Subido por Pascual Francisco

ROMANOS

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SERMONES
Y
BOSQUEJOS
DE TODA LA
BIBLIA
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1.325. EXPERIENCIA PROGRESIVA COMO SE VE EN LAS DECLARACIONES
PERSONALES DE PABLO EN SU EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
Estas declaraciones son atisbos que se nos dan de las actividades internas del alma del apóstol. Son, por así
decirlo, una autobiografía espiritual.
I. Soy carnal (7:14). Y siendo carnal está vendido al poder del pecado. Se da cuenta de que la ley es
espiritual, y que trata con su espíritu más bien que con sus acciones. Siendo su espíritu carnal, no puede
cumplir una ley espiritual. Por ello, está vendido. Se encuentra esclavizado por el pecado, un enemigo
irremediable de la justa voluntad de Dios. Tal es nuestro estado por naturaleza. No hay verdad en lo íntimo
(Sal. 51:6).
II. [Soy] Miserable (7:24). Cuando bajo la luz de la Palabra de Dios descubrimos nuestro estado ante su
mirada, es suficiente para hacer de nosotros las más míseras criaturas en la tierra. Es solo al darnos cuenta de
nuestra miseria que clamamos: «¿Quién me libertará?». El clamor de Job, «No hay entre nosotros árbitro»,
salió también de lo más hondo de su miseria.
III. No me avergüenzo (1:16). Éste es el lenguaje de uno que ha experimentado ahora el poder salvador de
Dios revelado en el Evangelio de Cristo. «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria» (1 Co. 15:57).
La salvación de Dios en Cristo es a la vez una victoria y una transformación (12:2). Es una liberación del
poder de Satanás y del amor a pecar.
IV. Me debo (1:14). Ahora que ha recibido la salvación por medio de la gracia de Dios viene a ser deudor a
los no salvos, sean ellos griegos o bárbaros, a sabios o a no sabios. Cada cristiano es administrador de la
multiforme gracia de Dios (1 P. 4:10). ¿Hemos pagado nuestra deuda a aquellos que no conocen a Cristo
dándoles el Evangelio? O, como administradores infieles, ¿estamos empleando egoístamente los bienes de
nuestro Maestro?
V. Estoy ansioso (1:15). Pablo estaba preparado para pagar esta deuda suya, incluso a los romanos, y al
costo que fuera. Ésta debería ser la constante actitud del corazón hacia el Dios de nuestra salvación.
Dispuestos, y más que bien dispuestos, para todo lo que el Rey pueda disponer. Como soldados, deberíamos
estar siempre a disposición de Aquel que nos ha elegido. La manera de estar dispuestos para grandes cosas es
estarlo siempre para las pequeñas.
VI. Estoy persuadido (8:38). Aquí el apóstol nos desvela su profunda e inalterable condición acerca del
inmutable amor de Dios que es en Cristo Jesús. Esta es una necesidad primaria para el gozo y consolación de
un obrero cristiano. Está siempre dispuesto a complacer a Dios, y quedarás más pronto persuadido del
permanente e inseparable amor de Dios.
VII. Soy apóstol (11:13). Pregúntale a Pablo qué es, con respecto a su misión, y su respuesta está lista: «Soy
apóstol de los gentiles». Había recibido un encargo del Señor, y lo sabía. No todos son apóstoles. No. ¿Qué
eres tú? ¿Qué obra concreta te ha encomendado el Señor? Muchas vidas cristianas son malgastadas sin
objeto por falta de esta profunda conciencia de haber recibido una obra definida y especial de parte de Dios
para llevar a cabo. Pídele: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hch. 9:6).
VIII. Sé (15:29). Es una gran bendición tener certidumbre de que cuando vamos en el Nombre de Dios
vamos en el poder de Dios, y en la plenitud del Evangelio de Cristo. Aunque Pablo fue a Roma encadenado,
fue sin embargo en la plenitud de la bendición. Nada puede impedir nuestra utilidad como cristianos más que
el pecado. Esta bienaventurada certidumbre debería ser la característica de todo predicador del Evangelio.
IX. Me gozo (16:19). Este gozo surgía en el corazón del apóstol debido a la obediencia de otros a la verdad
de Dios. Lo estrecho de nuestra comunión con Jesucristo puede ser probado por la profundidad e intensidad
de nuestra tristeza, o gozo, ante la desobediencia, u obediencia, de otros al llamamiento de Dios. ¿Sientes el
maltrato de Cristo tan agudamente como sentirías el de tu más querido amigo terrenal? Jesús dijo: «Me
alegro por vosotros» (Jn. 11:15). ¿Te gozas tú por su causa?
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1.326. EL EVANGELIO DE CRISTO
«No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro.
1:16).
Éste era el abierto y valeroso testimonio de Pablo. El Evangelio que Cristo le predicó a Él en el camino de
Damasco revolucionó toda su vida. Ahora ni se avergonzaba de Él ni de sus palabras (Mr. 8:38). Los que se
avergüenzan del Evangelio son totalmente extraños a su poder.
I. De qué no se avergonzaba Pablo. «Del Evangelio de Cristo.» Hay evangelios que no son de Cristo. «Por
sus frutos los conoceréis» (Mt. 7:16). Los evangelios del razonamiento carnal y los meros esfuerzos humanos
únicamente pueden conducir a la vergüenza y a la confusión. El Evangelio de Cristo es la maravillosa nueva
que viene de Dios acerca de
1. LA COMPASIÓN DIVINA. La manifestación del amor infinito hacia los hombres culpables y
muertos en pecado: Un amor más fuerte que la muerte.
2. LA REDENCIÓN TODOPODEROSA. La redención que es en Cristo Jesús tiene un infinito poder
para satisfacer todas las santas demandas de Dios contra el pecado, y cubrir así y limpiar toda mancha y
pecado de todos los que creen.
3. LA GLORIOSA RESURRECCIÓN. No es solamente la salvación del pecado lo que obtenemos por
medio de Cristo, sino la segura esperanza de un cuerpo glorificado –semejante al suyo– incorruptible.
4. SATISFACCIÓN ETERNA. «Al despertar, me saciaré de tu semblante» (Sal. 17:15). Los más
profundos anhelos en lo más íntimo del corazón quedarán plenamente satisfechos cuando seamos hechos
aptos para su eterna comunión en presencia de la gloria del Padre. ¡Qué glorioso Evangelio es éste!
II. Por qué no se avergonzaba de Él.
1. PORQUE ES PODER DE DIOS. ¡Ah, qué poder parece encontrarse incluido en el Evangelio de
Cristo! Hay en Él la fuerza activa del amor, de la misericordia y de la justicia omnipotentes: un amor que
funde el corazón de piedra; una misericordia como océano para cubrir todo pecado; y justicia, tan pura
como la luz, a la que es traída el alma que cree; un cordón de tres cabos no se rompe con facilidad (cf.
Ec. 4:12).
2. PORQUE ES PODER DE DIOS PARA SALVACIÓN. El Evangelio de Cristo significa que el gran
poder de Dios se concentró y dirigió a la salvación de los hombres. Se precisa del mismo poder para
salvar un alma que para crear un mundo. Es vana la ayuda del hombre. Esta salvación es doble: El alma
es salvada del pecado y de la ira al ser reconciliada con Dios; la vida es salvada de esterilidad y fracaso
al entregarse a Él. Cuando una rama ha sido injertada a un mejor tronco, no es sólo salvada de su vieja
vida, sino que es poseída y llenada y usada por la nueva vida. Es una salvación plena.
3. PORQUE ES PODER DE DIOS PARA SALVACIÓN A TODO AQUEL QUE CREE. ¿Por qué es
esta salvación para los que creen? Porque es para el corazón. «Porque con el corazón se cree» (Ro
10:10). El pecado ha azotado al hombre con una dolencia en el corazón; Dios, en su misericordia, ha
proveído una cura para el corazón. Un convertido chino dijo: «Vine primero con mis ojos, luego con mis
oídos, luego con mi corazón». La provisión se ajusta a la necesidad. «A todo aquel que cree.» «A todos
los sedientos: Venid a las aguas» (Is. 55:1).
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1.327. EL EVANGELIO DE CRISTO
«No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro.
1:16).
I. Lo que es este Evangelio. El Evangelio de Cristo es las buenas nuevas de paz con Dios, por medio de la
sangre de su Cruz. No solo es bueno el mensaje, sino que el mismo Mensajero está lleno de gracia y de
verdad. La ley fue dada con muchos símbolos de terror, pero la gracia vino con un corazón agonizante. El
Evangelio abraza la vida, muerte y resurrección de Cristo como el Salvador del mundo.
II. La valoración del Evangelio por parte de Pablo. «No me avergüenzo.» Indudablemente, recordaba las
palabras del Señor Jesús en Marcos 8:38.
1. No se avergonzaba de CREERLO. Nunca desde aquel día en que se encontró con el Señor, y se rindió
a Él, diciendo: «¿Qué quieres que haga?». (Hch. 9:6).
2. No se avergonzaba de CONFESARLO. Estaba decidido a no saber nada más entre los hombres (1 Co.
2:2). Listo también para predicarlo en Roma (v. 15).
3. No estaba avergonzado de SUFRIR por él. Sufrir por el Nombre de Cristo era parte de su herencia en
Él (Hch. 9:16). En 2 Co. 11:23–28 aparece una lista de sus sufrimientos. Todo el que quiera vivir
piadosamente tendrá que sufrir.
III. Por qué no estaba avergonzado del Evangelio. «Porque es poder de Dios.»
1. Es el PODER DE DIOS. Es la proclamación de la poderosa Palabra de Aquel que creó los cielos y la
tierra por la misma Palabra. Es el medio por medio del que la omnipotencia de Dios obra en misericordia
y salvación.
2. Es el poder de Dios PARA SALVACIÓN. El mismo poder que creó en la antigüedad se dirige ahora
mediante el Evangelio para la salvación de los perdidos. La salvación ha sido para Dios una obra más
costosa que la creación. De cierto que ahí tenemos un poder suficiente para afrontar la necesidad de
todos. «¿No es mi palabra como fuego, y como martillo?» (Jer. 23:29).
3. Es el poder de Dios para salvación A TODO AQUEL QUE CREE. Todo aquel que cree entra dentro
del campo de este poder levantador, salvador. Hay muchos tan fascinados por los placeres del pecado que
no dan oído a las nuevas de salvación del cielo (Gá. 3:1). La libertad y gracia de este Evangelio es la
gloria de él, pero por esta misma causa muchos se avergüenzan del él, porque reprende su soberbia e
ignora la justicia que ellos pretenden.
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1.328. LA JUSTIFICACIÓN
Romanos 3–5
En el libro de Job (25:4) se hace esta gran pregunta: «¿Cómo, pues, se justificará el hombre ante Dios?» Y en
estos capítulos delante de nosotros tenemos una respuesta clara y decisiva. La importancia de la pregunta
exige una respuesta clara y que satisfaga al corazón. Se hace frecuentemente la pregunta: «¿Cómo puede el
hombre vivir mejor en el mundo?» ¿Cómo ser saludable? ¿Cómo lograr el favor y patrocinio de los
hombres? ¿Cómo ser felices? etc. Pero cuando uno se descubre como pecador culpable delante de Dios, su
pregunta es: «¿Cómo, pues, se justificará el hombre ante Dios?» Trataremos de responder a esta pregunta
haciendo algunas otras.
I. ¿Necesitan justificarse todos los hombres por un igual? En Romanos 3 leemos: «Todos están bajo
pecado» (v. 9); «Todo el mundo… bajo el juicio de Dios» (v. 19); «Todos… están destituidos» (v. 23). El
retrato tanto de judío como gentil bajo la ley queda distintivamente dibujado en los versículos 10 a 18. Y el
resultado deseado es que «toda boca se cierre», toda conciencia quede tocada, toda alma quede culpable
delante de Dios. Todos creyendo y sujetos al juicio de Dios. Todos precisan por un igual de la justificación,
porque todos son condenados por un igual, «porque no hay diferencia» (v. 22).
II. ¿Qué es ser justificado? En estos capítulos observamos una séptuple bendición que poseen los
justificados. Tomando los hechos tal como los encontramos, estos son los siete puntos:
1. Ser justificado es ser PERDONADO (4:7, 8).
2. Ser justificado es ser SALVO DE LA IRA (5:9).
3. Ser justificado es ser CONTADO JUSTO (4:9).
4. Ser justificado es tener PAZ CON DIOS (5:1).
5. Ser justificado es GOZARSE EN LA ESPERANZA (5:2).
6. Ser justificado es POSEER EL AMOR DE DIOS (5:5).
7. Ser justificado es ser RECONCILIADO CON DIOS (5:10).
A la vista de estas preciosas bendiciones, ¿qué es no ser justificado? La diferencia es la que hay entre la luz y
las tinieblas, el cielo y el infierno.
III. ¿A quién justifica Dios? «¡Ah!», dice la sabiduría humana, «creo que Dios justifica a los buenos y a los
piadosos». Pero, ¿qué dice la Escritura? Él «justifica al impío» (4:5). «Porque Cristo… murió por los
impíos» (5:6). «Él vino a salvar a los pecadores». Así que, «siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros» (5:8). Él no vino a llamar a los justos, ¿y cómo podría Dios justificar a aquellos a los que Cristo no
había llamado? El hombre debe tomar su puesto en las filas de los impíos antes de poder ser justificado a la
vista de Dios. Es muy humillante, pero es a «los humildes» a los que Él ensalza.
IV. ¿Cómo puede Dios justificar a los impíos? Jesús fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para
nuestra justificación (4:25). Dios puso a Jesús como propiciación, para que Él sea justo y el Justificador de
aquel que cree en Jesús (15:26). Dios puede justificar al culpable, porque se ha hecho la expiación por ellos
(5:11). La propiciación era lo dispuesto por Dios. Él mismo pagó el precio de la expiación (Éx. 30:15), y
habiendo pagado aquel precio de una manera total, Él es justo para perdonar a los creyentes en Jesús. La
culpa del hombre queda primero perdonada, y luego Dios puede justificar con justicia. Él no puede justificar
a nadie en un estado de impiedad; es a los creyentes en Jesús que Él justifica, porque cuando creemos en Él,
somos perdonados y por ello aptos para ser justificados.
V. ¿No será el hombre justificado por sus buenas obras? «Por las obras de la ley ningún ser humano se
justificará delante de él» (3:20). Si alguien lo hace todo lo bien que puede (¿y quién hay que lo haga?) ¿no
será justificado? Sí, a los ojos de los hombres (Stg. 2:21), pero no delante de Dios. «Si Abraham fue
justificado por las obras, tiene de qué jactarse (delante de los hombres), pero no para con Dios» (4:2). No
puede haber buenas obras delante de Dios a no ser que broten de un corazón bueno. Y el hecho de que un
hombre confíe en su propia bondad en lugar de en la de Dios demuestra que su corazón sigue estando
enemistado con Él.
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VI. ¿De qué manera justifica Dios al hombre? Lo justifica judicialmente, como acto justo suyo como Juez,
en el momento en que cree en Jesús como su Sustituto, quien obró la expiación por él. Pero hay dos palabras
que aparecen diez veces en este cuarto capítulo que expresan claramente la naturaleza y la manera de esta
justificación. Estas palabras son: «contar» e «imputar». Así, la justicia de Dios es contada, imputada, al
creyente. En el mismo sentido en que nuestros pecados fueron puestos o imputados a Cristo. Se trata de una
cuenta totalmente divina. Esta justicia es «sobre todos los que creen en creen» (3:22) con tanta certidumbre
como que Él llevó nuestros pecados en su cuerpo. ¿Dónde están los sentimientos, entonces? Quedan
excluidos. La cuestión es: ¿Qué ha hecho el Señor?
VII. ¿Puede alguien quedar justificado simplemente creyendo? Sí, completamente, en el acto, y para
siempre, y de ninguna otra manera. Dios justifica al creyente en Jesús (3:26). Por ello, podemos llegar a la
conclusión de que un hombre está justificado por la fe (3:28). Por ello, estando justificados por la fe, tenemos
paz para con Dios (5:1). Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia (4:3–16; 3:22; Hch. 13:39). El
creer es nuestra parte, el contar es parte de Dios. Por la fe, contamos que la Palabra de Dios es verdad, y
actuamos en base de ello. El que no cuenta en base de esto es un incrédulo; y el que no cree ya ha sido
condenado (Jn. 3:18).
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1.329. NO HAY DIFERENCIA
Romanos 3:22
I. Algunos puntos en los que sí hay diferencia.
1. En las circunstancias del nacimiento.
2. En la capacidad mental.
3. En la crianza recibida.
4. En grado de pecaminosidad.
II. Algunos puntos en los que no hay diferencia.
1. Todos son mortales,
Hebreos 9:27
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2. Todos han pecado,
Romanos 3:23
3. Todos están bajo condenación,
Juan 3:18
4. Todos son amados por Dios,
Juan 3:16
5. Todos tienen provisión en Cristo,
1 Juan 2:2
6. Todos son invitados por el Evangelio,
Apocalipsis 22:17
7. Todos los que creen son salvos,
Juan 3:36
1.330. SALVADOS Y JUSTIFICADOS
«Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia» (Ro. 4:3).
«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hch. 16:31).
Hace muchos años, se incendió un gran bloque de pisos. Se creía que ya todos los ocupantes se habían puesto
a salvo cuando, ante la mirada horrorizada de los socorristas y espectadores, aparecieron dos niños en la
ventana más alta. El hueco de la escalera era un horno ardiente, y tenían por ello impedida la huida. ¿Qué se
podía hacer? Rápidamente, unos hombres fuertes extendieron una gruesa manta, y manteniéndola tensa para
amortiguar su caída, gritaron a los niños que saltasen. Sin embargo, todo lo que los chiquillos hacían era
mirar con ojos asustados. En esto, el fuego iba rugiendo y devorando, y saltando de piso a piso, hasta que
pareció apoderarse de toda la estructura con un ardiente abrazo. «¡Saltad! ¡saltad! ¡saltad!», chillaba la gente
hasta enronquecer, pero sin conseguir nada. Justo entonces un hombre dobló la esquina. En un momento se
dio cuenta de la situación. Adelantándose rápido, gritó: «¡Saltad!», y los niños obedecieron en el acto, y
fueron salvados. Dirigiéndose a él, los que habían estado intentando rescatar a los niños todo aquel tiempo le
preguntaron cómo era que los niños habían saltado en el acto cuando él dio la orden, mientras que todos los
ruegos de ellos habían sido inútiles. «Soy su padre», respondió.
¿Qué fue lo que salvó a los niños? ¿Las mantas? Difícilmente. ¿La obediencia? No del todo. Fue la fe en su
padre lo que les condujo a confiar en su palabra. Fue por medio de la fe que se salvaron. Creyendo en su
padre, pudieron creerle a él. La fe que salva es la fe que cree en, no meramente acerca de: «Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo». En el Evangelio especialmente escrito para que los hombres crean, esto es, Juan,
se nos llama a la fe en Él. Muchos dicen que creen en el Señor Jesús, pero solo creen algunas cosas acerca de
Él. No han dado aún el paso vital de poner la confianza personal en Él.
¡Cuán sutil es el enemigo! En la biografía del doctor Andrew Bonar tenemos esta confesión: «Resolví entrar
en el estudio de la teología. Mi principal motivo era la esperanza y creencia inconcretas de que con ello
podría tener una posibilidad de hallar la salvación». Pronto descubrió su error y vio que era necesaria la fe.
Entonces se sintió tentado a confiar en su propia fe. «Él me mostró que estaba descansando mi esperanza en
mi creencia, y no en el Objeto de aquella creencia, y que no recibía mi gozo de aquel Objeto.»
«… para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3:16). A veces me he
sentido inclinado a pensar que la fe es mayor que el amor. El amor es a veces dado a los indignos, pero esto
no es cierto de la confianza. Tan pronto como la confianza descubre que ha sido mal situada, muere. El hijo o
la hija descarriados son amados por los sufrientes padres aunque no puedan confiar en ellos. Pero 1 Corintios
13:13 es decisivo. Sin embargo, la fe tiene la precedencia. Un maestro de Escuela Dominical en Irlanda, a
mediados del siglo pasado, visitó tres veces a una pobre mujer, y en su tercera visita ella le dijo: «Oh, señor,
yo no amo a Dios». «¿Y qué tiene usted que ver con amar a Dios?», le contestó él. «Él no se lo pide a usted
en su estado actual, sino que le tema. ¿Cómo puede usted amar mientras no se da cuenta del amor de Él por
usted? Esto no podrá hacerlo hasta que crea. Es una insensatez pensar en amar a Dios antes de obtener el
perdón y conseguir que la virtud de la sangre del pacto lave sus pecados.» Ella le contestó: «Señor, nunca lo
había entendido así». Lo mismo que muchos otros, ella había pensado que era necesario amar a Dios antes de
poder confiar en Él. No, sino que la fe ha de preceder al amor a Dios.
¿No te has dado cuenta nunca del valor de la conjunción «y» en relación con la fe? El primer resultado
bienaventurado de la fe es el temblor. «Los demonios también creen, y (literalmente) tiemblan» (Stg. 2:19).
La salvación comienza con el temblor. Cuando el pecador tiembla ante el pensamiento del pecado e
impureza personales, y de la bondad y santidad del Dios airado, hay gran esperanza. El segundo y
bienaventurado resultado de la fe es la justificación. «Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia»
(4:3). El tercer resultado bienaventurado de la fe es la salvación: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo».
Muchos tienen una dificultad acerca de la fe. Lo mismo sucedía con Frank Crossley, aquel gran ingeniero y
filántropo de Manchester. Un gran dolor lo llevó a la oración, y, dice su biógrafo, «de la oración provino el
creer». Y pronto estuvo regocijándose en el Salvador.
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1.331. LA JUSTIFICACIÓN
Romanos 5:1, 2
I. Las condiciones de la justificación.
1) No por obras.
2) Por medio de Jesucristo.
3) Por la fe.
II. Los privilegios de los justificados.
1) La paz con Dios.
2) El acceso a la gracia.
3) El regocijo en la esperanza.
1.332. LA GRACIA TRANSFORMADORA
«Esta gracia en la cual estamos firmes» (Ro. 5:2).
La gracia de Dios, que trae salvación, obra una total transformación en el carácter y relaciones de todos los
que creen. Cambia nuestra relación:
1. CON RESPECTO A DIOS EL PADRE. Ya no somos más enemigos, sino hijos; en lugar de estar bajo
la ira de Dios, estamos ahora bajo su cuidado especial.
2. CON RESPECTO A CRISTO EL HIJO. Estábamos sin Él, y sin esperanza, pero ahora la gracia nos ha
hecho cercanos: unidos a Él, purificados por su sangre, y guardados por su poder.
3. CON RESPECTO AL ESPÍRITU SANTO. Antes Él no tenía lugar en nuestros corazones, que eran
cual jaulas llenas de aves inmundas. Ahora Él mora dentro como nuestro Guía y Consolador.
4. CON RESPECTO A LA LEY. Antes que llegara la gracia estábamos bajo la ley, y, debido al pecado,
bajo maldición. Ahora ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, y la ley está siendo cumplida en
nosotros que caminamos según el Espíritu.
5. CON RESPECTO AL PODER DEL PECADO. El pecado solía tener dominio sobre nosotros; éramos
sus esclavos. Ahora su culpa ha sido quitada, y su poder quebrantado. Libertados del pecado.
6. CON RESPECTO A ESTE MUNDO PRESENTE. En tiempos pasados caminábamos según el curso
de este mundo. Pero ahora hemos sido escogidos de entre Él, y enviados a Él para ser testigos de Dios en
contra de Él (Jn. 17). Solíamos amar al mundo, pero ahora no amamos el mundo, y somos aborrecidos
por Él.
7. CON RESPECTO A LAS OBRAS. Hasta que llegó la gracia confiábamos en nuestras buenas obras
para salvación, pero al ser salvos por la gracia aparte de ellas, venimos a ser colaboradores de Dios.
8. CON RESPECTO A PRUEBAS Y AFLICCIONES. Mientras no éramos salvos considerábamos las
pruebas y aflicciones como enemigas de nuestro bien. Ahora sabemos que «todas las cosas cooperan para
bien de los que aman a Dios» (Ro. 8:28).
9. CON RESPECTO A LA MUERTE. Antes de conocer la gracia de Dios, la muerta iba vestida de
ropajes de terrible color; su terror estaba constantemente sobre nosotros. Ahora sabemos que es un
enemigo vencido. «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Co. 15:55, margen).
10. CON RESPECTO AL JUICIO. Cuando vagábamos por las tinieblas de la duda y del pecado, la
perspectiva del juicio arrojaba una terrible sombra sobre el alma. Ahora, el tribunal de Cristo significa
para el fiel cristiano el lugar donde será recompensado.
«¡Qué son más hermoso, el de la Gracia!»
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1.333. EL AMOR DE DIOS
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue
dado» (Ro. 5:5).
I. El carácter de este amor.
1. ES EL AMOR DE DIOS. Es la naturaleza del amor buscar a los desvalidos y a los menesterosos, y
derramar en el regazo de la pobreza todas las riquezas de sus posesiones. El amor no puede permanecer
inactivo.
2. SE MANIFIESTA. «Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros» (Ro. 5:8). El amor no se oculta; salta todas las barreras y se muestra. «En esto
consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios» (1 Jn. 4:10).
II. La esfera de su operación. No es suficiente ver las evidencias del amor de Dios; su amor no queda
satisfecho con ello. Debe estar
1. EN NUESTROS CORAZONES. En la ciudadela del alma, regando las raíces de nuestros afectos y
purificando los manantiales de la vida.
2. «DERRAMADO.» El amor de Dios debe llenar y saturar nuestro ser, como la luz del sol es esparcida
por la tierra, dispersando las tinieblas y tornando el yermo en feracidad. Si el amor de Dios nos posee,
será nuestro placer, a semejanza de Él, el amar a los pecadores y hacer sacrificios por su salvación. El
amor es la cosa más práctica de la tierra (véase 1 Co. 13).
III. El Divino Operador. Esta magna obra es llevada a cabo por
1. EL ESPÍRITU SANTO. Es la obra del Espíritu desvelar el amor de Dios a nosotros en Cristo Jesús, y
crear este amor dentro de nosotros. Él lo derrama en nuestros corazones tomando las cosas de Cristo, y
mostrándonoslas.
2. EL ESPÍRITU SANTO QUE NOS ES DADO. Si nuestros corazones deben llenarse del amor de Dios,
el Espíritu Santo debe tener su morada dentro de nuestro propio corazón. El fruto del Espíritu es amor.
«Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gá. 4:6). Amados, si
Dios nos amó de este modo, entonces, en el poder y según la manera de aquel amor, deberíamos nosotros
igualmente amarnos unos a otros (1 Jn. 4:11).
1.334. LA ESPERANZA QUE NO AVERGÜENZA
Romanos 5:5
I. Cuál es esta esperanza?
1. Es esperanza en el Señor.
2. Es una esperanza engendrada por medio de su Palabra.
3. Es una esperanza inspirada por el amor de Dios.
4. Es una esperanza sustentada por la fe en Dios.
II. Qué es lo que esta esperanza hace. «No avergüenza.»
1. Del Amo (2 Ti. 1:12).
2. Del Evangelio (Ro. 1:16).
3. De las Escrituras (Mr. 8:38).
4. Del pueblo del Señor (2 Ti. 1:8).
5. De su propia confianza (He. 6:17–20).
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1.335. HECHOS DE LA SALVACIÓN
Romanos 5:6–11
I. El objeto de su muerte.
1. IMPÍOS (v. 6).
2. PECADORES (v. 8).
3. ENEMIGOS (v. 10).
II. El propósito de su muerte.
1. SALVAR (v. 9).
2. JUSTIFICAR (v. 9).
3. RECONCILIAR (v. 10).
4. SATISFACER (v. 11).
1.336. LA DOBLE PAZ
«Paz con Dios» (Ro. 5:10).
«La paz de Dios» (Fil. 4:7).
Introducción
Cuando se estaba tendiendo el gran Cable Atlántico, el primer mensaje transmitido por el mismo fue uno de
la Reina Victoria al Presidente de los Estados Unidos: «Paz en la tierra, buena voluntad para con los
hombres». Ésta es la primera y más grande necesidad de la humanidad. Llega el tiempo en que la paz será
universal sobre la tierra. Mientras, la paz puede llegar a ser la posesión individual de cada uno. Y lo cierto es
que esto es realmente esencial para la paz universal.
Es inmensa la diferencia entre los dos textos que encabezan esta meditación. «Con Dios» y «de Dios» se
refieren a una paz doble que es vitalmente importante para la felicidad humana. Podemos tener la primera sin
la segunda, aunque jamás tendremos la segunda sin la primera. La primera paz depende de la fe; la segunda
depende de la oración. La primera es una paz fuera de mí. La segunda es una paz dentro de mí. Si la primera
describe un estado entre Dios y yo mismo, la segunda describe una condición dentro de mi ser.
«Paz con Dios»: una paz fuera de mí mismo. La paz es difícil de definir. Se puede entender como armonía,
unidad, concordia. Romanos 5:1 implica un anterior estado de enemistad, de guerra.
«Tenemos paz», no hacemos la paz. La «paz con Dios» nunca puede ser nuestra sin una entrega personal a
Dios de nuestra parte, pero es el fruto de la rendición personal del Salvador del pecador, y no del pecador.
Anteriormente, se les preguntó a los pecadores si habían hecho la paz con Dios. Aunque el que preguntaba lo
hacía con buena intención, estaba equivocado. Una mejor frase es: ¿Has hallado la paz? En Efesios 2 se dan
tres realidades acerca de la paz.
1. ÉL HIZO LA PAZ (v. 15). ¿Cómo la hizo? No declarándola, esto lo hizo más adelante. La hizo
derramando su sangre (véase Col. 1:20). «Paz con honor.» Esta frase familiar de Lord Beaconsfield
describe bien la paz que hizo Cristo. Todos los atributos de Dios están activos en la obra de la Expiación.
Así, esta paz honra la Ley de Dios. Cada atributo de Dios queda perfectamente satisfecho. Con su
muerte, Él satisfizo todas sus justas demandas y dejó paso a su misericordia y amor.
2. ÉL PROCLAMÓ LA PAZ (v. 17). ¿Cuándo proclamó nuestro Señor la paz por vez primera? No
tenemos registro de que jamás proclamase la paz antes de su muerte expiatoria. La primera vez que
proclamó la paz se registra en Juan 20:19–31. Si un embajador se presentase ante una gente rebelde
llevando nuevas de paz, después de proclamarla exhibiría sus credenciales. Jesús se pone en medio
diciendo «Paz», y habiéndolo dicho, les muestra sus manos y su costado: sus credenciales, porque sus
manos y su costado llevaban las marcas de su pasión.
3. ÉL ES NUESTRA PAZ (v. 14). ¡La paz que Cristo predicó tiene su seguridad en la persona de Cristo!
Él es la seguridad y garantía de la paz con Dios.
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1.337. SALVADOS POR SU VIDA
«Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más,
habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida» (Ro. 5:10).
¡Qué! ¿Salvados por su vida? ¡Creía que éramos salvados por su muerte! Ésta es desde luego una declaración
sorprendente. Salvados por su vida: ¿qué vida? ¿La vida que vivió antes de la Cruz; la vida que derramó en
la Cruz, o la vida que está viviendo ahora desde la Cruz? La respuesta a estas preguntas constituye el
mensaje de este estudio.
Si examinas el texto y el contexto con cuidado, verás que se trata de un mensaje a personas reconciliadas, a
aquellos que ya han sido salvados por su muerte. Esto se debe comprender con claridad: el apóstol no se está
refiriendo a la vida que nuestro Señor Jesús vivió antes de la Cruz. A pesar de que es así como algunos
entienden este texto. Muchos enseñan que al estudiar la vida de Cristo y tratar de imitarla y copiarla, seremos
salvos. Suena más bien a filosófico y es atrayente para la generalidad de la gente, pero no funciona en la
experiencia real. De hecho, la contemplación de esta vida, en lugar de salvar, condena. Todos los que lo
intentan honradamente tienen al final que confesar:
«Querido Maestro, en cuya vida veo
Todo lo que ser quisiera, pero ser no puedo».
La contemplación de su vida conduce siempre a la vergüenza, y es impotente para ayudar. Está también bien
claro que el apóstol no se refiere aquí ni a la salvación por el derramamiento de su vida, ni a su vida
derramada en nosotros, aunque éstas sean unas gloriosas verdades. Es un mensaje para aquellos que han sido
ya salvados por su muerte, y por una infusión de su vida.
Bien entendido, se trata de una muestra del riguroso, claro y agudo razonamiento de Pablo. Contemplad al
Señor Jesús en la Cruz, tan débil y frágil. Ved qué obra poderosa obró Él por nosotros en aquella debilidad.
Pero Él vive. Si Él logró tanto por nosotros en aquella debilidad, ¡qué no podrá hacer por nosotros con su
energía inagotable y con su poder infinito y Omnipotente! Lo que podemos ver es que el apóstol está
llamando la atención a la obra que el Señor Jesús está haciendo ahora por nosotros en la Gloria. No
pensamos tanto como debiéramos en la vida que Él está ahora viviendo por nosotros. Él murió para
salvarnos; vive para mantenernos salvados. Ilustremos esto de varias maneras:
I. Como un paciente es salvado por la vida de su médico. Al morir un amigo o pariente, ¿no has oído
nunca la observación de que, humanamente hablando, si sólo hubiese vivido aún el viejo médico de la
familia, el difunto no habría muerto de aquella enfermedad? Y hay una gran verdad en esta declaración. Aquí
tenemos un médico que nos conoce desde nuestro nacimiento, que nos ha asistido y tratado de graves
enfermedades, y que por ello mismo comprende nuestros cuerpos físicos como nadie más puede conocerlos.
¡Cuán desesperado era nuestro estado cuando fuimos llamados por primera vez por el Gran Médico!
Pudimos gustar que ciertamente el toque de su mano sigue teniendo su antiguo poder, porque Él nos sanó de
nuestros desórdenes espirituales. Pero recuerda que Él sigue viviendo para guardarnos en buen estado.
Verdaderamente, los suyos somos salvados por su incesante destreza y cuidados.
II. Como un niño es salvado por la vida de su madre. Humanamente hablando, muchos niños huérfanos
mueren prematuramente por faltarles el amante cuidado de una madre. La única hermana de un joven
conocido por quien esto escribe murió a los dieciséis años. La madre había muerto hacia once años. La niña
había sido explotada y descuidada, y su hermano afirma una y otra vez que si su querida hermana hubiese
sólo gozado del cuidado de una madre, estaría viva hoy. Gracias sean dadas a Dios que Aquel que nos salvó
cuando primero confiamos en Él vive siempre para mantenernos en salvación. Somos siempre el objeto de
sus tiernas atenciones. Da constantemente sus tiernos cuidados a aquellos que confían en Él.
III. Como un oficial ausente es salvado por la vida de un enemigo en la corte. En los países orientales,
los enemigos traman la desgracia y la ruina de un oficial ausente, y feliz es quien tiene un amigo en la corte
para que defienda su causa. Satanás es con razón llamado el acusador de los hermanos, y Job 1:6 señala la
posibilidad de su admisión en la corte celestial. El adversario podría causarnos allí grandes daños excepto
porque en aquella Corte tenemos un Amigo.
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«Por mí el Salvador allí está,
Sus heridas muestra y sus manos extiende.»
Para siempre vive para hacer intercesión por nosotros, y por su vida de intercesión somos salvados de ser
echados fuera en ignominia. ¡Ah, gracias a Dios que verdaderamente tenemos un Amigo en la Corte!
IV. Como un ejército es salvado por la vida de su comandante. La historia registra muchas batallas
perdidas, y muchos ejércitos derrotados y deshechos, cuando el general cayó mortalmente herido. Pero
ningún dardo mortífero puede herir jamás a nuestro Comandante, que vive para siempre jamás. Él ha pasado
a la inmortalidad a través de los portales de la muerte, y, así como los generales terrenales suelen seleccionar
un monte desde el que contemplar los movimientos tácticos del enemigo, y enviar refuerzos a cualquier
sección excesivamente presionada y en peligro, así nuestro General está sentado ahora sobre el Monte de
Sion, con su mirada puesta sobre nosotros, para socorrernos en tiempos de necesidad. Salvados por su
incesante vigilancia.
«Defended el Fuerte, que ya vengo,
Sigue Jesús indicando;
Enviad así la respuesta al Cielo:
Por tu gracia, seguiremos.»
Un hombre se quejaba en medio de su delirio, diciendo que estaba abandonado, sin amor y sin cuidados, ¡y
durante todo este tiempo su amante esposa y una diestra enfermera estaban adelantándose a todos sus deseos
y llorando a causa de sus disparates! «Sin embargo –dirás tú– este pobre hombre estaba delirando, y no era
responsable de las insensateces que decía.» Hay, empero, miles de pobres pecadores culpables de la misma
insensatez. «Nadie se cuida de mí», gimotean, siendo que el Señor murió por ellos, y ahora quiere salvarles.
Y aún peor que esto, a veces el mismo pueblo del Señor caen en desesperación y presentan las mismas
quejas, cuando todo aquel tiempo Él conoce, ama y se muestra solícito, y está viviendo su vida ascendida y
glorificada especialmente en favor de ellos.
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1.338. GOZO EN DIOS
Romanos 5:11
El «gozo» ha sido descrito como «la sonrisa de felicidad y la flor de la gloria». Este gozo es:
I. Necesario. Hay lugar para una más amplia «sonrisa de felicidad» en el rostro de nuestra vida y obra. Pero
la sonrisa puede estar en el rostro mientras que en el corazón lo que hay es un dolor punzante. Este gozo
viene por medio de la experiencia de la salvación de Dios, pero «cuán posible es conocer a Dios y, sin
embargo, como David, perder el «gozo de su salvación» (Sal. 51:12). Allí donde hay esclavitud espiritual
sólo puede haber un testimonio carente de gozo. Es cuando el cautiverio del alma termina que el gozo la
inunda; entonces somos como hombres que sueñan (Sal. 126:1).
II. Posible. Es la voluntad de Cristo que su gozo esté en nosotros (Jn. 15:11). El gozo de Cristo era el gozo
de la consciente comunión con el Padre. Este «óleo de gozo» es un bendito sustituto del espíritu de pesadez.
Ningún obrero cristiano debería carecer de él. Aunque salga llorando, llevando la preciosa semilla, sabe que
indudablemente volverá gozoso, llevando consigo sus gavillas (Sal. 126:5, 6). Pedro y Juan encontraron
posible este gozo incluso sufriendo afrenta por el Nombre y la causa de Jesucristo (Hch. 5:41; véase Hch.
16:25).
III. Condicional. Es gozo «en el Señor» (Is. 61:10). No es gozo en nosotros mismos, en nada que nosotros
tengamos o seamos. Es gozo en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien hemos
obtenido la reconciliación (Ro. 5:11). Este santo gozo no puede venir de ninguna otra fuente, y de ninguna
otra condición. Hay un gozo que es como hermosura en un rostro, es atractivo, pero sólo de la piel afuera; en
cambio, este gozo es tan profundo como el corazón del Dios Eterno; es un gozo inexpresable, lleno de gloria
(1 P. 1:8). Regocijarse en el Señor es gozarse:
1. En SU NOMBRE. Su Nombre denota todo lo que Él es en su carácter esencial (Sal. 20:5).
2. En SU PALABRA. Cuando sus palabras son creídas, el alma tiene que regocijarse, como alguien que
ha hallado un gran tesoro (Neh. 8:12).
IV. Eficaz. «Es vuestra fuerza» (Neh. 8:10). El gozo es fuerza, en el mismo sentido en que la desesperanza
es debilidad. El gozo en el Señor es una de las fuerzas espirituales más agresivas. Fue D. L. Moody quien
dijo que «Dios nunca emplea a un hombre desalentado». Este gozo es un poder, porque es la evidencia de
una vida felizmente ajustada a la perfecta voluntad de Dios. Esta fuerza es necesaria para vencer las
múltiples tentaciones que están siempre a mano (Stg. 1:1–3), y para sostener cuando seamos hechos
partícipes de los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13). Si el gozo en el Señor nos ha de fortalecer, entonces
regocijémonos en el Señor siempre, y otra vez os digo, regocijaos. El mismo Señor cumpla vuestro gozo por
amor de su propio Nombre (Jn. 17:15).
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1.339. LA OBEDIENCIA DE CRISTO
Romanos 5:19
La bondad de Napoleón. Durante una de las guerras de Napoleón Bonaparte, tras un día de intensa lucha y
al caer la noche, se designaron centinelas para que vigilasen diferentes puntos del campamento, para impedir
un ataque por sorpresa. Se les ordenó, bajo pena de muerte, que se mantuviesen despiertos y que cumpliesen
su deber. Hacia medianoche, el emperador se levantó y dio una vuelta, y encontró a un centinela dormido,
con su fusil yaciendo a su lado. Agotado por la terrible lucha del día anterior, al quedarse solo, había
quedado rendido por el sueño. ¿Qué podría hacerse? El deber del centinela debía ser cumplido, o habría de
morir. En silencio, el emperador tomó el fusil y, poniéndoselo sobre el hombro, hizo de centinela hasta
despuntar el día.
Cuando el soldado despertó, se llenó de temor. Pero Napoleón simplemente le devolvió su fusil, avisándole
que fuese más cuidadoso en el futuro.
Estás bien dispuesto a aplaudir este acto de humanidad. Queremos atraer tu atención a Otro que ha hecho
mucho más por nosotros. Nuestro texto se refiere a Él: al Señor Jesús.
I. La comisión del hombre. Al marchar cada alma por la arena de la vida, Dios da una comisión (véase Dt.
10:12; Mi. 6:8). ¿Hay una sola alma que pueda decir que ha ejecutado esta comisión?
II. La desobediencia del hombre. «Querría acordarme tanto de Dios como mi perrito se acuerda de mí»,
dijo un niño pequeño. Esta declaración revela la depravación del hombre.
Todo obedece al Señor.
1. LOS ORBES DE LUZ (Jos. 10:12 a 14). El sol se detuvo.
2. EL PODEROSO OCÉANO (Mt. 8:27). «Aun los vientos y el mar le obedecen.»
3. LOS MALOS ESPÍRITUS (Mr. 1:27). «Da órdenes incluso a los espíritus inmundos.»
4. LAS AVES DEL CIELO (1 R. 17:4). «Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer.»
¿Hemos dicho «todo»? ¡Ah, hay una excepción: el hombre! ¿Y cuál será el fin de los desobedientes? Josué
5:6 nos dice de Israel que «fueron consumidos, por cuanto no obedecieron a la voz de Jehová».
III. Tomó nuestro lugar. El Señor Jesús
1. No solo vivió una vida perfectamente obediente, cumpliendo la plena medida de la justicia,
2. Sino que expió nuestra desobediencia.
3. No solo hizo lo que Napoleón, sino más, porque Él sufrió por nuestra desobediencia.
4. Por la obediencia de Napoleón se salvó la vida de este soldado.
5. Por la obediencia de Jesús (obediente hasta la muerte, y muerte de cruz) somos salvos.
IV. Ahora se te manda obedecer el Evangelio, y si lo haces y acudes a Jesús, Él te dará el Espíritu Santo,
que te capacitará para vivir la vida de santidad.
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1.340. LAS RELACIONES DEL CREYENTE
Romanos 6
Este capítulo explica el carácter de «vida y muerte» del cristiano. El comienzo, causa y efecto de ambos
quedan claramente declarados. Para el no espiritual, esta declaración está llena de enigmas inexplicables.
Aun para muchos que conocen a Cristo está lleno de misterios. Para los que están enseñados por el Espíritu,
es un retrato preciso del nacimiento y de la vida del nuevo hombre interior. Enseña:
I. La relación del creyente con Cristo. Esta relación es de lo más estrecha posible. Implica:
1. MUERTE CON CRISTO. «Crucificado juntamente con Él» (v. 6). «Bautizados en su muerte» (v. 3).
«Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados para formar un solo cuerpo» (1 Co. 12:13). Nuestra
primera relación con Cristo es con su muerte. Nuestros primeros tratos con Dios han de tener lugar en
nuestra condición de pecadores. La vida para Dios implica la muerte del yo. «Con Cristo estoy
juntamente crucificado.» La cuestión del pecado tiene que ser solucionada primero. Queda establecida
para nosotros en nuestra identificación con su muerte.
2. SEPULTURA CON CRISTO. «Fuimos, pues, sepultados juntamente con él» (v. 4). Cuando uno es
sepultado, se supone que queda fuera de la vista, y en buen camino de quedar más allá de toda posible
identificación. Si la muerte no ha sido real, no tendrá lugar la sepultura. No enterramos a nadie en tanto
que haya un hálito de vida. Por ello, el hombre viejo no será puesto fuera de la vista en tanto que viva.
Uno podría tratar de ocultarlo y de esconder su obra, pero si él no está muerto se le verá u oirá de alguna
manera.
3. RESURRECCIÓN CON CRISTO. «Como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en novedad de vida» (v. 4). La resurrección sólo puede seguir allí donde la
muerte ha tenido lugar. El poder de la vieja vida tiene que irse antes que pueda venir la nueva; y esta
nueva vida viene totalmente de Dios. Es un ser nacido de arriba, una nueva creación. «Y ya no vivo yo,
sino que Cristo vive en mí.» «Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos por vuestros delitos y
pecados.» Con tanta certeza como hemos estado muertos y sepultados, así de cierto que estamos
resucitados. Hemos «pasado de muerte a vida» (Jn. 5:24).
4. SEMEJANZA CON CRISTO. «Así también lo seremos [plantados] en la [semejanza] de su
resurrección» (v. 5). Esta semejanza en resurrección es resultado de ser plantados en la semejanza de su
muerte. Si no hemos sentido los dolores de la crucifixión no podemos poseer la imagen de la
resurrección, como tampoco podemos tener día sin noche. Ésta es la semejanza divina, la semejanza de
un vencedor, de uno dotado de poder.
II. La relación del creyente con el pecado. Es:
1. LA RELACIÓN QUE LA VIDA TIENE CON LA MUERTE. «Consideraos muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (v. 11). El pecado no está muerto, pero el creyente debe
estar muerto a él. La muerte pone un fin a la comunión en esta vida. Hay una gran sima establecida entre
los vivos y los muertos. No se puede pasar de unos a otros. Así debería ser entre el cristiano y el pecado.
2. LA RELACIÓN QUE LOS ABSUELTOS TIENEN CON LA LEY QUEBRANTADA. «El que ha
muerto, ha sido justificado del pecado» (v. 7). Cuando alguien ha quedado absuelto delante del Tribunal,
la ley no tiene más que decir acerca de él. Así ha sido liberado el creyente de las demandas del pecado.
Las demandas de la ley terminan con la muerte. Habiendo por tanto muerto en Cristo, quedamos
justificados del pecado. Seguirá presentando exigencias, pero, recuérdalo, eres libre (v. 18).
3. LA RELACIÓN QUE EL VENCEDOR TIENE CON LOS VENCIDOS. «El pecado no se
enseñoreará de vosotros» (v. 14). Es un enemigo desarmado, un rey destronado; como uno cuyo poder y
autoridad están destruidos, pero cuya naturaleza permanece inalterada e inalterable. Una serpiente
congelada (esto es, impotente hasta que sea recalentada), sobre la que tenemos dominio y a la que
podemos fácilmente destruir. El pecado había sido nuestro dueño, pero ya no debemos «obedecerlo» más
(v. 12).
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III. La relación del creyente con el servicio. Es:
1. DE RENDICIÓN PERSONAL. «Presentaos vosotros mismos… y vuestros miembros a Dios» (v. 13).
Primero se dieron a sí mismos al Señor. Todo el hombre, con sus afectos y deseos, debe ser consagrado a
Dios. Algunos están dispuestos a dar tiempo y dinero, pero siguen reservándose a sí mismos para sí
mismos. Vuestros miembros deben ser presentados como sus siervos para justicia (v. 19).
2. DE CORDIAL OBEDIENCIA. «Habéis obedecido de corazón» (v. 17). No puede haber ningún
verdadero servicio sin una obediencia cordial. Hay mucho servicio que se hace para complacer al
hombre. Dios mira al corazón. Si alguien no ha obedecido la doctrina de Cristo no puede ser un siervo de
Cristo. Su verdad y obra van juntas.
3. DE SENCILLEZ DE PROPÓSITO. «Hechos siervos de Dios» (v. 22). «Todo lo que hagáis, hacedlo
de corazón como para el Señor.» No llaméis a ningún hombre maestro en esta cuestión. Si un creyente
tiene el ojo sencillo, ¿dónde estará la búsqueda de agradar a los hombres? Hay a menudo gran diferencia
entre los que buscan agradar a los hombres y los que buscan agradar a Dios. «No sois vuestros… porque
habéis sido comprados por precio.»
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1.341. EL PECADO
«El pecado no se enseñoreará de vosotros» (Ro. 6:14).
El pecado tiene un poder dominador, y sus amantes son gobernados por Él; todos aquellos que no han sido
salvados de Él están bajo su maldición, mientras que los que están bajo la gracia han escapado de su
servidumbre.
I. Consideremos su naturaleza. La idea popular es que se trata de una especie de debilidad perdonable, de
un fallo de la carne común a todos y esperado en todos. El concepto de la Biblia es: «Fallar el blanco», no
lograr el propósito para el que fuimos creados, rebelándonos contra Dios, y culpables ante Dios. «¿Qué dice
la Escritura?»:
1. «EL PENSAMIENTO DEL NECIO ES PECADO» (Pr. 24:9). El Señor mira al corazón.
2. «TODO LO QUE NO PROVIENE DE FE ES PECADO» (Ro. 14:23). Esto penetra profundamente
dentro de la vida del yo, que busca sólo las cosas que se ven.
3. «EL PECADO ES ILEGALIDAD» (1 Jn. 3:4). El pecado incluye la transgresión de la ley, pero abarca
también el rechazo de la ley, el vivir ajeno a la voluntad de Dios. Cada torcedura en nuestra vida,
pensamiento y sentimiento que no se conforma a la santa voluntad de Dios es pecado.
4. «TODA INJUSTICIA ES PECADO» (Jn. 5:17). No importa lo justo que pueda parecer el acto a
nuestros ojos, si Dios discierne impureza en el motivo, es pecado. La ley de Dios es harto amplia.
II. Consideremos las características de ello. No es siempre una cosa abominable a los ojos de los hombres:
1. TIENE PLACERES. Moisés escogió «antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los
deleites temporales del pecado» (He. 11:25). ¡Qué baño más agradable!, dijo el joven, cuando se le
advirtió del peligro, mientras era arrastrado a las fatales cataratas. Muchos parecen estar gozando
mientras caminan conforme a la corriente de este mundo. Sí, puede que haya placeres presentes, pero
ninguna satisfacción en la expectativa del futuro.
2. TIENE SU SALARIO. «La paga del pecado es muerte» (Ro. 6:23). El valor de un artículo es juzgado
por el precio que tiene. Lo horrible del pecado se ve por las consecuencias. Dios lo ha unido a la muerte,
a la corrupción, al gusano que no muere, al lloro y gemido, al abismo, y al lago de fuego.
3. ES ENGAÑOSO (He. 3:13). Está siempre prometiendo, pero nunca cumpliendo. Hace que los
hombres crean que las tinieblas son mejores que la luz, y que hay más libertad en servir al yo que a Dios.
Arrastra traicioneramente a la muerte y al infierno.
III. Consideremos el remedio dado para ello. «… Dios tuvo de Él misericordia, … lo libró de descender al
sepulcro, … halló redención» (Job 33:24). ¿Dónde la halló?
1. EN LA PERSONA DE SU HIJO. «Jehová quiso quebrantarlo» (Is. 53:10). «Jehová cargó sobre Él la
iniquidad de todos nosotros» (Is. 53:6). «Quien llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero» (1 P. 2:24).
2. EN LA SANGRE DE SU HIJO. «La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado» (1 Jn.
1:7). La vida en la sangre está.
IV. Consideremos la aplicación del remedio. Está al alcance de todos.
1. «HE AQUÍ el Cordero de Dios» (Jn. 1:29). «Mirad a Mí, y sed salvos.»
2. «VENID luego, … y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve
serán emblanquecidos» (Is. 1:18).
3. «CREE en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hch. 16:31). «De todo… es justificado todo aquel que
cree» (Hch. 18:28).
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1.342. LA PAGA DEL PECADO Y EL DON DE DIOS
«La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro.
6:23).
Pecado y salvación, como dos poderosos ríos, fluyen a través de la Biblia, y nos han llegado juntos a través
de las edades. Cada hombre navega por uno u otro. El primero nos lleva hacia el mar de tinieblas eternas, y
el otro lleva a todos los que flotan en sus aguas hacia el océano de la luz y el amor infinitos de amor. Nótense
los dos cursos:
I. El curso del pecado. «La paga del pecado es muerte» (Ro. 6:23).
1. ¿QUÉ ES PECADO? Literalmente, es «errar el blanco». Un yerro constituye en pecador, y una ofensa
hace culpable del todo; un sorbo de veneno contamina todo el sistema moral.
2. ¿CUÁL ES EL FRUTO DEL PECADO? «Muerte.» Ésta es la obra consumada del pecado (Stg. 1:15).
«El pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte» (Ro. 5:12).
La muerte significa la separación de Dios, la fuente de toda vida y esperanza espirituales. Es «la ausencia
de esperanza».
3. ¿CUÁL ES LA RELACIÓN ENTRE EL PECADO Y SU FRUTO? Es una relación justa, la misma
relación que existe entre el trabajo y su paga. Es algo que se gana, algo que un Dios justo debe pagar.
«¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?» (He. 2:3).
II. El curso de la gracia. «La dádiva de Dios es vida eterna» (Ro. 6:23).
1. LA GRACIA TRAE LA VIDA ETERNA. «La gracia de Dios se ha manifestado para ofrecer
salvación» (Tit. 2:11). Cristo Jesús es la encarnación viviente de la vida eterna. «Y ésta es la vida eterna:
que te conozcan a ti» (Jn. 17:3).
2. LA GRACIA TRAE LA VIDA ETERNA COMO UN DON. ¿Cómo podría la gracia ser más llena de
gracia? El amor de Dios lo constriñó a dar a su Hijo. Este río de la vida está cerca: Echad vuestro
recipiente y sacad para vosotros mismos.
3. LA GRACIA TRAE LA VIDA ETERNA POR MEDIO DE JESUCRISTO. Sí, solo a través de Él. No
es el que cree el que tiene vida eterna, sino «el que cree en el Hijo». «El que tiene al Hijo tiene la vida.»
Cuando lo recibimos tomamos la mano salvadora de Dios (Jn. 1:12).
1.343. NO HAY CONDENACIÓN
Romanos 8:1
I. ¿Qué? «¡No hay condenación alguna!» (V.M.) ¡Qué maravilloso privilegio! ¡Qué bienaventurada
esperanza! Todo el negro pasado borrado está. Bienaventurados los que están en tal caso.
II. ¿Cuándo? «Ahora.» «Ahora, pues, ninguna condenación hay.» Así, pues, esta gran bendición puede ser
disfrutada en esta vida presente. Podemos andar por este mundo de pecado y dolor con la certidumbre en
nuestros corazones de que somos perdonados, y de que nuestros pecados ya han sido juzgados, y que la
noche de la culpa ha pasado, y que el día de la paz ha amanecido en el alma.
III. ¿Por qué? Porque es «en Cristo Jesús». Él es el Refugio del alma. Dios es nuestro amparo y fortaleza.
Aquí el alma está tan segura como Noé lo estaba en el arca. Estar «en Cristo» es estar limpio de todo pecado,
y envuelto en el centro de los propósitos eternos de Dios. Estar en Él es ser un pámpano de la Vid verdadera,
idóneos para dar fruto. En Cristo estamos completos, porque Él nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justicia, santificación y redención (1 Co. 1:30). En Él, no somos hallados con nuestra propia justicia, sino
revestidos de la hermosura del Señor. Si alguno está en Cristo, nueva creación es, y por ello no hay
condenación para los que están en Cristo Jesús.
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1.344. NINGUNA CONDENACIÓN
Romanos 8:1
I. Una condición dichosa. «En Cristo Jesús.» Esto implica:
1. ESTAR EN SU FAVOR. Gozando de su gracia.
2. ESTAR EN SU NOMBRE. Compartiendo su honor.
3. ESTAR EN SU CORAZÓN. Llenos de su amor.
En Él por la fe. Tal como Noé entró en el arca (Jn. 6:37).
En Él para dar fruto. Como un pámpano en la vid (Jn. 15).
En Él para comunión. Como los miembros del cuerpo (Ef. 4:16).
II. Un privilegio bienaventurado. «Ninguna condenación.» Ello no significa que no vaya a haber aflicción
ni tentaciones. Estas cosas pueden obrar juntamente para bien.
1. NINGUNA CONDENACIÓN POR PARTE DE LA LEY. «Estáis muertos» (Col. 3:3). La ley ya no
tiene nada que ver con una persona muerta. «Cristo es el fin de la ley, para justicia a todo aquel que cree»
(Ro. 10:4).
2. NINGUNA CONDENACIÓN DE PARTE DE DIOS. Aquel que justifica no condenará. «Dios es el
que justifica» (Ro. 8:33).
3. NINGUNA CONDENACIÓN POR PARTE DE LA CONCIENCIA. Cuando la conciencia está
purificada de pecado está exenta de ofensa.
III. Una solemne reflexión. Si no hay condenación alguna para los que están en Cristo, ¿cuál es la condición
y el futuro de los que están fuera de Cristo? Un hombre puede estar en mucho de lo que es bueno, y sin
embargo estar sin esperanza de parte de Dios. El que está sin Cristo está sin esperanza (Ef. 2:12). «El que
cree en Él, no es condenado» (Jn. 3:18).
1.345. LA LEY DEL ESPÍRITU
Romanos 8:2
La ley del Espíritu es tan cierta como la ley de la gravedad. Él tiene su método inalterable de operación,
aunque, como el viento, va a donde quiere.
I. Su naturaleza. «Es la ley de la vida.» «La ley del Espíritu de vida.» La ley del Viviente. Es el Espíritu el
que da vida. La letra mata, mas el Espíritu da vida. La ley moral no puede dar vida; su fuerza solo se siente
en hacer el pecado sobremanera pecaminoso. «Por medio de la ley yo he muerto» (Gá. 2:19).
II. Su esfera de acción. «La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús.» Esta ley de vida solamente puede
operar por medio del Príncipe de la Vida. La verdad viviente de Dios nos viene por medio de Aquel que es la
Palabra de Dios (Jn. 3:34). El Espíritu del Señor estaba sobre Él para predicar buenas nuevas a los humildes.
El último Adán fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
III. Su poder. «Me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.» La ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús es más poderosa que la ley del pecado y de la muerte, trayendo liberación y emancipación. Allí donde
está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres»
(Gá. 5:1). Habiendo sido libertados del pecado para que viniéramos a ser siervos de Dios (Ro. 6:18–23). El
aguijón de la muerte es el pecado, pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo (1 Co. 15:56, 57).
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1.346. LA CONDENACIÓN DEL PECADO
Romanos 8:3
I. La debilidad de la ley. «Lo que era imposible para la ley.» La ley puede hacer mucho, por cuanto es
«santa, justa y buena», pero no puede perdonar el pecado. Es absolutamente débil para justificar al pecador.
«Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él». La ley no llevó nada a la
perfección (He. 7:18).
II. El amor de Dios. «Dios, enviando a su propio Hijo.» En esto se manifestó el amor de Dios para con
nosotros (1 Jn. 4:9). ¿Quién puede medir la hondura de este amor al hacer que «Su Único, su Amado», se
identificara en la cruz con el pecado y la culpa de la humanidad (Jn. 3:16)?
III. La gracia de Cristo. «A su propio Hijo en semejanza de carne de pecado.» ¡Qué gracia de parte del
Hijo! «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad. Aunque en forma de
Dios, e igual con Dios, se despojó a sí mismo… al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil.
2:6–8). Por gracia sois salvos.
IV. El fin del pecado. «Y… condenó al pecado en la carne.» Mediante la ofrenda de su cuerpo como
sacrificio, Él ha puesto fin a la transgresión y al pecado como obstáculo en el camino del hombre a Dios. «Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él» (2 Co. 5:21). Somos santificados por medio de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para
siempre (He. 10:10). El pecado fue condenado en Él para que nosotros fuéramos justificados en Él.
1.347. LA JUSTICIA DE LA LEY
Romanos 8:4, 5
I. Su carácter. La ley es justa, y demanda justicia. Es «Santa, justa y buena». Es una expresión de la justicia
de Dios. Por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Los que tratan de establecer su propia justicia
ignoran con ello la justicia de Dios.
II. Su cumplimiento. «Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros.» Cumplida en nuestro
sometimiento a la justicia de Dios en Cristo, porque Él es el fin del la ley para justicia a todo el que cree. El
amor es el cumplimiento de la ley. Porque con el corazón el hombre cree para justicia. Solo podemos ser
hechos justicia de Dios en Él, que fue hecho pecado por nosotros (1 Co. 5:13).
III. La condición. «Los que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.» Los que se quieren
regocijar en Cristo Jesús no pueden tener confianza en la carne (Fil. 3:3). Andar conforme al Espíritu es
andar en la mente de Jesucristo. Andad en el Espíritu y no cumpliréis los deseos de la carne. Los conducidos
por el Espíritu no están bajo la ley. Andad en el Espíritu, y la justicia de la ley será abundantemente
cumplida en vosotros, porque el fruto del Espíritu, que es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio propio», se manifestará. Ciertamente, la ley no podría tener mejor
cumplimiento que éste. Éstas no son obras, sino el fruto del Espíritu que mora en el creyente (Gá. 5:16–25).
Los creados según el Espíritu pensarán en cosas del Espíritu (v. 5).
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1.348. LAS MENTES CARNAL Y ESPIRITUAL
Romanos 8:6, 7
I. La mente carnal. «La mentalidad de la carne es muerte.» No hay nada en absoluto en ella que agrade a
Dios. El que siembra para esta mente carnal segará corrupción, la prueba de la muerte. Los que están en la
carne no pueden agradar a Dios. La mente carnal no es muerte en un sentido pasivo, porque es aún peor que
esto: es «enemistad contra Dios», y una enemistad tan amarga que no puede someterse a la ley de Dios (v. 7).
Un árbol corrompido no puede dar buen fruto. La única cura para la mente carnal es la crucifixión. Saulo fue
libertado de su mente carnal cuando dijo: «¿Qué quieres que haga?». «Con Cristo estoy juntamente
crucificado.»
II. La mente espiritual. «La mentalidad del Espíritu es vida y paz.» Es la evidencia de un gran cambio. La
vida y la paz son el resultado de esta nueva creación espiritual. La enemistad ha sido muerta por la Cruz.
Ahora siembran para el Espíritu y cosechan vida eterna. La mente espiritual es una mente iluminada por el
Espíritu de verdad, gozando del amor de Dios, y buscando llevar a cabo sus propósitos. Son vivos para Dios,
y por ello presentan a Él sus miembros como instrumentos de justicia (Ro. 6:11–13). Es el buen árbol que no
puede dar mal fruto (Mt. 7:18). Es una condición de vida en Cristo y de paz con Dios.
1.349. ENEMISTAD EN CONTRA DE DIOS
Romanos 8:7
La mente carnal exhibe su enemistad:
1. Usando con ligereza el Nombre de Dios.
2. Descuidando la Palabra de Dios.
3. Escarneciendo la Obra de Dios.
4. Burlándose del Pueblo de Dios.
5. Mostrando ingratitud ante las misericordias de Dios.
6. Resistiendo al Santo Espíritu de Dios.
7. Rechazando al Salvador Hijo de Dios.
1.350. EN EL ESPÍRITU
Romanos 8:8, 9
I. No en la carne. «Vosotros no estáis en la carne» (RV; V.M.), aunque aún en el cuerpo. Los que están en la
carne (mente carnal) no pueden agradar a Dios, porque están en un estado de muerte (v. 6). No estáis en tal
condición, porque habéis pasado de muerte a vida, habiendo nacido de Dios.
II. En el Espíritu. No estar en la mente carnal es estar en la mente espiritual. No tener el Espíritu de Cristo
es no ser de Él. La carne denota al hombre pecador e impotente; el Espíritu es el Santo, Poderoso y
Vivificador. Estar en el Espíritu es estar en Dios, atado en la gavilla de los vivientes.
III. El Espíritu en vosotros. «Si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.» «¿No sabéis que sois
santuario de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Co. 3:16). Después que creísteis fuisteis
sellados con el Espíritu Santo de la promesa. Por cuanto sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a
vuestros corazones (Gá. 4:6). El Espíritu que mora en vosotros es el secreto de la sabiduría y del poder
divinos. Él puede llevar a cabo la buena obra de Dios en el corazón y a través de la vida. Si el Espíritu de
Dios, que guía a toda verdad, está en vosotros, no tenéis entonces necesidad de que nadie os enseñe (Jn.
2:25).
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1.351. EL ESPÍRITU DE RESURRECCIÓN
Romanos 8:10, 11
I. La causa de la muerte. «El pecado.» El cuerpo está muerto por causa del pecado. El pecado fue la muerte
del alma, y lo es también de la muerte del cuerpo. En Cristo Jesús, tanto alma como cuerpo serán libertados
de su poder (Jn. 11:25, 26).
II. El secreto de la vida. «El espíritu es vida a causa de la justicia» (v. 10, V.M.). El Espíritu es dador de
vida por cuanto lleva el alma del creyente a una rectitud de relación con Dios. «El que se une al Señor, es un
solo espíritu con él» (1 Co. 6:17).
III. La morada del Espíritu. «El Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús… mora en vosotros.»
Cuando Cristo fue devuelto al hogar del seno de su Padre, el Espíritu Santo vino a hacer su morada en los
corazones de los redimidos por su sangre. «Para que esté con vosotros para siempre.»
IV. La relación entre el Espíritu y Cristo. «Si Cristo está en vosotros… el Espíritu… habita en vosotros.»
La morada de Cristo por el Espíritu es a menudo presentada como idéntica. «Vigorizados con poder en el
hombre interior por medio del Espíritu; para que habite Cristo por medio de la fe en vuestros corazones»
(Ef. 3:16, 17). La preciosa verdad es ésta, que la presencia y el poder de Cristo queda plasmada en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Oigamos lo que dice el Espíritu.
V. El poder del Espíritu. Aquí se nos enseña que:
1. ÉL LEVANTO A CRISTO DE ENTRE LOS MUERTOS. Él fue muerto en la carne, pero vivificado
en el Espíritu (1 P. 3:18). Este mismo poderoso Espíritu que nos ha vivificado en novedad de vida lo
vivificó a Él.
2. ÉL VIVIFICARA TAMBIÉN VUESTROS CUERPOS MORTALES. El que levantó al Señor Jesús
nos levantará también a nosotros (2 Co. 4:14). Esto incorruptible tiene que revestirse de incorrupción. El
Espíritu Santo, que ha comenzado en nosotros la buena obra, perfeccionará lo que a nosotros se refiere,
nuestros cuerpos mortales. Por aquel mismo Espíritu serán cambiados a semejanza de su cuerpo de gloria
(2 Co. 5:4, 5).
1.352. LA NUEVA VIDA
Romanos 8:12–14
I. Es una vida no según la carne. «Somos deudores, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne.»
La sabiduría o la energía carnal nunca podría producir tal vida. Es una vida que tenéis de parte de Dios.
Nacidos de Dios.
II. Esta vida no debe nada a la carne. «Somos deudores, no a la carne». Nada recibisteis de la carne, nada
le deis. El nuevo hombre no le debe nada al viejo. Baste al tiempo pasado para la voluntad de la carne.
III. Ésta es una vida opuesta a la carne. «Hacéis morir las obras de la carne.» La salvación traída a
nosotros por la gracia de Dios nos enseña a apartarnos de toda impiedad. Pablo mantenía dominado su
cuerpo a fin de no ser echado a un lado como instrumento inútil (1 Co. 9:2–7).
IV. Esta vida debiera ser en el poder del Espíritu. «Si por el Espíritu.» Al ceder al Espíritu obedeceremos
la verdad por la que nuestras almas quedarán purificadas (1 P. 1:22). Éste es el gran propósito de Dios con
respecto a nosotros (2 Ts. 2:13).
V. Esta vida debe estar bajo el control del Espíritu. «Guiados por el Espíritu.» Cuando el Espíritu entra en
nosotros es para que andemos «en sus caminos» (Ez. 36:27). Él os llevará a toda verdad.
VI. Ésta debe ser una vida de comunión. «Hijos de Dios.» Amados, ahora somos los hijos de Dios.
Nuestra comunión es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo, y en la comunión del Espíritu Santo.
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1.353. LOS PRIVILEGIOS DE LA FILIACIÓN
Romanos 8:15–17
En nuestra presente condición somos muy lentos en comprender todo lo que se significa en ser «Hijos de
Dios».
I. Hijos libertados de la esclavitud. «No habéis recibido espíritu de servidumbre.» El temor de la ley ha
sido quitado (Éx. 20:18, 19). Todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición. El perfecto amor
quita el temor.
II. Los hijos tienen el Espíritu de adopción. «Hemos recibido el Espíritu de adopción.» No solo son
adoptados, sino que reciben en verdadero Espíritu de hijos nacidos de Dios.
III. Los hijos reconocen al Padre. «Clamamos Abbá, Padre.» Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré:
Padre, el Hacedor y Señor de todo es mi Padre.
IV. Como hijos tienen el testimonio del Espíritu. «El Espíritu mismo da testimonio juntamente con
nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (cf. 1 Jn. 5:10).
V. Como hijos, son herederos de Dios. «Y si hijos, también herederos.» Habiendo sido unidos a Cristo,
vienen a ser coherederos con Cristo, y Él es «Heredero de todas las cosas». Todas las cosas son vuestras, y
vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
VI. Como hijos, sufren con Él. «Si es que padecemos juntamente con Él.» El discípulo no es mayor que su
Señor. Si sois afrentados por el Nombre de Cristo, felices sois.
VII. Como hijos serán glorificados juntamente con Él. «Glorificados juntamente.» La Cabeza y los
miembros no están separados en los padecimientos, ni en la gloria. La voluntad de Cristo el Hijo ha hecho
esto seguro (Jn. 17:24). Habiendo sido hechos partícipes de la naturaleza divina, serán igualmente hechos
partícipes de su gloria celestial.
1.354. LA MANIFESTACIÓN FUTURA
Romanos 8:18–25
I. Es una gran realidad (vv. 18, 19). «Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser» (1 Jn. 3:2). Ahora el
mundo no nos conoce, así como no le conoció a Él. Cuando Él se manifieste, entonces nosotros seremos
manifestados con Él.
II. Será la liberación de la Creación de su servidumbre (v. 21). Cuando Adán pecó, la tierra fue maldita
por causa de él. Cuando se manifieste el Segundo Adán, el Señor del Cielo, la maldición será quitada.
III. Tendrá efectos en todas las criaturas (v. 22). La gloriosa manifestación de los hijos de Dios
proclamará el Evangelio del Reino a todas las criaturas.
IV. Será la redención del cuerpo (v. 23). El sellado del Espíritu Santo es hasta el día de la Redención,
cuando tendremos un cuerpo como su glorioso cuerpo (Fil. 3:20, 21).
V. Es un tiempo intensamente anhelado (v. 23). Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. El Espíritu y
la Esposa dicen, Ven, y el que oiga del Venidero Salvador diga Ven. Ven, Señor Jesús: Ven pronto.
VI. La expectativa de esto da gozo en medio del sufrimiento (v. 18). Nuestra presente aflicción es ligera,
sabiendo que obra para nosotros un eterno peso de gloria mientras que esperamos las cosas que no se ven.
Como Moisés, tengamos puesta la mirada en el galardón, y mantengámonos firmes, como viendo al Invisible.
Los padecimientos de este tiempo presente no pueden ser comparados con la gloria que será revelada en
nosotros.
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1.355. SALVADOS POR ESPERANZA
«En esperanza somos salvos» (Ro. 8:24, RV).
¿Está bien, esto? ¡Yo pensaba que éramos salvados por medio de la fe! Por decir poco, uno no puede dejar de
sobresaltarse cuando se lee esta declaración por primera vez. ¡Qué hombre era Pablo para atraer la atención
de sus oyentes y lectores! No hay nada vulgar en sus escritos. Y es bueno que nuestra atención quede así
atraída y que nuestros pensamientos queden prendidos. Recordemos, ésta es la declaración de alguien para
quien la doctrina de la Justificación por la Fe no era una mera doctrina, sino una bendita experiencia
personal. «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo», fue su declaración al carcelero de Filipos. La salvación
por la fe en el Señor Jesús fue predicada de tal manera por el Apóstol que nadie jamás le ha sobrepasado. No
solo tenemos aquí una declaración por parte de alguien leal a la doctrina de la Justificación por la Fe, sino
que es un mensaje a los que están ya en un estado de justificación, como lo indica su posición en la Epístola.
Así, somos introducidos por San Pablo al dulce y amante ministerio de esperanza. La esperanza es la gran
palanca que levanta el mundo. Prívale a una persona de esperanza, y en el acto paralizas el resorte de la
acción. Esperemos de manera decidida. La esperanza tiene que ver con el futuro invisible. Es una
certidumbre que Dios da respecto al futuro. «La fe se apropia, pero la esperanza aguarda con anticipación; la
fe mira atrás y arriba; la esperanza mira hacia adelante. La fe acepta, pero la esperanza aguarda.» La
esperanza ha sido llamada «el bálsamo y la sangre del alma», por la vital importancia que tiene. Las varias
traducciones dan tres tiempos verbales. «En esperanza somos salvos» (RV). «En esperanza fuimos salvos»
(RVR77). «En esperanza hemos sido salvados» (BAS); «Porque nuestra salvación reside en esperanza» (C.
& H.). «En esta esperanza fuimos salvos» (20th Century). Así, tenemos los tres tiempos, pasado, presente y
futuro. Todos están en lo cierto, aunque lo que armoniza con el contexto es el ministerio de esperanza
tocante al futuro.
I. Lo que la Esperanza ha hecho en el pasado. «Porque por esperanza fuimos salvos.» La esperanza tiene
mucho que ver con nuestra salvación. El apóstol no dice «esperamos que seamos salvos», sino que «en
esperanza somos salvos», lo que es algo muy distinto. No hay tal vaguedad tocante a la salvación a la que se
refiere Pablo: él se refiere a una salvación ya recibida y disfrutada. «Salvado» es una frase médica; salvar
significa sanar o mantener en salud. La primera condición de la recuperación es la esperanza en su
posibilidad. La desesperación lleva muchas veces a que toda la destreza del mejor médico no sirva para nada.
La fe no puede hacer ningún bien si la esperanza no nos ha visitado de antemano. Lo mismo que el hombre
que descendió de Jerusalén a Jericó, el pecador yace golpeado y amoratado en el camino de la vida,
desesperando poder jamás llegar a ser sanado y salvado. Pero la esperanza viene como ángel ministrador
musitando palabras de aliento, señalando las gloriosas posibilidades. Luego, cuando el ángel de esperanza ha
encendido la esperanza en el pecho, viene la fe y conduce fácilmente al Salvador a aquel que antes no tenía
esperanza. La mayoría de los pecadores acuden a Cristo apoyados a un lado por la fe y al otro por la
esperanza. Alabado sea Dios,
«Nadie tiene que perecer;
Todos pueden vivir, pues Cristo murió».
Observa ahora lo que la esperanza tiene que decir acerca del futuro: «Porque nuestra salvación reside en
esperanza». Habiendo la esperanza conducido el pecador a Cristo, no le abandona, sino que se refiere
constantemente a un glorioso futuro, declarando que aunque nuestra salvación no ha sido plenamente
llevada a cabo aquí, lo será en el gran tiempo venidero. En el gran plan de la redención de Dios no solo hay
un nuevo corazón para nosotros (lo que todo su pueblo tiene ahora), sino también un nuevo cuerpo.
Poseemos mucho, pero más seguirá aún tanto aquí como en el futuro. Siempre hay «más después».
II. Lo que la Esperanza hace en el presente. «Porque en esperanza somos salvos», esto es, somos
mantenidos en la salvación en esperanza. Ser salvos significa no solo ser salvados, sino ser mantenidos en
salud. «Porque en esperanza somos salvos», es decir, guardados, preservados, sustentados en nuestras
pruebas por la esperanza. Richard Baxter, el predicador y escritor Puritano, sufrió toda su vida debido a un
cuerpo débil y enfermizo. A menudo se sentía tentado a desear no haber nunca nacido. ¿Qué le guardaba de
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ello? Escuchemos su testimonio: «¿Que debería sustentarme y consolarme bajo el languidecimiento y los
dolores de mi cuerpo, mis fatigosas horas, y mi experiencia diaria de la vanidad y vejación causadas por
todas las cosas bajo el sol, si no tuviese la perspectiva del consolador fin de todo? Yo, que he vivido en
medio de grandes y preciosas misericordias, he encontrado en mi vida que debía esforzarme para vencer las
tentaciones de desear que jamás hubiese nacido; y nunca las habría vencido excepto por la creencia de una
bendita vida más allá». Richard Baxter fue salvado en esperanza. Así será con el pueblo del Señor. Tendrán
que encontrarse con muchas tempestades y padecer muchas dificultades, pero se sienten alentados ante la
brillante perspectiva que se les presenta delante;
«La esperanza, como la luz que baña las calles,
Adorna y alegra nuestro andar;
Y cuanto más la noche oscurece,
Más brillante ante nosotros resplandece».
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1.356. EL ESPÍRITU ROGANTE
Romanos 8:26, 27
I. El Espíritu es necesario. «Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos.» Sin el Espíritu que nos
guía, el Señor debería decirnos de continuo lo que le dijo a la madre de los hijos de Zebedo: «No sabéis lo
que pedís».
II. El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Él imparte la necesaria sabiduría mediante la que podemos
conocer nuestra necesidad y la plenitud de Cristo.
III. El Espíritu intercede por los santos. No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre
que habla en vosotros. El Espíritu que mora en el santo ruega por él delante de Dios y de los hombres. Estar
lleno del Espíritu es la forma segura de prevalecer, tanto en oración como en testimonio.
IV. El Espíritu intercede con gemidos. Los gemidos del Espíritu son frecuentemente sentidos por un alma
sedienta de Dios en silenciosa espera delante de Él en la indecible solemnidad de la santa adoración.
V. El Espíritu intercede según la voluntad de Dios. Lo que era cierto del Hijo es también cierto del
Espíritu. A Él le oye Dios en todo tiempo, porque Él se deleita en hacer su voluntad. Si estamos «orando
siempre en el Espíritu», estamos por ello orando siempre según la voluntad de Dios. Si pedimos alguna cosa
conforme a su voluntad, Él nos oye. Cree en el Espíritu Santo.
VI. El que escudriña los corazones sabe cuál es la mente del Espíritu. Dice Salomón: «La oración de los
rectos es su delicia [del Señor]». ¡Cómo se deleitará, entonces, en el ruego del Espíritu Santo! El gran
Escudriñador de los Corazones busca la mente del Espíritu en nosotros. Démosle nuestras voluntades.
1.357. LA PROMESA TODOSUFICIENTE
Romanos 8:28
I. A quién es dada.
1. A LOS QUE AMAN. «A los que aman a Dios.» Le amamos porque Él nos amó primero. Él busca
primero, no la obra de nuestras manos, sino el amor de nuestros corazones.
2. A LOS QUE SON LLAMADOS. A «los que son llamados conforme a su propósito.» «Amados de
Dios, llamados a ser santos.» Procurad hacer firme vuestra vocación (cf. 2 Ti. 1:9).
II. La naturaleza de la misma. Es:
1. GRANDE. «Todas las cosas.» Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad quedan aquí
incluidas. «Todas las cosas son vuestras.»
2. ACTIVAS. «Todas las cosas cooperan.» En el reinado de la gracia todo está constantemente en
movimiento para el bien del creyente. Como en el mundo material, no existe lo estático.
3. ARMÓNICAMENTE. «Todas las cosas cooperan.» No hay inarmonías ni irregularidades allí donde
todo opera conforme a su propósito. Todo está bien para los llamados de Dios, incluso cuando parece que
todo va de la peor manera. «¿Creéis que puedo hacer esto?»
4. PRECIOSAS. «Todas las cosas cooperan para bien.» Jacob dijo: «Contra mí son todas estas cosas»
(Gn. 42:36), pero todas ellas eran para bien (Gn. 50:20). Tened fe en Dios.
5. SEGURAS. «Sabemos.» Sabemos, porque conocemos la fidelidad del Dios en quien confiamos. Fiel
es Aquel que prometió. Y debido a que conocemos, nuestros corazones son mantenidos en perfecta paz
con respecto a las cosas presentes y a las cosas venideras. «Bástate mi gracia.»
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1.358. EL PROPÓSITO ETERNO
Romanos 8:29, 30
I. El gran propósito de Dios.
1. QUE SU HIJO FUERA EL PRIMOGÉNITO entre muchos hermanos. Él se humilló a Sí mismo, pero
Dios le exaltó hasta lo sumo. En todas las cosas Él debe tener la preeminencia.
2. QUE LOS CREYENTES DEBEN SER HECHOS CONFORME a la imagen de su Hijo. Como obra
suya, somos creados en Cristo Jesús, que es la imagen del Dios invisible. No os conforméis al mundo.
II. Las pisadas de la gracia. Es profundamente interesante darse cuenta de las obras del amor infinito en su
salida a buscar y a salvar a los perdidos.
1. CONOCIDOS DE ANTEMANO. «A los que de antemano conoció.» «Antes que te formase, te
conocí» (Jer. 1:5). Escritos en el libro de la vida, antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4).
2. PREDESTINADOS. Designados según la voluntad de Dios. En Hechos 4:28 (V.M.) se traduce la
misma palabra como predeterminado. A los que antes conoció, a ellos los ha predeterminado.
3. LLAMADOS. No hay lugar para cavilaciones acerca de estas cosas. Digamos con Pablo: «Dios, que
me había separado desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, tuvo a bien». Llamados por el
Espíritu Santo a ser un pueblo separado para Él mismo.
4. JUSTIFICADOS. «A los que llamó, a éstos también justificó.» Es Dios el que justifica. ¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Justificados libremente por su gracia.
5. GLORIFICADOS. «A los que Él justificó, a éstos también glorificó.» La gloria que tú me has dado,
les he dado a ellos. Si sufrimos con Él, también seremos glorificados con Él teniendo un cuerpo
semejante a su glorioso cuerpo.
1.359. EL GRAN RETO
Romanos 8:31–35
I. Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (v. 31). «Jehová está conmigo; no temeré lo que me
pueda hacer el hombre» (Sal. 118:6). Mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo. Todos
los recursos de Dios son para todos aquellos que están de parte de Él.
II. ¿Quién puede condenar cuando Cristo ha muerto y resucitado? (v. 34). Habiendo muerto con Él,
estamos ahora resucitados con Él. Libres de la ley. Para los que están en Cristo Jesús no hay por tanto
condenación ahora, ni por parte de Dios, ni del hombre, ni de ángel ni del diablo.
III. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios cuando es Dios el que justifica? (v. 33). La herencia de los
siervos del Señor es: «Ningún arma forjada contra ti prosperará» (Is. 54:17). Cuando Satanás intentó
presentar acusación contra Josué, el Señor le reprendió (Zac. 3:1, 2).
IV. ¿Quién nos separará del amor de Aquel que se dio a Sí mismo por nosotros? (v. 35). «Yo les doy
vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.» El pueblo del Señor, comprados con
su propia sangre, le son demasiado preciosos para separarse fácilmente de ellos. El Padre, habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.
V. ¿Quién puede estorbar a Dios de darnos todas las cosas cuando no eximió ni a su Hijo? (v. 32).
Siendo reconciliados, seremos salvos por su vida (Ro. 5:10). En ÉL todas las necesidades quedarán suplidas.
Vosotros sois de Cristo, y todas las cosas son vuestras. ¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?
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1.360. MÁS QUE VENCEDORES
Romanos 8:35–37
I. Debemos ser vencedores. No esclavos de las modas y de los placeres de este mundo, sino vencedores
para Dios. Habiendo nacido de Dios, pertenecemos a la clase alta, y vencemos al mundo por medio de la fe.
II. Somos vencedores en medio de padecimientos. La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la
desnudez, el peligro, y la espada. Todo esto sigue estando con nosotros, pero la fe da la victoria. Somos
siempre entregados a la muerte por causa de Jesús. Este mundo actual siempre mantiene en el lugar de los
muertos a aquellos que tienen en sí la vida de Jesús, pero ellos siguen venciendo y persisten en conocerle
más a Él.
III. Somos más que vencedores. Los enemigos no son solo vencidos y sometidos, sino que son atraídos
como siervos bien dispuestos a la obra del Señor. Saulo fue más que vencido cuando pasó a ser predicador de
aquel Evangelio que tanto había aborrecido. Observa esto: Para ser más que vencedores tenemos que ser más
que vencidos. No es suficiente que venzamos; tiene que haber una bien dispuesta y total rendición de
nosotros mismos en manos de Dios, para decir, ser y hacer todo lo que Él pueda disponer.
IV. Somos más que vencedores por medio de Él. El poder de la victoria y de un obrar agresivo por Dios no
está en nosotros mismos, ni en nuestros planes ni en las organizaciones, sino en el Dios que obra en nosotros.
Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Ellos vencieron
mediante la sangre del Cordero. La sangre del Cordero es el acerado filo de la espada de la Palabra, la santa
arma del Espíritu. Aférrate a ella, empléala.
1.361. LA VICTORIA
Romanos 8:37
1. «¿Qué?»…
«Más que vencedores».
2. «¿Quién?»…
«Somos».
3. «¿Cuándo?»…
«En todas estas cosas».
4. «¿Cómo?»…
«Por medio de Aquel que nos amó».
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1.362. EL AMOR DE DIOS
Romanos 8:38, 39
I. Su naturaleza. «El amor de Dios.» Dios es amor, por lo que al manifestar su amor se manifiesta a Sí
mismo. En esto consiste el amor. Sí, en esto tenemos a Dios. No que nosotros le amáramos a Él, sino que Él
nos amó a nosotros. ¡He aquí, que amor!
II. Su canal. «Que es en Cristo Jesús.» Él es el mediador entre Dios y los hombres, la Escalera que llega de
la tierra al cielo. En Él se manifestó el amor de Dios para con nosotros, para que nosotros viviéramos por
medio de Él. «Yo soy el Camino.»
III. Sus objetos. «Nos(otros).» Él nos amó y se dio a Sí mismo por nosotros (Jn. 3:16). En esto consiste el
amor, no en que nosotros amáramos a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para ser la
propiciación por nuestros pecados. Por nosotros, cuando estábamos aún muertos en delitos y pecados.
IV. Su poder. «Ni la muerte», etc. «nos podrá separar del amor de Dios». «Con amor eterno te he amado.»
Puede que en ocasiones dejemos que las mezquindades de este mundo separen nuestro amor de Él, pero,
bendito sea su Santo Nombre, nada puede separarnos de su amor. Su amor es más fuerte que la muerte.
V. Su certeza. «Estoy persuadido.» Es un gran testimonio cuando podemos decir con verdad: «Hemos
conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros» (1 Jn. 4:16). Teniendo el amor de Dios
derramado en nuestros corazones, y viviendo día a día como aquellos que creen en el amor infinito y eterno
de Dios, éste es el secreto de una vida reposada, gozosa y contenta. «Estoy persuadido de que [nada] nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor.»
1.363. CRISTO, EL FIN DE LA LEY
«Porque Cristo es fin de la ley, para justicia de todo aquel que cree» (Ro. 10:4).
I. ¿Qué es la Ley? Como norma revelada por Dios es «santa, justa y buena» y, por ello, una revelación de su
santidad, justicia y bondad. La fuente de la ley es santa, su carácter es justo, y bueno su propósito.
II. ¿Cuál es el fin de la Ley? «Cristo es el fin de la ley.» Este bendito hecho puede ser interpretado de
formas diferentes. El fin de la ley, para un ladrón, es la cárcel. Para un asesino, es la pena de muerte. El fin
de la ley para todos los pecadores es o la condenación o Cristo. El fin de un libro es instruir; el de un reloj,
medir el paso del tiempo; el de una lámpara, dar luz; el fin de la ley es llevarnos a Cristo. Vino como ayo
(esclavo) para este mismo propósito (Gá. 3:24). El fin del vengador de la sangre es matar, y en este intento
frecuentemente perseguía al homicida hasta la ciudad de refugio.
III. ¿Por qué vino a ser Cristo el fin de la Ley? Fue «par justicia». Él no vino a actuar desafiando la ley,
sino a cumplirla. Él fue constituido bajo la ley, para que sus santas y justas demandas fueran perfectamente
satisfechas en él. Él se hizo obediente hasta la muerte, y así llevó a su fin las justas demandas de la ley contra
todos los que están en Él. Él nos ha sido hecho ahora por Dios «justicia» (1 Co. 1:30).
IV. ¿Para quiénes es Cristo el fin de la Ley? «A todo el que cree.» «De todo aquello de que por la ley de
Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree» (Hch. 13:39). El fin de una ley
inalterable para Daniel era, a los ojos de sus enemigos, el foso de los leones, pero para él Dios era el fin de
aquella ley para liberación. Para los que están fuera de Cristo, no hay fin para las demandas y amenazas de
aquella ley ofendida e insultada. Sólo los que ignoran la justicia de Dios tratarán de establecer la suya propia.
El sometimiento a la justicia de Dios es la única actitud sabia, y se hace esto cuando se cesa de las propias
obras y se cree en el Señor Jesucristo, que vino a ser el fin de la ley, y que introdujo para nosotros la justicia
eterna.
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1.364. CONFESIÓN DE CRISTO
Romanos 10:6–10
Durante la Guerra Franco-Prusiana, cuando el ejército alemán se dirigía hacia París, pasaron por muchos
pueblecitos. En uno de éstos, los habitantes salieron a resistirse a su avance armados con rudimentarias
armas de diversos tipos. Se dice que una anciana salió con una muleta, que blandió en el aire. «¡Vuélvase!, se
pensarán que está loca!», exclamaron sus vecinos. «No me importa lo que piensen», dijo ella, «siempre que
sepan de qué lado estoy». ¡Muy bien! ¡Es magnífico! Ya nos vendría bien algo de este valor en la vida
cristiana. ¿Saben nuestros parientes, amigos y vecinos de qué lado estamos?
I. El deber de la confesión. Observa el doble énfasis en el corazón y en la boca en Romanos 10:6–10.
1. CORAZÓN (vv. 6, 8, 9 y 10).
2. BOCA (vv. 8, 9 y 10).
Nunca deberían separarse. La boca sin el corazón sería hipocresía; y el corazón sin la boca sería cobardía.
II. El tema de la confesión.
1. MIS PECADOS, PERO SOLO AL SEÑOR. Los pecados (1 Jn. 1:9). Mis transgresiones (Sal. 32:5),
mi iniquidad (Lv. 26:40).
2. MIS FALTAS; A LOS HERMANOS O HERMANAS EN EL SEÑOR. (Stg. 5:16).
3. MI SALVADOR: A TODOS (Mt. 10:32). Siempre que confesamos a nuestro Señor, recibimos su
«Bienaventurado eres». Siempre nos beneficiamos por la confesión de Él.
4. LA DEIDAD DE NUESTRO SALVADOR (1 Jn. 4:15). ¿Por qué hemos de vacilar en confesar este
aspecto esencial de su Ser?
5. EL SEÑORÍO DE NUESTRO SALVADOR (Fil. 2:11). Observemos en Romanos 10:9: «Si
confiesas… que Jesús es el Señor». Mas le confiesan como Salvador sin proseguir para confesar que es
Señor.
6. LA SEGUNDA VENIDA DE NUESTRO SALVADOR (2 Jn. 7, BAS margen). «Muchos
engañadores han salido al mundo que no confiesan a Jesucristo viniendo en carne».
III. Métodos de confesión.
1. ESCRIBIENDO CARTAS. Una joven convertida sentía que debía hablar a un mozo de cuerda del
ferrocarril sobre la salvación, pero se sentía muy nerviosa. Con mucha oración, escribió una carta; y
luego, cuando el tren se iba, se la dio desde la ventana. Esto sirvió para romper el hielo, y se volvió más
valiente.
2. LLEVANDO O MOSTRANDO UNA BIBLIA. En el momento en que el capitán Hedley Vicars
aceptó el evangelio, vio que debía confesar a Cristo ante sus compañeros de milicia, pero era tímido. Sin
embargo, consiguió una Biblia, la puso en una mesita en su tienda, y de aquella manera dio a conocer al
Salvador y Señor que acababa de descubrir.
3. DE PALABRA. Este es de manera preeminente el método de confesar. Durante una comida, el
eminente Sir Robert Peel se sintió entristecido por el lenguaje blasfemo de los caballeros que estaban con
él. Llamando su carruaje, se levantó, y dijo: «Caballeros, debo pedirles que me excusen: sigo siendo
cristiano».
4. DANDO GRACIAS EN LA MESA. Ésta fue la primera confesión de Cristo en su hogar por parte del
autor de estas líneas, donde nunca se daba gracias antes de la comida.
5. POR EL BAUTISMO. Éste es otro método de confesión. (Véase un Estudio sobre el Bautismo en este
libro.)
6. La Vida: y, naturalmente, debemos confesar a Cristo por medio de nuestras vidas cambiadas.
IV. Los frutos de la confesión.
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1. PERDÓN. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados» (1
Jn. 1:9).
2. PURIFICACIÓN. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:9).
3. CERTIDUMBRE. «Díganlo los redimidos de Jehová» (Sal. 107:2). El doctor Fullerton conocía a una
mujer que no recibió la seguridad de la salvación hasta que confesó a Cristo.
4. SALVACIÓN. «Con la boca se confiesa para salvación» (Ro. 10:9, 10). Esta palabra, «salvación», es
una palabra de enorme significado, y significa mucho más que perdón o justificación. Incluye todas las
bendiciones que nos pertenecen en Cristo Jesús.
5. PRESERVACIÓN. Es muchísimo mejor para un joven convertido izar en el acto sus colores que tratar
de ser un discípulo secreto. La gente conoce entonces quién eres.
6. CURACIÓN. En Santiago 5:16 se declara que la curación corporal sigue a la confesión.
7. BENDICIÓN. Siempre que confesamos a Cristo nos hacemos conscientes de la declaración del
Maestro: «Bienaventurado eres» (Mt. 16:17), y saber que le estamos agradando es una verdadera
recompensa.
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1.365. EL BRAZO DEL SEÑOR HACIA ABAJO
«Dice: Todo el día extendí mis manos» (Ro. 10:21).
«Acá abajo los brazos eternos» (Dt. 33:27).
«El eterno Dios es tu refugio». La palabra traducida «refugio» es muy intensa, y no se encuentra
frecuentemente en la Biblia. Significa infinitamente más que un lugar temporal de refugio, una mera
cubierta. Es, como lo señala la RV, una morada, una habitación, un hogar. Te encuentras con una tempestad
repentina mientras estás en un parque, y rápidamente te diriges al refugio preparado por la administración: es
un refugio, y es cosa muy aceptable; pero no es tu hogar. Intentas cruzar una de las principales avenidas en la
frenética ciudad, y encontrando que el tráfico empieza a moverse, te refugias en una isla peatonal. Aquel
pequeño oasis en medio del activo tráfico es muy acogedor: pero no es tu hogar. Ahora bien, Dios en Cristo
es todo esto para el alma que confía –y mucho más– porque Él es un hogar. Después de todo, ¿qué es lo que
constituye un hogar? ¿No es los brazos amantes de un padre y de una madre? ¿Te sientes cómodo en el hogar
con Dios? Si te sientes incómodo con el pensamiento de la presencia de Dios, si el pensamiento de Dios no te
resulta grato, deja que Él ponga sus brazos a tu alrededor y debajo de ti, y echará fuera todo temor.
¡Qué contraste da esta expresión con la citada por Pablo en Romanos 10:21! «Todo el día extendí mis manos
hacia un pueblo desobediente y contradictor.» Desde luego, si los brazos eternos no están debajo de ti,
estarán extendidos en intenso llamamiento. El lujo de reposar en los brazos eternos lo conocen sólo los que
han respondido a su amante invitación. Pero observa: «Todo el día». ¡Qué ejemplo de paciencia y de hondo
sentimiento! Se describe a Dios extendiendo su mano durante un día entero. ¡Qué difícil es mantener las
manos extendidas sólo un breve tiempo! Sin embargo, Él espera larga y pacientemente. ¿Cuánto tiempo más
lo mantendrás tú en esta posición tan incómoda?
El brazo de Dios es símbolo de poder, y por ello en esta figura hay un pensamiento de fuerza. Pero en esta
metáfora hay también el pensamiento de afecto y amor. En su profecía, Isaías tiene mucho que decir acerca
del brazo de Jehová, pero Moisés está ocupado en los brazos: no solamente poder, sino también amor. La
Esposa en el Cantar de los Cantares podía decir: «Su izquierda esté debajo de mi cabeza, y su derecha me
abrace». ¡Gracias a Dios! Aunque la diestra del Omnipotente está extendida para defendernos de todos los
peligros y riesgos, su izquierda nos abraza contra su gran corazón de amor.
Pero hay otro pensamiento importante. Él extiende sus brazos no solo para rescatarnos del peligro, sino para
dar satisfacción a su gran corazón de amor. Los hombres y las mujeres tienen hambre de amor de niños
pequeños, y nunca parecen tan felices como cuando sostienen a los pequeñitos contra ellos. Así es que se
sacia el hambre de sus corazones. ¿Y no es así con nuestro Dios? Acude Él, y Él reposará en su amor.
1.366. BONDAD Y SEVERIDAD
Romanos 11:19–22
Dios es bueno, pero es también severo. Dios es Amor, pero Dios es también Luz.
1. La severidad de Dios. Dios se separa de los incrédulos y de los contaminados (v. 17).
2. La bondad de Dios. «La benignidad para contigo», porque creíste en él (v. 22).
3. La solemne lección que se enseña.
a. Que LA INCREDULIDAD separa de la benignidad de Dios (v. 20; He. 3:19).
b. Que la salvación es solo por LA GRACIA DE DIOS. La benignidad de Dios nunca puede ser
merecida por hombre alguno.
c. Que LA FE UNE a la benignidad de Dios (v. 23).
d. Que solo por la fe NOS MANTENEMOS EN PIE (v. 20).
e. Que Dios es poderoso y que está bien dispuesto a salvar A TODOS LOS QUE CREEN (v. 23).
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1.367. NUESTRO CULTO RACIONAL
Romanos 12:1
El pensamiento del sacrificio pasa por todos los libros de la Biblia como el hilo de grana en los ropajes y
ataduras del gobierno. El sacrificio tiene dos aspectos generales: 1) Como un don, entregado para el bien de
otro, como en Marcos 7:11; 2) Como un objeto de «holocausto», para ser absolutamente consumido, como en
Levítico 1:9. La ofrenda de Caín pertenecía a la primera clase, y era incompleta. La de Abel pertenecía a la
otra, y fue aceptable. Ambos fueron actos voluntarios, y constituyeron por ello una revelación de carácter.
Aquí tenemos tres razones por las que el sacrificio de nuestra parte es eminentemente razonable: Porque:
I. Se hizo sacrificio por nosotros. «Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros a Dios» (Ef. 5:2).
«A si mismo por nuestros pecados» (Gá. 1:4). ¡Qué costoso sacrificio y para qué propósito! Mediante el
sacrificio de Sí mismo Él ha quitado el pecado para siempre como obstáculo en el camino del pecador para
acercarse a Dios (He. 9:26). Al darse a Sí mismo, dio todo lo que Él era y tenía: no un yo empobrecido,
porque Él, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que nosotros fuéramos enriquecidos con su pobreza
(2 Co. 8:9). Él, como «grano de trigo», murió bien dispuesto, para poder dar fruto en las vidas de aquellos
por los que Él murió. Si Él se dio a Sí mismo por nosotros, ciertamente que nosotros deberíamos darnos a
nosotros mismos para Él.
II. Se nos pide sacrificio. «Os exhorto por las misericordias de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos
como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios» (Ro. 12:1). ¿Por qué el cuerpo? Porque es el instrumento, o
arma, del Espíritu Santo, que mora en vosotros. Las posibilidades del cuerpo, para bien o para mal, son
enormes (Ro. 6:13). Cuán a menudo se pueden remontar las recaídas y los fracasos a los miembros
inconsagrados del cuerpo. Ser un «sacrificio vivo» es estar de continuo y totalmente a disposición de Dios.
Esto es «santo y agradable a Dios». Y también debido a su aceptabilidad a Él, es de lo más razonable que así
sea hecho. El cedernos a Dios es la raíz y rama de la negación de uno mismo, sin la que no puede haber un
verdadero discipulado (Mt. 16:14). Es verdad en el más profundo de los sentidos, que «no sois vuestros…
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los
cuales son de Dios» (1 Co. 6:20). ¿No es razonable que Dios tenga los suyos, aquellos a los que Él ha
comprado con su sangre? Nosotros le robamos a dios cuando retenemos esta parte (los cuerpos) de su
posesión adquirida.
III. El sacrificio asegura una mayor bendición para nosotros. Al presentarnos como «sacrificio vivo» a
Dios, nos salvamos a nosotros mismos de «adaptarnos a este siglo», y además nos ponemos en aquella
posición en la que podemos experimentar «cual sea la buena voluntad de Dios, agradable, perfecta» (Ro.
12:1, 2, RV). Nunca probaremos la bondad y hermosa perfección de la voluntad de Dios en nuestra propia
experiencia personal hasta que nos abandonemos totalmente a ella. Así como no podemos experimentar el
poder del agua para sostener nuestros cuerpos hasta que nos confiamos enteramente a ella. Una vida
totalmente rendida a Dios es la única vida razonable que puede vivir el cristiano. Es el secreto de la utilidad,
porque significa el ajuste apropiado de las facultades y funciones de nuestro ser con la perfecta voluntad y
propósitos de Dios. Cada don presentado sobre el altar es santificado por el altar.
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1.368. CONSAGRACIÓN
Romanos 12:1, 2
En los anteriores capítulos Pablo ha estado tratando acerca de doctrinas fundamentales. Ahora llega la
aplicación, porque él no es un mero teorizador. El cristianismo es intensamente práctico, y el ruego del
apóstol demuestra cuán agudamente lo siente. El cristianismo de algunos es como un cierto pez que es casi
todo cabeza. La entrega de todo corazón a Dios debería caracterizar a cada cristiano, y esto se evidencia en el
hecho de que presentamos nuestros cuerpos como sacrificio viviente a Dios.
I. El sacrificio a ofrendar. «Presentad vuestros cuerpos.» Tan propensos somos a presentarle nuestras almas
a Él, y a dar el cuerpo como sacrificio al alma. Parece que pensemos que nuestros cuerpos son enteramente
nuestros, y que nuestras almas pertenecen a Dios. Pero el cuerpo es el templo del alma y del espíritu, y el
medio a través de los que estos actúan y se manifiestan a sí mismos. El hombre interior actúa así por medio
del hombre exterior. Luego el medio debería estar en manos de Dios así como el actuante individual. De
hecho, a no ser que Dios esté totalmente encargado de todo el ser, el poder divino será retraído. No se trata
tanto de que Él nos dé poder como que Él desea manifestar su poder por medio de nosotros. Cada uno de
nosotros debe presentar su cuerpo, como el judío presentaba su cordero, y lo dejaba en manos del sacerdote.
II. La naturaleza de este sacrificio. Debe ser:
1. UN SACRIFICIO VIVIENTE. La muerte de Cristo ha barrido para siempre todos los sacrificios
muertos de sobre el altar. Ahora Él los busca vivos. Esto es, debemos, por así decirlo, vivir sobre el altar.
Los antiguos sacrificios estaban sobre el altar solo por un poco de tiempo. La nuestra es UNA VIDA
CONSAGRADA. «Para mí, el vivir es Cristo.»
2. Un sacrificio SANTO. «¿No sabéis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo?» Este templo
tiene que ser santo, porque Dios mora en vosotros, y al ofrecer el cuerpo como sacrificio ofrecemos a Él
lo que Él ya ha reclamado y santificado para Sí.
3. Un sacrificio ACEPTABLE. «Agradable a Dios.» No solo aceptable, sino que en realidad le da
satisfacción. Dios no queda totalmente satisfecho con respecto a nuestra salvación hasta que nosotros nos
ofrecemos como sacrificio bien dispuesto, santo, a Él. Somos salvos para servir.
III. Los motivos que se apremian. Son dobles.
1. LAS MISERICORDIAS DE DIOS. «Os exhorto por las misericordias de Dios.» «Muchas son tus
misericordias, oh Jehová» (Sal. 119:156). ¿Cuáles son sus misericordias para con nosotros? Pensemos en
su amor en Cristo, su perdón, su paz, su gozo, su Espíritu Santo, sus promesas (cap. 8). Éstas nos
deberían constreñiros a presentarnos a Él de una manera total. La bondad de Dios debería conducirnos al
arrepentimiento en esta cuestión de retener de Él lo que se le debe, más aún, lo que es suyo por derecho
de compra (1 Co. 6:20).
2. LA RAZONABILIDAD DEL SERVICIO. «Que es vuestro racional culto» (RV). Es sencillamente
racional que nos presentemos a Dios si Él nos ha redimido para Sí. Es solo razonable que Él disponga de
todo. Y por ello, es totalmente irrazonable retener lo que es suyo.
IV. Las consecuencias de este sacrificio.
1. LA NO CONFORMACIÓN AL MUNDO. «No os adaptéis a las formas de este mundo.» Éste es el
remedio para la conformación mundana. Una presentación definida de nosotros mismos a Dios y un
reconocimiento constante de ello. No hay posibilidad de que los muertos sigan las formas de este mundo.
«Consideraos muertos.» «El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo
malo» (Gá. 1:4). Los que están del todo en las manos de Dios no tienen por qué preocuparse demasiado
acerca de si esto o aquello es consistente con la vida cristiana. Es Él quien decide.
2. UNA TRANSFORMACIÓN DEL CARÁCTER. «Transformaos por medio de la renovación de
vuestra mente.» La transformación de la vida exterior tendrá lugar en proporción a la renovación del
hombre interior. Cuando Cristo fue transfigurado, fue sencillamente la manifestación visible de la gloria
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interior. «Como piensa el hombre en su corazón, así es él.» Los hay que anhelan una vida renovada pero
que no desean poseer la mente renovada. La presentación es nuestra. La transformación, de Dios.
3. UNA NUEVA EXPERIENCIA DE LA BUENA VOLUNTAD DE DIOS. «Para que experimentéis
cuál sea la buena voluntad de Dios» (RV). Muchos nunca han probado la bondad y perfección de la
voluntad de Dios, porque no se han dado plenamente a Dios. Y así la voluntad de Dios les es incómoda.
La temen, en lugar de deleitarse en ella. La voluntad de Dios es perfecta, y solo en su voluntad son
nuestras vidas perfectas delante de Él. Cuando se presenta el sacrificio agradable se experimentará la
voluntad agradable. Él puede obrar en nosotros tanto el querer como el hacer de su buena voluntad.
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