Subido por Jorge Tintorri

dios

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La sordera de Dios
«Me siento engañada/o. Me habían dicho que Dios era bueno y
protegía y amaba a los buenos, que la oración era omnipotente, que
Dios concedía todo lo que se le pedía.»
<<¿Por qué Dios se ha vuelto sordo a lo que le pido? ¿Por qué no
me escucha? ¿Por qué permite que esté sufriendo tanto?>>
»Empiezo a pensar que detrás de ese nombre, Dios, no hay nada.
Que es toda una gigantesca fábula. Que me han engañado como a
una tonta desde que nací».
Esta queja, amarga y crispada, corresponde a un tipo de quejas de
las más antiguas que se escuchan contra Dios.
Visión utilitarista de Dios
Al parecer, su dios era algo que servía a esta persona, y no ella
alguien destinada a servir a Dios. Su dios era bueno en la medida
que le concedía lo que deseaba, pero dejaba de ser bueno cuando
le hacía marchar por un camino más costoso o difícil.
Con la oración, nos dirigimos a Dios y le expresamos nuestras
inquietudes y preocupaciones. Es cierto que con la oración Dios nos
concede lo que le pedimos, pero solo cuando eso que pedimos sea
lo que realmente necesitamos. No tendría sentido que nos
concediera cosas que no nos convienen, y el hombre no siempre
acierta a saber qué es realmente mejor para él. La buena oración no
es la que logra que Dios quiera lo que yo quiero, sino la que logra
que yo llegue a querer lo que quiere Dios.
Tratar a Dios como a un plomero, del que solo nos acordamos
cuando las canillas no funcionan, es una visión utilitarista de Dios.
Amar a Dios porque nos resulta rentable es confundir a Dios con un
buen negocio, un uso egoísta de Dios. Un dolor, por grande que sea,
puede ser el momento verdadero en que tenemos que demostrar si
amamos a Dios o nos limitamos a utilizarlo.
Es verdad que el sufrimiento es a veces difícil de aceptar y de
entender. Pero nuestros sufrimientos —ha escrito la Madre Teresa
de Calcuta— son como caricias bondadosas de Dios, llamándonos
para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no
somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios
quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él.
Son muchos los males que afligen al mundo y a nuestra propia vida,
pero eso no debe llevarnos al pesimismo, sino a la lucha por la
victoria del bien. Y esta lucha por la victoria del bien en el hombre y
en
el
mundo
nos
recuerda
la
necesidad
de
rezar.
La oración... ¿no es hablar solo?
Pensemos
Una persona debe sembrar unas semillas en dos macetas y ponerlas
junto a la ventana
Luego, el mismo se encargará de regar todos los días la primera de
esas dos macetas. Otra persona se dedicará a rezar para que
germine lo que han sembrado en la segunda, pero sin echar una sola
gota de agua.
¿Qué pasara?
La fe y la esperanza cristianas no son para cobardes como algunos
parecen identificarlo.
El que reza no puede pretender que Dios haga el trabajo que le
corresponde hacer a él.
La oración no es una simple espera de que alguien venga a resolver
lo que nosotros hemos de resolver.
Ni es la aceptación de errores o injusticias que estaría en nuestra
mano atajar.
Tampoco es un vano y supersticioso intento de obtener un poder
oculto sobre los bienes de este mundo.
Rezar no es una especie de diálogo de un maníaco con su sombra.
La oración es algo muy distinto, y millones de seres humanos han
encontrado en ella a lo largo de los siglos, no solo consuelo, sino una
luz y una fortaleza grandes.
No son pocos los que hablan con sarcasmo de todo lo que suponga
rezar a Dios para que se resuelva un problema social o se abrevie
cualquier desgracia o maldad humana.
Pero muchos dicen que han intentado hablar con Dios y no oyen
ninguna respuesta..., que no escuchan nada en la oración, que es
algo inútil.
El problema no es que la oración sea inútil, sino que hay que
aprender a hacer oración. Y en la oración no escucharemos ninguna
respuesta con voz de ultratumba que nos hable solemnemente. La
oración no es cosa de fantasías. La respuesta se escucha con el
corazón.
En el silencio del corazón es donde habla Dios. Dios es amigo de ese
silencio. Y necesitamos escuchar a Dios, porque lo que importa no
es lo que nosotros le decimos, sino sobre todo lo que Él nos hace
ver.
Dios no habla demasiado alto, pero nos habla una y otra vez a través
de todo lo que nos sucede. Oírle depende de que, como receptores,
logremos estar en buena sintonía con el emisor, que es Dios, y
sepamos vencer las muchas interferencias que a veces produce
nuestro propio estilo de vida. Así escucharemos lo que nos pide, o lo
que nos reprocha, y caeremos en la cuenta de lo que espera de
nosotros.
—¿Y con tanto rezar, no corren peligro de alejarse un poco de la
realidad?
El silencio interior no aísla jamás a las personas de los otros seres.
Al contrario, les hace comprenderlos mejor, entrar más en su interior.
La verdadera oración otorga al hombre una madurez, un equilibrio de
alma y unos modos sensatos y profundos de entender la vida propia
y la de los demás.
La oración enriquece enormemente a cualquier persona que la
practique. Buscar unos minutos al día de pausa cordial para el
encuentro con Dios en el fondo del alma, elevándose un poco por
encima del trajín y el ruido de nuestras actividades cotidianas,
dejando por un rato esas preocupaciones que agobian (o
precisamente tratando de ellas en la presencia de Dios); y tomar, por
ejemplo, el Evangelio, o cualquier libro que nos ayude a elevar
nuestro pensamiento hacia Él; y leer una frase, unas pocas líneas, y
dejarlas calar dentro de sí, como la lluvia cae sobre la tierra. Eso,
aunque solo sea unos pocos minutos, pero cada día, a la vuelta de
poco tiempo produce un sorprendente enriquecimiento interior.
https://youtu.be/UJof2dTGU4c
HOMBRE:
DIOS:
Padre Nuestro que estas en los cielos.
Sí... Aquí estoy.
HOMBRE: Por favor ... no me interrumpa. ¡Estoy rezando!
DIOS: ¡Pero tú me llamaste!
HOMBRE: ¿Llamé? Yo no llamé a nadie. Estoy rezando.... Padre
Nuestro que estas en los cielos...
DIOS:
¡¡¡Ah!!! Eres tú nuevamente.
HOMBRE: ¿Cómo?
DIOS: ¡Me llamaste! Tú dijiste: Padre Nuestro que estás en los
Cielos. Estoy aquí. ¿En que te puedo ayudar?
HOMBRE: Pero no quise decir eso. Estoy rezando. Rezo el
Padrenuestro todos los días, me siento bien rezando así. Es como
cumplir con un deber. Y no me siento bien hasta cumplirlo.
DIOS: Pero ¿cómo puedes decir Padre Nuestro sin pensar que todos
son tus Hermanos, ¿Cómo puedes decir que estás en los cielos, si
no sabes que el cielo es paz, que el cielo es amor a todos...
HOMBRE:
Es que realmente no había pensado en eso.
DIOS: Pero... prosigue tu oración.
HOMBRE: Santificado sea tu nombre...
DIOS: ¡Espera ahí! ¿Qué quieres decir con eso?
HOMBRE: Quiero decir... quiero decir... lo que significa. ¿Cómo lo
voy a saber? Es parte de la oración. ¡Solo eso!
DIOS: Santificado significa digno de respeto, santo, sagrado.
HOMBRE: Ahora lo entiendo. Pero nunca había pensado en el
sentido de la palabra SANTIFICADO.
"Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como
en el cielo..."
DIOS: ¿Estás hablando en serio?
HOMBRE: ¡Claro! ¿Por qué no?
DIOS: ¿Y qué haces tú para que eso suceda?
HOMBRE: ¿Cómo que qué hago? ¡Nada! Es que es parte de la
oración. Hablando de eso... sería bueno que el Señor tuviera un
control de todo lo que acontece en el cielo y en la tierra también.
DIOS: ¿Tengo control sobre ti?
HOMBRE: Bueno... ¡Yo voy a la Iglesia!
DIOS: ¡No fue eso lo que te pregunté! ¿Qué tal el modo en que tratas
a tus hermanos, la forma en que gastas tu dinero, el mucho tiempo
que dedicas a ver la televisión y el poco tiempo que me dedicas a Mi?
HOMBRE: Por favor, ¡Para de criticar!
DIOS: Disculpa. Pensé que estabas pidiendo que se haga mi
voluntad. Si eso fuera a acontecer. ¿Qué hacer con aquellos que
rezan y aceptan mi voluntad, el frío, el calor, la lluvia, la naturaleza,
la comunidad....
HOMBRE: Es cierto, tienes razón. Nunca acepto tu voluntad, pues
me quejo de todo. Si mandas lluvia, pido sol.. si mandas sol me quejo
del calor, si mandas frío, continúo quejándome. Pido salud, pero no
cuido de ella. Dejo de alimentarme bien o como mucho.
DIOS: Excelente que reconozcas todo eso. Vamos a trabajar juntos
tú y yo. Vamos a tener victorias y derrotas. Me está gustando mucho
tu nueva actitud.
HOMBRE: Oye Señor, preciso terminar ahora, esta oración está
demorando mucho más de lo acostumbrado. Continúo..."danos hoy
nuestro pan nuestro de cada"...
DIOS: ¡Para ahí! ¿Me estas pidiendo pan material? No sólo de pan
vive el hombre sino también de Mi Palabra. Cuando Me pidas el pan,
acuérdate de aquellos que no lo tienen. ¡Puedes pedirme lo que
quieras! Deja que me vea como un Padre amoroso! Estoy interesado
en la última parte de tu oración, continúa..
HOMBRE: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden..."
DIOS: ¿Y tu hermano que desprecias?
HOMBRE: ¿Ves? Oye Señor, él me criticó muchas veces y no era
verdad lo que decía. Ahora no consigo perdonarlo. Necesito
vengarme.
DIOS: Pero.. ¿Y tu oración? ¿qué quieres decir con tu oración? Tú
me llamaste y estoy aquí, quiero que salgas de aquí transformado,
me gusta que seas honesto. Pero no es bueno cargar con el peso de
la ira dentro de ti! ¿Entiendes?
HOMBRE: Entiendo que me sentiría mejor si me vengara.
DIOS: ¡No! Te vas a sentir peor. La venganza no es buena como
parece. Piensa en la tristeza que me causarías, piensa en tu tristeza
ahora. Yo puedo cambiar todo para ti. Basta que tú lo quieras.
HOMBRE: ¿Puedes? ¿Pero cómo?
DIOS: Perdona a tu hermano, y Yo te perdonaré a ti y te aliviaré.
HOMBRE: Pero Señor.. no puedo perdonarlo.
DIOS: ¡Entonces no me pidas perdón tampoco!
HOMBRE: ¡Estás acertado! Pero solo quería vengarme, quiero la paz
Señor. Está bien, está bien: perdono a todos, pero ayúdame Señor!.
Muéstrame el camino a seguir.
DIOS: Esto que pides es maravilloso, estoy muy feliz contigo. Y tú...
¿Cómo te estas sintiendo?
HOMBRE: ¡Bien, muy bien! A decir verdad, nunca me había sentido
así. Es muy bueno hablar con Dios.
DIOS: Ahora terminemos la oración. prosigue...
HOMBRE: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal..."
DIOS: Excelente, voy a hacer justamente eso, pero no te pongas en
situaciones donde puedas ser tentado.
HOMBRE: y ahora.. ¿Qué quieres decir con eso?
DIOS: Deja de andar en compañía de personas que te llevan a
participar de cosas sucias. Abandona la maldad, el odio. Todo eso te
lleva al camino errado. No uses todo eso como salida de emergencia.
HOMBRE: ¡No te entiendo!
DIOS: ¡Claro que me entiendes! Has hecho conmigo eso varias
veces. Vas por el camino equivocado y luego corres a pedirme
socorro.
HOMBRE:
Tengo
mucha
vergüenza,
perdóname
Señor.
DIOS: ¡Claro que te perdono! Siempre perdono a quien está
dispuesto a perdonar también. Pero cuando me vuelvas a llamar
acuérdate de nuestra conversación, medita cada palabra que dices.
Termina tu oración.
HOMBRE: ¿Terminar? Ah, sí, "AMEN!"
DIOS: ¿Y qué quiere decir "Amén"?
HOMBRE: No lo sé. Es el final de la oración.
DIOS: Debes decir AMEN cuando aceptas todo lo que quiero, cuando
concuerdas con mi voluntad, cuando sigues mis mandamientos,
porque AMEN quiere decir ASÍ SEA , estoy de acuerdo con todo lo
que oré.
HOMBRE: Señor, gracias por enseñarme esta oración, y ahora
gracias también por hacérmela entender.
DIOS: Yo amo a todos mis hijos, pero amo más a aquellos que
quieren salir del error, a aquellos que quieren ser libres del pecado.
¡Te bendigo, y permanece en mi paz!
HOMBRE: ¡Gracias Señor! ¡Estoy muy feliz de saber que eres mi
amigo!
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