Los saberes del caminante. La espiritualidad de Ignacio de Loyola

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LOS SABERES DEL CAMINANTE. La espiritualidad de Ignacio de Loyola es una espiritualidad para
caminantes. Nos acercamos a otros caminantes, a los dos que se dirigían a Emaús. Jesús les acompañó en su
caminar. Les fue deslastrando su morral de pesadas actitudes y sentimientos. Les colocó en el morral lo que
necesitaban para el camino: saber mirar, saber arder, saber esperar, saber reír y saber compartir.
1. SABER MIRAR. No reconocemos a Jesús caminando a nuestro lado. Tenemos los datos, pero no sabemos
mirar. ¡Abramos los ojos! Mirar para que lo encontremos en todas las cosas.
 Que el Señor nos enseñe a mirar con ojos nuevos nuestra propia vida. Recojamos los beneficios que
hemos recibido, la fidelidad de Dios con nosotros. Reconciliémonos de nuestra propia historia.
Hagamos una lista de nuestras experiencias de gracia.
 Miremos cómo Dios habita en lo creado y en la historia. Presencia de Dios en la historia de los hombres,
con su oferta de amor no poderosa y que nos interpela.
 Miremos cómo Dios trabaja por mí en todas las cosas. “Mi Padre sigue trabajando y yo también
trabajo”. Dios trabaja, Cristo trabaja y ambos nos invitan a trabajar con ellos, a su manera. Dios trabaja
en los corazones humanos, sacando de ellos lo mejor de sí mismos. Donde veamos pizquitas de bondad,
de generosidad, de belleza, allá está trabajando Dios. Dios trabaja en las personas haciéndoles que
hagan, que sean extensión de su mano trabajadora. El Hijo también nos invita a trabajar con él. Así Dios
nos interpela y nos gratifica, llenándonos de esperanza. El Reino crece con el trabajo de Dios,
lentamente, pero crece, al ritmo de Dios.
2. SABER ARDER. Si aprendemos a mirar así, nuestro corazón arderá, como en los discípulos de Emaús.
Para ello, miremos a:
 Nuestra propia historia, arropada, aceptada y bendecida por Dios.
 La Naturaleza y a la Historia, descubriendo el rostro de Dios que nos llama.
 El corazón de todo hombre y mujer, sus culturas, sus tradiciones… donde Dios trabaja
silenciosamente.
El saber mirar nos llevará a saber amar y aprenderemos a amar como Dios nos ama. Amor con trabajo que
se convierte en servicio… le devolveremos lo que de Él hemos recibido.
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo
mi haber y poseer; Vos me lo distes; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra
voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.
Y cómo se dice en 1 Jn. 3, 16: “Hemos comprendido lo que es el amor porque Aquél se desprendió de su
vida por nosotros: ahora también nosotros debemos desprendernos de la vida por nuestros hermanos…”
Devolvemos el amor en el servicio.
3. SABER ESPERAR. Los de Emaús habían perdido la esperanza, “…nosotros esperábamos…” Jesús les
devuelve la esperanza. Por eso se levantaron con presteza para regresar a Jerusalén, de donde venían
huyendo. Necesitamos la esperanza para enfrentar la maldad del mundo que nos golpea y nos seguirá
golpeando; con el propio mal de nuestro corazón que se vuelve errático; con la frustración y la espera que
nunca termina, que desanima; con la desilusión y pérdida de los sueños creativos. La condición del
cristiano es vivir en la esperanza y ser mensajeros de ella. Nuestra esperanza se funda en ese amor del
Padre, que siempre toma la iniciativa…
VER Rm. 8, 28-39
4. SABER MANTENERSE ALEGRES Y REÍR. Los discípulos de Emaús pasaron de estar entristecidos a
estar consolados. El oficio del Resucitado es el de consolar. Y les devolvió la alegría. No pudieron
contenerla y corrieron a comunicarla a sus compañeros en Jerusalén. La alegría que comunica el
Resucitado es un don que nadie lo puede quitar. El caminar paso a paso, codo a codo con el Resucitado
produce consolación, alegría y, por qué no, buen humor. (Su ausencia siempre es preocupante).
5. SABER COMPARTIR. Los discípulos lo reconocieron al partir el pan, en el compartir. Regresan a
Jerusalén a compartir la experiencia, el gozo y la esperanza. “Contaron lo que había pasado en el camino y
cómo habían conocido al Señor en la fracción del pan”. Los otros también les contaron sus propias
experiencias. Caminemos con Jesús, pero no en solitario, sino como miembros del pueblo de Dios, en la
Iglesia. Compartir la mirada, el ardor del corazón, la esperanza, la alegría, la fiesta…
“No camines delante de mí, porque irás más deprisa que yo y te perderé de vista; no camines detrás
de mí, porque no podré verte y me desorientaré. Camina a mi lado, codo a codo conmigo, porque
sentirte junto a mí me dará ánimo”. (Albert Camus). Pidámosle a Jesús lo mismo. Que no vaya ni
delante ni detrás, sino junto a nosotros, a nuestro paso de caminantes con la mochila a la espalda.
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