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CHARLES HOLCOMBE es doctor en historia por la Universidad de
Michigan y profesor de la University of Northern Iowa. Ha dedicado su vida
al estudio de la historia de China, en especial de las dinastías Han y Tang y
del proceso de formación de la comunidad cultural de Asia oriental. Es
autor de In the Shadow of the Han (1994) y The Genesis of East Asia, 221
B.C.-A.D. 907 (2001).
SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA
UNA HISTORIA DE ASIA ORIENTAL
Traducción de
ARTURO LÓPEZ GÓMEZ
CHARLES HOLCOMBE
Una historia de Asia oriental
DE LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN
AL SIGLO XXI
Primera edición en inglés, 2011
Primera edición en español, 2016
Primera edición electrónica, 2016
Título original: A History of East Asia. From the Origins of Civilization to the
Twenty-First Century © 2011, Cambridge University Press
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad
exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes
mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-4441-1 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
SUMARIO
Introducción. ¿Qué es Asia oriental?
I. Los orígenes de la civilización en Asia oriental
II. La era formativa
III. La edad del cosmopolitismo
IV. La creación de una comunidad: China, Corea y Japón (siglos VII-X )
V. Trayectorias maduras independientes (siglos X-XVI )
VI. La modernidad temprana en Asia oriental (siglos XVI-XVIII )
VII. El encuentro de civilizaciones en el siglo XIX
VIII. La edad de la occidentalización (1900-1929)
IX. El valle oscuro (1930-1945)
X. Japón a partir de 1945
XI. Corea a partir de 1945
XII. China a partir de 1945
Epílogo
Cronología: Dinastías y principales periodos históricos
Guía de pronunciación
Glosario
Bibliografía
Índice analítico
Índice de figuras y mapas
Índice general
Introducción
¿QUÉ ES ASIA ORIENTAL?
En los albores del siglo XXI tres de las cinco mayores economías nacionales del
mundo estaban en Asia, y la segunda y tercera más grandes, China y Japón, se
encontraban específicamente en Asia oriental.¹ Esto representaba un asombroso
cambio de la situación que había prevalecido un siglo antes, cuando un puñado
de potencias de Europa occidental, junto con los Estados Unidos y Rusia (y con
Japón ya como socio minoritario emergente), dominaba económica, militar y
políticamente gran parte del planeta. Incluso hasta la mitad del siglo XX, Asia
oriental seguía siendo en gran medida preindustrial, a menudo duramente
empobrecida y devastada gravemente por la guerra. Incluso Japón, que había
tenido éxito en imponerse como una potencia moderna significativa al principio
del siglo XX, quedó abatida y en ruinas al final de la segunda Guerra Mundial en
1945. En Japón se necesitaba un nuevo comienzo, que cobró impulso al inicio de
la década de 1960. Desde aquel entonces, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong,
Singapur y, con el tiempo, incluso la República Popular de China se unieron a
Japón —aunque cada uno en caminos con características diferentes— y
alcanzaron también muy notables niveles de moderno despegue económico. Más
allá de cualquier duda, el crecimiento económico de Asia oriental ha sido uno de
los sucesos más importantes de la historia mundial reciente.
Además, podría argumentarse de manera persuasiva que más que representar un
viraje fundamentalmente inédito de la experiencia pasada, el reciente
crecimiento económico de Asia oriental en realidad es más un regreso a lo
normal. Durante gran parte de la historia de la humanidad, China —el más
grande componente autónomo de Asia oriental— disfrutó de una de las
economías más desarrolladas del planeta. En especial después de la
desintegración del Imperio romano de Occidente, China fue probablemente el
país más rico del mundo por un milenio, aproximadamente a partir del año 500,
no sólo en monto global sino en términos per capita. Incluso hasta 1800, cuando
la Revolución industrial comenzaba en Gran Bretaña, se estima que China debió
representar una parte más grande (33.3%) del total de la producción mundial que
toda Europa, incluida Rusia (28.1 por ciento).²
Es bien sabido que tecnologías cruciales como la pólvora, el papel y la imprenta
se inventaron en China. Es menos conocido que el papel y la imprenta tuvieron
en realidad un impacto significativo en China mucho tiempo antes de que estas
tecnologías transformaran Europa. El papel y la imprenta ayudaron a hacer libros
y, por consiguiente, también a difundir el conocimiento, que estaba relativamente
disponible en la China premoderna. Se ha sugerido seriamente que China pudo
haber producido más libros que todo el resto del mundo antes del siglo XVI.³
Pese a que, cuando se comparan con China, los otros países de Asia oriental
premoderna eran bastante pequeños en tamaño —en 1800 la población china
pudo haber sido más o menos de 300 millones, la de Japón aproximadamente de
30 millones y la de Corea de ocho millones—, cada uno hizo notables
contribuciones y produjo variantes únicas de la civilización asiática oriental. Por
ejemplo, Corea fue pionera en el desarrollo de la imprenta de tipos móviles
metálicos en 1234 (aunque los tipos móviles hechos de arcilla cocida, en lugar
de metal, ya habían sido usados en China en la década de 1040). Japón, de
manera bastante sobresaliente, se convirtió quizá en la primera sociedad no
occidental del mundo en modernizarse con éxito. A pesar de su tamaño
relativamente pequeño, en la era moderna, Japón, en muchas maneras, ha
eclipsado a China volviéndose dominante a nivel regional en Asia oriental, y,
durante gran parte del pasado siglo XX, Japón fue la segunda potencia
económica más importante del mundo, sólo después de los Estados Unidos.
Aun cuando Asia oriental fue relativamente más pobre y más débil a principios
del siglo XX, siguió siendo globalmente significativa. La segunda Guerra
Mundial, por ejemplo, empezó en Asia oriental, en un puente cercano a Beijing,
en 1937. Hoy no debe haber ninguna duda sobre la importancia de la región.
China es la potencia mundial con mayor crecimiento y, aunque continúa siendo
pobre y subdesarrollada en términos per capita, partes de lo que a veces se
denomina la Gran China ya se comparan favorablemente con casi cualquier parte
del planeta. Hong Kong, por ejemplo, que ahora es una región semiautónoma de
la República Popular de China, hoy en día disfruta de un ingreso per capita por
encima del de algunos países altamente desarrollados como Australia, Canadá,
Francia, Alemania, Gran Bretaña, Japón, Suiza o, ciertamente, casi todos
exceptuando a un puñado de las tierras más prósperas del mundo. Taiwán y
Singapur son dos lugares de etnias predominantemente chinas que también han
conseguido un notable éxito económico. Incluso Singapur tiene ahora un mayor
ingreso per capita que los Estados Unidos.⁴ Aunque puede ser que recientemente
ya haya sido sobrepasado por China en términos del tamaño real total de su
economía (medida en términos de paridad de poder adquisitivo), Japón aún sigue
siendo probablemente la segunda economía más industrializada completamente
madura del mundo. Corea del Sur es un ejemplo espectacular de historia de éxito
moderno de la Cuenca del Pacífico, y Corea del Norte, aunque ciertamente
menos próspera que el sur, atrae, sin embargo, la atención global como potencia
nuclear imprevisible y a veces beligerante.
Asia oriental es, por lo tanto, una región de importancia crítica en el mundo,
pero ¿qué es Asia oriental? ¿Qué los hace asiáticos orientales? Asia, como un
todo, no es en realidad una entidad cultural y geográfica coherente. El concepto
de Asia lo heredamos de los antiguos griegos, quienes dividieron al mundo en
general en dos partes: Europa y Asia. Sin embargo, para los griegos esta Asia
original era principalmente sólo el Imperio persa. Conforme el alcance de Asia
se expandió más allá de Persia y de lo que ahora llamamos Asia Menor, fue
incluyendo tantas culturas y pueblos diferentes que la etiqueta perdió casi todo
su significado. A finales del siglo XVIII, por ejemplo, dos tercios del total de la
población mundial y 80% de la producción del mundo se localizaban en Asia.
Esta Asia era nada menos que todo el Viejo Mundo, exceptuando Europa. Sin
embargo, si Asia en su totalidad no es un término muy significativo, la palabra
aún puede ser útil como ancla terminológica para ciertas subregiones
geográficas, como Asia meridional y Asia oriental, que tienen más coherencia
histórica.⁵
Hasta estas subregiones, por supuesto, deben ser definidas aún un tanto
arbitrariamente. Los asiáticos orientales premodernos ciertamente no pensaron
en sí mismos como asiáticos ni como asiáticos orientales. Hoy en día, el
Departamento de Estado de los Estados Unidos agrupa el sureste asiático e
incluso Oceanía junto a Asia oriental en su Agencia de Asuntos Asiáticos
Orientales y del Pacífico. Las regiones geográficas pueden definirse de muchas
formas y a ellas pueden aplicarse diversas etiquetas para adecuarse a diferentes
propósitos. Sin embargo, en términos históricos, y especialmente considerando
la cultura premoderna compartida, es más útil definir a Asia oriental como la
región del mundo que usó de manera extensiva el sistema de escritura chino y
que absorbió por medio de estas palabras escritas muchas de las ideas y los
valores de lo que llamamos confucianismo, gran parte de la estructura de
gobierno legal y política asociada, y ciertas formas específicas de budismo
asiático oriental. Una premisa fundamental de este libro es que Asia oriental es
realmente una región coherente cultural e históricamente, que merece atención
seria como un conjunto y no sólo como un grupo aleatorio de países individuales
o algunas líneas arbitrarias en un mapa.
MAPA 1. Mapa físico de Asia oriental.
Al mismo tiempo, Asia oriental también es parte de una experiencia humana
compartida universalmente. En la era de la globalización actual, por supuesto, el
planeta se encuentra, al día de hoy, especial y estrechamente interconectado,
pero los vínculos humanos globales se remontan en realidad al inicio mismo de
la existencia humana. Tales interconexiones se mantuvieron siempre
razonablemente activas, en particular dentro del Mundo Antiguo Euroasiático.
En el otro extremo del enfoque de esta perspectiva global, Asia oriental en sí
misma (como Europa occidental) también está compuesta de varios países
independientes, cada uno de los cuales tiene, a su vez, varios niveles y tipos de
subdivisión interna.
Específicamente, Asia oriental incluye hoy en día lo que a veces se llama la
Gran China (la República Popular de China, Hong Kong, Taiwán y, de manera
más periférica, Singapur), Japón y Corea. Asimismo, Vietnam representa un caso
marginal, puesto que ocupa una zona transicional que cruza el este y el sureste
asiáticos. Vietnam mantuvo sin duda significativos lazos históricos con China.
Un libro sobre Vietnam publicado a mediados del siglo XX incluso se tituló
Little China. Sin embargo, en aquel tiempo, Vietnam quizá fue más
comúnmente conocido como Indochina, una designación compuesta (que refleja
las influencias china e india por encima del mosaico de culturas nativas) que
transmite con propiedad parte de la verdadera complejidad cultural de Vietnam.
Como Vietnam se incluye por lo regular en estudios del sureste asiático, será
incluido sólo de manera marginal en este libro.
Asia oriental tiene una coherencia histórica como civilización que es más o
menos equivalente a lo que pensamos de la civilización occidental, con el
prototipo de la Edad de Bronce como la primera que surgió en la alta Antigüedad
en la región que ahora llamamos China, misma que proveyó aproximadamente el
mismo tipo de núcleo de legado histórico para los países modernos de China,
Japón y Corea que las antiguas Grecia y Roma dejaron para las modernas Italia,
Francia, Gran Bretaña, Alemania y lo que concebimos de manera vaga e
imperfecta como “Occidente”. Esta obra, en tanto que pone atención en las
interconexiones globales más amplias y en las diferencias locales, intentará
presentar una historia relativamente integrada de Asia oriental como un todo. De
manera un tanto inusual, se enfocará también, de forma relativamente precisa, en
el periodo de la Antigüedad media (empezando más o menos en el siglo III d.C.)
cuando surgió por vez primera una región cultural asiática oriental coherente,
que incluyó a China, Japón y Corea.
No obstante, se debe enfatizar que ninguna “civilización” así constituye una
realidad concreta permanentemente fija y aislada. Las que llamamos
civilizaciones son meras abstracciones que la gente imagina acerca de ciertas
continuidades y conexiones históricas que alguien ha decidido que son
significativas: sin realidad concreta. Las fronteras son siempre permeables, todas
las culturas interactúan e intercambian artefactos e ideas y por todas partes
pueden discernirse múltiples capas anidadas que las diferencian dentro de lo que
es en última instancia una comunidad humana global única.
Asimismo, en la presente era de la globalización, todas estas distinciones
regionales civilizadoras son en cierta medida borrosas. Desde el siglo XX, gran
parte de las características que hacían que Asia oriental fuera asiática oriental,
como el sistema único de escritura, el confucianismo y las monarquías de corte
tradicional, han sido cuestionadas, rechazadas o abandonadas, a veces
plenamente por conciencia propia, en nombre de la modernización universal o el
nacionalismo local, o incluso de ambos. Las distintas naciones de la Asia
oriental moderna son hoy en día, de algunas formas, más diferentes unas de las
otras y, al mismo tiempo, paradójicamente, más parecidas a cualquier otro país
moderno exitoso del planeta, que lo que pudo haber sido el caso (al menos en el
nivel de la élite educada) en tiempos premodernos. Aun así, el legado del viejo
vocabulario sigue vivo. Corea del Sur, por ejemplo, es al mismo tiempo un país
moderno occidentalizado por completo con lazos especialmente estrechos con
los Estados Unidos, que a veces es llamado también ¡el país “más confuciano”
de Asia! El mismo hecho del éxito económico moderno y dinámico, que se
concentra de manera tan desproporcionada en la región de Asia oriental, sugiere
también que ahí podría haber aún algo que distingue a Asia oriental.
Si Asia oriental continúa siendo una región cultural moderadamente coherente
hasta hoy, del otro lado, Asia oriental también ha sido siempre diversa
internamente. No sólo las naciones más importantes de Asia oriental son a
menudo claramente diferentes unas de las otras, sino que cada nación también
contiene dentro de sí misma una serie de capas con diferencias internas. De igual
forma, Asia oriental ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, de manera más
obvia y abrupta en el periodo moderno, pero también a través de la historia. No
hubo una eterna continuidad tradicional en la Asia oriental premoderna.
Como una muestra de este continuo proceso de cambio, podríamos formularnos
una pregunta sorprendente: ¿qué tan vieja es China? A menudo se supone que la
civilización china es la más antigua que existe en el mundo tras haber surgido en
la tardía Edad de Piedra (el Neolítico), haber florecido en el auge de la
civilización de la Edad de Bronce, que surgió en 2000 a.C., y haber sobrevivido
a partir de entonces sin interrupción hasta el día de hoy. De hecho, hay algo
cierto en esta leyenda popular. Aunque quizá pueda ser difícil determinar
muchos aspectos de la cultura de la tardía Edad de Piedra que aún pueden
observarse hasta hoy en día (aunque la seda, la preferencia por la carne de
puerco y el cultivo del arroz pueden citarse como conspicuos identificadores
culturales antiguos), es altamente significativo que las primerísimas muestras de
escritura encontradas en el área de China, datadas aproximadamente en 1200
a.C., hayan sido escritas en una versión arcaica de la misma lengua china y en el
mismo sistema de escritura china que se sigue usando hoy en día. En este
sentido, China es realmente muy antigua.
Los primeros libros escritos en esa lengua china, producidos durante el curso del
último milenio antes de Cristo, formaron el eje de un canon literario muy
apreciado que siguió siendo fundamental de manera continua para lo que
llamamos civilización china, al menos hasta inicios del siglo XX. Durante el
curso de este mismo último milenio formativo antes de Crsto, también puede
decirse que surgió una conciencia discernible del ser chino (denominado
Huaxia), en oposición a los pueblos extranjeros vecinos como el Rong, Di, Man
y Yi. De esta manera, los Estados Combatientes de la tardía era Zhou (403-221
a.C.), aunque cada uno eran países soberanos independientes, también podrían
describirse como diferentes reinos chinos rodeados por varios pueblos no chinos.
Después de la unificación Qin de estos Estados Combatientes para formar el
primer imperio en 221 a.C., un ideal de unidad perdurable bajo un único
gobierno imperial centralizado también se planteó firmemente. Aunque el
notable registro chino subsecuente de unidad política perdurable se explica a
veces en términos de supuesta homogeneidad étnica y cultural (es muy fácil
asumir que el chino estaba unificado naturalmente porque, después de todo,
“todos ellos son chinos”), esto más bien podría ser de otra forma: la relativa
homogeneidad étnica y cultural china es al día de hoy el producto final de
milenios de unidad política. Desde luego, la temprana población del Imperio
chino estaba bastante mezclada.
Incluso después de esa primera unificación imperial en 221 a.C., China continuó
cambiando. Habían existido más o menos 80 dinastías premodernas
históricamente reconocidas en el lugar que llamamos China (aunque sólo cerca
de una docena de estas dinastías eran consideradas verdaderamente importantes).
Cada dinastía era, en cierto sentido, un estado separado. Muchas tenían
gobernantes que se podían identificar como no chinos. Además, China también
había sufrido no pocos periodos de división desde aquella primera unificación
imperial e incluso durante periodos de gran unidad las modas siguieron
cambiando. Como Guo Maoqian (fl. 1264-1269) observó en el siglo XIII: “Las
canciones populares y las costumbres nacionales también tienen un nuevo sonido
cada generación”.⁷ China premoderna estaba lejos del estatismo.
Si China puede ser llamada una antigua civilización, en el otro extremo también
es posible argumentar que el mismo concepto de una “nación” china no existía
sino hasta cerca de 1900. En general se cree que el Estado-nación es una
invención del Occidente moderno, y desde luego la palabra nación (minzu, que
designa “un pueblo” en vez de un país o un Estado) fue importada por el idioma
chino sólo a fines del siglo XIX.⁸ China intentó reconfigurarse primero como un
Estado-nación de corte occidental sólo después del derrumbe del imperio y el
establecimiento de la República de China en 1912. Además, el país concreto, en
el que muchos de nosotros pensamos hoy en día simplemente como “China”,
más formalmente conocido como República Popular de China (RPC), data
apenas de 1949. Tampoco fue éste meramente el nuevo nombre para una vieja
realidad: en toda la historia del planeta ha habido escasamente unas cuantas
rupturas revolucionarias que pretendieron ser tan absolutas y radicales como la
de la Nueva China tras su “liberación” en 1949. En retrospectiva, por supuesto,
muchos de los cambios revolucionarios impuestos después de 1949 no han
resultado ser muy perdurables, y en años recientes ha habido incluso cierta
reactivación de viejas tradiciones; aun así, la República Popular de China marca
un evidente quiebre en la continuidad de la historia.
Incluso la palabra China no es china en sí misma, literalmente. La palabra
inglesa y castellana China probablemente deriva del sánscrito (indio) Cina, la
cual sucesivamente pudo haber derivado del nombre del importante reino chino
de la frontera noroeste y primera dinastía imperial, Qin. Además de que los
chinos no se llamaban a sí mismos chinos, podría argumentarse que no hay
ningún término equivalente preciso en la lengua nativa, por lo menos antes de
los tiempos modernos. Un estudioso distinguido llegó incluso al extremo de
afirmar que el concepto y la palabra China simplemente “no existían, excepto
como una ficción extranjera”.
De lo que no cabe duda es que los antiguos chinos ya tenían algunas
autoconcepciones razonablemente coherentes. Los nombres con los cuales se
identificaban a sí mismos los primeros chinos son frecuentemente aquellos de
reinos específicos o dinastías imperiales, como la Qin, la Chu o la Han, pero
había también unas cuantas palabras de la antigua lengua china que nosotros
podríamos traducir razonablemente como “China” o “chino”, como Huaxia , el
cual ya ha sido mencionado, y Zhongguo . Sin embargo, ni siquiera éstos eran
sinónimos perfectos de las palabras inglesa y castellana China. Al principio,
Huaxia parece haber sido un identificador cultural algo elástico, que no se refería
ni a la raza ni a la etnicidad ni a cualquier país particular, sino a poblaciones
“civilizadas”, asentadas, instruidas y agrícolas que se ceñían a rituales comunes
establecidos, a diferencia de los “bárbaros”.¹
Zhongguo, “el país central” (o los “países centrales”, ya que la lengua china no
hace distinciones gramaticales entre singular y plural), el cual a menudo se
traduce de manera pintoresca como el “Reino del Medio”, de alguna manera
también contrastaba a los países civilizados del centro contra la periferia de los
bárbaros. Inicialmente, el término Zhongguo pudo haberse referido realmente
sólo a la ciudad capital real. Después, durante el periodo de los Estados
Combatientes, Zhongguo definitivamente debió entenderse como plural porque
entonces existían múltiples países “centrales”.
El término Zhongguo se mantuvo por mucho tiempo más como una descripción
geográfica que como un nombre propio, relativo simplemente a los países en lo
que se imaginaba que era el centro del mundo: la Planicie Central del área norte
de China. Incluso hasta los siglos III y IV d.C., unos 500 años después de la
primera unificación imperial en 221 a.C., toda la mitad sur de lo que hoy
pensaríamos perfectamente como China podría ser explícitamente excluida del
Zhongguo. Después de la conquista del Estado Wu del Sur (chino) en 280 a
manos del norte, unos versos para niños predecían, por ejemplo, que algún día
“Zhongguo [el norte] sería derrotado y Wu [en el sur] ascendería de nuevo al
poder”.¹¹
Hoy es probable que Zhongguo sea el equivalente más cercano en lengua china a
la palabra inglesa y castellana China. Aun así, tanto la República Popular, en el
continente, y la República de China (confinada a la Isla de Taiwán desde 1949)
siguen siendo oficialmente conocidas, en cambio, con una combinación híbrida
de los dos términos antiguos Zhongguo y Huaxia: Zhong-hua
Hoy en día, la idea de que China sea el Reino del Medio es considerada por
muchos occidentales como ofensiva y arrogante, o simplemente ridícula. No
obstante, semejante etnocentrismo fue difícilmente exclusivo de China. Casi
todas las primeras civilizaciones, de hecho, se veían a sí mismas como si
ocuparan el centro del mundo. Si bien China podría ser un tanto inusual en
preservar esta antigua concepción en un nombre que aún se usa hoy, piénsese en
nuestro nombre para el Mar Mediterráneo: también viene originalmente de la
expresión latina que significa “en el centro de la tierra”. Simplemente nos hemos
acostumbrado al nombre, comprendemos poco el latín y hemos olvidado lo que
significa.
Lo que es más, fueron los occidentales quienes se refirieron de manera más
literal a los extranjeros como bárbaros. Bárbaro es una palabra castellana que
deriva de la antigua expresión griega para aquellos sonidos ininteligibles “barbar” emitidos por extraños quienes eran tan incivilizados que no hablaban
griego. Naturalmente, los antiguos chinos no sólo no usaban la palabra griega,
sino que no tenían palabra en chino clásico que fuera el equivalente exacto de
ésta. Ciertamente, hay varios términos chinos que se traducen comúnmente de
manera vaga al español como “bárbaro”, pero esto (como es frecuente en el caso
de traducciones) es un poco engañoso. Para ser precisos, estos términos son
todos nombres genéricos chinos para varios pueblos no chinos. La palabra Yi,
por ejemplo, fue usada para referirse a pueblos no chinos del este. Tales nombres
fueron a menudo tan inexactos o poco auténticos como el nombre de indio,
erróneamente aplicado por los primeros europeos modernos a los nativos de
América. Con todo, así como el término indio americano, continúan siendo
fundamentalmente nombres y no tanto palabras que significan “bárbaro”.
Si China no es un nombre chino, entonces, ¿qué sucede con los nombres que nos
resultan familiares para los otros países del este asiático? La palabra castellana
Japón es actualmente una versión deformada, vía el malayo, de la pronunciación
china (Riben en el mandarín unificado actual, el cual también puede ser
pronunciado Jih-pen en un antiguo sistema fonético) del nombre de dos
caracteres que , en japonés se pronuncia Nihon (o Nippon). El nombre Nihon
—“origen del Sol”— es, sin embargo, uno de los primeros nombres japoneses
nativos genuinos para Japón, aunque probablemente podría haber sido concebido
sólo desde el exterior de Japón, en territorio más hacia el oeste, y pudo haber
sido usado por primera vez por inmigrantes del continente en Japón. Al parecer,
el nombre fue adoptado conscientemente por la corte japonesa a finales del siglo
VII, debido al favorable significado de sus caracteres escritos.¹²
En ciertos sentidos, podría argumentarse que Japón ha sido menos quimérico
como país y ha demostrado más continuidad histórica desde la Antigüedad que
China. Desde los albores de la historia que podemos considerar fidedigna, Japón
ha tenido, ininterrumpidamente, y de manera única en todo el mundo, una sola
familia gobernante. Ha habido sólo una dinastía japonesa, en contraste con las
aproximadamente 80 dinastías chinas y las dos repúblicas posdinásticas. Sin
embargo, por otro lado, los emperadores japoneses raras veces han ejercido gran
parte del poder real, la corte y el emperador a menudo han sido completamente
irrelevantes para la historia en general de las islas japonesas, y Japón, también,
ha estado dividido. Además, gran parte de la “tradición” japonesa no es
realmente tan vieja y partes importantes de ésta finalmente pueden rastrearse en
orígenes extranjeros. El budismo zen japonés, por ejemplo, es especialmente una
forma china de lo que originalmente fue una religión india. El esencial arte
japonés de la ceremonia del té (chanoyu) nació apenas a finales del siglo XV,
aunque los japoneses habían aprendido a tomar el té (de China) siglos antes. El
sushi, como lo conocemos, “empezó como una comida rápida de la calle en el
siglo XIX en la era Edo en Tokio”. El deporte nacional japonés del judo fue
inventado, como tal, sólo hacia fines del siglo XIX, por el mismo hombre que
fungió como el primer miembro japonés del Comité Olímpico Internacional.
Incluso es probable que el propio Estado-nación japonés no haya adoptado su
forma final sino hasta el siglo XIX.¹³
Respecto de Corea, el nombre en inglés y español deriva de la dinastía Koryo
(918-1392), que a su vez fue una abreviación del nombre de un antiguo reino del
norte llamado Koguryo (más o menos del siglo I al año 668 d.C.). En este
sentido, el nombre en español para Corea se parece un poco a la probable
derivación del nombre para China que viene del nombre de la temprana dinastía
Qin. Justamente como Qin no es ni real ni totalmente un sinónimo de China,
tampoco Koryo es lo mismo que Corea. Hoy en día, los norcoreanos prefieren
invocar a la memoria el más antiguo y legendario reino coreano, Chosŏn,
mientras que los surcoreanos se inclinan a usar el nombre Han’guk, el “País de
los Han”, nombre de los pueblos que habitaron la parte sur de la península de
Corea a principios del periodo histórico. (Los chinos modernos también se
llaman la gente Han, pero éste es un Han completamente diferente, escrito , el
cual justamente suena como el Han coreano, .) Aunque Corea es hoy un ejemplo
excepcional de Estado-nación moderno étnicamente homogéneo (deformado por
una división política e ideológica, norte contra sur, desde 1945), se puede
argumentar que Corea, como tal, realmente nunca existió antes de la primera
unificación de la península bajo el gobierno nativo en 668.
Vietnam no será abordado exhaustivamente en este volumen, pero la historia de
cómo obtuvo su nombre, sin embargo, es pertinente y fascinante. El nombre
Vietnam fue el primero que se propuso, increíblemente, desde Beijing en 1803.
Antes de ese momento, lo que concebimos como Vietnam había sido llamado
comúnmente Annam. (Todavía después, como colonia francesa, era ampliamente
conocido en Occidente como Indochina, como se dijo antes.) El nuevo nombre
del siglo XIX, Vietnam, estaba pensado a conciencia para evocar a la memoria a
un antiguo reino (208-110 a.C.) llamado Viet del Sur (pronunciado en vietnamita
Nam Viêt). No obstante, como la capital del antiguo reino Viet del Sur estaba
donde ahora se encuentra la moderna ciudad de Cantón (Guangzhou), en China,
el Vietnam del siglo XIX estaba obviamente más al sur. Cuando el viejo nombre
fue restablecido, por lo tanto, quedó claro que habría que alterarlo para cambiar
Viet del Sur por Al Sur de Viet. Este ajuste se logró en vietnamita (y en chino)
simplemente trasponiendo el orden de las palabras: de Nam Viêt a Viêt Nam.¹⁴
De este modo, la razón por la cual la capital del antiguo reino de Viet del Sur
estaba sorprendentemente localizada al norte del moderno Vietnam, lo que en la
actualidad es China, fue porque el reino de la muy temprana Edad de Bronce
llamado Viet (en chino, Yue, ), del que todos estos nombres presuntamente
derivan, finalmente, se había localizado más allá del norte, cerca de la moderna
provincia china de Zhejiang, ¡casi a mitad del camino costa arriba de lo que hoy
es China! De hecho, textos chinos tempranos se refieren a gran parte de lo que es
ahora el sureste de China como la tierra de los “Cien Viets”.
Este repaso ayuda a ilustrar qué lejos estaba Asia oriental de ser estática y de
poseer tradiciones inmutables. No sólo el nombre Vietnam era nuevo en 1803,
sino que también el conjunto total de los territorios y grupos étnicos que ahora
constituyen Vietnam era bastante nuevo y sin precedentes en ese tiempo.
Vietnam independiente se originó (en el siglo X) sólo en el área del valle del Río
Rojo de lo que ahora es el norte. Después de siglos de expansión hacia el sur (y a
veces división), cuando un nuevo emperador finalmente unificó todo Vietnam a
inicios del siglo XIX, se convirtió de alguna manera en “un reino […] que nunca
antes había existido”.¹⁵
Decir que Vietnam no existió antes del siglo XIX, por supuesto, es, en algunos
sentidos, tan absurdo como tratar de demostrar que China tampoco existió hasta
la época moderna. Sin embargo, antes, en realidad, ni China ni Vietnam habían
existido bajo sus nombres y configuraciones actuales exactas, a pesar de sus
genuinos linajes antiguos. Ningún país, pueblo o civilización existe inmutable
para siempre. Hay corrientes antiguas dinámicas que son renovadas
continuamente. Toda la historia es sobre cambio y Asia oriental ha
experimentado tantos cambios como casi cualquier región con la que se le
compare. Éste es el relato de la historia de Asia oriental.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Diferentes formas de definir “Asia oriental” se estudian en la introducción de
John H. Miller, Modern East Asia: An Introductory History, M. E. Sharpe,
Armonk, 2008. Una colección particularmente valiosa de ensayos dirigida a Asia
oriental como un área cultural coherente es la de Gilbert Rozman (ed.), The East
Asian Region: Confucian Heritage and Its Modern Adaptation, Princeton
University Press, Princeton, 1991. Para una fascinante, aunque ahora algo
obsoleta, exploración de cómo fueron concebidas geográficamente China y Asia
por mentes occidentales, véase Andrew L. March, The Idea of China: Myth and
Theory in Geographical Thought, Praeger, Nueva York, 1974.
Algunos estudios reconocidos sobre la historia de Asia oriental son los de
Warren I. Cohen, East Asia at the Center: Four Thousand Years of Engagement
with the World, Columbia University Press, Nueva York, 2001; Patricia Buckley
Ebrey, Anne Walthall y James B. Palais, East Asia: A Cultural, Social, and
Political History, Houghton Mifflin, Boston, 2006; John K. Fairbank, Edwin O.
Reischauer y Albert M. Craig, East Asia: Tradition and Transformation, ed. rev.,
Houghton Mifflin, Boston, 1989, y Conrad Schirokauer, Miranda Brown, David
Lurie y Suzanne Gay, A Brief History of Chinese and Japanese Civilization, 3ª
ed., Wadsworth, Boston, 2006.
I. LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN
EN ASIA ORIENTAL
“FUERA DE ÁFRICA”:
LOS PRIMEROS ASIÁTICOS ORIENTALES
De acuerdo con un Registro antiguo, ahora perdido, citado en la Historia de los
Tres Reinos (Samguk yusa), texto coreano del siglo XIII, la divinidad Hwanung
descendió del cielo al monte T’aeback, cima sagrada en la fuente de los ríos Yalu
y Tumen, en la frontera actual entre Corea y China; allí se unió con una osa a la
que había ayudado a transformarse en humana. De esta unión nació el gran señor
Tan’gun, supuestamente en 2333 a.C., quien fundó el país conocido como
Antiguo Chosŏn y a quien se reconoce comúnmente en la actualidad como el
padre de la nación coreana.
Por otro lado, de acuerdo con el Registro de hechos antiguos (el Kojiki japonés,
compilado en 712 d.C.), el nieto de Amaterasu, la diosa del sol, fue enviado del
cielo a la tierra como portador de las tres insignias reales sagradas del Imperio
japonés —el abalorio recurvo magatama, el espejo de bronce y la espada— para
convertirse en el fundador de la línea imperial de Japón (la misma que ocupa
hasta el día de hoy el Trono de Crisantemo en Tokio) y en el origen de la nación
japonesa.
Mucho antes, en China, varias antiguas casas reales también se atribuyeron
orígenes divinos o milagrosos, aunque, en general, los investigadores
occidentales se han admirado de la relativa ausencia de importantes mitos desde
los albores de la historia china. La versión tradicional de la historia de China
comienza, en cambio, con una edad más aparentemente humana de héroes
culturales (legendarios). El primero de ellos fue Fuxí (que se remonta
supuestamente a 2852 a.C.), que domesticó animales por primera vez; el
segundo, Shennong (hacia 2737 a.C.), que inventó la agricultura, y el emperador
Amarillo (cuyo reino empezó en 2697 a.C.), quien se concibe popularmente
como el ancestro del pueblo chino.
A pesar de que el emperador japonés abjuró oficialmente de su divinidad
después de la segunda Guerra Mundial en 1946 y de que en realidad hoy en día
existe poca gente que crea literalmente en la historia del origen del Imperio
japonés a partir de la diosa del sol, algunos de estos mitos y leyendas son todavía
bastante atractivos.¹ Es dudoso, sin embargo, que muchos no nativos,
provenientes de religiones y tradiciones culturales diferentes, hayan dado mucho
crédito a estas historias de origen divino. Los europeos del periodo moderno
temprano, por ejemplo, tenían suposiciones propias muy diferentes acerca de los
posibles orígenes de los asiáticos orientales. De manera no poco común, en un
libro publicado en Ámsterdam en 1667, Atanasio Kircher especuló que los
chinos debían de descender de Ham, hijo del bíblico Noé, a través de Egipto, lo
cual explicaba también la aparente (pero bastante superficial) similitud entre la
escritura china y los jeroglíficos egipcios.²
Incluso después de que los europeos se informaron mejor acerca de Asia oriental
continuó la amplia aceptación de la teoría según la cual la civilización debía de
haberse difundido a China (y a todas partes) desde un punto de origen, universal
y común, en algún lugar de Medio Oriente. Implicar que toda la civilización se
origina en Occidente (no obstante el hecho de que sea un “Occidente” cuya
historia haya comenzado, extrañamente, en el Creciente Fértil que comprende
ahora Irak y Egipto) y que, por lo tanto, todos los pueblos no occidentales
debieron haber sido incapaces de alcanzar la civilización por sí mismos, era
comprensiblemente ofensivo para muchos no occidentales. A medida que se
acumulaban incesantemente, durante el siglo XX, los vestigios arqueológicos
que probaban que la civilización de la Edad de Bronce en China era en efecto
muy antigua, y que mostraba muy poca evidencia de una importación directa de
Occidente, muchos investigadores optaron por preferir la teoría contraria de un
origen autóctono casi completamente independiente. Por ejemplo, Ping-ti Ho, en
su estudio clásico de 1975, nombró a China “La Cuna de Oriente”, en un
paralelismo consciente con la llamada Cuna de la Civilización (occidental) en el
Creciente Fértil de Egipto y Mesopotamia.³
Sin embargo, probablemente siempre fue un error asumir que la única alternativa
era una opción binaria entre difusión desde un punto de origen común y
desarrollo local enteramente independiente. Siempre han existido los viajes y la
comunicación frecuente a través de largas distancias, pero también es cierto que
el movimiento era, en general, extremadamente lento y difícil en la Antigüedad,
y las comunidades locales, sobre todo las relativamente distantes y aisladas, se
desarrollaron naturalmente de forma independiente. La explicación más probable
de todas las diferentes civilizaciones históricas del mundo es una combinación
de orígenes humanos últimos y múltiples procesos constantes de diversificación
local e intercambio, en un proceso de interacción que se ha descrito como “no
tanto difusión sino dialéctica”.⁴
Nuevos descubrimientos en el campo de la genética, en especial en el estudio del
ADN mitocondrial, hacen que parezca cada vez más probable que todos los seres
humanos modernos alrededor del mundo compartan ancestros en común
relativamente recientes y que tengan un parentesco cercano. Una teoría
influyente en la actualidad es que los humanos modernos se expandieron por
todo el planeta a partir de una tierra natal ancestral común en África tan sólo en
los últimos 100 000 años. Gracias al fechado por carbono 14, sabemos que los
humanos modernos alcanzaron Eurasia oriental por lo menos alrededor del año
25000 a.C., y acaso tan tempranamente como hace de 50 000 a 60 000 años.
Incluso científicos destacados que se mantienen escépticos ante esta teoría fuera
de África han aceptado que resultan improbables unos orígenes por entero
independientes para las diferentes poblaciones humanas y simplemente sugieren,
en cambio, que se desarrollaron variaciones humanas locales a lo largo de un
periodo de tiempo mucho mayor, dentro de una red laxa de intercambios
genéticos suficientes para conservar aquello que es común a toda la especie
humana.
Globalmente, entonces, existen tres grandes centros de desarrollo cultural
durante la Edad de Piedra tardía (Neolítico), con base en el descubrimiento
crucial de la agricultura: uno en Eurasia occidental, que involucra el trigo y la
cebada; uno en Eurasia oriental, que involucra el arroz y el mijo, y uno en las
Américas, basado en el maíz. Por su parte, dentro de Eurasia oriental hubo
múltiples culturas locales en la Edad de Piedra tardía. Estas culturas, además, no
se alineaban necesariamente con alguna frontera nacional moderna. Es
erróneamente anacrónico pensar que estos pueblos de la Edad de Piedra ya eran
chinos o coreanos o japoneses, por ejemplo.
Sólo dentro del territorio que consideramos ahora como propiamente China
había una gran variedad local, y también una amplia división muy significativa
entre norte y sur. Los pueblos del sur cultivaban arroz —desde, por lo menos,
8000 a.C. en el valle inferior del río Yang-tse—, gustaban de las barcas, tendían
a elevar sus casas sobre el nivel del suelo con postes, producían cerámica
impresa con diseños geométricos y probablemente hablaban lenguas más
cercanas a las que ahora se hablan en el sureste de Asia que al chino moderno.
Los pueblos del norte, por otro lado, centrados sobre todo alrededor del valle del
río Amarillo y lo que comúnmente se conoce como la Planicie Central,
cultivaban mijo y a menudo vivían en casas excavadas parcialmente bajo el nivel
del suelo, tal vez con fines de aislamiento. Al menos algunos de estos pueblos
del norte deben de haber hablado una versión temprana del chino. Arqueólogos
modernos llaman Yangshao al más famoso de estos complejos culturales del
norte (de alrededor de 5000 a.C.) y se conoce por su “cerámica pintada”,
vívidamente decorada.
A lo largo de la franja septentrional, aproximadamente en la región que ahora se
denomina Mongolia interior, el clima se volvió al parecer un tanto más frío y
seco cerca de 1500 a.C., y los pueblos allí asentados abandonaron gradualmente
la agricultura para dedicarse a la cría de ganado. Los animales de pastoreo, que
se alimentan con pasto silvestre, como los borregos y el ganado, comenzaron a
predominar sobre los cerdos, que tradicionalmente habían provisto la carne de
primera necesidad en la dieta china, pero que no podían pastar y necesitaban el
apoyo de una sociedad agrícola. A medida que la técnica de la equitación —al
parecer dominada por primera vez en las regiones occidentales colindantes con
la gran zona de praderas llamada estepa, que se extiende hacia el este, desde la
Planicie Húngara en Europa hasta Mongolia— finalmente se expandió a las
cercanías de China, quizá hacia 500 a.C., estos pueblos del norte se volvieron
verdaderos pastores nómadas.
Estos nómadas criadores de ganado se convirtieron entonces en el gran “otro”
cultural, y frecuente enemigo militar, del pueblo chino durante la mayor parte de
la historia premoderna. No obstante, muchos de estos nómadas de hecho vivían
en la frontera de lo que actualmente es China, en Mongolia interior y, algunas
veces, incluso más al sur, en la propia China. Estos nómadas interactuaban de
manera dinámica con la civilización china de base agrícola, y juntos
conformaban lo que por otro lado podría concebirse incluso como un único
sistema con dos polos opuestos. Los nómadas, o por lo menos los ganaderos
seminómadas, aportaron no pocas de las familias reinantes de las dinastías
imperiales chinas. Está claro, pese a las marcadas diferencias, que los pastores
nómadas de Mongolia interior y los granjeros del norte de China estuvieron
históricamente atados.
En la península de Corea, por otra parte, existieron también múltiples culturas
prehistóricas, algunas de las cuales se superpusieron con Manchuria, en la actual
China. A finales de la prehistoria coreana, hay también algunas pistas tentadoras
acerca de relaciones con las islas japonesas. Lo que en la actualidad aparenta ser
la notable homogeneidad de la identidad nacional coreana, en sus orígenes fue
probablemente “forjada a partir de elementos diversos”.⁵ Además, la
uniformidad cultural de la Corea de hoy en día en realidad no se fundió sino
hasta una época relativamente tardía. Aunque el cultivo de arroz se conocía en la
península de Corea al menos desde 1000 a.C. y el trabajo en bronce apareció
posiblemente pocos siglos después, los detalles de la historia coreana son en
buena parte un misterio hasta que la península comenzó a mencionarse en
documentos chinos de la era imperial temprana.
Tiempo antes de esas primeras referencias documentales, es probable que la
gente de la península de Corea haya empezado a cruzar los estrechos hacia el
sur, a las islas japonesas. Mucho antes todavía, Japón podría haber estado
conectado con Asia continental por una franja de tierra y también podrían haber
existido antiguas relaciones marítimas entre Japón y el sureste asiático. Sin duda,
hubo humanos en las islas japonesas desde tiempos muy antiguos. Japón se
distingue, de hecho, por haber producido quizá la cerámica más antigua
conocida en la tierra, alrededor de 11000 a.C. Sin embargo, la población de
Japón en la Edad de Piedra tardía siempre fue escasa —probablemente nunca
contó con más de un cuarto de millón de personas en todas las islas— y la
agricultura y la metalurgia no aparecieron en las islas japonesas sino hasta cerca
de 300 a.C. La oleada posterior, relativamente repentina, de grandes desarrollos,
se asocia con nuevas llegadas desde la península de Corea. Como en el caso de
Corea, además, la descripción escrita de Japón más antigua aparece en un texto
chino, que data del siglo III d.C.
Si todos los seres humanos modernos tienen ancestros en común y si siempre ha
existido mayor contacto e intercambio entre diferentes grupos poblacionales de
lo que se piensa, también es cierto que, en la Antigüedad, la movilidad era
bastante limitada, sobre todo para pueblos agrícolas atados a la tierra de cultivo.
En todas partes hubo mucho desarrollo cultural independiente y local. Algunas
comunidades estaban relativamente más aisladas que otras y, dentro del mundo
antiguo euroasiático, Asia oriental en especial pudo haber sido un mundo aparte.
Un emblema particularmente visible de la singularidad cultural de Asia oriental
fue el extenso uso en tiempos premodernos de un sistema de escritura
notablemente diferente de los alfabetos y sistemas fonéticos derivados del Medio
Oriente, que con el tiempo llegaron a ser utilizados en todo el resto del mundo.
LENGUAS Y SISTEMAS DE ESCRITURA DE ASIA ORIENTAL
“Mucho más que los príncipes, los Estados o las economías, las comunidadeslenguaje son las protagonistas reales de la historia del mundo”, escribe Nicholas
Ostler. Se ha observado que la misma palabra que en inglés antiguo significaba
“pueblo” o “nación” también podía indicar “lenguaje”.⁷ Con frecuencia, las
lenguas son centrales para la autoidentificación de las comunidades humanas (y
la primera barrera para comunicarse con otros), y constituyen una pieza vital en
la historia de la civilización de Asia oriental. En efecto, lo más chino de China
bien podría ser la lengua. Por lo tanto, para empezar, es fundamental una
comprensión básica de las lenguas de Asia oriental, incluso si estas lenguas son
por definición extrañas a los hablantes nativos de español, y cualquier discusión
sobre este tema corra el riesgo de transformarse rápidamente en algo técnico y
abrumador. Trataremos de que sea sencillo.
Las lenguas de Asia oriental se descomponen en tradiciones nacionales
separadas: chino, japonés y coreano. Lejos de estar unificada por sus lenguas,
Asia oriental se divide en tres grandes sistemas nacionales, que a su vez se
subdividen en, por lo menos, dos grandes familias lingüísticas completamente
diferentes. Cada una de éstas, además, se extiende más allá de las fronteras de
Asia oriental. No son tanto las lenguas habladas sino la lengua escrita —el uso
compartido de un sistema premoderno de escritura común y, hasta cierto punto,
sorpresivamente, incluso una lengua escrita común— lo que confiere a Asia
oriental gran parte de su coherencia cultural y que la distingue como región.
Las lenguas china y japonesa, por ejemplo, no podrían ser más diferentes. El
japonés es polisílabo, con palabras compuestas de sílabas básicas simples
apiladas de manera aglutinante para hacer elaboradas distinciones gramaticales,
como la distinción entre estar haciendo algo ahora y haberlo hecho en el pasado.
La característica más distintiva del japonés quizá sea que es una lengua de
respeto (keigo), lo que significa que se utilizan terminaciones de palabras
específicas y partículas honoríficas para indicar la relación entre el hablante y el
oyente y también el grado de formalidad o informalidad. Por ejemplo, benkyōshite-imasu es una manera formal de decir “estoy estudiando”, mientras que
benkyō-shite-iru es una manera más informal de decir lo mismo. También se
usan partículas gramaticales para indicar las diferentes partes de la oración. Un
patrón oracional típico es sujeto-wa/ objeto-o/ verbo (p. ej., “yo wa/ libro o/
leo”), con el verbo colocado invariablemente en la última posición.
El chino es casi lo opuesto. El orden de las palabras es similar al español, con el
verbo antes del objeto (p. ej., “yo leo [un] libro”). Por otro lado, la lengua china
no tiene declinación alguna, pues carece de tiempos verbales, plurales o
modificaciones gramaticales al final de las palabras. En su mayoría, las
partículas honoríficas no existen: el chino no es una lengua de respeto. El chino
es además monosilábico, por lo menos hasta el punto que cada carácter chino
(símbolo escrito) se pronuncia, sin excepción, como una sola sílaba y es una
unidad separada de significado.
En la práctica, no obstante, el chino moderno usualmente construye palabras
compuestas más largas a partir de combinar dos o tres caracteres. Por ejemplo, el
conocido lugar chino Tiananmen se escribe con tres caracteres: tian (cielo), an
(paz) y men (puerta), o “La puerta de la paz celestial”. (La Plaza de Tiananmen
añade dos caracteres: guang, que significa “amplio” o “espacioso”, y chang, que
significa “un área al nivel del suelo”.) Aunque, como concepto, podemos
considerar que Tiananmen es una sola palabra (y Plaza de Tiananmen, dos), los
caracteres chinos escritos nunca se aglutinan en grupos de palabras separadas
por un espacio: cada carácter individual ocupa siempre un espacio cuadrado o
rectangular más o menos igual en la página. Tradicionalmente, el chino se
escribía en columnas verticales, de arriba hacia abajo, y de derecha a izquierda.
A partir del siglo XX, la dirección occidental de escritura, horizontalmente y de
izquierda a derecha, se ha vuelto cada vez más común, pero no de manera
uniforme.
MAPA I. 1. Familias lingüísticas, lenguas y principales dialectos del chino.
El chino hablado es también notoriamente diferente del japonés (y del español)
en tanto que es una lengua tonal; esto es, en el habla (pero no en la escritura), el
tono con el que se pronuncia una sílaba determina la palabra. El mandarín
moderno, el dialecto estándar, tiene cuatro tonos y uno neutro adicional. Algunos
dialectos tienen más.
Existen múltiples dialectos regionales del chino. Algunos de ellos, además, no
son mutuamente inteligibles. Pueden ser tan diferentes entre ellos como el inglés
y el alemán —que, en general, consideramos como lenguas completamente
diferentes más que como distintos dialectos de una lengua germánica común—.
En parte es por esta razón que algunos especialistas rechazan por completo la
etiqueta “dialectos” como una designación errónea para las variantes regionales
del habla china y prefieren, en cambio, algo más neutral como regionalectos o
topolectos (del griego topos, “lugar”).⁸
Como un solo ejemplo de las posibilidades de complejidad lingüística, una
sólida mayoría (aproximadamente 69%) de los habitantes de la Isla de Taiwán
hablan en la actualidad como lengua madre un dialecto (o topolecto, si se
prefiere) que técnicamente se llama min del sur y que se originó en la provincia
de Fujian (en la región continental, directamente del otro lado de los estrechos),
pero que ahora simplemente se conoce como taiwanés. Este dialecto taiwanés es
tan incomprensible para los hablantes de mandarín, que desde 1945 se promovió
oficialmente en Taiwán como la (literalmente llamada) lengua nacional (guoyu).
Quizá otro 15% de los habitantes actuales de Taiwán son hablantes nativos de
incluso otro dialecto significativamente diferente llamado hakka. (De igual
forma, existen también en la isla aún unos cuantos hablantes de lenguas nativas
en absoluto chinas.)
Por su parte, el hakka se habla en algunas regiones de China continental y el
taiwanés es por lo menos similar a la lengua hablada directamente al otro lado de
los estrechos, en su lugar de origen, la provincia de Fujian en el continente. Los
dialectos de Fujian están también muy extendidos entre las comunidades chinas
que viven en el extranjero, esparcidas en el sureste de Asia, mientras que la
propia provincia de Fujian es hogar de algunas de las más extremas variedades
dialectales de toda China. En general, los dialectos del chino que más varían
están concentrados en la región costera del sureste.
Sin embargo, todo esto hace que la situación lingüística de China parezca más
confusa de lo que es en realidad. Actualmente, se habla un mandarín bastante
estándar casi en todas partes del mundo chino y, pese a la diversidad a menudo
desconcertante de los dialectos locales (o topolectos), en general, la
característica más notable del chino hablado puede ser, de hecho, su
sorprendente uniformidad. Se ha dicho que en ninguna otra parte de todo el
mundo premoderno “ha existido una unidad lingüística como la del norte de
China”. Unos tres cuartos de la población china, en especial en el norte y el
oeste, hablan una versión relativamente uniforme de la lengua que llamamos
mandarín (en español; los propios chinos en general se refieren a ella como
putonghua, “el habla común”, o guoyu, “lengua nacional”). De hecho, en la
actualidad, el dialecto mandarín de China es por mucho la lengua nativa más
comúnmente hablada en todo el mundo, con cerca de 900 millones de hablantes.
En contraste con esta uniformidad china, considérese el todavía muy variado
mapa lingüístico de Europa.
Se dice, por lo tanto, que todas las versiones locales del chino pertenecen a la
más amplia familia lingüística sinotibetana, que enlaza a distancia las lenguas
chinas con el tibetano, el birmano y algunas otras lenguas que se extienden más
allá de Asia oriental. Dentro de Asia oriental, el contraste más importante con
esta familia lingüística sinotibetana está representado por el japonés y el
coreano, de los que en ocasiones se dice que pertenecen a la un tanto hipotética
familia lingüística altaica (o uraloaltaica), que comprende la zona septentrional
que se extiende hacia el oeste hasta Europa, y que incluye en particular el
manchú, el mongol, las lenguas túrquicas e incluso, posiblemente, también el
finés.
El japonés es sin duda más cercano al coreano que a cualquier otra lengua viva.
Es posible que, en un origen, los dos se hayan separado de una lengua ancestral
común; aunque, si ése fuera el caso, ya se habrían vuelto mutuamente
diferenciados en los albores del periodo histórico, y sus similitudes actuales no
deberían exagerarse. El japonés, a su vez, incluye todavía hasta la fecha algunos
dialectos locales característicos. El Ōsaka-ben, o dialecto de Osaka, escuchado a
menudo en las calles de la segunda ciudad más grande de Japón, localizada al
oeste de la isla principal, por ejemplo, es diferente del japonés estándar basado
en el dialecto de Tokio, al este. De todas las naciones modernas de Asia oriental,
la actual Corea debe de ser la más homogénea, pero una descripción china del
siglo III especifica que en ese tiempo, incluso en Corea, las personas que vivían
en la esquina sureste de la península de Corea hablaban un idioma diferente al de
la parte suroeste.¹
Si el japonés y el coreano pertenecen a la familia lingüística altaica y el chino a
la sinotibetana, mucho de lo que ahora es el sureste de China puede haber estado
habitado originalmente por hablantes de una tercera familia lingüística, por
completo diferente, que puede haber sido la madre de las lenguas habladas
actualmente en el sureste de Asia y más allá. Estas lenguas deben de haber sido
desplazadas poco a poco del sureste de China por la expansión del chino.
Dejaron quizá, como remanente, una contribución a la complejidad dialectal del
sureste de China y algunas palabras de sustrato, como la comúnmente utilizada
para “río” en el sur de China, jiang (como en Yanzi jiang, o “río Yang-tse”), que
contrasta con la palabra común del norte de China para “río”, he (como en
Huang he, o “río Amarillo”).¹¹
Asia oriental se divide, por lo tanto, en por lo menos dos importantes familias
lingüísticas radicalmente diferentes, así como en tres lenguas nacionales
modernas y múltiples dialectos locales (sin mencionar otras lenguas por
completo diferentes habladas por minorías étnicas). Con todo, una característica
lingüística que compartió exclusivamente toda Asia oriental premoderna, y que
sirvió como un poderoso vínculo de unificación, fue el uso extensivo del sistema
de escritura chino.
Globalmente, es probable que el uso de símbolos escritos para representar
palabras habladas haya comenzado en Mesopotamia, alrededor de 3400 a.C. La
idea parece haber sido reinventada de manera independiente en Egipto no mucho
tiempo después. (El antiguo Egipto y Mesopotamia, pese a su proximidad,
fueron civilizaciones llamativamente diferentes.) En China, la escritura no
apareció sino hasta mucho tiempo después, cerca de 1200 a.C., alrededor de la
época del sitio de Troya, inmortalizado por Homero. A pesar de la fecha
relativamente tardía, la escritura china parece haber sido un caso más de
invención independiente.
Todos los primeros sistemas de escritura antiguos inventados en el mundo —
cuneiforme mesopotámico, jeroglíficos egipcios, chino y maya— pueden
describirse técnicamente como logográficos en el sentido de que no eran
sistemas principalmente fonéticos sino que representaban, en cambio, el
significado de las palabras tanto como su sonido. Los caracteres chinos
(llamados hanzi en chino, que simplemente significa “caracteres chinos”) pueden
haber comenzado como imágenes simples, muy abstractas, de las cosas que
representaban. No obstante, las limitaciones de un sistema de escritura
pictográfico deben de haber sido patentes desde muy temprano y la aplastante
mayoría de los caracteres chinos muy pronto llegaron a tener dos componentes:
uno que vagamente indicaba la pronunciación y otro que sugería un significado
aproximado, como algo que tiene que ver con una mano, una boca, agua, fuego,
peces, y así sucesivamente.
Los diccionarios de chino actuales más completos cuentan con cerca de 50 000
caracteres diferentes, pero los diccionarios de escritorio normales incluyen sólo
cerca de 7 000. Muchos de los caracteres de incluso estos diccionarios más
pequeños raramente se utilizan, y puede alcanzarse un grado funcional de
alfabetización con el dominio de unos cuantos miles. En 1946, el gobierno de
Japón aprobó una lista oficial de 1 850 caracteres (conocida como la lista Tōyō
Kanji) cuya intención era la de ser suficientes para cualquier uso. No obstante,
comparado con el número mucho más reducido de símbolos utilizados en un
alfabeto, memorizar incluso la lista más corta posible de caracteres chinos
representa una tarea abrumadora. A pesar de la innegable dificultad que supone
aprender el sistema, los usuarios de la escritura china lograron alcanzar un grado
de alfabetización relativamente alto en las épocas tanto premoderna como
moderna y no fue un obstáculo insuperable para producir algunas de las mejores
obras literarias del mundo. Y se puede argumentar que el sistema sí tiene ciertos
puntos fuertes inherentes.
Existe una tendencia natural a asumir que los primeros sistemas de escritura
logográficos, como el chino, el cuneiforme o los jeroglíficos, representan una
primera etapa en algún desarrollo lineal universal hacia la evolución de un
alfabeto. Un problema evidente de este supuesto, no obstante, es que
aparentemente ninguna de estas escrituras logográficas antiguas evolucionó de
manera directa hacia un sistema de escritura puramente fonético. En cambio,
tanto en Asia oriental como en Medio Oriente, el desarrollo de sistemas de
escritura fonéticos parece haber ocurrido sólo cuando otros pueblos tuvieron que
adaptar las escrituras logográficas para escribir alguna lengua diferente de
aquellas para las que se desarrollaron originalmente estos sistemas.¹²
En el caso de la cultura clásica, el alfabeto original fue probablemente inventado
antes de 1500 a.C. en Canaán o Biblos, a lo largo de la costa este del Mar
Mediterráneo, por escribanos que conocían el egipcio (y posiblemente también
el cuneiforme) y que querían idear un sistema que se adecuara más que el
egipcio a su propia lengua. A partir de este alfabeto original de Canaán, se derivó
el mejor conocido alfabeto fenicio (aproximadamente en 1000 a.C.) y, con el
tiempo, también las escrituras griega, romana, árabe e india y la mayoría de las
otras escrituras fonéticas que se utilizan actualmente.¹³ En Asia oriental, los
sistemas fonéticos de escritura se derivaron de manera similar del chino
logográfico, puesto que ambos, japonés y coreano, idearon con el tiempo nuevos
sistemas para escribir sus lenguas radicalmente diferentes.
La mayoría de los antiguos sistemas de escritura logográficos originales del
mundo —cuneiforme, jeroglífico y maya— ha caído en desuso por completo,
junto con sus respectivas lenguas. El árabe, por ejemplo, remplazó desde hace
mucho tiempo la lengua egipcia antigua como idioma oficial de Egipto, a pesar
de que ésta sobreviva vagamente en forma de copto. Sin embargo, la lengua
china no sólo es todavía muy hablada, sino que es de hecho la más comúnmente
hablada en el mundo actual. Ha habido, por lo tanto, poca necesidad de que los
chinos abandonen su propio sistema original de escritura, que se adapta tan bien
a su idioma.
En China, durante los siglos previos a la primera unificación imperial de 221
a.C., surgieron formas regionales un tanto distintas de los caracteres escritos,
pero la unificación imperial estandarizó a partir de entonces el sistema escrito; y
el sistema de exámenes de la administración pública, que se convertiría en la
institución definitoria de la China imperial tardía, uniría y estabilizaría en buena
medida el plan educativo, por lo menos dentro de la élite. La palabra escrita, en
caracteres chinos, llegó a adquirir un inmenso prestigio.
A principios del siglo XX, conforme la posición de China como potencia
regional preeminente se veía palpablemente desafiada por el moderno Occidente
industrializado, China se hundió en un periodo de profunda crisis cultural y en
ocasiones parecieron irresistibles varios modelos occidentales. Muchos
partidarios de la modernización, incluso el líder comunista Mao Tsetung,
llegaron a veces a la conclusión de que alfabetizar la escritura china debía ser
una parte inevitable de dicha modernización. Al final, sin embargo, a pesar de
que se aprobó oficialmente un sistema unificado para escribir chino utilizando
nuestro alfabeto romano (llamado pinyin), con fines educativos y otras
aplicaciones limitadas, todo lo que en realidad se consiguió después de la
creación de la República Popular en 1949, en las décadas de 1950 y 1960, fue la
simplificación de más de 2 000 caracteres, esto es, la reducción del número total
de trazos necesarios para escribirlos. Por ejemplo, Hanyu (el “idioma chino”) se
simplificó de a .
En retrospectiva, incluso la así llamada simplificación puede no haber
contribuido a que el sistema fuera más sencillo porque generó la necesidad de
que las personas muy bien educadas aprendieran las formas antiguas (que aún
son utilizadas por muchos chinos en el extranjero y también en Taiwán, Hong
Kong y que, por supuesto, se encuentran en los libros antiguos) y las nuevas, y
porque una reducción en el número de trazos se ha vuelto un poco irrelevante en
la época actual en que existen procesadores de palabras generados por
computadora. Sea como sea, el sistema de escritura logográfico aún sobrevive en
la China del siglo XXI y parece estar, en todo caso, mucho menos amenazado
ahora de lo que lo estaba hace medio siglo.
En vista de lo completamente diferentes que son del chino las otras lenguas de
Asia oriental, lo más notable no es que en algún momento se separaran del
sistema de escritura chino, sino lo mucho que tenazmente se aferraron a él. Un
investigador moderno incluso dice en broma, por ejemplo, que “aunque nadie lo
hubiera pensado, habría sido mucho más fácil escribir en inglés, que es
estructuralmente similar al chino, con caracteres chinos, que adaptar este sistema
al japonés”.¹⁴
Los japoneses antiguos se enfrentaron con tres opciones básicas al adaptar el
sistema de escritura chino para escribir japonés: 1) podían tomar un carácter
chino exclusivamente por su significado, sin importar la pronunciación china, y
utilizarlo para una palabra que ya existiera y fuera aproximadamente equivalente
en la lengua hablada japonesa, o 2) podían tomar prestados tanto el significado
como la pronunciación china del carácter chino, para de esa manera importar por
completo un préstamo léxico chino a la lengua japonesa. En cualquiera de los
dos casos, además, no se solucionaba el problema de cómo representar las
distinciones gramaticales japonesas que simplemente no existen en chino. 3)
Una tercera opción era tomar prestado el carácter chino exclusivamente por su
pronunciación, sin tomar en cuenta su significado, y utilizar dicho carácter para
después “deletrear” laboriosamente el sonido de las palabras nativas japonesas.
Por último, por supuesto, los japoneses también podrían aprender a leer y
escribir directamente en la lengua extranjera china. En la práctica, desde el
momento en que la escritura empezó a aparecer en Japón, alrededor del siglo V,
los japoneses hicieron todo lo anterior.
Muchos de los textos más antiguos de Japón están escritos en chino, pero ya en
el año 712, la historia más antigua que se conserva de Japón, el Kojiki (Registro
de hechos antiguos), se compuso en japonés utilizando caracteres chinos. Los
primeros intentos para transcribir el japonés de esta manera, no obstante,
resultaron en lecturas extremadamente difíciles. Una consecuencia duradera de
estos distintos intentos de utilizar los caracteres chinos en Japón es que casi
todos los caracteres que actualmente se utilizan en japonés tienen por lo menos
dos pronunciaciones por completo diferentes: una refleja la aproximación del
sonido chino prestado y otra representa cierto equivalente (pero en su origen sin
relación alguna) con la palabra japonesa nativa. Por ejemplo, el carácter chino
dao , que significa “camino” (como en el daoísmo) o “senda”, en japonés
puede pronunciarse en estilo (aproximado) chino, como dō (como en el arte
marcial judo, , “el camino de la suavidad”) o tō (como en la religión
japonesa Shintō, , “el camino de los espíritus”), o en el estilo nativo japonés,
como michi, , una palabra común para “senda”.
Con el paso del tiempo, en un proceso que se completó alrededor de los siglos
IX o X, se unificaron, redujeron en número y simplificaron los caracteres chinos
utilizados para deletrear fonéticamente el japonés. El carácter , por ejemplo,
cuya pronunciación en japonés es similar a la i, se simplificó a ; el carácter ,
que se pronuncia ku, se convirtió en , y el carácter , que se pronuncia na, se
transformó en . El resultado final fue la creación de dos grupos separados de
más o menos 51 símbolos cada uno: el angular y “masculino” katakana y el
curvo y “femenino” hiragana (llamados kana en conjunto). Estos símbolos kana
podían entonces usarse para escribir fluidamente los sonidos de todas las sílabas
de la lengua japonesa. Aunque estos kana se derivaron de los caracteres chinos,
se les despojó de todo significado y, además, ya no se parecían tanto a los
caracteres chinos originales. Ahora era posible escribir el japonés mediante una
escritura fonética nativa japonesa.
Los autores japoneses pronto se dieron a la tarea de utilizar estos kana y
produjeron algunas de las más sobresalientes obras maestras literarias del mundo
antiguo. Quizá el más famoso sea El cuento de Genji (Genji monogatari), escrito
al principio del siglo XI, por la dama noble Murasaki Shikibu (978-1016). A
menudo, El cuento de Genji se considera como la primera gran novela u obra
extensa de ficción en prosa. Narra los encuentros amorosos de un príncipe
imaginario, el príncipe Genji, en la corte japonesa imperial, y a lo largo de toda
la obra se encuentra el sentimiento característico japonés de la época: mono-noaware, la “tristeza de las cosas”, una conciencia, de inspiración budista, acerca
de la mutabilidad y transitoriedad de toda la existencia. De hecho, la palabra
aware, “tristeza”, aparece no menos de 1 018 veces en este libro.¹⁵
Pese a haber contribuido a hacer posible la creación de muchas obras antiguas de
notable genio y atractivo universal, como El cuento de Genji, en esa época con
frecuencia se aludía, condescendientemente, a la escritura fonética japonesa
hiragana como “mano de mujer”. En la práctica, se transgredía a menudo la
supuesta distinción de género entre los masculinos caracteres chinos y el
femenino hiragana: los hombres escribían fonéticamente en kana, y un buen
número de notables damas japonesas sabían leer y escribir en chino. Pero la
escritura china, e incluso la propia lengua china, fueron por mucho tiempo el
vehículo más prestigioso para escribir seriamente en Japón. Un distinguido
aristócrata del siglo XII, Fujiwara Michinori (1106-1159), por ejemplo, no
incluyó ni un solo texto escrito en japonés en su biblioteca. La primacía
intelectual de la escritura china en Japón no sería fatalmente cuestionada sino
hasta tiempos modernos. Incluso el último catálogo compilado para la biblioteca
shogún, en 1864-1866, contenía 65% de material chino o de estilo chino.
Cuando Japón entró en guerra con China en 1894 —una guerra que en principio
demostraría el éxito de Japón para transformarse en una potencia moderna, de
estilo occidental, tanto como el correspondiente fracaso de China para lograr lo
mismo—, la mayor parte de la poesía bélica japonesa ¡todavía se escribía en
lengua china clásica! El movimiento hacia la escritura de una “lengua nacional”
(kokugo) japonesa, unificada y vernácula, empezó en realidad sólo hasta esa
fecha sorprendentemente tardía.¹
En la actualidad, por supuesto, la lengua japonesa se escribe universalmente en
todos los rincones de las islas de Japón. No obstante, los caracteres chinos
todavía se utilizan para algunas palabras comunes básicas y raíces de palabras,
con el hiragana añadido para cuestiones gramaticales y ciertas palabras básicas
comunes. El katakana, por otra parte, se reserva casi exclusivamente para
préstamos léxicos occidentales, de los que ahora existe un gran número. Un
estudio realizado en la década de 1970 estimaba que los préstamos occidentales,
especialmente del inglés, conformaban casi 10% del vocabulario diario japonés.
En el proceso de absorción a esa lengua, sin embargo, estas palabras del inglés
se modificaron para ser más fácilmente reconocibles. Dentro de los préstamos
más comunes están, por ejemplo, biiru (cerveza, del inglés beer), terebi
(televisión), nyūsu (noticias, del inglés news), karā (color) y supōtsu (deportes,
del inglés sports).¹⁷
A diferencia de Japón, Corea está geográficamente más cerca de China y la
influencia china tendió a ser proporcionalmente mayor en la época premoderna.
No obstante, quizá en época tan temprana como el siglo V, los coreanos ya
habían empezado a experimentar con la adaptación de los caracteres chinos para
poder escribir la lengua nativa coreana, en parte fonéticamente, en la forma
conocida como Idu. Pese a este modesto descubrimiento, sólo cerca de 50
poemas escritos en coreano vernáculo se conservan actualmente del periodo
entero antes del siglo XV, contra los miles de documentos coreanos escritos en
chino.¹⁸ Incluso el orgullosamente nacionalista sacerdote-historiador coreano
Iryǒn (1206-1289) compiló, en 1281, la mayor parte de su invaluable historia
antigua de Corea, el Samguk yusa (Historia de los Tres Reinos) en lengua china,
aunque sí incluyó algunos poemas en lengua nativa.
Se da el crédito al gran rey coreano Sejong de haber introducido, en 1446, un
nuevo alfabeto coreano de 28 letras, conocido como han’gǔl. En contraste con
los kana japoneses, que representan los sonidos de sílabas completas, el han’gǔl
coreano es un alfabeto en toda regla y representa las más pequeñas unidades de
sonido posibles. El han’gǔl puede usarse con mucha efectividad para escribir
fácilmente cualquier cosa en coreano, sin hacer referencia a los caracteres
chinos. Después de su origen, comenzó a producirse de manera creciente mucha
literatura en coreano, pero incluso entonces los miembros de la élite coreana
educada todavía tendían a considerar que la escritura china era más prestigiosa, y
fue sólo en el siglo XX que el uso de los caracteres chinos se abandonó en su
mayoría en Corea. Desde entonces, en suma, el rechazo a los caracteres chinos
ha sido mucho más terminante en Corea que en Japón.
En toda Asia oriental, por lo tanto, el sistema de escritura chino, y en menor
grado la propia lengua escrita china clásica, siguió siendo muy utilizado hasta
épocas modernas. Lo impresionantemente duradero de esta escritura china
logográfica, en apariencia difícil, debe mucho, por supuesto, a su prestigio
cultural y al gran peso de la tradición. Que el sistema de escritura china no
tuviera rivales serios hasta el siglo XIX fue ciertamente otro factor. Sin embargo,
también se puede argumentar que el sistema sí tiene ciertos puntos fuertes
inherentes. Aunque sin duda un alfabeto es más fácil de aprender y es más
flexible en tanto que puede utilizarse para muchos idiomas, un alfabeto sólo
reproduce por escrito de manera fonética la babel de aquellas distintas lenguas
habladas: la cacofonía del sonido. Los caracteres chinos, en contraste, aunque
son difíciles de aprender, y están lejos de proveer algún medio mágico
ideográfico universal para comunicar ideas sin la necesidad de atravesar antes
por la lengua, una vez aprendido, sí tiende siempre a significar aproximadamente
la misma cosa en todos los idiomas o dialectos y a lo largo del tiempo.
Esta universalidad no debería exagerarse: por ejemplo, el carácter shu , que en
chino clásico significó “escribir” o “algo escrito”, en chino moderno ha llegado a
significar específicamente “libro”, mientras que en Japón usualmente se utiliza
para el verbo (pronunciado kaku) “escribir”. Con la simplificación de la escritura
a finales del siglo XX en la República Popular de China, pero no en Taiwán u
otras partes del mundo chino, incluso no todos los hablantes del chino mandarín
usan ya la misma escritura. A pesar de estas advertencias, no obstante, el uso de
la escritura china puede hacer que la comunicación por escrito sea más sencilla
entre dialectos, idiomas, y siglos en el tiempo. Para cualquiera que haya
aprendido este sistema, además, puede convertirse en una cuestión de belleza y
poder.
Puesto que se pueden acuñar nuevas palabras con bastante libertad y facilidad
mediante la combinación de caracteres existentes, los caracteres chinos —lejos
de permanecer con un vocabulario de la Edad de Bronce— son en realidad
bastante flexibles para adaptar nuevas ideas. Computadora, por ejemplo, es
“electricidad + cerebro” (diannao, ), democracia es “pueblo + jefe” (minzhu,
) y bolsa de valores es “prueba + certificado + encuentro + intercambio +
lugar” (zhengquan jiaoyisuo, ). Otro concepto europeo moderno (o por lo
menos decimonónico) sin mucho precedente en Asia oriental tradicional, el
comunismo, es interpretado como “colectivo + producción + ismo” (gongchanzhuyi,
, con “-ismo”, por su parte, como “jefe + significado”).
Aunque la imprenta se inventó en Asia oriental, la escritura china, con su
enorme número de caracteres diferentes, nunca fue muy adecuada para la
imprenta de tipos móviles, y una máquina de escribir conveniente para el chino
era efectivamente imposible. No obstante, en la era posterior a las máquinas de
escribir, la era digital de las computadoras, la escritura china tiene ahora
considerablemente menos desventajas. En efecto, se ha predicho que el chino
podría en algún momento superar al inglés y convertirse en el idioma más usado
en computadora y, según algunos cálculos, ya hay en China más gente en línea
que en cualquier otro país del mundo.
Pese a las fortalezas de este sistema, en el siglo XXI, bajo el impacto de las
influencias occidentales modernas, los caracteres chinos se han abandonado en
su mayoría en Corea, mientras que en Japón han sido tan pulidos que parecen
formar parte de la cultura tradicional japonesa. Incluso en China, a principios del
siglo XX, se implantaron reformas que incluían el abandono de la lengua escrita
clásica en favor de una vernácula moderna, y la simplificación de la escritura de
la República Popular. Sin embargo, todavía más de un tercio de los vocablos de
ambas lenguas modernas, japonesa y coreana, derivan del chino, así que el
fantasma de esta lengua escrita premoderna, compartida en algún momento, aún
flota sobre Asia oriental.¹
Esto debería ser menos sorprendente (y menos ofensivo para las sensibilidades
nacionalistas) si recordamos el gran número de palabras del español moderno
que se derivan en última instancia del griego o del latín. El prestigio del que
disfrutó el latín en Europa occidental es una comparación aproximada al chino
clásico en Asia oriental. En una época tan tardía como el año 1500, más o menos
tres cuartos de los libros de Europa occidental se publicaban aún en latín.² Así
como la civilización occidental goza de un núcleo común de herencia
grecorromana, de manera similar la civilización de Asia oriental está marcada
por un legado compartido de escritura en chino clásico y la lectura de un grupo
central de libros en común escritos en esa lengua.
LA CHINA DE LA EDAD DE BRONCE
El norte de China, particularmente la región inferior del río Amarillo conocida
como la Planicie Central, fue el hogar de una de las más importantes
civilizaciones primarias del mundo. Este término se refiere al desarrollo indígena
de una civilización bajo muy poca influencia externa. Por el contrario, Corea,
Japón, Europa occidental, los Estados Unidos y la mayoría de las demás
civilizaciones con las que estamos familiarizados son civilizaciones o Estados
secundarios, lo que significa que surgieron cronológicamente más tarde, bajo la
influencia de vecinos o predecesores antiguos.
Puesto que las principales civilizaciones primarias se desarrollaron en entornos
ecológicos significativamente diferentes —los mayas, por ejemplo, rodeados de
los bosques tropicales de América Central; los egipcios en el árido valle del río
Nilo, y los chinos en la templada y lluviosa Planicie Central de China
septentrional—, no resulta muy obvio por qué el área de la Planicie Central
debiera haberse visto favorecida para este avance. Por ejemplo, no hay evidencia
de que en China se haya utilizado irrigación a gran escala en la antigua Edad de
Bronce; así que, en el caso de China, no se sostienen las teorías acerca del auge
de las civilizaciones antiguas causado por la movilización de masas organizadas
que trabajaban para irrigar la tierra. La Planicie Central es, no obstante, un área
grande y relativamente nivelada, adecuada para la agricultura de secano (mijo, y
después trigo, fueron los principales cereales en la Planicie Central; el cultivo de
arroz en humedales, aunque igualmente antiguo, se vio en su mayoría limitado
al, en un principio, semiextranjero sur), y centrada en la ribera de un río
importante. La Planicie Central es también relativamente accesible vía terrestre
desde Eurasia occidental, lo cual puede (o no) haber sido un factor importante.
Al contrario de Mesopotamia, donde se dice que lo que técnicamente se define
como “civilización” nació cerca del año 3500 a.C., y Egipto, que se unificó ca.
3100 a.C., el nacimiento de la civilización de la Edad de Bronce en China
alrededor de 2000 a.C. fue relativamente tardío. Sin embargo, visto desde casi
cualquier otro ángulo, la civilización china era indiscutiblemente antigua.
Como hemos visto, las historias tradicionales chinas comenzaron con una era de
célebres héroes culturales, desde Fuxi, Shennong, el emperador Amarillo y una
serie de Reyes Sabios posteriores, hasta el Gran Yu (que reinó desde 2205 a.C.),
quien, de acuerdo con la historia tradicional, controló una inundación
catastrófica y fundó la primera dinastía, llamada Xia. Xia, entonces, se convirtió
en la primera de las Tres Dinastías: Xia (tradicionalmente fechada entre los años
2205-1766 a.C.), Shang (ca. 1766-1045 a.C.) y Zhou (1045-256 a.C.), que
conforman la época clásica de la Antigüedad china. El problema es que todas las
historias que tratan acerca de estos grandes héroes culturales antiguos se
registraron mucho tiempo después de los sucesos que pretendían describir —y
necesariamente tenía que haber sido así, puesto que la escritura no apareció en
China sino hasta aproximadamente 1200 a.C.—.
Las leyendas sobre la alta Antigüedad fueron muy veneradas por los eruditos
tradicionales chinos y usualmente aceptadas sin discusión, pero la enorme
ruptura que se desencadenó por el fin del Imperio chino en 1912 y la
modernización radical de principios del siglo XX condujeron a que se
demandara una historia más científica, y en la década de 1920 comenzó un
movimiento para “dudar de la Antigüedad”. Todo lo tradicional ahora se miraba
con cierto escepticismo. Ciertamente todas las historias que pretendían lidiar con
los acontecimientos previos a la dinastía Zhou fueron leyendas, en el sentido
literal de la palabra china leyenda, chuanshuo: “dichos transmitidos”. Dichas
leyendas transmitidas oralmente también podían con facilidad ser legendarias en
cuanto mitológicas y posiblemente falsas. En 1899, no obstante, un par de
investigadores chinos advirtió lo que parecía ser escritura china, en particular
arcaica, en viejos caparazones de tortuga y huesos que se comerciaban como
medicina llamados “huesos de dragón”. El origen de estos huesos se rastreó más
adelante hasta las afueras de la ciudad moderna de Ányang, al norte, en la
provincia de Henan. En 1928, arqueólogos con formación científica por fin
comenzaron a excavar el sitio, que resultó ser las ruinas de una antigua ciudad
capital de la dinastía Shang. Los huesos de dragón en realidad eran caparazones
y huesos que utilizaban los soberanos de la dinastía Shang para la adivinación y,
por lo tanto, ahora se conocen en general como huesos oraculares. Las
inscripciones de algunos de estos huesos oraculares son los ejemplos más
antiguos de la lengua china escrita.²¹
El asombroso redescubrimiento de la última capital Shang, junto con las
inscripciones de los huesos oraculares que daban evidencia documental
incuestionable de ello, confirmó espectacularmente gran parte de la época tardía
de la historia tradicional china. En general, la arqueología moderna ha tendido a
apoyar los relatos tradicionales chinos y ahora hay una inclinación mucho menos
escéptica a dudar de la Antigüedad de la que había a principios del siglo XX.
Aun así, las partes más antiguas de la narrativa tradicional deben leerse con
mucha precaución. Están, a lo mucho, sin confirmar, y una buena parte tiene un
sabor claramente mítico. Por ejemplo, la idea de que el emperador Amarillo es
de alguna manera el ancestro de todo el pueblo chino resulta no sólo bastante
dudosa, en un sentido científico, sino también racista.
La moda académica actual es subrayar que la civilización china tuvo múltiples
orígenes, contra el supuesto que se manejaba anteriormente de que tuvo que
haberse expandido desde un solo punto de origen en el norte. Sin lugar a dudas,
hubo un gran número de culturas prehistóricas locales esparcidas a lo largo del
área que llamamos China durante la Edad de Bronce tardía, con una división
particularmente amplia entre el cultivo en humedales, basado en arroz, de la
cuenca meridional del río Yang-tse y la agricultura de secano, basada en mijo, de
la región septentrional del río Amarillo. Todas estas diferentes culturas
contribuyeron al desarrollo de la civilización china. Además, a lo largo de la
historia, cierto grado de diversidad regional se ha mantenido como un elemento
fijo, incluso hasta nuestros días. Sin embargo, parece que los pueblos de la Edad
de Bronce tardía en el sur de China hablaban lenguas que no tenían relación
alguna con el chino, e incluso parece que lo más justo es decir que las culturas
neolíticas de las planicies centrales del norte, algunas de las cuales deben haber
hablado formas antiguas de la lengua china moderna y que basaban su economía
en mijo, sorgo, cerdos, perros y en la producción de gusanos de seda,
probablemente sirvieron de núcleo para lo que con el tiempo sería China.
Sarah Allan sugirió hace poco que la cultura élite que los arqueólogos llaman
“Erlitou” (llamada así por un sitio de tipo arqueológico en la provincia moderna
de Henan) pudo haber establecido por primera vez una de las bases de lo que
sería la civilización china.²² Erlitou es el equivalente arqueológico más cercano a
lo que las fuentes tradicionales llaman la dinastía Xia, y está datado por
radiocarbono aproximadamente entre 2100-1600 a.C. Erlitou es la primera
cultura arqueológicamente identificada que muestra evidencia de la construcción
de palacios reales y la primera en usar bronce para moldear vasijas rituales, que
en apariencia se utilizaban para hacer ofrendas a los espíritus de los antepasados
muertos. Dichas vasijas rituales de bronce después se difundieron a toda la
región de China. Aunque estos bronces se produjeron en enormes cantidades,
siempre estuvieron moldeados en un número relativamente limitado de formas
estándar fijas y temas decorativos comunes, como el abstracto y algo misterioso
diseño Taotie (figura I.1). Sarah Allan compara la propagación de esta cultura
élite, que utilizaba el bronce en rituales, con la dispersión de la cadena de
comida rápida McDonald’s alrededor del mundo actual, que se extiende a todos
lados, desde Chicago hasta El Cairo, Tokio y Beijing, en tanto que no
necesariamente implica una única etnicidad homogénea o un control político
centralizado, sino más bien la aceptación generalizada, por parte de comunidades
locales independientes, de los artefactos de un modelo cultural prestigioso.
Allan afirma que la notablemente diferente colección de bronces antiguos
encontrados en Sanxingdui, situado en Sichuan al suroeste de China, en 1986, es
mucho más impresionante porque es el único grupo de bronces en toda China
que parece emanar de un estilo cultural por completo distinto (e incluso éstos se
han encontrado mezclados con unos más comunes de tipo Erlitou). El
comportamiento ritual asociado con estos bronces Erlitou se volvió con el
tiempo la norma del decoro chino, conocido como li, , término que se ha
traducido de varias formas como “cortesía”, “propiedad”, “ritos” o “ceremonia”,
y que por desgracia carece de un equivalente preciso en español. Por lo menos
hasta los cambios revolucionarios del siglo XX, el li estableció una norma ideal
para el comportamiento cultivado en China, y finalmente a través de toda Asia
oriental, para convertirse en la piedra angular de la coherencia cultural de la
región. Por ejemplo, en 707 d.C., una emperatriz japonesa proclamó que “todos
los caminos del gobierno consideran el li [pronunciado rei en japonés] como lo
más importante”.²³
FIGURA I.1. Una campana de bronce de la dinastía Shang que presenta el
diseño característico Taotie, ca. siglos XII-XI a.C., sur de China. Galería Arthur
M. Sackler, Smithsonian Institution, Washington, D. C. Cortesía de Arthur M.
Sackler, S1987.10.
La dinastía Shang (ca. 1766-1045 a.C.), que representó un desarrollo más
maduro de esta cultura Erlitou, se entiende en general como un ejemplo
temprano de un Estado territorial relativamente extenso, a diferencia del modelo
alternativo de ciudades-Estado pequeñas e independientes, semejantes a las de la
antigua Mesopotamia. El gobernante shang en efecto parece haber sido el único
líder en toda el área de China en esa época que reclamó el título supremo y
soberano de “rey” (wang, ). Aun así, los shang probablemente no pusieron en
práctica un gobierno burocrático centralizado sino que delegaron la autoridad a
los líderes locales en gran medida autónomos, quienes se basaban en una amplia
red de ciudades amuralladas. Estos líderes locales pueden haber estado a menudo
relacionados directa o indirectamente (mediante matrimonio) con el rey shang.
Sarah Allan destaca, por ejemplo, que los nombres de 64 esposas de un rey
shang tardío están registrados en inscripciones de huesos oraculares y que la
mayoría de estos nombres incluye un componente que también es un
toponímico. Ella especula que es probable que éstos indiquen lazos
matrimoniales entre el rey shang y aquellos lugares y sugiere que los shang
pueden haber estado en el centro de una gran red de afiliaciones matrimoniales.
Las familias shang se organizaban por ascendencia patrilineal y antigüedad. Un
grupo que descendía de un ancestro varón común (presuntamente a menudo
legendario), llamado zu, , idealmente vivía en conjunto en una comunidad y
realizaba rituales ancestrales de culto. (Cabe recalcar que, en el siglo XIX,
cuando se acuñó una nueva traducción en caracteres chinos para la palabra
occidental nación, se hizo mediante la combinación del carácter para “el
pueblo”, min, con el mismo carácter antiguo para ese grupo de descendientes,
zu: la nueva composición fue minzu, .) El miembro más viejo de la línea
mayor estaba al frente de todo el grupo. Los hijos casados eran súbditos de la
autoridad de sus padres, y las mujeres se unían a la familia de sus maridos
después del matrimonio.
Pese a esta tendencia masculina patriarcal, parece que las reinas shang ayudaban
con la administración, realizaban rituales ancestrales e incluso movilizaban al
ejército de ser necesario. Existen al menos algunas pruebas que indican que la
posición de las mujeres en China tradicional tendió a decaer con el tiempo, quizá
a causa de la creciente influencia de los ideales morales confucianos, y
posiblemente alcanzó su punto más bajo en los primeros tiempos modernos. Por
ejemplo, el ideal de la viuda casta (quien prefería morir que volver a casarse)
puede no haber sido en especial influyente antes de la dinastía Tang (618-907
d.C.) y puede haber sido enérgicamente promovido sólo durante la última
dinastía imperial, Qing (1644-1912). Vendar los pies de las mujeres parece no
haber comenzado antes de la dinastía Song (960-1279 d.C.).
Fue prerrogativa exclusiva de los reyes shang promover la adivinación con
huesos oraculares, un medio por el cual se podían hacer preguntas a los espíritus.
En este tipo de adivinación se aplicaba calor a la placa del pecho de los
caparazones de tortugas y otros huesos de animales, de manera que se quebraran.
La forma del quiebre se interpretaba como una respuesta de los espíritus. Con el
tiempo, las preguntas, y a veces incluso también las respuestas, llegaron a
escribirse directamente en los huesos; de esa manera se crearon las famosas
inscripciones de los huesos oraculares que son los ejemplos más antiguos de
escritura china.
Este papel del rey como intermediario crucial entre el mundo humano y el
espiritual no fue exclusivo, entre las civilizaciones antiguas, de los chinos shang.
Los reyes mayas se comunicaban con sus antepasados y con espíritus cósmicos
mediante trances a veces inducidos por drogas, mientras que los antiguos
faraones egipcios reclamaban para sí el monopolio real sobre las ofrendas
religiosas.²⁴ La monarquía shang tuvo así una dimensión teocrática en común
con muchas otras sociedades antiguas —y una que la separa también, hasta
cierto grado, de la historia china posterior—.
La civilización de la Edad de Bronce alcanzó su madurez en el norte de China
bajo los shang, pero la dinastía Shang que ha reconstruido la arqueología es en
muchos sentidos extraña y poco familiar para los estándares chinos posteriores.
Por ejemplo, los sacrificios humanos a relativamente gran escala que practicaban
los reyes shang, así como la existencia misma de esas inscripciones en los
huesos oraculares que han confirmado tan notablemente la existencia histórica
de los shang, habían sido olvidadas casi por completo en China hasta que fueron
redescubiertas por arqueólogos del siglo XX. Alrededor de 1045 a.C., además, el
Estado Shang fue contundentemente conquistado por un pueblo extranjero
llamado los zhou. Los zhou fundaron entonces una nueva dinastía, y fue esta
dinastía Zhou la que marcó el comienzo de la gran era formativa de la
civilización china clásica.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Sobre los orígenes de la civilización de la Edad de Bronce en China, véanse
Sarah Allan (ed.), The Formation of Chinese Civilization: An Archaeological
Perspective, Yale University Press, New Haven, 2005; Kwang-chih Chang, The
Archaeology of Ancient China, 4a. ed., Yale University Press, New Haven,
1986, y Kwang-chih Chang, Shang Civilization, Yale University Press, New
Haven, 1980. Bruce G. Trigger proporciona una excelente visión comparativa de
algunas de las civilizaciones antiguas del mundo en Understanding Early
Civilizations: A Comparative Study, Cambridge University Press, Cambridge,
2003.
Sobre las lenguas y los sistemas de escritura de Asia oriental, véanse John
DeFrancis, The Chinese Language: Fact and Fantasy, University of Hawai’i
Press, Honolulu, 1984; William C. Hannas, Asia’s Orthographic Dilemma,
University of Hawai‘i Press, Honolulu, 1997; Bruno Lewin, “Japanese and
Korean: The Problems and History of a Linguistic Comparison”, The Journal of
Japanese Studies, vol. 2, núm. 2, 1976; Roy Andrew Miller, The Japanese
Language, University of Chicago Press, Chicago, 1967, y S. Robert Ramsey,
The Languages of China, Princeton University Press, Princeton, 1987.
II. LA ERA FORMATIVA
LA EDAD DE LOS CLÁSICOS
La China de la dinastía Zhou (1045-256 a.C.)
El pueblo zhou que conquistó a la dinastía Shang alrededor de 1045 a.C. era en
sus orígenes distinto del pueblo shang. La tierra natal de los zhou se extendía
hacia el oeste más allá del centro del territorio shang, y alguna vez fueron
políticamente independientes. Sin embargo, tiempo antes de la conquista, los
líderes zhou se reconocían como vasallos subordinados de los shang, y buena
parte de la alta cultura zhou se derivó de aquéllos, incluyendo la adivinación
mediante huesos oraculares, así como la producción y diseño de vasijas de
bronce (grabadas con una escritura que compartían). El resultado fue una nueva
síntesis o fusión. Después de la conquista de 1045 a.C., la recientemente
establecida dinastía Zhou absorbió a la población shang preexistente e incluso
permitió que la antigua familia real shang conservara su identidad, bajo el
degradado título de duques (de Song) y no como reyes soberanos, para que
continuaran con sus sacrificios ancestrales. Una vez más, esto da muestra de
hasta qué punto la civilización china fue, desde el principio, una mezcla híbrida
que conjugaba múltiples tradiciones culturales locales. Aunque la civilización
china se desarrolló en gran medida de manera autóctona, la tecnología de los
carros tirados por caballos, que pudo haber sido introducida desde Eurasia
occidental en los últimos tiempos de la dinastía Shang, también demuestra hasta
qué punto ésta nunca fue un sistema completamente cerrado y aislado.
Según la leyenda, el primer ancestro del pueblo zhou fue concebido cuando una
mujer llamada Jiangyuan pisó la huella del dios supremo Shangdi (el “Señor de
las alturas”) y de esta manera quedó embarazada. El nombre Jiangyuan significa
literalmente “Progenitora de los jiang”, que es también otro pueblo temprano
diferente, de quienes se ha dicho algunas veces que son los ancestros de los
tibetanos actuales y con quienes al parecer se mezclaron los zhou. El embarazo
milagroso de Jiangyuan dio como resultado el nacimiento de un hijo conocido
como Hou Ji, el “Señor del mijo”.
Sin embargo, al creer que Shangdi no aprobaba su embarazo, Jiangyuan
abandonó a su hijo en el campo, sólo para que fuera salvado por bueyes y ovejas
que se echaron junto a él para mantenerlo caliente. Acto seguido trató de
abandonarlo en un bosque, donde lo rescataron unos leñadores, y entonces lo
abandonó de nuevo, esta vez sobre hielo, donde los pájaros lo cobijaron con sus
alas. Después de su concepción divina y la repetida protección sobrenatural que
recibió durante su niñez, Hou Ji descubrió de adulto técnicas de agricultura que
transmitió a sus descendientes, quienes posteriormente se convertirían en el
pueblo zhou.
La leyenda continúa para relatar que dichos descendientes llevaron una vida
seminómada durante algunos años, e incluso abandonaron del todo la agricultura
por un tiempo, antes de que finalmente se asentaran en la región conocida como
Planicie de Zhou, ubicada a unos 130 kilómetros al oeste de la ciudad moderna
china de Xi’an. De esta planicie es de donde se supone que tomaron su nombre.
La Planicie de Zhou, por su parte, está situada en una cuenca mucho más grande
que se conoce tradicionalmente como la región “Dentro de los Pasos”
(Guanzhong). Se trata de una gran área, razonablemente fértil para la agricultura,
rodeada casi por completo de montañas que conforman una especie de vasta
fortaleza natural, la cual ha servido en repetidas ocasiones a lo largo de la
historia como base para la conquista militar y la unificación de China.
Al parecer, el mismo pueblo prehistórico zhou fue también, desde el principio,
producto de la mezcla cultural y, por supuesto, quedó inmerso en la interacción
entre dos formas de vida: la agricultura y la crianza de ganado seminómada en
los límites noroccidentales del mundo chino de la Edad de Bronce. Es de
suponerse que los zhou surgieron de la unión de varias culturas prehistóricas
locales, bajo la influencia de la cercana civilización shang, como un ejemplo
temprano de la llamada formación de un Estado secundario. Por ejemplo, las
antiguas vasijas rituales de bronce de los zhou fueron copiadas en apariencia de
modelos shang, aunque, con el paso del tiempo, sí se desarrollaron estilos zhou
un tanto únicos. El pueblo zhou también estaba literalmente armado con la
tecnología shang: los carros y los arcos compuestos réflex de los zhou eran
idénticos a las armas shang, a pesar de que se ha especulado que la armadura de
bronce de los primeros pudo haber representado una mejora de la armadura de
piel de los segundos.
No se ha encontrado ningún vestigio arqueológico identificable de los zhou en la
región “Dentro de los Pasos” que date hasta cerca de un siglo antes de que éstos
conquistaran a los shang, lo cual apoya la leyenda de que su migración se dio
desde algún otro lugar. No se sabe dónde se localizaba ese algún otro lugar, pero
pudo haber sido desde un poco más lejos hacia el noreste. A su llegada “Dentro
de los Pasos”, el pueblo zhou pudo haberse mezclado con otras poblaciones ya
existentes en la zona. Después de asentarse “Dentro de los Pasos”, el jefe zhou
fue investido como duque vasallo por el rey shang. Sin embargo, no contentos
con la condición de subordinados, los duques zhou pronto usurparon el título
supremo de soberanía de los shang, ascendiéndose ellos mismos a reyes.
Según la leyenda, el segundo rey zhou fue asesinado por los shang y al tercero lo
mantuvieron preso durante siete años, hasta que fue rescatado. Después de varias
generaciones de repetidas provocaciones como ésas, el cuarto rey zhou,
conocido como rey Wu —designación póstuma que significa el “rey marcial”—
finalmente declaró la guerra a los shang, acusando al último rey shang de una
larga lista de abusos, incluyendo haber fallado en llevar a cabo adecuadamente
las ceremonias de los espíritus de sus propios ancestros. El rey Wu movilizó una
enorme coalición con otros grupos insatisfechos y entre todos derrotaron
definitivamente a los shang en batalla en un lugar llamado Muye (“El Desierto
del Pastor”), al sur de la última capital shang (cerca de la moderna Ányang, en la
provincia de Henan). Al considerar esto como un importante patrimonio
nacional, el gobierno de la actual República Popular de China fundó un proyecto
especial de cronología para determinar las fechas exactas de los acontecimientos
en los albores de la historia de China. Según lo mejor que ha podido
determinarse, la fecha de esta conquista zhou se sitúa ahora en 1045 a.C. Es una
de las fechas más importantes de toda la historia de China.
Después de la gran batalla y de la derrota shang, la continuación de la trama es
que el último rey shang se retiró a la Plataforma del Ciervo y se inmoló. Ocho
días después, el rey Wu de los zhou declaró su victoria al Cielo y anunció su
intención de establecerse en el Reino del Medio. Este término, Reino del Medio
(Zhongguo), como hemos descrito antes, se ha convertido en la actualidad en el
equivalente más cercano del idioma chino a nuestra palabra China. Se considera
que el ejemplo más antiguo que se conoce del uso de este término clave es una
inscripción descubierta en 1963 en una vasija ritual de bronce forjada por los
zhou para conmemorar su victoria sobre los shang.
A pesar de que los zhou y los shang eran pueblos diferentes, ambos fueron, en
cierto sentido, chinos. De manera más precisa, ambos contribuyeron a la
identidad de una China que estaba todavía en proceso de formación. Al parecer,
a lo largo de los ocho siglos de la dinastía Zhou, se unificó un sentido consciente
de identidad como Huaxia (chino), especialmente en comparación con las
culturas seminómadas extranjeras del norte. Sin embargo, muchas de las
personas que vivían en lo que se concibe hoy como China, incluyendo
prácticamente todo el sur, estaban todavía fuera de este mundo Huaxia en
tiempos de los zhou. Al mismo tiempo, hasta hace sorprendentemente poco,
algunos grupos tanto en Corea como en Vietnam también afirmaron ser
descendientes de los mismos legendarios ancestros y ser parte de la misma gran
civilización que estos chinos. Como explica un texto chino del siglo IX: “cuando
Confucio compuso los Anales de primavera y otoño, trató como extranjeros a
varios lores que practicaban rituales extranjeros, y como chinos a aquellos que se
aproximaban a lo chino”.¹ Esta temprana identidad Huaxia china fue claramente
más abierta, inclusiva y definida en términos de civilización (así como los mitos
de la descendencia común). No era exactamente una identidad nacional al estilo
moderno.
El rey Wu de Zhou murió tan sólo dos años después de su victoria sobre los
shang y fue sucedido en el trono por su hijo mayor. Como el nuevo rey era
todavía muy joven, y la dinastía Zhou estaba aún un tanto insegura, el hermano
del difunto rey, quien es conocido como el duque de Zhou, asumió el poder
como regente en representación del nuevo rey niño. Sin embargo, otros
miembros de la familia real desconfiaban de los motivos del duque y pronto se
rebelaron tres de sus propios hermanos. En nuevas campañas militares, el duque
de Zhou reprimió la rebelión y en el proceso mató a uno de sus hermanos
mayores y condujo a otro al exilio.
Según una versión particularmente apreciada que se preserva en el Libro de los
documentos (uno de los cinco clásicos medulares del confucianismo), el Cielo
envió entonces un gran viento que aplastó la cosecha. En busca de una respuesta
ritual a este desastre, el joven rey fue inspirado a abrir una determinada caja
metálica que había sellado el duque de Zhou. En esta caja el rey descubrió el
registro de un ritual más antiguo en el cual el duque de Zhou había ofrecido su
propia vida como plegaria en lugar del enfermo, y aún no muerto entonces, rey
Wu. Este documento no revelado con anterioridad puso al descubierto una
prueba inesperadamente dramática de la sinceridad desinteresada del duque de
Zhou. Después de tener éxito en poner a la dinastía sobre bases más estables, la
continuación de la historia es que el duque de Zhou renunció a su autoridad
como regente. Por lo tanto, al menos según la historia tradicional, el duque de
Zhou había actuado decidida y efectivamente en nombre de la dinastía, sin
intención alguna de obtener beneficio personal.
Tales historias acerca del duque de Zhou se volvieron fundacionales para la
tradición política china. Establecieron el principio confuciano predominante del
gobierno mediante los ritos y también el importante corolario de que, si la
administración de una dinastía no era virtuosa, podía perder su legitimidad y por
lo tanto su derecho constante a gobernar. La figura del duque de Zhou está
íntimamente ligada a la elaboración de un concepto político chino de particular
importancia conocido como el Mandato del Cielo (Tianming). El Cielo era la
deidad suprema de los zhou (desplazando al antiguo Shangdi), y los reyes zhou
afirmaban ser “Hijos del Cielo” (Tianzi), con un “mandato proveniente del
Cielo” para gobernar la Tierra “debajo del Cielo” (Tianxia).
Debe enfatizarse que si alguna vez se tomó literalmente la afirmación de ser
Hijos del Cielo, pronto dejó de serlo. Los monarcas de la China premoderna en
general no fueron retratados en serio como divinos, por mucho que pudiera
rodearles una sombra de autoridad ritual y sacralizada. Mientras algunos
miembros de la familia real zhou podían haber preferido entender el Mandato del
Cielo como un derecho permanentemente hereditario, el duque de Zhou ya le
había dado a esta interpretación un giro mucho más revolucionario: el Mandato
del Cielo era revocable. La supervivencia de la dinastía dependía del constante
buen gobierno. El mismo Cielo ve desde lo alto a toda la gente, en todas partes,
y refuerza los principios universales. Los shang habían disfrutado alguna vez los
Mandatos del Cielo (y antes de los shang, presuntamente también los xia), pero
debido a que los reyes shang se habían vuelto corruptos, el Mandato pasó a los
zhou. Los reyes zhou retendrían el Mandato sólo durante el tiempo que
continuaran mereciéndolo.
Debido a que “el Cielo ve lo que mi gente ve”, según el Libro de los
documentos, el descontento popular mismo puede tomarse como evidencia de la
pérdida del Mandato del Cielo. Para el siglo IV a.C., el gran pensador
confuciano Mencio (Mengzi, ca. 385-ca. 312 a.C.) era tan audaz como para decir
de manera explícita que la deposición de un mal gobernante no era un crimen
sino que estaba tan completamente justificado como el castigo a cualquier ladrón
o asaltante. Por lo tanto, el concepto del Mandato del Cielo legitimó los
repetidos cambios de dinastía a lo largo de la historia moderna de China e
impuso un compromiso ideal estándar de gobierno meritorio a cada una. Al
mismo tiempo, el concepto de un único Hijo del Cielo sustentando el Mandato
del Cielo puede haber apuntalado también la noción de que en un momento dado
sólo podía haber una dinastía legítima “debajo del Cielo” sustentando dicho
mandato.² El concepto de Mandato del Cielo no es del todo intrascendente
incluso en nuestros días: “cambio de mandato” (geming) es la traducción literal
al chino de nuestra moderna palabra occidental revolución, un término que fue
muy invocado en la China del siglo XX.
La dinastía zhou permaneció durante unos ocho siglos, pero, aunque la casa
gobernante zhou puede en efecto haber causado que la anteriormente poco
definida red shang de afiliaciones regionales se transformara en una base un
tanto más sistemática, y las proclamaciones de los zhou para legitimar su
soberanía exclusiva “Debajo del Cielo” pueden haber ayudado a establecer un
ideal duradero de unidad política en China, los zhou probablemente nunca
disfrutaron de una administración centralizada directa sobre un área muy grande.
Especialmente después de que la antigua capital zhou en el occidente fue
saqueada por fuerzas extranjeras en 771 a.C. y la capital trasladada al este de
Luoyang, con lo que se inauguró el así llamado periodo Zhou oriental (770-256
a.C.), el poder real de los reyes zhou estuvo cada vez más ensombrecido por el
surgimiento de Estados territoriales regionales, que con el tiempo, durante el
periodo de los Estados Combatientes (479-221 a.C.), se transformaron en países
completamente independientes (guo) con sus propios reyes soberanos.
MAPA II.1. Los Estados Combatientes, 350 a.C.
Las cien escuelas de pensamiento
La de la dinastía Zhou se considera como la era formativa de la civilización
china. Casi todas las obras clásicas de la literatura china, y las más grandes
escuelas autóctonas de pensamiento, se conformaron durante aquella época. Sin
embargo, esta referencia a las escuelas de pensamiento es un poco engañosa,
debido a que uno de los rasgos más característicos del pensamiento chino ha sido
siempre su abierto eclecticismo, una disposición para tomar prestado e
incorporar cualquier idea que pudiera parecer útil o buena. Pocas personas de la
China premoderna encajaron alguna vez clara y exclusivamente en alguna
escuela particular de pensamiento. Aun así, hay ciertas líneas generales de la
tradición intelectual que pueden distinguirse de manera provechosa, aunque un
tanto artificialmente. Esto incluye sobre todo al confucianismo, el daoísmo
(también escrito taoísmo) y el legalismo. Como un ejemplo del nivel del
pensamiento del periodo Zhou, que de ninguna manera se limitó a esas tres
grandes escuelas, también se puede mencionar la tradición de los especialistas
militares.
Confucianismo
El confucianismo es considerado por lo común como la corriente principal de la
tradición china y del Asia oriental. Sin embargo, sorprendentemente, puede
establecerse como razón plausible que el confucianismo es en realidad “una
invención occidental”.³ De hecho, no hay palabra o concepto chino que
corresponda en forma precisa a nuestra palabra confucianismo. La aproximación
más cercana del idioma chino, Ru (o las “Enseñanzas de los Ru”, Rujiao), se
refiere más específicamente a los especialistas que estudian los clásicos
antiguos. Esos textos clásicos, en particular, fueron fundamentales para la
tradición cultural premoderna china.
Aunque estos clásicos incluyen los que pudieran ser los libros más antiguos de la
tradición literaria china (sin contar las inscripciones un poco más antiguas sobre
huesos oraculares a manera de “libros”), los clásicos no asumieron su forma
final sino hasta relativamente tarde y no alcanzaron una posición canónica digna
de veneración sino hasta finales del siglo II a.C. Existen cinco clásicos
medulares del confucianismo:
1. El Libro de los documentos (también llamado Libro de la Historia, Shujing o
Shangshu ). Es una colección de discursos, declaraciones y otros documentos
atribuidos a grandes figuras de la Antigüedad, desde los legendarios Reyes
Sabios del primer periodo Zhou. Se cree que mucho del material zhou es
genuino, aunque la autenticidad de los textos previos a los zhou es más dudosa.
2. El Libro de las odas (Shijing) , una colección de aproximadamente 300
canciones o poemas del primer periodo Zhou, algunos de los cuales todavía
tienen un considerable valor literario.
3. El Libro de los cambios ( Yijing; algunas veces escrito como I-Ching ). Es un
manual de adivinación, basado en un conjunto de 64 hexagramas
(combinaciones variables de seis líneas continuas o discontinuas), al cual se
accede mediante el lanzamiento de tallos de milenrama.
4. Los Ritos (Li) , que en realidad es el nombre colectivo de tres libros
independientes, que cubren una amplia gama de materias. Al parecer, estos
textos rituales fueron compilados relativamente tarde, pese a que
convencionalmente se atribuye una parte de ellos a la Antigüedad remota.
5. Los Anales de primavera y otoño (Chunqiu) . Es una historia extremadamente
sucinta de Lu, el estado natal de Confucio, que cubre los años 722-481 a.C.
Debido a que por tradición se creía que el propio Confucio había compilado esta
historia, sus entradas fueron escudriñadas con sumo cuidado en busca de juicios
morales presuntamente profundos, transmitidos mediante sutiles distinciones en
la elección del lenguaje.
Esta lista de cinco clásicos medulares se amplió con el paso del tiempo para
incluir un total de 13. Mucha de la importancia ligada a los clásicos se debió a su
presunta antigüedad, como retratos de una época de oro idealizada en el periodo
más antiguo de los zhou y en el aún más antiguo de los Reyes Sabios. Desde la
época en que por primera vez alcanzaron una posición canónica a finales del
siglo II a.C. hasta principios del siglo XX d.C., estos textos permanecieron en el
centro de la educación formal en China (y en gran medida de todo el este de
Asia). A pesar de que el estudio de los clásicos se convertía a menudo en una
memorización tediosamente árida y un comentario textual con todo lujo de
detalles, el propio Confucio había enfatizado personalmente la necesidad tanto
del estudio como del pensamiento crítico. “Aprender sin pensar es inútil; pensar
sin aprender es peligroso”, dijo Confucio.⁴
Los clásicos del confucianismo se difundieron, junto con la alfabetización
misma, tanto en Corea como en Japón, donde adquirieron cada vez más
influencia con el paso del tiempo. En Japón, se dice que el auge del
confucianismo no llegó sino hasta el moderno periodo Tokugawa (1603-1868).
En Corea, el periodo cumbre de la influencia del confucianismo también
coincide con la última dinastía premoderna, la Joseon (o Chosŏn, 1392-1910).
Hasta mediados del siglo XIX, un oficial coreano aún podía informar
orgullosamente a un visitante japonés de que el código ceremonial de Corea
estaba “basado en los precedentes” de los zhou.⁵
En gran medida, Asia oriental puede definirse incluso en términos de este
confucianismo compartido, que también coincide con el uso compartido del
sistema de escritura y del lenguaje clásico chinos. Este lenguaje literario común
facultó a los coreanos y japoneses instruidos premodernos para leer los clásicos
del confucianismo en sus palabras originales y no en traducción. No obstante,
debe enfatizarse que el atractivo del confucianismo en Corea y Japón (así como
en Vietnam) no se debió fundamentalmente a que fuera chino. Aunque el
prestigio de un modelo imperial chino poderoso y en apariencia exitoso
desempeñó indudablemente un papel crítico inicial para estimular la emulación,
muchos coreanos, por ejemplo, al final llegaron a verse a sí mismos incluso
como mejores confucianistas que los chinos. En general, no se considera a los
clásicos como más exclusivamente chinos de lo que se considera el Antiguo
Testamento de la Biblia como exclusivamente judío, o el Corán como
exclusivamente árabe, o las escrituras budistas como exclusivamente indias. En
lugar de eso, el atractivo estaba en la verdad supuestamente universal.
Excepto por los Anales de primavera y otoño, ciertas partes de los textos rituales
y los apéndices, o alas, del Libro de los cambios, estos clásicos del
confucianismo normalmente no se atribuían al propio Confucio. Se creía que la
mayoría eran mucho más antiguos que él, a pesar de que a Confucio se le
reconocía por lo regular cierto papel en la edición o transmisión de cada uno.
Pero si el estudio de los clásicos —la actividad especial de los Ru— era
primordial para la práctica real del confucianismo en el Asia oriental
premoderna, lo que conocemos como confucianismo fue nombrado, no obstante,
en honor al propio Confucio (551-479 a.C.).
“Confucio” es la versión latinizada (es decir, europea) del título chino Kong Fuzi
(o más simplificado, Kongzi), que significa “maestro Kong”. Su nombre real era
Kong Qiu y nació en el estado nororiental de Lu, en lo que ahora es la provincia
de Shandong. En su propio tiempo, Confucio fue un maestro que permaneció un
tanto en la oscuridad. La mayoría de lo que sabemos de manera confiable acerca
tanto del hombre como de sus ideas deriva de una única colección de sus
conversaciones que fue compilada por sus seguidores tiempo después de su
muerte, las cuales se conocen como las Analectas (en chino, Lunyu).
El mensaje principal de Confucio fue el del liderazgo por medio del ejemplo
moral. Creía que cualquier intento de gobernar mediante reglas y castigos sólo
alentaría a la gente a encontrar formas más astutas de evadir la ley, y que, en
cambio, si uno guiaba mediante los rituales adecuados (li) y la fuerza moral (de),
la gente se corregiría espontáneamente. Confucio, por ejemplo, alguna vez
rechazó explícitamente la pena capital diciendo: “Señor, ¿por qué matar para
dirigir su gobierno? […] La virtud de la gente noble es como el viento, mientras
que la virtud de la gente pequeña es como el pasto. Cuando el viento sopla sobre
el pasto, el pasto debe inclinarse”.
La clave para una sociedad buena era que el cultivo individual de principios
morales lo llevara a cabo un caballero (junzi), que pudiera entonces esperar ser
una influencia para la gente cercana y al final incluso trajera la paz en la Tierra.
Como dijo Confucio, el caballero “se cultiva a sí mismo a fin de dar paz a toda la
gente”. Alguna vez, Confucio describió de manera espléndida cómo había
funcionado este proceso de autocultivación e internalización de la virtud en su
propia vida: “A los quince, mi corazón estaba puesto en el aprendizaje; a los
treinta, me había asentado; a los cuarenta, ya no estaba perplejo […] a los
setenta, podía seguir los deseos de mi corazón sin pasarme de la raya”.
Algunas virtudes específicas importantes (entre otras) que se esperaba que un
caballero confuciano cultivara eran la adecuada observancia del ritual (li), el
“humanitarismo” o la “humanidad” (ren) y la piedad filial (xiao). El ritual era un
legado de los albores de la civilización china, cuando se forjaban las vasijas
rituales de bronce para hacer ofrendas a los espíritus. No obstante, para el propio
Confucio, las creencias religiosas subyacentes a este antiguo ritual ya no eran un
punto crucial; el ritual se había transformado meramente en una norma de
comportamiento adecuado y una herramienta para la autodisciplina. “Mediante
el autodominio y el regreso a los rituales uno se vuelve humano”, decía
Confucio.
Entonces, la humanidad era más que nada la capacidad de ser empático con otras
personas. “Por lo que respecta al humanitarismo: si quieres establecerte,
entonces ayuda a otros a establecerse; si quieres desarrollarte, entonces ayuda a
otros a desarrollarse. Al ser capaz de reconocerse uno mismo en los otros, uno se
encamina a ser humano.” O como dijo Confucio más sucintamente: “Lo que no
quieras para ti mismo, no se lo hagas a los demás”.
La piedad filial se refiere a mostrar un adecuado respeto a los progenitores y
ancestros. Es quizá el valor confuciano que más les cuesta entender a los
individualistas occidentales modernos, pero los confucianistas tradicionales
veían la piedad filial como el fundamento absoluto de una sociedad buena.
Como dice en un pasaje de las Analectas: “Entre aquellos que son filiales con
sus padres y fraternales con sus hermanos, son realmente pocos los que tienden a
ofender a sus superiores […] Ser filial y fraternal, ¿no es acaso la raíz del
humanitarismo?” En Japón, en 757 d.C., una emperatriz decretó: “Los antiguos,
al gobernar al pueblo y pacificar el país, tenían que usar el principio de la piedad
filial. Como fuente de toda acción, nada es más prioritario que esto. Debemos
dirigir a cada familia en el Imperio [japonés] a tener y memorizar diligentemente
una copia del Clásico de la piedad filial”.
El Clásico de la piedad filial (Xiaojing) fue una de las últimas adiciones al canon
confuciano. En realidad, es bastante inconcebible que todos los japoneses, o
siquiera muchos, leyeran de verdad este libro en el siglo VIII. Un estimado
plausible del número total de japoneses entregados a la lectura de documentos
escritos en chino en aquella época es de no más de 20 000.⁷ Sin embargo, la
posición confuciana imperial en Japón, y la crucial importancia de la piedad
filial para esa interpretación del confucianismo, todavía es significativa.
La expectativa de jerarquía inherente a este ideal de servir filialmente a los
padres y no ofender a los superiores también subraya una de las contradicciones
clave en el pensamiento confuciano. Por una parte, los confucianistas idealizaron
el recuerdo de un antiguo orden social zhou altamente aristocrático y buscaron
perpetuarlo de manera conservadora. “Yo transmito, no creo” es uno de los
dichos confucianos más famosos. Algunas de las virtudes confucianas más
importantes, como la piedad filial y la lealtad (zhong), sólo pueden expresarse
mediante relaciones jerárquicas. Éste es uno de los lados de la ecuación
confuciana. Sin embargo, el otro lado de la ecuación era una faceta
enfáticamente igualitaria y meritocrática del pensamiento confuciano. Se asumía
que cualquiera era potencialmente capaz de perfeccionarse a sí mismo o a sí
misma mediante el autocultivo y de guiar después al mundo con su ejemplo.
Como dijo Confucio: “Donde hay educación no hay distinción de clases”. China
ya había dejado de tener una aristocracia verdaderamente hereditaria para el
siglo III a.C., y la línea meritocrática del pensamiento confuciano finalmente se
vería plasmada bajo el imperio en el notable sistema chino de exámenes de la
administración pública mediante el que los funcionarios del gobierno eran
seleccionados con base en su desempeño en pruebas escritas evaluadas
anónimamente.
Esta contradicción del confucianismo se resuelve parcialmente si se comprende
que el mérito es necesariamente desigual. Cualquiera es potencialmente capaz de
perfeccionarse a sí mismo o a sí misma (y, con el paso del tiempo, la antigüedad
se acumula equitativamente para cada quien de manera natural), pero no todos se
perfeccionan realmente a sí mismos. Además, puede ser que las inconsistencias
internas y las tendencias variables dentro del confucianismo le hayan conferido
una vitalidad flexible de interpretación y aplicación. Mientras que la China
imperial tardía puede haberse vuelto una sociedad excepcionalmente
meritocrática (para los estándares premodernos), en el temprano Japón moderno,
por ejemplo, los mismos ideales confucianos ayudaron a justificar una jerarquía
social rígidamente hereditaria bajo la consigna de Taigi-meibun, o la obligación
moral de cumplir con el papel adecuado al título que se posee.
Cerca de un siglo después del tiempo de Confucio, apareció un segundo gran
maestro confuciano, conocido como Mencio (ya citado en nuestra discusión
sobre el Mandato del Cielo). Mencio es mejor conocido por insistir en que la
gente era naturalmente buena, como el agua que, aunque puede ser forzada en
cualquier dirección, tiende a fluir hacia abajo. Mencio explicaba con una
maravillosa historia el hecho innegable del mal comportamiento humano que se
da en la práctica:
Los árboles de la montaña de Ox alguna vez fueron hermosos, pero al estar
situados en las afueras de un estado grande, los árboles fueron talados con
hachas […] [Incluso así] lograron echar nuevos capullos y brotes, pero entonces
las vacas y las ovejas llegaron a pastar. Esto explica la apariencia árida de la
montaña. Al ver esta aridez, la gente supone que la montaña nunca estuvo
arbolada.
De manera similar, la bondad innata de las personas también puede ser
“restringida y destruida por lo que uno hace durante el día”, al punto de que
algunos podrían incluso suponer que las personas “nunca tuvieron la capacidad
de ser buenas”. No obstante, al igual que la aridez de la montaña de Ox, éste no
es realmente el estado natural de la humanidad. Aparte del punto retórico que
establece de manera tan persuasiva, esta historia también revela una conciencia
particularmente precoz del proceso de degradación ambiental debido a la
actividad económica del ser humano.
El tercer y último gran pensador confuciano del periodo clásico fue Xun Zi (ca.
310-ca. 219 a.C.). Xun Zi vivió a finales del periodo de los Estados
Combatientes y tuvo una opinión de la naturaleza humana claramente más
sombría que la de Mencio. Xun Zi veía los deseos naturales del ser humano
como impulsos malignos que sólo podían dominarse mediante un entrenamiento
y esfuerzo conscientes. Xun Zi también tuvo una comprensión particularmente
racional y no religiosa del orden regular de la naturaleza: “Los procesos del
Cielo son constantes […] Responde a ellos con orden y obtendrás como
resultado buena fortuna; responde a ellos con caos y obtendrás como resultado
infortunio. Si refuerzas lo básico y frugal de tus gastos, entonces el Cielo no
podrá empobrecerte”.
En otras palabras, el Cielo ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos. A pesar
de que el libro que lleva el nombre de Xun Zi es una magnífica colección de
ensayos preparados con deliberación —en contraste con los fragmentos de
conversaciones recordadas que constituyen tanto las Analectas de Confucio
como la obra de Mencio (el Mengzi)—, a diferencia de los otros dos, el Xun Zi
nunca logró reconocimiento como uno de los 13 clásicos del conjunto canónico
aumentado del confucianismo.
Daoísmo
Después del confucianismo, la siguiente escuela más influyente del pensamiento
clásico chino fue el daoísmo. Comparado con el confucianismo, el daoísmo tuvo
mucha menos influencia en otras partes de Asia oriental fuera de China, aunque
no era desconocido en Corea y en realidad puede decirse que contribuyó a la
ideología fundacional del Imperio japonés —incluso le dio nombre a la religión
aparentemente “nativa” de Japón, Shintō (el “Dao de los Espíritus”)—.⁸ Aun
para los estándares chinos normalmente eclécticos, el daoísmo es en particular
difuso y difícil de determinar. La palabra dao misma significa “ruta” o “senda” y,
en sentido filosófico, vino a significar “El Camino”. A pesar de esto, la palabra
dao se usa de manera extensa en Asia oriental en muchos contextos que no son
particularmente “daoístas”. Algunos ejemplos incluyen el arte marcial japonés
conocido como kendo o el “Camino [dao] de la Espada”, así como el chino
Daoxue, el “Estudio del Camino [dao]”, que en Occidente se conoce
frecuentemente como ¡neoconfucianismo!
Incluso las cosas que se consideran activamente “daoístas” pueden ser
sorprendentemente nebulosas y variadas. La famosa dualidad yin-yang, por
ejemplo, con frecuencia es llamada daoísta e incluso se concibe como parte
fundamental del daoísmo, aunque bien podría ser considerada más
provechosamente sólo como una rama separada e independiente del pensamiento
tradicional chino. A ello se suma que con el tiempo surgió también una religión
daoísta distintiva, que comenzó en el siglo II d.C. y se volvió una tradición
religiosa bastante bien definida y separada, con su propio cuerpo canónico de
escrituras, liturgia, sacerdotes e instituciones. Sin embargo, aun esta religión
daoísta institucionalizada es internamente compleja: el conjunto de escrituras
religiosas daoístas conocido como Daozang [canon daoísta] incluye cerca de 1
000 textos sueltos. No obstante, para el periodo clásico Zhou, el pensamiento
daoísta puede definirse en términos de sólo dos libros relativamente breves y no
abiertamente religiosos: Lao-Tsé (Lao Tzu) y Zhuangzi (Chuang Tzu). Aunque
breves, éstas son dos de las obras más grandes y profundas de la literatura
mundial.
Según cierta tradición, el hombre conocido como Lao-Tsé (de quien tomó el
nombre el libro que lleva el título epónimo) fue un contemporáneo de Confucio
más viejo que él, quien trabajó como archivista en la capital zhou, y quien, según
se dice, enseñó al propio Confucio. Sin embargo, Lao-Tsé significa simplemente
“Viejo Maestro”, y tanto la identidad del autor del libro Lao-Tsé como su fecha
de composición —que puede o no puede haber sido incluso hasta el siglo III a.C.
— son inciertas. El lenguaje del Lao-Tsé es sencillo, poético y en extremo
enigmático.
Por el contrario, se cree que Zhuangzi (maestro Zhuang, cuyo nombre completo
era Zhuang Zhou, ca. 369-ca. 286 a.C.) fue un personaje histórico real. El libro
que lleva su nombre es una colección muy amena, aunque con frecuencia
lingüística y conceptualmente exigente, de parábolas y cuentos. Un buen
ejemplo del estilo de Zhuangzi es su historia sobre el cocinero Ding, quien fue
un maestro carnicero que, al cortar, había aprendido a seguir el patrón natural de
articulaciones, tendones y ligamentos de modo que “¡Plop! El trozo completo se
desprende como un pedazo de tierra que se derrumba”. Después de años de
práctica, ya no veía el cadáver como un todo, sino que manejaba la cuchilla con
su espíritu. “Un buen cocinero cambia su cuchillo una vez al año, porque se
dedica a cortar. Un cocinero mediocre cambia su cuchillo una vez al mes, porque
se dedica a dar machetazos. Yo he tenido este cuchillo durante 19 años y he
cortado miles de vacas con él, y la hoja es todavía tan buena como si acabara de
salir del afilador”. Un cocinero así claramente entendía el Camino.
El Camino, o dao, es evidentemente el concepto fundamental más importante del
daoísmo, pero este dao no puede expresarse en palabras. Como dice la famosa
línea inicial del Lao-Tsé: “Del dao se puede hablar, pero no del dao eterno”. Sin
embargo, el dao es inexorable, permea y da forma a todas las cosas. A diferencia
del dao confuciano, que era específicamente moral y enfocado en el ser humano,
el dao daoísta iba más allá de las insignificantes consideraciones artificiales del
ser humano. El Lao-Tsé decía que “El Cielo y la Tierra son inhumanos, tratan a
todas las cosas como perros de paja” (es decir, como prescindibles objetos
votivos). En la vastedad de la naturaleza, los humanos y sus asuntos son
intrascendentes. Justamente los daoístas estuvieron entre las primeras personas
del mundo en desarrollar una buena apreciación de la belleza natural del
indómito desierto.
No era cuestión nada más de que la moralidad humana fuera artificial: podía ser
incluso contraproducente. Hay competencia precisamente porque la sociedad
honra el valor; hay robo porque se atesoran el oro, el jade y otras raras
mercancías preciosas. “Cuando todos en el mundo conocen la belleza como
belleza, la fealdad aparece. Cuando todos conocen lo bueno como bueno, lo no
bueno llega”, advierte el Lao-Tsé. Por lo tanto, la sabiduría reside en no
perseguir tales “bienes”:
El sabio no acumula,
mientras más utiliza en beneficio de otros,
más tiene para sí mismo.
Y mientras más da a los otros,
más regresa hacia él.
El Camino del Cielo es hacer el bien y no hacer daño.
El Camino del sabio es hacer las cosas sin competir.
Con frecuencia la mejor ruta de acción es la no acción (wuwei). Los daoístas
fueron abogados adelantados de lo que puede describirse como el principio de
laissez-faire. De hecho, se ha sugerido con seriedad que la expresión francesa
laissez-faire pudo haber sido acuñada originalmente en el siglo XVIII por ciertos
economistas franceses pioneros (conocidos como los fisiócratas), que admiraban
lo que concebían como el “mínimo de intervención gubernamental en la
economía china”. A pesar de que en la práctica el gobierno imperial chino era
en realidad bastante inconsistente en este punto, tanto las tradiciones daoístas
como las tradiciones teóricas confucianas tendían a abogar conscientemente por
un ideal acercamiento minimalista hacia el poder. Los confucianos favorecían el
liderazgo mediante el ejemplo moral por encima de las reglas y castigos y con
frecuencia hacían continuos llamados a reducir los impuestos y “dar el resto” al
pueblo. Los daoístas, desde una perspectiva diferente, creían que la intervención
activa sólo empeoraría las cosas. “El dao es eterno: al no hacer nada, nada queda
sin hacerse. Si los lores y los reyes pudieran apegarse a él, todas las cosas se
transformarían por sí mismas”, advertía el Lao-Tsé.
Legalismo
Un contraste notable al ideal de gobierno minimalista por el que abogaban tanto
los confucianos como los daoístas está representado en la tercera gran escuela
del pensamiento clásico chino: el legalismo (Fajia). Como indica su nombre, el
legalismo pone énfasis en las técnicas de gobierno basadas en la ley escrita,
claramente codificada y ejecutada de manera estricta. Fue menos una “escuela”
filosófica académica formal que el confucianismo. A pesar de que hay pocos
textos legalistas importantes, en particular El libro del señor de Shang (Shangjun
shu, atribuido a Shang Yang, quien falleció en 338 a.C.) y, principalmente, el
Han Feizi (“maestro Han Fei”, escrito por un estudiante del confucianista Xun Zi
que llevaba ese nombre y que falleció en 233 a.C.), el legalismo se desarrolló
menos a partir de la enseñanza y la teoría que mediante ciertas tendencias en la
práctica administrativa surgidas a lo largo del periodo de los Estados
Combatientes.
En contra de la moralidad y el idealismo confucianos, algunos consideran que
los legalistas propusieron realismo. A pesar de que mediante el ejemplo virtuoso
de un Rey Sabio se podía incitar o no a que algunas personas se corrigieran a sí
mismas, como esperaban los confucianistas, en la práctica los Reyes Sabios
genuinos escasean. Sin embargo, toda la gente es conducida de manera natural
por la búsqueda de sus propios intereses, y su comportamiento, por lo tanto,
puede modificarse al gusto redactando leyes claras, respaldadas por los
poderosos incentivos de recompensas fijas y castigos. Como explica El libro del
señor de Shang:
La forma de administrar bien un Estado es hacer que las leyes que regulan a los
funcionarios sean claras; no se confía en que los hombres sean inteligentes y
considerados. El gobernante hace a la gente sincera, de modo que no busquen
beneficios egoístas. Así, la fuerza del Estado se consolidará, y un Estado cuya
fuerza se ha consolidado es poderoso; en cambio, un país que gusta de discutir
está desmembrado.
Este compromiso sincero con los objetivos del Estado de construir un “país rico
y un ejército fuerte”, como decía el lema, ayudó a transformar el reino de Qin,
donde el señor de Shang fungía como primer ministro en el siglo IV a.C., en el
más poderoso de los Estados Combatientes, y con el tiempo le permitió unir a
todos los otros reinos en el primer Imperio chino. A propósito, el antiguo lema
legalista chino “país rico, ejército fuerte” fue conscientemente reinvocado en el
Japón moderno para que sirviera como el “fundamento ideológico formal del
desarrollo industrial y tecnológico” a finales del siglo XIX.¹ También en la
China moderna el recuerdo del antiguo legalismo se rehabilitó de alguna manera
en el siglo XX, cuando pasó a verse como un movimiento progresivo que más de
2 000 años antes ya había peleado contra seguir ciegamente las tradiciones
conservadoras y había insistido en cambiar junto con los tiempos. La gente
alguna vez vivió en cuevas, como señalaban los antiguos legalistas, pero sería
tonto seguir viviendo en cuevas sólo porque así era la forma antigua de vivir.
La compilación de códigos legales en China pudo haber comenzado incluso
desde el siglo IX a.C., mientras que el influyente Clásico de la ley (Faijing) se
escribió a finales del siglo V a.C. El legalismo se convirtió en el fundamento
ideológico del primer Imperio chino y, aunque apenas un poco después el
legalismo explícito fue un tanto desacreditado por su presunta severidad y
rigurosidad, el Imperio chino se quedó por largo tiempo hecho a la idea del
gobierno mediante la ley. El mismo caso se dio en la etapa de formación de la
antigua historia de Japón, en el siglo VIII d.C., cuando un nuevo gobierno
imperial japonés se estableció conscientemente sobre lo que se tomaba como el
modelo chino continental, tomando los códigos legales como la esencia de su
propio modelo. En la actualidad, los historiadores japoneses etiquetan
rutinariamente este periodo como la “Era de la Ley Penal y Administrativa”
(ritsuryō jidai). Sin embargo, en Japón los códigos legales de estilo chino
expirarían pronto para ser remplazados por propuestas más propias del lugar.
Aunque nunca se abandonó del todo el gobierno mediante la ley, también en la
China premoderna fue el confucianismo más humanista el que, en cambio, fue
cada vez más en ascenso con el paso de los siglos.
El arte de la guerra
Confucianismo, daoísmo y legalismo fueron las tres principales escuelas de
pensamiento en la China del periodo tardío de la dinastía Zhou, pero también
hubo muchas otras ramas. Uno de los primeros grupos importantes fueron los
seguidores de Mozi (siglo V a.C.), quienes propugnaron el amor universal y
entrenaron a un conjunto de seguidores en técnicas de combate para ayudar a los
pueblos pequeños a protegerse de ataques extranjeros. Por lo menos nueve
capítulos del libro que se titula Mozi tratan temas de defensa militar, incluyendo
la escalera para subir muros, así como técnicas para la guerra de sitio. No es de
sorprender que el tan adecuadamente llamado periodo de los Estados
Combatientes produjera una buena cantidad de especialistas en asuntos militares.
El primer texto militar, que se dice que es el tratado militar más viejo en el
mundo, es el Arte de la guerra de Sun Tzu (Sunzi bingfa). Este libro todavía se
estudia en academias militares de todo el mundo y también ha inspirado a
políticos y gente de negocios de la actualidad. A finales de la época imperial en
China, seis tratados militares de la antigua dinastía Zhou se juntaron con un texto
posterior para formar lo que se conoce como los Siete clásicos militares (Wujing
qi shu).¹¹
Como en el caso de muchos textos chinos antiguos, la fecha y el autor del Sun
Tzu se discuten acaloradamente. Las fechas sugeridas van de finales del siglo VI
a.C. (cuando se supone que vivió el presunto autor, el maestro Sun, o Sun Tzu) a
finales del siglo IV a.C. En general, la fecha de composición de estos textos
antiguos sólo es asunto de interés para académicos especialistas, pero en el caso
del Sun Tzu puede marcar una diferencia considerable por la naturaleza tan
cambiante de la guerra en el periodo Zhou tardío.
En la dinastía Zhou temprana, los ejércitos habían sido típicamente pequeños, las
campañas breves y el combate se concentraba en aristócratas subidos en carros
que seguían rituales ideales de caballería. Si confiamos en las historias antiguas,
pelear con honor se consideraba incluso más importante que ganar. Sin embargo,
mientras China entraba en el periodo de los Estados Combatientes, otros grandes
países se organizaban cada vez más para una guerra total. El derecho a portar
armas, que alguna vez fue un privilegio monopolizado por los aristócratas, ahora
era una obligación masculina universal. La conscripción militar —un ejército
reclutado con base en listas de registro familiar obligatorio— posibilitó la
creación de enormes ejércitos nuevos de soldados de infantería de origen
campesino, calculados en cientos o miles, ahora armados con ballestas y algunas
veces movilizados para guerras bastante prolongadas. Es más, se registraron por
lo menos 590 guerras distintas durante los dos siglos y medio del periodo de los
Estados Combatientes, es decir, un promedio de más de dos guerras por año. La
guerra se había convertido tristemente en algo familiar.
La naturaleza cambiante de la guerra trajo como consecuencia una crueldad
mucho mayor. Ahora ganar lo era todo y no el honor. Sun Tzu, en particular,
declaró la milicia como “un camino (dao) de decepción”, que parecía reflejar
esta nueva crueldad de los Estados Combatientes. La sorpresa es fundamental:
“Ataca donde él no esté preparado. Surge de donde menos te espere. Al mismo
tiempo, enmascara el despliegue de tus propias fuerzas, de modo que, para el
enemigo, parezca que no tienen forma o patrón. Entonces, en el punto del
ataque, ejerce una fuerza incontenible”. El objetivo no es la gloria o las acciones
heroicas; es la victoria.
Es mejor una victoria fácil que una sangrienta, y un triunfo decisivo se consigue
mejor asegurando las condiciones previas antes de siquiera lanzar el primer
golpe. “Por lo tanto, un ejército triunfante primero es victorioso y después va a la
batalla.” La inteligencia es crucial. Para el Sun Tzu, una palabra clave era shi .
A pesar de que la definición estándar del diccionario para shi es simplemente
“poder” o “fuerza”, para el Sun Tzu era, de manera más precisa, la disposición
latente o la fuerza potencial, como una avalancha preparada para caer o una
ballesta cargada y lista para dispararse con un ligero jalón del gatillo. “Así, el shi
de un pueblo adiestrado y listo para la batalla es como rodar piedras desde una
montaña”, explicaba el Sun Tzu.
La idea es ganar con la menor cantidad de enfrentamiento y destrucción posible,
basándose más en la inteligencia que en la fuerza bruta. Si te conoces a ti mismo
y conoces a tu enemigo, advierte el Sun Tzu, no habrá ningún daño “en cien
batallas”. Tal énfasis en la inteligencia (aunque no siempre en evitar el
derramamiento de sangre) guardaba también concordancia con el enfoque de los
nuevos Estados Combatientes. Las nuevas fuerzas armadas de leva campesina
necesitaban en forma masiva un sofisticado apoyo logístico, incluyendo la
manufactura a gran escala de armas y armaduras, y suministros de ropa y
comida. El entrenamiento y la organización se volvieron cruciales, por lo cual
los tratados militares de la época normalmente enfatizaban la importancia de la
disciplina y la planeación. El comandante no era ya un aristócrata subido en un
carro ni un guerrero que heroicamente y en persona guiaba el ataque en la
batalla, sino más bien se trataba de grandes estrategas dirigiendo detrás de las
líneas. Es bien sabido que el Sun Tzu puso el ataque a las estrategias del
enemigo por encima del ataque a sus ciudades. La guerra cerebral se volvió más
importante que el combate físico.
El Sun Tzu sugería la intrigante posibilidad ideal de ganar la guerra incluso sin
la necesidad de una batalla real. Suele decirse que esto representa un enfoque
exclusivamente chino de la guerra, al tiempo que la civilización china se
describe con frecuencia como particularmente no militarista. De hecho es cierto
que en la etapa más tardía del Imperio chino una carrera militar no era tan
respetada como una literaria y que, incluso en asuntos militares, el cerebro era
normalmente más valorado que los músculos. Uno de los contrastes más
notables que pueden establecerse entre el ethos confuciano chino y las
tradiciones familiares occidentales (así como las japonesas) puede ser
ciertamente la tendencia consistente a preferir lo civil y lo literario (wen) frente a
lo marcial (wu). Según las Analectas, cuando le preguntaron sobre la táctica
“Confucio contestó: ‘He oído de vasijas votivas pero no he aprendido nada sobre
el despliegue de tropas’. Al día siguiente emprendió su partida”. Pero el
confucianismo no fue nunca la única rama del pensamiento en China. Un
estudioso moderno que ha estudiado a fondo los Siete clásicos militares y su
aplicación a finales de la guerra imperial concluye que el paradigma primordial
de la cultura estratégica china no era en realidad tan diferente del epigrama de
los realistas occidentales: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.¹² Así, es
innegable que ha habido muchas guerras a lo largo de la larga historia de China.
En particular, la primera unificación imperial de China fue forjada con guerras
sangrientas.
EL PRIMER IMPERIO
“Los errores de Qin” (221-207 a.C.)
El mundo de la Grecia antigua, de múltiples y pequeñas ciudades-Estado, se
transformó, mediante las conquistas de Alejandro Magno (356-323 a.C.), en el
periodo helenístico de grandes imperios autócratas. Aproximadamente un siglo
más tarde, en la Eurasia oriental, China pasó por un proceso similar. En este
caso, los muchos y pequeños dominios semiindependientes que conformaban el
territorio zhou temprano se habían consolidado desde hacía mucho en un puñado
de reinos territoriales relativamente grandes. Estos reinos fueron unificados por
primera vez en un solo imperio en 221 a.C.
Según una estimación china, el hombre que se convertiría en el primer
emperador de China, Ying Zheng (260-210 a.C.), tenía 39 años cuando unificó lo
que parecía ser el mundo civilizado entero, un triunfo tan completo que éste
llegó a jactarse así: “Dondequiera que haya rastros de gente, no hay nadie que no
sea mi súbdito”.¹³ Fuera de la exageración evidente y el continuo uso de la
expresión antigua “[todo] debajo del Cielo” (Tianxia) como designación para el
territorio, se trataba aproximadamente de lo que en la actualidad concebimos
como China, que entonces, por primera vez, estaba en verdad unificada como un
solo país. Aunque ahora pueda parecernos lógica esta unificación, es probable
que no fuera del todo inevitable. La dinastía Zhou temprana había establecido un
ideal de lo que era un Hijo del Cielo universal, bajo el orden moral universal del
Cielo, pero no había buscado un gobierno central único. Aquel mundo clásico de
los antiguos filósofos chinos fue de múltiples regiones independientes y tuvo una
diversidad local considerable. Incluso un siglo después de la primera unificación
en 221 a.C., se hablaban todavía varias lenguas diferentes dentro del imperio,
descendientes de las lenguas de los antiguos Estados Combatientes.
Irónicamente, el reino que conquistó a todos los otros y fundó la primera versión
del Imperio chino, Qin, había comenzado simplemente como un Estado
periférico semichino de la frontera, en las orillas del mundo chino. El Estado Qin
se fundó oficialmente (después de haber sido durante un tiempo un vasallo
menor zhou) en el año 770 a.C. en esa misma región “Dentro de los Pasos” que
había sido el corazón de la región zhou original. Entre los más antiguos
artefactos arqueológicos de estilo distintivamente Qin, que al principio fueron
confinados a un área oriental de la región “Dentro de los Pasos”, existe evidencia
clara de una mezcla de influencias entre las chinas de estilo zhou y las no chinas
de los estilos rong y qiang.
Hasta el periodo de los Estados Combatientes, Qin permaneció menos
desarrollado que los otros Estados al este de la Planicie Central. Sin embargo, la
ubicación de Qin en la frontera noroccidental del mundo zhou puede haber
alentado propósitos bélicos, y su compromiso relativamente débil con los valores
confucianos tradicionales también puede haberlo hecho más abierto a la
experimentación con las nuevas ideas radicales del legalismo. Qin puede
representar, por lo tanto, un ejemplo temprano de lo que actualmente se conoce
como “ventajas del rezago”, pues estaba en posición de tomar prestado un
selecto conjunto de ideas provechosas de los reinos más avanzados en el este sin
cargar con el peso de todas sus tradiciones.
La llegada a Qin, desde el este, del señor de Shang en 361 a.C. marca un punto
de quiebre en la historia tanto de Qin como de China. Uno de los aspectos más
destacados del Estado Qin fue su extraordinario grado de apertura al talento
inmigrante. Un agraviante (y probablemente falso) rumor afirmaba incluso, un
siglo más tarde, que el Primer Emperador era el hijo ilegítimo de un mercader
inmigrante que se había vuelto canciller. Después de su llegada a Qin, el señor
de Shang tuvo la oportunidad de experimentar con reformas legalistas en dicho
gobierno. A lo largo de la década siguiente, el señor de Shang promulgó nuevos
códigos legales, unificó los sistemas de pesos y medidas, estableció un sistema
de administración burocrática centralizado y creó nuevos títulos no hereditarios.
A pesar de que el propio señor de Shang fue ejecutado en 338 a.C. debido a un
conflicto con la familia real, fue él quien puso en acción la maquinaria de guerra
de Qin.
MAPA II.2. El Imperio Qin, ca. 210 a.C.
Un siglo después, en 247 a.C., el hombre que se convertiría en el primer
emperador de China asumió el trono como el último rey de Qin. Después de
sobrevivir a varios intentos de asesinato, este rey se volvió cada vez más
temeroso de aparecer en público o incluso de revelar su ubicación. En 221 a.C.,
sus fuerzas armadas conquistaron el último de los Estados Combatientes (Qi), y
su primer acto registrado después de este logro sin precedentes fue consultar con
sus funcionarios para concebir un título más majestuoso para sí mismo que el de
simple “rey”. El resultado de sus deliberaciones fue el nuevo título de huangdi, o
“emperador”. Para la historia, este hombre es comúnmente conocido como Qin
Shi Huangdi, que significa literalmente “Primer Emperador de Qin” (después de
ascender al trono, se supone que los súbditos de los emperadores de Asia oriental
no se dirijan a ellos por sus nombres personales; mientras viven se utiliza una
gran variedad de eufemismos, y después de su muerte se alude a ellos con varios
títulos póstumos). El título huangdi se siguió usando en China hasta 1912 e
inspiró la terminología relacionada con el ámbito imperial tanto en Japón como
en Vietnam (mientras que en la Corea premoderna siguió en uso el título más
humilde y antiguo de “rey”).
Es bien sabido que el primer emperador de Qin unificó los sistemas de escritura,
los códigos legales, las monedas y los pesos y las medidas de todos los reinos
conquistados, en un esfuerzo por promover una única cultura imperial unificada.
Erigió fortificaciones a lo largo de la frontera norte, lo que se concibe
popularmente como la primera versión de la Gran Muralla china; estableció 44
nuevas unidades administrativas al norte del desierto de Ordos y reubicó a
cientos de miles de personas del interior para poblar la frontera norte. Las
conquistas del sur del primer emperador, que se extendían hasta lo que ahora es
el norte de Vietnam, también incorporaron por primera vez al mundo chino gran
parte de lo que ahora conforma el sudeste de China. En total, según un estimado,
por lo menos 3.17 millones de personas fueron reubicadas por el primer
emperador en las fronteras norte y sur, en el proceso de ayudar a disolver las
viejas identidades locales y establecer nuevas alianzas a lo largo del imperio.¹⁴
Las historias tradicionales chinas retratan el régimen de Qin como
increíblemente sistemático e intrusivo, mientras que los académicos modernos
más escépticos se han inclinado a dudar que cualquier gobierno premoderno
pudiera haber ejercido alguna vez realmente ese grado de control efectivo sobre
un área tan grande. Sin embargo, en 1975, los arqueólogos descubrieron cerca de
1 000 tiras de madera —el material principal de escritura en China antes de la
invención del papel— que contenían documentos del periodo Qin, en un lugar
llamado Yunmeng, en la parte central de China. Este y otros descubrimientos se
han ocupado de confirmar la imagen tradicional de la relativamente eficiente
maquinaria burocrática legalista. Al mismo tiempo, si la “reputación que tenía
[Qin] de aplicar castigos draconianos no ha sido precisamente rebatida” por
estos nuevos descubrimientos, “tampoco ha sido confirmada de manera
impresionante”.¹⁵ Los revisionistas sostienen ahora que el gobierno Qin pudo no
haber sido tan tiránico como lo recordaban tradicionalmente los confucionistas
chinos posteriores. Estos textos de Qin redescubiertos por la arqueología revelan
también una mayor diversidad de pensamiento, así como cierta evidencia de una
población de súbditos menos dóciles de lo que se pudiera haber imaginado
previamente.
Después de un largo periodo de guerra incesante, el primer emperador justificó
sus conquistas en nombre de proveer la paz y uniformar la justicia para el
pueblo. Dos mil años antes de que naciera Thomas Hobbes, un libro compilado
en la corte de Qin cerca de 239 a.C. ya prefiguraba la famosa idea de Hobbes de
que, ante el interés compartido de la autopreservación, puede ser necesario que
la gente se someta a la autoridad de un Estado poderoso: “No hay desorden más
grande que la ausencia de un Hijo del Cielo. Sin él, el fuerte subyuga al débil, la
mayoría abusa de la minoría, y la mutua destrucción mediante el despliegue de
tropas no puede cesar”. Como dijo el propio primer emperador: “Que el mundo
entero esté atormentado por la guerra que no cesa es debido a que hay lores y
príncipes”.¹
Inicialmente, el primer emperador hizo ostentación de promover los valores
tradicionales al nombrar a 70 estudiosos como consejeros del trono. Sin
embargo, el continuo desacuerdo, en particular la crítica del nuevo régimen de
Qin comparado desfavorablemente con el recuerdo idealizado de la Antigüedad,
resultó intolerable. En 213 a.C., el primer emperador tristemente ordenó la
quema de todos los libros, excepto por las historias del Estado de Qin y unos
pocos tratados técnicos provechosos. En 212 a.C., según se informa, fue más
lejos y ordenó que se ejecutara, por subversión, a 460 estudiosos. Para la
memoria de los confucianistas, estos dos actos terroríficos se volvieron
emblemas indelebles de la tiranía de Qin.
El primer emperador también estaba muy interesado en las técnicas secretas para
prolongar la vida y puede que incluso se haya visualizado como una figura
divina (di), que ejerce el poder cósmico para alinear el universo.¹⁷ Quizá el
máximo ejemplo de su autoengrandecimiento sea la enorme tumba que se hizo
construir. La tumba, que tiene 32 kilómetros de circunferencia, contiene, tan sólo
como una pequeña parte, un ejército de terracota entero con 1 000 soldados de
arcilla de tamaño natural, que fueron enterrados y redescubiertos apenas
recientemente de manera accidental. Por lo tanto, aunque la reputación del
primer emperador puede haberse ensombrecido por prejuicios confucianos en las
siguientes dinastías, la asombrosa magnitud de su ambición fue suficientemente
real.
Según algunas historias tradicionales, la crueldad e inflexibilidad de la
regulación legalista de Qin pronto provocó revueltas. A un año de la muerte del
primer emperador en 210 a.C., el país estaba ansioso de una rebelión. Al mismo
tiempo, una lucha por el poder en la corte también lo despedazaba desde adentro.
Se dice que, cuando murió Qin Shi Huangdi, cierto eunuco (los eunucos eran los
sirvientes castrados de la familia imperial) conspiró para mantener brevemente
en secreto la muerte del emperador y falsificó un edicto que ordenaba suicidarse
al hijo más grande y calificado del emperador. Así, el trono pasó a un hijo más
joven e incompetente que pronto fue reducido a la calidad de marioneta.
Alentado por el eunuco, este segundo emperador empezó a sospechar de otros
miembros de su propia familia y ordenó la ejecución de 12 de sus propios
hermanos y 10 de sus hermanas. Después de tres años, la posición del segundo
emperador se volvió tan patética que se mató a sí mismo. Para entonces, los
rebeldes ya estaban al acecho.
Los Qin cayeron en 207 a.C., después de sólo 15 años como dinastía imperial.
Los motivos para el meteórico ascenso y caída de los Qin fueron resumidos
elocuentemente por un hombre, Jia Yi (201-169 a.C.), que nació apenas nueve
años después de que muriera el primer emperador, en un clásico ensayo titulado
Los errores de Qin. Jia Yi escribió que Qin había tenido éxito en “enrollar al
imperio como un tapete, envolviendo el universo entero, guardando en un
bolsillo todo lo que había entre los Cuatro Mares y tragándose todo en las Ocho
Direcciones”. Sin embargo, después la dinastía Qin se vino abajo abruptamente
por la sublevación de algunos rebeldes. “¿Por qué? Porque el dirigente carecía
de humanitarismo y justicia; porque preservar el poder difiere fundamentalmente
de apoderarse de él.”¹⁸ La supresión del descontento por parte de Qin sólo
agravó estos errores al hacer imposible que los hombres sabios mostraran su
verdadera lealtad advirtiendo de los peligros inminentes.
Pese a ser un crítico perceptivo de la dinastía Qin, Jia Yi atribuyó su caída más a
los abusos y excesos y a la incompetencia del sucesor del primer emperador que
al sistema imperial en sí mismo. Después de una guerra civil relativamente
breve, se estableció una nueva dinastía imperial sobre las ruinas de la de Qin. El
legalismo explícito pudo haberse desacreditado por el fracaso de Qin, pero no lo
fue el sistema imperial y, de forma más moderada, el modelo institucional de Qin
(y el título imperial de huangdi) sobreviviría por 2 000 años más hasta 1912. El
modelo de Qin de China como un único país unificado sobrevive hasta nuestros
días y, de manera suficientemente apropiada, es probable que nuestra palabra
China derive (a través del sánscrito) del nombre Qin.
El Imperio Han (202 a.C.-220 d.C.)
La dinastía Qin había unificado los Estados Combatientes pero sólo duró 15
años. Por lo tanto, en la época en que cayó Qin, para mucha gente los antiguos
reinos independientes todavía eran un recuerdo vivo y el regreso a cierta versión
del antiguo orden multinacional de los Estados Combatientes podía no haber
sido una expectativa irracional. Sin embargo, independientemente del fugaz
resurgimiento de algunos de aquellos reinos como participantes en la rebelión
contra Qin, en su lugar, muy pronto fue restaurado el modelo imperial unificado.
A la larga, el líder rebelde más importante resultó ser Liu Bang (fallecido en 195
a.C.). Liu era un hombre de origen humilde —comenzó su carrera pasando una
prueba y convirtiéndose en jefe de la policía local de la dinastía Qin—, pero,
para 207 a.C., el ejército rebelde bajo su mando había penetrado la región
“Dentro de los Pasos” y había tomado la capital de Qin, poniendo fin a la
dinastía. Aunque había habido un acuerdo previo entre los líderes rebeldes de
que quienquiera que tomara primero la región “Dentro de los Pasos” se
convertiría en el siguiente rey, Liu Bang selló los tesoros Qin y esperó la llegada
del comandante supremo de la coalición rebelde.
A fin de cuentas, Liu Bang no fue recompensado después de todo con la
histórica y estratégicamente significativa región “Dentro de los Pasos”, sino que,
en lugar de ello, fue nombrado rey de Han, en el área del valle del río Han, un
poco más lejos hacia el sur. Una consecuencia perdurable de este nombramiento
fue que Han no sólo se convertiría en el nombre de la dinastía imperial que muy
pronto fundó Liu Bang, sino que, por extensión, con el tiempo se convertiría
también en el nombre unificado de toda la raza china. Actualmente, el pueblo
han es el pueblo chino.
Cuando el rey de Chu fue asesinado a traición por otro comandante en 206 a.C.
ese acto dio a Liu Bang un pretexto para reanudar la guerra civil. El primer
movimiento de Liu fue atacar el norte y retomar la región “Dentro de los Pasos”.
Esto dejó a Liu Bang en posesión de la mismísima región desde la cual tanto los
zhou como los qin habían conquistado previamente China. Después de varios
años de conflicto intermitente, para 202 a.C., Liu Bang había vencido a todos sus
rivales y se había declarado él mismo emperador fundador de una nueva
dinastía, la Han. Sin embargo, para entonces, el territorio estaba tan devastado
tras años de guerra civil que el nuevo emperador era incapaz incluso de reunir un
equipo de cuatro caballos del mismo color para su propio carruaje. (Para un
modelo de bronce de un carruaje de la dinastía Han tardía, véase la figura II.1.)
Como emperador, Liu Bang pasó a la historia por el nombre de su templo
póstumo Han Gaozu (el “Gran Ancestro de los Han”). El emperador Gaozu
recompensó a sus tenientes destacados y a sus familias nombrándolos reyes (o
príncipes) de los que inicialmente fueron principados semiautónomos. Tal
refeudalización pudo haber sido necesaria al principio, pero los emperadores
Han posteriores pronto revirtieron esa política. En cerca de medio siglo, los
principados semiindependientes fueron eficazmente eliminados y la
administración centralizada al estilo de la de Qin fue restaurada en todo el
imperio.
Una vez que Han Gaozu (el antiguo Liu Bang) logró el control de la Planicie
Central, guió entonces a una enorme fuerza militar, que según se dice consistía
en 320 000 soldados de infantería, contra las tribus nómadas del norte. La
dinastía Qin había hecho básicamente lo mismo una o dos décadas antes, pero
esta vez Han Gaozu se encontró con una dura sorpresa: oposición organizada.
Las tribus nómadas del norte de China se habían unido en su primera
confederación imperial, Xiongnu.
Independientemente de la claridad evidente que aportó la línea de la Gran
Muralla, la frontera norte de China es, en realidad, más una zona desigual de
transición de la agricultura a la ganadería china y, más allá, al auténtico
nomadismo de la estepa. Incluso la Gran Muralla puede haberse construido
originalmente más como una proyección del poder imperial chino sobre los
nómadas que para mantenerlos afuera. De hecho, los muros de Qin confinaron
dentro de los límites del Imperio Qin algunos de los mejores sitios arqueológicos
xiongnu. Aunque hoy esa región se conoce en general como Mongolia, la
palabra mongol no existía aún en los tiempos de Qin y Han. Las propias fuentes
chinas suelen hacer una distinción importante entre las regiones norte y sur del
desierto de Gobi, que corresponden aproximadamente al exterior e interior de la
Mongolia moderna. Las áreas al sur del desierto de Gobi se han incluido con
frecuencia dentro de las fronteras del Imperio chino, aunque gran parte de ese
terreno es más apto para pastar que para cultivar.
El ascenso de la primera confederación imperial nómada hacia el norte de China
puede haber sido en realidad una respuesta militar directa al desafío que
planteaba la creación del primer imperio chino: una nueva forma de organización
política capaz de movilizar el potencial militar de las tribus disgregadas de la
estepa. Los xiongnu no eran un pueblo homogéneo sino una confederación de
tribus que incluía diferentes grupos étnicos y lingüísticos. La lengua xiongnu, si
es que hubo una, sigue siendo un misterio.
Esto no debería sorprendernos. La mayoría de los imperios nómadas de la estepa
fueron en realidad mezclas de esa naturaleza. Por ejemplo, un romano que visitó
el campamento de Atila el Huno (ca. 406-453 d.C.) en el occidente de Eurasia
informó que los hunos eran un grupo mestizo, que hablaba huno, godo y latín. El
mismo nombre de Atila era en realidad godo. Ha persistido la teoría de que estos
hunos que tanto aterrorizaron al Imperio romano pueden haber sido un grupo
escindido de los mismos xiongnu que previamente habían confrontado a la
China de la dinastía Han y que habían migrado hacia el oeste. Sin embargo,
como tanto los xiongnu como los hunos son conocidos por haber sido
agrupaciones mezcladas de manera interna, al final de cuentas la especulación
anterior puede no tener más bien ningún sentido. Aun así, las praderas de la
estepa, que se extienden del norte de Beijing a la Planicie Húngara en Europa,
formaron una sola zona cultural razonablemente coherente.
FIGURA II.1. Modelo de bronce de caballo y carruaje, con conductor y
asistente, de la dinastía Han oriental (siglo II d.C.). Extraída en 1969 en Wuwei,
Gansu. Museo de la Provincia de Gansu, en Lanzhou, China. Erich Lessing/Art
Resource, Nueva York.
La temprana dinastía Han, como antes la Qin, tenía un ejército conscripto o de
reclutamiento. Todos los hombres adultos eran llamados a prestar dos años de
servicio militar; por lo regular era un año de entrenamiento y uno de servicio
activo. Esto permitió que la dinastía Han congregara a un ejército enorme, pero
el cual era también uno que consistía básicamente en soldados de infantería
campesinos sin formación militar. En esta ocasión, las fuerzas de Han Gaozu, al
marchar hacia el norte, encontraron para su sorpresa que no estaban en absoluto
a la par de los arqueros montados xiongnu, acostumbrados a vivir a caballo
como guerreros. El primer emperador Han, Gaozu, se vio rodeado y atrapado en
la cima de una montaña cerca de la actual Datong, justo al este de la curva más
septentrional del río Amarillo, durante toda una semana en 200 a.C.
La dinastía Han, humillada por este primer encuentro con el poder militar
nómada de los xiongnu, buscó, durante el medio siglo siguiente, establecer
políticas de paz con ellos, apaciguándolos con generosos regalos y mandando a
las hijas del Imperio Han para que se desposaran con los jefes de las tribus
xiongnu. Esta política de apaciguamiento terminó hasta que Wudi (emperador
Wu, el “emperador marcial”) tomó el trono en 141 a.C. como el sexto emperador
Han. Wudi gobernaría durante 54 años (141-87 a.C.), más que cualquier
emperador de China anterior al siglo XVIII, y su reinado estaría marcado por
grandes éxitos y controversias.
Poco después de asumir el trono, Wudi sostuvo debates formales en la corte
sobre la pertinencia de la política de apaciguamiento hacia los xiongnu. Esta vez,
el apaciguamiento fue rechazado, acaso porque en realidad no había evitado que
los xiongnu continuaran su asedio. Además, la dinastía Han ya había
desarrollado para entonces los recursos militares necesarios para confrontar con
éxito a los xiongnu. Aunque al principio de la dinastía el ejército Han había
carecido notablemente de caballería, para el momento en que Wudi asumió el
trono se habían establecido varias estaciones para la crianza de caballos y ahora
el ejército Han tenía acceso a unos 300 000 caballos. La infantería, equipada con
ballestas de gatillos de precisión que se disparaban desde columnas de carretas,
también demostró ser efectiva contra los guerreros nómadas. Sin embargo,
incluso con todo esto, el ejército Han aún enfrentaba enormes dificultades
logísticas al intentar organizar una guerra prolongada en las vastas extensiones
abiertas de la estepa, donde los nómadas siempre podían replegar simplemente
sus tiendas y esperar a que a las fuerzas armadas chinas se les acabaran las
provisiones.
Por lo tanto, Wudi desarrolló una nueva gran estrategia para flanquear a los
xiongnu. Al noreste, ésta implicaba la conquista del sur de Manchuria y del norte
de Corea, así como su incorporación al Imperio Han. En el noroeste, el
emperador Wu comenzó por enviar una delegación, con un desertor xiongnu
como guía, para buscar aliados en las regiones occidentales. Algunos miembros
de este grupo pudieron haber penetrado por el oeste incluso hasta Persia, pero
fueron capturados dos veces por los xiongnu y, de 100 hombres, sólo dos
lograron regresar finalmente a China 13 años después. Aunque esta delegación
no logró forjar alianzas militares, obtuvo importante información estratégica y
estableció intercambios diplomáticos y comerciales más formales con las
regiones occidentales. Durante varias de las décadas siguientes, las campañas
militares de Han incorporaron al imperio lo que ahora son las provincias de
Gansu y Xinxiang (o Sinsiang, que conocemos como Turquestán oriental) como
parte de una extensión occidental de la ofensiva imperial Han contra los
xiongnu. En una ocasión, al cruzar la Cordillera de Pamir en dirección a Asia
central, en 101 a.C., el ejército Han incluso tomó el área de Samarcanda, en lo
que ahora es Uzbekistán.
El Imperio Han estableció una cadena de guarniciones y fortificaciones en el
noroeste, la cual acabó con las fuentes de tributo para los xiongnu y condujo
finalmente a la desintegración del Imperio Xiongnu (cerca del año 73 a.C.). Sin
embargo, el costo financiero de esta estrategia también estuvo a punto de llevar a
la bancarrota a la dinastía Han. Una estimación reciente calcula en 1.89 billones
el gasto total de las operaciones militares de Han Wudi en el noroeste durante
más de 40 años.¹ Aunque la expansión del Imperio Han hacia el noroeste ayudó
a promover lo que posteriormente se conoció como la ruta de la seda, a través de
la cual las caravanas de camellos traían uvas de Persia y cristal del Mediterráneo
como intercambio por seda china, las agresivas campañas militares del
emperador Wu presionaron severamente la economía Han. El imperio también
promovió nuevas e intrusivas intervenciones económicas del Estado, incluyendo
medidas como impuestos sobre inventarios mercantiles y monopolios
gubernamentales sobre las minas y la manufactura y distribución de hierro, sal,
alcohol y monedas. Hasta la fecha sobrevive el fascinante recuento de un debate
en la corte en 81 a.C. acerca de la pertinencia de seguir estas políticas
económicas, conocido como los Discursos sobre la sal y el hierro.
A pesar del intervencionismo económico de Han Wudi y de su expansionismo
militar agresivo, que podría ser una reminiscencia del legalismo de la dinastía
Qin, Wudi también fue irónicamente el emperador que estableció primero el
confucianismo como ortodoxia imperial. Los fundadores Han originales habían
sido hombres rudos de la milicia. Cuenta una historia famosa que un estudioso
obsequió al primer emperador Han copias de los clásicos. Palmeando su
montura, el emperador dijo que él había ganado su imperio desde el lomo de su
caballo y que no necesitaba libros. La respuesta veloz del estudioso fue: Tal vez
haya conquistado el imperio a caballo, pero ¿puede gobernarlo de ese modo?
Tras la desacreditación del legalismo ante la caída de los qin, la dinastía Han
necesitaba nuevas bases teóricas para legitimarse. Aunque el propio Wudi no era
precisamente un confuciano, encontró la fuente para justificar su imperio en esa
escuela.
Han Wudi definió oficialmente por primera vez el canon confuciano en 136 a.C.,
cuando nombró a un maestro para enseñar cada uno de los Cinco Clásicos.² En
124 a.C., Wudi estableció además una academia imperial para el estudio de estos
clásicos. Al principio, la academia tuvo sólo unos pocos estudiantes, pero para el
final de la dinastía Han se dice que había 30 000 estudiantes en 1 850 aulas.
Entonces comenzaron a elaborarse sistemas de exámenes y recomendaciones
regionales de estudiantes. Los funcionarios locales fueron instados a
recomendar, para ocupar cargos gubernamentales, hombres con fama de poseer
virtudes confucianas. Con el paso de los siglos de la dinastía Han, se sembró
cada vez más la expectativa de que los funcionarios debían ser caballeros
eruditos. Las familias ambiciosas alentaban a sus hijos a estudiar con el
propósito de que prosperaran en sus vidas. Con el tiempo, las escuelas
empezaron a promoverse incluso en las comunidades rurales. A finales del
periodo Han, se colocaban placas para marcar las puertas de los aldeanos que
exhibían notablemente virtudes confucianas, y las expectativas confucianas
incluso llegaron a hacerse cumplir por ley. Por ejemplo, en el último siglo antes
de nuestra era, la gente que estaba de luto por sus padres muertos, o cuyos
padres eran muy mayores, estaba exenta del servicio laboral obligatorio. En 116
d.C. se exigía a los altos funcionarios que guardaran tres años de luto después de
la muerte de sus padres. La consumación final del confucianismo como
ortodoxia imperial de la dinastía Han se logró en 175 d.C., cuando se decretó
que los textos correctos de los Cinco Clásicos se tallaran literalmente en piedra
afuera de la academia imperial.
MAPA II.3. La dinastía Han bajo el emperador Wu (r. 141-87 a.C.)
El confucianismo de la dinastía Han se arraigaba en el estudio meticuloso de los
clásicos. Sin embargo, hubo ciertos aspectos del pensamiento confuciano que
fueron exclusivos de la dinastía Han y que se ejemplifican mejor con un hombre
llamado Dong Zhongshu (179-104 a.C.). Para la interpretación que dio Dong al
confucianismo era primordial la idea de que “el Cielo y el hombre están
mutuamente conectados”. Por lo tanto, la función particular del gobernante es
armonizar las relaciones entre Cielo, tierra y hombre. Se creía que el
comportamiento humano podía resonar armónicamente a través del orden
natural, de manera que bastaba que el monarca corrigiera su propio corazón para
que incluso las estaciones lo siguieran en el orden apropiado. Esto generó una
ideología que legitimaba al Imperio Han al ligarlo con la estructura cosmológica
del universo, aunque simultáneamente restringía también la conducta autocrática
con la amenaza de terribles castigos sobrenaturales.
La dinástica Historia del antiguo Han (History of the Former Han), por ejemplo,
cuenta la historia de un alto funcionario del gobierno que pasó de largo junto a
una pelea sin intervenir en ella, pero en cambio se detuvo para preguntar por el
resuello de un buey. El funcionario explicó su comportamiento aparentemente
extraño diciendo que las peleas eran asuntos menores de rutina que debían ser
manejados por sus subordinados, pero el resuello de un buey a causa de un
inusitado calor era responsabilidad de los más altos funcionarios, que “se
encargan de la tarea de armonizar el yin y el yang”.²¹ Así, el confucianismo
promovía una suerte de minimalismo imperial autocrático.
La dinastía Han se mantuvo por unos 400 años (interrumpida brevemente por la
usurpación de Wang Mang entre 9 y 23 d.C.) y su legado sigue siendo tan
importante que los chinos aún hoy son llamados pueblo de Han. Sin embargo,
los han cayeron con el paso del tiempo. Un problema creciente fue la
polarización económica. Hacia finales del periodo de los Estados Combatientes,
la práctica de la propiedad privada de la tierra ya estaba bien establecida, pero
los Estados Combatientes y los primeros gobiernos imperiales se cimentaban en
una base tributaria y de conscripción compuesta por muchos pequeños
agricultores más o menos iguales. Sin embargo, a lo largo de la dinastía Han,
algunas familias acaudaladas tuvieron la capacidad de adquirir grandes
propiedades. En el proceso, muchos pequeños agricultores fueron despojados y
con frecuencia quedaron reducidos a arrendatarios, sirvientes o incluso
vagabundos y bandidos. A su vez, esto tuvo el efecto de reducir la base de
impuestos del gobierno central e impuso una carga todavía más pesada sobre la
menguante cantidad de pequeños agricultores que quedaban en las listas de
contribuyentes.
La política de la corte generó otros problemas, particularmente la supuesta
excesiva influencia ejercida por los eunucos y las familias de los consortes
imperiales. Los críticos disidentes del poder de los eunucos fueron castigados
con una serie de purgas, que se extendieron a lo largo de dos décadas a partir de
166 d.C. Durante esas purgas, más de 100 caballeros distinguidos murieron en
prisión y a otros 600 o 700 se les proscribió de la función pública por el resto de
sus vidas. Paradójicamente, lo anterior confirió cierto grado de elegante prestigio
moral a la actitud de separación y desapego altivos respecto del gobierno.
En 184 d.C. estalló una rebelión de inspiración religiosa, conocida como la
Rebelión de los Turbantes Amarillos. Aunque en sí los Turbantes Amarillos
fueron reprimidos muy pronto, en el proceso el poder pasó a manos de
comandantes militares independientes. En el año 191, uno de estos generales se
llevó al heredero al trono y destruyó la antigua capital han (Luoyang), saqueando
y quemando, entre otras cosas, las grandes bibliotecas imperiales. “Las finas
sedas de mapas y libros fueron usadas por los militares como cortinas y sacos.”²²
Mientras los ejércitos de los caudillos vagaban por China, “al lado de sus
caballos colgaron las cabezas de hombres; atrás de sus caballos se llevaron
[cautivas] a las mujeres”.²³ La poeta que escribió estas últimas líneas fue
capturada y vivió con un príncipe xiongnu durante 12 años antes de ser
rescatada. Después del rescate, informó que la biblioteca privada de 4 000 rollos
de libros que su padre le había dejado se había perdido por completo.
El “Romance de los Tres Reinos” (220-280 d.C.)
Para el año 196 había 13 grandes regímenes de caudillos independientes entre las
ruinas del Imperio Han. Se sabe que algunos de los ejércitos de éstos carecían de
planes para arreglárselas incluso a lo largo del año, y así saqueaban cuando se
sentían hambrientos y tiraban las sobras cuando quedaban satisfechos. Sin
embargo, Cao Cao (155-220), un caudillo cuyo padre había sido hijo adoptivo
del jefe eunuco de la dinastía Han, obtuvo la custodia del emperador Han títere y
sacó ventaja de este control sobre el emperador para dominar todo el norte de
China. Para 207, es posible que haya tenido bajo su control a la mitad de la
población de China. No fue sino hasta después de la muerte del propio Cao Cao
en 220 cuando su hijo finalmente tuvo la audacia de deponer formalmente al
monarca Han y proclamarse a sí mismo emperador fundador de una nueva
dinastía imperial, llamada Wei (o Cao-Wei, para distinguirla de otros varios
Estados llamados Wei).²⁴
No mucho después, la situación se estabilizó de alguna manera cuando los
diferentes enclaves de los caudillos acordaron entre ellos la formación de tres
imperios relativamente considerables, popularmente conocidos como los Tres
Reinos. La familia de Cao Cao dirigía la dinastía Wei en el norte (220-265); otro
imperio denominado Wu (222-280) se estableció en el sureste, en la región baja
del río Yang-tse, con capital en Nanjing (Nanking), y una tercera dinastía
denominada Shu-Han (221-263) se formó en el suroeste, en el área de la actual
Sichuan. Evidentemente, Shu-Han es un nombre compuesto. Shu era un antiguo
toponímico de esa área y Han se refiere a dicha dinastía dado que los
emperadores Shu-Han reclamaron su legitimidad por ser descendientes de la
antigua familia imperial Han.
El periodo de los Tres Reinos ha sido inmortalizado con profusión en la ficción
china (y más recientemente en películas y videojuegos) como la gran era de la
estrategia militar y las guerras heroicas. Una de las novelas chinas premodernas
más apreciadas y difundidas es el Romance de los Tres Reinos (Sanguo zhi
tongsu yanyi). A pesar de que se escribió mucho después —la primera edición
que sobrevive de la novela data de 1522—, el libro es un recuento histórico de
este periodo, con Cao Cao en el papel del villano principal. Las astutas
estratagemas, las batallas y las dramáticas rivalidades políticas han sido muy
glorificadas en el escenario y en la ficción. Aunque es la guerra lo que ha
capturado la imaginación popular, el periodo de los Tres Reinos fue también una
era de un importante despertar en el pensamiento y la literatura, de
individualismo y de una marcada y colorida excentricidad.
La caída de la dinastía Han arrastró con ella muchos de los apuntalamientos
ideológicos del confucianismo de esa época. Ahora, la erudición aparentemente
árida de capítulos y versos estaba menos de moda que las discusiones elegantes
sobre los elevados principios metafísicos, conocidos como Aprendizaje
Misterioso (Xuanxue), que con frecuencia hacían referencia particularmente al
Lao-Tsé, al Zhuangzi y al Libro de los cambios. Se hacían preguntas tan
profundas como qué existía antes de que empezara el universo o qué hay en los
límites entre el cielo y la tierra y se contestaban, al estilo del Lao-Tsé, con un
paradójico “nada”. De esta manera pasó a argumentarse que nada era el origen
de todas las cosas.
Surgió entonces una moda por entregarse al libertinaje, el hedonismo, el alcohol
y las drogas, algunas veces con la cínica observación de que tanto el sabio como
el tirano “iban a terminar igualmente muertos” de cualquier manera. Se cuenta la
historia de un divertido personaje que salió a pasear en una carreta con una jarra
de vino en la mano y del sirviente que lo seguía con una pala con la instrucción
de enterrarlo dondequiera que muriera. No obstante, para algunos de los
personajes más memorables de esta época —como es el caso de Ruan Ji (210263), uno de los famosos “Siete Sabios del Bosque de Bambú”—, la pose de una
borrachera habitual y de remota abstracción filosófica eran principalmente un
vehículo para escapar de las intrigas políticas homicidas, y el desapego
deliberado de las convenciones formales del decoro confuciano (li) se hacía en
nombre de una moralidad más sincera. A finales de la época de la dinastía Han,
la necesidad de obtener fama local mediante la virtud confuciana con el fin de
ser recomendado para las funciones gubernamentales había creado un poderoso
incentivo para pretensiones hipócritas, y figuras del siglo III como Ruan Ji
representan una atractiva reacción contra la hipocresía.
En 265, el trono Wei de los Tres Reinos fue usurpado por uno de sus propios
generales, quien fundó una nueva dinastía denominada Jin Occidental (265-316).
En 280, la dinastía Jin Occidental completó con éxito la unificación de los otros
reinos, con la subyugación final de la Wu en el sureste. De este modo fue
reunificado el Imperio chino, pero esta reunificación resultó ser efímera, con una
duración efectiva de poco más de una década antes de empezar a fragmentarse
otra vez. Tras extraer una lección de la facilidad con que él mismo se había
apoderado del trono mediante el golpe al palacio, el primer emperador del Jin
Occidental trató de fortalecer la posición de su familia nombrando príncipes a 27
(y finalmente 50) de sus parientes más cercanos. Sin embargo, en lugar de
consolidar la dinastía, esto creó las condiciones para una lucha despiadada por el
poder dentro de la propia familia imperial, tras la muerte del emperador
fundador del Jin Occidental en 290. Como resultado, el poder imperial se vino
completamente abajo por sí mismo en los disturbios de los ocho príncipes.
Estos príncipes combatientes confiaban normalmente en las fuerzas de caballería
extraídas de los recursos auxiliares de las tribus seminómadas. A lo largo de la
dinastía Han, la práctica de la conscripción militar había expirado y los ejércitos
basados en el reclutamiento ciudadano fueron remplazados por fuerzas más
profesionales, muchas de las cuales eran minorías étnicas. Mientras tanto, gran
parte del peso de la defensa de la frontera norte había sido asumida también por
los aliados nómadas, que se habían asentado en las fronteras del Imperio Han en
una franja que se extendía desde Manchuria en el este hasta los meandros
septentrionales del río Amarillo en el oeste. Ahora, a medida que se colapsaba el
gobierno del Imperio chino en medio de extensas y devastadoras guerras civiles
autodestructivas, con frecuencia guerreros no chinos se hicieron con el poder en
los campos de batalla. En 304, un jefe de tribu xiongnu se proclamó gobernante
de un Estado independiente en el norte de China. En 311 cayó Luoyang, la
capital del Jin Occidental, y en 316 fue tomada también la capital alternativa de
dicho imperio en Chang’an (la actual Xi’an). Para este momento, como
lamentaba un contemporáneo, “los saqueadores nómadas bañaban a sus caballos
en el Yang-tse”.²⁵
Lejos hacia el oeste, también ocurrían impresionantes acontecimientos paralelos.
En 376, hordas de godos que huían de la depredación de los hunos cruzaron el
Danubio y provocaron el primero de los muchos enfrentamientos militares que
con el tiempo derrumbarían el Imperio romano de Occidente. En el caso de
China, aunque no sufrió invasiones literales provenientes del exterior de sus
fronteras, sí padeció los ataques de hordas similares de guerreros “bárbaros”. La
unidad del Imperio chino quedó destrozada. Entre el siglo III y el VII, hubo 37
dinastías en China reconocidas históricamente, 22 de las cuales tuvieron,
además, dirigentes identificables como no chinos. Había comenzado la más
grande Edad de la División en los 2 000 años de historia imperial de China.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Para una cobertura completa del periodo formativo de China, véase Michael
Loewe y Edward L. Shaughnessy (eds.), The Cambridge History of Ancient
China: From the Origins of Civilization to 221 B.C., Cambridge University
Press, Cambridge, 1999. Sobre la dinastía Zhou, véanse Cho-yun Hsu (Zhuoyun
Xu), Ancient China in Transition: An Analysis of Social Mobility, 722-222 B.C.,
Stanford University Press, Stanford (1965), 1977, y Cho-yun Hsu y Katheryn M.
Linduff, Western Chou Civilization, Yale University Press, New Haven, 1988.
Un importante estudio del canon de textos clásicos que se volvió tan
fundamental para la civilización china y asiática oriental es el de Mark Edward
Lewis, Writing and Authority in Early China, State University of New York
Press, Albany, 1999. Sobre los clásicos chinos, véase también Burton Watson,
Early Chinese Literature, Columbia University Press, Nueva York, 1962. Para
los tratados militares, véase Ralph D. Sawyer y Mei-chün Sawyer (trads.), The
Seven Military Classics of Ancient China, Basic Books, Nueva York (1993),
2007.
Sobre el pensamiento chino clásico, véanse A. C. Graham, Disputers of the Tao:
Philosophical Argument in Ancient China, Open Court, La Salle, 1989, y
Benjamin I. Schwartz, The World of Thought in Ancient China, Harvard
University Press, Cambridge, 1985. Una fuente un tanto anticuada pero aun así
valiosa y completa es la obra de Yu-lan Fung, A Short History of Chinese
Philosophy, Derk Bodde (ed.), Free Press, Nueva York, 1948.
Para las antiguas dinastías imperiales Qin y Han, véase Denis Twitchett y
Michael Loewe (eds.), The Cambridge History of China, vol. 1. The Ch’in and
Han Empires, 221 B.C.-A.D. 220, Cambridge University Press, Cambridge,
1986. Véanse también Chun-shu Chang, The Rise of the Chinese Empire, 2
vols., University of Michigan Press, Ann Arbor, 2007; Mark Edward Lewis, The
Early Chinese Empires: Qin and Han, Harvard University Press, Cambridge,
2007; y Michael Loewe, Everyday Life in Early Imperial China during the Han
Period 202 B.C.-A.D. 220, Hackett, Indianapolis (1968), 2005. Las primeras
relaciones imperiales con el mundo de la estepa se exploran hábilmente en
Nicola Di Cosmo, Ancient China and Its Enemies: The Rise of Nomadic Power
in East Asian History, Cambridge University Press, Cambridge, 2002.
Sobre el periodo de los Tres Reinos, véanse Rafe de Crespigny, Generals of the
South: The Foundation and Early History of the Three Kingdoms State of Wu,
Faculty of Asian Studies, Monograph 16, Australian National University,
Canberra, 1990; Howard L. Goodman, Ts’ao P’i Transcendent: The Political
Culture of Dynasty-Founding in China at the End of the Han, Scripta Serica,
Seattle, 1998; y, en cuanto a Ruan Ji y los “Siete Sabios del Bosque de Bambú”,
véase Donald Holzman, Poetry and Politics: The Life and Works of Juan Chi,
A.D. 210-263, Cambridge University Press, Cambridge, 1976.
III. LA EDAD DEL COSMOPOLITISMO
CHINA DIVIDIDA
Los Cinco Hu y los Dieciséis Reinos
(norte de China, 304-439 d.C.)
A comienzos del siglo IV, el gobierno imperial centralizado se desintegró casi en
su totalidad en el norte de China. Durante más de una centuria, el antiguo
corazón cultural de China en el norte fue desmembrándose en lo que se conoce
comúnmente con el nombre de los Dieciséis Reinos.¹ De manera más precisa, los
historiadores reconocen en realidad 21 dinastías distintas en el norte de China
entre 304 y 439 d.C. (sin mencionar otras comunidades locales, pequeñas e
independientes, que nunca aspiraron a convertirse en imperios). Además, a pesar
de la etiqueta convencional de “Dieciséis Reinos”, con frecuencia estas dinastías
fueron también en realidad imperios, en el sentido de que eran regímenes
relativamente extensos, multiétnicos y que conquistaban por medio de su fuerza
militar, dirigidos por hombres que se hacían llamar por el título chino de
“emperador” (huangdi). Sin embargo, a diferencia de las dinastías chinas
precedentes, éstas estaban organizadas por lo regular alrededor de ejércitos
tribales no chinos, perfectamente identificables. Todas fueron también, como
resulta obvio, bastante efímeras. A excepción de un solo régimen menor
gobernado por chinos en el lejano noroeste que perduró 63 años, ninguno
sobrevivió más de medio siglo.
A medida que el norte de China se sumía en el caos durante el siglo IV, es
posible que una octava parte de la población total de esta región haya huido al
refugio y estabilidad relativos que ofrecía el sur. Muchos de estos refugiados se
establecieron en la región baja del valle del río Yang-tse, donde los miembros de
la familia imperial del Jin occidental restablecieron una corte en el exilio,
conocida para la historia con el nombre de dinastía Jin Oriental (317-420). La
capital del Jin oriental fue la ciudad que hoy se llama Nanjing. Ésta se convirtió
en el núcleo de una serie de cinco dinastías sureñas (Jin Oriental, Song, Qi,
Liang y Chen) cultural y económicamente pujantes, pero política y militarmente
débiles. Junto con Wu, el Estado sureño de los Tres Reinos de inicios del siglo
III, estas dinastías son conocidas algunas veces con el nombre alterno de las
“Seis dinastías”. Mientras tanto, las personas que permanecieron en el norte, y
sobrevivieron, se aglomeraron detrás de miles de fortificaciones locales
improvisadas.
MAPA III.1. Estados y pueblos en 410 d.C.
La industria y el comercio se suspendieron virtualmente en el norte durante este
periodo. Ninguna nueva moneda se acuñó en el norte de China por casi 200
años. Muchas tierras cultivables se utilizaron para el pastoreo (o permanecieron
ociosas) y la economía ganadera y de pastoreo se propagó profundamente en el
norte de China. La crianza de ganado fue una parte sustantiva en el estilo de vida
de los pueblos no chinos, conocidos de manera colectiva por el nombre de los
“Cinco Grupos Nómadas” (Wu Hu), quienes dominaron desde entonces el
panorama político y militar del norte.² Algunos investigadores creen que pudo
haber millones de estos hu no chinos en el norte de China durante el siglo IV.
Más que agricultores a la usanza china, los hu eran por lo común ganaderos
(pero no necesariamente verdaderos nómadas) y consumían mucha carne, como
la del cordero, así como importantes cantidades de productos lácteos que la
cocina china ha despreciado por tradición. Hablaban lenguas que no sólo diferían
del chino, sino que no mantenían ningún vínculo con él. Es probable que la
mayoría de estos idiomas hayan tenido parentesco con las lenguas túrquicas o
mongólicas, pero se ha especulado que incluso una parte de los hu pudo haber
sido originariamente hablante de alguna lengua indoeuropea. Se dice que al
menos algunos de estos pueblos tenían además una apariencia física distintiva:
ojos profundos, nariz grande (es decir, protuberante) y barba cerrada. Existen
incluso algunas referencias dispersas en las fuentes chinas sobrevivientes acerca
de cabello o barba “amarillos”. Más importante aún, ellos mismos eran
conscientes de poseer una identidad diferente de aquellos pueblos que ya
comenzaban a ser llamados los chinos han.
No obstante, no hay ninguna evidencia clara de que los hu provinieran de hecho
de algún lugar fuera de las fronteras actuales de China. No hubo, por lo tanto,
verdaderas “invasiones bárbaras”. Muchos xiongnu (uno de los Cinco Hu), por
ejemplo, habían vivido en las cercanías de los meandros septentrionales del río
Amarillo. El grupo específico del cual se sospecha que hablaba una lengua
indoeuropea, cualesquiera que hayan sido sus orígenes, por algún tiempo tuvo
por hogar el centro de la provincia de Shanxi, muy dentro de China propiamente
y muy cerca de lo que fue llamado el corazón de la civilización tradicional china.
El conglomerado de tribus que, se dice, vino desde un lugar más remoto (y que
también se convirtió históricamente en el más importante), la rama tuoba del
pueblo xianbei llegó originalmente, de acuerdo con sus propias leyendas, de lo
que hoy es el noreste de la Mongolia interior, dentro de la actual República
Popular de China. Hacia el siglo IV, incluso, estos xianbei tuoba se asentaron por
un tiempo en el área adyacente a los meandros septentrionales del río Amarillo.
Para explicar la existencia de tantos pueblos no chinos en el interior de China,
hay que recordar que, durante el periodo formativo de la antigua dinastía Zhou,
varias comunidades evidentemente no chinas habían continuado viviendo de
manera dispersa a lo largo del norte de China. Mientras tanto, la casi totalidad de
la parte sur de la propia China había sido escasamente china a comienzos del
periodo Zhou. Luego los imperios Qin y Han extendieron mucho el territorio
controlado por los chinos y en el proceso atrajeron diferentes grupos de
pobladores dentro del imperio. Además, la dinastía Han permitió
deliberadamente a ciertos grupos nómadas establecerse a lo largo de su frontera
norte, creando así una especie de zona amortiguadora de defensa. Las dinastías
Qin y Han fueron por eso, de manera significativa, imperios multiculturales y
multiétnicos, aunque con un lenguaje escrito dominante y una cultura de élite
relativamente uniforme. Los grupos no chinos que aparecieron de manera tan
sorpresiva en la escena histórica en el siglo IV habían estado allí, en realidad,
desde hacía mucho tiempo. Muchos de ellos fueron incluso, al menos
nominalmente, súbditos del imperio chino. Muchos aprendieron a hablar la
lengua china y no era raro que sus élites tuvieran cierta familiaridad con los
clásicos chinos.
El colapso del gobierno imperial en el norte de China en los inicios del siglo IV
proporcionó a los guerreros una oportunidad sin precedentes de desplegar sus
habilidades militares. Debido a que los Cinco Hu eran típicamente ganaderos,
fueron también, de manera natural, espléndidos jinetes. Cuando los estribos para
el caballo y la armadura de cuerpo completo para el hombre se añadieron a su
equipamiento en el siglo IV, los jinetes de guerra hu llegaron a ser
verdaderamente formidables.³ Desde el siglo IV y hasta el VI, la caballería hu
(incluyendo las poblaciones de ascendencia china que había adoptado la cultura
hu) se mantendría como un factor militarmente dominante en el norte de China.
Al mismo tiempo, la legitimidad política continuaba tendiendo a ser más
convincente cuando se definía en términos chinos. Varios de los grupos armados
que se levantaron en los inicios del siglo IV, ya fueran o no chinos étnicos, lo
hicieron en nombre de salvar el trono, es decir, reuniéndose al menos
nominalmente en defensa de la legítima, aunque en desintegración, dinastía Jin
occidental. Es de destacar, también, que el primer gran líder hu que se rebeló en
contra del Jin occidental y formó un inminente reino en 304 fue un hombre
xiongnu que decía descender, del lado materno, ¡del fundador de la dinastía
china Han, Liu Bang (el emperador Han Gaozu)! Dado que en sus comienzos la
dinastía Han había otorgado en matrimonio mujeres del imperio a los líderes
xiongnu, la élite xiongnu emparentó literalmente con la realeza china. Los
ancestros de este jefe tribal xiongnu en particular habían tomado para sí mismos
el apellido imperial Liu de la dinastía china Han y él vivió personalmente en la
capital imperial china por años, e incluso nombró Han en un inicio a su nuevo
Estado.
En otro ejemplo ilustrativo de la flexibilidad de la identidad premoderna china,
se ha dicho que este líder xiongnu afirmó que tanto Yu el Grande, el legendario
fundador de la primera dinastía Xia, como el venerado rey Wen de Zhou, habían
nacido también en pueblos no chinos. “Lo que importa —en lo que se refiere a
fundar dinastías legítimas merecedoras del Mandato del Cielo, concluyó— es
sólo a quién le ha sido conferida la virtud.”⁴ Si tales palabras fueron realmente
proferidas por este dirigente xiongnu, o si fueron puestas después en su boca por
algún historiador chino, el argumento era claramente que el Mandato del Cielo
no pertenecía a ningún pueblo en particular. Así como los zhou conquistaron a
los shang, y supuestamente los shang habían conquistado antes a los xia, así
también el legítimo Mandato podía pasar una vez más a otro grupo, y ¿por qué
no a los xiongnu?
Quizá sea aún más significativo que estas palabras, que si bien pudieron haber
sido puestas por un historiador en boca de un líder xiongnu, hayan quedado
registradas en lengua china. A pesar del carácter multiétnico y multilingüe de
esta era, y del hecho de que personas de pueblos evidentemente no chinos fueran
con frecuencia los líderes políticos y militares, el chino permaneció (salvo
excepciones menores) como el único lenguaje escrito. Incluso un dirigente tribal
“bárbaro” particularmente notable del noreste de China de mediados del siglo IV,
Shi Hu (m. 349), se sintió obligado a enviar a un erudito a copiar las
inscripciones líticas de los clásicos del confucianismo que se encontraban en la
antigua capital china de Luoyang. Aun cuando los reinos Hu del siglo IV solían
tener en su centro una tribu no china, con vínculos conscientes de solidaridad
tribal, y si bien acostumbraban administrar por separado a sus poblaciones hu y
han (chinas), en el tardío siglo IV algunas de estas divisiones étnicas
comenzaron a difuminarse deliberadamente.
Las dinastías del Sur (sur de China, 317-589 d.C.)
Mientras que la dinastía Jin occidental se desgarraba entre feroces guerras civiles
a inicios del siglo IV, un príncipe imperial estableció un nuevo cuartel general
para sí en 307, justo al sur del río Yang-tse, en la ciudad que ahora llamamos
Nanjing. Después del colapso final del Jin occidental, este príncipe asumió el
trono en 317 para convertirse en el emperador fundador de la dinastía Jin
Oriental en el exilio, la primera de una serie de cinco dinastías del Sur que
decían representar la única línea legítima de la sucesión imperial china. Aunque
su afirmación de poseer mayor legitimidad era razonable y plausible, su
situación inmediata fue precaria.
El terreno húmedo del sur —con muchos ríos, canales, lagos y arrozales
anegados— les proporcionó en cierta medida una protección natural contra la
caballería hu del norte, pero el sur cayó en confusión por una ola de refugiados
que provenían del norte. Estos nuevos emigrados del norte pudieron haber
alcanzado un número tan grande como el de 17% de la población total del sur.
Debido a que los miembros refugiados de las antiguas Grandes Familias del
norte forjaron para sí mismos extensos nuevos Estados en el sur y a que éstos
tendieron a dominar a los gobiernos de la dinastía del sur, existía un serio peligro
de resentimiento y conflicto con los viejos nativos chinos del sur, quienes al
mismo tiempo habían permanecido diferenciados de la población originaria
prechina del sur, que era también bastante grande.
En el siglo III d.C., Wu, uno de los Tres Reinos, experimentó muchos conflictos
con los llamados pueblos viet de la montaña (en chino, Shan Yue) en el área baja
del río Yang-tse. Al menos en parte, éstos eran, presumiblemente, descendientes
de los Cien Viets que habían habitado en gran parte del sureste de China en la
Antigüedad. En época tan reciente como la de la dinastía Han, esta región del sur
siguió conservando parcialmente un carácter de zona fronteriza. Según consta,
en una campaña de tres años que comenzó en 234, los wu de los Tres Reinos
forzaron la rendición de más de 100 000 pobladores viet de la montaña en la
actual provincia de Anhui, reclutando a los más fuertes de entre ellos como
soldados de la dinastía Wu y convirtiendo a los más débiles en ordinarios
granjeros tributantes. Después del periodo de los Tres Reinos, el nombre “viet de
la montaña” dejó de oírse por mucho tiempo, pero un gran número de éstos
continuó existiendo, bajo otros nombres, a lo largo de las dinastías del Sur.
A pesar del conflicto potencial entre los refugiados provenientes del norte y los
más antiguos sureños originarios, entre los chinos étnicos y los aborígenes, y con
los invasores hu del norte, y a pesar también de la grave debilidad de su
gobierno, la dinastía Jin oriental gozó sorpresivamente de un largo periodo de
estabilidad y prosperidad. El secreto del éxito un tanto inesperado del Jin
oriental fue el compromiso, la conciliación y un equilibrio del poder
relativamente sólido. La amenaza de que alguna de las Grandes Familias arribara
al poder supremo (en una época en que los emperadores mismos eran en
particular débiles) estimuló a todas las demás a unirse contra esa familia para
restablecer la estabilidad. Gran parte del crédito hay que darlo al hábil liderazgo
de un grupo de destacados estadistas como Wang Dao (276-339). Si bien él
mismo fue un emigrante del norte, de inmediato comenzó a practicar el dialecto
sureño local para ganarse el apoyo del sur. De acuerdo con una descripción
contemporánea: “había pocos que se pudieran resistir a la bienvenida que ofrecía
Wang Dao” y todos sentían que él “los recibía como si fuera un viejo amigo”.⁵
La dinastía Jin oriental produjo un sorprendente florecimiento cultural en las
artes, que incluyó al primer pintor chino realmente famoso, Gu Kaizhi (341402), y a quien se puede considerar el más admirado genio calígrafo de todos los
tiempos, Wang Xizhi (303-379). Según una famosa leyenda, en una ocasión, en
353, Wang Xizhi fue el anfitrión de un elegante encuentro literario en un
pabellón de orquídeas de Zhejiang, durante el cual se colocaron suavemente
algunas copas de vino en una corriente sinuosa de agua. Cada vez que una copa
tocaba la orilla, cada uno de los 41 invitados tenía que componer, en su turno, un
poema o ser forzado a beber como castigo. El prefacio a la memoria de este
encuentro que Wang Xizhi pintó personalmente fue tan apreciado por su
caligrafía que un emperador posterior (Tang Taizong, 600-649) supuestamente
hizo colocar el ejemplar original junto a sí en su tumba.
El brillante poeta Tao Qian (Tao Yuanming, 365-427) también pertenece al
periodo del Jin oriental. Tao es considerado uno de los primeros grandes poetas
del paisaje de China, un encomiador de las alegrías de una vida sencilla de
satisfacción en la reclusión rural. También es famoso por ser el autor de un breve
y pionero trabajo de prosa ficcional utópica conocido como La primavera del
durazno floreciente. Ésta narra la historia de un pescador que siguió el curso de
una corriente hasta un pequeño bosque de árboles de durazno, donde halló una
cueva. Al entrar y cruzar a través de esta cueva, descubrió a un grupo de gente
feliz, que había sido apartada completamente del mundo exterior durante siglos.
A pesar de que los habitantes le pidieron al pescador que guardara el secreto de
su existencia, en su camino de regreso a casa informó de ello directamente al
gobierno. Pese a una afanosa búsqueda, nunca nadie fue capaz de encontrar otra
vez esta maravillosa tierra.
Otro genio artístico del Jin oriental fue el pintor y músico Dai Kui (m. 396). Dai
fue conocido por sus interpretaciones en un delicado instrumento de cuerdas
horizontal llamado qin. Una historia cuenta que alrededor del año 345, cuando
cierto primer ministro y príncipe de la familia imperial llamó a Dai para que
tocara para él, Dai rompió en cambio su qin enfrente del mensajero, haciendo
notar que él no era un entretenedor de cortes suntuosas. Aunque se dice que el
príncipe se puso furioso, no pudo hacer nada respecto a la resistencia de Dai.
Esta historia ilustra el notable grado de independencia del poder imperial del que
disfrutaban los hombres libres en esta era.
El sorprendente esplendor cultural de las dinastías del Sur se debe en gran
medida al hecho de que, desde los últimos tiempos de la dinastía Han, el
conocimiento y la habilidad literaria llegaron a ser requisitos indispensables para
alcanzar una posición social alta y ocupar cargos en el gobierno. Después de la
caída de Han y con el debilitamiento del gobierno imperial, el centro de la
enseñanza y la educación se trasladó al ámbito privado familiar. El cultivo de la
literatura se convirtió en uno de los criterios más importantes que separaban a las
Grandes Familias —quienes fueron las figuras dominantes durante la Edad de la
División— de los plebeyos ordinarios.
Otro factor que contribuyó a la riqueza cultural de las dinastías del Sur fue la
creciente disponibilidad y variedad de libros, tanto en colecciones imperiales
como privadas. A mediados del siglo VI, se dice que una biblioteca imperial
poseía alrededor de 140 000 rollos de libros y cartas de navegación. Poseer unos
30 000 rollos ayudó a un príncipe de inicios del siglo VI a compilar una
influyente antología literaria, las Selecciones de literatura refinada (Wuen Xuan),
que “se convirtió en el texto del cual la mayoría de los hombres letrados extraía
su educación literaria” durante siglos y que también fue ampliamente leída por
las primeras élites coreanas y japonesas. Esta abundancia de libros se debió en
parte a una revolución en los materiales de escritura que remplazó la madera, la
seda y el bambú por el papel de verdad para los tiempos del Jin Oriental. La
vibrante economía de mercado del sur ayudó también a hacer que los libros
fueran mucho más accesibles.
No sólo la agricultura se expandió considerablemente en el sur de China durante
la Edad de la División, sino que también fue creciendo la privatización y la
comercialización de la economía de las dinastías del Sur. Para los siglos V y VI,
la circulación de moneda y el comercio habían permeado casi todos los niveles
de la sociedad. La comercialización de la economía fue estimulada aún más por
un creciente volumen de comercio marítimo internacional, que ya había llegado
a vincular los puertos marinos del sur con mercados tan lejanos como el del
Mediterráneo, en los últimos tiempos de Han. Desde la dinastía Han hasta la
Edad de la División, el puerto más importante de China se localizaba
probablemente, lo que es bastante sorprendente, en las cercanías de la actual
Hanoi, en el área del valle del Río Rojo de lo que ahora es el norte de Vietnam.
Gracias a esta vitalidad comercial, es probable que la capital de esta dinastía del
sur (la actual Nanjing) haya llegado a ser la ciudad más grande del mundo hacia
inicios del siglo VI, con una población de quizá hasta 1 400 000 personas.⁷
El sobresaliente dinamismo cultural y económico de la China de la dinastía del
sur contrastaba marcadamente con lo que ocurría en Europa occidental por los
mismo años, donde —si bien a veces se exagera el trauma asociado a la caída del
Imperio romano— parecía haber un “alarmante declive en los niveles de vida
occidentales durante los siglos V al VII”.⁸ Este florecimiento cultural y
económico de la dinastía china del sur también establece un fuerte contraste con
el desarrollo simultáneo en el corazón originario de la civilización china en el
norte. Un autor budista del siglo VI se maravilló de cómo la Planicie Central del
norte que alguna vez fue “China” se había convertido en un “desecho de
bárbaros”, mientras que el sur que alguna vez fue “bárbaro” se había convertido
ahora, sin embargo, en una tierra “china”. ¡Parecía casi como si el norte y el sur
hubieran intercambiado lugares!
Con todo, las dinastías del Sur tenían también serias debilidades reales. La
riqueza y la educación se concentraban, de manera muy pronunciada, en algunas
pocas manos. Si bien el exuberante proceso de monetización y comercialización
benefició enormemente a algunos, al parecer también orilló a muchos pequeños
granjeros independientes a una abyecta dependencia. La polarización económica
parece haber sido extrema. Y aunque la primera dinastía del sur, la Jin oriental,
disfrutaba de un nivel de estabilidad y legitimidad, fue derrocada en 420 por un
usurpador militar. Ninguna dinastía del sur posterior sobrevivió mucho tiempo, y
cada una fue fundada por un general ambicioso. Con frecuencia, estas
advenedizas casas militares se desgarraron después a sí mismas por rivalidades
internas y sospechas. Por ejemplo, de los 28 hijos del emperador Xiaowu de los
song (r. 454-465), ninguno murió de causa natural: todos fueron asesinados por
miembros de su misma familia. Una canción popular de alrededor del año 454
capta una parte de ese envilecimiento del conflicto interno: “Primero se ve al
hijo asesinando al padre, luego se ve al hermano menor asesinando al hermano
mayor”.¹
No es de sorprender que entre la población haya habido poco sentido de
identificación con estas efímeras y menos que admirables dinastías del Sur (poco
sentido de lo que podríamos llamar identidad nacional). A pesar del brillo
cultural de las dinastías del Sur —a mediados del siglo VI, por ejemplo, un
escritor del sur podía descalificar casi todos los esfuerzos literarios del norte
como poco más que “rebuznos de asnos y ladridos de perros”—, irónicamente,
una versión conservadora del confucianismo tradicional había sido, en cierto
sentido, mejor preservada por los regímenes no chinos del norte.¹¹ Después de
una devastadora rebelión entre los años 548-552, las dinastías del Sur jamás se
recobrarían completamente. Al final, la reunificación provino del norte.
Wei del Norte (norte de China, 386-534 d.C.)
En el norte de China, al tiempo que cierto nivel de estabilidad comenzaba a
regresar después del caos del siglo IV, el más importante de los Cinco Hu
terminó siendo un subgrupo del extenso pueblo xianbei, llamado los tuoba. Los
xianbei, en general, son considerados originarios, aproximadamente, de las
cercanías del área nororiental de la Manchuria actual. Las leyendas de la tribu
tuoba localizaban su propia patria justo al oeste de Manchuria, en lo que ahora es
el nororiente de Mongolia Interior. La historia antigua de los xianbei tuoba
permanece, con todo, poco clara, y su lengua nativa (hoy extinta) no puede ser
identificada de manera más precisa que como perteneciente a la familia
uraloaltaica, en algún lugar entre las lenguas túrquicas y mongólicas. En la
segunda mitad del siglo, los xianbei tuoba establecieron sus áreas de pastoreo en
el cinturón de praderas montañosas que se extienden desde los meandros más
septentrionales del río Amarillo en el oeste, hasta, precisamente, el norte de la
actual Beijing, en el este. El emperador Wu de la dinastía Han hizo un esfuerzo
por incorporar esta área al imperio Han, construyendo fortificaciones y
estableciendo colonias agrícolas, pero hacia el siglo tercero, la administración
china había sido evacuada en su gran mayoría. Los xianbei tuoba históricos
surgieron de una mezcla de pueblos y culturas, en esta área y en este tiempo.
En 261, un jefe tuoba envió a su hijo a la corte imperial china, y dado que el
gobierno chino comenzaba a desintegrarse en medio de una desastrosa guerra
civil, los seminómadas tuoba fueron reclutados por una facción (y cortejados por
otras) de la familia dirigente de los jin occidentales, como milicias auxiliares.
Como recompensa por sus servicios, el jefe tuoba fue investido por el Jin
occidental como primer duque, y hacia el 315, como rey de Dai (el nombre de
una unidad administrativa china cercana a sus tierras de pastoreo). Después de la
caída de la dinastía Jin occidental, los mismos xianbei tuoba fueron brevemente
conquistados e incorporados a uno de los muchos reinos no chinos del norte, que
florecieron en el siglo IV. Sin embargo, la independencia tuoba fue restablecida
en 386 en una reunión de tribus cerca de la actual Hohhot en Mongolia interior.
El dirigente tuoba elevó rápidamente su título de rey a emperador y el nombre de
su Estado cambió de Dai a Wei. Así comenzó lo que se conoce históricamente
como la dinastía Wei del Norte (386-534).
En 398, el hasta ahora seminómada emperador wei del Norte estableció una
nueva capital permanente cerca del sitio donde ahora se encuentra la ciudad de
Daotong, en la provincia de Shanxi al norte, y dio comienzo al desarrollo de una
base agrícola en la región. En el proceso, la dinastía Wei del Norte hizo gran uso
de mano de obra cautiva, asentada en los alrededores de su capital. Existen
registros de que más de un millón de personas fueron forzadas a establecerse ahí
en la primera mitad del siglo V, incluyendo pobladores chinos, otros subgrupos
xianbei, xiongnu y gente proveniente de lo que ahora es el norte de Corea. A
través de una amplia reorganización y reubicación de grupos de población en
esta manera, los wei del Norte propiciaron la disolución de antiguas identidades
y comenzaron a forjar una nueva y más unida identidad wei del Norte.
Hacia el año 439, los wei del Norte ya habían completado la conquista y
reunificación del norte de China. Aun así, permanecieron durante mucho tiempo
como una dinastía xianbei distinta. Las tierras de pastoreo para el ganado
continuaron siendo fundamentales para la economía wei y los registros históricos
mencionan literalmente millones de cabezas de ganado, ovejas, caballos y
camellos. Bien entrado el siglo V, la cacería —normalmente con halcones y
azores— parece haber tenido un peso real en la economía, además de haber sido
una de las distracciones favoritas de la élite de los wei del Norte. En 415, año en
que hubo una cosecha raquítica, alguien propuso mover la capital más al sur,
hacia el corazón de China. Prevaleció el argumento, empero, de que mientras los
xianbei tuoba permanecieran en el norte, los chinos seguirían creyendo que
poseían vastas hordas de guerreros. Reubicar la capital al sur revelaría su
pequeño número verdadero. Era mejor permanecer en el norte, desde donde ellos
podían atacar el sur de manera rápida cuando fuera necesario, y los chinos
temblarían y se someterían al ver el polvo levantado por los cascos de los
caballos (figura III.1).
FIGURA III.1. Estatuilla funeraria hecha de terracota de un jinete de la dinastía
Wei del Norte (siglos V-VI). Musée des Artes Asiatiques, Guimet, París. Erich
Lessing/Art Resource, Nueva York.
En 443, los wei del Norte enviaron un emisario para ofrendar sacrificios a lo que
ellos creían el redescubrimiento de un templo ancestral “original” de los xianbei
tuoba, dentro de una cueva en la remota Mongolia interior nororiental. Fuera o
no realmente el hogar ancestral de los xianbei tuoba, una inscripción
conmemorativa fue grabada entonces en una pared interna de la cueva y el texto
de esa inscripción fue registrado en la historia dinástica. Sorprendentemente, en
1980, los arqueólogos volvieron a descubrir esa cueva, junto con la inscripción
del siglo V completa. Este descubrimiento arqueológico confirma de manera
impresionante la narración histórica tradicional, pero con ciertas reservas. Se
encontraron variaciones menores pero interesantes entre el texto real de la
inscripción hallada y aquel que se registró en la historia dinástica. En particular,
la inscripción original utiliza el título kan para los primeros dirigentes xianbei
tuoba (quizá el registro más antiguo del uso de este título nómada ahora
familiar), mientras que la historia dinástica omite ese término. Kan no es un
título chino y esta discrepancia es un recordatorio de que la dinastía Wei del
Norte pudo haber sido menos enteramente china de lo que sugieren las historias
oficiales, que fueron escritas en lengua china por autores chinos. Por otra parte,
sin embargo, incluso la palabra no china kan está escrita en caracteres chinos en
esta inscripción original.
Hasta mediados del siglo V, los emperadores wei del Norte gobernaron el norte
de China esencialmente en el estilo de los jefes supremos xianbei;
aparentemente, no se imaginaron a sí mismos como los únicos sucesores
legítimos del Mandato del Cielo chino y no dieron muchas muestras de una
ambición encaminada a conquistar las aún independientes dinastías del Sur y así
reunificar China. Además, la mayoría de los funcionarios de alto mando de los
wei del Norte se seguían identificando como no chinos.¹² Con el tiempo, no
obstante, en 494 los wei del Norte sí reubicaron su capital al sur, en el
reverenciado sitio imperial de los inicios: Luoyang. Incluso antes de eso, guiados
primero por una poderosa emperatriz viuda y luego por el emperador Xiaowen
(r. 471-500), la corte comenzó a promulgar medidas para transformar a los wei
del Norte en un régimen más al estilo chino. Esto incluyó la construcción de un
templo confuciano con sacrificios estacionales al espíritu de Confucio, la
adopción de nombres chinos (por ejemplo, en esta época se cambió el apellido
imperial no chino Tuoba por el chino Yuan), así como el uso obligado de la
lengua china dentro de la corte. El motivo subyacente a estas acciones
probablemente se debía menos a cualquier obvia superioridad o atractivo de la
cultura china que a la intención de formar una base sobre la cual los wei del
Norte conquistarían el sur y reunificarían China.
Una de las nuevas medidas implantadas en esta época fue un notable sistema
estatal de distribución de tierras per capita conocido como sistema de “parcelas
iguales” (juntian). Este sistema permanecería operando en China
aproximadamente entre 485 y 780 y ejercería una importante influencia en las
primeras instituciones japonesas. También es un fascinante ejemplo de una
temprana tentativa de intrusión gubernamental en el manejo de la economía. Si
bien abrazaron los ideales del confucianismo chino antiguo acerca de la
igualdad, la distribución de tierras per capita de los wei del Norte surgió de
manera más directa de la práctica xianbei no china de utilizar mano de obra
cautiva para el cultivo de la tierra. Desde la perspectiva seminómada xianbei, el
cultivo de la tierra seguía siendo una tarea baja, servil. Incluso la
implementación imperfecta del sistema de parcelas iguales únicamente pudo ser
posible debido a la reubicación masiva de la población y a las extensas tierras
vacantes del norte, durante los siglosIV y V, fruto de una China asolada por las
guerras. A pesar de su interés histórico, el sistema de parcelas iguales era en
realidad una anomalía en el patrón general de la historia económica de China, y
el desarrollo comercial privado, característico de las dinastías del Sur
contemporáneas, era más representativo de las tendencias chinas de largo
alcance.
Incluso después de la reubicación de la capital de los wei del Norte en Luoyang
en 494, siguió habiendo, aparentemente, suficientes pobladores xianbei que no
eran competentes en la lengua china, por lo que se sintió la necesidad de traducir
del chino al xianbei la parte medular del Clásico de la piedad filial confuciano.
Se sabe que un gran número de libros fueron escritos en lengua xianbei en esta
época (sin embargo, hoy nada sobrevive de esta lengua salvo un puñado de
palabras en trascripción china). La orden imperial de los wei del Norte de vestir
a la usanza china también fue aparentemente ineficaz. Por el contrario, fueron
los chinos quienes incorporaron las camisas y los pantalones de estilo xianbei al
nuevo atuendo chino tradicional.
Independientemente de eso, el pueblo xianbei tuoba llegó a imaginarse como
descendiente del mismo mítico Huangdi o emperador Amarillo, así como de
otras figuras legendarias, al igual que los chinos. Los wei del Norte se
convirtieron en una auténtica dinastía china, tan es así que la versión original de
la historia clásica Mulán (familiar ahora desde la película animada de Disney)
pudo ser compuesta con mucha probabilidad bajo el régimen de los wei del
Norte. Esta dinastía llegó a ser considerada no sólo como una legítima dinastía
china, sino también como la única legítima poseedora del Mandato del Cielo, a
pesar de que las dinastías del Sur contemporáneas le disputarían esto en su
tiempo. Después de la reunificación de China en 589, un historiador del siglo
VII escribió incluso que la razón por la cual “el dao de China no cayó” durante
la Edad de la División fue gracias a los esfuerzos del emperador Xiaowen de los
wei del Norte.¹³ En 601, un descendiente de séptima generación de un jefe
xianbei tuoba ayudó de hecho a compilar el diccionario de rimas, llamado
Qieyun, que se estableció como ¡el modelo de la pronunciación “correcta” del
lenguaje chino! Es bastante interesante que el nombre de la tribu tuoba, a través
de la variante túrquica de su pronunciación “tabgatch”, se convirtiera más
adelante en un nombre común en Asia central para China.
Si los xianbei que se trasladaron al sur de China se convirtieron a la larga en
pobladores chinos, en cambio aquellos xianbei que permanecieron en el norte
lejano (así como otros que se les unieron) no lo hicieron. El poder militar de los
wei del Norte permaneció sobre todo en la caballería a la usanza xianbei,
especialmente en quienes estaban estacionados en las Seis Guarniciones en la
parte más alta de los meandros septentrionales del río Amarillo. Estas
guarniciones dominaban las estratégicas praderas al sur del desierto de Gobi,
desde donde potenciales invasores nómadas de las estepas podrían lanzar un
ataque a China. Los guerreros en estas guarniciones fronterizas se sintieron cada
vez más abandonados por la corte prochina de los wei del Norte en Luoyang, y
en 524 estalló una rebelión en las Seis Guarniciones que desembocaría en la
división de la dinastía Wei del Norte en dos, la del este y la del oeste, en 534. Sin
embargo, estas así llamadas dinastías Wei de Oriente y Occidente pronto
sufrieron en sí mismas posteriores usurpaciones y cambios de poder.
Siguió una reacción contra las políticas prochinas de los últimos gobiernos de los
wei del Norte, junto con un considerable resurgimiento de la cultura e identidad
xianbei. Los nombres xianbei se restauraron e incluso algunos pobladores chinos
ambiciosos adoptaron nombres xianbei para sí mismos y aprendieron a hablar
esa lengua, a mediados del siglo VI. Al mismo tiempo, sin embargo, en parte
debido al número extremadamente pequeño de guerreros xianbei que tenía a su
disposición, el régimen noroccidental también comenzó a hacer esfuerzos sin
precedentes para incorporar a chinos étnicos a su milicia. Quizá porque su área
principal se encontraba en la misma región de “Dentro de los Pasos” donde se
hallaba el país natal de los antiguos zhou (y qin), este régimen también comenzó
a evocar conscientemente la memoria de los antiguos ideales zhou, así como sus
modelos. En 589, después de otra usurpación y cambio de casas dinásticas, este
régimen (ahora llamado dinastía Sui), establecido en la región noroccidental de
“Dentro de los Pasos”, finalmente reunificó China.
Cultura internacional de la élite cosmopolita
“La más notable característica de la China del siglo VI fue su diversidad
cultural.”¹⁴ En el norte de China, en una época tan tardía como la década de 570,
los dirigentes, una gran parte del ejército y el lenguaje de los altos mandos
militares seguían identificándose como xianbei no chinos. En ocasiones, estos
guerreros no chinos denigraban de manera escandalosa a los granjeros y
funcionarios civiles de las etnias chinas, llamándolos de maneras tan ofensivas
como “perros de Han”.¹⁵ Al mismo tiempo, muchos xianbei ya habían adoptado,
no obstante, una gran parte de la cultura china. Un poderoso señor nororiental de
la guerra de mediados del siglo VI, Gao Huan (496-547) —famoso por exhortar
a sus guerreros xianbei a ver a los chinos como sirvientes útiles y que por eso
mismo no debían ser maltratados, mientras que al mismo tiempo decía a los
chinos que los xianbei eran sus defensores y que debían darles alimento y
vestido sin resentimiento— es particularmente interesante porque en realidad es
difícil decir con certeza si él mismo era chino o xianbei.
De acuerdo con los registros históricos, él fue el nieto de un censor auxiliar
chino del oriente de la Planicie Central que fue exiliado a una guarnición
fronteriza noroccidental en la región del desierto de Ordos. Luego de dos
generaciones, sin embargo, este hombre era culturalmente xianbei con claridad
(aunque al parecer hablaba con fluidez tanto la lengua china como la xianbei).
Algunos investigadores actuales han coincidido en el argumento de que su
afirmación de descender de chinos debió ser un engaño. Tal impostura
genealógica pudo ser de hecho conveniente y posible, pero también es
concebible que realmente fuera descendiente de chinos (aunque no de una
distinguida familia como él afirmaba). Su pretensión de ser de ascendencia
china, en cualquier caso, debió de haber parecido plausible en su época. Al final,
no hay pruebas certeras en ningún sentido, y la misma ambigüedad de su
identidad arroja luz sobre algo importante acerca de esta época.
La cultura de esta época era una especie de mezcla híbrida. En una época tan
temprana como el siglo III, ya era una moda entre la clase adinerada china
adoptar cosas extranjeras como las, así llamadas, camas hu (un tipo temprano de
silla plegable) y técnicas de cocina. Las influencias extranjeras provenían a
veces de distancias sorprendentes. Un jarrón de plata, encontrado en la tumba de
un comandante de guarnición en el noroccidente de China (la actual Ningxia)
que murió en 569, aparentemente fue hecho en lo que ahora es Afganistán, en
estilo persa ¡y decorado con escenas de la guerra de Troya!¹
En el sur, el dominio de los chinos étnicos se mantuvo durante la Edad de la
División, pero la población del sur también se mezcló, y el sur estaba igualmente
abierto a una amplia gama de contactos con el exterior. De acuerdo con los
registros históricos, por ejemplo, la corte de la dinastía del Sur del siglo VI fue
visitada constantemente por delegaciones, no sólo de la cercana Península de
Corea, sino también del suroeste de Asia, de la India, Persia y Asia central.
Algunos investigadores incluso creen que los pilares de piedra de ciertas tumbas
imperiales del sur muestran evidencia de influencia griega.
Si China estaba extraordinariamente abierta a la influencia exterior durante la
Edad de la División, y si algunas de esas influencias provenían de lugares
sorprendentemente distantes, por otra parte, ésta fue precisamente la época en
que se plantaron ciertas características culturales claves, que hicieron que Asia
oriental fuera lo que es. Una cultura de élite relativamente común se extendió
por Asia oriental en este periodo, alcanzando las actuales China, Corea, Japón y
el norte de Vietnam. Las distintas élites de Asia oriental de este periodo tenían,
de cierta manera, más en común la una con la otra que con los agricultores de
sus propias villas vecinas. Ésta fue la época en que nació Asia oriental. Una de
las características claves de esta nueva comunidad de Asia oriental —y una que
simultáneamente la vinculó, a otro nivel, con un mundo mucho más amplio—
fue el budismo.
EL BUDISMO LLEGA A ASIA ORIENTAL
Los orígenes indios
El budismo fue la primera gran religión misionera del mundo. Precisamente
durante aquellos mismos siglos en que China se encontraba más dividida
políticamente, un amplio territorio del planeta, incluyendo una gran parte del
Asia del Sur, Asia central, Asia oriental y partes de Asia suroriental, llegó a estar
unido por una compartida fe religiosa en el budismo. El budismo se originó, por
supuesto, en Asia del Sur. El Buda histórico (“el iluminado”), Siddhārtha
Gautama, quien también es llamado Śākyamuni (el “sabio del clan Śākya”),
nació en las cercanías del actual Nepal alrededor del siglo VI a.C. Se dice que su
logro más importante fue descubrir que aunque el ámbito de la existencia
material continúa infinitamente (el ciclo de vida, muerte y reencarnación que los
indios llaman samsāra), nada en él es permanente, y que está desprovisto de
cualquier propósito superior. Es decir, a la clásica pregunta religiosa sobre cuál
es el significado de la vida, Buda responde que la vida no posee realmente un
significado. Después de que uno muere, no existe una identidad personal que
pase a las futuras reencarnaciones. En cambio, los varios componentes de la
identidad se disgregan y vuelven a combinarse de nuevas maneras. Nada es
permanente y tampoco hay una dirección con propósito para esta infinita
transformación. Todas las cosas son meras consecuencias de causas previas, que
a su vez son las causas de otros efectos, y así en adelante, por siempre. La
existencia está en última instancia vacía y carece de sentido, y el único objetivo
realmente sabio sólo puede ser escapar de este infinito ciclo de miseria.
El entendimiento de esto motivó a Buda a dar su primer sermón, en el cual
formuló las Cuatro Nobles Verdades. La primera Noble Verdad es que la vida es
sufrimiento. La segunda es que la causa de nuestro sufrimiento es el apego a las
cosas de este mundo. La tercera Noble Verdad continúa con una lógica
despiadada: el camino para terminar con nuestro sufrimiento es romper esos
apegos y deseos. El camino para lograrlo se explica en la cuarta y última Verdad,
que es seguir el Sendero Óctuple de una vida apropiada. Si se tiene éxito en
romper con todos los apegos, uno debe alcanzar en última instancia el fin de las
reencarnaciones, o nirvana.
Aunque se dice que las Cuatro Nobles Verdades representan el corazón de la
doctrina budista, en general éstas no se han enfatizado mucho en el budismo
chino. La esencia del acercamiento chino al budismo puede quedar mejor
reflejado en el siguiente proverbio: “El mar amargo [de la existencia] es infinito;
[pero sólo] gira tu cabeza y ahí está la playa” (Ku hai wu bian; hui tou shi an).
Es decir, a pesar de que las miserias de la vida no tienen fin, la liberación puede
alcanzarse a través del simple entendimiento de la verdad.
Además, para muchos budistas chinos y otros asiáticos orientales, la esperanza
de salvación más realista parecía no depender de ningún riguroso camino de
desapego espiritual de los deseos o de una sorpresiva iluminación sino, más bien,
de una simple fe que apela a la compasiva intervención de un bodhisattva —un
ser iluminado que deliberadamente elige permanecer en el ámbito de la
existencia para ayudar a salvar a otros— para renacer en el paraíso. El más
importante de estos bodhisattvas fue Amitābha, el bodhisattva de la vida infinita
y de la luz infinita, quien hizo el voto de propiciar que renaciera en la Tierra
Pura occidental todo aquel que invocara su nombre con sinceridad genuina. El
budismo asiático oriental es predominantemente lo que se conoce como
Mahāyāna (o gran vehículo), una tradición que promete la salvación universal,
en la cual el buda y los bodhisattvas han llegado a ser adorados como deidades, y
el renacer en el paraíso se ve frecuentemente como una meta más inmediata que
terminar con el ciclo de la reencarnación en el nirvana.
Si esta versión del budismo parece completamente diferente de lo que se ha
descrito antes como el entendimiento original del propio Buda, hay que hacer
hincapié en que es difícil hablar con certeza del budismo original porque no hay
registros fiables del periodo antiguo y porque muchas diferentes versiones del
budismo se esparcieron rápidamente. El budismo se volvió pronto muy complejo
y sofisticado, con lo que escapó a las generalizaciones fáciles. La edición
canónica actual del budismo chino, por ejemplo, incluye alrededor de 2 184
diferentes textos completos y ésta es sólo una de tres grandes antologías de
escrituras budistas que han sobrevivido (las otras dos son los cánones tibetano y
asiático suroriental, también llamado pali). Muchos otros grandes textos,
además, no sobrevivieron.
La primera comunidad budista debió de haber surgido en el valle del río Ganges
en el noreste de la India, pero hacia el siglo III a.C. había budistas a todo lo largo
del sur de Asia, de Sri Lanka en el sur a Gandhāra en el noroeste (en lo que
ahora es Pakistán y Afganistán). Al mismo tiempo, las conquistas de Alejandro
Magno (356-323 a.C.) llevaron a los griegos a esa misma área de los actuales
Pakistán y Afganistán. Alrededor del año 160 a.C., un rey griego de la región,
Menandro I Soter, se convirtió supuestamente al budismo. El resultado fue una
fértil fusión de influencias helenísticas, persas e indias. Dado que las principales
rutas de la seda atravesaban también la misma región, algunas de estas
influencias culturales y artísticas comenzaron a extenderse hacia el oriente hasta
llegar a China.
Templos en grutas de piedra comenzaron a ser utilizados en la India en una
época tan temprana como el siglo II a.C. como lugares donde los santos indios
podían practicar la austeridad. En el siglo I de nuestra era comenzaron a crearse
imágenes de Buda en la región de Gandhāra. Tanto las imágenes de Buda como
el uso de cuevas como templos se esparcieron de ahí hacia China y Asia oriental.
Más de 120 cuevas-templo se encuentran en el norte de China; la más antigua de
las cuales data del siglo V. Este tipo de cuevas-templo llegó tan lejos en el
oriente como al sureste de Corea. El resultado fue una manifestación visible de
una comunidad cultural budista que vinculaba una región entera que iba del
actual Afganistán hasta Corea. Las estatuas budistas más grandes del mundo
(hasta que fueron destruidas por los talibanes en 2001) fueron hechas en
Bamiyán, Afganistán, hacia el siglo VI. Entre los mejores ejemplos de China se
encuentran las Grutas de Yun’gang, cercanas a la capital de la dinastía Wei del
Norte, en la actual Datong, las cuales fueron construidas en gran parte entre 460
y 494 (figura III.2). El conjunto de Yun’gang abarca alrededor de 51 000
imágenes budistas, de las cuales la escultura más grande tiene unos 17 metros de
alto.
Al mismo tiempo que el budismo unía vastas partes de Asia en una sola
comunidad religiosa, existieron importantes diferencias regionales, incluso en
asuntos específicos de la práctica budista. La costumbre de construir cuevastemplo no se extendió a Japón, por ejemplo, y eran poco comunes en el sur de
China. La pagoda, una estructura simbólica budista que fusionó la antigua
arquitectura de torre del estilo de la dinastía china Han con elementos religiosos
indios importados, y que maduró en China hacia el siglo V, es exclusivamente
asiática oriental.¹⁷ Es más, en Asia oriental, las pagodas chinas están construidas
de manera característica de mampostería y las pagodas japonesas de madera,
mientras que Corea es famosa por sus pagodas de piedra.
FIGURA III.2. Buda colosal de piedra de Yun’gang, cueva 20, dinastía Wei del
Norte, 460-494 d.C., cerca de Datong, China. Werner Forman/Art Resource,
Nueva York.
En China, la propagación del budismo fue paralela al surgimiento de una nueva
religión indígena china daoísta que interactuó con el budismo de maneras
complejas. Aunque esta religión daoísta tomó muchas creencias chinas antiguas
como la posibilidad de la inmortalidad física, los textos revelados de manera
divina, una burocracia inframundana, y tanto el texto clásico como la figura
deificada de Lao-Tsé, los templos, la clerecía y el canon de escrituras específicos
de la religión daoísta se desarrollaron tardíamente hasta esta época. Hacia el
siglo V, muchas nuevas escrituras daoístas fueron hechas siguiendo visiblemente
los sūtras budistas, si bien algunas ideas originales del budismo, que les
resultaron extrañas, como la reencarnación, se modificaron para encajar de
alguna manera en los distintos propósitos daoístas.¹⁸ Al mismo tiempo, el propio
budismo se estaba transformando en China.
La expansión del budismo a China
El budismo se extendió por China a lo largo de las rutas comerciales de las
caravanas que se dirigían a Asia central, así como, algo más tarde, a lo largo de
las rutas comerciales marítimas del sureste de Asia. Las enseñanzas brahmánicas
indias anteriores al budismo habían prohibido los viajes por mar, pero el
bodhisattva budista de la compasión, Avalokiteśvara, se convirtió en el santo
patrono de los viajeros, confiriendo a los comerciantes el valor para encarar los
peligros reales e imaginarios que formaban parte de los largos viajes en la
Antigüedad. Quizá esa fue la razón por la que muchos de los primeros
comerciantes indios eran budistas, y no era raro que monjes budistas los
acompañaran en sus travesías.
En un encantador ejemplo de la habilidad del budismo para adaptarse y
transformarse localmente, en China, esta divinidad India, Avalokiteśvara, llegó a
ser representada con frecuencia (aunque no siempre) en forma femenina como la
amada diosa de la compasión Guanyin (Kannon en japonés, Kwanǔm en
coreano). Las mujeres chinas se encomendaban comúnmente a Guanyin con la
esperanza de que las ayudara a dar a luz un niño varón. En el Tíbet, mucho
tiempo después, los venerados líderes budistas conocidos como dalai lamas (un
título que data de 1578) también llegaron a verse como reencarnaciones de
Avalokiteśvara, conocido localmente como Chenrezig.
Sin duda, el budismo había ingresado a China para el temprano siglo I, pero no
tuvo mucho impacto inicialmente. A pesar de que las creencias religiosas nativas
anteriores al budismo, que reconocían una amplia variedad de diferentes
espíritus, no excluían necesariamente la incorporación de nuevos dioses
extranjeros, los primeros monjes misioneros debieron de haber parecido bastante
excéntricos, mendigando para subsistir con los pies desnudos, las cabezas
afeitadas, las ropas azafranes y el hombro derecho descubierto. De manera más
fundamental aún, el mensaje budista de retirarse de un mundo lleno de miseria
era contrario al optimismo característico de la tradición china de participación
activa en la sociedad. Los ideales confucianos de servicio a la familia, la
comunidad y el Estado entraban en conflicto directamente con la meta budista de
abandonar la familia y la comunidad para convertirse en un monje célibe. En
consecuencia, el budismo se enraizó muy lentamente en China, y no fue sino
hasta el siglo III que la primera persona de origen chino fue ordenada como
monje budista. Durante aproximadamente los primeros tres siglos de su
existencia en China, el budismo estuvo confinado en gran medida a la
comunidad extranjera que vivía allí.
Fue hasta después del colapso del gobierno imperial en el norte de China en el
siglo IV y con el comienzo de un periodo de flujo etnocultural a gran escala que
el budismo encontró un público más receptivo. Gran parte del atractivo que tenía
entonces el budismo se debía a su supuesta capacidad para obrar milagros. Por
ejemplo, en el temprano siglo IV en el sur de China, un misionero indio
fascinaba a las multitudes al cortar su lengua con un cuchillo y luego colocarla
otra vez en su lugar, o al arrojar un papel a las llamas y retirarlo intacto de las
cenizas. El gran monje misionero Buddhasingha (en chino, Fotucheng, m. 348)
—que llegó proveniente de las regiones occidentales a la capital imperial china
de Luoyang en 310, justo cuando la ciudad caía en manos de los conquistadores
hu— era “diestro en recitar encantamientos supernaturales y capaz de dirigir
demonios. Podía untar en la palma de su mano una mezcla de aceite de sésamo
con colorante rojo y los sucesos que ocurrían a miles de li podían observarse en
su palma, justo como si sucedieran frente a tu cara”.¹ Buddhasingha se presentó
ante un importante comandante hu y llenó su tazón de mendigar con agua,
incienso quemado y, al decir una plegaria, hizo que una flor de loto azul
floreciera milagrosamente en su tazón. Como poseedor de tales sorprendentes
poderes supernaturales, Buddhasingha fue recibido como un consejero de
confianza en el trono de este reino Hu en el norte de China durante unos 30 años.
Se alega en ocasiones que los dirigentes no chinos de las dinastías del Norte eran
particularmente receptivos al budismo porque era extranjero, justo como ellos.
De hecho, fuentes textuales colocan estas mismas palabras en al menos un líder
hu del norte en el siglo IV. Con todo, de las cuatro más grandes purgas del
budismo en la historia de China, dos fueron llevadas a cabo por tales dinastías no
chinas del norte en los siglos V y VI, y ninguna por las así llamadas dinastías del
Sur chinas nativas de esta época. Al menos uno de los motivos de estas purgas
norteñas del budismo fue precisamente el deseo de mostrar sus credenciales
como auténticos imperios chinos. Es más, la supervisión y reglamentación
gubernamental de la iglesia budista comenzó en el norte, a finales del siglo IV y
principios del V, y las dinastías del Norte generalmente ejercían un control más
riguroso sobre el budismo que las dinastías sureñas. En el sur, mientras tanto, la
sofisticación filosófica y la habilidad de ciertos distinguidos monjes del siglo IV
para llevar una conversación elegante contribuyeron a hacer respetable el
budismo. El budismo floreció en el norte y en el sur, y entre chinos y no chinos.
A diferencia de la Europa de la Edad Media, los gobiernos de China desde muy
temprano afirmaron su autoridad para regular la religión y vindicaron
exitosamente el principio de la superioridad del Estado sobre la Iglesia. Sin
embargo, salvo raras excepciones, en la China premoderna no existió una Iglesia
estatal oficial a la que se esperara que todos pertenecieran. La principal
preocupación del gobierno fue limitar el número de exenciones fiscales a la
religión y suprimir potenciales rebeliones inspiradas en creencias religiosas. Más
allá de esto, el gobierno era generalmente tolerante con las distintas creencias.
Los chinos premodernos gozaron de un grado sorprendente de libertad religiosa
individual. Por esta razón, a pesar de la gran popularidad del budismo durante su
auge, China nunca fue una civilización exclusivamente budista.
Si supuestamente los budistas indios vieron la infinita rueda de la existencia
como una maldición y el nirvana como una liberación del ciclo de
reencarnaciones, irónicamente en China la idea India, antes poco familiar, de la
reencarnación (del renacimiento) parecía implicar una promesa de vida eterna,
algo que para muchos chinos no carecía de atractivo. La idea de la reencarnación
resolvió también el enigma moral de por qué les ocurrían cosas malas a las
personas buenas: sus buenas acciones, se dijo, serían recompensadas en la otra
vida. En China, los budistas llegaron a creer que después de la muerte uno podía
ir al infierno para un periodo de castigo (donde Yama, el dios de la muerte, juzga
a los malhechores), ser condenado a vagar por la tierra como un fantasma
hambriento, renacer como animal, renacer como humano, renacer en el paraíso
(como la Tierra Pura en el oeste) o renacer como una especie de demonio
llamado asura.
El budismo se transformó en su viaje de India a China, pero esto no debería
sorprender. No sólo los antecedentes culturales eran muy diferentes, sino que
también existía un enorme abismo lingüístico entre los lenguajes de India, donde
se articularon por primera vez los conceptos del budismo, y el chino. Durante
siglos, la prioridad del budismo en China fue la traducción. En una época
temprana, la región del lejano noroccidente de China que hoy se llama Xinxiang
desempeñó un papel esencial en el proceso de transmisión. Muchos de los
primeros traductores del budismo no eran en realidad de la India sino de Asia
central, una buena parte de Xinxiang.
Xinxiang ha sido llamada justificadamente la encrucijada de Eurasia.² Las
principales rutas comerciales de la seda se situaban tanto al norte como al sur del
desierto de la cuenca del Tarim, que ocupaba el centro de Xinxiang. Aunque
Xinxiang se incorporó al imperio chino en una época tan temprana como el siglo
II a.C., luego sólo esporádicamente se incluyó dentro de las fronteras chinas, y
su población y cultura permanecieron durante mucho tiempo lejos del ámbito
chino. Por ejemplo, en algunas partes de Xinxiang, como Kuchā, una comunidad
oasis en la rama norte de las rutas de la seda, un lenguaje indoeuropeo llamado
tocario se continuó hablando hasta el siglo IX.
Kumārajīva (344-413), el más grande de los primeros traductores del budismo,
nació en Kuchā. Supuestamente hijo de padre indio y madre de la localidad,
Kumārajīva viajó de niño con su madre a Cachemira, en la India, y aprendió los
idiomas de varios países. En 384, Kuchā, y Kumaārajīva junto con la ciudad,
cayó en manos de uno de los regímenes hu del norte de China. Se dice que al
regresar de Kuchā, el general victorioso necesitó 20 000 camellos para cargar su
botín. Como parte de este botín se encontraba el maestro budista Kumārajīva.
Con el tiempo, Kumārajīva se estableció en la capital de la vieja dinastía Han en
Changán, en la histórica región de “Dentro de los Pasos”. Ahí Kumārajīva
congregó un equipo de 800 académicos y se embarcó en un proyecto de
traducción de gran envergadura. A pesar del enorme talento, Kumārajīva siempre
lamentó que mucho se había perdido en la traducción.
A la larga, un grupo de peregrinos chinos fue a la misma India para estudiar el
budismo en sus fuentes. El más famoso de los primeros peregrinos fue Faxian,
quien viajó a lo largo del sur de Asia entre 399 y 412 y dejó un importante
registro de sus travesías. Pero ni siquiera viajar a la India disminuyó la barrera
del lenguaje. No había manera de evitar utilizar palabras chinas para traducir (o
al menos explicar) conceptos indios; era inevitable que en el proceso se
implicaran ideas chinas preexistentes. Cuando se le preguntó a Mouzi, un
apologista chino del budismo del siglo II tardío, por qué respondía a las
preguntas que se le hacían sobre el budismo con respuestas tomadas de los
clásicos del confucianismo, él argumentó: “Si yo hablara con las palabras de los
sūtras budistas, sería como hablar sobre los cinco colores a una persona ciega, o
tocar los cinco sonidos a una persona sorda”.²¹
El budismo simplemente debía ser filtrado a través del cristal de las palabras e
ideas chinas ya existentes. Si bien Mouzi abrevó de los principios del
confucianismo, y la mayoría de los budistas chinos se esforzaron por enfatizar la
compatibilidad entre el budismo y el confucianismo, a la larga fue la
terminología daoísta la que influyó más al momento de traducir las ideas
budistas de India y de conformar la interpretación china del budismo. Por
ejemplo, la palabra nirvana se tradujo algunas veces al chino usando la expresión
favorita de Lao-Tsé wuwei (la no acción). Se ha especulado que el título de un
importante texto budista chino sobre la Tierra Pura, El gran sūtra de la
longevidad sin límites (Da wu liang shou jing), traiciona la búsqueda de
inspiración daoísta de la inmortalidad, algo bastante extraño para la noción India
de la meta del nirvana como extinción.
Es interesante que el monje chino al cual se atribuye el establecimiento de
algunos fundamentos teóricos de lo que se convirtió en el budismo de la Tierra
Pura, Tan Luan (476-542), fuera un hombre del norte que indagó las técnicas
para la inmortalidad de un famoso alquimista daoísta, en la Montaña Mao en el
sur. Ahí recibió el Clásico de la inmortalidad daoísta, pero al regresar a la capital
del norte, supuestamente se encontró con un monje indio, quien le entregó el
superior Sūtra de la contemplación de la longevidad sin límites (Guan wu liang
shou jing) budista. “Longevidad sin límites” o “vida infinita” era otro de los
nombres de bodhisattva Amitābha. Esta historia ilustra de manera agradable los
complejos y turbulentos patrones de interacción entre el norte y el sur, lo chino y
lo no chino, y el budismo y el daoísmo que caracterizaron esta era del
cosmopolitismo.
Un hito en la apropiación china del budismo fue la afirmación, que se comenzó a
escuchar en el siglo V, de que todos los seres tenían dentro de sí la esencia de
Buda (Fo xing). La clave de la salvación ya es inherente entonces a todas las
cosas. Un texto particularmente importante para los budistas chinos fue el Sūtra
del loto de la ley maravillosa (Miao fa lianhua jing), o simplemente el Sūtra del
loto. Los verdaderos orígenes indios de este Sūtra son oscuros, pero se afirma
que contiene la doctrina final que Buda predicó en el Monte del Buitre antes de
que alcanzara el nirvana. En él, Buda explica a sus discípulos que lo que había
dicho anteriormente acerca del nirvana no era exactamente toda la verdad sino
una mera convención con la cual intentaba elevar la conciencia de sus oyentes.
La verdad ulterior es que el nirvana no es la extinción real. Puesto que la esencia
de Buda ya está en todas las cosas, sólo es necesario despertar hacia ella para
salvarse.
Hacia el siglo VI, varias escuelas budistas característicamente chinas
comenzaron a surgir, la mayoría de las cuales no tenían antecedentes en la India.
Además, se cree que alrededor de un tercio de todas las escrituras del canon
budista chino son apócrifas, es decir, son composiciones chinas originales en vez
de traducciones de textos indios.²² El budismo, en otras palabras, estaba siendo
naturalizado, se estaba volviendo chino.
La mayoría de los creyentes comunes estaba poco preocupada, obviamente, por
las sutiles distinciones académicas de las escrituras. La promesa de renacer en el
paraíso, la amenaza del infierno y las historias de la retribución kármica —las
acciones buenas y malas simplemente serían recompensadas— avivaban más el
entusiasmo popular. Poco a poco, el budismo se popularizó en China a través de
sermones públicos, que consistían en extractos de los Sūtras seguidos de
explicaciones en prosa y verso. Para aumentar el atractivo del mensaje budista,
era enfatizado el valor recreativo de las historias. Para acudir al sermón de un
maestro, el público era convocado con el sonido de una campana y cada uno
aportaba una pequeña donación para el incienso. El sacerdote subía a su tarima
sosteniendo un ruyi, un cetro chino, y el sermón comenzaba entre nubes de
incienso.
China transformó el budismo, pero el budismo también modificó enormemente a
China. La religión ejerció una profunda influencia en el arte, especialmente en el
estatuario, conforme se desarrolló en este periodo. Los templos budistas y las
pagodas se volvieron rasgos característicos del paisaje chino y asiático oriental.
El budismo enriqueció el panorama de las formas literarias chinas al introducir
géneros como las fábulas, las parábolas y los himnos de estilo indio. El
conocimiento de los sistemas de escritura fonéticos indios que se introdujo a
través del budismo pudo haber contribuido a la creación de un nuevo sistema
chino que indicaba la pronunciación (usando combinaciones de dos caracteres),
así como al reconocimiento y análisis consciente, por primera vez, de los tonos
del chino hablado. Los pobladores chinos pasaron de reclinarse sobre sus rodillas
a sentarse (algunas veces) con las piernas cruzadas durante la Edad de la
División, debido aparentemente a la influencia budista, y la silla fue asimismo
introducida desde el noroeste en estos siglos. La antigua práctica de sacrificar
animales en las ceremonias religiosas llegó a su fin debido al profundo
aborrecimiento budista a matar. Por un tiempo, durante la Edad de la División,
incluso estuvo de moda entre los chinos adoptar nombres sánscritos o budistas.
Por ejemplo, un emperador chino que ascendió al trono en 307 se llamó durante
su infancia Sramana (“monje” en sánscrito); un hombre del siglo VI se hizo
llamar Bodhisattva; otro, Arhat (“hombre sagrado” en sánscrito), y el emperador
fundador de una dinastía del siglo VI en el noroeste de China se puso el nombre
de Dhāranī (“versos mágicos” en sánscrito). Asimismo, una gran cantidad de
personas incluyeron el carácter chino “monje” (seng) en sus propios nombres.
Hacia el final de la Edad de la División existían miles de templos budistas a lo
largo de China y, de acuerdo con algunos informes, había también millones de
monjes y monjas. Un devoto emperador sureño del siglo VI entregó su persona a
la Iglesia budista cuatro veces y obligó a su gobierno a pagar con generosidad su
rescate en cada ocasión. Un contemporáneo se lamentaba, quizá con un poco de
exageración, que el imperio “había perdido casi la mitad” de su población en los
monasterios budistas.²³ En el siglo VI tardío se decía que en China eran más
numerosos los ejemplares de las escrituras budistas que los de los clásicos del
confucianismo. Como último ejemplo de la penetrabilidad del budismo en la
China del siglo VI, el gran emperador que finalmente reunificaría China en 589,
Yang Jian (541-604), nació en un monasterio budista y fue criado por una monja
budista, quien le dio de bebé un nombre en sánscrito.
El budismo y el nacimiento de Asia oriental
El budismo se propagó por el resto de Asia oriental desde China —pero desde
una China que estaba dividida en su interior y, que al mismo tiempo, era parte de
un mundo budista mucho más extenso—. Por ejemplo, al parecer, el budismo fue
introducido por primera vez en el más septentrional reino coreano de Koguryǒ
en 372 por un monje chino (conocido como Sundo en coreano y como Shundao
en chino), quien había sido enviado por uno de los regímenes no chinos hu del
siglo IV del norte de China, mientras que por otro lado fue introducido en el
reino coreano suroccidental de Paekche en 384 por un monje no chino
(Mālānanda) enviado por una llamada dinastía del Sur china nativa. A pesar del
sabor internacional del temprano budismo asiático oriental, la transmisión de la
religión se mezcló, a la vez, con influencias culturales chinas más específicas.
En 541, por ejemplo, el reino coreano de Paekche solicitó y recibió de la China
de la dinastía del Sur no sólo ejemplares de los sūtras budistas, sino también a
médicos, artesanos, pintores y especialistas en el clásico de la poesía confuciana,
Libro de las odas. De manera más significativa, las escrituras budistas se
difundieron por Corea y Japón en su traducción china, junto con la introducción
de la escritura misma.
En Corea, aparentemente tardó cierto tiempo en que el budismo se expandiera de
las élites a la gente común. Los sitios donde se conoce que existieron templos
budistas durante el reino Paekche, por ejemplo, están concentrados en un área
limitada alrededor de sus sucesivas capitales y no en las periferias de este
ámbito. Por otra parte, fue desde Corea, especialmente desde Paekche, que el
budismo se introdujo en Japón.
Los primeros templos budistas en Japón se construyeron en el estilo coreano, y
fueron en realidad los monjes coreanos quienes desempeñaron un papel
fundamental en los inicios del budismo japonés. El Hōkōji (un templo también
conocido como Asukadera), por ejemplo, fue terminado en 596 por artesanos y
manejado por sacerdotes de Paekche. El primer dirigente oficial (Sōjō) de la
Iglesia budista japonesa, en 623, fue un sacerdote inmigrante de Corea. Aunque
no es posible decir con certeza cuándo entró por primera vez en las islas
japonesas la primera persona versada en budismo, las fechas que se citan
convencionalmente son los años 552 o 538. De manera interesante, una de las
primeras historias nativas japonesas habla sobre un debate en la corte que se
supone ocurrió en 552 acerca de si aceptar el budismo precisamente en los
términos de lo extranjero frente a lo nativo. Ahí, un ministro argumentaba que
dado que “todas las regiones de la frontera occidental sin excepción” adoraban a
Buda, Japón no debía rechazar unirse a ellas, mientras que otros decían que si los
japoneses comenzaban ahora a adorar “deidades extranjeras, había que temer
que pudiera desatarse la ira de los dioses nacionales”.²⁴
Debido a que este libro de historia no se registró sino hasta 720, mucho después
de ocurridos los sucesos que describe, y a que la narración pudo haber sido
aderezada por intereses especiales, se debe leer con reserva. Pueden existir pocas
dudas, sin embargo, de que el budismo fue la punta de lanza de una poderosa ola
de influencias continentales que arrasó a Japón en estos siglos. Estas influencias
llegaron de manera más directa desde Corea, pero de manera más general
provenían de toda Asia oriental. Más allá de Asia oriental, en cierta medida
también se ha hablado de influencias indias, persas e incluso mediterráneas en el
arte japonés de los siglos VII y VIII. Una persona originaria de la India
supuestamente presidió la ceremonia de “apertura de los ojos” de una enorme
estatua de bronce de Buda que se fundió en Japón en 752.
Al mismo tiempo, el budismo japonés conservó algunos aspectos de la cultura
nativa local. Por ejemplo, muchos de los primeros profesionales del budismo del
siglo VI japonés fueron jóvenes mujeres célibes, lo que reflejaba la tradición
indígena de las doncellas de santuario (miko) en la religión prebudista japonesa.
Muchos de los primeros templos budistas eran también templos de clan (ujidera),
lo que reflejaba la importancia del clan en la sociedad y religión prebudista
japonesa. Y muchos de los espíritus prebudistas locales (kami) fueron
incorporados al budismo japonés, fenómeno que se observa dondequiera que se
difundió el budismo, empezando por la misma India.
Para 623, se dice que había 46 templos budistas en Japón, todos aglomerados
alrededor de la capital. Con la entrada del siglo VIII, un nuevo y organizado
gobierno imperial japonés comenzó a promover vigorosamente el budismo por
las islas. En 741, por ejemplo, el gobierno central ordenó la construcción de un
monasterio y de un convento budista en cada provincia. Japón se convirtió así en
una tierra budista en casi toda su extensión —en algún sentido se puede
argumentar que incluso más que China o Corea—. Y sin embargo, a pesar de su
temprana difusión y florecimiento, se ha sugerido que no fue sino hasta el siglo
XV cuando el budismo se adoptó finalmente en Japón a nivel de la vida diaria de
los plebeyos, cuando obtuvo el monopolio de los servicios funerarios y los
antiguos sacrificios japoneses.
EL SURGIMIENTO DE LOS REINOS COREANOS
La Corea temprana (ca. 2000 a.C.-313 d.C.)
Hacia el siglo VII, mientras el budismo echaba raíces en Japón, en China
terminaba finalmente la gran Edad de la División. Esta edad china coincide con
los albores de la historia registrada de Corea y Japón y con los primeros indicios
de una región asiática oriental culturalmente coherente. No obstante, durante
miles de años antes de este tiempo, los seres humanos ya habitaban la península
de Corea y las islas japonesas. Tanto Corea como Japón gozaban de eras
prehistóricas longevas y culturalmente ricas. La cerámica, por ejemplo, se
comenzó a producir en la península de Corea tan antiguamente como en 10 000
a.C.
En Corea, una edad de monumentos megalíticos (piedras gigantes),
reminiscentes de los dólmenes de la Europa prehistórica, comenzó alrededor de
2 000 a.C. Los dólmenes del estilo del norte de Corea estaban típicamente
formados por cuatro bloques de piedra verticales cubiertos por un techo
horizontal, parecido a una mesa de piedra. Algunos de éstos son muy grandes. Si
bien los dólmenes del estilo del sur, los cuales no presentaban estos grandes
componentes verticales, están asociados con los entierros, el propósito de los
dólmenes en forma de mesa no está claro. La estimación del número total de
monumentos de piedra prehistóricos es tan grande que alcanza la sorprendente
cantidad de 100 000.²⁵ Aunque también pueden encontrarse dólmenes en
regiones adyacentes fuera de la península coreana, éstos se concentran en Corea
y fueron evidentemente una creación nativa.
Durante el último milenio antes de Cristo, el cultivo de arroz y el trabajo del
bronce se añadieron al complejo cultural prehistórico de Corea. El cultivo del
arroz se originó probablemente en lo que hoy es el sur de China, pero el arroz se
cultivó poco en el corazón cultural chino del norte, donde el grano básico era el
mijo (y luego el trigo). Por otra parte, el bronce debió de haber sido una
influencia del norte de China, pero existe una notable carencia de recipientes
rituales de estilo característicamente chino en Corea, donde el bronce se usó
comúnmente para elaborar, en cambio, dagas y espejos. En numerosos aspectos,
pues, la cultura prehistórica tardía de Corea fue distinta de la que se desarrolló
en la Planicie Central de China.
No obstante, los primeros recuentos escritos de lo que ahora llamamos Corea
provienen de fuentes chinas. Antes de las guerras alrededor del colapso del
imperio Qin y la fundación de la dinastía Han había pocos registros; fue
entonces cuando un refugiado de nombre Wiman huyó al norte de Corea y
estableció un pequeño reino llamado Chosǒn en 195 a.C., donde gobernó una
población compuesta de refugiados y nativos. Durante tres generaciones
surgieron fricciones entre este reino y la dinastía Han, y en 108 a.C., el
emperador Wu de la dinastía Han invadió y conquistó Chosǒn. Fue así como, en
su apogeo, aproximadamente la mitad norte de la península de Corea fue
incorporada directamente al imperio Han chino.
Al menos una parte del norte de Corea permanecería bajo el mandato chino
durante cuatro siglos, hasta 313 d.C. El asiento principal del mando chino se
llamó Lelang (Nangnang, en coreano), una ciudad administrativa localizada
cerca de la actual Pyongyang. Aun cuando los vestigios arqueológicos muestran
con claridad que las culturas locales del área de Corea permanecieron
diferenciadas de las normas de la Planicie Central china (figura III.3), la
administración china de la dinastía Han en Corea ya no era necesariamente más
(aunque ciertamente tampoco menos) una cuestión de dominio colonial imperial
extranjero que lo que lo era en varias otras partes del, todavía entonces, bastante
multiétnico imperio Han. Bajo el temprano Imperio chino, no era extraño que la
cultura local se diferenciara de las normas imperiales de la metrópoli. En una
época tan tardía como la de la dinastía Han, se ha especulado incluso que la
lengua hablada cerca de lo que ahora es Beijing pudo haber sido “extraña al oído
chino y más bien cercana a los idiomas hablados en la parte norte de la península
de Corea”.²
FIGURA III.3. Vaso de cerámica en forma de pájaro procedente de Corea, ca.
finales del siglo II a inicios del III. Adquisición: Lila Acheson Wallace Gifts,
1997 (1997.34.1). The Metropolitan Museum of Art, Nueva York. © The
Metropolitan Museum of Art/Art Resource, Nueva York.
Si bien, bajo el régimen de la dinastía Han, las poblaciones nativas de Corea
permanecieron culturalmente diferenciadas de la élite metropolitana imperial
china, tampoco constituían aún un solo pueblo coreano unificado y homogéneo.
En el interior, se conservaba una sorprendente variedad de diferentes grupos
étnicos, y en el exterior las fronteras de algo que pudiera ser llamado “Corea” ni
siquiera se habían imaginado todavía. Aunque, como península, el mapa
geográfico de Corea debió de haber parecido dibujado por la propia mano de la
naturaleza, la frontera actual en el norte, que ahora sigue el curso de los ríos Yalu
y Tumen, no se estableció sino hasta una época tan tardía como el siglo XV d.C.
Un influyente libro coreano escrito en 1784 todavía podía afirmar que la
península era propiamente la parte sur de una identidad coreana que se extendía
muy al norte hacia Manchuria.²⁷ Hacia el sur, ni siquiera el borde de agua
representaba necesariamente un inevitable punto final. En un día claro, la isla
japonesa de Tsushima podía verse desde la costa de Corea, y en el siglo III
parecía ser “una zona conectada por agua”, en vez de estar separada por ella, a
través de la cual “una de las escenas más comunes debió de haberse tratado de
gente yendo y viniendo en sus botes”.²⁸
Una historia china del siglo III (la Sanguo zhi, o Romance de los Tres Reinos)
describe varios pueblos que ocupaban el área general de lo que hoy llamamos
Corea. Los puyǒ vivieron bastante al norte de la península, en el centro de
Manchuria, y podría parecer que son irrelevantes, excepto porque, de acuerdo
con una leyenda coreana, los puyǒ eran ancestros directos de otros pueblos más
obviamente coreanos como los Koguryǒ. Al sur de los puyǒ, en el territorio
austral de Manchuria y en la zona administrada por la dinastía Han china al norte
de Corea, surgió el reino de Koguryǒ. Koguryǒ remplazó completamente al
gobierno chino en el norte de Corea hacia 313. Se cree que los Koguryǒ fueron
una escisión de los puyǒ y que su lengua y cultura se parecían. Al este de
Koguryǒ, limitando con el océano, se encontraba el pueblo okchǒ, cuya lengua
se cree que era un poco diferente de la de los Koguryǒ. Al sur de los okchǒ vivía
el pueblo de los yemaek (o ye), quienes vivían a lo largo de la costa este de la
península de Corea. En la parte sur de la península, más allá de la zona regida
por la dinastía Han china, estaban los tres pueblos han (coreanos). (A pesar de
ser similar su pronunciación, el nombre coreano Han se escribe con un carácter
totalmente diferente al nombre de la dinastía Han china.)
Estos tres pueblos han (Samhan) son probablemente los ancestros más directos
de los actuales coreanos, en lo que a la lengua y la cultura se refiere, pues la
posterior unificación de la península de Corea fue lograda por un reino que
surgió de uno de esos pueblos, en el sureste. En el siglo III, sin embargo, ellos
estaban aún lejos de la unificación. Estos tres eran Mahan en el suroeste,
Pyǒnhan en el centro y Chinhan en el sureste. De acuerdo con fuentes chinas,
Chinhan y Mahan ni siquiera compartían la lengua. Mahan, por sí mismo, era
descrito como una reunión de más de 50 (así llamados) países (guo) en el siglo
III. Al parecer, estos países fueron pequeñas comunidades agrícolas, dispersas
entre las montañas y el mar, sin ciudades amuralladas. se cree que la más grande
abarcaba más de 10 000 familias y la más pequeña unos pocos miles. Pyǒnhan y
Chinhan estaban menos poblados, y cada uno comprendía apenas una docena de
pequeños países. En Pyǒnhan y Chinhan, especialmente, la gente se tatuaba y
utilizaba piedras para comprimir las cabezas de los recién nacidos a fin de darles
una forma artificialmente angosta. Pyǒnhan destacó también por ser un gran
productor de hierro para toda la región.
La gente de Koguryǒ, en el norte, habitaba las montañas, ocupando terrenos
accidentados que carecían de una base verdaderamente satisfactoria para la
agricultura. Se ha registrado que en el siglo III su población ascendía a 30 000
familias. Eran supuestamente belicosos y montaban pequeños ponis aptos para
subir por las montañas. En un sorprendente contraste con la más típica práctica
china de matrimonio, por la cual la novia se muda con los padres del esposo, se
decía que, en Koguryǒ, el esposo se mudaba a una pequeña casa de yerno
construida detrás del hogar de los padres de la novia, y la pareja recién casada
continuaba viviendo ahí hasta que sus propios hijos eran adultos.
La Corea de los Tres Reinos (313-668 d.C.)
Koguryǒ fue la primera de las comunidades de Corea en formar un reino con un
territorio políticamente organizado. En 32 d.C., el líder de Koguryǒ
supuestamente se adjudicó, por primera vez, el título chino de “rey” (wang).
Como consecuencia del debilitamiento gradual de la dinastía Han china,
Koguryǒ comenzó a saquear sus fronteras durante el comienzo del siglo II.
Después del colapso total de la dinastía Han para el año 220, el sur de Manchuria
cayó en un vacío político que fue llenado con el surgimiento de varios Estados
xianbei no chinos. Alrededor del año 300, estos Estados xianbei habían roto de
manera efectiva los canales de comunicación entre China y el norte de Corea, y
en 313, el último gobierno chino de Corea cayó a manos de Koguryǒ.
Para el siglo V, el caos de la centuria anterior, de los Cinco Hu y los Dieciséis
Reinos (304-439), se había estabilizado considerablemente en dos grandes y
poderosos Estados en el norte de Asia oriental: la dinastía Wei del Norte, regida
por los xianbei tuoba, en el norte de China, y el reino de Koguryǒ, en el sur de
Manchuria y el norte de Corea. Ambos Estados tenían gobernantes no chinos (a
pesar de que los Wei del Norte presuntamente tenían una población súbdita de
mayoría china), sin embargo, tanto los Wei del Norte como Koguryǒ habían
absorbido también, para este tiempo, una cantidad sustantiva de la cultura china,
situación que ayudó a que los xianbei tuoba o Wei del Norte se convirtieran en
un facsímil razonable de una dinastía china legítima y a que se desencadenara un
proceso de formación de un Estado secundario en Asia oriental, que con el
tiempo comprendería la longitud de la península coreana y cruzaría el mar hacia
Japón. En 372, Koguryǒ estableció una academia para el estudio de los clásicos
chinos y en 373 promulgó su primer código de leyes de corte chino. En 427,
movió su capital de lo que hoy es el lado chino del río Yalu, en Manchuria, a los
alrededores de la moderna Pyongyang, al norte de Corea. Para esta época, el
foco de atención de Koguryǒ se dirigía cada vez más hacia la dominación de la
península coreana.
El segundo de los Tres Reinos coreanos, Paekche, fue fundado, de acuerdo con
la leyenda coreana, por un hijo del fundador de Koguryǒ. Por lo tanto, al igual
que la de Koguryǒ, la línea real de Paekche alegó descender de los puyǒ.
Paekche fue, inicialmente, sólo uno de los más de 50 pequeños países de la
región de Mahan al suroeste de Corea, y se fortaleció a partir de la consolidación
de aquellas comunidades mahan, en que presumiblemente predominaba la
población mahan (sin importar si sus gobernantes eran realmente o no
descendientes de Puyǒ). El contacto entre Paekche y una dinastía china se
registró por primera vez en 372, y para 386, el gobernante de Paekche ya había
sido investido con títulos chinos como “general comandante del este” y “rey de
Paekche”. Según consta, la conservación de material escrito en Paekche se inició
a mediados del siglo IV. En los siglos V y VI, Paekche disfrutaría
particularmente de las relaciones cercanas con la China de la dinastía del Sur,
con lo que se convirtió en un sofisticado reino de estilo chino. Al mismo tiempo,
Paekche también poseía importantes vínculos con el naciente Estado en Japón.
El tercer reino coreano, Silla, se desarrolló a partir de una comunidad llamada
Saro de la región Chinhan del sureste de Corea. Éste fue el más remoto, y el de
más lento desarrollo, de los Tres Reinos coreanos. No fue sino hasta 503 en que
los líderes sillanos finalmente abandonaron títulos nativos como el de Maripkan
y adoptaron el título chino de “rey” (figura III.4). También fue en 503 cuando
“Silla” se unificó como el nombre del país. En 520, Silla promulgó su primer
código de leyes de estilo chino. Alrededor de 535, la oposición hacia el budismo
llegó a su fin, por lo que el budismo fue oficialmente adoptado en Silla. En 545,
por orden real, se comenzó la compilación de una historia escrita del reino.
Lo que los coreanos estaban aprendiendo de China en estos siglos eran la forma
de establecer instituciones y las técnicas necesarias para la construcción de un
Estado. A pesar de la difusión de las influencias chinas, se debe enfatizar que los
Tres Reinos coreanos se caracterizaban por sus aristocracias guerreras, bastante
distintas de las élites ilustradas chinas, y así sobrevivieron varios aspectos de la
cultura tradicional nativa. La mayoría de la gente de Koguryǒ continuó viviendo
en sencillas casas con techos de paja, mientras que solamente los palacios reales,
oficinas de gobierno y templos budistas adoptaron los pesados techos de tejas de
estilo chino. Aun así, un recuento chino insiste en que, para el siglo VII, hasta
las villas más pobres y las familias más humildes de Koguryǒ fomentaban el
estudio de la palabra escrita y construían imponentes estructuras donde hombres
jóvenes y solteros se reunían a recitar los clásicos del confucianismo y a
practicar la arquería.
FIGURA III.4. Corona de plata del periodo Silla coreano, siglo VI. Asian Art
Museum of San Francisco. Werner Forman/Art Resource, Nueva York.
Aparte de sus obvias distinciones con los chinos, al parecer estos tres primeros
reinos coreanos eran también un tanto diferentes entre sí en el lenguaje y las
costumbres. Cada uno tenía, por ejemplo, sus propias y diferentes tradiciones de
la cerámica.² Los monumentales túmulos, llamados tumbas antiguas (kobun),
que aparecieron en cada uno de los Tres Reinos entre los siglos IV y VII tenían,
de alguna forma, estilos regionales distintos: cámaras funerarias de piedra con
murales pintados en Koguryǒ, cámaras de ladrillo en forma de arco en Paekche,
y ataúdes de madera apilados sobre piedra en Silla. Los Tres Reinos estaban
también, de forma más o menos constante, en guerra unos con otros. Al mismo
tiempo, sin embargo, intercambiaban influencias continuamente.³ Durante el
siglo VII, finalmente se unificarían por primera vez, en lo que se podría llamar el
nacimiento de Corea.
EL JAPÓN DE YAMATO (CA. 300-645 D.C.)
Algunas de las más antiguas cerámicas del mundo se han encontrado en las islas
japonesas. Estas primeras cerámicas marcan el inicio, alrededor del 11 000 a.C.,
de lo que los arqueólogos llaman el periodo Jōmon de la prehistoria japonesa. La
palabra Jōmon literalmente significa “patrón de cuerda” en japonés. Alude a un
característico patrón decorativo producido al hacer impresiones con cuerdas en
arcilla húmeda. A pesar del notable y temprano avance de Japón hacia la cultura
de la cerámica, sus habitantes prehistóricos permanecieron por un largo periodo
fundamentalmente como cazadores-recolectores. El total de la población
también se mantuvo un tanto esparcida, probablemente sin exceder nunca un
aproximado de un cuarto de millón de habitantes. Sin embargo, a pesar de que la
agricultura estaba poco desarrollada, la gente del periodo Jōmon se estableció,
con el paso del tiempo, en villas permanentes de quizá 30 a 50 personas, que
cazaban su comida con arcos y trampas, y navegaban en sus canoas para pescar
con sus arpones, anzuelos y redes. Consumían tal cantidad de mariscos que
algunos de los sitios de sus villas siguen estando marcados a menudo por las
pilas de conchas que desechaban.
Se han observado ciertos indicios sugerentes de las influencias culturales del sur
en Japón: semejanzas con la China prehistórica del sureste y el Asia suroriental
posterior. Éstas incluyen cosas como la costumbre de construir casas de madera
elevadas del suelo sobre pilotes. Algunos de estos rasgos del sur, como el cultivo
del arroz, no aparecieron en Japón sino hasta el final del periodo Jōmon, y otros
pudieron corroborarse sólo hasta relativamente muy tarde, como la práctica de
tatuarse el cuerpo. Algunos, sin embargo, pueden ser detectados ya en los
tiempos de Jōmon. Éstos incluyen la extracción ritual de dientes (caninos o
incisivos), quizá para celebrar ritos de paso hacia la pubertad o el matrimonio;
una fascinación con los abalorios decorativos en forma de coma (llamados
magatama), y una afición por los botes y la náutica.
La cultura prehistórica de Japón pasó entonces por una serie de cambios bastante
asombrosos que comenzaron alrededor de 300 a.C., cuando la dirección
predominante de la influencia que recibía cambió también hacia el norte, en
especial hacia aquella que ahora venía de la península coreana. Entre estas
influencias se incluyeron significativas contribuciones genéticas nuevas para la
población de las islas, en cantidades suficientes para indicar ya fuera un número
muy alto de nuevos inmigrantes (algunas estimaciones alcanzan un millón) o un
grupo relativamente pequeño que logró reproducirse desproporcionadamente tras
su llegada. Otras influencias incluyeron el cultivo del arroz en campos húmedos
y la metalurgia. Entre las nuevas introducciones de este periodo pudo haber
estado incluso el lenguaje japonés, el cual se piensa que está distantemente
relacionado con el coreano. Esta nueva fase de cultura prehistórica se llama
Yayoi (aproximadamente siglo III a.C.-siglo III d.C.).
Fue hasta el término del periodo Yayoi en que finalmente apareció la descripción
escrita más antigua de Japón. Lo mismo que en el caso de Corea, esta
información se encuentra en una fuente china. El Romance de los Tres Reinos
(Sanguo zhi) chino, compilado en el tardío siglo III, incluye un recuento
fascinante de Japón basado en el contacto diplomático. Describe una tierra
llamada Yamatai, formada a partir de una coalición de alrededor de 30 entidades
más pequeñas y gobernadas por una princesa llamada Himiko, quien sobresalió
en la magia y vivió en un palacio fortificado junto con un millar de cortesanas,
pero quien raramente se dejaba ver. Un hermano menor colaboraba con ella en
su reinado.
En el Japón moderno ha habido una intensa controversia histórica acerca de si el
reino de Himiko, Yamatai, se localizaba en el norte de Kysūshū, la isla más
suroccidental de las cuatro mayores islas de Japón y el punto más cercano de
contacto con la península coreana, o en la gran planicie del extremo oriental del
Mar Interior de Japón en la isla principal. Esta planicie se ha conocido
tradicionalmente como planicie de Yamato y fue sede de la capital imperial
durante la mayor parte de la historia registrada de Japón. La similitud obvia entre
los nombres Yamatai y Yamato es muy sugestiva.³¹ También lo es la mención a
la gran tumba de arcilla que se erigió a la princesa Himiko tras su muerte, ya que
los túmulos apenas comenzaban a aparecer en este periodo y se concentraban en
la planicie de Yamato. Sin embargo, la localización exacta del reino de Himiko,
Yamatai, continúa siendo incierta. Es claro, más aún, que para el siglo III Japón
todavía se encontraba dividido entre múltiples pequeñas comunidades, a pesar de
que la historia de Himiko también indica que ya se había intentado cierta
consolidación de la autoridad. Asimismo, debe observarse que el Yamatai
descrito durante el siglo III por el recuento chino ya es, en cierta forma,
reconocible en la cultura japonesa.
Los arqueólogos hablan acerca de un periodo de tumbas viejas (kofun) en Japón,
que cubre aproximadamente los años 250-552 d.C. (figura III.5). La mayor de
estas enormes tumbas de arcilla tiene una altura de 30 metros y abarca 32
hectáreas. Resulta muy interesante que el mismo término, tumba vieja, se use
también para los túmulos de la Corea de los Tres Reinos, aproximadamente
contemporánea. Aun cuando la palabra se pronuncia kofun en japonés y kobun
en coreano, ambas se escriben con los mismos dos caracteres chinos. En cierta
medida, por supuesto, la creación de túmulos para grandes líderes difuntos pudo
haber sido meramente un fenómeno general. El primer emperador de China (Qin
Shi Huangdi) y otros emperadores chinos también tenían enormes montículos de
arcilla encima de sus tumbas. Muchas de las tumbas japonesas, además, tienen
una muy singular forma de ojo de cerradura —redonda en un extremo y
cuadrada en el otro—, lo cual las distinguía de las viejas tumbas coreanas. No
obstante, 14 de estas distintivas tumbas de estilo japonés con forma de ojo de
cerradura se han encontrado en el extremo suroeste de Corea, y el frecuente
contacto entre las islas y la península en estos siglos es indudable.³²
Los feroces debates nacionalistas modernos acerca de si Japón conquistó Corea
o si Corea conquistó Japón en este periodo son muy engañosos y anacrónicos,
así sea sólo porque ni Japón ni Corea existían realmente todavía como una
identidad coherente. Sin embargo, al parecer, gente de las islas japonesas sí tuvo
alguna presencia en la península de Corea en estos tempranos siglos, y las islas
japonesas claramente absorbieron un número considerable de influencias de la
península, incluyendo tecnologías como el estribo y la armadura, así como un
importante número de inmigrantes. En el Japón histórico temprano, esto se
reconoció abiertamente. En un registro de 1 059 familias prominentes que vivían
en la región de la capital que se recopiló en 815, por ejemplo, se dijo
explícitamente que cerca de 30% era de ascendencia extranjera.³³ Durante estos
siglos críticos, en los albores de la historia japonesa, los inmigrantes cumplieron
un papel vital para moldear el naciente Estado japonés.
El terreno montañoso japonés tiende a dividir naturalmente a las islas en
comunidades locales separadas, pero la isla principal de Honshū está bendecida
además por dos planicies significativamente grandes. La mayor de éstas, la
planicie de Kantō al este, alrededor de la moderna Tokio, se encontraba
demasiado alejada de las influencias continentales como para formar parte
significativa en la temprana formación del Estado, pero la planicie de Yamato al
oeste (en el extremo oriental del Mar Interior de Japón) estaba bien situada para
convertirse en el corazón de una importante civilización agricultora. En
contraste, la falta relativa de extensas áreas de tierra llana de Corea pudo haber
limitado de alguna forma su desarrollo premoderno.³⁴ En virtud de la
importancia crítica de las tecnologías importadas del continente, como el trabajo
de la forja y el cultivo del arroz en humedales, en el Japón temprano, las
regiones más cercanas al continente y más accesibles desde éste (el norte de
Kysūshū y el área del Mar Interior de Japón, incluyendo la planicie de Yamato)
se convirtieron rápidamente en las áreas más desarrolladas. Existen indicios
arqueológicos que sugieren que, para la década de 400, en la planicie de Yamato
ya se había desarrollado cierto grado de gobierno consolidado.
FIGURA III.5. Figurilla Haniwa femenina de arcilla, siglos V-VI, periodo Kofun
(Túmulo), Japón. Arthur M. Sackler Gallery, Smithsonian Institution,
Washington, D. C. Regalo de Joseph H. Hirshhorn al Smithsonian Institution,
S1986.518.
En distintos momentos, los nuevos gobernantes asiáticos orientales que surgían
en Manchuria, Corea y Japón trataron de reforzar sus posiciones en contra de
posibles rivales ofreciendo tributo a las dinastías chinas, por lo que eran
investidos, a cambio, con prestigiosos títulos chinos. Himiko ya había sido
proclamada en 238 “reina de Wa” (el nombre escrito más antiguo para Japón)
por el Estado chino de Wei de los Tres Reinos. Entre 413 y 502, no menos de 13
misiones de tributo japonés se mencionan en las historias dinásticas chinas. Uno
de los títulos que las dinastías del Sur chinas conferían a los gobernantes
japoneses del siglo V era el de “Gran General Pacificador del Este”. Este título
de “general” (jiangjun) de origen chino se pronuncia shōgun en japonés, y es una
palabra que tendría un prominente futuro en Japón.
El ascenso de la autoridad real centralizada en el Japón de Yamato,
especialmente en el periodo que va del siglo V hasta el inicio del VII, debió
mucho a la habilidad de la corte para controlar y monopolizar la distribución de
bienes extranjeros de prestigio como el hierro —el cual se importaba desde
Corea en el periodo antiguo—, espejos de bronce y espadas. Esto incluía
también el control de los grupos de inmigrantes que poseían habilidades
especializadas y útiles como la escritura. Para el siglo V se comenzaban a llevar
registros en la corte japonesa y los inmigrantes formaban el núcleo de una clase
instruida y escriba. A menudo, los artesanos inmigrantes estaban organizados en
unidades especiales de producción hereditaria llamadas Be. Además de escribir,
otras destrezas que tendían a ser dominadas por los inmigrantes en los siglosV y
VI incluían el tejido en seda, el trabajo de metal y la arquitectura.
La corte de Yamato también intentó ganar ventaja sobre los principales grupos
de ascendencia japonesa nativa llamados uji, quienes conformaban las
principales unidades de organización de la temprana sociedad japonesa, al
conferirles a sus líderes nuevos títulos a manera de apellidos y al convertir a esos
líderes en consejeros que favorecieran su dependencia de la corte de Yamato.
Muchas veces, estos uji decían descender de ciertas deidades (llamadas kami en
japonés) y se agrupaban alrededor de la adoración compartida de dichas
deidades. La que se convertiría en la línea imperial japonesa, en particular,
afirmó descender de la diosa del sol, Amaterasu. Con el tiempo, el ascenso de
esta diosa del Sol a la cima de la jerarquía religiosa fue fraguado de forma
efectiva. A un nivel relativamente único en Asia oriental, la política y la religión
se encontraban muy interrelacionadas en el Japón antiguo. Una palabra en
japonés para gobierno, matsuri-goto, de hecho deriva de una palabra que
significa “asuntos de ritual religioso”.³⁵
A lo largo de esta temprana fase, no sólo el gobernador de Yamato no se llamaba
a sí mismo (o a sí misma, ya que hubo un número considerable de gobernantes
mujeres en el Japón antiguo) “emperador”, sino que tampoco se habían
inventado aún aquellos nombres póstumos por los cuales se conoce hoy a los
primeros gobernantes japoneses. Al parecer, sus contemporáneos simplemente se
referían a ellos por el nombre del palacio donde vivían. Para el siglo VI, sin
embargo, los líderes de Yamato empezaron a autoproclamarse “soberanos
verdaderos” (sumera-mikoto).
En 587, un gobernante de Yamato supuestamente mostró disposición para
aceptar las doctrinas religiosas budistas que procedían del continente. La
oposición política se endureció, y cuando el gobernante falleció más tarde ese
mismo año, una coalición de cinco príncipes, junto con el cabecilla de la
poderosa familia Soga, marchó en contra de los líderes de la oposición y los
destruyó por completo. La familia Soga había estado entre los primeros
partidarios del budismo y había alcanzado un gran poder manteniéndose cerca de
los servicios al trono hasta que con el tiempo se hizo acreedora del título de
“ministro superior”. Después de la victoria en esta rápida guerra civil de 587, el
jefe de la familia Soga emergió como la personalidad dominante en Japón.
En 592, el líder Soga incluso tramó audazmente el asesinato del monarca en
turno y dispuso la ascensión al trono —ahora localizado en un nuevo palacio en
el corazón de la plaza fuerte de la familia Soga cerca de Asuka, en la región de
Yamato— de su propia sobrina, quien es conocida para la historia como la
emperatriz Suiko (r. 592-628). La emperatriz Suiko, junto con el afamado
príncipe regente Shōtoku (Shōtoku Taishi, 574-622), promovió después una
gama de innovaciones extremadamente importantes que ayudaron a transformar
Yamato en un Estado centralizado de corte más continental. Estos nuevos
desarrollos pudieron haber incluido la adopción, por primera vez, de títulos
chinos como “emperador” (escrito con dos caracteres que se pronuncia kōtei en
japonés y huangdi en chino), a pesar de que lo que habría de convertirse en la
variante distintiva japonesa de este título imperial de Asia oriental, “Soberano
Divino” (Tennō), no se usó en definitiva sino hasta finales del siglo vii.³
Asimismo, en 604, el príncipe Shōtoku emitió supuestamente la señera
Constitución de los 17 artículos, que perfilaba una nueva visión de un orden
ético y político basado en la combinación de los ideales de Confucio y Buda, y
afirmaba un monopolio real sin precedente sobre la autoridad por todo Japón,
argumentando llanamente que “en un país no puede haber dos señores; la gente
no tiene dos amos”.³⁷
A pesar de que las dos más antiguas historias nativas de Japón, el Registro de
hechos antiguos (Kojiki, completado en 712) y las Crónicas de Japón (Nihon
shoki, también conocidas como Nihongi, completadas en 720) pretendían
describir la historia de Japón desde la creación de las islas, así como asentar la
fecha del comienzo del presunto reinado del primer emperador hacia 660 a.C.,
gran parte de este primer material es claramente legendario. Es sólo hasta ahora,
cerca del reinado de la emperatriz Suiko, que dichas lecturas pueden
considerarse históricamente confiables. Incluso en ese tiempo, gran parte de la
zona norte de la isla principal de Honshū, el sur de Kyūshū y otras islas aledañas
se encontraban aún fuera de los límites de la civilización japonesa. Sin embargo,
en sentidos importantes puede decirse que fue durante esta época que nació
Japón.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
China durante la Edad de la División se encuentra bien detallada en Mark
Edward Lewis, China between Empires: The Northern and Southern Dynasties,
Harvard University Press, Cambridge, 2009. Para ahondar en la cultura material,
véase Albert E. Dien, Six Dynasties Civilization, Yale University Press, New
Haven, 2007. Una excelente colección de ensayos acerca del periodo es la de
Scott Pearce, Audrey Spiro y Patricia Ebrey (eds.), Culture and Power in the
Reconstitution of the Chinese Realm, 200-600, Harvard University Press,
Cambridge, 2001.
Para aspectos de cultura literaria y religión no budista en China durante la Edad
de la División, véanse Stephen R. Bokenkamp, Ancestors and Anxiety: Daoism
and the Birth of Rebirth in China, University of California Press, Berkeley, 2007;
Robert Ford Campany, Making Transcendents: Ascetics and Social Memory in
Early Medieval China, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2009; Isabelle
Robinet, Taoism: Growth of a Religion, Phyllis Brooks (trad.), Stanford
University Press, Stanford (1992), 1997, y Xiaofei Tian, Beacon Fire and
Shooting Star: The Literary Culture of the Liang (502-557), Harvard University
Asia Center, Cambridge, 2007.
El estudio clásico acerca de la llegada del budismo a Asia oriental es el de Erik
Zürcher, The Buddhist Conquest of China: The Spread and Adaptation of
Buddhism in Early Medieval China, 3ª ed., Brill, Leiden, 2006. Para un breve
resumen, véase Arthur F. Wright, Buddhism in Chinese History, Stanford
University Press, Stanford, 1959. Robert H. Sharf, Coming to Terms with
Chinese Buddhism: A Reading of the Treasure Store Treatise, University of
Hawai’i Press, Honolulu, 2002, ofrece un penetrante análisis de la interacción
del budismo con la cultura china. Para el budismo coreano temprano, véase
Lives of Eminent Korean Monks: The Haedong Kosǔng Chǒn, Peter H. Lee
(trad.), Harvard University Press, Cambridge, 1969. Para Japón, véase Kōyū
Sonoda, “Early Buddha Worship”, en Delmer M. Brown (ed.), The Cambridge
History of Japan, vol. 1. Ancient Japan, Cambridge University Press,
Cambridge, 1993.
Para una introducción general a la religión de Asia oriental, véase Joseph M.
Kitagawa (ed.), The Religious Traditions of Asia, Macmillan, Nueva York, 1987.
Véanse también H. Byron Earhart, Religions of Japan: Many Traditions within
One Sacred Way, Harper and Row, San Francisco, 1984; Joseph M. Kitagawa,
On Understanding Japanese Religion, Princeton University Press, Princeton
(1979), 1987; Toshio Kuroda, “Shinto in the History of Japanese Religion”,
Journal of Japanese Studies 7, núm. 1, 1981; Daniel Overmyer, Religions of
China: The World as a Living System, Waveland Press, Prospect Heights (1986),
1998, y Laurence G. Thompson, Chinese Religion: An Introduction, 5ª ed.,
Wadsworth, Belmont, 1996.
Acerca de los orígenes de una comunidad cultural en Asia oriental, véanse Gina
L. Barnes, China, Korea and Japan: The Rise of Civilization in East Asia,
Thames and Hudson, Londres, 1993, y Charles Holcombe, The Genesis of East
Asia, 221 B.C.-A.D. 907, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2001.
Con respecto a la Corea previa al siglo VII, véanse Jonathan W. Best, A History
of the Early Korean Kingdom of Paekche: Together with an Annotated
Translation of the Paekche Annals of the Samguk sagi, Harvard University Asia
Center, Cambridge, 2006; Kenneth H. J. Gardiner, The Early History of Korea:
The Historical Development of the Peninsula up to the Introduction of Buddhism
in the Fourth Century A.D., University of Hawai’i Press, Honolulu, 1969; Sarah
Milledge Nelson, The Archaeology of Korea, Cambridge University Press,
Cambridge, 1993, y Hyung Il Pai, Constructing “Korean” Origins: A Critical
Review of Archaeology, Historiography, and Racial Myth in Korean StateFormation Theories, Harvard University Asia Center, Cambridge, 2000.
Sobre Japón antes del siglo VII, véanse Gina L. Barnes, State Formation in
Japan: Emergence of a 4th-Century Ruling Elite, Routledge, Londres 2007;
Mark J. Hudson, Ruins of Identity: Ethnogenesis in the Japanese Islands,
University of Hawai‘i Press, Honolulu, 1999; Keiji Imamura, Prehistoric Japan:
New Perspectives on Insular East Asia, University of Hawai‘i Press, Honolulu,
1996, y Joan R. Piggott, The Emergence of Japanese Kingship, Stanford
University Press, Stanford, 1997.
IV. LA CREACIÓN DE UNA COMUNIDAD:
CHINA, COREA Y JAPÓN (SIGLOS VII-X)
LA RESTAURACIÓN IMPERIAL CHINA:
LAS DINASTÍAS SUI (581-618) Y TANG (618-907)
La reunificación Sui (589) y la fundación de la dinastía Tang
En 581, un golpe de Estado instaló en el poder a una nueva dinastía, llamada Sui,
en la región cargada de historia de “Dentro de los Pasos” al noroeste de China.
El fundador de esta dinastía fue un hombre llamado Yang Jian (541604). Como
emperador, es conocido como Sui Wendi (el “cultivado emperador de los sui”).
Su padre había sido un alto funcionario, ennoblecido como duque de Sui,
durante el último régimen de los xianbei en el noroeste de China (la dinastía
Zhou del Norte). Yang Jian heredó el título de su padre de duque de Sui y su hija
fue elegida para ser consorte del príncipe de la corona imperial. Cuando este
príncipe de la corona heredó, a su debido tiempo, el trono en 578, esto convirtió
a Yang Jian en el suegro del emperador gobernante —una posición
potencialmente influyente siempre—. Dado que este emperador sólo vivió dos
años más y fue sucedido por un mozo, Yang Jian se encontraba entonces en un
buen lugar para entrar en escena y hacerse con el poder supremo. Tras eliminar a
todos los potenciales herederos legítimos al trono y reprimir ciertos brotes de
oposición armada, Yang Jian usurpó completamente el trono para fundar la
dinastía Sui.
Algunos años antes, en 577, la última dinastía independiente regida por los
xianbei en el noreste de China (la dinastía Qi del Norte) había sido conquistada
ya por la del noroeste (la Zhou del Norte), con lo que se logró la reunificación
del norte de China. La nueva dinastía Sui aspiraba ahora a conquistar también el
sur y a completar la reunificación de todo un mundo chino que había sido
dividido alguna vez (con una breve excepción) desde la desintegración de la
dinastía Han que comenzó en 184. El sur, mientras tanto, no se había recuperado
nunca de una devastadora rebelión de mitad de siglo (548-552), la cual había
disminuido gravemente los recursos imperiales de la dinastía del Sur. En
particular, el control sobre las partes superiores (occidentales) del río Yang-tse
había pasado ahora del sur al norte. Durante los siglos de división, el norte había
sido con frecuencia capaz de poner sobre el terreno ejércitos superiores
apoyados por su caballería, pero el sur siempre había estado protegido, cuando
todo lo demás fallaba, por la barrera natural del río Yang-tse. Ahora el sur era
vulnerable a un ataque por el linde del río desde el occidente. La última defensa
militar del sur también parece haber sido dirigida de manera incompetente.
Aunque la dinastía Sui pasó ocho años preparando su invasión al sur, una
pequeña fuerza expedicionaria sui fue capaz de capturar la capital del sur (la
moderna Nanjing) en menos de un mes de operaciones de combate en 589.
Se ordenó que la capital del sur, que bien pudo haber sido la ciudad más grande
del mundo a principios del siglo VI, fuera completamente destruida. La ciudad
que hoy conocemos como Nanjing tuvo que reconstruirse de nuevo después, casi
de la nada. Casi cuatro siglos de vida independiente del sur también terminaron
así para siempre (salvo algunas breves excepciones temporales). Las dinastías
chinas continuarían levantándose y cayendo, marcadas por breves periodos
ocasionales de división; sin embargo, ahora China había quedado realmente
reunificada de forma permanente. Podría decirse que la conclusión del Gran
Canal —un canal hecho por el hombre que conectaba el río Yang-tse en el sur
con el río Amarillo en el norte— por parte de los sui en 1611 remató la
unificación económica y cultural de todo el mundo chino por parte de la dinastía
Sui.
No obstante, esta grandiosa historia de triunfo de la dinastía Sui pronto se
desmoronó debido a un clásico ejemplo de lo que el historiador Paul Kennedy
llama “excesiva expansión imperial”.¹ El segundo emperador Sui (Yangdi, r.
604-618), quien llegó al trono en un clima de sospecha de haber asesinado a su
padre, intentó continuar con la expansión imperial sui. Aunque la mayor parte
del sur de China había caído rápidamente ante los ejércitos sui en 589, el área del
valle del río Rojo localizada en el extremo sur (en lo que ahora es la parte norte
de Vietnam) no fue conquistada por los sui hasta 602. A partir de entonces, bajo
el reinado de su segundo emperador, la dinastía Sui lanzó una invasión aún más
ambiciosa más allá del sur hacia el reino completamente desconocido de
Champa, lo que hoy es el centro de Vietnam, en 605. A pesar de algunas
victorias militares, la expedición sufrió pérdidas significativas a causa de las
enfermedades tropicales. Los sui también lanzaron una invasión a una isla que
pudo haber sido Taiwán. En el norte, hacia 612, los sui habían sometido a los
túrquicos del Este (a mediados del siglo VI, los túrquicos habían surgido de la
oscuridad para forjar un poderoso imperio nómada en la región que hoy
llamamos Mongolia), así como también a otros grupos nómadas en el noreste y
el oeste, y extendieron la autoridad sui tan lejos como Turfán y Hami en
Xinxiang. Sin embargo, incluso las exitosas campañas militares sui impusieron
pesadas cargas a los recursos del imperio y, en 612, los sui emprendieron un
ataque contra el reino de Koguryǒ (al norte de Corea y el sur de Manchuria) que
resultó ser un fracaso fatal.
En 607, el segundo emperador sui descubrió que Koguryǒ estaba estableciendo
vínculos diplomáticos secretos con los túrquicos. Puesto que éste sintió que esto
era un comportamiento inapropiado para lo que él arrogantemente consideraba
como un Estado vasallo, el emperador Sui amenazó con que, si Koguryǒ no le
enviaba pronto una misión diplomática apropiadamente sumisa, él mismo
dirigiría una “inspección” armada hacia Koguryǒ. Estaba en juego algo más que
la vanidad imperial o el protocolo diplomático, pues una alianza militar entre
Koguryǒ y los túrquicos podría amenazar seriamente a China. Koguryǒ ya había
lanzado un ataque contra el territorio sui en 589, por lo que la amenaza de
Koguryǒ no era simplemente imaginaria. Además, gran parte del territorio de
Korguyo había caído ya una vez dentro de las fronteras chinas de la dinastía
Han, así que el deseo de igualar las glorias de los han pudo haber encendido la
ambición imperial sui.
Los sui reunieron un enorme ejército que, al parecer, contaba con más de un
millón de tropas de combate, y Koguryǒ fue invadido en 612. A pesar de que un
contingente naval sui incluso penetró las murallas exteriores de la capital de
Koguryǒ, fue rápidamente expulsado. Los ejércitos sui que operaban al norte de
Corea no pudieron recibir las provisiones adecuadas y con el tiempo se vieron
forzados a retirarse —o morir de hambre—. Gran parte de la armada sui fue
aniquilada durante la retirada. Sin embargo, empecinado a causa de este primer
fracaso, el emperador Sui convocó a un segundo ataque contra Koguryǒ en 613.
En esta ocasión, el ejército sui se vio obligado a darse la vuelta rápidamente para
lidiar con una rebelión civil en su territorio. Pese a todo, en 614 se ordenó una
tercera invasión, la cual tuvo cierto éxito limitado, pero para entonces la dinastía
Sui se estaba desintegrando rápidamente desde su interior.
La conscripción masiva y la movilización de recursos que hicieron posibles estas
terribles invasiones desgastaron mucho a la gente común, sobre todo en el
noreste de China. En 611, un rebelde, con base en las Grandes Montañas Blancas
de la moderna provincia de Shandong, atrajo a su campo a evasores del
reclutamiento gracias a una canción sobre no “morir precipitadamente” en las
batallas militares del noreste. Rebeliones adicionales se salieron rápidamente de
control. Pronto, algunas de estas rebeliones eran encabezadas por antiguos
oficiales de alto rango de la dinastía Sui en lugar de campesinos desesperados.
Incluso, de manera evidente, hombres con puestos importantes dentro de la
dinastía se estaban volviendo contra ella. A la larga terminaron por levantarse
hasta 200 grupos rebeldes identificables y desligados entre sí.
Mientras tanto, en 615, los túrquicos cercaron y atraparon al emperador Sui en
un lugar llamado la Puerta del Ganso Salvaje (Yanmen) al norte de Shanxi, cerca
de los grandes meandros septentrionales del río Amarillo. Fue rescatado de esta
trampa por las tropas dirigidas por su primo materno Li Yuan (566-635), duque
de Tang. En virtud de la eficacia en el combate demostrada por Li Yuan contra
los túrquicos, éste fue nombrado comandante de guarnición de la ciudad norteña
conocida hoy como Taiyuan, en Shanxi, mientras que el propio emperador se
retiró a las comodidades de su refugio preferido situado en el sur. Sin embargo,
el emperador Sui no confiaba en su primo Li Yuan, por lo que designó a dos
oficiales para que tuvieran sus ojos puestos en él. Cuando estos hombres
conspiraron con los túrquicos en contra suya, Li Yuan fue puesto sobre aviso y
los atrapó en cambio, tras lo cual inició una rebelión abierta contra el emperador
Sui en 617. En 126 días, su armada avanzó hacia el sur para ocupar la capital sui
localizada en la región de “Dentro de los Pasos”. En 618, el segundo (y último)
emperador Sui fue estrangulado por algunos de sus propios cortesanos en su
refugio del sur y Li Yuan ascendió al trono como el emperador fundador de una
nueva dinastía, la Tang.
La consolidación del reinado Tang
Después de proclamar la fundación de esta nueva dinastía Tang, el nombre de su
ciudad capital (la actual Xi’an) regresó a lo que había sido durante sus gloriosos
tiempos antiguos, cuando sirvió como capital de la antigua dinastía Han
(Changán), para evocar el recuerdo de la primera gran época de unidad imperial
de China.² (El trazado real de la ciudad de las dinastías Sui y Tang, empero,
siguió más de cerca el reciente ejemplo de la capital de la dinastía de Wei del
Norte de los xianbei tuoba en Luoyang.) Se propagó la afirmación de que el
espíritu del antiguo sabio daoísta Lao-Tsé había revelado, de manera
sobrenatural, que él mismo era un ancestro de Li Yuan (puesto que se creía que
el apellido del “viejo maestro” Lao-Tsé había sido también Li) y predijo de
manera divina que Li Yuan estaba destinado a gobernar el imperio. A pesar de
tan tremendas aseveraciones, sin embargo, en el momento en que Li Yuan ocupó
el trono controlaba, de hecho, sólo muy poco más allá de la región de “Dentro de
los Pasos” y serían necesarios muchos años más de guerra antes de que fueran
eliminados todos los grupos rebeldes y se reunificara nuevamente toda China.
De manera significativa, las cifras de la población de principios de la dinastía
Tang (como para 639) muestran una drástica disminución en comparación con
los altos niveles de la dinastía Sui sólo algunas décadas antes. Si había o no en
realidad menos gente, menos gente estaba siendo contada por el gobierno. Los
años de transición de la dinastía Sui a la Tang fueron testigos de mucho
conflicto.
El segundo emperador Tang (Tang Taizong, r. 626-649) llegó al trono, entonces,
de una forma especialmente aterradora. En las últimas etapas de una desesperada
lucha por el poder con su propio hermano mayor (durante la cual, en algún
momento, Taizong sobrevivió supuestamente a un intento de envenenamiento),
en 626, Taizong sobornó al comandante de una puerta del palacio (la puerta
Xuanwu) para armar una emboscada. A medida que su hermano mayor,
acompañado por un hermano menor, cabalgaba hacia el lugar, descubrieron la
trampa y espolearon a sus caballos en un intento por escapar. Taizong los
persiguió disparándoles flechas y su hermano mayor fue alcanzado y cayó
muerto. Momentos después, el mismo Taizong fue derribado de su caballo por
unas ramas, pero antes de que su hermano menor pudiera aprovechar su
repentina vulnerabilidad, los hombres de Taizong llegaron y también dieron
muerte al hermano menor. Cuando se exhibieron las dos cabezas de los príncipes
asesinados, la resistencia llegó a su fin. Entonces Taizong envió a un hombre
para “salvaguardar” a su padre, el emperador gobernante, quien en ese momento
se encontraba paseando en bote en un lago del palacio. Ya fuera por la
conmoción y el horror, o quizá porque ya había calculado fríamente que la
sucesión habría de determinarse en una lucha tan despiadada,³ el padre pronto
abandonó el trono, elevándose a sí mismo a la posición ceremonial de emperador
retirado, y Taizong se convirtió en el emperador de la dinastía Tang.
A pesar de la forma sangrienta en que llegó al trono, y el hecho de que apenas
unos días después de convertirse en emperador, un enorme ejército túrquico se
adentró a unos pocos kilómetros de la capital y tuvo que ser aplacado de manera
humillante antes de retirarse, Tang Taizong es recordado como uno de los
emperadores más capaces y excepcionales en toda la historia de China. El
reinado de Taizong se convirtió en una época de apogeo del poder político y
militar chino y Taizong también presidió durante una época de cosmopolitismo
excepcionalmente glorioso. El cosmopolitismo se extendió incluso hasta la
propia familia imperial, cuya ascendencia estaba mezclada culturalmente. Se ha
sugerido incluso que la lucha fratricida por el poder que colocó a Taizong en el
trono pudo haber sido una influencia persistente de las tradiciones culturales
nómadas de los xianbei.
Hasta el establecimiento de la dinastía Sui en 581, los gobernantes del norte de
China habían sido identificados principalmente como xianbei no chinos. A
mediados del siglo VI, hubo incluso un resurgimiento de los nombres y la lengua
de los xianbei. Aunque usualmente se dice que la nueva familia imperial Sui fue
china (al trazar su linaje por la vía paterna) y fueron ellos quienes restauraron el
uso de los nombres chinos después de 581, ellos también habían vivido por
generaciones en lo que hoy conocemos como Mongolia Interior y se habían
casado ampliamente con la élite xianbei. Sus primos, la familia imperial Tang,
provienen de los mismos orígenes. Se decía que Li Yuan, el fundador de la
dinastía Tang, tenía fama de ser un gran arquero y cazador que “nunca fallaba
sus tiros”.⁴ Los elementos de la cultura nómada estuvieron presentes durante
mucho tiempo en la corte Tang y, durante las dinastías Sui y Tang, incluso el
estilo de vestir xianbei se convirtió en un nuevo modelo en la vestimenta china.
Los túrquicos brindaron una valiosa ayuda a Li Yuan para establecer su dinastía
Tang, y aunque las relaciones entre los imperios Tang y túrquico se tornaron
después hostiles durante una generación, en 630, los túrquicos del Este fueron
derrotados en definitiva y Tang Taizong asumió para sí el nombre de “Kagan
Celestial” como un gobernante supremo de la estepa al estilo túrquico (así como
también un emperador de China al estilo chino).⁵ Para mediados del siglo VII, la
influencia militar y política de la dinastía Tang había penetrado profundamente
en Asia central, pese a que el gobierno Tang directo probablemente nunca se
extendió más allá del oeste de Hami y Turfán en Xinxiang. El célebre peregrino
chino Xuanzang (ca. 596-664), que viajó a India de 629 a 645 para estudiar el
budismo en su origen, relató haber encontrado una “ciudad huérfana” cerca del
río Talas, en lo que ahora es Kazajstán o Kirguistán, donde vivían más de 300
familias de antiguos habitantes chinos. En el momento en que llegó Xuanzang,
éstos habían adoptado las normas túrquicas de vestimenta y actividades, pero
todavía preservaban la lengua china y algunas costumbres chinas.
Viajando en la otra dirección, el juego del polo, el cual parece haberse originado
en Persia, se hizo popular en la China Tang. El cristianismo nestoriano también
llegó a China durante el reinado de Taizong y en 638 fundó, mediante un decreto
imperial, una iglesia cristiana en la capital Tang. Aunque al parecer hubo varias
iglesias nestorianas en la China Tang, la religión nunca echó raíces profundas en
la sociedad china. Otras religiones occidentales exóticas, como el zoroastrismo o
el maniqueísmo, gozaron también de tolerancia y pudieron haberse extendido
más ampliamente.
Si bien la dinastía Tang comenzó como un imperio militarmente expansivo,
culturalmente mezclado y “autoconscientemente multiétnico”, 300 años después
llegó a su fin, en 907, como un imperio mucho más “autoconscientemente
monoétnico y unificado por una cultura china significativamente más
homogénea”. La dinastía Tang representó “quizá el momento crucial en la
formación” de una identidad étnica china e incluso protonacional.⁷ Los
aborígenes que habían vivido dispersos por todo el sur de China, y quienes
representaban una parte considerable de la población de las dinastías del Sur,
desaparecieron en su gran mayoría durante la dinastía Tang —integrados en la
población china general (pese a que todavía hoy en día se puede encontrar un
número considerable de aborígenes, especialmente cerca de las fronteras)—.
Muchos descendientes de los xianbei y de los otros Cinco Hu que habían
gobernado el norte de China desde el siglo IV hasta 581 también perdieron sus
propias identidades y se convirtieron simplemente en chinos durante la era Tang.
Se sabe que al menos 43 personas descendientes de los hu llegaron a ocupar el
más alto puesto del gobierno (gran consejero) durante la dinastía Tang. El
general que conquistó Toshkent, en la lejana Asia central, para los Tang en 750
era un descendiente de segunda o tercera generación de un emigrante coreano.
Varios de los más reconocidos poetas en lengua china durante la dinastía Tang,
como Li Bai (también conocido como “Li Po”, 701-762), Liu Yuxi (772-842),
Bai Juyi (se escribe también “Po Chü-i”, 772-846) y Yuan Zhen (779-831), eran
de ascendencia hu, confirmada o posible. Cualquiera que fuera su linaje
ancestral, sin embargo, para entonces todos ellos se habían convertido de manera
efectiva en chinos y en maestros inigualables de la lengua china. Como ya se ha
mencionado, un diccionario de rimas (el Qieyun), el cual estableció un
influyente patrón para la “correcta” pronunciación de la lengua china, fue
compilado en 601, en parte por un hombre de conocida ascendencia xianbei. De
igual forma, a medida que los descendientes de los xianbei se convertían en
hablantes nativos del chino, la misma lengua xianbei fue desapareciendo.
Aunque todavía se conservaban 53, de las muchas canciones en lengua xianbei
que se habían cantado frecuentemente en las cortes de las dinastías del Norte,
para 801, sólo seis títulos podían ser comprendidos aún.⁸ A pesar de que cierto
grado de multilingüismo era probablemente de lo más común a lo largo de la
mayor parte del mundo premoderno, esto no fue el caso en la China de la
dinastía Tang. Dentro del lugar geográfico que llamamos China, la lengua china
había prevalecido.
La armonización de la diversidad
Una misteriosa figura religiosa de mediados del siglo VI llamada Lu Fahe
(fechas desconocidas) puede ayudar a ilustrar cómo la diversidad cultural de la
Edad de la División llegó a fusionarse dentro de la relativa uniformidad de la
tardía dinastía Tang. Lu llamó la atención por primera vez mientras vivía
recluido como un asceta S ramana (un monje budista) en la isla de las Treinta
Millas, en el centro del río Yang-tse. Su lugar de origen era desconocido, pero
algunos afirmaban que venía del centro de las cinco montañas sagradas
localizadas en el antiguo corazón cultural chino en el norte. Sin embargo,
hablaba con un acento aborigen del sur y, al principio, aparecía frecuentemente
relacionado con los aborígenes. Lu tenía la reputación de poder predecir el
futuro y era muy solicitado para ayudar a la gente a diseñar sus casas y disponer
las tumbas de tal modo que se evitaran los desastres y se atrajera la buena
fortuna (lo que conocemos como fengshui o geomancia). Asimismo, reunía
medicinas para curar las diversas enfermedades del clima cálido del sur y
lanzaba imprecaciones que supuestamente prevenían las picaduras de insectos
venenosos o las mordeduras de animales salvajes. En una ocasión, cuando un
hombre probó el filo de un cuchillo en un buey, hiriendo gravemente su cabeza
con un golpe, Lu advirtió al hombre que tenía que llevar a cabo un rito meritorio
para el espíritu del buey o sería perseguido por la retribución del karma. El
hombre se burló, pero murió unos días más tarde.
Por el tiempo de una gran rebelión del sur en 548, Lu se unió a las fuerzas leales
al imperio para contratacar a los rebeldes. Logró convocar a 800 discípulos
nativos en un transbordador de río y zarpó a bordo de un barco de guerra junto
con algunas tropas imperiales ordinarias. En un lugar llamado el Lago de las
Arenas Rojas se encontraron con el enemigo. Dado que el viento no era
favorable para enviar brulotes con el propósito de hundir la flota rebelde, Lu
(según cuenta la historia) cambió mágicamente la dirección del viento al ondear
una pluma blanca. Tras la derrota de las fuerzas rebeldes, Lu se convirtió en
funcionario imperial pero, cuando se dividió el imperio del sur y el emperador
del sur al que servía fue asesinado durante una invasión al noroeste acometida
por la dinastía Xianbei, Lu Fahe desertó en 555 y se pasó al régimen enemigo
xianbei en el noreste. Cuando Lu se aproximaba a la capital noreste (Ye, cerca de
la moderna Ányang en la provincia de Henan), el emperador del noreste, que
había escuchado sobre las sorprendentes artes de Lu, se alejó varios kilómetros
de su ciudad para encontrarse respetuosamente con él. Cuando Lu avistó la
distante ciudad, se apeó de su caballo y ejecutó el Andar de Yu. Más tarde, en la
ciudad, Lu volvería a ocupar un cargo de alto funcionario.
El Andar de Yu alude al mítico fundador de la primera dinastía china, el gran Yu.
Según la leyenda, el gran Yu deambuló a lo largo y lo ancho de China
empecinado en controlar las inundaciones que estaban arrasando la tierra y,
durante ese proceso, supuestamente quedó cojo, distinguiéndose por una forma
peculiar de andar o caminar. Para la Edad de la División, algo llamado el Andar
de Yu se había convertido en un elemento poderoso dentro del arsenal ritual del
daoísmo religioso.
Aunque Lu Fahe es una figura extremadamente misteriosa y poco importante, su
historia despierta cierto interés. Aparte de ilustrar el papel de la religión en la
vida cotidiana de China (a diferencia de la doctrina sectaria basada en la
escritura), también sirve para demostrar muy bien la inextricable mezcla de
budismo indio con las diversas ideas religiosas nativas chinas, así como la fusión
de norte y sur, nativos, nómadas xianbei y chinos, y la posibilidad de combinarlo
todo mediante la invocación de la gran tradición cultural china, simbolizada por
la leyenda del gran Yu. El terreno estaba listo para la reunificación.
La Edad de la División había estado marcada por movimientos sociales de gran
envergadura, los cuales no solamente colocaron en el poder a los Cinco Hu en el
norte de China, sino que también desplazaron a grandes cantidades de refugiados
chinos desde el antiguo corazón en la Planicie Central hacia nuevos sitios en el
lejano noreste, en el noroeste y, sobre todo, al sur del río Yang-tse. El resultado
fue promover el intercambio cultural, la mezcla étnica y una expansión
generalizada de la civilización china. Por ejemplo, el manuscrito de un conjunto
de respuestas de un examen de la administración pública escrito en 408 se
descubrió recientemente cerca de Turfán, Xinxiang. Aunque probablemente la
prueba fue realizada en Gansu, en el hasta cierto punto menos remoto noroeste, y
la calidad literaria de la escritura no es espectacular, de cualquier modo es de
destacar que en ese momento y lugar se condujeran exámenes de la
administración pública en lengua china.¹
La última dinastía Xianbei en el noroeste, establecida en la región de “Dentro de
los Pasos”, tuvo al principio sólo un pequeño número de guerreros xianbei a su
disposición —acaso un poco menos de 10 000—. Luego de una derrota militar a
manos de sus enemigos del noreste en 543, esta dinastía comenzó a reclutar por
necesidad a chinos étnicos en su ejército y, en el proceso, borró la larga división
ocupacional que había existido entre los guerreros xianbei (o los Cinco Hu) y los
agricultores chinos (han). Cuando la dinastía china sucesora, la Sui, obligó a
muchos soldados a volver a su condición de civiles y agricultores en 590,
después de la reunificación china, finalmente desapareció la división entre los
guerreros no chinos y los agricultores chinos.
Mientras tanto, pese a un resurgimiento de los nombres, lengua, vestimenta y
cultura xianbei a mediados del siglo VI, esa misma última dinastía Xianbei del
noroeste revivió también, de manera paradójica y simultánea, un recuerdo
idealizado de las instituciones de la antigua dinastía Zhou china. En parte, esto
pudo haber ocurrido simplemente porque resultó que el régimen se hallaba en la
antigua patria zhou de “Dentro de los Pasos” y también porque necesitaba una
ideología unificadora para aglutinar una población definitivamente mestiza. La
dinastía Sui surgió directamente de este régimen en 581 y logró reunificar China
en 589.
La reunificación de las dinastías Sui y Tang transformó después el imperio en un
único país muy centralizado. Los tang, por ejemplo, establecieron una red de 1
639 postas a lo largo de los principales caminos que llevaban a la capital para
facilitar las comunicaciones. Más allá de una simple centralización
administrativa, la dinastía Tang también comenzó a promover una cultura china
más uniforme. Casi a comienzos de su reino, en 619, el fundador de la dinastía
Tang construyó templos para el duque de Zhou y para Confucio en la Academia
Imperial, donde se ofrecían sacrificios a sus espíritus según la estación del año.
En 628, Confucio fue elevado a una posición superior a la del duque de Zhou y,
para 630, se ordenó a cada provincia y condado del imperio que construyera
templos confucianos. Pese a que la práctica de ofrecer sacrificios al espíritu de
Confucio en su mismo estado natal de Lu (en la moderna Shandong) data, por lo
menos, del comienzo de la dinastía Han, y el primer templo a Confucio pudo
haber sido construido en la Academia Imperial en la capital en 386, estos ritos
estacionales celebrados en los templos de Confucio, los cuales se volvieron un
sello de la tradicional civilización china, alcanzaron una forma madura sólo en la
época de la dinastía Tang.
En sus comienzos, la dinastía Tang también estableció por todo el imperio
ediciones estándar de los clásicos del confucianismo y realizó esfuerzos sin
precedentes para construir una historia narrativa continua del pasado chino. En
593, la dinastía Sui había impuesto una restricción sobre la composición privada
de historias estatales, la cual no comenzó a relajarse sino hasta la etapa media de
los tang. De este modo, la escritura de la historia se concentró en la corte
imperial como un gran asunto de Estado. La dinastía Tang promovió, entonces,
grandes proyectos de escritura de la historia imperial. De la inigualable
secuencia de las “Veinticuatro historias dinásticas” que aportaron la versión
estándar de la historia de China desde los tiempos de los legendarios Reyes
Sabios hasta el final de la era premoderna, ocho, exactamente una tercera parte
del total (incluyendo dos que de algún modo no eran oficiales), se compilaron en
un periodo aproximado de 20 años en la corte de Tang Taizong.
La educación es una herramienta particularmente poderosa para promover una
identidad cultural común. En gran medida, el emperador Wu de la dinastía Han
había sido el primero en definir el canon confuciano y en establecer el
confucianismo como ortodoxia del Estado desde el momento en que designó
maestros y estableció una Academia Imperial en el siglo II a.C. Ahora, en 624, el
fundador de los tang ordenó a cada provincia y condado del imperio que
construyera escuelas. Para 738, debieron de haber, por lo menos en papel, 19 000
escuelas oficiales en la China de Tang.¹¹
No pasó mucho tiempo antes de que las escuelas oficiales del Estado fueran
eclipsadas por la educación privada. Los grandes literatos de la dinastía Tang
tardía, como Li Bai, Du Fu (712-770) y Han Yu (768-824), recibieron una
educación privada. Sin embargo, el resultado de esa privatización bien pudo
haber contribuido a universalizar aún más la educación en la época tardía de la
dinastía, y el contenido educativo siguió siendo el núcleo común de los estudios
chinos. Sin duda, mucha gente seguía siendo analfabeta y recibía una educación
pobre, pero en 824 se afirmaba, aun así, que la poesía del momento estaba en
boca de cada “príncipe, duque, concubina y esposa, niño a cargo del ganado y
hombre a caballo”.¹² Los valores que alguna vez habían sido exclusivos de la
élite cultural se propagaron a tal grado que se convirtieron en normas chinas
universales y, en el proceso, las viejas divisiones entre las Grandes Familias y los
plebeyos, y entre los chinos y no chinos, se fueron transformando hasta
conformar una civilización china cada vez más universal. Por ejemplo, en una
reserva secreta de textos resguardados por el árido clima del lejano noroeste de
Dunhuang, se encontraron más de 1 000 obras anónimas líricas populares
escritas durante la dinastía Tang, y muchas de ellas quizá fueron escritas por
personas bastante ordinarias.
Hacia el final de la dinastía Tang, la nueva tecnología de impresión con plancha
de madera comenzaba asimismo a desempeñar un papel importante en el proceso
de difundir una cultura china común. Se desconocen los orígenes de la
impresión, y el texto impreso más antiguo que conocemos es un amuleto budista
descubierto en Corea y que data de antes de 751. No obstante, a principios del
siglo IX, en la China de Tang ya se escuchaba la queja de que en los mercados
de todo el imperio se vendían calendarios impresos incluso antes de que la
Oficina de Astronomía publicara su propio calendario cada año.¹³ Pese a que una
auténtica explosión en la disponibilidad de libros a causa de la imprenta tendría
que esperar hasta la llegada de la siguiente dinastía, artículos impresos tan
sencillos como los calendarios ya se estaban volviendo accesibles para el uso de
la gente común y corriente en el periodo tardío de la dinastía y en el proceso
estaban ayudando a promover una cultura china homogénea.
Asimismo, en la época de la dinastía Tang, el sistema de exámenes de la
administración pública dirigía incluso la educación privada hacia los propósitos
particulares del imperio. Para seleccionar a los funcionarios chinos se habían
hecho pruebas por lo menos desde inicios del imperio, pero sólo como parte de
un proceso de selección determinado más bien por las recomendaciones. Durante
la Edad de la División, se había adoptado, a partir de 220, un sistema llamado de
Nueve Rangos, mediante el cual administradores regionales designados
especialmente evaluaban a candidatos potenciales para un puesto en la
administración, clasificándolos según su rango —en la práctica, con base más
que nada en los antecedentes familiares—. El resultado fue consolidar en
extremo la posición de unas cuantas Grandes Familias, que adquirieron algo así
como un aura aristocrática. A principios del siglo VI, sin embargo, el emperador
de la dinastía del Sur reivindicó la idea radical de que se debía elegir a los
funcionarios nada más con base en la habilidad demostrada mediante un examen,
sin tomar en cuenta sus antecedentes familiares. En 587, la dinastía Sui acabó
con la autoridad evaluadora que detentaban los administradores del sistema de
los Nueve Rangos y comenzó a emplear un sistema basado sobre todo en
exámenes.
Se ofrecían distintos grados académicos. Para obtener el grado de Comprensión
de los Clásicos (Min jing) se cubrían todas las líneas excepto una de un pasaje
preciso de un clásico confuciano y también se ocultaban varios de los caracteres
de la línea sobrante. Después se esperaba que el candidato fuera capaz de recitar
de memoria los caracteres faltantes. Después de esta prueba, había un examen
oral y otro que consistía en responder a una serie de preguntas. Durante el reino
del segundo emperador sui, se adoptó un nuevo grado llamado Jinshi (alumno
presentado), el cual puso mayor énfasis en la formulación de preguntas relativas
a actualidades, así como en la poesía, la literatura, y menos en la memorización
de los clásicos. El Jinshi se convirtió rápidamente en el grado más valorado y, en
las dinastías posteriores, se volvió a la larga en el nivel más alto de una
secuencia estándar de tres grados sucesivos. Durante la etapa tardía de la dinastía
Tang, cada año se entregaban en promedio alrededor de 30 grados Jinshi y el
prestigio de que gozaba este grado era inigualable.
Aun cuando obtener un grado como el Jinshi confería prestigio y habilitaba a un
hombre para ocupar potencialmente un puesto en el gobierno, en la práctica, para
poder ser asignado a un puesto, aún era necesario ser examinado más a fondo
por el Ministerio de Personal. Durante la dinastía Tang, este tipo de examen puso
especial atención en la apariencia física y el porte, la facilidad de expresión, la
caligrafía y la habilidad para emitir juicios. A finales del siglo VII, bajo la cada
vez mayor autoridad de la emperatriz Wu Zetian (ca. 625-705), cualquiera que
creyera que tenía talento —incluso los plebeyos— era animado a postularse para
progresar, y puede ser que en esta época se haya empleado por primera vez la
práctica de evaluar anónimamente a los candidatos.
El sistema de exámenes de la administración pública, que alcanzó su máxima
madurez sólo hasta después de la dinastía Tang, se convirtió quizá en la
institución definitoria de la China imperial tardía (hasta que se abolió en 1905 en
nombre de la modernización). Aunque este sistema siempre fue criticado, podría
decirse que promovió un orden social y político relativamente fluido y
aparentemente meritocrático, y fue sin duda una poderosa herramienta para la
homogeneización cultural. Por ejemplo, varios nietos de un túrquico del siglo
VIII del lejano noroeste —quien se había distinguido por los servicios militares
que prestó a los tang— “fueron conocidos todos por su confucianismo” y
alcanzaron su propio éxito mediante el sistema de exámenes de la administración
pública.¹⁴
El intercambio comercial también contribuyó a la integración cultural de la
dinastía Tang, tal como lo detallaremos más adelante. Un nuevo producto que
circuló en el mercado fue el té. Durante la Edad de la División beber té era muy
popular en el sur. El predominio de la ganadería en el norte, mientras tanto,
influyó en que las bebidas lácteas fueran más populares (quizá ésa fue la única
vez en la historia de China). Durante la dinastía Tang reunificada, la preferencia
por beber té se propagó de las regiones productoras de té en el sureste al resto
del país. Una de las razones de la repentina popularidad de esta bebida fue que se
decía que ayudaba a permanecer despierto durante la meditación budista.
Asimilación china del budismo
Si bien las dinastías Sui y Tang reunificadas se presentaban a sí mismas como
restauradoras de la unidad imperial que prevaleció durante la anterior dinastía
Han, China era para entonces, en distintas formas, un lugar considerablemente
diferente. La propagación del té y de las sillas durante la época de la dinastía
Tang son dos ejemplos de tales innovaciones. La diferencia más notoria fue
probablemente el budismo. El budismo había sido, a principios de la dinastía
Han, desconocido en China e incluso, hacia el final de la dinastía, todavía era, en
gran medida, una religión para extranjeros. Sin embargo, hacia el periodo de la
reunificación Sui en 589, había, según se dice, más ejemplares de los Sūtras
budistas en China que de los clásicos del confucianismo. China se había
convertido en una tierra totalmente budista.
Durante las dinastías Sui y Tang, monjes de los principales monasterios de la
capital se turnaban para contemplar a Buda, día y noche sin parar, en un lugar de
adoración dentro del palacio imperial. Una vez durante la dinastía Sui y cuatro
veces durante la Tang, se ordenó la construcción de una serie de templos
budistas por todo el imperio, que estaban obligados a oficiar servicios religiosos
para la familia imperial y a recitar Sūtras como rito religioso para la protección
del Estado. Los sermones públicos llegaban a una amplia audiencia popular en la
época tardía de la dinastía e incluso hubo gente común y corriente que cayó en la
quiebra por hacer donaciones religiosas. En esa misma época, incluso las críticas
al budismo se formulaban empleando los mismos términos budistas. Por
ejemplo, si toda la actividad terrenal no es sino la ilusión de un sueño —el
simple “reflejo de una burbuja”, como dicen los budistas—, entonces se podría
formular el contrargumento de que los gastos y los esfuerzos en beneficio de los
templos budistas son también en vano y que tales esfuerzos deberían encauzarse
más bien para el consuelo del pobre y el servicio del Estado. Aunque nunca hubo
una época en que todos los chinos fueran universalmente budistas —siempre
hubo otras tradiciones religiosas y las creencias personales se mantuvieron en
gran medida como una cuestión de preferencia personal—, para los tiempos de
la dinastía Tang, China se había vuelto profundamente budista y, al mismo
tiempo, el budismo se había vuelto también completamente chino.
En China, los monjes budistas residían, por lo común, en monasterios
permanentes, que a veces eran magníficos. Durante las dinastías Sui y Tang,
algunos de estos monasterios se transformaron en complejas instituciones
económicas exentas de impuestos, con propiedades, esclavos, casas de empeño e
incluso a veces casas de préstamo con altos intereses flotantes. Siguiendo el
modelo secular de la familia china, el abad budista chino legaba la propiedad
monástica a un sucesor elegido por él, con lo que se establecían líneas
patriarcales de sucesión. Ello, combinado con algunas variantes de la doctrina,
contribuyó a crear lo que comúnmente se conoce como las sectas chinas del
budismo. Es necesario precisar que, mientras estas sectas se volvieron
formalmente distintas en el budismo japonés, en China, en particular durante la
dinastía Tang, la situación se mantuvo más fluida.¹⁵ No obstante, dentro del
budismo chino había ciertas subdivisiones que podían considerarse laxamente
como sectas. En particular, por su estrecho contacto con la lengua y las ideas
daoístas nativas, la asimilación china del budismo alcanzó una especie de
culminación en algo llamado Chan (zen en japonés y Sǒn en coreano).
A partir de la temprana convicción china de que había una naturaleza buda en
cada persona, empezó a suponerse que esta naturaleza buda estaba en todas
partes y que se podía alcanzar la salvación en esta vida con sólo comprender esta
verdad. Dentro del budismo Chan, la iluminación se alcanza no al escapar de
este mundo, sino al despertar a la realidad del mundo que está a nuestro
alrededor. La palabra Chan significa literalmente “meditación” (del sánscrito
dhyāna), y la meditación era esencial para el Chan, no solamente como una
forma de iluminación, sino como la propia iluminación en la práctica. La
meditación Chan —el desprendimiento de pensamientos y sensaciones, así como
la eliminación de distinciones superficiales para comprender la unidad
fundamental de todas las cosas— se apoyaba en misterios característicamente
enigmáticos que tenían el propósito de estimular el despertar. Por otra parte, se
decía que el estudio de las escrituras era inútil porque la máxima verdad no
puede simplemente reducirse a las palabras. Es bien sabido que el budismo Chan
se ha descrito como una “transmisión especial ajena a la escritura que no se basa
en las palabras ni en las letras”, sino que más bien “apunta directamente a la
mente [de uno]”.¹ Por ejemplo, Huineng (638-713), el particularmente célebre
sexto patriarca del Chan, era en sus orígenes un analfabeto vendedor de leña que,
al parecer, nunca aprendió a leer.
Hacia el final de la dinastía Tang, y en especial durante la siguiente dinastía
(Song, 960-1279), el Chan se convirtió quizá en la principal corriente del
budismo chino. Para entonces, el Chan era casi completamente chino y casi todo
su desarrollo real se remonta a Huineng, el sexto patriarca chino. No obstante,
incluso con el Chan, aún era necesario remitirse a un legendario origen en la
India. Según la tradición, la transmisión del budismo Chan llevaba 28
generaciones en la India, iniciándose con el propio buda Sākyaṃuni hasta el
brahmán indio del sur conocido como Bodhidharma, quien lo llevó a China
alrededor del año 500. Bodhidharma era, sin duda, una auténtica figura histórica,
pero casi toda la leyenda que surgió en torno a él apareció posteriormente junto
con la consolidación de la corriente Chan. Bodhidharma es mejor conocido por
haber introducido, supuestamente, la técnica meditativa de “observar la pared”
como un método para relajar la mente. Por lo tanto, Bodhidharma es considerado
el primer patriarca (chino) del Chan.
A pesar de la asimilación china del budismo, aún seguía habiendo vínculos con
su origen indio. Xuanzang, el gran peregrino chino, emprendió una travesía de
17 años por la India y las regiones occidentales durante la etapa temprana de la
dinastía Tang. A su regreso en 645, dirigió la traducción al chino de más de 1
300 rollos de escrituras indias que trajo consigo. A mediados de la dinastía Tang,
tres destacados monjes misioneros del sur de Asia, Śubhakarasimha (637-735),
Vajrabodhi (671-741) y Amoghavajra (705-774), introdujeron el budismo
esotérico (tántrico) en la corte Tang. Amoghavajra tuvo gran influencia ya que
gozó del apoyo de tres emperadores tang. En 765, cuando la capital tang estaba
bajo la amenaza de un ejército invasor, el emperador, en vez de organizar una
resistencia militar, envió ejemplares de la nueva versión del Sūtra para los reyes
benevolentes, de Amoghavajra, a dos templos, donde los sacerdotes recitaban las
escrituras y los soldados prendían incienso para la protección del Estado. Tras el
fracaso de la invasión, se otorgó a Amoghavajra el crédito de la victoria.
Entre los discípulos chinos de Amoghavajra estaba el monje Huiguo (m. 805)
que, a su vez, instruyó al visitante monje japonés Kūkai (774-835), así como a
por lo menos un monje coreano y a otro que pudo haber sido de la isla de Java.
Kūkai fue el responsable de introducir el budismo esotérico en Japón, donde es
conocido como Shingon. Este budismo esotérico cobró mayor importancia en
Japón que en China, en gran medida por los incomparables talentos de Kūkai.
Tal como lo describió el propio Kūkai, una secuencia de transmisión directa de
Vairocana (el primero de los cinco budas celestiales) unía el budismo esotérico
con Amoghavajra, luego con Huiguo y finalmente con el propio Kūkai. A pesar
de tales afirmaciones, en realidad Ku kai había estudiado junto al maestro chino
Huiguo apenas seis meses. Cualquier transmisión real de aprendizaje debió de
haber sido algo dudosa.
Los contactos entre China y la India continuaron durante la dinastía Tang y
después de ésta, y de hecho se aceleró incluso el volumen del intercambio
marítimo con los puertos indios. Con todo, el centro de gravedad del budismo
chino (y asiático oriental) se había trasladado ahora a China y, a partir de
entonces, el budismo chino se desarrolló casi exclusivamente en lengua china.
Varios monjes de la época tardía de la dinastía Tang, como Huaisu (n. 737), son
mejor conocidos por sus logros en la caligrafía, la cual no es sólo una forma de
arte en su quintaesencia china, sino que también se escribe necesariamente en
lengua china (figura IV.1). Otros monjes de esa misma época son famosos por su
poesía en lengua china, incluido Jiaoran (734-ca. 792), quien alguna vez escribió
juguetonamente: “No me gustan las lenguas extranjeras; no las estudiaré, y
nunca he traducido palabras bárbaras”.¹⁷ Tomando en cuenta la extrema
importancia que se dio a la traducción de los manuscritos indios en la etapa
temprana del budismo chino, la anterior declaración representa una notable
pérdida de interés en cualquier cosa extranjera. Este ensimismamiento es, sin
embargo, totalmente consistente con la confianza monolingüística general que
comenzaba a mostrar la civilización china.
Un parteaguas: la crisis de la dinastía Tang media
En 649, Tang Taizong fue sucedido en el trono por uno de sus hijos más débiles,
quien se sentía (inapropiadamente) atraído hacia Wu Zetian (ca. 625-705), una
antigua concubina de su padre. Lady Wu pronto se convirtió en la figura que
ostentaba el verdadero poder detrás del trono y, después de la muerte del
emperador, no tardó en poner a dos de sus propios hijos en la línea de sucesión
del poder. En 690, inspirándose en el apoyo del Sūtra de la Gran Nube budista,
que predijo que el futuro buda Maitreya reencarnaría algún día como un
gobernante femenino, Wu rompió con los precedentes y se proclamó ella misma
emperador fundador de la nueva dinastía Zhou. Aunque en la historia de China
han existido varias mujeres que ejercieron el poder supremo, casi siempre como
emperatrices viudas, Wu Zetian es la única mujer que ostentó el título de
“emperador”. Wu Zetian era despiadada (e innegablemente una usurpadora),
pero también fue una persona enérgica y una monarca capaz, por lo que se
entiende que se haya convertido desde entonces en una figura de gran
fascinación.
FIGURA IV.1. Autobiografía. Caligrafía del monje budista chino Huai-su de la
dinastía Tang (Huaisu, 737-ca. década de 770). National Palace Museum,
Taiwán, República de China.
Sin embargo, cuando ya estaba entrada en años, cerca de los 80, la emperatriz
Wu, finalmente perdió el poder. En 705, se vio forzada a restaurar la dinastía
Tang y permitió a su hijo retomar el trono. Después de varios años más de
intrigas palaciegas, en 713, Xuanzong (r. 713-756), otro gran emperador tang,
ascendió al trono. El reinado del emperador Xuanzong por lo común se
considera como la edad dorada de la dinastía Tang —el periodo más glorioso de
una dinastía en general gloriosa— y se le reconoce especialmente por los
excepcionales poetas que surgieron en esta época. Aun así, el reinado de
Xuanzong llegó a su fin en medio del desastre.
Durante aproximadamente un siglo, el Imperio Tang conservó su fuerza militar.
En 647, un ejército tang fue capaz de intervenir en la supresión de una rebelión
que ocurrió en un lugar tan lejano como la India. En 659 los tang derrotaron a
los túrquicos del Oeste (tras haber derrotado a los del Este). En 668, en alianza
con Silla, las fuerzas tang abatieron el reino de Koguryǒ del norte de Corea. No
obstante, la máxima victoria militar tang ocurrió hasta 750 cuando los ejércitos
tang ocuparon la ciudad de Toshkent en Asia central. Sin embargo, mucho
tiempo antes de ello, ya había comenzado a cambiar de rumbo la tendencia
militar. Durante el reino unificado de Silla, Corea mostró ser obstinadamente
independiente. Alrededor de 679, los túrquicos del Este restablecieron su
independencia en lo que a veces se conoce como el segundo Kaganato túrquico.
Hacia finales del siglo VII se manifestaron los primeros destellos del poder de
los kitán en el noreste. Con todo, resultaba aún más peligroso el surgimiento del
nuevo Imperio tibetano.
Las varias tribus del Tíbet estuvieron unificadas primero bajo el rey Songtsen
Gampo (Srong-btsan sgam-po, r. ca. 618-641). El asiento real se encontraba
inicialmente en el sureste, en Yarlung, y después en Lhasa. El reinado de
Songtsen Gampo coincidió también con la introducción del budismo en el Tíbet,
proveniente tanto de la China Tang en el este como de la India en el sur. Aunque
el rey aceptó una novia de la corte imperial china —quien supuestamente
disuadió la práctica tibetana de pintarse los rostros con ocre rojo—, el rey
también se casó con una princesa de Nepal y adoptó un sistema de escritura de la
India, en vez del chino, con lo que puso los cimientos de una nueva civilización
tibetana. Empezando alrededor de 665, este nuevo Imperio tibetano invadió
Khotan, Kuchā, Karashar y Kashgar en la Xianxiang antes dominada por los
tang y, poco antes de aquella época, llegó a ocupar también la zona de la
moderna Qinghai. Aunque los ataques contraofensivos de las fuerzas tang
recuperaron algunas de estas posiciones, los tang enfrentaban ahora a un
extraordinario rival imperial en el occidente.
En 747, un general del ejército tang llamado Gao Xianzhi (Ko Sǒnji en coreano),
de ascendencia coreana, consiguió una victoria en las cercanías de Gilgit, en
Cachemira. Al ir ganando confianza, llevó a cabo ataques ofensivos contra
pequeños reinos en algunas regiones de occidente y, en 750, ocupó Toshkent. El
rey de Toshkent fue enviado como prisionero a la capital de China, donde fue
ejecutado, pero su hijo logró huir a occidente y ahí obtuvo el apoyo de un
ejército árabe. En 751, estas fuerzas árabes derrotaron al ejército tang en el río
Talas, en la que fuera una de las batallas cruciales en la historia mundial. Esta
victoria árabe marcó el nacimiento de la nueva religión del islam en el centro de
Asia y marcó el fin de la influencia china al occidente de la cordillera del Pamir.
Mientras tanto, el emperador tang Xuanzong se había enamorado de una
hermosa joven llamada Yang Guifei (la “honorable princesa consorte”). Yang
Guifei extendió su apoyo a sus favoritos en la corte, entre los que se encontraba
un cierto general de ascendencia mestiza, de Asia central (Sogdian), y túrquica,
cuyo nombre era An Lushan (ca. 703-757). An Lushan supuestamente era tan
gordo que provocó que más de un caballo se colapsara y muriera a causa de su
peso. Gracias al apoyo de Yang Guifei, An Lushan llegó a controlar a los
mayores ejércitos fronterizos tang en el noreste, en colindancia con la moderna
Beijing. Sin embargo, en 755,¹⁸ luego de una disputa con el hermano de Yang
Guifei, An Lushan se volteó en su contra y la capital de la dinastía Tang no tardó
en caer en manos de los rebeldes. El emperador Xuanzong huyó, y en el camino
se vio forzado a ejecutar a su amada Yang Guifei.
MAPA IV. 1. Asia oriental en 650 d.C.
El príncipe heredero del emperador Xuanzong reorganizó las fuerzas leales al
imperio y se proclamó a sí mismo como el nuevo emperador. Hacia 757, las dos
capitales de la dinastía Tang (Changan y Luoyang) fueron recuperadas con la
ayuda de aliados túrquicos uigures y árabes. Aunque An Lushan fue asesinado
por su propio hijo en 757, la guerra desatada a causa de su rebelión no logró
sofocarse sino hasta 762. Para asegurar la paz, los generales rebeldes fueron
reasignados a puestos con poder independiente con la condición de que se
declararan vencidos al menos nominalmente. La autoridad imperial centralizada
de la dinastía Tang jamás fue restablecida por completo.
Después del levantamiento de An Lushan, cerca de 80% de las fuerzas militares
del país cayeron bajo el control de fuerzas fronterizas independientes. El
gobierno imperial central fue incapaz de recolectar los impuestos de las extensas
fronteras chinas. Incluso dentro de la misma corte, los eunucos (un eunuco era
un sirviente castrado al servicio del imperio) se volvieron verdaderos portadores
del poder real debido al control que ejercían sobre la Guardia Imperial y el
Secretariado del Palacio. Desde 821 hasta el final de la dinastía, siete de ocho
emperadores fueron entronizados por los eunucos, dos de los cuales pudieron
haber sido asesinados por estos mismos. En términos políticos, la dinastía Tang
había quedado enormemente debilitada.
La “transmisión del camino” y el crecimiento
de la comercialización
El levantamiento de An Lushan en 755 se considera comúnmente como el
momento que marcó un parteaguas no sólo en la historia de la dinastía Tang, sino
en el curso de toda la historia china. En la sabiduría popular se dice que los
orígenes extranjeros del rebelde An Lushan provocaron el recelo hacia los
extranjeros a partir de entonces. Aunque los túrquicos uigures y otras fuerzas no
chinas ayudaron al Imperio Tang a suprimir el levantamiento, en el proceso
también sometieron a la población china a grandes saqueos y matanzas. A pesar
de estos sucesos, la cantidad de intercambios comerciales en realidad siguió
incrementándose después del levantamiento, atrayendo con ello, entre otras
cosas, un número cada vez mayor de árabes y persas a los puertos de la costa de
China. Después del levantamiento de An Lushan, China no se guareció en
definitiva en un aislacionismo económico. Sin embargo, la gran edad del
cosmopolitismo cultural chino había tocado a su fin, ya fuera que An Lushan
tuviera o no la culpa.
Una razón del declive del viejo cosmopolitismo pudo haber sido porque, por
primera vez en la historia, China empezaba a quedar rodeada por Estados y
países extranjeros organizados de manera equiparable a la suya. Por lo tanto,
China ya no podía aspirar a mantenerse de manera creíble como una civilización
universal rodeada simplemente por tribus bárbaras. Más aún, algunos de estos
nuevos países extranjeros representaban una amenaza militar. Durante el
levantamiento de An Lushan, por ejemplo, el Imperio tibetano sacó ventaja de la
coyuntura para remprender su ofensiva e incluso ocupó, por poco tiempo, la
capital tang en 763. De 780 a 848, los tibetanos controlaron el importante oasis
noroeste de la ruta de la seda de Dunhuang, en Gansu.
A partir de 842, el Imperio tibetano comenzó a colapsarse a causa de disputas
internas. El Tíbet no volvería a reunificarse sino hasta la era de la dominación
mongola en el siglo XIII y nunca volvería a ser una gran fuerza militar. Sin
embargo, la presencia imperial tibetana en el noroeste fue remplazada por
nuevas fuerzas integradas por uigures y tangut. Un Imperio túrquico uigur (744840) había sustituido al segundo Kaganato túrquico en la estepa directa al norte
de China (en lo que hoy es Mongolia), pero en 840 los uigures fueron
dispersados por otra tribu de la estepa, los kirguiz, y el centro del poder de los
uigures se desplazó al occidente a Xinxiang.¹ Ello trajo como resultado que por
primera vez se incrementara de manera sustancial en Xinxiang el número de
hablantes de lengua túrquica uigur y dio origen a la designación moderna de
Xinxiang como Turquestán oriental. Actualmente, gran parte de la población de
Xinxiang sigue siendo uigur. Los tangut, por su parte, no establecieron un
imperio formal llamado Xia (o también “Xia Occidental”, Xi Xia), sino hasta
1038 (-1227), en la región de Ordos al noroeste de China, pero ya aparecían
mencionados en fuentes chinas de comienzos de la dinastía Tang.
En el noreste, al este de Mongolia interior, en Manchuria y expandiéndose por
partes de la propia China, un pueblo llamado los kitán se convirtió hacia 907
(-1125) en un poderoso Estado imperial, que adoptó formalmente el nombre
dinástico de estilo chino de Liao en 947. También en Manchuria, otro reino
independiente llamado Parhae (que tenía influencias chinas y coreanas) perduró
de 698 hasta que fue derrotado por las fuerzas kitán en 926. Mientras tanto,
Corea había sido unificada desde 668 bajo un gobierno nativo independiente.
En el suroeste, en la moderna provincia china de Yunnan, un poderoso reino
regional llamado Nazhao floreció de 738 a 937 y fue sucedido por otro reino
independiente llamado Dali (937-1253). En 939, en el sureste, Vietnam
(entonces llamada Annam) alcanzó su independencia permanente y se convirtió
en un país extranjero. Por lo tanto, en la última época de la dinastía Tang, China
se convertía cada vez más en sólo un país más entre otros países equivalentes.
Algunos de estos países estaban organizados en formas similares al Imperio
chino y algunos representaban serias amenazas militares. El resultado fue el
surgimiento de un sistema internacional multiestatal, que fomentó algunas de las
precondiciones de lo que incluso podría llamarse la formación de una identidad
protonacional. Dos breves textos de la dinastía Tang escritos hacia finales del
siglo IX abordaron de manera explícita el tema de lo que significaba la identidad
china, y ambos concluyeron que la lealtad política y la adherencia a los ideales
confucianos eran los principales criterios para considerar a alguien como chino.²
Otra razón del declive de la gran era del cosmopolitismo cultural en China pudo
haber sido quizá porque, como lo mencionamos antes, la cultura china estaba
volviéndose para entonces cada vez más homogeneizada. La expansión de la
educación formal en lengua china y la difusión de las expectativas culturales
comunes durante la dinastía Tang pudieron haber influido más en la creciente
toma de conciencia sobre las diferencias entre chinos y extranjeros que cualquier
terror que hubiera podido inspirar el levantamiento de An Lushan. De
importancia primordial para esta cultura, cada vez más unificada, fueron los
primeros destellos de un gran resurgimiento confuciano, que habría de influir en
todo lo que quedaba de la historia premoderna de China y de Asia oriental. Este
resurgimiento confuciano comenzó con un llamado a rechazar el ornamentado
paralelismo literario de la prosa que se hacía en ese entonces y regresar a lo que
llamaban la escritura de los clásicos. Se puso un nuevo énfasis en los principios
fundamentales de la filosofía, como el de la naturaleza humana y el del propio
“principio” (li) y en el entendimiento del significado amplio de los clásicos del
confucianismo en vez del limitado estudio textual.
Hay dos autores que prefiguran en particular lo que hoy conocemos como
neoconfucianismo: Han Yu (768-824) y Li Ao (m. ca. 844). En sus escritos
plasmaron una nueva visión de una “transmisión ortodoxa” del confucianismo, o
dao, que surgió con los legendarios Reyes Sabios Yao, Shun y Yu, y que pasó a
los fundadores de las dinastía Shang y Zhou, al duque de Zhou y finalmente a
Confucio y Mencio. Como Han Yu lo escribió en una carta en 820, este dao
ortodoxo entró en declive en la época de Confucio y nunca volvió a recuperarse
por completo luego de que el primer emperador de la dinastía Qin emprendiera
una campaña de quema de libros y quedara pendiendo a veces de un hilo.²¹ La
declaración implícita era que este dao confuciano había sido redescubierto y
reavivado en una especie de renacimiento chino. Pero la declaración explícita
era, sin lugar a dudas, que sólo existía una línea de sucesión correcta y que la
verdad confuciana era unitaria. Durante la siguiente dinastía (Song), esto
comenzaría a llamarse Dao Tong: la “transmisión del camino”.
A pesar de la afirmación de que sus orígenes estaban en la remota antigüedad,
ésta era de hecho una idea bastante nueva que incluso pudo haber sido influida
además por los conceptos budistas contemporáneos sobre las líneas de
transmisión patriarcal. El neoconfucianismo, de hecho, fue moldeado
profundamente por las influencias del budismo y el daoísmo. Sin embargo, por
más innovadora que haya sido, la idea de Dao Tong contribuyó a poner los
cimientos de una poderosa visión de una China unitaria que supuestamente había
existido desde el origen de los tiempos.
La circulación de distintos productos a través del comercio no solamente puso a
China en mayor contacto con los extranjeros, sino que también contribuyó a
crear un mercado chino más uniforme y propició mayores oportunidades para
una movilidad física y social a lo largo y ancho del imperio. La China de la
época tardía de la dinastía Tang se estaba convirtiendo en una China altamente
comercializada. Posterior al levantamiento de An Lushan, el sistema de parcelas
iguales, que pusieron en operación por primera vez los Wei del Norte, se colapsó
junto con muchas otras formas de regulación económica del antiguo gobierno.
La agricultura empezó a quedar cada vez más a cargo de agricultores
arrendatarios, con base en contratos firmados. El intercambio y el comercio
vivieron tiempos de bonanza e incluso el gobierno se apoyó en los recursos
obtenidos de las ganancias comerciales para mantener sus finanzas, y los
monopolios del Estado sobre productos como la sal y el alcohol dependieron
cada vez más de las operaciones de los comerciantes expertos y de las fuerzas
del mercado.
La historia de Dou Yi (m. ca. 840) puede ayudar a ilustrar el nuevo espíritu
emprendedor de la China del periodo Tang tardío, así como algunas de sus
limitaciones. De joven, Dou Yi tenía algunos familiares que vivían en el palacio
imperial y un tío que era un funcionario de alto rango, quien tenía un templo
dedicado a su familia en la capital. Cuando Dou era un adolescente, recibió un
par de zapatos hechos de seda fina como regalo, los cuales vendió rápidamente
en el mercado por 500 monedas en efectivo, con lo que empezó a tener una
pequeña acumulación de capital. En primavera, cuando había muchas semillas
de olmo flotando por el aire de la ciudad, Dou recogía algunas y las plantaba en
el templo familiar de su tío. Más tarde, Dou vendía los árboles que crecían a
partir de estas semillas, comenzando así a amasar una gran fortuna. Después de
otras tantas brillantes iniciativas, Dou compró muy baratos algunos terrenos
pantanosos hundidos y aparentemente inservibles, situados en el mercado al
oeste de la ciudad. En los bordes de los hundimientos instaló puestos donde
vendía pastelillos fritos y bolas de masa, e incitaba a los niños a arrojar pedazos
de escombros a una bandera que él había plantado en medio del fango, tras lo
cual premiaba a los que le atinaran con un pastelillo. Los escombros que
aventaban taparon rápidamente el fango y así fue como Dou construyó después
una hermosa tienda de 20 cuartos sobre la tierra recién recuperada. Dou
estableció muy buenas relaciones con los funcionarios, se convirtió en un agente
financiero en puestos del gobierno e inversionista y murió siendo un hombre
rico.²²
El relato de Dou Yi no proviene de una historia ortodoxa y bien puede ser más
de lo que nosotros consideraríamos hoy como ficción que como el registro
preciso de sucesos reales. Sin embargo, el relato ya se había registrado en el
siglo IX, de tal suerte que el tipo de comportamiento emprendedor que en él se
describe no debió haberle parecido del todo inverosímil a un público del periodo
Tang tardío. Por supuesto, la marca empresarial de Dou Yi no es el estilo
moderno del capitalismo industrial, pero el relato es aun así un testimonio
colorido del tipo de espíritu y perspicacia comercial urbana que estaba
alimentando un desarrollo económico sin precedentes durante el periodo Tang
tardío. El desarrollo comercial basado en el mercado que comenzó a finales de la
dinastía Tang y culminó en la subsecuente dinastía Song “fue tan notable que
algunos estudiosos […] la consideran una etapa temprana de protocapitalismo”.²³
En 907, a finales de la dinastía Tang, a pesar de que el nacionalismo moderno y
el Estado-nación todavía estaban muy lejos de aparecer, surgía algo muy
parecido a una identidad nacional china. La economía estaba muy
comercializada y muy basada en el mercado. El orden social se volvía
sorprendentemente fluido, con una élite meritocrática no hereditaria determinada
cada vez más por el desempeño en pruebas escritas, valoradas anónimamente.
Incluso la tecnología de la impresión en madera estaba empezando a tener un
impacto importante. El contraste más obvio se da con lo que sucedía en Europa
occidental, pues aunque Carlomagno fue ungido en 800 como “Emperador de los
romanos” y promovió un famoso “renacimiento carolingio”, él mismo estaba
poco instruido; nunca se restauró la antigua unidad del Imperio romano a lo
largo de todo el Mediterráneo; la posición social se volvía cada vez más
rígidamente hereditaria y se había dado una disminución a largo plazo en la
producción e intercambio comercial de bienes materiales. Ésta fue una época en
la historia de la humanidad en que Europa occidental se encontraba
relativamente al margen y China, que bien pudo poseer en esa época un tercio de
la población mundial total, se dirigía hacia el centro del escenario mundial.
EL NACIMIENTO DE COREA: SILLA UNIFICADA (668-935)
La unificación de la península de Corea (668)
Entre los nuevos países que surgieron a lo largo de las fronteras del Imperio
Tang se encontraba lo que ahora conocemos como Corea. Las historias antiguas
de Corea y Japón serían incomprensibles excepto sólo como partes de una
comunidad más amplia de Asia oriental. Durante los siglos en que China se
comenzó a dividir después del colapso de la dinastía Han y continuando con la
reunificación de las dinastías Sui y Tang, a lo largo de toda Asia oriental se había
desarrollado un cierto grado de cultura aristocrática internacional compartida.
Éste fue un tiempo en que las élites de China, Corea y Japón (así como del norte
de Vietnam, que siguió formando parte del Imperio chino hasta 939) tuvieron de
ciertas maneras más en común entre ellas que con sus propios campesinos que
vivían en los pueblos cercanos. En particular, los asiáticos orientales que habían
recibido educación compartían un lenguaje escrito y un canon literario. Las
glorias de la poesía de la dinastía Tang fueron tan admiradas por las élites
contemporáneas de Corea y Japón como lo fueron en China. De hecho, Bai Juyi
fue aún más admirado en Japón de lo que lo fue en su país de origen, China, lo
cual es un saludable recordatorio de que incluso las influencias culturales
directas pueden adoptar diferentes formas locales, basadas en variaciones locales
en el gusto, la experiencia y el deseo humano casi universal de
autoconfirmación.
Las conexiones que se dieron a partir del budismo fueron en particular vitales
para la formación de una comunidad cultural compartida en Asia oriental.
Cuando la dinastía Sui de China ordenó que se creara una red de pagodas
budistas en cada provincia, los embajadores de los Tres Reinos de Corea
solicitaron reliquias de la corte Sui y erigieron pagodas similares en sus propios
estados. Un monje del reino coreano de Koguryǒ llamado Hyegwan (fl. 625672) estudió en China bajo la tutela del maestro a quien se le atribuye la creación
de la escuela de los Tres Tratados de la doctrina budista. Después de regresar a
Koguryǒ, viajó a Japón en 625, donde es considerado como la persona que
introdujo formalmente la escuela de los Tres Tratados (aunque, en realidad,
seguramente él no fue el primero en llevar sus ideas a Japón), y con el tiempo se
convirtió en el líder oficial (Sōjō) de la Iglesia budista japonesa.
Las sagradas escrituras del budismo de Asia oriental llegaron a Corea y Japón
traducidas del chino. Casi imperceptiblemente, esta transmisión de
conocimientos budistas trajo consigo otras influencias chinas. Por ejemplo, el
monje del reino de Silla llamado Chajang fue a China durante la dinastía Tang en
636 para estudiar budismo. En 643 fue convocado en su país por el rey de Silla.
Entonces, a sugerencia de Chajang, Silla adoptó oficialmente en 649 una
vestimenta del estilo de la de la dinastía Tang y en 650 empezó a usar su
calendario y sus periodos de reinado con propósitos de datación.
Otro monje del reino de Silla, llamado Wǒn’gwang (m. 640), estudió por 11
años en la China Tang y posteriormente fue honrado en la corte de Silla, donde
frecuentemente ofrecía disertaciones acerca de las escrituras. Se le reconoce a
Wo n’gwang por haber creado en 602 un influyente código secular sillano donde
proclama los cinco preceptos de la conducta: 1) servir al rey con lealtad, 2)
servir a los propios padres con piedad filial, 3) interactuar con buena fe con los
amigos, 4) no retirarse de la batalla y 5) ser discreto ante el asesinato de seres
vivos. Los dos primeros preceptos son explícitamente confucianos, e incluso
usan los caracteres comunes chinos para lealtad y piedad filial. Sólo el último
precepto puede ser llamado budista, e incluso éste parece un poco modificado,
ya que, supuestamente, un verdadero budista debe abstenerse de matar a otro ser
vivo. El cuarto precepto, participar sin miedo en la batalla, puede representar la
tradición coreana. Los cinco preceptos juntos constituyen un clásico ejemplo de
la interacción cultural. Wǒn’gwang también es reconocido por haber escrito una
exitosa petición en chino, en nombre del rey de Silla, para solicitar asistencia
militar a China contra el reino coreano rival de Koguryǒ.²⁴
A principios del siglo VII, cada uno de los Tres Reinos de Corea mandó
emisarios para solicitar la asistencia de las fuerzas militares chinas contra sus
vecinos coreanos. De manera un tanto sorpresiva, fue Silla la que terminó
obteniendo esta ayuda, pues Silla y China habían tenido muy poco contacto entre
sí hasta finales del siglo VI. De acuerdo con un informe del mismo siglo, Silla
era aún analfabeto y toda su comunicación debía pasar por el reino coreano de
Paekche. Sin embargo, durante todo el siglo VI, Silla fue reorganizado a lo largo
de líneas más familiares para Asia oriental. Los monjes budistas de Silla
comenzaron a hacer viajes al oeste de China en busca del dharma. En 631, la
nueva dinastía Tang china construyó escuelas más grandes en su capital y, de
esta manera, miles de estudiantes de los Tres Reinos coreanos, del Tíbet, de
Turfán y de otros lugares fueron atraídos para estudiar ahí, A partir de 640,
varios miembros de la propia familia real de Silla acudieron a estudiar a la
capital de la dinastía Tang.
A lo largo de las dinastías Sui y Tang hubo repetidos conflictos entre China y el
reino coreano de Koguryǒ. El primer roce entre Sui y Koguryǒ sucedió en 598.
Comúnmente se culpa por la rápida desintegración y caída de la dinastía Sui a la
gran serie de invasiones desastrosas que Sui emprendió contra Koguryǒ, que
comenzaron en 612. En 618, la dinastía Tang sustituyó a la Sui y, una vez que
Tang estabilizó su mandato, reiniciaron los conflictos con Koguryǒ. Entre 644 y
658, Tang condujo cinco campañas importantes contra Koguryǒ. Es probable
que la repetida incapacidad china para derrotar a Koguryǒ mediante una invasión
directa y la fuerza de resistencia de Koguryǒ hayan convencido a la China Tang
de adoptar una nueva estrategia: debilitar al reino de Koguryǒ por medio de un
ataque desde el sur, para el cual se aliaron con Silla.
Esto provocó que el punto de ataque inmediato se trasladara al reino
suroccidental coreano de Paekche. En 650, un emisario de Silla (el futuro rey
Muyǒl, r. 654-661) fue enviado para pedirle ayuda militar al emperador Tang
con el fin de vencer al reino de Paekche. Un año después, un miembro de la
familia real de Silla llamado Kim In-mun (m. 694) comenzó a trabajar como
guardia imperial de Tang. Fue entonces cuando Kim In-mun usó su puesto como
intermediario entre las cortes de Tang y Silla para ayudar a coordinar una alianza
militar exitosa entre ellas. Kim murió finalmente en la capital tang en 694,
después de tratar de suavizar rupturas posteriores entre ambos aliados.
Con la guía de Kim In-mun y con un centenar de embarcaciones de Silla para
transportar a las tropas de Tang hasta el campo de batalla, un ataque combinado
de Tang y Silla contra Paekche logró capturar con éxito su capital en 660. La
familia real de Paekche fue llevada prisionera a China, exceptuando a un
príncipe de Paekche que había asistido a la corte de Japón. Éste fue proclamado
el nuevo rey por los japoneses y, con el apoyo de éstos, se lanzó una expedición
para recuperar Paekche. En una gran batalla fluvial en 663, los navíos de Silla
junto con los de Tang hundieron 400 buques japoneses, sellando el destino de
Paekche y poniendo fin a la influencia japonesa sobre el continente por casi un
milenio.
Mientras tanto, Koguryǒ se había estado debilitando debido a conflictos internos.
En 642, un aristócrata de Koguryǒ llamado Yǒn Kaesomun mató al rey y, tras
nombrar a un monarca títere, asumió él mismo el papel de hombre fuerte del
reino. Al morir en 666, sus hijos se empezaron a pelear entre ellos por el poder.
Uno de ellos, Chǒn Namsaeng, desertó para irse a Tang y trajo consigo una
poderosa fuerza. Este último hombre fuerte de Koguryǒ contribuyó después a
que Tang y Silla conquistaran finalmente su propio antiguo reino en 668. Debido
a esto fue condecorado como general en el ejército de Tang.
Tras la caída de Koguryǒ en 668, se dice que la dinastía Tang reubicó hasta 5%
de la población total de Koguryǒ en áreas poco habitadas del territorio chino.²⁵
Se sabe que después una sorprendente cantidad de personas tanto de Koguryǒ
como de Paekche sirvieron con mérito en la milicia tang, siendo el más famoso
el descendiente de segunda o tercera generación de un emigrante de Koguryǒ
que capturó Toshkent para los tang en 750. En Corea, la victoriosa dinastía Tang
al parecer esperaba incorporar directamente la península al Imperio chino, pero
los tang no destacaron suficientes fuerzas de ocupación en la península para
controlar una decidida resistencia. Para 676, Silla había expulsado a los tang de
su territorio y por primera vez la península de Corea (hasta un punto en algún
lugar al norte de Pyongyang) estaba unida y bajo el mando de los nativos de
aquel lugar.
Silla
Silla pudo haberse originado como un grupo de seis tribus gobernadas por un
consejo de ancianos. Aunque Silla gradualmente se empezó a volver un Estado
más centralizado (y más grande) que hacia el siglo IV adoptó un solo
gobernante, llamado Maripkan, cuyo poder era heredado, y que en 503 adoptó el
título chino de “rey” (Wang), siempre permaneció como característica distintiva
de la sociedad de Silla un grado de decisión colectiva realizada por la alta
aristocracia. También existía un consejo de nobles (Hwabaek), los cuales
tomaban decisiones importantes como la sucesión al trono. La sociedad de Silla
se mantuvo altamente aristocrática, dividida en grados dependiendo de algo
llamado “la jerarquía del hueso” (kol’pum). En 520 se proclamó la estructura de
un gobierno burocrático de estilo chino, con nuevos códigos legales que
establecían 17 títulos oficiales, pero estos títulos se otorgaban exclusivamente de
acuerdo con la jerarquía del hueso heredado. Esta jerarquía determinaba el título
más alto posible que podía alcanzar una persona y dictaba también el tamaño
máximo que podía tener su casa y el tipo de ropa que podía usar.
Hay evidencias que sugieren que la posición que ocupaba la mujer en Silla pudo
haber sido algo más alta que en la China contemporánea (o más tarde en la
historia de Corea). Por ejemplo, existían tres mujeres consideradas como reyes
femeninos (Yǒwang), las cuales eran diferentes a las reinas, pues estas últimas
sólo eran las consortes de los gobernantes masculinos. En general, a lo largo de
toda la era sillana, la ascendencia de una persona se siguió rastreando tanto por
la línea materna como por la paterna, lo cual complicaba la herencia de
apellidos. La familia real de Silla, Kim, y la de su consorte, Pak, pueden haber
estado entre las primeras en Corea en adoptar apellidos hereditarios, tal vez
alrededor del siglo VI, pero el uso de apellidos paternos permaneció
inconsistente incluso entre la realeza hasta tan tarde como el siglo X, lo cual es
una muestra muy clara de que la sociedad de Silla era aún muy diferente
comparada con la de su vecina China. En contraste, China tal vez fue el primer
lugar en el mundo donde fueron utilizados universalmente los apellidos
familiares hereditarios.
Asimismo, a diferencia de la de su vecina China, la cultura de Silla estaba
enfocada hacia la guerra. Aquí cabe destacar a los célebres jóvenes aristócratas
guerreros conocidos como Hwarang, o “Jóvenes de la Flor”. Los Hwarang
cultivaban las destrezas militares y una imagen de heroísmo. También viajaban a
las montañas y los ríos sagrados para ejecutar canciones y danzas ceremoniales,
con lo que demostraban que no sólo eran hábiles guerreros. En 583 se creó un
nuevo sistema de banderas de juramento; de esta manera, algunas fuerzas
militares de Silla quedaron organizadas alrededor de banderas con diferentes
colores en los bordes (un curioso precursor organizacional del muy posterior
sistema de banderas manchú del siglo XVII). Ya que los altos aristócratas de la
jerarquía del Hueso Verdadero todavía controlaban a veces sus propios ejércitos
privados, este nuevo sistema de banderas pudo haber ayudado a que las fuerzas
militares quedaran de manera más cercana bajo un control real centralizado.
Tras la muerte de un rey de Silla en 632 que no dejó ningún descendiente directo
para hacerse cargo del trono, y tras dos subsecuentes reyes femeninas,
desapareció la jerarquía del hueso de sǒnggol, o Hueso Consagrado, que era
exclusivo de la realeza, por lo que, a partir de entonces, los reyes de Silla
compartieron el siguiente rango inferior de Hueso Verdadero (chin’gol) con la
alta aristocracia. Ésta puede ser una razón por la cual los posteriores reyes
coreanos nunca reclamaron para sí las pretensiones de divinidad que hacían los
emperadores de Japón y por la cual los reyes coreanos nunca asumieron el título
supremo de Asia oriental de “emperador” (a diferencia de los monarcas
japoneses, chinos y vietnamitas). Esto también puede ayudar a explicar por qué
los reyes coreanos, a pesar de su lucha decidida y exitosa por su independencia
de la dinastía Tang de China, siguieron más dispuestos que los gobernantes
japoneses, por ejemplo, a aceptar la posición nominal de tributarios del
emperador chino, ya que la delegación de posición de un soberano chino
otorgaba a los reyes coreanos cierta ventaja contra la poderosa aristocracia
interna de Corea.
En un fenómeno que se ha observado en muchas otras monarquías a lo largo de
la historia mundial, los reyes de Silla también establecieron alianzas internas con
personas de rangos relativamente humildes contra el poder independiente de la
alta nobleza. En el caso de Silla, tal cosa implicó en especial a personas del
Sexto Rango de Cabeza, que era el siguiente rango más alto por debajo del de
Hueso Verdadero. Aquí, de nuevo, el modelo meritocrático chino, con su idea de
una posible movilidad social ascendente con base en los méritos demostrados (y
servicios al trono) en vez de la herencia, pudo haber resultado útil para respaldar
los intereses de los reyes coreanos.
Después de la unificación de la península de Corea y la expulsión de las tropas
tang de la región, irónicamente, al parecer aumentó en realidad el contacto
comercial entre China y Silla. Gran parte de este contacto era comercial. En los
últimos años de la dinastía Tang, los comerciantes de Silla llegaron a dominar el
comercio marítimo de todo el norte de Asia oriental, a pesar de que no producían
ningún tipo de moneda nacional y en cambio utilizaban la moneda china para el
comercio. Con viento favorable, la distancia entre la costa oeste de Corea y
China se recorría en bote en dos o tres días, por lo cual parece haber habido una
gran presencia de coreanos en la China de finales de la dinastía Tang. En varias
ciudades tang había “guarniciones sillanas” y había “aldeas sillanas” en los
suburbios.
También había una “oficina central de Silla” en la capital de la China de Tang,
designada para albergar las embajadas coreanas. Es probable que los sillanos
hayan seguido siendo el grupo más numeroso de estudiantes extranjeros en las
escuelas de la China de la dinastía Tang tardía. Se cree que unos 88 de estos
estudiantes aprobaron todos los exámenes de la administración pública china
durante aproximadamente el último siglo de la dinastía Tang. Varios de ellos
ocuparon cargos en el gobierno tang antes de regresar a Corea, donde se
convirtieron en voceros de los ideales de Confucio.
Sin embargo, el confucianismo en Corea apenas estaba en su primera infancia.
En 682 se estableció en Silla una Academia Nacional donde un pequeño grupo
de coreanos recibía instrucción con un plan de estudios de estilo chino, que
incluía los clásicos del confucianismo, así como historia y literatura chinas. En
788, Silla inauguró los primeros exámenes de la administración pública de estilo
chino. El modelo de exámenes ejercía una obvia atracción sobre los monarcas
fuertes y hombres ambiciosos nacidos en los estratos más altos de la nobleza. El
papel de los exámenes en la época sillana permaneció muy limitado, pero la
introducción de la educación en lengua china tuvo grandes implicaciones para
Corea (al igual que para Japón). El uso del sistema de escritura chino introdujo a
Corea en una selecta esfera cultural asiática oriental, a la cual no pertenecían
otros vecinos de la China de Tang —como el Tíbet, con su escritura derivada de
la India—.
Al mismo tiempo, a pesar de que el idioma escrito que prevalecía en todo Corea
era el chino (sólo han sobrevivido 25 poemas nativos coreanos del siglo X o
antes, e incluso éstos tuvieron que ser escritos utilizando caracteres chinos), el
idioma hablado por la gran mayoría era el coreano. Es probable que el coreano
hablado en la actualidad, el cual se habla casi uniformemente por toda la
península, derive de la lengua de los habitantes de Silla. Antes de que Silla
unificara la península coreana en 668, sin duda existía al menos cierta diversidad
lingüística en toda la región, pero después de la unificación todos fueron
utilizando poco a poco el mismo lenguaje para expresarse. Además, el lenguaje
coreano no guarda ninguna relación con el chino y es incluso muy distinto al
japonés, su probable pariente más cercano. En consecuencia, a pesar de la fuerte
influencia que ejercía China sobre la península, los coreanos lograron encontrar
su propio sentido de individualidad.
Después de 780 más o menos, el creciente poderío de los caudillos provocó que
el gobierno central de Silla entrara en un periodo de declive. Entre 800 y 890,
Silla experimentó no menos de 14 revueltas o golpes por parte de miembros de
la familia real. En esos años, pocos fueron los reyes sillanos que murieron por
causas naturales. La figura más destacable de esa época fue Chang Po-go (m.
846), un espadachín nacido al parecer en Silla de orígenes desconocidos, que
había viajado a China durante la dinastía Tang, donde sirvió en su ejército como
oficial de bajo rango. Más tarde, cuando regresó a Silla, fue con el rey a quien
informó de que había visto a sillanos trabajando como esclavos por toda China.
Chang Po-go le propuso al rey establecer una guarnición en lo que hoy en día se
llama Wando (Isla Wan), frente a la punta suroeste de la costa coreana, desde
donde podría vislumbrar las rutas marítimas y prevenir más redadas de esclavos.
La base de la isla se estableció formalmente en 828 y Chang Po-go se convirtió
en un poderoso señor de los mares, que dominaba la región entera del Mar
Amarillo. Aun así, Chang Po-go fue asesinado en 846 por un enfurecido
miembro de la aristocracia cuando intentó arreglar una boda entre su hija y el rey
de Silla.
A medida que se debilitaba Silla, entre 901 y 935, la Península de Corea se
dividió temporalmente de nuevo en tres reinos, los cuales incluso revivieron por
breve tiempo los viejos nombres de Paekche y Koguryǒ. Esta división no duró
mucho y en 935 la península volvió a reunificarse bajo un nuevo reino llamado
Koryǒ. Este nombre era una abreviación de Koguryǒ (escrito con dos caracteres
en vez de tres) y es el origen de nuestra palabra Corea. El fundador de la dinastía
fue un hombre cuyo nombre era Wang Kǒn (rey T’aejo, r. 918-943). La sutileza
de su posición como gobernante de un país furiosamente independiente con una
cultura coreana única que, no obstante, también formaba parte firme y
simultáneamente de una esfera cultural asiática oriental más amplia está muy
bien expresada en la alocución que dirigió a sus herederos en 943: “Nosotros en
el este hemos admirado por mucho tiempo el estilo tang. Nuestros asuntos
literarios, rituales y música siguen sus instituciones. Sin embargo, en regiones y
países diferentes, la naturaleza de las personas es también diferente. Ellos no
tienen que ser necesariamente iguales”.²
JAPÓN IMPERIAL: NARA (710-784) Y PERIODO HEIAN TEMPRANO
(794-CA. SIGLO X [-1185])
El golpe de Estado Taika (645)
La reunificación del Imperio chino bajo la dinastía Sui en 589 alteró
drásticamente el equilibrio estratégico en Asia oriental. Por primera vez en
siglos, una China renaciente y unificada sostenía su derecho nominal tradicional
a la autoridad sobre todo cuanto estaba “Bajo el Cielo” y expandía
agresivamente su imperio más allá de la zona nuclear del corazón de China. Esto
trajo serias implicaciones para los vecinos de China, ya que, cuando la dinastía
Sui empezó a amenazar con lanzar operaciones ofensivas contra la Península de
Corea, la corte de Yamato en Japón se sintió obligada a abrir una comunicación
directa con China a inicios del siglo VII. En un periodo de apenas 14 años
después de 607, Yamato envió no menos de cinco misiones diplomáticas a la
China de la dinastía Sui y más tarde de la dinastía Tang. Sin embargo, para este
tiempo, la corte japonesa ya había perdido el interés en apuntalar su autoridad
interna con títulos chinos delegados y tampoco estaba dispuesta a desempeñar el
humilde papel de subordinada asignado por los chinos. En lugar de ello, la corte
de Yamato exigía ahora una posición imperial rival, si no es que superior. Las
credenciales de la misión diplomática que acudió a Sui en 607 estaban dirigidas
de parte del “Hijo del Cielo, en el lugar donde sale el sol, para el Hijo del Cielo,
en el lugar donde se pone el sol”.²⁷
Sin embargo, la rivalidad japonesa era inseparable de un cierto grado de
imitación imperial. Ahora, los líderes de la corte japonesa estaban tratando
conscientemente de construir un poderoso Estado centralizado, algo parecido al
modelo utilizado por la China de las dinastías Sui y Tang. Los monjes japoneses
que habían sido enviados a China para estudiar, junto con las primeras misiones
diplomáticas, comenzaron a regresar a casa en la década de 630, trayendo
consigo conocimiento directo de las condiciones imperantes en la dinastía Tang.
En torno al príncipe Naka no ōe (quien gobernó más tarde como el emperador
Tenji, r. 662-671), se formó una coalición con algunos de los maestros que
habían estudiado en China y éstos fueron guiados por un hombre llamado
Nakatomi Kamatari (614-669). De acuerdo con la tradición, Nakatomi Kamatari
evaluó con sumo cuidado las habilidades de todos los príncipes reales y
determinó que Naka no Ōe era la persona más adecuada para llevar a cabo su
anhelado proyecto de establecer un gobierno centralizado. Para entonces,
Kamatari aún no tenía ningún tipo de relación con el príncipe Naka no Ōe, pero
un día (según reza la historia), cuando el príncipe se encontraba jugando
kickball, accidentalmente se le salió un zapato y Kamatari se lo devolvió
respetuosamente, y de esta manera pudo iniciar al fin una relación con el
príncipe. Ahora sólo una cosa se interponía en el camino para emprender una
centralización imperial al estilo continental: el poder de la familia Soga.
Después de la muerte del gran príncipe regente Sho toku en 622, la familia Soga,
que había sido la familia más poderosa de la corte por más de 30 años, comenzó
a proyectar una larga sombra sobre la corte de Yamato. Incluso llegó a
sospecharse que los Soga tenían planes para usurpar el trono. Después, durante
una ceremonia de Estado en 645, en presencia de la emperatriz misma, el
príncipe Naka no Ōe y sus coconspiradores lanzaron un repentino ataque en que
asesinaron a los líderes de la familia Soga. Entonces se proclamó un nuevo
régimen imperial de estilo chino, la era conocida como Taika (645-650), que
literalmente significa “gran cambio” (aunque es muy posible que el nombre de
este reinado, altamente simbólico, se haya escogido en realidad
retroactivamente, unos cuantos años después) y con ello comenzó un importante
programa de reformas estructurales. Como recompensa por su crucial ayuda en
el golpe de Estado Taika, se confirió un nuevo apellido a Nakatomi Kamatari:
Fujiwara. El nombre Fujiwara significa literalmente “Planicie de Glicinas” y
supuestamente alude al lugar donde los conspiradores se reunieron por primera
vez para planear el ataque destinado a destituir a los Soga del poder. Más tarde,
la familia Fujiwara se convertiría en la familia más poderosa de Japón.
Es probable que las narraciones tradicionales japonesas dibujen un retrato un
tanto idealizado de las reformas Taika implementadas después de 645, pero casi
no queda duda de que, de mediados a finales del siglo VII, empezó a imponerse
con rapidez una nueva centralización radical del poder. A inicios de la década de
600, es probable que muchos jefes de tribu japoneses hayan sido aún poco más
que “aliados autónomos del rey”, y que el alcance de la corte de Yamato no se
haya extendido mucho más allá del propio palacio, salvo por unas cuantas
propiedades reales directas y ciertos grupos de trabajadores.²⁸ Después del golpe
de Estado Taika, el proceso de centralización del Estado se aceleró e intensificó
en Japón. Parte de la urgencia detrás de esto pudo haber sido el miedo a una
invasión por parte de la China de la dinastía Tang.
El golpe de Estado Taika en 645 coincidió con el principio de una serie de
ataques de la dinastía Tang contra Koguryǒ, en Corea. Cuando la estrategia tang
pasó de ser un ataque frontal directo desde el norte a una alianza con el reino de
Silla y un ataque contra Koguryǒ desde el sur, a través de Paekche, Yamato
mandó una fuerza expedicionaria para ayudar a Paekche. Sin embargo, las
fuerzas japonesas fueron aniquiladas en 663 y sus pérdidas ascendieron a 400
navíos y 10 000 hombres. Como resultado, Paekche dejó de existir y también
Koguryǒ fue arrasado en 668. Durante unos cuantos años después de 668,
incluso llegó a parecer que finalmente la península coreana quedaría bajo el
dominio de los tang, lo que hubiera convertido a Japón en el siguiente blanco
potencial de la conquista tang. Los esfuerzos por fortalecer el Estado japonés en
este momento de crisis incluyeron una acelerada adopción de las instituciones
imperiales de corte chino, que entonces constituían simplemente el modelo
administrativo más impresionante que existía, y el cual es probable que se haya
introducido sobre todo de manera indirecta en esta época a través de la
mediación de Silla, en Corea, más que directamente a través de la China de la
dinastía Tang.²
Las innovaciones emprendidas a finales del siglo VII incluyeron un nuevo
nombre para Japón. En el lenguaje oral, el antiguo nombre “Yamato”
probablemente continuó usándose por largo tiempo, pero Yamato no era una
palabra escrita. El nombre escrito más antiguo para Japón fue Wa. Pero, aunque
se desconocen los orígenes de esta palabra, y sólo se convirtió en una expresión
abiertamente ofensiva hasta mucho más tarde, para finales de la década de 600 la
corte japonesa por lo visto ya estaba insatisfecha con la palabra Wa y se inclinó
por un nuevo nombre escrito, el cual se escogió por el significado de sus
caracteres chinos: Nihon (“Origen del Sol”, también pronunciado a veces como
Nippon). Nihon sigue siendo hoy en día el nombre común japonés para Japón.
Otro de los grandes cambios que Japón llevó a cabo por esta época fue la
introducción de la palabra con la que aún en nuestros días se designa al
emperador japonés: Tennō (literalmente, “Soberano del Cielo”). Ésta es una
variación del título imperial chino Huangdi (pronunciado Kōtei en japonés), pero
Japón adoptó oficialmente la totalidad de los títulos imperiales comunes
utilizados en China.
Aun así, originalmente estos títulos chinos se usaron sólo en la escritura. La
glosa a un código legal japonés del siglo VIII especificaba que, en el habla, se
debería seguir aludiendo a los monarcas japoneses por medio de títulos en el
idioma nativo como sumera mikoto.³ Las declaraciones orales, en japonés,
siguieron siendo esenciales para la representación que hacía de sí misma la
monarquía japonesa. Asimismo, puede ser que el culto singularmente japonés de
la descendencia del imperio de la diosa del sol Amaterasu y la adoración
imperial en el santuario de Ise sólo se hayan materializado en realidad a finales
del siglo VII. Fue justo en ese siglo y el siguiente cuando también se aclaró la
creencia de que los emperadores eran deidades (akitsumikami). Durante estos
siglos, Japón se estaba moldeando como un imperio centralizado de estilo chino,
pero lo hacía de una manera que era más que nada su propia elección.
Nara (710-784)
El gobierno de este imperio japonés de reciente organización tuvo su expresión
más clara en una serie de códigos legales penales y administrativos de estilo
chino. El primero de ellos pudo haberse emitido en 668, pero el tema alcanzó su
madurez con el código Taihō de 701. Ocho o nueve de las 19 personas que
redactaron este código provenían de familias inmigrantes y algunas habían
participado en misiones diplomáticas enviadas al continente, por lo que sus
autores debieron de haber estado razonablemente familiarizados con los
precedentes continentales. La burocracia imperial japonesa que se estructuró a
partir de estos códigos incluía un consejo de Estado, ocho ministros y 46
oficinas. A lo largo y ancho del imperio japonés se estableció una amplia
jerarquía administrativa dividida en provincias, distritos y pueblos. En 670
comenzó a levantarse un censo poblacional como base para la asignación de
tierras de cultivo, recaudación de impuestos y servicio militar obligatorio,
dirigido todo por el gobierno. Se pretendía levantar un nuevo censo cada seis
años y los arrozales se reasignarían después de cada censo siguiendo más o
menos la pauta del sistema de Campos Equitativos que aún surtía efecto en
China. También se instituyó el servicio militar obligatorio para todos los adultos
varones, se empezaron a acuñar monedas y se inició la preparación de las
primeras historias nacionales escritas de Japón (que dieron como resultado el
Kojiki y la Nihongi). Japón se había convertido ahora en un imperio unificado, a
pesar de que todavía algunas islas apartadas permanecían fuera del alcance del
imperio y de que también la lejana punta nororiental de la isla principal se
mantuvo en gran medida independiente hasta el siglo XII o incluso después.
En el corazón de este imperio nuevo y centralizado se encontraba una gran
nueva ciudad capital, Nara, la cual se planeó y construyó entre 708 y 712. Las
primeras capitales japonesas habían cambiado con cada gobernante y usualmente
consistían en poco más que un palacio de madera con techo de paja. No obstante,
a principios del siglo VII, se empezaron a construir estructuras más
impresionantes y la primera ciudad capital japonesa con influencia china se
levantó en Fujiwara, justo al sur de Nara, la cual funcionó como capital de 694 a
710. En sentido estricto, Nara no fue, por lo tanto, la primera capital de Japón y
tampoco cumplió con esa función por mucho tiempo, pero fue siempre una
ciudad permanente que existe hoy todavía. Como ejemplo notable cabe
mencionar que el Tōdai-ji (Gran Templo del Este) de Nara, erigido en el siglo
VIII, aún funciona como tal en su actual reconstrucción. Nara tiene un diseño
típico chino —una rejilla regular orientada de norte a sur—, aunque varía de la
mayoría de las tradicionales ciudades chinas porque no está rodeada por una
muralla. El significado histórico de esta ciudad es tan importante que ha dado su
nombre a lo que convencionalmente se conoce como el periodo Nara de la
historia japonesa.
Las descripciones comunes de los libros de texto del periodo Nara enfatizan los
aspectos administrativos funcionales de los códigos legales y también del
budismo. El confucianismo, sin embargo, era inseparable del modelo chino
contemporáneo y las fuentes escritas japonesas contienen también muchas
enseñanzas retóricas de influencia confuciana sobre cómo mandar por medio del
ejemplo virtuoso. En 757, por ejemplo, la emperatriz Kōken (r. 749-758)
proclamó: “Para asegurar a los gobernantes y dirigir al pueblo, nada es mejor
que los Ritos [de Confucio]”.³¹ En el mismo año también ordenó a cada casa
conservar y estudiar el Clásico de la piedad filial, imitando un decreto tang
anterior. Dado que es inconcebible que muchos hogares del siglo VIII pudieran
acatar realmente este mandato, esto también puede servir para mostrar hasta qué
grado las influencias continentales eran a menudo una delgada fachada.
Cerca de la entrada del templo de Nara se estableció una academia donde se
enseñaban los clásicos del confucianismo, caligrafía, derecho, matemáticas y la
pronunciación del chino (necesaria para recitar libros escritos en dicho idioma).
También se ordenó abrir una red de escuelas con presencia en cada provincia.
Dos veces al año se ordenaba que se celebraran en la academia sacrificios para el
espíritu de Confucio de acuerdo con una ley promulgada en 701. En el Japón del
siglo IX, tras participar en el sacrificio de primavera y asistir a una disertación
acerca del Clásico de la piedad filial, Sugawara Michizane (845-903) exclamó
que el espíritu “del Sabio [Confucio] nunca estaba lejos”.³²
Irónicamente, Sugawara Michizane se hizo más famoso por recomendar que se
abandonara la última misión diplomática oficial japonesa que se envió a la China
de la dinastía Tang en 894. A diferencia de Corea, una meritocracia basada en los
exámenes de estilo chino nunca maduró en Japón, y la creciente frustración ante
las escasas posibilidades de lograr un ascenso burocrático a través de la
academia provocó que Miyoshi Kiyotsura (847-918) lamentara en 914 que la
academia se había convertido en “un pozo de decepción”, al grado de que “los
padres se aconsejaban mutuamente para impedir que sus hijos mencionaran la
escuela”.³³ En el siglo VIII, de una población total de Japón calculada en tal vez
unos seis millones, se ha estimado que sólo 20 000 participaban en la cultura
élite ilustrada, y la academia sólo tenía cupo para 400 estudiantes. Las escuelas
de las provincias tenían problemas para encontrar profesores calificados, y en la
capital los puestos de trabajo dentro de la enseñanza se volvieron poco a poco
hereditarios. En el siglo XII, la academia se incendió y nunca más volvió a ser
remplazada.
Las influencias que China ejercía sobre Japón siempre fueron muy limitadas y a
menudo se manejaron, además, con un espíritu consciente de rivalidad entre
ambos. Japón no se convirtió en parte del orden imperial chino, sino en el centro
de su propio orden imperial independiente de estilo chino. Un hecho que subraya
lo anterior es que, aunque convencionalmente se considera el periodo Nara como
el clímax de la influencia continental sobre las instituciones y la cultura
japonesas, paradójicamente, comparado con periodos anteriores o posteriores de
Japón, “en realidad el país estaba relativamente cerrado a los demás países”.³⁴
Tras la derrota de la fuerza expedicionaria japonesa enviada a Corea en 663, se
instaló una oficina en la isla sur de Kyūshū, en el punto más cercano a Corea,
cuya misión era regular todo el contacto internacional, con lo que por primera
vez quedaron efectivamente cerradas las fronteras de Japón.
En vez de una gran potencia regional (en este caso, la China de la dinastía Tang)
que simplemente “influyera” en sus vecinos, lo que ocurrió en realidad fue que
algunos elementos del poderoso modelo chino fueron tomados prestados y
adaptados por sus vecinos de Asia oriental, convirtiéndose a menudo en
ingredientes de la cultura “nativa” que seguían su propia dinámica. Asimismo,
algunas influencias continentales no tuvieron relación con ningún país en
particular y pudieron pasar inadvertidas. Por ejemplo, en 735-737, una
desastrosa epidemia de viruela llegada del continente se esparció desde Kyūshū
a todas las principales ciudades de Japón y puede haber matado a un cuarto o
más de la totalidad de la población japonesa.³⁵ Aunque el budismo llegó a Japón
desde el continente traducido del chino y a menudo desde la perspectiva de
sectas específicamente chinas, esta práctica religiosa funcionó, no obstante,
como una variable independiente en ese país. El budismo, por supuesto,
originalmente había sido también una influencia extranjera en China y motivó
algunos complejos patrones de interacción. Pero por alguna razón el budismo
tuvo una mayor presencia en el Japón del periodo Nara de la que tuvo en la
China de la dinastía Tang.
Después de 746, la Oficina de Construcción del templo budista Tōdai-ji (Gran
Templo del Este) de Nara se convirtió en la oficina más grande del gobierno
japonés. Sirvió como sede de un sistema imperial de budismo patrocinado por el
Estado, con un templo afín en cada provincia. Aunque lo anterior tuvo un
precedente durante las dinastías Sui y Tang en China, ningún templo de la capital
tang dominaba la ciudad del mismo modo en que el Tōdai-ji lo hacía en Nara. La
imponente influencia del templo quedó simbolizada por la estatua de bronce y
una altura de 20 metros del Gran Buda, concluida en Tōdai-ji en 752 (figura
IV.2). Este Gran Buda ilustra también el alcance internacional de las conexiones
budistas. Por ejemplo, el nieto de un coreano que había huido a Japón tras la
caída de Paekche en 663, Kuninaka Kimimaro (m. 774), participó en la
fundición del Gran Buda y se dice que la apertura ceremonial de los ojos del
Buda, en 752, la hizo un auténtico brahmán de la India llamado Bodhisena.
FIGURA IV.2. El gran Buda (Daibutsu) en Tōdai-ji en Nara, Japón. Escultura de
bronce, 748-¿751? d.C. Vanni/Art Resource, NuevaYork.
Si bien el chino pudo haber sido la lengua de las escrituras budistas por toda
Asia oriental, la lengua sánscrita india retuvo un aura de santidad al menos
potencialmente superior. Alrededor de 770, una emperatriz japonesa ordenó
imprimir y colocar en pequeñas pagodas de madera un millón de amuletos
Dhāranī, escritos en sánscrito con tipografía china.³ Poco después del término
del periodo Nara, el célebre monje japonés Kūkai decidió continuar en China sus
estudios acerca del budismo, pues en Japón no conseguía obtener una
explicación satisfactoria de los mantras sánscritos y otros simbolismos
esotéricos. Al regresar de China llevó consigo cuidadosamente a Japón 44 rollos
de textos sánscritos. Es dudoso que Kūkai realmente haya aprendido mucho
acerca del sánscrito y también es improbable que haya aprendido a hablar con
fluidez el chino. Tras una estancia de apenas un año en la capital tang, Kūkai
solicitó que se le permitiera regresar a Japón con la misión diplomática de 806.
Más adelante, Kūkai desempeñó un papel decisivo en la formación de la secta
Shingon japonesa (una secta esotérica) y puso su religión al servicio del Estado
japonés.
El periodo Heian temprano (794-ca. siglo X [-1185])
En 764, una monja budista y emperador (mujer) que se había retirado volvió a
asumir el trono, y en 766 ascendió a un monje budista a un cargo de
cogobernante virtual, otorgándole el título de “rey dharma”. En 769, incluso fue
presentado ante la corte un oráculo, que sugirió que podría ser un buen auspicio
que este mismo monje se convirtiera en emperador —lo que representaba la
amenaza de convertir a Japón en una teocracia budista declarada (e implicando
al mismo tiempo un cambio de dinastía reinante y de familia gobernante)—. Sin
embargo, esto alarmó seguramente a mucha gente de la corte y no tardó en
revertirse la interpretación del oráculo. La monja emperador murió en 770 y
pronto surgió una mayor distancia entre las fuentes de legitimidad imperial
(enraizada especialmente en la afirmación de ser descendientes de la diosa nativa
del sol Amaterasu) y el budismo.
En parte, puede ser que, en 784, se haya decidido sacar permanentemente la
capital imperial de Nara para escapar de la influencia de sus poderosos templos
budistas, aunque también es cierto que en la época los cambios frecuentes de
capital seguían siendo simplemente usuales. Después de un intento fallido por
construir una capital en otro lugar, en 794 se designó un pequeño pueblo para
ubicar la nueva capital y se dio al lugar el nuevo nombre de Heian. Esta nueva
ciudad de Heian, conocida hoy en día como Kioto (que significa llanamente
“capital”), funcionaría como capital de Japón por más de 1 000 años, hasta 1869.
Sin embargo, después de 1185, el verdadero poder político de Japón estuvo a la
deriva por muchos años, alejado de la corte imperial. Por lo tanto, los
historiadores se refieren a los años entre 794 y 1185, cuando Heian era el centro
operativo de Japón, como el periodo Heian.
A lo largo de los cuatro siglos del periodo Heian, el patrón de la historia de
Japón cambió profundamente y también se apartó mucho de la trayectoria que
seguía en ese entonces el resto del Asia oriental. El inicio del periodo Heian
puede considerarse simplemente como una continuación del periodo Nara visto
desde otro lugar. De distintos modos, las influencias chinas sobre Japón seguían
creciendo durante los primeros tiempos Heian, sobre todo en aspectos
relacionados con la alta cultura aristocrática. La era en que tanto hombres como
mujeres monarcas ocupaban el trono por periodos de casi la misma duración (a
diferencia del modelo imperial chino) llegó a un final un tanto abrupto después
de 770. En toda la historia de Japón, sólo habría una mujer emperador más al
mando del trono (Meishō, r. 1630-1643). A principios del periodo Nara, algunos
edificios del palacio se habían construido aún según el estilo japonés clásico —
que en general se distinguían por sus techos de corteza de cedro, su madera
ordinaria sin tratar y su elevación del suelo sobre pilotes—, pero a mediados del
siglo VIII, el palacio de Nara y el centro administrativo se reconstruyeron
completamente según el estilo chino con pesados techos de tejas. A pesar de que
durante el periodo Nara se produjo una magnífica colección de poemas escritos
en japonés, reunidos en el libro conocido como Manyōshū (Colección de las diez
mil hojas, ca. 760), gran parte de los esfuerzos literarios de los inicios del
periodo Heian se dirigieron a la escritura de poesía en chino. Sin embargo, a
finales del periodo Heian las cosas se revirtieron y empezaron a surgir estilos y
temas más característicamente japoneses.
En general, el punto de quiebre entre dos eras muy diferentes de la historia
japonesa se presentó a mediados del periodo Heian, más o menos alrededor del
siglo X, aunque la mayoría de los cambios se dieron de manera gradual y casi
imperceptible. Dos acontecimientos particularmente críticos del periodo Heian
fueron el debilitamiento a largo plazo —al punto de una virtual irrelevancia—
del gobierno imperial centralizado y el nacimiento de una nueva clase de
guerreros provincianos, que llegarían a ser conocidos como bushi o samurái.
Ninguno de los dos sucesos tenía paralelo en China. Otra divergencia importante
fue el triunfo casi total en Japón de una visión del mundo (o episteme) centrada
en el budismo, incluso cuando China vivía su gran renacimiento neoconfuciano
y el comienzo de un declive relativo de la capacidad de penetración del budismo
chino.³⁷ Las raíces de todos estos acontecimientos singularmente japoneses, que
alcanzaron su madurez durante los últimos años del periodo Heian, pueden
rastrearse hasta épocas tan remotas como los tiempos de Nara.
Después de que no se materializara la anticipada invasión de la dinastía Tang
china en el siglo VII, Japón no se tuvo que volver a enfrentar a ninguna otra
fuerte amenaza militar de extranjeros, lo cual permitió a su ejército entrar en un
receso en 792. Con el tiempo, incluso el trabajo de patrullar el campo japonés
fue abandonado por el gobierno y fue delegado (o cayó por omisión) a guerreros
locales: los incipientes samurái. Mientras tanto, el sistema imperial de Nara de
asignación directa de tierras a la población también empezó a derrumbarse en un
tiempo tan corto como medio siglo. La acuñación de monedas de cobre, que
había comenzado en 708, terminó en 958. En gran medida, Japón volvió al
intercambio directo de productos hacia el siglo IX debido a la inflación y otros
problemas relacionados con el uso del dinero, y muchas ordenanzas para los
mercados impuestas por el gobierno también cayeron en desuso alrededor de ese
tiempo. Aunque lo anterior no significó que el comercio haya declinado
necesariamente —de hecho hay indicios que sugieren que en realidad el
comercio se estaba incrementando—, sí coincidió con un debilitamiento del
gobierno central japonés. Los decrecientes ingresos gubernamentales también
incitaron a los nobles poderosos a buscar otras fuentes privadas de ingresos al
margen de sus estipendios oficiales. En especial, esto lo hicieron convirtiéndose
en terratenientes dueños de grandes extensiones privadas que, con el tiempo,
quedaron exentas de pagar impuestos y aun de las inspecciones de los
funcionarios públicos.
Desde el periodo Nara era común que las grandes familias adineradas de nobles
contaran con diversos empleados a su disposición, de tal suerte que estas
administraciones familiares aristócratas privadas se convirtieron cada vez más en
las bases reales de poder. Con el tiempo, incluso la propia familia imperial llegó
a ejercer su mayor autoridad de manera privada, a través de las oficinas de los
llamados “Emperadores Retirados”, hacia finales del periodo Heian en el siglo
XII. Entre los pequeños grupos de nobles cortesanos que llegaron a dominar la
política y sociedad durante el periodo Heian, la familia Fujiwara, fundada por
Nakatomi Kamatari en la época del golpe Taika del siglo VII, surgió como la
más preeminente.
Aunque la base formal del poder de los Fujiwara se debía a su designación como
regentes por encima de emperadores menores o adultos (dos títulos diferentes en
japonés), el verdadero secreto del éxito de los Fujiwara eran los matrimonios que
celebraban con miembros de la familia imperial. Sobre todo en una sociedad
como la del Japón del periodo Heian, en que los hijos eran criados generalmente
en las casas de las familias de sus mamás (no de sus papás), el suegro o abuelo
materno de un emperador podía ejercer una gran autoridad. Por ejemplo, el
miembro más conocido de la familia Fujiwara, Fujiwara Michinaga (966-1028),
ostentó el título de regente sólo por un año, pero cuatro de sus hijas se casaron
con emperadores, quienes dieron a luz a otros tres emperadores, lo cual propició
que, en un punto, ¡Michinaga fuera al mismo tiempo tanto abuelo como suegro
del emperador!³⁸
Mientras ocurrían estos cambios estructurales políticos y económicos, también
se produjeron otros importantes sucesos en la cultura japonesa. A medida que el
gobierno imperial centralizado directo de las provincias se dejaba cada vez más
bajo la custodia de gobernadores locales, quienes recaudaban los impuestos y los
enviaban a la corte, la perspectiva de los grandes aristócratas del periodo Heian
se contraía cada vez más, hasta quedar confinada a la capital únicamente. La
vida de las mujeres aristócratas era en especial sedentaria y aislada. Esto no se
debía a que la posición de las mujeres en el periodo Heian fuera
extraordinariamente baja —por ejemplo, podían conservar el apellido de su
familia después de casarse y podían iniciar procesos de divorcio—, pero lo que
se esperaba de ellas era que permanecieran en casa, aisladas de las miradas de
los fisgones. Si se aventuraban a salir, lo hacían en carretas cubiertas tiradas por
bueyes y en general no iban muy lejos. Aunque las mansiones de los principales
aristócratas del periodo Heian podían ser muy grandes —algunas incluso tenían
múltiples edificaciones y jardines con colinas y lagos artificiales—, no por ello
dejaba de ser una existencia muy restringida. Para entretenerse, algunas de estas
mujeres recurrían a la literatura y la transformaban en todo un arte.
Hacia los siglos X y XI, se empezaron a compilar diarios literarios, los cuales a
veces estaban pensados deliberadamente para que otros los pudieran leer. Un
caso famoso fue el de Sei Shōnagon (n. ca. 965), quien sostenía que su libro
llamado El libro de la almohada había comenzado como unos apuntes privados
que accidentalmente vio un visitante y los mostró en la corte.³ También se
escribían cuentos ficticios para entretener a los moradores de las casas y se
hacían circular en forma de manuscritos. Esta nueva literatura femenina del
periodo Heian se escribía en japonés, utilizando el nuevo sistema silábico.
El nuevo sistema silábico japonés denominado hiragana, que había empezado a
usarse a inicios del siglo X, se empleaba principalmente para documentos
informales, entretenimientos frívolos y escritos hechos por mujeres. La
costumbre seguía siendo que los documentos oficiales y textos serios se
escribieran en chino. De hecho, el hiragana se conocía comúnmente como mano
de mujer (onnade). Esto llegaba a tal extremo que, aun cuando el primer gran
diario literario en japonés, el Diario de Tosa de Ki no Tsurayuki (m. 946), fue
escrito en realidad por un hombre (alrededor de 936), al parecer éste se sintió
obligado a hacer creer que lo había escrito una mujer. El Diario de Tosa trata
acerca de un viaje de 55 días que hizo el gobernador de Tosa para regresar de esa
ciudad, en la isla sur de Shikoku, a la capital. El diario es introspectivo y
artístico con una generosa mezcla de poesía. El libro termina cuando el
gobernador regresa a su antigua casa en Heian y encuentra su jardín en ruinas —
evocando así la melancolía y sensibilidad hacia la mutabilidad de todas las
cosas, sentimiento favorito del Japón del periodo Heian—.
La novela en prosa de largo aliento surgió también a partir de la literatura
femenina del periodo Heian. Han sobrevivido unos 80 relatos de los siglos IX y
X, pero el célebre El cuento de Genji opaca todas las demás historias e imprime
su propio sello a la época. La larga narración ficcional de lady Murasaki (9781016) sobre la vida y amores de Genji, el Príncipe Brillante, es el máximo
ejemplo del exquisito y refinado gusto estético perfeccionado por la corte de
Heian en su esplendor del siglo XI. Además, aunque la literatura femenina
desarrollada en el periodo Heian posee unas cuantas referencias chinas, es única
y completamente japonesa. A partir de finales del siglo IX surgió una alta cultura
característicamente japonesa que, lejos de representar un retorno a las antiguas
tradiciones nativas anteriores al periodo Taika, constituyó una creación nueva y
dinámica, que se podía apreciar en la cocina, las vestimentas y los estilos de
pintura, así como en la nueva literatura en lengua japonesa.
Entre 607 y 894, el gobierno japonés envió 20 misiones diplomáticas oficiales a
China. De ellas, tres nunca salieron de Japón y cuatro no llegaron más allá de
Corea. Tal vez unas 3 000 personas participaron en conjunto en estas embajadas,
pero según un cálculo, sólo aproximadamente 130 japoneses buscaron estudiar a
largo plazo en China durante esos siglos. China seguía siendo un lugar muy
remoto, incluso para los aristócratas más educados del periodo Heian. Por
ejemplo, tardaron tres años en llegar noticias a Japón acerca de la rebelión de An
Lushan que hubo en China. En 839, tres personas asignadas para acompañar
como estudiantes una de las misiones diplomáticas enviadas a China prefirieron
huir y esconderse en lugar de obedecer la aterradora orden.⁴ En 894, la última
misión diplomática fue simplemente cancelada.
Las seis grandes historias nacionales japonesas (Rikkoku shi) escritas en estilo
chino que fueron compiladas, empezando por la Nihongi en 720, tocaron a su fin
en 887. Bajo el reino del emperador Murakami (r. 946-967), se encargó una
nueva historia nacional oficial, pero ésta nunca se completó, y asimismo se
empezó el último código legal de estilo chino pero tampoco se concluyó.⁴¹ Las
últimas monedas japonesas se acuñaron en 958. Mientras tanto, después de un
largo periodo en que el lenguaje chino había sido favorecido sobre el japonés, en
905 se recopiló la primera colección imperial de poemas escritos en japonés,
Kokinshū (Colección [de poesía] antigua y moderna). Evidentemente, el inicio
del siglo X, testigo de la caída de la dinastía Tang en China y del reino de Silla
en Corea, representó también un importante parteaguas para Japón.
La cancelación de la última misión diplomática japonesa a China en 894 no
significó el fin de la comunicación con el resto del continente. De hecho, el
comercio continuó creciendo, siguieron manifestándose con fuerza las
influencias culturales del continente e incluso puede ser que China haya
empezado a parecer poco a poco un lugar un tanto menos remoto. Por ejemplo,
el budismo zen (Chan en chino) había generado un impacto muy limitado en
Japón antes del siglo X, y realmente no floreció sino hasta finales del siglo XII y
durante el XIII. El primer maestro zen chino reconocido llegó a Japón en 1246, y
durante el siglo XIII todo el conjunto de técnicas zen de estilo chino fue
abrazado por la nueva élite de guerreros japoneses.⁴² Con todo, estos guerreros,
que no tenían homólogos en ninguna otra parte del continente, y aun el creciente
dominio de la cultura zen en el Japón medieval —a pesar de sus fuentes chinas
—, constituyeron un elocuente testimonio de que el curso amplio de la historia
japonesa había comenzado a seguir una trayectoria claramente independiente.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Una cobertura acreditada de este periodo en China la proporciona Denis
Twichett, The Cambridge History of China, vol. 3, Sui and T’ang China, 589906, Part 1, Cambridge University Press, Londres, 1975.
Específicamente acerca de la dinastía Sui, véanse Arthur F. Wright, The Sui
Dynasty, Alfred Knopf, Nueva York, 1978, y Victor Cunrui Xiong, Emperor
Yang of the Sui Dynasty: His Life, Times and Legacy, State University of New
York Press, Albany, 2006. Acerca de la dinastía Tang, véanse Marc S.
Abramson, Ethnic Identity in Tang China, University of Pennsylvania Press,
Filadelfia, 2008; S. A. M. Adshead, T’ang China: The Rise of the East World
History, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2004, y Arthur F. Wright, Dennis
Twichett (eds.), Perspectives on the T’ang, Yale University Press, New Haven,
1973. Para la religión en la dinastía Tang, véase Stanley Weinstein, Buddhism
under the T’ang, Cambridge University Press, Cambridge, 1987.
Acerca de la controvertida figura de la emperatriz Wu Zetian, véanse Jo-shui
Chen, “Empress Wu and Proto-Feminist Sentiments in T’ang China”, en
Frederick P. Brandauer y Chun-chien Huang (eds.), Imperial Rulership and
Cultural Change in Tra ditional China, University of Washington Press, Seattle,
1994, y R. W. L Guisso, Wu Ts-t’ien and the Politics of Legitimation in Tang
China, Western Washington University, Bellingham, 1978. Sobre la emperatriz
Wu y la invención de la imprenta, véase también Timothy H. Barrett, The
Woman Who Discovered Printing, Yale University Press, New Haven, 2008.
La dinastía Tang es considerada como la era de oro de la poesía china. Las
glorias de la poesía tang china quizá sea mejor buscarlas en una serie de libros
de Stephen Owen: The Poetry of the Early T’ang, Yale University Press, New
Haven, 1977; The Great Age of Chinese Poetry: The High T’ang, Yale
University Press, New Haven, 1981, y por último, The Late Tang: Chinese
Poetry of the Mid-Ninth Century (827-860), Harvard University Asia Center,
Cambridge, 2006.
Una excelente introducción general a la historia de Corea es la de Ki-baik Lee, A
New History of Korea, Edward W. Wagner (trad.), Harvard University Press,
Cambridge, 1984. Para la Corea premoderna, véase también Michael J. Seth, A
Concise History of Korea: From the Neolithic Period through the Nineteenth
Century, Rowman and Littlefield, Lanham, 2006.
Para conocer más acerca de las relaciones que Japón mantenía con China durante
esta era, véase Zhenping Wang, Ambassadors from the Islands of Immortals:
China-Japan Relations in the Han-Tang Period, University of Hawai‘i Press,
Honolulu, 2005.
Entre los estudios valiosos sobre el Japón previo al periodo Heian se incluyen
Herman Ooms, Imperial Politics and Symbolics in Ancient Japan: The Tenmu
Dynasty, 650-800, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2009, y Joan R.
Piggott, The Emergence of Japanese Kingship, Stanford University Press,
Stanford, 1997. Veáse también Bruce L. Batten, “Foreign Threat and Domestic
Reform: The Emergence of the Ritsuruo State”, Monumenta Nipponica 41, núm.
2, 1986. Acerca del budismo japonés antes del periodo Heian, véase además
Miraculous Stories from the Japanese Buddhist Tradition: The Nihon Ryoiki of
the Monk Kyōkai, Kyoko Motomochi Nakamura (trad.), Harvard University
Press, Cambridge, 1973.
Acerca del Japón del periodo Heian, véase Donald H. Shively y William H.
McCullough (eds.), The Cambridge History of Japan, vol. 2. Heian Japan,
Cambridge University Press, Cambridge, 1999. Véanse también Mikael
Adolphson, Edward Kamens y Stacie Matsumoto (eds.), Heian Japan Centers
and Peripheries, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2007; Robert Borgen,
Sugawara no Michizane and the Early Heian Court, Harvard University Press,
Cambridge, 1986; Paul Groner, Saichō: The Establishment of the Japanese
Tendai School, Berkeley Buddhist Studies Series, Seúl, 1984, e Ivan Morris, The
World of the Shining Prince: Court Life in Ancient Japan, Penguin Books,
Harmondsworth, 1985.
V. TRAYECTORIAS MADURAS INDEPENDIENTES
(SIGLOS X-XVI)
CHINA IMPERIAL TARDÍA: LAS DINASTÍAS SONG (960-1279),
YUAN (1271-1368) Y MING TEMPRANA (1368-CA. SIGLO XVI [-1644])¹
La situación de la dinastía Song
En 907, un comandante militar advenedizo destronó al último emperador Tang y
se proclamó como el fundador de una nueva dinastía (breve, como resultaría
ser). Nuevamente, China se sumergió en un periodo de división. En el norte de
China, cinco dinastías se siguieron en una rápida sucesión —tres de ellas
fundadas por túrquicos shatuos en vez de chinos étnicos—, mientras que el sur
de China fue dividido simultáneamente en 10 diferentes regímenes. Sin
embargo, esta vez, la división fue sólo temporal. En 960, la madre del niño
emperador de siete años perteneciente a la última de las cinco dinastías del norte,
actuando en calidad de regente, ordenó al comandante de la guardia del palacio,
Zhao Kuangyin (927-976), encabezar un ejército que se dirigiera hacia el norte
para combatir una invasión kitán de la cual se rumoraba. En la segunda mañana
de su marcha, algunos de los oficiales de Zhao entraron a su residencia con las
espadas desenvainadas y lo aclamaron como emperador.
El resultado fue un golpe de Estado sin derramamiento de sangre que hizo entrar
en escena a una nueva gran dinastía, la Song. Zhao Kuangyin es conocido para la
historia como el emperador Taizu de los Song (r. 960-976). Como el emperador
Taizu era sumamente consciente de la fragmentación ocasionada por el
caudillismo militar desde mediados de la dinastía Tang y de la frecuencia de los
golpes militares de Estado como el que lo había llevado al poder, él, como
emperador, estaba decidido a separar con claridad el mando militar de la
administración civil. El emperador Taizu organizó un legendario banquete
palaciego para sus generales más antiguos en el que, con un brindis, los relevó
de sus mandos militares y los retiró a llevar vidas de comodidad civil en la
capital.
Las políticas del emperador Taizu serían suficientemente exitosas como para
que, después de eso, el cambio entre dinastías fuera mucho menos frecuente y
nunca más volviera a darse como resultado de un golpe de Estado interno.
Aunque hubo aproximadamente 80 dinastías en la historia de la China
premoderna, sólo tres de ellas surgieron después de la dinastía Song (sin contar
los regímenes extranjeros periféricos que a veces se adentraban en territorio
chino). Además, cada uno de los relativamente pocos cambios de dinastía que
persistieron puede atribuirse a invasiones extranjeras. El orden sociopolítico
chino premoderno se volvió notablemente estable en los 1 000 años que
siguieron a la instauración de la dinastía Song en 960 —no obstante, el otro lado
de la misma moneda fue también el declive a la larga del prestigio del servicio
militar y una relativa debilidad militar—. De allí en adelante, China sería
amenazada con frecuencia por conquistas extranjeras.
Aunque fue un tiempo en que China encabezó el mundo en cuanto a tecnología,
prosperidad comercial, cultura compleja y las artes —y un tiempo en que China
pudo haber poseído un tercio de la población mundial total—, con todo, la
paradoja de la dinastía Song es que, incluso después de que se completó la
reunificación de la dinastía Song (alrededor de 978), se mantuvo todavía como
una China un tanto disminuida y más vulnerable militarmente. De lo más
formidable entre los vecinos de la dinastía Song es que un pueblo nómada
llamado los kitán había organizado una dinastía Liao de estilo semichino, que
abarcaba todas las estepas del norte, las cuales incluían 16 prefecturas del
noreste de la propia China. Después de un tratado que concluyó en 1005, la
dinastía Song fue obligada incluso a realizar pagos anuales, a los Liao, de 200
rollos de seda y 100 000 onzas de plata, y a tratar a la dinastía Liao de Kitán
como a un igual.
Una dinastía formada por el pueblo tangut llamada Xia Occidental (Xi Xia,
1038-1227) controlaba un territorio sustancial en lo que ahora es el noroeste de
China.² Además, el área que ahora es el norte de Vietnam se había vuelto
independiente durante el periodo de división posterior a los Tang y nunca se
logró reincorporarla al territorio del Imperio chino. El área del valle del río Rojo
del norte de Vietnam había sido conquistada primero por la dinastía Qin en el
siglo III a.C. Bajo la dinastía Han había sido de hecho el principal puerto chino
del sur y un gran centro de población china en el sureste.³ Aunque la región gozó
entonces de una autonomía esporádica durante los siglos de división entre las
dinastías Han y Tang, y había sido superada por Cantón como centro del
comercio marítimo de China durante los primeros años de los Tang, el norte de
Vietnam había formado parte del Imperio chino por más de 1 000 años para los
tiempos de los Song. Aun así, el segundo emperador Song fue persuadido de
dejarlo ir. La reconquista, se le dijo, no sería rentable porque el norte de Vietnam
“es demasiado caliente y pestilente, y de 20 a 30% de nuestras tropas morirán
antes de que empiece el combate. Incluso si lo recuperamos, seremos incapaces
de retenerlo”.⁴ Tal vez simplemente estaba más allá de la capacidad de la dinastía
Song reconquistar vietnam.
La independiente Vietnam por lo menos cumplió con el papel (bastante nominal)
de ser un tributario chino, pero algunos vecinos de los Song fueron menos
sumisos. De manera notable, la dinastía Liao de los kitán y la Xia occidental de
los tangut desarrollaron sus propios sistemas de escritura en vez de usar el chino
(tal como ya también lo habían hecho los tibetanos en el oeste). Su uso de
escrituras no chinas colocaba en gran medida a estas sociedades fuera de la
esfera de la civilización común de Asia oriental. Sin embargo, al mismo tiempo,
la dinastía Liao de Kitán adoptó, hasta cierto punto, el modelo político de China.
El fundador dinástico de Kitán —el mismo hombre que había ordenado la
adopción de la primera versión del distintivo sistema de escritura kitán en 920—
también sabía hablar la lengua china y se había autoentronizado dos veces: una
vez como un líder nativo al estilo kitán en 907 y otra después como un
emperador al estilo chino en 915.⁵ De hecho, de manera bastante irónica, Kitán
es en realidad el origen remoto de nuestra palabra Catay, la cual es actualmente
un nombre poético alternativo en español para China. Se ha observado con
agudeza que “un hincapié cada vez mayor en las diferencias” entre el norte de
Kitán y el sur de China “coincidieron con una creciente semejanza política entre
los dos”, lo que sugiere que la rivalidad internacional puede intensificarse
incluso por cierto grado de comparabilidad en la forma política.
Entretanto, la dinastía Liao de Kitán gobernaba una variedad de tribus y pueblos
diferentes, incluyendo varias tribus yurchen en el área de la actual Manchuria.
Más allá de los yurchen que se sometieron a la dinastía Liao, aún había otros
grupos denominados yurchen salvajes, quienes vivían más al este, en el área de
los ríos Amur, Ussuri y Sungari en Manchuria. Estas tribus yurchen hablaban en
lenguas tunguses, ancestros de lo que ahora llamamos manchú. Aunque los
yurchen eran aldeanos semiagricultores que vivían en los bosques, y no
nómadas, aprendieron de los kitán las técnicas de guerra de la caballería nómada
y llegaron a ser jinetes expertos.
En 1114, guerreros yurchen, a las órdenes de un dinámico líder tribal llamado
Aguda (1068-1123), se rebelaron y atacaron a la dinastía Liao de Kitán, y pronto
adoptaron el título dinástico de Jin (“Oro”) de la lengua china. Para 1122, esta
nueva dinastía Jin de los yurchen había destruido eficazmente el régimen Liao de
Kitán, momento en que entraron en conflicto con la dinastía Song de China, más
al sur. Estos yurchen resultaron ser adversarios aún más mortales para los Song
que lo que los kitán lo habían sido jamás. Para 1127, un emperador Song fue
capturado y la dinastía Jin de los yurchen invadió todo el norte de China. Un
hermano menor del cautivo emperador Song asumió entonces el trono chino y
así continuó la dinastía Song, retirándose hacia el sur a una capital temporal en
Hangzhou y comenzando lo que es conocido para la historia como los Song del
Sur (1127-1279). Después de unas cuantas acciones militares más, la frontera
entre la dinastía Jin de los yurchen y la Song del Sur se estabilizó a lo largo de la
línea del río Huai, aproximadamente a 160 kilómetros al norte del Yang-tse.
MAPA V. 1. Asia oriental en 1050 d.C.
Tras su rápida conquista del norte de China, muchos de los yurchen
descendieron de Manchuria a la propia China. En 1153, la capital Jin de los
yurchen fue trasladada también de Manchuria a lo que ahora es Beijing. No
obstante, el pueblo yurchen se mantuvo como una minoría, tal vez 10% de toda
la población de la dinastía Jin. Así, dos o tres millones de yurchen gobernaban
por encima de unos 30 millones de chinos. Inicialmente, las poblaciones de
yurchen étnicos y chinos de la dinastía Jin estaban organizadas por separado e
incluso hubo cierto renacimiento consciente de las prácticas culturales yurchen,
seguido por una racha de centralización imperial al estilo chino. Sin embargo,
desde sus nuevas viviendas dispersas por el norte de China, los yurchen pronto
empezaron a casarse con los chinos y a hablar el idioma chino. Los principales
eruditos confucianos chinos que vivían bajo la dinastía aceptaron plenamente su
legitimidad.⁷ En ciertos sentidos, esta dinastía Jin se convirtió en algo que
legítimamente se podría llamar una dinastía china. Aun así, no disminuyó la
rivalidad entre la dinastía Jin de los yurchen y la Song del Sur. Algunos
estudiosos han apuntado incluso que la hostilidad de los chinos de la dinastía
Song hacia los yurchen representa una etapa temprana en el desarrollo de un
espíritu nacionalista chino.⁸ Después, en 1234, la dinastía Jin de los yurchen fue
inundada por una nueva amenaza aún mayor proveniente del norte: los
mongoles.
Cambio social y económico
Para acentuar la paradoja de una dinastía Song militarmente débil que, como sea,
logró prosperar cultural y económicamente después de la pérdida del norte en
1127, en ciertos sentidos puede ser que en la geográficamente más reducida
Song del Sur haya empezado en realidad la etapa más próspera de toda la
dinastía. Aunque el área territorial controlada por los song se había disminuido
significativamente, la era Song del Sur fue el periodo en que la llamada
“revolución económica medieval” china alcanzó su punto culminante.
Los arqueólogos han descubierto grandes cantidades de porcelana y otros
artefactos chinos en las islas de Java y Sumatra (lo que ahora es Indonesia), en lo
que ahora es Malasia, en las Filipinas, en la India, en el este de África, en los
suburbios de El Cairo, en Egipto y en el Golfo Pérsico, que datan de la última
época de la dinastía Tang y aumentan en volumen en tiempos de la Song. La
China de la dinastía Song disfrutó de un floreciente comercio marítimo con todo
el mundo islámico, que llegaba tan lejos al oeste como la España morisca y a
casi todos los lugares intermedios. Aunque en la etapa más temprana del
comercio marítimo internacional de China, la mayoría de las mercancías que
llegaban a los puertos chinos habían sido extranjeras —en un inicio,
principalmente asiáticas surorientales y después árabes y persas—, para los
tiempos de la dinastía Song, las naves de la propia China eran las mejores y más
grandes del mundo. Con compartimentos a prueba de agua, timones de codaste y
guiadas por brújulas magnéticas por lo menos desde el siglo XII, las naves
chinas de la dinastía Song se convirtieron en visitantes habituales de puertos de
la India y, a veces, aparecían también en el golfo Pérsico y el mar Rojo. Al
observar las grandes naves chinas de cuatro pisos y hasta una docena de velas en
la costa suroccidental de la India, el viajero árabe del siglo XIV Ibn Battūta
concluyó: “No hay nadie en el mundo más rico que los chinos”.¹
Para los tiempos Song, los valiosos artículos de lujo de poco volumen, que
habían sido tradicionalmente el principal rubro del mercado mundial de larga
distancia, fueron cediendo ante productos más voluminosos y baratos como los
textiles, la porcelana, la pimienta, el arroz, el azúcar y hasta la madera, los cuales
ahora podían transportarse de manera económica a grandes distancias y en
grandes cantidades a cambio de buenas ganancias. Varios puertos de los Song
participaban en el comercio internacional, pero el más importante era el de
Quanzhou (localizado en el continente al otro lado de Taiwán). Aunque gran
parte del Viejo Mundo estaba incorporado a estas rutas de comercio, el mayor
importador de porcelana y monedas chinas en este siglo fue probablemente
Japón.¹¹ Una nave del siglo XIV, explorada por arqueólogos modernos, se
hundió frente a la costa de Corea mientras cargaba 18 600 piezas de cerámica,
sándalo y varias toneladas de monedas chinas en la ruta de China a Japón y al
parecer su tripulación era una mezcla de chinos, coreanos y japoneses, con un
capitán japonés.¹²
La sociedad china de la dinastía Song se dedicaba al comercio, poseía una
tecnología avanzada y era sobre todo urbana. La población china que vivía en las
ciudades durante la dinastía Song pudo llegar a ser equivalente a toda la
población urbana del resto del mundo en ese momento.¹³ No era poco común que
los comerciantes ricos mancomunaran su capital por periodos de inversión fijos,
había agentes locales que otorgaban créditos con comisión y ya se firmaban
incluso contratos con agentes comisionados. La comercialización había llegado a
ser tan penetrante que las fuerzas del mercado determinaban incluso actividades
económicas no tan obvias como la venta de concubinas (esposas secundarias) y
el comportamiento religioso. Por ejemplo, ahora era normal contratar a
diferentes tipos de profesionales religiosos para ejercer distintos servicios, como
un tipo de transacción mercantil, y abandonar a cualquier dios que no pareciera
capaz de brindar gracias tangibles. Había altos hornos de carbón que producían
hierro en cantidades que pudieron haber alcanzado su punto máximo en el siglo
XI a niveles casi iguales a los de toda la Europa junta de 1700.¹⁴ A la pólvora se
le dio al menos una limitada aplicación militar, por ejemplo, como deflagrador
para los lanzallamas de nafta. El papel moneda —el cual había aparecido por
primera vez a finales de la dinastía Tang— circulaba ampliamente, y la
tecnología de la imprenta de madera promovía una revolución en la
disponibilidad de libros.
La primera edición imperial impresa de los Clásicos Confucianos se completó en
953. La primera impresión completa estándar de las escrituras budistas de Asia
oriental (la Tripitaka) se terminó en 983, en 5 048 capítulos. Poco después del
establecimiento de la dinastía Song, también se ordenó que el código legal Song
se imprimiera y distribuyera por todo el imperio en 963, con lo que se aprovechó
la nueva tecnología de impresión para ayudar a legitimar la nueva dinastía.¹⁵ No
sólo los gobiernos centrales y locales, sino también las academias privadas, los
individuos y las librerías profesionales contribuyeron a una (relativa) explosión
de los libros impresos.
Entre otros logros literarios, la dinastía Song es notable por la compilación de
una serie de enciclopedias aún valiosas como la Taiping yulan ([Enciclopedia
compilada para] la inspección imperial durante la época Taiping [976-984]), que
se completó en 983 en 1 000 capítulos. Esta enciclopedia enumera citas de unos
2 000 diferentes textos anteriores a la era Song, muchos de los cuales se
encuentran perdidos ahora, de acuerdo con un tema. Aunque las más tempranas
enciclopedias chinas habían aparecido al final de la dinastía Han y en la Era de
la División, y aún sobreviven algunas de la dinastía Tang, la dinastía Song
representa un importante paso adelante en esta útil forma de conocimiento
humano reunido y ordenado.
El aumento de la disponibilidad de libros también pudo haber contribuido a una
mayor transformación social. Aunque sin duda había otras maneras de hacerse
rico, en la China imperial tardía, empezando por la dinastía Song, en gran
medida había sólo una verdadera profesión de élite: la de erudito-funcionario, o
mandarín. La palabra mandarín es de origen inglés, no chino. Se deriva del
portugués (y en última instancia del sánscrito), pero se usa, como sea, para
describir a una clase sociopolítica muy particularmente china. En China, por
supuesto, no había nada nuevo en cuanto a una asociación entre una posición de
élite y una carrera en el gobierno, pero ahora los mandarines imperiales tardíos
entraban en funciones —a diferencia de sus antiguos predecesores— gracias a
grados académicos obtenidos por medio de pruebas escritas evaluadas de manera
anónima El sistema imperial chino de exámenes de la administración pública
alcanzó finalmente la mayoría de edad durante la dinastía Song.
Si durante la dinastía Tang tardía se concedía un promedio anual de sólo 30
grados Jinshi, durante la dinastía Song del Sur el promedio aumentó a 400 o 500.
Aproximadamente 95% de todos los hombres (es decir, prácticamente todos)
eran elegibles para participar en lo que era ahora una serie de exámenes que
abarcaba todo el imperio y que comenzaba con pruebas calificadoras en cada
condado. Aunque la vía de los exámenes nunca llegó a ser la única manera de
convertirse en funcionario del gobierno en la China imperial, por los tiempos de
los Song se había convertido tanto en el camino más usual como en el más
prestigioso.¹ Y, aunque el número de empleos en el gobierno siempre fue
sorprendentemente escaso —en 1800, durante la última dinastía, sólo había
alrededor de 20 000 puestos en toda la burocracia civil regular—, el solo hecho
de participar en el sistema de exámenes lo identificaba a uno como miembro de
la élite, aun cuando uno nunca pasara en realidad ninguna prueba. En cualquier
momento dado de las dos últimas dinastías, Ming y Qing, había cerca de un
millón de hombres participando activamente en los exámenes, y los titulares de
los grados académicos más bajos componían quizá 1 o 2% de la población total
(figura V.1).
FIGURA V.1. Recinto de exámenes, Cantón, China, que muestra algunas de las
12 000 celdas de examen (fotografiado en 1900, pero característico de la China
imperial tardía). Biblioteca del Congreso, LC-USZ62-54326.
Para bien o para mal, el sistema de exámenes ayudó a dar forma al tipo de
sociedad en la que se convirtió la China imperial tardía. Hasta un extremo
notable, era una sociedad centrada en la educación y el aprendizaje de los libros.
La élite estaba conformada por eruditos. De acuerdo con las nociones
confucianas del mando por medio del ejemplo moral, el propio gobierno es
esencialmente un acto de educar a la gente para mejorar. Confucio es
considerado como el primer maestro de China.
Si hacemos un balance, se puede concluir que el sistema de exámenes nunca
permitió en realidad tanto ascenso en la escala social como a veces imaginan los
entusiastas. Los verdaderos casos en que alguien pasara de mendigo a millonario
eran raros: la mayoría de los titulados provenía de un estrato grande de familias
relativamente ricas. El sistema tampoco premiaba la innovación tecnológica o
científica. Aun así, comparado con cualquier estándar premoderno, se trataba de
un orden social relativamente fluido, con posiciones de élite que no eran
directamente hereditarias y oportunidades de progreso por medio de la capacidad
y el esfuerzo claramente visibles (aunque no siempre alcanzables en realidad). El
sistema de exámenes proporcionó al menos la apariencia de igualdad de
oportunidades y, al mismo tiempo, aseguró que la élite estuviera
extremadamente bien educada y empapada de los valores confucianos comunes.
Esto también ayuda a explicar por qué la sociedad china imperial tardía era
excepcionalmente estable.
Los valores éticos divulgados por esta educación de gran alcance no siempre
eran necesariamente los que podríamos aprobar hoy. Por ejemplo, a veces se
culpa al renovado énfasis en el estudio de los Clásicos Confucianos de un
deterioro perceptible en la situación de la mujer. En realidad, sería un poco
injusto culpar a los moralistas neoconfucianos de la moda del vendaje de los pies
que acababa de empezar a propagarse en los tiempos de los Song, y si algún
erudito neoconfuciano escribía sobre el infanticidio, era sólo para condenarlo.
Aun así, el neoconfucianismo sí reafirmó los principios patrilineales e ideales
patriarcales como el de la viuda casta y la separación de géneros. En general, el
renacimiento neoconfuciano puede haber contribuido a un endurecimiento de las
actitudes patriarcales.¹⁷
Neoconfucianismo
La prosperidad económica de la dinastía Song coincidió, como era de esperarse,
con un periodo de gran vitalidad cultural, tanto en el ámbito de la cultura
callejera popular como en el de las bellas artes. El paisajismo chino, por
ejemplo, alcanzó un nivel de perfección exquisita en la dinastía Song que nunca
ha sido superado, aunque a veces puede haber sido igualado (figura V.2). El más
importante desarrollo intelectual durante la dinastía Song fue sin duda el gran
renacimiento confuciano que llamamos neoconfucianismo.
El movimiento neoconfuciano surgió durante la dinastía Tang tardía, maduró
durante la Song y continuó dominando la cultura superior de Asia oriental hasta
principios del siglo XX. Aunque “neoconfucianismo” es una conveniente
etiqueta en español para este amplio movimiento, no hubo en realidad ningún
nombre chino único para él y, en vez de ello, los chinos tendieron a percibirlo en
términos de múltiples escuelas asociadas a eruditos individuales o grupos de
eruditos. Con mucho, la figura más influyente fue Zhu Xi (1130-1200), cuyo
enfoque a veces se llamó Daoxue o el “Aprendizaje del dao [confuciano]”. Los
escritos de Zhu Xi llegaron a ser tan influyentes que “sirvieron como el común
denominador de la educación en la Asia oriental premoderna” después de este
tiempo.¹⁸
FIGURA V.2. Xia Gui (Hsia Kuei, fl. 1180-1230), Vista lejana de corrientes y
colinas, un paisaje de la dinastía Song. Museo del Palacio Nacional, Taiwán,
República de China.
Este neoconfucianismo es notable por trascender el meticuloso comentario
textual que había dominado los primeros estudios confucianos para plantearse
preguntas filosóficas más profundas y por un nuevo interés en la metafísica y la
cosmología. Como ocurre tan a menudo, es probable que sea engañosa una
generalización amplia, pero se puede decir que la visión subyacente a gran parte
del neoconfucianismo era una especie de comprensión holística orgánica del
universo, sobre la base de que todas las cosas del universo están supuestamente
compuestas por la misma sustancia básica, qi, a la cual es dada una única forma
específica conforme a un principio(s), llamado li. Una elaboración adicional fue
la idea, derivada del clásico Libro de los cambios, de que todas las infinitas
transformaciones de las cosas materiales en este universo son impulsadas, en
última instancia, por un único “fin supremo” común (taichi, a veces escrito taiji,
como en “boxeo del fin supremo”, el conocido ejercicio terapéutico de artes
marciales). Estas ideas dieron lugar al famoso “diagrama del fin supremo”, una
representación esquemática de cómo este taichi, como pivote de la alternancia
entre el yin y el yang, produce, en última instancia, todas las cosas en el
universo.
Este nuevo interés confuciano por la cosmología refleja la continua influencia
del budismo y el daoísmo. Las academias confucianas privadas que comenzaron
a construirse en el campo durante la dinastía Song “se parecían mucho a los
monasterios budistas en su arquitectura y su diseño físico”.¹ Sus normas
respecto de la vida comunitaria, el estilo de la docencia y la práctica de venerar
los retratos de los antiguos patriarcas fueron también todos similares a los de los
monasterios budistas. Sin embargo, si alguno de los primeros budistas Song
trataba de argumentar que el budismo formaba ahora simplemente parte de la
civilización china, la principal corriente neoconfuciana rechazaba el budismo
explícitamente.²
La objeción fundamental confuciana al budismo fue la idea de que la búsqueda
personal de la salvación religiosa individual era inherentemente egoísta: el
abandono de responsabilidades sociales esenciales. Los confucianos siguieron
insistiendo en la obligación de trabajar en aras del más grande bien público. La
conciliación neoconfuciana de este imperativo secular con influencias de
inspiración budista se logró hábilmente con un nuevo énfasis en un breve texto
extraído de uno de los clásicos antiguos, ahora publicado y estudiado
frecuentemente por separado, llamado el Gran saber (Daxue). Este texto
convirtió la autocultivación individual (la cual, en la forma particular de la
práctica neoconfuciana llamada el sentarse tranquilo, puede no diferir tanto de la
meditación budista) en el primer paso hacia la paz mundial:
Los antiguos que desearon ilustrar la insigne virtud en todo el reino primero
ordenaron bien sus propios estados. Deseando ordenar bien sus estados, primero
regularon a sus familias. Deseosos de regular a sus familias, primero cultivaron
sus personas […] Desde el Hijo del Cielo hasta la masa del pueblo, todos deben
considerar el cultivo de la persona como la raíz de todo.²¹
A pesar de este gran renacimiento neoconfuciano, la tendencia del libro de texto
estándar a representar el triunfo de una “ideología dominante” neoconfuciana
sobre los previamente dominantes budismo y daoísmo de la dinastía Song es una
caricatura exagerada. Los tres siguieron siendo influyentes y los propios
establecimientos religiosos budistas y daoístas formaban parte de la sociedad
élite de la dinastía Song, por debajo de la cual estaban otros niveles de
orientación religiosa que se extendían hacia abajo hasta los humildes médiums
espirituales de los pueblos. Por ejemplo, una gran colección de la dinastía Song
titulada el Registro de rumores (Yijian zhi), compilada por Hong Mai (11231202), contiene aproximadamente 200 descripciones de posesión espiritual.²²
China era un lugar grande y la sociedad china imperial tardía permaneció siendo
ricamente complicada.
La tempestad mongola: Gengis Kan (ca. 1162-1227)
Los mongoles eran desconocidos antes del siglo XII. Aunque hay algunas
oscuras referencias en fuentes de la época Tang a una tribu cuyo nombre, aunque
escrito de otro modo, podría haberse pronunciado algo así como “mongol”, es
incierto si ésta fue realmente la misma tribu.²³ En cualquier caso, a mediados del
siglo XII, los mongoles eran todavía sólo una oscura tribu nómada de las estepas
que vivía entre otras. La legendaria historia de su ascenso a una prominencia
estremecedora comienza con el fatal envenenamiento de un líder mongol durante
lo que se esperaba que fuera una comida amistosa con la vecina tribu tártara,
alrededor de 1167. Después de este asesinato, la tribu mongol se dispersó
temporalmente. El hijo del jefe tribal muerto, Temüjin, huyó con su madre a las
montañas, donde sobrevivieron gracias a la caza y la pesca. Poco a poco,
después de muchas hazañas, Temüjin conformó una escolta personal de
compañeros juramentados, quienes supuestamente picaron sus dedos y
mezclaron su sangre para convertirse en hermanos de sangre. A la larga, Temüjin
ganó el reconocimiento como kan, o líder, de la tribu mongola y tomó el título de
Gengis (“Sin límites”) Kan.
Mientras tanto, el poder tártaro había ido creciendo en la zona oriental del
Desierto de Gobi. Para oponerse a estos tártaros, Gengis Kan buscó una alianza
con otra confederación tribal nómada, los keraitas, muchos de los cuales
resultaron ser cristianos nestorianos. Alrededor de 1198, esta alianza mongolakeraita entró en guerra con los tártaros y Gengis Kan fue finalmente capaz de
vengar el asesinato de su padre. En el proceso, Gengis Kan también surgió como
un notable y exitoso líder guerrero. Para 1206, el ejército de Gengis Kan contaba
con unos 95 000 hombres y, en una asamblea de notables de la tribu conocidos
como khuriltai, recibió en ese año el reconocimiento de Gran Kan sobre “todos
los que viven en tiendas de fieltro”. Muchos de los guerreros que lucharon por
Gengis Kan eran en realidad hablantes de lenguas túrquicas y no mongolas y,
desde luego, no todos eran miembros de la tribu mongola original, pero
conforme crecía dramáticamente el reconocimiento de Gengis Kan comenzó a
difundirse también la identidad de los mongoles.
A lo largo de la historia de la China imperial, desde el comienzo de la dinastía
Han en el siglo II a.C., la superioridad militar de la caballería nómada había
representado una amenaza recurrente. Como hemos visto, los emperadores
seminómadas controlaban muchas de las dinastías del Norte durante la gran Era
de la División china, y las reunificadas dinastías Sui y Tang surgieron de una
mezcla de orígenes culturales. Incluso se ha afirmado que personas
seminómadas o que se hicieron nómadas gobernaron, de hecho, la mayoría de
todas las dinastías de la historia imperial china. Sin embargo, casi todos estos
diversos grupos gobernantes habían comenzado como habitantes de las zonas
fronterizas inmediatas a China. Por lo común, ya habían estado completamente
expuestos a la civilización china y, en algunos sentidos, a menudo podían
considerarse chinos. Los mongoles eran diferentes.
En general, el estilo de vida nómada, que se basa en la crianza móvil de cabras,
ovejas, bovinos, caballos y camellos, es fundamentalmente diferente de la
estereotípica forma de vida china basada en una intensiva agricultura sedentaria.
La frontera ecológica entre los pastizales de la estepa y las tierras fértiles es,
además, particularmente marcada a lo largo de la frontera entre Mongolia y
China. En otras partes de Eurasia que colindan con la estepa, la división
ecológica puede ser menos pronunciada, y así pudo haber habido menos fuentes
de conflicto, sobre todo donde tanto los nómadas como los agricultores eran
musulmanes. Por lo mismo, los enfrentamientos entre los nómadas y los
agricultores en la frontera de China pudieron haber sido especialmente feroces.
Con todo, en realidad no todos los chinos son necesariamente agricultores.
Siempre ha habido ganaderos y tribus seminómadas que han vivido dentro del
Imperio chino, el cual se extendía con frecuencia hacia el norte para incluir al
menos la Mongolia interior. Los guerreros de la frontera cumplieron a menudo
un papel útil al servicio del Imperio chino y dentro de China siempre existió
cierto grado de especialización ocupacional para los diferentes grupos.
Los mongoles de Gengis Kan fueron la excepción. Provenían verdaderamente de
fuera del mundo chino y se mantuvieron más permanentemente como forasteros.
Sus conquistas fueron también sin precedentes. La explicación para su súbita
erupción desde la estepa en este momento particular ha sido siempre una especie
de rompecabezas histórico. Algunos estudiosos han intentado explicar las
invasiones mongolas como resultado del cambio climático, según el argumento
de que hubo una disminución de la temperatura media en los años 1180-1220, lo
que llevó a temporadas de cultivo más cortas y condujo a los nómadas fuera de
la estepa en busca de otros recursos. En este caso, sin embargo, la tan difamada
teoría histórica del “gran hombre” también puede explicar mucho. La dinámica
personalidad del propio Gengis Kan, un comandante fuerte que creía que el dios
del cielo Tenggeri le había encomendado la misión de someter al mundo entero
bajo una sola espada, pudo haber sido gran parte de la razón de las explosivas
conquistas mongolas. Aunque la población total de las estepas de Mongolia en el
siglo XII pudo haber sido sólo de alrededor de un millón, la resistencia de los
nómadas y su destreza con el caballo y el arco los convirtieron en una fuerza casi
imparable.
Después de consolidar su dominio sobre las tribus de la estepa de Mongolia, en
1210, Gengis Kan enfiló hacia el sur, donde se abatió sobre la dinastía Jin
gobernada por los yurchen en el norte de China. Entre este primer ataque y
alrededor de 1260, sin embargo, los mongoles hicieron pocos intentos serios por
ocupar y gobernar el territorio que habían invadido al norte de China, lo que
resultó en una devastación generalizada y duradera. Gengis Kan se dirigió
posteriormente hacia el oeste para atacar Asia central. En 1220 se apoderó de la
ciudad centroasiática de Bujará. La leyenda cuenta que, al entrar en la gran
mezquita de esa ciudad, Gengis Kan se proclamó el “azote de Dios”.
Gengis Kan murió en 1227, antes de que los mongoles hubieran completado la
destrucción de la dinastía Jin de de los yurchen en el norte de China en 1234 y
antes de que siquiera hubiera comenzado el ataque de los mongoles a los Song
del Sur en 1235. Pero el ataque mongol continuó después de la muerte de Gengis
Kan. Los anteriores ejércitos de caballería nómadas habían sido detenidos
siempre por la barrera del río Yang-tse, los arrozales y, en general, el terreno
húmedo del sur de China. Para conquistar a los Song del Sur, los mongoles
tuvieron que aprender técnicas navales y de asedio bélico, y tecnologías chinas
novedosas como el uso de la pólvora. Para conquistar el valle inferior del río
Yang-tse, también hicieron un buen uso de la clásica estrategia de flanquearlo y
atacar por la línea del río desde el oeste. Para 1279, el último pretendiente al
trono de la dinastía Song se ahogó frente a la costa sureste y los mongoles
completaron su conquista de China.
Los mongoles conquistaron el mayor imperio en tierra en la historia del mundo.
En el oeste, invadieron partes de Polonia y Hungría, y llegaron tan lejos como el
mar Adriático. En el sur irrumpieron en la India, aunque entonces no intentaron
ocuparla. En el noreste, los mongoles sometieron Corea. Sin embargo, dos
enormes invasiones anfibias dirigidas a las islas japonesas fueron dispersadas
por tifones, con resultados desastrosos, y un ataque al sureste en la región de
Vietnam quedó entrampado entre las selvas tropicales y una feroz resistencia.
Con el tiempo, incluso el Imperio mongol alcanzó sus límites. Mientras las
conquistas de los mongoles se seguían acumulando, el nieto de Gengis Kan,
Kublai Kan (1215-1294), fue proclamado Kagan —es decir, Kan de Kanes o
Gran Kan— en 1260 y comenzó a consolidar la dinastía Yuan con un estilo
semichino y con sede en Beijing, en el este.²⁴
La dinastía Yuan (1271-1368)
Aunque Kublai Kan se proclamó el Gran Kan, su posición como líder supremo
de los mongoles fue impugnada por un hermano más joven y más tarde por un
primo. Ya empezaban a aparecer grietas en el vasto Imperio mongol. Estas
fisuras se pueden rastrear hasta la época de la muerte de Gengis Kan, cuando
cada una de sus cuatro líneas principales de descendencia recibió sus propias
bases territoriales separadas. Éstas evolucionaron para transformarse en cuatro
kanatos mongoles efectivamente independientes: la Horda Dorada en el área de
Rusia, el kanato Il en el área de Persia, el kanato de Chaghadai en Asia central y
la dinastía Yuan en Asia oriental. Se puede decir que la conversión al islam de
los kanes mongoles del oeste en 1295 —sólo 16 años después de que los
mongoles habían terminado de conquistar la China de la dinastía de los Song del
Sur— marcó el final efectivo de cualquier imperio mundial mongol unificado.
Gengis Kan no había sido chino, había pasado poco tiempo en China y no
hablaba el idioma chino. Por su parte, su nieto Kublai Kan vivió la mayor parte
de su vida en China, y es ahí donde ejerció principalmente su gobierno. A pesar
de que es probable que nunca aprendiera a leer chino y dependía de intérpretes
chinos, sí aprendió a hablar suficiente chino al grado de que a veces corregía a
esos intérpretes. Kublai Kan vestía frecuentemente ropa de estilo chino y, en
1266, construyó una magnífica nueva capital de estilo chino en Beijing (entonces
conocido como Dadu, la “Gran Capital”). Kublai Kan intentó granjearse a sus
súbditos chinos al prohibir a los nómadas pastorear sus rebaños en las tierras
agrícolas de China. En 1271 asumió también el título dinástico en lengua china
de “Yuan” (que quiere decir, más o menos, “Comienzo”). Hasta cierto punto,
Kublai Kan gobernó China al estilo chino.
No obstante, la dinastía Yuan mongola no se limitaba nada más a China. Por
ejemplo, los mongoles habían sometido el Tíbet en 1252, tras lo cual
establecieron por primera vez una relación patrón-sacerdote entre un imperio
basado en China y los lamas tibetanos. Las implicaciones de esta relación,
establecida por primera vez durante la dinastía Yuan, siguen siendo
controvertidas hoy en día. Kublai Kan también dividió a toda la población de su
imperio en cuatro categorías étnicas jerárquicas, con los mongoles en la parte
superior, los asiáticos del oeste y del centro en la siguiente posición, luego los
chinos del norte y los yurchen y, finalmente, los chinos del sur en el fondo. La
mayoría de los puestos de alto nivel del Imperio Yuan estaban en manos de los
no chinos y, en 1289, Kublai Kan incluso se sintió obligado a prohibir a los
chinos del sur poseer arcos y flechas por temor a que pudieran rebelarse.
MAPA V.2. El Imperio mundial mongol, ca. 1300.
Para el momento en que había terminado de conquistar a los Song del Sur en
1279, Kublai Kan tenía ya casi 70 años. Era viejo para los estándares de la época
y sus últimos años estuvieron plagados de fracasos. Kublai Kan, por ejemplo,
trató de imponer un nuevo sistema de escritura universal, basado en el tibetano,
el cual simplemente no pudo ganar aceptación. Sus dos invasiones a Japón
fueron un desastre. Murió en 1294. A los pocos años de su muerte, el Imperio
mongol en China comenzó a desmoronarse en medio de disputas por la sucesión.
Semejantes luchas por la sucesión eran una característica frecuente de la historia
de la estepa. Aunque la tradición de la estepa era que el liderazgo debía ser
ampliamente hereditario dentro de una sola familia, no había reglas fijas para la
selección, y el linaje podía pasar con la misma facilidad de un hermano mayor a
un hermano menor o del padre al hijo más joven, así como del padre al hijo
mayor. Como resultado, cuando un kan moría, era normal que hubiera una lucha
de poder.
Además, y de forma catastrófica, la peste bubónica también hizo su aparición en
el Imperio Yuan gobernado por los mongoles en algún momento alrededor de la
década de 1320. A partir de ahí, la plaga se extendió a lo largo de las rutas
comerciales transcontinentales mongolas de reciente creación hasta el
Mediterráneo y Europa, donde la peste negra resultante tuvo un importante
impacto en la historia medieval europea. En China, se ha estimado que hasta un
tercio de toda la población pudo haber muerto a causa de la peste. Para muchos,
parecía como si el fin del mundo estuviera cerca.
El caos fue interpretado por algunos como presagio de la llegada apocalíptica del
futuro buda Maitreya. Cuando las autoridades mongolas reaccionaron con
miedo, tratando de suprimir esta religión apocalíptica, los fieles comenzaron a
armarse y a rebelarse. Mientras tanto, cierto joven llamado Zhu Yuanzhang
(1328-1398) se había quedado huérfano y había sido llevado a un monasterio
budista, donde se preparó para convertirse en monje. Cuando el monasterio
donde había vivido fue destruido por las tropas mongolas, se unió a una banda
rebelde de inspiración religiosa llamada los Turbantes Rojos. Como rebelde, Zhu
Yuanzhang demostró un considerable talento militar y rápidamente fue
ascendiendo de rango, con lo que finalmente llegó a ser un rey con sus propias
fuerzas independientes. En 1368, a la edad de 40 años, los ejércitos de Zhu
lograron capturar Beijing y reunificar China. Zhu Yuanzhang se proclamó en ese
momento emperador fundador de una nueva dinastía, la cual llamó Ming.
La palabra ming significa “brillante” y el título fue escogido para aludir a la
supuesta victoria de las fuerzas de la luz. A pesar de la tendencia natural de los
nacionalistas chinos modernos a ver a los Ming como una restauración del
gobierno chino nativo después de un oscuro interludio de conquista extranjera, la
gente no necesariamente lo vio en esos términos en aquel momento. Muchas
familias chinas que habían servido a la dinastía Yuan de los mongoles habían
llegado a verlo como el objeto legítimo de la lealtad confuciana. Pasaron años
antes de que todos en China aceptaran por completo la legitimidad de esta nueva
dinastía Ming “nativa de China”. En su decreto de ascensión, incluso el mismo
fundador Ming reconoció la legitimidad de la dinastía Yuan de los mongoles,
que había durado un siglo, aunque insistió en que ésta había llegado a su fin.²⁵
A excepción de la peste bubónica, los años del dominio mongol en China no
habían sido del todo terribles. Fueron, por ejemplo, algo así como una edad de
oro para la pintura china y el teatro. Asimismo, los mongoles promovieron el
comercio y el intercambio cultural. Éstos fueron los años en que el viajero árabe
Ibn Baṭṭūṭa y el italiano Marco Polo visitaron China y en que los cristianos
nestorianos de China tuvieron audiencias con el papa y los reyes de Inglaterra y
Francia. El siglo de la paz mongola (ca. 1250-1350) atestiguó un aumento en las
conexiones globales y ayudó a inspirar una etapa posterior de exploración
europea del mundo. El relato de Marco Polo de sus 24 años de viaje por el
Lejano Oriente revolucionó el conocimiento europeo de la geografía mundial.
Sea o no que Cristóbal Colón lo hubiera leído en realidad antes de zarpar en su
gran viaje de descubrimiento, Colón sin duda estuvo familiarizado con la historia
de Marco Polo.²
En China, la reacción de la dinastía Ming hacia la memoria del dominio mongol
pudo haber sido un tanto contraria a la reacción de Europa occidental: refugiarse
en un aislacionismo defensivo. Quizá de mayor importancia para la historia del
mundo fue, sin embargo, que tanto China como Europa occidental se
recuperaron de la crisis de la conquista mongola y de la peste bubónica con
mayor éxito que el mundo islámico. Después de la captura de Bagdad por los
mongoles en 1258, el Medio Oriente, que hasta entonces había sido el centro
mundial que lideraba la civilización humana, entró en una fase de relativo
declive económico a largo plazo y Europa, la India y China surgieron como los
principales nuevos líderes económicos del mundo.²⁷
La dinastía Ming temprana (1368-ca. siglo XVI [-1644])
Tanto como una reacción al recuerdo del gobierno mongol como también quizá
debido a la sensibilidad sobre sus propios orígenes muy humildes, el fundador
Ming Zhu Yuanzhang (conocido como emperador por el póstumo nombre del
templo Ming Taizu, r. 1368-1398) era notoriamente paranoico y despótico.
Paradójicamente, sin embargo, también mantuvo, como nunca antes, un ideal
confuciano de austeridad puritana y un gobierno limitado por medio del ejemplo
moral. De origen campesino, la visión que tenía del imperio era la de una vasta
colección de pueblos campesinos semiautónomos. Los impuestos fueron
deliberadamente bajos y pagados en especie (es decir, con arroz o algún otro
artículo en lugar de dinero). El total de la burocracia del gobierno civil se
mantuvo inicialmente con sólo alrededor de 8 000 personas. El movimiento
físico también fue restringido. Bajo el fundador Ming, se requería un certificado
oficial para que cualquiera pudiera viajar más de 50 kilómetros de su casa, y
viajar más allá de las fronteras Ming sin permiso oficial se castigaba con la
muerte.
A pesar del estereotipo del aislacionismo Ming, sin embargo, a lo largo de la
dinastía, los Ming participaron activamente en guerras extranjeras. Los Ming
emprendieron un total de 308 guerras externas o un promedio de más de una
guerra por año.²⁸ La mayoría de estas guerras fueron en contra de los mongoles.
Al principio, los Ming emprendieron la ofensiva contra los mongoles, pero a
mediados de la década de 1400, el poder mongol había revivido
considerablemente bajo la dirección del gran mongol oirate Esen (m. 1455).² En
1449, Esen incluso capturó a un emperador Ming y penetró las paredes de
Beijing. Este resurgimiento mongol condujo a un cambio estratégico Ming de la
ofensiva a la defensiva y dio lugar a la reconstrucción Ming de la Gran Muralla
china en su actual forma familiar. Difícilmente se puede imaginar un símbolo
más inquietante del aislacionismo defensivo Ming.
Sin embargo, la dinastía Ming tardía también llegaría a ser visible, de manera
paradójica, a causa de su creciente prosperidad comercial y su participación en el
comercio internacional, e incluso los primeros Ming patrocinaron el más famoso
episodio chino de exploración mundial. El cuarto hijo del fundador Ming (nacido
de una consorte mongola) se apoderó del trono de su propio sobrino por la fuerza
en 1402, con lo que se convirtió en el tercer emperador Ming, quien es conocido
por la historia como el emperador Yongle (r. 1403-1425). Este emperador Yongle
tenía algunas ambiciones sorprendentemente grandiosas. De manera notable,
encargó una serie de expediciones navales bajo el mando de un eunuco
musulmán chino llamado Zheng He (1371-1433). Para la primera expedición en
1405, se reunió una flota de 62 buques de gran tamaño —algunos tan grandes
como cerca de 120 metros de eslora— que transportaron alrededor de 27 800
personas. Para 1433, siete expediciones más importantes se habían puesto en
marcha, las cuales navegaron por la costa oriental de África, cruzaron más allá
de Hormuz hacia el golfo Pérsico y se aventuraron en el mar Rojo. Al parecer,
un pequeño grupo incluso llegó hasta la Meca. Estos viajes trajeron tributos de
Ormuz, Mogadiscio, Bengala y otros lugares; un rey de Ceilán fue llevado a
China, y también bestias exóticas, como jirafas de África, para la colección
imperial de animales salvajes.³
La escala de estas inmensas expediciones navales, que empequeñecían cualquier
cosa que los monarcas europeos pudieran haber hecho a la mar en ese momento,
es impresionante. Sin embargo, no eran en realidad viajes de exploración, ya que
seguían rutas comerciales bien conocidas desde tiempos de los romanos. El
padre de Zheng He, un musulmán, al parecer, ¡ya había hecho incluso la
peregrinación hacia la Meca! Los viajes no hicieron nuevos descubrimientos
significativos y tampoco se emprendieron con la intención de favorecer los
intercambios debido a que el gobierno Ming no estaba muy interesado en el
comercio (y, de todos modos, el comercio privado se estaba desarrollando por
iniciativa propia). Los viajes eran caros y ejercían una presión considerable
sobre los recursos imperiales. Los funcionarios confucianos, siempre
preocupados por reducir los impuestos y “dar descanso a la gente”, estaban
convencidos de que estas expediciones no valían la pena. Después de 1433, las
expediciones se detuvieron por completo.
A principios del siglo XV, la dinastía Ming tenía la armada más poderosa del
mundo pero, en los siguientes 100 años, esta poderosa flota empezó a declinar.
En 1525, incluso se emitió un edicto imperial que ordenó la destrucción de todos
los buques de alta mar. irónicamente, sin embargo, aun cuando el gobierno Ming
se replegaba al parecer hacia un aislacionismo conservador, el comercio chino
privado entraba en una nueva era de crecimiento dinámico hacia el siglo XVI.
China se estaba acercando al umbral de su era moderna temprana.
Éstos fueron también tiempos de estimulantes nuevos avances intelectuales. Un
cambio de rumbo especialmente importante de la dinastía Ming respecto de la
ortodoxia neoconfuciana de Zhu xi se dio, por ejemplo, en las enseñanzas de
Wang Yangming (1472-1529). Wang Yangming era un hombre que había tenido
considerables logros prácticos en el gobierno y el servicio militar, quien también
insistía en que el conocimiento debía alcanzarse por medio de la acción —por
ejemplo, que “la piedad filial no puede ser aprendida por el mero hablar”, sino
que debe lograrse mediante la práctica real—. Sin embargo, el núcleo de su
filosofía era una repentina iluminación de estilo budista (que tuvo a la mitad de
una noche en 1508) de que todos los principios son inherentes ya a la propia
mente y, por lo tanto, que la comprensión puede lograrse simplemente por medio
de la introspección, lo cual no requiere autoridad externa alguna que la valide. A
diferencia de Zhu Xi, que había creído que primero era necesario adquirir de
manera estudiosa el conocimiento para distinguir entre el bien y el mal, Wang
Yangming creía en la preexistencia, en todas las personas, del conocimiento
intuitivo o la conciencia innata (liang zhi, término que Wang tomó prestado de
Mencio) de lo correcto y lo equivocado.³¹ En forma extrema, esta fe en el
conocimiento instintivo prefiguró el desarrollo de lo que llegó a ser conocido
como “Chan salvaje” (o “zen salvaje”) a finales del periodo Ming, un
movimiento de libre pensamiento que contribuyó mucho a la apertura intelectual
de la mente, y a veces al individualismo excéntrico de principios del moderno
siglo XVII de China.
LA COREA CONFUCIANA: LA DINASTÍA KORYǑ (918-1392)
Y LA CHOSǑN TEMPRANA (1392-CA. SIGLO XVI [-1910])
La dinastía Koryǒ (918-1392)
La dinastía Koryǒ fue fundada en 918 con una rebelión encabezada por Wang
Kon, un hombre de una poderosa familia mercantil y naval del noroeste de
Corea. Como gobernante de Koryǒ, Wang Kǒn es conocido para la historia como
el rey T’aejo (r. 918-943). A pesar de que fundó la dinastía en 918, no fue sino
hasta 935 cuando el último rey de Silla abdicó a su favor, y un periodo de
rivalidad entre los llamados Tres Reinos terminó con la reunificación de la
península coreana bajo la dinastía Koryǒ.
En cierta medida, la dinastía Koryǒ, como implica la elección de su nombre, se
presenta a sí misma como heredera del antiguo reino de Koguryǒ, que antes se
había extendido a ambos lados de lo que hoy es la frontera de Corea con
Manchuria. Cualesquiera que hayan sido las ambiciones que Koryǒ acarició por
Manchuria, éstas se vieron frustradas por el ascenso del poder militar nómada de
los kitán (y más tarde, los yurchen y los mongoles). Después de la invasión por
parte de Kitán del Estado independiente, parcialmente influenciado por los
coreanos, de Parhae en Manchuria en 926, Koryǒ se encontró encerrado en la
península y así quedó confirmada la forma geográfica de lo que hoy
consideramos Corea. La muy seria amenaza que representaba el poder militar de
los kitán, primero, y de los yurchen, después, también pudo haber sido un
incentivo para la consolidación política y cultural de Corea.
La rebelión de Wang Kǒn (el rey T’aejo), que estableció la dinastía Koryǒ, se
justificó explícitamente con referencia a la teoría china del Mandato del Cielo y
al venerado ejemplo histórico chino de la conquista Zhou de los Shang en el
siglo XI a.C. Las instituciones políticas, legales y económicas de Koryǒ también
continuaron estructurándose según el ahora desaparecido modelo imperial chino
Tang. Pero, al mismo tiempo, Corea también alcanzó una mayor distancia
respecto de China durante ese periodo y, en cierto sentido, se volvió más
coreana. Después de la caída de la dinastía Tang en China en 907, y con el
ascenso de potencias intervinientes como la dinastía Liao de Kitán y la Jin de los
yurchen, se interrumpió el contacto entre Corea y China. El periodo temprano
Koryǒ “vibra con temblores coreanos por la independencia y la asertividad”, y
las instrucciones del fundador Wang Kǒn “enfatizan la cultura y los valores
únicos de Corea”.³²
La manera en que Koryǒ manejaba el gobierno reflejaba la continua
permanencia de las tradiciones nativas. Wang Kǒn, por ejemplo, buscó alianzas
matrimoniales con los señores locales para fortalecer su posición. En total, tomó
29 reinas. De las nueve hijas a quienes éstas dieron a luz, Wang Kǒn desposó a
dos con el último rey de Silla y otras fueron casadas con sus propios medios
hermanos. En China, donde había un antiguo y total tabú por cualquier
matrimonio entre personas con un mismo apellido (sea o no que en realidad
estuvieran relacionadas), esto habría sido escandaloso. Pero los primeros
coreanos no tenían apellidos en absoluto y el matrimonio entre primos e incluso
medios hermanos y medias hermanas no era inusual en la Antigüedad, por lo
menos entre la aristocracia coreana. Aunque los apellidos ya habían aparecido en
los tiempos de la dinastía Koryǒ, algunas de estas antiguas prácticas
matrimoniales nativas se mantuvieron. Por ejemplo, un hombre joven casado
vivía con bastante frecuencia con la familia de su esposa y, si un hombre tenía
varias esposas, todas eran esposas legítimas, en lugar de esposas secundarias o
concubinas al estilo chino. Asimismo, las mujeres de Koryǒ seguían gozando,
comúnmente, del mismo derecho que sus hermanos a una parte igual de la
herencia familiar.
El viejo estadista Ch’oe Sǔng-no (927-989) resumió de esta manera el estado de
cosas al final del siglo X: “Aunque es bueno seguir los sistemas chinos, como las
costumbres de cada zona tienen sus propias características, sería difícil cambiar
cada costumbre […] No necesitamos ser como China en todo”.³³ Incluso las
influencias directas de China fueron adaptadas de maneras singularmente
coreanas. Por ejemplo, ¡los conocedores consideran la porcelana de Koryǒ (es
decir, la porcelana celadón) incluso más fina que la de China! La imprenta pudo
haberse inventado en China y la mayoría de los documentos de Corea pudieron
haber continuado siendo escritos por largo tiempo en el idioma chino, pero el
primer uso en el mundo de la imprenta de tipos móviles de metal se dio en
Corea, hacia por lo menos 1234. Y si el budismo llegó a Corea desde China, a
menudo en formas específicamente chinas, los coreanos tomaron
consistentemente un enfoque más interdenominacional, sincretista. Esto culminó
con el gran monje Chinul (1158-1210), uno de los pocos maestros líderes
budistas coreanos que nunca estudió en China, quien sintetizó las alas
divergentes de la escritura y la meditación del budismo coreano con su fórmula
de la iluminación repentina seguida de un cultivo gradual. De esta manera,
Chinul reconcilió las diferencias aparentemente irreconciliables entre el estudio
doctrinal cuidadoso de los Sūtras y la visión Chan (en coreano, Sǒn; en japonés,
zen) de la naturaleza inefable de la verdad última.³⁴ Los coreanos, a pesar de su
inmersión en un modelo de civilización asiático oriental general y compartido,
mostraron consistentemente líneas únicas de innovación.
Más que una burocracia imperial muy centralizada de estilo chino, la
administración local de Koryǒ se dejó inicialmente en gran parte en manos de
los señores locales. Estos señores a menudo controlaban sus propios ejércitos
privados y el gobierno central simplemente reconocía a las autoridades locales
preexistentes, confiriéndoles títulos oficiales. El viejo sistema de rangos de
hueso del periodo de Silla dio paso, sin embargo, a un nuevo sistema en que las
familias aristocráticas estaban estrechamente identificadas con el lugar concreto
en que se basaba su linaje. Acompañando a este cambio, también se extendió el
uso de apellidos de familia.
Sin embargo, en tensión con este sistema aristocrático coreano nativo, en 958,
Koryǒ también puso en práctica los exámenes de la administración pública al
estilo chino, con la ayuda de un asesor llegado de la última de las Cinco dinastías
del norte de la China posterior a los Tang. Aunque los exámenes comenzaron en
pequeña escala, a largo plazo la mayoría de los funcionarios coreanos llegó a ser
seleccionada por medio de dichas pruebas. Ni siquiera esto terminó con el
predominio aristocrático en Corea, pero sí dio a la aristocracia coreana una
orientación más burocrática y confuciana. El sistema de exámenes también pudo
haber alentado un mayor prestigio de la aristocracia civil sobre los militares.
Para los tiempos de la dinastía Koryǒ, la aristocracia coreana estaba llegando a
ser conocida colectivamente como Yangban, lo cual se refiere a los “dos
órdenes” de funcionarios civiles y oficiales militares.
La insatisfacción militar con esta preferencia civil pudo haber contribuido a un
golpe de Estado en 1170. En ese año, un comandante de la Guardia Real masacró
a muchos de los funcionarios de la corte y exilió al rey, para después ejecutarlo.
Después de esto, el poder real estuvo durante mucho tiempo en manos de los
generales y sus empleados domésticos privados. Este aumento de la dictadura
militar en Corea coincide curiosamente con el establecimiento casi simultáneo
del shogunato y la dominación guerrera en Japón. No obstante, las instituciones
centralizadas, civiles y burocráticas permanecieron más vigorosas en Corea que
en Japón y, en cualquier caso, el periodo de la dominación militar en Corea
terminó pronto a raíz de la conquista mongola.³⁵
La era de la dominación mongola (1270-1356)
Los ataques mongoles a la dinastía Jin gobernada por los yurchen en el norte de
China habían comenzado en 1210 y los embates mongoles en Corea se iniciaron
en 1231. Aunque los ataques fueron esporádicos, los ejércitos mongoles
invadieron y devastaron casi toda la península. En medio de la destrucción
general, por ejemplo, fue quemada la primera edición de la Tripiṭaka coreana
budista. No obstante, el gobierno de la dinastía Koryǒ siguió resistiéndose
tercamente a los mongoles desde una base en una pequeña isla frente a la costa
occidental y la lucha continuó de manera intermitente hasta 1270, cuando un
gobierno promongol se estableció finalmente en Corea.
Los mongoles no incorporaron directamente a Corea su dinastía Yuan. En su
lugar, permitieron a los reyes de la dinastía Koryǒ conservar la forma de
organizar su propia dinastía coreana. Pero, a pesar de que los reyes coreanos
continuaron gobernando la península, desde 1270 hasta 1356 lo hicieron
subordinándose a los jefes supremos mongoles, al principio bajo la atenta mirada
de comisionados residentes mongoles, conocidos como darughachi, y, después
de 1280, supervisados por una institución mongola conocida como el Cuartel del
Campo de Expedición del Este. Durante estos años, los mongoles destronaron a
los reyes de la dinastía Koryǒ no menos de siete veces. Los mongoles, sin
embargo, también trataron de mantener buenas relaciones con sus vasallos de
Koryǒ. El hijo del rey coreano se casó con una hija del Kublai Kan y los
príncipes de Koryǒ pronto se convirtieron en viajeros regulares entre la capital
de Koryǒ, en Kaesong, y la capital mongola, en Beijing. Durante el periodo de la
dominación mongola, en los siglos XIII y XIV, casi todos los herederos al trono
de Koryǒ tenían madres mongolas y crecieron en Beijing. Koryǒ se convirtió en
lo que se ha descrito como un Estado “yerno” de la dinastía Yuan mongola, y los
reyes de Koryǒ tomaron nombres mongoles y con frecuencia llevaron vestimenta
y peinados mongoles.
Bajo la dinastía Yuan, la ciudad que hoy se llama Beijing fue la capital de un
vasto imperio mongol transcontinental. Era algo más que una ciudad china. Al
mismo tiempo, sin embargo, también era una ciudad en gran medida china. En
Beijing, los coreanos visitantes se encontraron con el neoconfucianismo. En
1313, un rey coreano incluso se retiró a Beijing, donde fundó un salón
neoconfuciano chino-coreano-mongol, llamado el “Salón de los Diez Mil
Volúmenes”. Mientras tanto, se reconstruyó la Academia Coreana y se restauró
el santuario nacional coreano a Confucio. Los principales eruditos confucianos
fueron nombrados profesores en la academia y lograron reunir seguidores
dedicados, despreciando los estudios textuales al estilo antiguo por discusiones
más estimulantes del verdadero significado de los clásicos. Paradójicamente, el
dominio absoluto mongol en Corea contribuyó mucho para promover allí un
renacimiento del neoconfucianismo.
Cuando el mandato mongol comenzó a desintegrarse en China, en 1356, el rey
Kongmin (r. 1351-1374) rompió con la facción promongola de Corea y recuperó
la independencia coreana. Después de que el líder rebelde chino Zhu Yuanzhang
derrotó a los mongoles y fundó su nueva dinastía Ming en China en 1368, el rey
Kongmin dejó de usar el periodo de reinado mongol (los calendarios
tradicionales de Asia oriental no estaban datados a partir de cualquier punto de
referencia fijo en el pasado y en su lugar recurrían a los periodos de reinado
imperial, cuya aceptación implicaba la sumisión) y adoptó normativas pro-Ming.
Aunque el rey Kongmin afirmó con éxito la independencia coreana respecto de
los mongoles, también intentó, con menos éxito, ampliar la autoridad real sobre
las poderosas familias coreanas. En 1374 fue asesinado por un aristócrata
coreano.
La dinastía Chosǒn temprana (1392-ca. siglo XVI [-1910])
Con el debilitamiento del poder mongol, la dinastía Koryǒ recuperó su
independencia, pero todavía se enfrentó a muchos desafíos. Un héroe militar
llamado Yi Sǒng-gye, quien había ganado prominencia luchando contra piratas
japoneses, fue enviado en 1388 a la cabeza de un ejército de Koryǒ para resistir
los reclamos de la dinastía Ming china por territorios en disputa en el norte.
Después de alcanzar el río Yalu, sin embargo, Yi Sǒng-gye dio la vuelta a su
ejército y lo hizo regresar, para derrocar en cambio al rey de Koryǒ. En 1390, Yi
Sǒng-gye quemó radicalmente todos los registros de la propiedad y promulgó
reformas agrarias, las cuales pudieron haber ayudado a debilitar el poder
establecido de las grandes familias de Koryǒ. Con el apoyo entusiasta de los
eruditos neoconfucianos, en 1392, estableció entonces su propia nueva dinastía.
A sugerencia del emperador Ming, el nombre del legendario Estado coreano
antiguo de Chosǒn fue resucitado como título de esta nueva dinastía coreana. La
dinastía Chosǒn también ha sido llamada algunas veces dinastía Yi, según el
nombre de la familia que la gobernó. Exactamente igual que el fundador de la
anterior dinastía Koryǒ, como gobernante, Yi Sǒng-gye también es conocido
para la historia como el rey T’aejo (r. 1392-1398). La explicación de esta
repetición se debe a que T’aejo significa “Gran Fundador” o “Gran Progenitor” y
es un título póstumo común para los fundadores de las dinastías de Asia oriental.
De hecho, el fundador contemporáneo de la dinastía Ming china, Zhu
Yuanzhang, también es conocido exactamente por el mismo título póstumo
(pronunciado “Taizu” en chino). Esta nueva dinastía Chosǒn coreana perduraría
518 años, hasta 1910, aunque en este capítulo discutiremos sólo el periodo
Chosǒn temprano.
A principios del siglo XV, la capital Chosǒn fue trasladada de Kaesǒng a lo que
hoy se llama Seúl. Bajo la nueva dinastía, las fuerzas militares privadas fueron
eliminadas finalmente y la fuerza armada fue puesta bajo un mando central.
Durante el reinado del especialmente reconocido rey Sejong (r. 1418-1450), la
frontera norte se estabilizó al fin de forma permanente en la línea de los ríos
Yalu y Tumen. El alfabeto coreano nativo, comúnmente llamado hangǔl, también
fue promulgado de manera oficial por el rey Sejong en 1446. A diferencia de los
silabarios kana japoneses, éste es un verdadero alfabeto, con 28 símbolos, y
además es una invención por completo independiente, no derivada de los
caracteres chinos como los kana japoneses. Entre otros logros alcanzados
durante el reinado del rey Sejong, en 1442 se estableció en el reino un sistema de
pluviómetros, lo que proporcionó a Corea “los registros más largos de lluvia
medida en el mundo”.³ En el siglo XVI, la inventiva coreana volvería a
sobresalir gracias al primer uso en el mundo de buques de guerra acorazados.
Los funcionarios Chosǒn eran seleccionados mediante exámenes de la
administración pública al estilo chino, realizados en escritura china. Sin
embargo, dado que, en Corea, la ascendencia se escrutaba antes de que a los
hombres se les permitiera presentar los exámenes y dado que los Yangban
coreanos —las “dos órdenes” de funcionarios civiles y oficiales militares— se
casaban sólo con otro Yangban, a diferencia de la China imperial tardía, la élite
coreana se mantuvo como un grupo hereditario cerrado, tal vez 10% de la
población total, pese al carácter meritocrático del sistema de exámenes al estilo
chino. Por debajo de la élite Yangban estaba la mayoría de los plebeyos, casi
todos los cuales eran campesinos pobres y, por debajo de estos plebeyos,
quedaba otro grupo relativamente grande de esclavos hereditarios. Los esclavos
pudieron haber conformado hasta 30% de la población total. Aunque éstos no
trabajaban en equipos en las grandes plantaciones, a menudo cultivaban
pequeñas parcelas sin mucha supervisión directa, de manera no totalmente
diferente a los campesinos ordinarios.
A través de su estudio de los clásicos chinos, coreanos neoconfucianos
entusiastas llegaron a adoptar a la antigua China como un modelo idealizado. La
Corea Chosǒn fue más lejos que cualquier otro lugar en Asia oriental,
incluyendo China, en tratar de recrear, en verdad, la época dorada de la
antigüedad china, tal como ellos la entendían a partir de los clásicos. Las
reformas Chosǒn, las cuales se escribieron literalmente en una serie de códigos
legales, incluyeron un intento de legislar una restructuración de la familia
coreana de acuerdo con el orden moral confuciano supuestamente universal de
ascendencia patrilineal, la veneración de los antepasados y las obligaciones de
luto fijas. Una ley de 1390, por ejemplo, requería que los funcionarios coreanos
realizaran sacrificios ancestrales en cada estación.³⁷
En fecha tan avanzada como en la dinastía Koryǒ, la ascendencia familiar en
Corea se había rastreado aún a través tanto de la línea masculina como de la
femenina, pero en el siglo XV se degradaron los requisitos de duelo para los
familiares matrilineales. Las mujeres perdieron gradualmente sus derechos de
herencia y, después de 1402, quedó legalmente prohibido que ellas montaran a
caballo. El principio de primogenitura se promovió cada vez, trazando la
herencia de hijo mayor a hijo mayor por medio de la única esposa legal y
reduciendo la condición de los hijos secundarios y de todas las hijas. Con el
tiempo, se impidió que los hijos nacidos de esposas secundarias (concubinas)
participaran en los exámenes de la administración pública. También se prohibió
el matrimonio entre personas con el mismo apellido. Aunque la aplicación y el
cumplimiento de todas estas medidas fueron graduales, con el tiempo se
generalizaron los matrimonios y los patrones familiares al estilo chino, al menos
entre la élite Yangban.
Durante la dinastía Chosǒn temprana, la presión para ajustarse a los ideales
confucianos de la familia la ejercía en gran medida el gobierno pero, para el
siglo XVII, los valores confucianos se promovían de forma privada por medio de
la literatura popular y las academias privadas que habían empezado a surgir en el
campo. La primera academia privada neoconfuciana (sǒwǒn) de Corea fue
fundada en 1543. Hacia finales del siglo XVIII, se habían establecido 823.³⁸ El
resultado fue lo que hoy se considera a menudo como la sociedad coreana
“tradicional”: familias patrilineales que comparten apellidos y asientos
ancestrales, que alegan descender de un antepasado masculino común al que
veneran y con una línea principal de ascendencia transmitida al hijo primogénito
de la esposa principal. Hacia el siglo XVIII, Corea se había convertido en una
sociedad completamente confuciana. Sin embargo, estos ideales confucianos se
entendían como verdades universales, no necesariamente como influencias
chinas. De hecho, los Chosǒn coreanos tardíos incluso llegaron a sentir que eran
mejores custodios de una correcta civilización confuciana que los chinos
degenerados, quienes habían caído bajo el gobierno extranjero manchú.³
Con todo, la confucianización no componía toda la historia. Continuó habiendo
destellos de innovación coreana, como hemos visto. Chamanes femeninos,
conocidos como Mudang, dan testimonio de la persistente fuerza de las
tradiciones nativas más antiguas. Incluso las influencias confucianas se
asimilaron en formas genuinamente coreanas. Y el budismo siguió siendo
influyente, a pesar del desdén neoconfuciano. Bajo la dinastía Chosǒn, los
templos budistas fueron sacados de la capital y perdieron el apoyo oficial y las
exenciones fiscales. En 1395, la cremación al estilo budista de los muertos se
prohibió en favor del entierro al estilo confuciano. Con el transcurso de la
dinastía Chosǒn, las prácticas fúnebres budistas fueron desplazadas
gradualmente, incluso en los niveles más bajos de la sociedad. Sin embargo,
cuando una gran invasión de Japón (liderada por el jefe militar Hideyoshi) hizo
retroceder a las fuerzas gubernamentales en 1592-1598, bandas de monjes
budistas coreanos desempeñaron aún un papel destacado para librar una feroz
resistencia guerrillera.
EL JAPÓN DE LOS GUERREROS: PERIODOS HEIAN TARDÍO ([794-]
SIGLO X-1185), KAMAKURA (1185-1333) Y MUROMACHI (1333-1568)
El ascenso de los guerreros
De la literatura japonesa del periodo Heian (794-1185) es fácil obtener la
impresión de que los aristócratas estéticamente refinados de la capital, Heian (la
moderna Kioto), eran apenas conscientes de la vida más allá de la periferia de la
ciudad. La aristocracia vivía de los impuestos recaudados en las provincias pero,
por lo demás, no estaba muy interesada en ellas. En paralelo a esta falta de
atención de la élite, también disminuyó progresivamente la capacidad del
gobierno central para ejercer un control administrativo real sobre el campo. En
un principio, el desempeño de los gobernadores provinciales había sido auditado
cuidadosamente por sus sucesores. Para el siglo XI, sin embargo, era raro incluso
que los gobernadores visitaran siquiera sus provincias asignadas —en su lugar,
las responsabilidades administrativas locales eran delegadas a asistentes—.
Mientras tanto, en las provincias, fueron surgiendo nuevos tipos de hombres
fuertes locales. Un propósito principal de la reorganización radical del Estado
japonés, que había seguido al golpe de Estado Taika al final del siglo VII y el
siglo VIII, había sido el de crear un imperio centralizado de corte chino, entre
cuyas capacidades mejoradas estaba la de movilizar un gran ejército —al igual
que los enormes ejércitos continentales que habían combatido en las guerras del
siglo VII por la unificación de la península coreana—. El servicio militar
obligatorio se introdujo en Japón y se creó un ejército de soldados de a pie
campesinos, armados con ballestas y organizado en unidades provinciales bajo el
mando de los gobernadores. Pero la amenaza de una invasión desde el continente
se desvaneció rápidamente. El servicio militar impuso una pesada carga para las
familias ordinarias de agricultores y el proyecto se abandonó tan temprano como
792.
Aunque Japón no se enfrentaría a otro enemigo extranjero serio durante muchos
años, la paz externa no eliminó la necesidad de contar con fuerzas armadas
internas nacionales. Para empezar, un pueblo no japonés llamado los emishi
todavía vivía en el extremo noreste de la isla principal. Estos emishi atacaron por
sorpresa asentamientos japoneses y el conflicto significativo con ellos no
terminó sino hasta 811. Además, la seguridad local —la ley y el orden— era
siempre una preocupación. Incluso en su apogeo en el siglo VIII, la infantería
campesina conscripta ya había sido complementada con guerreros a caballo
procedentes de familias rurales de élite. El arte de la arquería montada se había
practicado en Japón desde aproximadamente el siglo V y, en especial en el este
de Japón, había una larga tradición entre la élite local de cazar a caballo y portar
armas.
Los guerreros japoneses que comenzaron a surgir en aquel momento todavía no
eran totalmente el samurái familiar. En su origen, la palabra samurái sólo quería
decir “asistente” y, en el siglo VIII, por lo común se refería literalmente a los
siervos de la casa. Para el periodo Heian temprano, la palabra comenzó a
aplicarse a los guardias armados del hogar al servicio de los nobles de la corte.
Tales guardias privados se habían vuelto necesarios debido a la cada vez más
deteriorada situación de la seguridad, incluso en la capital. Otro término
relativamente familiar para nombrar a estos guerreros, bushi o “caballero
militar”, no entró en uso sino hasta cerca del siglo XII. En el primer periodo, los
guerreros japoneses fueron más comúnmente llamados tsuwamono. La
transformación de estos guerreros agricultores relativamente rústicos en la
conocida clase samurái de élite hereditaria no se completó sino hasta fecha tan
tardía como el siglo XVI.⁴
Los primeros guerreros japoneses fueron sobre todo arqueros a caballo. El
Camino del Guerrero era “el camino del arco y el caballo”. El culto a la espada
fue una tendencia posterior. En el siglo VIII, los ejércitos de infantería
campesinos japoneses habían hecho de la ballesta su arma principal. Pero, a
pesar de que una ballesta es relativamente fácil de apuntar y disparar, es difícil
de fabricar. Para el siglo IX, la ballesta había sido abandonada en gran medida en
Japón. El arco largo, por el contrario, es más fácil de hacer pero requiere mucha
más habilidad para utilizarlo con eficacia, en especial desde un caballo.⁴¹ Si
hemos de creer al menos en los relatos guerreros japoneses, el combate
individual a caballo se convirtió en el estilo preferido de lucha. El combate
comenzaba con un intercambio ritual en que los nombres, edades, rangos y
genealogías de los combatientes se anunciaban para establecer adversarios
adecuados. La recompensa de un guerrero se calculaba después a partir del
número de cabezas enemigas que había capturado.
En un inicio, los guerreros japoneses fueron sólo guerreros de medio tiempo y
agricultores de medio tiempo que se unían a bandas armadas rurales
relativamente inestables. En el este, los guerreros comenzaron a fortificar sus
casas con zanjas y empalizadas y, a finales del siglo XI, estos guerreros del este
también comenzaron a formar grupos alineados, notablemente, con las familias
Taira o Minamoto. Las familias Taira y Minamoto pertenecían a ramas
secundarias de la línea imperial. La familia imperial japonesa era bastante
grande: a principios del siglo X había aproximadamente 700 miembros que
tenían derecho a recibir ayuda pública.⁴² Para ayudar a reducir la tensión sobre
los cada vez más mermados recursos del gobierno central, en el siglo IX se
comenzó a degradar a los descendientes secundarios de los emperadores de su
posición imperial a la de sólo noble, y se les dieron nuevos nombres familiares
como Minamoto o Taira. (La familia imperial japonesa, hasta la fecha, aún no
tiene un apellido.) Aunque dejaron de pertenecer a la realeza, estas nuevas casas
nobles todavía disfrutaron de inmenso prestigio, sobre todo en las zonas rurales
fuera de la capital.
Más o menos al mismo tiempo en que las bandas guerreras comenzaron a
formarse alrededor de las familias Taira y Minamoto en el campo, el dominio
que había ejercido sobre la corte imperial la familia Fujiwara, el cual había
perdurado casi dos siglos, fue cuestionado también por la institución del
Emperador Retirado; esto es, el control ejercido sobre los emperadores por el
padre de su madre o su hermano Fujiwara fue sustituido ahora por el de sus
propios padres. En 1068 ascendió al trono el primer emperador en 170 años cuya
madre no era una Fujiwara. Por casi un siglo después, tres emperadores seguidos
abdicaron prematuramente y luego establecieron oficinas administrativas fuera
de sus hogares como emperadores retirados, desde donde ejercían un poder
supremo con eficacia. El emperador Shirakawa (1053-1129), por ejemplo,
abdicó al trono en 1086 pero murió hasta 1129. Estos emperadores retirados
tomaron las órdenes budistas y, por lo tanto, también se les conoce a veces como
emperadores recluidos. Entre 1068 y 1180 hubo 10 emperadores reinantes, pero
apenas tres de estos emperadores retirados fueron las figuras verdaderamente
dominantes durante la mayor parte de ese periodo. Aunque la institución del
Emperador Retirado demostró ser un recurso eficaz para mejorar la situación
económica y política de la familia imperial, naturalmente, también generó un
potencial de tensión entre el emperador oficialmente reinante y el emperador
retirado.
A principios del siglo XII, una rama de la familia Taira demostró su capacidad
militar al controlar la piratería en el Mar Interior y llegó a vincularse al
emperador retirado como su escolta armada personal. En 1156, por primera vez
en siglos, se convocó a la fuerza militar para tratar de resolver una disputa dentro
de la familia imperial. Un líder de la familia Taira llamado Kiyomori (1118-
1181) apoyó al emperador reinante Go-Shirakawa (1127-1192) contra un
emperador retirado, cuyas propias fuerzas armadas provenían en gran parte de la
familia Minamoto. Aunque en la práctica las líneas de batalla nunca se trazaron
con precisión en campamentos familiares separados —era bastante normal que
algunos miembros de una familia lucharan contra otros miembros de su propia
familia—, surgió una gran rivalidad entre los clanes Taira y Minamoto, la cual
estaba destinada a cambiar para siempre el curso de la historia japonesa.
La Guerra Gempei (1180-1185)
En el conflicto de 1156, el emperador Go-Shirakawa apoyado por los Taira fue el
triunfador. Luego abdicó en 1158, convirtiéndose a sí mismo en emperador
retirado. Tras otra disputa armada en 1159-1160 (figura V.3), el principal líder
restante de la familia Minamoto fue asesinado a traición en su baño. Sin
embargo, las vidas de dos de sus hijos fueron perdonadas de forma inesperada.
Uno se salvó, según cuenta la historia, porque Taira Kiyomori quedó cautivado
por la belleza de su madre, mientras que el otro, el hermano mayor, Minamoto
Yoritomo, se salvó porque a la madrastra de Taira Kiyomori le recordó
sentimentalmente a su propio hijo perdido. Aunque la vida de Minamoto
Yoritomo se salvó, fue desterrado a una península en el lejano este, donde pasó
las siguientes dos décadas en el exilio. El este —la gran planicie de Kantō que
circunda lo que ahora es Tokio— se convertiría en su nuevo hogar permanente.
FIGURA V.3. Detalle de uno de los Rollos Heiji, que ilustra un cuento guerrero
japonés que narra la historia del conflicto Heiji, 1159-1160. Periodo Kamakura,
1185-1333. Museo de Bellas Artes, Boston. Werner Forman/ Art Resource,
Nueva York.
Taira Kiyomori comandaba ahora una fuerza militar casi sin rival en la capital
Heian. A pesar de que se mantuvo durante mucho tiempo como subordinado a la
autoridad del emperador retirado, para 1167 Kiyomori había ascendido al cargo
más alto de la corte. En 1171, Kiyomori fraguó el matrimonio de su hija con el
emperador y después esta hija daría al emperador un hijo; en 1180 el nieto del
mismo Taira Kiyomori se convirtió en el emperador reinante (Antoku, r. 11801183). En la cima del poder de Taira Kiyomori, su familia parecía ejercer un
dominio absoluto sobre toda la corte. “En total, más de 60 gobernadores de
provincias, zonas militares y distritos, así como 16 nobles y más de 30
cortesanos, derivaban de su clan. Parecía que todo el mundo estaba gobernado
por sus solos parientes.”⁴³
La única restricción que quedaba para el poder de Taira Kiyomori fue eliminada
por un golpe de Estado en 1179, durante el cual el emperador retirado GoShirakawa fue destituido y puesto bajo arresto domiciliario. Sin embargo, este
golpe de Estado resultó ser demasiado, ya que despertó una oposición dentro de
la familia imperial. En 1180, el hijo de Go-Shirakawa hizo un llamado a las
armas contra los Taira. Este príncipe imperial había sido privado de la
oportunidad de convertirse en emperador a causa de las maniobras de Kiyomori
para poner un nieto Taira en el trono. Aunque el príncipe rebelde fue asesinado
pronto, su llamado fue respondido por un ya adulto Minamoto Yoritomo de la
remota región oriental de Kantō.
Yoritomo declaró independiente a Kanto y los guerreros locales se ofrecieron
ansiosamente para sustituir a los funcionarios designados desde la capital
imperial. Al recompensar a sus guerreros seguidores con tierras confiscadas a los
enemigos o confirmar sus títulos de propiedad existentes, Minamoto Yoritomo
fue capaz de levantar un gran ejército. Pronto estableció su cuartel general en un
lugar llamado Kamakura, en la base de una península en Kantō. La guerra que se
desató ahora entre los guerreros Minamoto del este y las fuerzas Taira con sede
en la corte en el oeste se conoce como la Guerra Gempei (1180-1185). (El
nombre Gempei deriva, de manera bastante confusa, de pronunciaciones
japonesas alternas de los caracteres chinos con los que se escriben Minamoto y
Taira.) La historia de esta guerra se narra en lo que podría ser el mayor de todos
los relatos guerreros japoneses, el Cantar de Heike, libro que se desarrolló a
partir de una tradición de narración oral por parte de monjes ciegos itinerantes
del siglo XIII.
Casi de inmediato, los Taira enviaron una misión expedicionaria a Kanto para
sofocar la rebelión liderada por Minamoto. Sin embargo, las tropas Taira se
asustaron por el ruido hecho por algunas aves en la noche, lo cual pensaron
erróneamente que indicaba un inminente ataque sorpresa, y las fuerzas Taira
huyeron sin siquiera incorporarse a la batalla. Posteriormente, durante los
siguientes tres años, hubo una especie de guerra falsa, ya que Minamoto
Yoritomo estaba más preocupado por consolidar su control de Kantǒ. Durante un
tiempo, incluso parecía posible que Japón pudiera quedar dividido entre el este y
el oeste. En el siglo XII, la planicie de Kanto en el este y la otra gran planicie de
Japón en el oeste cerca de la capital concentraban, entre ambas, alrededor de
40% de la población total de las islas japonesas.
En 1183, la guerra finalmente se reanudó en serio cuando Minamoto Yoritomo
emprendió en ese momento la ofensiva, aunque el propio Yoritomo permaneció
en Kamakura y permitió que otros asumieran el mando táctico en el campo de
batalla. Taira Kiyomori había muerto mientras tanto de una fiebre al inicio de la
guerra en 1181. Los Taira fueron desalojados rápidamente de la capital y
retrocedieron lentamente hacia el oeste hasta el extremo más alejado de la isla
principal. Ahí, en una batalla naval culminante en que intervino una multitud de
pequeñas embarcaciones, en 1185, en un lugar llamado Dan no Ura, los últimos
restos de los Taira fueron aniquilados y el niño emperador se ahogó. El ganador,
Minamoto Yoritomo, hizo después algo extraordinario: se quedó en Kamakura y
no se trasladó a la capital imperial.⁴⁴
El shogunato Kamakura (1185-1333)
La Guerra Gempei resultó ser un gran punto de inflexión en la historia de Japón.
El vencedor, Minamoto Yoritomo, permaneció en su cuartel general en el este en
Kamakura, lo cual llegó a ser conocido como un Bakufu o “gobierno en tienda
de campaña” militar. La corte imperial se mantuvo muy lejos al oeste, en la
antigua capital de Kioto (Heian). Pese a todo, Japón no fue dividido entre ellos
—al menos no en dos partes separadas, aunque continuó la erosión del poder del
gobierno central—. Yoritomo reclamó autoridad directa únicamente sobre su
propia red de guerreros vasallos o “sirvientes”. Consolidó su dominio sobre estos
guerreros reclamando también el derecho a recompensarlos con nombramientos
como administradores de fincas por todo Japón. Con todo, el emperador, en
Kioto, se mantuvo como la fuente del gobierno legítimo.
En 1192, Yoritomo recibió del emperador el título de Sei-i tai-shōgun o “Gran
general pacificador de los bárbaros”. Este título es acortado comúnmente de
manera simple como shogún (shōgun). Yoritomo fue el primer shogún de Japón.
Es claro que en las últimas décadas del siglo XII Japón había cruzado un umbral
importante, pasando del periodo Heian de gobierno centralizado, civil y
aristócrata, a una época de gobierno militar cada vez más descentralizado en la
era de los shogunes. Como signo de esos tiempos radicalmente distintos, entre
1200 y 1840, ningún emperador japonés parece haber ostentado lo que
consideramos ahora como el título imperial común, Tennō.⁴⁵
Estos cambios no fueron percibidos necesariamente en ese entonces como lo que
podríamos llamar “progreso”. Muy por el contrario: había un sentimiento
generalizado de declive. Se hizo común para los budistas hablar de haber entrado
en la “última era de la ley”, cuando las enseñanzas de Buda habían alcanzado
una etapa final de la decadencia humana. El tema de la melancolía del Cantar de
Heike trataba de la victoria de toscos guerreros del este sobre los culturalmente
sofisticados Taira de la corte imperial. Los guerreros japoneses no tenían aún un
monopolio especial sobre la portación de armas o la montura de caballos y a
menudo seguían siendo individuos bastante rústicos. A su vez, los nobles de la
corte todavía personificaban el refinamiento cultural y el prestigio social.
Minamoto Yoritomo debía su propia imponente estatura más a su ascendencia
imperial que a cualquier habilidad particular como guerrero.
Sin embargo, las percepciones no son necesariamente realidades. También hubo
signos de una evolución más positiva en el periodo Kamakura, incluyendo una
reducción de la brecha entre la alta cultura de la élite y la de los plebeyos
ordinarios gracias a la predicación popular budista y la nueva literatura, a
menudo oral, de los relatos guerreros. Una costumbre japonesa especialmente
atractiva —el baño regular— también se hizo manifiesta primero ahora con la
aparición de baños públicos en los monasterios a partir del siglo XIII. Los
mercados locales comenzaron a difundirse en el siglo XIII y un nuevo excedente
agrícola se acumuló y empezó a ser vendido en lo que era una economía en
efectivo cada vez más monetizada.⁴
El dinero en efectivo llegó en forma de monedas de cobre chinas, importadas
desde el continente en grandes cantidades. No sería sino hasta el siglo XVI en
que volverían a acuñarse monedas en Japón. A pesar de la trayectoria única
seguida por los avances en la historia de Japón durante la era de los shogunes y
los samuráis, el contacto con otras partes de Asia oriental siguió siendo
importante. La sociedad guerrera japonesa era, de hecho, más profundamente
confuciana en sus valores éticos que lo que lo había sido la antigua aristocracia
del periodo Heian. Los relatos de guerra, por ejemplo, hacían hincapié en las
relaciones de los guerreros con sus señores en términos del ideal confuciano de
la lealtad. Incluso la idea budista de la “última era de la ley” había sido
desarrollada por primera vez en China.
Avances importantes en el budismo japonés de este periodo fueron a menudo
extensiones de influencias chinas. Por ejemplo, Hōnen (1133-1212) fue un
monje japonés de la gran secta Tendai perteneciente al complejo del templo
ubicado en el monte Hiei, la montaña más alta que domina Kioto en el noreste.
Como vivió en tiempos de la Guerra Gempei, le resultaba muy fácil creer que la
“última era de la ley” estaba a la mano, un momento en el que la salvación ya no
era posible sino por la fe en la compasión de los bodhisattvas. Hōnen comenzó a
predicar un inspirado mensaje sobre la salvación universal a través de la
intervención del bodhisattva Amitabha, con su promesa de renacimiento para los
fieles en la Tierra Pura. Todo lo que había que hacer era recitar sinceramente:
“He puesto mi fe en el Buddha Amitābha” (en japonés, Namu Amida Butsu).
Aunque Hōnen fue expulsado del monte Hiei debido a una controversia en 1207,
su exilio sólo sirvió para difundir aún más su mensaje de fe mientras viajaba y
predicaba más allá de la capital. Después de su muerte, aunque la creencia en
Amitābha y la Tierra Pura se había difundido durante mucho tiempo por toda
Asia oriental, los seguidores de Hōnen establecieron una característica secta de
la Tierra Pura (Jōdo), la cual consiguió a la larga el mayor número de seguidores
budistas en Japón.
El budismo zen (en chino, Chan) era especialmente bien recibido por el
shogunato de Kamakura como una manera de transformar a los rudos guerreros
de Kantō, en el este, en pioneros de nuevas modas refinadas, tanto seculares
como sacras, importadas del continente. Al final del periodo Kamakura había
más de 200 monjes chinos viviendo en Japón y cientos de monjes japoneses
habían hecho el viaje a China.⁴⁷ Este budismo zen contribuyó mucho para definir
lo que hoy consideramos como los gustos característicamente “japoneses” por la
poesía, los jardines de rocas, el té, la pintura monocromática y la arquitectura.
A pesar de estos continuos contactos continentales, hay que destacar que todo
esto se produjo en el contexto de una cultura todavía muy singularmente
japonesa que evolucionaba, además, en aquel momento, a lo largo de líneas
independientes que curiosamente, en algunos aspectos, incluso podría decirse
que se hacían un mejor eco de ciertos avances de la Europa occidental medieval
contemporánea que de los de China. Las islas japonesas se mantenían separadas
de la parte continental de Asia oriental. Aun así, aunque fueron repelidas con
éxito, las invasiones mongolas de 1274 y 1281 fueron también un recordatorio
de que aquellas islas no existían en realidad de forma aislada. Como secuela, los
japoneses comenzaron a ser otra vez algo más activos allende los mares.
Inicialmente, gran parte de esta actividad adoptó la forma de piratería, dirigida
primero en especial contra la península de Corea. En 1350, una flota de 100
barcos piratas japoneses desembarcó en la costa de Corea y los piratas japoneses
volvieron a Corea cinco veces más ese mismo año. Como ya hemos visto, la
piratería japonesa cumplió un papel en el establecimiento de la nueva dinastía
Chōson de Corea en 1392. El legado de las invasiones mongolas también dejó
mucha insatisfacción interna en Japón porque de la victoria se habían obtenido
muy pocos botines con los cuales recompensar a los guerreros que habían
vencido a los mongoles. Expulsar a los invasores mongoles no generó, después
de todo, nuevas tierras para repartir.
Minamoto Yoritomo murió en 1199 y su viuda vivió durante otro cuarto de siglo.
Ella se convirtió en el verdadero poder —a veces llamada la “Monja Shogún”—.
Era implacable e incluso se ha llegado a sospechar que maquinó el fin de la línea
directa de descendientes de Minamoto Yoritomo con el asesinato de su propio
hijo más joven en 1219. El término del linaje de Yoritomo dejó a la propia
familia de ella, los Hōjō, en una posición desde la cual controlar el shogunato de
Kamakura como regentes. Sin embargo, como es natural, otros de los principales
vasallos Kamakura tendían a resentir semejante dominio de la familia Hōjō.
Muromachi (1333-1568)
Para que un emperador se rebele, las circunstancias deben ser inusuales, pero eso
es lo que sucedió después. Entre dos ramas de la familia imperial había surgido
una disputa por la sucesión, la cual se resolvió con un acuerdo para alternar el
trono entre las dos líneas después de 1290. Sin embargo, en lugar de abdicar a
favor de esa otra rama de su propia familia, en 1331, el emperador Go-Daigo (r.
1318-1339) se rebeló. El shogunato Kamakura pudo haber tenido los recursos
militares para contener a este emperador rebelde pero, en lugar de esto,
demasiados guerreros se unieron a la causa imperial. Incluso desertaron algunos
de los principales vasallos propios de Kamakura, incluyendo a un hombre
llamado Ashikaga Takauji (1305-1358). La madre de Takauji pertenecía a la
familia Hōjō de regentes de Kamakura y él decía descender de una rama de la
familia Minamoto. Con tales líderes vasallos volviéndose en contra suya, en
1333, la ciudad de Kamakura fue incendiada, la familia Hōjō y el resto de sus
criados fieles se suicidaron en masa y el shogunato de Kamakura llegó a su fin.
La aspiración del emperador Go-Daigo no era simplemente conservar el trono,
sino lograr una verdadera restauración imperial: un regreso al poder real que
pasara de los cuarteles militares de los shogunes al gobierno imperial central.
Por lo tanto, el emperador Go-Daigo convirtió a su propio hijo en shogún y
combinó las oficinas previamente separadas del gobernador provincial civil y
militar en una sola oficina nueva que sería nombrada por el emperador en vez
del shogún. Sin embargo, como es natural, los principales guerreros no estaban
de acuerdo con ser excluidos por esta disposición imperial y las rivalidades entre
los grandes guerreros también crearon fisuras en la corte. En 1336, Ashikaga
Takauji expulsó por la fuerza al emperador de Kioto, entronizó a un nuevo
emperador de su propia elección y se hizo nombrar shogún en 1338. Así, Takauji
se convirtió en el primero de una nueva línea de shogunes Ashikaga. Este
shogunato Ashikaga se conoce también como el periodo Muromachi por el
nombre de la zona de Kioto donde los shogunes Ashikaga establecieron su
cuartel general.
Pero el emperador Go-Daigo no cedió. Después de ser expulsado de la capital, se
refugió en un lugar al sur de Kioto llamado Yoshino. Ahora había dos cortes
imperiales rivales y la guerra esporádica entre estas “dinastías del Norte y del
Sur” continuaría durante más de medio siglo, hasta 1392. No obstante, las
cuestiones referentes a la legitimidad imperial dependían ahora de la ambición
personal, ya que los guerreros utilizaban el pretexto de la lealtad a uno u otro
emperador para atacar a sus vecinos y adquirir tierras. En 1351, incluso el propio
Ashikaga Takauji cambió de bando, después de que su hermano había obtenido
temporalmente el control de Kioto. Una vez que Takauji hubo derrotado y
matado a su hermano, cambió de bando nuevamente. Se ha observado que el
ascenso de Takauji se materializó por medio de tres traiciones: primero la de
Kamakura, luego la del emperador Go-Daigo y finalmente la de su propio
hermano. Japón estaba entrando en una época de inestabilidad cuando se volvió
un lugar común que los vasallos derrocaran a traición a sus señores.
Ashikaga Takauji regresó la sede del poder a la capital imperial de Kioto, aunque
se aseguró de que el poder real permaneciera en manos del shogún en lugar de
las del emperador. Kioto floreció una vez más y los shogunes Ashikaga fueron
capaces entonces de aprovechar una economía comercial urbana en crecimiento.
Para el momento en que se reunificaron las cortes de las dinastías del Norte y del
Sur en 1392 bajo el tercer shogún, Ashikaga, Yoshimitsu (1358-1408), la mayor
parte de los ingresos del shogunato procedía de hecho del comercio: de los
impuestos a los embarques, de las puertas de las murallas y los mercados y de
acaudalados prestamistas y fabricantes de sake. Yoshimitsu también patrocinó el
comercio con China, acercándose a la dinastía Ming con una solicitud de
reanudación de las relaciones de amistad en 1401. La dinastía Ming interpretó
sus lujosos regalos como tributo y, en 1403, los Ming incluso confirieron a
Yoshimitsu el título de “rey de Japón” (cuyo recuerdo ha indignado a los
nacionalistas japoneses modernos, ya que pasa por alto al legítimo emperador
japonés). Esta prosperidad comercial posibilitó que Yoshimitsu construyera su
legendario Pabellón Dorado (Kinkaku-ji) en 1397, un retiro literalmente dorado
en los suburbios del noroeste de Kioto (figura V.4).
Aun así, incluso en su apogeo, el control del shogunato Ashikaga sobre el campo
más allá de Kioto fue limitado. Ashikaga Takauji había trabajado para nombrar a
muchos de sus propios familiares como gobernadores provinciales, pero ésta era
una época en que ni siquiera se podía confiar en la lealtad de la familia, y los
gobernadores provinciales —o sus suplentes— tendían a convertirse en señores
regionales independientes. Después del asesinato del sexto shogún Ashikaga en
1441, el poder de los shogunes terminó en efecto. Como lo explicó en 1482 el
shogún Yoshimasa (m. 1490), “los daimios hacen lo que les place y no siguen
órdenes. Esto significa que no puede haber gobierno”.⁴⁸
Esta palabra, daimyō, era un término relativamente nuevo que seguiría siendo
importante en Japón hasta finales del siglo XIX. Literalmente significa “gran
nombre” y se refiere a los dueños de muchos arrozales. A diferencia de las
antiguas fincas aristocráticas de los periodos Heian y Kamakura, las cuales
habían estado dispersas por muchos lugares e implicaban una complicada
jerarquía de derechos de producción que culminaba en grandes nobles de la corte
o en templos, las tierras de estos nuevos daimios eran ahora territorios
compactos consolidados y dominados de manera inmediata por jefes memilitares
desde castillos muy fortificados. Estos daimios ejercían una autoridad, en gran
medida independiente, sobre dominios que incluso llegaron a ser conocidos
como “países” (kokka).
FIGURA V.4. Templo del Pabellón de Oro (Kinkaku-ji), construido
originalmente en 1397, pero incendiado y reconstruido en el siglo XX. Kioto,
Japón. Werner Forman/Art Resource, Nueva York.
Una disputa entre las familias Hosokawa y Yamana sobre quién habría de
suceder a Yoshimasa como shogún desembocó en el conflicto llamado Guerra de
Ōnin en 1467 (1467-1477). Esta guerra duró una década e involucró a cientos de
miles de guerreros, pero se peleó, en su mayor parte, en las calles de Kioto y ni
el shogún ni el emperador intervinieron en su conducción. Entre las batallas,
Kioto quedó reducida a dos campos con murallas y fosos, separados por unos
800 metros. Gran parte del resto de la ciudad fue destruida por el fuego. Tal
como lo registró un contemporáneo: “A lo largo de nuestra tierra carbonizada, se
ha extinguido todo rastro humano. Por cuadras enteras, las aves son el único
signo de vida”.⁴
Al haber sido notoriamente incompetente para contener a los guerreros
pendencieros que devastaron su capital, como resultado de la Guerra de Ōnin, el
shogún Yoshimasa se retiró a su villa en la zona de las Montañas Orientales
(Higashiyama) en el noreste de Kioto. Allí cultivó las artes y construyó un
Pabellón de Plata (Ginkaku-ji) intencionalmente rústico, al cual se mudó en
1483. A pesar de que se le llama Pabellón de Plata, en realidad nunca estuvo
cubierto por hojas de plata —una omisión que sólo intensificó el contraste con la
extravagancia del más viejo y ostentoso Pabellón de Oro de Yoshimitsu al otro
lado del pueblo—.
Si Yoshimasa fue un fracaso como líder guerrero, en cambio resultó un
sobresaliente mecenas de las artes. Yoshimasa de hecho ayudó a establecer
muchos de los estilos culturales que nosotros hemos llegado a considerar como
“tradicionalmente japoneses”. Éstos incluían una estética consciente de
simplicidad rústica. El Pabellón de Plata de Yoshimasa se convirtió en una
especie de modelo de la casa “tradicional” japonesa, incluyendo toques tan
característicos como las esteras de tatami en los pisos (las cuales se difundieron
sólo hasta el siglo XV), las divisiones internas de papel que se deslizan llamadas
shōji, una habitación especial para la exhibición de obras de arte (el tokonama) y
los estantes de pared escalonados. Otros rasgos de la cultura tradicional japonesa
que se cultivaron particularmente en este periodo, si no es que de hecho se
inventaron, son el teatro Nō (desarrollado en el siglo XIV tardío y comienzos del
siglo XV a partir de espectáculos más antiguos), el arte del arreglo floral
(ikebana), los jardines de arena rastrillada y la poesía de verso ligado (renga).
Aunque la costumbre de beber té había sido introducida desde China algunos
siglos antes, el primer uso conocido de la palabra japonesa para la ceremonia del
té, chanoyu, aparece en 1469, y el característico arte del té japonés maduró en la
época y en compañía del shogún Yoshimasa.⁵ (Otros aspectos de la cultura
“tradicional” japonesa son aún más recientes, como el teatro Kabuki, las geishas,
el “Camino del Guerrero”, o bushidō, y estilos de cocina como el tempura y el
sushi.)
Kioto fue devastada por la Guerra de (Ōnin y, como consecuencia de ella, los
grandes señores y sus guerreros regresaron a sus provincias, dejando detrás a un
shogún y a un emperador ahora sin poder. Aunque el último shogún Ashikaga no
sería expulsado de Kioto sino hasta 1573, después de 1467 simplemente no
existió un gobierno central efectivo en Japón. El siglo que siguió a la Guerra de
Ōnin es llamado frecuentemente el periodo de los Estados Combatientes. Fue un
siglo de conflictos y de una casi total descentralización. En las provincias, los
gobernantes eran incapaces de controlar a sus propios subordinados, quienes a su
vez enfrentaban a menudo una insubordinación parecida por parte de sus
subalternos. Como lo relató un observador europeo en 1580, Japón estaba
“continuamente desgarrado por las guerras civiles y las traiciones, y tampoco
hay un señor que esté seguro en sus dominios. Ésta es la razón por la que Japón
nunca es un todo estable, sino que siempre está girando como una rueda; quien
ahora es un gran señor, puede ser un pobre don nadie mañana”.⁵¹
La sociedad rural, mientras tanto, se reorganizó a sí misma a partir de residencias
agrícolas dispersas en pueblos más compactos, en un inicio frecuentemente con
una intención defensiva. Aunque los samuráis habían sido originalmente
empleados domésticos de los altos nobles cortesanos, ahora muchos campesinos
adinerados que llegaban a poseer espadas, un terreno pequeño y vínculos de
vasallaje hacia algún señor, comenzaron a llamarse a sí mismos samuráis. Al
menos en algunos lugares, los samuráis debieron haber conformado hasta 20%
de la población rural.
Sin embargo, a medida que la descentralización alcanzaba un punto extremo,
algunos de los más exitosos y enérgicos de los 200 o 300 daimios que se
repartieron entre ellos las islas japonesas al inicio del siglo XVI, comenzaron a
revertir el proceso y a consolidar su control sobre las tierras y los guerreros
vecinos. Algunos daimios comenzaron a hacer avalúos sistemáticos de la tierra
para convertir sus dominios en unidades económicas más integradas. Los
ingresos de los vasallos comenzaron a tasarse gradualmente en unidades
estandarizadas (llamadas koku) y, con el tiempo, esto se convirtió en un salario
real cuando los daimios comenzaron a sacar a los samuráis del campo y a
instalarlos en residencias permanentes como guarniciones en el castillo del
daimio. En el siglo XVI, algunos daimios comenzaron incluso a acuñar su propia
moneda y la creciente monetización de la economía impulsó la movilización de
fuerzas armadas aún más grandes y la construcción de fortificaciones aún más
extensas. En 1568, un daimio llamado Oda Nobunaga (1534-1582) marchó hacia
Kioto y así comenzó la gran edad de la reunificación japonesa.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Un excelente estudio completo de todo el periodo imperial tardío en China es el
de Frederick W. Mote, Imperial China: 900-1800, Harvard University Press,
Cambridge, 1999.
Sobre la China de la dinastía Song y las más grandes transformaciones
culturales, sociales, económicas e intelectuales del imperio tardío, véanse Peter
K. Bol, “This Culture of Ours”: Intellectual Transitions in T’ang and Sung
China, Stanford University Press, Stanford, 1992; John W. Chaffee, The Thorny
Gates of Learning in Sung China: A Social History of the Examinations, State
University of New York Press, Binghamton, 1995; Edward L. Davis, Society and
the Supernatural in Song China, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2001;
Dieter Kuhn, The Age of Confucian Rule: The Song Transformation of China,
Harvard University Press, Cambridge, 2009, y Linda A. Walton, Academies and
Society in Southern Sung China, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 1999.
Sobre las mujeres en la China imperial tardía, véase especialmente Patricia
Buckley Ebrey, The Inner Quarters: Marriage and the Lives of Chinese Women
in the Sung Period, University of California Press, Berkeley, 1993. Para una
introducción accesible a la China de la dinastía Song, véase Jacques Gernet,
Daily Life in China on the Eve of the Mongol Invasion, 1250-1276, H. M.
Wright (trad.), Stanford University Press, Stanford (1959), 1970.
Sobre pintura y las bellas artes, que alcanzaron un alto grado de
perfeccionamiento durante la dinastía Song, véanse James Cahill, Chinese
Painting, Rizzoli, Nueva York (1960), 1985, y Sherman E. Lee, A History of Far
Eastern Art, 5a ed., Prentice Hall, Nueva York, 1994.
Sobre el periodo mongol, véase Herbert Franke y Denis Twitchett (eds.), The
Cambridge History of China, vol. 6: Alien Regimes and Border States, 9071368, Cambridge University Press, Cambridge, 1994. Véanse también John W.
Dardess, Conquerors and Confucians: Aspects of Political Change in Late Yüan
China, Columbia University Press, Nueva York, 1973, y Morris Rossabi,
Khubilai Khan: His Life and Times, University of California Press, Berkeley,
1988.
Acerca de la dinastía Ming temprana, véanse Edward L. Farmer, Early Ming
Government: The Evolution of Dual Capitals, East Asian Research Center,
Harvard University Cambridge, 1976, y Louise Levathes, When China Ruled the
Seas: The Treasure Fleet of the Dragon Throne, 1405-1433, Oxford University
Press, Nueva York, 1994.
Respecto a Corea en los siglos X al XVI, véanse The Korean Approach to Zen:
The Collected Works of Chinul, Robert E. Buswell Jr. (trad.), University of
Hawai‘i Press, Honolulu, 1983; Martina Deuchler, The Confucian
Transformation of Korea: A Study of Society and Ideology, Harvard University
Press, Cambridge, 1992; Kichung Kim, An Introduction to Classical Korean
Literature: From Hyangga to P’ansori, M. E. Sharpe, Armonk, 1996, y Michael
C. Rogers, “National Consciousness in Medieval Korea: The Impact of Liao and
Chin on Koryǒ”, en Morris Rossabi (ed.), China among Equals: The Middle
Kingdom and Its Neighbors, 10th-14th Centuries, University of California Press,
Berkeley, 1983.
Una espléndida revisión general de Japón en este periodo es la de Pierre
François Souyri, The World Turned Upside Down: Medieval Japanese Society,
Käthe Roth (trad.), Columbia University Press, Nueva York (1998), 2001. Para
un caso de estudio más restringido pero fascinante, véase Mimi Hall
Yiengpruksawan, Hiraizumi: Buddhist Art and Regional Politics in Twelfthcentury Japan, Harvard University Asia Center, Cambridge, 1998.
Entre los estudios centrados en el ascenso de la clase guerrera en Japón se
incluyen William Wayne Farris, Heavenly Warriors: The Evolution of Japan’s
Military, 500-1300, Harvard University Press, Cambridge, 1992; Karl F. Friday,
Hired Swords: The Rise of Private Warrior Power in Early Japan, Stanford
University Press, Stanford, 1992; Rizo Takeuchi, “The Rise of the Warriors”, en
Donald H. Shively y William H. McCullough (eds.), The Cambridge History of
Japan; vol. 2, Heian Japan, Cambridge University Press, Cambridge, 1999, y H.
Paul Varley, Warriors of Japan as Portrayed in the War Tales, University of
Hawai‘i Press, Honolulu, 1994.
La principal autoridad en lengua inglesa sobre el periodo Kamakura de Japón es
Jeffrey P. Mass. Véase su Yoritomo and the Founding of the First Bakufu: The
Origins of Dual Government in Japan, Stanford University Press, Stanford,
1999. Para el periodo Muromachi, véanse Mary Elizabeth Berry, The Culture of
Civil War in Kyoto, University of California Press, Berkeley, 1994; Kenneth A.
Grossberg, Japan’s Renaissance: The Politics of the Muromachi Bakufu, Cornell
University Press, Ithaca (1981), 2000, y John Whitney Hall y Toyoda Takeshi
(eds.), Japan in the Muromachi Age, University of California Press, Berkeley,
1977.
Para una historia institucional de Japón, véanse Martin Collcutt, Five Mountains:
The Rinzai Zen Monastic Institution in Medieval Japan, Council on East Asian
Studies, Harvard University Press, Cambridge, 1981, y John W. Hall y Jeffrey P.
Mass (eds.), Medieval Japan: Essays in Institutional History, Stanford University
Press, Stanford, 1974.
Sobre la cultura japonesa durante este periodo, los siguientes libros son muy
recomendables: Donald Keene, Yoshimasa and the Silver Pavilion: The Creation
of the Soul of Japan, Columbia University Press, Nueva York, 2003, y William
R. LaFleur, The Karma of Words: Buddhism and the Literary Arts in Medieval
Japan, University of California Press, Berkeley, 1983.
VI. LA MODERNIDAD TEMPRANA EN ASIA ORIENTAL
(SIGLOS XVI-XVIII)
LA CHINA DEL PERIODO TARDÍO DE LA DINASTÍA MING ([1368-]
SIGLO XVI-1644)
Y LA DINASTÍA QING (1644-SIGLO XVIII [-1912])¹
La cultura de consumo en el periodo tardío de la dinastía Ming
La sola sugerencia de que Asia oriental haya tenido una modernidad temprana
sigue siendo un tanto polémica. La palabra moderno viene del latín tardío, y el
concepto de modernidad surgió originalmente en el contexto específico de la
historia europea.² Además, no se puede negar el impulso de Occidente en
moldear aquello que concebimos como el mundo moderno. En lo que concierne
a las civilizaciones no occidentales, hay una tendencia natural a preferir
imaginarlas como sociedades que habían sido siempre estáticas y tradicionales,
desde una suerte de comienzo primordial hasta una época relativamente reciente
en que al fin comenzó el proceso de modernización (a menudo entendido como
sinónimo de occidentalización) a consecuencia del contacto con el Occidente
moderno. Todavía es común dividir la historia de Asia oriental en sólo dos
grandes etapas, la premoderna y la moderna, con un periodo de transición
ubicado en algún momento del siglo XIX. Pero, paradójicamente, el uso del
papel moneda, la imprenta, la pólvora, la urbanización, el comercio mercantil, la
administración burocrática compleja y un orden sociopolítico meritocrático
relativamente fluido, basado en un sistema de exámenes, son todas
características que hacen que la China de la dinastía Song (960-1279) parezca
curiosamente moderna, ¡y esto ocurrió hace 1 000 años! La idea de que Asia
oriental era invariablemente estática es, a todas luces, una fantasía que se
sostiene sólo por una falta de conocimiento histórico.
Si se reconoce la transformación histórica a largo plazo del mundo no occidental,
otra perspectiva común es la que asume que naturalmente debe de haber seguido
la familiar secuencia histórica europea de tres etapas: la antigua, la medieval y la
moderna. A menudo se asume que esta secuencia es universal y se aplica de
manera bastante mecánica a, por ejemplo, la historia de Asia oriental. Pero da la
casualidad de que, en Asia oriental, el caso de Japón representa en realidad uno
de los paralelos más cercanos a esta curva de desarrollo europea que se puedan
encontrar en la historia universal. Entre su Antigüedad clásica y sus tiempos
modernos, Japón atravesó por una etapa feudal intermedia que era
perturbadoramente reminiscente (aunque de forma imperfecta) de la Edad Media
europea.³ No obstante, ni China ni Corea se ajustan aunque sea remotamente
bien a esta fórmula europea de tres etapas. Si bien es cierto que ha habido
muchos puntos en común en la historia global de la humanidad —sobre todo en
el mundo antiguo de Eurasia, que siempre mantuvo algún grado de intercambio
continuo— es tal vez erróneo asumir que se puede construir un modelo universal
exclusivamente con base en los detalles de algún caso particular. Cada sociedad
local es hasta cierto punto única y sería presuntuoso pensar que alguna de ellas
representa una norma universal.
Aun así, acaso por ese proceso continuo (aunque con frecuencia lento y
limitado) de interacción transcultural, sí parece haber algunas trayectorias
generales compartidas en la historia del mundo euroasiático antiguo. Hay unas
cuantas similitudes sugerentes, que comienzan en particular en el siglo XVI,
entre Europa occidental y tanto China como Japón que permiten argumentar que
es por lo menos plausible que estas regiones formaran parte de una edad
moderna euroasiática temprana más general. Estos paralelismos incluyen tanto
momentos de aparente convergencia como de contacto real. En China, los
indicadores de tal modernidad temprana incluyen la aparición de una cultura de
consumo comercializada en la etapa tardía de la dinastía Ming y en la forjadura
de un vasto nuevo “imperio de la pólvora” durante la subsiguiente dinastía Qing.
El juicio convencional que se hace de la dinastía Ming es que era
irremediablemente aislacionista. Bajo el mandato del primer emperador Ming
era necesario tener un documento especial para viajar a cualquier lugar que
quedara a más de 50 kilómetros de casa y viajar al extranjero sin permiso oficial
se castigaba con la muerte. Más aún, los moralistas confucianos se inclinaban a
condenar el crecimiento del comercio durante esta dinastía como una decadencia
del orden ideal establecido por el fundador dinástico. Sin embargo, sin importar
si los moralistas confucianos daban o no su aprobación, el comercio privado no
dejó de florecer en el periodo tardío de la dinastía Ming. Fue precisamente
porque el gobierno no entendía ni estaba de acuerdo con ella que esta forma de
comercio se llevó a cabo en gran parte fuera de su esfera de vigilancia. La
comercialización Ming puede describirse entonces como un laissez-faire en parte
por accidente y en parte por omisión. No obstante, en algunos casos la actitud
del gobierno Ming puede haber sido deliberadamente la de un laissez-faire: en
un texto escrito en la década de 1580 por un funcionario de la etapa tardía, éste
presumía, por ejemplo, de cómo una reducción de los impuestos comerciales en
Nanjing no sólo redundaba en un incremento del comercio ¡sino que también
causaba un aumento neto en la recaudación de impuestos!⁴
Debido al enorme tamaño de China, la mayor parte de su comercio siempre ha
sido interno. Sin darse cuenta, el gobierno Ming ayudó a facilitar el comercio
interno al volver a abrir y darle mantenimiento al Gran Canal. Unas 12 000
embarcaciones del gobierno navegaban por este canal para llevar granos
recolectados como impuestos desde el sur hasta la capital, Beijing, en el norte, y
las barcas privadas que también aprovecharon esta vía fluvial creada por el
hombre, así como los otros ríos y canales del sur de China, eran incontables. La
creciente especialización económica estimuló aún más el comercio interno
interregional. Por ejemplo, la concentración de cultivos de algodón para la
producción textil en el área baja del río Yang-tse generó una demanda local de
grano comestible importado que se satisfacía con embarques de arroz que venían
de zonas más altas del afluente. Para la década de 1730, esos cargamentos habían
alcanzado un volumen que excedía los 450 000 millones de kilos al año.⁵ La
invención, que se dio por lo menos hacia la era Ming, del ábaco, aquella
invaluable herramienta comercial, es otro indicador del crecimiento en la
comercialización. La movilidad posibilitada por las facilidades en el transporte
también impulsó un turismo recreativo en una escala cada vez mayor. Para el
periodo tardío de la dinastía Ming, ya se había vuelto cosa común quejarse de
que las “multitudes de turistas” y los vendedores de recuerdos de viaje estaban
echando a perder las atracciones turísticas.
En el mar frente a la costa Ming, en un día cualquiera, podían encontrarse hasta
1 200 barcos.⁷ Aunque gran parte de los embarques costeros estaban destinados
para fines internos, el volumen del comercio internacional también era
sustancial. Sin embargo, dado que el gobierno Ming veía el comercio
internacional con desconfianza, gran parte de ese tráfico operaba fuera de la ley,
incluyendo tanto contrabando como piratería. La contradicción entre el comercio
creciente y las restricciones gubernamentales al mismo alcanzó su clímax en un
periodo de supuestos ataques de piratas japoneses (en japonés, Wakō; en chino,
Wokou) a lo largo de la costa Ming, especialmente en las décadas de 1540 y
1550. Aunque entre estos piratas ciertamente había japoneses, muchos de estos
saqueadores marinos eran en realidad chinos o coreanos.
El shogún Yoshimitsu inauguró el comercio autorizado oficialmente entre la
dinastía Ming y Japón en 1401, pero a una escala todavía muy limitada, y es
probable que los comerciantes que no tenían los sellos oficiales necesarios hayan
sido siempre mucho más numerosos. Desarrollaron un floreciente comercio
contrabandista con los Ming. Los productos de lujo importados de Japón, en
especial los objetos lacados y los trabajos en metal, se convirtieron en artículos
de moda del consumo en el periodo tardío de la dinastía Ming. Además de las
importaciones japonesas, había también otros artículos aún más exóticos como
babosas marinas comestibles del este de Indonesia y Australia e incluso pavos
americanos.⁸
El pavo ha seguido siendo siempre una criatura relativamente exótica en China,
pero ya desde el siglo XVII otro producto nativo de América, el tabaco, se estaba
empezando a volver genuinamente popular. Durante los primeros 142 años de la
dinastía Ming, el único comercio exterior reconocido legalmente había sido el
que se conducía bajo la rúbrica de las misiones formales de tributo diplomático
(aunque éstas eran a veces meros pretextos ficticios para el comercio y había
muchas actividades comerciales extralegales), pero en 1509, Cantón se abrió
legalmente a comerciantes privados de países tributarios y, en 1567, un puerto de
la provincia de Fujian se abrió a los comerciantes privados chinos. Para
entonces también los portugueses eran ya una presencia permanente en la costa
del sureste chino. Las condiciones estaban cambiando de manera significativa y
ahora China se veía arrastrada, por primera vez, a las rutas comerciales
verdaderamente globales abiertas por la gran Edad de Exploración europea de la
modernidad temprana.
El primer arribo portugués al sur de China tuvo lugar, probablemente, en 1513
(si bien los primeros portugueses llegaron al parecer como pasajeros de navíos
asiáticos y la primera embarcación realmente europea tal vez no llegó sino hasta
1517). Debido a malentendidos de ambas partes, las relaciones de Portugal con
la China Ming tuvieron un mal comienzo, pero para 1557 los portugueses tenían
una base permanente en suelo chino en Macao, una pequeña península cercana a
la desembocadura del río que conduce a Cantón, al otro lado de lo que después
se convertiría en la colonia británica de Hong Kong (véase el mapa XII.1).
Macao permanecería bajo jurisdicción portuguesa hasta el final del siglo XX.
Para la década de 1560, las restricciones oficiales de la dinastía Ming al
comercio marítimo estaban empezando a relajarse y a los portugueses se les
unieron pronto los españoles, que habían establecido una base en Manila, en
Filipinas, en 1571.
En el siglo XVI, la mayor parte de las ganancias que obtenían los portugueses
del comercio en Asia provenían del manejo de embarques entre destinos
asiáticos más que del comercio entre Asia y Europa. Con sus habilidades como
marineros y navegantes (y su poderoso armamento naval), los europeos se
habían ganado un nicho importante en ciertas antiguas rutas comerciales
asiáticas, junto con gente proveniente del sureste de Asia y la India, así como
árabes y chinos. Aun así, para este momento los europeos todavía estaban lejos
de ser dominantes, por lo menos en cuanto a volumen. Por ejemplo, las armas de
fuego portuguesas llegaron por primera vez a Japón en 1543 con tres
comerciantes portugueses que casualmente iban a bordo de un barco chino al que
el viento había desviado de su curso hasta una isla japonesa (Tanegashima). Ni
siquiera es seguro si las armas que introdujeron habían sido fabricadas en Europa
o en el Medio Oriente. El misionero cristiano pionero en Japón, san Francisco
Xavier (1506-1552), también llegó a tierras japonesas a bordo de una nave china,
no europea.¹ Los comerciantes chinos, que se habían dispersado a lo largo del
sureste de Asia en gran número especialmente a partir de 1500, aún dominaban
gran parte del comercio minorista de la región. Por ejemplo, en la Manila
española hubo, entre 1571 y 1600, un promedio anual de 7 000 visitantes chinos
comparados con la población residente de españoles y mexicanos que
gobernaban la isla y cuyo número ascendía a menos de 1 000 personas.¹¹
Andre Gunder Frank argumentó recientemente que Europa, en su Edad de
Exploración moderna temprana, no arrastró al resto del mundo a un sistema
económico eurocéntrico, al menos no al principio. “En cambio, Europa se unió
tardíamente […] a una economía mundial preexistente”, en la cual, si algún lugar
podía considerarse “central” antes de aproximadamente 1800, éste “era China”.
Es más, los europeos de la modernidad temprana todavía no tenían un producto
que se vendiera de manera consistente en China, a excepción del dinero en sí.
Pero en lo concerniente al efectivo, los europeos tuvieron suerte. Entre 1492 y
1800, alrededor de 85% de la plata y 70% del oro de las reservas del mundo
venían de las nuevas colonias europeas en América.¹² En la China Ming, la plata
en bruto era literalmente dinero y los europeos de la modernidad temprana
usaron una buena parte de la plata del Nuevo Mundo para pagar por
importaciones de productos chinos de lujo como porcelana, seda, artículos
lacados y (más tarde) té.
Los neerlandeses se convirtieron en el poder europeo más dinámico en aguas del
Pacífico en el siglo XVII y si bien su atención se centró en lo que ahora
llamamos Indonesia, también intentaron comerciar con China. Durante la
primera mitad del siglo XVII, los neerlandeses importaron alrededor de tres
millones de piezas de porcelana china a Europa y establecieron un exitoso puesto
de avanzada en la isla de Taiwán. En Taiwán, los neerlandeses erigieron su
segunda fortaleza más grande en Asia y ahí compraban seda a mercaderes chinos
para cambiarla por plata en Japón.¹³ Esta base neerlandesa en Taiwán se mantuvo
durante cuatro décadas (1624-1662) y fue, irónicamente, responsable de alentar a
los ancestros del pueblo que hoy llamamos “taiwanés” (que eran distintos de los
habitantes nativos, que ya se encontraban ahí) para que poblaran la isla. Sin
embargo, los neerlandeses fueron expulsados de Taiwán en 1662 por un
pintoresco filibustero chino llamado Zheng Chenggong (conocido en Europa
como Koxinga, 1624-1662), hijo de un chino cristiano y una madre japonesa,
que se convirtió en el primer gobernante chino de Taiwán.¹⁴ Más o menos
después de 1690, los neerlandeses desistieron en general de siquiera intentar
comerciar directamente con China, pues les era más sencillo dejar que los
comerciantes chinos y portugueses llegaran a la base neerlandesa de Java (en
Indonesia) para llevar a cabo el comercio ellos mismos.
Por lo tanto, los europeos participaban, entre otros, en el comercio marítimo de
China en el siglo XVII, pero estaban lejos de tener una presencia dominante.
Aun así, Europa ya había empezado a tener impacto en China. El telescopio, por
ejemplo, llegó a China en 1618, apenas unos 30 años después de su invención en
Europa, alrededor de 1590.¹⁵ El misionero católico italiano Matteo Ricci (15521610) elaboró un mapa del mundo de estilo europeo con leyendas escritas en
chino en 1584; los chinos rápidamente lo copiaron e imprimieron. Con el
tiempo, incluso se colgó una copia de una versión revisada de ese mapa en
grandes paneles sobre la pared del palacio del emperador en Beijing. Además de
sus contribuciones cartográficas, Ricci colaboró con el erudito Xu Guangqi
(1562-1633) en la primera buena traducción de Euclides al chino en 1607.¹ Este
mismo erudito chino, Xu Guangqi, ascendió más tarde al puesto más elevado del
gobierno Ming y se bautizó como cristiano con el nombre de Pablo.
Matteo Ricci era jesuita. Los jesuitas eran una orden contrarreformista de la
Iglesia católica romana que formó a algunos de los mejores pensadores de la
Europa del siglo XVII. A los jesuitas se les solicitaba que cursaran un programa
de estudios de nueve años en el cual estudiaban matemáticas, astronomía,
filosofía clásica, arte y humanidades, así como teología cristiana. El primer
misionero jesuita en llegar a China —desde Japón, por cierto— lo hizo en 1552,
cuando el misionero español (vasco) san Francisco Xavier llegó a una isla
cercana frente a la costa suroriental; murió ese mismo año sin haber llegado
nunca a tierras continentales, pero otros jesuitas siguieron sus pasos. En 1601,
Matteo Ricci se convirtió en el primer misionero cristiano europeo (desde
tiempos mongoles) al que se le permitió residir en Beijing. También es posible
que Ricci haya sido el primer europeo en aprender a hablar chino fluidamente.
La profunda erudición, los conocimientos científicos y el trato complaciente de
Ricci impresionaron favorablemente a muchos chinos. La misión jesuita a China
gozó de un buen grado de verdadero éxito y es posible que para fines del siglo
XVII hubiera unos 200 000 conversos chinos al cristianismo.
Sin embargo, también es posible decir que las noticias que los jesuitas mandaban
desde China tuvieron tanto impacto en Europa como su actividad misionera en
los chinos. Matteo Ricci empleó tanto fuentes chinas como europeas para
elaborar su famoso mapa del mundo, y los mapas nativos chinos y japoneses
despertaron gran interés entre sus contemporáneos europeos.¹⁷ Algunos europeos
de la modernidad temprana que sintieron curiosidad por el tema se asombraron
mucho al enterarse de la presunta antigüedad de China, que supuestamente, para
perplejidad de los europeos, se remontaba a tiempos anteriores a la fecha
comúnmente aceptada del diluvio bíblico. Los europeos también se sintieron
impresionados por el enorme tamaño y el aparente buen gobierno de China.
Algunas ideas sobre China y Confucio tuvieron una influencia explícita en
figuras tan importantes de la Ilustración europea como Leibniz (1646-1716),
Voltaire (1694-1778) y la escuela francesa de economistas pioneros del siglo
XVIII conocida como los fisiócratas. Además, en Europa estuvieron en boga
durante mucho tiempo las piezas de arte de estilo chino, llamadas chinoiserie,
que, entre otras cosas, influyeron significativamente en el estilo de los jardines
ingleses.¹⁸
En China, el siglo XVII fue una época de notable tolerancia, individualismo y
mentalidad abierta para la investigación intelectual. A Li Yu (1611-1680), por
ejemplo, se le conoce como “el primer escritor profesional de China”, quien
intencionalmente convirtió “la escritura en una empresa comercial que genera
ganancias”. Li era mejor conocido como escritor de ficción —de cuentos y obras
de teatro—, pero también como una autoridad en cuestiones de jardinería y
diseño de interiores, como administrador de teatros, crítico, editor (dueño de su
propia firma editorial), y como inventor de una silla que se podía calentar para
usarla en invierno. En sus escritos expresó algunas opiniones que suenan
curiosamente modernas, como puntos de vista protofeministas sobre la igualdad
de las mujeres y, en sus obras de ficción, hizo retratos amables de ladrones,
pordioseros, prostitutas y homosexuales, mostrándolos como personajes que
debían ser juzgados por su comportamiento como seres humanos y no
automáticamente condenados como categorías morales estereotípicas.¹
La nueva era de riqueza comercial, que comenzó más o menos a mediados del
siglo XVI, fomentó un opulento estilo de vida de consumo conspicuo. Como
observó un autor Ming en la década de 1570: “Faldas largas y cuellos amplios,
cinturones anchos y pliegues estrechos, todos cambian sin previo aviso. Es lo
que llaman moda”.² Las noticias sobre lo último en la moda se difundían por
toda China mediante libros de expertos y manuales de etiqueta, que describían
incluso detalles como la forma más elegante de acomodar un plato de fruta, y
tenían tan amplia distribución que llegaban hasta las manos de personas de
recursos modestos en localidades rurales. (El promedio de hombres alfabetizados
en la China del siglo XVII se ha estimado entre 40 y 50%.)²¹ La ansiedad por
seguir esas modas constantemente cambiantes también creó un gran mercado de
imitaciones baratas y descaradas falsificaciones. Para aquellos consumidores
atentos a la moda que temían no ser capaces de discernir por sí mismos la
calidad de un producto, los sellos de afamados artesanos y talleres empezaron a
funcionar como una forma temprana de “marcas registradas” confiables.
Todo esto parece extrañamente moderno y reminiscente de tendencias europeas.
No obstante, dado que los nuevos mercaderes ricos de China querían ser
apreciados como hombres de buen gusto, muchos de sus artículos de colección
favoritos los copiaban de los estudios de trabajo de los eruditos, incluyendo la
parafernalia de la misma escritura: pinceles, tinta y piedras para la tinta
(necesarias para moler las barras de tinta sólidas). Tales modas reflejaban un
orden sociopolítico chino único, en el que quienes detentaban grados académicos
constituían la élite admirada. Los comerciantes ricos emulaban la vida de los
eruditos. Otros artículos de colección de moda eran las pinturas, las caligrafías,
los instrumentos musicales, los bronces antiguos y curiosidades de todo tipo.
Acaso las más delicadas muestras del gusto y la riqueza comercial del periodo
tardío de la dinastía Ming sean los exquisitos jardines privados que se
empezaron a diseñar en cantidades extravagantes; los más famosos eran los de
Suzhou (figura VI.1).
Por lo tanto, si la China del periodo tardío de la dinastía Ming parece
sorprendentemente moderna en algunos aspectos, la suya era una modernidad
que adoptó rasgos característicamente chinos. La influencia cultural europea era
una corriente secundaria y el dinero de Europa (en forma de plata) funcionaba
dentro de una economía que seguía siendo predominantemente china. Es más, a
pesar de la aparente prosperidad, el gobierno Ming estaba en bancarrota y
desintegrándose hacia mediados del siglo. La conquista manchú de China, que
empezó en 1644, marcó el principio de una reacción más conservadora, y la
abierta tolerancia que confirió a la literatura de Li Yu en el siglo XVII ese sabor
tan sorprendentemente moderno sería prohibida y condenada como inmoral en el
siglo XVIII. Los conquistadores manchúes llevaron a China en otra dirección a
partir de 1644.
FIGURA VI.1. Pasillo cubierto en el Jardín del Humilde Administrador
(Zhuozheng yuan) en Suzhou, China. Construido originalmente entre 1509 y
1513 y restaurado en los siglos XVII y XVIII, es un ejemplo del estilo de los
magníficos jardines característicos del periodo tardío de la dinastía Ming.
Vanni/Art Resource, Nueva York.
Los manchúes, la dinastía Qing, el “imperio de la pólvora”
(1644-siglo XVIII [-1912])
Algunos de los más grandes imperios de la modernidad temprana no estaban en
Europa occidental. Algunos ejemplos son el Imperio otomano (1300-1919), que
tomó Constantinopla en 1453 y sitió Viena en 1529, y de nuevo en 1683; el
Imperio safávida de Persia (1501-1722); el Imperio mogol de la India (que
floreció aproximadamente entre 1556-1707), y el Imperio ruso. Moscú no se
deshizo completamente de la dominación mongola sino hasta la década de 1460
y a partir de entonces emprendió una expansión explosiva que a la larga
convirtió a Rusia en el país más grande del mundo. Estos imperios de la
modernidad temprana se distinguieron típicamente por su gran dependencia de la
artillería, entonces una nueva tecnología, y por lo tanto a veces se les ha descrito
como “imperios de la pólvora”. Mientras que los imperios de la Europa
occidental de la modernidad temprana se caracterizaron por ser aventuras de
navegación, estos otros estaban mayoritariamente repartidos por tierra
continental. Ya fuera de manera directa o indirecta, a menudo también mantenían
alguna conexión con la figura de Gengis Kan. Entre los más grandes de estos
imperios de la modernidad temprana estaba el que forjaron los manchúes, con
base en China.
Antes del siglo XVII, los manchúes literalmente no existían. El primer uso
conocido de la palabra manchú data de 1613 y este nombre no se adoptó
oficialmente sino hasta 1635.²² “Manchú” tampoco era un nombre nuevo para
algo más antiguo; los manchúes eran un grupo significativamente nuevo, con
una nueva identidad colectiva. El núcleo de esta nueva identidad manchú sí
estaba constituido, no obstante, de tribus yurchen mucho más antiguas. Los
yurchen habitaron la región que hoy se conoce como Manchuria durante siglos y
lo que se convirtió en la lengua manchú era, en realidad, otro nombre para
referirse al yurchen. El yurchen era una lengua tungúsica emparentada con otras
que se hablaban en el este de Siberia y, aunque de forma más distante, acaso
también con aquel cinturón septentrional de las llamadas lenguas altaicas que
incluye las lenguas túrquicas y mongólicas, y es posible que también el coreano
y el japonés.
A finales del siglo XVI y principios del XVII, la región que hoy llamamos
Manchuria estaba escasamente poblada, pues en total eran menos de medio
millón de personas. Esta exigua y dispersa población se dividía en varias tribus,
algunas de las cuales no se sometieron al nuevo Imperio manchú sino hasta
mucho después de que había sido conquistada la mayor parte de China. Algunas
zonas del sur de Manchuria habían formado parte, de manera intermitente, de las
dinastías imperiales chinas, empezando por la primera, pero Manchuria también
estaba separada de la propia China por la Gran Muralla. Por otra parte, la
frontera norte de Manchuria se mantuvo abierta y mal definida hasta finales del
siglo XVII. La vida en esa zona fronteriza era difícil y cada vivienda estaba
rodeada por algún tipo de empalizada defensiva. Entre los líderes locales de la
región a principios del siglo XVII se encontraba uno llamado Nurgaci (15591626). Nurgaci fundó lo que llegaría a ser el linaje imperial manchú (los Aisin
Gioro) y comenzó el proceso de construcción del imperio. No obstante, lo hizo
con apenas unos cuantos cientos de hombres y, por muchos años, aceptó ser
tributario del gobierno Ming.
Nurgaci introdujo la estrategia de emplear banderas de distintos colores como
herramienta organizativa para ir más allá de las viejas alianzas tribales y reunir
grupos armados más numerosos. De hecho, en chino se conocía a los manchúes
simplemente como la Gente de las Banderas (qiren). Este sistema de banderas
era una forma de movilización militar y política que reunió, a lo largo del siglo
XVII, a gente de orígenes sorprendentemente distintos, incluyendo a individuos
de ascendencia china, coreana, mongólica, túrquica, tibetana e incluso rusa, así
como al grupo central de los yurchen. No obstante, una vez establecida la
jerarquía de una bandera, ésta se volvía hereditaria y cerrada. Entre la Gente de
las Banderas se impuso un grado de uniformidad en cuestiones como la
vestimenta y los cortes de pelo y se esperaba que todos aprendieran a hablar la
lengua manchú. Por lo tanto, los manchúes adquirieron gradualmente una
identidad étnica inconfundible.²³
En 1635, el sucesor de Nurgaci adoptó oficialmente el nombre de “manchú” para
sus seguidores. Al mismo tiempo tomó el nombre dinástico en lengua china
Qing (que significa “puro” o “claro”) y el título chino de “emperador”
(Huangdi). Como había sucedido antes con varios pueblos fronterizos, los
manchúes comenzaron a construir de esta forma una dinastía manchú nativa que
seguía diversos patrones del sistema imperial chino.
Los manchúes no eran nómadas de las estepas, pero desde el comienzo
interactuaron estrechamente con los mongoles del este. La familia de Nurgaci
estableció muchas alianzas matrimoniales con la nobleza mongola, el mongol se
hablaba a menudo en la corte manchú temprana y el sistema de escritura
manchú, que se desarrolló en los siglos XVI y XVII, se adaptó a partir del
mongol. Tras apoderarse del Gran Sello mongol en 1635, los emperadores
manchúes también pudieron reivindicarse contundentemente como los sucesores
legítimos de Gengis Kan.
Mientras tanto, en la década de 1640, los mongoles del oeste —mediante
alianzas matrimoniales intertribales, la adherencia común al budismo tibetano y
un nuevo código legal mongol universal— estaban construyendo una vez más un
poderoso imperio mongol, que esta vez se llamó Imperio zúngaro. Los mongoles
zúngaros se establecieron en los pastizales de la región del río Yili del norte de
Xinxiang, en el remoto extremo noroeste de lo que hoy es China. Su surgimiento
era un desafío evidente a la dinastía Qing manchú que también estaba surgiendo
en ese mismo momento en el noreste. Un vínculo común que los unía era el
budismo tibetano. En 1578, un kan mongol del este le confirió un nuevo título a
un líder de la secta reformada del budismo tibetano: el de “Dalai Lama” (dalai es
en realidad una palabra mongola, y no tibetana, que significa “océano”, que en
tibetano se dice gyatso). De esta manera, los kanes mongoles y los dalai lamas
estuvieron vinculados desde el principio, y entre ellos se cultivaron importantes
relaciones entre sacerdotes y benefactores. Fue en parte gracias al apoyo
espiritual que el Dalai Lama brindó, en 1680, a los mongoles zúngaros del
noroeste que éstos pudieron expandir su imperio y controlar toda la región de
Xinxiang.
Mientras tanto, los emperadores manchúes del noreste también se presentaron
como benefactores de los lamas tibetanos (figura VI.2). Como indicador de la
importancia del budismo tibetano en el proyecto general de construcción del
Imperio manchú, en el palacio imperial manchú de Beijing llegó a haber, con el
tiempo, no menos de 35 edificios dedicados específicamente al budismo tibetano
y otros 10 santuarios tibetanos repartidos por diferentes partes del complejo del
palacio.²⁴ En una disputa por la sucesión del Dalai Lama, los manchúes no
demoraron en superar tácticamente a los mongoles zúngaros y colocar al Tíbet
en la órbita de la dinastía Qing como protectorado manchú. En 1720 se
estableció una guarnición Qing en Lhasa, la capital tibetana, aunque pronto se
redujo a una tropa de apenas 100 hombres y dos oficiales. Tras haber asegurado
relativamente su influencia en el Tíbet, los Qing emprendieron una serie de
importantes campañas militares contra los mongoles del oeste y para 1759
habían arrasado completamente al Imperio mongol zúngaro.
Es posible que murieran más mongoles zúngaros a causa de la viruela —una
enfermedad ante la que los mongoles eran inusualmente vulnerables— que por
las acciones militares de los Qing. Otros huyeron con los rusos y kazakos. Las
estepas zúngaras quedaron despobladas y los pocos sobrevivientes fueron
convertidos en sirvientes de los Qing.²⁵ Por primera vez en la historia imperial de
China, el cierre de las estepas septentrionales causado por el encuentro de las
fronteras de los imperios ruso y chino, ambos en rápida expansión, finalmente
permitió eliminar por completo la amenaza nómada a China. Los mongoles
zúngaros habían sido eliminados y en otros sitios de Mongolia es posible que la
ferocidad militar de los nómadas también haya sido aplacada de algún modo por
el hecho de que alrededor de un tercio de los hombres mongoles se habían
convertido en pacíficos monjes budistas. Los nobles mongoles recibieron títulos
imperiales y a las tribus mongolas se les asignaron pastizales separados y fijos
para limitar su movilidad. De este modo, Mongolia, incluyendo la Mongolia
exterior, quedó incorporada a la dinastía Qing.
FIGURA VI.2. Retrato del emperador Qianlong (r. 1735-1796), de la dinastía
Qing manchú de China, como el bodhisattva budista Mañjusrī, al estilo de un
thangka tibetano, pero con la cara pintada por el italiano Giuseppe Castiglione
(1688-1766). Galería de Arte Freer, Smithsonian Institution, Washington, D. C.
Adquisición: donante anónimo y fondos del museo, F2000.4.
También Xinxiang fue incorporada al imperio Qing y al término del siglo XVIII
finalmente se le empezó a llamar de ese modo (que significa “Nueva Frontera”).
Los manchúes iniciaron un gran proyecto para trazar un mapa de Xinxiang y
registrar los detalles de su historia y etnografía. Sin embargo, el gobierno Qing
de Xinxiang siguió siendo bastante indirecto y era conducido por funcionarios
túrquicos nativos llamados begs (una palabra de la lengua túrquica uigur que
significa “noble”) bajo la laxa supervisión de funcionarios manchúes conocidos
como ambans. En buena medida, los manchúes gobernaron en Xinxiang y en
Mongolia como kanes de la estepa del estilo de Asia interior, y el patrocinio que
ofrecieron al budismo tibetano fue una especie de continuación del papel que
antes desempeñaban los mongoles.
La población manchú de la dinastía Qing siguió siendo administrada según su
propio sistema de banderas, y los mongoles, uigures y tibetanos estaban bajo la
supervisión de una Corte de Asuntos Coloniales, en lugar de la burocracia
imperial central habitual. No obstante, la mayor parte de la población del
imperio seguía siendo gobernada por la burocracia habitual, porque para esa
época el Imperio Qing también incluía a China y estaba constituido en gran
medida por ella. La dinastía Ming se colapsaba en China desde los tiempos en
que los manchúes comenzaban su expansión imperial. Unos cuantos afortunados
gozaban sobre todo de la fabulosa riqueza comercial del periodo tardío de la
dinastía Ming y, al mismo tiempo, había mucho apuro económico. El comercio
español con la China Ming decayó a partir de 1620 al reducirse abruptamente el
abasto de plata de América a España. La expulsión de los portugueses de Japón
en 1639 terminó también con su lucrativo papel de mediadores entre China y
Japón. Estas razones, entre otras, llevaron a que el gobierno Ming se encontrara
en bancarrota para mediados del siglo XVII. Las comunicaciones se vieron
interrumpidas, los puestos en el gobierno quedaron vacantes y las tropas no
recibieron sus pagos. La inquietud se tornó en rebelión, y en 1644 un rebelde
chino (Li Zicheng, ca. 1605-1645) tomó Beijing, capital del Imperio Ming.
Sin embargo, un general leal al gobierno Ming que comandaba el paso
estratégico en el noreste en que la Gran Muralla desciende para encontrarse con
el mar se negó a someterse a estos rebeldes y envió una carta para solicitar la
ayuda militar de los manchúes. En aquel momento decisivo, un muchacho joven
ocupaba el trono manchú, pero el decimocuarto hijo de Nurgaci (Dorgon, 16121650), que actuaba como regente a nombre del emperador, aceptó la invitación,
atacó y dispersó al ejército rebelde chino. El 5 de junio de 1644, las fuerzas
manchúes entraron a Beijing. Una vez ahí, tomaron de inmediato medidas para
ganarse el apoyo popular de los chinos: anunciaron recortes a los impuestos,
enterraron al último emperador Ming de acuerdo con el protocolo ceremonial y
sostuvieron que el Mandato del Cielo de la tradición china les había sido
transmitido legítimamente.
Después de haber sometido con bastante rapidez el norte de China y haber
ocupado Beijing, la expansión de la conquista manchú hacia el sur resultó ser
mucho más difícil. A menudo la resistencia era tenaz. Se dice que una
impactante cantidad de 800 000 cadáveres fueron cremados tras la caída de una
sola ciudad sureña (Yangzhou). El dominio manchú de China no se consolidó y
estabilizó completamente sino hasta después de la conquista Qing de Taiwán en
1683. Incluso entonces, la consigna “Derroquen a los Qing y restituyan a los
Ming” continuó siendo muy popular por largo tiempo entre sociedades secretas
como la de las Tríadas. El gobierno manchú de China nunca estuvo totalmente
asegurado y los emperadores Qing siempre estaban temerosos, sospechando
alguna rebelión. Es en parte por esta razón que durante la dinastía Qing hubo
muchas más inquisiciones literarias y prohibiciones de libros que en ninguna
otra dinastía de la historia china.
Por otra parte, sin embargo, a lo largo de todo el mundo premoderno nunca fue
del todo inusual que el rey o la élite dominante resultaran extraños a los ojos de
los súbditos a los que gobernaban. En Inglaterra, por ejemplo, una aristocracia
normanda francoparlante gobernó a partir de 1066 y una Casa de Hannover de
Alemania ocupó el trono británico en 1714. Podrían mencionarse fácilmente
múltiples ejemplos de todo el mundo. En China, es más, la misma civilización
china fue siempre una fusión multiétnica. Desde los tiempos en que los zhou
conquistaron a los shang hace 3 000 años, diversos pueblos diferentes han sido
considerados poseedores perfectamente legítimos del Mandato del Cielo. No fue
sino hasta la era moderna del Estado-nación y del autogobierno representativo
cuando la idea de un “gobierno extranjero” se volvió objetable por definición. El
gobierno manchú de China, entre 1644 y 1912, no fue, por lo tanto, una
completa aberración según los usos mundiales o chinos tradicionales; de hecho,
llegó a ser bastante aceptado.
Con todo, la Gente de las Banderas manchú sí se impuso en China como una
élite gobernante conscientemente separada. Había soldados abanderados
emplazados por todo el imperio en más de 90 fuertes amurallados. La
concentración más grande de población manchú vivía en Beijing, donde se
suponía que los residentes chinos étnicos se confinaran nada más a los suburbios
del sur de la ciudad. Originalmente, a los hombres abanderados sólo se les
permitía servir como soldados y oficiales y el gobierno les pagaba regularmente
un sueldo. Asimismo, los manchúes ocuparon siempre una cantidad
desproporcionada de altos puestos gubernamentales. La Gente de las Banderas
se distinguía de las poblaciones sometidas por su “lengua nacional” (que era el
manchú, no el chino) y por la práctica del arte de la arquería montada. De hecho,
esta última se volvió tan importante para la identidad manchú que cuando
finalmente se eliminó, en 1905, el requisito de que la practicaran los
abanderados (época para la cual hacía mucho que había perdido todo valor
militar real), un observador británico refirió que el decreto había sido recibido
con gran indignación por los abanderados de Beijing.² Los manchúes también se
distinguieron por sus nombres polisilábicos, que no eran chinos, y por el hecho
de que las mujeres manchúes no seguían la práctica de vendarse los pies. Los
manchúes y los chinos étnicos también eran mantenidos separados por una serie
de prohibiciones. Así, no se podían realizar matrimonios interétnicos entre estos
dos grupos y a los chinos se les prohibía mudarse a Manchuria.
La dinastía Qing era un imperio multiétnico tan vasto que, para el siglo XVIII, es
posible que gobernara 40% de la población mundial. Tenía tres lenguas oficiales:
el manchú, el mongol y el chino, pero el tibetano también gozaba de una
prominencia considerable. Se dice que el emperador Qianlong del siglo XVIII (r.
1736-1796) hablaba manchú, mongol, chino, tibetano, uigur y tangut. Durante el
siglo XVII, la lengua manchú mantuvo su predominio en el gobierno y todavía
hasta el siglo XVIII el manchú se hablaba regularmente en las reuniones del
Gran Consejo. Pero la Gente de las Banderas constituía apenas 1% de la
población de su imperio y para muchos empezó a ser difícil mantener el
conocimiento de su propia lengua. El chino tendía a predominar y hoy en día el
manchú está casi extinto como lengua viva.
No obstante, los manchúes mantuvieron su posición como grupo gobernante
claramente separado hasta el final de la dinastía en 1912. La cultura manchú
también tuvo cierto impacto al establecer normas para todo el imperio. El
peinado manchú —la trenza— se impuso estrictamente por ley a todos los
súbditos varones y el vestido largo manchú (qipao) se convirtió, irónicamente, en
lo que mucha gente considera hoy como ropa femenina tradicional china. Por lo
menos al principio de la dinastía, los Qing también eran sorprendentemente
cosmopolitas.
El gran emperador Kangxi (r. 1661-1722) tenía ancestros manchúes, chinos y
mongoles a causa de los matrimonios mixtos. Su ávido interés por la cacería y
las hazañas militares reflejaba su herencia manchú, pero también promovió la
cultura literaria china y fue el primero en establecer una relación clientelar
especial con el Dalai Lama en el Tíbet. Al mismo tiempo, el emperador Kangxi
también estudió latín con los misionarios jesuítas y coleccionó relojes europeos.
A diferencia del shogunato Tokugawa de Japón (1603-1868) y la normativa de
exclusión relativamente estricta que impuso en 1639, la dinastía Qing no intentó
cerrarse al contacto con Europa.
Por el contrario: la dinastía Qing aprovechó muy pronto a los expertos
cartógrafos europeos más avanzados (que recientemente habían desarrollado
métodos para trazar con exactitud tanto la latitud como la longitud) para un
proyecto cartográfico imperial muy similar al impulsado por los gobiernos
europeos de la modernidad temprana. De hecho, los Qing completaron su
proyecto cartográfico moderno antes que Francia y Rusia.²⁷ Menos de dos meses
después de que entraran por primera vez las fuerzas manchúes en Beijing en
1644, el misionero jesuita alemán Johann Adam Schall von Bell (1591-1666)
ofreció someter a escrutinio público la exactitud de su predicción sobre un
eclipse solar que se esperaba para septiembre de ese año. Como los cálculos de
Schall resultaron ser más exactos que los métodos tradicionales chinos, fue
recompensado con el nombramiento de director de la Oficina de Astronomía del
Imperio Qing. Schall llegó incluso a desarrollar un vínculo cercano con un joven
emperador manchú. Su suerte cambió abruptamente cuando se le acusó de
espionaje en 1664, tras lo cual vivió preso en su casa hasta su muerte en 1666.
Empero, el misionero belga Ferdinand Verbiest (1623-1688) reivindicó
póstumamente a Schall con otro impresionante desafío astronómico y él también
fue nombrado director de la Oficina de Astronomía.²⁸ Hasta el siglo XVIII, los
europeos seguían diseñando edificios para el palacio de verano de los Qing en
las afueras de Beijing y pintando retratos para la corte Qing (figura VI.2).
No obstante, la cantidad de misioneros jesuitas que llegaron a China siguió
siendo pequeña y además eran reacios a aumentar su número por la vía de
ordenar a sacerdotes chinos, con lo que dificultaban la posibilidad de servir
adecuadamente a una gran población cristiana china. Peor aún, para el siglo
XVIII, la Compañía de Jesús estaba siendo atacada en la misma Europa. En Asia
oriental, los jesuitas habían decidido conscientemente adoptar la cultura y el
estilo locales siguiendo una política conocida como adaptación cultural para
lograr mayor aceptación entre los asiáticos orientales (figura VI.3). Los jesuitas
de las misiones de China también optaron por tratar el confucianismo más como
una filosofía secular que como una religión y, por lo tanto, lo consideraron
compatible con el cristianismo. Su argumento era que leer a Confucio no podía
ser, para un buen cristiano, más objetable que estudiar a otros grandes filósofos
paganos como Platón o Aristóteles. Incluso las ofrendas tradicionales chinas de
alimentos a las lápidas de los ancestros y algunos de los rituales celebrados para
el espíritu de Confucio podían tolerarse como meras obligaciones sociales y no
como religiosidad pagana.
FIGURA VI.3. Retrato del misionero jesuita belga enviado a China Nicholas
Trigault (1577-1628) con vestimenta china, de Peter Paul Rubens (1577-1640).
Adquisición, Fideicomiso Carl Selden, varios miembros del Consejo del
Presidente, Gail y Parker Gilbert y Lila Acheson Wallace Gifts, 1999
(1999.222). Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © Museo Metropolitano
de Arte/ Art Resource, Nueva York.
Sin embargo, otras órdenes católicas, especialmente los franciscanos y los
dominicos, estaban enfurecidas por la tolerancia de los jesuitas con los ritos
confucianos. Desde 1640 empezaron a criticar seriamente el estilo jesuita y, en
total, no menos de ocho papas intervinieron en decidir sobre la llamada
controversia de los ritos. En 1704, un decreto del Vaticano prohibió que los
cristianos participaran en los ritos confucianos y, en 1715, una bula papal (Ex illa
die) reforzó aún más esta decisión. En 1773, la Iglesia católica romana llegó
incluso a eliminar totalmente (aunque de manera temporal) a la Compañía de
Jesús. Mientras tanto, en 1724, un emperador Qing había condenado el
cristianismo. La desintegración de la otrora prometedora misión jesuita a China
es sintomática de una grieta que aparentemente crecía en la estima mutua entre
China y Europa en los siglos XVIII y XIX.
Entretanto, después del establecimiento de la dinastía Qing en 1644, si bien llegó
a China un puñado de delegaciones de los Países Bajos, Portugal, Rusia y el
Vaticano, hubo poco contacto diplomático formal entre China y los principales
países de Europa occidental. Sin embargo, un comercio privado considerable se
reanudó tras la consolidación de la autoridad manchú. Para entonces, los
británicos eran los principales comerciantes europeos y, según cuenta una
historia, en 1664 importaron por primera vez casi un kilo de unas curiosas hojas
chinas que supuestamente tenían propiedades medicinales. En un dialecto local
del sureste de china, esta sustancia tenía un nombre que sonaba como “té” a los
oídos británicos. El comercio británico de té pronto crecería hasta adquirir una
enorme importancia. Sin embargo, al mismo tiempo se había impuesto una
nueva restricción al comercio europeo con China. A partir de 1760, la dinastía
Qing limitó todo el comercio marítimo occidental a un puerto: Cantón.
A pesar de esta nueva restricción al comercio con Europa, la dinastía Qing
todavía no podía considerarse tan cerrada y aislacionista, ni se encontraba, para
el siglo XVIII, en un declive obvio. Es posible que, al forjar su vasto imperio de
la pólvora, los manchúes hayan dirigido la atención que antes enfocaban en la
costa del sureste hacia el interior continental del noroeste y que, en el proceso, se
hayan interesado más en los mongoles y los tibetanos que en los europeos.
También es posible que, al promover la estabilidad y la cultura china tradicional,
hayan reafirmado valores conservadores al poner, por ejemplo, un énfasis sin
precedentes en el ideal confuciano de la castidad de las viudas. Con todo, el
Imperio Qing seguía siendo un participante activo muy importante en el
comercio internacional. Asimismo, en términos de asuntos como la estructura
demográfica, la esperanza media de vida, el nivel de desarrollo comercial, los
derechos legales de propiedad y el nivel de vida en general, la China Qing siguió
comparándose favorablemente con Europa occidental hasta una época tan tardía
como 1800, cuando la revolución industrial finalmente empezó a acelerarse en
Gran Bretaña. Es posible que incluso para 1800 China haya generado una mayor
parte de la producción manufacturera total del mundo que toda Europa, incluida
Rusia.²
EL REINO ERMITAÑO: LA COREA CHOSǑN TARDÍA
([1392-] SIGLOS XVI-XIX [-1910])
Resulta irónico que Corea estuviera asentándose apenas en lo que normalmente
consideramos patrones culturales “tradicionales” cuando comenzó la
modernidad temprana.³ El proceso de crear una Corea “tradicional” sólo
empezó, en buena medida, con las reformas institucionales del periodo Chosǒn
temprano, a partir de 1392, y tardó un par de siglos en alcanzar la plena
madurez. Las tendencias euroasiáticas comunes de largo alcance de la
modernidad temprana se mantuvieron relativamente apagadas en Corea durante
este periodo. En cambio, la historia coreana siguió una trayectoria propia y única
en que la participación de los europeos, el comercio mundial y el comercialismo
fueron menos prominentes que en la China o el Japón de la época. Si resulta
difícil convencernos de ver a la Corea del periodo Chosǒn tardío como
perteneciente en algún sentido a la modernidad temprana, esto es, no obstante,
un sano recordatorio tanto de la diversidad de las experiencias locales como de
la arbitrariedad de nuestras etiquetas históricas.
Dado que la historia de la dinastía Chosǒn tardía se suele tratar por separado del
periodo temprano de la misma, no es nada más con el propósito de sincronizar
(aproximadamente) nuestra presentación de la historia coreana con las historias
china y japonesa que se ofrece aquí un breve resumen de la etapa tardía de la
dinastía Chosǒn, aunque este periodo no parezca en realidad muy “moderno ni
temprano”. Un parteaguas particularmente conveniente en la larga historia —de
más de 500 años— de la dinastía Chosǒn es el que ofrecen las invasiones
japonesas que empezaron en 1592.
Tras una etapa de descentralización extrema, como se explicará mejor más
adelante, tres grandes caudillos, y especialmente uno llamado Hideyoshi (15361598), reunificaron Japón en el siglo XVI. Habiendo completado su conquista de
las islas japonesas, Hideyoshi alardeó de que también conquistaría China.
Invadir China implicaba pasar primero por Corea y, en 1592, Hideyoshi
desembarcó junto con un ejército enorme de más de 158 000 hombres en el
extremo sureste de la península coreana. Los coreanos no estaban preparados
para el ataque y en tres semanas los feroces guerreros japoneses tomaron la
capital, Seúl. La corte coreana huyó al río Yalu en su frontera norte y los
samuráis japoneses invadieron prácticamente toda la península. Sin embargo, un
ingenioso almirante coreano llamado Yi Sun-sin (1545-1598) fue capaz de
desconcertar a la flota japonesa usando los primeros barcos de guerra acorazados
(llamados barcos tortuga) y ganar así una serie asombrosa de batallas navales.
Mientras tanto, los chinos Ming enviaron, si bien un poco tarde, una fuerza de
apoyo de 50 000 hombres para ayudar a los Chosǒn y entonces estalló una
guerra de guerrillas antijaponesa en muchas zonas rurales a lo largo de Corea.
Estas presiones obligaron a los invasores japoneses a retirarse a un reducto en la
costa sureste y a comenzar las negociaciones diplomáticas. Cuando la
diplomacia se estancó, Hideyoshi ordenó una segunda invasión en 1597, pero
esta vez las defensas estaban mejor preparadas y los japoneses tuvieron poco
éxito. Hideyoshi murió repentinamente en 1598 y los guerreros japoneses se
retiraron muy pronto de la península coreana. Pero siete años de guerra
sangrienta habían ocasionado que gran parte de Corea quedara arrasada en el
proceso. Un hecho notorio es que entre 100 y 200 narices de chinos y coreanos
(que eran mucho más fáciles de transportar por agua que las cabezas de los
enemigos que usualmente coleccionaban los samuráis) se enviaron a Japón como
trofeos marciales. Muchas de éstas se amontonaron en un (mal llamado)
Montículo de las Orejas (Mimizuka) en Kioto.³¹ A pesar de salir victoriosa,
Corea había quedado devastada por estas invasiones y con ello se plantaron las
semillas de una duradera y amarga animadversión entre Corea y Japón.
MAPA VI.1. Asia oriental en 1800.
Es posible que también haya sido en parte como reacción a estas invasiones
japonesas que Corea se convirtió en el país más genuinamente aislacionista de
Asia oriental. Más adelante, los occidentales harían una descripción pintoresca
de Corea al llamarla el reino “ermitaño”.³² Aunque los Chosǒn continuaron su
relación tributaria habitual con China, el comercio privado con ésta a través del
río Yalu quedó prohibido. El comercio con Japón, por mediación de los señores
de la isla de Satsuma, sí se reanudó, pero estuvo limitado a unos 21 barcos
anuales entre 1609 y la década de 1870. Es más, los comerciantes japoneses
estaban confinados en Corea a un solo complejo amurallado en Pusan. El
contacto con el mundo exterior era prácticamente inexistente.
Incluso las relaciones con China pronto se vieron significativamente alteradas. A
principios del siglo XVII se había empezado a organizar un nuevo imperio
manchú que empezaba precisamente en el área fronteriza del río Yalu, adyacente
a Corea. Las prontas exigencias de apoyo de los manchúes a los Chosǒn
pusieron a Corea en una situación difícil, dada su larga historia de relaciones
tributarias con la dinastía Ming (sin mencionar la sincera gratitud que sentían los
coreanos por el reciente apoyo del gobierno Ming para derrotar las invasiones de
Hideyoshi). Los manchúes respondieron invadiendo Corea en 1627 y de nuevo
en 1637; tomaron como rehén al príncipe coreano por ocho años y redujeron a la
Corea Chosǒn a la condición de tributaria de la dinastía Qing manchú. Todo esto
sucedió incluso antes de que los manchúes tomaran Beijing y asumieran el
Mandato del Cielo en China en 1644. Aunque Corea permaneció a partir de ahí
como tributaria de la dinastía Qing, muchos coreanos despreciaban a los
gobernantes manchúes con notable desdén, considerándolos bárbaros.
Ahora que los cascos de los caballos de los bárbaros manchúes habían pisoteado
al que por tanto tiempo fuera el centro del mundo civilizado (China), muchos
coreanos empezaron a considerar a su propia tierra como el último y aislado
bastión de la verdadera civilización (confuciana). Como explicó el rey Yǒngjo (r.
1724-1776): “Las Planicies Centrales [China] exudan la peste de los bárbaros y
nuestras colinas verdes (Corea) están solas”.³³ A pesar de que formalmente
siguieron siendo tributarios de la dinastía Qing, los coreanos Chosǒn siguieron
usando el calendario Ming en lugar del Qing y siguieron llevando el peinado y
las vestimentas al estilo Ming (incluso cuando los chinos eran obligados a
adoptar la trenza manchú). Ya desde tiempos en que todavía reinaba la dinastía
Ming, algunos coreanos habían reprobado ciertos distanciamientos chinos de la
ortodoxia neoconfuciana de Zhu Xi (como el pensamiento de Wang Yangming).
Tras la caída de la dinastía Ming, la Corea de los Chosǒn se vio a sí misma como
el último bastión del verdadero neoconfucianismo. Paradójicamente, esto
también ayudó a promover un nuevo orgullo y conciencia de la identidad
coreana.
Además de las complicadas elucubraciones de la metafísica neoconfuciana, que
se siguió escribiendo en la lengua clásica china, los siglos XVII y XVIII también
fueron testigos de un gran incremento en la cantidad de literatura escrita en la
lengua nativa coreana, con la nueva caligrafía han’gǔl. Esto incluyó
notablemente muchas obras de ficción. El cultivo de las artes también siguió
siendo muy rico en la Corea del periodo Chosǒn tardío (figura VI.4), y sí parece
haber habido cierto desarrollo económico en esa etapa. En el siglo XVII, la
producción agrícola aumentó debido a mejoras en el sistema de riego y por la
difusión de la técnica de trasplante de brotes de arroz. Al plantar primero el arroz
en un semillero y trasplantar después los brotes, se podía lograr que madurara un
cultivo previo de cebada en los mismos campos. La agricultura también se
dedicó menos a la subsistencia y más al comercio. Las monedas empezaron a
circular más. En 1801, la mayor parte de los esclavos oficiales fueron liberados,
aunque la esclavitud no fue abolida totalmente en Corea sino hasta 1894. A pesar
de estos avances, Corea siguió estando mucho menos desarrollada en un sentido
comercial que China o Japón. Seúl siguió siendo la única ciudad importante de
Corea, con una población de alrededor de 200 000 personas para principios del
siglo XIX.
Una de las razones para el bajo nivel de comercialización era la falta de una
adecuada transportación fluvial y marítima. No había nada en Corea que se
comparara a la densa red de ríos y canales del sur de China o al Mar Interior de
Japón. Seguramente, el desdén de la élite aristocrática y confuciana por el
comercio y las políticas oficiales de reclusión también desempeñaron un papel.
Aun así, ni siquiera el reino ermitaño de Corea estaba completamente aislado de
las tendencias del mundo exterior. Por ejemplo, uno de los principales cultivos
nuevos de los Chosǒn era el tabaco ¡que había llegado de América en el siglo
XVII! El chile, que también llegó de América, transformó por completo la
cocina coreana. Hoy en día, el estilo culinario característico y
extraordinariamente delicioso de los coreanos sería casi inimaginable sin el
chile. También llegaron a Corea un telescopio y un reloj europeos (vía China)
desde 1631.
FIGURA VI.4. Lucha, de un Álbum de escenas de la vida cotidiana, a la manera
de Kim Hong-do (ca. 1745-1806), periodo tardío de la dinastía Chosǒn de Corea
(siglo XIX). Museo Británico, Londres. © Fideicomisarios del Museo Británico /
Art Resource, Nueva York.
En 1784, un coreano regresó de una misión diplomática enviada a Beijing
bautizado como cristiano católico. A pesar de la ausencia de misioneros
europeos, algunos coreanos se convirtieron al catolicismo por la lectura de textos
cristianos escritos en chino. Sorprendentemente, ¡sólo Italia, Francia y España
han producido más santos canonizados que Corea! Pero, aunque el
confucianismo era en general tolerante con las distintas creencias religiosas, tal
tolerancia no era extensiva a las prácticas religiosas que contradecían lo que se
consideraba como obligaciones morales seculares fundamentales. Una vez que
en Corea quedó claro, después de 1790, que la Iglesia católica había prohibido la
práctica de los ritos confucianos ancestrales, un cristiano coreano reaccionó
quemando todas las lápidas de sus ancestros. Fue arrestado y ejecutado por
violar las leyes del duelo.³⁴ Especialmente tras el comienzo del siglo XIX hubo
serias, aunque esporádicas, persecuciones de cristianos en Corea.
En 1866, una goleta mercantil estadunidense llamada General Sherman navegó
por el río Taedong hacia Pyongyang con la intención de forzar el comercio.
Cuando el barco quedó varado a causa de la marea baja, lo atacaron y quemaron
y mataron a toda la tripulación. Ese mismo año se envió una expedición punitiva
de siete barcos de guerra franceses como reacción a la previa ejecución de nueve
misioneros franceses y se hizo desembarcar a un destacamento de soldados
franceses en la isla de Ganghwa. Cuando los coreanos movilizaron a un grupo
grande de sus fuerzas armadas, los franceses se retiraron y en Corea lo
interpretaron como una victoria. En 1871, un escuadrón de cinco barcos de
guerra estadunidenses llegó a Corea en una tardía respuesta a la quema del
General Sherman. Cuando los coreanos se negaron a negociar, los
estadunidenses bombardearon la ciudad de Ganghwa y destruyeron las
fortificaciones coreanas. Sin embargo, cuando los estadunidenses se retiraron
más adelante, los coreanos volvieron a quedar convencidos de su victoria militar.
Mucho después de que la fuerza naval británica obligara a la China Qing a abrir
nuevos puertos para el comercio con Occidente (en 1842) y de que la marina
estadunidense, bajo el mando del comodoro Perry, abriera el paso hacia Japón
(en 1854), la Corea Chosǒn aún abrigaba serias esperanzas de mantener alejados
a los extranjeros por la fuerza.
LA REUNIFICACIÓN DE JAPÓN (1568-1600)
Y EL SHOGUNATO TOKUGAWA (1603-1868)
Tres reunificadores
Si la dinastía Qing de China era un ejemplo clásico de un imperio de la pólvora
de la modernidad temprana, el término también resulta apropiado para el Japón
de la misma época, aunque en algunos aspectos Japón era ciertamente un caso
excepcional. Después de que aquellos portugueses extraviados introdujeran
accidentalmente, en 1543, algunas armas de fuego en la sureña isla japonesa de
Tanegashima, los japoneses reconocieron de inmediato la utilidad de esta nueva
tecnología letal y los hábiles artesanos japoneses empezaron rápidamente a
reproducir estas nuevas armas. Las armas de fuego resultaron decisivas en el
combate y los arcabuces se volvieron herramientas vitales para la reunificación
militar de las islas japonesas. No obstante, los intentos por extender esta ola de
conquistas militares más allá de la zona de la cultura japonesa y por forjar un
imperio genuinamente multiétnico, como las invasiones de Hideyoshi a Corea,
no tuvieron éxito. El poder de los emperadores japoneses también siguió estando
bastante limitado por la vigilancia de la autoridad militar shogunal y el imperio
insular pronto cerró sus fronteras e impuso normativas relativamente estrictas de
aislamiento. De este modo, Japón era un ejemplo un tanto inusual de un imperio
de la modernidad temprana. Con todo, Japón sí experimentó un desarrollo
económico significativo en la modernidad temprana y, al principio de este
periodo, el control político centralizado se extendió rápidamente por una gran
área gracias, en buena medida, a la disponibilidad de armas. No es pura
coincidencia que los europeos también hayan ocupado un lugar prominente en
las primeras fases de esta historia.
Los europeos del siglo XVI no sólo introdujeron las armas de fuego a Japón.
También llevaron, por ejemplo, tabaco, del que pronto hubo cultivos locales. La
costumbre de fumar se difundió bastante en el Japón de la modernidad temprana.
Es posible que otra influencia europea fuera el estilo culinario conocido como
tempura: mariscos, pescados y verduras rebozados. Se cree que la palabra
japonesa tempura viene del portugués temporada, en referencia a los periodos en
que se esperaba que los católicos se abstuvieran de comer carne. El cristianismo
también fue importado de Europa en el siglo XVI y tuvo una influencia
considerable, si bien breve.
El misionero jesuita san Francisco Xavier desembarcó en Japón en 1549, en la
isla suroccidental de Kyūshū. Tal vez porque había algunas sorprendentes
similitudes entre la Europa y el Japón del siglo XVI —incluyendo características
como una élite militar hereditaria, castillos y una fe muy difundida en una
religión de salvación (en un inicio, ¡los japoneses llegaron incluso a confundir de
vez en cuando el cristianismo con una secta budista!)—, los japoneses y
europeos se recibieron entre sí con una buena dosis de respeto mutuo inicial. El
puerto japonés de Nagasaki se construyó después de 1568 específicamente para
el comercio europeo y de hecho fueron misioneros jesuitas quienes fundaron esa
ciudad en 1571 y la siguieron administrando por algunos años. Por algún tiempo,
en Japón estuvo de moda llevar una cruz y un rosario. Es posible que, en su
punto más alto en el siglo XVII, haya habido hasta 300 000 conversos japoneses
al cristianismo.
La llegada de los portugueses también incrementó el comercio internacional.
Coincidentemente, las minas de plata japonesas tuvieron una producción sin
precedentes en el siglo XVI y, dado que los portugueses tenían una base en
Macao, China —donde la plata en bruto era literalmente dinero—, el comercio
entre China y Japón floreció con la mediación de los portugueses. Esto
contribuyó a la ornamentación ostentosa de lo que podría llamarse una época,
literalmente, dorada de la historia del arte japonés. La nueva riqueza también
ayudó al gran daimio a construir fortalezas cada vez más imponentes y a
preparar ejércitos más poderosos. Además, la presencia de las armas de fuego
significaba que se había terminado la época del combate cuerpo a cuerpo entre
galantes guerreros a caballo, como se describía en las antiguas leyendas
guerreras, y que ya no eran seguros los castillos en la cima de las colinas. Ahora
eran necesarias filas de infantería equipadas con armas de fuego y enormes
fortificaciones con fosos y terraplenes. El proceso político de descentralización
se empezó a revertir en medio de una intensa competencia por sobrevivir a una
lucha darwiniana por la supervivencia del más apto.
A mediados del siglo XVI, Japón estaba dividido en unos 120 dominios daimio y
cada uno conformaba prácticamente un Estado independiente. Uno de estos
dominios, relativamente menor, que se encontraba en Owari —en el centro de
Japón— pertenecía a Oda Nobunaga (1534-1582). La familia Oda había salido a
la luz cuando fungieron como representantes de los gobernadores militares de la
provincia; después de la Guerra de Ōnin (1467-1477) se apoderaron
abiertamente del control de la zona. Después, la notoriedad de Oda Nobunaga se
catapultó en 1560 cuando sorprendió a las fuerzas muy superiores de un vecino
en medio de una lluvia torrencial y las derrotó de manera contundente. En 1568,
un shogún de Ashikaga le solicitó ayuda a Oda para recuperar el control
shogunal de Kioto, y la marcha de Oda hacia la capital imperial en ese año se
considera a veces el punto de partida de la reunificación de Japón.
Sin embargo, Oda no tenía intenciones de limitarse a proveerle ayuda militar a
los shogunes de Ashikaga. Asumió directamente la autoridad para tomar
decisiones y, en 1573, envió al exilio al último shogún de Ashikaga. A partir de
ese momento, Oda simplemente dejó vacante el lugar del shogún. Oda se burlaba
de los formalismos de la legitimación y se contentaba con gobernar por la vía de
la fuerza militar directa. Según una descripción de un observador europeo en
1569, Oda “trata a todos los reyes y príncipes de Japón con desprecio y los mira
por encima del hombro, como si fueran inferiores”.³⁵
Los oponentes más difíciles que enfrentó Oda Nobunaga en su ascenso al poder
fueron los budistas de la Liga Verdadera de la Tierra Pura (Ikkō ikki), cuya sede
era la fortaleza-templo de Ishiyama Honganji de Osaka, en el extremo oriental
del Mar Interior. Estas ligas habían aparecido durante el periodo de los Estados
Combatientes como organizaciones de defensa colectiva y como alternativa a la
forma de un dominio regido por un solo daimio. Los participantes
acostumbraban hacer un juramento sellado con sangre y escribían sus nombres
en círculo de modo que ninguno apareciera primero. Sin embargo, la mayor
parte de estas ligas se disolvieron rápidamente o se transformaron en dominios
daimio más convencionales. Para esa época, la misma Liga Verdadera de la
Tierra Pura ya no se diferenciaba mucho de un dominio daimio típico excepto
por su carácter específicamente religioso. El conflicto de Oda Nobunaga con esta
secta budista se prolongó por 10 años hasta que cayó su gran fortaleza de Osaka
en 1580.
Dado que las instituciones religiosas budistas eran particularmente renuentes a
aceptar someterse a su mandato, Oda Nobunaga podía ser especialmente
despiadado cuando las atacaba. Un ejemplo de esto es el terrible incidente de
1571 en que Oda destruyó los antiguos cuarteles de la secta Tendai en el monte
Hiei a orillas de Kioto. En esa ocasión se quemaron miles de edificios
monásticos y sus habitantes fueron pasados a cuchillo.
En 1576, Oda construyó un gran castillo para que fuera su cuartel central en
Azuchi, a orillas del lago más grande de Japón, el Biwa, justo al este de Kioto.
Aunque en esta época de la pólvora las fortalezas más útiles eran las que
contaban con fosos y terraplenes, a menudo los castillos japoneses de este
periodo también tenían inmensas torres centrales. Una vez completa, la torre de
Azuchi tenía una altura de 42 metros, con la parte superior dorada y la inferior
encalada, y adornada por dentro con biombos pintados por los mejores artistas.
Para 1582, Oda Nobunaga controlaba alrededor de un tercio de todo Japón. Sin
embargo, ese mismo año un vasallo traidor lo tomó por sorpresa después de
tomar el té en un monasterio de Kioto y lo asesinó, y su gran castillo de Azuchi
fue demolido.
Quedó muy poco del castillo de Oda, pero sus conquistas sirvieron de base para
que otros continuaran su labor. A su muerte, su principal lugarteniente era
Hideyoshi. Los ancestros de Hideyoshi eran tan humildes que al principio ni
siquiera tenía apellido (aunque más tarde el emperador le daría el de Toyotomi).
Gracias a su habilidad, Hideyoshi destacó entre las filas de campesinos guerreros
en una época en que aún no estaba bien definida la clase de los samuráis.
Cuando se enteró del traicionero asesinato de Oda Nobunaga, inmediatamente se
dio a la tarea de castigar al traidor y consiguió matarlo en sólo 11 días. Así,
Hideyoshi quedó en una buena posición para asumir el mando de las fuerzas de
Oda y continuar el proceso de reunificación, que se completaría ocho años
después.
Hideyoshi no sólo logró completar la reunificación militar de Japón sino que
vivió lo suficiente para morir de muerte natural. Parte de su asombroso éxito se
explica porque Oda Nobunaga ya había ganado algunas de las batallas más
difíciles, pero también porque Hideyoshi estaba más dispuesto a negociar que su
antecesor.³ Muchos de los rivales más poderosos de Hideyoshi simplemente se
convirtieron en sus vasallos. Sin embargo, el precio que pagó Hideyoshi por su
exitosa estrategia fue que no sólo siguieron existiendo los antiguos daimios, sino
que algunos de los más poderosos se fortalecieron todavía más ya que las
recompensas más generosas se daban a los señores que ya de por sí eran los más
poderosos.
Por ejemplo, a Tokugawa Ieyasu (1542-1616), el principal aliado de Hideyoshi,
se le asignó en última instancia el control de las tierras del más grande enemigo
derrotado de Hideyoshi, la familia Hōjō de Odawara, en la región oriental de
Kantō, una vez que fueron aplastados en 1590. En ese momento, Tokugawa
Ieyasu se convirtió en el terrateniente más grande de Japón, con posesiones
tasadas en 2 402 000 koku, lo que superaba el volumen total del mismo
Hideyoshi. Inevitablemente, esto convertía a Ieyasu en una amenaza potencial
muy seria para Hideyoshi, pero por lo menos en el corto plazo lo alejaba de la
región vital en el occidente, cerca de la capital imperial, y obligaba a Tokugawa
Ieyasu a enfrentar enormes desafíos administrativos iniciales para mantener bajo
control su nuevo dominio en el oriente, que todavía podían tornarse hostiles.
Tokugawa Ieyasu se mudó a la región de Kantō y estableció sus cuarteles en un
castillo pequeño llamado Edo (hoy en día Tokio).
El origen humilde de Hideyoshi no le permitía asumir el título de “shogún”, para
el cual seguía requiriéndose algún parentesco plausible con el clan Minamoto.
En su lugar, Hideyoshi se las arregló para que lo adoptara la antigua familia
aristocrática de Fujiwara y revivió el antiguo puesto tradicional Fujiwara de
regente. Entonces, Hideyoshi pasó a publicar normas de conducta de los
daimios, supervisó los arrozales de todo Japón y, mediante las llamadas cacerías
de espadas iniciadas en 1558, desarmó al campesinado. Por primera vez se
empezó a marcar un límite claro entre campesinos y samuráis. En 1591 se emitió
un edicto con la intención de fijar permanentemente las identidades de clase en
Japón.
Habiendo conquistado Japón, Hideyoshi alardeó de que era capaz de conquistar
China y emprendió dos grandes invasiones de Corea. Hideyoshi no sólo fracasó
en invadir el continente, sino que tampoco pudo establecer una dinastía
duradera, principalmente porque su heredero era todavía muy joven para tomar
el mando activo cuando él murió. El primogénito de Hideyoshi había muerto
antes y, a falta de heredero, nombró a un sobrino como su sucesor. Pero
Hideyoshi tuvo inesperadamente un segundo hijo llamado Hideyori (1593-1615)
cuando ya había alcanzado una edad avanzada y eliminó implacablemente a su
sobrino, y eso tuvo como consecuencia que su hijo y heredero tuviera sólo cinco
años cuando Hideyoshi murió en 1598. En su lecho de muerte, Hideyoshi se
ocupó de salvaguardar la sucesión y nombró una junta de cinco dignatarios para
que actuaran como guardianes de su hijo hasta que éste alcanzara la edad adulta
con la esperanza de que se estableciera un equilibrio entre ellos y ninguno se
volviera dominante. No obstante, el plan falló cuando uno de los más confiables
de estos hombres murió en 1599, tras lo cual la balanza del poder se inclinó
claramente a favor de Tokugawa Ieyasu. Rápidamente se organizó una coalición
contra Tokugawa, pero ésta se colapsó en el campo de batalla sobre todo a causa
de las deserciones. Tras su victoria en la crucial batalla de Sekigahara en 1600, la
supremacía militar de ese viejo zorro, Tokugawa Ieyasu, se volvió indisputable.
A pesar de su victoria militar, Tokugawa Ieyasu había jurado proteger al hijo de
Hideyoshi y se sintió obligado a permitir que Hideyori siguiera viviendo
cómodamente en su castillo de Osaka. En virtud de que alegó mantener un
parentesco lejano con los Minamoto, Ieyasu obtuvo el título de shogún en 1603 y
así se fundó lo que se conoce como el shogunato Tokugawa. Finalmente, en
1614, tras alegar que una inscripción un tanto ambigua que Hideyori había
grabado en una campana de bronce constituía un insulto velado, y acusando a
éste de reunir a samuráis sin amo (rōnin) en su castillo para preparar un golpe,
Tokugawa Ieyasu sitió el castillo de Osaka. Las defensas del castillo resultaron
ser formidables, pero finalmente fueron derrotadas en 1615 y tanto Hideyori
como su madre se vieron obligados a suicidarse. La destrucción del castillo de
Hideyori en Osaka en 1615 marcaría el último conflicto militar importante en
Japón en dos siglos y medio.
El shogunato Tokugawa (1603-1868)
La excepción más significativa a este largo periodo de paz estable en la época
Tokugawa se manifestó pronto en la forma de una sangrienta rebelión de
cristianos japoneses en Shimabara, cerca de Nagasaki, entre 1637 y 1638. Sin
duda, esta rebelión cristiana contribuyó a endurecer la decisión de Tokugawa de
limitar estrictamente todas las fuentes posibles de intervención extranjera.
Después de un siglo y medio de guerra incesante, y siendo fundamentalmente un
régimen militar, era entendible la obsesión del shogunato Tokugawa por
mantener el orden. Una forma de reforzar la seguridad interna era limitar el
contacto con el exterior. Por esta razón, en 1635 se prohibió que los japoneses
viajaran al extranjero. El cristianismo resultó ser una fuente bastante
desestabilizadora de influencias externas y ya desde tiempos de Hideyoshi, en
1587, se emprendió una serie creciente de proscripciones y persecuciones contra
esa religión extranjera. En 1624, los españoles fueron completamente expulsados
de Japón y, después de la rebelión cristiana de Shimabara, también se expulsó a
los portugueses en 1639. A partir de entonces se le exigió a todo el pueblo
japonés registrarse en algún templo budista para verificar que no fueran
cristianos. Después de 1639, los neerlandeses eran los únicos europeos a los que
se les permitía permanecer en Japón, y en 1641 incluso ellos se vieron
confinados a una pequeña isla artificial llamada Deshima, en el puerto de
Nagasaki.
Los neerlandeses se quedaron, pero su pequeña isla amurallada estaba
resguardada por las noches y de día se requería un pase para entrar y salir. Así
pues, el contacto entre neerlandeses y japoneses era muy limitado y, aunque a
principios del siglo XVII 22 barcos neerlandeses navegaban por año hacia Japón
y Taiwán, para principios del siglo XIX sólo un barco neerlandés en promedio
visitaba Japón por año.³⁷ Por lo tanto, puede decirse que esta medida japonesa de
aislamiento era más o menos extrema, pero ni siquiera así Japón se hallaba
completamente desvinculado del desarrollo mundial de esos siglos. Por ejemplo,
pese a lo que digan las leyendas populares, Japón no dejó de usar armas de fuego
en ese periodo. Cuando una expedición de la marina estadunidense forzó la
apertura de Japón y terminó con su aislamiento en 1854, los fuertes de Nagasaki
ya tenían 137 cañones. La compleja tecnología moderna de los relojes de bolsillo
que llevaron los estadunidenses en 1854 a Japón despertó poco interés porque
éstos ya eran comunes en Japón.³⁸
Si algunas noticias sobre las tendencias occidentales llegaban a penetrar al Japón
Tokugawa, el contacto con otras partes de Asia oriental era, naturalmente,
mucho mayor. De hecho, se ha afirmado que el Japón Tokugawa estuvo
“orientado más que nunca a la lengua y cultura clásicas de China continental”³
(figura VI.5). La educación superior en Japón seguía consistiendo básicamente
en el dominio del lenguaje escrito chino y los clásicos del confucianismo. El
mismo Tokugawa Ieyasu fundó una academia confuciana. Arrojados
repentinamente a una era de paz, los guerreros samuráis japoneses reflexionaron
sobre la manera de justificar la continuación de sus privilegios en una época en
que ya no había guerras que pelear. Esto llevó a algunos samuráis a formular, en
el siglo XVII, lo que se conoce como bushidō: el “Camino de los Caballeros
Militares”. Yamaga Sokō (1622-1685), por ejemplo, argumentó que la existencia
económicamente improductiva de los samuráis se justificaba porque la falta de
trabajo les permitía cultivar los valores confucianos de la lealtad, el deber y el
servicio para guiar a la gente común a la manera confuciana clásica por medio
del ejemplo virtuoso.
De hecho, el periodo Tokugawa llegó a ser conocido como la era dorada del
confucianismo japonés. Se dice que Hayashi Razan (1583-1657) atraía
multitudes con sus disertaciones públicas sobre las interpretaciones
neoconfucianas de las Analectas. En Osaka, la gran ciudad comercial del
occidente de Japón, donde 95% de la población no era samurái, la academia
Kaitokudo (Salón de Aceptación de la Virtud) educó a toda clase de japoneses
sobre los valores del confucianismo y en especial a los comerciantes que
supuestamente debían preocuparse por establecer sus negocios sobre una base
ética confuciana.⁴
FIGURA VI.5. Caligrafía del monje budista zen Nangen (1631-1692), nacido en
China (en la provincia de Fujian), del Mampuku-ji (templo Mampuku)
predominantemente chino que se terminó de construir en 1669 en Japón, cerca
de Uji (no lejos de Kioto). Hasta 1740, todos los abades de Mampuku-ji llegaban
de China. Colección privada. Werner Forman/Art Resource, Nueva York.
Pero como era de algún modo predecible, también hubo reacciones en defensa
de la cultura nativa y contra todo este confucianismo. Así surgió una Escuela de
Enseñanza Nacional presta a enfatizar las tradiciones nativas del Japón. El más
grande intelectual de esta corriente de enseñanza nacional fue Motoori Norinaga
(1730-1801), que dedicó su vida a un cuidadoso estudio de la historia japonesa
más antigua, el Kojiki, en busca de una esencia japonesa más pura y libre de la
contaminación de las influencias chinas.
Algo todavía más esencial para la paz Tokugawa que excluir las fuentes externas
de desestabilización era crear nuevos métodos para mantener el orden interno. El
shogunato Tokugawa no intentó eliminar a los daimios o su autoridad
independiente sobre sus dominios. A finales del periodo Tokugawa, en 1868,
todavía quedaban 276 daimios con distintos grados de riqueza y poder. Lo que sí
hicieron los shogunes Tokugawa fue intentar subordinar a estos daimios a su
mandato mediante juramentos de lealtad, un derecho formal a confirmar las
posesiones de los daimios o bien a transferirlas a otros dominios (algo que
sucedió a menudo en los primeros años), la supervisión de las alianzas
matrimoniales y restricciones sobre el número de castillos y de hombres armados
que se podía tener. Lo que es más importante es que a todos los daimios se les
exigía que pasaran la mitad de su tiempo en Edo según un sistema de asistencia
alterna (sankin kōtai) entre sus propios dominios y la ciudad del shogún. Esto
orientaba a todos los daimios hacia el shogún, mantenía a miembros cruciales de
sus familias como rehenes en el castillo del shogún, agotaba sus recursos
económicos al obligarlos a mantener residencias costosas tanto en Edo como en
sus dominios y, de paso, ayudaba a desarrollar redes de caminos y
comunicaciones centrados en Edo, lo que promovía, en el proceso, el desarrollo
de una economía nacional mejor integrada. Los comerciantes también
convergían en Edo y las otras ciudades-castillo para satisfacer las necesidades de
los daimios y de sus asistentes samuráis.
A comienzos del siglo XVI, la mayor parte de los samuráis todavía vivían en
pueblos rurales, en los que recababan impuestos, administraban la justicia y
servían como autoridades locales. Sin embargo, durante las guerras de
reunificación de la segunda mitad del siglo XVI, los daimios consolidaron sus
recursos, construyeron enormes castillos nuevos y sacaron a los samuráis de las
tierras para formar guarniciones. Al ya no poder mantenerse con los recursos de
sus propias tierras, los samuráis empezaron a recibir sueldos de sus señores.
También se atrajo a comerciantes, artistas y artesanos para servir a estos grandes
establecimientos militares, con lo que se crearon nuevas ciudades-castillo. Así
empezaron muchas de las ciudades japonesas modernas: aproximadamente entre
1580 y 1610 hubo un brote de ciudades-castillo entre las cuales destacó Edo
(hoy Tokio).
A principios del siglo XVIII, la ciudad más grande de Europa era París, que tenía
una población de más de medio millón de personas. En aquella época, Edo
albergaba a más de un millón de personas.⁴¹ En el occidente de Japón, Osaka
también se había convertido en una ciudad considerablemente grande, pero era
una ciudad comercial y prosperó como centro de comercio. Edo era la ciudad del
shogún. La mitad de la población de Edo estaba conformada por samuráis. Todos
los daimios debían pasar la mitad de su tiempo en Edo y los sirvientes directos
del shogún no tenían permiso de viajar a una distancia de más de 16 kilómetros
del castillo del shogún sin permiso oficial. Había, por lo tanto, una enorme
población de guerreros cautivos a los que había que alimentar y darles vivienda,
vestido y entretenimiento. Mientras que el shogún, los daimios y los samuráis
siguieron cultivando la antigua cultura de élite tradicional, la otra mitad de la
ciudad —la gente del pueblo (chōnin)— fomentó una nueva cultura popular.
Ésta fue la primera cultura popular auténtica de Japón, una cultura de mercado
de producción masiva.
El relativamente fulgurante teatro Kabuki, por ejemplo, estaba concebido para
complacer los gustos populares y data casi con precisión del principio del
periodo Tokugawa.⁴² Debido a la mala fama de su tono moral, el shogunato
prohibió rápidamente la presencia de mujeres en el escenario (como sucedió en
la Inglaterra de Shakespeare) y especialistas varones conocidos como onnagata,
que imitaban los movimientos de las mujeres, empezaron a actuar los papeles
femeninos. Como la mayor parte de las profesiones en el Japón Tokugawa, la
actuación se convirtió en un oficio hereditario y los actores a menudo tenían
largas genealogías no sólo en la actuación en general, sino que a menudo
representaban los mismos papeles que sus ancestros habían popularizado. Las
escenografías, disfraces y maquillaje del teatro Kabuki eran espléndidos y se
construyó un escenario giratorio con el fin de acelerar los cambios de escena.
Aunque resulte sorprendente, algunos de los mejores dramaturgos de la etapa
Tokugawa preferían escribir para el teatro de marionetas (bunraku o jōruri) que
durante algún tiempo rivalizó seriamente con el teatro en vivo. Las marionetas se
volvieron enormes, de hasta un metro o más de altura, y se requerían tres
personas para manipularlos. Obviamente, estas marionetas eran capaces de
ejecutar acrobacias y otros efectos especiales que ningún actor humano hubiera
podido realizar en el escenario. Acaso el más renombrado dramaturgo del
periodo Tokugawa haya sido Chikamatsu Monzaemon (1653-1725), que observó
agudamente que el arte del teatro de marionetas se ubicaba en el “fino margen
entre lo real y lo irreal”.⁴³
La obra más apreciada del periodo Tokugawa, escrita por otros tres autores, se
llamó Chūshingura (“El tesoro de los sirvientes leales”) y se conocía
popularmente como la historia de “los cuarenta y siete rōnin”. Se presentó por
primera vez en 1748. Esta obra completa tarda unas 11 horas, pero las líneas
generales de la historia se pueden exponer rápidamente. Se basaba en sucesos
reales que ocurrieron entre 1701 y 1703. Cierto daimio había sido nombrado
para ayudar a recibir a un emisario imperial en el castillo del shogún en Edo,
pero como no se había preocupado por ofrecer los regalos adecuados al hombre
encargado de enseñarle el protocolo necesario, no sabía cómo llevar a cabo
correctamente la tarea. Humillado y enfurecido, como resultado desenvainó su
espada e hirió a su poco colaborador maestro. Desenvainar una espada en el
castillo del shogún se castigaba con la muerte y este señor se vio obligado a
suicidarse esa misma tarde. Con su muerte, sus sirvientes se convirtieron en
rōnin (samuráis sin amo). Los ideales samurái de lealtad y deber dictaban que
éstos debían buscar venganza pero, para despistar a su enemigo, primero
fingieron que se habían vuelto licenciosos y corruptos hasta que, una noche,
asaltaron la mansión del villano y lo mataron. Con esto satisficieron la exigencia
de lealtad pero, por desgracia, en el proceso también cometieron un crimen
imperdonable: el asesinato. La elegante solución del shogunato fue permitirles a
todos un suicidio honorable, con lo cual los 47 rōnin se convirtieron en héroes
trágicos.
El shogunato Tokugawa intentó legislar una separación estricta entre la cultura
popular y la de élite. La gente del pueblo tenía prohibido montar obras del
refinado drama Nō y no se suponía que los samuráis asistieran al teatro Kabuki.
No obstante, en la práctica muchos samuráis se convirtieron en ávidos
espectadores del Kabuki, incluso si esto significaba que asistieran a las
representaciones en secreto. Al mismo tiempo, incluso la cultura popular
comercial reflejaba en cierta medida los valores neoconfucianos de la élite. Por
ejemplo, uno de los grandes temas que estuvieron siempre presentes en el teatro
Tokugawa era el conflicto entre el deber (giri) y los sentimientos humanos
(ninjo), sobre todo en las obras de amantes desafortunados que se ven orillados
al suicido por el peso de las circunstancias.
Repentinamente se empezó a publicar un gran número de libros escritos en
japonés en lugar del chino clásico. Estos libros estaban dirigidos a un gran
público popular y había entre ellos cosas como manuales para el manejo
doméstico y guías de contabilidad, así como novelas y otras obras de
entretenimiento. Para 1692 había unos 7 000 títulos impresos en Kioto.⁴⁴
Aparentemente, el shogunato veía el entretenimiento como una suerte de mal
necesario que debía regular y restringir, pero que de todos modos debía permitir.
Por lo tanto, el shogunato designó zonas autorizadas para el ocio, a las cuales a
menudo se llamaba, poéticamente, “el mundo flotante” (ukiyo). Eran centros de
casas de té, teatros y burdeles. Después de algunos incendios ocurridos en la
década de 1650, los teatros de Edo quedaron concentrados en el área de
Nihonbashi (el “Puente de Japón”, a partir del cual se suponía que se medían
todas las distancias), al este del castillo del shogún, mientras que otras formas de
entretenimiento se mudaron hacia el noreste, a la zona de la ciudad que hoy se
llama Asakusa. Las geishas (“artistas”, literalmente), que eran virtuosas de la
danza, el canto, la música, la conversación y consumadas animadoras femeninas,
conformaban el corazón de este mundo flotante.
Los populares grabados en madera conocidos como ukiyo-e (“pinturas del
mundo flotante”) también tomaron su nombre de estas zonas autorizadas para el
ocio. Estos grabados —que en ese momento difícilmente se consideraban como
arte pero que fueron muy apreciados en el Occidente moderno— se inspiraban
por lo común en estas zonas de ocio y retrataban temas como las geishas, los
actores Kabuki y los luchadores de sumo. Sin embargo, muchos de los grabados
más espléndidos eran de paisajes, como los de (Andō) Hiroshige (1797-1858) y
(Katsushika) Hokusai (1760-1849). Se dice que Hokusai produjo la sorprendente
cantidad de 35 000 diseños diferentes a lo largo de su longeva vida, aunque es
más conocido por su serie de Treinta y seis vistas del monte Fuji, que incluye la
famosa obra “La gran ola de Kanagawa” (figura VI.6).
FIGURA VI.6. Katsushika Hokusai (1760-1849), “La gran ola de Kanagawa”
(de la serie de Treinta y seis vistas del monte Fuji), grabado en madera japonés,
ca. 1830-1832. Legado de la señora H. O. Havemeyer, 1929. Museo
Metropolitano de Arte, Nueva York. © Museo Metropolitano de Arte/ Art
Resource, Nueva York.
El mundo al revés: desarrollo económico
de la modernidad temprana
En el primer siglo del periodo Tokugawa, la población de Japón se incrementó a
más del doble y aumentó el tamaño de las ciudades-castillo. Sin embargo,
después de eso se detuvo el crecimiento poblacional y entre 1721 y 1846 se
mantuvo constante en alrededor de 26 millones. Muchas ciudades-castillo
incluso tuvieron una pérdida poblacional. Esta estabilidad poblacional a largo
plazo parece haber sido el resultado, al menos en parte, de cuidadosas decisiones
de las familias, como permitir el matrimonio a un solo hijo de cada generación
para mantener intacta la granja familiar. No obstante, al mismo tiempo la
tecnología estaba mejorando gradualmente, la educación estaba cada vez más
difundida y el comercio y la producción agrícola estaban aumentando. Por lo
tanto, el ingreso per capita aumentó, pero el centro de las actividades cambió de
las ciudades-castillo al campo. Una razón para este cambio pudo haber sido la
relativa incapacidad de los gobiernos de las ciudades-castillo para hacer valer las
restricciones a los monopolios, aplicar impuestos y regular los precios fuera de
esas ciudades. Como lamentaba un estatuto japonés de finales del siglo XVIII,
“ahora la gente de la ciudad-castillo sale a comprar al campo”.⁴⁵
Hacia el final del periodo Tokugawa, algunas familias de las granjas estaban
ganando más de la mitad de sus ingresos con actividades distintas a la
agricultura. Además de la producción adicional de textiles y otras actividades en
las mismas granjas, había también muchas industrias rurales nuevas —cosas
como la producción de sake (alcohol), la elaboración de salsa de soya y la
producción de cerámica y hierro— a las que se dedicaban una parte del tiempo o
por temporadas. Un resultado de esta situación fue que los hábitos laborales de
los japoneses estaban bastante bien preparados para el surgimiento de la
industrialización mecanizada moderna de finales del siglo XIX.
Sin embargo, otro resultado fue que la posición de la élite de guerreros se fuera
deteriorando gradualmente. Ahora, la categoría de samurái era fija y hereditaria
y estaba marcada por privilegios como el derecho exclusivo a llevar dos espadas
y a tener un apellido. Los samuráis también recibían sueldos fijos de sus señores.
Pero los samuráis eran un grupo relativamente grande, de alrededor de 7% de la
población total, y obviamente sus posibilidades de empleo como guerreros en
una larga época de paz eran limitadas. Algunos samuráis servían a sus señores
como funcionarios de sus dominios, pero en su mayoría no tenían realmente
mucho qué hacer.
Mientras tanto, los daimios recolectaban sus impuestos en arroz, que enviaban a
Osaka o a Edo a fin de venderlo y convertirlo en efectivo para pagar por los
gastos de manutención de sus dominios. Muchas grandes casas mercantiles
surgieron y prosperaron al prestar servicios a este tipo de intercambio comercial
y así floreció una economía basada en el dinero. Como las tasas de los impuestos
se mantuvieron bastante estables desde 1700, mientras que los gastos tendían
naturalmente a crecer, a veces los daimios se veían obligados a pedir préstamos a
los comerciantes ricos y algunos se endeudaron mucho. Los comerciantes y otros
grupos del pueblo tenían prohibido por ley aspirar a la categoría de samuráis
pero, a pesar de su inferioridad inicial, su creciente fuerza económica revirtió
hasta cierto punto lo que la élite guerrera creía que debía ser el orden social
correcto. Para economizar, muchos daimios redujeron los salarios de los
samuráis (que de todos modos se hubieran quedado estancados en el mejor de
los casos) en un promedio de 30 o 40%, con lo que dejaron en la pobreza a
muchos de los samuráis de menor rango y causaron mucho descontento en esa
comunidad.
Por lo tanto, aunque, paradójicamente, el Japón Tokugawa experimentó un
significativo desarrollo económico en la modernidad temprana —que hubiera
podido preparar a Japón para una rápida industrialización a finales del siglo XIX
—, el orden social ideal también se vio sustancialmente socavado. Para el siglo
XIX, las pruebas del descontento con la autoridad establecida estaban muy
difundidas. Como observó un autor de principios del siglo XIX: “se llama ‘leyes
de tres días’ a las proclamas y ordenanzas del shogunato. Nadie les teme ni les
presta atención […] Se les hace a un lado después de ese breve periodo de
tiempo”.⁴ Es significativo que entre los más descontentos y desposeídos por
estas tendencias a largo plazo estuvieran los miembros de menor rango de la élite
samurái.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Sobre la coyuntura crítica de tendencias culturales, comerciales y políticas en la
China del periodo tardío de la dinastía Ming, véanse Timothy Brook, The
Confussions of Pleasure: Commerce and Culture in Ming China, University of
California Press, Berkeley, 1998; Chun-shu Chang y Shelley Hsuehlun Chang,
Crisis and Transformation in Seventeenth-Century China: Society, Culture, and
Modernity in Li Yü’s World, The University of Michigan Press, Ann Arbor,
1998; Craig Clunas, Empire of Great Brightness: Visual and Material Cultures of
Ming China, 1368-1644, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2007; Craig
Clunas, Superfluous Things: Material Culture and Social Status in Early Modern
China, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2004 (1991); Ray Huang, 1587, a
Year of no Significance: The Ming Dynasty in Decline, Yale University Press,
New Haven, 1981, y David Johnson, Andrew J. Nathan y Evelyn S. Rawski
(eds.), Popular Culture in Late Imperial China, University of California Press,
Berkeley, 1985. Andrew H. Plaks argumenta, en su libro The Four Masterworks
of the Ming Novel: Ssu ta ch’i shu, Princeton University Press, Princeton, 1987,
que en el siglo XVI se cristalizó la prosa de ficción china en toda su extensión.
Los encuentros europeos con Asia oriental en la modernidad temprana se
describen en Chester Ralph Boxer, The Christian Century in Japan, 1549-1650,
University of California Press, Berkeley, 1967; Reinier H. Hesselink, Prisoners
from Nambu: Reality and Make-Believe in 17th-Century Japanese Diplomacy,
University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2002; David. E. Mungello, The Great
Encounter of China and the West, 1500-1800, Rowman and Littlefield, Lanham,
1999, y Jonathan D. Spence, The Memory Palace of Matteo Ricci, Penguin
Books, Harmondsworth, 1983. Sobre la misión diplomática británica enviada a
China en 1793, que podría considerarse como el último gran encuentro
“tradicional”, véase James Louis Hevia, Cherishing Men from Afar: Qing Guest
Ritual and the Macartney Embassy of 1793, Duke University Press, Durham,
1995.
Sobre la China de la dinastía Qing, véanse Pamela Kyle Crossley, The Manchus,
Blackwell, Oxford, 1997; Evelyn S. Rawski, The Last Emperors: A Social
History of Qing Imperial Institutions, Berkeley, University of California Press,
1998, y William T. Rowe, China’s Last Empire: The Great Qing, Harvard
University Press, Cambridge, 2009. Un estudio fascinante sobre la intersección
entre arte, religión, cultura y poder en la dinastía Qing es el libro de Patricia
Berger, Empire of Emptiness: Buddhist Art and Political Authority in Qing
China, University of Hawai‘i Press, Honolulu, 2003.
Acerca del periodo tardío de la Corea Chosǒn, véanse JaHyun Kim Haboush y
Martina Deuchler (eds.), Culture and the State in Late Chosǒn Korea, Harvard
University Asia Center, Cambridge; 1999; James B. Palais, Confucian Statecraft
and Korean Institutions: Yu Hyǒngwǒn and the Late Chosǒn Dynasty, University
of Washington Press, Seattle, 1996, y Michael J. Seth, A Concise History of
Korea: From the Neolithic Period through the Nineteenth Century, Rowman and
Littlefield, Lanham, 2006, cap. 8.
Una revisión completa de la historia moderna de Japón la ofrece Conrad D.
Totman en Early Modern Japan, University of California Press, Berkeley, 1993.
Respecto a la modernidad temprana en Japón antes del establecimiento del
shogunato Tokugawa, véanse Mary Elizabeth Berry, Hideyoshi, Harvard
University Press, Cambridge, 1982, y George Elison y Bardwell L. Smith (eds.),
Warlords, Artists, and Commoners: Japan in the Sixteenth Century, University of
Hawai‘i Press, Honolulu, 1981.
Sobre los avances intelectuales en la era Tokugawa, véanse Masao Maruyama,
Studies in the Intellectual History of Tokugawa Japan, Mikiso Hane (trad.),
Princeton University Press, Princeton, 1974; Tetsuo Najita, Visions of Virtue in
Tokugawa Japan: The Kaitokudo Merchant Academy of Osaka, University of
Chicago Press, Chicago, 1987, y Herman Ooms, Tokugawa Ideology: Early
Constructs, 1570-1680, Princeton University Press, Princeton, 1985. Respecto a
la literatura Tokugawa, véase Donald Keene, World within Walls: Japanese
Literature of the Pre-Modern Era, 1600-1867, Grove Press, Nueva York, 1976.
Mary Elizabeth Berry describe una revolución en la difusión del conocimiento
impreso en Japón durante el periodo Tokugawa en Japan in Print: Information
and Nation in the Early Modern Period, Berkeley, University of California Press,
2006. Se pueden encontrar excelentes ensayos sobre una gran cantidad de temas
del periodo Tokugawa en John W. Hall y Marius Jansen (eds.), Studies in the
Institutional History of Early Modern Japan, Princeton University Press,
Princeton, 1968.
Para revisar aspectos de la cultura Tokugawa que pudieron haber conducido a la
modernización e industrialización posteriores de Japón, véanse Robert Bellah,
Tokugawa Religion: The Cultural Roots of Modern Japan, The Free Press,
Nueva York (1957), 1985, y Thomas C. Smith, Native Sources of Japanese
Industrialization, 1750-1920, University of California Press, Berkeley, 1988
VII. EL ENCUENTRO DE CIVILIZACIONES
EN EL SIGLO XIX
LA INDUSTRIALIZACIÓN Y EL ASCENSO
DE LAS NUEVAS GRANDES POTENCIAS
El mundo fue transformado de forma radical en el siglo XIX por los titánicos
nuevos poderes desencadenados por la Revolución industrial y la revolución
científica. Los transportes modernos y las tecnologías de comunicación, como el
buque de vapor, el ferrocarril y el telégrafo (el primer enlace telegráfico entre
China y Europa se estableció en 1871), conectaron al planeta como nunca antes.
Las nuevas tecnologías militares, incluyendo acorazados de guerra a vapor y
metralletas, dieron a los países industrializados una superioridad militar sin
precedentes sobre los pueblos no industrializados. El poder y la riqueza también
convirtieron a estos países industrializados en modelos muy atractivos, aunque
se produjo un periodo de retraso perceptible antes de que muchos pueblos, fuera
del núcleo de temprana industrialización, percibieran el carácter aparentemente
irresistible de la modernización, y muchos de ellos nunca le dieron la
bienvenida. “De 1860 a 1914, la red de acero [los ferrocarriles] se extendió por
todo el mundo, y lo mismo sucedió con las técnicas políticas, financieras y de
ingeniería que se desarrollaron junto con ella”, no obstante que “entre los
pueblos no occidentales sólo los japoneses mostraron un entusiasmo real por los
ferrocarriles” y que, incluso en Japón, el primer tramo de 29 kilómetros de línea
férrea no se instaló sino hasta 1872¹ (figura VII.1). En China, la primera línea de
ferrocarril corta fue construida por una compañía británica en 1876, pero luego
fue adquirida por el gobierno chino para ser desmantelada al año siguiente.
A pesar de este inicio retrasado, hacia el final del siglo XIX una virtual ola de
occidentalización comenzaba a propagarse por el mundo. De manera consciente,
las vestimentas y los peinados occidentales se pusieron ampliamente de moda
entre las élites. En la década de 1870, por ejemplo, los samuráis japoneses se
cortaron sus tocados tradicionales y empezaron a adoptar a manera de
experimento modas occidentales. Se dice que para 1900, la mayoría de los
hombres japoneses poseía al menos un traje y un sombrero de corte occidental.
El gobierno democrático representativo también parecía ser una tendencia
irresistible de esa época al final del siglo. Para 1890, Japón ya había redactado
una constitución moderna, similar a las occidentales, y había electo una
asamblea legislativa (a la que se llamó Dieta). Poco después del inicio del siglo
XX, incluso China adoptó una constitución formal y celebró elecciones para
asambleas provinciales y, en 1912-1913, experimentó con sus primeras
elecciones democráticas nacionales.
FIGURA VII.1. Hiroshige III (ca. 1843-1894), Imagen de una locomotora de
vapor a lo largo del muelle de Yokohama, ca. 1874, grabado en madera japonés.
Galería Arthur M. Sackler, Smithsonian Institution, Washington, D. C.:
Obsequio de la Fundación Daval, de la colección del embajador William
Leonhart y su esposa, S1991.151 a.C.
De muchas maneras, esta ola de occidentalización del siglo XIX anunció el
fenómeno actual de la globalización al final del siglo XX y comienzo del XXI.
El transporte y las comunicaciones no sólo se volvieron más rápidos sino
también más homogéneos. Por todos lados, las líneas ferroviarias recién
construidas operaban de forma parecida y típicamente utilizaban medidas
estándar de rieles. Se estableció una Unión Internacional de Telégrafos en 1865 y
una Unión Postal Universal en 1875. También surgió una cultura global de
nuevos negocios basados en tecnología compartida y técnicas directivas. Al final
del siglo XIX existían mercados de capitales globales integrados,
comunicaciones casi instantáneas mediante el telégrafo, cargamentos
refrigerados de alimentos perecederos de granjas y ranchos en los rincones más
alejados del mundo y nuevos mercados globales para productos como café,
plátano, caucho, cobre y estaño. De hecho, como un porcentaje del producto
interno bruto, los flujos internacionales de capital alcanzaron su punto máximo a
principios del siglo XX (de Gran Bretaña) y nunca han vuelto a igualarse desde
entonces, mientras que el comercio internacional como un porcentaje de la
producción total no regresó a sus niveles de 1913 (es decir, antes de la primera
Guerra Mundial) sino hasta el final de la década de 1980.²
Algunos predijeron que la creciente integración económica internacional haría
que la guerra fuera imposible entre los países desarrollados. El estallido de la
primera Guerra Mundial en 1914 demostró que esta predicción estaba
completamente equivocada, a la vez que asestó un duro golpe al
interdependiente sistema financiero internacional, especialmente en Europa. El
comienzo de la Gran Depresión y el ascenso del fascismo y el comunismo, hacia
la década de 1930, llevaron a la conclusión de esta etapa de globalización
temprana. Sin embargo, antes de que eso sucediera, gran parte del mundo ya
había sido transformada irrevocablemente por la modernización. En Asia
oriental, el periodo de máxima occidentalización en realidad no ocurrió sino
hasta el inicio del siglo XX, pero aun así las poderosas fuerzas en que se
fundamentaron estos cambios ya se habían inmiscuido en la región desde mucho
antes.
La industrialización fue la clave. Aunque los primeros logros de la revolución
científica de Europa se han celebrado justamente, sigue siendo tema de debate en
qué grado la ciencia pura contribuyó en las primeras etapas de la
industrialización. Los innovadores descubrimientos en el mejoramiento
tecnológico y los primeros casos de producción a escala relativamente grande no
condujeron necesariamente, de forma automática, a una revolución industrial.
Los talleres de porcelana premodernos de Jingdezhen en el sureste chino, por
ejemplo, en los que se empleaban unos 70 000 trabajadores, han sido llamados
“el complejo industrial más grande del mundo antes del siglo XVIII”; además,
durante los siglos XVII y XVIII, China había exportado más de 100 millones de
piezas de porcelana tan sólo a Europa.³ Los chinos también habían aprendido a
usar el carbón como combustible desde etapas muy tempranas y desarrollaron la
mayor parte de los mecanismos de una máquina de vapor, como una variedad de
pistones y cilindros de efecto simultáneo y métodos para cambiar el movimiento
giratorio a lineal.⁴ Sin embargo, la Revolución industrial no comenzó en China.
Fue en Gran Bretaña, en cambio, al inicio del siglo XIX, donde todos los
factores necesarios fueron aprovechados, por primera vez, para una verdadera
revolución industrial.
Las primeras máquinas de vapor alimentadas por carbón eran tan ineficientes
que casi eran inútiles, excepto en las mismas minas de carbón donde éste era
relativamente barato y abundante; allí, las máquinas de vapor se utilizaban
inicialmente para bombear agua fuera de las minas y permitir excavaciones más
profundas. A medida que los motores se volvieron más eficientes, también se
empezaron a utilizar para transportar carbón en la superficie y, más adelante, en
1825, en el norte de Inglaterra se construyó la primera línea de ferrocarril del
mundo. Sucedió que en la Gran Bretaña del siglo XIX se combinaron una de las
mayores reservas de carbón en Europa con una grave escasez de madera, lo que
propició el cambio de madera a carbón. Gran Bretaña también contaba con un
alto nivel de comercialización y transportación adecuada de agua y, por
supuesto, con individuos de notable ingenio mecánico y chispa empresarial.⁵
Aunque la conversión a la mecanización impulsada por combustible fósil fue el
momento distintivo de la época en la Revolución industrial, otro importante
prerrequisito fue el desarrollo previo de una red (e imperio) mundial del
comercio de Gran Bretaña. Las colonias y los socios comerciales en los Estados
Unidos, y en otros lugares, proporcionaron mercados para los productos de
fabricación británica y los suministros básicos de materias primas como el
azúcar y el algodón. El desarrollo del comercio en todo el mundo también
proporcionó el marco para experimentar con organizaciones de negocios a gran
escala como las sociedades anónimas.
En 1795, David Davies ya había comentado la peculiaridad del hábito de la clase
obrera inglesa de tomar té endulzado con azúcar: “Después de todo, parece una
cuestión muy rara, que la gente común de cualquier nación europea esté obligada
a utilizar, como parte de su dieta diaria, dos productos importados de lugares
opuestos del planeta”. De forma extraordinaria, todo este té británico provenía
de China y la mayor parte del azúcar provenía del Caribe. Esto es un
sorprendente testimonio del alcance global del comercio británico.
En el siglo XVII, un nuevo tipo de empresa comercial concesionada privada
había surgido para convertirse en la vanguardia de las actividades empresariales
europeas en Asia. Especialmente importante al inicio fue la neerlandesa VOC
(Vereenigde Oost-Indische Compagnie o Compañía Neerlandesa de las Indias
Orientales), fundada en 1602. Los neerlandeses establecieron una base en
Batavia (hoy Yakarta) en la isla de Java en 1619 y pronto consiguieron casi un
monopolio del aún vital comercio de especias entre las islas de la actual
Indonesia. Debido a las acciones del shogunato Tokugawa japonés, los
neerlandeses consiguieron también un monopolio total del comercio europeo con
Japón después de 1639. Entre tanto, la Compagnie des Indies francesa rivalizó
seriamente, durante algún tiempo, con los intereses británicos en la India, pero
después de las victorias militares británicas en batallas como la de Plassey, en
1757, y la de Pondicherry, en 1760, la Compañía de la India Oriental (CIO)
británica se convirtió en la fuerza dominante en la India. Desde sus bases en la
India, la CIO comenzó entonces a proyectar los intereses británicos hacia China.
La CIO británica había sido fundada en 1599 cuando un grupo de comerciantes
de Londres adquirió una concesión legal real de la reina Isabel I. LaCIO disfrutó
de un monopolio sobre todo el comercio británico al este del Cabo de Buena
Esperanza y pronto se convirtió en la mayor compañía concesionada británica
que conducía negocios fuera de Inglaterra. La “India Oriental” de su título se
refería originalmente a las “Indias Orientales” (hoy Indonesia), pero los
británicos fueron expulsados de allí por los neerlandeses, y la atención de las
actividades de la CIO se volvió hacia el subcontinente indio. A partir del inicio
del siglo XIX, se exigió que todas las importaciones británicas del Lejano
Oriente se depositaran en los almacenes de la CIO y se vendieran desde ellos.
Los muelles y almacenes de la CIO en Londres empleaban 50 000 personas, la
compañía poseía alrededor de 115 naves y tenía el ejército más grande en Asia.
De hecho, a partir de la década de 1830, el ejército de la CIO era más de dos
veces el tamaño del ejército ordinario del gobierno británico. La Corona otorgó a
la CIO los derechos para acuñar dinero corriente e impartir justicia y, en
realidad, fue la CIO, en lugar del gobierno británico, la que primero puso a la
India bajo el control británico.
La victoria en las guerras napoleónicas, a principios del siglo XIX, estableció la
abrumadora superioridad naval británica en el mundo y, junto con la temprana
supremacía británica en la industria mecanizada, convirtieron a Gran Bretaña en
la única superpotencia mundial del siglo (y el imperio más grande de la historia
universal). Sin embargo, el éxito británico incitó a la imitación y, al poco tiempo,
surgió una segunda oleada de países tardíamente industrializados; entre ellos
estaban los Estados Unidos, Alemania, Rusia y Japón. Los Estados Unidos y
Alemania, en particular, socavaron seriamente la supremacía industrial de Gran
Bretaña al inicio del siglo XX. Estos países (al igual que Francia que, a pesar de
su relativa decadencia, seguía siendo un competidor importante) se convirtieron
en las nuevas grandes potencias y pronto se enzarzaron en una competencia
frenética por dominar. Entre 1876 y 1915, una cuarta parte del mundo estaba
colonizada por más o menos esta media docena de grandes potencias modernas.⁷
Muchas potencias viejas se vieron eclipsadas por estos avances. China y el
Imperio otomano se vieron especialmente reducidos y se convirtieron en lo que
se llamó los “hombres enfermos” de Asia y Europa, respectivamente.
EL IMPACTO DEL SIGLO XIX EN CHINA
Durante el siglo XVIII, China disfrutó de un nivel de vida parecido al de Europa
occidental. De acuerdo con algunas estimaciones, China consumía, en realidad,
más azúcar por persona y producía textiles en volúmenes comparables al menos
a los de Europa en esa época; además, “los terrenos, mano de obra y mercados
de Europa occidental, aun en una fecha tan avanzada como 1789, probablemente
estaban del todo lejos de ser una competencia adecuada […] para los mercados
en la mayor parte de China”.⁸ En su conjunto, más que en términos individuales,
China era probablemente el país más rico del mundo aún en 1800, con casi un
tercio de la producción total mundial. Hasta bien entrado el siglo XIX, las
condiciones en China no parecían necesariamente tan desoladoras para los
observadores europeos. Robert Fortune, por ejemplo, un botánico enviado a
China por la CIO, resaltaba todavía en 1857 que, aunque los agricultores chinos
“probablemente son menos ricos que nuestros agricultores en Inglaterra” porque
“sus granjas son pequeñas”, aun así “viven bien, visten de forma sencilla y son
buenos trabajadores, sin estar de ninguna manera oprimidos. Dudo que en
cualquier otro lado haya una raza más feliz que los agricultores y campesinos
chinos”.
Para 1900, sin embargo, la participación de China en la producción mundial
había caído a sólo 6%. Probablemente lo anterior no fue el resultado de un
decaimiento en términos absolutos, sino en relación con el reciente y
extraordinario crecimiento de las economías industrializadas. Aun así, para el
considerable desconcierto de mucha gente en China, ésta estaba siendo
marginada rápidamente, empobrecida de cierta manera y cercada por la dinámica
expansión de los nuevos imperios. Los países vecinos que antes habían sido
vistos como tributarios del Imperio chino fueron, uno por uno, anexados a las
nuevas configuraciones imperiales extranjeras: Birmania fue cedida a Gran
Bretaña en 1886 y Nepal se convirtió en un protectorado británico en 1815;
Francia adquirió Vietnam, Laos y Camboya por etapas entre 1862 y 1885; Japón
reclamó con éxito las islas Ryuˉ kyuˉ (en chino, Liuqiu) en 1878 y, en 1895,
anexó Corea al dominio japonés y adquirió Taiwán directamente como colonia.
A excepción de Taiwán, el territorio chino no estaba colonizado directamente por
estos imperios modernos; sin embargo, muchos chinos concluyeron con el
tiempo que China estaba siendo reducida a, por lo menos, un estado
“semicolonial” bajo los términos de un llamado sistema de tratados portuarios.
Este sistema de tratados se refería, literalmente, a los puertos abiertos por
tratados diplomáticos oficiales, comenzando por el que puso fin a la primera
Guerra del Opio en 1842.
Las guerras del opio
A partir de 1760, todas las actividades comerciales marítimas de Occidente en
China fueron restringidas oficialmente sólo al puerto de Cantón por el gobierno
de la dinastía Qing. Esto no era alguna antigua tradición china, sino que se
trataba, en realidad, de una nueva forma de aplicar las normativas de control de
las fronteras imperiales, que recientemente habían demostrado ser bastante
eficaces contra los nómadas del noroeste.¹ Esta normativa no se aplicaba a los
rusos, quienes podían viajar por tierra a Beijing, ni a los propios comerciantes
chinos, quienes iban y venían con relativa libertad. Solamente la navegación
occidental estaba limitada a Cantón, donde varias empresas chinas se unieron
para formar una asociación monopólica (llamada Co-hong por los ingleses), la
cual manejaba todos los aspectos del contacto con los comerciantes occidentales.
Se debe enfatizar que entonces, de entre esos comerciantes occidentales, fueron
los británicos quienes habían desarrollado un apetito considerable por cierto
producto chino llamado té, el cual habían empezando a comprar en cantidades
importantes: 13 600 000 kilos por año, en la década de 1830. En Cantón, los
occidentales no tenían permitido pasar siquiera al interior de las murallas de la
ciudad y, en cambio, se les confinaba, durante los seis meses de la temporada de
comercio, a un grupo de fábricas al sur de las murallas de la ciudad, cerca del
Río de las Perlas. Residencias extranjeras más permanentes se hallaban río abajo
en Macao bajo control de los portugueses. Hubo repetidos esfuerzos británicos
por renegociar estos términos restrictivos de comercio, el más famoso de los
cuales fue la misión encabezada por lord George Macartney en 1793, pero
simplemente fueron rechazados por Beijing.
A pesar de que los comerciantes occidentales vendían muchos productos
diferentes a cambio de té chino, seda, porcelana y artículos lacados, sólo en raras
ocasiones podían vender lo suficiente para equilibrar el intercambio. El déficit o
desequilibrio comercial tenía que compensarse con pagos en efectivo (que en
China significaba plata). Por ejemplo, un estadunidense de esa época estimó que,
entre 1805 y 1825, una cifra neta de 62 millones de dólares en efectivo se había
transferido de los Estados Unidos a China.¹¹ Por lo tanto, los comerciantes
occidentales naturalmente estaban muy interesados en encontrar un producto que
pudieran comercializar con éxito en China y, a fines de la década de 1700,
finalmente lo encontraron en el opio.¹²
El opio es una droga narcótica producida a partir de la flor de amapola. Había
sido durante mucho tiempo una sustancia conocida en todo el Viejo Mundo e
incluso pudo haber sido cultivada en el antiguo Egipto. La técnica para fumar
opio era lo novedoso, pues parece haber comenzado como derivado de la
práctica de fumar tabaco del Nuevo Mundo. Si bien el consumo de opio pudo
haber empezado simplemente al mezclar tabaco y opio, en última instancia, en
lugar de encender el opio e inhalar el humo directamente, la técnica se tornó en
calentar una piedra de opio dentro de una pipa hasta que se evaporara para
inhalar después el vapor. Este consumo de opio se extendió especialmente en
China, aunque el gobierno chino también se volvió un ejemplo global en
proscribir la práctica al prohibir la utilización no médica del opio en una fecha
tan temprana como 1729. En otras partes del mundo, el consumo de opio estaba
lejos de ser universalmente ilegal antes del siglo XX. De hecho, no era inusual
que las madres británicas del siglo XIX dosificaran a sus propios hijos con una
tintura líquida de opio llamada láudano.
En un principio no había mucho opio en China. En 1729 se importaron sólo 200
cofres y el cultivo interno era ínfimo. En 1770, sin embargo, una hambruna en
Bengala, en el noreste de India, ocasionó que la CIO pidiera ayuda al
Parlamento, lo que resultó en el Decreto del Té de 1773, que permitió a la CIO
vender sus productos libres de impuestos en las colonias británicas. Esto provocó
que algunos colonos furiosos de Boston, Massachusetts, reaccionaran con ira y
arrojaran té de la CIO al océano (el llamado Boston Tea Party) en diciembre de
1773. También en 1773, y como resultado de esa misma hambruna en la India, la
CIO consiguió establecer un monopolio sobre la venta y producción de opio en
Bengala. Este opio se fabricaba en esferas con el sello de la CIO y se
comercializaba en China. Entre 1780 y 1790 las importaciones de opio de la
India a China se cuadruplicaron y se estima que a principios del siglo XIX el
opio se había convertido en el cultivo comercial más valioso del mundo.
El problema obvio con el lucrativo negocio del opio fue que éste era ilegal en
China, aunque no lo fuera en otros lugares. Por ello, en una concesión a la
presión del gobierno chino, la CIO accedió en 1800 a suspender la venta de opio
en China. Sin embargo, esto marcó una mínima diferencia debido a que la CIO
continuó con el cultivo y la producción de opio en la India, donde era
perfectamente legal, y después lo subastaba a empresas privadas, las cuales
luego lo embarcaban hacia China. El monopolio británico de la CIO sobre el
comercio con el Lejano Oriente sólo tenía efecto en el comercio entre Asia y
Gran Bretaña, pero no así en el comercio entre los diferentes puertos de Asia.
Las exportaciones de opio a China continuaron sin cesar.
Entonces, en 1834, expiró el monopolio británico de la CIO y no fue renovado.
Como la mayoría de los países europeos, la Gran Bretaña de la modernidad
temprana había favorecido políticas mercantilistas o de comercio protegido, pero
a principios del siglo XIX, un nuevo ideal de libre comercio se estaba
consolidando. En 1776, Adam Smith acuñó, en La riqueza de las naciones, su
famosa frase sobre la “mano invisible”, lo que sugirió que el libre intercambio de
mercancías por medio de las fuerzas del mercado era el medio más eficiente para
organizar una economía. En 1817, David Ricardo desarrolló aún más la idea de
la ventaja comparativa utilizando el ejemplo de la especialización de Portugal en
la producción de vino, el cual podría ser intercambiado por paño inglés para
beneficio mutuo. Los economistas “clásicos” británicos del siglo XIX llegaron a
creer que era probable que la interferencia del gobierno con las operaciones de
las fuerzas del mercado haría más daño que bien y abogaron por un enfoque
laissez-faire y de libre comercio. El carácter persuasivo intelectual inherente a
este argumento fue suscrito por el rápido aumento de la productividad en las
industrias británicas —para 1840, Gran Bretaña disfrutaba de cerca de un tercio
del comercio internacional de todo el mundo— y, a partir de ahí, Gran Bretaña
avanzó con decisión hacia una meta de libre comercio.
La expiración del monopolio de la CIO en el comercio británico con China en
1834 fue un paso en esta dirección y trajo consigo un aumento del comercio
británico (aunque, de manera correspondiente, también aumentó la venta de
opio). Entre 1830 y 1836, el número anual de cofres de opio indio (controlado
por los británicos) importado por China aumentó de 18 956 a 30 302. Dado que
el equilibrio comercial se había desplazado ahora en contra de China y salía
plata por montones para pagar las importaciones de opio, Beijing percibió una
creciente crisis económica, así como una crisis penal y moral. Aunque se
consideró una serie de propuestas, Beijing decidió reprimir y acabar con el
comercio ilegal de drogas. En 1839, un comisario imperial especial llamado Lin
Zexu (1785-1850) fue enviado a Cantón para acabar con el contrabando de opio.
Lin llegó en marzo y, para julio, había arrestado a unos 1 700 chinos
involucrados en el tráfico de drogas y había confiscado 70 000 pipas de opio.
Para los contrabandistas fue casi imposible vender opio a cualquier precio. Sin
embargo, Lin no estaba satisfecho con esto y selló las fábricas de los
occidentales y les exigió que entregaran todas sus existencias de opio. El
funcionario de más alto rango en la comunidad de occidentales de Cantón, el
superintendente británico de comercio, fue puesto en una posición incómoda,
pues su autoridad sobre los comerciantes privados era limitada. Además,
difícilmente podría esperar instrucciones de Londres, ya que, en ese momento,
todavía habría tenido que esperar seis meses antes de que pudiera recibir una
respuesta. Por iniciativa propia, por lo tanto, prometió a los comerciantes que el
gobierno británico les rembolsaría cualquier cantidad de opio confiscada por los
chinos. Con ese incentivo, los comerciantes extranjeros entregaron 21 000 cofres
de opio, o cerca de 1 112 000 kilos, al comisionado Lin, quien lo hizo disolver
con cuidado en trincheras cavadas especialmente para ello.
Debido a que el gobierno de la metrópoli británica resultó no estar dispuesto al
final a pagar por el opio confiscado, la enorme pérdida financiera en juego se
convirtió entonces en un problema. Además, el comisionado Lin no estaba
satisfecho con simplemente haber confiscado las existencias de opio y así exigió
también que cualquier comerciante extranjero que deseara hacer negocios en
China debía firmar un juramento en que, bajo pena de muerte, nunca llevaría
opio a China nuevamente. Los británicos, como grupo, se negaron a firmar, con
el argumento de que con ello se sometería a los ciudadanos británicos a lo que
consideraban un criminal sistema de justicia penal bárbaro de los chinos, que los
expondría a posibles extorsiones y a la probabilidad de torturas y ejecuciones si
fueran inculpados, falsamente o no. Al poco tiempo se hicieron disparos y a
principios de 1840 una flota británica llegó para reforzar los intereses británicos.
China y Gran Bretaña entraron así en guerra.
Mientras que la dinastía Qing carecía de un verdadero ejército marino, Gran
Bretaña tenía la armada más poderosa del mundo. La flota británica también
incluía un avanzado buque de guerra de acero de vapor llamado Nemesis. La
guerra en el mar fue, por lo tanto, totalmente unilateral. Sin embargo, en tierra
no había suficientes tropas británicas para tener un verdadero impacto en el gran
Imperio chino. Con el tiempo, la flota británica se las arregló para navegar río
arriba por el Yang-tse y bloquear el Gran Canal que transportaba los vitales
impuestos en granos del sur a la capital Beijing, en el norte. La dinastía Qing se
vio obligada a aceptar las condiciones y a firmar el Tratado de Nanjing en agosto
de 1842. Con este tratado se abrieron cinco puertos al comercio británico
(incluyendo el importante puerto de Shanghái), se cedió la isla de Hong Kong a
Gran Bretaña de forma permanente (fueron los Nuevos Territorios circundantes
los que simplemente se arrendaron por un plazo de 99 años a partir de 1898, lo
que originó el retorno de Hong Kong a la soberanía china en 1997) y la dinastía
Qing accedió también a pagar indemnizaciones que ascendían a unos 21
millones de dólares.
Después de la guerra, el opio siguió siendo ilegal en China, mientras que el
volumen de las ventas británicas legales en China siguió siendo insuficiente. Al
tiempo que Gran Bretaña se industrializaba, los fabricantes británicos soñaban
con China como el mercado potencial más grande del mundo, pero esas
esperanzas nunca se materializaron por completo. A finales del siglo XIX China
seguía importando menos productos británicos que los Países Bajos.¹³ Si bien
son complicadas las razones por las que sucedía esto, las “viejas manos chinas”
británicas se inclinaban por imputar su frustración a las continuas e injustas
restricciones del comercio chino. Por otra parte, al menos en un principio, esto
no carecía del todo de razón, pues los británicos, en realidad, seguían sin ser
admitidos dentro de la ciudad de Cantón; sólo había cinco puertos abiertos al
comercio británico y se recaudaban de forma errática los impuestos sobre las
importaciones británicas. Por consiguiente, los comerciantes británicos
presionaron a su gobierno a tomar medidas más enérgicas para forzar la apertura
del tentador vasto mercado de China.
En octubre de 1856 se presentó una oportunidad cuando las autoridades chinas
de Cantón arrestaron a algunos miembros de la tripulación de un barco llamado
Arrow. El propietario de la nave era chino, los tripulantes arrestados eran
también “nativos” y su registro británico de Hong Kong había expirado
técnicamente 11 días antes, pero el capitán de la nave era británico y la que
presuntamente se arrió fue la bandera británica. El gobernador británico de Hong
Kong aprovechó la ocasión para presionar con más exigencias para la apertura
de China. El resultado fue una segunda Guerra del Opio, en la que Francia se
unió a Gran Bretaña (incitada por la ejecución de un misionero cristiano
francés). Aunque la prosecución de esta segunda guerra fue interrumpida por el
estallido del sangriento motín de los cipayos en la India (1857-1858), con el
tiempo, en 1860, un gran ejército británico y francés desembarcó en la costa
norte, cerca de Beijing; las defensas costeras de China fueron tomadas por asalto
y las tropas británicas y francesas entraron en Beijing. El Palacio de Verano
imperial, en los suburbios al noroeste de Beijing, fue quemado y saqueado, y el
emperador huyó a Manchuria, donde murió al año siguiente. Un niño de cinco
años de edad, conocido como el emperador Tongzhi (r. 1862-1874), ascendió al
trono de una dinastía que parecía al borde del colapso.
Rebeliones internas
Incluso mientras la dinastía Qing libraba dos guerras perdidas contra potencias
europeas entre 1840 y 1860, a la vez estaba siendo confrontada por múltiples
rebeliones internas, algunas de las cuales habían alcanzado una mucho mayor
escala de destructividad. La más devastadora de todas fue la rebelión taiping
cristiana (1850-1864). Los orígenes de esta rebelión cristiana estuvieron
vinculados a las mismas actividades recientes de los extranjeros en la costa
sureste de China. La región alrededor de Cantón había sido muy afectada por los
combates en la primera Guerra del Opio (1840-1842), y la apertura de otros
puertos como resultado de la guerra no sólo terminó con el monopolio de Cantón
sobre el comercio occidental, sino que esta ciudad se vio pronto totalmente
eclipsada por el ascenso en importancia de Shanghái. Por estas y otras razones
había dislocaciones económicas regionales, angustia y vandalismo. Este último
llevó a la formación de milicias de autodefensa locales, las cuales luego tendían
a representar a las poblaciones mayoritarias locales en enfrentamientos con las
minorías.
En la zona más meridional de China había algunos grupos minoritarios
especialmente grandes, incluidos pueblos aborígenes como los miao, los yao y
los zhuang. Entre los chinos étnicos también había diferencias subétnicas
importantes, incluidos grupos ocupacionales como la llamada gente de los botes
(que pasaban toda su vida a flote), y, más críticamente, una división entre los
“nativos” cantoneses (bendi) y las “familias invitadas” hakka (en mandarín,
Kejia). Si bien estos hakka son incuestionablemente chinos (por un tiempo, entre
las décadas de 1980-1990, los líderes de la República Popular de China, Taiwán
y Singapur fueron todos simultáneamente hakka), se distinguen por hablar un
dialecto único de la lengua china. También eran migrantes relativamente tardíos
en el extremo sur, a menudo relegados a tierras de cultivo marginales y se
sentían bastante discriminados por la mayoría local cantonesa en el siglo XIX.¹⁴
El fundador del movimiento taiping fue un hakka de Guangdong (provincia de
Cantón) llamado Hong Xiuquan (1814-1864).¹⁵ Hong Xiuquan había recorrido
los 30 kilómetros de su pueblo natal a la ciudad de Cantón en cuatro ocasiones
entre 1827 y 1843 para presentar el examen de la administración pública
imperial. Sin embargo, a pesar de que aprobó las pruebas preliminares, nunca
obtuvo siquiera el grado más bajo. Durante su segunda visita a Cantón, en 1836,
estuvo expuesto a las prédicas cristianas en la calle y aceptó algunos panfletos
cristianos. Tras fracasar en su tercer examen, Hong sufrió una crisis nerviosa y
experimentó visiones misteriosas de, entre otras cosas, un anciano que le daba
una espada divina. Después de fallar en su cuarto examen, en 1843, finalmente
leyó aquellos panfletos cristianos y, con base en ellos, llegó a la conclusión de
que sus visiones eran de Dios y de Jesucristo, quienes, como su padre y su
hermano mayor, le habían ordenado “restaurar” el cristianismo en China.
A pesar de que Hong pasó dos meses de 1847 estudiando en una misión bautista
del sur en Cantón con el reverendo Issachar Roberts de Tennessee, y de que tenía
al alcance una traducción completa de la Biblia en lengua china, su formación en
teología cristiana estuvo obviamente limitada y desarrolló una forma individual
un tanto excéntrica de esta fe, muy influida por su por demás convencional
educación china. El mismo nombre taiping (gran paz), por ejemplo, fue tomado
de antiguos textos religiosos daoístas chinos. De cualquier manera, no se puede
negar la sinceridad de la convicción cristiana de Hong. Al dedicarse a
evangelizar en el interior de la región, ganó unos 10 000 conversos en 1849.
Estas personas eran, principalmente, como el propio Hong, hakka o miembros de
otras minorías. Formaron una Sociedad de Adoradores de Dios que practicaba el
bautismo, la adoración congregacional y el cumplimiento estricto de los Diez
Mandamientos.
Estos Adoradores de Dios se enfrentaron con las milicias de autodefensa
cantonesas y los primeros triunfos militares inspiraron a Hong xiuquan a
declarar una abierta rebelión contra la dinastía Qing en 1851, desde una base de
la Montaña de los Cardos en la zona nativa yao de la provincia de Guangxi.
Hong se proclamó Rey Celestial de un Reino Celestial de la Gran Paz (Taiping
tianguo). Desde este punto de partida en el extremo sur, los ejércitos taiping se
abrieron camino al rodear a las fuerzas imperiales, marchando hacia el norte y
acogiendo nuevos reclutas en el camino. Los soldados taiping mantenían una
impresionante y dura disciplina —tenían prohibido fumar, beber alcohol, saquear
o mantener relaciones sexuales— y los ejércitos imperiales Qing parecían
incapaces de oponérseles. Para 1853, los taiping capturaron Nanjing y la
convirtieron en su capital.
Muchos occidentales estaban emocionados, al principio, ante la idea de una
rebelión cristiana en China, una que especialmente parecía capaz de salir
victoriosa y derrocar a la dinastía Qing. Sin embargo, a una primera misión
británica de reconocimiento en 1853 a la capital taiping, Nanjing, se le informó
sin rodeos que el Rey Celestial taiping, Hong xiuquan, era “el Señor de todo el
mundo, que él era el segundo hijo de Dios y que toda la gente en todo el mundo
debe obedecerlo y seguirlo […] El Verdadero Señor no es solamente el Señor de
China […] él es tu Señor también”.¹ Era de esperarse que tales actitudes
arrogantes propiciaran que se alienara la opinión occidental, sobre todo la de los
misioneros cristianos, quienes estaban particularmente disgustados por la
pretensión de Hong de ser el auténtico hermano menor de Jesucristo. A partir de
la toma de Nanjing, en 1853, los rebeldes taiping parecían imparables, pero
después de esto sus ofensivas se paralizaron y un golpe interno en 1856 condujo
a muchas masacres mutuas entre los taiping. Después de 1856, la cohesión y el
ímpetu taiping se disiparon y las contraofensivas imperiales de los Qing
comenzaron a ganar terreno.
Las potencias occidentales pronto adoptaron posturas de neutralidad ante la
guerra civil china y, después de la victoria anglofrancesa de la segunda Guerra
del Opio en 1860, incluso apoyaron abiertamente al bando imperial Qing. Un
mercenario estadunidense llamado Frederick Townsend Ward (1831-1862), que
aun cuando había soñado originalmente con convertirse en un príncipe taiping,
organizó en lugar de eso un “ejército siempre victorioso”, entrenado al estilo
europeo, en nombre de la dinastía Qing. Cuando Ward fue asesinado, su
remplazo fue el oficial regular del ejército británico Charles Gordon (18331885). Aunque esta contribución occidental fue muy pintoresca, en realidad
desempeñó sólo un pequeño papel en el enorme esfuerzo imperial por reprimir a
los taiping. Para 1864, Nanjing fue recapturada por la dinastía Qing y se hizo un
gran esfuerzo para erradicar cualquier rastro de que el movimiento taiping
hubiera existido alguna vez. Por lo tanto, la Rebelión taiping fue, en última
instancia, un completo fracaso y dejó como secuela cerca de 20 millones de
muertos, a la par de una extensa destrucción. Sin embargo, debido a que los
ejércitos imperiales que con el tiempo aniquilaron a los taiping estaban
organizados de forma más regional que central, esto contribuyó a la
descentralización a largo plazo de la dinastía Qing. La Rebelión taiping también
sirvió como inspiración consciente para revolucionarios chinos que tendrían más
éxito en el siglo XX.
La Rebelión taiping fue sólo la mayor de varias rebeliones que hubo a mediados
de siglo. Por mencionar sólo otra más, en 1864, los musulmanes de la lejana
provincia noroccidental de Xinxiang se rebelaron, haciéndose eco de rebeliones
musulmanas anteriores en Gansu, Ningxia y Shaanxi. El gobernante de un
pequeño Estado islámico en el lado opuesto de la Cordillera Pamir, en Khokand,
envió un destacamento de 68 hombres a través de las montañas para intervenir,
bajo el mando de Ya’qub Beg (ca. 1820-1877). (“Beg” es un título túrquico uigur
que significa “noble”.) Ya’qub Beg pronto puso bajo su control toda la zona de
la cuenca del Tarim al sur de Xinxiang y, después de la caída de Khokand frente
a la expansión del Imperio ruso, se convirtió en una fuerza independiente.
Mientras se las arreglaba para lograr mantener su autonomía, Ya’qub Beg aceptó
el título de “emir” del Imperio otomano y recibió una importante ayuda militar
de éste. Los británicos, quienes tenían la esperanza de que el emirato de Ya’qub
Beg pudiera servir como amortiguador en el llamado gran juego de rivalidades
imperiales entre Gran Bretaña y Rusia, concedieron también a Ya’qub Beg pleno
reconocimiento diplomático y le permitieron abrir una embajada en Londres.
Ya’qub Beg se veía a sí mismo como un defensor de la fe islámica en contra de
los infieles chinos e hizo aplicar la sharia estrictamente. Por ejemplo, las mujeres
estaban obligadas a llevar velo y fueron prohibidos el consumo de alcohol y la
carne de cerdo. Dado que el núcleo de las fuerzas de Ya’qub Beg era forastero
del otro lado de la Cordillera Pamir y debido a estas reglas severamente
puritanas, así como al cierre del comercio con China, la población musulmana de
Xinxiang, que había apoyado inicialmente a Ya’qub Beg, estaba cada vez menos
contenta. La dinastía Qing, por su parte, decidió concentrar todos sus recursos
para recuperar Xinxiang y, después de casi una década y media de
independencia, la reconquista de Xinxiang por parte de los Qing (a excepción de
un pequeño enclave en el noroeste que había sido ocupado por Rusia) se
completó a finales de 1877.¹⁷ Ésta se convertiría en la última campaña militar
exitosa de importancia librada por el Imperio chino.
La Restauración Tongzhi (1862-1874)
La dinastía Qing enfrentó, por lo tanto, múltiples y graves crisis a mediados del
siglo XIX. Como una dinastía producto de una conquista extranjera, regida por
una élite hereditaria étnica relativamente pequeña, la posición de los manchúes
en China también era inherentemente vulnerable. Durante la primera misión
diplomática británica a China, en 1793, lord George Macartney había llegado a
la conclusión de que el dominio manchú era “la tiranía de un puñado de tártaros
[una palabra que los británicos utilizaban a veces por manchúes] sobre más de
300 millones de chinos” y predijo el inevitable colapso de la dinastía, tal vez
incluso durante su propia vida.¹⁸ Sin embargo, la dinastía Qing no sólo
sobrevivió a lord Macartney, sino que también lo hizo a todas las guerras y
rebeliones de mediados del siglo XIX, e incluso experimentó un impulso de
vigor renovado. Este periodo de revitalización es conocido como la Restauración
Tongzhi, ya que coincidió con el reinado Tongzhi (1862-1874) de un joven
emperador nuevo.¹
Para la generación que comenzó en la década de 1860, China experimentó una
paz relativa y la dinastía Qing también comenzó a hacer algunos ajustes
prácticos para las circunstancias radicalmente alteradas del mundo de finales del
siglo XIX. No obstante, si se compara con la Restauración Meiji en el Japón
contemporáneo (1868-1912), la Restauración Tongzhi china tuvo visiblemente
menos éxito en transformar a China en un Estado-nación moderno de corte
occidental y en una potencia industrializada, pero, en comparación con casi
cualquier otro lugar en el mundo no occidental, la “respuesta de China a
Occidente” fue, en realidad, relativamente efectiva.² La medida en que la
respuesta de China al reto del Occidente moderno fue diferente a la de Japón
pudo deberse, en parte, a que las amenazas internas que encaraba la dinastía en
China absorbían en un inicio mayor atención. A diferencia de Japón, China no se
vio obligada a salir abruptamente de dos siglos de aislamiento bajo la
incontenible presión de los extranjeros, por lo que los cambios en ella fueron
más graduales e imperceptibles. Pese a que su sentido de autoafirmación pudo
haberse dislocado seriamente, a la larga los chinos siguieron percibiéndose
relativamente seguros de sí mismos en sus tradiciones.
Aun así, a diferencia de Japón, la capital de China fue ocupada militarmente por
fuerzas extranjeras hostiles al final de la segunda Guerra del Opio. Incluso
mientras la corte de Beijing todavía seguía preocupada por sofocar la enorme
Rebelión taiping, no tuvo más remedio que hacer concesiones a las nuevas
costumbres occidentales. Cuando las tropas británicas y francesas entraron en
Beijing en 1860, el emperador se retiró a Manchuria y dejó a su hermano, el
príncipe Gong, para hacer frente a los extranjeros. El príncipe Gong respondió
de forma pragmática.
En 1861 se estableció la primera instancia gubernamental china para la gestión
de asuntos exteriores (la Zongli Yamen). Después de la derrota en dos guerras
del opio, la necesidad de una modernización militar se volvió particularmente
evidente. No contentos con sólo comprar avanzadas armas extranjeras, bajo la
consigna del “autofortalecimiento”, en China se comenzaron a construir nuevos
arsenales y astilleros de estilo occidental. Debido a que algunos reformadores
Qing llegaron a la conclusión de que la superioridad militar occidental moderna
se cimentaba, en última instancia, en las matemáticas y la ciencia, el estudio de
esas materias (tan diferentes a la preparación para los exámenes humanísticos
tradicionales confucianos) comenzó a fomentarse en la década de 1860.
En 1862 se inauguró un Colegio de Lenguas Extranjeras (el Tongwen guan) para
enseñar lenguas desconocidas como el inglés, el francés, el ruso y el alemán. Se
invirtió un esfuerzo considerable en la traducción de libros occidentales y, en
1872, un primer grupo de 120 estudiantes chinos viajaron a Hartford,
Connecticut, para recibir una educación occidental moderna. Sin embargo, el
proyecto fue objeto de críticas conservadoras y fue abandonado en 1881. En
1879 sólo había 163 alumnos matriculados en el Colegio de Lenguas
Extranjeras. Para un país del tamaño de China, ésta era una cifra a todas luces
poco impresionante.
Con todo, este énfasis en la educación reflejaba, de todas formas, un tenue
reconocimiento de que “la imitación superficial de las cosas concretas no es tan
bueno como despertar la curiosidad intelectual. Las fraguas y los martillos de las
fábricas no se pueden comparar con los aparatos de la mente de las personas”.
Incluso el modernizante periodista chino que escribió estas palabras en 1870
insistió en que “el Camino de Confucio es el Camino del Hombre”.²¹ También
entre los reformadores, muchas personas siguieron convencidas por mucho
tiempo de que las tecnologías modernas occidentales simplemente podrían
adoptarse de manera selectiva dada su utilidad (yong) para defender la esencia
(ti) de la civilización china tradicional. Es probable que la mayoría de los chinos
comunes hayan visto aún menos razones para abandonar las costumbres
tradicionales.
La decisión de enviar las primeras misiones diplomáticas permanentes de China
al extranjero no fue aprobada por la corte sino hasta 1875 y, cuando se nombró al
primer embajador para un país europeo, su barco fue atacado y quemado.
Cuando se difundieron rumores en la ciudad portuaria de Tianjin, en 1870, de
que las monjas del orfanato de las hermanas francesas de St. Vincent de Paul
estaban comprando niños moribundos con fines diabólicos (de hecho, las
hermanas estaban recibiendo niños, por quienes incluso pagaban, para
bautizarlos y salvar sus almas), una turba masacró a 10 monjas, a dos sacerdotes,
al cónsul francés y a su canciller. Por otra parte, muchas figuras destacadas en la
época de la Restauración Tongzhi estaban convencidas de que la crisis de China
era principalmente de índole espiritual o moral, por lo que la mejor solución
sería revitalizar los valores tradicionales y la educación confuciana. La mayoría
de las personas seguían siendo ignorantes de lo que ocurría en el resto del mundo
más allá de las fronteras de China. Todavía en 1895, un reformador se quejó de
que no podía encontrar un mapa decente del mundo a la venta en Beijing.²²
Aunque las tecnologías industriales modernas se introdujeron lentamente en
China —por ejemplo, la primera compañía de buques de vapor se formó en 1872
y se construyó un puñado de fábricas de algodón y otras instalaciones modernas,
además de los arsenales del gobierno—, fuera de los puertos del sistema de
tratados dominados por los occidentales todo esto se mantuvo por largo tiempo
como poco más que experimentos aislados que no siempre resultaron del todo
satisfactorios. Todavía en 1933, los sectores modernos de manufactura, minería,
transporte y servicios públicos combinados sólo generaban 7% del producto
interno bruto de China.²³ China no se había industrializado en ninguna medida
que fuera estadísticamente significativa.
Esto no se debió a una falta de impulso comercial o de iniciativa capitalista.
Como se quejó en 1865 un funcionario británico: “Nueve décimas partes de la
totalidad del comercio exterior están bajo el control, la propiedad y la
combinación exclusivos de los chinos”. Para la década de 1890 se estima que el
pueblo chino “poseía alrededor de 40% del capital comercial de empresas
occidentales en el transporte marítimo, el hilado de algodón y la banca, y además
tenía acciones en aproximadamente 60% de todas las empresas extranjeras en
China”. Incluso en la colonia británica de Hong Kong, en 1880, de los 18
mayores contribuyentes de impuestos sobre la propiedad, todos salvo uno eran
de origen chino.²⁴ Aunque la gran mayoría del pueblo chino seguía siendo de
agricultores pobres, hasta la agricultura estaba ampliamente orientada hacia el
mercado y las clases de comerciantes chinos eran indiscutiblemente industriosas.
Sin embargo, la abundante disponibilidad de mano de obra barata, la tendencia a
que gran parte de la producción se realizara como una actividad complementaria
en cada hogar individual por sólo un poco de dinero extra y los riesgos e
incertidumbres inherentes a los negocios modernos a gran escala redujeron los
incentivos privados para la compra de maquinaria costosa y ahorradora de mano
de obra o para la construcción de fábricas grandes y caras. El derecho mercantil
estaba poco desarrollado y la infraestructura circundante necesaria para una
economía moderna era todavía, en gran parte, inexistente. El Imperio chino
tardío también pudo haber llevado la idea de laissez-faire más allá del punto de
las utilidades decrecientes, pues el gobierno central ya no mantenía las
carreteras, ni garantizaba la seguridad, ni fijaba normas uniformes para pesos y
medidas, y tampoco emitía una moneda nacional estándar más allá del efectivo
en cobre de baja denominación (¡en la tierra que siglos antes había inventado
primero el papel moneda!). La debilidad del gobierno imperial tardío y la
descentralización de la autoridad después de la Rebelión taiping también
evidenciaron que había poca movilización concertada de cualquier sentido de
propósito nacional o conciencia interesada por los intereses estratégicos de
China en promover una industrialización deliberada, como fue el caso en el
Japón de los Meiji. Al final se trató de inercia pura: las prácticas de la industria
moderna que se habían iniciado en otros lugares simplemente tomaron más
tiempo para desarrollarse en China.
Los puertos de tratados
El Tratado de Nanjing que puso fin a la primera Guerra del Opio en 1842 abrió
cinco puertos chinos al comercio británico. A estos cinco puertos iniciales pronto
se añadieron otros (y tratados similares con otros países). A comienzos del siglo
XX existían 92 puertos de tratados, incluyendo puertos marítimos y fluviales, así
como confluencias ferroviarias en el interior. En realidad, todo lo que significaba
la condición de puerto de tratado era que los ciudadanos de los países que habían
firmado los tratados con China tenían permitido residir y hacer negocios en esas
ciudades. En la mayoría de los puertos de tratados, por otra parte, la presencia
extranjera se mantuvo reducida. Aun así, algunos de los puertos de tratados más
grandes se convirtieron, de cualquier modo, en grandes centros de actividad de
los occidentales. El puerto de mayor importancia fue Shanghái, que se convirtió
rápidamente en la ciudad más grande y más moderna de China.
La repentina salida a la luz de Shanghái se debió sobre todo a su ubicación, a
medio camino hacia abajo de la costa china y cerca de la desembocadura del río
Yang-tse, que era la principal arteria comercial premoderna que se extendía hasta
el interior de China y que también se encontraba cerca de las mayores regiones
productoras de té y seda. Fue una ciudad construida gracias al comercio, y los
británicos —o más precisamente, los angloindios, porque operaban de manera
extensa desde bases en India e incluían a un buen número de naturales indios—
fueron la presencia dominante. En una estimación de 1881 se calculó que la
participación británica en el comercio exterior total de China era de 77.5%.²⁵
Shanghái se convirtió, sin embargo, en una ciudad completamente internacional
con residentes de todo el mundo. Se publicaban periódicos en lenguas inglesa,
francesa, alemana y rusa y se establecieron escuelas especiales para los hijos de
los extranjeros.
Aunque el Asentamiento Internacional de Shanghái estaba destinado
originalmente a la residencia de extranjeros, cuando la Rebelión taiping amenazó
con invadir la región, un gran número de chinos se refugiaron dentro de él. A
partir de entonces, las personas de origen chino conformaron siempre la inmensa
mayoría de su población. A principios del siglo XX, cada día se imprimían más
periódicos en lengua china dentro de la colonia internacional de Shanghái que
los que se imprimían en todo el resto de China.² Con todo, el Asentamiento
Internacional se mantuvo como una concesión a los extranjeros, como una
especie de república comerciante autónoma que estaba dentro de China pero no
bajo control chino. Unos 2 700 de los más ricos contribuyentes de impuestos
sobre la propiedad extranjeros elegían anualmente un consejo municipal de
nueve miembros que regía el Asentamiento Internacional. Existía, además, una
Concesión Francesa separada, bajo administración directa francesa. Sólo los
suburbios y la ciudad vieja se encontraban bajo jurisdicción china.
La moderna Shanghái se convirtió en una de las grandes ciudades del mundo. Al
final del siglo XIX, el Asentamiento Internacional de Shanghái podía ufanarse
de poseer calles pavimentadas, alumbrado público, agua entubada, líneas
telefónicas y electricidad. Las mansiones de los grandes taipan extranjeros (una
expresión de la jerga local que significa “grandes jefes”) se alineaban en
Bubbling Well Road con sus canchas de tenis y jardines. Los pasatiempos
occidentales incluían el club, el teatro amateur, el golf, las carreras de caballos y
el cricket. Por otra parte, si los extranjeros ricos vivían cómodamente en
Shanghái, la ciudad también era un imán para los chinos emprendedores, quienes
eran atraídos por la promesa de seguridad y oportunidades económicas. Hacia
1870, algunos agentes chinos de las empresas extranjeras estaban comenzando a
invertir en sus propios negocios modernos, con lo que formaron el núcleo de una
nueva y moderna clase empresarial china.
MAPA VII.1. Shanghái y sus alrededores, ca. 1930.
Sin embargo, el éxito moderno de Shanghái tuvo un lado innegablemente oscuro.
Shanghái “se construyó, literalmente, sobre el comercio de opio” y, hacia el
comienzo del siglo XX, había unas 80 tiendas de opio y 1 500 fumaderos de opio
dentro de la ciudad.²⁷ La reputación de cierta manera sórdida de Shanghái era
evidente. Durante un tiempo, al comienzo del siglo XX, el gánster más
prominente de la Concesión Francesa también era, a la vez, jefe superintendente
del cuerpo de policía chino. La prolongada administración extranjera del
Asentamiento Internacional y la Concesión Francesa representaba también una
afrenta potencialmente explosiva al creciente sentimiento nacionalista chino. El
primer miembro chino del Consejo Municipal de Shanghái asumió su cargo
hasta 1928.
La Rebelión de los bóxers (1898-1900)
El emperador Tongzhi murió joven en 1874, lo que dio a su madre, la emperatriz
viuda Cixí (1835-1908), la oportunidad de instalar a otro infante dócil, esta vez
su sobrino, el emperador Guangxu (r. 1875-1908), en el trono. Como el
verdadero poder detrás del trono, esta emperatriz viuda equilibraba las facciones
conservadora y reformista una contra la otra, pero su principal interés era
simplemente la preservación de su dinastía (figura VII.2). A pesar de las medidas
tomadas para el “autofortalecimiento” durante la Restauración Tongzhi, la
dinastía Qing experimentó una humillación militar cuando se vio envuelta en
una guerra con Japón por Corea, en 1894-1895, sin importar que técnicamente el
ejército chino era casi seis veces más grande que el ejército japonés y que la
marina china tenía el doble de barcos. La indemnización que China estuvo
obligada a pagar a Japón como resultado de su derrota fue equivalente a 15% del
producto interno bruto total de Japón en ese año, y esta transferencia masiva de
botines financieros ayudó a garantizar después una mayor industrialización de
Japón. En China, la derrota provocó una gran conmoción.
La guerra con Japón cortó la antigua relación tributaria de China con Corea,
provocó que se cediera la isla de Taiwán al Imperio japonés y, en un principio,
amenazó con que se realizaran más incursiones en los territorios del noreste de
China. Si bien Rusia, Francia y Alemania intervinieron para evitar que eso
sucediera, apenas tres años más tarde esas mismas grandes potencias
occidentales comenzaron a beneficiarse de arrendamientos en tierras chinas. En
1898, Rusia comenzó la construcción de una base naval llamada Port Arthur, en
la punta de la península de Liaodong en Manchuria. Alemania adquirió el puerto
de Qingdao en la península de Shandong, Francia arrendó un puerto en el
extremo sur de China y Gran Bretaña arrendó un puerto en Shandong
(Weihaiwei) y firmó un contrato de arrendamiento por 99 años por los Nuevos
Territorios de los alrededores de Hong Kong. Los rusos comenzaron a construir
ferrocarriles por toda Manchuria y, a pesar de la indiscutible preeminencia que
tenía Shanghái entre los puertos de tratados, la ciudad China de Harbin, fundada
en 1898 como una ciudad ferroviaria rusa en el mismo centro de Manchuria,
pronto tuvo el mayor número total y el porcentaje más alto de extranjeros
residentes.²⁸ En su momento de apogeo, más de la mitad de la población de
Harbin era de origen ruso y contaba con una universidad, escuelas, tribunales e
iglesias rusos.
FIGURA VII.2. La emperatriz viuda Cixí de la dinastía Qing con las esposas de
los enviados extranjeros, 1903-1905. Freer Gallery of Art y Arthur M. Sackler
Gallery Archives, Smithsonian Institution, Washington, D. C.: Negativo # SCGR 249.
Alarmado por estas concesiones y también por el alcance de “esferas de
influencia” extranjeras más grandes y nebulosas en el interior de China, el joven
emperador Guangxu estaba decidido a tomar medidas radicales y en 1898
emprendió los llamados 100 días de reforma. Como su nombre lo indica, no
obstante, estas reformas rápidamente demostraron ser un fracaso. Los
conservadores estaban horrorizados y la emperatriz viuda concertó un asalto al
palacio, puso al emperador bajo arresto domiciliario en el reconstruido Palacio
de Verano, ejecutó a seis reformistas, forzó al exilio a otros y se declaró a sí
misma regente.
Al siguiente año, 1899, el norte de China comenzó a padecer una grave sequía.
Una misteriosa sociedad religiosa llamada Yihequan (Bóxers Unidos en
Rectitud, o simplemente bóxers) ofreció una explicación: la religión extranjera
del cristianismo estaba causando que la gente abandonara a sus dioses
tradicionales y, como castigo, los dioses estaban reteniendo la lluvia vivificante.
El movimiento bóxer surgió de entre la gran variedad de grupos religiosos y de
artes marciales de autodefensa muy difundidos en las zonas rurales chinas. Al
parecer, muchos bóxers eran muchachos muy jóvenes. Tal como lo explicó el
diplomático de más alto rango de los Estados Unidos en Beijing al secretario de
Estado en 1900: “Diversos profesores viajan por el país, reúnen a los jóvenes
ociosos de las diferentes aldeas, los organizan en compañías y pretenden que, si
lo desean y bajo su tutela, por medio de ciertos movimientos gimnásticos y la
repetición de ciertos conjuros se volverán inmunes a todas las armas y nada
podrá hacerles daño”.²
Aunque los bóxers estaban en contra de los cristianos y los extranjeros, también
estaban, por lo menos potencialmente, contra los manchúes y los Qing. Aun así,
los conservadores de la corte Qing en Beijing simpatizaban con ellos y, el 21 de
junio de 1900, la emperatriz viuda Cixí proclamó una radical declaración de
guerra contra los extranjeros en China. El Barrio de las Delegaciones de Beijing
fue sitiado, al igual que la comunidad extranjera en la importante ciudad
portuaria de Tianjin, al norte, que en ese momento alojaba unos 900 civiles
extranjeros, entre ellos el futuro presidente estadunidense Herbert Hoover. Sin
embargo, la cooperación entre los bóxers y los oficiales imperiales regulares fue
deficiente y la mayoría de los oficiales Qing, incluyendo aquellos en todo el sur
de China, simplemente decidieron no intervenir. De forma irónica, en vista de su
oposición a los extranjeros, los bóxers fueron en general menos activos en las
zonas donde la presencia occidental era más fuerte. La mayor parte del número
relativamente bajo de muertes extranjeras (asesinaron a un número mucho mayor
de cristianos conversos chinos) ocurrió en la remota provincia noroccidental de
Shanxi y en Mongolia interior. En respuesta al levantamiento bóxer, en agosto de
1900 un ejército multinacional entró en Beijing y rescató a la comunidad
extranjera (figura VII.3). Los bóxers fueron aplastados y el llamado Protocolo
bóxer fue impuesto a la dinastía Qing, el cual incluía el pago de una
indemnización equivalente a casi el doble de los ingresos fiscales anuales de la
dinastía. Ante las consecuencias, incluso la emperatriz viuda reconoció,
tardíamente, la necesidad de aplicar reformas de corte occidental y, con el
cambio al siglo XX, la dinastía Qing finalmente se embarcó en un curso
consciente de rápida modernización.
LA APERTURA DE COREA EN EL SIGLO XIX
Al comienzo del siglo XIX, los únicos contactos exteriores de Corea eran con la
China de la dinastía Qing y con el Japón de los Tokugawa. La Corea de los
Chosǒn se reconocía como tributaria de China. Esto significaba que se esperaba
que los gobernantes coreanos usaran el calendario chino y buscaran la
aprobación de sus entronizaciones por parte del emperador chino, quien también
emitía proclamas aproximadamente anuales para Corea. Durante el periodo de la
dinastía Qing, Seúl enviaba cada año un promedio de casi tres misiones
diplomáticas a Beijing. Los coreanos llamaron a esto “servir al magnífico”
(sadae). Sin embargo, la élite coreana también seguía abrigando un profundo
sentimiento de lealtad hacia la anterior dinastía Ming china, que había acudido
en ayuda de Corea durante las invasiones de Hideyoshi, y sentía un considerable
desprecio por los gobernantes extraños manchúes de la dinastía Qing. La dinastía
Qing cerró su frontera con Corea con una empalizada, se prohibió el tránsito de
botes entre China y Corea (en todo caso, los pescadores coreanos fueron
confinados a las aguas costeras) y el contacto se limitaba sólo a las misiones
diplomáticas oficiales. Y aunque Corea pudiera haber sido un tributario
declarado del Imperio chino, como lo explicó un funcionario chino en 1876, esto
significaba en realidad que, a excepción de las obligatorias misiones tributarias
ceremoniales, Corea era totalmente autónoma tanto en sus asuntos interiores
como exteriores.³ La peculiar ambigüedad de la relación de Corea con China
incluso llegó a convertirse en una excusa conveniente para rechazar los primeros
acercamientos occidentales. Cuando los británicos intentaron promover sus
propuestas comerciales con Corea, en 1845, se les explicó que esto sería
imposible pues Corea “no podría abrirse al comercio a través de China porque
no formaba parte de China”, y también que “no podría abrirse al comercio por sí
misma porque no era independiente”.³¹
FIGURA VII.3. El Noveno Batallón de Infantería de los Estados Unidos
alineado frente al palacio imperial en Beijing, 1901, después de la represión de
la Rebelión de los bóxers. Biblioteca del Congreso, LC-USZ62-68813.
La relación de Corea con Japón también era de cierta manera complicada. A raíz
de las invasiones de Hideyoshi y el posterior establecimiento del shogunato
Tokugawa en Japón, el contacto con Corea se restauró mediante un acuerdo
comercial en 1609. Los coreanos consideraban que el shogún Tokugawa ocupaba
una posición equivalente a la de su propio rey, y un pequeño número de misiones
diplomáticas coreanas fue enviado al castillo del shogún en Edo, pero ninguna
delegación japonesa viajó a Corea y el contacto directo coreano con el shogunato
terminó en 1811. En lugar del shogún (o el emperador japonés), el daimio
(señor) de Tsushima, una pequeña isla japonesa a medio camino entre las islas
principales de Japón y la península coreana, fue quien gozó de un monopolio con
el comercio de Corea. El señor de Tsushima fungía de forma simultánea como
un vasallo del shogún japonés y como una especie de tributario del rey coreano
al habérsele concedido títulos oficiales de la corte coreana. Aproximadamente un
millar de personas de Tsushima viajaban a Corea cada año, pero se les confinaba
bajo estricta vigilancia a la Casa de Japón en un único puerto: Pusan.
La década de 1860 fue época de restauraciones por todas partes de Asia oriental.
En China se dio la Restauración Tongzhi, en Japón la Restauración Meiji, y
también hubo una especie de restauración real en Corea. Algunos paralelismos
semejantes entre estas tres restauraciones podrían explicarse por el hecho de que,
en cada país, las élites gobernantes estaban inmersas en muchas de las mismas
ideas confucianas y enfrentaban varios de los mismos desafíos. Los tres países
también tuvieron nuevos monarcas jóvenes en la década de 1860. En 1864, el
rey Kojong (r. 1864-1907) subió al trono de Corea a la edad de 12 años (figura
VII.4). El padre del rey, que era conocido como el Taewǒn’gun (“señor de la
gran corte”), todavía estaba vivo (nunca había sido rey) y éste actuó como
regente informal de 1864 a 1873 en nombre de su hijo.
El Taewǒn’gun intentó promover reformas que fortalecerían la monarquía
coreana al reducir la corrupción, la ineficiencia y los privilegios aristocráticos
Yangban. Al mismo tiempo, el Taewǒn’gun intensificó también la represión
contra el cristianismo y endureció la resolución de defenderse del creciente
número de acercamientos occidentales. Los aparentes éxitos de Corea en
ahuyentar una flota francesa en 1866 y después un escuadrón naval de los
Estados Unidos en 1871 alentaron a los coreanos a creer que esto era todavía
militarmente posible. Si el shogunato Tokugawa de Japón reaccionó ante las
noticias de la Guerra del Opio en China concluyendo que sería inútil oponerse al
moderno poder militar occidental, el Taewǒn’gun de Corea llegó a la conclusión
contraria: la forma de evitar la humillación era mantenerse firme y rechazar
decididamente todas las demandas extranjeras por entablar un comercio.
Después de la Restauración Meiji del gobierno imperial en Japón, en 1868, y de
la disolución del shogunato Tokugawa, la nueva Oficina Imperial de Asuntos
Exteriores de Japón de corte occidental asumió oficialmente la jurisdicción que
tenía el daimio de Tsushima sobre las relaciones con Corea en 1871. El gobierno
de Corea, sin embargo, se negó a aceptar estos cambios. Entre otras cosas, los
coreanos desaprobaron a las autoridades japonesas, vestidas ahora con ropas
occidentales pero, en especial, se negaron a reconocer la posición del emperador
japonés, debido a que el título imperial japonés era de la misma jerarquía que el
chino y, como tributarios de China, los coreanos no podían reconocer a otro
emperador. Si bien a primera vista esto puede parecer absurdamente oscurantista,
reconocer al emperador japonés habría implicado admitir, de hecho, la
superioridad japonesa sobre el rey coreano de menor rango. En efecto, muchos
de los líderes de la Restauración Meiji de Japón esperaban ansiosos que la
restauración del gobierno imperial en Japón también trajera una “restauración”
de lo que ellos creían que había sido una antigua (aunque mítica) subordinación
de Corea a Japón.
FIGURA VII.4. Kojong (1852-1919), emperador y antes rey de Corea, ca. 1904.
Biblioteca del Congreso, LC-USZ62-72798.
La negativa de Corea a reconocer el gobierno imperial en Japón fue considerada
como un ultraje por muchos patriotas japoneses e incitó un debate sobre la
conveniencia de una guerra inmediata con Corea. Si bien la templanza
prevaleció, en 1875 un buque de guerra de la marina japonesa participó en un
reconocimiento de la costa de la isla de Ganghwa coreana para enviar a tierra un
bote pequeño por agua dulce. Las baterías coreanas de la costa dispararon
algunos tiros, lo que podría haberse considerado sólo como advertencia, pero los
japoneses respondieron al fuego y desembarcaron tropas. En 1876, Japón dio
más muestras de firmeza en sus intenciones con el envío de tres buques de
guerra, cuatro naves de transporte y 800 soldados a Corea. Mientras tanto, el rey
Kojong había comenzado a gobernar en su propio nombre, poniendo fin a la
regencia del Taewǒn’gun en 1873. La oposición del rey Kojong al contacto
extranjero era menos firme que la del Taewǒn’gun y, en 1876, bajo la amenaza
inminente de una invasión japonesa y actuando bajo el consejo de China, Corea
firmó un tratado moderno de corte occidental (el Tratado de Ganghwa) con
Japón. Con este tratado se declaró formalmente a Corea como un país
independiente (supuestamente aclarando su relación con China) y otorgó a Japón
diversas concesiones del tipo de las de los puertos de tratados.
Mientras que los conservadores coreanos contaban con China para equilibrar la
creciente influencia japonesa, algunos modernizadores coreanos se alinearon con
el Japón Meiji. En 1884, un grupo de reformistas coreanos tramaron un golpe de
Estado, auspiciado por el ministro japonés de Seúl. El 4 de diciembre, durante un
banquete para celebrar la apertura de una moderna oficina de correos, los
conspiradores atacaron. Siete funcionarios coreanos fueron asesinados y los
guardias de la delegación japonesa tomaron al rey y la reina coreanos bajo una
custodia “de protección”. Se proclamó un nuevo gobierno coreano y se dieron
explicaciones sobre reformas modernizadoras. Sin embargo, tropas chinas
contratacaron de inmediato el palacio para recuperar la custodia del rey. El
resultado de este golpe fallido, que sólo duró dos días, fue el desprestigio tanto
de las reformas como de las posturas projaponesas.
Por su parte, la dinastía Qing en China, que había apoyado ciertos esfuerzos
modernizadores de autofortalecimiento en Corea y, de hecho, había negociado,
en 1882, tratados modernos con los Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania
en nombre de Corea, ya había roto con su postura tradicional de no intervención
y ahora intervenía activamente en Corea. En 1885, la dinastía Qing nombró un
comisionado residente en Corea (un hombre llamado Yuan Shikai, quien más
tarde se convertiría en el primer presidente oficial de la República de China). Las
inevitables tensiones que resultaron de las ambiciones en conflicto entre China y
Japón en Corea se tranquilizaron temporalmente en 1885 mediante un acuerdo
por el cual tanto China como Japón retirarían sus tropas. Sin embargo, esta
precaria paz llegó a su abrupto final con una rebelión coreana de motivaciones
religiosas en 1894.
En la década de 1850, un coreano llamado Ch’oe Che-u (1824-1864), que había
resultado no apto para presentarse a los exámenes de la administración pública
de Corea debido a que su madre se había vuelto a casar, recibió lo que él
aseguraba había sido una revelación del Señor de los Cielos. Esto le inspiró a
proponer una nueva religión, que era una especie de mezcla ecléctica de ideas
tradicionales asiáticas orientales, y la llamó Tonghak (“aprendizaje oriental”), en
consciente oposición a las ideas extranjeras de Occidente. Aunque Ch’oe fue
ejecutado en 1864, las creencias Tonghak siguieron fermentándose en las zonas
rurales de Corea. En 1894, un levantamiento Tonghak local se esparció por el
suroeste de Corea, alimentado por el descontento popular con los pesados
impuestos y las altas tasas de interés. Éste se convirtió en la rebelión más grande
en la historia de Corea. El angustiado rey coreano pidió ayuda militar a China y
la dinastía Qing respondió con el envío de un pequeño destacamento de
soldados. Japón respondió por su cuenta con el despliegue de una fuerza mucho
mayor. Aunque las autoridades coreanas, alarmadas por los posibles desenlaces
de esta doble intervención extranjera, rápidamente ofrecieron concesiones a los
rebeldes Tonghak, quienes accedieron a deponer las armas; las tropas japonesas
se quedaron. El 23 de julio, un regimiento de infantería japonesa se apoderó del
palacio coreano. El 1° de agosto se declaró la guerra entre China y Japón.
Durante los siguientes nueve meses, el ejército japonés expulsó fácilmente a las
tropas chinas de Corea, capturó un territorio en Manchuria e incluso se hizo con
un reducto dentro de la costa de la propia China. Las fuerzas chinas de la
dinastía Qing resultaron estar mal dirigidas, minadas por la corrupción y
fraccionadas en facciones y regionalismos. De hecho, una parte importante de la
marina china se negó a participar en una guerra que consideraba que no le atañía.
Japón ganó esta Guerra sinojaponesa (1894-1895) con una facilidad
sorprendente. La guerra fue muy celebrada por la prensa japonesa moderna, pero
representó una gran conmoción y una llamada de atención para China. Bajo los
términos del Tratado de Shimonoseki resultante, que puso fin a las hostilidades,
China se vio obligada a ceder la isla de Taiwán a Japón (así como, en un
principio, una península estratégica en el sur de Manchuria, pero que la pronta
intervención de Rusia, Francia y Alemania obligó a Japón a restituirla) y a pagar
una enorme indemnización a Japón igual a casi 15% del producto interno bruto
total de Japón. Además, China reconoció formalmente la independencia de
Corea, que en la práctica implicaba el ascenso de los intereses que los japoneses
tenían en el lugar.
En el transcurso de la Guerra sinojaponesa, Japón se movió con rapidez para
asumir una posición dominante en Corea y obtener el derecho para comenzar la
construcción de ferrocarriles en la península y proporcionar asesores para los
asuntos internos coreanos. Incluso cuando la guerra con China todavía seguía en
curso, funcionarios coreanos a favor de Japón reorganizaron el gobierno con la
introducción de reformas modernizadoras radicales (conocidas como las
reformas Kabo) en 1894-1895. Se dejó de usar el calendario chino en los
documentos oficiales coreanos y se sustituyó con un nuevo calendario coreano.
Se abolió el sistema confuciano de exámenes de la administración pública, al
igual que la institución de la esclavitud y las distinciones formales entre las
clases de aristócratas Yangban y los plebeyos. También se impusieron
vestimentas y peinados occidentales. En total hubo 208 nuevas leyes, que
culminaron en una nueva constitución en enero de 1895.
A pesar de la victoria de Japón en la guerra con China, una vez más Corea evitó
temporalmente quedar reducida a un abierto protectorado japonés, en parte
debido a la evidente contradicción de raíz en la política japonesa de buscar la
dominación de Corea mientras declaraba, al mismo tiempo, el objetivo de
promover la “independencia” coreana del arcaico sistema tributario chino. La
orden de que todos los hombres coreanos se cortaran sus tocados tradicionales y
adoptaran peinados occidentales provocó un gran descontento popular, y cuando,
en octubre de 1895, un golpe de Estado con el respaldo japonés asesinó a la reina
de Corea y restauró en el poder a los funcionarios favorables a Japón, este
asesinato enardeció y horrorizó a la opinión coreana. En busca de escapar de la
dominación japonesa, el rey Kojong permitió, en febrero de 1896, ser sacado de
contrabando del palacio por marinos rusos en el palanquín de una dama de la
corte. El rey se refugió en la legación rusa donde permaneció durante todo el año
siguiente.³²
Al contraponer los intereses rusos a los japoneses, como antes ya había utilizado
los intereses chinos contra los japoneses, el rey Kojong fue capaz de retener
cierto grado de independencia coreana. En 1897, el rey volvió a su palacio y
formalmente asumió el supremo título asiático oriental de “emperador” (en
coreano, Hwangje), haciendo valer su igualdad soberana tanto con los monarcas
chinos (los manchúes) como con los japoneses. Durante los siguientes años se
organizaron unidades militares modernas, se emitieron sellos de correos y se
introdujeron tranvías y alumbrado eléctrico en la capital (figura VII.5), y en
1902, el apenas renombrado Imperio coreano se procuró incluso un himno
nacional de corte occidental. Mientras tanto, la misión cristiana de Corea estaba
en camino de convertirse en la más exitosa en Asia oriental, y la educación
moderna de tipo occidental comenzó a ejercer un efecto profundo en el
pensamiento coreano. Un periódico editado por el Club de la Independencia, a
partir de 1897, fue el primero en ser publicado completamente con el alfabeto
coreano (han’gǔl), sin ningún tipo de caracteres chinos. Un nuevo espíritu de
nacionalismo moderno coreano comenzó a brillar y despertó la esperanza de que
Corea podría transformarse con éxito en un Estado-nación independiente,
moderno y occidentalizado.³³ Sin embargo, el nivel de modernización material
seguía siendo limitado (figura VII.6) y, a principios del siglo XX, el sueño de
una independencia coreana resultaría una falsa esperanza, por cuanto la creciente
sombra del Imperio japonés se extendía por todo el país.
FIGURA VII.5. La Puerta Oeste de Seúl, Corea, ca. 1904; en la imagen, un
tranvía eléctrico estadunidense. Biblioteca del Congreso, LC-USZ62-72552.
LA RESTAURACIÓN MEIJI (1868-1912):
JAPÓN “ABANDONA ASIA”
Al comienzo del siglo XIX, el contacto de Occidente con Japón estaba limitado a
un promedio anual de un solo barco neerlandés. En Japón, los neerlandeses
estaban confinados a un único puerto, Nagasaki, donde eran puestos en
cuarentena efectiva en una pequeña isla conectada a la orilla por un puente y
rodeada por una alta valla con puntas de hierro. Sin embargo, pese a todo esto,
no debe exagerarse el aislamiento de Japón. Después de 1716 se reanudó el
permiso oficial para el estudio de libros occidentales, con un interés particular en
los libros relacionados con las ciencias médica y militar. Esto se convirtió en una
forma especializada de estudio conocida como estudios neerlandeses (Rangaku).
En 1811, el propio shogunato Tokugawa estableció una agencia para la
traducción de obras neerlandesas selectas. Hacia las décadas de 1840 y 1850,
aun antes de la llegada del comodoro Perry, en algunos dominios ya se
construían, de forma autónoma, fundidoras para la manufactura de municiones
similares a las occidentales modernas.
FIGURA VII.6. Mujeres coreanas con una silla de manos, 1919. Biblioteca del
Congreso, LC-USZ62-72675.
El comodoro Perry y la apertura de Japón (1853-1854)
Ya que Japón parecía ser un país pobre, incapaz de comprar grandes cantidades
de productos europeos, y al no poseer algún producto local conocido que tuviera
una demanda particular en Europa —y además porque las islas japonesas eran
bastante remotas y quedaban fuera de las rutas de navegación europea
provenientes del oeste—, Gran Bretaña y las otras grandes potencias europeas
estaban relativamente satisfechas con dejar Japón en su autoimpuesto
aislamiento. Sin embargo, dos de las grandes potencias emergentes modernas sí
tenían intereses particulares en el Océano Pacífico que parecían volver más
crucial el establecimiento de relaciones con Japón: los Estados Unidos y Rusia.
En los siglos XVIII y XIX, los rusos habían hecho repetidos intentos
infructuosos por entablar relaciones con Japón. Los Estados Unidos, por su
parte, se habían ampliado a las costas del Pacífico con la cesión de California en
1848. En la travesía de California a Cantón, clíperes estadunidenses quedaban a
menudo a la vista de las islas japonesas y los balleneros estadunidenses entraban
con frecuencia en aguas japonesas hacia la década de 1840. En la edad de la
navegación, los naufragios eran un suceso demasiado común, y el gobierno de
los Estados Unidos estaba preocupado por el trato que recibían los marineros
estadunidenses que naufragaban en Japón. Conforme aumentaba la importancia
de la navegación a vapor, también había una creciente necesidad de expansión y
emplazamiento estratégicos de estaciones carboneras. Y, por supuesto, siempre
existía la posibilidad de entablar comercio.
Al menos 25 veces antes de la llegada de la flota del comodoro Perry, barcos
estadunidenses habían intentado establecer, de forma oficial o privada, contacto
con Japón. En 1846, una misión oficial al mando del comodoro Biddle había
fracasado, según la interpretación predominante en Washington, porque éste no
había causado una impresión suficientemente contundente en los japoneses. Por
lo tanto, cuando se llegó a la decisión de enviar en 1851 una nueva expedición,
al comandante, comodoro Mathew Calbraith Perry (1794-1858), se le instó a
mantenerse firme.
El comodoro Perry reunió la poca información que pudo encontrar acerca de
Japón, el cual era todavía en gran parte desconocido para Occidente, y se
aproximó con cautela. En julio de 1853, Perry llegó a lo que hoy es llamado
Bahía de Tokio con cuatro amenazantes barcos negros de guerra, incluyendo las
potentes fragatas de vapor Mississippi y Susquehanna. La nave insignia de Perry,
el Mississippi, llevaba ocho grandes cañones de 20 centímetros y dos cañones
aún más grandes de 25 centímetros. Precisamente porque los oficiales japoneses
no ignoraban del todo los avances del mundo exterior y estaban conscientes de la
humillante derrota de China en la Guerra del Opio en 1842, estos grandes
cañones causaron una impresión aleccionadora. A su llegada, el comodoro Perry
se mantuvo en su camarote y se negó a reunirse con oficiales japoneses de menor
rango, exigiendo en cambio que se le permitiera entregar una carta del presidente
Fillmore en manos de oficiales de alto rango en tierra firme.
Debido a que los estadunidenses no tenían clara la institución del jefe supremo
militar japonés conocido como shogún, la carta del presidente iba dirigida al
emperador japonés. A decir verdad, en cualquier caso, un joven jefe concejal del
shogún se hizo cargo de las negociaciones. El mismo shogún, quien se
encontraba en su lecho de muerte, ni siquiera fue informado de la llegada de los
estadunidenses y el emperador estaba bastante imposibilitado. Los hombres de
Perry desembarcaron con las armas cargadas, mientras que los japoneses
escondieron a unos samuráis armados bajo el piso de la sala de recepción, en
mutua previsión de altercados. Un misionero estadunidense que había aprendido
algunas palabras de japonés mientras vivía en China había sido llevado para
servir como intérprete, pero la mayoría de las negociaciones se llevaron a cabo,
de hecho, en neerlandés. Después de entregar la carta en la que se manifestaban
las demandas estadunidenses, el comodoro Perry se marchó, prometiendo volver
la próxima primavera, con una flota más grande, para recibir la respuesta
japonesa.
La resistencia armada parecía inútil, pero someterse a las demandas extranjeras
significaría una enorme pérdida de prestigio para el shogún, por lo que las
autoridades de éste tomaron el paso, sin precedentes, de pedir consejo a los
daimios. A mitad del siglo XIX, Japón estaba dividido aún en unos 276 dominios
daimio, cada uno de los cuales, a pesar de reconocer la supremacía del señor de
Tokugawa, conservaba su propio gobierno, fuerzas armadas, y a veces moneda,
independientes. Como la mayoría de los daimios instaron en ese momento al
shogunato a no ceder a las demandas extranjeras, pero también alertaban contra
la guerra, la medida de pedir consejo a los daimios sólo provocó que la posición
del shogunato fuera aún más incómoda. En lo que respecta a las finanzas, la
tesorería Tokugawa estaba vacía. La autoridad del shogún se había visto
amenazada recientemente por la reactivación económica de algunos de los más
poderosos dominios periféricos. Aunque la mayor parte de los daimios
enfrentaba, como el propio shogunato, graves deudas, unos pocos dominios
importantes habían tenido éxito en restructurar sus economías y en mantener sus
finanzas en un equilibrio relativamente sólido. Éstos incluían, en particular, los
dominios de Chōshū, en el extremo occidental de la isla principal de Japón, y
Satsuma, en el sur de Kyōshū,³⁴ Satsuma, por ejemplo, en parte debido a su
clima meridional, había conseguido algo parecido a un monopolio en la
producción de azúcar en Japón.
En febrero de 1854, el comodoro Perry regresó con 10 buques de guerra y el
shogunato Tokugawa se sometió de forma abrupta, tras lo cual firmó un tratado
(el Tratado de Kanagawa) con los Estados Unidos. En poco tiempo, otros países
firmaron también tratados y así se extendió ahora a Japón un sistema de tratados
portuarios, similar al que ya se había establecido antes en China. La residencia
de extranjeros en Edo (ciudad-castillo del shogún, el moderno Tokio) se autorizó
a partir de 1859. Fueron abiertos Nagasaki, Yokohama, Kobe y otros puertos; se
otorgó el privilegio habitual por extraterritorialidad de los puertos de tratados
(exención de las leyes locales para los extranjeros) y se establecieron bajas tasas
en impuestos fijos a las importaciones extranjeras. En el proceso, el poder militar
del shogunato quedó expuesto, a la vista de todos, como insustancial. Ya que la
autoridad del shogún no tenía ninguna base ideológica real que lo legitimara,
aparte de su autoridad militar, ahora la posición del shogunato Tokugawa se
tornó precaria.
La Restauración Meiji (1868)
En el siglo XVIII, la Escuela de Enseñanza Nacional, cuyo representante más
famoso fue Motoori Norinaga (1730-1801), había revivido el interés por los
mitos y la literatura japoneses antiguos, especialmente la mitología imperial
consagrada en la historia japonesa más antigua, el Kojiki. En teoría, la autoridad
del shogún Tokugawa había sido justificada desde el principio como una simple
delegación de poder del emperador, y ahora que el shogunato demostraba una
evidente debilidad de cara a las amenazas externas, la consigna “reverenciar al
emperador y expulsar a los bárbaros” (sonnō-jōi; más literalmente “reverenciar
al rey”, ya que ésta era originalmente una expresión china de cuatro caracteres
que se remonta a comentarios a las Analectas de Confucio en la era preimperial)
comenzó a reunir a la oposición patriótica tanto a las concesiones extranjeras
como, al menos implícitamente, al propio shogunato Tokugawa, en nombre de la
lealtad hacia el emperador.
Yoshida Shoin (1830-1859), un samurái de Chōshū, intentó viajar de polizón a
bordo de uno de los barcos del comodoro Perry para aprender más sobre los
misteriosos extranjeros. Sin embargo, fue capturado y puesto bajo arresto.
Después de su liberación, organizó una influyente escuela patriótica. Yoshida
recriminó al shogunato Tokugawa su incapacidad para expulsar a los extranjeros
y decidió que éste debía ser derrocado. Así, conspiró para asesinar a un emisario
del shogún en su camino a la capital imperial, Kioto, en 1858, pero fue
capturado de nuevo y decapitado esta vez. No obstante, Yoshida se convirtió en
un héroe para muchos patriotas japoneses. Además de esto, guerreros de los
dominios de Mito y Satsuma asesinaron en 1860 al gran consejero del shogún
cuando entraba al castillo de Edo.
Los años posteriores a la firma de los primeros tratados con los extranjeros
estuvieron marcados por varios estallidos de terrorismo patriótico, por cuanto los
samuráis desahogaban su indignación por medio de actos individuales de
violencia. De este modo, dos marineros rusos fueron asesinados en 1859 y el
intérprete neerlandés del cónsul estadunidense fue asesinado en 1861. En 1862,
el daimio de Satsuma entregó una orden imperial al shogún, en la que se le
exigía apersonarse en Kioto para explicar sus concesiones a los extranjeros.
Cuando este daimio regresaba de entregar el mensaje, su procesión se encontró
en el camino, cerca de Yokohama, con un pequeño grupo de ciudadanos
británicos, quienes omitieron bajarse de sus monturas en señal de respeto hacia
el daimio. Los indignados samuráis acompañantes atacaron a los extranjeros,
matando a un inglés e hiriendo a otros dos. En 1863, la legación británica de Edo
fue quemada por incendiarios (entre los que estaba Itō Hirobumi, quien después
se convertiría en uno de los principales estadistas del Japón Meiji).
Para 1863, los extremistas habían obtenido el control de la corte imperial y
obligaron al shogunato a acordar el establecimiento de una fecha para la
expulsión de todos los extranjeros. Esto sería el 25 de junio de 1863. Aunque la
mayor parte de Japón no emprendió ninguna acción en esa fecha, las
fortificaciones en el dominio occidental de Chōshū abrieron fuego contra los
barcos que pasaban. En represalia, en 1864, una armada integrada por británicos,
franceses, neerlandeses y estadunidenses arremetió contra las fortificaciones y
las destruyeron. El año anterior, en 1863, un escuadrón británico también había
cañoneado la ciudad-castillo de Satsuma en represalia por el ataque previo a los
ingleses en el camino cerca de Yokohama. La indefensión del Japón Tokugawa
contra las armas de fuego modernas fue evidente.
A partir de entonces, los intentos por expulsar a los extranjeros decayeron con
rapidez por ser obviamente inútiles y un nuevo lema patriótico comenzó a
remplazar al de “reverenciar al emperador y expulsar a los bárbaros”:
“enriquecer al país y fortalecer al ejército” (fukoku kyōhei, que era también una
expresión de cuatro caracteres de la época de los Reinos Combatientes de
China). A finales de la década de 1860, la situación había pasado de ser un
conflicto entre patriotas japoneses y extranjeros a uno de competencia entre los
diferentes grupos de japoneses, los cuales contaban a menudo, cada uno, con sus
propias fuentes de ayuda extranjera. El shogunato, por ejemplo, se inclinaba por
Francia, mientras que los dominios de Satsuma y Chōshū negociaban,
especialmente, con los británicos.
Mientras tanto, la exigencia de mantener una presencia alternante en el castillo
del shogún en Edo fue eliminada, de manera efectiva, en 1862, y las familias de
los daimios partieron de Edo hacia sus propios dominios. En 1864, una facción
radical se hizo con el control de Chōshū y comenzó a promover su programa
político en la corte imperial de Kioto. Cuando los combates desatados en julio
redujeron a cenizas a gran parte de esta ciudad, la corte imperial ordenó al
shogunato emprender una expedición punitiva contra Chōshū. Esto fue apoyado
por otros dominios e inicialmente alcanzó un éxito moderado, pero cuando se
emprendió una segunda campaña contra el reacio Chōshū, en 1866, muchos
otros dominios se mantuvieron neutrales. En marzo se llegó a un acuerdo secreto
para lograr un apoyo mutuo entre Satsuma y Chōshū, el cual reunió a los dos
más poderosos dominios “externos”, y un ataque lanzado ese mes por el shogún
contra Chōshū sufrió una derrota militar. El shogunato Tokugawa se estaba
desmoronando.
MAPA VII.2. El Japón Tokugawa, ca. 1860.
La muerte del shogún Iemochi en 1866 (a la edad de 21 años, aparentemente de
beriberi) proporcionó un pretexto conveniente para que el shogunato diera por
terminada su guerra con Chōshū pero, poco después, se difundió una orden en
nombre del emperador que pedía a Chōshū y Satsuma asumir activamente una
ofensiva militar contra el shogunato Tokugawa. En esta coyuntura, los samuráis
del dominio de Tosa (en la pequeña isla sureña Shikoku) se impusieron sobre el
nuevo shogún, quien en primer lugar se había mostrado personalmente renuente
a aceptar el título, para que dimitiera. De manera sorprendente, el shogún hizo
exactamente eso y, en noviembre de 1867, solicitó al emperador aceptar una
reversión de la autoridad del shogún al trono imperial. No obstante, el ex shogún
conservó vastos latifundios y siguió siendo un poderoso daimio. Las fuerzas
opuestas a Tokugawa no estaban satisfechas y, por lo tanto, el 3 de enero de
1868, samuráis, principalmente de Satsuma, se apoderaron del palacio imperial y
proclamaron una restauración imperial. Esto es conocido para la historia como la
Restauración Meiji, por el nombre del periodo de reinado imperial Meiji (18681912). Aunque el ex shogún trató de resistir el golpe de Estado, su ejército fue
derrotado por las fuerzas imperiales en cuatro días de intenso combate. El ex
shogún se rindió pronto y fue tratado con cordialidad por los vencedores, y con
el tiempo incluso recibió el rango más alto en una recién creada nobleza
moderna. En noviembre, el joven emperador Meiji partió de la antigua capital
Kioto, en el oeste de Japón, e instaló su residencia en el antiguo castillo del
shogún en Edo, que desde entonces se conoció como Tokio (capital del este).
En teoría, se trataba de una restauración del único, legítimo y antiguo gobierno
imperial japonés después de siglos de dominación inapropiada de usurpadores
militares (los shogunes), realizada en nombre de la esencial y tradicional virtud
confuciana de la lealtad. En los primeros años de la Restauración Meiji hubo
incluso cierto resurgimiento de los títulos cortesanos antiguos. Por otra parte, los
samuráis de medio rango que encabezaron la Restauración Meiji habían
permanecido durante muchos años indignados ante la incompetencia de unos
cuantos miles de familias hereditarias que monopolizaban la riqueza y el poder
Tokugawa y la correspondiente falta general de oportunidades de carrera para el
número mucho mayor de samuráis de bajo rango, a menudo amargamente
empobrecidos. En muchos sentidos, los ideales meritocráticos subyacentes a este
cambio revolucionario fueron tan tradicionalmente confucianos como modernos
y occidentales.³⁵
Al mismo tiempo, sin embargo, éste fue también un rompimiento bastante
revolucionario con el pasado. La Carta de Juramento Meiji, que se publicó en
nombre del emperador en abril de 1868 y que célebremente proclama que “las
malas costumbres del pasado serán rotas y […] El conocimiento debe ser
buscado por todo el mundo con el fin de fortalecer las bases del gobierno
imperial”, proporciona lo que un historiador ha llamado “un perfecto ejemplo de
esta mezcla de tradición con el cambio prometido”. Las nuevas ideas extranjeras
deberían considerarse de manera abierta, pero sobre todo para reforzar un
supuestamente primordial trono imperial japonés.³ Otro ejemplo notable de este
proceso de mezcla de la tradición con la novedad es la composición del moderno
himno nacional de Japón en la década de 1870 por un director de orquesta
alemán, quien puso música a versos del Kokinshū del siglo X. Así se creó un
Estado-nación moderno japonés que era en muchos sentidos nuevo, pero que se
imaginaba popularmente como antiguo. Asimismo, dentro de las fronteras
modernas de Japón, ciertos pueblos que a menudo habían sido vistos como
extraños anteriormente, como los habitantes okinawenses de las islas Ryūkyū en
el sur y los ainu del extremo norte, fueron reconcebidos, en ese momento, no
como extranjeros, sino como supervivientes más prístinos de los antiguos
japoneses.³⁷
Pese a una pátina de tradición, las dos primeras décadas del reinado Meiji fueron
una época de gran entusiasmo por las ideas occidentales extranjeras, que
llegaron a ser llanamente etiquetadas como “civilización e ilustración” (bunmei
kaika). Abandonar el uso de caracteres chinos en la escritura se debatió
seriamente y también se consideró la posibilidad de usar un alfabeto de estilo
occidental. Un futuro ministro de educación llegó a sugerir, en 1872-1873, la
sustitución del japonés por el inglés como lengua nacional. Al final, a pesar de
que ni los caracteres chinos ni los silabarios kana japoneses se abandonaron (por
no hablar de la propia lengua japonesa), una nueva y moderna lengua escrita
vernácula japonesa, unificada y nacional, cobró forma a finales del siglo XIX.³⁸
Entre los más populares y fervientes occidentalistas de la época estaba
Fukuzawa Yūkichi (1835-1901), quien llegó a opinar en 1885 que Japón debería
“abandonar Asia” culturalmente y distanciarse de sus vecinos más atrasados. “Es
mejor que dejemos las filas de las naciones asiáticas y echemos nuestra suerte
con las naciones civilizadas de Occidente”, escribió Fukuzawa.³ Fukuzawa
Yūkichi había comenzado su vida como estudiante de aprendizaje neerlandés.
En la década de 1860 visitó Europa y los Estados Unidos y en 1866 publicó un
exitoso libro titulado Conditions in the West basado en sus experiencias.
Aunque incluso Fukuzawa podría ser descrito como un enérgico nacionalista
japonés, sin embargo y en una reacción predecible ante algunas de las iniciativas
occidentalizantes más extremas, los conservadores japoneses se enfurecieron de
que el gobierno Meiji estuviera excediendo al antiguo shogunato Tokugawa en
cuanto a las concesiones que hacía a los extranjeros. Por lo tanto, los líderes de
la Restauración Meiji se descubrieron, algunas veces, como objetivos de los
ataques patriotas, entre los que estaba el mismísimo ministro de educación que
alguna vez había propuesto la abolición de la lengua japonesa y su sustitución
por el inglés. Éste fue asesinado a puñaladas en 1889 a causa de su
comportamiento supuestamente irrespetuoso en el Gran Santuario Imperial de
Ise.⁴
La modernización Meiji
Inmediatamente después de la Restauración Meiji, las instituciones japonesas
vivieron considerables fluctuaciones, cambiando inciertamente, de un modelo
estadunidense a uno británico, francés o alemán. Tal como Fukuzawa Yūkichi
describió al Japón de la década de 1870: “había un gobierno, pero no una
nación”. No sería sino hasta finales de la década de 1880 en que la certeza de
una (supuestamente primordial) identidad japonesa nacional o, más
grandiosamente, identidad imperial, se afianzó con firmeza en la conciencia
popular.⁴¹ De hecho, en 1868, no resultaba siquiera obvio que el nuevo gobierno
sobreviviría, pues estaba tan estrechamente asociado con los dominios Chōshū y
Satsuma del suroeste y, en menor medida, también con Tosa y Hizen, que
algunos otros dominios del noreste se rebelaron en julio. La rebelión fue
sofocada, pero por lo que todavía era en esencia más un ejército Chōshū y
Satsuma que un ejército verdaderamente nacional.
Aunque los cuatro dominios que habían dirigido la Restauración Meiji contenían
sólo 7% de la población total japonesa, aun así, en una fecha tan tardía como
1890, aportaban 30% de los líderes del gobierno central y ocupaban casi la mitad
de todos los puestos superiores.⁴² A pesar de la consigna Meiji “mandato
personal por el emperador”, el poder real era ejercido en nombre del emperador
por un puñado de altos funcionarios. Un estrecho círculo de una veintena de
personas llegó a ser conocido como la oligarquía Meiji. Como viejos estadistas
(genrō), estos mismos oligarcas Meiji siguieron dominando la política japonesa
hasta bien entrado el siglo XX. Con todo, este nuevo gobierno Meiji tenía el
objetivo práctico y perspicaz de transformar Japón en un Estado-nación fuerte,
moderno y centralizado.
En julio de 1869, todos los daimios recibieron la orden de ceder sus dominios al
gobierno imperial central. Inicialmente, los antiguos daimios fueron bien
recompensados con ingresos sustanciales y nuevos títulos gubernamentales
como gobernadores locales. En 1871, sin embargo, estos mismos gobernadores
fueron despojados, sin previo aviso, de esos títulos y se les obligó a retirarse en
Tokio. La uniformidad regional subyacente que ya había surgido durante los
siglos del shogunato Tokugawa y que ya había logrado imponer cierto grado de
centralización burocrática moderna temprana, permitió que la transición de
dominios aristocráticos a un sistema centralizado de prefecturas administrativas
fuera un proceso relativamente fluido. Para 1871, el nuevo gobierno imperial
parecía suficientemente estable para que la mitad de los principales oligarcas se
embarcara de manera despreocupada en una extensa gira por Occidente. Sin
embargo, mientras estaban fuera, surgió una crisis diplomática ante la negativa
de Corea a reconocer los títulos imperiales japoneses. Varios de los líderes Meiji
deseaban enviar de inmediato una fuerza punitiva contra Corea. Pero cuando al
final se adoptó un enfoque más cauteloso ante Corea, los oligarcas Saigō
Takamori (1827-1877), Itagaki Taisuke (1837-1919) y otros renunciaron como
protesta en 1873.
Saigō, que había sido uno de los héroes de la Restauración Meiji, regresó
entonces a su antiguo dominio en Satsuma y se convirtió en una figura líder que
representaba el descontento de la clase samurái. Después de la abolición de los
dominios daimio en 1871, el gobierno central había asumido la responsabilidad
de pagar todos los estipendios de los samuráis. Sin embargo, ésta se tornó en una
enorme obligación financiera que absorbió cerca de un tercio de todos los
ingresos del gobierno. Como era claramente insostenible, el pago de estipendios
a los samuráis se suspendió en definitiva en 1876: se convirtieron en bonos para
devengar intereses. En ese mismo año también se prohibió el privilegio samurái
de llevar dos espadas. Uno por uno, todos los privilegios especiales de los
samuráis fueron abolidos, hasta que no quedó ninguno. En 1870 se les otorgaron
apellidos a los plebeyos; en 1871 se les permitió a estos mismos montar a
caballo, viajar libremente y casarse con samuráis; en 1873, una nueva ley de
reclutamiento obligó a los plebeyos a servir en el ejército. Mientras que alguna
vez se les había prohibido activamente a los plebeyos portar armas, en ese
momento se les exigió que lo hicieran al servicio del nuevo Estado-nación
japonés.
La prohibición de 1876 sobre la portación de dos espadas, el fracaso del
gobierno para vengar los presuntos insultos de Corea y el malestar general por la
rapidez de los cambios y la occidentalización alimentaron el descontento de los
samuráis, sobre todo en los mismos dominios que habían encabezado la
Restauración Meiji, donde las expectativas de los samuráis se vieron, a menudo,
más gravemente frustradas. En Satsuma, ni la prohibición de portar espadas ni la
eliminación de los estipendios de los samuráis fueron impuestas. Algunas
notables rebeliones samuráis surgieron en Saga en 1874, en Chōshū en 1876 y,
finalmente, en Satsuma en 1877, esta última con el mismo Saigō Takamori a la
cabeza.
Un año antes, el gobierno imperial central, entonces bajo el dominio del oligarca
Ōkubo Toshimichi (1830-1878) —originalmente un samurái de Satsuma—,
había enviado agentes para desarmar el arsenal en la ciudad-castillo de Satsuma.
Un agente capturado por la gente local “confesó”, bajo tortura, que había sido
enviado para asesinar a Saigō. Tras declarar que tenía preguntas que hacer al
gobierno central, en febrero de 1877, Saigō encabezó una gran fuerza de 15 000
samuráis en marcha hacia Tokio. A pesar de que nunca zarparon de la isla de
Kyūshū al suroeste y de que su ejército de samuráis, con sus persistentes
lealtades regionales, no fue en última instancia rival para el moderno ejército de
reclutas del gobierno central, tomó todavía seis meses para que todo el peso del
ejército imperial acabara con esta rebelión samurái. En septiembre, con el
fracaso de su causa, Saigō Takamori cometió un suicidio ritual (seppuku). De
cierto modo, toda la clase samurái murió con él. Si bien el propio oligarca Meiji
(Ōkubo fue asesinado apenas al año siguiente, en 1878, la vieja clase guerrera
nunca más representaría una amenaza seria para el nuevo orden Meiji.
La Constitución Meiji
Al igual que Saigō Takamori, el oligarca Itagaki Taisuke había renunciado
también al gobierno a causa de la controversia relacionada con Corea pero, a
diferencia de Saigō, adoptó un enfoque disidente sin basarlo en la nostalgia
samurái, sino en modernos ideales políticos liberales de Occidente. Itagaki
comenzó a cabildear para crear una asamblea de gobierno representativo. Éste
fue el origen de lo que se conoció como el movimiento por los derechos
populares. En la década de 1870, no menos de 130 peticiones fueron enviadas al
emperador para pedirle la creación de un autogobierno representativo. El
autogobierno parecía ser una de esas irresistibles tendencias occidentales de la
época, e incluso el propio gobierno Meiji alentó cierto grado de participación
popular moderna. Sin embargo, el oligarca (Ōkubo Toshimichi adoptó una
postura conservadora. Bajo su vigilancia, una ley de prensa impuso, en 1875,
una censura previa y restringió la crítica política.
Después del asesinato de (Ōkubo en 1878, el gobierno Meiji hizo algunas
concesiones y pronto se comprometió públicamente a presentar una constitución
escrita de corte occidental y a conformar una asamblea nacional electa antes de
1890. En anticipación a esto, los primeros partidos políticos japoneses
comenzaron a formarse en 1881. Debido a que la tendencia hacia un gobierno
representativo parecía imparable, los oligarcas Meiji concluyeron que el mejor
rumbo de acción era adoptar con rapidez una versión aceptablemente
conservadora de una constitución moderna en lugar de verse rebasados por el
ritmo de las expectativas liberales fuera del gobierno. En 1881 se elaboró una
lista de condiciones mínimamente aceptables, las cuales incluían las
disposiciones de que la nueva constitución fuera conferida desde arriba, como un
regalo del emperador y que si la asamblea electa se negaba a aprobar un
proyecto de presupuesto, el presupuesto del año anterior cobraría efecto de
forma automática (por lo tanto, si no se negaba, por lo menos se limitaba el
poder de recaudación de la legislatura electa).
En 1882, el oligarca Itō Hirobumi (1841-1909) viajó a Europa para estudiar
directamente varios modelos constitucionales modernos (figura VII.7). Aunque
hizo una escala en Gran Bretaña, y un asociado suyo viajó a Francia, Itō pasó
siete meses en Alemania, por lo que los oligarcas Meiji parecían haber preferido,
desde el principio, el modelo alemán. Se trataba de la Alemania imperial
recientemente unificada del káiser y el Canciller de Hierro, el príncipe Otto von
Bismarck (1815-1898), la cual, si bien hizo importantes concesiones para el
autogobierno representativo, también conservó un firme control imperial central.
De regreso a Japón, a Itō Hirobumi se le encargó, entonces, redactar la nueva
Constitución Meiji.
Como una medida preventiva más en contra de las sospechosamente liberales
ideas democráticas angloestadunidenses, las influencias alemanas se combinaron
entonces con la antigua tradición de Asia oriental en la conformación de una
nueva nobleza japonesa en 1884, la cual se diseñó para ocupar una Cámara Alta
hereditaria que equilibraría a la Cámara Baja de elección popular en la futura
legislatura. El marco jurídico era alemán, pero la mayoría de los miembros de
esta nobleza recién creada fueron los antiguos daimios Tokugawa o viejos nobles
de la corte, y los títulos para esta nueva aristocracia se tomaron, en realidad, de
los antiguos clásicos chinos de la dinastía Zhou.⁴³ Un gabinete, o moderno poder
ejecutivo de tipo occidental, se estableció en 1885 (antes de la elección de la
primera legislatura), con la idea de que funcionara como un gabinete
“trascendente”, responsable sólo ante el emperador y no ante la legislatura. Itō
Hirobumi se convirtió en el primer primer ministro de Japón.
Mientras tanto, bajo gran secrecía y en consulta con un asesor jurídico alemán
del cuerpo docente de la Universidad Imperial de Tokio, Itō y sus ayudantes
redactaron un proyecto de constitución. El 11 de febrero de 1889 se promulgó
formalmente la nueva Constitución Meiji. Basada en el modelo alemán, era un
regalo del emperador al pueblo, con el emperador emplazado “por encima de las
nubes”. Además, los ministros del ejércIto y de la marina eran responsables sólo
ante el emperador e independientes del control civil. De este modo, la
impresionante potencia del símbolo imperial quedó, además, deliberadamente
renovada y fortalecida. En 1888, un grabado del emperador Meiji se distribuyó
por todas las escuelas públicas y edificios oficiales, con lo que la imagen del
emperador se volvió una presencia ubicua en toda la nueva nación japonesa. En
1890 se emitió un “Edicto Imperial sobre la Educación”, que instaba a los
estudiantes a que “si acaso se presentara una emergencia, ofrézcanse con
valentía al Estado; y custodien y preserven así la prosperidad de nuestro trono
imperial, coetáneo con el cielo y la tierra”.⁴⁴ Los jóvenes estudiantes japoneses
estaban obligados a inclinarse ante el retrato imperial y a escuchar con
regularidad la recitación del “Edicto sobre la Educación”. Una vez más, se
trataba de una mezcla de las supuestas antiguas tradiciones japonesas y las
formas de una construcción, moderna y occidentalizada, de una nación.
FIGURA VII.7. Itō Hirobumi (1841-1909), primer primer ministro de Japón.
Sitio Web de la Biblioteca Nacional de la Dieta.
La primera elección para la Cámara Baja de la nueva legislatura nacional
(llamada la Dieta) se celebró en 1890. Dado que el sufragio se limitó a los
contribuyentes relativamente ricos, sólo un poco más de 1% de la población
pudo votar realmente y, en la práctica, el gobierno continuó siendo dirigido en
gran parte por el mismo puñado de oligarcas Meiji, en nombre del emperador.
Aun así, Japón se había convertido en el primer país al este de Suez en tener una
constitución moderna de tipo occidental y un órgano legislativo electo. Aunque
se trataba de un orden constitucional conservador que pronto sería puesto al
servicio del imperialismo expansivo era, pese a todo, un emblema inconfundible
de la modernidad. Además, Japón también estaba en camino de convertirse en la
primera sociedad no occidental del mundo en industrializarse con éxIto.
La industrialización
Una de las principales razones del éxItō de la modernización japonesa del siglo
XIX fue la sagaz claridad con que los oligarcas Meiji percibieron la urgencia
estratégica de la situación y actuaron con rapidez para poner en práctica medidas
necesarias, aunque a veces dolorosas, para alcanzar sus objetivos generales de
seguridad nacional. Aunque su preocupación más apremiante era copiar el
moderno poder militar occidental, también comprendieron con rapidez que el
secreto subyacente al poder militar moderno era la productividad económica
moderna. El gobierno Meiji logró apoyar su nueva economía nacional sobre una
base sólida, en parte, al mantener la deuda externa al mínimo y eliminar el pago
de estipendios a los samuráis. En 1871-1872 se estableció un nuevo sistema
unificado de moneda, basado en el yen, y se instauró un sistema bancario
moderno inspirado en la Reserva Federal de los Estados Unidos. En 1882 se
estableció un Banco Central de Japón.
Inicialmente, algunos líderes japoneses tenían la impresión de que los negocios y
el comercio, por sí solos, eran la fuente de la riqueza nacional moderna pero, por
la década de 1870, los oligarcas Meiji se dieron cuenta de que la
industrialización mecanizada era la llave mágica que abría los secretos de los
incrementos exponenciales en la productividad. Por ello, la élite Meiji determinó
que sería necesaria una rápida industrialización, no sólo por consideraciones
militares estratégicas, sino también para evitar que Japón cayera en la pobreza y
se convirtiera en un mero proveedor de materias primas para los países
extranjeros industrializados. Sin embargo, los primeros intentos por estimular la
inversión privada en la industria moderna no fueron particularmente exitosos, en
parte debido a la aversión de las conservadoras casas antiguas de mercaderes
hacia los nuevos negocios arriesgados y en parte debido a que la cantidad de
capital necesario para la industrialización era simplemente demasiado grande. El
gobierno Meiji era incapaz, además, de proteger el desarrollo de la industria
nacional mediante la fijación de un muro de impuestos altos a la competencia de
las importaciones extranjeras porque, a raíz de los tratados, los impuestos de
importación se habían fijado en tasas bajas. En consecuencia, el gobierno Meiji
decidió reparar lo anterior al fomentar deliberadamente por sí mismo la
industrialización nacional. La fábrica devanadora de seda de Tomioka, por
ejemplo, fue construida por el gobierno en 1872 para proporcionar empleo y
fomentar la mecanización privada demostrando cómo se acometía ésta (figura
VII.8). Las primeras industrias modernas de Japón fueron en su mayoría
construidas y administradas por el mismo gobierno.⁴⁵
Un enfoque importante de esta industrialización dirigida por el gobierno fue, por
otra parte, estratégico y militar. La moderna industria armamentista era operada
inicialmente por el gobierno y, aunque la manufactura privada de textiles ligeros
pronto prosperó y llegó a ser más importante en el comercio exterior, al generar
divisas sumamente necesarias, incluso algunas de las tecnologías utilizadas en la
producción textil privada derivaron de nuevos usos de aplicaciones militares. En
la década de 1880, por ejemplo, la absoluta mayoría de los molinos de textiles de
algodón privados de Japón estaban impulsados por motores de vapor construidos
por un arsenal del gobierno. “Prácticamente todas las principales empresas de
Japón se beneficiaron del programa industrial militar Meiji […] incluyendo
Toshiba y Nikon, las cuales fueron creadas directamente por y para los militares
Meiji.”⁴
Por otro lado, sin embargo, el éxIto que tuvo Japón en la industrialización
también se debió mucho a las habilidades, las actitudes y las prácticas
comerciales que ya se habían desarrollado, de forma autóctona, en los últimos
tiempos de los Tokugawa, y el verdadero arranque de la economía industrial fue
encabezado por la industria textil privada en pequeña escala.⁴⁷ Y si la iniciativa
del gobierno fue fundamental para los préstamos tecnológicos y el desarrollo
temprano a gran escala (y en un principio, a menudo poco rentable) de la
industria pesada, los propios recursos del gobierno también estaban lejos de ser
infinitos. Debido a que, a raíz de los tratados, los impuestos sobre las
importaciones se fijaron en tasas relativamente altas y a que los oligarcas Meiji
estaban muy preocupados por no contraer una deuda externa debilitante, la
principal fuente de financiamiento del gobierno fue el impuesto predial, el cual
aportó, en la década de 1870, alrededor de 90% de todos los ingresos del
gobierno.
FIGURA VII.8. La fábrica industrial devanadora de seda modelo que fue
construida en 1872 en Tomioka, Prefectura de Gunma, Japón (grabado en
madera). Snark/ Art Resource, Nueva York.
Las serias limitaciones económicas que enfrentaba el gobierno Meiji condujeron
a un programa de austeridad forzosa en la década de 1880, el cual impuso
muchas privaciones, pero también es posible que haya fortalecido la economía
en general. A mediados de la década de 1880, el gobierno era económicamente
solvente. En esta misma década, el gobierno comenzó a transferir también
deliberadamente sus jóvenes instalaciones industriales a manos privadas. La
fábrica de seda construida por el gobierno en Tomioka, por ejemplo, fue vendida
a la empresa privada Mitsui en 1893.
Desde principios del periodo Meiji “el gobierno no podía permitirse el lujo de un
periodo de gestación durante el cual el sector del transporte marítimo pudiera
construir una organización ‘modelo’ ” de forma natural por sí mismo; después de
varios experimentos fallidos, el gobierno viró hacia una normativa de apoyo
oficial para una única empresa privada beneficiada. En el sector del transporte
marítimo, la empresa beneficiada fue Mitsubishi. Mitsubishi había comenzado
con otro nombre, en 1866, como un organismo de promoción industrial que
pertenecía al dominio de Tosa, pero fue reorganizada posteriormente en una
empresa privada y, en 1873, fue rebautizada como Mitsubishi. Después de que
Mitsubishi proporcionara con éxito transporte militar durante la expedición
punitiva del gobierno contra los nativos de Taiwán, en 1874, el gobierno
concedió 13 grandes barcos de vapor a Mitsubishi y comenzó a dotarla de un
subsidio gubernamental anual. Entre otras cosas, “los informes financieros
propiciados por el subsidio condujeron a la rápida adopción por parte de
Mitsubishi de las técnicas de contabilidad occidentales”. Mitsubishi se desarrolló
y prosperó, con el respaldo del gobierno, para satisfacer las necesidades
estratégicas del gobierno Meiji en la prestación de transporte en caso de guerra y
también en la competencia con Occidente, lo cual era considerado como una
apremiante prioridad nacional debido al hecho de que el transporte marítimo
occidental continuó dominando, durante mucho tiempo, el comercio exterior de
Japón.⁴⁸
Mitsubishi se convirtió en uno de los conglomerados japoneses característicos,
llamados zaibatsu, los cuales dominaron el sector moderno de la economía
japonesa en los años entre la Restauración Meiji y la segunda Guerra Mundial.
La palabra zaibatsu podría traducirse libremente como “señor de la riqueza”, en
una expresión paralela a gunbatsu, o “señor de la guerra”. Había tal vez una
veintena de zaibatsu en el Japón previo a la segunda Guerra Mundial pero, a
todas luces, había cuatro zaibatsu particularmente grandes: Mitsubishi,
Sumitomo, Yasuda y Mitsui. Aunque Mitsui databa de los primeros tiempos
Tokugawa, los zaibatsu en su conjunto fueron un tipo significativamente nuevo
de empresa. En parte, éstas reflejaban sólo una tendencia general hacia empresas
más grandes en el mundo industrializado de finales del siglo XIX. Las fusiones,
monopolios, consorcios, sindicaciones y coaliciones parecían estar a la orden del
día: en 1880, por ejemplo, Standard Oil controlaba alrededor de 90% de toda la
refinación del petróleo de los Estados Unidos. Los zaibatsu japoneses, sin
embargo, rara vez monopolizaban un sector determinado del mercado y, en
cambio, se duplicaban y competían entre sí por medio de una extensa
diversificación en una amplia gama de iniciativas, que típicamente incluían la
manufactura, la banca y el comercio.
Japón se convirtió en la primera sociedad no occidental en industrializarse con
éxito, pero el despegue de la economía moderna de Japón estuvo lejos de haber
sido instantáneo. En la década de 1880, el comercio exterior de Japón seguía
siendo apenas una cuarta parte del volumen del de China y gran parte del
comercio exterior de Japón aún estaba controlado por los comerciantes
occidentales. Todavía en 1900, un porcentaje aproximadamente igual de la
población de China (por no hablar de números absolutos) estaba empleado en la
industria como en Japón.⁴ Empresas de estilo tradicional continuaban
produciendo la mayor parte de las materias primas para el mercado interno
japonés. Todavía en 1898, 82% de la población japonesa seguía siendo rural y
Japón era aún un país mayoritariamente pobre. A pesar de la Restauración Meiji,
para la mayoría de la gente los estilos de vida no habían cambiado de manera tan
espectacular en la segunda mitad del siglo XIX. La jinrikisha, un pequeño
carruaje de dos ruedas tirado por la fuerza muscular humana, lejos de ser una
antigua tradición de Asia oriental, no se inventó sino hasta después de la
Restauración Meiji, y el emperador disfrutó de su primer paseo en un carruaje
tirado por caballos sólo hasta 1871. (Las carreteras se habían desarrollado poco
en el Japón premoderno y los vehículos de ruedas eran raros.) La primera línea
ferroviaria corta, que unía a Tokio con la cercana Yokohama, no comenzaría a
operar sino hasta 1872. El servicio de luz eléctrica de Tokio sólo comenzó hasta
1887.⁵
Con todo, para entonces Japón ya se estaba volviendo militarmente fuerte. En
1880, Japón produjo su primer rifle moderno con un diseño propio. En 1899, un
tratado renegociado con Gran Bretaña entró en vigor para poner fin a muchas de
las disposiciones más objetables del sistema de tratados portuarios que había
estado vigente desde la década de 1850 (aunque Japón no recuperó el derecho a
establecer sus propios impuestos sobre las importaciones sino hasta 1911). En
1895, Japón derrotó a China en la guerra. En 1902, Japón se convirtió
oficialmente en un aliado británico y, en 1905, venció a una reconocida gran
potencia moderna, Rusia. Para ese momento, Japón había demostrado de forma
convincente su posición como una moderna potencia mundial.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Sobre la industrialización comparativa y el desarrollo económico de China y
Europa, véanse Lloyd E. Eastman, Family, Fields, and Ancestors: Constancy and
Change in China’s Social and Economic History, 1550-1949, Oxford University
Press, Nueva York, 1988, especialmente caps. 6-8; Andre Gunder Frank,
ReOrient: Global Economy in the Asian Age, University of California Press,
Berkeley, 1998; Robert B. Marks, The Origins of the Modern World: A Global
and Ecological Narrative from the Fifteenth to the Twenty-first Century, 2ª ed.,
Rowman & Littlefield, Lanham, 2007, y Kenneth Pomeranz, The Great
Divergence: China, Europe, and the Making of the Modern World Economy,
Princeton University Press, Princerton, 2000.
Sobre las guerras del opio, véanse Peter Ward Fay, The Opium War, 1840-1842:
Barbarians in the Celestial Empire in the Early Part of the Nineteenth Century
and the War by Which They Forced Her Gates Ajar, W. W. Norton, Nueva York,
1975, y Harry G. Gelber, Opium, Soldiers, and Evangelicals: England’s 1840-42
War with China, and Its Aftermath, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2004.
Sobre la Rebelión Taiping y otras rebeliones internas chinas del siglo XIX,
véanse Albert Feuerwerker, Rebellion in Nineteenth-Century China, Center for
Chinese Studies, University of Michigan, Ann Arbor, 1975; Philip A. Kuhn,
Rebellion and Its Enemies in Late Imperial China: Militarization and Social
Structure, 1796-1864, Harvard University Press, Cambridge, 1970; Franz
Michael, en colaboración con Chung-li Chang, The Taiping Rebellion: History
and Documents, 3 vols., University of Washington Press, Seattle, 1972;
Elizabeth J. Perry, Rebels and Revolutionaries in North China, 1845-1945,
Stanford University Press, Stanford, 1980, y Jonathan D. Spence, God’s Chinese
Son: The Taiping Heavenly Kingdom of Hong Xiuquan, W. W. Norton, Nueva
York, 1996.
Un estudio clásico sobre la Restauración Tongzhi es el de Mary Clabaugh
Wright, The Last Stand of Chinese Conservatism: The T’ung-Chih Restoration,
1862-1874, Stanford University Press, Stanford, 1957.
Los puertos de tratados y el contacto China-Occidente se abordan en John King
Fairbank, Trade and Diplomacy on the China Coast: The Opening of the Treaty
Ports, 1842-1854, Stanford University Press, Stanford (1953), 1969; Michael
Greenberg, British Trade and the Opening of China, 1800-42, Cambridge
University Press, Cambridge, 1951, y Rhoads Murphey, The Outsiders: The
Western Experience in India and China, University of Michigan Press, Ann
Arbor, 1977. Sobre la fase final del maduro sistema de puertos de tratados en
Shanghái, véase Nicholas R. Clifford, Spoilt Children of Empire: Westerners in
Shanghai and the Chinese Revolution of the 1920s, Middlebury College Press,
Hanover, 1991.
Sobre la Rebelión de los bóxers, véanse Paul A. Cohen, History in Three Keys:
The Boxers as Event, Experience, and Myth, Columbia University Press, Nueva
York, 1997, y Joseph W. Esherick, The Origins of the Boxer Uprising,
University of California Press, Berkeley, 1987.
El fin del orden tradicional en Corea se describe en Martina Deuchler, Confucian
Gentlemen and Barbarian Envoys: The Opening of Korea, 1875-1885,
University of Washington Press, Seattle, 1977; Peter Duus, The Abacus and the
Sword: The Japanese Penetration of Korea, 1895-1910, University of California
Press, Berkeley, 1995, y Key-Hiuk Kim, The Last Phase of the East Asian World
Order: Korea, Japan, and the Chinese Empire, 1860-1882, University of
California Press, Berkeley, 1980.
Las fuentes indispensables para la Restauración Meiji en Japón incluyen a
Marius B. Jansen, The Making of Modern Japan, Harvard University Press,
Cambridge, 2000, y Marius B. Jansen, Sakamoto Ryōma and the Meiji
Restoration, Columbia University Press, Nueva York (1961), 1994. Una
detallada narración de los acontecimientos que precedieron a la Restauración
Meiji se proporciona en Conrad D. Totman, The Collapse of the Tokugawa
Bakufu, 1862-1868, University of Hawai’i Press, Honolulu, 1980. La malhadada
rebelión samurái de Saigō Takamori se narra en el capítulo 9 de Ivan I. Morris,
The Nobility of Failure: Tragic Heroes in the History of Japan, Holt, Rinehart,
and Winston, Nueva York, 1975. Para un estudio sobre un importante oligarca
Meiji, véase Roger F. Hackett, Yamagata Aritomo in the Rise of Modern Japan,
1838-1922, Harvard University Press, Cambridge, 1971.
La cambiante autoimagen de la nación japonesa en este periodo es hábilmente
estudiada por Carol Gluck en Japan’s Modern Myths: Ideology in the Late Meiji
Period, Princeton University Press, Princeton, 1985. Las cambiantes
percepciones de los chinos hacia Japón durante las décadas de 1870-1880, a
medida que la comunidad cultural premoderna de Asia oriental fue cimbrada
seriamente por la rápida modernización japonesa, se examinan en D. R.
Howland, Borders of Chinese Civilization: Geography and History at Empire’s
End, Duke University Press, Durham, 1996.
Sobre la precoz modernización económica del Japón Meiji, véanse Johannes
Hirschmeier, The Origins of Entrepreneurship in Meiji Japan, Harvard
University Press, Cambridge, 1964; Byron K. Marshall, Capitalism and
Nationalism in Prewar Japan: The Ideology of the Business Elite, 1868-1941,
Stanford University Press, Stanford, 1967; Thomas C. Smith, Political Change
and Industrial Development in Japan: Government Enterprise, 1868-1880,
Stanford University Press, Stanford, 1955, y Kozo Yamamura (ed.), The
Economic Emergence of Modern Japan, Cambridge University Press,
Cambridge, 1997. Mikiso Hane proporciona un curioso atisbo al interior de la
vida de los japoneses comunes bajo el impacto de la modernización en Peasants,
Rebels, and Outcasts: The Underside of Modern Japan, Pantheon Books, Nueva
York, 1982.
VIII. LA EDAD DE LA OCCIDENTALIZACIÓN
(1900-1929)
EL FIN DEL IMPERIO: REVOLUCIÓN REPUBLICANA EN CHINA
La derrota a manos de Japón en la Guerra sinojaponesa de 1895 destruyó de
forma irrevocable el tradicional sentido de autoconfianza de China y de ahí en
adelante fue socavado rápidamente lo que quedaba del orden mundial chino
premoderno. En 1891 y 1897 el reformador Kang Youwei (1858-1927) publicó
dos libros controvertidos (y varias veces prohibidos), que argumentaban que los
textos existentes de los clásicos del confucianismo habían sido distorsionados
por falsificaciones que databan del siglo primero y que Confucio, lejos de ser un
transmisor conservador de las tradiciones antiguas, había sido de hecho un
reformador en su tiempo.¹ A pesar de este intento por rejuvenecer al sabio
Confucio con el modernizador disfraz de reformador, semejante erudición ya
revelaba una profunda pérdida de fe en la tradición.
En 1898, mientras aparentaba pugnar de manera conservadora a favor de
mantener el “aprendizaje chino para los principios fundamentales”, un
importante funcionario también reconoció al mismo tiempo que, en un momento
de “transformación extrema”, era oportuno aplicar importantes reformas
modernizadoras. Después de 1898, incluso este enfoque relativamente moderado
tendió a ser abandonado a favor de una modernización más radical.² La victoria
japonesa de 1895 había hecho sonar una alarma y, tras el desastre de los bóxers
en 1900, incluso el gobierno Qing reconoció la necesidad de poner en marcha
una rápida reforma. China había quedado expuesta como vulnerable —un
imperio en un tiempo poderoso que había sido reducido a ser el “hombre
enfermo de Asia”— y necesitada de medidas radicales para dejar atrás el pasado
y adaptarse a las realidades del mundo moderno (figura VIII.1). Nuevo (xin) se
volvió de repente una palabra de moda en la China de principios del siglo XX,
comenzando con las “nuevas normativas” y las “nuevas escuelas” de la dinastía
Qing en la primera década y llegando a su clímax con la “nueva cultura” del
movimiento del Cuatro de Mayo en la segunda década del siglo, epítome de todo
lo cual era el título del más famoso periódico chino de la época: La Nueva
Juventud.³
FIGURA VIII.1. Los últimos días del Imperio chino. Un jinete solitario en las
tumbas Ming, al norte de China, 1907. Biblioteca del Congreso, LC-USZ6256190.
En 1902, la emperatriz viuda Cixí autorizó un edicto que ordenaba la abolición
del vendaje de pies (costumbre dolorosa e incapacitante muy extendida entre las
mujeres chinas más o menos desde tiempos de la dinastía Song). Aunque
pasaron décadas antes de que el vendaje de pies se erradicara en su totalidad, la
abolición del sistema de exámenes tradicional entró en vigor de inmediato en
1905 y asestó un golpe fatal a la vieja élite mandarina elegida por esos métodos.
El mismo año, un grupo imperial de comisionados viajó durante ocho meses por
Japón, los Estados Unidos y Europa para estudiar los modelos de gobiernos
constitucionales modernos. Tras su regreso en 1908 se anunció un programa de
nueve años de reformas constitucionales que incluía la instalación de asambleas
representativas electas en las provincias para 1909 y la promesa de una
transición gradual a un “autogobierno”.
Con todo, ni siquiera estas reformas radicales eran suficientes. A menudo, las
“nuevas escuelas” eran simplemente templos adaptados o antiguas academias
confucionistas que distaban mucho de ser accesibles a toda la población y que
tampoco eran muy diferentes de sus predecesoras premodernas. En las
elecciones provinciales de 1909, el electorado alcanzó apenas 0.5% de la
población.⁴ El modelo japonés Meiji e imperial alemán que se favoreció para las
reformas de la dinastía Qing, con su papel asertivo en aras de un gobierno
imperial autoritario centralizado, desilusionó también a los aspirantes a líderes
locales, así como a los reformistas quienes abrigaban aspiraciones más liberales
de corte angloestadunidense. Además, al romper con el largo precedente de la
dinastía Qing, los príncipes de la familia imperial empezaron a cumplir un papel
más activo en el gobierno y de hecho aumentó el número de manchúes étnicos
que ocupaban altos cargos. Por ejemplo, aunque la Gente de las Banderas
manchú representaba sólo un poco más de 1% de la población de China, ocupaba
los cargos de ocho de cada 13 directores de ministerios en 1906 y de cinco de
cada nueve gobernadores generales en 1907.⁵
Lo anterior fue en particular desafortunado porque coincidió con la introducción
de las ideas occidentales modernas de la “autodeterminación”. Después de dos
siglos de aceptación generalizada del gobierno manchú bajo la dinastía Qing, a
principios del siglo XX, varios pueblos chinos cobraron conciencia de manera
súbita de la idea de que eran los súbditos conquistados de los “extranjeros”
manchúes. Terminar con el mandato manchú se convirtió en la primera prioridad
del nuevo nacionalismo chino.
El concepto de nación es, por supuesto, un fenómeno antiguo. Sin embargo, los
Estados premodernos, en China y en cualquier otro lugar, a menudo se veían
definidos más por sus élites gobernantes que por sus pueblos. Se ha argumentado
que el verdadero nacionalismo moderno se originó en el siglo XVI en Inglaterra,
cuando por primera vez comenzó a concebirse a las personas como la fuente
esencial de una soberanía legítima. Conforme la propagación de la imprenta
promovía la unificación de las lenguas nacionales (por ejemplo, el alto alemán y
el francés parisino, que ganaron prestigio como lenguas nacionales sobre los
dialectos locales), un nuevo sentido de participación en una comunidad nacional
compartida comenzó a formarse entre el público lector.
Al parecer, la primera evocación asiática oriental de este concepto de “nación”,
originalmente europeo, surgió con el movimiento japonés de derechos populares
de la era Meiji, cuando una nueva expresión japonesa de dos caracteres, minzoku
(que quiere decir, vagamente, el “clan del pueblo”), se acuñó para traducir
nationale en expresiones francesas como Assamblée Nationale —en este caso,
obviamente, refiriéndose aún a la soberanía popular—. Sin embargo, para finales
del siglo XIX, esta palabra japonesa comenzó a usarse más comúnmente, en
cercanía con la palabra germana Volk, para definir una comunidad unida por
lazos lingüísticos, culturales e históricos, entre otros, supuestamente
compartidos.⁷ En ese sentido, las naciones como pueblos que poseían
características supuestamente distintivas y que, de forma ideal, se
autogobernaban independientemente, llegaron a ser vistas de manera general en
la Europa del siglo XIX como las divisiones naturales de la humanidad. La
propia Alemania se volvió un clásico ejemplo de construcción moderna de un
Estado-nación, a medida que el Reino prusiano se expandió entre 1866 y 1871
para forjar la primera Alemania unificada.
Como muchas otras traducciones japonesas modernas de términos europeos, esta
nueva palabra para “nación” pronto llegó a China, donde la misma combinación
de dos caracteres (pronunciada “minzu” en chino) pudo importarse y
comprenderse con facilidad en forma escrita.⁸ Tanto en el sentido político de
soberanía popular como en el sentido comunal de Volk, esta nueva idea de
nacionalismo demandaba el fin del gobierno hereditario de los emperadores
manchúes en China, que no pertenecían a ninguna etnia china. Ya que dicho
nacionalismo fue una idea original de Occidente, en China como en todos lados,
los primeros nacionalistas tendieron a surgir de grupos de personas muy
expuestas al pensamiento occidental moderno. En el caso de China, el primer
gran revolucionario nacionalista fue también una de las figuras más plenamente
occidentalizadas de toda la historia china: el doctor Sun Yat-sen (1866-1925).
Sun Yat-sen (figura VIII.2) fue un campesino cantonés de nacimiento —nacido,
es decir, lejos de los centros tradicionales de la cultura y el poder chinos y
hablante de un ininteligible dialecto sureño local—; sin embargo, en 1879 fue
enviado a Hawái para reunirse con su hermano. En Hawái, Sun entró a un
internado, donde el idioma de enseñanza era el inglés. Sun aprendió este idioma
y también se volvió cristiano. Completó su educación en Hong Kong con cursos
de medicina de tipo occidental. En total, Sun pasó unos 13 años como estudiante
o protegido de misioneros protestantes occidentales y hasta los 46 años vivió la
mayor parte de su vida fuera de China. Inspirado por su conocimiento íntimo
del Occidente moderno, Sun esperaba crear en China un Estado-nación y una
república de corte occidental, a veces tomando en específico a los Estados
Unidos como modelo.
FIGURA VIII.2. El doctor Sun Yat-sen y su esposa. Fotografía firmada y
fechada por la señora Sun, Cantón, 14 de enero de 1926. Hoover Institution
Archives. Documentos de Paul Myron Wentworth Linebarger.
La Revolución de 1911
Sun Yat-sen organizó su primer grupo revolucionario en Hawái en 1894. En
1895 intentó su primer levantamiento revolucionario armado en Cantón. Esto
sucedió justo después de la derrota de la dinastía Qing en la Guerra
sinojaponesa, que pudo haber representado una oportunidad sin precedentes para
derrocar a los Qing, pero el levantamiento se retrasó dos días porque sus
preparativos estaban incompletos y, durante el intervalo, la policía descubrió el
complot. Cuarenta y ocho conspiradores fueron arrestados y se confiscaron 205
revólveres. Sun Yat-sen escapó al Hong Kong británico y de ahí viajó a Japón.
Sun pasó una sola noche en China desde este momento hasta el triunfo final de
la Revolución republicana en 1911.
Sun Yat-sen pasó la mayor parte del tiempo en Japón, donde adquirió el alias por
el cual es más conocido todavía por los hablantes de la lengua china: (Sun)
Zhongshan —la pronunciación en chino mandarín del sobrenombre japonés
Nakayama—. Pero Sun también pasó algún tiempo en la colonia francesa de
Vietnam y participó muy activamente en la recaudación de fondos en los Estados
Unidos e Inglaterra. En un famoso episodio de 1896, Sun fue secuestrado y
hecho prisionero en el consulado de la dinastía Qing en Londres. Para fortuna
suya, logró enviar de contrabando un mensaje dirigido a un amigo británico,
quien levantó tal clamor en la prensa inglesa que forzó su liberación. Aunque
este incidente catapultó a Sun a cierto grado de notoriedad internacional,
probablemente la mayoría del pueblo chino aún seguía sin saber de Sun o de su
movimiento revolucionario en una fecha tan tardía como el inicio del siglo XX.
Sin embargo, en 1905, una indefinida coalición de grupos chinos revolucionarios
se formó en Tokio bajo el nombre de Alianza Revolucionaria (Tongmenghui),
con Sun Yat-sen como líder.
En los pocos años siguientes, la Alianza Revolucionaria patrocinó varios
levantamientos armados en China que fracasaron estrepitosamente. Como la
letanía de derrotas se alargaba, los revolucionarios pasaron, con creciente
fascinación, a las tácticas terroristas, incluyendo bombardeos y asesinatos. El 9
de octubre de 1911, mientras unos revolucionarios fabricaban bombas en el
cuartel de la llamada Sociedad Avanzando Juntos —localizado en una concesión
rusa en medio del grupo formado por tres ciudades, conocidas colectivamente
como Wuhan y ubicadas en la parte media del río Yang-tse—, algunas cenizas de
los cigarros que fumaban cayeron y accidentalmente detonaron una de las
bombas. La policía llegó y descubrió entre los escombros una lista de los
miembros e inmediatamente arrestó a docenas de ellos. Tres revolucionarios
fueron ejecutados a primera hora al día siguiente, 10 de octubre, lo cual precipitó
un motín, no planeado, en la guarnición del Ejército Nuevo local. Los
amotinados tomaron el control del arsenal, el gobernador general manchú huyó
y, el 11 de octubre, el presidente de la asamblea provincial local se reunió con
los rebeldes y les otorgó su apoyo. Éste fue el inicio de la Revolución
republicana, o nacionalista, en China.
De forma bastante irónica, los modernos Ejércitos Nuevos de tipo occidental,
que habían sido creados por la dinastía Qing para resguardarla, aportaron, en
cambio, la fuerza militar para derrocarla. Las primeras cuatro provincias que se
rebelaron fueron lideradas por levantamientos de un Ejército Nuevo y su apoyo
fue también fundamental en la mayoría de las provincias que más tarde se
unieron a la Revolución.¹ Pronto, 15 provincias, la mayoría concentradas en el
sur, habían declarado su independencia de la dinastía Qing. Aunque hubo
algunos violentos combates locales, tras cerca de un mes, la lucha alcanzó un
punto muerto y las negociaciones comenzaron en Shanghái. Cuando estalló esta
imprevista revolución, el doctor Sun Yat-sen se encontraba en Colorado y se
enteró de ella al leer las noticias mientras viajaba en tren de Denver a Kansas.
Sun finalmente viajó de los Estados Unidos a China, donde fue designado
presidente provisional de la nueva república. No obstante, mantuvo el
nombramiento sólo por 45 días, ya que Sun pronto se unió a otros para ofrecer la
presidencia a otro hombre: Yuan Shikai (1859-1916).
Yuan Shikai había sido una pieza clave en la formación del principal ejército
moderno en el norte de China y su habilidad para controlar esa fuerza armada lo
convertía ahora en una figura crucial. Al principio fue reclutado por la corte
imperial de Beijing para intentar rescatar a la dinastía Qing, pero los
revolucionarios republicanos le hicieron una contraoferta tentadora. Después de
algunas negociaciones, Yuan cambió de bando y, el 12 de febrero de 1912, sólo
cuatro meses después del inicio de la Revolución, el último emperador de China
abdicó al trono. El ex emperador de cinco años recibió un trato favorable,
incluyendo un generoso subsidio del gobierno y el permiso para continuar
viviendo en el viejo palacio imperial. Yuan Shikai se convirtió entonces en el
primer presidente oficial de la nueva República de China. Tres días después de la
abdicación del último emperador, Sun Yat-sen visitó la tumba del fundador de la
última dinastía étnicamente china (la Ming) para anunciar la restauración del
mandato chino después de tres siglos de subyugación bajo los “extranjeros”
manchúes.
El movimiento del Cuatro de Mayo: ciencia y democracia
No sólo fue el mandato manchú el que de manera abrupta tocó a su fin con la
Revolución de 1911: un sistema imperial que había durado más de 2000 años
también terminaba para siempre. Con esto, en varios sentidos importantes,
también murió la China tradicional. Incluso el chino escrito clásico fue
remplazado rápidamente por una moderna lengua vernácula (algo más o menos
comparable a pasar del latín al italiano). Para 1921, el Ministerio de Educación
solicitó que todos los libros de texto de las escuelas primarias estuvieran escritos
en la lengua vernácula. Construir un moderno Estadonación en China significó,
de forma paradójica, rechazar buena parte de la tradición. Sun Yat-sen, por
ejemplo, insistió en cambiar inmediatamente al calendario solar occidental como
“la primera reforma importante de nuestra exitosa revolución”.¹¹ En 1912, la
mayoría de los hombres chinos se cortaron de inmediato las trenzas impuestas
por los manchúes y, en vez de regresar a los cortes de cabello anteriores a los
manchúes, se adoptaron en general los peinados y las vestimentas modernos de
estilo occidental.
Contrario al estereotipo popular de una nación cerrada, aislacionista y
profundamente tradicional, por largo tiempo China había tenido gran
participación en el comercio mundial y, a finales del siglo XIX, buena parte del
pueblo chino ya se mostraba sorprendentemente receptiva a cosas nuevas. Los
que podían costeárselo, sobre todo en las grandes ciudades costeras, acogieron
con bastante rapidez las nuevas tecnologías, como los ventiladores eléctricos y la
fotografía e incluso muchos de los campesinos más humildes se habituaron a
usar también modernas lámparas de queroseno, lavamanos esmaltados
manufacturados y espejos baratos producidos en masa —aunque estos modernos
espejos luego podían colocarse afuera de las puertas para ahuyentar a los malos
espíritus “tradicionales”—. Para 1935, la mitad de los aldeanos chinos utilizaba
de manera regular queroseno importado. El bajo volumen, continuamente
decepcionante, de importaciones manufacturadas occidentales de China se debía
menos a una terca negativa a aceptar nuevos productos que a la velocidad con
que los sustitutos creados de manera local empezaron a competir con los
productos extranjeros. Sobre todo después de la represión de la Rebelión de los
bóxers, para 1901, incluso en una ciudad muy al interior como Changsha, eran
muy accesibles el queroseno, los relojes, los vegetales enlatados y las frutas
provenientes de los Estados Unidos, así como la cerveza europea. La primera
proyección de una película en China se realizó en 1897. La emperatriz viuda
recibió un automóvil Benz en 1902 (aunque al parecer nunca se paseó en él) y el
primer coche privado de propiedad china pudo haberse comprado en 1909. En
1911, China adquirió sus primeros dos aviones. De forma significativa, un
periodista estadunidense quedó decepcionado a su llegada en 1925 cuando lo
primero que vio en China fue un anuncio espectacular de goma de mascar.¹²
Para muchos, la Revolución de 1911 trajo consigo un repudio generalizado de
todo el orden antiguo. La más famosa afirmación de este cambio de actitudes
casi total puede ofrecerlo cierto pasaje de un cuento experimental titulado El
diario de un loco —una de las primeras obras publicadas en la nueva lengua
vernácula—, escrita en 1918 por el hombre de letras más admirado en la China
moderna, Lu Xun (1881-1936). El personaje principal de este relato empieza
leyendo historias de China, sólo para descubrir que “mi historia no tiene fecha
alguna y en todas las páginas aparecen garabateadas las palabras ‘Virtud y
Moral’ [es decir, valores confucianos tradicionales]. Como me era imposible
conciliar el sueño, pasé leyendo atentamente la mitad de la noche hasta que
empecé a ver palabras entre líneas, y todo el libro estaba lleno de dos palabras:
‘Come gente’ ”.¹³ Esto es, a diferencia del dinámico Occidente moderno, la
historia premoderna de China carecía de progreso y toda la excelsa retórica sobre
la virtud confuciana simplemente escondía la realidad oculta del canibalismo y
la explotación.
Así empezaron a denunciarse lo que ahora de repente parecían ser las “malas
costumbres” de la vieja China, incluyendo cosas como el vendaje de pies, la
adicción al opio, los matrimonios arreglados, la venta de mujeres como siervas,
la suciedad, el escupir en público y la “superstición”. Esta superstición (mixin,
otra palabra nueva en China) se refería a las religiones chinas tradicionales, a las
que muchos miembros de la educada élite china, fueran cristianos o no, percibían
ahora como vergonzosos signos de atraso. De aproximadamente un millón de
templos que había en China al principio del siglo XX, más de la mitad habían
sido cerrados para la década de 1930.¹⁴ Asimismo, el propio confucianismo
parecía ser ahora el obstáculo más grande para modernizarlo todo. La idea de
progreso volvía obsoleta la Antigüedad y la tradición padecía ahora un
descrédito generalizado por haber dejado a China debilitada y empobrecida de
forma tan evidente. Como resultado de la Revolución industrial, para 1913
Europa junto con los Estados Unidos representaban 88.6% de la producción
industrial del mundo, mientras que la participación china se había reducido a
sólo 3.6%.¹⁵ La riqueza y el poder probados de Occidente volvieron atractiva la
occidentalización, especialmente a ojos de los jóvenes educados de las ciudades.
Aunque “el Occidente” es más un concepto elástico cargado de valores que una
realidad concreta, permanente y claramente definida, como idea algunas veces
ha resultado indudablemente poderosa.
FIGURA VIII.3. Beijing, ca. 1925, vista hacia la puerta de Qianmen. Biblioteca
del Congreso, LC-USZ62-137036.
Si bien hubo una buena cantidad de occidentalización consciente, incluso ésta
debió darse aún en términos chinos, adecuándose a los gustos chinos (y, para los
patriotas, para estar al servicio de la nación china). El resultado fue un
complicado patrón de hibridación: una mezcla, a menudo desconcertante, de lo
nuevo y lo viejo, lo chino y lo occidental (figura VIII.3). Por ejemplo, cuando la
British-American Tobacco Company colocó, en 1902, modernos anuncios
comerciales estadunidenses en China, la reacción de los chinos fue de
desconcierto. Pero cuando la misma compañía instaló avanzadas prensas de
impresión en Shanghái en 1905 y comenzó a producir publicidad moderna
diseñada por chinos y adaptada a la sensibilidad china, esta campaña de
publicidad modificada pronto logró penetrar cada rincón de China con notable
éxito.¹
Aunque la vestimenta y los cortes de cabello genuinamente tradicionales se
abandonaron en gran medida después de 1912, en la década de 1920 el traje
estilo Sun Yat-sen —una forma temprana de lo que después se conocería como
el traje Mao— se convirtió en una nueva gran moda entre los hombres chinos.
Éste era una adaptación de los modernos uniformes de los estudiantes y no
representaba ni la tradición ni una imitación servil de Occidente, sino una
versión distintivamente china de la modernidad. Aunque el calendario solar
occidental gozaba de gran aceptación, igual que la idea extranjera de una semana
de siete días con el domingo como día regular de descanso, el viejo calendario
lunar continuó utilizándose al mismo tiempo para celebrar días festivos como el
Año Nuevo.¹⁷ De forma significativa, durante la República —en realidad, en la
práctica generalizada—, las fechas se calculaban no desde el nacimiento de
Cristo, sino tomando la fundación de la República Popular de China en 1912
como el año 1.
De forma también significativa, el mayor estallido de entusiasmo popular habido
en China a favor de una occidentalización generalizada tomó su nombre de lo
que empezó como una serie de protestas estudiantiles antioccidentales (aunque
más que nada eran antijaponesas): el movimiento del Cuatro de Mayo. China
había participado en el bando aliado durante la primera Guerra Mundial y tal vez
hasta 200 000 chinos trabajaron en el extranjero como contribución de China al
esfuerzo aliado. Por lo tanto, ya que China había estado en el bando ganador y,
sobre todo, en vista de las incitantes evocaciones del ideal de la
autodeterminación nacional emitidas por el presidente estadunidense Woodrow
Wilson, los estudiantes chinos se sintieron alentados a esperar que las antiguas
concesiones alemanas en China regresarían al dominio chino después de la
guerra. En vez de eso, la base alemana de Shandong fue cedida a Japón a raíz del
Tratado de Versalles de 1919. Cuando las noticias llegaron a Beijing el 4 de
mayo de 1919, muchos estudiantes se sintieron traicionados y varios miles se
reunieron en Tiananmen (la antigua Puerta de la Paz Celestial, no la plaza, que
aún no existía) para realizar protestas.
El movimiento del Cuatro de Mayo, que comenzó con estas manifestaciones
patrióticas de los estudiantes en 1919, dio después su nombre, de manera más
amplia, a toda una época de entusiasmo por la nueva cultura. Para la “nueva
juventud” de la generación del Cuatro de Mayo, “ciencia y democracia” se
convirtió en el mantra más venerado y algunos jóvenes ansiaban incluso una
occidentalización total. Fue un tiempo de entusiasmo juvenil y de
descubrimiento de nuevas ideas. El profesor estadunidense John Dewey impartió
conferencias ante públicos entusiastas en China de 1919 a 1921. El famoso
filósofo británico Bertrand Russell fue invitado a la Universidad de Beijing en
1920. Cientos de revistas y periódicos nuevos comenzaron a publicarse. Un
ataque modernizador sobre todo el sistema patriarcal de valores confucianos se
desató en nombre de la igualdad y la libertad, y las décadas de 1910 y 1920 se
convirtieron en la gran época del individualismo, feminismo y otros ideales
occidentales modernos en China.
A principios del siglo XX, los modernizadores de toda Asia oriental habían visto
a menudo a Japón como un modelo exitoso. Después de todo, Japón se había
sacudido el sistema de tratados portuarios y había derrotado a Rusia en la guerra
hacia 1905. Para 1914, Japón era uno de los cinco países autosuficientes de todo
el mundo en la producción de locomotoras (un indicador clave de
industrialización temprana), junto con Gran Bretaña, Francia, Alemania y los
Estados Unidos.¹⁸ Por esto, así como por comodidad, el mayor número de
estudiantes chinos que había en el extranjero a comienzos del siglo XX vivía en
Japón —cerca de 13 000 para 1906—. Un número verdaderamente
impresionante de los primeros revolucionarios importantes chinos pasaron un
tiempo en Japón, incluyendo tanto a Sun Yat-sen como al futuro presidente de la
República de China, Chiang Kai-shek (Jiang Jieshi en mandarín, 1887-1975),
quien se formó en una academia militar japonesa entre 1908 y 1911.
Sin embargo, para la primera Guerra Mundial, muchos chinos ya comenzaban a
ver a Japón con sospecha como un agresor imperialista y, de cualquier forma,
Japón siempre había servido principalmente sólo como un conveniente filtro a
través del cual podían transmitirse las ideas occidentales modernas. Así, fue “el
Occidente” el que encendió la imaginación de la juventud del Cuatro de Mayo.
En particular, “el pensamiento político de la Revolución francesa gozó de una
moda casi sin igual entre los jóvenes revolucionarios y reformistas chinos”.
Chen Duxiu (1879-1942), por ejemplo, quien probablemente estuvo en Francia
entre 1907 y 1910, usó el francés en lugar del inglés para el título occidental
alternativo de la muy influyente revista que fundó, La Jeunesse Nouvelle (La
Nueva Juventud o Xin Qingnian en chino), y para su primer número escribió
también un artículo sobre “Los franceses y la civilización moderna”.¹ Chen
Duxiu llegaría a ser más tarde el primer líder del Partido Comunista Chino,
cuando éste se fundó en 1921.
Un sorprendente número de los primeros líderes del movimiento comunista
chino viajaron a Francia, muchos con motivo de un programa de trabajo y
estudio desarrollado durante la primera Guerra Mundial. La lista incluía a Zhou
Enlai (1898-1976), quien se convirtió en miembro del Partido Comunista
mientras estaba en Francia de 1920 a 1922 y quien después fungiría como primer
ministro de la República Popular, además de ser el más distinguido socio
particular de Mao Zedong. Deng Xiaoping (1904-1997), quien en 1978 sucedió a
Mao como líder de la República Popular, estuvo en Francia de 1920 a 1926
(figura VIII.4.), donde también se unió al Partido Comunista. Li Lisan (18991967), quien fue el elegido del Comintern (abreviatura en inglés de Internacional
Comunista, con sede en Moscú) para dirigir el Partido Comunista de China en un
momento de crisis después de 1927, antes del ascenso de Mao Zedong al poder,
vivió en Francia entre 1919 y 1921. Un amigo cercano de Mao, Cai Hesen
(1895-1931), también estuvo en Francia en los mismos años (antes de su
ejecución en 1931), al igual que Chen Yi (1901-1972), futuro ministro de
Relaciones Exteriores. De hecho, en el curso de la primera década después del
establecimiento de la República Popular de China comunista en 1949, casi un
cuarto de sus más altos líderes había estado en Francia durante este momento de
formación al final de la primera Guerra Mundial.²
Una excepción fue Zhu De (1886-1976), quien se unió al Partido Comunista en
Alemania, y no en Francia, en 1922. Zhu fue el primer comandante del Ejército
Rojo chino, un genio militar y tal vez el principal responsable del desarrollo de
la exitosa táctica de guerra de guerrillas de este ejército.²¹ De hecho, entre los
más importantes primeros revolucionarios chinos (tanto comunistas como
nacionalistas), Mao Zedong (1893-1976) pudo haber sido el más conspicuo por
su falta de experiencia cosmopolita. Mao nunca fue diestro en ningún idioma
extranjero y nunca viajó fuera de China sino hasta que se convirtió en jefe de
Estado, cuando finalmente hizo un viaje a Moscú en 1949. En vista de que Mao
ascendió hasta convertirse con el tiempo en la figura suprema de la revolución
comunista de China, su falta de experiencia internacional es reveladora. Sin
embargo, incluso Mao egresó de una escuela normal de provincia de estilo
moderno, leyó muchos libros occidentales traducidos al chino y dio la casualidad
de que se encontraba en Beijing en el apogeo del movimiento del Cuatro de
Mayo. Para 1920, Mao ya se llamaba a sí mismo un marxista.²²
A los lectores les puede parecer casi increíble que uno de los principales
resultados de la primera gran oleada de occidentalización en China fuera el
ascenso del comunismo. Sin embargo, el entusiasmo con que algunos jóvenes
estudiantes acogieron la occidentalización fue encendido por la confianza en que
representaba, en potencia, un patrón de progreso universal en lugar de algo
exclusivamente europeo. En ninguna otra parte se articuló este universalismo de
manera más explícita (o más rígida) que en la teórica secuencia marxista de
etapas, o de “modos de producción”, por medio de la cual supuestamente
avanzaban todas las sociedades. De particular relevancia, estas etapas incluían
una transición universal del feudalismo al capitalismo y luego del capitalismo al
comunismo en un futuro aparentemente inevitable. El comunismo era moderno,
occidental (después de todo, Karl Marx era un alemán que acometió gran parte
de su obra en Inglaterra) y ostensiblemente científico. De igual forma, el
marxismo-leninismo ofrecía una mordaz crítica al gran poder del imperialismo
que podía ser reconfortante para aquellos que se sentían victimizados, o por lo
menos humillados, por él. Además, la organización comunista proporcionaba un
programa de acción muy disciplinado que lo hacía simplemente más eficaz que
otras ideologías occidentales, que en un principio parecían más atractivas, como
el anarquismo (que, por definición, no estaba bien organizado).
FIGURA VIII.4. Deng Xiaoping como estudiante de 16 anos en Francia, 1920.
New China Pictures. Magnum Photos.
Los comunistas chinos estaban comprometidos con alcanzar una modernidad
industrializada (aunque socialista), y esto se mantuvo así incluso después de que
Mao Zedong, por razones de necesidad táctica (y de manera muy inconveniente
para la teoría marxista), transfiriera la base de su revolución de los trabajadores
industriales urbanos (el proletariado) a los campesinos rurales. Al momento de la
victoria comunista final en 1949, la gran mayoría de los miembros del partido
eran campesinos, aunque el partido nunca respaldó una llamada mentalidad
campesina. Los campesinos eran considerados el sector quizá más atrasado de un
viejo régimen en general retrógrado y feudal del que, se suponía, la revolución
liberaría a China. Según algunos observadores, en la República Popular
comunista los campesinos llegaron a ser tratados incluso como ciudadanos de
segunda.²³
En cualquier caso, el interés por el comunismo en China se limitó durante largo
tiempo a círculos intelectuales relativamente reducidos y no fue sino hasta
después del descenso mundial en el “valle oscuro” de la depresión económica, el
fascismo y la guerra, durante las décadas de 1930 y 1940, en que el comunismo
amenazó con hacerse del control en China. Más aún, a pesar de un gran interés
chino juvenil genuino en el individualismo, la democracia y otros ideales
occidentales durante la era del Cuatro de Mayo, hubo también un dominante
sentido de preocupación por la debilidad y la vulnerabilidad palpables de China,
así como un deseo patriótico de regenerar la fortaleza nacional. Los nacionalistas
y los comunistas tendían a ver la solución en términos de una centralización
política y una unidad nacional. El lamento más famoso del revolucionario
nacionalista Sun Yat-sen señalaba que el pueblo chino era “como arena suelta”, y
su conclusión fue que China necesitaba disciplina más que libertad.²⁴ La
disciplina y la unidad parecían especialmente cruciales porque, tras el éxito
inicial de la Revolución republicana en 1912, China se había disuelto en el
caudillismo.
La era de los caudillos, 1916-1928
A principios del siglo XX, el autogobierno representativo parecía ser una
tendencia irresistible que se extendía por todo el mundo y un componente
esencial de la modernización. Tras el triunfo de la Revolución republicana en
1912, se programaron casi de inmediato unas elecciones nacionales para elegir
una asamblea constitucional. En este primer experimento democrático chino a
nivel nacional tenían derecho a votar alrededor de 40 millones de hombres —una
quinta parte de toda la población masculina adulta—.²⁵ Las elecciones se
celebraron en medio de una calma razonable y surgió como el claro ganador un
partido político recién organizado, moderno y de estilo occidental conocido
como el Partido Nacionalista (Guomindang en chino, escrito de forma
alternativa Kuo-Min-Tang y abreviado como GMD o KMT). Sin embargo, el
primer presidente de la República (Yuan Shikai), que había asumido el cargo
mediante un acuerdo y no por medio de las urnas, se alarmó al parecer por el
triunfo del Partido Nacionalista y se sospecha que estuvo implicado en el
asesinato del dinámico joven líder del partido en 1913. Más tarde ese mismo
año, el presidente Yuan ordenó la desintegración del Partido Nacionalista y en
1914 disolvió la legislatura electa.
Luego, en 1915, el presidente “se permitió” por su cuenta ser declarado
emperador. No obstante, mantuvo el título imperial sólo 83 días, pues incluso
algunos de sus propios oficiales se levantaron en armas contra este intento de
revivir el imperio y pronto se vio obligado a dimitir. Este primer presidente
murió en 1916. Por desgracia, en ese momento, el proceso constitucional
también estaba completamente arruinado. Después de 1916, durante 12 años
prácticamente dejó de existir un gobierno central efectivo en China. Por mera
conveniencia diplomática, los gobiernos extranjeros siguieron tratando con
cualquier caudillo cuyo régimen llegara a controlar Beijing como si fuera el
gobierno de China pero, en la práctica, se independizaron las autoridades locales
en distintos niveles. Las cámaras de comercio de algunas ciudades, por ejemplo,
mantenían sus propias fuerzas armadas, construían ferrocarriles e incluso
algunas veces entablaban acuerdos con gobiernos extranjeros.
Shanghái, la ciudad más grande de China, permaneció de forma considerable
bajo administración extranjera. Debido a que la policía de cada una de las tres
jurisdicciones administrativas (el Asentamiento Internacional, la Concesión
Francesa y la ciudad china) no tenía autoridad en las otros dos, Shanghái era
particularmente propicia para el surgimiento de la delincuencia organizada
moderna, sobre todo después de que una nueva prohibición del opio en 1919
(que había sido legalizado en 1860) abriera la posibilidad de obtener grandes
ganancias ilegales. La organización más notoria fue la Banda Verde, que llegó a
ser dirigida por Du Yue-sheng el Orejón (1888-1951). Du había nacido en el lado
equivocado del río en un barrio pobre de Pudong y comenzó a vivir como
ayudante de un vendedor de frutas. Después de unirse a una pandilla cuando era
adolescente, formó una nueva red criminal para distribuir de manera más
eficiente las ganancias ilegales y, con el tiempo, incluso llegó a destacar en
actividades públicas y caritativas legítimas. Entre otros títulos, Du llegó a ser
vicepresidente de la Cruz Roja china, presidente del Consejo Municipal de
Shanghái y director de la Bolsa de Shanghái.² Tal vez sea Du el mejor ejemplo
de esas figuras siniestras y pintorescas que le ganaron a Shanghái su reputación
un tanto sombría en los años previos a la segunda Guerra Mundial.
En el campo también se extendió un bandolerismo más tradicional. En un
incidente particularmente notable de 1923, unos bandidos descarrilaron en
Shandong un tren expreso y tomaron como rehenes a 20 occidentales, incluido
un miembro de la adinerada familia estadunidense Rockefeller. El suceso atrajo
la atención internacional y el incidente se resolvió dando a los bandidos puestos
en el ejército regular chino; el líder de los bandidos se convirtió así en general de
brigada. A decir verdad, la línea entre bandidos y soldados era a menudo confusa
y sólo unos pocos de los ejércitos de China estaban bajo un control central
efectivo.
Curiosamente, cuando la dinastía Qing empezó a modernizar sus fuerzas
armadas a finales del siglo XIX, no trató de forjar un solo ejército nacional
unificado. Tras la revolución, las fuerzas armadas de la época republicana
temprana permanecieron en lo esencial como ejércitos provinciales separados.
Después de 1916, con el derrumbe de la autoridad central civil visiblemente
legítima, los comandantes militares saltaron para llenar ese vacío y se
convirtieron en fuerzas locales independientes o caudillos.
Entre estos diversos comandantes militares quizá el más exitoso de todos fue el
caudillo de Manchuria, Zhang Zuolin (ca. 1875-1928). Zhang había comenzado
su carrera como bandido y logró controlar Manchuria durante la época de la
Revolución republicana de 1911 como un supuesto partidario imperial de la
dinastía Qing. Tras la caída de ésta, operó de forma independiente y en 1922
declaró abiertamente la independencia de las tres provincias de Manchuria.
Zhang se vio obligado a convivir con el creciente poderío japonés porque
Manchuria estaba cayendo en ese momento bajo su dominio. Para 1928, pudo
haber hasta 50 asesores japoneses asociados al ejército chino de Zhang en
Manchuria, aunque Zhang también fue asesorado por un puñado de ingleses,
estadunidenses, franceses y rusos blancos.²⁷ A su manera, sin embargo, Zhang
era un patriota chino e incluso pudo haberse imaginado como el gran unificador
que reconstruiría China. En 1924 obtuvo el control de Beijing y pronto la
convirtió en su cuartel general; en 1928 fue asesinado por oficiales
insubordinados del ejército japonés.
Mientras tanto, el estilo autoritario del primer presidente había vuelto a conducir
al exilio en Japón a Sun Yat-sen. Después de la muerte del presidente Yuan
Shikai, Sun regresó a China en 1917 y trató de establecer una base regional en
Cantón. Sun se reunió allí con 130 miembros de la legislatura disuelta y también
con el ministro de Marina, quien había renunciado a su cargo y traído consigo 15
buques de guerra. Sin embargo, los comandantes caudillos del campo
circundante se mostraron hostiles de manera intermitente y así siguieron siendo
frágiles los esfuerzos de Sun por revivir la república y el Partido Nacionalista. Al
buscar ayuda extranjera —un objetivo recurrente a lo largo de su trayectoria—,
Sun se encontró ahora con que la única fuente disponible era la Unión Soviética.
El aparente éxito de la Revolución de Octubre rusa de 1917, la recién establecida
postura pública de declarada oposición al imperialismo por parte de la Unión
Soviética y el hecho de que ésta y China compartieran la frontera más larga del
mundo se combinaron para orientar naturalmente la atención de China hacia el
norte. Aunque Sun Yat-sen se negó a abrazar el comunismo, de cualquier modo,
en 1923, llegó a un acuerdo formal con la Unión Soviética. Por su parte, Moscú
aceptó que China aún no estaba lista para el comunismo y se comprometió a
apoyar la causa de la revolución nacionalista, mientras que Sun Yat-sen permitió
que miembros del Partido Comunista Chino (PCC) se unieran también al Partido
Nacionalista. El joven Mao Zedong, por ejemplo, se desempeñó como director
de la Oficina de Propaganda del Partido Nacionalista.
Debido a que ahora parecía necesaria la reunificación militar de una China
dividida entre los ejércitos de caudillos rivales, se decidió crear un nuevo
ejército perteneciente al Partido Nacionalista. En 1924 se estableció una
academia militar nacionalista, conocida como Huangpu o Whampoa. Moscú
proporcionó la mayor parte de los fondos y esta nueva academia militar fue
única en China en aquel momento por la incorporación de instrucción tanto
política como militar. Con base en el sistema de comisarios soviético,
representantes del Partido Nacionalista fueron designados para el ejército.²⁸ El
hombre que iba a ser el primer comandante de esta academia militar nacionalista
fue enviado a Moscú para que recibiera tres meses de entrenamiento. Su nombre
era Chiang Kai-shek.
En 1925, Sun Yat-sen murió y pronto fue sucedido por Chiang Kai-shek como
líder del Partido Nacionalista. Chiang actuó con rapidez y en 1926 lanzó la
Expedición al Norte del país para reunificar militarmente a China desde la base
nacionalista en el extremo sur, en Cantón. Aunque John Pratt, hermano del
famoso actor de Hollywood Boris Karloff, predijo en febrero de 1928 en una
conferencia ante el Colegio de Defensa Imperial Británico que China no tendría
aún un gobierno central efectivo “quizá por una generación o dos”, para finales
de 1928 la Expedición al Norte de Chiang Kai-shek había logrado reunificar de
hecho la mayor parte de China, aproximadamente hasta la línea de la Gran
Muralla.²
Después de ser admitidos en el Partido Nacionalista tras el acuerdo de
cooperación de 1923, los comunistas chinos participaron rápidamente en el
trabajo y la organización política. Durante la Expedición al Norte, un Sindicato
General del Trabajo dirigido por la izquierda se hizo con el control efectivo de la
ciudad de Shanghái antes de que llegaran las tropas de Chiang Kai-shek. Sin
embargo, Chiang no estaba contento con esta orientación de izquierda y en abril
de 1927, mientras la Expedición al Norte estaba concluida sólo parcialmente,
Chiang rompió de manera repentina con los izquierdistas y embistió contra las
organizaciones de obreros y comunistas. Es probable que hasta 25 000
comunistas chinos hayan sido asesinados en los primeros meses posteriores a
esta purga y Chiang Kai-shek surgió en ese momento como una figura
reciamente anticomunista.
Por lo tanto, con el término de la Expedición al Norte, para finales de 1928 se
restauró una República de China reunificada, conducida por Chiang Kai-shek y
un Partido Nacionalista ahora firmemente anticomunista, desde una nueva
capital, Nanjing. Con todo, en realidad, la mayor parte de China aún quedaba
fuera del control efectivo del gobierno central, y la república restaurada se
reconfiguró también en este momento como un Estado de partido único. Sun
Yat-sen había previsto al principio un proceso de tres etapas que comenzaba con
la reunificación militar de China, seguía con un periodo de tutela supuestamente
breve del Partido Nacionalista que prepararía al pueblo para el autogobierno
representativo y concluiría con la transición a la democracia. No obstante, la
formación de partidos de oposición se prohibió después de 1928 y la República
entró así en un prolongado periodo de mandato del Partido Nacionalista. Aunque
la prohibición en un principio iba a durar sólo seis años, la formación de nuevos
partidos políticos de oposición no se legalizó en realidad sino hasta 1987 (en ese
momento se logró la transición a una verdadera democracia multipartidista en
Taiwán). A pesar de la purga de comunistas ejecutada por Chiang Kai-shek en
1927 y el giro dado hacia la derecha, el espíritu del Cuatro de Mayo no llegó a su
final definitivo de inmediato. El Partido Nacionalista seguía siendo un partido
revolucionario modernizante autoproclamado y los documentos oficiales en el
nuevo gobierno de Chiang Kai-shek llevaban estampada aún la leyenda “la
revolución no está completa aún”.³
COREA BAJO EL DOMINIO JAPONÉS, 1905-1945
El emperador (y antiguo rey) de Corea fue capaz de mantener temporalmente la
independencia de Corea apostando por los intereses rusos contra Japón, pero el
margen para cualquier maniobra adicional se evaporó de manera súbita después
de que Japón derrotó a Rusia en la guerra en 1905. Desde la perspectiva
japonesa, la península de Corea —que se extendía hasta sólo 80 kilómetros de
las costas de Japón, como “una daga apuntando al corazón de Japón”, según una
elocuente imagen amenazadora— era percibida comprensiblemente como un
punto estratégico vital. Los chinos habían sido expulsados de Corea en 1895
después de la Guerra sinojaponesa, pero, en el ínterin, los rusos habían
comenzado la construcción de su ferrocarril transiberiano en 1891 y en 1898
adquirieron una base naval en Port Arthur, en la punta de la península de
Liaodong al sur de Manchuria. Para oponerse al creciente poderío ruso, en lugar
de desmovilizar a las fuerzas armadas después de la Guerra sinojaponesa, el
presupuesto japonés de 1896 demandó en realidad que se duplicara el tamaño de
éstas.
En tanto que los principales intereses de Rusia estaban en Manchuria, los de
Japón se ubicaban en Corea, pero ninguno de los poderes estaba dispuesto a
renunciar a sus ambiciones más amplias con el fin de llegar a un acuerdo. En
parte para contrarrestar la amenaza rusa, Japón firmó en 1902 una alianza formal
con el principal rival imperial de Rusia: Gran Bretaña. Según los términos de
este tratado anglojaponés, ambos países se comprometieron a ayudarse
mutuamente si entraban en guerra con más de un adversario. Esto dio a los
japoneses una mano más libre para enfrentar a Rusia en Corea. Las
negociaciones con Rusia se rompieron el 6 de febrero de 1904 y la guerra se
declaró cuatro días más tarde (figura VIII.5). Las hostilidades comenzaron un
día antes de la declaración formal de guerra con un sorpresivo ataque nocturno
japonés a la base naval de Port Arthur, en el que dos barcos de guerra y un
crucero rusos fueron alcanzados por torpedos.
Rusia era una gran potencia mundial con recursos potenciales muy superiores a
los del pequeño Japón recién industrializado, y aunque los japoneses lograron
algunas victorias iniciales en el campo de batalla, ninguna resultó decisiva. El
costo de la guerra para Japón fue devastador, tanto en el número de pérdidas
humanas (81 455 japoneses muertos) como en la estratosférica deuda necesaria
para financiarla. Por su parte, Rusia era lo suficientemente grande como para
poder sufrir grandes pérdidas y seguir luchando. Por lo tanto, el alto mando
japonés estaba ansioso por negociar rápidamente el fin de la guerra y una
oportunidad para buscar la paz en condiciones favorables llegó tras la aplastante
victoria naval japonesa en Tsushima el 27 de mayo de 1905. La flota rusa del
Báltico, que contaba con 11 acorazados, había navegado por medio mundo para
reforzar el poderío ruso en el Pacífico, pero fue interceptada hacia el final de su
largo viaje cerca de Tsushima, una isla a medio camino entre Corea y Japón, por
una flota de cinco acorazados japoneses. Los japoneses realizaron la clásica
maniobra naval conocida como “cruzar la T”, en la que todas sus grandes armas
fueron capaces de disparar de costado sobre los barcos rusos que se
aproximaban, mientras que éstos sólo pudieron usar sus cañones de proa para
resistir. En tan sólo 45 minutos de acción, la flota rusa quedó aniquilada,
mientras que los japoneses sólo sufrieron pérdidas mínimas.
FIGURA VIII.5. Batalla naval de la Guerra ruso-japonesa en Chinmulpo, 1904,
por Migita Toshihide (1863-1925), grabado japonés en madera. Arthur M.
Sackler Gallery, Smithsonian Institution, Washington, D. C.: Regalo de Gregory
y Patricia Kruglak, S2001.37a-c.
Japón estaba ahora en posición de acercarse al presidente de los Estados Unidos,
Theodore Roosevelt, con una solicitud de mediación, y la guerra terminó con el
Tratado de Portsmouth (New Hampshire) en septiembre de 1905. Como
resultado de la guerra, Rusia cedió a Japón sus concesiones en el sur de
Manchuria y renunció a sus intereses en Corea, pero la posición de Rusia en las
negociaciones siguió siendo suficientemente fuerte para impedir que se le
obligara a pagar reparaciones de guerra a Japón. Aunque éste había ganado la
guerra, muchos japoneses se sintieron decepcionados y así estallaron graves
disturbios, sobre todo en el parque Hibiya de Tokio. La mayoría de las casetas de
la policía de Tokio fueron destruidas, el ejército tuvo que salir a las calles, se
declaró la ley marcial y se arrestó a cerca de 2 000 japoneses amotinados.
Mientras tanto, al inicio de la guerra, el gobierno coreano había intentado
permanecer neutral, pero las tropas japonesas ocuparon Seúl y los coreanos se
vieron obligados a aceptar a los asesores recomendados por los japoneses, con
poder incluso para aprobar decisiones a nivel del gabinete coreano. Después de
la guerra, en 1905, Corea quedó reducida a un protectorado japonés. El oligarca
Meiji Ito Hirobumi —arquitecto de la Constitución Meiji y primer primer
ministro de Japón— fue convocado para fungir como primer residente general
de Japón en Corea. Pero el emperador Kojong había aceptado el protectorado
japonés sólo bajo coacción, si es que lo hizo, y en 1906 y 1907 apeló
públicamente al apoyo mundial contra Japón, en particular con el envío de una
misión a una conferencia de paz en La Haya, Países Bajos.
Sin embargo, el dominio japonés era irreversible a estas alturas y el emperador
Kojong abdicó en favor de su hijo en 1907. En ese momento, todas las leyes, las
decisiones importantes y los nombramientos de altos funcionarios requerían la
aprobación del residente general japonés. El ejército de Corea se disolvió y
muchos exmilitares coreanos se unieron a las guerrillas antijaponesas en el
campo. De acuerdo con el conteo japonés, entre 1907 y 1910 hubo 2 819
enfrentamientos armados con guerrilleros coreanos, y en 1907, en un ataque
coordinado contra la sede de la residencia general japonesa, una fuerza
guerrillera particularmente grande penetró hasta un radio de 13 kilómetros de
Seúl.³¹ Sin embargo, el moderno ejército japonés era demasiado poderoso para
ser derrotado por guerrillas desordenadas y, mientras tanto, la presencia japonesa
total en Corea se expandió rápidamente, multiplicándose por 10 entre 1900 y
1910. En la sureña ciudad portuaria de Pusan, la mitad de la población llegó a
ser japonesa y gran parte de la ciudad fue construida por los japoneses.³²
En los años posteriores al establecimiento del protectorado, la residencia general
japonesa financió su programa para la creación de modernos servicios bancarios
y carreteras en Corea mediante préstamos japoneses al gobierno coreano. Esto
dejó a Corea fuertemente endeudada con Japón. En parte con el pretexto de las
deudas no pagadas, y tras el asesinato de Itō Hirobumi por un nacionalista
coreano en 1909, Japón se anexó abiertamente Corea como colonia oficial en
1910.
A principios del siglo XX, en el apogeo de lo que se ha dado en llamar el nuevo
imperialismo, gran parte del mundo había quedado reducida a una situación
colonial. Aun así, la colonia japonesa en Corea fue excepcional debido a la
cantidad extremadamente grande de colonos japoneses y por el alto grado de
injerencia del régimen colonial. Para la década de 1930 había aproximadamente
un policía por cada 400 coreanos y el número de colonos japoneses en Corea fue
de más de 20 veces el de colonos franceses en Vietnam.³³ Además, en sus
inicios, el mandato japonés en Corea fue extremadamente riguroso. Después de
la anexión, todos los gobernadores generales japoneses de Corea eran generales
en servicio activo en el ejército imperial, con la excepción de un almirante
retirado de la marina. De 1910 a 1920 quedaron prohibidos los periódicos de
propiedad coreana y fueron proscritas todas las reuniones políticas y asambleas
públicas coreanas. La política económica colonial también se centró inicialmente
en la explotación de materias primas y en la agricultura y se previó un escaso
desarrollo para los negocios modernos, sobre todo si no eran de propiedad
japonesa.
El 1° de marzo de 1919, el resentimiento coreano estalló en protestas masivas.
Inspiradas en los ideales de Woodrow Wilson sobre la autodeterminación
nacional, y coordinadas con el cercano funeral del antiguo emperador Kojong,
las manifestaciones —en que participaron hasta un millón de coreanos—
comenzaron con la lectura de una “Declaración de Independencia” coreana.
Aunque estas manifestaciones fueron reprimidas brutalmente, poco después el
régimen colonial japonés viró hacia un enfoque más amable e introdujo algunas
reformas que trataban a los coreanos con menos dureza. Las nuevas empresas
incipientes ya no requerían el permiso gubernamental e incluso el gobierno
japonés comenzó a proporcionar subsidios a algunas compañías coreanas. La
policía militar fue remplazada por civiles que ya no llevaban espadas de forma
rutinaria y, de igual forma, se relajó la censura y florecieron los periódicos y las
revistas en coreano. Aun así, también se ha observado que, si bien se suavizó la
apariencia externa de la fuerza policiaca, también se incrementaron sus
números.³⁴
Paradójicamente, la colonización japonesa de Corea promovió en algunos
sentidos la modernización e incluso la occidentalización. Por ejemplo, aunque en
el siglo XIX la economía comercial no agrícola de Corea había estado
notoriamente menos desarrollada que la de China o Japón, a finales de la época
colonial en 1945, Corea estaba mucho más industrializada que cualquier otra
parte de Asia oriental, con excepción del propio Japón. Junto con el gobierno
japonés, también llegó a Corea una moderna cultura de consumo de estilo
occidental. El cine, los discos fonográficos, la radio, la publicidad comercial, las
revistas, las tiendas departamentales y las modas modernas de corte occidental
hicieron su aparición en las ciudades más grandes de Corea durante el periodo de
la ocupación japonesa. De este modo, la modernización siguió en Corea una
trayectoria complicada, incluyendo al mismo tiempo la “japonización”, la
occidentalización y la maduración de un nuevo sentido de nacionalismo coreano.
Desde principios del siglo XX, con la ayuda de una prensa moderna en coreano
(recordemos que hasta finales del siglo XIX, en Corea muchos de los escritos de
élite se escribían aún en chino clásico), se había ido destilando la conciencia
nacional de Corea. Se adoptó la misma palabra nueva de dos caracteres utilizada
en Japón y China para designar la “nación” —pronunciada minjok en coreano—,
y la historia de Corea comenzó a concebirse como la historia de un Volk o
“pueblo” coreano. En 1921, la Sociedad para la Investigación de la Lengua
Coreana fue fundada para promover y unificar las reglas gramaticales y
ortográficas han’gǔl del coreano, así como para compilar un diccionario pionero
de este idioma. Como un ejemplo de la complejidad de los impulsos
modernizadores, el subsidio del gobierno colonial japonés a las transmisiones de
radio en Corea también ayudó considerablemente a promover la difusión del
dialecto de Seúl como la pronunciación estándar del idioma nacional de Corea.³⁵
Sin embargo, a pesar de cierta tolerancia inicial con esta precursora actividad
lingüística, la promoción de la lengua coreana llegó a ser vista con el tiempo
como subversiva para la meta de asimilación japonesa y, durante la segunda
Guerra Mundial, fueron arrestados muchos lingüistas coreanos.
Desde una fecha muy temprana, gran parte del movimiento nacionalista coreano
se vio obligado a exiliarse en el extranjero. Por ejemplo, el futuro presidente de
la República de Corea, Syngman Rhee (Yi Sǔngman, 1875-1965), se exilió
después de 1904 y unos años más tarde fundó en Hawái la Asociación Nacional
Coreana. En el interior de Corea, el régimen colonial japonés favorecía la
asimilación. Ya desde 1910, el japonés se designó oficialmente como “lengua
nacional” de Corea. Los japoneses consideraban a los coreanos étnica y
culturalmente semejantes a ellos y, por lo tanto, también potencialmente como
un “pueblo imperial” compañero. Sin embargo, al mismo tiempo, y como una
contradicción fatal, también conservaban una imagen estereotipada de los
coreanos como retrógrados y subdesarrollados. En consecuencia, se les impedía
tener representación en la legislatura japonesa, se desaprobaban los matrimonios
entre japoneses y coreanos y éstos seguían siendo tratados con ofensiva
condescendencia por muchos japoneses.³ A pesar de la política oficial de
asimilación, la etnicidad coreana siguió especificándose también en las
identificaciones personales.
El intento de integración de Corea al Imperio japonés comenzó a acelerarse
después de que Manchuria fue incorporada en 1931 al bloque del yen liderado
por Japón y se le dio aún más rapidez después del estallido de la segunda Guerra
Mundial en China en 1937. A principios de 1935, el culto coreano en santuarios
Shintō de estilo japonés se hizo obligatorio —algo particularmente ofensivo para
el gran número de coreanos cristianos monoteístas—. En 1939 se exigió a todos
los coreanos adoptar nombres de estilo japonés. Aunque la mayoría acató la
orden oficialmente, es discutible cuántos de ellos llegaron a identificarse alguna
vez con estos nuevos nombres. Entre 1937 y 1939, el uso de la lengua coreana
fue prohibido por etapas: primero en el gobierno, luego en las escuelas públicas
y finalmente en la prensa privada. Sin embargo, a pesar de toda esta asimilación
forzada, se ha estimado que, para 1942, en realidad sólo 20% de los coreanos
podía entender el japonés.³⁷
El aumento de la integración al Imperio japonés trajo consigo una rápida
industrialización y una modernización económica. Sin embargo, aunque algunas
empresas coreanas sin duda se beneficiaron, esta industrialización no sólo era
controlada por los japoneses, sino también conducida en gran medida por el
Estado con fines militares estratégicos. Después de 1937, la movilización
industrial incluyó aun el reclutamiento forzoso de trabajadores coreanos. En un
paralelo negativo a esta veloz industrialización, también se ha observado en este
periodo una disminución bastante drástica en el consumo de arroz per capita en
Corea, ya que gran parte de la cosecha de este cereal se exportaba en ese
momento a Japón, mientras que la agricultura coreana reflejó relativamente
pocas mejoras en su productividad.³⁸
A partir de 1943, los coreanos podían ser reclutados en el ejército imperial
japonés. Asimismo, de forma notoria, más de 100 000 mujeres coreanas fueron
presionadas para convertirse en las llamadas mujeres de confort, que
proporcionaban servicios sexuales a los militares japoneses. La combinación de
un rápido crecimiento industrial y la movilización forzosa para el avance bélico
de Japón en la segunda Guerra Mundial provocó enormes trastornos en la que
antes había sido una estable sociedad agraria en Corea. Para el final de la
segunda Guerra Mundial, tal vez 20% del total de la población coreana había
sido desarraigada y trasladada fuera de su provincia natal o incluso más allá de
las fronteras de Corea (muchos fueron a parar a Manchuria o a las islas
japonesas).³ En medio del rápido deterioro de la milicia de Japón a finales de la
segunda Guerra Mundial, los desplazamientos de la población, las adversidades
y la asimilación forzada de un pueblo orgulloso, que al mismo tiempo se
enfrentaba a una continua discriminación, se sumaron para plantar las amargas
semillas de un perdurable resentimiento antijaponés en Corea.
JAPÓN: LA DEMOCRACIA TAISHŌ
Lo occidental había comenzado a ponerse claramente de moda en Japón desde
principios de la era Meiji. Por ejemplo, la lectura y la escritura en líneas
horizontales de izquierda a derecha, al estilo occidental, en oposición a las
tradicionales columnas verticales de Asia oriental situadas de derecha a
izquierda, se introdujeron en la era Meiji (aunque esta costumbre sigue siendo
inconsistente incluso hoy en día); las sillas comenzaron a utilizarse en los
edificios gubernamentales desde 1871 (aunque en casa muchos japoneses
todavía se sientan —y duermen con bastante comodidad— sobre sus pisos
cubiertos con tatamis), y las tiendas departamentales modernas, junto con la
publicidad comercial, aparecieron en Japón a principios del siglo XX (figura
VIII.6). El béisbol se introdujo a principios de la era Meiji y el primer juego
internacional pudo haberse realizado en 1896, cuando un equipo escolar japonés
venció a uno estadunidense.⁴ La cerveza se importó desde Europa en 1868 y en
el término de una década comenzó a ser elaborada en el país. Con el tiempo,
después de la segunda Guerra Mundial, la cerveza (y el whisky) llegó a venderse
habitualmente en la calle por medio de máquinas expendedoras. A principios del
siglo XX, un gran número de soldados japoneses, que hacían su servicio militar
en el continente, se familiarizaron con alimentos de estilo más occidental,
incluyendo la carne de res (como en el sukiyaki), que rara vez había sido
consumida en el Japón premoderno. Un arroz al curry seudoindio se popularizó
durante la primera Guerra Mundial y a la larga se convirtió en un alimento
japonés básico. La chuleta de cerdo (tonkatsu), ahora omnipresente, hizo su
debut en la dieta nacional japonesa poco después. A pesar de la temprana fecha
de algunas de estas adopciones, la vida cotidiana para la mayoría de los
japoneses no comenzó a alterarse de forma significativa sino hasta el periodo de
la primera Guerra Mundial.⁴¹
FIGURA VIII.6. Sala de exposición de la mercería Mitsukoshi, Japón, 1911.
Portal de la Biblioteca de la Dieta Nacional.
Por otra parte, incluso hubo una especie de reacción nacionalista, opuesta al
inicial entusiasmo Meiji por la occidentalización, que comenzó alrededor de
1887.⁴² Así resurgió el interés por el arte, la literatura y la historia tradicionales
japoneses y por la moral confuciana, y comenzó a promoverse, a veces de
manera estridente, la idea de una perdurable “política nacional” japonesa
(kokutai), estrechamente identificada con una línea imperial antigua intacta y
supuestamente divina. Sin embargo, aunque hubo corrientes contrarias, en Japón,
al igual que en China, la primera gran ola de occidentalización sólo llegó, en
muchos aspectos, a su cima en las décadas de 1910 y 1920.
Fue más o menos también durante este periodo en que finalmente maduró la
economía industrial moderna de Japón. Una enorme planta siderúrgica
gubernamental había sido abierta en Yawata en 1901, pero durante su primera
década de operaciones sufrió grandes pérdidas financieras y, aún para 1914,
Japón producía únicamente alrededor de un tercio de sus propias necesidades de
acero. Hasta el estallido de la primera Guerra Mundial en 1914, el gobierno
japonés seguía proporcionando entre 30 y 40% de la inversión de capital total en
el sector moderno de la economía.⁴³ Sin embargo, el inicio del conflicto no sólo
trajo a las fábricas japonesas pedidos relacionados con la guerra, sino que
también provocó la retirada de gran parte de la competencia europea y
estadunidense, abriendo así para Japón nuevos mercados de Asia y África. Las
exportaciones de Japón se triplicaron en cuatro años y durante la guerra (entre
1914 y 1918) el producto nacional bruto aumentó 9% anual.
El número de obreros japoneses se duplicó durante la guerra, pero esto dio lugar
también a una escasez de mano de obra y al aumento de precios, lo que puso a
prueba los recursos de quienes percibían salarios fijos. Los precios de los
alimentos se triplicaron durante la primera Guerra Mundial y el aumento de los
costos provocó importantes disturbios relacionados con el arroz en 1918. Más de
un millón de personas participaron, hubo 25 000 arrestos y el primer ministro se
vio obligado a dimitir. El final de la primera Guerra Mundial trajo entonces de
vuelta la competencia de Europa y los Estados Unidos, así como una depresión
económica. El mercado bursátil japonés se derrumbó en 1920 y muchas
empresas se declararon en quiebra. La caída de los precios de los productos
agrícolas llevó a una profunda pobreza rural endémica y esto agravó el ya
existente “abismo cada vez mayor entre los estilos de vida de ‘los dos Japones’,
el urbano y el rural”.⁴⁴ Las condiciones de trabajo en muchas de las nuevas
fábricas también eran a menudo precarias. El desarrollo de la industria textil
japonesa, por ejemplo, dependía en gran medida de la mano de obra barata; las
mujeres representaban la gran mayoría de la fuerza de trabajo y normalmente
eran empleadas sólo de forma temporal y trabajaban turnos de 12 horas en
condiciones a menudo difíciles.
En 1923, el gran terremoto de Kanto golpeó en las cercanías de Tokio, destruyó
medio millón de casas y mató a 105 000 personas. En 1927 se desató un pánico
bancario y esto provocó el retiro de alrededor de 11% de todos los depósitos.
Quebraron instituciones bancarias importantes, incluyendo el propio banco de la
casa imperial; en total, 32 bancos cerraron sus puertas. La década de 1920 fue,
por lo tanto, un periodo de recurrentes crisis económicas. Sin embargo, a pesar
de lo anterior, la tasa general de crecimiento económico real en Japón entre 1913
y 1938 fue de más de tres veces la de los Estados Unidos. Parecía haberse
cruzado un umbral crítico en el proceso de industrialización y se ha dicho que
ciertos acontecimientos de esta época ya anunciaban el espectacular “milagro”
económico japonés posterior a la segunda Guerra Mundial.⁴⁵
No sólo maduró la economía industrializada, sino que también la democracia
parlamentaria alcanzó la mayoría de edad tras la primera Guerra Mundial,
cuando el mandato de los oligarcas no elegidos fue remplazado finalmente por
un sistema de partidos políticos regular de estilo parlamentario. El emperador
Meiji falleció en 1912 y el reinado de su sucesor, el emperador Taishō (19121926), se conoció como la “democracia Taishō”, una era relativamente liberal.
De 1918 a 1932, el primer ministro fue en general el jefe de uno de los partidos
políticos elegidos para la Dieta y, en 1925, a todos los hombres japoneses de 25
años o más se les concedió el voto: sufragio universal masculino.
El viejo ideal de un gobierno “trascendente” del periodo Meiji —es decir, un
mandato que estaba supuestamente por encima de la política partidista— se
había roto a principios del siglo XX, cuando un gabinete tras otro se vio
obligado a buscar el apoyo de los políticos en la legislatura; después de 1905,
ningún primer ministro fue capaz de gobernar por completo sin el apoyo del
partido. Mientras tanto, el anciano estadista Ito Hirobumi se había unido a la
facción principal de la Dieta para formar un partido político propio (llamado
Seiyūkai) en 1900. Los disturbios del arroz de 1918 fueron entonces las mayores
revueltas de ese tipo en la historia de Japón y condujeron a la caída del gobierno
en turno. En ese momento de crisis, los oligarcas supervivientes de la era Meiji
(que actuaban en nombre del emperador) recurrieron al entonces presidente del
Partido Seiyūkai, Hara Kei (también conocido como Hara Takashi, 1856-1921),
para formar el primer gobierno de partido japonés en septiembre de 1918.
Aunque el linaje de Hara era samurái, él renunció a esta condición y rechazó un
rango de par, por lo que también se le considera el primer plebeyo en servir
como primer ministro de Japón.
En 1921, Hara fue asesinado a puñaladas en una estación de tren de Tokio a
manos de un hombre enfurecido por las limitaciones sobre el armamento naval
acordadas en la Conferencia de Washington a principios de ese año. Tras la
muerte de Hara, se sucedieron con rapidez cuatro breves gobiernos —tres de
ellos sin partido— pero, en 1924, otro político de partido fue nombrado primer
ministro, lo que se convirtió en la norma en ese momento (hasta una nueva era
de militarismo que inició en la década de 1930). La “democracia Taishō” llegó
así a su apogeo. Los gastos militares se redujeron en 1924 y cuatro divisiones
fueron eliminadas del ejército. En marzo de 1925, el movimiento hacia la
democracia culminó con la instauración del sufragio universal masculino.
Aunque el emperador Taishō murió en 1926, en teoría poniendo fin a la
democracia que llevaba su nombre, su sucesor, Shōwa (el antiguo príncipe
regente Hirohito, que reinó de 1926 a 1989), había visitado Europa y gozaba de
la reputación de poseer intereses de tipo occidental como el golf y la biología
marina.
Al igual que en la China contemporánea, la década de 1920 en Japón fue una era
de modernidad y de adopción, a menudo de forma consciente, de modas
occidentales. Las enormes tiendas departamentales de varias plantas, con pisos
sólidos de estilo occidental (por lo que ya no era necesario seguir la costumbre
de dejar los zapatos en la puerta), que exhibían productos tan modernos como los
cosméticos Shiseido, se convirtieron tanto en lugares de entretenimiento como
de comercio. Luces de neón iluminaban por la noche las calles de las principales
ciudades y la primera línea de metro en Tokio comenzó a operar en 1927.
Ya desde la década de 1890 habían comenzado a proyectarse películas en Japón,
pero el cine floreció especialmente en la década de 1920. Las mujeres japonesas
arreglaban su cabello para parecerse a estrellas del cine internacional como
Gloria Swanson y Greta Garbo. Algunas estaciones de radio en fase
experimental ya transmitían en 1922 y la Estación de Radiodifusión de Tokio
inició sus operaciones en 1925. Las historietas —antepasados del hoy
omnipresente manga— comenzaron a publicarse en la década de 1920. Al nivel
cultural más elevado, el arte de vanguardia de estilo occidental también encontró
un nicho. Había un público lector enorme, tanto para libros cultos como para los
de entretenimiento. Al comienzo de la primera Guerra Mundial, Japón publicaba
el doble de títulos diferentes que los Estados Unidos.⁴ En realidad, en Japón hoy
puede encontrarse el público más grande per capita del mundo para el jazz, el
género musical estadunidense por antonomasia, y en la década de 1920, los
músicos japoneses tocaban conscientemente influidos por el estilo de las
leyendas del jazz de los Estados Unidos (aunque más tarde, durante los años de
la segunda Guerra Mundial, hubo un intento por encontrar un estilo de jazz
japonés “nativo”).⁴⁷ En la década de 1920, el individualismo estaba de moda en
Japón y el feminismo también echó raíces en esta época con la fundación de la
Asociación de la Nueva Mujer en 1920 y los inicios del movimiento a favor del
voto para las mujeres. La década de 1920 se conoció popularmente como una
época de “chicos modernos” y “chicas modernas”.
Por ello, el repentino viraje hacia el militarismo y el ultranacionalismo que tuvo
lugar en la década de 1930 podría parecer sorprendente. Este drástico cambio de
rumbo fue impulsado en gran parte por la llegada de la Gran Depresión y otras
grandes tendencias y condiciones mundiales. Sin embargo, como ya hemos
resaltado, un periodo anterior de reacción nacionalista había tenido lugar a
finales de la década de 1880, y en la de 1890 gran parte de la población rural de
Japón se había quedado fuera del ímpetu de la modernización urbana y la
occidentalización de la década de 1920; los factores militares estratégicos habían
sido primordiales siempre desde el inicio de la Restauración Meiji y las
ambiciones imperiales expansionistas de ultramar habían sido también un tema
recurrente. Incluso en la cúspide de la democracia Taishō hubo poderosas
corrientes de oposición. Por ejemplo, al mismo tiempo que el derecho al voto se
extendía a todos los varones adultos, en 1925, una nueva ley para la
conservación del orden también hizo que fuera ilegal defender cualquier cambio
a la “política nacional” (kokutai) que, de forma un tanto mística, se centraba en
el emperador, o la abolición de la propiedad privada.⁴⁸ Las redadas policiacas de
la medianoche del 15 de marzo de 1928, provocadas por las victorias de la
izquierda en las elecciones del mes anterior, terminaron con el arresto de unas 1
600 personas sospechosas de ser comunistas. En ese mismo año, cinco
profesores fueron despedidos de las universidades imperiales por ser
sospechosos de albergar “pensamientos peligrosos”.
En 1924, justo cuando el gobierno de partido se estabilizaba en Japón, el
Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley que impedía la inmigración de
personas no elegibles para obtener la ciudadanía estadunidense, que en ese
momento incluía directamente a todos los japoneses.⁴ Esto insultó
profundamente a muchos japoneses, incluyendo a algunos de los que más se
identificaban con los ideales occidentales. En la década de 1920, muchos
militares, en especial aquellos que procedían de aldeas rurales empobrecidas, ya
habían comenzado a considerar la necesidad de dar un golpe militar que
devolviera el poder y la riqueza de los capitalistas y de los políticos de partido,
todos ellos supuestamente corruptos y egoístas, al emperador, en una llamada
Restauración Shōwa. Por otra parte, los modernos medios de comunicación que
habían madurado en la década de 1920 quizá podrían ser utilizados con la misma
facilidad para movilizar tanto los sentimientos patrióticos ultranacionalistas
como para promover la democracia liberal.
La crisis bancaria de 1927 provocó la caída del gabinete y un general
conservador retirado del ejército, Tanaka Giichi (1864-1929), fue nombrado
primer ministro. La Expedición al Norte de Chiang Kai-shek para reunificar
China se percibió como una amenaza para los intereses japoneses en el
continente, y entre 1927 y 1928 el gobierno de Tanaka intervino militarmente
tres veces en China para protegerlos y evitar que Manchuria fuera incorporada a
la República de China reunificada. Para estimular la economía, este primer
ministro también aumentó los gastos militares. Sin embargo, incluso este ex
militar conservador era también el presidente de un partido político y él mismo
un político de partido. En 1928, su gobierno firmó el Pacto Kellogg-Briand con
el que se buscaba que se renunciara oficialmente a la guerra como instrumento
de política nacional.
Sin embargo, también en 1928, el caudillo de Manchuria, Zhang Zuolin, murió
asesinado por la voladura por oficiales del ejército japonés del vagón de tren en
que viajaba, que actuaban sin el conocimiento del gobierno de Tokio, que, a su
vez, esperaba crear al parecer un incidente que proporcionara un pretexto para
que Japón se quedara con Manchuria. El primer ministro japonés se enfureció
por estas acciones y decidió someter a los asesinos a un consejo de guerra. No
obstante, el ejército se negó a cooperar, dando como resultado que el primer
ministro se viera obligado a dimitir en 1929.⁵
Irónicamente, esto trajo consigo un retorno temporal de políticas más liberales
bajo el siguiente mandato japonés, en 1929, que se convirtió en el primero en
apoyar en Japón el sufragio femenino. De hecho, aunque se llegó a bosquejar
una propuesta para permitir que las mujeres votaran en las elecciones locales,
ésta no se convirtió en ley. Pero en 1930, este nuevo primer ministro fue baleado
fatalmente por un nacionalista enfurecido por la aceptación gubernamental de un
acuerdo de limitación de armamentos alcanzado en la Conferencia Naval de
Londres. El clima político de Japón se estaba tornando de repente muy frío. Con
el inicio de la Gran Depresión y la exitosa toma del sur de Manchuria a manos
del ejército japonés en 1931 (después de otra explosión montada), y tras otro
breve e ineficaz gabinete liberal, ese mismo año entró en funciones un nuevo
primer ministro, más conservador (Inukai Tsuyoshi, 1855-1932). Sobrevivió en
el puesto apenas cinco meses antes de que también fuera abatido por sicarios,
esta vez oficiales japoneses de la marina y el ejército. Después de su muerte no
habría más primeros ministros provenientes de algún partido político. Japón
había comenzado su descenso hacia el “valle oscuro” del militarismo y la guerra.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Sobre la Revolución nacionalista china, véanse Marie-Claire Bergère, Sun Yatsen, Janet Lloyd (trad.), Stanford University Press, Stanford (1994), 1998; John
Fitzgerald, Awakening China: Politics, Culture, and Class in the Nationalist
Revolution, Stanford University Press, Stanford, 1996; Edward J. M. Rhoads,
Manchus and Han: Ethnic Relations and Political Power in Late Qing and Early
Republican China, 1861-1928, University of Washington Press, Seattle, 2000, y
Mary Clabaugh Wright (ed.), China in Revolution: The First Phase, 1900-1913,
Yale University Press, New Haven, 1968.
Un buen ensayo extenso sobre el problema de la modernización en China es el
de Rana Mitter, A Bitter Revolution: China’s Struggle with the Modern World,
Oxford University Press, Oxford, 2004. Sobre la transformación moderna de
China de inicios del siglo XX, véanse Sherman Cochran (ed.), Inventing Nanjing
Road: Commercial Culture in Shanghai, 1900-1945, Cornell University East
Asia Program, Ithaca, 1999; Frank Dikötter, Exotic Commodities: Modern
Objects and Everyday Life in China, Columbia University Press, Nueva York,
2006, y Leo Ou-fan Lee, Shanghai Modern: The Flowering of a New Urban
Culture in China, 1930-1945, Harvard University Press, Cambridge, 1999. El
estudio clásico sobre el movimiento del Cuatro de Mayo en China sigue siendo
el de Tse-tsung Chow, The May Fourth Movement: Intellectual Revolution in
Modern China, Stanford University Press, Stanford, 1960.
Sobre la era de los caudillos en China, véanse Edward A. McCord, The Power of
the Gun: The Emergence of Modern Chinese Warlordism, University of
California Press, Berkeley, 1993, y Gavan McCormack, Chang Tso-lin in
Northeast China, 1911-1928: China, Japan, and the Manchurian Idea, Stanford
University Press, Stanford, 1977.
Acerca de Corea bajo el gobierno japonés, véanse Ramon H. Myers y Mark R.
Peattie (eds.), The Japanese Colonial Empire, 1895-1945, Princeton University
Press, Princeton, 1984, y Michael Edson Robinson, Cultural Nationalism in
Colonial Korea, 1920-1925, University of Washington Press, Seattle, 1988.
Sobre el Japón de inicios del siglo XX, véanse Marius B. Jansen, The Making of
Modern Japan, Harvard University Press, Cambridge, 2000; Tetsuo Najita, Hara
Kei and the Politics of Compromise, 1905-1915, Harvard University Press,
Cambridge, 1967, y Edward Seidensticker, Low City, High City: Tokyo from
Edo to the Earthquake, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1983. Stephen Vlastos
(ed.), Mirror of Modernity: Invented Traditions of Modern Japan, University of
California Press, Berkeley, 1998, ofrece una fascinante colección de ensayos
sobre la reimaginación moderna de la tradición japonesa.
IX. EL VALLE OSCURO (1930-1945)
EL ASCENSO DEL ULTRANACIONALISMO JAPONÉS
La primera gran ola de globalización moderna (término que, por el papel de
liderazgo inicial que cumplió el Occidente industrializado en definir la
modernidad global, a veces coincidía muy de cerca en esta fase temprana con lo
que incluso podría describirse como occidentalización) se había iniciado a
finales del siglo XIX y, en Asia oriental, había culminado en las décadas de 1910
y 1920 con el movimiento del Cuatro de Mayo en China y con la democracia
Taishō en Japón. Dado que Corea era una colonia japonesa durante estos años,
los acontecimientos adoptaron en ese país la forma un poco diferente de una
combinación simultánea de modernización, occidentalización y “japonización”.
Sin embargo, el auge de la globalización retrocedió rápidamente después del
desastroso colapso del mercado de valores de los Estados Unidos en 1929. En la
década de 1930, el mundo entero caía en lo que algunos historiadores japoneses
han bautizado apropiadamente como un “valle oscuro”. Como resultado de la
Gran Depresión, en los Estados Unidos, el producto interno bruto real había
disminuido 35% para 1933, una cuarta parte de los trabajadores estadunidenses
estaban desempleados y se hacían llamados para que el recién electo presidente
Franklin D. Roosevelt asumiera poderes dictatoriales. Ni siquiera el socialismo
parecía ya del todo impensable en los Estados Unidos. En Alemania, la
República de Weimar dio paso a Adolfo Hitler. En China, la República
Nacionalista se convirtió en un Estado de partido único y autoritario con una
economía cada vez más nacionalizada. En Japón, la democracia Taishō fue hecha
a un lado por el ascenso del militarismo ultranacionalista.
Sorprendentemente, el sector industrial de la economía de Japón surgió
recuperado con bastante rapidez de las profundidades de la Gran Depresión,
debido a una fuerte devaluación en el valor de cambio del yen (que hizo que el
precio de las exportaciones japonesas fuera competitivo a nivel mundial), la
reducción de las tasas de interés y el aumento del gasto del gobierno en obras
públicas y armamentos. De hecho, el volumen de las exportaciones japonesas se
duplicó entre 1930 y 1936. Pero, como gran parte del resto del mundo respondió
a la Gran Depresión adoptando estrictas medidas proteccionistas —como altos
impuestos o cuotas directas a las importaciones, que amenazaban la capacidad de
Japón para seguir exportando—, el argumento que comenzó a resonar fue que lo
que Japón necesitaba en realidad era crear un bloque del yen económicamente
autosuficiente, independiente y bajo control japonés. Manchuria, en particular,
llegó a ser vista como un potencial “salvavidas” económico para Japón.
El argumento puramente económico de la autosuficiencia se vio reforzado
también por las lecciones militares estratégicas de la primera Guerra Mundial,
que parecían sugerir que las guerras del futuro serían prolongadas y totales, y
que en ellas se enfrentarían todos los recursos disponibles de un adversario
contra los de otro. Como preparación para una guerra total de esta naturaleza, se
pensaba que Japón necesitaba construir un “Estado de Defensa Nacional”
autosuficiente.¹ Para proteger los intereses vitales de Japón, los gastos militares
se aceleraron rápidamente. En 1934, Japón abandonó los acuerdos de limitación
de armamentos navales de Washington y Londres, y en 1937 comenzó la
construcción de los que serían los mayores acorazados (la clase Yamato) en la
historia del mundo (figura IX.1).
El moderno sistema de educación pública nacional de Japón promovió los
ideales de lealtad patriótica al emperador y al valor militar.² Aunque como
institución era en realidad una creación moderna de la era Meiji, la organizada
religión estatal Shintō hizo sin embargo hincapié en la mitología antigua que
relacionaba la ascendencia imperial con la diosa del sol Amaterasu, que databa
de antes de los albores de la historia japonesa. Esta línea imperial supuestamente
divina se proclamó como el núcleo de la singular política nacional de Japón
(kokutai), que envistió al imperialismo japonés moderno con un sentido especial
de cumplir una misión sagrada. La exaltación de la majestad imperial llegó a su
máximo esplendor a finales de 1930 cuando el Ministerio de Educación publicó
(a partir de 1937) más de dos millones de ejemplares de los Principios cardinales
de la política nacional, y se convirtió en lectura obligatoria en las escuelas
japonesas.³
El sentido de una misión divina especial también coincidió con una idealización
romántica de las virtudes “tradicionales” de la vida en los pueblos y con muchas
críticas dirigidas a la supuesta codicia capitalista y a los corruptos intereses
especiales de los políticos de partido. La idea de que un individualismo “egoísta”
de corte angloestadunidense debía dar paso a un espíritu japonés de armonía más
nativo resultaba emocionalmente atractiva para muchas personas. Empero, más
que representar un verdadero retorno a la tradición premoderna, gran parte de
esta celebración ultranacionalista del “espíritu de Japón” era realmente un
fenómeno nuevo. También fue muy alentado por los modernos medios de
comunicación y las expectativas modernas de movilización de las masas
populares. Combinadas con una considerable aflicción real por la situación
económica del campo a inicios de la década de 1930, estas ideas fomentaban
complots y conspiraciones radicales, por lo que Japón se vio sacudido por una
asombrosa serie de asesinatos de alto nivel e intentos de golpes militares.
FIGURA IX.1. El acorazado japonés Yamato realizando pruebas, 1941. Éste,
junto con su acorazado gemelo, el Musashi, fueron los más grandes jamás
construidos. National Archives.
En 1930, el primer ministro Hamaguchi fue baleado, y más tarde murió de sus
heridas, por haber estado de acuerdo en la limitación de los armamentos navales.
Los esfuerzos realizados en 1931 por el gobierno civil de Tokio para llevar el
conflicto de Manchuria a una resolución pacífica resultaron tan impopulares en
el país que contribuyeron, junto con el inicio de la Gran Depresión, al
derrocamiento de ese gobierno. A pesar de que el siguiente primer ministro,
Inukai Tsuyoshi, era relativamente belicista, el 15 de mayo de 1932 un grupo de
oficiales navales y cadetes del ejército irrumpieron en su residencia y le
dispararon a muerte. Después del asesinato, aunque parezca increíble, ¡el
ministro de la Guerra elogió públicamente la sinceridad desinteresada de los
asesinos y el jefe de la policía militar incluso les llamó patriotas, sugiriendo que
debían haber coordinado su ataque con dicha policía! A principios de ese mismo
año, también fueron asesinados un ex ministro de finanzas y un importante
hombre de negocios.⁴
La ola de violencia y desobediencia militar llegó a su clímax en la mañana del
26 de febrero de 1936, cuando se amotinó la Primera División del ejército, con
base en Tokio. Los rebeldes se apoderaron de importantes edificios
gubernamentales y asesinaron al ex primer ministro Saitō, al ministro de
Finanzas Takahashi y al inspector general de Educación Militar Watanabe en sus
respectivos hogares. El gran chambelán, el almirante Suzuki, resultó gravemente
herido y fue dado por muerto. El primer ministro Okada escapó sólo porque los
amotinados mataron a su cuñado por error. Un intento de toma del palacio
imperial fue bloqueado, no obstante, por los centinelas del palacio que estaban
de guardia. Después de los asesinatos, los rebeldes emitieron un manifiesto para
proclamar los motivos virtuosos de sus acciones y convocar a una “Restauración
Shōwa” (el nombre del entonces actual periodo de reinado imperial) en un
anhelado eco de la gloriosa Restauración Meiji del siglo XIX. Sin embargo, el
motín no fue apoyado universalmente, ni siquiera en el ejército, y se encontró
con la oposición directa del emperador Shōwa (fuera de Japón, a menudo se
alude a él de manera un tanto despectiva por su nombre propio, Hirohito), que
había rodeado a los amotinados con las tropas leales y ordenado a los rebeldes
regresar a los cuarteles. Estos últimos se rindieron el 29 de febrero. Dos líderes
rebeldes se suicidaron inmediatamente y otros 17 fueron condenados y
ejecutados de forma rápida, sin tener la oportunidad de dar a conocer su
mensaje.
Éste resultó ser el último gran acto de violencia no autorizada perpetrado por el
ejército imperial japonés antes de la segunda Guerra Mundial. Sin embargo,
ahora los políticos civiles habían quedado intimidados de manera efectiva y un
retorno a los líderes militares menos radicales parecía una alternativa natural. En
el gabinete japonés de 1937 no había un solo político de partido. Incluso después
de la disolución final de los partidos políticos en 1940, se siguieron celebrando
elecciones y se mantuvieron las formas del gobierno parlamentario, pero aun así
había terminado la era de la democracia Taishō y había comenzado una nueva
edad de militarismo ultranacionalista.
MANCHUKUO
Hasta finales del siglo XIX, la mayor parte de Manchuria (con la excepción de
las regiones agrícolas del sur que, a pesar de que se hallaban más allá de la Gran
Muralla, habían funcionado siempre como una especie de prolongación de la
propia China) se mantuvo como una frontera escasamente poblada. Esto fue al
menos parcialmente intencional, ya que los gobernantes manchúes de la dinastía
Qing habían prohibido la migración china a Manchuria para preservar la
integridad de su patria. Mientras tanto, sin embargo, cosacos rusos en busca de
pieles habían comenzado a aparecer en la zona ya desde el siglo XVII. Una
frontera oficial entre los imperios de China y Rusia, a lo largo del río Amur, se
fijó por primera vez en un tratado de 1689.
Para el siglo XIX, los rusos se habían convertido en una presencia dinámica en
el noreste lejano. Rusia obtuvo un puerto en el Océano Pacífico en Vladivostok
en 1858. En 1896, gracias a su intervención (junto con Francia y Alemania) para
evitar que la península de Liaodong de Manchuria fuera cedida a Japón después
de la Guerra sinojaponesa, Rusia firmó un acuerdo con la dinastía Qing que le
concedía el derecho a construir un ferrocarril a través de Manchuria (un atajo
considerable en la ruta transiberiana entre Vladivostok y Moscú). En 1898, los
rusos también obtuvieron en arrendamiento de la dinastía Qing algunos
territorios en la punta de la península de Liaodong y comenzaron la construcción
de una base naval (Port Arthur), junto con instalaciones portuarias civiles, con
una conexión ferroviaria que se unía a la principal línea rusa de ferrocarril en
Harbin, en el centro de Manchuria. Después de la debacle de los bóxers en 1900,
los rusos fueron, durante un tiempo, el poder dominante en Manchuria.
Sin embargo, Rusia fue derrotada por Japón en una guerra, en gran medida
librada en suelo de Manchuria, en 1905. Como consecuencia de esta victoria,
Japón tomó el control de las instalaciones rusas en el sur de Manchuria. Éstas
incluyeron los derechos de arrendamiento de la punta de la península de
Liaodong y la parte de la vía férrea que conducía desde ahí hacia el norte, hasta
la lejana Changchun. Esta línea pasó a conocerse entonces como el Ferrocarril
de Manchuria del Sur (en japonés, Mantetsu) y se convirtió en la principal
empresa japonesa de principios del siglo XX. El gobierno japonés aportó la
mitad de su capitalización inicial y, aunque el resto provino de inversionistas
privados, era controlado por el primero. Además del propio tren, la empresa
también se encargó de la administración del orden público, los impuestos, la
educación y otras importantes funciones públicas a lo largo de la línea de
ferrocarril. Su primer presidente (Gotō Shimpei, 1857-1929) había fungido
previamente como gobernador colonial japonés de Taiwán. Se había entrenado
en Alemania como médico y era un administrador con ideas progresistas que se
preocupó sobre todo por cuestiones de salud pública. Si bien se pueden dirigir
críticas al imperialismo japonés de principios del siglo XX, es innegable que a
menudo logró ciertas mejoras modernizadoras. Bajo el dominio colonial japonés,
por ejemplo, la tasa de mortalidad en Taiwán y Corea se redujo
significativamente a principios de ese siglo.⁵
MAPA IX.1. Manchuria, ca. 1920.
Nunca se materializaron plenamente los sueños de un gran asentamiento japonés
en la nueva frontera que se abría para ellos en Manchuria —con lo que
supuestamente se aliviaría la presión poblacional de las abarrotadas islas
japonesas—. Relativamente pocos japoneses encontraron atractiva la idea de
convertirse en campesinos en una remota frontera extranjera. El número de
japoneses que sí emigraron a Manchuria se vio eclipsado, por otra parte, por una
avalancha de chinos recién llegados. La dinastía Qing se dio cuenta, sólo
tardíamente, de que, para consolidar su pretensión de dominar la región en
contra de la creciente presencia rusa, Manchuria tendría que estar más
densamente poblada, por lo que levantó la prohibición de migración china a
finales del siglo XIX. Sería el consiguiente movimiento migratorio chino el que
causaría que se multiplicara la población de Manchuria.
La economía de Manchuria también alcanzó un auge a principios del siglo XX,
aunque, en este caso, fue sobre todo gracias a la inversión japonesa. Para 1932,
cuando Manchuria se convirtió por primera vez en un Estado títere controlado
por Japón, 64% del capital total invertido en su industria ya era japonés. A partir
de entonces, el ritmo de la inversión japonesa sólo se aceleró. En una sola
década, entre 1931 y 1941, la inversión japonesa en Manchuria se multiplicó
más de cinco veces. Aunque los resultados de producción reales no coincidieron
por completo con las expectativas, Manchuria se convirtió en la región más
industrializada de China a finales de la segunda Guerra Mundial.⁷
El caudillo chino de Manchuria, Zhang Zuolin, había cooperado con los
crecientes intereses japoneses en la región, pero en 1926 trasladó su cuartel
general a Beijing, dando muestra de ambiciones chinas cada vez más
nacionalistas. Cuando la Expedición al Norte de Chiang Kai-shek para la
reunificación militar de China se acercó a Beijing desde el sur en 1928, Zhang
Zuolin fue informado por sus asesores japoneses de que debía optar por retirarse
a Manchuria inmediatamente o sería desarmado por guardias japoneses en el
paso que separa a Manchuria de China si trataba de hacerlo más tarde. Él aceptó
la advertencia de Japón y se apresuró a volver a Mukden (el nombre manchú
para la capital de Manchuria), pero de cualquier manera fue asesinado en la
explosión de su vagón de tren por la acción no autorizada de oficiales
insubordinados del ejército japonés. Su asesinato fue planeado, probablemente,
para provocar un incidente que permitiera al ejército japonés de Kwantung
(denominación antigua, ahora convencional, del término chino Guandong, que
significa “Al Este de los Pasos”, que se refiriere aquí a los pasos que separan
Manchuria de China) tomar el control de Manchuria. Sin embargo, el intento
resultó contraproducente (en esta ocasión). Tanto el emperador como el primer
ministro de Japón estaban indignados, y el hijo de Zhang Zuolin, ahora
comprensiblemente hostil hacia Japón, heredó su cargo. Este hijo llegó a un
acuerdo con el gobierno nacionalista chino de Chiang Kai-shek para incorporar
Manchuria a la República China reunificada que, en 1931, también anunció su
objetivo de recuperar el control sobre el arrendamiento japonés de Liaodong y el
Ferrocarril de Manchuria del Sur.
La combinación de esta nueva amenaza nacionalista china sobre las posesiones
japonesas en Manchuria, la crisis económica mundial creada por la Gran
Depresión y las condiciones cambiantes de la política japonesa interna
condujeron, en 1931, a un segundo intento por provocar un golpe militar japonés
en Manchuria con el montaje de una explosión que resultó mucho más exitosa.
El teniente coronel Ishiwara Kanji (1889-1949), que había estudiado durante tres
años en Alemania y que era considerado por muchos como el teórico militar más
brillante de Japón, visualizó una futura “guerra final” apocalíptica entre Asia,
liderada por Japón, y Occidente, encabezada por los Estados Unidos. En
preparación para ese enfrentamiento definitivo, Ishiwara creía que Japón
necesitaba asegurarse el acceso a los recursos vitales de Manchuria. Por lo tanto,
él, junto con otros oficiales ideológicamente cercanos, planeó con cuidado un
golpe japonés.⁸
El 18 de septiembre de 1931, un oficial de alto rango del Estado Mayor japonés
llegó a Mukden con órdenes de impedir que el ejército realizara en Kwantung
una acción no autorizada y temeraria. Prevenidos de antemano, sin embargo, los
conspiradores decidieron atacar antes de que se les ordenara no hacerlo. El
distinguido visitante del Estado Mayor de Tokio fue llevado, inmediatamente
después de su arribo, a un restaurante para ser agasajado. Mientras estaba
distraído de este modo, una bomba explotó, alrededor de las 10 de la noche, en
las vías del Ferrocarril de Manchuria del Sur, al norte de Mukden. Si bien el
daño fue tan leve que un tren fue capaz de pasar por encima de ellas con poca
dificultad un rato más tarde, la explosión se atribuyó a saboteadores chinos, y el
ejército de Kwantung entró en acción, tomando rápidamente el control de una
porción cada vez más amplia del noreste.
El ejército japonés de Kwantung, que originalmente se había establecido para
defender el arrendamiento de Liaodong ganado a Rusia en 1905, contaba con
una fuerza total de apenas 10 000 hombres. Los medios de comunicación
japoneses celebraron con entusiasmo la facilidad con que un puñado de tropas
japonesas había derrotado a una fuerza mucho mayor de 200 000 soldados
chinos apostados en Manchuria (pasando por alto, convenientemente, que los
chinos tenían órdenes de no ofrecer resistencia). Los modernos medios de
comunicación de Japón, en particular la radio, de todavía muy reciente aparición,
aprovecharon la avidez popular por recibir noticias de la guerra como una
valiosa oportunidad comercial y así ayudaron a generar una explosión de fiebre
patriótica tras el incidente de Manchuria de 1931. Por entonces, al menos, las
acciones del ejército de Kwantung en el continente fueron muy populares en las
islas japonesas.
En otras partes del mundo, sin embargo, la ocupación japonesa de Manchuria se
condenó ampliamente como una violación del Pacto Kellogg-Briand (un acuerdo
de 1928 que había tratado de ilegalizar la guerra de agresión y que fue firmado
finalmente por 63 países). Los japoneses intentaron justificar sus acciones ante la
Sociedad de Naciones con el argumento de que China carecía de un gobierno
central organizado y no era, por lo tanto, una nación soberana, y que Manchuria
no formaba, por otro lado, necesariamente parte de China. La Sociedad de
Naciones no quedó convencida, no obstante, y en febrero de 1933 adoptó la
resolución 42-1 que condenaba el comportamiento japonés. La delegación
japonesa se retiró y, en marzo de ese año, Japón dejó de pertenecer oficialmente
a la Sociedad de Naciones.
En consecuencia, en lugar de tratar de colonizar directamente Manchuria, los
japoneses la reorganizaron en un nuevo país nominalmente independiente
llamado Manchukuo (siendo “kuo” una vieja grafía de la palabra china común
quo, que significa “país”). Puyí, el último emperador de la dinastía Qing
gobernada por los manchúes, fue convocado para servir como jefe de Estado. En
1934, su título fue elevado al de “emperador de Manchukuo”. Con todo, en
realidad, el ejército japonés de Kwantung era entonces el verdadero poder en
Manchuria.
En Manchukuo, los urbanistas japoneses visualizaron construir un escaparate de
la modernidad que, además de excluir intencionalmente lo que ellos
consideraban los intereses corruptos de los políticos de partido y de los grandes
negocios privados, podría convertirse en un brillante ejemplo de desarrollo
económico planeado por el Estado. Ya fueran estatales, o privado-estatales, se
crearon empresas para administrar los diferentes sectores de la economía. A
pesar de las sospechas que abrigaba frente a los grandes negocios, con el tiempo
el ejército de Kwantung consideró necesario dar la bienvenida a más inversión
privada en Manchukuo. Los militares se mostraron especialmente cordiales con
los llamados nuevos zaibatsu, como Nissan. Sin embargo, incluso la inversión
privada se destinó casi siempre a las empresas estatales, ya que ellas
garantizaban ganancias libres de riesgo.
La pieza central de la construcción moderna de un Estado en Manchukuo sería la
ciudad que entonces se renombró, literalmente, como la Nueva Capital (Xinjing,
la antigua Changchun). Xinjing se transformó rápidamente con muchos
magníficos nuevos edificios públicos, anchas avenidas de tres carriles,
numerosos parques y la novedad de la instalación de plomería en las casas
particulares.¹ Después de 1934, Xinjing quedó unida a los puertos del
arrendamiento original de Liaodong por un tren de alta velocidad, el Asia
Express, caracterizado por futuristas locomotoras aerodinámicas y vagones con
aire acondicionado.¹¹
En Manchukuo, los japoneses buscaron presentarse a sí mismos como los
salvadores de la gente común de los brutales y perturbadores caudillos, como los
defensores de “una manera ideal de reinar”, inspirada en la doctrina confuciana,
y como los promotores de un nuevo orden de armonía étnica entre los chinos,
manchúes, mongoles, coreanos y japoneses de la región. El Imperio japonés se
diferenciaba de la mayoría de los otros imperios coloniales de la época por su
capacidad de reconocer cierto grado de comunidad racial y cultural con sus
súbditos de Asia oriental. La “coprosperidad” se convirtió en un lema importante
durante la década de 1930 y sin duda muchos japoneses fueron inspirados
sinceramente por un genuino sentimiento de idealismo. La Asociación
Concordia que se estableció en Manchukuo, por ejemplo, tenía la intención de
trascender no sólo la vieja forma de explotación imperialista de los colonizados,
sino también la forzada uniformidad masiva del nacionalismo moderno,
mediante la creación de una nueva y armoniosa nación multicultural compuesta
de muchas nacionalidades. Semejantes ideales se vieron fatalmente socavados,
sin embargo, por las insistentes (y muy contradictorias) pretensiones de los
japoneses acerca de su propia superioridad racial. En la práctica, la Asociación
Concordia se convirtió simplemente en una herramienta más de la dominación
del ejército de Kwantung.¹²
Pese a las enormes inversiones de capital japonés, Manchukuo terminó siendo
más una fuente de fugas netas para la economía japonesa que el tan esperado
salvavidas de la misma. El bloque del yen integrado, que se suponía volvería
económica y estratégicamente autosuficiente al Imperio japonés, nunca llegó a
concretarse. En lugar de ello, sobre todo después del estallido de una guerra a
gran escala contra China en 1937 y de que la economía se transformara en un
punto de apoyo de emergencia para la contienda, de manera irónica, Japón se
volvió aún más críticamente dependiente de los recursos importados de los
Estados Unidos y otros lugares.
CHINA NACIONALISTA
Para 1928, la Expedición al Norte de Chiang Kai-shek se había completado con
éxito y se había restaurado una República de China nominalmente reunificada.
Nanjing se eligió como el sitio para establecer su nueva capital, tal como el
“Padre de la República de China”, Sun Yat-sen, lo había querido inicialmente en
el momento de la Revolución republicana de 1912. A diferencia de Beijing, en el
extremo noreste, Nanjing tenía una ubicación céntrica y de fácil acceso y estaba
despojada del peso de un pasado supuestamente obsoleto y del legado
“extranjero” del gobierno manchú, simbolizados por Beijing, pero además tenía,
por sí misma, una gloriosa y antigua tradición imperial china (como capital de
las dinastías del Sur —cuando pudo haber sido incluso la ciudad más grande en
el mundo— y la de la Ming temprana). Como atractivo adicional, poseía también
mucha tierra vacante disponible para nuevas construcciones, ya que la ciudad
nunca se había recuperado por completo después de ser arrasada por las fuerzas
Qing durante la represión de la Rebelión Taiping, en 1864. Se hicieron planes
para reconstruir Nanjing como una deslumbrante capital moderna, de clase
mundial, una Washington o un París chino. Debido a una crónica escasez de
fondos —y a, como habría de revelarse, una desesperada escasez de tiempo antes
de que estallara la segunda Guerra Mundial—, por desgracia, nunca llegó a
materializarse la mayoría de estos sueños.¹³
El nuevo gobierno de la República de China también tenía planes muy
ambiciosos para el rápido desarrollo de una nación moderna, industrializada y
tecnológicamente avanzada. Gracias al financiamiento del Consejo Económico
Nacional, se expandió con rapidez una moderna red de autopistas, ferrocarriles y
vías de transporte aéreo. La ciencia y la ingeniería se promovieron
enérgicamente. Pero, de nuevo, los resultados globales reales quedaron muy por
debajo de las esperanzas. Tras la toma japonesa de Manchuria en 1931-1932, el
gobierno chino se sintió también cada vez más amenazado y respondió con la
militarización. La construcción de una fuerte economía de defensa nacional, bajo
el control de un gobierno central, se convirtió en el objetivo hacia el cual
conducir todos los esfuerzos. Para 1942, más de la mitad de toda la industria de
la China Nacionalista estaba dirigida por el Estado.¹⁴
Además de extender el control estatal sobre el sector moderno de la economía, la
República de China reconstituida después de 1928 fue desde el principio un
Estado de partido único (a diferencia de la efímera república parlamentaria
multipartidista que había seguido brevemente al derrocamiento de la dinastía
Qing en 1912). En 1928 se prohibieron los partidos políticos de oposición (por lo
que sólo quedó el Partido Nacionalista, o Guomindang, que ocupaba el
gobierno). Como resultado, tanto el capitalismo de libre comercio como la
democracia enfrentaron ciertas limitaciones en la China Nacionalista de la
década de 1930. Sin embargo, si la República de China se mira en el contexto
general de las tendencias mundiales de ese decenio, estos acontecimientos
parecen mucho menos impactantes.
La década de 1930 fue un tiempo complejo y difícil, y la China Nacionalista se
vio confrontada por un variado remolino de desafíos, influencias y presiones. La
esposa de Chiang Kai-shek había ido a la universidad en los Estados Unidos y
hablaba un inglés impecable. Tanto ella como su marido eran también cristianos.
Pero Chiang, en lo personal, había asistido a una academia militar en Japón y
había visitado Moscú. Uno de sus hijos, Chiang Ching-kuo (Jiang Jingguo,
1910-1988), pasó 12 años en la Unión Soviética y se casó con una mujer rusa.
Como futuro presidente de Taiwán, después de la muerte de su padre, este
hombre se convertiría en una figura clave en la transición hacia una verdadera
democracia multipartidista en ese país (figura XII.2). Otro hijo, Chiang Wei-kuo
(Jiang Weiguo, 1916-1997), se graduó de una academia militar en Alemania y,
como candidato a oficial allí, participó en el Anschluss, o toma del poder nazi de
Austria, en 1938.¹⁵
De hecho, después de que Chiang Kai-shek rompiera con el comunismo en 1927
y de que mandara a casa a sus asesores rusos, durante la siguiente década China
Nacionalista mantuvo relaciones especialmente estrechas con Alemania. Esto
ocurrió en parte porque Alemania había perdido sus privilegios de los tratados
portuarios en China (un tema sensible para los nacionalistas chinos), después de
su derrota en la primera Guerra Mundial, y en parte debido a la convergencia
mutua de intereses entre la búsqueda de Alemania de mercados y fuentes de
materias primas industriales, y la búsqueda de China de un modelo exitoso para
una rápida modernización. Sin embargo, esta relación amistosa terminó
abruptamente después del comienzo de una guerra a gran escala entre China y
Japón, cuando Alemania optó por alinearse con este último. La ayuda y los
asesores alemanes se retiraron de China en 1938. A partir de entonces, China
Nacionalista desarrolló su relación más estrecha con los Estados Unidos.¹
Aunque esta creciente influencia estadunidense probablemente desempeñó un
papel en la posterior democratización de la República de China en Taiwán
durante las décadas de 1980 y 1990, a mediados del siglo XX China Nacionalista
era un Estado autoritario de partido único y fuertemente militarizado. En 1935,
43% de los líderes centrales del Partido Nacionalista eran militares y 25 de los
33 presidentes provinciales eran también generales durante la década de endeble
paz entre la nominal reunificación nacionalista de China en 1928 y el estallido
de la segunda Guerra Mundial en 1937.¹⁷
Sin embargo, a pesar de este autoritarismo, de muchas maneras la característica
más destacada de la República Nacionalista fue realmente su debilidad. “Lejos
de ser un dictador”, observó el general Albert C. Wedemeyer de los Estados
Unidos, Chiang Kai-shek “era de hecho sólo la cabeza de una coalición poco
compacta”. El Partido Nacionalista estaba fuertemente dividido en facciones y,
más importante aún, su control sobre el territorio chino era muy limitado. En el
apogeo de la segunda Guerra Mundial en 1944, el gobierno de China
Nacionalista sólo fue capaz de movilizar alrededor de 3 a 5% del producto
interno bruto para el esfuerzo de guerra, en comparación con 47% que
destinaron los Estados Unidos.¹⁸ Durante largo tiempo, algunas provincias chinas
continuaron acuñando sus propias monedas. Otra más (Shanxi) construyó sus
líneas férreas en un ancho de vía diferente al del resto de China. Gran parte de la
fuerza militar de China también permaneció bajo el control local en lugar del
central. A pesar de la reunificación nominal de China en 1928, en realidad,
muchos de los antiguos caudillos se habían limitado a declarar su lealtad a la
República y después continuaron haciendo negocios como de costumbre, como
si fueran poderes efectivamente independientes. Nunca seremos capaces de saber
lo que habría podido surgir a la larga de este comienzo poco prometedor si tan
sólo China hubiera sido dejada en paz. En lugar de ello, sin embargo, el estallido
de una guerra a gran escala con Japón en 1937 selló efectivamente su destino en
el continente.
EL ASCENSO DE MAO ZEDONG
“Ciencia y democracia” había sido el gran lema del movimiento del Cuatro de
Mayo en China, y en fecha tan avanzada como finales de 1919, el hombre que se
convertiría en el primer líder del Partido Comunista Chino, Chen Duxiu, seguía
defendiendo un modelo angloestadunidense de democracia en China. Para 1920,
sin embargo, se había convertido en un marxista autoproclamado.¹ Durante un
periodo de profunda desilusión entre muchos de los intelectuales más radicales
del Cuatro de Mayo, en la primavera de 1920 un agente de la Comintern llegó a
Beijing proveniente de Moscú con los detalles del modelo bolchevique de
organización revolucionaria. Fue la efectividad organizativa de la disciplina
bolchevique, más que cualquier atractivo teórico del marxismo, lo que redundó
en la creación del Partido Comunista de China.² Las primeras células marxistas
chinas surgieron de grupos de estudio en Beijing en 1920. En 1921 había
aproximadamente 50 comunistas chinos y el Primer Congreso del Partido se
reunió en secreto aquel verano, celebrando su sesión de apertura en el edificio de
una escuela de niñas en la Concesión Francesa de Shanghái.
En sus primeros años, el Partido Comunista de China se mantuvo bajo la
dirección general de la Comintern de Moscú, y debido a que la Unión Soviética
también había llegado a un acuerdo con Sun Yat-sen y el Partido Nacionalista
Chino en 1923, de ahí siguió un breve periodo de cooperación entre estos dos
partidos chinos. Sin embargo, la repentina purga de izquierdistas ordenada por
Chiang Kai-shek en abril de 1927 significó un golpe devastador para los
comunistas. El desastre se vio agravado por los equivocados esfuerzos
comunistas por organizar levantamientos en varias ciudades en ese año, en un
intento desesperado por mantener algún tipo de relación con la clase obrera
industrial urbana —el llamado proletariado— a la que, según la teoría marxista,
debía representar el Partido Comunista. Todos estos levantamientos fracasaron,
no obstante. Durante el último, la llamada Comuna de Cantón de diciembre de
1927, los participantes portaron pañuelos o brazaletes rojos como una especie de
uniforme. Después de que fuera aplastada la sublevación, estos distintivos se
retiraron a toda prisa, pero todo aquel que fue descubierto con delatoras manchas
rojas en la piel fue ejecutado en el acto.²¹ En el caos que siguió a la purga de
Chiang, en un momento dado, el mismo Mao Zedong fue capturado por soldados
nacionalistas, pero logró escapar sólo por muy poco.²²
Los comunistas chinos fueron orillados a la clandestinidad o expulsados al
campo. A pesar de ser devastadora, esta purga también dio al joven Mao Zedong
la oportunidad de probar un enfoque radicalmente heterodoxo del marxismo: la
revolución campesina. La fe de Mao en el potencial revolucionario de los
campesinos puso de cabeza al marxismo ortodoxo. En teoría, se suponía que la
revolución comunista fuera impulsada por condiciones materiales objetivas en
una etapa particular del desarrollo histórico, mediante la lucha de clases entre los
trabajadores y los ricos industriales de las economías capitalistas más avanzadas.
Pero Mao creía que podía adaptar los principios generales del marxismoleninismo a las circunstancias únicas de China y aprovechar las explosivas
aspiraciones de los campesinos como una fuerza que pudiera llevar el
comunismo al poder, antes incluso de que las condiciones materiales lo hicieran
“inevitable”. Mao tenía fe en que con el liderazgo y el adoctrinamiento adecuado
podría inculcarse entonces una “conciencia proletaria” en el campesinado y así
podrían alcanzarse con el tiempo los avanzados objetivos socialistas.²³
La purga de Chiang Kai-shek de 1927 dio a Mao la oportunidad de poner a
prueba sus teorías. A finales de ese mismo año, en el monte Jinggang, localizado
en la provincia de Jiangxi en el sureste de China, Mao dirigió a unos 2 000
seguidores para comenzar a desarrollar una base comunista rural a finales de
1927. Allí comenzaron a experimentar con técnicas para obtener el apoyo de los
agricultores más pobres por medio de un programa de redistribución forzada de
tierras, respaldado por los cañones del recién creado Ejército Rojo. También
comenzaron a desarrollar innovadoras tácticas de la guerra de guerrillas para
compensar la convencional debilidad militar de dicho ejército. Aunque este
estilo de revolución campesina fue criticado por el Comité Central Comunista de
China, Mao permaneció, durante un tiempo, fuera de su alcance efectivo y libre
para experimentar. Aunque los detalles son turbios, la base rural de Jiangxi fue
lo suficientemente exitosa como para expandirse con el tiempo e incluir a varios
millones de personas.
El éxito atrajo atención no deseada, sin embargo. Alrededor de 1932, desde sus
asediados cuarteles urbanos de Shanghái, los líderes del Partido Comunista
Chino comenzaron a concentrarse cada vez más en la base rural de Jiangxi. Estos
líderes recién llegados estaban todavía ideológicamente orientados hacia Moscú
y se mostraron muy críticos de las desviaciones de la teoría marxista ortodoxa
aplicadas por Mao en el campesinado. En poco tiempo, Mao fue destituido del
poder real de toma de decisiones en el Partido Comunista e incluso hay rumores
de que, en un momento dado, pudo haber sido puesto bajo arresto domiciliario,
aunque esto ha sido negado.²⁴
También la atención de Chiang Kai-shek había sido captada por el experimento
rural de Mao, y los ejércitos nacionalistas de Chiang lanzaron ahora una serie de
campañas militares contra la base comunista agraria del sureste. Los primeros
ataques nacionalistas fueron rechazados por las tácticas guerrilleras de los
comunistas pero, en 1934, las fuerzas nacionalistas finalmente lograron destruir
por completo la base comunista de Jiangxi. Sin embargo, antes de que fuera
invadida, en octubre de 1934, un grupo de 86 000 cuadros comunistas y soldados
del Ejército Rojo logró romper el cerco nacionalista y comenzó lo que se conoce
en la historia como la Larga Marcha. Inicialmente, se trató de una especie de
huida sin rumbo del desastre pero, con el tiempo, se eligió como destino una
preexistente base comunista en la provincia de Shaanxi, en el árido y pobre
noroeste. Del gran número de participantes que habían comenzado la Larga
Marcha, sólo alrededor de 7 000 u 8 000 consiguieron llegar finalmente a
Shaanxi al siguiente año, en octubre de 1935. En el camino, sin embargo, Mao
Zedong tuvo oportunidad de atribuir el desastroso colapso del “soviet de
Jiangxi” a los errores cometidos por otros, y por primera vez se afirmó a sí
mismo como la figura dominante del comunismo chino (figura IX.2).²⁵ Fue,
irónicamente, el intento casi exitoso de Chiang Kai-shek por exterminar a los
comunistas chinos, en el momento de la Larga Marcha, lo que ayudó a elevar a
Mao a lo más alto del liderazgo comunista, y serían la invasión japonesa y la
segunda Guerra Mundial lo que serviría de contexto para una victoria comunista
final.
FIGURA IX.2. Mao Zedong en un campo de aviación al norte de China
(probablemente en Shaanxi), 1936. Colección J. A. Fox. Magnum Photos.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL EN CHINA
En 1936, el pequeño grupo comunista de Mao Zedong estableció su nuevo
cuartel general en la remota ciudad mercantil de Yan’an, en la provincia de
Shaanxi. Por este tiempo, Chiang Kai-shek sintió que tenía acorralados a los
comunistas y ordenó a sus generales de la zona acabar con ellos. La opinión
pública en China, sin embargo, estaba entonces mucho más alarmada por la
creciente amenaza japonesa que por el peligro interno del comunismo.
También sucedió que uno de los principales comandantes nacionalistas de
Shaanxi no era otro que el hijo del caudillo de Manchuria, Zhang Zuolin,
asesinado por los japoneses en 1928, y expulsado él mismo de Manchuria
cuando se estableció ahí el Estado títere japonés. Mientras tanto, los comunistas
chinos habían cambiado astutamente sus tácticas. Ahora promovían una tregua
en la guerra civil interna con el Partido Nacionalista de Chiang Kai-shek y la
formación de un Frente Unido contra Japón. Al ver que sus generales de Shaanxi
no acometieron la guerra contra los comunistas tan agresivamente como le
hubiera gustado, Chiang Kai-shek voló en persona a la ciudad más grande de la
provincia de Shaanxi, Xi’an (a veces escrito “Sian” o “Hsi-an”), para animarlos
a hacer mayores esfuerzos. Allí, en unas aguas termales ubicadas en las afueras
de la ciudad, sucedió lo que se conoce en la historia como “el incidente de
Xi’an”, en diciembre de 1936: Chiang Kai-shek fue secuestrado por sus propias
tropas y obligado a negociar con los comunistas y a acordar la formación de un
Frente Unido con ellos en contra de Japón.
El incidente de Xi’an es importante porque condujo al inicio de la segunda
Guerra Mundial unos meses más tarde. Durante la noche del 7 de julio de 1937,
un pequeño destacamento de tropas japonesas realizaba maniobras en el Puente
de Marco Polo, a sólo unos kilómetros de las afueras de Beijing (que entonces
era llamado Beiping, “Paz del Norte”, en lugar de Beijing, “Capital del Norte”,
ya que no era la capital de la República Nacionalista), cuando se dispararon
algunos tiros. Esto pudo haber permanecido con facilidad como un incidente
relativamente insignificante, salvo porque, debido a la formación del Frente
Unido y la nueva determinación de Chiang Kai-shek para oponerse a una mayor
agresión japonesa, China Nacionalista respondió reforzando sus tropas en el área
de Beijing. Los japoneses también enviaron refuerzos y, para el 25 de julio,
había estallado la guerra a gran escala.
Con base en la facilidad con que un pequeño número de soldados japoneses
habían invadido Manchuria anteriormente, y en los generalizados sentimientos
de desprecio japoneses por la China de los caudillos, Japón anticipó una rápida
victoria. El ministro de Guerra aseguró al emperador Shōwa que este incidente
con China terminaría en un mes y, en julio de 1937, el gabinete japonés autorizó
operaciones para sólo tres divisiones durante únicamente tres meses. Aunque los
ejércitos nacionalistas chinos opusieron una resistencia sorprendentemente
firme, sobre todo en el área de Shanghái (figura IX.3), para el 13 de diciembre la
capital nacionalista de Nanjing había caído en manos de los japoneses. Allí, los
soldados japoneses, que se habían comportado con tan buena disciplina durante
la guerra anterior contra Rusia, se entregaron abiertamente a la barbarie, en lo
que se conoce como la Violación de Nanjing.²
Aunque tomó un poco más de lo previsto originalmente, los japoneses
capturaron con rapidez la mayoría de las principales ciudades chinas y planicies
agrícolas del este. Sin embargo, la capital china fue simplemente retirándose
cada vez más arriba por la línea del río Yang-tse, hasta establecerse finalmente
en la ciudad de Chongqing, en la provincia de Sichuan (una vasta fortaleza
natural protegida por las escarpadas montañas que la rodean). A pesar del
prolongado bombardeo aéreo japonés sobre Chongqing, los nacionalistas chinos
continuaron resistiendo y se negaron obstinadamente a sucumbir.
FIGURA IX.3. Un bebé aterrorizado en la Estación Sur de Shanghái, después de
un bombardeo japonés al inicio de la segunda Guerra Mundial, 28 de agosto de
1937. National Archives.
No obstante sus repetidas victorias en batalla, los japoneses fueron incapaces de
infligir una derrota decisiva a la China Nacionalista de Chiang Kaishek. Hasta el
final de la segunda Guerra Mundial, los japoneses siguieron considerando
necesario destacar en China a más de la mitad del total de sus fuerzas
disponibles y ni siquiera eso bastaba para alcanzar un triunfo final. Después de
que se atascó la ofensiva japonesa, la capacidad de Chiang Kaishek para lanzar
una contraofensiva se vio, sin embargo, seriamente limitada también. Alrededor
de un millón de tropas japonesas ocupaban estratégicas posiciones centrales en
China, mientras que cerca de cuatro millones de soldados chinos se distribuían
en un gran arco circundante, a menudo en terrenos montañosos y comunicados
entre sí sólo por caminos inhóspitos y transportes inadecuados. Gran parte de la
capacidad industrial de China (modesta, para empezar) había sido destruida por
los japoneses, y los arsenales del gobierno chino nacionalista solamente eran
capaces de producir entonces más o menos cuatro balas por soldado al mes.
Además, como resultado del irresuelto caudillismo residual, en cierto momento
la mitad de los comandantes militares de primera línea de Chiang Kai-shek eran
hombres que habían estado previamente en conflicto con él. El resultado fue un
estancamiento. Ni los chinos ni los japoneses eran capaces de lograr una victoria
definitiva. Este estancamiento degeneró en una guerra falsa cada vez más cínica,
favorecida por un contrabando generalizado a través de las líneas enemigas y
una nube creciente de corrupción.²⁷
La pérdida del sector moderno y desarrollado de la economía de China
Nacionalista, limitado casi exclusivamente a las grandes ciudades de la costa, en
especial Shanghái, y que había sido la principal fuente de sus ingresos fiscales
antes de la guerra, condujo al gobierno nacionalista a emitir montañas de papel
moneda débilmente respaldadas. Esto dio lugar a una hiperinflación
absolutamente catastrófica. Entre 1937 y 1945, los precios medios en China
Nacionalista aumentaron más de 2 000 veces. Al final, se ha sugerido que “la
inflación hizo más que cualquier otro problema por socavar la confianza
pública” en el gobierno nacionalista y por provocar que perdiera, con el tiempo,
el control sobre la China continental.²⁸
Los japoneses tenían la esperanza de que pronto lograrían que Chiang Kai-shek
aceptara sus condiciones, pero sus expectativas se vieron frustradas por el
continuo y terco desafío de Chiang. Exasperado, el gobierno japonés anunció en
enero de 1938 que no tendría más tratos con Chiang Kaishek. Como nunca
habían considerado seriamente asumir el gobierno directo de toda China, los
japoneses se vieron obligados, sin embargo, a buscar otros colaboradores chinos.
Aparte del país nominalmente independiente de Manchukuo, en el noreste, el
principal colaborador en el centro de China resultó ser, irónicamente, un antiguo
héroe nacionalista chino: Wang Jingwei (1883-1944).
En 1910, hacia el final de la dinastía Qing, Wang había intentado asesinar al
príncipe regente manchú. Falló, fue capturado y condenado a muerte. En lugar
de crear un mártir revolucionario, sin embargo, la dinastía Qing conmutó la
sentencia de muerte a cadena perpetua. Tras el repentino éxito de la Revolución
republicana en 1912, Wang fue liberado y recibido como héroe. Cuando Sun
Yat-sen murió en 1925, Wang se convirtió incluso brevemente en el sucesor de
Sun como jefe del Partido Nacionalista. Pero cuando cadetes de la academia
militar nacionalista, encabezados por Chiang Kaishek, se movilizaron de repente
en 1926 para poner fin a un boicot antiextranjero que había durado ya nueve
meses en Cantón, sin siquiera consultar a Wang, éste, sintiéndose humillado,
renunció y viajó a París. Después que los japoneses dejaron de negociar con
Chiang Kai-shek en 1938, establecieron lo que eufemísticamente llamaron un
Gobierno Reformado de la República de China en Nanjing. Para 1940, habían
persuadido a Wang para fungir como su líder. Aunque el veredicto de la historia
es indudablemente que Wang Jingwei colaboró con el enemigo en tiempo de
guerra, al parecer pudo no haber sido un simple oportunista. Wang parece haber
creído sinceramente en que la cooperación con Japón era la mejor manera de
proteger los intereses chinos en un momento de extrema vulnerabilidad. En el
juicio por crímenes de guerra al que fue sometida después del conflicto, la viuda
de Wang (el propio Wang había fallecido ya) defendió enérgicamente la
trayectoria de su marido —entre aplausos de la concurrencia—, argumentando
que Wang no había cedido ni un centímetro de territorio chino que no hubiera
estado ya perdido y que había hecho todo lo posible por defender la soberanía de
China.²
En otras partes de Asia, en las antiguas colonias europeas, la cooperación con
Japón durante la segunda Guerra Mundial pudo haber tenido en realidad cierto
atractivo nacionalista. En las Indias Orientales Neerlandesas (la actual
Indonesia), por ejemplo, la asociación en tiempo de guerra con Japón hizo poco
para dañar las credenciales de Sukarno como un héroe nacional. En China, sin
embargo, el foco de la indignación nacionalista no era el imperialismo
occidental, sino el japonés. Aparte de grandes atrocidades como la Violación de
Nanjing y la acumulación de horrores de una guerra que finalmente le costó a
China alrededor de 20 millones de muertes, también hubo humillaciones
rutinarias, como la exigencia de inclinarse ante los guardias japoneses en las
calles de las ciudades costeras ocupadas de China. Estos recuerdos de guerra
plantaron duraderas semillas de amargura en China.
No obstante, tampoco para Japón la guerra iba muy bien. Las predicciones de
una victoria rápida y fácil habían resultado falsas. Incluso antes de que el ataque
a Pearl Harbor añadiera el peso de los Estados Unidos y otros poderes militares
aliados a la balanza en contra de Japón, éste ya había perdido 185 000 vidas en
China, y su economía estaba siendo llevada al límite. Fue en medio de la
creciente exasperación ante el “atolladero” en China que los estrategas japoneses
comenzaron a mirar hacia el sur.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL EN EL PACÍFICO
Los enormes costos de librar una guerra a escala continental en China,
combinados sobre todo con la estratégica ambición japonesa de equiparse
rápidamente para una autosuficiencia militar, condujeron a Japón —de una
sorprendente y sólida recuperación de la Gran Depresión a principios de la
década de 1930, impulsada por las exportaciones— a lo que resultaría ser una
fatal dependencia de las importaciones para la industria pesada a finales de esa
década. El aumento del gasto militar posterior a 1936 provocó inflación, lo que a
su vez elevó el costo de los productos japoneses y los hizo menos competitivos
como exportaciones. Los controles del gobierno sobre las materias primas
importadas favorecieron aquellas con aplicaciones militares en lugar de aquellas
de materiales, como el algodón, que se podrían haber utilizado para fabricar
textiles de reexportación. El control gubernamental también canalizó nuevas
inversiones a industrias bélicas en lugar de empresas orientadas a la exportación
o al consumo. De ahí que, como resultado directo de su búsqueda de
autosuficiencia, irónicamente, Japón sólo terminara siendo mucho más
dependiente de bienes importados como las herramientas para maquinaria, el
hierro y el petróleo.³
Un Decreto de Movilización Nacional de febrero de 1938 puso todos los
recursos económicos de Japón bajo control del gobierno. Uno de los primeros
efectos fue la imposición de un racionamiento y otras medidas de austeridad. A
partir de 1938, la gasolina estaba estrictamente racionada en Japón. El arroz, los
cerillos, el azúcar y el carbón vegetal se habían sumado a la lista de artículos
racionados para 1940 y, en mayo de ese año, se prohibió a las tiendas japonesas
la venta de bienes no esenciales. No sólo la ropa de corte occidental, sino incluso
los kimonos tradicionales fueron remplazados por “uniformes del pueblo” de
color caqui y por pantalones tipo campesino para las mujeres.³¹
Desde el momento en que habían derrotado a Rusia en la guerra de 1905, los
estrategas militares japoneses habían anticipado una futura guerra de venganza
con los rusos. La revolución comunista de Rusia sólo pareció hacer esa guerra
más inevitable. Algunos oficiales del ejército japonés, en particular Ishiwara
Kanji, el autor intelectual de la toma de Manchuria, se habían opuesto incluso a
la intervención en China al sur de la Gran Muralla, debido a que mermaría
recursos vitales y distraería a Japón de la más importante confrontación con
Rusia (que Ishiwara anticipaba que precedería el enfrentamiento final con los
Estados Unidos). De hecho, Japón enfrascó a la Unión Soviética en una lucha
poco conocida, pero amarga, en el verano de 1939, en un lugar llamado
Nomonhan, en la frontera entre Mongolia y Manchuria. Las fuerzas blindadas
soviéticas resultaron ser, sin embargo, desconcertantemente eficaces en esa
batalla y los japoneses sufrieron pérdidas enormes. Incluso mientras Japón era
vapuleado por los soviéticos en Nomonhan, Alemania firmó, por su parte, un
pacto de no agresión con la Unión Soviética en agosto de 1939. Japón —que en
1936 ya había firmado con los alemanes un pacto contra la Comintern (en el que
se oponía al comunismo sin mencionar específicamente a Rusia) y había
concertado una alianza formal con las potencias del Eje, Alemania e Italia, en
1940— respondió negociando su propio pacto de neutralidad con la Unión
Soviética, en 1941. A pesar de que Hitler traicionó su acuerdo con Stalin e
invadió Rusia poco después, el pacto soviético con Japón se sostuvo. Así, la
Unión Soviética se mantendría neutral en el Pacífico durante la segunda Guerra
Mundial hasta los últimos días.
Mientras tanto, Japón esperaba que su alianza con las potencias del Eje,
Alemania e Italia, disuadiría a otras potencias (como los Estados Unidos) de
intervenir en contra de sus intereses en Asia. En gran medida para cortar el
suministro de provisiones hacia China Nacionalista, para julio de 1941, las
tropas japonesas ocuparon la Indochina colonial francesa (Vietnam). Los
franceses, que para ese momento habían sido derrotados y obligados a cooperar
con la Alemania de Hitler en Europa, no resistieron en Vietnam, pero los Estados
Unidos, Gran Bretaña y los Países Bajos impusieron sanciones económicas a
Japón, entre las que destacaban embargos sobre el petróleo y los desechos de
metal. Estas sanciones fueron realmente mordaces. En 1940, 80% del suministro
total de petróleo de Japón provenía de los Estados Unidos.³² La principal
alternativa al petróleo estadunidense se encontraba en la colonia neerlandesa de
Java (en lo que hoy es Indonesia). Por lo tanto, el predicamento de Japón se
había tornado muy intimidante.
Entrar en guerra contra su mayor proveedor de material bélico esencial (los
Estados Unidos) no parecía sensato, especialmente porque los Estados Unidos
estaban también mucho más poblados y más ampliamente industrializados que
Japón en 1941. Pero las opciones eran limitadas. A finales de ese año, las
reservas de petróleo de Japón disminuían de manera alarmante, mientras que los
Estados Unidos ya estaban emprendiendo una escalada militar masiva. Si Japón
iba a tener alguna posibilidad de victoria en una guerra con los Estados Unidos,
ésta tendría que comenzar pronto. Algunos líderes del ejército japonés
confiaban, por otra parte, en que el espíritu de lucha japonesa sería capaz de
superar las desventajas materiales. En una conferencia imperial llevada a cabo el
5 de noviembre de 1941 se tomó la decisión de ir a la guerra en caso de no haber
alcanzado algún acuerdo para diciembre de ese año. La marina imperial elaboró
planes para paralizar temporalmente a las fuerzas estadunidenses al atacar la
base de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos en Hawái. Un comando
especial de portaaviones japoneses zarpó para tal fin el 26 de noviembre y atacó
Pearl Harbor el 7 de diciembre.
El ataque logró ser completamente sorpresivo y la mayoría de los acorazados
estadunidenses anclados en Pearl Harbor quedaron fuera de servicio, al menos
temporalmente. Al mismo tiempo se lanzó una invasión japonesa a la Malasia
británica. La colonia británica de Hong Kong cayó en manos japonesas el día de
Navidad y el 26 de diciembre, Manila, en las Filipinas controladas por los
Estados Unidos, fue declarada una ciudad abierta. En la península malaya, las
tropas japonesas se abrieron paso, con machetes y hachas, por la selva para
atacar, desde su relativamente desprotegida retaguardia, la fortaleza británica de
Singapur, que cayó el 8 de febrero de 1942. El 9 de marzo se rindió la
adquisición más valiosa de todas, la isla neerlandesa de Java, con sus ricas
reservas de petróleo, caucho y estaño. En mayo de 1942 se rindieron también los
últimos reductos estadunidenses en las Filipinas, en la isla de Corregidor. Para
ese momento, corrían incluso rumores de una posible invasión japonesa a la
India británica y se hablaba de evacuar todo el norte de Australia.
Japón necesitaba unas pocas victorias más para completar el anillo de
fortificaciones insulares defensivas que había previsto como preparación para la
inminente contraofensiva aliada. Sin embargo, Japón nunca pudo alcanzar estos
últimos triunfos. Todos los portaaviones estadunidenses habían escapado
milagrosamente de la masacre de Pearl Harbor simplemente por haber estado
fuera del puerto en el momento del ataque. El 8 de mayo de 1942, un comando
especial de portaaviones estadunidenses interceptó una flota de invasión
japonesa que se dirigía a Port Moresby, en Nueva Guinea. Aunque ninguna de
las partes logró una victoria decisiva en la resultante batalla aeronaval del Mar
de Coral, situado entre Australia y Nueva Guinea, los japoneses se vieron
obligados a cancelar sus planes de invasión. En junio de 1942, las fuerzas
japonesas realizaron exitosos desembarcos anfibios en el suelo estadunidense de
las islas Aleutianas, en Alaska. Sin embargo, esto fue pensado sólo como una
distracción, como parte de un elaborado plan para atraer y hundir al resto de la
Flota del Pacífico de los Estados Unidos. Antes bien, gracias a un poco de buena
suerte, y al hecho de que los estadunidenses habían logrado descifrar el código
japonés y eran capaces de entender sus mensajes, la flota de los Estados Unidos
sorprendió en cambio a la armada de Japón. En la subsiguiente batalla aeronaval
de la isla de Midway, comenzada el 4 de junio de 1942, cuatro portaaviones
japoneses fueron hundidos, en tanto que los estadunidenses perdieron sólo uno.
La batalla de Midway se convirtió en el punto de inflexión crucial de la guerra
en el Pacífico.
MAPA IX.2. La segunda Guerra Mundial en Asia oriental y el Pacífico.
En lugar de funcionar como un impenetrable escudo defensivo, el imperio
insular de Japón en el Pacífico resultó estar lleno de agujeros. Submarinos
estadunidenses, que navegaban profundamente en aguas japonesas con relativa
impunidad, comenzaron casi de inmediato a librar una agresiva campaña para
cortar el flujo de materias primas esenciales provenientes de Java y otros
lugares, que iban rumbo a las fábricas de las islas propiamente japonesas. Como
resultado, se paralizó la economía industrial de Japón y el gobierno japonés se
vio cada vez más incapaz para remplazar los barcos y aviones perdidos en
batalla. Ahora, las islas del Pacífico custodiadas por Japón, que estaban muy
fortificadas, podían ser simplemente circunvaladas o saltadas por la
contraofensiva aliada, en un proceso llamado “el salto de islas”.
La contraofensiva aliada comenzó con los desembarcos de Guadalcanal, en las
islas Salomón, en agosto de 1942. Allí, una feroz batalla por la supremacía se
extendió durante seis meses antes de que los aliados lograran expulsar
finalmente a los japoneses, en febrero de 1943. A partir de allí, el imperio insular
japonés del Pacífico fue envuelto en una contraofensiva de dos frentes, con las
fuerzas terrestres aliadas (bajo el mando del general Douglas MacArthur)
dirigiéndose desde el sur, a través de Nueva Guinea, rumbo a las Filipinas, y con
la Marina saltando islas a través del Pacífico central, desde las Marianas hasta
Okinawa.
Mientras tanto, la productividad industrial estadunidense estaba desencadenando
un tsunami de acero contra el Imperio japonés. Hasta finales de 1943, la Flota
del Pacífico de los Estados Unidos nunca contó, en ningún momento, con más de
cuatro portaaviones pero, al término de 1944, la Marina de los Estados Unidos
contaba con casi un centenar de portaaviones en funcionamiento en todos los
teatros de la guerra.³³ Para octubre de 1944, el general MacArthur había reunido
una enorme flota que constaba de unas 700 naves para su largamente prometido
regreso a las Filipinas. Japón destinó sus últimos buques de guerra a defenderlas,
pero fue derrotado decisivamente en la batalla naval del golfo de Leyte (la más
grande de la historia del mundo). En su desesperación, los japoneses incluso
comenzaron a recurrir a los ataques suicidas (kamikaze, o “viento divino”, una
referencia a los tifones que habían dispersado las flotas de invasión mongolas del
siglo XIII) contra los barcos aliados.
En noviembre de 1944, los ataques aéreos sobre las islas japonesas comenzaron
con los bombarderos de largo alcance B-29, que tenían su base en las Marianas.
En total, unas 66 ciudades japonesas quedaron reducidas a escombros
carbonizados. Las bombas incendiarias provocaron furiosas conflagraciones en
las casas japonesas, construidas mayormente de madera. De las principales
ciudades de Japón, sólo fue perdonada la antigua capital imperial de Kioto. En
poco tiempo, los aviones aliados lograron un control casi completo del espacio
aéreo japonés. Con todo, la exigencia de una rendición incondicional adoptada
por los aliados en la Conferencia de Casablanca en 1943 seguía siendo
inaceptable para las autoridades de Japón. Algunos líderes japoneses seguían
abrigando la esperanza de que si lograban ganar una última batalla importante e
infligían bajas inaceptablemente cuantiosas a los aliados, Japón estaría en
posición de obtener mejores condiciones. Para muchas autoridades japonesas, la
máxima consideración de la situación se traducía en una intensa necesidad de
preservar la política nacional encarnada en la institución imperial.
Después de que Alemania cayó derrotada en mayo de 1945, Japón se encontró
luchando solo contra casi todo el mundo. Durante el verano de ese año, los
japoneses hicieron un vano intento por solicitar la mediación soviética para
negociar el fin de la guerra, sin darse cuenta de que Stalin ya se había
comprometido, en la Conferencia de Yalta de febrero de ese mismo año, a que
Rusia entraría en la guerra contra Japón después de la rendición de Alemania. El
6 de agosto, una bomba atómica se lanzó sobre Hiroshima. El 8 de agosto, la
Unión Soviética desató un imponente asalto contra las fuerzas japonesas en
Manchuria. El 9 de agosto, una segunda bomba atómica se detonó en Nagasaki.
Incluso entonces, el 10 de agosto, el gobierno japonés transmitió aún un mensaje
que comunicaba que Japón estaría dispuesto a aceptar los términos de rendición
aliados sólo si se garantizaba la preservación del emperador. La respuesta de los
Estados Unidos, aprobada tanto por Gran Bretaña como por la Unión Soviética,
fue aceptar esos términos, pero con la modificación fundamental de que “la
autoridad del emperador […] estaría sujeta al Comandante Supremo de las
Potencias Aliadas”.³⁴
Esta respuesta siguió pareciendo insatisfactoria a muchos miembros del ejército
japonés. Después de un considerable debate, sin embargo, el propio emperador
destrabó finalmente el punto muerto, el 14 de agosto, con la decisión de rendirse.
Incluso entonces, la noche antes de que se transmitiera el discurso pregrabado de
rendición del emperador, un grupo de oficiales del ejército se rebeló e intentó
destruir la grabación. No lograron su objetivo, sin embargo, y al mediodía del 15
de agosto de 1945, los japoneses escucharon, por primera vez, la voz de su
emperador, quien habló en un lenguaje formal, propio de la corte y difícil de
comprender. Sin llegar a usar nunca la palabra rendición y destacando (bastante
eufemísticamente) que los recientes acontecimientos de la guerra “no resultaron
a favor de Japón”, el emperador instó a su pueblo a “soportar lo insoportable”.³⁵
FIGURA IX.4. Representantes japoneses llegan a la Bahía de Tokio, a bordo del
acorazado estadunidense Missouri, para participar en la ceremonia de rendición
al final de la segunda Guerra Mundial, 2 de septiembre de 1945. National
Archives.
Los documentos de rendición formal se firmaron a bordo del acorazado
estadunidense Missouri el 2 de septiembre de 1945 (figura IX.4). La segunda
Guerra Mundial había terminado. En Asia oriental, Japón había sido derrotado
catastróficamente y yacía en ruinas humeantes, después de haber perdido cerca
de 2 700 000 vidas en la guerra. Corea iba a ser liberada del dominio colonial
japonés, pero inicialmente estaría sujeta a zonas divididas de ocupación militar
soviética y estadunidense. China había pertenecido al lado ganador. Sin
embargo, China, donde se había iniciado la segunda Guerra Mundial en 1937,
también había sufrido horriblemente, y la situación de posguerra en el país
seguía siendo desalentadora. Casi de manera única en el mundo, los Estados
Unidos surgieron de la segunda Guerra Mundial activamente fortalecidos. En las
secuelas del enfrentamiento bélico, la economía estadunidense ascendía a un
sorprendente 50% de todos los bienes y servicios de la tierra.³ Pocas personas
pudieron haber previsto entonces que en las siguientes décadas Asia oriental
resurgiría para convertirse (por lo menos en términos puramente económicos) en
la región probablemente más exitosa del planeta, o que sería Japón el que
lideraría este espectacular “milagro” económico.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Sobre el ascenso del ultranacionalismo en el Japón previo a la guerra, véanse
Michael A. Barnhart, Japan Prepares for Total War: The Search for Economic
Security, 1919-1941, Cornell University Press, Ithaca, 1987; W. G. Beasley,
Japanese Imperialism, 1894-1945, Clarendon Press, Oxford (1987), 1991; Mark
R. Peattie, Ishiwara Kanji and Japan’s Confrontation with the West, Princeton
University Press, Princeton, 1975; Ben-Ami Shillony, Revolt in Japan: The
Young Officers and the February 26, 1936 Incident, Princeton University Press,
Princeton, 1973, y George M. Wilson, Radical Nationalist in Japan: Kita Ikki,
1883-1937, Harvard University Press, Cambridge, 1969. Respecto a
Manchukuo, un excelente volumen es el de Louise Young, Japan’s Total Empire:
Manchuria and the Culture of Wartime Imperialism, University of California
Press, Berkeley, 1998.
Sobre China Nacionalista, véase la excelente biografía de Chiang Kai-shek de
Jay Taylor, The Generalissimo: Chiang Kai-shek and the Struggle for Modern
China, Harvard University Press, Cambridge, 2009. Véanse también Parks M.
Coble Jr., The Shanghai Capitalists and the Nationalist Government, 1927-1937,
Harvard University Press, Cambridge (1980), 1986; Lloyd E. Eastman, Jerome
Ch’en, Suzanne Pepper y Lyman P. van Slyke (eds.), The Nationalist Era in
China, 1927-1949, Cambridge University Press, Cambridge, 1991, y James E.
Sheridan, China in Disintegration: The Republican Era in Chinese History, 19121949, Free Press, Nueva York, 1975.
Estudios sobre los primeros años del comunismo y el ascenso de Mao Zedong en
China incluyen los de Arif Dirlik, The Origins of Chinese Communism, Oxford
University Press, Nueva York, 1989; Benjamin I. Schwartz, Chinese
Communism and the Rise of Mao, Harvard University Press, Cambridge (1951),
1979, y la biografía corta por Jonathan D. Spence, Mao Zedong, Viking, Nueva
York, 1999. Edgar Snow fue un periodista estadunidense que sostuvo una
entrevista con el líder de la guerrilla, Mao Zedong, y publicó un recuento sobre
los primeros años de Mao que es todavía muy valioso: Red Star over China,
Grove Press, Nueva York (1938), 1968.
Sobre la segunda Guerra Mundial en China y Japón, véanse John Hunter Boyle,
China and Japan at War, 1937-1945: The Politics of Collaboration, Stanford
University Press, Stanford, 1972; Iris Chang, The Rape of Nanking: The
Forgotten Holocaust of World War II, Penguin Books, Nueva York, 1997;
Thomas R. H. Havens, Valley of Darkness: The Japanese People and World War
Two, University Press of America, Lanham, 1986; Saburō Ienaga, The Pacific
War, 1931-1945, Pantheon Books, Nueva York (1968), 1978, y Barbara W.
Tuchman, Stilwell and the American Experience in China, 1911-1945, Bantam
Books, Nueva York,1972. Un recuento aún valioso de un par de periodistas
contemporáneos que informaban desde China es el de Theodore H. White y
Annalee Jacoby, Thunder out of China, William Sloan Associates, Nueva York
(1946), 1961.
La segunda Guerra Mundial en el Pacífico es abordada por John W. Dower en
War without Mercy: Race and Power in the Pacific War, Pantheon Books, Nueva
York, 1986; Max Hastings, Retribution: The Battle for Japan, 1944-45, Alfred A.
Knopf, Nueva York, 2008, y Ronald H. Spector, Eagle against the Sun: The
American War with Japan, Free Press, Nueva York, 1985.
X. JAPÓN A PARTIR DE 1945
LA OCUPACIÓN ALIADA DE LA POSGUERRA
El discurso de rendición del emperador Shōwa se radiotransmitió el 15 de agosto
de 1945 y, el día 28, pocos días antes de que la ceremonia de rendición oficial se
celebrara en el acorazado Missouri el 2 de septiembre, un reducido primer
destacamento de avanzada de lo que a la larga se convertiría en una fuerza de
ocupación aliada cercana a 250 000 personas aterrizó a bordo de un avión C-47
en un aeropuerto a las afueras de Tokio. Los primeros aliados que arribaron no
sabían con qué tipo de recepción se encontrarían. De igual manera, los japoneses
estaban ansiosos y no sabían qué tipo de comportamiento debían esperar del
ejército extranjero de ocupación, cuyos soldados habían sido, hasta hacía poco,
sus enemigos acérrimos. Muchos japoneses se sentían aliviados de que la guerra
hubiera terminado por fin, pero muchos otros estaban también, como es
comprensible, preocupados. Sin embargo, con relativamente pocas excepciones,
las fuerzas aliadas que llegaron fueron tratadas con respeto e incluso con
privilegios —por ejemplo, hasta 1951 el gobierno japonés proporcionó sirvientes
gratuitos a las autoridades de la ocupación— y éstas, por su parte, se
comportaron con notable magnanimidad hacia el enemigo derrotado. No pocos
participantes en la ocupación descubrieron un amor y una fascinación que les
perduraría de por vida por la cultura japonesa.¹ En retrospectiva, el veredicto
habitual es que la ocupación aliada de Japón en la posguerra fue, en general, un
gran éxito.
Aunque por lo regular se le denomina de forma convencional como una
ocupación aliada, ésta fue, en su gran mayoría, un asunto estadunidense. A
diferencia de la Alemania de la posguerra (y de Corea), tras su derrota, Japón no
fue dividido en zonas de ocupación separadas por las diferentes potencias
aliadas. Con el tiempo, en Washington, D. C. se estableció una Comisión del
Lejano Oriente multinacional y se envió a Tokio un Consejo Aliado para Japón,
formado por las cuatro potencias, que aun cuando incluyó a representantes
soviéticos, chinos, británicos y estadunidenses, se nombró a un solo Comandante
Supremo de las Potencias Aliadas (CSPA) para toda la región. El oficial
asignado a este comando fue el general de más alto rango estadunidense Douglas
MacArthur (1880-1964), quien estableció su cuartel general en el edificio
Daiichi de Tokio a finales de agosto de 1945. La mayoría del personal de
ocupación era también estadunidense.
Las instrucciones iniciales dadas al general MacArthur por el presidente Truman
fueron que dentro del derrotado Japón “su autoridad es suprema”, y MacArthur
imaginó su propio papel en Japón nada menos que como el de “un soberano”.²
MacArthur adoptó su posición desde una visión grandiosamente arrogante como
si él fuera una especie de procónsul militar que presidía el Japón de la posguerra
y le gustaba afirmar que poseía un conocimiento especial de la “mentalidad
oriental” —basado, al parecer, en sus primeros años de experiencia en que vivió
en las Filipinas—. En realidad, los filipinos del sureste asiático, en su mayoría
católicos, son muy diferentes a los japoneses de Asia oriental, y MacArthur tenía
muy poca familiaridad real con Japón. Con todo, la actitud paternalista del
comandante generó, eso sí, algunos esfuerzos bien intencionados para beneficiar
al pueblo japonés. Esto resultó fundamental en un inicio dado que, en medio de
la desolación de las ciudades bombardeadas, había una desesperada escasez de
casi todo. La comida estaba racionada, pero las raciones se encontraban por
debajo de las necesidades nutricionales normales mínimas para vivir. Por lo
tanto, casi todo el mundo se vio obligado a recurrir al mercado negro sólo para
obtener suficiente comida para sobrevivir. El mercado negro estaba tan
generalizado que en 1948 una revista observó con humor negro que “las únicas
personas que no están viviendo ilegalmente son aquellas que se encuentran en la
cárcel”.³ Sin embargo, MacArthur respondió con rapidez a la emergencia
solicitando suministros de ayuda con alimentos y medicinas, que
indudablemente salvaron muchas vidas, aun cuando no podía empezar a eliminar
todas las privaciones de los primeros años de la posguerra. MacArthur también
parecía sentir cierta empatía por el emperador japonés.
Al momento de la rendición de Japón, la opinión pública estadunidense estaba
muy dividida sobre la cuestión de qué tan cabalmente debía reconstruirse por
fuerza Japón para que dejara de representar una amenaza para la paz mundial.
Algunos sentían que el viejo y militarista Japón tendría que ser destruido casi
por completo y gran parte de los aliados consideraban que Japón debía ser
castigado como se merecía por su agresión durante la guerra. En un principio, se
hicieron planes para desmantelar las plantas industriales que aún permanecían en
Japón y enviarlas al extranjero como reparaciones de guerra. Todas las
posesiones coloniales ultramarinas de Japón, incluyendo Corea, Taiwán y
Manchuria (que si bien no había sido técnicamente una colonia, era controlada
de manera efectiva por los japoneses), fueron liberadas y unos seis millones y
medio de japoneses fueron reintegrados a sus islas de origen.
Los juicios por crímenes de guerra también comenzaron pronto con el propósito
de castigar a presuntos culpables específicos. Veintiocho presos de clase A
fueron acusados por importantes “crímenes contra la paz” y juzgados por el
Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente. Siete de ellos fueron
declarados culpables y condenados a morir en la horca. Además (sin contar a los
que fueron capturados por la Unión Soviética y los comunistas chinos), unos 5
700 japoneses más fueron juzgados por tribunales militares aliados
internacionales, la mayoría de los cuales fueron acusados de delitos de clase C, o
crímenes de guerra convencionales, como el maltrato de prisioneros. De ellos, 4
405 fueron condenados y 984 ejecutados. Más allá del castigo de criminales de
guerra específicos, durante los tres primeros años de la ocupación, más de 200
000 antiguos oficiales militares, políticos y líderes empresariales fueron
purgados también por las autoridades de la ocupación.
Muchos estadunidenses consideraban que el principal responsable de la guerra
en el Pacífico había sido el propio emperador japonés. En 1945, el Senado de los
Estados Unidos aprobó una resolución para solicitar que también el emperador
fuera juzgado como criminal de guerra. Sin embargo, a través de un cable
enviado a Washington desde Tokio en enero de 1946, el general MacArthur
afirmó de forma contundente que la idea de someter al emperador a un juicio por
crímenes de guerra resultaría contraproducente y quizá provocaría incluso una
guerra de guerrillas contra la ocupación aliada. Argumentos plausibles que
podían esgrimirse eran que el emperador de Japón había sido siempre más un
símbolo de la nación que un gobernante activo; que la responsabilidad individual
y personal del emperador en las políticas específicas del gobierno, incluida la
acción militar, había sido limitada, y que, precisamente como un símbolo de
Japón, el prestigio del trono podría aprovecharse ahora para la causa de la paz y
la estabilidad con la misma facilidad con que antes se había usado para la guerra.
Al final prevaleció la posición de MacArthur. Así, no sólo se conservó la
institución imperial, sino que también se le permitió al mismo emperador Shōwa
(“Hirohito”) del tiempo de guerra permanecer sentado en el Trono del
Crisantemo y se olvidó en gran parte la cuestión de su culpabilidad en la guerra.
Incluso después de la rendición, el gobierno japonés siguió ejerciendo y
manejando la administración de rutina. Aunque la autoridad del CSPA era en
última instancia decisiva, técnicamente, las autoridades de la ocupación estaban
allí sólo en calidad de supervisoras. En la primavera de 1946, Japón llevó a cabo
sus primeras elecciones de la posguerra en que, también por primera vez, se les
permitió votar a las mujeres. Yoshida Shigeru (1878-1967) se convirtió en
primer ministro y éste continuaría desempeñando un papel principal a lo largo de
la era de la ocupación. La historia cuenta que Yoshida comenzó su primera
reunión de gabinete con la observación de que era posible que Japón hubiera
perdido la guerra y aun así ganara la paz.⁴
La capacidad del CSPA para supervisar los detalles del Japón de la posguerra se
vio obstaculizada por la escasez de hablantes competentes del idioma japonés y
de especialistas familiarizados con la cultura japonesa. Durante la guerra, una
serie de cursos intensivos de formación en lengua japonesa había surgido en los
Estados Unidos. Por ejemplo, poco después de que los japoneses atacaran Pearl
Harbor, la Universidad de Harvard decidió ofrecer un curso intensivo de japonés
básico en el semestre de la primavera de 1942, en vez de esperar al inicio del año
académico normal en septiembre. Los profesores que lo impartían quedaron
“asombrados cuando encontramos casi un centenar de estudiantes que
abarrotaban el pequeño salón de clases” en lugar de los “cinco o 10 de siempre”.
Al comienzo de la segunda Guerra Mundial, la Marina de los Estados Unidos
contaba únicamente con 12 oficiales que hablaban japonés pero para el término
del conflicto, sólo en la Escuela de Lengua Japonesa de la Marina de los Estados
Unidos se habían graduado 1 100 traductores nuevos.⁵ Aun así, el número de
hablantes competentes de japonés entre el personal de la ocupación era limitado.
Esta situación hizo que las autoridades dependieran mucho de los traductores de
habla inglesa proporcionados por la Oficina Japonesa de Enlace Central, lo cual
abrió la puerta para que hubiera malentendidos accidentales o, en ocasiones,
incluso deliberados.
No obstante, el CSPA tenía influencia y determinación suficientes para acicatear
a la Dieta japonesa (el poder legislativo) a fin de que emprendiera reformas
radicales que, de otra manera, habrían sido totalmente impensables. Debido a
que muchos estadunidenses tenían el Nuevo Trato de la era Roosevelt como
trasfondo a finales de la segunda Guerra Mundial, el impulso inicial de estas
reformas hacía hincapié en la sindicalización de los obreros, la redistribución de
las tierras agrícolas, la desintegración de los monopolios y la igualdad de
derechos. Por ejemplo, en diciembre de 1945, se aprobó una ley sindical que
garantizaba a los trabajadores japoneses el derecho a organizarse, a la huelga y a
participar en la negociación de contratos colectivos. Asimismo, se aprobaron
leyes antimonopolio y de defensa de la competencia que obligaron a la
disolución de los grandes zaibatsu. En 1946, una reforma de ley sobre las tierras
de cultivo prohibió el latifundismo absentista y limitó la cantidad de tierras que
podrían alquilarse a los granjeros arrendatarios. Esta reforma, combinada con la
rápida urbanización, tuvo una importancia fundamental para completar
finalmente la disolución casi total del orden social rural tradicional. Los presos
políticos, incluidos los comunistas, fueron liberados de la cárcel. La religión
estatal Shintō fue separada del Estado, el emperador renunció a su pretensión de
ser una deidad manifiesta y se proclamó el principio de libertad religiosa.
Como las nuevas leyes y disposiciones específicas parecieron no ser suficientes,
comenzó a crecer la creencia de que Japón necesitaba una nueva constitución
que remplazara el documento Meiji del siglo XIX. Dado que las propuestas
japonesas oficiales de revisión constitucional se quedaron cortas para satisfacer a
las autoridades de la ocupación (mientras que algunas propuestas japonesas no
oficiales fueron demasiado lejos y amenazaban, por ejemplo, con eliminar al
emperador), los estadunidenses intervinieron y redactaron ellos mismos la nueva
constitución, originalmente en inglés. Un pequeño equipo de la Sección de
Gobierno del CSPA la redactó con mucho esfuerzo en aproximadamente una
semana (del 4 al 12 febrero de 1946), basándose en las directrices esbozadas por
el general MacArthur. Después de algunas revisiones, esta nueva constitución
fue aprobada por la Dieta japonesa en noviembre de 1946, entró en vigor en
mayo de 1947 y continúa vigente aún hoy.
Aunque en gran medida el emperador japonés había sido siempre sólo una
especie de figura insigne, su autoridad, que alguna vez había sido en teoría
suprema, se redujo de manera oficial en la nueva constitución y entonces él pasó
a ser simplemente un “símbolo del Estado”. El poder soberano ahora residía en
el “pueblo”. Japón se convirtió en una democracia genuina de corte occidental,
donde todos los ciudadanos mayores de 20 años podían votar. Esto incluía a las
mujeres, un derecho que se introdujo en Francia hasta 1945 y en Suiza hasta
finales de la década de 1970. A pesar de la autoría estadunidense de este
documento, se mantuvo un sistema parlamentario al estilo británico en vez de
una presidencia inspirada en el modelo estadunidense. Sin embargo, a diferencia
del sistema japonés anterior a la guerra, donde el primer ministro era elegido por
el emperador (o, más exactamente, por los estadistas de más alto nivel en
nombre del emperador), el primer ministro de la posguerra es elegido ahora por
la Dieta y es responsable ante ella. La antigua Cámara Alta de Pares, y los títulos
mismos, fueron eliminados y remplazados por una nueva Cámara Alta ocupada
por concejales electos.
Que el primer ministro fuera elegido ahora por los legisladores significaba que
en general éste resultaba ser el líder del partido dominante en la Dieta. En la
práctica, hasta agosto de 2009, este partido dominante fue casi siempre el Partido
Liberal Democrático (PLD). A pesar de la existencia continua de múltiples
partidos de oposición, desde la formación original del PLD en 1955 hasta 2009,
éste fue en efecto el partido dominante en Japón, con sólo una breve excepción a
mediados de la década de 1990. En otras palabras, el Japón de la posguerra
experimentó una forma peculiar de democracia multipartidista en que casi
siempre ganaba el mismo partido. La explicación de esta situación
aparentemente singular es que la principal oposición al poderoso PLD —que, a
pesar de tener un nombre algo engañoso, es en realidad el partido conservador
más importante— provenía en general de los socialistas. Aunque éstos
disfrutaron de una sólida base electoral, ya que rechazaron el tratado de
seguridad mutua con los Estados Unidos y se mantuvieron dentro de una línea
marxista durante los años de la Guerra Fría, su atractivo popular siempre fue
relativamente limitado. Por el contrario, el PLD procuró desde siempre una paz y
prosperidad innegables y prometió beneficios para la mayoría.
Dado que el dominio del PLD estaba tan arraigado, la realidad política del Japón
de la posguerra involucraba comúnmente a distintas facciones dentro del partido,
lo que daba como resultado que el primer ministro se eligiera con frecuencia
mediante acuerdos entre los líderes de esas facciones. Además, debido a que los
miembros del PLD a menudo debían competir entre ellos para resultar elegidos,
las campañas electorales continuaron siendo costosas y los escándalos de
corrupción se volvieron endémicos. El PLD generó 19 primeros ministros de
manera consecutiva hasta 1993 pero, en ese mismo año, el partido se fragmentó
al verse sacudido por otro escándalo que involucraba al líder de su facción más
grande (quien fue arrestado y acusado de tomar 50 millones de dólares en
contribuciones para campañas ilegales). En agosto de 1993, una coalición de
siete diferentes partidos políticos nombró para el cargo, después de 38 años, al
primer primer ministro que no pertenecía al PLD. Este hombre gozaba también
del índice de popularidad más alto en comparación con cualquier otro primer
ministro japonés desde la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su gobierno se
encontraba paralizado por desacuerdos entre los bloques violentamente
diferentes que formaban la coalición, y cuando, en abril de 1994, él mismo se
vio inmerso pronto en la maraña de acusaciones sobre las supuestas
irregularidades en las contribuciones de campaña, renunció al cargo después de
sólo ocho meses. El siguiente primer ministro sólo sobrevivió al frente dos
meses. Entonces, en junio de 1994, una extraña coalición tripartita logró unir a
los conservadores del PLD con los socialistas para dar a Japón su primer primer
ministro socialista desde 1948. Sin embargo, para enero de 1996, el PLD regresó
al poder y, una vez más, todos los ministros subsecuentes provinieron, por
muchos años, de las filas del PLD. No obstante, para 2009, después de que la
economía japonesa por largo tiempo estancada se viera aquejada por una
recesión global aún mayor, las críticas contra las políticas económicas del PLD,
inefectivas en apariencia, combinadas con su pérdida de atractivo entre los
jóvenes votantes, fueron los factores más importantes para una convincente
derrota electoral del PLD a manos del Partido Democrático de oposición. Sólo el
tiempo dirá si esta elección marcará en realidad el final del largo reinado del
PLD o si será únicamente otra breve interrupción.
Por lo tanto, la constitución japonesa de la posguerra produjo de manera
involuntaria una forma de democracia parlamentaria de un partido y medio, que
se ha sostenido por largo tiempo y es bastante inusual. De forma más deliberada,
consagró una imponente variedad de nuevos derechos populares, que reflejaban
el pensamiento del Nuevo Trato estadunidense de la década de 1940. Éstos
incluían el derecho a prestaciones sociales, seguridad, salud pública, niveles de
calidad de vida mínimos e igualdad de género. Durante la década de 1950, en un
intento por promover los llamados ideales democráticos (o no tan patriarcales
por lo menos), las dependencias gubernamentales centrales y locales, en
conjunto con algunas organizaciones privadas, orquestaron una campaña para
alentar a las familias japonesas a cambiar, entre otras cosas, el orden para
bañarse, de tal manera que el padre no siempre fuera el primero en bañarse.⁷
El apartado más sobresaliente de la constitución japonesa de la posguerra es sin
duda el artículo 9. Éste afirma que “el pueblo japonés renuncia para siempre a la
guerra como derecho soberano de la nación” y declara rotundamente que “nunca
se mantendrán” fuerzas militares. Lo anterior parece haber sido originalmente
una idea de MacArthur y guarda absoluta conformidad con la preocupación
inicial de las autoridades de la ocupación por prevenir que Japón se convirtiera
de nuevo en una amenaza para la paz mundial. De manera irónica, sin embargo,
muchos estadunidenses pronto comenzaron a lamentar la magnitud de esta
desmilitarización japonesa pues, de ser un enemigo durante la segunda Guerra
Mundial, Japón pronto se volvió un aliado importante contra el comunismo
durante la Guerra Fría. El mismo general MacArthur ayudó a Japón a crear una
reserva policiaca, que se convertiría más tarde en las Fuerzas de Autodefensa. A
pesar de la absoluta prohibición constitucional, con el tiempo el Japón de la
posguerra llegó a invertir en realidad fuertes sumas de dinero en potencial de
autodefensa. Aun así, en las secuelas de la segunda Guerra Mundial muchos
japoneses sentían una sincera repulsión por el militarismo que los había
conducido al desastre en 1945 y el Japón de la posguerra ha permanecido de
forma genuina como un país casi exclusivamente pacifista.⁸
Las primeras reformas de la ocupación habían comenzado con el prolongado
resplandor crepuscular del Nuevo Trato liberal del presidente Roosevelt y se
enfocaban en situaciones como la liberación de los presos políticos y la
aprobación de una ley sindical. No obstante, en febrero de 1947, el CSPA
intervino para prevenir una huelga general organizada por una coalición de
sindicatos japoneses. Con las crecientes tensiones de la Guerra Fría y la victoria
socialista en las elecciones japonesas de abril de 1947, en ocasiones se ha
detectado una “inversión en el curso” de la política estadunidense. Es innegable
que la preocupación estratégica primordial de los Estados Unidos por evitar que
un Japón militarista volviera a representar una amenaza para la paz mundial
estaba tornándose ahora en una preocupación por la contención global del
comunismo. En virtud de que un Japón fuerte, capitalista y democrático podría
contribuir a ese esfuerzo de la Guerra Fría, los planes para obligar a Japón a
pagar reparaciones de guerra se abandonaron en 1948 (aunque de cualquier
forma el gobierno japonés realizó a la larga algunos pagos considerables).
Al principio había existido cierta expectativa de que la ocupación de la
posguerra pudiera continuar por mucho tiempo, pero MacArthur creía que una
ocupación militar prolongada resultaría contraproducente. Los trabajos para
alcanzar un tratado de paz que terminara con la ocupación comenzaron desde
1950. El tratado resultante se firmó de manera oficial en San Francisco en
septiembre de 1951. En un claro indicio de cuán ampliamente Japón se
encontraba ahora del lado estadunidense en la Guerra Fría, ni la Unión Soviética
ni la República Popular de China asistieron a las ceremonias de paz, y una paz
separada entre China y Japón no se alcanzaría sino hasta 1972. No obstante, el
Tratado de Paz de San Francisco entró en vigor el 28 de abril de 1952, con lo
que finalizó de forma oficial la ocupación de la posguerra. En junio, el
emperador Shōwa pudo informar sobre la restauración de la independencia
japonesa a la diosa solar Amaterasu en el santuario imperial de Ise.
El fin oficial de la ocupación no representaba el final de la presencia militar
estadunidense. Bajo los términos de un mutuo acuerdo de seguridad, los Estados
Unidos asumieron gran parte de la responsabilidad de la defensa militar de Japón
y fueron autorizados para mantener bases en las islas japonesas, así como el
control inmediato sobre la isla de Okinawa (hasta 1972). En 1960, la revisión y
extensión de este Tratado de Seguridad entre los Estados Unidos y Japón
provocó las mayores manifestaciones políticas en la historia de Japón, que
suscitaron la cancelación de una visita del presidente Dwight D. Eisenhower a
Japón. La presencia militar estadunidense continúa hasta la fecha y sigue vigente
la constitución redactada por los Estados Unidos. Desde 1945, de hecho, Japón
se ha mantenido como uno de los aliados más devotos de los Estados Unidos en
el mundo. Sin embargo, después de que Japón recuperó su independencia, las
sentencias de los criminales de guerra de todas las clases se conmutaron en 1957
y, después de 1954, por muchos años los primeros ministros fueron con
frecuencia hombres purgados durante la ocupación.
LA RECUPERACIÓN ECONÓMICA Y EL “ESTADO DESARROLLISTA”
Para mucha gente en Japón, el primer invierno después del final de la segunda
Guerra Mundial fue el más duro. Como resultado de los bombardeos de la
guerra, millones de personas vivían en situación de indigencia y se veían
obligadas a dormir en las estaciones del metro o en cualquier otro refugio
improvisado que pudieran encontrar. La producción industrial se situó en sólo
una fracción de sus niveles previos a la guerra y cerca de cinco millones de
japoneses estaban desempleados. Sólo muy lentamente se recuperó Japón de esta
devastación. Al término de la ocupación, la recuperación apenas había
comenzado. El producto interno bruto per capita (PIB) no recuperó su nivel
previo a la guerra sino hasta 1953. La dificultad de la recuperación económica
se agravó por la casi completa falta de materias primas en las islas. El estallido
de la Guerra de Corea en 1950 —en cuyas batallas las Naciones Unidas
utilizaron a Japón como una invaluable base de avanzada— propició un auge
menor en la economía japonesa, pero no sería sino hasta el final de la década de
1950 en que ésta logró despegar.
Entonces, desde 1955 hasta 1973, el crecimiento anual promedio del PIB de
Japón fue mayor de 10%. En dos décadas, desde 1950 hasta 1970, el PIB se
multiplicó cerca de 20 veces. Para 1968, Japón había superado a Alemania
Occidental para convertirse en la tercera mayor economía del mundo. Al mismo
tiempo, el sector industrial de la economía de Japón se convirtió al fin en uno de
los más desarrollados de todo el planeta. En la década de 1950, la etiqueta
“hecho en Japón” aún era sinónimo de “barato” para los consumidores de los
Estados Unidos. Pero Japón cambió velozmente de su base inicial en los textiles
y otras industrias ligeras a productos electrónicos de consumo más avanzados.
Por ejemplo, el transistor fue inventado por los laboratorios Bell en 1948 y,
durante la década de 1950, la Sony Corporation japonesa adaptó esta nueva
tecnología para crear toda una nueva generación de radios portátiles ligeros.
Como resultado, Japón pronto logró dominar el mercado mundial de los radios
de transistores. No contentas con lo que habían logrado hasta ahora, las
corporaciones japonesas empezaron a crecer hasta convertirse en enormes
productoras de artículos más grandes y complejos. Los primeros automóviles
Toyota Toyopet se descargaron en los Estados Unidos en 1957 (figura X.1). Para
1981, Japón se había convertido en el mayor fabricante de automóviles del
mundo y en una auténtica superpotencia económica global.
Una explicación para el impresionante éxito económico del Japón de la
posguerra pudo haber sido la total devastación ocasionada por la propia guerra,
que sirvió a su vez como un borrón y cuenta nueva que permitió empezar a
trabajar con las últimas tecnologías y las instalaciones más modernas, obtenidas
mediante generosos (aunque no gratuitos) acuerdos de transferencia de
tecnologías desde los Estados Unidos y otros países desarrollados. El radio de
transistores es uno de los ejemplos más clásicos de este tipo de transferencia.
Japón también disfrutó de la inmensa ventaja de que sus exportaciones tuvieran
un acceso relativamente ilimitado al gran mercado consumidor estadunidense,
aunque Japón no era el único en ocupar esa posición. Sin embargo, Japón
también gozó del beneficio de contar con un bien entrenado y experimentado
capital humano que había sobrevivido desde antes de la guerra y gran parte del
crédito por el éxito japonés se debió simple e innegablemente al trabajo duro y la
determinación del pueblo japonés.
FIGURA X.1. El Toyota Toyopet, exhibido al momento de su llegada a San
Francisco en 1957, era el primer automóvil exportado de Japón. ©
Bettmann/Corbis.
En los primeros años de la posguerra había un consenso popular en Japón acerca
de la importancia del crecimiento económico como prioridad nacional. En parte
como resultado de las reformas impuestas por la ocupación, como la
redistribución de las tierras de cultivo y el desmembramiento de los zaibatsu, se
dio también el caso de que, durante este periodo de acelerado crecimiento
económico, Japón fue la nación industrializada con la distribución del ingreso
más equitativa del mundo (aunque para finales del siglo XX esto era cada vez
menos cierto). La población japonesa de la posguerra era en su gran mayoría de
clase media.¹ Algunas características únicas de la economía japonesa de este
periodo eran también notablemente igualitarias e incluían una esperanza de
empleo seguro de por vida (al menos para los empleados afortunados de las
grandes corporaciones) y un pago basado más que nada en la experiencia.
Aunque esto restringía la movilidad de la vida profesional individual y el alcance
de las ambiciones personales, también limitaba la competencia entre compañeros
de trabajo y supuestamente alentaba un espíritu de cooperación. Las llamadas
decisiones tomadas desde la base permitían hasta a los gerentes de menor nivel
participar en la formulación de las políticas corporativas, mientras que los altos
ejecutivos en general se abrían paso desde los puestos inferiores para ascender
en sus compañías y permanecían satisfechos con salarios relativamente modestos
(así como altas tasas de impuestos sobre los ingresos).
Otro elemento fundamental en el crecimiento industrial de Japón era la relativa
abundancia de capital para invertir. Esto se debía quizá a los índices
excepcionalmente altos de ahorros personales del país. Si bien es cierto que la
inclinación a ahorrar de los japoneses fue fomentada por algunas disposiciones
específicas de los impuestos gubernamentales, algunos analistas se inclinan a
atribuirla, de manera más controvertida, a algo relacionado con la cultura
confuciana. Esto resulta debatible, pero es un hecho que los altos índices de
ahorro han sido una característica común en toda la Asia oriental moderna.
Aunque su efectividad es asimismo discutible, unas medidas gubernamentales
deliberadas también constituyeron un factor. Japón fue el “Estado desarrollista”
original de Asia oriental. En la década de 1970, los funcionarios japoneses
describían abiertamente a su país como poseedor de una “economía de mercado
orientada a la planificación”.¹¹ Una pincelada del horizonte histórico ayuda a
explicar esta situación. Japón emprendió su camino en la dirección de un
mercado capitalista laissez-faire de corte angloestadunidense tras un periodo
inicial de industrialización fomentada por el Estado en la era Meiji a finales del
siglo XIX. Pero el punto muerto económico de la década de 1920, el pánico
bancario de 1927 y luego el arranque de la Gran Depresión dieron vida al
impulso de Japón por encaminarse hacia la llamada racionalización industrial.
Ésta implicaba una extraña mezcla de influencias, que iban desde los expertos en
eficiencia de estilo estadunidense hasta los planes quinquenales de corte
soviético, pero se enfocaba muy especialmente en el modelo alemán. En 1930,
por ejemplo, un burócrata llamado Kishi Nobusuke (1896-1987) pasó siete
meses en Berlín estudiando la racionalización industrial. En Japón, dicha
racionalización se interpretó como el remplazo de una competencia
supuestamente excesiva por la cooperación. Kishi Nobusuke ejerció más tarde el
cargo de director interino en el Departamento Industrial de Manchukuo (el
principal laboratorio para el experimento previo a la guerra de la
industrialización promovida por el Estado) en la década de 1930 y, en los
siguientes años, fue ministro de Comercio e Industria del gobierno interno
durante la segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, Kishi fue encarcelado
temporalmente como sospechoso de crímenes de guerra pero, tras ser dejado en
libertad, ocupó el cargo de primer ministro entre 1957 y 1960, al inicio del
“milagro” económico del Japón de la posguerra.¹²
Sin embargo, el capitalismo guiado por el Estado que se convirtió en una
característica japonesa después de la segunda Guerra Mundial fue, de cierta
manera, un híbrido curioso entre la experiencia japonesa previa a la guerra y las
prácticas de la ocupación aliada de la posguerra. Por ejemplo, conforme el CSPA
comenzó a cambiar sus prioridades hacia una reconstrucción económica, para
1947 las autoridades de ocupación promovían de forma deliberada las industrias
estratégicas en Japón, utilizando maniobras como la asignación de recursos, los
préstamos provenientes del Banco Financiero de Reconstrucción y los subsidios
directos del gobierno. Aun cuando el CSPA había desintegrado los zaibatsu y
purgado a los antiguos oficiales militares, políticos y líderes de negocios,
relativamente pocos burócratas fueron eliminados después de la guerra y el nivel
de control burocrático alcanzó, de manera irónica, la cúspide durante la
ocupación dirigida por los Estados Unidos.¹³
El Ministerio de Comercio e Industria de los años previos a la guerra (que se
reorganizó como Ministerio de Municiones durante la segunda Guerra Mundial)
volvió a reorganizarse en 1949, durante la ocupación, como Ministerio de
Comercio Internacional e Industria (MCII). A finales de la década de 1950, el
MCII comenzó a identificar sectores clave específicos de la industria, como el
refinamiento de petróleo, los petroquímicos y los electrónicos, para
desarrollarlos de manera deliberada. Para promover estas industrias, el MCII
podía aprobar directamente créditos a bajas tasas de interés del Banco de
Desarrollo de Japón o del Banco de Importaciones y Exportaciones de Japón, así
como subsidios gubernamentales inmediatos o la eliminación de impuestos en
cosas como la porción de ganancias corporativas provenientes de las
exportaciones. El MCII también controlaba el acceso a la tecnología y a las
divisas extranjeras y mantenía la autoridad para concesionar los sectores claves.
Para proteger las industrias estratégicas de la competencia extranjera, el
gobierno recurrió en ocasiones a la implantación de cuotas directas sobre las
importaciones. Por ejemplo, hasta 1965 estuvieron en vigor las cuotas de
importación sobre los automóviles fabricados en el extranjero.
Aparte de la limitación inicial a los bienes de importación manufacturados en el
extranjero, Japón se ha mantenido aún más consistente y obstinadamente
renuente a recibir inversión extranjera directa. Incluso décadas después de la
liberación económica, al inicio del siglo XXI, en 2001, la inversión extranjera
directa era de sólo 0.4% del producto interno bruto (PIB).¹⁴ Este rechazo
significaba que Japón se encontraba demasiado supeditado a las fuentes internas
de capital y, dado que el mercado japonés de valores sólo aportaba, en 1963,
cerca de 10% del capital total necesario, la mayor parte del dinero para el
crecimiento inicial de la industrialización en la posguerra provino de los bancos
en forma de préstamos. Ya que el Banco de Japón, principal fuente de la mayoría
de los préstamos, se encontraba bajo la supervisión del Ministerio de Finanzas,
el resultado era que existía cierto grado de supervisión gubernamental indirecta
sobre la mayor parte de las decisiones de inversión. Sin embargo, quizá más
importante que la guía del gobierno era el hecho de que, como la industria
obtenía una parte tan grande de su capital mediante préstamos bancarios, las
empresas se encontraban relativamente bajo poca presión para atraer
inversionistas provenientes del mercado de valores al mostrar cada trimestre
incrementos regulares en las ganancias y eran libres para concentrarse más en su
crecimiento a largo plazo, la participación en el mercado y la estabilidad.
Mientras tanto, y tal vez como reflejo del papel decisivo desempeñado por los
bancos en este sistema de la posguerra, se conformaron nuevos grupos
empresariales gigantes centrados en los bancos, conocidos como keiretsu, en
especial alrededor de bancos como el Fuji, el Sanwa, el Daiichi, el Mitsui y el
Sumitono. Estos keiretsu consistían por lo regular en un banco grande, una
compañía de comercio general y varias empresas industriales. Se diferenciaban
de los zaibatsu previos a la guerra en que ya no contaban con juntas centrales ni
con sociedades de control y en cambio funcionaban como redes de propiedad y
financiamiento de capital mutuo y preferían (incluso de forma obligatoria) a los
socios comerciales.
Estos grupos empresariales compitieron entonces ferozmente entre ellos en lo
que era a todas luces una economía predominantemente capitalista, a pesar de
cierta guía del gobierno burocrático. La administración burocrática de la
economía había alcanzado de hecho su punto más alto durante los años de la
ocupación y tendió a decaer después. Tan pronto como en 1951 las concesiones
sobre los impuestos empezaron a remplazar los subsidios gubernamentales
directos como herramienta para promover el desarrollo industrial. La liberación
significativa de la economía japonesa comenzó aproximadamente en 1961 y una
guía administrativa más difusa (y más fácil de pasar por alto) sustituyó los
controles burocráticos directos. Para la década de 1980, Japón contaba en
realidad con una burocracia gubernamental local y central proporcionalmente
mucho menor que la de los Estados Unidos y que la mayoría de las democracias
industrializadas.¹⁵
LAS GUERRAS COMERCIALES Y EL FIN DEL MILAGRO JAPONÉS
El éxito del milagro económico fue tan espectacular que en 1979 se publicó un
influyente libro con el desconcertante título de Japan as Number One: Lessons
for America [Japón como el número uno: lecciones para los Estados Unidos].¹
El ingreso per capita de Japón superó de hecho al de su contraparte
estadunidense en 1988 (aunque desde entonces se ha vuelto a hundir por debajo
del estadunidense, y un nivel de vida comparativo y significativo es, en todo
caso, más difícil de medir). Hacia finales de la década de 1980, Japón parecía
estar preparado para surgir como la economía líder en el mundo. Para 1991, se
había convertido en el principal donante de ayuda extranjera en el mundo y al
mismo tiempo había eclipsado a los Estados Unidos como una fuente de
inversión extranjera en Asia.
Mientras algunos estadunidenses estudiaban el modelo japonés en busca de
posibles enseñanzas, otros simplemente sentían que el campo de juego se
encontraba injustamente sesgado en su contra. Se decía que Japón practicaba
políticas comerciales de un neomercantilismo predatorio o proteccionista.
Aunque los Estados Unidos habían proporcionado durante décadas al gobierno
japonés protección militar y libre acceso a su mercado de consumo,
supuestamente Japón no había actuado con reciprocidad abriendo su propio
mercado a los productos extranjeros. La década de 1980 se convirtió en un
periodo de guerras comerciales, a menudo con una gran carga emocional, entre
Japón y sus principales aliados. Las tensiones entre los dos países se reflejan en
libros como el de Clyde Prestowitz, Trading Places: How We Allowed Japan to
Take the Lead [Intercambio de lugares: cómo permitimos que Japón tomara el
mando], con su inquietante primer capítulo titulado: “The End of the American
Century” [El fin del siglo estadunidense].¹⁷
Una dificultad respecto de las acusaciones de prácticas de comercio injustas era
que, para la década de 1980, ya había sido levantada la mayoría de las
restricciones proteccionistas del inicio de la posguerra en Japón (excepto en la
sensible categoría de los alimentos) pero, aun así, el mercado japonés
permanecía extrañamente resistente a la penetración de productos extranjeros.
Una explicación parcial de lo anterior pudo haber sido el mantenimiento de
densas redes de clientes preferentes y de relaciones comerciales preferenciales
dentro del sistema japonés, así como los complicados patrones de distribución en
que intervenían numerosos intermediarios y muchas tiendas familiares pequeñas.
A finales del siglo XX, la mitad de las tiendas al menudeo japonesas todavía
contaban con no más de dos empleados. Sin embargo, decidido a resolver el
asunto, el Congreso de los Estados Unidos aprobó en 1988 una ley comercial
colectiva que contenía la llamada disposición Súper 301, que exigía la citación
de socios comerciales injustos. Aun antes, en septiembre de 1985, los ministros
de finanzas de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón se
reunieron en el Hotel Plaza de Nueva York para desarrollar un plan que redujera
el déficit comercial estadunidense al disminuir el valor de intercambio de divisas
del dólar, el cual podría hacer que las exportaciones estadunidenses (valuadas en
dólares) fueran más baratas y por ello, en teoría, más competitivas. El Acuerdo
del Plaza resultante causó que el valor del yen (que antes se había fijado en 360
por dólar en el tiempo de la ocupación aliada y hasta 1971) se disparara de 239
por dólar a un valor tan alto como 79 yenes por dólar, para 1995.
En Japón, los funcionarios respondieron a las guerras comerciales con múltiples
debates acerca de la necesidad de internacionalizarse y ajustarse para estar a la
altura de las condiciones y expectativas mundiales. Sin embargo, curiosamente,
al mismo tiempo revivía un interés por la identidad nacional (llamado
Nihonjinron o “discursos sobre el pueblo japonés”). A nivel popular, Japón era
imaginado como poseedor de una cultura única que podía rastrearse hasta sus
orígenes en la Edad de Piedra y existía incluso cierto espíritu resurgente de
nacionalismo japonés. Ejemplo de lo anterior es el requisito, estipulado en 1989
por el Ministerio de Educación, de que las escuelas ondearan la bandera del “Sol
Naciente” y cantaran el himno nacional durante las ceremonias. A pesar de que
las concomitantes demandas de internacionalización y el reavivado interés por lo
japonés parecían impulsos contradictorios, la paradoja se explica de manera
parcial por el surgimiento de la noción de que el excepcional éxito económico
japonés se debía precisamente a su carácter nacional único.¹⁸
A medida que Japón había prosperado, aspectos de la cultura japonesa
supuestamente tradicional, como la preferencia por agrupaciones de tipo familiar
(por ejemplo, concebir los negocios como una familia ficticia), la prioridad de la
armonía sobre la competencia y la toma de decisiones mediante consenso,
habían llegado a ser exaltadas (por algunos) como razones del éxito japonés. “El
entrenamiento espiritual”, desacreditado de cierta forma por la derrota en la
segunda Guerra Mundial, gozó de una reaparición a principios de la década de
1970. Muchas empresas instauraron programas de entrenamiento espiritual en
que los empleados moldeaban su carácter al soportar el trabajo físico, ejercicios
de corte militar, largas caminatas y la práctica de la meditación zen.¹
Para finales de la década de 1980, los japoneses tenían buenas razones para
sentirse orgullosos de sí mismos. En enero de 1989 comenzó, literalmente, una
nueva era con la muerte del emperador Shōwa (Hirohito), después de un largo
reinado de 63 años. El periodo de reinado del nuevo emperador se llama Heisei,
que significa “alcanzando la paz”. Sin embargo, esta nueva era encaró casi de
inmediato dificultades. Aunque el Acuerdo del Plaza de 1985 había aumentado
de manera considerable el valor de cambio del yen, durante algunos cuantos
años la industria japonesa fue capaz de compensar con éxito el aumento en el
costo relativo de sus exportaciones con inversiones aceleradas. Esto, sin
embargo, dio lugar a valores de activos inflados y a una burbuja económica. La
bolsa japonesa se disparó y los precios inmobiliarios alcanzaron niveles
increíbles. A finales de la década de 1980, el terreno donde se levanta el palacio
imperial en el centro de Tokio tenía el mismo valor que toda California. Una
broma popular afirmaba que si lograbas doblar el billete japonés de mayor
denominación emitido por el gobierno, el de 10 000 yenes, tan apretadamente
como fuera posible y lo dejaras caer en el costoso distrito de Ginza de Tokio, no
alcanzaría para pagar el costo del terreno que cubría.²
En 1990, de manera casi inevitable, terminaron por estallar estas burbujas de los
mercados inmobiliarios y bursátiles. Los precios de los bienes raíces comerciales
de las principales ciudades de Japón cayeron hasta en 85% y, para 1992, el
índice bursátil Nikkei se redujo 60% desde su máximo de 1989. Esto dejó a
Japón con un exceso de capacidad industrial y enormes deudas. A principios del
siglo XXI, los bancos japoneses pueden haber acumulado hasta 100 billones de
yenes en deudas, o casi 20% del PIB. Hoy en día parece improbable que vuelvan
las antiguas y entusiastas tasas de crecimiento económico. El dilema de Japón es
que es capaz de producir más de lo que puede consumir su mercado interno.
Asimismo, con el surgimiento de nuevas potencias manufactureras rivales
asiáticas (como China) y el “adelgazamiento” de la propia manufactura de Japón
debido a la transferencia de la producción al extranjero, el crecimiento
impulsado por las exportaciones ya no puede generar el tipo de expansión
dinámica de la economía japonesa que alguna vez generó.
Si la economía japonesa se encuentra estancada, la población japonesa, a su vez,
envejece. La combinación de una baja tasa de natalidad de remplazo con la
esperanza de vida media más larga del mundo convierte a Japón en la sociedad
que más rápidamente envejece en el planeta. La fuerza de trabajo japonesa
alcanzó su punto máximo en 1998 y existen predicciones de que la población
puede disminuir incluso a la mitad en el próximo siglo. Que la sociedad japonesa
también permanezca resistente a la inmigración a gran escala y a la generación
de nuevos ciudadanos japoneses mediante la naturalización no augura nada
bueno para un resurgimiento de las milagrosas tasas de crecimiento.
Como sucedió, el aparente fin del milagro japonés también coincidió con la
caída del muro de Berlín en 1989 y el descenso de la bandera roja de la Unión
Soviética sobre las paredes del Kremlin en Moscú por última vez en 1991. El
antiguo bloque soviético se disolvió y el mayor país comunista que quedaba,
China, que ya había empezado a experimentar con una economía de mercado
años atrás, para la década de 1990 por momentos parecía ser aun más capitalista
que los mismos capitalistas. Con el fin de la Guerra Fría, la desregulación, la
privatización, el libre comercio y la globalización estaban de moda por todas
partes. Un acontecimiento importante en esta época de globalización, posterior a
la Guerra Fría, fue la creación de una nueva Organización Mundial de Comercio
(OMC) en 1995. Impulsada por internet y otras nuevas tecnologías de la
información, en la década de 1990 la economía de los Estados Unidos se
embarcó en lo que se ha denominado la más larga expansión sostenida en
tiempos de paz de la historia estadunidense. Al tiempo que resurgía la confianza
en sí misma de esa nación, Japón parecía más alicaído.
JAPÓN Y LA GLOBALIZACIÓN
A pesar del fin de las espectaculares tasas de crecimiento económico, Japón
sigue siendo hoy en día una sociedad próspera, muy desarrollada y totalmente
moderna, que resulta de muchas formas un lugar muy atractivo para vivir. El
desarrollo económico sin restricciones de los primeros años de la posguerra
acarreó sus propios costos, o inconvenientes, como hacer de Japón uno de los
países más contaminados sobre la Tierra. En la década de 1970, una creciente
conciencia de los riesgos de la contaminación y un activismo cívico trajeron
consigo nuevos controles y reglamentos, así como el inicio de mejoras
ambientales. Desde la década de 1990, cierta relajación en la intensa presión por
mantener un constante crecimiento económico pudo haber contribuido también a
hacer más fácil y sencillo disfrutar un poco de la vida.
A diferencia de lo que sucedía en fecha tan reciente como el final de la segunda
Guerra Mundial, Japón es en la actualidad una sociedad abrumadoramente
urbana en que cerca de 80% de las personas viven en ciudades. En general, estas
ciudades japonesas son también lugares muy agradables. Entre ellas, Tokio pudo
haber sido ya la ciudad más grande del mundo en el siglo XVIII, y aun cuando
quizá hace poco haya sido rebasada en tamaño por la Ciudad de México, todavía
es una enorme metrópoli que alberga a cerca de 30 millones de personas. Fuera
de algunos grupos de rascacielos dispersos, el perfil urbano de Tokio es poco
llamativo y poco distintivo. La ciudad se ha descrito como si fuera semejante a
una serie (en apariencia) interminable de pueblos urbanos, cada uno centrado
alrededor de un pasaje comercial y conectado por una red de líneas subterráneas
extraordinariamente eficiente. Como resultado de los bombardeos
estadunidenses de 1945, y de la incesante construcción, es una ciudad casi
enteramente nueva.
Tokio es nuevo y moderno y en general mantiene una apariencia “occidental”.
Por supuesto, Japón ya había comenzado a occidentalizarse de manera
consciente a finales del siglo XIX. La ocupación de posguerra encabezada por
los Estados Unidos aceleró en gran medida el ritmo de lo que entonces era a
menudo una influencia específicamente estadunidense. Durante la Guerra Fría,
mientras una cortina de bambú dividía Asia oriental, fueron las partes de esta
región que vieron más hacia el este —al otro lado del Pacífico, hacia los Estados
Unidos—, como Japón, las que resultaron especialmente dinámicas. Si se hace
un balance, es posible argumentar de forma plausible que la presencia
estadunidense ha resultado en general benéfica y que “la mayor parte de la gente
de Asia oriental vive en mucho mejores condiciones que si los estadunidenses se
hubieran quedado en casa”.²¹ Más allá de la indiscutible y creciente
interconectividad económica de la Cuenca del Pacífico, ha habido también una
considerable cantidad de “estadunización” cultural.
Si Japón es en la actualidad, de muchas maneras, sólo otra sociedad moderna,
industrializada y occidental, su rostro es, a menudo, específicamente
estadunidense. Por ejemplo, el béisbol goza de una enorme popularidad en
Japón. En 2007, cuando el primer ministro de la República Popular de China
visitó Japón en un esfuerzo por mejorar las relaciones entre ambos países, una de
las actividades de éste que más se anunció fue su participación en un partido de
softball que se jugaría en una universidad japonesa. Si la cadena de restaurantes
de comida rápida McDonald’s representa el epítome de la cultura popular
moderna estadunidense, después de la apertura de su primera sucursal en Tokio
en 1971, McDonald’s se convirtió en el restaurante número uno en Japón por
volumen de clientes (con Kentucky Fried Chicken como el número dos) y
también en una parte tan integral de la cultura japonesa que —de acuerdo con
una historia contada a menudo (y posiblemente ni siquiera apócrifa)— los
jóvenes japoneses que vacacionan en los Estados Unidos en ocasiones se han
llevado “la grata sorpresa” de descubrir que también hay McDonald’s en ese
país.²² Ya existían cafeterías en las calles de las ciudades japonesas mucho antes
de la aparición de la cadena estadunidense Starbucks, pero después de la
explosiva expansión de la compañía, la sucursal de Starbucks con más clientes
en el mundo pronto se localizó en Tokio.²³ La Disneylandia de Tokio abrió sus
puertas en 1984 y en poco tiempo los japoneses gastaban más dinero en ese
parque de atracciones que los mismos estadunidenses en cualquiera de los dos
parques temáticos de Disney en California y Florida.²⁴ La creciente ola de
cultura pop estadunidense incluso amenazaba con empantanar la propia cultura
nativa de Japón, para alarma de algunos conservadores culturales. A mediados
de la década de 1980, por ejemplo, cundió un gran alboroto en los medios de
comunicación cuando se informó que los jóvenes japoneses estaban olvidando
cómo utilizar los palillos chinos. (El uso de los palillos, llamados hashi en
japonés y kuaizi en chino, es otro identificador cultural —menor, pero simbólico
en su propia forma— de Asia oriental. En la Gran China, al menos, el uso de los
palillos sigue sin verse amenazado por los tenedores y cuchillos, y en realidad
son aún muy comunes en Japón también.)
Sin embargo, si “Japón está claramente occidentalizado”, también es cierto que
“los occidentales que visitan ese país no necesariamente encuentran familiar lo
que ven”.²⁵ Además de que las influencias occidentales individuales se
modifican a veces en el proceso de asimilación, la yuxtaposición de éstas con
otras, provenientes a veces de fuentes muy diversas, también puede resultar
inesperada. Tampoco todas las influencias occidentales proceden de los Estados
Unidos. Por ejemplo, durante los primeros años de la ocupación de la posguerra,
a pesar de la abrumadora presencia militar estadunidense que había en ese
momento, las traducciones al japonés de autores franceses, alemanes, rusos y
británicos sobrepasaban a las de escritores estadunidenses.² Más que el inglés, el
francés ha sido el idioma estándar usado en las oficinas postales japonesas de la
posguerra a nivel internacional. Y, aun cuando la constitución japonesa vigente
fue escrita en realidad por estadunidenses, como antes mencionamos, el sistema
parlamentario del país se apega al modelo británico, además de que los
japoneses manejan sus automóviles del lado izquierdo de la calle como lo hacen
los británicos.
El hecho de que McDonald’s sea el restaurante líder en Japón se debe
principalmente a que la mayoría de esos restaurantes son operaciones
independientes y pequeñas en el país y no grandes cadenas corporativas. La gran
mayoría de los restaurantes se apega en realidad a un estilo japonés (moderno) y
hay también restaurantes de comida china, italiana, francesa e india, entre otros.
El béisbol y el golf son realmente populares, pero el sumo mantiene también sus
seguidores. Muchos hogares todavía utilizan tapetes de tatami en vez de pisos
sólidos de estilo occidental. No es poco común que la población se vista en
ocasiones con kimonos con un corte semitradicional y, en realidad, un
significativo número de personas practica tradiciones como la ceremonia del té o
el arte del arreglo de flores (ikebana). Precisamente porque Japón adoptó una
postura conservadora hacia la modernización, los japoneses han preservado, a
veces de manera muy autoconsciente, elementos de su tradición. A menudo, los
visitantes se encuentran ante la disyuntiva explícita de elegir entre el “estilo
japonés” y “el estilo occidental” (Wafū o Yōfū). Por otra parte, a pesar del casi
universal estudio del inglés en Japón como segunda lengua y de que hay muchos
japoneses verdaderamente competentes en él, el inglés en realidad todavía no se
habla de forma extendida en las calles. En otras palabras, a pesar de toda la
modernización, occidentalización y estadunización, Japón sigue siendo de algún
modo japonés.
Además, si en la actualidad Japón se está globalizando —volviendo cada vez
más estadunidense, según interpretan algunos— en un sentido cultural, también
se ha convertido por propio derecho en un gran centro alternativo de influencias
globalizantes. Esto incluye los productos materiales de la industria japonesa,
aunque no se limita a ellos. Oculto bajo el estancamiento superficial de la
economía desde 1990, ha habido un enorme repunte en la inversión japonesa en
otras partes de Asia. El número de empresas japonesas que operan en China, por
ejemplo, se incrementó 15 veces entre 1988 y 1997.²⁷ Marcas japonesas, como
Sony, Panasonic, Nintendo, Nissan, Isuzu, Mitsubishi, Honda, Toyota y Lexus,
son reconocidas en todo el mundo por su calidad. Más allá de estos productos
industriales, Japón ejerce además una poderosa atracción cultural. Un reciente
libro en inglés, The Sushi Economy, considera al sushi japonés (arroz avinagrado
con mariscos frescos y otras exquisiteces) como un indicador del grado de
globalización.²⁸ Douglas McGray ha sugerido incluso que Japón puede
convertirse en la siguiente superpotencia cultural, un centro de lo que se tiene
por “cool” a nivel mundial.²
El programa de televisión para niños los Power Rangers se transmitía en 80
países diferentes a mediados de la década de 1990 y en su momento cumbre se
dice que era el programa televisivo infantil más visto en el mundo.³ La mayoría
de los dibujos animados del mundo se crean ahora en Japón, y el estilo
específicamente japonés llamado anime ha atraído una especie de culto mundial
de seguidores (entre los títulos familiares se incluyen Sailor Moon, Speed Racer,
Astro Boy y Doraemon.) A pesar de que todavía persisten en ocasiones amargos
recuerdos del imperialismo japonés de principios del siglo XX (Corea del Sur,
por ejemplo, prohibió de forma oficial la importación de productos de la cultura
popular japonesa hasta 1998), la cultura pop de Japón se ha abierto caminos
especiales entre los jóvenes asiáticos. Hello Kitty y el karaoke han sido
infinitamente más populares en Asia oriental de lo que lo han sido en Occidente
y los videojuegos, programas de televisión y música pop japoneses se pueden
encontrar en todas partes. Aunque se ha traducido a 15 idiomas distintos y es
popular en todo el mundo, la obra narrativa de Haruki Murakami parece resonar
especialmente entre los asiáticos orientales. Sólo en 2005 se imprimieron cerca
de tres millones de ejemplares de sus libros en la República Popular de China. A
pesar del carácter a menudo abiertamente global, occidentalizado y cosmopolita
de sus temas, sus escritos “llevan a Japón al mundo en el mismo grado en que
hacen lo contrario”.³¹
En Taipéi, capital de Taiwán, el primer gran rascacielos que se construyó fue el
edificio Mitsukoshi, una tienda departamental japonesa. Aunque desde entonces
ha sido eclipsado por el más nuevo Taipéi 101, que por algunos años a principios
del siglo XXI fue el rascacielos más alto del planeta, el edificio Mitsukoshi aún
se eleva sobre el perfil urbano del viejo centro de la ciudad. Las influencias
culturales japonesas en Taiwán empezaron a surgir especialmente en la década
de 1980. A mediados de ésta, las publicaciones en japonés se vendían más que
las escritas en inglés y, a pesar de una continua restricción oficial a las canciones
y películas japonesas, 31% de la renta de videos en Taiwán correspondía a
producciones japonesas.³² Un restaurante de Taipéi del siglo XXI anuncia
auténtico curry al estilo japonés. El curry se originó como un platillo de estilo
indio que fue popularizado por los británicos y, en su forma previamente
envasada, se convirtió en un alimento básico de la dieta japonesa moderna que es
muy fácil de conseguir en cafeterías y restaurantes de bajo precio. Así como el
curry al estilo japonés que se vende en Taipéi, un proceso similar de hibridación
conforma en realidad el núcleo de gran parte de la globalización cultural (figura
X.2).
FIGURA X.2. El Taipéi 101, de Taiwán, fue el rascacielos más alto del mundo
entre 2003 y 2009. El prominente letrero blanco del primer plano de esta
fotografía, al lado derecho de la calle, anuncia (en chino) “Ramen (fideos) al
estilo japonés”. Éste es un interesante ejemplo no sólo de la influencia de la
moderna cultura popular japonesa en Taiwán (y la Gran China), sino también —
dado que los fideos Ramen son en realidad una adaptación japonesa moderna de
lo que alguna vez fue originalmente un platillo chino— de la influencia china en
Japón. Los fideos Ramen instantáneos deshidratados se han convertido en la
actualidad en un alimento básico y barato de la dieta mundial, y son ilustrativos
de los patrones a veces sorprendentemente complejos y circulares que sigue lo
que llamamos globalización. © Louie Psihoyos/ Corbis.
De muchos productos japoneses modernos puede decirse que fueron, en alguna
medida, ideas originalmente occidentales —incluyendo los automóviles, los
transistores, los videos de música pop y las caricaturas—, que ahora da la
casualidad que se manufacturan en Japón. Esto podría verse simplemente como
una evidencia adicional de la occidentalización de Japón, salvo porque esos
productos han recibido a menudo un giro japonés en el proceso y, a veces,
incluso regresan a Occidente para influir a su vez en él. La palabra anime
(pronunciada “ah-ni-mey”), por ejemplo, proviene de la palabra inglesa
animation (animación). Esto ilustra muy bien las complejas corrientes que se
cruzan en la globalización cultural.
El judo era, por supuesto, un arte marcial originario de Japón y todavía hoy en
día, según se practica en los Estados Unidos, requiere por lo común cierta
cantidad de atuendos, rituales y vocablos japoneses. Sin embargo, desde el
comienzo fue un híbrido moderno. Fue inventado en la década de 1880 (con base
en viejos estilos de combate sin armas) por el primer miembro japonés del
Comité Olímpico Internacional. En parte, pudo haberse inspirado en la antigua
filosofía daoísta china de la conciliación —“utilizar lo suave para conquistar lo
duro”—, pero fue influido también por ideas europeas modernas sobre el deporte
y la importancia del ejercicio físico. Tras su aceptación como deporte olímpico
en 1960, el judo se volvió internacional. Para finales del siglo XX había más
practicantes de judo en Europa que en Japón, los europeos competían por la
mayoría de los títulos de primera clase y los idiomas oficiales de la Federación
Internacional de Judo eran el inglés y el francés, no el japonés.³³
La colonia británica de Hong Kong, localizada en la costa de China, experimentó
una invasión de música pop japonesa moderna durante la década de 1980. Esta
música incluía tanto las canciones originales en japonés como las versiones
locales en cantonés. Por ejemplo, en algún momento de 1989, circulaban en
Hong Kong cuatro versiones diferentes casi simultáneas de la misma canción
japonesa. En la década de 1990, esta explosión japonesa fue seguida por una
especie de reacción en contra y una reivindicación del talento musical nativo de
Hong Kong. Aun cuando las versiones en cantonés de canciones japonesas se
volvieron menos comunes en la década de 1990, la música original de Japón
siguió siendo popular. Con todo, lo que parece encontrarse de moda más
recientemente es una hibridación de música pop.³⁴
Como una última ilustración de los complicados patrones en que lo global y lo
local, lo tradicional y lo nuevo, se entrelazan en la formación de la cultura pop
moderna, el llamado estilo musical enka se considera a menudo como la
verdadera materialización de las tradiciones musicales populares (opuestas a las
de élite) nativas japonesas. Aun así, el enka combina en realidad instrumentos
occidentales modernos con las escalas y técnicas japonesas y, aunque la propia
palabra enka se puede rastrear tan atrás como la década de 1880, el estilo enka
familiar no surgió en realidad sino hasta la década de 1920, o incluso después. A
pesar de su asociación popular con el “alma de los japoneses”, a algunos artistas
no japoneses como Teresa Teng (Deng Lijun, 1953-1995) se les ha definido
también como cantantes de enka. Aunque Teresa Teng grabó con frecuencia en
japonés, era más común que lo hiciera en su chino mandarín natal. Teresa (aquí
cabe resaltar también su primer nombre, un préstamo occidental) era una china
“continental”, pero nacida y educada en Taiwán, cuya voz clara y dulce y sus
múltiples melodías exitosas cumplieron un papel que “no se puede subestimar”
en reintroducir la música pop comercial de estilo occidental moderno en la
República Popular de China del continente, a medida que ésta comenzaba a salir
del aislacionismo maoísta después de 1978. Incluso después de su trágica muerte
prematura a causa del asma en 1995, Teresa se mantiene como una de las más
queridas cantantes de pop en todo el mundo de habla china. De alguna forma
logró combinar al mismo tiempo el hecho de ser una cantante taiwanesa que era
china por antonomasia con un estilo a la vez occidental y japonés.³⁵
El mundo se entreteje cada vez más. La globalización opera a través de las
fronteras nacionales (que, sin embargo, aún siguen siendo importantes) en
patrones complejos y turbulentos. Japón, que ha sido llamada la primera
sociedad no occidental del mundo en modernizarse con éxito, quizá permanezca
como la más exitosa de todas. No obstante, aunque es difícil definir o explicar
con precisión lo que esto significa, de alguna manera Japón continúa
preservando su identidad.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
La ocupación de los aliados después de la guerra la aborda John W. Dower,
Embracing Defeat: Japan in the Wake of World War II, W. H. Norton, Nueva
York, 1999. Para conocer una visión crítica de los procesos de los acusados por
crímenes de guerra, véase Richard H. Minear, Victors’ Justice: The Tokyo War
Crimes Trial, Princeton University Press, Princeton, 1971.
Sobre la política japonesa durante la posguerra, véanse Takeshi Ishida y Ellis S.
Krauss (eds.), Democracy in Japan, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh,
1989, y Tetsuya Kataoka (ed.), Creating Single-party Democracy: Japan’s
Postwar Political System, Hoover Institution Press, Stanford, 1992.
El estudio clásico de la recuperación económica de la posguerra en Japón es el
de Chalmers Johnson, MITI and the Japanese Miracle: The Growth of Industrial
Policy, 1925-1975, Stanford University Press, Stanford, 1982.
Sobre la vida contemporánea japonesa, véanse Theodore C. Bestor,
Neighborhood Tokyo, Stanford University Press, Stanford, 1989; Edward
Seidensticker, Tokyo Rising: The City since the Great Earthquake, Harvard
University Press, Cambridge, 1991, y Christine R. Yano, Tears of Longing:
Nostalgia and the Nation in Japanese Popular Song, Harvard University Asia
Center, Cambridge, 2002.
Sobre la cultura pop japonesa y la globalización, véanse Harumi Befu y Sylvie
Guichard-Anguis (eds.), Globalizing Japan: Ethnography of the Japanese
Presence in Asia, Europe, and America, Routledge Curzon, Londres, 2001;
Timothy J. Craig (ed.), Japan Pop! Inside the World of Japanese Popular Culture,
M. E. Sharpe, Armonk, 2000, y Joseph J. Tobin (ed.), Re-made in Japan:
Everyday Life and Consumer Taste in a Changing Society, Yale University
Press, New Haven, 1992.
XI. COREA A PARTIR DE 1945
LA GUERRA DE COREA
La Guerra Fría explotó por primera vez como un conflicto acalorado en la
península de Corea y es especialmente ahí donde esta guerra persiste todavía
hasta la actualidad, mucho tiempo después de que ha pasado a la historia en casi
todos los demás lugares. La primera gran crisis global de la época de la Guerra
Fría, la Guerra de Corea, fue una consecuencia directa de las disposiciones
tomadas por los Aliados al término de la segunda Guerra Mundial. Durante la
segunda Guerra Mundial, el Departamento de Estado de los Estados Unidos
había proyectado planes para implantar una administración de cuatro poderes
que gobernaría la península de Corea después de su liberación del dominio
colonialista japonés, en el periodo de posguerra. El presidente Roosevelt discutió
someramente dichos planes con el líder soviético Josef Stalin en la Conferencia
de Yalta celebrada durante la guerra: Roosevelt sugirió que tal administración
podría requerir prolongarse por unos 20 o 30 años. Sin embargo, Corea recibió
tan poca atención estadunidense durante el conflicto bélico al grado de que,
según se dice, el secretario de Estado de los Estados Unidos incluso tuvo que
preguntar a un subordinado en 1945 dónde quedaba Corea.¹ Japón se rindió más
pronto de lo que mucha gente había anticipado, lo que tomó a los Estado Unidos
casi totalmente desprevenido para emprender cualquier acción inmediata en
Corea. Mientras tanto, las tropas rusas soviéticas ya habían entrado en la
península por el norte el 9 de agosto de 1945 durante los últimos días de la
segunda Guerra Mundial. Las primeras fuerzas de ocupación estadunidenses en
Corea no arribaron al sur sino hasta el 8 de septiembre, un mes completo más
tarde. Las tropas de infantería estadunidenses que llegaron se encontraron, según
concluyó el 15 de septiembre un informe enviado al Departamento de Estado:
“un barril de pólvora listo para explotar con la aplicación de la más mínima
chispa”.²
En medio de las abundantes señales que prefiguraban lo que pronto llegaría a ser
una abierta rivalidad en la Guerra Fría entre los dos antiguos aliados de la
segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Unión Soviética, había un
miedo no injustificado en Washington de que los soviéticos pudieran aprovechar
su temprana ventaja para invadir toda la península de Corea. En consecuencia, la
partición conjunta de Corea se resolvió con precipitación y de hecho fue el
Pentágono de los Estados Unidos el que, de un modo un punto arbitrario, optó
por el paralelo 38 (una simple línea en un mapa de pared de una oficina del
Pentágono, que no reflejaba ninguna condición cultural o geográfica
preexistente) como el punto de división entre las zonas estadunidense y
soviética.³ Mientras tanto, a lo largo de la península de Corea se habían
organizado con rapidez los llamados Comités Populares inmediatamente después
de la rendición japonesa. Dada la amarga pobreza de la mayoría de los
campesinos coreanos y la mancha de la colaboración con el régimen colonial
japonés que, en un grado u otro, inevitablemente perseguía a casi toda la élite
coreana preexistente, las fuerzas estadunidenses se preocuparon más que nada
por identificar y brindar su apoyo a los líderes coreanos que pudieran ser, con
toda confianza, anticomunistas. Algunos de los candidatos más probables se
encontraron entre nacionalistas coreanos que habían retornado y que habían
evitado cooperar con los japoneses al vivir exiliados por largas temporadas en el
extranjero. El más notable entre ellos era Syngman Rhee (Yi Sǔng-man, 18751965), quien en ese momento volvió a casa en Corea después de 35 años en los
Estados Unidos.
Después de que fallara el intento de negociar una administración compartida con
la Unión Soviética, los Estados Unidos apelaron a las recién formadas Naciones
Unidas (ONU) y, en mayo de 1948, este organismo supervisó la primera elección
democrática general en la historia de Corea. Ésta fue emprendida sólo en la zona
sur ocupada por los Estados Unidos. La recién elegida Asamblea Nacional
Coreana nombró entonces a Syngman Rhee en julio para servir como el primer
presidente y, el 15 de agosto de 1948, se proclamó formalmente la fundación de
la República de Corea (comúnmente conocida como Corea del Sur). Menos de
un mes después, el 9 de septiembre, se creó en el norte la rival República
Popular Democrática de Corea (Corea del Norte). Kim Il Sung (Kim Il-sǔng,
1912-1994), quien había regresado tras la segunda Guerra Mundial de su propio
periodo de exilio antijaponés en la Unión Soviética, fue designado primer
ministro (más tarde presidente). Para comienzos de 1949, tanto la Unión
Soviética como los Estados Unidos habían retirado sus tropas de Corea y así
concluyó la ocupación militar aliada de la posguerra de la península.
A pesar de la marcada oposición ideológica entre estos dos nuevos gobiernos de
Corea, pocos coreanos veían esta división norte-sur como algo del todo natural o
deseable, y tampoco esperaban que fuera permanente. Muchos estaban bastante
ávidos por reunificar su nación. En consecuencia, hubo varios intercambios de
fuego y provocaciones mutuas durante los siguientes años, pero las
superpotencias protectoras de estos dos gobiernos coreanos rivales, los Estados
Unidos y la Unión Soviética, estaban preocupadas por evitar ser arrastradas
hacia una nueva tercera Guerra Mundial entre sí e intervinieron para refrenar a
sus respectivos protegidos.
No obstante, a medida que una victoria comunista durante la guerra civil China
se volvía cada vez más inminente, al final (pese al sustancial apoyo no bélico de
los Estados Unidos a los nacionalistas chinos de Chiang Kaishek), el gobierno
estadunidense renunció a intervenir activamente en los combates en los
territorios continentales chinos. Después de que el gobierno nacionalista de
Chiang Kai-shek se retiró a la isla de Taiwán en 1949, por un tiempo hubo
incluso algunos indicios de que el presidente Truman podría terminar con el
apoyo estadunidense a Chiang. Durante el discurso que ofreció en el Club de
Prensa Nacional el 12 de enero de 1950, el secretario de Estado Dean Acheson
describió públicamente el perímetro defensivo estadunidense en Asia de tal
modo que, de manera sutil, dejaba al parecer fuera tanto a Taiwán como a Corea.
Todas estas señales se interpretaron como indicios de que los Estados Unidos
podrían no intervenir activamente en una guerra civil coreana y de que tampoco
estarían dispuestos a derramar vastas cantidades de sangre estadunidense para
prevenir una forzosa reunificación norcoreana de la península. En 1950, por
consiguiente, Josef Stalin dio finalmente su aprobación al ambicioso plan de
ataque de Kim Il Sung, bajo el entendido de que no habría participación activa
rusa. En retrospectiva, esto resultó obviamente un tremendo error de cálculo. Lo
que los varios líderes comunistas no percibieron fue que la fuerte reacción
política en los Estados Unidos sobre lo que se percibió como “la pérdida de
China” estaba endureciendo, de hecho, la determinación política estadunidense
de contener la propagación del comunismo y prevenir otras pérdidas semejantes.
Corea del Sur tenía una población más grande que la del norte
(aproximadamente dos tercios del total de Corea), pero la mayoría de la industria
pesada existente se localizaba en el norte. Las fuerzas militares del norte estaban
también mejor equipadas con 242 nuevos tanques soviéticos T-34 de
manufactura rusa y una pequeña fuerza de combate aérea, contra lo cual el sur
no podía ofrecer resistencia alguna pues carecía por completo de tanques y
contaba sólo con un puñado de aviones de entrenamiento. Asimismo, hasta 100
000 soldados de Corea del Norte tenían experiencia previa en combate tras
luchar junto con las fuerzas comunistas durante la guerra civil de China. Estas
tropas ya estaban curtidas en batalla y su servicio por la causa comunista china
representaba también una ominosa carga de deuda que los comunistas chinos
podrían haberse sentido obligados a pagar. A pesar de estas ventajas del norte, en
su momento, pocas personas se dieron cuenta en el sur de cuán inadecuadas eran
en realidad sus fuerzas militares.
En las horas previas al amanecer del 25 de junio de 1950, las fuerzas
norcoreanas lanzaron una enorme ofensiva hacia el sur, al otro lado de la línea
del paralelo 38. El presidente Truman estaba en ese momento en su casa en
Independence, Missouri, y fue el secretario de Estado Acheson quien tomó la
decisión inicial de destinar tropas estadunidenses a la defensa de Corea del Sur.
Con singular determinación, sin embargo, fue el presidente Truman quien
implicó completamente a las fuerzas estadunidenses en Corea y mandó también
a la Séptima Flota de los Estados los Unidos al Estrecho de Taiwán para prevenir
una posible invasión comunista en Taiwán. Como miembro permanente del
Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Soviética normalmente habría
podido estar en posición de vetar cualquier intervención de la ONU, pero
sucedió que los soviéticos la estaban boicoteando justo en ese momento (de
febrero a agosto de 1950) porque el asiento de China en la ONU seguía siendo
ocupado por la República de China de Chian Kai-shek (en ese entonces en
Taiwán) en lugar de la República Popular de Mao Zedong (en el continente).
Como resultado, la ONU fue capaz de actuar rápida y decisivamente para
condenar el ataque norcoreano. La defensa de Corea del Sur se volvió una
misión de la ONU. Con el tiempo, unos 15 países aportarían soldados a la causa
de la guerra, aunque, por mucho, el mayor contingente extranjero provino de los
Estados Unidos, por lo que el general estadunidense Douglas MacArthur (en ese
entonces todavía Comandante Supremo de las Potencias Aliadas en Japón)
asumió todo el mando.
Como la capital de Corea del Sur, Seúl, estaba a poco menos de 100 kilómetros
al sur del paralelo 38, cayó ante las fuerzas del norte en sólo tres días. Para la
tercera semana de guerra, más de la mitad de Corea del Sur había sido capturada
por los ejércitos del norte. Equipadas sólo con armas ligeras de mano para
confrontar los vehículos blindados del norte, las primeras unidades
estadunidenses que combatieron al enemigo también retrocedieron rápidamente.
Más adelante, sin embargo, las fuerzas de la ONU fueron capaces de
atrincherarse y de delimitar un perímetro defensivo de unos 80 kilómetros
cuadrados alrededor de la ciudad portuaria de Pusan, al sureste de Corea, lo cual
funcionó como una base fundamental para reabastecerse y recomponerse para
una contraofensiva. Aproximadamente para mediados de agosto, el equilibrio del
poder ofensivo había cambiado a favor de la ONU, que cada vez tenía mayor
ventaja en artillería pesada, sobre todo en las fuerzas aéreas. Para el final del
combate activo, las tripulaciones aéreas de la ONU habían lanzado más de un
millón de misiones contra el norte.
A continuación, en una atrevida jugada, el general MacArthur acometió un
desembarco anfibio más hacia arriba de la costa oeste en Inch’ǒn, el 15 de
septiembre. Inch’ǒn es una importante ciudad portuaria que abastece a la capital
sureña de Seúl, pero que no cuenta con agradables playas arenosas y presenta
uno de los flujos de marea más extremos del mundo. En bajamar, una invasión
anfibia debe avanzar por encima de kilómetros de suelo fangoso. Aun cuando
Inch’ǒn pudo haberse convertido fácilmente en una trampa mortal para los
soldados de la ONU, contra toda recomendación MacArthur decidió atacar por
ahí de cualquier forma y en esa ocasión salió victorioso. Inch’ǒn resultó ser,
posiblemente, el mayor triunfo en la larga y distinguida carrera militar del
general MacArthur. Una poderosa armada invasora que consistía en 261 naves
puso en tierra al Décimo Cuerpo estadunidense, con la pérdida de sólo 536
hombres. Para finales de septiembre, las fuerzas de Corea del Norte habían sido
replegadas hasta el punto del que habían partido, al otro lado del paralelo 38.
Alentadas por este triunfo, las fuerzas de la ONU procedieron, entonces, a hacer
retroceder el comunismo en vez de limitarse a contenerlo. Incluso antes del
desembarco en Inch’ǒn, el presidente Truman había autorizado al general
MacArthur a continuar con su avance hacia el interior de Corea del Norte,
siempre y cuando no aparecieran indicios de intervención tanto por parte de la
Unión Soviética como de la República Popular de China. En esta ocasión, fue a
los líderes anticomunistas mundiales a quienes les fallaron los cálculos.
El 30 de septiembre, las primeras tropas de Corea del Sur incursionaron en el
norte, al otro lado del paralelo 38. El 2 de octubre, el primer ministro chino
(Zhou Enlai) notificó formalmente al embajador de la India que China
intervendría si cualquier tropa estadunidense cruzaba el paralelo. Puesto que los
Estados Unidos no reconocían a la República Popular de China y no mantenían
contacto directo con ella, la diplomacia indirecta era la única vía posible para
comunicar las intenciones de China. A pesar de que este mensaje fue repetido
por varios conductos, evidentemente no se tomó con seriedad. El 7 de octubre, la
Primera Caballería estadunidense cruzó el paralelo 38 adentrándose en Corea del
Norte. El 19 de octubre, la capital norcoreana cayó y, para el 26 de octubre,
unidades avanzadas de las fuerzas de la ONU habían llegado tan lejos como el
río Yalu, el cual delimita la frontera entre Corea y China. Unos pocos días antes,
el 15 de octubre, durante una reunión histórica en la isla Wake, el general
MacArthur le aseguró personalmente al presidente Truman que había una “muy
pequeña” posibilidad de una intervención china en la guerra. Incluso si los
chinos llegaban a intervenir, MacArthur se jactó de que serían aplastados
fácilmente en lo que predijo que sería “la más grande masacre en la historia de la
humanidad”.⁴
Al día siguiente, el 16 de octubre, los así llamados voluntarios chinos
comenzaron a cruzar el río Yalu encaminados en dirección opuesta, sin ser
detectados por los observadores de la ONU. Dada la gran disparidad en el poder
ofensivo entre los Estados Unidos y China durante ese tiempo (ésta era, además,
una República Popular de China que apenas tenía un año de edad), la decisión de
China de entrar en la guerra representó también un enorme riesgo. En el
momento de la incursión china, “hasta dos tercios de algunas unidades de
infantería” no disponían siquiera de armas pequeñas. A pesar de que recibieron
nuevas provisiones por parte de la Unión Soviética, aun al final del combate
activo en Corea, los chinos todavía estaban equipados sólo con un heterogéneo
arsenal de armas provenientes de 10 diferentes países, donde las armas
capturadas a los estadunidenses (26%) seguían superando al parecer el número
de aquéllas obtenidas de los soviéticos (20%).⁵ Por lo tanto, para los líderes
chinos no fue una decisión fácil comprometerse a combatir a las poderosas
fuerzas armadas estadunidenses, especialmente después de que Josef Stalin les
informara de manera tardía que la Unión Soviética no les brindaría apoyo aéreo.
No obstante, Mao Zedong confiaba en su doctrina de una “guerra popular”, la
cual dependía más del poder humano que de la tecnología. El 26 de octubre, el
mismo día en que las tropas de la ONU comenzaron a llegar a orillas del río
Yalu, los voluntarios del pueblo chino atacaron las columnas surcoreanas y, unos
pocos días después, el 1º de noviembre, arremetieron contra las fuerzas
estadunidenses destruyendo las posiciones de la caballería en Unsan. Después de
esto, sin embargo, los chinos se replegaron de nuevo hasta un escondite en el
escarpado terreno de Corea del Norte y, pese a que el presidente estadunidense y
los Jefes de Estado Mayor Conjuntos se mantuvieron cautelosos y deseosos de
evitar una guerra mayor con China, el general MacArthur no perdió confianza y
se inclinó a restar importancia a la intervención china como una mera
interferencia simbólica.
MacArthur, de hecho, se sintió lo suficientemente optimista para desplegar el 24
de noviembre una ofensiva llamada “en casa para Navidad”, en un esfuerzo por
terminar rápidamente con la guerra. Empero, MacArthur no se dio cuenta de que
unos 200 000 soldados chinos yacían escondidos en las montañas que separaban
las dos principales columnas de la ONU ubicadas en el este y el oeste. El 27 de
noviembre, los chinos atacaron con todas sus fuerzas. Una semana más tarde, el
centro de la línea de la ONU había retrocedido de nuevo unos 80 kilómetros.
Para el 4 de enero de 1951, la capital surcoreana de Seúl había caído ante el
enemigo por segunda vez.
Parece que, en este punto, el general MacArthur sintió que la mejor respuesta
militar ante la intervención china en Corea era intensificar la guerra con una
ofensiva dirigida contra el propio territorio chino. Sin embargo, al presidente
Truman y a los Jefes Conjuntos no les apetecía, de manera bastante sensata, la
idea de convertir la guerra en Corea —que aun cuando era cruel, estaba acotada
a un territorio determinado— en una tercera Guerra Mundial. Por carecer China
de una industria, los intentos por bombardearla hasta dejarla en escombros
hubieran resultado fútiles, y la vasta población de China y su extenso territorio
(aunados a la considerable experiencia previa de los comunistas chinos en la
guerra de guerrillas) habrían arrastrado cualquier invasión terrestre
estadunidense hacia un costoso lodazal. Además, siempre estaba el peligro
latente de encender la chispa de una verdadera guerra mundial con su
superpotencia rival, la Unión Soviética. Cuando el presidente Truman ordenó
que todos los futuros pronunciamientos públicos respecto de la Guerra de Corea
pasaran antes por el Departamento de Estado, el general MacArthur procedió a
violar reiterativamente esta instrucción presidencial. La queja de MacArthur era
que las restricciones impuestas a su esfuerzo de guerra por los políticos civiles
estaban impidiéndole alcanzar una victoria total. En marzo de 1951, MacArthur
incluso escribió una carta en que respaldaba la idea de “soltar” a los
nacionalistas chinos de Chiang Kai-shek de Taiwán para que abrieran un
segundo frente en contra de los comunistas chinos. Cuando esta carta se leyó en
voz alta en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, el presidente
estadunidense la tomó como una insubordinación declarada y el 11 de abril
relevó oficialmente de su mando al general MacArthur.
La fase más sangrienta del combate en Corea todavía estaba por venir pero, para
junio de 1951, la guerra había alcanzado un estancamiento efectivo no muy
lejano a su punto de partida en el paralelo 38. Las pláticas para el cese al fuego
comenzaron y el 27 de julio de 1953 se declaró una tregua. La Guerra de Corea
había costado a los Estados Unidos unas 33 000 vidas. China perdió más o
menos 800 000 efectivos, incluyendo al propio hijo del presidente Mao. El
conflicto dejó la escalofriante cifra de unos tres millones de coreanos muertos,
heridos o desaparecidos: uno de cada 10 (figura XI.1). En el norte, la guerra
proporcionó a Kim Il Sung la oportunidad de consolidar más su poder. En Corea
del Sur, la conflagración ayudó a allanar el camino para tres décadas de gobierno
militar autoritario. En China, la guerra incrementó sobremanera el prestigio de la
joven República Popular, que había acometido contra la principal superpotencia
militar del mundo y no había sido claramente derrotada. Hasta la fecha, dos
Coreas mutuamente hostiles todavía se confrontan entre sí a través de una zona
desmilitarizada sumamente fortificada (ZDM). Aún resta acordar un final oficial
de la guerra. Los Estados Unidos todavía mantienen unas 38 000 tropas
destacadas en Corea del Sur. E irónicamente, la República Popular de China
(ahora sólo nominalmente comunista) sostiene hoy en día relaciones más
cercanas con Corea del Sur que con el extraño y aislado régimen comunista del
norte.
COREA DEL NORTE
Durante las secuelas inmediatas a la guerra, gracias al sustancial apoyo soviético
y mediante una enérgica movilización masiva de sus habitantes, la República
Popular Democrática de Corea se recuperó sorprendentemente rápido de la vasta
destrucción. Por muchos años, la economía norcoreana pareció ser incluso más
vigorosa que la del sur. Sin embargo, los norcoreanos se mostraron renuentes a
reconocer por completo la gran contribución que había realizado China para
salvarlos de la derrota durante la guerra o el importante papel soviético en el
establecimiento de Kim Il Sung como líder en primer plano, por lo que Corea del
Norte comenzó rápidamente a trazarse un curso independiente de manera firme.
Después de la muerte de Josef Stalin en 1953 este curso incluso se volvió más
pronunciado, y después del cisma entre Rusia y China en 1960, la independencia
de Corea del Norte se volvió extrema. La asistencia soviética se aminoró.
Después del colapso final de la Unión Soviética en la década de 1990, mientras
la mayoría de los países del mundo entraba en una nueva era de globalización
posterior a la Guerra Fría, la independencia (otra palabra para lo cual es
aislamiento) de Corea del Norte llegó a ser casi total.
FIGURA XI.1. Con su hermano a la espalda, una joven coreana cansada de la
guerra, camina trabajosamente junto a un tanque M-26 detenido. Haengiu,
Corea, 9 de junio de 1951, National Archives.
Durante el periodo en que Corea fue una colonia japonesa, Kim Il Sung había
crecido al otro lado de la frontera, en Manchuria, donde había una gran
población coreana. Allí Kim se volvió el líder de una pequeña banda guerrillera
antijaponesa (de 50 a 300 hombres), que operaba en cooperación con las
crecientes fuerzas de los chinos comunistas. La aplastante ventaja militar
japonesa forzó con el tiempo a la guerrilla de Kim a retirarse hacia bases
ubicadas en la Unión Soviética en 1941, donde Kim pasó el resto de la segunda
Guerra Mundial. Después de la rendición de Japón, Kim regresó a Corea junto
con fuerzas rusas soviéticas, donde, en gran medida como protegido soviético,
superó en un inicio a todos los contendientes por el liderazgo entre los
comunistas norcoreanos. Una vez que llegó al poder y, tras su desastroso intento
fallido por conquistar el sur y reunificar Corea, desarrolló su propia filosofía
singular de Juche o “confianza en uno mismo”, con la cual comenzó alrededor
de 1955. Juche llegó a ser el corazón ideológico de Corea del Norte,
remplazando, en gran medida, al marxismo ortodoxo. Esta ideología fue
machacada entonces a toda la población por medio de transmisiones con
altavoces, de la mañana a la noche, y sesiones políticas obligatorias de estudio.
El creciente culto personal al gran líder Kim Il Sung “se volvió una especie de
religión secular” en que éste representaba el papel de “un rey sabio o un dios
viviente”.
Aunque en algunos sentidos es evidentemente un régimen de corte estalinista, la
República Popular Democrática de Corea resulta también bastante singular. Las
imágenes del gran líder Kim Il Sung se encuentran por todos lados y, para el
final del siglo XX, había más de 35 000 monumentos dedicados a él en la
relativamente pequeña Corea del Norte.⁷ El legado confuciano coreano
patriarcal, e incluso patrones de una adoración de los ancestros premoderna,
subyacen supuestamente a la forma extrema de culto a la personalidad que se
desarrolló alrededor de Kim Il Sung.⁸ Aunque este culto coreano a la
personalidad se hace eco de las veneraciones similares dedicadas a Stalin y Mao
Zedong, Kim magnificó su impulso incluso más allá al convertir a Corea del
Norte en una forma un tanto extraña de “monarquía socialista”, en que el liderato
supremo llegó a ser de hecho hereditario. El poder pasó de Kim Il Sung a su hijo
Kim Jong Il (Kim Chǒng-il, 1941-2011) tras la muerte de su padre en 1994.
Cuando la salud del propio Kim Jong Il se volvió imprevisible en 2009, su tercer
hijo fue designado heredero de manera oficial.
Pese a los logros iniciales que alcanzó en su desarrollo económico la República
Popular Democrática de Corea, a la larga estos mismos cedieron ante el
estancamiento y el decaimiento. Los recursos disponibles se desviaron a
aplicaciones militares, las cuales, para fines de la década de 1960, consumían
30% del total del presupuesto nacional. En 1995 y 1996, serios problemas de
erosión derivados de años de una deficiente administración de la tierra,
combinados con la decreciente disponibilidad de fertilizantes, la carencia de
energía eléctrica para las bombas de irrigación y un clima adverso, tuvieron
como resultado una hambruna verdaderamente masiva que ni siquiera Corea del
Norte fue capaz de ocultar. Es posible que entonces hayan muerto de
desnutrición hasta un millón de personas (en un país que hoy en día tiene una
población total de menos de 23 millones).
Mientras tanto, las tensiones entre Corea del Norte y Corea del Sur siguen siendo
intensas. La ZDM entre ambas Coreas es una de las áreas más extremadamente
fortificadas del mundo y permanece como un potencial punto de explosión.
Entre los dos países continúa habiendo incidentes periódicos. En 1983, por
ejemplo, 17 oficiales de alto rango de Corea del Sur fueron asesinados y el
presidente mismo sólo escapó de la muerte por muy poco, cuando comandos
norcoreanos detonaron una bomba durante su visita a Rangún, Birmania. De
manera más alarmante, a principios de la década de 1990, Corea del Norte se
embarcó en un programa para desarrollar una bomba atómica.
Debido a un relajamiento provisional en las relaciones con el sur, en 1992,
comenzó a permitirse que la Agencia Internacional de Energía Atómica
inspeccionara los sitios norcoreanos. No obstante, cuando estas investigaciones
acababan de comenzar, fueron interrumpidas de nuevo al siguiente año y las
tensiones se intensificaron a tal grado que Corea del Norte anunció que cualquier
sanción internacional adicional se consideraría como un acto de guerra. De
momento, esta confrontación se apaciguó gracias a una puntual visita a Corea
del Norte por parte del antiguo presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter,
quien logró negociar un acuerdo para reanudar las pláticas. Bajo los términos del
Marco Acordado obtenido, Corea del Norte pactó detener su programa nuclear a
cambio de la promesa estadunidense de abastecerla de combustible y de ayudarla
a desarrollar reactores de agua ligera que no pudieran destinarse a usos militares.
En 2002, sin embargo, Corea del Norte expulsó de nuevo a sus inspectores, se
retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear y comenzó de manera abierta a
tratar de desarrollar armas atómicas; de hecho, en 2006, detonó aparentemente
un pequeño artefacto para pruebas nucleares.
Durante su discurso del Estado de la Unión de 2002, el entonces presidente
estadunidense George W. Bush designó notoriamente a Corea del Norte como
parte de lo que llamó el “Eje del Mal”, junto con Irak e Irán. Puesto que poco
tiempo después de esto los Estados Unidos intervinieron militarmente en Irak
para promover un cambio de régimen y deponer al dictador iraquí Saddam
Hussein, es de suponer que la relación verbal establecida por los Estados Unidos
entre Corea del Norte con Irak e Irán no haya hecho más que avivar la paranoia
norcoreana. Aunque la República Popular de China —casi el único país
extranjero que mantiene alguna influencia sobre Corea del Norte— intervino con
la propuesta de que se organizaran pláticas entre seis partes (que incluían a los
Estados Unidos, China, Rusia, Japón y tanto a Corea del Norte como del Sur),
las tensiones con el imprevisible régimen del norte continuaron hirviendo a
fuego lento. A pesar de que hoy en día posee mayores intereses culturales y
comerciales en Corea del Sur, China tiene, como todos los otros vecinos de
Corea del Norte y el mundo entero, buenas razones para preocuparse por el
futuro del Estado de Corea del Norte.
COREA DEL SUR: SYNGMAN RHEE
Y LA PRIMERA REPÚBLICA (1948-1960)
La República de Corea (Corea del Sur) se fundó en 1948 como una democracia
constitucional, pero la democracia no floreció ahí exactamente de manera
inmediata o sin salvedades. Con base en una serie de importantes revisiones
constitucionales y un par de golpes de Estado, Corea del Sur ha atravesado desde
1948 por una sucesión de lo que se conoce como seis diferentes “Repúblicas”, de
las cuales la más reciente comenzó en 1987. El primer presidente de la primera
República, Syngman Rhee, comenzó a exhibir muy pronto inclinaciones
autoritarias. En una ocasión, literalmente encerró con llave a los miembros de la
Asamblea Nacional hasta que votaron en el sentido que él deseaba.¹ Pese a que
Syngman Rhee fue un indudable patriota y héroe nacionalista coreano, había
pasado la mayor parte de su vida adulta en el exilio en los Estados Unidos,
donde obtuvo en Princeton un doctorado en ciencia política. También tenía una
esposa austriaca. Todo esto lo convirtió en una especie de extranjero en su propia
tierra.
Su nuevo país había caído, casi inmediatamente después de su formación, en una
devastadora guerra con el norte. Incluso después del término del combate activo,
en la década de 1950 Corea del Sur se mantuvo por largo tiempo como uno de
los países más pobres del mundo. Incluso la comunista Corea del Norte parecía
ser económicamente más exitosa que Corea del Sur, hasta un periodo tan
avanzado como mediados de la década de 1970. Sin embargo, un programa
apoyado por los Estados Unidos de redistribución obligatoria de la tierra logró
destruir finalmente la base del poder de la vieja aristocracia coreana Yangban.
Esto era discutiblemente necesario porque la capacidad modernizadora, e incluso
la capacidad para recolectar impuestos, de la dinastía Chosǒn del periodo
premoderno tardío había sido seriamente obstruida por el dominio de aquella
élite Yangban burocrática y terrateniente. De acuerdo con datos recolectados
durante el subsecuente periodo de colonialismo japonés, más de tres cuartas
partes de todos los agricultores coreanos eran todavía arrendatarios que
alquilaban parcial o totalmente sus campos. Una ley poscolonial de 1949 sobre
la distribución de la tierra limitó finalmente las posesiones a tres hectáreas pero,
incluso entonces, hubo que esperar al término de la gran interrupción de la
Guerra de Corea antes de que pudiera aplicarse por completo la reforma. La tasa
de arrendamiento de tierras de cultivo en Corea del Sur se precipitó luego,
rápidamente, de 49 a sólo 7%. La guerra, por lo tanto, completó finalmente la
eliminación del orden social y económico tradicional en Corea. La sociedad
coreana pasó de ser una jerarquía muy polarizada a una comunidad
relativamente igualitaria (un aspecto que la Corea del Sur de la posguerra
compartía también tanto con el Japón como con el Taiwán del mismo periodo).¹¹
Aun así, la economía de Corea del Sur se mantuvo por largo tiempo estancada y
dependiente de manera notable de la ayuda estadunidense. Entre el final de la
segunda Guerra Mundial y mediados de la década de 1970 los Estados Unidos
brindaron más apoyo per capita a Corea del Sur que a cualquier otro país del
mundo, excepto Israel y Vietnam del Sur. En la década que siguió a la Guerra de
Corea, la ayuda estadunidense ascendió a casi 80% de la formación de capital
fijo de Corea.¹²
Acusaciones de un fraude a gran escala en las elecciones presidenciales de 1960
—durante las que Syngman Rhee aseguró haber ganado casi 90% de los votos—
encendieron las protestas estudiantiles. Cuando la policía disparó en Seúl contra
una multitud apostada fuera del edificio de la oficina presidencial, donde mató a
unos 186 manifestantes estudiantiles, los profesores universitarios se unieron a
las protestas, se retiró el respaldo de los Estados Unidos al presidente Rhee, el
ejército coreano se negó a intervenir en su favor y el 26 de abril el envejecido
presidente Rhee fue obligado a renunciar y a retirarse a un nuevo exilio en
Hawái. Después de la renuncia de Rhee, siguieron nueve meses de democracia
laxa (o de anarquía de izquierda, como otros la vieron) hasta que intervino una
junta de la Academia Militar, dirigida por el mayor general Park Chung Hee
(Pak Chǒng-hǔi, 1917-1979) y perpetró un golpe militar a media noche del 16 de
mayo de 1961 (figura XI.2).
La junta militar estableció entonces un Consejo Supremo para la Reconstrucción
Nacional, suspendió la constitución, prohibió las actividades políticas y las
manifestaciones, impuso la censura y clausuró la mayoría de los diarios de Seúl.
Por los siguientes 32 años, de 1961 a 1993, Corea del Sur sería liderada de un
modo más o menos autoritario por militares. Sin embargo, también fue el
gobierno de Park Chung Hee el que, para su innegable crédito, por primera vez
fijó firmemente las perspectivas de un desarrollo económico moderno,
transformó la República de Corea en un Estado desarrollista al estilo clásico de
Asia oriental e impulsó de manera radical el exitoso periodo de despegue
económico de Corea del Sur.
FIGURA XI.2. El presidente de Corea del Sur,
Park Chung Hee, 1961.Rene Burri. Magnum Photos.
PARK CHUNG HEE Y LA INDUSTRIALIZACIÓN DE COREA DEL SUR
Park Chung Hee, quien presidió Corea del Sur desde 1961 hasta su asesinato en
1979, había asistido a una academia militar japonesa durante el periodo de
dominio colonial japonés y sirvió como segundo teniente en el ejército japonés
en Manchuria durante la segunda Guerra Mundial. En Manchukuo, Park conoció
en su forma más extrema el modelo de Estado desarrollista japonés de tiempos
de guerra. El triunfo japonés previo, del siglo XIX en la era Meiji, de
“enriquecer al país y fortalecer al ejército” también se convirtió en una
inspiración para la Corea de Park, e incluso se invocó entonces exactamente el
mismo lema del periodo Meiji (escrita con cuatro caracteres chinos que se
pronuncian “puguk kangbyong” en coreano y “fukoku kyōhei” en japonés).¹³ Las
raíces de un sistema de Estado desarrollista (que podía ser duro y explotador,
pero que también rindió rápidas tasas de crecimiento industrial) ya se habían
plantado, de hecho, en suelo coreano durante el periodo colonial japonés.¹⁴ A
pesar de que transcurrieron 15 años entre el término del dominio japonés en
1945 y la reanudación de ciertos patrones desarrollistas similares bajo el mando
de Park Chung Hee, es probable que no sea una coincidencia que el enfoque
surcoreano de desarrollo económico se asemejara más estrechamente al modelo
japonés que al de ninguna otra parte de Asia oriental o que, en ciertos sentidos,
se pareciera mucho más al modelo japonés de la preguerra que al posterior a la
segunda Guerra Mundial.¹⁵
Tras tomar el poder, durante sus primeros meses de mandato Park Chung Hee
estableció una Junta de Planificación Económica y anunció un plan de desarrollo
quinquenal. Mientras se ponía en marcha este primer plan, a partir de 1962 la
actividad bancaria también fue puesta bajo el control del Ministerio de Finanzas
y del Banco de Corea, dirigido por el gobierno. Para 1970, 96% de todos los
activos financieros surcoreanos estaban bajo control gubernamental.¹ Esto
significó que, junto a los incentivos fiscales y el control sobre las licencias y
permisos como instrumentos para promover una industrialización planificada, el
gobierno también mantuvo un control crítico sobre el capital de inversión.
Préstamos bancarios con bajos intereses (a menudo incluso con una tasa de
interés real negativa: el costo promedio neto de los préstamos empresariales para
la industria pesada en la década de 1970 ha sido estimado en menos de 6.7%),¹⁷
asignados por el gobierno se volvieron entonces una herramienta clave para
promover la industrialización.
Dichos préstamos fueron vitales para el desarrollo de lo que llegarían a ser los
grandes chaebǒl, o conglomerados, distintivamente surcoreanos. La palabra
coreana chaebǒl se escribe con los mismos dos caracteres chinos que la palabra
japonesa zaibatsu y los dos son fenómenos un tanto similares: en esencia,
sociedades de control que manejan un abanico de empresas muy diversificadas.
Entre los más grandes y mejor conocidos chaebǒl coreanos se encuentran
Samsung, Hyundai y LG. Estos chaebǒl eran casi todos nuevos después de la
segunda Guerra Mundial y, en gran medida, siguieron siendo propiedad de las
familias que los administraban. El fundador de Hyundai, por ejemplo, comenzó
su vida trabajando en los muelles del puerto de Inch’ǒn en la década de 1930 y
como mensajero en un molino de arroz en Seúl. En 1940 compró un taller de
mecánica automotriz. Después de la segunda Guerra Mundial estableció algunos
contratos de construcción con los militares estadunidenses, lo cual incluyó más
adelante actividades como la construcción de carreteras para los estadunidenses
en Tailandia y trabajos de dragado en Vietnam. Para comienzos de la década de
1970, Hyundai estaba construyendo el mayor astillero del mundo en Corea del
Sur (en Ulsan).¹⁸
Algunos de estos chaebǒl se volvieron asombrosamente grandes. En 1991, las
ventas de los cinco mayores chaebǒl de Corea del Sur ascendían a casi 50% del
producto interno bruto (PIB). En ese mismo año, la sola participación de
Samsung al PIB coreano era igual a la suma total de la participación total
combinada de las 20 compañías más grandes de los Estados Unidos.¹ Los
chaebǒl se volvieron también ávidos abarcadores: “El trabajador típico de
Hyundai maneja un Hyundai, vive en un departamento Hyundai, consigue su
hipoteca de un crédito Hyundai, recibe atención médica en un hospital Hyundai,
envía a sus hijos a la escuela gracias a préstamos o becas Hyundai y come sus
alimentos en cafeterías Hyundai”.² Si bien los chaebǒl contaban con los
recursos económicos necesarios para conceder créditos a sus empleados, aun así
requerían grandes infusiones de capital de inversión externo. Al igual que los
zaibatsu japoneses previos a la segunda Guerra Mundial y los keiretsu también
japoneses de la posguerra, los chaebǒl surcoreanos tenían intereses muy
diversificados pero, a diferencia de los keiretsu japoneses, los chaebǒl no
estaban vinculados en general a los grandes bancos y, por lo tanto, dependían, en
última instancia, de un financiamiento externo. Puesto que por lo regular
también deseaban retener de manera privada la propiedad y su manejo en manos
de una única familia, eran además renuentes a hacerse públicos en la bolsa de
valores. Hyundai Engineering and Construction, por ejemplo, hizo su primera
oferta pública de 30% de sus acciones en 1984 sólo hasta después de 27
peticiones oficiales del gobierno y la atención de la Asamblea Nacional.²¹ Así
pues, en lugar de provenir del mercado de valores, la mayor cantidad de capital
invertido ha llegado bajo la forma de préstamos bancarios. Puesto que la
actividad bancaria estaba controlada esencialmente por el gobierno, estos
préstamos bancarios, junto con la autoridad para conceder licencias, se volvieron
el instrumento clave del Estado desarrollista surcoreano.
Esta fuerte confianza en el financiamiento bancario también alentó a las
compañías surcoreanas a endeudarse de manera más considerable que sus
contrapartes en, por ejemplo, Taiwán o los Estados Unidos. Semejante deuda no
pareció amenazante al principio porque, junto con el control gubernamental
sobre la asignación de capital, el gobierno también asumió muchos de los riesgos
de inversión. Podía asumirse con seguridad que a un chaebǒl favorecido nunca
se le permitiría irse a la bancarrota. No obstante, una distinción absolutamente
fundamental que separaba a Corea del Sur de gran parte del resto del mundo en
desarrollo no era tanto este llamado capitalismo de camaradas, sino el hecho de
que, por lo menos al comienzo, el gobierno era capaz, al mismo tiempo, de
exigir también niveles muy altos de desempeño y disciplina productiva a los
chaebǒl.²² Sin embargo, conforme estos chaebǒl se volvieron cada vez
“demasiado grandes para fallar” y, bajo los subsecuentes presidentes surcoreanos
con menos determinación y prestigio que Park Chung Hee, estas peculiaridades
de la economía coreana se convertirían a la larga en problemas. Aun así, a corto
plazo, el sistema parecía funcionar de manera espléndida. De 1965 a 1990, la
República de Corea tuvo la segunda economía en crecimiento más rápida del
mundo después de Taiwán.
La ambición estratégica de Park no era tanto transformar a Corea en un paraíso
consumista sino volverla un país rico con un ejército poderoso. Por lo tanto, un
compromiso con la acumulación progresiva de acero y la producción industrial
pesada —a pesar de la carencia de Corea de cualquier ventaja comparativa obvia
en el mercado de dichos sectores— se volvió un rasgo distintivo del enfoque
surcoreano. Como era habitual en Corea del Sur, una de las principales
consideraciones era la siempre inminente amenaza de una invasión proveniente
del norte. Park Chung Hee sentía un profundo, y nada irrazonable, deseo de
evitar ser completamente dependiente de los Estados Unidos respecto a la
protección militar y, por lo tanto, juzgó esencial para Corea del Sur desarrollar
una base industrial que pudiera asegurar su propia capacidad de autodefensa.
Especialmente para comienzos de la década de 1970 a medida que los Estados
Unidos comenzaron a transferir su reconocimiento oficial de la República de
China en Taiwán a la República Popular de China en el continente y a
desembarazarse de la Guerra de Vietnam, y cuando el presidente Richard Nixon
anunció sus planes para reducir la presencia de tropas estadunidenses en Corea,
Park aspiró cada vez más a hacer que Corea fuera autosuficiente en su industria
pesada. De este modo, se promovieron mucho la producción de acero, la
industria química, la construcción de automóviles y embarcaciones, la
maquinaria pesada y los electrónicos. Hyundai Motors, por ejemplo, se inauguró
en 1967 con el apoyo técnico de Mitsubishi y otros expertos extranjeros y
comenzó a producir un automóvil de diseño propio en 1975. Los coches
Hyundai empezaron a exportarse al mercado estadunidense en 1986. Para
mediados de la década de 1990, Corea del Sur era el quinto mayor fabricante de
automóviles del mundo.
Park Chung Hee había llegado al poder por medio de un golpe militar, pero
luego ganó las elecciones para presidente en votaciones populares
razonablemente democráticas en 1963, 1967 y 1971. Sin embargo, en la elección
de 1971, un candidato de oposición logró obtener 45% de la votación.
Sintiéndose aparentemente amenazado por la fuerza de la oposición, así como
por la cambiante situación internacional de los comienzos de esa década, Park
declaró una ley marcial, disolvió la Asamblea Nacional y ordenó que se
redactara una nueva constitución. Estas reformas “revitalizantes” de 1972 (el
término coreano es Yushin, que se escribe con los dos mismos caracteres —
derivados en última instancia del clásico del confucianismo Libro de las odas—
que el término convencionalmente traducido como “restauración” en la
“Restauración Meiji” japonesa de 1868) volvieron, de manera significativa, más
autoritario al gobierno surcoreano. La elección popular directa del presidente
llegó a su fin y éste fue seleccionado a partir de entonces por un colegio
electoral, un tercio de cuyos miembros eran nombrados por el presidente. El
poder político estaba excesivamente concentrado en el presidente, quien también
tenía la autoridad para designar a los ministros del gabinete, jueces,
gobernadores, rectores universitarios y oficiales militares de alto rango, así como
para disolver la Asamblea Nacional y para emitir órdenes que tenían un carácter
parecido a la fuerza de la ley.
Como hemos visto, la versión surcoreana de Park Chung Hee sobre el Estado
desarrollista estaba influida por los modelos japoneses, y la primera generación
de líderes coreanos de la posguerra había sido educada principalmente bajo el
dominio japonés. Muchos eran versados en la lengua japonesa. Por otra parte,
después de que Corea del Sur restableciera relaciones diplomáticas formales con
Japón en 1965, éste se volvió rápidamente su más grande socio comercial. No
obstante, si la historia explica la cercana relación de Corea con Japón, también
esclarece los profundos resentimientos coreanos hacia sus antiguos amos
coloniales y el comprensible deseo por afirmar la propia identidad nacional
independiente de Corea. Los productos culturales japoneses se prohibieron
oficialmente en Corea del Sur hasta fecha tan avanzada como 1998 y, pese a que
aparatos genéricos modernos de manufactura japonesa, como los televisores,
eran aceptados, los automóviles quedaron totalmente excluidos. La educación en
lengua japonesa también fue proscrita en Corea (y no se reintrodujo en las
preparatorias sino hasta 1973).
En contraste con las influencias japonesas, la presencia estadunidense no sólo
fue también muy fuerte, sino que algunas veces fue mejor recibida,
especialmente en los primeros años. El ejército coreano, el cual permaneció por
largo tiempo bajo el comando supremo de los Estados Unidos, fue un punto
focal de influencia estadunidense particularmente intenso. Como oficial del
ejército y futuro presidente, Roh Tae Woo (No T’ae-u, 1932-) recordó más
adelante: “Cuando se fundó nuestra academia militar, todos nuestros libros de
texto eran traducciones de libros de West Point; algunos de ellos estaban todavía
en inglés. Al comienzo, dos tercios del cuerpo docente eran oficiales
estadunidenses […] Nuestros cadetes fueron uno de los primeros grupos en
Corea en estudiar tan a fondo las instituciones occidentales”.²³ En parte, debido a
una familiaridad originada en las bases militares estadunidenses, Spam (una
distintiva marca estadunidense de carne precocida enlatada) se volvió
singularmente popular en Corea y la cultura pop estadunidense ha tenido gran
penetración en la época de la globalización, como veremos más adelante.
Asimismo, pese a que no se trata específicamente de una influencia
estadunidense, el cristianismo también ha florecido de manera más espectacular
en Corea que en cualquier otra parte de Asia oriental. El éxito cristiano en Corea
puede deberse en parte a un vínculo entre las iglesias cristianas y el
nacionalismo coreano antijaponés durante el periodo colonial y también al apoyo
cristiano a las causas de la democracia y los derechos humanos durante la
autoritaria Corea del Sur de las décadas de 1960 a 1980. En Corea, la Navidad
ha sido una festividad nacional desde 1945 y, para el final del siglo XX, el
cristianismo, en especial su variante protestante evangélica, podría ser llamada la
religión dominante en la República de Corea. Más de un cuarto de los
surcoreanos son cristianos.²⁴
DEMOCRATIZACIÓN Y GLOBALIZACIÓN
El 26 de octubre de 1979, después de una cena en un edificio de la Agencia
Central de Inteligencia Coreana (ACIC), localizado cerca de la Casa Azul
presidencial en Seúl, el presidente Park Chung Hee fue asesinado a tiros por su
compañero de cena, el jefe de la ACIC, aparentemente a causa de un desacuerdo
sobre cómo controlar el reciente descontento de los estudiantes y trabajadores.
Después del asesinato del presidente Park, el 12 de diciembre, estalló en las
calles de Seúl un enfrentamiento armado entre destacamentos opositores de
soldados surcoreanos, el cual terminó con un ataque al Ministerio de Defensa y
el arresto del ministro del mismo y el comandante de la ley marcial,
supuestamente en conexión con el asesinato del presidente Park. Éste fue el
comienzo de un nuevo golpe militar, orquestado esta vez por el mayor general
Chun Doo Hwan (Chǒn Tu-hwan, 1931-). Tan pronto como el general Chun
tomó las riendas del poder en sus manos, en mayo de 1980, declaró una ley
marcial, cerró las universidades y suspendió la Asamblea Nacional. Esto
encendió las protestas, sobre todo en la ciudad coreana de Kwangju, al sureste.
Los estudiantes universitarios fueron acompañados en las calles por ciudadanos
y por unos pocos días los manifestantes controlaron la ciudad. Sin embargo,
fuerzas especiales del ejército se enviaron al lugar y el levantamiento terminó
aplastado (con 191 muertes oficialmente reconocidas). El gobierno de Chun
asumió el control de todas las cadenas de la televisión coreana y comenzó purgas
burocráticas a gran escala.
El clima de la opinión mundial en la década de 1980 era, sin embargo, muy
diferente al que existía 20 años antes, cuando Park Chung Hee había tomado el
poder con un golpe militar. En las Filipinas, el dictador de larga trayectoria
Ferdinand Marcos fue derrocado por un movimiento de “poder popular” en
1986. En Taiwán, la ley marcial iba a ser levantada y en 1987 comenzó una
transición exitosa de un sistema monopartidista a una democracia pluripartidista.
Para la década de 1980, Corea del Sur ya tampoco era un país en desarrollo,
empobrecido y destrozado por la guerra, sino un motor económico exitosamente
industrializado, y entre los coreanos había una expectativa generalizada de que
también la democratización debía formar parte de este proceso de
modernización. Los estudiantes, en particular, clamaban por una democracia.
Los trabajadores coreanos, cuyos bajos sueldos habían ayudado a crear una
industria coreana globalmente competitiva, estaban cada vez más organizados y
activos en demanda de aumentos de salario. Tan sólo en 1987 hubo 3 749 litigios
laborales en Corea del Sur (más que en toda la historia previa de la República).²⁵
En 1987, con la atención internacional nuevamente enfocada en Corea del Sur a
causa de la proximidad de los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988, arremeter con
una brutal represión en contra de las manifestaciones estudiantiles hubiera sido
una medida particularmente arriesgada, y semanas de choque entre estudiantes
que aventaban piedras y policías que disparaban gases lacrimógenos culminaron
finalmente ese año con las significativas concesiones que hizo Roh Tae Woo —
designado personalmente por Chun Doo Hwan como su sucesor— a los
manifestantes. En junio de 1987, Roh prometió públicamente, entre otras cosas,
una elección presidencial popular directa y la liberación de los presos políticos.
En diciembre, las elecciones presidenciales prometidas se desarrollaron de
manera debida. Puesto que había cinco competidores serios, el candidato del
partido gobernante, Roh Tae Woo (el sucesor elegido por el presidente Chun
Doo Hwan y quien era otro general del ejército) fue capaz de ganar la elección
con menos de 37% de la votación. Con todo, se convirtió en el primer presidente
de Corea del Sur electo por medios democráticos en varios años.
En 1992 se marcó otro hito con la elección del primer presidente civil de Corea
del Sur en tres décadas (Kim Young Sam, 1927-). Durante la campaña electoral
de 1992, los tres candidatos principales habían ofrecido reducir el nivel de
intervención gubernamental en la economía y el nuevo gobierno del presidente
entrante estaba comprometido con una liberalización económica, la
desregulación y la globalización. Como antiguo disidente (que, sin embargo,
había transigido y se había aliado en ese momento con el partido dominante),
este nuevo presidente estaba ansioso también por promover reformas
democratizadoras después de que entró en funciones en 1993. No obstante, es
importante destacar que su visión de la democracia era todavía notablemente
confuciana, puesto que privilegiaba el bien colectivo de la comunidad por
encima de los egoístas intereses individuales, así como la armonía, la disciplina
nacional y la quintaescencia del ideal confuciano del liderazgo por medio del
ejemplo virtuoso.² En conformidad con la meta de implantar reformas
democráticas, en 1995, los antiguos presidentes Chun Doo Hwan y Roh Tae
Woo fueron arrestados y sometidos a juicio bajo las acusaciones de motín y
traición por su participación en el golpe militar de 1980 y la masacre de
Kwangju. Ambos fueron condenados y el expresidente Chun fue sentenciado a
muerte, aunque esta pena se conmutó por la de cadena perpetua y más adelante
fue perdonado en 1997.
A comienzos de la década de 1990, el nuevo gobierno surcoreano asumió
también un programa formal de medidas orientadas hacia la globalización y el
desmantelamiento del Estado desarrollista coreano. Para esos años, el viejo
modelo de un capitalismo guiado por el Estado estaba cada vez más fuera de
moda y puede decirse que también comenzaba a ser contraproducente. Los
Estados Unidos y otros socios comerciales estaban empezando a aplicar una
fuerte presión sobre Corea del Sur para que abriera su propio mercado interno,
en un momento en que incluso países exportadores rivales con mano de obra
más barata (como China) estaban comenzando a recortar en costo la ventaja
competitiva surcoreana (justo cuando los salarios de los propios trabajadores
surcoreanos empezaban a dispararse tardíamente). La idea era que Corea del Sur
pudiera beneficiarse si se eliminaban las ineficiencias del mercado resultantes
del proteccionismo y una apretada regulación gubernamental. La larga serie de
planes económicos quinquenales del gobierno de Corea del Sur llegó en ese
momento a su fin y en 1994 la Junta de Planificación Económica se fusionó en
un nuevo superministerio (llamado Ministerio de Finanzas y Economía). Corea
del Sur también se abrió diplomáticamente: en 1991 se convirtió en miembro de
las Naciones Unidas, en 1990 normalizó sus relaciones con la Unión Soviética y
en 1992 hizo lo mismo con la República Popular de China. En 1998 Corea del
Sur incluso accedió finalmente a levantar poco a poco su prohibición a las
importaciones de productos culturales japoneses, comenzando con las películas y
las caricaturas.
Inicialmente, la mano de obra barata había sido la principal ventaja comparativa
de Corea del Sur dentro del mercado mundial y se había alentado fuertemente la
austeridad interna. Durante el gobierno del presidente Park Chung Hee se habían
prohibido las luces neón y las transmisiones de televisión (a excepción de la red
de las fuerzas armadas de los Estados Unidos) eran sólo en blanco y negro.
Hasta 1982 operaba un toque de queda de la medianoche a las 4:00 a.m. Las
importaciones de bienes de consumo extranjeros se restringían a menudo y la
compra de productos extranjeros se desaprobaba como si fuera algo no
patriótico. Para proteger a la industria automotriz interna, la importación de
vehículos terminados estuvo proscrita hasta 1987. Pero para la década de 1980,
las cosas comenzaron a cambiar de manera extrema. En el transcurso de una sola
generación, Corea del Sur cambió radicalmente de lo que había sido una
sociedad pobre y más que nada campesina, en las décadas de 1940 y 1950, a una
sociedad de clase media urbanizada, moderna, industrializada y cada vez más
próspera. Aproximadamente, 42% de los surcoreanos vivían en ese entonces en
la sola metrópoli de Seúl. Estos nuevos coreanos no sólo eran urbanos sino que
también eran modernos y refinados. Seúl se preciaba de poseer concentraciones
sorprendentemente altas de personas con títulos de doctor y niveles
especialmente altos de conexión de banda ancha a internet. Los coreanos fueron
los primeros en Asia oriental, por ejemplo, en digitalizar las escrituras budistas
para distribuirlas por medio de CD-ROM.²⁷ En la década de 1990, Corea del Sur
se convirtió también en una nación inversora neta al invertir más dinero en el
extranjero que el que recibía.²⁸
Con la prosperidad de la década de 1980, los sueldos se incrementaron
notoriamente, los automóviles comenzaron a llenar las una vez casi vacías calles
y finalmente comenzaron a eliminarse las restricciones a las importaciones. A
partir de 1989, los pasaportes se pusieron por primera vez al alcance de todos los
surcoreanos que desearan dejar el país, y los viajes al extranjero se han vuelto
mucho más comunes desde entonces. Los coreanos se inclinan cada vez más a
realizar sus compras más con base en juicios sobre los precios y la calidad que
en consideraciones patrióticas nacionalistas. Se han abierto grandes tiendas de
descuento occidentales como la estadunidense Wal-Mart y la francesa Carrefour,
y la música, las películas y los refrescos de cola estadunidenses se han vuelto
una moda entre los jóvenes surcoreanos. Los deportes populares, con excepción
del arte marcial coreano taekwondo, son ahora casi exclusivamente de estilo
occidental. En fecha tan avanzada como 1995 existían sólo 26 campos de golf en
toda Corea del Sur, pero una década después eran alrededor de un millar.²
En 1996, se estimó que 58% de los surcoreanos comían en restaurantes de estilo
occidental y 40% dijo que preferían dormir en camas de tipo occidental en lugar
del piso, al estilo coreano. Aun así, es digno de atención que una considerable
mayoría de coreanos todavía no prefiera al parecer las camas de estilo
occidental. Por medio de un proceso de amnesia selectiva, los orígenes
extranjeros de muchos de esos artículos inicialmente occidentales que han tenido
una amplia aceptación, como las computadoras, los pantalones de mezclilla y la
música pop moderna, se han olvidado de manera conveniente, al mismo tiempo
que se puede poner un énfasis especial en el puñado relativo de identificadores
culturales distintivos coreanos que aún permanecen, como comer kimch’i (una
col picante en escabeche) y hablar coreano.³ Aquellas novedades no coreanas
que siguen siendo conspicuamente extranjeras, entretanto, pueden no ser
bienvenidas todavía de manera entusiasta. El primer McDonald’s abrió en Seúl
en 1998, por ejemplo, pero la cadena ha crecido con más lentitud en Corea del
Sur que en cualquier otro lugar de Asia oriental. Una explicación de lo anterior
puede deberse a que las hamburguesas no encajan con facilidad en las categorías
coreanas preexistentes de alimentos, las cuales consisten típicamente en “platos”
que se sirven para acompañar el arroz. Sin embargo, esto podría ser igualmente
verdadero para muchas otras cocinas de Asia oriental, por lo que no es una
explicación del todo adecuada para entender la resistencia surcoreana a
McDonald’s. Como ciudadanos de un país relativamente pequeño, con una firme
memoria reciente de dominación colonial extranjera e intentos forzados de
asimilación, de manera comprensible, los coreanos pueden ser particularmente
sensibles a los temores de un imperialismo cultural extranjero y a la posible
pérdida de la identidad nacional coreana.³¹ En fecha tan avanzada como 1993,
Corea del Sur, “de manera única en Asia”, todavía se negaba a permitir
presentarse ahí a la entonces fenomenalmente popular estrella estadunidense de
pop Michael Jackson.³²
A pesar de que pocos países en el mundo habían hecho tan público su
compromiso con el ideal de la globalización como Corea del Sur lo hizo a
principios de la década de 1990, para el término del mandato de ese presidente
en particular (1993-1998), en realidad habían declinado las clasificaciones de la
competitividad global de la República de Corea. En 1997, el país se vio obligado
incluso a aceptar el mayor rescate (58 000 millones de dólares) concedido hasta
ese momento en la historia del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar
un “colapso financiero”.³³ Sin embargo, la paradoja de la ansiada globalización
junto a su evidente fracaso pudo haberse debido menos a cualquier defecto
inherente al modelo de globalización que al resultado de la combinación de
circunstancias desafortunadas y graves imperfecciones que permanecían en el
proceso de reforma globalizadora de Corea.
Mientras que los chaebǒl continuaron creciendo en las décadas de 1980 y 1990,
la liberalización de la economía y la desregulación hicieron más difícil que el
gobierno les impusiera una disciplina. Al mismo tiempo, la necesidad que tenían
los políticos de obtener “donaciones” confirió a los negocios una creciente
influencia sobre el gobierno mismo. En 1995, por ejemplo, los fiscales
reformistas descubrieron unos fondos secretos provenientes de sobornos por 285
millones de dólares que habían sido acumulados por el expresidente Chung Doo
Hwan. En la década de 1990, la desregulación del sistema financiero de Corea
realizada en nombre de la globalización también trajo consigo una inundación de
deuda extranjera principalmente a corto plazo, y los bancos surcoreanos,
acostumbrados a no tener que hacer nunca cuidadosos avalúos de riesgo porque
suponían que siempre podían confiar en los rescates gubernamentales,
permitieron algunas inversiones bastantes dudosas. En este momento se hicieron
presentes algunas circunstancias desafortunadas cuando la especulación
alrededor de la divisa de Tailandia (conocida como el baht) provocó, en julio de
1997, una devastadora crisis financiera que abarcó casi todo el sureste de Asia.
Aunque la mayor parte del Asia oriental confuciana (sobre todo la República
Popular de China) resultó ser relativamente inmune a esta llamada gripe asiática,
Corea del Sur exhibió sus debilidades. La bolsa de valores coreana perdió la
mitad de su valor y, para 1998, unas 20 000 firmas coreanas se habían ido a la
bancarrota, incluyendo 10 de los 30 primeros chaebǒl.
Éstas eran a todas luces muy malas noticias pero, bajo la presión de esta crisis y
la supervisión del FMI, Corea del Sur salió rápidamente del bache gracias a la
liberalización económica. Aunque se recortó a la mitad el número total de
regulaciones económicas, también se ajustaron de manera efectiva las
regulaciones financieras de supervisión. Los chaebǒl fueron presionados para
volverse más transparentes en sus operaciones de negocios, despojarse de un
gran número de subsidiarios periféricos y reducir sus coeficientes entre deudas y
activos. Se simplificaron las reglas para la inversión extranjera directa en Corea
e incluso se autorizó la adquisición extranjera directa de empresas coreanas. La
recuperación fue rápida y lo suficientemente exitosa como para que Corea fuera
capaz de pagar lo que debía al FMI en tres años y medio en lugar de los cuatro
pactados.
Mientras tanto, en 1997, el candidato del partido de oposición Kim Dae Jung
(1924-2009) ganó la elección presidencial, en lo que representó la primera
transferencia democrática del poder a la oposición política en la historia de la
República de Corea. Con el comienzo de un nuevo milenio, parecía que tanto la
democracia de Corea del Sur como su economía de mercado habían madurado
considerablemente. En junio de 2000, el presidente Kim Dae Jung voló a
Pyongyang, donde fue recibido de manera sorprendentemente cortés por el líder
norcoreano Kim Jong Il. El mismo año, el presidente Kim fue condecorado con
el Premio Nobel de la Paz por sus contribuciones a la paz y la democracia, así
como a la reconciliación con el norte.
En el siglo XXI, por gran parte de Asia se ha extendido una ola de entusiasmo
por la programación televisiva (doblada, por ejemplo, al chino mandarín), las
películas, la música y otras novedades de la cultura pop surcoreana, así como por
los productos materiales de la industria coreana, como los teléfonos celulares y
los automóviles. En el mundo de habla china, las importaciones de la cultura pop
surcoreana parecen ser actualmente más atractivas incluso que los productos
japoneses. La historia, por supuesto, nunca termina, por lo que continuará
habiendo dificultades e incertezas. En 2009, por ejemplo, hubo una nueva alarma
nuclear relacionada con Corea del Norte; un ex presidente, perseguido por
acusaciones de soborno, se suicidó trágicamente al saltar de un acantilado. Sin
embargo, al margen de lo que el futuro pueda traer consigo, no hay duda de que
la República de Corea ha alcanzado logros verdaderamente asombrosos en poco
más de medio siglo, desde su nacimiento en 1948.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Para lecturas introductorias, véanse Don Oberdorfer, The Two Coreas: A
Contemporary History, Basic Books, Nueva York (1997), 2001, y Michael Edson
Robinson, Korea’s Twentieth-Century Odyssey: A Short History, University of
Hawai‘i Press, Honolulu, 2007.
Un sugestivo relato periodístico de la Guerra de Corea es el de David
Halberstam, The Coldest Winter: America and the Korean War, Hyperion,
Nueva York, 2007.
Sobre Corea del Norte, véanse el capítulo 8 de Bruce Cumings, Korea’s Place in
the Sun: A Modern History, W. W. Norton, Nueva York, 1997; Hans S. Park
(ed.), North Korea: Ideology, Politics, Economy, Prentice Hall, Englewood
Cliffs, 1996, y Dae-Sook Suh, Kim Il Sung: The North Korean Leader,
Columbia University Press, Nueva York, 1988.
Acerca del asombroso despegue económico de Corea del Sur, véanse Alice H.
Amsden, Asian’s Next Giant: South Korea and Late Industrialization, Oxford
University Press, Nueva York, 1989; John Lie, Han Unbound: The Political
Economy of South Korea, Stanford University Press, Stanford, 1998, y Meredith
Woo-Cumings (ed.), The Developmental State, Cornell University Press, Ithaca,
1999.
Sobre la Corea contemporánea más en general, véanse Robert E. Buswell Jr. y
Timothy S. Lee (eds.), Christianity in Korea, University of Hawai‘i Press,
Honolulu, 2006; Mark L. Clifford, Troubled Tiger: Businessmen, Bureaucrats,
and Generals in South Korea, M. E. Sharpe, Armonk, 1994, y Carter J. Eckert,
“Korea’s Transition to Modernity: A Will to Greatness”, en Merle Goldman y
Andrew Gordon (eds.), Historical Perspectives on Contemporary East Asia,
Harvard University Press, Cambridge, 2000.
Sobre Corea en la era de la globalización, véanse Young Whan Kihl,
Transforming Korean Politics: Democracy, Reform, and Culture, M. E. Sharpe,
Armonk, 2005; Samuel S. Kim (ed.), Korea’s Globalization, Cambridge
University Press, Cambridge, 2000, y James Lewis y Amadu Sesay (eds.), Korea
and Globalization: Politics, Economics and Culture, Routledge Curzon, Londres,
2002.
XII. CHINA A PARTIR DE 1945
LA GUERRA CIVIL CHINA
A pesar de que China resultó ser una de las naciones “victoriosas” de la segunda
Guerra Mundial, las condiciones en la devastada China no mejoraron de forma
notoria después de la derrota de Japón. Por el contrario, la catastrófica inflación,
la corrupción y el mercado negro, que se habían iniciado durante la guerra
mundial, continuaron e incluso empeoraron. Al mismo tiempo, la reincidente
guerra civil entre los nacionalistas y los comunistas chinos entró en su etapa
final. En los primeros meses después de la guerra, el embajador de los Estados
Unidos logró reunir a Mao Zedong y a Chiang Kai-shek para que sostuvieran
negociaciones frente a frente. Éste resultó ser el primer viaje en avión de Mao.
El gobierno estadunidense esperaba evitar una guerra civil sin cuartel y
promover, al mismo tiempo, la democracia en China. Para tal efecto, a fines de
1945, el presidente Truman designó al general George C. Marshall (1880-1959),
uno de los líderes militares y estadistas más distinguidos de los Estados Unidos,
como enviado especial a China. El general permaneció en China por poco más
de un año (de diciembre de 1945 a enero de 1947) y, al momento de su partida,
pudo expresar un cauto optimismo en que se promulgara una nueva constitución
china y se celebraran elecciones democráticas programadas para finales de 1947.
Sin embargo, el general Marshall también expresó su preocupación debido a que
los extremistas de ambas partes estaban frustrando los esfuerzos por alcanzar un
acuerdo de paz. De hecho, el irreconciliable antagonismo imperante entre los
nacionalistas y los comunistas chinos resultó estar demasiado arraigado para que
se pudiera mantener la precaria tregua. Además, los problemas de toda la China
de la posguerra estaban resultando ser de lo más incontrolables. Por ejemplo, en
la isla de Taiwán —la cual poco tiempo atrás había vuelto al control chino tras la
rendición de Japón—, los remanentes de los daños dejados por la segunda
Guerra Mundial, las medidas económicas del gobierno nacionalista chino —que
restringían las operaciones de libre mercado— y la presencia de grandes
cantidades de dinero circulante se combinaron para fomentar una alta tasa de
desempleo, una escasez de bienes y una inflación descontrolada. Cuando algunos
investigadores policiacos intentaron confiscar unos cigarros de contrabando a
una vendedora ambulante en las calles de la capital provincial, Taipéi, esto
ocasionó un altercado en que terminó muerto un espectador y, a raíz de todo ello,
el 28 de febrero de 1947 estalló una gran rebelión que cundió por toda la isla de
Taiwán. Las tropas del gobierno nacionalista reprimieron la rebelión y ello dio
como resultado la muerte de miles de taiwaneses.¹ El incidente del 28 de febrero
dejó una herida supurante (la cual, además, por largo tiempo no podía
mencionarse en público en Taiwán) en las relaciones entre el pueblo taiwanés y
el gobierno nacionalista chino que se encontraba en el poder en la isla.
Mientras tanto, aunque la Unión Soviética no formó parte de la guerra contra
Japón sino hasta sólo seis días antes de la rendición del mismo, ese tiempo bastó
para que los soviéticos invadieran Manchuria al final de la segunda Guerra
Mundial. Fue así como éstos ocuparon Manchuria durante cerca de un año,
mantuvieron el control de Porth Arthur y del Ferrocarril Oriental de China (que
atraviesa Manchuria) hasta 1954 y extrajeron de la región reparaciones de guerra
con valor de cientos de millones de dólares. Muchos chinos se quejaron
posteriormente de este saqueo soviético pero, a corto plazo, la enorme presencia
militar soviética dio en definitiva un impulso a los comunistas chinos. Los rusos
entregaron a los comunistas chinos tres cuartos de millón de rifles capturados, 18
000 ametralladoras y 4 000 piezas de artillería.² Manchuria se convirtió entonces
en la plataforma de lanzamiento para la reunificación militar comunista china.
Por supuesto, al mismo tiempo, los Estados Unidos proporcionaban una ayuda
muy sustancial a los nacionalistas de Chiang Kai-shek. Al inicio, aun cuando los
ejércitos nacionalistas eran más grandes y estaban mejor equipados que el
Ejército Comunista Rojo (conocido más adelante como el Ejército de Liberación
Popular), los nacionalistas pelearon una guerra de defensa estática y fueron
superados y derrotados unidad por unidad. En el proceso, los comunistas
capturaron grandes cantidades de prisioneros y materiales. Cuando la ofensiva
comunista comenzó a acelerarse en 1948, el último consejero estadunidense de
alto rango del ejército de Chiang Kai-shek incluso se quejó de que “los
comunistas tenían más equipo nuestro que los nacionalistas”. A Mao Zedong le
gustaba decir en broma que Chiang Kai-shek “era nuestro oficial en jefe de
suministros”.³
A partir de ese momento los sucesos se empezaron a desarrollar de forma
acelerada. Beijing cayó en manos de los comunistas en enero de 1949 y, para
abril, el Ejército Rojo proveniente del norte dirigía ataques a través del río Yangtse hacia el sur de China. Chiang Kai-shek emprendió la retirada con cerca de
dos millones de seguidores a la isla de Taiwán (donde la República de China
sobrevive al menos de forma nominal hasta nuestros días) y, el 1° de octubre de
1949, Mao Zedong se plantó en Tiananmen —la antigua Puerta de la Paz
Celestial y no la nueva Plaza de Tiananmen, la cual no existía aún— para
proclamar la fundación de un nuevo país llamado la República Popular China
(RPC).
LA NUEVA CHINA DEL PRESIDENTE MAO
A pesar del considerable resentimiento que guardaban los revolucionarios hacia
lo que ellos recordaban como un siglo de humillación nacional china a manos de
los imperialistas occidentales, no todos los occidentales fueron expulsados de
inmediato de China tras la toma de poder de los comunistas. Además, el
presidente de los Estados Unidos sopesó por un corto periodo reconocer a la
nueva República Popular. No obstante, tras el estallido de la Guerra de Corea en
1950, los Estados Unidos volvieron a comprometerse con firmeza en su apoyo a
la República Nacionalista de China de Chiang Kai-shek en Taiwán,
reconociéndola como el único gobierno legítimo de China, y la contención del
comunismo surgió así como el gran designio estadunidense. En ese momento se
endureció con rapidez el alineamiento de las naciones en la Guerra Fría. Por su
parte, la nueva RPC adoptó la política de “inclinarse hacia un lado” al cultivar
relaciones relativamente cordiales con la Unión Soviética. En diciembre de
1949, Mao Zedong fue a Moscú en su primer viaje al extranjero para participar
en las celebraciones organizadas en el marco del septuagésimo aniversario de
Josef Stalin. Aunque Mao fue hecho esperar y sintió que no le habían dispensado
el buen trato que merecía, logró obtener, eso sí, un préstamo de 300 millones de
dólares y así comenzó un (corto) periodo de asistencia soviética a China que “se
ha denominado como la mayor transferencia tecnológica en la historia”.⁴
Tras una docena de años de guerra mundial y guerra civil, aunada a décadas de
caudillismo y de desintegración nacional previos, la prioridad inmediata más
urgente para la nueva China era simplemente restaurar el orden. Se introdujo una
nueva moneda nacional unificada, conocida como el renminbi (el “dinero del
pueblo”, también conocido, de forma más genérica, como el yuan) y, valiéndose
de unas notorias ejecuciones de especuladores de divisas y del establecimiento
de precios fijos para las mercancías, por fin se logró mantener bajo control la
inflación galopante. No obstante, los nuevos gobernantes comunistas de China
no tenían nada más la intención de restaurar el statu quo. La victoria comunista
de 1949 debía mucho a la movilización masiva de los sentimientos populares de
nacionalismo patriótico para salvar a China de las amenazas extranjeras, ya
fueran percibidas o reales, pero los líderes comunistas eran también marxistas
sinceramente comprometidos y estaban determinados a llevar a cabo una
revolución social marxista.
Lo anterior representaba algunos retos importantes. Aunque un número
sorprendente de los primeros líderes comunistas había estudiado en Europa o la
Unión Soviética, para 1949, la abrumadora mayoría de los miembros y cuadros
(personas en posiciones de liderazgo) del partido carecían de una educación
adecuada y tampoco estaban familiarizados con el amplio mundo que existía
más allá de China. La teoría marxista enseñaba que el progreso histórico es
impulsado por la lucha de clases a lo largo de una serie regular de etapas,
definidas en términos de los medios de producción. Se suponía que las más
importantes de estas etapas eran la transición del feudalismo al capitalismo y,
después (en el futuro), del capitalismo al comunismo. Por eso, en teoría, se
esperaba que el comunismo surgiera de la etapa más avanzada del capitalismo
como resultado de la lucha de clases entre los trabajadores de las fábricas (el
proletariado) y los dueños de las fábricas. Por supuesto, el problema evidente
para China era que las fábricas y los trabajadores eran bastante escasos en la
China de 1949. De acuerdo con la teoría, China no era aún capitalista, sino más
bien feudal.
Sin embargo, en realidad las condiciones en China guardaban poca similitud real
con el feudalismo europeo medieval y existían algunas dificultades para aplicar
el modelo feudal. Al alterar la teoría general para adecuarla mejor a las
condiciones chinas, la formula específica que los comunistas chinos
desarrollaron fue que China era “semifeudal, semicolonial”. Por ende, la
solución revolucionaria marxista para contrarrestar el semicolonialismo era
levantarse como nación y expulsar a los explotadores imperialistas extranjeros,
mientras que la prescripción para combatir el semifeudalismo era también que
los campesinos pobres se sublevaran, denunciaran a los terratenientes que los
explotaban y confiscaran y redistribuyeran las tierras que solían pertenecer a
éstos. Por lo tanto, después de la victoria comunista en 1949, en cada pueblo se
impulsaron las rondas de lucha contra los terratenientes como era debido.
La idea marxista de que la explotación de clase de los agricultores arrendatarios
por parte de los terratenientes era la razón subyacente a la pobreza en China no
sólo resultó una noticia sorprendente para muchos agricultores chinos, sino que
también “distorsionó la realidad” en diversas partes del país. Por ejemplo, en un
condado al norte de China —que han estudiado con cuidado investigadores
estadunidenses recientes—, 80% de las familias granjeras ya habían sido antes
agricultores propietarios (en vez de agricultores arrendatarios), las divisiones
sociales existentes reconocidas se habían dado principalmente más entre familias
que entre clases y en la comunidad había existido un espíritu generalizado de
unidad durante la patriótica resistencia contra Japón, así como un apoyo al
clandestino Partido Comunista durante la guerra. Sin embargo, ahora “de repente
la unidad era entregarse a algo llamado la lucha de clases”.⁵
En consecuencia, las nuevas categorías de clase que ahora se aplicaban de
manera obligatoria a todos en China a menudo resultaban inevitablemente
arbitrarias, pero aun así la redistribución de tierras se llevó a cabo de forma
extensiva por toda el área rural. Aunque esto representó una medida
revolucionaria, en teoría correspondía más a la transición del feudalismo al
capitalismo (lo que se nombraba la etapa democrático-burguesa de la revolución)
que del capitalismo al comunismo. Aun después de la redistribución, la tierra
continuaba siendo propiedad privada personal. En este sentido, los consejeros
estadunidenses promovieron programas de distribución similares de tierras (sin
la lucha violenta) en Taiwán, Japón y Corea del Sur como una vía para reducir el
atractivo del comunismo. Además, en teoría, la subsecuente transición de la
etapa democrático-burguesa a un comunismo a gran escala podía tomar todavía
mucho tiempo. Pero Mao Zedong estaba impaciente. Apenas concluyó la
reforma agraria, cerca de 1952, Mao estaba listo para iniciar la “transición al
socialismo”. Por ejemplo, se empezó a promover la agricultura colectiva.
Aunque Mao había dirigido lo que sin duda era una “revolución campesina”, la
industrialización socialista moderna seguía siendo, no obstante, una preciada
meta comunista. Así, pronto se adoptó un modelo ruso soviético para desarrollar
la industria pesada en China basado en la planificación centralizada y una serie
de planes quinquenales al estilo estalinista, el primero de los cuales se puso en
marcha en 1953. A pesar de que no siempre son confiables las estadísticas de
producción de China, en particular las de la era de Mao, este primer plan
quinquenal sí parece haber desencadenado una considerable industrialización
real.
Mientras tanto, durante otra visita a Moscú en 1957 para celebrar el
cuadragésimo aniversario de la Revolución bolchevique, Mao, animado por el
precursor lanzamiento del satélite espacial soviético Sputnik, declaró que “el
viento del este prevalece sobre el viento del oeste”. Era posible creer, entonces,
que el comunismo iba en ascenso por todo el mundo y que era el futuro
inevitable de toda la humanidad. El anuncio realizado por los soviéticos de que
su meta era rebasar la economía de los Estados Unidos en 15 años alentó a Mao
lo suficiente para convocar a China a superar a la Gran Bretaña en el mismo
lapso.
El Gran Salto Adelante y la Revolución cultural
Sin embargo, la visita de Mao a Moscú también pudo haber encendido la chispa
de una rivalidad competitiva nacionalista china con los rusos. Muy pronto, Mao
empezó a considerar divergencias significativas respecto del modelo ruso
soviético. El destello de originalidad de Mao consistió en la idea de que la
industrialización y el despegue económico se podrían lograr por medio del poder
del pueblo, en forma de la movilización masiva de la mano de obra mediante el
entusiasmo popular “espontáneo” en vez de alcanzarse por la vía de la
introducción de nuevas tecnologías, la inversión de capital o la planificación
centralizada, tecnocrática y elitista al estilo soviético. Mao —a quien le gustaba
en particular la historia de un anciano loco que, no obstante, logró mover poco a
poco a la larga una montaña entera— estaba convencido de que con la suficiente
motivación y determinación el pueblo podría alcanzar lo que parecían metas
imposibles. Esta fe maoísta en la capacidad de la fuerza de voluntad humana
para sobrepasar todos los obstáculos representó la base de lo que se llegó a
conocer como el Gran Salto Adelante, iniciado en 1958.
La habilidad para despertar el entusiasmo popular y movilizar la participación de
las masas es, tal vez, la característica más distintiva de la postura de Mao ante la
política, la cual la vuelve además claramente moderna: no hay nada muy
“tradicional” respecto del maoísmo. Aparte de vigorizar el despegue económico,
la expectativa era que el Gran Salto Adelante pudiera representar la transición
hacia un comunismo genuino, ya que las comunas populares rurales recién
organizadas se convertirían en la unidad organizacional básica en el campo. Las
economías de escala debían lograrse con base en un modelo industrial, o más
específicamente militar. Gran parte del lenguaje era sin duda militarista. Los
agricultores debían organizarse en brigadas de producción, las cuales se
dividirían en pelotones supervisados por batallones. También las mujeres debían
incorporarse a la fuerza de trabajo, para lo cual quedarían eximidas de sus tareas
domésticas por guarderías infantiles y comedores colectivos.
El Gran Salto Adelante se anunció a principios de 1958, la primera comuna
experimental se estableció en abril y para el inicio del otoño casi toda la China
rural se había visto sacudida por una ola de comunización literal. Durante un
tiempo, incluso los líderes chinos más cautelosos fueron arrastrados por el
entusiasmo de Mao ante un rápido desarrollo socialista. Pero el Gran Salto
Adelante se convirtió rápidamente en un gran desastre. Los ejemplos más
notorios de este fracaso fueron los llamados hornos de acero del patio trasero
con los que se intentó duplicar la producción de hierro y acero en China en un
solo año. Se movilizó hasta a 90 millones de personas para participar de una u
otra forma en la fundición del acero, pero los resultados reales fueron
decepcionantes porque no existía ninguna planificación coordinada, la mayor
parte de estas personas carecían de experiencia en la producción de acero y su
equipo se había improvisado por necesidad de prisa.
El desastre en la agricultura fue aún más grave. Dado que ahora estaba prohibida
la propiedad privada, al parecer muchos granjeros se limitaban a matar su
ganado antes que entregarlo a la colectividad. Muchos se sentían poco
incentivados para trabajar arduamente en las nuevas granjas comunales.
Motivados a creer que el problema ahora sería qué hacer con la sobreproducción,
y distraídos y exhaustos por otras diversas campañas de movilización, en
ocasiones los agricultores permitían que sus cultivos se pudrieran sin cosechar
en los campos. En otros casos, las propias cosechas eran escasas a causa de la
excesiva fe en la idea de que plantar las semillas más juntas y más profundas
incrementaría la producción. La ley de las consecuencias imprevistas también
cobró su cuota: una gran campaña maoísta para matar cuervos, por ser una peste,
generó plagas de insectos que antes eran devorados por estas aves. Otras
campañas maoístas de movilización de masas provocaron deforestación, erosión
del suelo y daño al medio ambiente. Aunque el Gran Salto Adelante comenzó a
inicios de 1958 en medio de un gran entusiasmo popular, para el otoño de 1958
ya comenzaban a hacerse visibles las graves carencias. Hoy en día se estima que
al menos 15 millones de personas, tal vez más, murieron de desnutrición durante
la hambruna causada por el Gran Salto Adelante ente 1958 y 1962.⁷
Los allegados a Mao eran renuentes a hablarle de cosas que no quisiera escuchar
pues, aunque en ocasiones fomentaba la crítica, por momentos también arremetía
de manera impredecible contra cualquiera que estuviera en desacuerdo con él. La
natural aspiración humana de hacernos aparecer siempre como exitosos pudo
haber servido también como incentivo para presentar informes brillantes aunque
falsos. Asimismo, debe recordarse que ésta era todavía una China previa a la
televisión y el teléfono (sin mencionar internet), una tierra donde las
comunicaciones estaban aún muy poco desarrolladas. En esa época casi nadie
parecía comprender cabalmente la verdadera dimensión de la catástrofe pero,
aun así, pronto quedó claro que algo había salido mal e incluso Mao, sin estar
feliz al respecto, tuvo que respaldar medidas correctivas más realistas.
En una junta de partido efectuada en un retiro en la Montaña Lu (Lushan) en
1959, el ministro de Defensa, héroe de la Guerra de Corea, se atrevió a exponer
una crítica, en una carta privada dirigida a Mao, sobre el Gran Salto Adelante
como una violación a las leyes básicas de la economía. Mao, empero, hizo
circular públicamente esta crítica entre la junta y la condenó enérgicamente. Aun
cuando las penurias causadas por el Gran Salto Adelante se estaban volviendo
inequívocas, el prestigio del mandatario seguía siendo incuestionable. Mao ganó
esta confrontación y se purgó al ministro de Defensa como un “elemento
burgués”. Con todo, a partir de este momento Mao dio un paso atrás como líder
del gobierno chino (mientras conservaba su posición más poderosa como
presidente del Partido Comunista), y así algunos líderes más pragmáticos
comenzaron a introducir medidas para restaurar la economía. En los siguientes
años, Mao fue visto en tan pocas ocasiones en público que algunos observadores
en Occidente empezaron a especular sobre su posible deceso.
Pero Mao no estaba muerto y al parecer empezaba a crecer su sospecha de que
los “revisionistas” y los “caminantes capitalistas” (argot de la época para las
personas que tomaban el camino de vuelta al capitalismo) de los altos mandos de
la RPC estaban saboteando su revolución. Dicha sospecha preparó el escenario
para la siguiente y última gran campaña de Mao, la cual se conoce como la Gran
Revolución Cultural Proletaria.⁸ En realidad, el preludio de esta Revolución
cultural se originó en una obra de teatro escrita por cierto vicealcalde de Beijing
acerca de un histórico funcionario de la dinastía Ming, quien fue despedido por
un emperador despótico, la cual fue interpretada por la mayoría como una crítica
alegórica ligeramente velada sobre Mao (representado como el emperador
despótico). Éste respondió orquestando una campaña para criticar la obra y
obligó al autor a publicar una autocrítica y una confesión a finales de 1965.
Para la primavera de 1966, Mao, su esposa y un grupo de seguidores radicales
alentaban a los estudiantes jóvenes a lanzarse a las calles para promover una
visión maoísta de la revolución. En un famoso discurso Mao dijo a los
estudiantes: “Es justo rebelarse”. Muchos de ellos se organizaron en grupos
llamados Guardias Rojos, el primero de los cuales apareció en una secundaria en
Beijing en mayo de 1966. Para junio, las clases en las escuelas se habían
suspendido y millones de estudiantes fueron dejados en libertad para unirse al
movimiento. Se les otorgó transporte ferroviario gratuito y muchos de ellos se
trasladaron a Beijing con la esperanza de avistar brevemente al “gran sol rojo”,
el presidente Mao.
En la medida en que la Revolución cultural era eso, cultural, representaba un
rechazo de las antiguas influencias feudales (es decir, tradicionales) y burguesas
(es decir, occidentales) en el arte, la literatura y la cultura en general (incluyendo
cosas como los cortes de cabello de estilo occidental y los cosméticos para las
mujeres), así como un intento por remplazar estas influencias con una nueva
cultura socialista, cuyo ejemplo más conspicuo era tal vez la recurrente puesta en
escena de un puñado de óperas revolucionarias modelo que habían recibido el
visto bueno. La principal fuerza propulsora de la Revolución cultural puede
verse, no obstante, como una lucha de poder mediante la cual Mao intentó
recuperar el control de la dirección de su revolución.
El 17 de julio de 1966, Mao Zedong electrizó, a sus 73 años de edad, a la
juventud de China al nadar varios kilómetros por el río Yang-tse. Luego regresó
a Beijing para atacar a los líderes del partido durante una junta del Comité
Central el 21 de julio. Las personas en posiciones de liderazgo que no se
percibían como suficientemente maoístas en China fueron denunciadas y
combatidas por los Guardias Rojos, que actuaron como tropas de choque en este
ataque. Las víctimas más prominentes fueron el presidente de la RPC (el jefe del
gobierno chino) y otro líder de alto nivel llamado Deng Xiaoping. Para 1968, el
presidente de la República Popular fue expulsado de manera formal del Partido
Comunista. Al año siguiente, en 1969, murió de neumonía y yacía desnudo en el
piso de cemento de su celda como un “enemigo público”. En comparación con
éste, Deng Xiaoping, el otro objetivo de alto nivel de la Revolución Cultural,
corrió con suerte. Deng, también, fue purgado y tuvo que soportar tres años de
sesiones de lucha y confinamiento solitario, seguidos de otros tres de exilio
interno bajo arresto domiciliario, al tiempo que trabajaba en un taller de
reparación de tractores en el sureste de China. Pero Deng sobrevivió, fue
rehabilitado más adelante e hizo un histórico regreso.¹
La Revolución cultural trajo consigo una sacudida a las estructuras de poder de
la República Popular China. Para 1969 se había purgado a casi la mitad de los
miembros del Politburó y a más de la mitad de los miembros del Comité Central
original. Sin embargo, las facciones cada vez más radicales de los Guardias
Rojos también estaban arrastrando a China hacia un caos más profundo que
nunca. Incluso llegaron a darse enfrentamientos reales entre las facciones
armadas. Por último, a partir de septiembre de 1967, Mao convocó al Ejército de
Liberación Popular para que interviniera y restaurara el orden. A partir de 1968,
y sin detenerse hasta la muerte de Mao en 1976, se “expulsó” a más de 12
millones de estudiantes a remotos pueblos rurales. Esto se planeó tanto para
dispersar las concentraciones estudiantiles como para dar a los intelectuales
estudiantiles elitistas una probada de la difícil vida campesina. A estas alturas
había terminado ya la fase activa de la Revolución cultural.
Nixon y Mao
Mientras tanto y de forma bastante irónica, las cambiantes condiciones
mundiales conducían a un manifiesto relajamiento en las relaciones entre los
Estados Unidos y China. Aunque Mao había descalificado alguna vez el
“imperialismo” estadunidense tildándolo de “tigre de papel” y se había inclinado
hacia la Unión Soviética, mantuvo siempre una relación distante e inestable con
Josef Stalin y, tras la muerte de éste en 1953, la relación de China con la Unión
Soviética se deterioró rápidamente. Beijing acusó a los soviéticos de
revisionismo y traición a la revolución, mientras que Moscú criticó a los
ultrarradicales maoístas chinos por su extremismo. En 1960 hubo una ruptura
completa y los soviéticos retiraron toda su ayuda a China y sacaron del país a sus
consejeros. En 1962, los soviéticos apoyaron el bando indio en un conflicto
bélico menor entre la India y China. En 1968, Moscú envió tropas a
Checoslovaquia y reafirmó abiertamente su derecho a intervenir en los demás
países del bloque socialista, así como la soberanía independiente limitada de que
gozaban éstos. Por entonces, los rusos también parecían ser los principales
defensores externos de la causa comunista en Vietnam, al sur de China. Por todo
ello, los chinos se sentían cada vez más rodeados y amenazados por los rusos.
Al norte, China y la Unión Soviética compartían la frontera más larga en el
mundo, aproximadamente 6 679 kilómetros. A lo largo de esta frontera había una
enorme concentración militar soviética y el número de divisiones soviéticas
desplegadas en la frontera con China se había incrementado de 25 en 1969 a 45
en 1973. Durante este periodo ocurrió una gran cantidad de incidentes
fronterizos, de los cuales el más serio tuvo lugar en marzo de 1969 en la isla
Damansky (llamada Zhenbao en chino) en el río Ussuri, que separa el noreste de
Manchuria de la Unión Soviética. Al parecer todo se inició con una emboscada
china que culminó en la muerte de 30 soldados soviéticos. Los soviéticos
respondieron introduciendo tanques y artillería pesada, con los que vapulearon la
isla y la costa china. Unas pocas semanas después, cuando el primer ministro
soviético intentó telefonear a Mao Zedong, el operador chino le colgó y bloqueó
así la comunicación.¹¹ Por este tiempo, Moscú parece haber sopesado en realidad
desatar una guerra preventiva contra China, en especial para eliminar las
incipientes instalaciones nucleares chinas. En vista de todos estos
acontecimientos, para 1969, muchos líderes chinos habían llegado a percibir a la
Unión Soviética como una mayor amenaza militar para China que los Estados
Unidos. De este modo, por el lado chino quedaron establecidas las condiciones
previas para relajar las tensiones con los Estados Unidos.
Por el otro lado, los Estados Unidos seguían reconociendo a Chiang Kaishek de
la República de China en la isla de Taiwán como el único gobierno legítimo de
toda China desde 1949. No había comunicaciones directas entre los Estados
Unidos y la RPC (aunque, después de 1954, representantes de ambas naciones
sostuvieron algunas negociaciones limitadas en terceros países, en especial en
Varsovia, en la Polonia comunista, sobre asuntos urgentes como el intercambio
de prisioneros de guerra), e incluso se les negaba rotundamente a los
estadunidenses viajar a China continental. Por otra parte, los Estados Unidos
tenía en 1969 un nuevo presidente, Richard M. Nixon (1913-1994), quien había
cimentado gran parte de su carrera política inicial en una fuerte oposición al
comunismo. Sin embargo, Nixon era también un geopolítico brillante y realista.
Como quedaría claro más tarde, romper el hielo con China resultó una maniobra
estratégica muy efectiva para Washington en su rivalidad global con Moscú
durante la Guerra Fría. Sumado a esto, los Estados Unidos se encontraban
atascados entonces en una guerra inmensamente impopular en Vietnam. Para
1969 había 541 000 soldados en Vietnam y alrededor de un estadunidense por
cada 15 vietnamitas en Saigón (capital de Vietnam del Sur). La guerra no parecía
tener fin aún. China era al parecer el único país que podría tener alguna
influencia para ayudar a los Estados Unidos a desembarazarse de Vietnam —y,
en todo caso, un logro en conjunto con China podría desplazar el centro de
atención de la desafortunada situación en Vietnam a un nuevo triunfo
diplomático de los Estados Unidos—.
Por todo esto, tanto Mao como Nixon se encontraban listos para distender la
confrontación sinoestadunidense y en 1971 se presentó una oportunidad para ello
mediante la llamada diplomacia del ping-pong. Durante los años más febriles de
la Revolución cultural, China no participó en ninguna competencia atlética
internacional. No obstante, con la aprobación de Mao, un equipo chino asistió al
Campeonato Mundial de Tenis de Mesa realizado en Japón en 1971. Las
relaciones amistosas entre los equipos de ping-pong de los Estados Unidos y
China motivaron una invitación (con la aprobación de los altos mandos) para que
el equipo estadunidense visitara China. Un año más tarde, el equipo chino hizo
lo propio con una visita a los Estados Unidos, con lo que se convirtieron en los
primeros visitantes de China continental a este país en 23 años.
Así se iniciaron unas negociaciones secretas entre el gobierno de Nixon y
Beijing y, durante una sorprendente semana de febrero de 1972, el presidente
Nixon visitó China (figura XII.1).¹² Aparte de la profunda división ideológica
entre la China comunista y los Estados Unidos capitalistas, el tema diplomático
más controvertido resultó ser el problema de Taiwán. Dado que tanto Beijing
como Taipéi (capital de Taiwán, donde Chiang Kai-shek continuaba vivo y era
todavía presidente durante el viaje de Nixon) insistían en que cada uno de ellos
era el único gobierno legítimo de toda China, los Estados Unidos evadió con
tacto el problema en el documento oficial resultante, conocido como el
Comunicado de Shanghái. Este documento reconocía que el pueblo chino, tanto
de Taiwán como de la parte continental, concordaba en que sólo existía una
China y que Taiwán era parte de ella. El documento en cuestión también
expresaba el deseo de que dicho asunto fuera resuelto de forma pacífica por los
mismos chinos. El Comunicado de Shanghái también afirmaba la intención
estadunidense de replegar de manera progresiva sus fuerzas militares de Taiwán.
FIGURA XII.1. El presidente Richard Nixon de los Estados Unidos se reúne con
el presidente Mao Zedong, 29 de febrero de 1972. The Nixon Library at College
Park/National Archives.
A pesar de este logro conjunto conseguido en 1972, los Estados Unidos no
cambiaron de forma oficial el reconocimiento de la República China de Taiwán
(Taipéi) a favor de la RPC en el continente (Beijing) sino hasta 1979. Incluso
después de esto, el Congreso estadunidense, que no siempre sigue con docilidad
el liderazgo de la Casa Blanca, aprobó casi de inmediato un nuevo Decreto de
Relaciones con Taiwán, que comprometía a los Estados Unidos a continuar
brindando un alto nivel de apoyo a Taiwán (pese al desconocimiento oficial
después de 1979). No obstante, la década de 1970 representó el inicio de una
nueva era de relaciones amistosas entre los Estados Unidos y China.
DENG XIAOPING Y EL “LENINISMO DE MERCADO”
Por otra parte, ésta era una China que de manera acelerada comenzaba a
transformarse más allá de lo reconocible. El 9 de septiembre de 1976 murió el
presidente M
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