Los oficios de Dylan y Manzanero

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LOS OFICIOS DE DYLAN Y MANZANERO
De palabras
Fernando Castaños
9 de noviembre de 2011
“El lenguaje significa; ésa es su condición.” (Emile Benveniste)
En cierta ocasión, un periodista le dijo a Bob Dylan que se le veía como un poeta y le
pidió una opinión al respecto. El autor y ejecutante de canciones rock folk contestó: “Yo
no me nombro así, porque no me gusta la palabra. Soy un trapecista.”
Algunos años después, otro periodista le hizo a Armando Manzanero una observación
y una solicitud similares. El cantautor de boleros balada sonrío y dijo: “Soy un
trovador.”
En sus respuestas, ambos músicos dieron prueba de poseer capacidades como las de
un poeta. Mostraron, al emplear enunciados que oponían dos palabras, de qué estaban
hechas ellas. No es que las hayan explicado, que es lo que haría un lexicógrafo: hablar
acerca de las palabras. Al colocarlas junto a otras, nos enseñaron cómo funcionan y
dirigieron nuestra atención hacia sus rasgos de sentido.
Ésa es, precisamente, la función del lenguaje que Roman Jakobson llamó “poética”, la
que dirige la mirada hacia la factura de la frase y, así, revela la naturaleza de sus
constituyentes. No se trata —es pertinente anotarlo aquí— de una función exclusiva de
la poesía. La encontraremos en las arengas políticas o en los anuncios publicitarios,
porque atrae y distribuye la atención, operaciones muy valiosas cuando uno busca que
otros hagan suyos los mensajes que emite. La hallaremos también en el lenguaje
cotidiano, en virtud de que puede ser fuente de juegos divertidos.
De hecho, la función poética aparece en momentos felices en todos los géneros y en
todos los registros discursivos, pues advertir cómo trabajan las palabras es algo que
fascina a los seres humanos. Pero en la poesía esta función siempre es tanto o más
importante que otras que puede cumplir el lenguaje, como la de referir hechos o la de
expresar emociones, y las y los poetas son individuos que dedican sus mejores horas a
dominarla. Generalmente, es en los textos poéticos donde la función poética se
desempeña con excelencia. Esto es lo que quería subrayar Jakobson al nombrarla como
lo hizo.
Entonces, con su actuación, ambos, Dylan y Manzanero, dieron la razón a sus
entrevistadores: son verdaderos poetas. En la manera de negarlo, lo confirmaron.
Cuando nos damos cuenta de ello, los lectores de las entrevistas no pensamos que sus
respuestas sean ilógicas, y mucho menos vanas. Sabemos que, además de mostrar en la
práctica y con ironía qué hace un poeta, ellos sí buscaban rechazar una parte del
significado de la palabra que pusieron en cuestión.
El vocablo “poeta” denota a quienes encuentran combinaciones de palabras que
exhiben las claves del lenguaje, los recursos de que se ha ido dotando la humanidad
para construir pensamiento y crear sociedad. Pero esa locución también connota cómo
se comportan esas personas y cómo son tratadas por los demás. Son estas connotaciones
lo que preocupa a los dos autores de canciones. Cada uno, a su manera, nos dice que no
se concibe como se piensa generalmente que son los poetas y que no quiere ser
interpelado como se convoca usualmente a los poetas.
Con mucha imaginación y mayor audacia, Bob Dylan nos hace ver que ciertos poetas
se mueven entre las palabras como los artistas del trapecio se mueven en el aire, dando
F. Castaños
LOS OFICIOS DE DYLAN Y MANZANERO
9.11.2011
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giros inesperados y asumiendo riesgos. Son nómadas y no persiguen honores de
instituciones que se erijan por encima de sus espectadores. La libertad que reclaman les
permite llamar a cuentas a las palabras que exponen. Ésa es la ocupación que ha
escogido.
Con gran pudor y mesura superior, Armando Manzanero nos recuerda que la
aspiración de algunos poetas ha sido la de producir versos que recojan el habla popular
y sean gratos al oído. No pretenden que, además, sus líneas resistan el examen de
quienes estudian la poesía en el ámbito académico. No cuestionan ningún orden;
esperan, sí, cantar el amor y que ello les lleve a recorrer mundo. Ésa es la profesión que
ha elegido.
Porque Dylan las contrasta, vemos qué tienen en común las palabras “poeta” y
“trapecista”. Porque Manzanero las compara, advertimos cómo difieren “poeta” y
“trovador”. El contraste supone el cotejo y la comparación implica la contraposición.
Dos atribuciones son claves en esto: consideramos que la autocaracterización de Dylan,
como trapecista, es falsa y conferimos a la de Manzanero, como trovador, el valor de
verdadera. Ellos así lo esperan y, de algún modo, anticipan que nosotros sabremos que
lo esperan. Se establece lo que algunos han llamado “una reciprocidad de perspectivas”.
Allí reside la diferencia entre los usos metafóricos y literales de las palabras, de
acuerdo con Donald Davidson. Lo metafórico forma parte de una afirmación deliberada
y notoriamente falsa; lo literal, de una simplemente verdadera. De ello, inferimos que la
metáfora requiere una cooperación mayor entre el remitente y el destinatario, una
complicidad casi; y además que concentra mucha más atención. Esto es lo que explica
su fuerza.
La afirmación del rockero cuyas letras inspirarorn a una generación rebelde es
metafórica. La del baladista en cuyas líneas se han reconocido cofradías de románticos
con edades varias es literal. Ambos actúan con las palabras de formas cuya explicación
requiere ideas como las de Jakobson y Davidson. Esas ideas, que han producido un giro
lingüístico en las humanidades y las ciencias sociales, son la materia de esta columna.
Mis propósitos son exponerlas y ofrecer análisis de fragmentos de diferentes tipos de
discursos, principalmente literarios, políticos y mediáticos.
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