Subido por Kelly Daniela Chacon Pereira

Trabajo final - Elefante Blanco

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Universidad Simón Bolívar
Departamento de Lengua y Literatura
Asignatura: LLB-553 Disonancias de la violencia.
Alumno: Kelly Chacón
15-10292
El elefante detrás del muro
Entre muros y desechos
Ambientada en las villas del suroeste de la ciudad de Buenos Aires, “Elefante Blanco” es una
película que enfoca el asentamiento de dos sacerdotes que buscan desarrollar su apostolado y labor
social en la barriada argentina, enfrentándose a la presencia del narcotráfico, la corrupción, la
jerarquía eclesiástica y los entes policiales con el fin de cubrir las necesidades de sus habitantes,
construyendo así, la visión del director cinematográfico Pablo Trapero durante sus años de labor
social sobre la constitución de la villa como asentamiento informal que contempla el encuentro de
tres etapas históricas que promueven su concepción final, captando la idea de la “villa miseria” de
1930, la “villa emergencia” de 1956 y la “Ciudad Oculta” de 1978 en Buenos Aires.
La definición de la villa miseria surge en Argentina a partir de la crisis económica y política
de la década de los 30, planteando “el fenómeno de los asentamientos marginales (…) asociado a la
expansión urbana y a las intensas migraciones internas” (Torres, 2006, p. 21) contemplando la
extensión del área metropolitana hacia un sector caracterizado por su precariedad y configurado por
su necesidad. Para la década de los 40, la construcción de la pobreza se intercambia por la idea de la
emergencia, concretando entonces, según Oscar Yujnovsky, una conglomeración y multiplicación de
villas alrededor de los barrios construidos por el Estado como viviendas provisionales para los
inmigrantes en Argentina, quienes “las consideraban en sus orígenes un hábitat transitorio hacia un
“posible” y anhelado ascenso social, expectativa que no logró concretarse para la mayoría de sus
habitantes” (Clichevsky, 2003, p. 351). Aquí, la imposibilidad de progreso y la incapacidad del Estado
constituyen un acelerado crecimiento que conlleva a la concepción de la villa por parte de la dictadura
de Jorge Videla en 1976 como imagen de la ilegalidad y el peligro ambiental y social que justifica su
erradicación y posterior aislamiento, por lo que para 1978, ante el esperado desarrollo del Mundial
de Fútbol dentro de la capital, la dictadura procede al levantamiento de un muro perimetral que
convierte a la legítima villa de emergencia en la “Ciudad Oculta” de Buenos Aires, donde la
precariedad, la urgencia y el aislamiento constituyen la definitiva separación del área metropolitana
y las normativas del Estado.
La villa y el sacerdote bajo el Estado y la guerrilla
La construcción espacial de la villa en las secuencias del largometraje contemplan a la masiva
estructura del ex hospital Ochagavía (el elefante blanco de Villa Lugano) como hito y centro de la
actividad villera, constituyendo la metáfora del abandono y el símbolo de dejación política e
impotencia estatal que integra una comunidad sometida al silencio y el vacío gubernamental de un
Estado fallido que “no tiene la capacidad o la voluntad necesaria para desempeñar las funciones que
le competen” (Moncada, 2007, p. 101). Aquí, la escasa diferenciación espacial entre los pasillos de
la masiva estructura inconclusa y los senderos de los asentamientos autoconstruidos contempla una
extensión del laberíntico elefante blanco, el cual a pesar de permanecer como un edificio de gran
porosidad y exposición debido a la carencia de cerramiento y tabiquería, no enmarca visuales de la
ciudad de Buenos Aires más allá del muro construido por Videla en 1978. Este confinamiento
representado por la perspectiva de la cámara y su percepción del interior como contexto único, implica
un aislamiento más allá de lo físico que muestra la exclusión por parte de los habitantes de la villa y
la idea de una ciudad dentro de la capital de Buenos Aires, la cual se articula a sí misma como ente
independiente y organizado a partir de la jerarquía que permite la delincuencia como código cultural
propio. Este fenómeno emplea la normalización de lo que denomina el autor Briceño-León en
“Introducción. La nueva violencia urbana de América Latina” de 2002 como violencia de pobres
contra pobres, la cual convierte al individuo en víctima y victimario de una delincuencia letal a lo
largo del proceso consolidado en la película de Trapero a través de la división territorial de los grupos
ilícitos encargados del tráfico de drogas y su disputa a mano armada en las calles de la villa,
disponiendo entonces de la muerte como muestra de orden sujeta a diálogos encargados de enfatizar
dicha subordinación.
Fig. 1: Nicolás recupera el cuerpo de Mario tras la lucha territorial de los grupos narcotraficantes
A pesar de que el enfoque de “Elefante Blanco” se desarrolla a través de la villa argentina y
su construcción social organizada, la concepción de la violencia contempla múltiples aristas que
determinan el ejercicio delincuencial como medio de supervivencia ante factores de diversa índole.
Es claro que la violencia sistemática del Estado ausente consolida una lucha constante por parte de la
población de la Ciudad Oculta en contra de la pobreza y la miseria imperante que determina su
comportamiento delincuencial, pero a su vez, la definición del Estado argentino al basarse en lo que
establece Trapero en su entrevista con el periódico Clarín como la memoria de una época en la que
desarrollaba trabajo social en las villas durante la dictadura de 1976, responde a la presencia y
actuación de la guerrilla y el narcotráfico como parte de un proceso político caracterizado por su
inestabilidad. Aquí, la consolidación de la guerrilla latinoamericana vinculada a grupos de izquierda
derrocados por fuerzas militares luego de la caída de grupos organizados por la influencia de la
revolución cubana, contaba según Eduardo González en “Violencia y transiciones políticas a finales
del siglo XX: Europa del Sur – América Latina” de 2009 con nuevos movimientos juveniles
emergidos de la tercera generación paramilitar colombiana, los cuales atacaban a civiles y
representaban una amenaza debido al desarrollo de actividades como homicidios, masacres actos de
limpieza social, amenazas de muerte y reclutamiento de menores específicamente en la región de la
Amazonia. Esta concepción colectiva de Trapero asociada a la alusión de una selva carente de
elementos contextuales que sitúen la secuencia en un lugar específico de Latinoamérica, construye la
violencia política como fenómeno común asociado al narcotráfico y a la misma presencia de los
continuos Estados golpistas (incluyendo al de Jorge Videla en la Argentina de 1976) como origen de
una normalización de la violencia para el alcance del poder. Este fenómeno, al presentarse como
amenaza constante y silenciosa para el gobierno de turno, enfatiza la ausencia y el desinterés hacia
los cinturones de pobreza en pleno crecimiento.
La Ciudad Oculta de “Elefante Blanco” enfoca el silencio como figura de un poder
inexistente acentuado por el aislamiento físico de la ciudad, pero también demuestra el accionar del
voluntariado como ilusión de la presencia de la institución de la Iglesia que, a pesar de sus ideales, se
concibe como un ente desvinculado e indiferente, el cual responde únicamente a las órdenes de una
jerarquía determinada que busca desarrollar esta imagen caritativa ante la sociedad sin habilitar
capital alguno o intervenir en la política del gobierno regente. Aquí, la metáfora del elefante blanco
se vincula con la idea del obispado como cómplice del sistema, siendo al igual que en la obra
“Nocturno de Chile” de Roberto Bolaño (2000) una comprensión del clero subordinado a la dictadura,
creando grandes carencias en la población que no son atendidas ni por las propias instituciones
autónomas al Estado.
Fig. 2: “Nosotros no estamos aquí para ejecutar la obra”
El obispado rechaza la petición de Julián sobre la crisis habitacional de la villa.
Ante el abandono de la institución eclesiástica, la miseria y la desigualdad como punto
esencial de la villa argentina contempla un nuevo conflicto que dispondrá de las misma como “las
llamadas “condiciones objetivas”, que no son otra cosa que la expresión concreta del abismo que
separa la vida por la sobrevivencia en la regiones más explotadas y más pobres (…) de América
Latina” (Sánchez, 1998, p. 108). Aquí, el pronunciamiento de los habitantes estalla en una violencia
no premeditada que surge como respuesta a la intolerable situación de abandono, la cual, a pesar de
mantenerse durante gran cantidad de años, resurge con la nueva pérdida de las expectativas creadas
en la población con respecto al proyecto del párroco que buscaba el financiamiento de la alcaldía para
el reciclaje de las estructuras no culminadas con el fin de desarrollar futuros y mejores asentamientos
que produzcan ofertas de trabajo y mejores condiciones para los habitantes, por lo que, en este caso,
la fuerza implementada por el Estado para imponer sus condiciones y doblegar su resistencia
desarrolla un incremento en el grado de la violencia gracias al sentimiento de impotencia de una
población olvidada. Aquí, la presencia de la policía como medio represivo contempla una
justificación de la violación de los derechos de los habitantes de la villa, actuando a través de la fuerza
letal excesiva como parte de una operación destinada a la visión del delincuente y no al de la persona,
por lo que “tiene un componente importante en el apoyo que los ciudadanos le dan a las acciones
extrajudiciales” (Briceño-León, 2002, p. 21) debido a que no creen en la capacidad de las instituciones
de justicia penal. Este exceso cometido por la policía integra las secuencias finales del largometraje,
donde se presenta al párroco como víctima y perpetrador de un homicidio que construye el retorno
de un ciclo desenvuelto a partir de la violencia como respuesta de un pueblo impotente, excluido y
limitado por el Estado que induce de manera directa o indirecta el accionar de la violencia como
medio de abolición, aun cuando el individuo no dispone ni pretende ejercer la misma. Este aspecto
resulta importante para comprender la secuencia a través de una realidad que determina la vida y la
muerte de cualquier individuo dentro del sistema, ya que a pesar de que el párroco implementa en su
vida los ideales de paz que le infunde la Iglesia católica y que su muerte, desde un principio se ve
ligada a una enfermedad terminal relacionada con un tumor en su cerebro, el personaje no concluye
su historia en una cama de hospital proclamando la paz de Dios, sino que su futuro se ve distorsionado
por el ejercicio de la violencia en la villa a la que pretende ayudar, una violencia “que ya no es
claramente política puesto que emerge del inframundo del tráfico de drogas y de la corrupción de la
policía” (Kantaris, 2016, p. 99).
Fig. 3: Julián muere asesinando al jefe de la policía.
La normalización de la inmediatez
“Elefante Blanco” resulta de una compacta diversidad de factores contextuales que influyen
en el ejercicio de la violencia como elemento determinante de una sociedad reconocida o no por el
Estado. Este proceso político en el que se produce la idealización y normalización de la violencia
como método constructivo y destructivo, desprende amenazas que enfatizan la ausencia del Estado y
promueven la desintegración de grandes sectores de una población que lucha con las continuas fallas
de un sistema. Aquí, la necesidad imperante de orden instaura la delincuencia como código cultural
que permite la integración de actividades ilícitas como formas de surgimiento y supervivencia tras la
imposibilidad que supone su desintegración social y por ende, su exclusión laboral. Todos estos
factores que intervienen en la interacción de una sociedad, determinan al individuo como víctima y
victimario de una violencia potenciada por la miseria, perpetrada por el Estado y expandida por sus
semejantes, obteniendo un círculo donde cada integrante busca intervenir, mejorar o impedir el
ejercicio del otro a través de la potencia inmediata de la violencia.
Bibliografía
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Clichevsky, Nora (2003): “Territorios en pugna: las villas de Buenos Aires”, en Ciudad y
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