EL TERROR NECESARIO “Son libros para chicos… ¿qué problema puede haber?” (Bajour y Carranza; 2005:1) Todos los libros para niños y jóvenes pasan por una censura, una suerte de selección de los adultos para evaluarlos como “aptos” para ser leídos. La mayor censura se hace sobre la base de la edad de los lectores. A veces, lo más importante es determinar qué público no debe tener acceso a determinados libros. Perry Nodelman (1992) sostiene que: “(…) la mayoría de nosotros sólo quiere determinar una cosa acerca de cualquier libro para niños que cae en nuestras manos: ¿está dirigido a niños de qué edad? Y aunque sostenemos que nos interesa encontrar la edad apropiada, casi siempre dirigimos nuestros esfuerzos para definir la edad errónea. ¿Este libro es muy sencillo para un niño de cuatro años?, preguntamos. O bien, ¿Es demasiado avanzado para un niño de ocho años?” (p.4) Esta selección a partir de criterios etarios es sumamente antipedagógica, ya que es una forma de evitar que los niños aprendan cosas porque pensamos que no tienen la capacidad para entenderlas, o simplemente porque no queremos que las conozcan. Los adultos sienten la necesidad de proteger a los niños de la maldad, la violencia, la peligrosidad que pueden contener los libros. Se cree que esto puede dañar o pervertir a niños y jóvenes, como si el conocimiento del mal los haría malos. López, Camilletti, Curt y Forneman (1999) sostienen: “El problema de esta censura es que para que alguien sea ‘bueno’ hay necesariamente que mostrarle un contexto en el que pueda rechazar lo malo” (p.8). Solemos escuchar: “Son libros para chicos… ¿Qué problema puede haber?” Justamente aquí es donde está el problema. Como dicen Cecilia Bajour y Marcela Carranza(2005), se busca que la literatura para niños y jóvenes pertenezca al territorio de lo conocido, de lo familiar, de lo dominable. Pero, toda literatura viene a problematizar: “La literatura, la lectura de textos literarios pone en peligro las seguridades que sobre el mundo hemos construido (…) violenta las verdades fosilizadas que nos dan el mundo como algo ya pensado y ya dicho, como algo evidente, como algo que se nos impone sin reflexión. Allí está el poder transformador de la literatura, y no en aquellos textos que se dirigen al lector diciéndole cómo debe pensar el mundo y a sí mismo, y qué debe hacer para cambiarlo”. (Bajour, Carranza, p.3) Por lo expuesto, es fácil advertir el “peligro” que representan los libros del género del terror. Acercan a los jóvenes a todo aquello que los adultos les quieren ocultar, a las temáticas más atemorizantes para las personas, temas tan controvertidos como la muerte, la vida después de ella, el terror, las enfermedades, lo desconocido, las fobias, la discriminación, la violencia, los conflictos familiares y sociales, las miserias del propio ser humano. Muchas personas que leemos estos libros nos sentimos atraídos por ellos. Buscamos sentir miedo porque nos fascinan. Con la ficción nos sentimos empáticos por los personajes: a través de ellos podemos estar en peligro y conocer situaciones que nunca en la vida podríamos experimentar. Los escritores de terror ven esta fascinación con la muerte, lo oscuro, lo desconocido. Asustar a los demás y enseñar un poco sobre la condición humana es uno de los principales motivos por los que escriben este tipo de historias. Perry Nodelman(1992) nos dice: “(…) si damos a los niños conocimiento del mundo, podremos discutirlo con ellos, y comunicarles nuestras propias actitudes. En cambio, si preferimos mantenerlos ignorantes de todo lo que rechazamos (teóricamente porque los estamos protegiendo de eso), perderemos la oportunidad de sostener este tipo de discusiones (…) la ignorancia no es precisamente una bendición, y raras veces es inocua”. (p.8.) Todos tenemos miedo: a la muerte, a lo que hay después de ella, a monstruos, a la oscuridad. El miedo es una necesidad evolutiva que pone en marca nuestra capacidad de defensa y nos alerta ante el peligro. López, et al.(2009) explican que: “El miedo es inherente al ser humano. Lo necesitamos pero no podemos dejar que nos gane” (p.200.) Los primeros miedos aparecen en la infancia. Es común que los niños manifiesten rechazo ante la oscuridad, la soledad o los zombies del mismo modo que es normal que sus padres se preocupen por poner fin a esos temores. Elena Domínguez(1999)(psicóloga y especialista en inteligencia emocional) expresa que: “los padres no deben pretender erradicar el miedo que sienten sus hijos. Lo importante es enseñarles a trabajarlo, tomarlo como una oportunidad para enfrentar la vida de forma eficaz” (p.7.) Paradójicamente, acercar a los niños a las novelas protagonizadas por personajes monstruosos, a las películas en las que aparecen brujas, vampiros y fantasmas o 'convertirlos' en esas mismas criaturas en una noche como la de Halloween, no tiene por qué asustarles más. Practicar el miedo a través de estas historias es una oportunidad para que los niños entrenen su mente frente a él. La saga Pesadillas, por ejemplo, es una serie de novelas infantiles de R.L. Stine (escritor estadounidense apodado el Stephen King de los niños). Esta colección está pensada para niños de 8 a 12 años. Todas las historias están protagonizadas por niños y tienen un punto divertido y aventurero. Así se contrarresta el miedo y los lectores aprenden a lidiar con él. Este tipo de narraciones solo están prohibidas para un grupo de niños: los que no las quieran consumir. Es decir, aunque las historias de miedo constituyan una herramienta para que los pequeños 1 aprendan a enfrentarse a sus propios miedos, nunca se deben utilizar en niños que se nieguen a exponerse a ellas o que no estén preparados para hacerlo. No hay que aumentar el miedo con más miedo. En palabras de la psicóloga Domínguez (2010) los contenidos de terror son positivos para los pequeños por tres motivos. “En primer lugar, todos buscamos o hemos buscado en algún momento pasar miedo a través de libros o películas, esto produce una sensación divertida. En segundo, les hace sentir que son valientes. Por último, en muchas ocasiones la propia historia les da las claves para vencer el miedo” (2010), explica. Los niños pueden fijarse en cómo los protagonistas de una novela o cuento resuelven un misterio, se enfrentan a los monstruos o vencen sus temores. Así obtienen pistas para saber combatir situaciones similares en la vida real. Como dice(anonimo), “hay que estimular a los niños a aprender”. Permitirles leer cualquier cosa que les interese, de acuerdo con el nivel de dificultad que ellos mismos decidan que pueden manejar. Darle acceso al conocimiento del mundo tal cual es y a libros que lo describan con todo el detalle necesario: “Si creemos que puede haber algo que no comprendan, ayudémoslos a comprenderlo; hay que enseñarles los hábitos mentales y las estrategias de lectura de modo que, cuando lean, tengan experiencias ricas, significativas y productivas”. (Nodelman, 1992,p. 9) 2