¿Discipulado sólo para súper-cristianos?

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¿Sólo para súper cristianos?
DISCIPULADO
¿Sólo para súper cristianos?
Introducción
“Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo…..” (Mateo 28:19)
“Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y
hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:26)
“Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los
tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.” (Mateo 9:9)
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi
palabra, seréis verdaderamente mis discípulos.” (Juan 8:31)
“En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.”
(Juan 15:8)
La palabra “discípulo” aparece doscientas setenta y nueve veces en el Nuevo testamento.
“Cristiano” sólo aparece tres veces y se introdujo por primera vez justamente para referirse a
los discípulos de Jesús, en una situación en la que ya no era posible referirse a ellos como una
secta de los Judíos (Hechos 11:26). El nuevo testamento es un conjunto de libros acerca de
discípulos, escrita por discípulos y para discípulos de Jesús.
Sin embargo, el asunto no es puramente verbal. Lo que es más importante es que la clase de
vida que observamos en la iglesia primitiva es la de un tipo especial de persona. Todas las
garantías y beneficios que se ofrecen a la humanidad en el evangelio evidentemente
presuponen una vida así y no tienen un sentido real fuera de ella.
El discípulo de Jesús no es el modelo de lujo o de larga duración del cristiano, con textura y
cubierta especial, de línea aerodinámica y con la fuerza para transitar por el carril de alta
velocidad en el camino recto y angosto. Él o ella resaltan en las páginas del Nuevo Testamento
como el primer nivel de transporte básico en el reino de Dios.
Una realidad actual, hay Discípulos no discipulados
Durante al menos varias décadas, las iglesias del mundo occidental no han hecho del discipulado
una condición para ser cristiano. En este tiempo, para convertirse en cristiano, la persona no
requiere ser discípulo o tener la intensión de ser uno; además uno puede permanecer como
cristiano sin que se perciba signo alguno de progreso hacia o en el discipulado. Por ejemplo, las
iglesias norteamericanas contemporáneas en particular no exigen seguir a Cristo en su ejemplo,
espíritu y enseñanzas como condición de membresía, ya sea para entrar o para continuar en el
compañerismo de una denominación o de una iglesia local. Yo estaría feliz de saber de alguna
excepción a esta afirmación, pero sólo serviría para subrayar su validez general y hacer más
patente la regla general. En lo que respecta a las instituciones cristianas visibles de nuestros
días, evidentemente el discipulado se ha convertido en algo opcional.
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Eso, por supuesto, no es un secreto. Lo mejor de la literatura actual acerca del discipulado afirma
de forma absoluta o asume que el cristiano puede no ser un discípulo en lo absoluto, incluso
luego de toda una vida como miembro de una iglesia. Un libro ampliamente utilizado, The lost
Art of Disciple Making (el arte perdido de hacer discípulos), presenta la vida cristiana en tres
posibles niveles: El convertido, el discípulo y el obrero. Existe un proceso para llevar a las
personas a cada nivel, afirma. La evangelización produce conversos, la afirmación o
“seguimiento” produce discípulos, y la capacitación produce obreros. Se dice que los discípulos
y obreros son capaces de renovar el siclo por medio de la evangelización, mientras que
solamente los obreros pueden hacer discípulos a través del seguimiento.
Una gran cantidad de convertidos el día de hoy toman las opciones permitidas por el mensaje
que escuchan: Eligen no convertirse en discípulos de Jesucristo. Las iglesias están repletas de
discípulos no discipulados, como Jess Moody le ha denominado.
La mayoría de los problemas en las iglesias contemporáneas pueden explicarse por el hecho de
que los miembros jamás han decidido seguir a Cristo.
Se supone que Cristo que es el Señor. Presentar su señorío como una opción de tomarla o no lo
deja directamente en la categoría de los volantes y neumáticos especiales y equipo
estereofónico de un automóvil que se puede vivir sin ello. La obediencia y la capacitación en la
obediencia no forman una unidad doctrinal o practica comprensible con el estilo de vida que se
presenta en las versiones recientes del evangelio.
Las Grandes omisiones de la gran comisión.
En la gran comisión que dejo Jesús para su pueblo se instituyó un modelo de vida diferente. La
primera meta que fijó para iglesia primitiva fue utilizar todo su absoluto poder y autoridad para
hacer discípulos sin que importaran las limitaciones étnicas, esto es, que provinieran de todas
las naciones (Mt 28:19). Esto dejo en claro un proyecto mundial histórico e hizo a un lado su
directiva estratégica previa de solamente ir a las ovejas descarriadas del pueblo de Israel (Mt
10:6). Luego de hacer discípulos, sólo ellos debían ser bautizados en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Dada esta doble preparación, entonces debía enseñárseles a atesorar
y guardar todo lo que él ha mandado a sus discípulos (Mt 28:20). La iglesia cristiana de los
primeros siglos fue el resultado de seguir este plan para el crecimiento de la iglesia: un resultado
difícil de superar.
Sin embargo, en vez del plan de Cristo, el desplazamiento histórico ha dejado esta pensamiento
“conviértelos (a una “fe y practica en particular”) y bautízalos para ser los miembros de la
iglesia”. Esto ocasiona que surjan dos grandes omisiones a la gran comisión. Lo más importante
es que se inicia esto omitiendo el hacer discípulos para ser aprendices de Cristo, cuando deberías
de dejar que todo lo demás espere eso. Luego omitimos por necesidad el paso de conducir a
nuestros conversos a través de la capacitación que les hará llevar a cabo lo que Jesús indico de
una forma siempre creciente.
Estas dos grandes omisiones están conectadas, en la práctica, en un gran todo. Al no hacer
discípulos de nuestros conversos, es imposible que les enseñemos como vivir como Cristo vivió
y enseño “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos,
y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:26). Cuando la
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gente es confrontada con el ejemplo y las enseñanzas de Cristo, la respuesta de hoy día es de
rebelión o rechazo o de asombro: ¿Qué tenemos que ver con estas cosas? ¿Qué tienen que ver
ellas con nosotros? ¿Acaso esto no es primero lanzarnos una carnada y luego cambiarnos la
jugada?
Que es El discipulado entonces
En el tiempo que Jesús había cierta simplicidad para ser su discípulo, básicamente significaba ir
tras él, en una forma de observación, obediencia e imitación, no había cursos de
correspondencia, uno sabía qué hacer y el coste de hacerlo. Simón pedro exclamo: “¿Qué de
nosotros, que lo hemos dejado todo y te hemos seguido?” (Marcos 10:28). La familia y las
ocupaciones eran abandonas durante largos periodos para ir con Jesús, mientras caminaba de
un sitio a otro anunciando, mostrando, y explicando el gobierno o la acción de Dios “aquí y
ahora”. Los discípulos tenían que estar con él para aprender cómo hacer lo que él hacía”.
Imagina hacer eso hoy. ¿Cómo reaccionarían las familias, los empleadores y los colegas ante un
abandono así?
Probablemente concluirían que no les importamos mucho, o que ni siquiera nos importamos a
nosotros mismos. ¿A caso Zebedeo no pensó esto al observar a sus dos hijos dejar el negocio
familiar para acompañar a Jesús? “y luego los llamó; y dejando a su padre Zebedeo en la barca
con los jornaleros, le siguieron” (Marcos 1:20)
Pregúntele a cualquier padre que se encuentre en una situación semejante. De modo que,
cuando Jesús Señaló que uno debe abandonar lo que más quiere – la familia “todos sus bienes”,
y “aun a su propia vida” – en la medida que eso fuera necesario para acompañarle, afirmó un
simple hecho: era la única entrada posible al discipulado.
Cómo es el discipulado Hoy
Aunque costoso, el discipulado alguna vez tuvo un significado muy claro y directo. La mecánica
no es la misma el día de Hoy. No podemos, literalmente, estar con él de la misma forma que
podían estar sus primeros discípulos. Sin embargo, las prioridades y las intenciones – el corazón
o las actitudes internas – de los discípulos son siempre las mismas.
En el corazón de un discípulo hay un anhelo y hay una decisión o intensión fija. Luego de
comprender en algún grado lo que esto significa y, de ese modo, habiendo “meditado en el
costo”, el discípulo de Cristo desea por sobre toda las cosas ser como él. Así, “basta con que el
discípulo sea como su maestro” (Mateo 10:25). Por otra parte “todo el que haya completado su
aprendizaje a lo sumo llega al nivel de su maestro” (Lucas 6:40).
Dado este anhelo producido normalmente por las vidas y las palabras de quienes ya están en el
camino, todavía hay que tomar una decisión: la decisión de dedicarse personalmente a ser como
Cristo. El discípulo es alguien que ha decidido ser semejante a Cristo y por tato a vivir en su “fe
y práctica”, sistemática y progresivamente reorganiza sus asuntos para lograr ese fin. Por medio
de estas decisiones y acciones incluso hoy día, uno queda reclutado en la capacitación de Cristo
y se convierte en su pupilo o discípulo. No hay otra forma. Debemos tener esto presente si es
que, como discípulos, decidimos hacer discípulos.
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En contraste, el que no es discípulo, ya sea dentro o fuera de la iglesia tiene algo “más
importante” que hacer o emprender que ser semejante a Cristo. Él o ella acaba de “comprar un
terreno”, quizás, o incluso cinco yuntas de bueyes, o se ha casado (Lucas 14:18-19). Esas débiles
excusas revelan que algo en esa deprimente lista de seguridad, reputación, riqueza, poder,
indulgencia sexual o mera distracción o adormecimiento, todavía retiene su máxima lealtad. O,
si es que alguien ha repasado esta lista, él o ella tal vez no conozcan la alternativa – no sepan,
en particular, que es posible vivir bajo el cuidado y la dirección total de Dios, trabajando y
viviendo con él como Jesús lo hizo, siempre “buscando primero el reino de Dios y su justicia”.
Una mente atestada de excusas puede convertir al discipulado en un ministerio, o lo puede
ver como algo a lo cual tenerle temor. Pero no hay misterio alguno en anhelar y tener la
intensión de ser como alguien, de hecho, eso es algo muy común. Si realmente tenemos la
intensión de ser como Cristo eso será algo obvio para cada persona atenta que se encuentre a
nuestro alrededor, al igual como para nosotros mismos. Por su puesto, las actitudes que definen
al discípulo no pueden comprenderse hoy día por dejar a la familia y al trabajo para acompañar
a Jesús en sus viajes a través de la campiña.
Sin embargo, el discipulado puede convertirse en algo concreto al aprender activamente como
amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y caminar la segunda milla con un
opresor; en general viviendo las transformaciones internas – y causadas por la gracia – de la fe,
la esperanza y el amor. Tales actos – llevados a cabo por la persona disciplinada con gracia, paz
y amor manifiestos – hacen del discipulado un poco menos impactante el día de hoy de lo que
representó ese abandono hace mucho tiempo. Cualquiera que entre al camino puede verificar
esto él o ella, al mismo tiempo, probará que el discipulado está muy lejos de ser algo pavoroso.
¿Cuál es El costo de la falta de discipulado?
En 1937, Dietrich Bonhoefer concedió al mundo su libro en ingles “El costo del discipulado”. Fue
un magistral ataque en contra del cristianismo “fácil” y de la “gracia barata” en el contexto de
la Europa y de la américa del siglo XX. Sin embargo, no fue exitoso, pero si fue considerado como
un discipulado como un exceso espiritual costoso, solo para aquellos que eran conducidos de
manera especial o llamados a ello.
Pero fue algo bueno y correcto de Dietrich Bonhoefer señalar que un apersona no puede ser
discípulo de Cristo sin perder cosas que normalmente se busca en la vida, y que alguien que paga
poco en la moneda del mundo por llevar su nombre tiene razón al preguntarse cuál es su
posición delante de Dios, sin embargo, el costo de la falta de discipulado es mucho más grande
–aun cuando se considere solo esta vida- que el precio que se paga por caminar con Jesús,
aprendiendo constantemente de él.
La falta de discipulado cuesta una paz duradera, una vida traspasada por el amor, una fe que ve
todas las cosas a la luz de la primordial dirección total de Dios para el bien, una esperanza que
está firme en las circunstancias más desalentadoras, un poder para hacer lo que es correcto y
para resistir las fuerzas del mal. En suma, la falta de discipulado le cuesta precisamente esa
abundancia de vida que Jesús dijo que vino a dar “… yo he venido para que tengan vida, y para
que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). El yugo de Cristo es forma de cruz, después de todo,
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un instrumento de liberación y de poder para quienes viven bajo él y aprenden la mansedumbre
y humildad de corazón que trae descanso al alma.
No hagas lo que otros hacen, has lo que Jesús dijo que hiciéramos.
Leon Tolstoy escribió que “toda la vida del hombre es una contradicción continua de aquello
que sabe que es su deber. En cada área de la vida el actúa en desafiante oposición a los dictados
de su conciencia y de su sentido común”. Un empresario puso en su parachoques de su auto una
placa en un marco que decía: “No me sigas, estoy perdido”. Asombrosamente el marco ha sido
ampliamente utilizado posiblemente porque pone un tinte de un poco de humor frete al fracaso
universal al que se refiere Tolstoy. Este fracaso causa una falta de esperanza profunda y
penetrante y un sentido de falta de valor: una sensación de que jamás podre ser para mi mundo
un ejemplo que de sal y luz, mostrando a la gente el camino de vida. La descripción de Jesús
acerca de la sal que Pierde su sabor lamentablemente sirve bien para caracterizar la forma en
la que nos sentimos acerca de nosotros mismos: “ya no sirve para nada, sino para que la gente
lo deseche y la pisotee” (Mateo 5:13), “y ni siquiera sirve para usarla como abono” (Lucas 14:35).
Un refrán popular expresa la misma actitud: “no hagas lo que hago, has lo que digo”. Jesús dijo
respecto a ciertos líderes religiosos de su tiempo – los escribas y fariseos: “así que ustedes deben
obedecerlos y hacer todo lo que les digan pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican
lo que predican” (Mateo 23:3). Pero eso no era un chiste, y todavía no lo es. Debemos
preguntarnos qué es lo que el diría de nosotros hoy. ¿Acaso no hemos elevado la práctica de los
escribas y fariseos a la altura de un principio fundamental de la vida cristiana? ¿Acaso no es ese
el efecto, intencional o no, de hacer que el discipulado sea opcional?
No estamos hablando aquí de percepción o de ganarnos el don de Dios que es la vida.
Necesitamos dejar que nuestro interés esté sólo en la forma de entrar a esa vida. Pablo escribió:
“Lo que aprendiste y recibiste y oíste y viste en mí, esto haced” (Filipenses 4:9) sus defectos,
cualquiera que estos hayan sido le estorbaron, pero el vivió hacia el futuro a través de la
intensión de acercarse a Jesucristo.
Tenemos La oportunidad más grande de la vida: Hacer discípulos
El Dr. Rufos Jones expresa sus reflexiones en un libro de reciente publicación acerca del mínimo
impacto que la iglesia evangélica del siglo XX ha tenido en los problemas sociales. El atribuye
esta deficiencia a una falta correspondiente de interés por la justicia social de parte de los
conservadores. Eso, a su vez, tiene origen en las reacciones a la teología liberal, derivadas de la
controversia fundamentalista / modernista de las décadas pasadas.
La posición actual de la iglesia en nuestro mundo puede explicarse mejor por aquello que los
liberales y conservadores ha compartido por la forma que difiere los uno de los otros. Por
distintas razones y con énfasis distintos, han estado de acurdo que ser discípulos de Cristo es
opcional a la membresía de la iglesia Cristiana. De este modo precisamente el tipo de vida que
podría cambiar el curso de la sociedad humana – y que en su tiempo lo ha hecho – queda
excluido o al menos omitido del mensaje esencial de la iglesia.
Preocupados por ingresar a esa radiante vida, cada uno de nosotros debe preguntarse: “¿soy un
discípulo o solamente un Cristiano de acuerdo a los estándares actuales?”. Un examen de
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nuestros más profundos anhelos e intenciones reflejados en las respuestas específicas y
elecciones que forman nuestras vidas, pueden mostrar si hay cosas que consideramos más
importantes que ser como él. Si estas existen, entonces no somos todavía sus discípulos. Al no
estar dispuesto a seguirle, nuestra formación de confiar en él debe sonar falso. Jamás podríamos
afirmar de manera creíble que confiamos en un doctor, maestro o mecánico de auto, u otros si
no seguimos sus indicaciones.
Hay preguntas todavía para los que dirigimos o ministramos: ¿Qué autoridad o base tengo para
bautizar personas que no fueron llevadas a tomar una clara decisión de convertirse en discípulos
de Cristo? ¿Me atrevo a decirle a la gente, como “creyentes” sin discipulado, que están en paz
con Dios y con ellos? Y quizá lo más importante: como ministro, ¿tengo la fe para emprender la
obra para hacer discípulos? ¿Mi primer objetivo es hacer discípulos? ¿O sencillamente soy el
que dirige una serie de operaciones?
Nada menos que la vida tras los pasos de Cristo es lo adecuado para el alma humana o para las
necesidades del mundo. Cualquier otra oferta no puede hacer justicia al drama de la redención
humana. La perspectiva correcta es conseguir seguir a Cristo no sólo como la necesidad que esto
representa sino como el cumplimiento de las más altas posibilidades humanas y como la vida en
el plano más elevado. Es percibir, como lo dice: Hemuth Thielcike, que “el cristiano esta, no bajo
la dictadura de un pensamiento legalista del “Tú debes” sino en el campo magnético de la
libertad cristiana, bajo la habilitación del “tú puedes””.
Conclusión
Entonces ¿el discipulado es sólo para supercristianos? NO, el discipulado no es obcional, es parte
de nuestra vida.
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