Subido por Diego F. A.

El regeneracionismo español

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El regeneracionismo español
José Alsina Calvés
Bajo este rótulo se esconde una pluralidad de corrientes: krausismo, carlismo, maurismo,
liberalismo, regionalismo, falangismo…
Bajo el nombre de Regeneracionismo se conoce una corriente de opinión, muy genérica, que
cristaliza con la crisis de 1898, cuando España es derrotada por los EEUU y pierde sus últimas
posesiones de ultramar (Cuba y Filipinas), pero que tiene sus antecedentes. Existen muchas
recetas regeneracionistas, pero todas tiene algo en común:
1. La conciencia de la decadencia de España
2. La necesidad de un “despertar” frente a esta decadencia
3. La posibilidad de esta necesaria regeneración
El Regeneracionismo en su conjunto se opone a dos visiones de la cuestión de España: el
liquidacionismo y el casticismo.
Para el liquidacionismo España es un error histórico, algo que nunca debería haber existido,
fruto de la ambición y del fanatismo de las clases dominantes, superestructura opresiva de las
“autenticas” naciones catalana, vasca, gallega o andaluza. El liquidacionismo ha estado
siempre presente en los nacionalismos fraccionarios, que han visto a la España histórica como
un “conglomerado” de naciones. Está visión liquidacionista de España la encontramos
también, aunque parcialmente, en la Constitución de 1978 (no olvidemos que los nacionalistas
fraccionarios participaron de forma activa en su elaboración), que, si por una parte define a
España como una nación, luego añada que está formada por “regiones y nacionalidades”, y
que institucionaliza la división de España en 17 comunidades autónomas (que son en realidad
embriones de Estado), cuya asunción de competencias políticas va vaciando al Estado no
solamente de contenido político, sino de discurso y de proyecto.
Las izquierdas revolucionarias del periodo se la II República y de la Guerra Civil (PSOE, PCE,
CNT-AIT) también participaron en esta visión liquidacionista. España debía desaparecer, no
para fraccionarse en micro estados, sino para convertirse en satélite de la URSS.
La visión casticista no niega la existencia de España, pero cree que está definida por su
“intrahistoria”, por una “casta” inamovible que convierte en ilusorio cualquier proyecto
regeneracionista. La expresión de Unamuno ¡Que inventen ellos¡ refleja muy bien esta
posición. El casticismo no aparece nunca como una doctrina elaborada. Es más bien un estado
de espíritu, una actitud, que encontramos sobretodo en algunos autores de la llamada
“generación del 98”, pero no en todos.
Los regeneracionistas de todas las tendencias creen en España, y creen que España puede
regenerarse. En conjunto el regeneracionismo se presenta como un precursor del Hispanismo
que propugnamos, en cuanto cree en un “ser” de España, pero que ve este “ser” como un
“ser-ahí” (Dasein) en el espacio y en el tiempo, y cuya esencia es su existencia, es decir, no algo
dado e inalterable, sino como un “ser” que se hace en la historia y como dominio de la
libertad.
Sin embargo las distintas propuestas regeneracionistas difieren en el diagnóstico de la
decadencia de España y difieren también en que camino y que características debe seguir esta
regeneración. Pasaremos revista a las más destacadas.
Regeneracionismo progresista: el krausismo
Los orígenes del krausismo como corriente filosófica y su difusión por España son muy
anteriores a la crisis del 98. El nombre de krausismo proviene de Karl Christian Friederich
Krause (1781-1832), un oscuro y poco conocido filósofo alemán, contemporáneo de Hegel, por
quien fue altamente influido, así como por Fichte y Schelling{1}.
La filosofía de Krause es un idealismo con ribetes místicos, cercano al panteísmo, con una
mínima influencia en Alemania. Sin embargo su doctrina tuvo una importante repercusión en
España, repercusión cuya importancia hay que verla desde el punto de vista político y,
sobretodo, pedagógico, pues desde el punto de vista filosófico no pasa de ser una mediocre
excentricidad, especialmente si tenemos en cuenta que es contemporánea a la gran influencia
de Comte y del positivismo.
Pero la verdadera clave del krausismo español fue Enrique Ahrens, nacido en Kniestedt
(Hannover) en 1808. Filósofo y humanista de amplio espectro, su faceta capital fue la jurídica y
política{2}. La publicación de su Curso de Derecho, traducido por Ruperto Navarro Zamorano,
amigo y condiscípulo de Julián Sainz del Rio, fue el factor desencadenante.
El fundador de la escuela krausista española fue el mencionado Julián Sainz del Rio (18141869). Estudió en el Seminario de Córdoba, se graduó en cánones por Toledo y Granada, en
leyes en Madrid, donde también se doctoró en 1840. Después de ampliar estudios en
Heildelberg con los discípulos de Krause, fue nombrado catedrático de Filosofía de Madrid, sin
oposición, en 1845. Discípulo de Saiz del Rio fue Nicolas Salmerón (1838-1908), que fue
ministro de Justicia en el primer gobierno de la I República, presidente del Congreso y,
posteriormente, presidente de la República. Hacia el final de su vida abjuró del krausismo y se
aproximó al positivismo comtiano.
Otro personaje fundamental en la historia del krausismo español fue Francisco Giner de los
Rios (1839-1915). En 1866, con solo veintisiete años, fue nombrado catedrático de Filosofía del
Derecho de Universidad Central. Expulsado dos veces de la Universidad, la primera en 1868
por solidaridad con sus colegas Sainz del Rio y Salmerón, y, después de ser readmitido será
expulsado otra vez en 1875 por negarse a aceptar el decreto del ministro Orovio. Juntamente
con otros profesores expulsados, creará la Institución Libre de Enseñanza en 1876, de la que
hablaremos posteriormente.
Otros personajes que podemos relacionar con el krausismo son Salvador de Madariaga (18861978), Fernando de los Rios (1879-1949) y Julian Besteiro (1870-1940), estos dos últimos
militantes del PSOE. Fernando de los Rios, sobrino de Giner, aunque se educó en el krausismo,
posteriormente se aproximó a la filosofía de Kant y después al marxismo. A estos personajes,
más o menos influenciados por el krausismo, hay que añadir otros que nuca profesaron la
filosofía krausista, pero simpatizaron con los ideales políticos y/o pedagógicos de los
krausistas, como es el caso de Joaquín Costa (1846-1811) o el propio Santiago Ramón y Cajal
(1852-1934), que fue presidente de la Junta de Ampliación de estudios (JAE), organismo
creado al rebufo del regeneracionismo pedagógico de los krausistas y de la Institución Libre de
Enseñanza.
¿Cuál es la aportación del krausismo a la historia de España y a la idea regeneracionista?
Prácticamente nula desde el punto filosófico: el krausismo es una filosofía idealista, mística y
panteísta, prácticamente desconocida en la mayoría de países europeos en un momento de
auge del positivismo. Pero el krausismo es importante en dos aspectos: el político y el
pedagógico.
El krausismo como “socialismo organicista”
Los krausistas militaron siempre en lo que hemos venido a llamar “la izquierda”, desde el
liberalismo radical, el republicanismo hasta el socialismo moderado. Sin embargo en la deriva
política del krausismo es fundamental la idea de “organicismo social”, que se opone al
individualismo de corte rousseauniano, y que ha llevado a autores, como Fernández de la
Mora{3}, a sostener que la idea de “democracia orgánica” o “representación corporativa”,
sostenida por tradicionalistas primero, y falangistas después, es, de hecho, originaria de los
krausistas.
Los krausistas siempre se manifestaron contrarios al individualismo liberal y a la idea de
contrato social. Parten de la idea de que la sociedad es anterior al individuo, y que a esta
sociedad humana hay que entenderla como un “organismo” y no como un “mecanismo”.
Postulan la existencia, entre el individuo y el Estado, de una serie de “cuerpos intermedios”: la
familia, el municipio, la comarca, la región, las corporaciones profesionales, y, en
consecuencia, defienden que la representación de los ciudadanos y su participación política
deben hacerse a través de cauces representativos de estos “cuerpos intermedios”, de aquí su
“democracia orgánica”.
La mayoría de las propuestas constitucionales de políticos de formación krausista iban en la
línea de unas cortes bicamerales: una elegida por sufragio universal y otra donde estuvieran
representados los intereses territoriales y las corporaciones profesionales. En este sentido fue
muy interesante el debate entre Nicolás Salmerón, representante del organicismo krausista, y
Pi y Margall, exponente del liberalismo individualista.
En 1873 se encargó a Salmerón, ministro de Justicia de la I República, la elaboración de unas
bases para una nueva Constitución. El documento resultante estaba totalmente inspirado en el
organicismo krausista. Veamos algunos ejemplos:
Base tercera: Los organismos políticos de la Nación son el Municipio, el Cantón (Estado
regional) y el Estado Nacional.
Base quinta: El Municipio y el Cantón son soberanos en su esfera interior de acción, sin más
límites que los derechos de la persona humana y los principios constitucionales del Estado.
Base decimotercera: Los Municipios determinaran la organización de estos poderes según sus
condiciones particulares.
Cuerpos intermedios, municipalismo, principio de subsidiariedad, en definitiva, democracia
orgánica es lo que encontramos en la propuesta de Salmerón. A Salmerón se opuso Pi y
Margall, defensor de un federalismo individualista. El 17 de julio de 1873 se presentó a las
Cortes un proyecto de Constitución, elaborado por una comisión presidida por el liberal
Castelar, que intentaba una síntesis entre las dos propuestas, pero que rechazaba la
representación corporativa. La fórmula no gusto a ninguna de las dos facciones, y a la larga
acabó provocando la escisión entre los republicanos.
Y aquí se produce una curiosa paradoja: los principales adversarios ideológicos del krausismo
fueron los tradicionalistas (fueran o no carlistas) y los católicos sociales. La filiación izquierdista
y la relación con sectas masónicas de muchos krausistas, su panteísmo religioso próximo al
deísmo y su vago misticismo les hacían irreconciliables con los defensores de la tradición
católica. Sin embargo en muchas de sus propuestas políticas hay una inevitable convergencia:
aintindividualismo, concepción orgánica de la sociedad, principio de subsidiariedad y
representación corporativa son propuestas político-institucionales que encontramos en ambos
bandos. Estamos convencidos de que una lectura desapasionada de La crisis del
Humanismo de Ramiro de Maeztu habría hecho las delicias de muchos krausistas, que habrían
suscrito una buena parte de la obra.
El krausismo y la regeneración por la educación
El 26 de febrero de 1875, Manuel de Orovio y Echagüe, ministro de Fomento del gobierno
conservador de Cánovas del Castillo publicaba un decreto y una circular que iba a dar origen al
conflicto conocido como “cuestión universitaria”{4}. El decreto anunciaba la formación de una
lista de textos autorizados, y ordenaba a los profesores universitarios y de instituto a presentar
los programas de sus asignaturas para su aprobación por el gobierno. El objetivo principal era
el control de los profesores krausistas. Orovio había sido nombrado ministro de Fomento a
consecuencia de un pacto de Cánovas con los sectores neocatólicos que se habían unido al
partido Conservador y apoyaban el proyecto de la Restauración.
Muchos profesores de universidad y de segunda enseñanza se rebelaron y protestaron contra
el decreto, unos por simpatías con el krausismo, pero muchos otros solamente por la defensa
de la “libertad de cátedra”{5}. Se produjeron expulsiones masivas de profesorado. En 1876 un
grupo de estos profesores, la mayoría de formación krausista, fundaba la Institución Libre de
Enseñanza.
La Institución Libre de Enseñanza pretendía ser una especie de “Universidad Libre”, pero en la
práctica acabó dando lugar a instituciones dedicadas a la enseñanza primaria y secundaria y a
la formación de maestros. Pero además la ideología “institucionista” iba a ser la principal
inspiradora de dos instituciones fundamentales en el regeneracionismo progresista: la Junta
para la Ampliación de Estudios (JAE) y la Residencia de Estudiantes. Hay que aclarar, sin
embargo, que aunque los krausistas fueron los iniciadores de estos proyectos, podemos
encontrar colaborando en los mismos a personas que no comulgaban en absoluto con la
filosofía krausista, como el propio Santiago Ramón y Cajal, que fue el primer presidente de la
JAE.
Vinculadas a la JAE y a la Residencia de Estudiantes se crearon una serie de instituciones que
van a ser importantes en el desarrollo pedagógico y científico español: El Centro de Estudios
Históricos, el Instituto-Escuela, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, que aglutinó
a los ya existentes como la Estación Biológica de Santander, el Laboratorio de Investigaciones
Físicas (y su sucesor el Instituto Nacional de Física y Química, alojado en el Edificio Rockefeller),
el Museo Antropológico, el Museo de Ciencias Naturales o el Real Jardín Botánico de Madrid.
Después de la Guerra Civil desaparece la JAE y es sustituida por el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) que, aunque de orientación ideológica absolutamente
opuesta a la de la JAE va a ser su continuador en muchos aspectos y va a hacerse cargo de
todos estos centros.
Regeneracionismo tradicionalista: el carlismo
El carlismo es, sin duda, un fenómeno matapolítico, cultural y religioso de una importancia
extraordinaria. No podemos profundizar en demasía sobre su naturaleza e historia, sino que
nos limitaremos a estudiar sus relaciones con el regeneracionismo{6}. El carlismo aparece
mucho antes de la crisis del 98, y aparece ligado a una cuestión dinástica, cuando a la muerte
de Fernando VII su hermano Carlos reclama el trono de España en contra de las pretensiones
de su hija Isabel. Sin embargo puede hablarse de un “protocarlismo” en la Guerra de la
Independencia, cuando los sectores populares ven a los franceses no solamente como
invasores territoriales, sino también como portadores de ideas revolucionarias contrarias a la
Tradición. Asimismo puede considerarse protocarlista la revuelta de los campesinos catalanes
(guerra dels malcontents) en vida de Fernando VII contra la camarilla liberal que rodeaba al
rey.
El carlismo se inicia como un pleito dinástico, pero es, evidentemente, mucho más que una
cuestión dinástica, lo que no es contradictorio con el hecho de que la existencia de una
dinastía “alternativa” contribuye a su unidad y continuidad.
Tal como hemos anunciado no pretendemos hacer aquí un estudio exhaustivo del carlismo,
sino ver en qué medida puede incluirse al carlismo dentro de las corrientes regeneracionistas.
Durante el periodo conocido como Restauración, inaugurado por Cánovas del Castillo dos
grandes tradiciones políticas españolas quedan al margen del sistema: el carlismo y el
republicanismo. Aunque algunos sectores desgajados del carlismo (los neocatólicos de Pidal y
Mon) se integran en el Partido Conservador, y algún sector de republicanos moderados lo hace
en el Liberal, estas dos fuerzas “antisistema” mantienen su existencia.
El carlismo, poco a poco, va configurando una doctrina, que encaja perfectamente en la
definición genérica que hemos dado de Regeneracionismo al principio del capítulo: para el
carlismo la decadencia de España es producto del liberalismo y de su antecesor, el absolutismo
(con sus tendencias centralizadoras y la primacía del Estado como aparato burocráticoadministrativo sobre la sociedad real). Para el carlismo, el “despertar” frente a esta decadencia
ya se ha producido, en forma del levantamiento cívico-militar. Para el carlismo la posibilidad
de “regeneración” (aunque nunca utiliza esta palabra) pasa por la victoria militar y la aplicación
de su doctrina.
A principios del siglo XX el carlismo sufre una inesperada renovación y renacimiento,
abandonando sus antiguos planteamientos insurreccionales, y adaptándose muy bien a las
nuevas formas de lucha política en el seno de una sociedad urbana{7}. Sus propuestas políticas
podrían resumirse de la siguiente manera:
1. Monarquía “tradicional”. Es un concepto algo difícil de definir. Se opone a la monarquía
constitucional, pero tampoco es la monarquía absoluta traída a España por los Borbones, que
es centralista y uniformizadora (en este sentido es incorrecto llamar “absolutistas” a los
carlistas). Remite a la monarquía de los Austrias (los antecedentes políticos de las carlistas
serían los austracistas de la Guerra de Sucesión) en que el Rey gobernaba con el auxilio de
unas cortes y respetaba los fueros y costumbres de los distintos reinos que integraban las
Españas.
2. Fuerismo- Regionalismo. Los distintos reinos que integran las Españas (Castilla-León, Aragón,
Valencia, Navarra) deben conservar sus instituciones tradicionales y sus peculiaridades
culturales (cortes, lengua propia cuando la hay, derecho civil), pero siempre dentro de la
unidad indisoluble de la Patria española o Patria Grande.
3. Concepción orgánica de la sociedad. En contra de lo que mantiene el liberalismo, la sociedad
no es un agregado de individuos “libres e iguales”, sino que está formada por una conjunción
orgánica de cuerpos intermedios: familia, municipio, comarca, región (a veces antiguo reino),
corporación profesional (gremio, sindicato) u otras instituciones como las Universidades. La
representación política debe hacerse a través de estas instituciones.
4. Unidad católica. La religión católica se considera consubstancial a la esencia de España, y se
exige la libertad de la Iglesia frente al Estado.
Estas propuestas políticas son, sin duda alguna, un auténtico programa de oposición a lo que
fue la Restauración canovista. Algunas de estas propuestas políticas coincidían (la 2 y la 3) con
el regionalismo conservador o incluso con el republicanismo moderado, de corte krausista.
Una de las muestra más notables de la participación carlista en el los movimientos
regeneracionistas fue el de Solidaridad Catalana: Solidaridad Catalana, conocida
principalmente por su nombre en catalán Solidaritat Catalana, fue una coalición de partidos de
Cataluña. Este movimiento unitario, formado por los catalanistas de la Lliga Regionalista, los
carlistas catalanes, los republicanos nacionalistas, los republicanos federales y los integristas
(sólo quedaron fuera los partidos dinásticos y los republicanos lerrouxistas), cosechó un gran
éxito en las elecciones generales de abril de 1907 en las que obtuvo 41 de los 44 escaños que
se elegían en representación de las cuatro provincias catalanas. Por primera vez los partidos
“turnistas” (conservador y liberal) sufrían un golpe político de estas características.
Aunque teóricamente el presidente de la coalición era el republicano Nicolás Salmerón, su
auténtico ideólogo fue Francesc Cambó, dirigente de la Lliga y procedente de una familia
carlista.
Regeneracionismo autoritario: el maurismo{8}
El fallecimiento de Antonio Cánovas en 1897 había dejado sin líder al Partido Conservador.
Este partido (al igual que el liberal) no tenía nada que ver con un partido de masas moderno.
Desde el punto de vista organizativo era poco más que un club parlamentario y una red de
casinos locales, a través de los cuales conectaba con las oligarquías caciquiles y los grupos
clientelares que le aseguraban un voto cautivo.
Desde el punto de vista “ideológico” era una amalgama de fracciones dispares, desde los
unionistas, que integraban la mayoría vinculada a Cánovas, los ultramontanos o neocatólicos
de Pidal, próximos al carlismo pero que se mantenían dentro del sistema, los romeristas,
seguidores de Romero Robledo, y los silvelistas, que habían secundado a Francisco Silvela en
su disidencia en 1893, muy crítico respecto al estancamiento de partido{9}.
El impasse provocado por la muerte de Cánovas concluyó con la llegada de Silvela a la
dirección del partido, y la refundación de este como Unión Conservadora. A partir de aquí se
iniciará un programa de gobierno reformista que culminará en Antonio Maura. Este nuevo
conservadurismo se caracterizó por la asunción formal de muchas de las propuestas del
regeneracionismo. Así pretendía por un lado neutralizar unas iniciativas cuyo control escapaba
al control de los partidos turnistas, y por otra parte dotarse de unos contenidos políticos que
incrementaran sus bases de apoyo social.
En los periodos 1899-1904 y 1907-1909, en que ejercieron el poder, los conservadores
plantearon un ambicioso conjunto de propuestas políticas: reforma fiscal de Villaverde, leyes
electoral y municipal de Maura, dirigidas al descuaje del caciquismo, legislación social de Dato,
etc. Sin embargo la mayoría de estos proyectos no llegaron a la realidad social, en parte por las
falta de medios, en parte también por la descoordinación interna de un partido donde los
notables actuaban con gran independencia.
Además, el concepto de revolución desde arriba propugnado por Maura se atenía a los
presupuestos elitistas propios del liberalismo decimonónico. En lugar de ir a la construcción de
un partido de masas conservadoras que aportará las bases de una política regeneracionista, se
optó por un partido de cuadros integrados por políticos profesionales.
A pesar de la cacareada ideología regeneracionista y el rechazo teórico al caciquismo, las
tramas oligárquicas locales seguían siendo la principal garantía de pervivencia del sistema.
Maura intentó en 1903 el experimento de las elecciones honradas (es decir, sin pucherazo),
donde se demostró que el peso real de la izquierda antimonárquica era muy superior del que
la atribuía el monopolio parlamentario de los partidos turnistas. Frente a los peligros de la
democratización interna, optaron por intentar convocar a la retraída clase media a las
elecciones locales, en las que el sufragio indirecto garantizaba el predominio de las élites
tradicionales.
Por otra parte, tanto el propio Maura como su ministro de la gobernación, Juan de la Cierva,
mostraron una abierta tendencia a considerar cualquier crítica u oposición a su política como
una cuestión de orden público. La ley de terrorismo, planteada sin éxito en 1907 y, sobretodo,
los sucesos de la Semana Trágica de 1909 y la posterior represión, hicieron que el propio
partido Liberal se aproximará a los sectores republicanos, y que presentaran a Maura como
paladín del autoritarismo y del integrismo.
Entre los años 1909 y 1913 Maura fue perdiendo terreno en el partido conservador a favor de
un nuevo líder que se perfilaba, Eduardo Dato. En 1912, ante la crisis provocada por el
fallecimiento del líder liberal Canalejas, el rey consulto a Maura para la formación de un nuevo
gobierno, pero las condiciones impuestas por este eran tan duras que, de haberse cumplido, se
habría provocado la ruptura con el partido liberal y, por tanto, con el turnismo.
Los notables del partido apoyaron a Dato para la formación de un gobierno
conservador idóneo. El gesto abandonista de Maura no fue aceptado por sus seguidores
dentro del partido conservador, y aquí se inicia la disidencia maurista. A los pocos días de la
formación del gobierno conservador presidido por Dato, el abogado madrileño Angel Ossorio y
Gallardo dio los primeros pasos hacia esta disidencia. A su llamada respondieron algunos
cuadros y núcleos de las Juventudes Conservadoras, y el 30 de noviembre de 1913
los mauristas celebraron en Bilbao su primer acto público, en el que se perfiló Ossorio como
líder, dado que el propio Maura se mantenía en un ostracismo voluntario, y no daría su visto
bueno a la disidencia hasta junio de 1914.
Para muchos dirigentes eclesiásticos Maura era el único político capaz de sacar a las masas
católicas de su retraimiento y movilizarlas a favor de los intereses de la Iglesia. En la
incorporación a la política de esta masa neutra católica iba a buscar el maurismo su campo
natural de captación de militancia y de apoyo social. Esto lo aproximaba al carlismo, pero
también lo diferenciaba desde el punto de vista sociológico, pues este tenía más apoyo entre
los campesinos e incluso en ciertos sectores del proletariado industrial.
Pero el hecho de que en lo ideológico el maurismo basculara hacia la extrema derecha no es
óbice para que en el terreno de la estrategia y la agitación política no desarrollara elementos
modernizadores. Para los mauristas, tal como ya hemos comentado, el regeneracionismo
debía ser la bandera tras la cual los conservadores consiguieran el respaldo social de una masa
neutra, y dieran vida a una nueva derecha capaz de realizar la revolución desde arriba con
amplio respaldo popular.
Ello llevó forzosamente a abandonar las políticas oligárquicas y caciquiles y lanzarse a la
agitación callejera. En este sentido el elemento más activo fueron las Juventudes Mauristas,
organizadas a partir de 1915 en una Federación Nacional y dirigidas por el joven abogado
Antonio Goicochea, que sería posteriormente un importante dirigente de la derecha
autoritaria Alfonsina. Este maurismo callejero, inédito hasta el momento en partidos
conservadores, es visto por algunos autores, con evidente exageración, como un precursor del
falangismo{10}. En realidad del maurismo surgirían diversas corrientes y partidos, y la mayoría
de los cuadros políticos de la Dictadura de Primo de Rivera.
El Partido Maurista nunca llegó a consolidarse del todo. Por una parte se encontraba al margen
del sistema de turnos, lo cual le vedaba cualquier posibilidad de llegar al poder. Por otra parte
el propio Antonio Maura nunca llegó a comprometerse del todo con su propio partido, pues
concebía su retorno al poder como líder de una amplia coalición de derechas, y estaba
empeñado en aparecer como una figura suprapartidista. Además el maurismo nunca supero
las contradicciones propias de un estadio de transición, y era en realidad una mezcla de club
de notables al viejo estilo, estado de opinión más o menos gaseosos e incipiente organización
de masas.
Desde el punto de vista que nos ocupa, el maurismo tiene interés por dos cuestiones; por una
parte la mayoría de los políticos que iban a colaborar con Primo de Rivera procedían del
maurismo. Por otra parte en el seno del maurismo se desarrollaron tres sectores políticos e
ideológicos diferenciados, y su evolución posterior se debe interpretar en función de esta
división.
En el ala izquierda encontramos los católico- sociales, encabezados por Angel Ossorio, y con
gente próxima a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), como el conde de
Vallellano, Luis de Onís o Genaro Poza. Este sector intentó potenciar una concepción social
propia de la democracia cristiana, abriéndose a las clases medias e intentado atraer militancia
obrera, con la creación de Centros Instructivos, una Mutualidad Obrera y una Bolsa de Trabajo.
En general esta política interclasista fue un fracaso, pero marco la pauta de todos los partidos
de tendencia conservadora hasta la Guerra Civil.
La continuación natural de este sector del maurismo hay que buscarla el Partido Social
Popular, fundado en 1922{11}, en el cual encontramos a Genaro Pozas, el conde de Vallellano, y
a Luis de Onís, juntamente con Angel Ossorio , Santiago Fuentes Pila y José Calvo Sotelo. En el
PSP iniciaron su andadura política personajes que serían después centrales en la derecha
española, como José Mª Gil Robles o Manuel Giménez Fernández, destacadas figuras de la
CEDA ya durante la II República. También en el PSP se da la primera convergencia entre
elementos procedentes de la derecha alfonsina y del carlismo.
En el centro del espacio maurista encontramos a los liberal- conservadores, acaudillados por el
hijo de Maura, Gabriel, conde de la Mortera y luego Duque de Maura. Este sector evolucionará
hacia un republicanismo conservador.
Finalmente en el ala derecha encontramos a los neoconservadores, con Goicochea como
dirigente indiscutible, y caracterizados por su reaccionarismo social y su visión autoritaria del
ordenamiento constitucional. Este sector se nutrió fundamentalmente de la Juventud
Maurista, y de aquí procederán muchos cuadros de la Dictadura y del partido alfonsino Acción
Española.
Sin duda el teórico sociopolítico más notable procedente del maurismo fue José Calvo
Sotelo{12}. Sus posiciones políticas se encuadran en el regeneracionismo y en la esperanza de
que un Estado fuerte controle y regule las relaciones sociales. En su crítica al individualismo
liberal se observan influencias del pensamiento krausista, y más concretamente del
organicismo jurídico de Gumersindo de Azcarate, promotor de la corrección intervencionista
del individualismo liberal{13}.
De todos los políticos procedentes del maurismo fue sin duda Calvo Sotelo el que más se
aproximó al fascismo. Su estatismo le separaba, en este sentido, de Maeztu. Para fundamentar
su alternativa al capitalismo liberal y al socialismo marxista, Calvo Sotelo tomó nota de la
experiencia francesa del Círculo Proudhom, fundado por el sindicalista revolucionario Sorel y
por Georges Valois, que procedía de L’Actión Française de Charles Maurras, señalando las
hondas afinidades entre el conservadurismo tradicionalista y el sindicalismo revolucionario. No
olvidemos que el fascismo iba a nacer de esta síntesis{14}.
El maurismo en su conjunto fue un buen reflejo de la situación de crisis atravesada por la
Restauración, en la que se percibe claramente que lo viejo va a hundirse, pero no se ve nada
clara la alternativa. A pesar de las propuestas de algunos mauristas, los años que van de 1919 a
1923 demostraron que Maura era más bien un político tradicional, sin profundas diferencias
respecto a por prohombres de la Restauración{15}. Cuando Maura volvió a gobernar por última
vez, muchos de sus partidarios hacen ya apología de la dictadura.
La corriente más autoritaria del maurismo se organiza en torno al diario La Acción, dirigida por
Delgado Barreto, que será posteriormente director de La Nación, diario oficial de la Dictadura
de Primo de Rivera, donde también escribirá Maeztu{16}. Otros mauristas lanzaron el
periódico La Camisa Negra, que solamente edito un número.
Pero desde la corriente social popular del maurismo, organizada en torno al diario católico El
Debate, también se hacen aportaciones ideológicas sobre la función social de la propiedad y un
aumento de la producción cooperativa que también serán recogidas por Primo de Rivera. En
esta línea encontramos a Calvo Sotelo, a Victor Pradera y al conde Vallellano. Las condiciones
para el golpe de Estado estaban servidas.
Regeneracionismo liberal-socialista: Vieja y nueva política de José Ortega y Gasset
El 23 de marzo de 1914, en el Teatro de la Comedia de Madrid, Ortega pronunció la
conferencia que llevaba por título Vieja y Nueva Política, que posteriormente se publicaría en
forma de libro{17}. El objetivo de la conferencia era la presentación pública de la Liga para la
Educación Política Española, pero en realidad esta conferencia es mucho más que esto: no
solamente es una proclama política (y metapolítica) importante para entender el pensamiento
de Ortega, sino también el manifiesto generacional de la que muchos llaman la generación de
1914{18}.
Por boca de Ortega la generación de 1914 se proclama heredera de la angustia y el dolor ante
la situación española de la generación del 98:
Que nació a la atención reflexiva en la terrible fecha de 1898, y desde entonces no ha
presenciado en torno suyo, no ya un día de gloria ni de plenitud, pero ni siquiera una hora de
suficiencia. Y, por encima de todo esto, una generación, acaso la primera, que no ha negociado
nunca con los tópicos del patriotismo y que, como tuve ocasión de escribir no hace mucho, al
escuchas la palabra España no recuerda a Calderón ni a Lepanto, no piensa en las victorias de
la Cruz, no suscita la imagen de un cielo azul y bajo él un esplendor, sino que meramente
siente, y esto que siente es dolor.{19}
Pero aunque subsiste el espíritu rebelde y regeneracionista de la generación del 98, y aunque
algunos representantes más jóvenes de esta generación, como Maeztu, forman al lado de los
miembros de la nueva generación de 1914, en el interregno han pasado cosas en España. Si los
hombres del 98 se caracterizan por su carácter autodidacta, que se han formado a si mismos a
través de la lectura, por la ubicuidad de sus intereses y por una producción escrita
básicamente literaria, la generación de 1914 se caracteriza por la solidez y europeísmo de su
formación intelectual y universitaria.
En el año 1907, a rebufo del regeneracionismo, se creó la Junta para Ampliación de Estudios,
gracias a la cual muchos jóvenes españoles fueron pensionados para estudiar en el extranjero.
Se han creado también diversos laboratorios de investigación, como el Laboratorio de
Investigaciones Físicas, en lo que algunos han llamado la Edad de Plata de la ciencia española.
En esta generación de 1914 (o íntimamente ligados a ella) encontramos junto a Ortega, a
filósofos de la categoría de Morente o Zubiri, matemáticos como Rey Pastor, biólogos como
Santiago Ramón y Cajal o inventores como Leonardo Torres Quevedo.
Ortega, siguiendo la estela del 98, inicia en su discurso una crítica demoledora de la
Restauración y todo lo que esta representaba, pero puede hacerlo con unas sólidas referencias
intelectuales y filosóficas.
¿Qué es la Restauración, señores? Según Cánovas es la continuación de la historia de España.
¡Mal año para la historia de España si legítimamente valiera la Restauración como su
secuencia¡ Afortunadamente es todo lo contrario. La Restauración significa la detención de la
vida nacional […] Hacia el año 1854- que es donde en lo soterrado se inicia la Restauracióncomienza a apagarse sobre este haz triste de España los esplendores de ese incendio de
energías; los dinamismos van viniendo luego a tierra como proyectiles que han cumplido su
parábola; la vida española se repliega sobre sí misma, se hace hueco de sí misma. Este vivir el
hueco de la propia vida fue la Restauración.{20}
Este “vivir en hueco” que, según Ortega, caracteriza a la Restauración produce tremendos
efectos negativos sobre la vida española: la falsificación de la realidad, la corrupción y la
incompetencia.
La Restauración, señores, fue un panorama de fantasmas y Cánovas el gran empresario de la
fantasmagoría […] y Cánovas, haciendo de buen Dios, construye, fabrica un partido liberal
domesticado, una especie de buen diablo o de pobre diablo, con el que completa este cuadro
paradisíaco{21}.
Para que la fantasmagoría funcione hay que falsificar la realidad.
Para que puedan vivir tranquilamente estas estructuras convencionales es forzoso que todo lo
que haya en torno de ellas se vuelva convención; en el momento en que introduzcáis un
germen de vida, la convención explota.{22}
También denuncia Ortega la complicidad de los periodistas
La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los
fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar
unos ministerios de alucinación.{23}
Pero la crítica de Ortega va mucho más allá: acusa a Cánovas de haber corrompido a sus
oponentes, a los sectores teóricamente progresistas, republicanos, que campaban fuera del
régimen.
Corrompió hasta lo incorruptible. Porque esta frase “sobre la paz está la Monarquía” produjo
el efecto de convertir a su vez en dogma rígido, esquemático, inflexible, ineficaz, extranacional,
a la idea republicana. La frase de Cánovas fue al punto contestada por la extrema izquierda de
este modo. “Para nosotros, sobre la paz está la Republica”. Y he aquí dos esquemas simplistas,
Monarquía y República, puestos sobre todas las cosas nacionales, y he aquí España girando
sobre dos polos que son dos duros vocablos{24}.
Esta división en dos esquemas simplistas, incompatibles e incomunicables, que alcanzará su
máximo dramatismo en la Guerra Civil, es ya denunciada por Ortega en la Restauración.
Ahora bien, Ortega, a diferencia de otros regeneracionistas como Costa, no cree que el
problema sea únicamente político, ni cree que sea solamente responsabilidad de las clases
directoras de la sociedad. El problema de España es más profundo, y afecta a gobernantes y
gobernados. No basta con introducir cambios en el sistema político, ni mucho menos sustituir
la Monarquía por la Republica.
De aquí nacen las ideas de España oficial y España vital. La primera es la mayoritaria, e incluye
por igual a gobernantes y a gobernados, en cuanto estos últimos aceptan, sin crítica ni
discusión, al estado actual de cosas. La segunda, minoritaria y germinal, abarcaría a las
minorías críticas con la situación.
Y entonces sobreviene lo que hoy en nuestra nación presenciamos: dos Españas que viven
juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial que se empeña en prolongar los
gestos de una edad fenecida y otra España aspirante, germinal, tal vez no muy fuerte, pero
vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la
historia.{25}
No son las “dos” Españas tradicionales, “progresista” y tradicionalista, monárquica y
republicana, de las que está hablando Ortega. Una parte importante del liberalismo y del
progresismo español forman parte de la España oficial. No son las dos Españas “una que llora y
otra que bosteza” de Machado, aunque la España vital de Ortega puede tener similitudes con
aquella a la que cantara el poeta sevillano
Más otra España nace,
la España del cincel y de la maza
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora
España de la rabia y de la idea.{26}
La España oficial se adscribe a la Vieja política, caracterizada por su falta de proyecto nacional,
por su retorica falsa, por su “vivir en hueco”.
Ahora se van a abrir unas Cortes […] Pues bien; salvo Pablo Iglesias y algunos otros elementos,
componen esas Cortes partidos que por sus títulos, por sus maneras, por sus hombres, por sus
principios y por sus procedimientos podrían considerarse como continuación de cualesquiera
de las Cortes de 1875 acá{27}.
En este párrafo ya demuestra Ortega su simpatía hacia los socialistas, especialmente por la
figura de Pablo Iglesias. En estas Cortes arcaicas y decimonónicas la única fuerza nueva la
representan los diputados socialistas. Sin embargo la deriva marxista de PSOE alejaría a Ortega
de este partido, tal como veremos más adelante.
España necesita una Nueva política, pero precisamente lo que la distingue de la Vieja
política es que tiene que ser más que política. No se trata solamente de conquistas el gobierno
y ejercer el poder: se trata de cambiar la sociedad, de regenerar España.
La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja política en no ser para
ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante la captación del gobierno de
España, y ser, en cambio, lo único importante el aumento y fomento de la vitalidad de
España{28}.
Porque el autentico problema de España no es solamente político, es mucho más profundo.
Lo malo es que no es el Estado español quien está enfermo por externos errores de política
sólo; que quien está enferma, casi moribunda, es la raza, la substancia nacional, y que, por
tanto, la política no es la solución suficiente del problema nacional, porque es este un
problema histórico. Por tanto, esta nueva política tiene que tener conciencia de sí misma y
comprender que no puede reducirse a unos cuantos ratos de frívola peroración ni a unos
cuantos asuntos jurídicos, sino que la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica{29}.
Por tanto esta Nueva política que Ortega reivindica tiene que ser totalmente distinta de la
“vieja”, y por tanto, su órgano de expresión y de ejecución, la Liga de Educación Política
Española, de la cual el discurso es presentación pública, tiene que actuar de forma totalmente
diferente de los partidos al uso. La diferencia fundamental es que su principal objetivo no es
tanto la conquista del poder sino la transformación de la sociedad española, devolviéndole a
España su vitalidad y creatividad.
Nosotros iremos a las villas y a las aldeas, no solo a pedir votos para obtener actas de
legisladores y poder de gobernantes, sino que nuestras propagandas serán a la vez creadoras
de órganos de socialidad, de cultura, de técnica, de mutualismo, de vida, en fin, humana en
todos sus sentidos: de energía pública que se levante sin gestos precarios frente a la tendencia
fatal de todo Estado a asumir en sí la vida entera de una sociedad{30}.
Ortega está planteando un modo de hacer política que, aunque ya se está dando en otros
lugares de Europa, en España resulta inédito o que al menos se da solo en forma incipiente en
las formaciones de extrema izquierda. Ortega está hablando de militancia, de gente que
somete voluntariamente a una disciplina partidaria en pos de unos ideales. El “nosotros iremos
a las villas y a las aldeas” contrasta notablemente en un medio político donde los partidos eran
agrupaciones de notables, que funcionaban a base del caciquismo, el voto clientelar y la
corrupción.
Pero ¿a quien va dirigido el discurso de Ortega? ¿Quiénes van a constituir este nosotros? En
principio a la totalidad de los españoles. Ortega, que ya se ha declarado socialista varias veces,
ha rechazado al marxismo en diversas ocasiones. Las razones son varias, pero una es
fundamental: el marxismo es particularista, quiere movilizar a una única clase social, el
proletariado industrial (por aquel entonces minoritaria en España) y se olvida del resto de la
población: comerciantes, funcionarios, campesinos. A la dualidad reduccionista
burguesía/proletariado Ortega, sin mencionarlo expresamente, opone de forma implícita otra
dualidad más realista: oligarquía/pueblo.
Sin embargo Ortega tiene una concepción aristocrática de la sociedad humana y de la acción
política, concepción que será explicitada en su libro posterior La rebelión de las masas. Ortega
no dice que la sociedad “deba” ser aristocrática, sino que “es” aristocrática en la medida que
es sociedad. Esto no significa conservadurismo, ni apoyo a las elites tradicionales, sino la
creencia que en todo grupo humano se distinguen de forma casi natural dos tipos de hombres:
la “minoría” y la “masa”. La “minoría” no son los que disfrutan de privilegios, sino aquellos que
se exigen más a sí mismos, que se presentan ejemplaridad y proponen un proyecto de vida. La
“masa” serian aquellos que reconocen esta ejemplaridad, y se adhieren a las propuestas de la
minoría.
Por tanto el paso previo a la empresa de regeneración nacional que Ortega propone en su
discurso, es la creación de una minoría activa y militante, capaz de arrastrar tras sí al conjunto
de los españoles. Ortega pretende reclutar esta minoría entre las nuevas generaciones y
especialmente entre los intelectuales.
Yo necesitaba extenderme en estos puntos de vista, y al solicitar a la acción publica a las
nuevas generaciones y especialmente a las minorías que viven en ocupaciones intelectuales,
no quiero decir que se dejen las exigencias y la fuerza de su intelectualidad en casa; es
menester que, si van a la política, no se avergüencen de su oficio y no renuncien a la dignidad
de sus hábitos mentales; es preciso que vayan a ella como médicos y economistas, como
ingenieros y como profesores, como poetas y como industriales{31}.
Para su tarea regeneracionista Ortega quiere empezar con la creación de una minoría activa,
que sea capaz de arrastrar a la masa en pos de una España nueva. Para ello se dirige a los
intelectuales, en quienes confía para esta tarea vanguardista e iniciadora. Esta es otra cuestión
que va a separarle del Partido Socialista, muchos de cuyos dirigentes de extracción obrera no
sentían demasiada simpatía por los intelectuales.
Es evidente que en toda revolución, en toda crisis de valores, en todo proceso de
transformación social, los intelectuales, o mejor, algunos intelectuales, han jugado un papel
importante. Pero pensamos que Ortega se equivoca al suponer que se produce el compromiso
del intelectual de forma automática. El propio Ortega escribirá más tarde, en La rebelión de las
masas que los caracteriza al hombre “aristocrático” frente al “hombre masa” es su
ejemplaridad, y esta ejemplaridad deriva de un compromiso ético.
El suponer que el “saber” que ostenta el intelectual produce inmediatamente un compromiso
ético es un resabio idealista y utópico del pensamiento de Ortega, a pesar que cuando
pronuncia la conferencia Vieja y Nueva política ya ha abandonado el idealismo kantiano y ha
descubierto, vía fenomenológica, la razón histórica o razón vital.
Ortega siente gran preocupación en deslindar y diferenciar sus propuestas políticas de otras,
aparentemente regeneracionistas, que están ya presentes en el panorama español. Tal es el
caso de Maura y del maurismo. Dirigente conservador heterodoxo que fue adoptando una
retórica regeneracionista y “anti oligárquica”, que acuño conceptos como “revolución desde
arriba” y que pareció, en un momento dado, ser una alternativa a la Restauración.
Los seguidores de Maura, los mauristas, fueron la primera formulación en España de una
derecha radical, autoritaria y antiliberal{32}. Muchos de los políticos que colaboraron en la
dictadura de Primo de Rivera procedían del maurismo, que a su vez fue el núcleo del
alfonsismo radical de partidos como la Unión Monárquica Nacional primero o Renovación
Española después. En muchos aspectos de su ideario el maurismo acabó coincidiendo con el
carlismo.
La gran crítica de Ortega a Maura es que, bajo su retórica anti oligárquica y anti restauración
no hay más que una continuación de la misma.
Yo, sinceramente, señores, pensando en las fórmulas que podrían darse de la política del Sr.
Maura, me he encontrado siempre con que tendría que presentarle como una figura típica de
esa política restauradora […] el Sr. Maura, cuando el Sr. Cambó, en las Cortes últimas, pedía
que se rompiera para siempre el turno de los partidos, fue el defensor del turno de las partidos,
síntoma típico de la Restauración{33}.
Además Ortega reprocha a Maura la convergencia de sus partidarios con el carlismo.
Y hoy, aun en un momento de renovación por los dolores, deja que, más o menos en su
nombre, se hable de “Dios, Patria y Rey”, el lema de los carlistas.{34}
La propuesta de Ortega no es la de Maura. No parte del sistema instituido, sino del pueblo; no
quiere una “revolución desde arriba” sino una regeneración desde abajo. La palabra clave es
“nacionalización”.
Nacionalización del ejército, nacionalización de la monarquía, nacionalización del clero (no
puedo en esto detenerme), nacionalización del obrero{35}.
Para esta labor Ortega propone, tal como ya hemos comentado, la formación de una minoría
militante, capaz de arrastrar tras de sí al resto de la sociedad española. Esta minoría hay que
reclutarla entre los intelectuales, pero también entre la juventud.
Yo pido la colaboración principal de las gentes jóvenes de mi país para esta labor tranquila,
continua, a su hora enérgica; violenta cuando fuere menester, dedicada al estudio de los
problemas nacionales, a la articulación detallada de una porción de masa nacional a la cual no
ha llegado todavía la acción de los partidos políticos- de las villas y lugares sobretodo de los
labriegos{36}.
La juventud pues, es convocada a una empresa nacional (que puede incluso ser violenta) para
movilizar a unas masas nacionales, entre las cuales los campesinos juegan un papel
fundamental. Aquí Ortega se distancia otra vez del socialismo marxista, que pretende
únicamente movilizar al proletariado industrial.
Ortega termina su discurso con una aclaración: su propuesta es nacional y nacionalizadora,
pero rechaza la etiqueta de nacionalista.
No se entienda, por lo frecuente que ha sido en este mi discurso, el uso de la palabra nacional,
nada que tenga que ver con el nacionalismo. Nacionalismo supone el deseo de que una nación
impere sobre las otras, lo cual supone por lo menos que aquella nación vive. ¡Si nosotros no
vivimos¡ Nuestra pretensión es muy distinta: nosotros, como se dice en el prospecto de
nuestra Sociedad, nos avergonzaríamos tanto de querer una España imperante como de no
querer una España en buena salud, nada más que una España vertebrada y en pie{37}.
La expresión “España vertebrada y en pie” no es una mera figura retórica. Ortega es
consciente de que en España no ha habido nada parecido a una revolución nacional: ni una
revolución como la francesa, ni una guerra de unificación como las de Italia o Alemania. La
temprana unidad política de España bajo los reyes católicos, que el propio Ortega interpretará
es su libro España invertebrada como un síntoma de debilidad de las minorías feudales, da
lugar a un Estado que, aunque presente ribetes de modernidad, es totalmente ajeno al
nacionalismo secular moderno.
El lazo de unión, el proyecto de vida en común, de estos primeros españoles fue el catolicismo,
o mejor dicho, la realización política del mismo. Este fue el impulso que llevó a la gestación del
Imperio, que, no lo olvidemos, era por encima de todo Imperio Católico. España se constituyó
en campeona de la Contrarreforma y planteó, de alguna manera, una modernidad alternativa.
Pero fue derrotada.
La derrota de España produjo lo que el mismo Ortega llamó la “tibetización”; un replegarse
sobre misma, un cerrarse a todo lo que venía de fuera. Ilustración, liberalismo, revolución
científica, Estado moderno, quedaron fuera de la órbita vital de la mayoría de los españoles.
La premisa previa para iniciar en España una acción política renovadora era la creación de una
conciencia nacional moderna, de una nacionalización de las masas de una forma secular, que,
sin rechazar el catolicismo, dejara que hacer pivotar el sentimiento nacional sobre el eje
puramente religioso. En esto, y en otras cosas, se diferencia la propuesta orteguiana de otras
propuestas “nacionales” que partían de una identificación absoluta de la nacionalidad
española con el catolicismo{38}.
Ahora bien, Ortega es consciente que la comunidad política, la nación, no es un ente estático,
sino dinámico. Los seres humanos se agrupan en comunidades políticas no en función de su
parecido étnico, cultural o lingüístico, como pretende el nacionalismo naturalista, sino en
función de una empresa, de una tarea, de “un proyecto sugestivo de vida en común”. Para la
España del pasado, del Imperio, este proyecto fue el Catolicismo y la Contrarreforma. La
derrota de este proyecto aisló a España del mundo moderno, y la condenó a una existencia
vegetativa, sin proyecto. La última etapa de esta existencia crepuscular, de este vivir “en
hueco” ha sido la Restauración.
La nacionalización de las masas requiere un proyecto político y metapolítico, y este es, para
Ortega, la construcción de un socialismo nacional.
Regeneracionismo regionalista: Francesc Cambó
El llamado regionalismo catalán puede considerarse como una etapa del catalanismo político,
a partir del cual van a desarrollarse tendencias diversas. De origen conservador y
tradicionalista (muchos de sus dirigentes procedían de familias carlistas) tuvo su traducción
política en la Lliga Regionalista (después Lliga de Catalunya). En la Lliga encontramos
personajes tan dispares como Enric Prat de la Riba (su fundador), Francesc Cambó o Eugeni
d’Ors.
Prat de la Riba fue un político de trayectoria errática. Influido por el tradicionalismo y por las
ideas de Charles Maurras fue de los primeros en hablar de Catalunya como nación en su
libro La nacionalitat catalana, pero esto no le impidió firmar el manifiesto, inspirado por d’Ors,
que llevaba el sugestivo título Per Catalunya i l’Espanya Gran (Por Cataluña y la España
Grande).
Eugeni d’Ors paso del catalanismo cultural (el “noucentisme”) a un nacionalismo clásico y
elitista, y de aquí a un “Imperialismo” del que nunca quedaba muy claro si se refería a
Imperialismo catalán, español o mediterráneo. Después de la muerte de Prat de la Riba rompió
con la Lliga, marchó a Madrid y acabó militando en Falange Española.
El pensamiento y la trayectoria política de Francesc Cambó siguieron una línea más coherente,
a la que podemos calificar de un auténtico regeneracionismo regionalista. Cambó propuso la
organización regionalista para toda España como un antídoto al centralismo y a la
homogeneización liberal, a la que consideraba extraña a la tradición política hispana.
Muy crítico con el “turnismo” de la Restauración Cambó fue uno de los principales impulsores
de la coalición Solidaritat Catalana, integrada por la Lliga, los carlistas catalanes, los integristas
y los republicanos no lerrouxistas, que en las elecciones generales de abril de 1907 obtuvo 41
de los 44 escaños que se elegían en representación de las cuatro provincias catalanas. Por
primera vez los partidos “turnistas” (conservador y liberal) sufrían un golpe político de estas
características.
Frente a los problemas sociales Cambó propuso la sindicación obligatoria de los trabajadores y
la intervención del Estado a través de un modelo corporativo. Estas propuestas serian
vehiculadas por Eduardo Aunós, antiguo militante de la Lliga, que fue ministro de Trabajo con
Primo de Rivera e ideólogo de los Comité Paritarios.
Cambó, que nunca se declaró nacionalista ni mucho menos separatista, al estallar la Guerra
Civil tomó partido por el bando franquista, al igual que la mayoría de los militantes de la Lliga.
Organizó un servicio de información y propaganda de una gran calidad. Sin embargo después
de la guerra se autoexilió a Buenos Aires, en desacuerdo con la política franquista respecto a
Catalunya, a la que consideraba centralista. A pesar de ellos muchos antiguos militantes de la
Lliga ocuparon cargos en el franquismo. Es de destacar el grupo de jóvenes intelectuales de la
Lliga que huyo a Burgos (Masoliver, Verges, Trias, Agustí, Riquer) y entro en los servicios de
propaganda dirigidos por Ridruejo, donde crearon y editaron la revista Destino.
Regeneracionismo falangista: Ramiro Ledesma y Pedro Laín Entralgo
Al hablar de regeneracionismo es inevitable la referencia al falangismo o nacional-sindicalismo.
Los antecedentes de este movimiento los encontramos en el semanario La Conquista del
Estado fundado el 14 de marzo de 1931 (un mes antes de la proclamación de la Segunda
República) por el escritor y filósofo Ramiro Ledesma Ramos. Salieron a la luz 23 números,
siendo el último de ellos el 24 de octubre de 1931. Ledesma había estudiado filosofía y ciencias
exactas, y había sido discípulo de José Ortega y Gasset. Pronto abandonó sus intereses
académicos y su incipiente carrera literaria (había publicado la novela El sello de la muerte, con
notables influencias existencialistas y nietzscheanas) para dedicarse a la actividad política.
Ledesma pretendía ser el ideólogo del fascismo español. En el semanario se manifestaban
simpatías por la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, pero también por la Rusia de Stalin
(en ocasiones se ha calificado a Ledesma de nacional-bolchevique) y se criticaban a las
democracias liberales, burguesas y parlamentarias. Pero al mismo tiempo se rechazaba la
“fascistización” de la derecha autoritaria, que copiaba las formas exteriores del fascismo, pero
se olvidaba de la necesaria revolución social, que para Ledesma era imprescindible para que
las masas se incorporaran a la Revolución Nacional.
En 1935 Ledesma publicó su libro Discurso a las Juventudes de España, donde desarrolló todo
un programa regeneracionista y revolucionario. España había sido un gran Imperio, pero había
sido derrotada por la Reforma protestante y por el Imperio Británico y había iniciado un
proceso de profunda decadencia. El siglo XIX había estado marcado por una “pugna estéril”
entre unos tradicionalistas que “que no querían ser actuales” y unos progresistas que “no
sabían ser españoles”. La Restauración fue un periodo de mediocridad organizada que se
desmoronó ante el desastre del 98. Ledesma en su libro llama a las juventudes y a los
trabajadores para la construcción de la nueva España.
Ledesma rechaza la monarquía, de la que cree que ya ha cumplido su ciclo histórico, y cree que
el catolicismo (al que respeta) no puede ser ya el vertebrador ideológico de los españoles en el
futuro. Propone su alternativa, a la que llama Nacional-Sindicalismo, con un Estado fuerte,
descentralizado y articulado en Sindicatos por ramas de producción, que deben integrar a los
trabajadores en el amor a la Patria, asegurar la justicia social, combatir el paro y repartir la
plusvalía entre los productores. Son evidentes las influencias de los nacional-sindicalistas y
sindicalistas revolucionarios italianos y el pensamiento de Sorel en Ledesma.
En Octubre de 1931 Ledesma fundó las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) donde
se fusionó el grupo de seguidores de La Conquista del Estado en Madrid con el grupo
vallisoletano Juntas Castellanas de Ofensiva Hispánica dirigidas por Onésimo Redondo.
Onesimo, que había sido alumno de los jesuitas y fundador de un sindicato agrario, era un
católico mucho más próximo a las ideas tradicionalistas.
El 4 de marzo de 1934 las JONS se unieron con la Falange Española formando la nueva FE de
las JONS (Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) en un acto
celebrado en el Teatro Calderón de Valladolid. Falange Española había sido fundada por José
Antonio Primo de Rivera (hijo del general primo de Rivera) y se había dado a conocer
públicamente el 29 de octubre de 1933, en un acto público en el teatro de la Comedia de
Madrid.
Fe de las JONS, a diferencia de otros partidos fascistas europeos, nunca llegó a ser un partido
de masas ni a tener representación parlamentaria. Primo de Rivera consiguió un escaño dentro
de una coalición con los monárquicos. Estos al principio apoyaron a Falange, a la que veían
como una fuerza de choque, pero pronto surgieron diferencias. Ledesma, enfrentado a Primo
de Rivera por el liderazgo, acabo dejando el partido, y a partir de este suceso Falange
radicalizo su discurso social y se enfrentó a los monárquicos, oponiéndose a la contrarreforma
agraria y declarándose republicana.
En las elecciones de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular, Falange se presentó en
solitario, con un sonoro fracaso electoral. El gobierno frente populista no tardó en ilegalizar al
partido y a detener a Primo de Rivera. Cuando se produjo el levantamiento militar del 18 de
julio de 1936 los falangistas se unieron a los sublevados, a pesar de las reticencias de Primo de
Rivera, que temía al conservadurismo de los militares.
Durante la Guerra Civil Falange experimentó un crecimiento inaudito, pero falta de líderes
(Primo de Rivera fue fusilado en Alicante, Ledesma fue asesinado en Madrid y Onésimo
Redondo murió en un enfrentamiento durante la guerra) no tardó en ser instrumentalizada,
con mucha visibilidad pero poco poder real. Cuando Franco firmó el Decreto de Unificación,
mediante el cual todas las fuerzas políticas que habían apoyado el alzamiento militar se
fusionaban en un partido único: Falange Española Tradicionalista y de las JONS, cuyo jefe
nacional era el propio Franco, Falange perdió totalmente se autonomía política.
La desaparición de la Falange como partido autónomo no hizo desaparecer a los falangistas,
los cuales se disgregaron en diversos grupos y tendencias, con estrategias diversas dentro de la
coalición de fuerzas que representaba el franquismo.
Diversos grupos y tendencias falangistas siguieron operando durante el franquismo. Así, por
ejemplo, el falangista José Antonio Girón de Velasco (que pertenecía al sector llamado
“legitimista”) en los años en que fue ministro de Trabajo, creo la Seguridad Social, las
Universidades Laborales, instituyó las vacaciones pagadas y una amplia legislación social.
Pero desde el punto de vista teórico el grupo más importante fue el llamado “Grupo de
Burgos”, llamado así porque se vertebró en esta ciudad, durante la Guerra Civil, en torno al
escritor y poeta Dionisio Ridruejo, jefe de los Servicios de Propaganda. Este grupo, al que se ha
calificado de “falangistas radicales” fue muy activo durante la guerra y en los primeros años del
franquismo, apoyando al germanófilo Serrano Suñer. En él encontramos a los intelectuales
más destacados del falangismo, como Pedro Lain y Antonio Tovar, junto a literatos y poetas
como Gonzalo Torrente Ballester lo los hermanos Rosales, que en su Sevilla natal habían
intentado proteger a Federico García Lorca.
Después de la caída de Serrano el grupo estuvo en un relativo ostracismo político, pero no dejó
sus actividades, publicando la revista Escorial. En los años cincuenta el grupo volvió a tener
protagonismo político, bajo la protección del ministro de Educación, Joaquín Ruiz Jiménez:
Pedro Laín ocupó el rectorado de la Universidad de Madrid, y Antonio Tovar el de Salamanca.
Aunque la mayoría de los miembros del grupo evolucionaron posteriormente hacia un
liberalismo conservador, y aunque algunos han intentado reinventar su propia historia, en este
grupo encontramos las figuras más destacadas del pensamiento falangista. Mención especial
merece la figura de Pedro Laín Entralgo{39}, el cual, independientemente de sus actividades
políticas, fue una figura intelectual de primer orden: catedrático de Historia de la Medicina de
la Universidad de Madrid y director del Instituto “Arnau de Vilanova” del CSIC fue el
introductor de esta disciplina en España. Historiador de la medicina y de la ciencia, historiador
de las ideas y antropólogo, fundador de la revista Cuadernos Iberoamericanos de Historia de la
Medicina (que sigue existiendo en la actualidad bajo en nombre de Asclepio), Laín hizo
también una aportación, poco conocida, a la doctrina falangista en su libro Los valores morales
del nacional-sindicalismo{40].
En el libro de Laín son notables las influencias de Hegel (su discípulo Diego Gracia ha llegado a
hablar de un “hegelianismo cristiano”). Lain expone la tesis de que el nacional-sindicalismo
nace de la síntesis entre la “moral nacional” (cuyos orígenes situa en la batalla de Valmy,
cuando las tropas francesas derrotan a las austriacas al grito de “viva la Nación”) y la “moral
del trabajo”.
Pero por encima de todo Laín y sus amigos aspiran a una gran “síntesis nacional”, a recupera
todo lo recuperable del bando vencido y a la superación definitiva de la Guerra Civil. Ello no es
consecuencia de un “liberalismo” incipiente, sino deducción directa de la idea falangista de
unidad.
Para lograr este objetivo Laín cuenta por un lado con la “revolución social” que propugna la
Falange (aunque en este aspecto es poco explicito) y la recuperación cultural de figuras de la
cultura española más o menos marginadas por el Régimen, como fue el caso de Ortega y
Gasset, al que en su etapa como Rector de la Complutense ofreció la recuperación de su
cátedra de Metafísica (a lo que el filósofo se negó), o la recuperación de la poesía de Antonio
Machado.
Ramiro de Maeztu: hispanismo y “capitalismo católico”
Si hay una figura del pensamiento político y social español del siglo XX injustamente relegada y
olvidad, esta es la de Ramiro de Maeztu. Maeztu fue asesinado por pistoleros anarquistas en
los inicios de la Guerra Civil, pero su pensamiento tuvo una gran influencia, pues muchos de
sus discípulos y seguidores (había sido director de la revista Acción Española y diputado por el
partido monárquico-alfonsino Renovación Española) ocuparon puestos de importancia durante
el franquismo.
El pensamiento de Maeztu no fue estático{41}. Como periodista de profesión estuvo siempre en
contacto con la realidad política y social e interactuando con ella. Aunque no tenía estudios
universitarios (fuera de una temporada en Marburgo, junto a Ortega y Gasset) fue hombre de
una gran cultura autodidacta. En su juventud militó en el regeneracionismo liberal, con tintes
de darvinismo social (como se refleja en su primer libro, Hacia otra España).
La estancia en Inglaterra fue decisiva en la evolución del pensamiento de Maeztu{42}. Próximo,
en un principio, al socialismo liberal de la Sociedad Fabiana del matrimonio Web, no tardo en
aproximarse al sindicalismo “guildista” y gremial defendido en la revista The New Age por
Orage, Penty y Hulme, así como en recibir las influencias de los escritores católicos Belloc y
Chesterton, que reivindicaban el medioevo frente a los excesos de la modernidad capitalista.
En una estancia en la Universidad de Marburgo conoció la filosofía de Kant. Aunque
posteriormente sería un crítico implacable del filósofo de Koenisnburg como iniciador de la
“herejía alemana”.
En 1916 publica Maeztu una de sus obras más importantes, curiosamente en inglés: Autoridad,
libertad y función a la luz de la guerra, que sería traducido al castellano en 1919 por la editorial
Minerva de Barcelona y publicado con el título La crisis del humanismo. Es, sin duda, el libro de
Maeztu de mayor calado filosófico, donde se realiza una crítica sin paliativos de la modernidad
y de la “herejía alemana”, representada básicamente por Kant y Hegel, donde se rechaza si
ambigüedades tanto el liberalismo como el autoritarismo absolutista, donde se reivindica el
“clasicismo católico” y la Edad Media, y donde se teoriza sobre sobre una organización de la
sociedad (que a veces se ha llamado “socialismo gremial”), prácticamente sin Estado, y
organizada a base de “corporaciones” a las cuales se encomienda una “función” determinada.
En el libro no hay ninguna referencia concreta a España ni a la Hispanidad.
En libros posteriores, y sobre todo en artículos periodísticos, Maeztu irá perfilando sus
posiciones políticas e ideológicas respecto a España. En El sentido reverencial del
dinero desarrolla un programa que ha venido a llamarse “capitalismo católico”, basado en la
idea teológica de los cuatro atributos de Dios: el poder, la verdad, la justicia y el amor. Para
Maeztu el dinero forma parte del poder, pero distingue entre el “sentido sensual” del dinero,
cuando este se pone únicamente al servicio de los placeres, del “sentido reverencial”, cuando
el dinero se invierte para bien de la sociedad, en crear empresas, trabajo y riqueza para todos.
El “sentido reverencial del dinero” impulsará en el trabajador la “concienciosidad”, es decir, el
orgullo profesional, el trabajo bien hecho y la asunción cuasi-religiosa de este trabajo; en el
empresario una mentalidad de responsabilidad social, de reinversión de beneficios y de orgullo
por pagar salarios altos a sus trabajadores.
Este libro de Maeztu tiene un claro sentido regeneracionista. La derrota de la civilización
hispánica frente a la anglosajona se debe a que la primera ha despreciado siempre todo lo
relacionado con la economía. El sentido reverencial del dinero pondrá las cosas en su sitio, el
papel de la riqueza y de la economía al servicio del ideal hispánico y católico. Estas ideas de
Maeztu tuvieron gran influencia en el desarrollismo español de los años 60, tal como veremos
más adelante.
Finalmente, en su última obra, Defensa de la Hispanidad, Maeztu se revela como filosofo del
hispanismo. El libro es una colección de artículos publicados en la revista Acción Española de la
que fue fundador y director. Para Maeztu la Hispanidad no es una nacionalidad, sino la
herencia de un Imperio Católico puesto al servicio de la labor evangelizadora del Catolicismo.
Su asesinato a manos de pistoleros anarquistas, en los inicios de la Guerra Civil, frustró la
publicación de dos obras más que tenía en preparación: Defensa de la Monarquía y Defensa
del Espíritu.
En su momento Maeztu apoyó a Primo de Rivera, al que veía como una esperanza de
regeneración de España desde postulados próximos a los suyos. Por otra parte su influencia en
el desarrollo del Franquismo fue notable, especialmente a través de muchos de sus discípulos,
que ocuparon cargos de responsabilidad en este régimen.
Notas
{1} Martín Buezas, F. (1977) La Teología de Sainz del Rio y del krausismo español. Madrid,
Editorial Gredos, p. 15.
{2} Fernandez de la Mora, G. (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia
orgánica. Barcelona, Plaza Janes, p. 39.
{3} Obra citada.
{4} Jiménez, A. (1971) Historia de la Universidad española. Madrid, Alianza Editorial, p. 355.
{5} Es curiosos como la idea de “libertad de catedra” fue, en el siglo XIX, una reivindicación
progresista. Hoya asistimos a fenómenos contrarios: profesores perseguidos por oponerse al
“pensamiento único”. Mientras escribo esto, un profesor de instituto de Lérida ha sido
sancionado con una cuantiosa multa por afirmar, en clase de filosofía que “la homosexualidad
es algo antinatural”. Actualmente es el “progresismo” quien está en contra de la libertad de
cátedra.
{6} Para profundizar sobre el tema del carlismo ver el nº 24 de Nihil Obstat, revista de historia,
metapolítica y filosofía, con el carlismo como dossier o tema central.
{7} Winston, C.M. (1989) La clase trabajadora y la derecha en España 1900-1936. Madrid,
Editorial Cátedra, p. 74.
{8} Alsina Calvés, J. (2002) “Ramiro de Maeztu: una pluma al servicio del general Primo de
Rivera” Nihil Obstat, revista de historia, metapolítica y filosofía, nº 17, pp. 7594. (2013) Ramiro de Maeztu: del regeneracionismo a la contrarrevolución. Barcelona,
Ediciones Nueva República, p. 182.
{9} Gil Pecharoman, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina
(1913-1936). Madrid, Ed. Eudema, pp. 9- 17.
{10} De Brocà, S. (1976) Falange y filosofía. Tarragona, Unieurop. Editorial Universitaria
Europea, p. 53.
{11} Un antecedente del PSP fue la Acción Social Popular, fundada en 1908 por el jesuita
catalán Gabriel Palau. Ver Winston, C.M. (1989) La clase trabajadora y la derecha en España
(1900-1936) . Madrid, Ed. Cátedra, pp. 45-46
{12} Ver González Cuevas, P.C., obra citada, p. 60.
{13} Sobre las influencias krausistas en el pensamiento conservador español ver Fernández de
la Mora. G. (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Ed. Plaza
Janes.
{14} Sternhell, Z., Sznajder, M. y Asheri, M. (1994) El nacimiento de la ideología fascista.
Madrid, Editorial Siglo XXI de España.
{15} Villacañas, J.L. (2000) Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. Madrid, Ed.
Espasa Calpe, p. 206.
{16} Ya en la II República, Delgado Barreto dirigió también la publicación El Fascio, donde
escribieron José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma. Solamente se publicó un número,
que fue secuestrado por las autoridades republicanas.
{17} Hemos utilizado la edición de 1959, Colección “El Arquero”, Editorial Revista de Occidente,
Madrid.
{18} Pflüger Samper J.E. (2001) “La generación política de 1914”. Revista de Estudios Políticos
(Nueva Época), N. 112.
{19} Vieja y Nueva Política, p. 15.
{20} Idem, pp.32-33
{21} Idem, p. 34.
{22} Ídem, pp. 34-35
{23} Idem, p. 24.
{24} Idem, p. 35.
{25} Idem, p. 22.
{26} Antonio Machado, El mañana efímero.
{27} Vieja y nueva política, p. 23.
{28} Idem, p. 26.
{29} Idem, p. 27.
{30} Idem, p. 29.
{31} Idem, p. 39.
{32} Gil Pecharromán, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina
(1913-1936). Madrid, Editorial Eudema.
{33} Idem, pp. 54-55,
{34} Idem, p. 55.
{35} Ídem, p. 62.
{36} Idem, p. 62.
{37} Idem, p. 63.
{38} Ramiro de Maeztu, que posteriormente seria el máximo ideólogo de estas posiciones
ultramontanas, en aquellos momentos estaba en posturas muy parecidas a las de Ortega. Ver
González Cuevas, P.C. (2002) “La nacionalización de las masas en el primer Maeztu (18981904)” Nihil Obstat. Revista de historia, metapolítica y filosofía. Nº 16, pp. 53- 62.
{39} Alsina Calvés, J. (2010) Pedro Laín Entralgo, el político, el pensador, el científico. Barcelona,
Ediciones Nueva República.
{40} Lain Entralgo, P. (1941) Los valores morales del nacional-sindicalismo. Madrid, Editora
Nacional.
{41} Alsina, J. (2013) obra citada.
{42} Zaratiegui, J. M. (2006) “El periodismo económico de Ramiro de Maeztu” en Perdices, L. y
Santos, M. (eds.) Economía y Literatura, Ecobook, pp. 433-490. Jiménez Torres, D. (2015)
“Anticapitalismo, heterodoxia, universalidad: la etapa británica de Ramiro de Maeztu (19051919)” Revista de Hispanismo Filosófico, nº 20, pp. 63-84.
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