El p asto r no com prende la razón de sem ejan te ofreci­
m iento.
Se p ierd e el piano y e n tra la gu itarra...
El p asto r duerm e p ro fu n d am en te. ..
El p a tró n n o . . . No puede d o r m ir . . . C ontem pla las
joyas y se cree el amo del m undo, dueño y señor de la tie rra .
Y a cree ver la inm ensa riqueza que en co n trará al día siguien­
te. Ya sueña con poseer palacios lujosos en el viejo m undo
y cree v er a la a lta sociedad bajo sus p i e s .. .
P asa la n o c h e . . .
A ún no h an llegado los prim eros rayos del día, pero el
p a tró n y a ha ido a d e sp e rta r al pastor.
E n tra o tra vez el piano p a ra acom pañar a la guitarra..*
El p atró n y su fam ilia visten al p asto r con las m ejores
ro p as.
L e in v itan a d esay u n ar con e llo s . . .
L a fam ilia está n e rv io sa . ..
L a h ija v estida lu jo sam en te quiere a g ra d a r al pastor...
El pastor se siente incómodo en los sillones europeos.
P re fe riría sen tarse sobre su piedra y com er su acostum brada
lagua de m aíz p a ra ir a tra b a ja r. Mas, espera el m om ento de
la partid a.
La m ad re del p asto r despide a su h ijo . . .
Poco después viene la h ija del patrón, tam b ién q u iere
despedir al padre, que tiem bla de nerviosism o. Da un beso
r e c h a z 6 ^ ^ u *ere h acer lo propio con el pastor, m as, éste lo
,
. ® Pat r ón desesperado dice:
hace tarde!.
— Vam os ya ! que se nos
Y se ponen en c a m in o . . .
o
Seres con destinos d ife re n te s . . . El pastor, incómon sus n u evas ropas, va tran q u ilo , como de costum bre. El
[25]
patrón, desesperado de lleg ar al lugar, avanza devorando el
cam ino, crispa sus nervios, sus ojos creen ver en los cerros y
e n los cam pos riquezas y m ás riq u e z a s . . . M uchas veces ha
tom ado e n tre sus m anos a piedras y después de acariciarlas
como a los diam antes, las a rro ja furioso, dándose cuenta que
son sim ples objetos sin v a lo r. . .
E l corazón del p a tró n la te violen tam en te. . .
Casi está fu era de s í . ..
D e pronto, todo calla. Todo está quieto.
¿Q ué pasa? — p reg u n ta el patrón.
El pastor, ex trañ ad o por algo, responde — P atroncito,
yo h e bajado al valle por este lugar, pero, ahora esa e n tra d a
ya no está.
E l p a tró n dice: — ¡Búscalo! ¡Búscalo!
contrarlo!
¡Tienes que e n ­
E l pastor busca por todas p a rte s y no la encuentra.
R egresa y avisa al p asto r negativam ente.
E n tra el piano con sus notas m a y o re s. . .
Silva el v ie n to . ..
S uenan los ta m b o re s . . .
M e engañas! — g rita el p atrón. Loco y desesperado
continúa: — Si no m e llevas al lugar, te mato!
E l p asto r suplicante responde: — P atroncito, yo no te
¡engaño. Bien sabe el ta ta Dios que no te engaño
Pero, ya es tard e, el p a tró n no com prende la respues­
ta y sacando el p u ñ a l h u n d e en el corazón del pobre pastor,
que bañado en sangre cae al suelo, y, torciéndose sobre las
piedras de la e n tra d a al valle d e la fantasía, m uere.
C allan los ta m b o re s . . . luego el p ia n o . . .
Un charango suena em ocionado. Es la voz de la P a ­
cham am a, la diosa tie rra , que defiende la riqueza de su sue­
lo, expresando que los e x tra n je ro s ya han extraído b a sta n te y
no han dejado nada.
[26]
C alla el c h a ra n g o ...
S uenan los ta m b o re s . ..
El patrón sigue buscando la e n tra d a al valle y no la
e n c u e n tra . ..
El cielo se nubla.
Las ovejas balan d e sesp e rad a s. . .
C allan los ta m b o re s . . . e n tra el p ia n o . . .
El p erro se m ueve ágilm ente y las guía h asta el redil
y regresa v e lo z m e n te .. .
✓
El viento sopla te rrib le m e n te . . .
Cae la n o c h e ...
Y un rayo en el cielo ab re la to rm en ta sobre el valle...
El piano cam bia sus notas a las m a y o re s. .
La silueta del p a tró n se p erfila en la luz de los relá m ­
pagos que se m ueve enajenado y desesperado buscando algo...
y chocando con las pidras desfallece, cae, pierde sangre y con
un grito en la noche oscura ru ed a b arran co ab ajo . . .
S uenan los ta m b o re s . ..
El perro h a regresado y aúlla ju n to al cuerpo d el pas­
to r, su amo.
U n próxim o rayo hace gem ir al fiel anim al y m u ere
ju n to a su amo.
L lu e v e . . . y e l viento s ilv a . . . la noche es la r g a . . .
C allan los ta m b o re s . . . luego el p ia n o . . .
U na quena llorona rep re sen ta la tristeza de la m adre
del pastor, m ien tras la esposa y la h ija del patrón, vestidas
de luto, regresan a E uropa.
Estas cuentan lo sucedido en V alle G rande y desde en­
tonces m iles y m iles de ex tra n je ro s han visitado el lu g ar b u s­
cando la e n tra d a al valle de la fan tástica riqueza d e V alle
G rande y no la h an encontrado ni la en c o n trará n ja m á s. ..
U na fla u ta term in a la p a rtitu ra ocultando en sus notas
p a ra siem pre el cam ino de la fa n ta sía . . .
[27]
UNA CIUDAD PERDIDA EN LA SELVA BOLIVIANA'
LA GUITARRA INTRODUCIDA POR LOS ESPAÑOLES
SIGUE LOS PASAJES DE ESTA LEYENDA
l— OS CONQUISTADORES h ab ían ocupado toda la A m érica,
esclavizando a los oriundos y tra n sp o rta n d o sus riquezas a Es­
paña. — N unca se cobró a E spaña u n a devolución razonable.
Los sacerdotes p ro cu rab an le v a n ta r e l esp íritu d e los escla­
vos.
'
Los sacerdotes h ab ían ingresado poco a poco con la
inglesia católica a los lugares m ás ap artados d e la A m érica,
cuyos vestigios constituyen aú n hoy u n a m ara v illa arqueo­
lógica.
Los franciscanos fueron los que v alien tem en te p en e­
tra ro n en la selva boliviana.
E n tre las labores fig u rab a n a tu ra lm e n te d escubrir las
riquezas d e la A m érica p a ra la corona española.
U n día h ab ían anunciado los sacerdotes que u n grupo
d e exploradores de su iglesia no h ab ían regresado a sus bases.
Se tem ía que éstos fueron m uertos por los anim ales de
la selva o por los indígenas.
Se organizaron grupos p a ra buscar a los desaparecidos,
pero todo fue en vano.
i
E s p i a r o n algunos días, sem anas y m eses. . . p ro n to se
los dio por perdidos y po r m uertos.
[29]
En aquel tiem po, el m undo carecía de m edios de tra n s ­
porte, como aviones, helicópteros, vehículos rodantes m otori­
zados, etc., por tanto, todo traslad o se hacía a pie o en bestia.
E l grupo de sacerdotes exploradores perdidos en la sel­
va, había llegado, después de m uchos días de árd u a labor lu ­
chando con la selva, a u n claro donde encontraron u n a ciudad
construida con bloques de oro y plata, adornado con d ia m a n ­
tes y otras piedras y, en el piso, are n a d e finísim as piedras
preciosas.
A dm irando sem ejan te espectáculo, se acercaron le n ta ­
m en te a la ciudad, sin d a rse cuenta que e ra n cercados por los
nativos y por últim o fueron apresados.
P asaro n los a ñ o s . . .
Los sacerdotes, en el cautiverio, aprendieron el idiom a
de la g en te del lugar y com enzaron a enseñar el propio y la
religión católica.
Y a podían m overse con cie rta lib ertad dentro del área
de la ciudad, pero eran vigilados constantem ente.
Los sacerdotes, queriendo h acer conocer a su rein a de
E spaña la existencia de sem ejan te m aravilla, com enzaron a
tra b a ja r secretam en te u n tú n e l desde sus habitaciones, c ru ­
zando la ciudad, h asta la selva p a ra escapar.
Y llegó el día de la fuga llevando consigo algunas
m uestras de oro y d e piedras precio sas. . .
P ro n to se encontraron n u ev am en te en plena s e lv a . . .
P asaro n los d í a s .. .
Uno de ellos, con el cansancio del viaje, enferm ó de
fieb re y pronto cayó sin vida.
O tro fu e atacado por u n tigre, cuando éste hacía g u ar­
dia y m urió.
O tro fue m ordido po r u n a víbora venenosa. Tuvo que
sacársele el veneno cortando el lu g ar afectado con un cuchillo
y chupándole el líquido m ortal.
[30]
El herido continuó unos kilóm etros más. Después, con
la pierna com pletam ente hinchada tuvo que quedarse al pie
d e un frondoso árbol que ten ía en el tronco u n agujero en
form a de cueva, acordando p rev iam en te con el otro, seguir el
viaje cuando estu v iera restablecido.
E l otro sacerdote siguió so lo . . .
Mas, al e sta r pasando una zona pantanosa, no pudo su­
p e ra r a las tie rra s fangosas y fue tragado por la tie rra , d e­
jando en la superficie p artes de sus ro p as. . .
P asaron unos d ía s . ..
El herido m ejoró n o tab lem en te. . .
Se alim entaba con la corteza del árbol y de sus raíces...
Y cuando pudo andar, siguió el v ia je . ..
Llegó al pantano siguiendo las pocas huellas que d e ja ­
ra el a n te rio r sacerdote. . .
Al ver las v estiduras tuvo m ás cuidado en pasar el te ­
rreno fangoso. . . D espués, otra vez estaba en terren o firm e .
Mas, por la cam inata ta n dificultosa, n u ev am en te se le
hinchaba la pierna. Con la p iern a hinchada siguió cam inan­
do, por últim o, se le infectó. L a infección avanzaba le n ta ­
m en te. . .
Dios fue m isericordioso con é l . . . pues llegó a su base,
punto de p a rtid a de hacía algunos años atrás, pero, a conse­
cuencia de su m al llegó casi enajenado.
Los sacerdotes que le asistieron no creían lo que veían,
después de tan to tiem po de ausencia.
P ro cu raro n su p e ra r la infección aplicándole los m edi­
cam entos correspondientes, pero el m al estaba av a n za d o . . .
Le am putaron la p ie r n a . . .
Después de varios días de delirio, recobró el conoci­
m iento superficialm ente, lo suficiente como p a ra com unicar a
los dem ás sacerdotes lo ocurrido en el tiem po de su ausencia,
y, en el m om ento de re la ta r sobre la ciudad m aravillosa,
m urió.
D esde entonces se sabe de u n a ciudad perdida en la
selva boliviana, pero nadie procura buscarla, porque m uchas
expediciones se in te rn aro n en la selva y no reg resaro n jam ás...
[31]
LA CAJA! D E L D I A B L O
L o s PU EBLO S del su r tam b ién tien en sus leyendos y sus
cuentos y a ésta la acom paña u n trío d e pututos.
Cuando se vive en ellos, vienen al pensam iento m iles
de p reguntas de los tiem pos pasados, cuando los chasquis r e ­
corrían grandes distancias desde el Cuzco, capital del Im pe­
rio, h asta el n o rte A rgentino, llevando la correspondencia por
m edio d e K ipus; cuando los españoles e x p lo tab an las m inas
de la rica zona m inera d el su r haciendo tra b a ja r a los indios
inhum anam ente; cuando los indios esclavos caían sin vida en
los socavones a consecuencia del tra b a jo inhum ano de serv i­
cio a los explotadores; cuando las indias eran poseídas por los
españoles contra su v olu ntad; cuando el ejército alto p eru an o
(hoy Bolivia) libró la b a ta lla decisiva de los pueblos d e A m é­
rica en los campos de Suipacha, luchando ten azm en te co n tra
el ejé rcito español; cuando los tre s reyes del m in eral bolivia­
no (Patiño, H ochschild y A ram ayo) explotaban el m in eral de
las m inas bolivianas p a ra sacarlo al e x te rio r y no d e ja r nada
en e l país, sino hom bres enferm os, antes que u n a Bolivia
fu e rte económica e in d u stria lm e n te y ciudadanos con educa­
ción y responsabilidad d e m an ten er a la P a tria y a las em pre­
sas en una econom ía próspera; cuando el Chaco arrasó con la
ju v e n tu d boliviana a consecuencia de la pésim a dirección, fal­
ta de bolivianism o y u n a política errad a; cuando la in ep titu d
de los gestores y directores de las em presas nacionalizadas y
de sus tra b a ja d o res llevaron a las em presas y al país al caos
y a sus tra b a j adore a la m iseria.
[33]
Hoy, los pueblos del su r son escom bros solitarios d e u^
pasado d e lucha, de gloria y d e servilism o.
D e to d a esta tragedia, de todos esos picos caprichosos
llenos de tesoros o de socavones vacíos, surge la leyenda d e la
C aja del Diablo.
L a C aja del D iablo se en cu en tra en la cum bre d e uno
de los peñascos d e El Angosto, cerca de Tupiza.
U n suipacheño, dice, fu e el prim ero que lo vió, y, que­
riendo apoderarse de la caja, se p rep aró d e u n lazo y h e rra ­
m ientas y comenzó a escalar el peñasco. Mas, cuando se acer­
caba a la cum bre, resbaló y cayó en el vacío sin vida.
E l lazo, que quedó colgado, desapareció por efecto del
tiem po y las a g u a s . . . y, como ese lazo, m uchos otros m á s . ..
Y como el suipacheño, m uchos otros quisieron alcanzar
la cum bre p a ra apoderarse d e la caja y de sus posibles riq u e ­
zas, pero toda te n ta tiv a fue vana.
Q ueriendo escalar la roca, cayeron argentinos, chilenos,
bolivianos y o tro s . . . quizás sigan cay en d o . . .
D icen los viajeros que la caja ard e de noche, que con
el c o rrer del tiem po, la caja se hu n d e en la roca m ás y m ás. ..
Los que llevaban ganado por tie rra dicen que tam bién
la vieron.
Los brequeros incrédulos del fe rro c a rril tu v iero n que
creerlo cuando vieron las llam aradas d e la caja antes y des­
pués d e cruzar e l tú n e l del Angosto.
Y h asta hay quienes vieron al diablo sobre la caja. . .
y después de verlo desm ayaron bañados en sa n g re . . .
Quizás alg ú n día se descubra el m isterio de la caja y
d e la inscripción en bronce en idiom a ex tra ñ o clavada in te li­
g en tem en te hace siglos en la roca viva del Angosto, que se
cree es la indicación p a ra lleg ar al tesoro real que cuida el
d ia b lo .. .
[34]
L A S E R P I E N T E DE R O B O R E
R OBORE
es hoy u n a ciudad encantadora, tra n q u ila y típ i­
ca oriental.
L a ilegada d el tre n de S an ta C ruz o de P u e rto Suárez
es u n a novedad p a ra las bonitas m uchachas roboreñas, q u ie ­
nes no dejan de asistir a la estación y a le g rar con su p resen ­
cia el largo y penoso v iaje a trav és de la selva boliviana.
Cuando se construía e l pueblo de Roboré, hace m ás de
u n siglo, sucedió este pasaje.
L a selva era virgen. Quizás lo hay an pisado los espa­
ñoles que perseguían a los indígenas q u e escapaban llevándo­
se p a rte de los tesoros del im perio incaico. Al m enos así se
cree, por los hallazgos constantes de reliquias indígenas y por
los hallazgos de arm as con adornos m etálicos finos.
Y a se h ab ían construido las p rim eras chozas y casuchas
p a ra el personal.
Se com enzaba a a b rir cam inos y campos p ara sem brar.
T rab ajab an hom bres, m ujeres y niños.
U na tard e, una de las m u jeres se sintió fatigada y d e ­
cidió ir al cam pam ento a descansar.
. . .
A l día siguiente, volvió a sen tir fatig a y tam bién rep i­
tió el descanso d el d ía an terio r.
[37]
Y así las siguientes ta rd e s.
Mas, los hom bres consideraron ra ra la a c titu d de ésta,
y a que a n te rio rm e n te ella tra b a ja b a al igual que los hom bres.
D ecidieron conversar con el esposo de ésta.
hicieron.
Y así lo
A l día siguiente, el esposo siguió los pasos de la m u ­
je r, que, cansada, n u ev am en te se dirigía al cam pam ento. Es­
ta b a pálida, delgada y quizás h asta enferm a.
L a m u je r entró a sus habitaciones y abrió las v e n ta ­
nas . . .
Y se durm ió p ro fu n d am en te. . .
Su esposo observaba, oculto en u n fo lla je cercano a las
ventanas de la casucha.
D e pronto, escuchó el sonido d e las hojas secas. . .
E l sonido se a c e rc a b a . . .
E ra u n a serp ien te gigante que se acercaba a la casa.
E sta se a rra stró ágilm ente h a sta lleg ar a las ventanas
y . . . ¡Horror! la serp ien te se acercó a su esposa dorm ida y
buscó los pechos de la m u je r. . . chupó. .. y luego abandonó
la c a s a . . .
H orrorizado regresó a lo de sus amigos y contó lo que
h a b ía visto. Entonces, acordaron seguir los rastro s de la se r­
p ien te e in m ed iatam en te se arm aron y comenzó el rastreo.
E l fo llaje e ra espeso. .. L a cam inata dificultosa.
A vanzaban cuidadosam ente, previniendo cu alq u ier a ta ­
que d e sorpresa.
Uno de los del grupo avisó que había visto a la ser­
p ien te y que ésta se p rep a ra b a p a ra d o r m ir . . .
L a vieron enroscarse al p ie d e u n grueso árbol.
No tard ó en dorm irse.
El grupo se acercó cautelosam ente rodeándola con las
arm as listas p a ra disparar.
[38]
A la orden del jefe del grupo, d ispararon todos juntos
y la serpiente no se movió más.
Regresaron. . .
Y acordaron g u a rd a r secreto de lo sucedido, p a ra no
enferm ar a la m ujer.
La m u je r volvió a descansar unas cuantas tard es más,
pero todo el grupo la vigilaba secretam en te creyendo encon­
tra r la presencia de una segunda serpiente,, m as no hubo m ás
serpientes.
Sólo u n a vez, en una reunión, hizo la m u je r m ención
que d u ra n te su corta enferm edad, m ien tras dorm ía, ten ía la
sensación de u n a m u e rte lenta.
Los otros se m iraro n e in m ed iatam en te cam biaron de
conversación.
P ro n to la m u je r continuó tra b a ja n d o y viviendo no r­
m alm ente.
P asaron los a ñ o s .. .
Todo quedó olvidado.
Los campos p a ra los sem bradíos avanzaban en la sel­
v a . ..
U na tarde, la m u jer, queriendo a tra p a r u n a m ariposa
gigante, d e las m uchas variedades que existen en Roboré, in ­
gresó en la selva y a pocos m etros del sem bradío casualm en­
te encontró el esqueleto de la serp ien te y de u n grito llam ó la
atención de los dem ás amigos.
Todos se re u n ie ro n .. . observaron y se m iraro n in te rro ­
gativam ente. L a serp ien te estaba intacta, tal como la habían
dejado hacía m uchos años.
De pronto, la m u je r dió otro grito de sorpresa. H abía
visto e n tre los huesos p a rte del collar que le pertenecía.
Los trab ajad o res estaban asustados, mas, callaron.
La m u je r hacía u n a serie d e preg u n tas a los trab ajad o s, pero nadie daba u n a respuesta concreta. Los unos de­
jan que posiblem ente la serp ien te h a b ría encontrado el coar cerca del cam pam ento y se la había tragado.
[39]
E n te rra ro n al esqueleto de la se rp ien te. . .
Los tra b a ja d o res vivieron m om entos d e s e s p e ra d o s ...
pero p ro n to todo volvió a p asar al olvido.
U no d e los tra b a ja d o res abandonó la selva y tocando
u n a g u ita rra contó lo que había sucedido en el corazón de la
selva boliviana, pero no dió nom bres y el secreto tam b ién se
perdió e n la alfom bra v e rd e . . .
s
[40]
_
LA H E R E N C I A DE L V A L L E
E lS T O sucedió en el valle de Cochabam ba.
E ra u n a fam ilia feliz.
El padre, la m adre y el hijo.
Los padres envejecieron.
El hijo se casó. De ese m atrim onio nació un hijo. Lo
llam aron P anchito. La vieja m ad re se fué por los cam inos de
la tie rra al cielo, porque había sido u n a buena m adre.
U na tard e, el viejito rezaba, como de costum bre, fre n ­
te al sepulcro d e su com pañera de la vida, y ya d e regreso, se
encontró con su hijo.
El h ijo se acercó y sin saludar al p ad re se fué derecho
al grano y le exigió su herencia. El viejo sorprendido le ro ­
gó esperar p rete x ta n d o en co n trarse aún sano y bueno.
Desde aquel día, el hijo exigió la herencia cada vez
que lo encontraba, pero el viejo respondía lo mismo, h asta
que éste decidió e n tre g ar su testam ento firm ado.
U n a tard ecer lo hizo.
/
Con el testam ento en la m ano, el hijo se sintió dueño y
señor d e las tie rra s del viejo y del m undo.-. .
Oh! trem en d a vanidad de los hom bres!
[41]
L a noche se cubrió de e s tre lla s . . .
E l viejito, sentado en el sillón acostum brado, las obser­
vaba, tra ta n d o de contarlas u n a por una.
P ro n to se d u rm ió . . .
El nocturno de la noche cubrió el v a lle . . .
Y a m a n e c ió . . .
N i siq u iera había salido com pletam ente el sol, pero ya
el hijo fué a d e sp ertar al viejo, que dorm ía p ro fundam ente
en su cama.
P anchito, que había visto lev a n tarse a su padre, ta m ­
bién se había levantado.
D elante de la casa hab ía u n caballo listo p a ra p a rtir.
Cuando salió el viejo, el h ijo le dijo: — “A hí tienes u n
caballo, ¡vete!” .
E l viejo com prendiendo todo, dijo: — “H ijo, po r lo m e­
nos dam e un poncho para dorm ir en el cam ino” .
El hijo sacó un viejo poncho y le entregó.
“ G racias” , dijo el viejo, m irando, quizás
vez, los cam pos que ayer fueron bien su y o s. . .
por ú ltim a
“A p ú rate!” — exclam ó el hijo.
Y el viejo puso un pie en el estribo.
Pero, P anchito, que había presenciado todo, se acercó
y, en el m om ento cuando el viejo abuelo se disponía a m on­
ta r, d e un salto se prendió del poncho, diciendo: “Yo quiero
e l poncho, por lo m enos la m ita d ” .
E l p a d re de P anchito gritó furioso: — “ ¡Deja aquéllo!
¡Deja que se vaya este viejo!” .
El viejo tra ta b a de lib ra rse de P anchito, m as, éste es­
tab a abrazado fu ertem e n te del poncho y repetía: — “Lo quie­
ro yo, lo quiero yo, por lo m enos la m itad ” .
[42]
Entonces, el pad re de P anchito le p reguntó con ira:
__“P a ra qué quieres este viejo poncho, carajo!” .
P anchito, con lágrim as en los ojos y gritando, respon­
dió; __“Lo quiero, lo quiero, p ara que cuando yo sea grande,
haga lo m ism o contigo!”.
A esa respuesta d el inocente niño tem bló la tie rra , ca­
llaron las voces del cam po y del cielo azul p artió u n ray o y
luego quedó el m undo quieto, como sin v id a . . .
El niño, creyendo h a b e r dicho un pecado, quedóse sin
palabra observandp interro g ativ o a su padre, que le m iraba
asustado, pálido y horrorizado.
El p a d re desfalleciente se
del viejo abuelo y de P anchito y
ro, qué estoy haciendo?. Estoy
tra tí, padre, y contra tí, hijo.
Dios!
arrodilló tom ando las m anos
pidió perdón diciendo: — “P e ­
pecando contra el cielo, con­
P erdón ! Que m e castigue
El viejo abuelo, com prendiendo la pasión hum ana
su hijo, le perdonó.
de
El poncho cayó al suelo. . . m ientras el abuelo acari­
ciaba las cabezas de su hijo y de Panchito.
— P adre, — dijo el p a d re d e P an ch ito — puedes que­
d a rte p a ra s ie m p re . . . estas tie rra s te p e rte n e c e n . . .
es el
esfuerzo de tu trab ajo , de tu ju v e n tu d y de toda tu vida. El
diablo estuvo en m i esp íritu , pero ahora no más.
p re . ..
Y vivieron m uchos años felices y unidos para
siem ­
[43]
UN E U R O P E O EN EL M A MO R E
E!
L MAMORE es uno d e los ríos caudalosos que tie n e Bolivia en el Beni.
E l Beni, corazón de la selva sudam ericana, oculta en
sus en trañ as m iles de secretos, leyendas, cuentos y verdade­
ras aventuras.
Es el Beni la tie rra fé rtil por excelencia, d e riquezas
aún vírgenes, de las m ás herm osas m u jeres de Bolivia, capa­
ces de su p e ra r a las “Miss U niversos” . Mas, es su pobreza
económica, su educación deficiente, su desconocim iento del
m undo que las rodea, su indiferencia por progresar, su enclaustram iento en la selva y su alejam iento de los centros
principales de la nación y del m undo lo que las pone en un
grado m enor que las otras m u jeres de m undo.
E n tre los hom bres, son raros los que despliegan sus ac­
tividades en el in te rio r de la nación, y, los que lo hacen, av a­
sallan con los errores de la nación o de las em presas. Pocos
descollan, au nque tien en todo el tiem po que quieren. La lu ­
cha por la vida no es ta n trem en d a como donde está la civili­
zación. Se lucha m ás con la n a tu ra le z a de la selva q u e con
las debilidades hum anas del hom bre,
E l Beni es una zona tran q u ila, especial p a ra los cansa­
dos de la civilización, de las actividades d e la alta sociedad y
oe los negocios sucios y lim pios.
[45]
Los anim ales rugen, silban, gorjean, cantan, croan, aú­
llan y los hom bres tra b a ja n len ta m e n te viviendo u n a vida ig­
n o ran te del m undo ex terio r, m ien tras las m u jeres cocinan, la­
v an ro p a en los ríos o zam bullen saltando desde los copos de
los árboles y nadan ju g u etean d o con los rem olinos y las co­
rrie n te s que p resen tan los ríos.
Los cocodrilos, los caim anes y los peces hacen su vi­
da en los ríos, persiguiendo a los hom bres o huyendo de ellos.
T am bién el europeo, q u e 'h a c e m uchos años dejó el
viejo m undo, p a ra h a c er su propio m undo a orillas del Mamoré, vive tra n q u ilo y feliz.
F u e ra de su plantación, tie n e su pequeña g ran ja v
vende sus productos. A dem ás, su choza tien e e l aspecto de
u n hotel donde llegan los tu rista s y sirve a los visitan tes co­
m o guía o trasladándoles de u n a orilla a la o tra del río con
su b a rq u ita construida po r él mismo.
Es u n hom bre fu erte, diestro en el buceo, conocedor de
la zona, de la g en te del lugar, de sus costum bres y d e los p e ­
ligros.
E ra u n día dom ingo. Su esposa, u n a m u je r d el lugar,
nos había prep arad o el alm uerzo. Sus tre s hijos nos habían
servido, m ien tras el europeo nos ch arlab a de sus cosas y no­
sotros de las nuestras.
De vez en cuando chupaba su pipa o acariciaba su b a r ­
ba ru b ia que hacía co n traste con su piel cu rtid a por el sol.
P asado el alm uerzo, estábam os listos p a ra cruzar el
M amoré.
M ientras nos hacía ciertas recom endaciones previas, se
ju n ta ro n p a ra despedirnos su fam ilia, sus em pleadas y m ucha
gente del lugar.
Com enzam os a cru zar el r í o . . .
El ancho del río, que nos había parecido poca cosa, nos
hacía n o ta r n u estro engaño.
E stábam os en el centro del r í o . . .
[46]
De pronto dijo e l europeo: “ ¡Cuidado! V iene u n cai­
mán. Sigan rem ando Uds., m ientras llevo al caim án a una
zona fuera de peligro” . Diciendo esto zam bulló, nadó en d i­
rección del anim al, que se acercaba velozm ente.
El europeo llam ó la atención del caim án zam bullendo
y saliendo varias veces a la superficie, h a sta conseguir que
éste se d irig iera a él y no a la barca.
Poco a poco se quedaban atrás, el europeo y el caim án.
Pues, todo sucedió en un segundo.
El caim án logró coger e n tre sus g arras al europeo y és­
te no hizo nada por lib ra rse de su perseguidor y dejó que el
anim al se lo llevara.
El caim án tra tó de lo g rar la orilla p ara serv irse su
p r e s a .. .
Nosotros y a habíam os llegado a la o rilla . . .
Preocupados
observábam os
lo que sucedía en pleno
r ío . . .
Estábam os nerviosos, esperando el final.
A l fin llegó el caim án a la orilla donde nos en co n trá­
bamos, pero a unos cincuenta m etros de distancia. . .
Vimos que el caim án a rro jab a violentam ente a su p re ­
sa al suelo. Mas, el europeo una vez arrojado a tie rra se le­
vantó ágilm ente y dándose la v u elta volvió a zam bullirse en
el agua sin d a r tiem po a u n a reacción del anim al.
Todo esto ocurrió en un a b rir y c e rra r de ojos.
El anim al quiso cogerlo nuevam ente, pero ya era ta r ­
de, su presa se alejaba ráp id a m e n te. . .
Dos veces m ás apareció el europeo en la superficie en
dos lugares diferentes p a ra observar la posición de su p erse­
guidor, que dificultosam ente reg resab a n u evam ente al agua.
S 3° a
L a terc era vez que apareció el europeo en la superficie
9S^ 3 nues^ros p ies, en la orilla, sano y salvo.
Nosotros estábam os con les nervios en tensión. . .
[47]
F u e u n a alegría p ara nosotros ten e rlo nuev am en te a
n u estro lado.
El europeo nos llam ó p ara presenciar u n a m u erte len­
ta del rey de la selva b o liv ia n a . . .
E ntonces dije: — “ Creo que esto tenem os que fe ste ja r­
lo, no es cierto ?” . P o r qué no — respondió — pero aquí sola­
m en te h ay culiperro (una m ezcla de alcohol y leche).
El tigre, pese a sus esfuerzos por zafarse, m urió le n ta ­
m ente ahogado por los estirones d e su propia f u e rz a . ..
No im porta, d ije y le p reg u n té “ ¿por qué no se defen ­
U na vez m ás nos dem ostró su m aestría en los secretos
de la selva.
dió?” .
E l contestó: “— Ya soy ducho en la m ateria, no sería
la p rim e ra vez. E l caim án no hace nada en e l agua, sino en
tie rra . Yo esperé que m e saque a tie rra . Sólo cuidé te n e r su­
ficien te aire e n los pulm ones p a ra lle g a r a la orilla y esperar
el m om ento de ser arro jad o al suelo, p a ra reaccionar. Con ei
cocodrilo h a b ría sido m uy diferente. El cocodrilo saborea a
su p resa en el -agua. Adem ás, el cocodrilo nada en u n a di­
rección y le es difícil v ira r. El caim án puede v ira r. El co­
codrilo puede zam bullir y lu ch ar en el agua. El caim án
zam bulle, pero no puede luchar.
*
Después, nos despedim os. . .
El se quedó a seguir luchando con la selva, con sus se­
cretos y con sus p e lig ro s. . .
Yo p a rtí con m is acom pañantes a seguir luchando con
las pasiones hum anas de la sociedad del hom bre: vanidad, en­
vidia, odio y m aterialism o. . .
D espués de tom ar el “ cu lip erro ” nos alistam os n u ev a­
m en te p a ra seguir el v ia je y, m ientras el europeo nos o rie n ­
taba, escucham os el rugido de u n tig re .
S entí que m is cabellos se erizaban. Después supe que
lo m ism o les sucedió a m is acom pañantes.
E l europeo, m uy tran q u ilo , buscó u n a palca en el á r ­
bol m ás cercano. Consideró al m ism o tiem po la dirección del
a ire y la dirección del rugido. P la n tó la palca en el suelo con
ayuda d e su m achete, precisam ente sobre el sendero, e n tre
dos arbustos y esperó ab ie rta m en te al anim al, m ien tras noso­
tros esperábam os unos m etros atrás, escuchando los rugidos
del anim al, que se acercaban m ás y más.
A tención! — dijo el europeo.
A l le v a n ta r m i vista, vi que u n a m ole de carne daba
un salto espectacular con dirección al europeo, quién espe­
rab a serenam ente, arm ado solam ente de u n m achete y de una
estaca en form a d e lanza hecha de la m ism a ram a d e la palca.
E1 tig re se tra b ó en la palca.
taba precisam ente en la palca.
[48]
La garg an ta del tig re es­
[49]
DESPUES DE LÁ GUERRA DEL CHACO
IR
OBERTO Y ROSA se conocieron en un carn av al tupiceño.
L a com parsa de los “K oschkotongos” los h a b ía unido
como parejas, ya que ambos no lo tenían.
E n el d ía d e cam po d e la com parsa ju g aro n con rom asa, cantaron, bebieron y b ailares cuecas y huayños creados
por el tupiceño F elipe R ibera, entonces exponedor de la m ú­
sica boliviana.
E l últim o día de C arnaval, bajo la som bra de los sau­
ces, R oberto le habló a Rosa d e su a m o r. . . y ella le aceptó.
L a ta rd e era herm osa y ellos eran fe lic e s. . .
A l a ta rd ec e r regresó la com parsa bailando y cantando
las típicas coplas del carnaval tupiceño.
Se casaron cuando la P a tria llam aba a sus hijos p ara
defender el Chaco.
Dudosos d e su am or y de su m atrim onio relám pago, al
principio no tu v iero n hijos y dedicaron su atención a u n n e­
gocio de abarrotes, de comercio con las m inas y d e servicio
alim enticio a los soldados que pasaban por Tupiza con d irec­
ción al Chaco y otros servicios especiales.
P o r sus excelentes servicios a las tropas, el ejé rcito no
obligaba a R oberto a ir a la línea de fuego.
[51]
Mas, u n a noche, en fo rm a casual descubrió a los h e r­
m anos A zarian entregando a los argentinos inform es y datos
de las fuerzas bolivianas.
Los herm anos A zarian eran espías argentinos, pero e)
pueblo de Tupiza conocía a éstos como buenos am igos de los
bolivianos.
R oberto los denunció, m as, por su inform ación recibió
la orden d e enrolarse in m ed iatam en te al ejército y salir hacia
el Chaco.
Ju a n .
A R oberto le tocó ir a l Chaco antes de n acer su hijo
D u ra n te la ausencia d e R oberto, Rosa tra b a jó d u ra ­
m en te p a ra vivir.
D el fre n te llegaron noticias de q u e R oberto había
m uerto en u n a batalla, pero no h ab ía n ad a oficial. Las cartas
no llegaban. Todo carecía de organización.
Los soldados regresaban del Chaco enferm os y heridos
como anim ales.
U n desconocido llegó a Tupiza y comenzó a c o rte ja r a
Rosa.
A l fin term inó la guerra.
O tra vez B olivia h ab ía perdido a sus hom bres jóvenes,
fo rtu n a y u n a g ran extensión d e te rre n o por u n a “ operación
diplom ática” , quizás m uy bien pagada. O tra vez Bolivia h a ­
bía ganado hom bres inválidos, viudas, huérfanos, deudas y un
conflicto económico-social interno.
En la línea d e fuego hab ían nacido teorías p a ra reiv in ­
dicar las pérdidas de la P a t r i a . . . y aquéllas se quedaron h as­
ta hoy solam ente en te o ría s . . . Desde entonces el pueblo se
alim en ta de teo rías y de críticas, olvidando que en e l diccio­
n ario e x isten las palab ras “tra b a jo ”, “h onestidad” , “p a trio tis­
m o” y “fe ” . D esde entonces la P a tria se va b arran co abajo...
Los tren es d e carga tra n sp o rta b an a los soldados hacia
el n o r te . . .
R oberto no re g re s a b a . . .
Rosa y el desconocido daban por m u erto a R oberto que
no lle g a b a . . .
U na m añana com unicaron a Rosa que alguien d el hos­
p ita l deseaba verla.
N unca pensó Rosa que el que estaba en cam a, fre n te a
ella, e ra R oberto. E ste estab a enferm o, agotado e irrecono­
cible.
Las m anos huesudas d e R oberto quisieron tom ar las
de Rosa, m as ésta se quedó sin aliento y echó a llo ra r. . .
L a curación de R oberto d uró m uchos meses.
A l fin abandonó e l hospital, pero debía descansar en su
hogar por lo m enos u n año.
Los amigos le v isitaban frecuentem ente.
U n día, u n m atrim onio anciano y su h ija p reg u n taro n
por R oberto.
A l p rese n tarse la fam ilia como los padres y h erm an a
de M anuel O ropeza Ríos, posible com pañero de regim iento de
R oberto, éste palideció.
El, con lágrim as en los ojos, contó que M anuel había
fallecido v alien tem en te en u n a b atalla, conquistando u n é x i­
to m ás p a ra el R egim iento Chichas.
F u e u n a noticia cru el p a ra los ancianos y p a ra la joven
m uchacha llam ada C arm en. M ucho tiem po h ab ían esperado
el regreso de M a n u e l. . .
L lo raro n to d o s . . .
Al m om ento de m o rir — continuó R oberto— m e h a pe­
dido, que si vuelvo a Tupiza vele por ustedes, y yo cum pliré
m i prom esa.
Poco tiem po después, R oberto supo que el viejo señor
Oropeza había m uerto.
[53]
Después de algún tiem po, R oberto recibió u n llam ado
u rg e n te de la casa d e la Sra. Oropeza. E sta rogó a R oberto
v e la r po r el p o rv en ir de Carm en.
R oberto volvió a aseg u ra rla que cum pliría su prom esa
hecha en el Chaco a su buen am igo M anuel.
L a v iejita m urió con u n a sonrisa d e felicidad b en d i­
ciendo a R oberto y a Carm en.
C arm en llo r a . . . sólo e n c u en tra apoyo y consuelo en
Roberto.
E l tra sla d o de C arm en a la casa de R oberto se hace in ­
m ed iatam en te después del e n tie rro d e la m adre.
P asa e l tie m p o . . .
R oberto convalece le n ta m e n te . ..
C arm en coopera ágilm ente en la casa o en el negocio.
Ju a n cito es atendido por u n a buena m uchacha cotagaite ñ a llam ad a Luisa.
A l fin R oberto se e n cu en tra apto p a ra e l tr a b a jo . . .
pero no e n cu en tra trab ajo .
H ay desocupación. . . el país está en q u ie b ra . . . hay
desorganización. . . los políticos h ab lan como los loros y n in ­
guno soluciona los problem as.
R oberto decide dedicarse a la explotación d e m inas.
P a ra los tra b a jo s m ineros, tie n e necesidad de p e rm a ­
n ecer au sen te larg as tem poradas.
Rosa siem pre a ta rea d a con el negocio, descuida a Ro­
berto, inclusive cuando a éste le rep iten los efectos d e la en­
ferm edad.
C ontinuam ente C arm en y Luisa insinúan a Rosa a ir
al lado d e R oberto, m as, Rosa siem pre rechaza protestando
“ya estoy cansada de verlo en ese estado, que se m u era!” .
[54]
U na tard e, al acercarse don Domingo, u n am igo d e la
casa, al negocio de Rosa, escucha u n beso y luego escucha unas
pisadas rápidas. V e que el desconocido se ale ja d e Rosa.
Don Dom ingo, sorprendido, disim ula. E stá seguro de las re ­
laciones d e Rosa con el desconocido y del engaño de é sta a
Roberto.
Rosa se ruboriza, m as, c a lla . . .
Con el tiem po, tam bién C arm en los descubre, pero di­
sim ula. F inalm ente, qué podría h acer ella? N ada. E lla era
u n a desam parada m u je r u n id a a u n m atrim onio. A bandonar­
los? Tam poco era posible, y a que no sab ría adonde ir. No te ­
nía u n a profesión p a ra responder en la lu ch a po r la vida.
L a m u je r boliviana tie n e necesidad de te n e r u n a o
m ás profesiones, piensa. D ecide estu d iar por correspondencia
u n a profesión que le p erm ita a b rirse paso en la vida, para
luego ab an d o n ar aquel lugar, donde sin lu g ar a dudas iban a
p resen tarse m uchos problem as.
P id e prospectos a las Escuelas Internacionales d e B ue­
nos A ires, y, después d e u n estudio m inucioso de sus propósi­
tos p a ra e l fu tu ro , se inscribe y envía e l p rim e r pago.
P ro n to está ella en pleno estudio. Los exám enes van
y vienen corregidos y calificados. Las notas son cada vez m e­
jores.
E n tre tan to , L uisa tam b ién h a encontrado ju n to s al des­
conocido y a Rosa.
H ace tiem po que Rosa p ro cu ra no te n e r en el negocio
ni a L uisa n i a C arm en. Siem pre busca p retex to s p a ra ale­
jarlas del negocio.
R oberto ta rd a en re g re sar d e las m inas. Pues, y a no
atiende solam ente u n a m ina, sino v arias m inas de la m ism a
zona. R oberto gana m ucho dinero.
U na m añana, C arm en lee e n voz a lta sus lecciones, ba­
jo la som bra de u n sauce. A lguien la escucha y se acerca
despacio y ta p a con las dos m anos los ojos d e C arm en y pre-
[55]
g u n ta “ ¿quién soy?” .
no tie n e palabras p a ra
pués d e to car la ropa
d e tono su voz y dice
Ella, toda asustada, por u n m om ento
responder, pero luego reacciona y d es­
d e éste, exclam a “R oberto!” . Cam bia
“Disculpe, señor P érez!” .
R oberto ríe y dice: “— “E stá bien C arm en, puedes lla ­
m arm e R oberto” .
C arm en, ruborizada, le dice que no h ab le en voz alta,
p orque Ju a n cito duerm e.
R oberto se sienta a l lado de Carm en.
E sta com unica a R oberto d e sus progresos en el estu ­
dio y d e sus planes p a ra el fu tu ro .
R oberto le asegura colaborarla h asta te rm in a r sus es­
tudios y, en lo posible, h acer el v ia je con ella p a ra colocarla
e n u n b u en tra b a jo en L a Paz o en B uenos A ires e in scrib ir­
la en u n In stitu to n octurno p a ra que continúe sus estudios.
Se despide cariñosam ente.
A lgo e x tra ñ o nace en ellos.
Algo indescifrable.
R oberto va a v isitar a Rosa a su negocio. E sta lo reci­
be fríam en te. R oberto le propone c e rra r el negocio p a ra d a r
u n paseo. Rosa acepta de m ala gana.
C ruzan el río de Tupiza a C hacra-H uasi, pasan po r R e ­
m edios y P a la la y reg resan al pueblo siguiendo los rieles del
ferro carril.
En el cam ino d e regreso, en cu en tran a algunas am ista­
des q u e les in v itan a to m ar p a rte en e l HU AK E (una fiesta
cam pestre) d e don Domingo.
A ta rd e c e .. .
ben . . .
Los cántaros d e chicha se vacían y los hum os se su ­
Don Dom ingo, u n poco m areado, se acerca a R oberto
y a Rosa y com ienza a h a b la r d e m uchas cosas.
[56]
De vez en cuando don Dom ingo clava sus m iradas en
Rosa que palidece y se inquieta, creyendo que don Domingo
puede com unicar a R oberto cualquier m om ento d e sus re la ­
ciones con el desconocido.
F inalm ente, Rosa consigue convencer a R oberto p ara
reg re sar al hogar.
R oberto am anece enferm o, por efecto de la bebida, p e ­
ro no por ello Rosa perm anece en el hogar al lado de su espo­
so, sino que sale tem prano p a ra ju n ta rse en el negocio con el
desconocido.
Luisa atiende a Ju a n cito y C arm en a R oberto.
C arm en ya conoce las m edicinas que precisa R oberto
e incluso es ella la que pone las inyecciones que d e ja el D r.
Eguia.
P asa la fie b re. . .
Don Dom ingo visita a R oberto que se en cu en tra en ca­
m a, m ien tras C arm en hace comidas especiales p a ra el e n ­
ferm o.
Don Dom ingo hace algunos chistes que hacen re ir a
R oberto y ru b o riz ar a Carm en.
Al despedirse, don Dom ingo dice — “M uchachos, vivan
ahora, que m ás después será tarde. Yo sé por qué lo digo” ,
y s a l e .. .
R oberto se queda pensativo. . .
C arm en, después d e despedir a don Dom ingo, vuelve al
lado de R oberto, y al verlo ta n triste , le p reg u n ta: — “ Se sien­
te m al? ” . R oberto responde: -—“N o . . . m ejo r dicho, sí. Don
Dom ingo acaba de hacerm e com prender la realid ad de las co­
sas. Acabo de darm e cuenta que tú eres lo que m ás am o en
esta vida. T e quiero entrañ ab lem en te, C arm en” .
C arm en siente d e sfa lle c e r. . .
Se sienta en el lecho de R oberto. . .
P asan los segundos como siglos. . .
[57]
Se escuchan dos corazones latiendo aceleradam ente y
las venas h irviendo de em o ció n . . .
R oberto le tom a d e las m a n o s. . .
Se m iran con intenso a m o r. . .
R oberto rom pe el silencio y le dice: — “Tú eres lo que
m ás amo y h a ré todo lo posible por g a n a r tu cariño” .
C arm en tra g a saliva y nota que poco a poco se acercan
sus rostros p a ra sellar u n beso de am or.
Se abrazan con inm ensa dicha.
D ificultosam ente habla C arm en y dice — “No tienes
nada que g a n a r . . . ya lo has ganado. Te amo, R oberto”.
Y después de u n a caricia y d e u n segundo beso, C ar­
m en continúa: — “P ro n to m e iré contenta de sab er que m e
am as” .
R oberto contesta: — “E sta separación h a rá su frir a m i
corazón, pero siem pre pensaré en t í ” .
Pocos días después, R oberto regresa n u ev am en te a las
m in a s.
L a despedida es p a ra R oberto y p a ra C arm en dolorosa
y tris te . . .
C arm en cuenta a L uisa que d ía a d ía crece su am or a*
R oberto y el dolor que p resie n te pensando en su fu tu ro alej
m iento de Tupiza, p a ra v ia ja r a Buenos Aires.
C arm en y Luisa com parten m om entos inolvidables al
lado de Juancito.
C arm en concluye sus estudios. R ecibe su diplom a y el
ofrecim iento de tra b a jo en Buenos Aires.
P a ra rea liz a r e l viaje, es necesario ob ten er de R oberto
la autorización escrita p a ra el Banco p ara recoger el dinero
que habían dejado depositado sus padres.
[58]
C arm en decide v ia ja r a las m inas d e R oberto. E m ­
p ren d e el viaje, guiada por u n tra b a ja d o r d e u n a em presa de
tra n sp o rte s d e m ineral, — el m edio de tra n sp o rte es la m uía
y la llam a.
E l inesperado encuentro hace feliz a Roberto.
Se am an lo c a m e n te ...
Se queda u n día m á s .'..
L a separación es u n sufrim iento, pero es necesario re­
g resar .
Con lágrim as en los ojos se aleja C arm en de R oberto...
R oberto ve cómo C arm en desaparece en el horizonte y
queda t r i s t e . . .
C arm en llega a Tupiza.
El G eren te del Banco en persona en treg a a C arm en
una cantidad considerable y com unica que aún tie n e u n a m a­
yo r depositada por don R oberto P érez Castellón.
C arm en, sorprendida, y pensando tra sp a sa r u n a p a rte a
Rosa, p reg u n ta si la Sra. Rosa de P érez tam bién tie n e alguna
cuenta. E l G eren te m ueve la cabeza a firm ativ am en te y le
dice: ------ “ Sí, la Sra. Rosa de P érez y, por separado, Ju a n , su
hijo, asegurado h asta su m ayoría de edad, y tam b ién Luisa, la
sirvienta, con u n a pequeña can tid ad ” .
Entonces com prende C arm en el esfuerzo inm enso que
hizo R oberto p a ra obtener u n a fo rtu n a m agnífica y asegurar a
cada u n a de ellas y a su hijo Ju a n . Y en silencio ruega a
Dios por la salud d e Roberto.
L lega el día del viaje.
Se despide d e todas y p a rte rum bo a B uenos Aires.
En B uenos A ires le esperan sus profesores y su fu tu ro
director. Se tra ta de una firm a com ercial.
Com ienza a tra b a ja r. Los jefes aprecian su trabajo.
Se da cuenta que está encinta.
C arm en se preocupa de encontrar un buen m édico p a­
ra san ar defin itiv am en te el m al de Roberto.
[59]
m án.
P o r am istades de la firm a, e n c u en tra u n m édico ale­
E ste se com prom ete san ar a Roberto.
C arm en escribe a R oberto haciéndole conocer la con­
versación sostenida con el médico.
R oberto decide v ia ja r a Buenos A ires.
Con gran alegría se e n cu en tran en la estación d e Bue­
nos A ires y, después de u n tra ta m ie n to de tre s m eses, Roberto
se en cu en tra com pletam ente sano.
E ntonces C arm en le hace conocer d e su estado de es­
p e ra .
R oberto se siente feliz y le colm a de besos y de c ari­
cias . ..
A ntes de viajar, le dice, h e conversado con don D o­
m ingo, quien m e ha com unicado de la infidelidad de m i espo­
sa. Ya m is tra b a ja d o res m e h ab ían dicho y alguna vez yo
m ism o les encontré en el negocio. T ú y Luisa callaron p ro ­
curando no enferm arm e y estoy agradecido. R egresaré a Tupiza p a ra ven d er las m inas y p a ra sep ararm e fo rm alm en te de
m i esposa. V olveré pronto. Q uiero v iv ir toda la vida a tu
lado.
Cuando R oberto reg resa a Tupiza, en cu en tra a Rosa
con el desconocido y sin m olestarse por ello conversa form al­
m en te p a ra que se realice la separación cuanto antes.
Todos están d e acuerdo y todo se arregla.
R oberto escribe a Rosa en cada correo y en u n a de sus
cartas le p reg u n ta si acepta a Ju an cito en el hogar. L a res­
puesta a firm ativ a no se hace e sp era r.
R oberto abandona Tupiza llevándose a Ju a n cito y a
L uisa a Buenos A ires p a ra ju n ta rse con C arm en p a ra siem ­
p re . . .
MANUEL GAMACHO, EL GIGANTE COCHABAMBINO
u
N MEM ORABLE DIA en la histo ria del m undo arrancó,
con g ran pom pa, el p rim e r vehículo m otorizado, con cuatro
ruedas, asientos, volante, u n a bocina original y u n m ontón de
fierros encim a, en u n a de las calles polvorientas de uno de los
pueblos de N orte A m érica, m ien tras en la m ayoría de los pue­
blos d e la tie rra se tra n sp o rta b an en carros d e m adera e stira ­
dos por bueyes o por caballos o a pie sobre las espaldas del
hom bre.
B olivia era entonces la nación rein a de la p lata y del
estaño. E ra conocida en todo el m undo. E ra visitada por to­
da clase de gente, e n tre ellos aduladores y rateros, m agnífi­
cos negociantes que se los fum aban a los bolivianos en los n e ­
gocios, ya en las m inas, ya en las zonas petroleras, y a en las
zonas agrícolas, ya en la zona a u rífera, y a e n la fundación de
servicios, y a en los destinos de la econom ía nacional y d e la
nación toda.
En las universidades de fam a m undial y en las g ran ­
des em presas com erciales e in d u striales del ex terio r se p ro ­
nunciaban a m enudo los nom bres d e Charcas, Potosí, Colquechaca, H uanchaca, C atavi, C horolque, T elam ayu, Corocoro y
tan to s otros como pronuncian hoy N ueva York, L ondres, B er­
lín, P arís, Viena, Rom a y G inebra, pero no por sus c a ra c te rís ­
ticas artísticas o por su lujo, sino porque eran los puntos en el
m apa donde am asaban form idables riquezas y negocios des­
pués d e suntuosos banquetes. Los .valores no se expresaban
en pesos bolivianos, aunque éste estaba casi a la p a r con la
[61]
m oneda inglesa, sino por m illones y m illones de lib ras e s te r­
linas y después en dólares.
T al e ra la im portancia de la riqueza de Bolivia, ta l era
la atención especial que recibían los gobernantes, los políticos
y los tre s grandes m ineros de las naciones interesadas en ne­
gociar con Bolivia p a ra d e sarro llar prin cip alm en te a pasos gi­
gantescos su propia in d u stria m etalúrgica, dejando p a ra Boli­
via y p a ra los bolivianos los m endrugos d e los banquetes, con­
decoraciones, los recuerdos d e elocuentes discursos y m illones
y m illones de adulaciones que no cabrían escritos en todos los
libros d e la tie rra , ya que fueron expresados en los idiom as
m ás conocidos desde la conquista.
I
A ún hoy estam os digeriendo las adulaciones viviendo
en u n a m iseria esp an to sa . . . Quizás sigam os algunas gen era­
ciones m ás?
Poco tiem po después de h a b e r salido al m ercado el p r i­
m e r autom óvil, se vió tam b ién en Bolivia a uno d e los p rim e ­
ros “cacharros” y era objeto de curiosidad en todas las capas
sociales del país.
Uno de ellos llegó con grandes dificultades a Cochabam ba, pero llegó.
E n tró al v a lle . ..
Y fu e allí donde sucedió que en el cam ino d e ida de
C ochabam ba a m ás allá de Jaihuayco, el “cach arro ” atro p e­
lló a uno de los borricos de u n a tropa.
E l dueño, que en ese m om ento se encontraba distraído,
apenas pudo observar que el “m onstruo de acero” se perdía
de vista.
A tendió a su borrico herido y ju ró vengarlo.
E s p e ró . . .
D espués de varias horas de espera lo divisó e n el h o ri­
zonte . . . se acercaba levantando polvo y asustando a las m ari­
posas . . .
[62]
Cuando el “m onstruo d e acero” estaba por p asar po r el
lu g ar donde se ocultaba el dueño del borrico herido, éste de
u n salto se puso al fre n te del autom óvil y con su form idable
fuerza lo volcó.
El chófer, horrorizado, logró salir de su “ cach arro ” vol­
cado y “pies pa que te quiero” desapareció escapando del gi­
gante, M anuel Cam acho, que en quechua le in su ltab a y recla­
m aba por su atropello a su borrico.
El chófer llegó a la ciudad y asustado com unicó a las
autoridades de la existencia de u n gigante, con la fuerza de
u n G oliat.
L a gente no alcanzaba a creer que u n solo h om bre p u ­
d iera m over al vehículo, que entonces ten ía m ás peso que los
vehículos de hoy.
Al fin acordaron c a p tu ra r al gigante y p ara hacerlo lle ­
v aron u n regim iento, redes, m acanas y todo lo que te n ía n . ..
El gigante, que era u n h om bre sencillo, hablando en
quechua, se expresó diciendo que no era necesario ta n ta gen­
te y tan to arm am ento y, ju n to con los hom bres, entró a Cochabam ba p a ra v isitar a la p rim e ra autoridad.
D esde entonces vivió e n tre su pueblo n atal, Jaihuayco,
y C ochabam ba.
Se ocupaba d e tra b a ja r como albañil, po rq u e cargaba
en u n solo tiró n lo que podían carg ar diez y h asta quince hom ­
b res norm ales.
(
Así comenzó la explotación al gigante M anuel Cam acho.
Después, dejó de tra b a ja r como albañil y pasó a tra b a ­
ja r e n los te a tro s como luchador. M ucho tiem po fu e com­
pañero de lucha d e F rankstein.
El gigante siem pre se dejó ex p lo tar por su m anager y
por su com pañero de lucha, y, po r qué no decirlo, por todos.
Los fotógrafos hacían negocio con su presencia sacando
fotografías a la gente al lado del gigante.
[63]
Los hoteles cobraban p a ra v e rlo . . .
Las chicheras in v itab an a los “kochalas” p a ra celebrar
la visita del gigante paisano y ganaban m ucho dinero.
Las chólitas se m andaban la p a rte bailando las típicas
cuecas cochabam binas con el “M anuelito”.
Los hom bres cantaban las coplas del valle acom paña­
dos d e la gruesa voz del gigante.
Los brindis eran en tu tu m as de chicha.
había u n a tu tu m a especial tam año gigante.
P a ra Cam acho
L legado el m om ento de los picantes, se le servía a Ca­
m acho en fuentes en vez de en platos.
No se escuchaba el castellano, sino quechua.
F u e am igo del pueblo, m ás d e los niños.
E n la calle, los niños, e n tre ellos yo, nos m edíam os, y,
al día siguiente, com entábam os “yo le doy a su ro d illa ” , “ a
m í m e levantó con una sola m ano” , “m e suspendió como si
fuese u n a p lu m a ”.
Un día se supo que el gigante había abandonado Bolivia.
Se supo que se había casado con u n a brasileña.
T an pronto estaba en Río de Ja n eiro como en Buenos
A ires y otras ciudades sudam ericanas im portantes.
Luego se supo que él había vendido su esqueleto a
N orte A m érica.
D espués, m urió y todo quedó en e l olvido. . .
Ni siquiera los que ganaron dinero con él se acordaron.
Así apareció y así se fué u n amigo del pueblo y m ás
de los niños, el gigante, M anuel Cam acho, llam ado cariñosa­
m en te “M anuelito” .
[64]
MI PRIMER AMOR, MI INOLVIDABLE AMOR
REO que todo ser hum ano tie n e u n gran recuerdo en su
vida: Su p rim e r am or.
Es posible que existe la diferencia del recuerdo del p ri­
m er am or, según la intensidad de aquél y, a m enudo, d e la
dicha de las horas vividas, de la afinidad d e sentim ientos, de
las ilusiones, ideales, sacrificios, tragedias, aventuras, y, de
lo m ás im portante, del soñar despierto en los m om entos m ás
felices de la p len itu d del a m o r. . .
Después de tan to s años (25), m e atrevo a escribir aque­
llos inolvidables segundos vividos v erd ad eram en te en u n
m undo extraño: el m undo de m i p rim e r am or.
L ula había nacido u n p a r de años después de mí, es
decir, en plena g u e rra del Chaco.
Pasó el tie m p o . ..
M ientras en la línea d e fuego se d e rra m a b a sangre ino­
cente boliviana y paraguaya, obedeciendo corrientes e x tra n ­
jera s interesadas en ciertas posiciones, nosotros c re c ía m o s ...
Al fin term in ó la g u erra. Se firm ó la paz, perdiendo
Bolivia u n a v asta extensión d el Chaco y salvando m ilagrosa­
m en te la zona petro lera. Con la pérdida boliviana se perdió
u n a g ran red de in d u strias en e l Chaco, como: m adera, pulpa
de papel, h a rin a de pescado, criaderos de anim ales en g ran es­
[65]
cala, bañados am plios p a ra el cultivo del algodón, girasol,
fru ta le s y m edicinales in dustriables. Hoy, los chaqueños bo­
livianos tien en que m endigar tra b a jo en el e x tra n je ro o ga­
n a r d in ero contrabandeando ganado boliviano a la A rgentina.
El fe rro c a rril V illa M ontes - T a rija - T upiza es u n m ito, au n ­
que u n a solución necesaria.
L ula y yo habíam os crecido lo suficiente como p ara
vernos a m enudo cuando íbam os al colegio avergonzándonos
de hacerlo secretam ente.
N uestro p u n to d e e n c u en tro era la acequia que existía
a lo largo de la A venida S errano de Tupiza.
E ra u n a acequia cu b ierta de flores, pasto y plantas.
Los sauces colgaban sus herm osas ram as, m ien tras las m ari­
posas, las libélulas y las golondrinas zigzagueaban sobre las
flores, así como los patitos recién nacidos tra ta b a n d e coger
ran as y cangrejos, m ien tras los picaflores, volando quisquillo­
sos, in tro d u cían sus piquitos largos en las flores.
Así era T upiza "éntonces y los tupiceños d e aq u el tie m ­
po no m e d e ja rá n m e n tir. ..
i
Tupiza e ra u n hogar p ara los tupiceños, p a ra los del in ­
te rio r y p a ra los del ex te rio r del p a ís . . .
H abía trab ajo , m ucho tra b a jo .
Los tupiceños no ten ían necesidad d e em igrar al e x te ­
rio r o a La P az donde se cen tralizaron todas las actividades
ad m in istrativ as, com erciales e industriales, quitando el p ro ­
greso y el pan d e cada día de los del interior.
Poco a poco pasaron los años del colegio p rim a rio . ..
Nos encontrábam os m ás a m enudo.
N osotros y a no nos considerábam os sim ples am iguitos,
sino algo m ás que h e rm a n o s. . .
Los días favoritos p a ra nosotros eran los dom ingos o
los días feriados, p orque podíam os vernos m ás tiem po. Siem ­
pre pensábam os en nu estro próxim o encuentro, la ro p a que
[66]
vestiríam os y, a veces, las cosas que traeríam o s p a ra com er.
A e lla le gustaban los coquitos de leche. A m í los ch añ aris.
D esde entonces no probé m á s . ..
D esde pequeño m e gustó e scu d riñ ar secretam en te y
tr a ta r de d escu b rir cosas nuevas — p a ra m í— de la m a te ria y
de las profundidades del esp íritu .
C ontinuam ente hacía excursiones a los preciosos cerros
m ulticolores de las proxim idades de Tupiza.
U na vez, deseando in tro d u cirm e e n tre los peñascos co­
lorados y d e caprichosas form as, encontré, con g ran sorpresa,
c u b ie rta d e m alezas, la e n tra d a a u n a cueva.
R etiré las m ale za s. . . di unos pasos hacia a d e n tro . . . y
encontré unas galerías gigantes donde el viento silba especta­
cularm ente.
E staba so lo . . . te n ía m ie d o . . . sudaba f r ío . . .
P ensé en ella. A ella le g u staría ex p lo rar aquel lu g ar
conmigo, m e dije.
S entí los latidos acelerados de m i c o razó n . . .
R e tro c e d í. . .
L a próxim a sem ana es C arnaval, pensé.
R egresé a la c iu d a d . ..
D ecidí in v itarla. Lo hice.
Le d ije que te n ía p rep arad o u n a sorpresa. E lla aceptó
m i invitación.
Llegó aquel dia.
Las com parsas iban de a rrib a a abajo, cantando sus
coplas. E n cada esquina bailaban las cuecas de m oda al com­
pás de la m úsica de los in stru m en to s d e cuerda.
El grueso m olle de La A lam eda se m ecía por la brisa
cariñosa del m es d e m arzo como alegrándose por la v isita de
las com parsas.
M ientras los hom bres y las m u jeres feste ja b a n el C ar­
naval tupiceño, que en ese entonces era m uy m entado, noso­
tros habíam os llegado a las m ontañas.
[67]
E stábam os donde silba el v ie n to . . .
Com enzam os a in tern arn o s e n las galerías o sc u ra s. ..
P ro n to nuestros ojos se acostum braron a la oscuridad...
N uestros cuerpos te m b la b a n . . .
E lla se ag a rra b a fu ertem e n te d e m i b ra z o . . . yo tom a­
ba su m ano. . .
P ro c u ré h ab lar, pero el eco de m i voz m e calló.
Tem iendo perdernos, decidim os re g re sar al día siguien­
te, con fósforos y p a ja p a ra h acer antorchas.
Regresam os a la salida y de ahí al pueblo.
asustados.
Estábam os
E n el cam ino a nuestros hogares, m ate ria lm e n te está­
bam os allí, pero nuestros pensam ientos estaban e n nuestro
“m undo secreto y desconocido” .
A l d ía siguiente, nos encontram os nuevam ente, y, en
veloz c arrera, llegam os a los peñascos colorados. . . y nos in ­
ternam os en la c u e v a . ..
Hicim os antorchas d e p a ja . . . pusim os m arcas p a ra no
perdernos y nos internam os m ás y m ás en las g a le ría s . . .
D espués de cru zar varias habitaciones n atu rales, llega­
mos a u n lu g ar que asem ejaba a los balcones d e los castillos,
con ventanas g ig a n te s. . . encontram os cam initos con bostas
de chinchilla. . . encontram os algunos nidos de p á ja ro s. . .
Nos se n ta m o s. . . fre n te al panoram a que se p rese n ta ­
ba a n te n o so tro s. . . y nos creim os dueños absolutos d e la tie­
r ra que m irab an nuestros ojos y de la belleza del p a isa je. . .
A p a rtir de ese instante, la m ontaña pasó a ser “nues­
tro castillo” , “nu estro m undo” y “nu estro h o g ar” .
Nos besam o s.. .
Ju ram o s no avisar a nadie de nu estro
nu estro “castillo” .
[68]
“ m undo” , de
Soñam os. . . m irándonos m u tu am en te o m irando el p ai­
sa je o escuchando las notas arm ónicas del v i e n to .. .
P asaro n las h o r a s . . . y tuvim os que re g re sar al hogar
de nuestros padres.
A l día siguiente, te rc e r día d e carnaval, ingresam os
nuev am en te a nuestro “ castillo” .
Llegam os h a sta u n pequeño valle, al otro lado d e los
balcones n atu rales. El valle parecía no te n e r salida, quizás
lo tenga, pues no sabíam os ni de dónde venía n i adonde iba
el curso del pequeño ria c h u e lo . . . No nos in teresab a eso, si­
no saber q u e existía algo sublim e a n te nosotros, algo q u e otros
am ores no ten ían : U n pequeño valle, ja rd ín de n u estro casti­
llo, hogar de nu estro am or.
Con las aguas cristalinas y frescas nos lavam os los pies,
las m anos y ju g a m o s. ..
H abían piedras que relucían a la luz del sol, quizás h a­
y an todavía, jugam os con ellas, ju n ta n d o m uchas p e p a s . . . y
adornam os nuestro “tro n o ” , u n a g ru ta con rocas de diferentes
colores, que a nuestros ojos d ab a la im presión de h a b e r sido
tra b a ja d a por m il artista s especialm ente p a ra n o so tro s. ..
D espués, nos sentam os sobre el p a s to . . .
L ula c a n ta b a . . .
Yo acariciaba su larga c a b e lle ra . ..
Nos besam os incansablem ente y lloram os d e am arnos
ta n t o . . .
H abíam os pasado el día m ás feliz d e n u e stra vida.
D esde entonces, nunca m ás pudim os re g re sar ju n to s a
nuestro “castillo” , porque e lla enferm ó y tuvo q u e viajar.
A ntes de su viaje, nos vim os algunas veces m ás. . .
L a v íspera de su viaje, acordam os p asar la noche juntos.
F a lté a m i h o g a r. ..
L a noche d e n u e stra despedida fu e t r i s t e . . . p resen tía­
mos u n a separación la r g a . . . llorábam os como lo que éram os,
dos niños.
[69]
A m a n e cía . ..
Y a m edida que am anecía, llorábam os m ás irrem ed ia­
blem ente.
Clareó el d í a . . . y teníam os que separarnos.
V arias veces nos habíam os despedido y varias veces
nos habíam os vuelto a u n i r . . . llo rá b am o s. . . nos recom endé
b a m o s. .. nos b e sáb a m o s. . .
C ontinuam ente decía ella “No llores m i am or, volveré
p ro n to ” y yo respondía “V uelve vida m ía, lo m ás pronto que
puedas, pero vuelve” .
F inalm ente, nos despedim os con tiernos besos de am or,
de dolor, d e tristeza, de felicidad, jurándonos m an te n er el se­
creto del cam ino a nuestro “m undo” , a nu estro “h o g ar” .
Y salté su ven tan a y el m uro de su casa y no la vi
m ás. . .
A quel “p ro n to ” se ha alargado tanto, que y a han cam ­
biado m uchos núm eros en los calendarios y m uchos calenda­
rios en los m urales y no lle g a . . .
s
E n tre tan to , hoy h e roto el secreto d e e ste am or, que
gu ard é en m i corazón por m ucho tiem po, pero ambos hem os
guardado e l secreto del cam ino a nu estro “ castillo”, ella en
el cielo, yo en la t i e r r a . . .
por nuestro p rim e r am o r. . .
nuestro inolvidable a m o r. . .
[70]
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