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Cuando el racismo se disfraza de ciencia

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Cuando el racismo se disfraza de ciencia
Cuando el racismo se disfraza de ciencia
Por Bruno Geller
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El divulgador científico Nicholas Wade afirma en su libro
“Una herencia Incómoda: Genes, Raza e Historia Humana” que
las diferencias entre las sociedades humanas tienen causas genéticas y concluye que, por esa razón, África experimenta un
retraso en su desarrollo. Científicos de varios países, incluida la
Argentina, alzaron la voz contra estos prejuicios.
En la historia de Occidente las razones, sostenidas
por determinados grupos para establecer una jerarquía
social de acuerdo a valores innatos, fueron variando. Los
griegos se apoyaron en mitos. Y “la Iglesia se basó en
el dogma y en los dos últimos siglos, las afirmaciones
científicas se han convertido en el principal recurso”, escribió el paleontólogo y biólogo evolutivo Stephen Jay
Gould en su libro “La falsa medida del hombre”.
Las ideologías, prejuicios y representaciones racistas que en el siglo XIX pretendían su demostración utilizando argumentos supuestamente científicos, se siguen reproduciendo en la actualidad con tácticas
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similares, pero esta vez enmascaradas con las formas
refinadas de la biología molecular. La necesidad de que
esas ideas decididamente discriminatorias –difundidas
muchas veces por científicos y periodistas destacados—
no se propaguen entre ciudadanos intelectualmente
“desarmados” ha llevado a otros investigadores y comunicadores de distintos países, incluida la Argentina, a
expresar su posición.
En 2007 James Watson, uno de los descubridores
de la estructura molecular del ADN y ganador de un premio Nobel por ese hallazgo dijo, entre otras cosas, que
los negros venían al mundo con una inteligencia inferior
a la de los blancos. Además de recibir duras críticas de
políticos y científicos como Steven Rose, neurobiólogo y
miembro fundador de la Sociedad para la Responsabilidad Social en Ciencia del Reino Unido, el prestigioso Laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva York decidió
apartarlo de su junta directiva.
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El año pasado, una de las editoriales más grandes
del mundo, “Penguin Books”, publicó “A Troublesome
Inheritance: Genes, Race and Human History” (traducido al español como “Una herencia Incómoda: Genes,
Raza e Historia Humana”), un libro que sugiere que las
diferencias entre las sociedades humanas serían consecuencia de su información genética. Su autor Nicholas
Wade es egresado en Ciencias Naturales del King´s College de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido,
fue coeditor de la destacada revista científica “Nature”,
y trabajó como reportero para “Science” (otra prestigiosa publicación) y “The New York Times”.
En el polémico libro, Wade se pregunta por qué
África sigue tan retrasada en su desarrollo humano a
pesar de los millones de dólares que se invirtieron para
su ayuda y concluye, siguiendo la línea de pensamiento
de Watson, que las causas se deben encontrar en las
características genéticas de la población local.
“La omisión del colonialismo y de cómo se salió de
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él, de las formas en que se concentró el capital en el
siglo XIX, de la lucha de clases, de la esclavitud, del reparto de roles en la economía mundial o simplemente
de las diferencias climáticas y la disponibilidad de recursos naturales pone a Wade en la categoría de los necios,
claramente distinguible de la de los ignorantes”, señala
el doctor Alberto Kornblith, Biólogo Molecular e Investigador Superior del Conicet en la Facultad de Ciencias
Exactas y Naturales de la UBA y Director del Instituto de
Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE),
dependiente de la UBA y del CONICET.
Repudio internacional
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El libro de Wade hizo que 139 expertos en genética
de prestigiosas universidades como la de Stanford, de
California, de Columbia, de Cambridge, del Instituto Médico Howard Hughes y de otros centros académicos del
mundo, firmasen una carta de rechazo a sus hipótesis.
En el texto declaran: “Wade yuxtapone un relato incompleto e inexacto de nuestra investigación sobre las diferencias genéticas humanas con la especulación de que
la reciente selección natural ha provocado las diferencias en los resultados de las pruebas de inteligencia, en
las instituciones políticas y en el desarrollo económico.
Rechazamos la implicación de Wade de que nuestros hallazgos corroboran su conjetura. No lo hacen. Estamos
totalmente de acuerdo que no hay apoyo desde nuestro
campo de la genética de poblaciones para las conjeturas
de Wade.”
“Coincido plenamente con los 139 firmantes de la
carta”, afirma Kornblith quien también es investigador
internacional del Instituto Médico Howard Hughes. “Me
emociona además que entre los firmantes se encuentre
Svante Päbo, probablemente el especialista en genética
molecular humana más importante de lo que va del siglo,
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gracias a quien conocemos el genoma del hombre de
Neandertal y su similitudes y diferencias con nosotros,
Homo sapiens.”
Si bien existen diferencias genéticas entre las poblaciones humanas, “no son suficientes para que dichas
poblaciones sean consideradas razas, o para que sean
la causa de diferencias de comportamiento o del coeficiente de inteligencia. Hay que atenerse a las evidencias
y no a las especulaciones no fundamentadas”, subraya
Kornblith. “Las evidencias simplemente no existen y
usar los datos recientes de genética de poblaciones para
justificar una boutade, una bravuconada, como la de
Wade, es tan pernicioso como la de negar tal evidencia,
si existiera, por prejuicios políticos progresistas. Si bien
la ciencia no está exenta de ideología, la biología por
ahora no da cuenta de diferencias de las que sí da
cuenta la cultura y la organización social.”
Para el doctor Eduardo Castaño, investigador del
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es simplemente no-científico. No hay hipótesis. Wade ha
tomado datos de varias disciplinas, principalmente la
genética, y los ha manipulado a su antojo para darle
‘fundamento’ a una creencia.” El peligro de divulgar esa
creencia como si fuera una hipótesis, dice Castaño, “es
el de instalar de manera sutil y masiva la idea de que
los nuevos avances genéticos dan sustento a semejantes afirmaciones. Aquí sí podríamos hablar de falsedad,
en el sentido de engaño, de fraude. No hay ‘error’ sino
intencionalidad.”
Nuevas formas de racismo
Wade, así como otros científicos y periodistas, está
reinstalando conceptos sobre las bases biológicas del
comportamiento humano típicas del siglo XIX. En esa
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época Samuel Morton y Paul Broca pesaban los cerebros
y medían los cráneos para estimar el nivel de “inteligencia”. Franz Joseph Gall afirmaba que mediante la inspección del cráneo (o de la cabeza en una persona viva)
podía “localizar” regiones cerebrales de cuya actividad
dependían la bondad, la agresividad, la esperanza, la
precaución y otras cualidades. “Inicialmente llamada
‘craneoscopía’ y luego ‘frenología’, esta línea de pensamiento derivó en abusos discriminatorios tales como definir la ‘superioridad’ o ‘inferioridad’ de los seres humanos por la forma de su cráneo”, explica Castaño. “No fue
casual que floreciera como sustento ‘científico’ del colonialismo brutal y expoliador de la época.”
Actualmente, el desarrollo de neuroimágenes que
intentan localizar funciones cerebrales complejas requiere que los divulgadores científicos sean rigurosos y
muy cautelosos. “Nadie pone en duda la utilidad que, en
medicina y en neurobiología, tienen las neuroimágenes
actuales. Pero abusando de sus alcances existe el peligro de volver a una frenología sutil y en apariencia ‘sustentada’ por datos científicos”. De otra manera, a través
de los medios de comunicación, pueden pasar por verdaderas afirmaciones tales como “en tal o cual región
cerebral reside la preferencia por una u otra gaseosa’,
que ‘los homosexuales activan circuitos neuronales diferentes a los heterosexuales’ o que ‘los cerebros de los
republicanos y demócratas reaccionan en forma diferente’, todas ellas ya publicadas y divulgadas, solo para
ilustrar algunos excesos”, puntualiza Castaño.
Con el “abuso” de la genética ocurre algo que, conceptualmente, es similar, a lo que se intentó en el siglo
XIX y comienzos del siglo pasado a través de las mediciones del cerebro y otras partes del cuerpo. “Se pretende ‘localizar’ en un gen o grupo de genes un comportamiento determinado eliminando la complejidad del
papel que cumplen las dimensiones históricas, políticas,
económicas, sociales y culturales en la construcción de
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la identidad de los seres humanos”, advierte Castaño
quien sostiene que las motivaciones de este retorno al
siglo XIX en el estudio de las bases biológicas del comportamiento humano son probablemente muy variadas.
“Algunos científicos y divulgadores parecen impulsados
a clasificar y establecer categorías deterministas para
justificar la superioridad, la discriminación, la estigmatización irreversible y la dominación. Hoy existe el peligro
concreto de que la genética y las neurociencias se utilicen para establecer una nueva frenología ‘high tech’ que
alimente y legitime estrategias sofisticadas en esa dirección.”
Por esta razón y dado “el altísimo perfil de Wade y
el poder de los medios para los que ha trabajado, es
muy importante generar un interesante debate sobre las
relaciones entre la ética, la ciencia, la divulgación científica y la sociedad”, destaca Castaño.
Sebastián Preliasco, biólogo e integrante del colec114 tivo de comunicación social de la ciencia “Jeta K´ai”,
considera que las afirmaciones de Wade no son más que
especulaciones cargadas de “falacias, etnocentrismo,
tergiversaciones y prejuicios racistas. Esta sucesión de
palabras decididamente peyorativas pocas veces encuentra, como en este caso, una situación que justifique
plenamente su uso. No es para menos: la pretensión de
justificar y naturalizar las desigualdades entre los pueblos con artilugios y retórica biológica es un disparate
desde el punto de vista científico, filosófico, histórico y
humano.”
Lo que resulta llamativo, dice Preliasco, es el espacio que le dan las editoriales y los medios de comunicación a la divulgación de estos trabajos engañosos que
nutren y se nutren del reduccionismo biológico. “Por lo
general, referentes de la comunidad científica salen a la
palestra a aclarar este tipo de estudios, sobre todo
cuando se trata de posturas audaces y ciertamente peligrosas como las de Wade. Pero mantienen la guardia
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baja cuando esa forma argumental tan criticada se multiplica en casos que no son políticamente incorrectos.
Este germen latente de tal representación se expresa en
forma de metáforas callejeras y se extiende por los pasillos de universidades, laboratorios y ministerios. En la
actualidad, su forma más extendida adjudica todo
cuanto acontece en la vida y en el hecho de vivir a una
molécula singular: el ADN. Estamos acostumbrados a
expresiones coloquiales que sentencian ‘está en su ADN’
o ‘en nuestro ADN’ como formas de cerrar una discusión,
a veces con ironía, a veces con cierto fatalismo. Pero en
ambos casos permean el sentido común, que se torna
cada vez más tolerante y receptivo a este tipo de afirmaciones.”
En este contexto, destaca Preliasco, se multiplican
las publicaciones con sesgo cientificista que intentan explicar la violencia, la inteligencia, la identidad o la religión desde la perspectiva unidimensional del ADN. “En
este punto vale la pena aclarar que la relevancia biológica del ADN es incuestionable y sin lugar a duda ayuda
a comprender un sinnúmero de procesos vitales, pero
esta importancia radica no sólo en aquello que explica
sino también en todo lo que no puede explicar. La naturaleza social, cultural e histórica de las cosas que envuelven y se manifiestan a lo largo de nuestras vidas
forma parte de una trama compleja de acontecimientos
que poco y nada tienen que ver con lo que acontece en
el núcleo de las células.”
Sobre Wade, Kornblith afirma que “el necio, a diferencia del ignorante, es quien ignora algo que debería
saber. Como dijo Cervantes: Las necedades del rico por
sentencias pasan en el mundo.”
En resumen, Wade atribuye a los genes la capacidad de hacer cosas que son producto de las interacciones sociales, habla de razas cuando la biología ha demostrado su inexistencia y muestra poco conocimiento
tanto de la historia humana como de la historia de la
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ciencia.
Nota publicada el 17-09-2015 en Neomundo, sitio especializado en
la publicación de noticias, contenidos y opiniones sobre avances en
ciencia, salud, tecnología y medio ambiente.
A través de este artículo quise mostrar – a modo de ejemplo – que la ciencia no es
neutra y que la historia de la ciencia no es ajena a la conflictiva historia de la humanidad. Está atravesada por dimensiones políticas, ideológicas, económicas y sociales.
Puede ser utilizada como herramienta para defender privilegios de sectores de la sociedad y alianzas de intereses corporativos o bien para generar bienestar para toda la
humanidad. Así como el ejercicio de la ciencia requiere una ética del conocimiento,
una ética de qué se investiga, cómo se investiga, y para quién se investiga, el periodismo científico y, en un sentido más abarcador, la comunicación pública de la ciencia reclama una ética similar: qué, cómo y para quiénes comunicamos.
Bruno Geller es licenciado en Psicología por la UBA, periodista científico y redactor de la Agencia de Noticias Científicas y Tecnológicas Argentina (Agencia
CyTA) del Instituto Leloir.
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