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TEMA 02 ECOLOGIA

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Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 1. Conceptos previos
1.1 La Biogeografía. Concepto y consideraciones previas
1.2 La vida
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
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1. CONCEPTOS PREVIOS
1.1 La Biogeografía. Concepto y consideraciones previas.
La Biogeografía es la rama de la ciencia que estudia la distribución de los seres vivos
sobre la tierra así como las causas que determinan dicha distribución. Dicho de otro
modo, la Biogeografía es la “Geografía de la Biosfera”.
La Biogeografía es a la vez descriptiva e interpretativa y persigue la explicación del
reparto de los seres vivos en sus distintos tipos de agrupaciones o categorías:
especies, hábitats, ecosistemas, biomas, paisajes… Además, la Biogeografía tiene
una importante vertiente aplicada asociada a la ordenación del territorio y al manejo de
hábitats y especies.
De acuerdo con la tradición académica y con la clasificación propuesta por la
UNESCO (250501), la Biogeografía se integra dentro de la Geografía Física aunque
también interesa a la Biología, apoyándose en conocimientos procedentes de
especialidades como la Botánica, la Zoología, la Edafología u otras ciencias de la
naturaleza. En todo caso, se trata de una disciplina de carácter transversal que ocupa
una posición “puente” entre las ciencias naturales y el resto de la Geografía.
La distribución actual de los seres vivos es resultado de la evolución y dispersión de
las especies y de los cambios que han sufrido a lo largo del tiempo tanto el clima como
la localización de tierras y mares. Por esta razón, la Biogeografía tiene un gran interés
en los análisis diacrónicos y en el conocimiento de los ambientes del pasado
adquiriendo con ello también una dimensión histórica.
La cubierta vegetal tiene una componente espacial muy fácil de aprehender ya que
está fija en el suelo, donde ocupa una superficie determinada y con límites precisos.
Además, depende estrechamente de los demás componentes de la geosfera
(atmósfera, hidrosfera, suelos, litología...) con los que establece una compleja red de
interacciones. Está formada por organismos vegetales más o menos diversificados y
alberga una fauna que puede ser muy rica constituyendo la base de una comunidad
viva.
Dentro de esta comunidad los animales, que tienen mayor capacidad de adaptación,
están dotados de movimiento, aparecen en menor número y son mucho más difíciles
de observar, están menos determinados en su distribución por los diversos caracteres
del medio.
Ello explica que la atención preferente de los biogeógrafos se haya centrado
tradicionalmente en las plantas (aunque muchos de ellos se dediquen a la denominada
Zoogeografía).
Por fin, para la interpretación de su objeto de estudio, la Biogeografía no puede
prescindir del factor humano. La humanidad ha alterado significativamente los
ambientes terrestres y oceánicos y hoy resulta muy difícil encontrar lugares
absolutamente “naturales” (aunque la conciencia de este hecho es muy reciente y la
incorporación de la idea en el discurso de la disciplina resulta aún insuficiente).
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1.1.1 El lugar de la Biogeografía dentro de la Geografía
La Biogeografía mantiene estrechas relaciones con las demás disciplinas geográficas
o auxiliares de la Geografía ya que la distribución de los seres vivos no puede
explicarse sin tener en cuenta el clima, el relieve, los usos del suelo u otros aspectos
del territorio.



CLIMA: los principales climas terrestres presentan una distribución zonal que,
dada la dependencia de las plantas respecto a ellos, determina una disposición
similar de los grandes biomas. Las grandes franjas de clima y vegetación
coinciden espacialmente y la comprensión de éstas últimas requiere un buen
conocimiento de las primeras. A escala regional, cuando determinados factores
geográficos distorsionan la zonalidad de los climas, el manto vegetal lo refleja
inmediatamente (mosaico de microclimas en áreas de montaña...).
RELIEVE: influye en la vegetación de forma tanto directa como indirecta de
muchas maneras. La altitud, por ejemplo, modifica el clima y, con él, la
vegetación generando pisos bioclimáticos. Además, en las latitudes medias el
relieve crea importantes contrastes entre las solanas y las umbrías
(topoclimas). Por otra parte, las pendientes o la exposición son determinantes
en el balance hídrico a escala de la ladera o en la distribución de la nieve lo
que no deja de reflejarse en la cubierta vegetal.
De la GEOMORFOLOGIA y la LITOLOGÍA dependen el desarrollo de los
diferentes tipos de suelos y los caracteres del agua que circula por los mismos
(sin contar con que determinan el relieve y, a través de él, los climas,
exposición, etc).
Las distintas especies compiten entre sí por el espacio y los recursos y mantienen un delicado equilibrio
con su medio. La aparición de diferencias en el sustrato, exposición, microclima o cualquier otro factor
geográfico basta para inclinar la balanza a favor de una u otra y originar fuertes contrastes en la
cubierta vegetal.
Foto: en la montaña cantábrica la altitud, exposición y sustrato determinan la composición de la cubierta vegetal.
Con el SER HUMANO, por fin, la relación es constante dada la capacidad que éste
tiene para modificar, destruir, proteger o, incluso, crear comunidades vegetales. Su
intervención, que se inició con la agricultura, es muy antigua y hoy puede considerarse
como generalizada y multiforme: deforestación, desplazamiento y potenciación de
especies con modificación de sus áreas iniciales, alteración de las relaciones
interespecíficas en el seno de los ecosistemas, etc.
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Ello justifica que mientras que una parte de los biogeógrafos se interesa por las
comunidades presentes en el territorio en la actualidad (incluso en los entornos más
artificializados, tales como los cultivos, jardines o ciudades), la preocupación de otros
es conocer cuál es la vegetación "potencial" de una región, o la evolución que ésta
habría experimentado o podría experimentar en caso de desaparecer la presión
humana.
En todo caso, no es posible ignorar que en la actualidad, y salvo raras excepciones
situadas en áreas de montaña, bosques boreales o tropicales, desiertos, zonas
circumpolares o fondos marinos particularmente inaccesibles, los paisajes
biogeográficos resultan siempre de una dialéctica entre la naturaleza y la sociedad.
En los casos más extremos, la acción humana ha acabado generando auténticos
ecosistemas artificiales que se salen del campo de acción de la Biogeografía
tradicional pero que interesan cada vez más a la comunidad científica y a los
responsables de la ordenación del territorio ya que constituyen el entorno cotidiano o
laboral de la mayor parte de la población. Por otra parte, es en medio de estos
entornos artificiales o altamente transformados donde se encuentran, frecuentemente
formando pequeñas islas, los “retazos de naturaleza” que se hace imperativo
conservar por ser los últimos refugios de un buen número de especies o, simplemente,
por el valor identitario, patrimonial o científico que se les otorga en la actualidad.
En la actualidad la vegetación de la mayor parte de nuestras regiones es el resultado de un
prolongado periodo de interacciones entre el medio natural y el humano lo que justifica la
diferenciación que suele hacerse entre la vegetación potencial (la que habría en el caso de
que el ser humano no hubiera alterado el medio, y la real.
Fuente: elaboración propia para Instituto Geográfico Nacional: España a través de los mapas
(http://www.ign.es/espmap/).
El contenido de la Biogeografía
Uno de los cometidos de la Geografía, y dentro de ella de la Biogeografía, es la
descripción e interpretación de los paisajes actuales. Para ello es preciso
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
establecer la correlación existente entre los diversos organismos o comunidades
vivientes y los demás elementos del medio (es decir, su entorno).
El entorno varía de unos lugares a otros a medida que lo hacen el clima, el relieve,
el suelo u otros factores y ello implica que los seres vivos tengan que recurrir a
diferentes estrategias o mecanismos de adaptación. La parte de la Biogeografía
que se dedica al estudio de las relaciones entre los seres vivos y el medio es
común con la Ecología (o forma parte de ella).
El conocimiento de las áreas de distribución de las especies resulta del máximo
interés ya que nos proporciona información sobre el conjunto de las condiciones
ambientales que son capaces de soportar. Al resultar de una combinación de
factores pueden considerarse como indicadoras de condiciones ambientales
homogéneas y pueden incluso servir como unidades de descripción: el área del
olivo (Olea europaea) coincide exactamente con la de las regiones de clima
mediterráneo sensu stricto (incluso cuando el olivo se ha exportado a otras
regiones del mundo).
Las áreas de distribución de algunas especies dependen del conjunto de condiciones
ambientales a las que están expuestas y pueden utilizarse para delimitar unidades
ambientales homogéneas. El área de distribución del olivo (Olea europea), por ejemplo,
coincide exactamente con la ecorregión mediterránea.
Fuente: elaboración propia.

Describir los agrupamientos de organismos en su composición, fisionomía y
extensión.
El análisis de las relaciones que las plantas, consideradas aisladamente,
mantienen con el medio suele resultar insatisfactorio ya que todos los organismos
forman parte de comunidades complejas y esas relaciones con el medio se
establecen a nivel del agrupamiento. Las posibilidades de un individuo aislado son
diferentes de las de ese mismo individuo integrado dentro de una determinada
comunidad.
El estudio de los agrupamientos de especies puede adoptar distintos
planteamientos. Así, cuando se describe la fisonomía de una comunidad,
hablamos de “formaciones” vegetales mientras que el estudio de la composición
del grupo permite hablar de “asociaciones”.
La FORMACION VEGETAL es un agrupamiento que se caracteriza por su
fisonomía. Al diferenciar formaciones vegetales lo que se hace es separar entre
los distintos tipos de cubiertas vegetales: bosque, landa, matorral... términos que
evocan ambientes distintos sin hacer necesariamente alusión a las especies que
las componen (aunque se puede hablar de "árboles, arbustos, hierbas...", de su
ritmo estacional, de los porcentajes de cubrición o de cualquier característica
propia de cada formación).
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El estudio de las formaciones y de sus relaciones con el medio puede plantear
problemas de gran interés y complejidad (igual que ocurría con el estudio de las
áreas de especies).
Las formaciones son agrupamientos fisonómicos que interesan mucho al geógrafo
por constituir unidades homogéneas que, agregadas, definen el paisaje y
determinan las actividades humanas (a la vez que las reflejan). Son fáciles de
visualizar y de cartografiar ya que presentan límites netos. Por otra parte, las
formaciones evolucionan rápidamente modificando sus límites o transformándose
en su totalidad (por ejemplo cuando una plantación sustituye a un bosque o
cuando determinadas actividades destruyen la cubierta vegetal).
Las formaciones representan “tipos” de cubiertas vegetales, como son la de los
humedales, la sabana o el bosque que se observan en el primer plano, centro y fondo
de la imagen respectivamente. Fáciles de identificar a primera vista, determinan los
rasgos del paisaje y su estudio tiene un gran interés geográfico.
Foto: delta del Okavango en Botswana.
La ASOCIACION VEGETAL se define a partir de la composición florística del
conjunto mucho más que por su fisonomía. Así, por ejemplo, en un bosque de
hayas (en un “hayedo”) los árboles dominantes pertenecen a esta especie pero
junto a ella se encuentran otras muchas conviviendo unas junto a otras y
relacionándose en mayor o menor medida entre sí. Este conjunto de especies que
acompañan al haya forman su “cortejo florístico” (que difiere entre unos bosques y
otros o en el interior de un único bosque dependiendo de factores como la
exposición, el tipo de suelo o la madurez de la formación). El cortejo florístico
define la asociación presente en cada lugar.
La identificación, descripción y comparación de las asociaciones vegetales es el
objeto de estudio de la Fitosociología, disciplina cultivada principalmente desde el
campo de la Biología.
Trabajar con formaciones o con asociaciones plantea diferencias tanto
metodológicas como de escala:
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Mientras que una formación puede ocupar una superficie muy amplia y resulta
identificable a primera vista, la descripción de una asociación exige un análisis
completo de la vegetación y suele abordarse a partir de muestreos realizados en
superficies reducidas (entre algunos m2 y algunos cientos de m2).
No obstante, pese a todo lo anterior, ambos conceptos se complementan y en la
práctica resultan relativamente indisociables por lo que para hacer Biogeografía
tenemos que ser capaces de identificar al menos los constituyentes esenciales de
cualquier agrupación (especies arbóreas, arbustivas y herbáceas particularmente
representativas).
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1.1.2 La clasificación de los seres vivos y su nombre científico
El biogeógrafo se interesa por la distribución geográfica y por la forma de relacionarse
los distintos seres vivos. Para ello es necesario que éstos dispongan de un nombre y
estén perfectamente diferenciados, clasificados y agrupados por categorías.
La TAXONOMIA (del griego ταξις, taxis, "ordenamiento", y νομος, nomos, "norma") es
la ciencia (o la parte de la ciencia) que se ocupa de hacer el inventario, descripción
inicial y clasificación de los seres vivos (o de cualquier otra cosa).
El objetivo de la taxonomía es proporcionar una clasificación que agrupe a todos los
organismos conocidos en un sistema jerarquizado de categorías, desde las más
generales (“reino animal”) hasta las más concretas (perro de “raza caniche”). Todas
estas categorías, que deben ser coherentes y resultar útiles a los investigadores,
reciben el nombre de “taxones” (o “táxones”).
La jerarquía de unidades taxonómicas que se ha utilizado normalmente a lo largo del
último par de siglos incluye varias categorías principales entre las que pueden
intercalarse otras “secundarias” que van precedidas por prefijos como “sub”, “infra” o
“super” (“subespecie”, “superclase”…).
Categorías taxonómicas a
pertenece la especie humana.
las
que
NOTA: para facilitar su comprensión los
nombres de los taxones aparecen en
español.
Fuente: elaboración propia
No obstante, muchas de estas unidades taxonómicas se han ido creando a partir de la
simple observación de diferencias morfológicas entre grupos de organismos ya
descritos y comportan mucha arbitrariedad por lo que no siempre resultan aplicables ni
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“encajan” con las nuevas propuestas de filiaciones que, basadas en la genética, se
están proponiendo en los últimos años.
La taxonomía, así como su nomenclatura asociada, deben atenerse a una serie de
normas. Por ejemplo,
-
-
Los taxones se designan mediante nombres latinos o latinizados (aunque los
términos tengan su origen en otro idioma).
Las unidades elementales (individuos) deben reunirse por afinidades en un
cierto número de conjuntos que, a su vez, se agrupan en conjuntos de orden
superior y así sucesivamente hasta abarcar todos los seres vivos.
Ningún individuo o grupo puede aparecer más de una vez en el sistema
taxonómico (un animal puede ser gato o perro pero no los dos al mismo
tiempo).
Sin embargo, las nomenclaturas botánica, zoológica y bacteriológica son
independientes y cada una se rige por su propio código lo que permite que un mismo
nombre pueda ser utilizado para una planta, un animal o una bacteria.
Todos los seres vivos pertenecen a una u otra categoría taxonómica y tienen (o
deberían tener) una única designación científica con la que son conocidos en todo el
mundo con independencia del idioma de cada región.
La utilización de los nombres científicos no es posible en el lenguaje coloquial pero
resulta imprescindible en el científico para evitar confusiones: la palabra “roble” designa
varias especies distintas de árboles que, sin salir del territorio español y dependiendo de
los casos y de las regiones, pueden ser también conocidos como ametza, cagiga,
carballo, haritz, marojo, melojo, pènol, reboll, rebollo, roure, tozo, etc. Sin embargo, la
expresión “Quercus robur” despeja cualquier duda sobre la especie concreta de la que
se está hablando y puede ser entendida sin dificultad por personas que hablen cualquier
otro idioma diferente al nuestro.
De acuerdo con la nomenclatura binominal que propuso Linneo en el siglo XVIII (y que
se ha mantenido hasta hoy) cada especie animal o vegetal se designa mediante un
binomio que comporta dos palabras latinas
-
la primera designa el género (y, por tanto, es compartida por todas las especies
del mismo género)
la segunda diferencia a la especie y suele ser un adjetivo que evoca alguna de
sus características o propiedades distintivas.
Así, es frecuente que el nombre de la especie se refiera
- al color (albus: blanco; viridis: verde; luteus: amarillo, etc.),
- al origen (africanus; canariensis; cantabricus; alpinus; ibericus, etc.),
- al hábitat (arenarius; campestris; domesticus; fluviatilis, etc.),
- a su carácter o aspecto (gigantea, ferocissimus; horridus; spinosus, etc)
No obstante, también ocurre que los descubridores de una especie decidan su
nombre atendiendo a cualquier otro criterio y lo utilicen para homenajear a una
persona, recordar una circunstancia determinada, gastar una broma o hacer un
chiste (sin contar los que alimentan su propia vanidad bautizando a todas las
especies con su propio apellido). Así, “Leonardo davinci” es el nombre de una
polilla, mientras que otra especie del mismo grupo recibió el nombre de “La
cerveza” y “Abra cadabra” es una almeja.
En la nomenclatura binomial, el primer término (el que designa al género) se escribe
siempre con la primera letra en mayúscula mientras que el segundo (el adjetivo
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específico) va en minúscula. Ambas palabras se escriben obligatoriamente en cursiva.
Por fin, en algunos casos puede ser conveniente que, al menos la primera vez que se
cita, el nombre científico de una especie vaya seguido del apellido de la persona que
la definió (la "autoridad") y del año en que se hizo. Así, la forma correcta de designar al
ratón doméstico es “Mus musculus Linnaeus, 1758”.
Por debajo del nivel de la especie existen algunas categorías más (subespecie,
variedad, raza…) aunque su utilización es menos frecuente. En estos casos se utiliza
una nomenclatura trinomial añadiéndose un tercer término a los dos que servían para
designar la especie.
Por ejemplo, el perro y el lobo pertenecen a una misma especie (Canis lupus). Sin
embargo, la práctica, se comportan como animales distintos y plantean problemas
totalmente diferentes por lo que necesitamos separarlos. Para ello es preciso “bajar”
hasta el nivel de la subespecie donde el perro queda diferenciado como Canis lupus
familiaris.
En las categorías superiores a la de la especie los nombres constan de una sola
palabra y se escriben siempre con la primera letra en mayúsculas (aunque sin utilizar
la cursiva en los niveles superiores al género).
El nivel taxonómico más importante en Biogeografía es el de la especie, concepto muy
extendido y aparentemente fácil de entender que se ha integrado en el lenguaje
coloquial y que resulta por ello difícil de revisar pese a que plantea bastantes
problemas a la luz de los conocimientos actuales.
Tradicionalmente se ha considerado que una especie está constituida por un conjunto
de individuos con suficiente afinidad como para poder reproducirse generando una
descendencia viable. Tal definición sigue siendo útil para los animales ya que en su
caso los intercambios interespecíficos son muy raros pero en las plantas la hibridación
entre individuos de especies próximas es muy frecuente y la diferenciación, que a
veces resulta difícil, hace necesario incorporar otros criterios. Por fin, en el caso de los
demás grupos biológicos, sobre todo en el caso de los microorganismos, el concepto
requiere un replanteamiento.
De un modo u otro, frente al sistema tradicional basado en la existencia de categorías
bien diferenciadas tiende a imponerse la idea de que la vida forma un continuo con
límites muy difusos y en el que los distintos grupos de seres se diferencian por su
mayor o menor distancia genética. Así, sabemos que la reproducción puede tener
éxito cuanto mayor sea la afinidad genética pero el límite de la viabilidad reproductiva
no está siempre claro. De este modo, la hibridación es posible entre especies
próximas (por ejemplo entre el león y el tigre, Panthera leo y P. tigris respect. o entre la
yegua y el burro, Equus ferus y E. africanus respect.) aunque la descendencia suele
ser estéril.
El genoma muestra diferencias del orden de un 1‰ dentro de la especie humana y del
10‰ entre ella y el chimpancé) ¿A partir de qué diferencia se puede considerar que
estamos ante dos grupos de seres distintos? O ¿a partir de qué distancia nos interesa
establecer nuestra base de trabajo?
El número de especies conocidas en la actualidad se sitúa entre 1,5 y 2 millones:
Animales:
1.300.000 (de los cuales 1.000.000 son insectos)
Plantas:
300.000
Hongos:
100.000
Protistas (unicelulares con núcleo diferenciado): 55.000
Bacterias: 10.000
Arqueas: 300
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Sin embargo, estas cifras son puramente orientativas, cada año se describen unas
10.000 de especies nuevas y se estima que podría haber entre 5 y 50 millones. En
realidad, se puede considerar que la fauna superior es bien conocida y que los árboles
lo son medianamente pero estamos muy lejos de poder hacer ni una simple estimación
del número de las especies inferiores (desde los insectos a los microorganismos).
Los individuos de una misma especie se agrupan formando poblaciones, concepto
imprescindible para la gestión de la fauna flora y de gran importancia en Biogeografía.
La población también plantea algunos problemas conceptuales aunque suele definirse
como tal al conjunto de individuos de una misma especie que ocupa una región
geográfica definida y con capacidad de interactuar entre sí.
El tamaño de las poblaciones es muy variado y puede ir desde un individuo hasta
muchos millones. Por otra parte, las poblaciones pueden mantenerse desde algunas
semanas hasta miles de años y poseer niveles muy distintos de diversidad genética.
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1.1.3 La distribución de los seres vivos
La distribución de los seres vivos a través de la biosfera no es uniforme ni en el tiempo ni
en el espacio y cada especie, género, familia, orden... (cada taxón) ocupa de modo
espontáneo una superficie determinada, continua o discontinua que constituye su
territorio, su “área de distribución”.
Las áreas de distribución no son casuales y evolucionan a lo largo del tiempo a medida
que lo hacen los distintos factores del medio (relieve, suelo, clima, relaciones
interespecíficas, presencia humana...) o en función de la propia evolución biológica de las
especies. Su estudio, del máximo interés, se inscribe en el marco de la “corología”.
Cada taxón tiene su área de distribución particular. Dado que esta viene determinada por
sus características propias, capacidad de adaptación y difusión, historia evolutiva y
relación con los taxones vecinos, no hay en la práctica dos que resulten exactamente
iguales. Por eso, y de cara a su descripción, es frecuente recurrir a algunas categorías
generales (aunque no todas las especies “encajan” dentro de ellas obligándonos a
imaginar otras denominaciones.
Entre los tipos de áreas más habituales merecen citarse las siguientes:
a. Áreas Cosmopolitas
Llamamos cosmopolitas a los taxones que ocupan los hábitats que les son favorables en
todos (o en la mayoría) de los continentes y océanos del mundo.
El fenómeno es muy raro al nivel de la especie aunque más habitual en nivel
taxonómicos superiores como el género, la familia o el orden (de hecho, en sentido
estricto, no existen especies absolutamente cosmopolitas con la excepción actual del ser
humano por lo que la consideración de cosmopolita se extiende a aquellas que aparecen
muy extendidas por varios continentes u océanos).
Área de distribución de la orca (Orcinus orca), ejemplo de taxón cosmopolita.
Fuente: reelaboración a partir de una imagen de dominio
http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cetacea_range_map_Orca.PNG.
público
disponible
en
De las 160.000 especies de plantas superiores conocidas sólo 25 colonizan más de
la mitad de la superficie terrestre.
El cosmopolitismo aparece sobre todo en taxones acuáticos o litorales que se
benefician de un medio muy homogéneo (lenteja de agua, por ejemplo).
Por otra parte, existe un cosmopolitismo cultural que incluye a todos los organismos
que han sido dispersadas artificialmente por el su valor como plantas ornamentales o
animales de compañía (perro, gato, numerosas plantas de jardinería…), por su interés
agrario (ganado, plantas cultivadas…) o que han acompañado espontáneamente a los
grupos humanos por beneficiarse de su actividad (gorrión, rata, piojo, ortiga, diversas
"malas hierbas", etc).
b. Areas Zonales (o Circunterrestres)
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Son las de aquellos taxones que se extienden formando un anillo alrededor del planeta
coincidiendo con una franja climática precisa. Pueden ser
Área de distribución del género Betula (abedules), ejemplo de taxón circunboreal.
Fuente: elaboración propia.
-
circunboreales, cuando coinciden con las latitudes altas del hemisferio Norte
como en el caso de las betuláceas
circuntempladas, como en el caso del avellano o de las quercíneas,
circuntropicales, como las palmáceas…
Área de distribución de las palmáceas (palmeras), ejemplo de taxón circuntropical.
Fuente: elaboración propia.
c. Áreas regionales
De superficie más reducida que las anteriores, son las de aquellos taxones que ocupan
una región determinada del mundo (normalmente entre algunas decenas de miles y
algunos millones de km2). En virtud de ello, se dice que una especie puede tener una
distribución “mediterránea”, “europea”, “andina”, patagónica”, etc.
Área de distribución del alcornoque (Quercus suber), árbol de distribución regional
mediterráneo-occidental.
Fuente: elaboración propia.
Estas áreas pueden ser continuas o discontinuas (“disyuntas”), rasgo que nos
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proporciona información de interés sobre la historia o dinamismo del taxón de que se
trate.
Las áreas continuas son las de aquellos taxones cuyas poblaciones se encuentran lo
suficientemente próximas unas de otras como para que los individuos de unas y otras
puedan interactuar entre sí. Son las más habituales en las especies de origen reciente o
en expansión y, en principio, deberían ser las más “normales”.
Las áreas disyuntas o discontinuas son las que aparecen fragmentadas en varias partes
(al menos, puesto que la cuestión de los límites podría resultar problemática, tan
separadas como para impedir el contacto entre las distintas poblaciones).
La existencia de áreas disyuntas no siempre es fácil de explicar. Normalmente se debe al
fraccionamiento del área inicial o la migración de grupos de individuos.
La distribución de una nueva especie es continua (aparece en un punto y se extiende a
partir de él pero “sin perder territorio” tras de sí). Sin embargo, a medida que pasa el
tiempo, diversas circunstancias naturales o de origen humano pueden conducir a su
fragmentación. Una vez que el área se ha dividido, las poblaciones de cada zona
continúan evolucionando independientemente y pueden terminar originando especies
nuevas (proceso de especiación “alopátrica”).
Un ejemplo espectacular es el de la distribución de los géneros vicariantes Fagus y
Nothofagus que aparecen en la Costa Atlántica de EE.UU., Europa, Japón, Chile y
Australia.
Distribución de las magnolias, ejemplo de área disyunta.
Fuente: elaboración propia.
d. Áreas endémicas y residuales
Son las de aquellos taxones que aparecen estrictamente localizados en un territorio
reducido no encontrándose de forma natural en ninguna otra parte del mundo. No
obstante, en la práctica, la expresión se aplica a taxones que ocupan superficies muy
diversas, desde un simple emplazamiento hasta un país.
El concepto de endemismo se utiliza muchas veces de forma incorrecta; aunque no hay
unos límites admitidos de forma general, al hacer referencia a una especie endémica no se
debería pasar de la escala de un macizo, región o archipiélago, mientras que cuando se
habla de géneros o de familias, categorías mucho más amplias, se puede llegar al
continente (como cuando se dice que las cactáceas son endémicas del continente americano).
La presencia de endemismos es uno de los indicadores que se utilizan para valorar la
calidad ambiental de una región y, frecuentemente, justifican la adopción de medidas de
protección.
Los endemismos pueden deberse a dos tipos de causas:
+ Procesos de especiación (aparición de nuevas especies): el aislamiento de una
población a partir de un momento dado permite su posterior evolución in situ y da
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lugar a una progresiva divergencia genética y morfológica respecto al tipo inicial
hasta generar una nueva especie (que, inevitablemente, tendrá al principio un área
muy reducida). En tal caso se habla a veces de “neoendemismos”.
Por supuesto la diferenciación aumenta más cuanto mayor es el tiempo de
incomunicación entre las poblaciones. Cuando el fenómeno es reciente
(postglaciar, por ejemplo) no permite llegar más que al nivel de la subespecie o de
la raza (oso pardo "cantábrico") mientras que cuando es antiguo las diferencias
aumentan y alcanzan el nivel de la especie (Fagus sylvatica- Fagus orientalis), del
género (Fagus- Nothofagus) o mayores.
Algunos endemismos pueden relacionarse con procesos muy rápidos de
especiación: Erica andevalensis, por ejemplo, no crece más que sobre las
escombreras, extremadamente ácidas, de las antiguas minas de Riotinto y podría
no tener más que algunos miles de años de edad aunque el hecho es bastante
excepcional.
+ Pero una especie también puede convertirse en endémica de un lugar aislado
tras haber perdido la mayor parte de su territorio anterior. Es el caso de muchas de
las que se encuentran al borde de la extinción, que sólo sobreviven acantonadas
en algunos últimos refugios. Estas especies reciben a veces el calificativo de
“paleoendémicas” y sus territorios son “residuales”.
Distribución de Erodium paularense, geranio endémico del Sistema Central español del
que sólo se conocen dos poblaciones localizadas.
Fuente y foto: elaboración propia.
Los endemismos son muy importantes en las islas y en los macizos montañosos (que
también se comportan como islas biogeográficas): en Canarias existen 520 especies
vasculares endémicas (el 28% del total) y en islas más incomunicadas (Galápagos,
Pascua, Nueva Zelanda) el porcentaje de endemismos puede llegar a superar el 80%.
Como la mayoría de las poblaciones de las islas se encuentran confinadas en ellas, la
diferenciación es inevitable y cuanto más antigua es una isla (o isla ecológica), mayor es
su tasa de endemismos.
Lo mismo ocurre en ciertos ecosistemas, como los de las cuevas, cuyos habitantes
permanecen forzosamente aislados durante periodos larguísimos y la especiación es casi
inevitable: los parientes más próximos de Cantabroniscus primitivus, un pequeño insecto
cavernícola de la montaña cantábrica se encuentran en México lo que obliga a buscar
antepasados comunes anteriores a la separación de los continentes europeo y
americano.
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1.1.4 La regionalización biogeográfica de la Tierra
Es evidente que existen grandes diferencias en los caracteres y tipos de organismos
presentes en unas y otras zonas de la tierra lo que ha llevado a establecer una
regionalización basada en criterios biogeográficos (principalmente fitogeográficos).
El análisis comparativo de las áreas de distribución de diversos taxones permite
determinar “corotipos” generales (regiones compartidas por un conjunto de taxones
que presentan áreas similares de distribución).
Por ejemplo, alrededor de la cuenca mediterránea existe un buen número de especies
características que otorgan una personalidad propia a la región y que no se encuentran
en otros lugares ya que requieren condiciones ambientales que sólo existen en ella. Eso
permite hablar de un “corotipo mediterráneo”.
La identificación de corotipos requiere comparar y clasificar en grupos un gran número
de taxones haciendo posible el establecimiento de una regionalización con varios niveles
jerárquicos. En virtud de ello, y de lo más general a lo más local, se habla sucesivamente
de “reinos” (o “Imperios”), “regiones”, “provincias”, “sectores”, “distritos” y “teselas”.
Los seis reinos florísticos terrestres.
Fuente: elaboración propia.

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

El Reino es una superficie muy amplia, de extensión continental, que presenta
una historia geológica y evolutiva propia.
La Región se extiende por varios millones de km2 (menos en el caso de
regiones insulares). Presenta una vegetación con rasgos propios y géneros o
familias exclusivos.
Las Provincias suelen abarcar entre algunas decenas y algunos cientos de
miles de km2 y corresponderse con las áreas ocupadas por los distintos climas
regionales. Poseen numerosos endemismos propios al nivel de la especie.
Los Sectores y Distritos se establecen a partir de criterios fitosociológicos
(existencia de comunidades, series de vegetación o asociaciones propias)
aunque su delimitación es más problemática ya que se trata de unidades de
reducida superficie y los efectos de la presencia humana adquieren un
significado muy importante.
La Tesela, por fin, es la categoría de menor rango y se corresponde con una
unidad de vegetación (“una mancha” en el mapa, como puede ser un bosque).
Poco representativa para el trabajo biogeográfico habitual, adquiere relevancia
en el campo de la ordenación del territorio al constituir un área uniforme (léase,
una unidad de actuación).
16
Este sistema de regionalización fue propuesta hace más de un siglo por Diels y Drude
aunque, salvando algunos detalles, sigue siendo perfectamente válido. Los tres niveles
superiores han dado lugar a denominaciones que están consagradas y son de uso
habitual mientras que los inferiores, más complicados de establecer, son objeto de
frecuentes revisiones dependiendo de los criterios, taxones o asociaciones que se
utilicen para su definición (sin contar con que, a veces, adolecen de las consecuencias
de un insuficiente conocimiento de amplias áreas de la Tierra). Ello no ha impedido la
proliferación reciente de propuestas distintas basadas en conceptos como los grandes
biomas, los hábitats, las “georegiones” u otras que, probablemente, se irán imponiendo
durante los próximos años.
De acuerdo con el esquema clásico, la superficie terrestre está dividida en seis
grandes Reinos:
1. Holártico (Eurasia, África al Norte del Sáhara y Norteamérica)
2. Paleotropical (la mayor parte de África, península arábiga, India, Sudeste
Asiático e Insulindia)
3. Neotropical (la mayor parte de América Central y del Sur)
4. Australiano (Australia y Tasmania)
5. Capense (parte de África del Sur)
6. Antártico (continente antártico y Patagonia)
Las regiones biogeográficas españolas.
Fuente: Atlas Nacional de España © INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA
17
1.2 LA VIDA
1.2.1 ¿Qué es la vida?
El objetivo de la Biogeografía es el estudio de la distribución de los seres vivos. Ello hace
necesario abordar, al menos de forma superficial, el concepto de “vida”.
Sin embargo, aunque pueda parecer sorprendente, la definición de vida (o “de lo vivo”) es
muy compleja y aparece rodeada de controversias que no han hecho más que
complicarse con el paso del tiempo.
Tradicionalmente, y fuera del terreno religioso, “la vida” ha resultado muy difícil de
explicar y delimitar por lo que las definiciones que se han ido manejando hasta época
reciente han sido siempre muy abstractas o redundantes (por ejemplo, era frecuente
definir la “vida” en contraposición a la “no vida”, a la “muerte” o a lo “inerte” dando por
supuesto que “todo el mundo sabe” lo que es un ser vivo o lo que es la muerte).
“Vida: (...) el espacio o tiempo que se vive desde el nacimiento hasta la muerte” (Real
academia Española, 1791, Diccionario de la Lengua Castellana.
En la actualidad existe un consenso entre la mayor parte de la comunidad científica
según el cual se puede afirmar que un ser vivo (u “organismo”) está formado por un
conjunto de moléculas que constituyen una estructura compleja y organizada, que se
relaciona con su entorno mediante diversos intercambios de materia y energía y que
desempeña una serie de funciones características como son la nutrición, la relación y la
reproducción.
La materia que compone los seres vivos conocidos hasta el momento (puesto que cada
vez parece más verosímil la existencia de formas de vida distintas dentro o fuera de
nuestro planeta) está formada en un 95% por tan solo cuatro elementos: carbono,
hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. A partir de sus diversas combinaciones se forman las
moléculas constituyentes de la vida, tanto las orgánicas (ácidos nucleicos, proteínas,
glúcidos y lípidos) como las inorgánicas (agua, sales minerales y gases).
Por otra parte, todos los seres vivos comparten una serie de características que les
hacen ser diferentes del resto de la materia inorgánica:

Aparecen en forma de individuos o células, claramente diferenciados y limitados
por una membrana que les permite distinguirse de su entorno así como filtrar las
sustancias que les interesa incorporar de aquellas otras que conviene mantener
fuera o expulsar.

Tienen un metabolismo, es decir, un conjunto de reacciones químicas que les
permite sintetizar sus propios componentes a partir de los materiales obtenidos
en el entorno utilizando para ello fuentes de energía externas.
Los seres vivos regulan sus procesos metabólicos mediante un aporte de
energía y materia (se alimentan para no morir) y ello les permite mantener
un equilibrio interno (“homeostasis” o capacidad de autorregulación). En los
organismos más complejos, este metabolismo permite el crecimiento y
desarrollo de los individuos.

Disponen de un sistema que les permite replicarse perpetuando su estructura
molecular. Ello hace posible que unos individuos vayan sustituyendo a otros de
manera ininterrumpida manteniendo la vida sobre la tierra.
El proceso de replicación (o “reproducción”) de los seres vivos es posible gracias al ADN,
una macromolécula que forma parte de todas las células. Capaz de duplicarse, el ADN
contiene la totalidad de la información necesaria para generar el resto de los
componentes de un organismo (el “genoma”) y es el vehículo que hace posible la
transmisión hereditaria de los caracteres de cada “tipo” de ser vivo.
18
Normalmente el ADN se auto replica generando una copia perfectamente idéntica al
original. Sin embargo, al tratarse de una molécula extremadamente compleja, el proceso
entraña la posibilidad de que se produzcan “errores”.
Situación del ADN en el interior de una célula.
Fuente: imagen de dominio público disponible en http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Chromosome-es.svg.
En general, estos “errores” suelen ser inocuos y pasan desapercibidos. No obstante, en
algunos casos pueden resultar negativos, impidiendo la vida o perjudicando a los
individuos que los registren, o, por el contrario, favorables, proporcionándoles entonces
alguna “ventaja” que les permitirá imponerse sobre el resto del grupo. La transmisión a la
descendencia de estos nuevos caracteres favorables es lo que permite la existencia de la
evolución.
El volumen de información contenido en el ADN de los distintos tipos de organismos es
muy diverso y depende de su historia evolutiva. Por eso, es reducido en los más
primitivos (que son también los más simples) pero resulta enorme en los más “modernos”
y complejos.
 Los virus se encuentran entre las entidades biológicas más simples que
existen aunque normalmente no se consideran como auténticos seres vivos.
Algunos de ellos tienen un código genético de unos 3 x 103 pares de bases o
"letras" (lo que, si se utiliza el símil de la escritura humana, cabría en una
página de un libro).
 La información genética de una bacteria puede situarse en torno a 3 x 106
"letras" (lo que equivale a las de un libro de 1000 páginas).
 El genoma humano supera los 3 x 109 letras (tantas como las que hay en
una biblioteca de 5000 volúmenes)... y se sabe que los de algunos peces y
plantas pueden ser hasta 30 ó 40 veces mayores.
Esta idea es esencial a la hora de entender la historia de las especies ya que, cuanto
más evolucionado es un organismo, más complejo es su genoma, más fácil es que se
produzcan “errores” en la transmisión de los distintos caracteres y, en consecuencia, más
19
rápida su evolución.
El reciente desciframiento del genoma humano parece demostrar que la mayoría de esas
letras no tiene una utilidad aparente y no son más que “restos” de anteriores etapas
evolutivas sin funcionalidad actual. Sin embargo, ello no altera la norma general y explica
que los organismos más primitivos aparecidos sobre la tierra, que son también los más
simples, sigan existiendo en la actualidad (aunque una parte evolucionó para generar
otras especies, otra permaneció manteniendo sus caracteres originales) mientras que las
especies más complejas sufren una evolución muy rápida y, como tales especies, tienen
una vida muy corta.
Los organismos vivientes se agrupan (o pueden hacerlo) en estructuras complejas
correspondientes a sucesivos niveles de organización:
-
El más básico es el de la célula y gran parte de la biosfera está compuesta por
organismos unicelulares totalmente independientes unos de otros.
-
Sin embargo, determinados tipos de células pueden unirse generando tejidos
que, junto a otros tejidos, dan lugar a un órgano capaz de cumplir una función
particular (por ejemplo, corazón, estómago...). De esta forma los diversos niveles
de jerarquización de la vida se agrupan hasta formar un organismo o ser vivo
complejo, “pluricelular”.
-
A un nivel superior, los distintos individuos de una misma especie tienden a
interactuar y a agruparse dando lugar a una “población” que, junto a las
poblaciones de otras especies, forma una comunidad. Las comunidades definen
los ecosistemas y, en el nivel más alto, el conjunto de éstos constituye la biosfera.
No obstante, tal como se ha dicho más arriba, subsisten muchas dudas en torno a la
definición de la vida mientras que los límites de “lo viviente” nos parecen cada vez más
difusos a medida que aumentan los conocimientos y se van describiendo o incluso
creando en laboratorio más “formas intermedias” o “próximas a la vida”. En particular, es
frecuente considerar a los virus y los priones como organismos “casi vivos” o “en el límite
de la vida” ya que tienen capacidad para replicarse aunque carecen de metabolismo.
NIVELES ESTRUCTURALES
DE LA VIDA
Molécula orgánica
DISCIPLINA QUE LOS ESTUDIA
Química, Física, Bioquímica, Biología
Molecular
Orgánulo
Célula/
organismo unicelular
Biología molecular y celular
SERES VIVOS
Biología celular, Citología
Tejido
Histología
Órgano
Fisiología
Sistema
Fisiología, Anatomía
Organismo pluricelular
Población
SERES VIVOS
Biología (Zoología, Botánica...),
Etología, Anatomía
Biología (Zoología, Botánica...), Etología,
Sociología
Comunidad
Ecosistema
Biogeografía, Ecología
Biosfera
20
1.2.2 El origen de la vida
Las primeras evidencias de actividad biológica sobre la tierra datan de hace unos 3800
millones de años. Hasta ese momento (nuestro planeta tiene una edad próxima a los
4500 millones) el conjunto de su superficie puede considerarse como abiótico.
Evidentemente se sabe muy poco de las circunstancias que acompañaron al origen
de la vida ya que las rocas que nos han llegado de aquella época son escasas y
proporcionan muy poca información. De ahí que, a falta de otro tipo de evidencias,
lo único que se puede proponer son teorías basadas en leyes físicas y en
deducciones lógicas, a veces difícilmente asequibles a los no especialistas, que no
siempre logran imponerse frente a otro tipo de hipótesis, más o menos fantasiosas
pero con más “gancho”, o que se ven obstaculizadas por polémicas que, ignorando
la racionalidad científica, se alimentan de la ciencia ficción, de las creencias o,
incluso, de determinados intereses económicos.
Existen varias teorías sobre el modo en que apareció la vida terrestre aunque todas ellas
coinciden al otorgar un enorme protagonismo a los océanos admitiéndose de forma casi
unánime que la vida surgió, y permaneció durante el 90% de su historia, en el agua. En
cuanto a los tipos de entorno y circunstancias que lo hicieron posible, se han barajado
numerosas propuestas siendo las más admitidas hoy las que defienden que la vida debió
aparecer
-
sobre la superficie tibia de los océanos a partir de las sustancias disueltas en el
agua o proporcionadas por erupciones volcánicas
-
en las aguas superficiales de los océanos gracias a las sustancias (o, incluso,
organismos o propágulos) presentes en algunos de los numerosos meteoritos
que cayeron sobre la Tierra durante sus primeros 1000 x 106 años de existencia
-
en torno a las fuentes hidrotermales de las fosas oceánicas
Las fuentes hidrotermales situadas en las fosas marinas permiten la existencia de
ecosistemas muy originales y podrían haber sido el lugar de aparición de las primeras
formas de vida.
Foto:
imagen
de
dominio
público
http://en.wikipedia.org/wiki/File:Champagne_vent_white_smokers.jpg.
disponible
en
De las tres, la primera es la que propone la secuencia más comúnmente admitida en la
actualidad. Según ella, el origen de la vida tuvo lugar cerca de la superficie del mar, muy
cálida aún y expuesta a las radiaciones solares, rayos cósmicos y, probablemente,
21
descargas eléctricas procedentes de la atmósfera, y que se comportó por ello como un
auténtico laboratorio químico.
En estas condiciones, y bajo una atmósfera prácticamente carente de oxígeno, tuvieron
lugar un sinnúmero de reacciones químicas que permitieron la progresiva aparición de
una gran variedad de compuestos incluyendo, entre otros, azúcares, ácidos grasos,
glicerina, aminoácidos, etc. La aparición de estas y otras moléculas orgánicas debió
constituir la primera fase de la evolución prebiótica de la tierra.
Las primeras etapas de la evolución (tanto biológica como prebiótica) dependieron de
procesos y reacciones que llaman la atención por su carácter extremadamente
improbable. Sin embargo, la bajísima probabilidad de ocurrencia de tales eventos se vio
compensada por la tremendamente larga duración de dichas etapas. Sin embargo,
cada avance evolutivo contribuyó a acelerar el proceso que, en términos relativos,
acabó siendo muy rápido.
Localización en el calendario de los principales momentos de la evolución de la vida en
el supuesto de que el conjunto de la historia de la Tierra pudiera comprimirse en un año.
Fuente: elaboración propia.
Todos estos compuestos, cada vez más abundantes, se fueron recombinando
posteriormente al azar, reaccionando entre sí o destruyéndose, según los ambientes. La
inmensa mayoría de las reacciones no generaba ningún producto “útil” (la probabilidad de
que ello ocurra es ínfima) pero la etapa duró cientos de millones de años lo que permitió
que, tras sucesivas “casualidades”, se fueran dando los pasos siguientes en dirección
hacia la vida. Ello ocurrió a medida que se fueron formando macromoléculas orgánicas
de mayor complejidad, como los ácidos nucleicos o los polipéptidos, que, tras agregarse
en unidades cada vez más complejas, generaron edificios relativamente estables con
capacidad para autoorganizar sus constituyentes: los coacervados o microesferas.
Estos coacervados se fueron agrupando en agregados cada vez mayores y más
complejos en los que cada compuesto ocupaba una posición bien definida. Ello permitió,
entre otras cosas, que una serie de sustancias se situaran siempre en su interior mientras
que otras lo hicieran siempre hacia el exterior lo que dio lugar a la diferenciación de algo
parecido a una membrana rudimentaria. Estas membranas permitieron intercambios
selectivos con el medio y los coacervados empezaron a adquirir comportamientos cada
22
vez más parecidos a los de los primeros organismos: tenían capacidad de crecer,
dividirse y de ese modo duplicarse.
La existencia de la vida está asociada a la aparición estructuras químicas y orgánicas
de un tamaño cada vez mayor. Los seres vivos más primitivos son muy simples y
pequeños pero la evolución ha ido generando organismos cada vez más complejos y de
mayores dimensiones.
Fuente:
imagen
de
dominio
público
http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Tama%C3%B1os_relativos.jpg.
disponible
en
Los coacervados son estructuras químicas muy complejas pero no están vivos. Sin
embargo, para muchos científicos, cada vez parece más claro que esos “organoides”
debieron ser los precedentes de las verdaderas células vivas.
No existiendo aún oxígeno en la atmósfera, ésta no era oxidante y no tuvo el carácter
destructivo que hoy presentaría para esos “organoides”. Por eso, dispusieron de tiempo
suficiente para seguir evolucionando, adquirir la capacidad para regular su información
genética y terminar dando paso a los verdaderos seres vivos.
Frente a este modelo explicativo, que se ha ido afianzando desde las décadas
centrales del siglo XX, está ganando fuerza la hipótesis de un origen extraterrestre
de la vida. Aunque esta antigua idea (teoría de la “panspermia”) había sido
prácticamente desechada, la comprobación de que los meteoritos pueden contener
hielo y abundantes moléculas orgánicas (entre los que se incluyen elementos
constituyentes del ADN terrestre como purinas o pirimidinas...) ha vuelto a ponerla
de actualidad en la última década.
A partir del contenido observado en los meteoritos actuales, se estima que la
intensa y prolongadísima lluvia meteorítica que sufrió la tierra entre 4000 y 3800 x
106 años BP pudo suponer un aporte de moléculas orgánicas equivalente a una
“marea negra” de 40 metros de espesor que recubriera la totalidad de la tierra. A la
vista de ello, numerosos científicos consideran que las moléculas constituyentes de
la vida tienen muchas más probabilidades de proceder de esta ingente acumulación
de origen extraterrestre que de haberse formado en el océano primordial.
Hay quien va más lejos y piensa que los meteoritos pudieron traer incluso bacterias
vivas procedentes de otras regiones del Sistema Solar. Esta última hipótesis es
indemostrable y no explica el origen mismo de la vida –con independencia de su
origen terrestre u extraterrestre- aunque un experimento concluido en 2010 ha
permitido comprobar que una población de cianobacterias enviadas al espacio fue
23
capaz de superar una estancia de más de veinte meses expuesta a la radiación
solar, vacío y temperaturas próximas al cero absoluto y que, por tanto, existe la
posibilidad teórica de que ciertos microorganismos realicen largos viajes por el
espacio para ¿por qué no? terminar cayendo en otro planeta.
A medida que se fueron extendiendo y diversificando, los seres vivos también fueron
aumentando su eficacia para usar la energía, primero por fermentación o, tal vez,
quimiosíntesis, luego por fotosíntesis y por fin, mucho más tarde, a través de la
respiración. Sólo tras la adquisición de esa última capacidad la vida podría salir del agua,
el ambiente que había sido su origen y cuna.
A partir de ese momento la fotosíntesis y respiración de los seres vivos transformaría
totalmente la composición de la atmósfera y la mantendría estable en sus caracteres
actuales. Esa interacción ininterrumpida atmósfera-biosfera sería determinante para toda
la evolución posterior de la vida y es uno de los rasgos más originales de nuestro planeta
frente a los demás hasta ahora conocidos. La fotosíntesis, que libera oxígeno, es una de
las reacciones bioquímicas más importantes que existen en la tierra.
Los primeros organismos con capacidad fotosintética debieron ser cianobacterias (o
“algas azules”) que han dejado vestigios, los estromatolitos, en rocas de más de 3500 x
106 años. Además, existen evidencias indirectas de vida aún más antiguas, una especie
de “quimiofósiles” identificados en rocas de Groenlandia, que, de nuevo, prueban la
existencia de fotosíntesis, y por tanto de clorofila, hace, tal vez, 3.850 x 106 años.
Evidentemente, en este punto vuelven a presentarse problemas en relación con la
definición misma de la vida ¿A partir de qué momento, tras esa larga evolución
prebiológica, podemos considerar que nos encontramos antes auténticos seres
vivos?
En todo caso, queda mucha distancia por recorrer hasta terminar de explicar la aparición
de la vida sobre nuestro planeta (lo que justifica el gran desarrollo reciente de los
estudios dedicados a la evolución prebiológica de la tierra) desde la bioquímica, la
geoquímica o incluso desde ciertas ramas de la física.
Condiciones necesarias para la existencia de vida
Tal como la concebimos hasta este momento, la vida no es posible sin agua en estado
líquido lo que implica que tanto las temperaturas como la presión se mantengan de
forma constante dentro de unos márgenes muy precisos (entre algunos grados por
debajo de 0ºC y algunos por encima de 100ºC en función de la presión y salinidad del
agua).
Además, la vida terrestre se basa en la química del carbono y la mayor parte de los
compuestos orgánicos (hidratos de carbono, ácidos nucleicos, proteínas, lípidos...)
dependen de él y de un número muy limitado de otros elementos. A priori, ello debería
excluir la presencia de vida en aquellos lugares donde no existan tales sustancias.
Las condiciones anteriores restringen mucho las “regiones” del universo aptas para
albergar vida (la “zona de habitabilidad”) y constituyen por eso los primeros criterios
que utilizan los astrobiólogos en su búsqueda de vida extraterrestre. Sin embargo, en
la superficie terrestre, de acuerdo con esos mismos criterios, la vida es posible
prácticamente en cualquier lugar:
La vida es capaz de aparecer y perpetuarse en condiciones extremadamente hostiles
(véase el apartado dedicado a los ambientes extremos) y posee una sorprendente
capacidad de adaptación. Bacterias, esporas u otras formas de vida latente han sido
identificadas en los últimos años dispersas prácticamente por todas partes (desde los
hielos polares hasta el límite superior de la estratosfera o en el interior de las rocas de
la litosfera a 3 km de profundidad). A la vista de ello, los límites que se han asignado
24
tradicionalmente a la Biosfera han perdido vigencia y ningún científico se expone hoy a
defender la existencia de fronteras para la vida sobre nuestro planeta.
La biosfera puede, por tanto, considerarse como una envoltura estrecha e irregular
que rodea toda la superficie terrestre.
Por supuesto, la biosfera no es homogénea. De entrada, como casi todos los seres
vivos dependemos directa o indirectamente del sol, las regiones expuestas a la
radiación solar concentran la inmensa mayoría de las formas de vida mientras que, a
la inversa, la mayor parte del volumen de los océanos y del mundo subterráneo
permanecen semivacíos y no albergan más que una proporción muy reducida de la
materia viviente.
Por otra parte, la gran mayoría de los seres vivos (y la práctica totalidad de los
organismos superiores, objeto de estudio preferente de la Biogeografía) requerimos
permanentemente agua, diversas sustancias nutrientes y temperaturas dentro de unos
márgenes bastante estrictos. Los límites de tolerancia a la aridez, temperaturas
extremas o escasez de recursos son diferentes para cada especie (y, dentro de ella,
varían de un individuo a otro) pero en la mayoría de los casos son relativamente
parecidos lo que hace que ciertas regiones de la tierra resulten favorables a la vida y
alberguen una gran riqueza biológica mientras que otras, desfavorables, permanezcan
prácticamente vacías (tal como ocurre en los desiertos, regiones polares o alta
montaña).
Los límites de la vida y los organismos extremófilos
Durante los últimos años los límites asignados a la Biosfera se han ido ampliando a
medida que iban descubriéndose “nuevas” formas de vida. En algunos casos se trata de
poblaciones localizados en ambientes insuficientemente conocidos o considerados hasta
ese momento como inhabitables pero, en otros, lo que se han descrito son auténticos
ecosistemas posibles gracias a las presencias de “otras formas de vida” totalmente
diferentes a las habituales, basadas en la química del carbono y en la energía solar.
El descubrimiento de numerosas especies de microorganismos capaces de
desenvolverse en ambientes que se consideraban incompatibles con la vida ha obligado
a replantear los límites de la Biosfera.
Foto: Deinococcus radiodurans es capaz de resistir tasas de radioactividad que suponen la muerte
inmediata de cualquier otro ser vivo. Imagen de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/73/Deinococcus_radiodurans.jpg.
Los descubrimientos mencionados son muy diversos e incluyen
25
* ...ecosistemas en el fondo de las fosas marinas, en lugares sin oxígeno libre, que al no
recibir nunca luz no se basan en la fotosíntesis sino en una quimiosíntesis y expuestos a
condiciones de presión, temperatura y toxicidad extremos,
* ...fauna en cuevas como la de Movile en Rumanía que contiene un ecosistema
autosuficiente en el uso de la energía de la oxidación del sulfuro de hidrógeno. Se
encuentran en ella 48 especies de invertebrados terrestres y acuáticos de los cuales 32
son únicos en el mundo,
* ...organismos, normalmente bacterias o archaeas, capaces de desenvolverse en
ambientes extremos que resultarían letales para cualquier otra forma de vida a causa
- de la temperatura (como Strain 121, una archaea que vive a 121ºC de
temperatura en las fuentes hidrotermales de las fosas marinas o varias especies
psicrófilas que se desenvuelven a -15ºC bajo los hielos antárticos),
- presión (como Halomonas salaria, una proteobacteria que requiere presiones
próximas a 1000 atmósferas u organismos que viven en el interior de la corteza
terrestre, 1600 metros por debajo del fondo oceánico),
- acidez (las archaeas Thermoplasma acidophilum son capaces de soportar pH≈2)
- toxicidad (bacterias identificadas en el lago Mono, en California, en un ambiente
con un elevado contenido en arsénico)
- radiactividad (como el Deinococcus radiodurans, capaz de resistir dosis
instantáneas de 15.000 Gy de radiación (10 Gy matan a una persona y 60 a la
mayoría de las bacterias) y de recomponer su genoma tras su exposición a niveles
extremos de radiación)...
* ...incluso, existen algunos posibles (y muy polémicos) fósiles bacterianos entre los
restos de cometas caídos sobre la tierra (entre los que hay que destacar el meteorito
Orgueil que dio pie a un importante fraude científico pero que contiene un significativo
cóctel de sustancias orgánicas y, tal vez, de restos de microorganismos extraterrestres).
Algunos meteoritos contienen estructuras microscópicas que podrían ser restos de
microorganismos o huellas de su activiad.
Foto: estructuras microscópicas del meteorito ALH84001. Imagen de dominio público disponible en
http://en.wikipedia.org/wiki/File:ALH84001_structures.jpg.
Sin necesidad de invocar hipótesis extraterrestres, estas nuevas especies y ecosistemas
aportan una valiosísima información de cara a la comprensión del origen de la vida sobre
la tierra y es preciso destacar que algunos de los organismos que se han descrito en
tales lugares son muy próximos a las arqueobacterias (las primeras que conserva el
registro fósil).
De ahí algunas tesis recientes según las cuales la vida podría haber aparecido en los
fondos oceánicos alrededor de los cristales de pirita que precipitan en las fuentes
hidrotermales. Su superficie, cargada positivamente, atraería diversas sustancias
26
orgánicas que generarían una especie de membrana alrededor del cristal antes de
desprenderse para permitir la repetición del fenómeno... Equidistante del mundo mineral
y del orgánico, este escenario, que permite eliminar algunas de las más importantes
contradicciones de las interpretaciones anteriores, está ganando adeptos de año en año
y promete proporcionar valiosas informaciones no sólo sobre el posible origen de la vida
sino sobre la vida misma.
27
AMBIENTES EXTREMOS: RIO TINTO (HUELVA-ESPAÑA)
El Río Tinto nace cerca de Nerva, en Huelva (España) en una de las zonas más ricas de
Europa en minerales metálicos (principalmente sulfuros de cobre). Sus aguas presentan
contenidos muy altos en metales pesados tales como el zinc (30 mg/l), cobre (5 mg/l),
cadmio, manganeso u otros, una acidez extrema (pH ≈ 2,2) y una escasa concentración
de oxígeno. Son transparentes junto a la fuente pero a medida que el hierro se va
oxidando adquieren rápidamente un color rojo intenso que contrasta llamativamente con
los suelos y la vegetación del entorno “normal” circundante.
La extrema acidez de las aguas del Rio Tinto y su contenido en metales pesados
generan un ambiente tóxico y muy reactivo incompatible con las formas de vida
“normales”.
Foto: agua del Río Tinto cerca de su nacimiento.
Estas condiciones de acidez, toxicidad y falta de oxígeno dan lugar a un ambiente
absolutamente contrario a cualquier forma de vida lo que se refleja en unas riberas
desprovistas de vegetación. Sin embargo, en sus aguas viven varios microorganismos
extremófilos tanto procariotas (sin núcleo celular) como eucariotas (con núcleo: bacterias,
hongos, algas) cuyo metabolismo depende, precisamente, de esas condiciones
peculiares que resultan tan adversas a todos los demás seres. Acidithiobacillus
ferrooxidans, por ejemplo, utiliza el hierro para obtener energía en ausencia de oxígeno,
mientras que Euglena mutabilis se asocia a un hongo acidófilo y forma un biofilm verde
que tapiza parte del lecho en las nacientes. También se encuentran amebas y flagelados
de los géneros Vahlkampfia y Bodo respectivamente.
28
En simbiosis con un hongo, Euglena mutabilis es capaz de vivir en el agua hiperácida
de las surgencias que dan lugar al Río Tinto donde forma una película verde que
recubre el lecho (foto).
Las condiciones que se registran en este entorno, únicas en el mundo, han justificado la
realización de diversos estudios y experimentos por parte de la NASA, en colaboración
con el CSIC español, por su supuesta similitud con los ambientes marcianos. A través de
ellos se ha confirmado que ciertos tipos de microorganismos podrían ser capaces de
sobrevivir en dicho planeta.
29
1.2.3 Evolución y diversificación de las formas de vida
Las primeras etapas: los organismos unicelulares
Desde el momento de la aparición del primer organismo hasta la actualidad los seres
vivos han ido evolucionando, haciéndose más complejos y, sobre todo, diversificándose
en un proceso imparable bien conocido en sus líneas generales y que hoy no admite
discusión (aunque cierto número de mecanismos de esta evolución todavía plantean
interrogantes a la ciencia).
La Evolución, como proceso biológico, fue descrita por Charles Darwin en 1859 en “El
origen de las especies”, obra que sistematizaba y completaba ideas propuestas con
anterioridad por un buen número de precursores como Lamarck, Wallace o su propio
abuelo Erasmo Darwin. La obra logró un éxito popular inmediato (su primera edición se
vendió en un sólo día) y fue acogida de forma entusiasta en amplios círculos científicos y
filosóficos de todo el mundo. Sin embargo sus tesis, a veces distorsionadas por sus
defensores y exegetas, tuvieron que enfrentarse a un buen número de detractores y
dieron lugar a una enconada y muy larga polémica entre los “darwinistas” y los paladines
de los paradigmas científicos imperantes hasta entonces o de algunas posturas religiosas
particularmente intransigentes.
Con posterioridad el “darwinismo”, que ejerció una gran influencia en distintos campos del
saber (biología, geología, arqueología, psicología, etc) se ha ido enriqueciendo con
aportes de otras ciencias, en particular de la genética, y ha dado paso en la actualidad a
todo un cuerpo de teorías evolutivas de síntesis.
Ello no significa que las controversias en torno al evolucionismo hayan
desaparecido manteniéndose una fuerte oposición al mismo basada en argumentos
de carácter estrictamente religioso por parte de sectores conservadores de todo el
mundo (en particular de EEUU).
Las teorías darwinistas, que alcanzaron una inmediata notoriedad y fueron muy bien
acogidas por gran parte de la comunidad científica, dieron pie a una larga controversia
en la que tanto Darwin como sus seguidores sufrieron todo tipo de descalificaciones y
burlas.
Fuente: Imagen de dominio público disponible en
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Editorial_cartoon_depicting_Charles_Darwin_as_an_ape_(1871).jpg.
30
Como ya se ha indicado, las primeras pruebas indiscutibles que nos han llegado de la
existencia de vida son los ESTROMATOLITOS, concreciones calcáreas resultado de la
actividad biológica de las algas azules. Aunque el cuerpo de las algas no se ha
conservado a causa de su débil consistencia, los estromatolitos demuestran la existencia
de la función clorofílica y, con ella, de la liberación de oxígeno libre a la atmósfera (lo que,
con el tiempo, la hará respirable, e irá creando la capa de ozono necesaria a la vida
exterior. Durante todo el Precámbrico y hasta que estos dos hechos se sucedan, la vida
fuera del océano es imposible).
Las primeras formas de vida eran muy frágiles y carecían de partes duras por lo que no
han dejado fósiles. Sin embargo, su actividad biológica dio lugar a estromatolitos,
concreciones calcáreas de origen inequívocamente biológico que se han encontrado en
varios lugares y que constituyen la prueba más antigua que existe de la existencia de
vida en la Tierra.
Foto: Estromatolitos actuales en la Laguna Amarga del Parque Nacional de las Torres del Paine (Chile)
Hace 1700 x106 años (tal vez más, a juzgar por indicios descritos recientemente)
aparecieron las primeras células nucleadas con lo que los tres dominios en los que se
dividen los seres vivos quedaron definitivamente diferenciados:
- archaeas y bacterias (ambas, procariotas, es decir, organismos compuestos por una
única célula carente de núcleo)
- eucariotas (organismos compuestos por una o por numerosas células siempre dotadas
de núcleo).
Las células eucariotas son mayores y presentan una mayor organización que las
procariotas disponiendo de una gran cantidad de orgánulos que desempeñan
funciones concretas. Su ADN está contenido en el núcleo protegido por una
membrana permeable y el material genético se organiza formando bloques (los
“cromosomas”). Por fin, y gracias a todo lo anterior, entre ellas se generalizó
rápidamente la reproducción sexual que permite el intercambio de información
genética entre los distintos individuos y, por tanto, otorga una mayor plasticidad
adaptativa a las especies y favorece la evolución.
La aparición de los eucariotas ha sido una de las etapas más importantes de la
evolución. De no haberse producido, no habría sido posible la existencia de los
pluricelulares y la vida, probablemente, no habría superado la complejidad de las
bacterias.
Durante todo este tiempo la biosfera se limitaba al medio marino: biológicamente los
organismos dependían del agua y la atmósfera, que carecía de oxígeno (y, por tanto,
31
de ozono), no ofrecía la necesaria protección frente a la radiación UV. Sin embargo la
mayoría de los seres existentes en aquel periodo desarrollaban la fotosíntesis y
liberaban oxígeno. Gracias a ello, la composición de la atmósfera fue cambiando poco
a poco hasta adquirir unas características similares a las actuales hace
aproximadamente 1600 x 106 años. La estabilización de una atmósfera rica en oxígeno
permitió la diversificación de la vida aerobia y la colonización del medio terrestre por
algunos microorganismos (principalmente cianobacterias) hace unos 1400 x 106 años
marcando otro de los grandes hitos de la evolución.
La diferenciación entre archaeas, bacterias y eucariotas se produjo hace unos 1700 x
6
10 años y dio origen a las tres grandes “ramas” del árbol filogenético.
Fuente: documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/55/Phylogenetic_tree-es.png.
Más o menos al mismo tiempo se produjo otro episodio de la máxima importancia: la
aparición de seres pluricelulares.
La aparición de los organismos pluricelulares
En un organismo pluricelular células de una misma especie se asocian y especializan
progresivamente para “construir” seres vivos cada vez más complejos y más
independientes de su entorno y que, además, cuentan con la ventaja de su mayor
tamaño.
Los primeros pluricelulares debieron ser poco más que meros agrupamientos de células
32
pero su aparición fue uno de los pasos más importantes de la evolución y rápidamente
permitió la aparición de organismos complejos de mayores dimensiones.
Foto: Anabaena sp, cianobacteria filamentosa que forma parte del plancton de agua dulce. Documento de
dominio público disponible en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e6/Anabaena_sp.jpeg
Los primeros pluricelulares fueron algas y están datados en 1300 x 106 años. Todavía
pertenecen al reino de los protoctistas, junto al resto de los eucariotas unicelulares, ya
que constituyen organismos muy simples en los que las células presentan un escaso
grado de especialización. Sin embargo, esta capacidad de las células para especializarse
generando órganos diferenciados en el seno de un organismo único se manifestaría muy
pronto permitiendo la aparición primero de los animales y de los hongos y, por fin, de las
plantas.
De acuerdo con la información que nos proporciona la genética los animales debieron
aparecer en torno a 1200 x 106 años BP aunque la antigüedad de los primeros fósiles
encontrados hasta ahora no supera los 600 x 106 años. Fueron gusanos, que nos han
dejado galerías de 10- 20 cm de profundidad en los sedimentos de aquella época,
pólipos, esponjas y medusas a los que seguirían unos primeros moluscos.
A esta época pertenecen los fósiles de Ediacara, un yacimiento australiano en el
que han aparecido abundantes restos de organismos que no guardan relación con
ningún animal conocido y en los que llama la atención su aspecto “experimental” y
sus morfologías originales e inexplicables. Estos restos plantean interrogantes que
permanecen sin respuesta y a veces se interpretan como un “ensayo fallido” de
formas pluricelulares de vida. Cabe incluso la posibilidad, defendida por algunos
biólogos, de que no se trate de animales sino de seres procariotas o bacterianos
que lograron originar formas pluricelulares (y que posteriormente desaparecerían).
Dickinsonia costata es un fósil característico de la fauna de Ediacara que presenta una
peculiar apariencia “en manta” .
Fuente: documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/fb/DickinsoniaCostata.jpg .
LA VIDA DURANTE EL PALEOZOICO
La revolución cámbrica
El Cámbrico, primero de los periodos del Paleozoico, se inicia hace unos 540 x 106 años
coincidiendo con una auténtica explosión de los organismos pluricelulares: la llamada
“Revolución Cámbrica”. De forma casi simultánea aparecieron en las aguas oceánicas
los antepasados de la mayoría de los grupos de fauna actuales: gusanos, celentéreos,
33
esponjas, equinodermos, moluscos, artrópodos y cordados que, en bastantes casos,
empiezan a protegerse con caparazones o partes duras.
Entre los fósiles más característicos del Paleozoico se encuentran los trilobites y los
graptolites, de gran interés por representar el “punto de partida” de dos de los
principales grupos actuales de fauna y, a través de ellos, dos estrategias
morfológicas opuestas: el exoesqueleto y el endoesqueleto.
Dalmanites limulurus, trilobites silúrico que permite observar los rasgos característicos
de este grupo de animales articulados y protegidos por un exoesqueleto.
Fuente: documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/47/Dalmanites_limulurus_trilobite_silurian.jpg.
Los trilobites son artrópodos o animales "articulados" (como los futuros insectos,
miriápodos o arácnidos) cuyo cuerpo estaba dividido en varios segmentos y
protegido por un caparazón rígido. Eficaces depredadores, deambulaban por los
fondos marinos aunque también eran capaces de nadar. Se extinguieron en el
Pérmico por lo que son buenos fósiles guía del Paleozoico).
Los graptolites en cambio son próximos a los protocordados (antepasados de los
vertebrados) ya que en el interior de sus cuerpos disponían de elementos rígidos
que cumplían el cometido de un esqueleto. Vivían en colonias complejas que
flotaban en el mar como hoy lo hacen las medusas y se extinguieron en el
Carbonífero.
Los graptolites tenían elementos rígidos en el interior de sus organismos que anticipan
los futuros endoesqueletos. Estos elementos rígidos han dejado fósiles en forma de
pequeñas espinas denticuladas.
Fuente: documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/25/Didymograptus_murchisoni_small.jpg.
34
A partir del Silúrico hacen su aparición los agnátidos que disponen de un rudimentario
esqueleto cartilaginoso y pueden considerarse como los primeros vertebrados. Son
cilíndricos y recuerdan a los futuros peces aunque carecen de mandíbula y de escamas y
su cuerpo, blando y vulnerable, se protege parcialmente con una coraza frontal (este
grupo está representado en la actualidad por las lampreas).
Los agnátidos fueron los primeros vertebrados, aunque su esqueleto era cartilaginoso y
muy elemental. A este grupo pertenece la lamprea, animal gravemente amenazado de
extinción que conserva los rasgos esenciales del taxon: cuerpo cilíndrico y viscoso, sin
mandíbulas ni escamas, etc.
Foto: lamprea fluvial (Lampetra fluviatilis). Documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/3f/Lampetra_fluviatilis.jpg .
La colonización del medio terrestre
Pero el acontecimiento más importante de esta etapa es, sin duda, la colonización del
medio terrestre, que hasta entonces solo albergaba microorganismos y permanecía
prácticamente vacío, por los organismos pluricelulares: plantas, hongos, artrópodos y, por
fin, vertebrados.
Las primeras plantas que colonizaron tierra firme lo hicieron hace 440 x 106 años.
diferenciándose probablemente mediante la evolución de algas verdes capaces de
sobrevivir al aire libre. Los fósiles de estas plantas prueban que sus raíces contenían
numerosos hongos lo que demuestra la existencia temprana de este grupo biológico (de
cuyo origen, por otra parte, se sabe muy poco) así como la gran antigüedad que tienen
las relaciones simbióticas planta-hongo.
Las plantas, de origen acuático, necesitaron adaptarse a la vida exterior antes de
poderse extender sobre la superficie terrestre lo que les obligó a superar importantes
dificultades como
+ las pérdidas excesivas de agua (el agua constituye un porcentaje muy importante
del contenido de sus células. Mientras la vida fue acuática, no había problemas de
deshidratación ya que tomaban el líquido directamente de su exterior pero, al aire
libre, fue necesario desarrollar nuevos sistemas de absorción –las raíces...- e
impermeabilizar los tejidos en contacto con el aire para limitar las pérdidas)
+ la respiración a partir del oxígeno atmosférico
+ el desarrollo de sistemas reproductores adaptados al nuevo medio (ya no se
puede contar con el agua circundante como medio en el que se produce la
fecundación o para diseminar las esporas o células reproductoras.
35
Las briofitas (musgos, hepáticas y antóceras) fueron las primeras plantas en aparecer y
su adaptación al medio terrestre es bastante incompleta: aún no disponen de un
verdadero sistema vascular, no han sido capaces de alejarse del suelo y su reproducción
sólo es posible en un medio acuoso (algo que todavía observamos hoy en esas plantas,
que solo prosperan en los enclaves particularmente húmedos).
Las primeras plantas que se instalaron sobre el medio terrestre evolucionaron a partir de
las algas. Carecían de órganos diferenciados y de un sistema vascular por lo que eran
de pequeñas dimensiones y no eran capaces de alejarse del agua.
Foto: Las hepáticas, como Calypogeia azurea, son plantas muy primitivas que evocan la aparición de los
vegetales terrestres. Documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/74/Calypogeia_azurea_%28BartkelchLebermoos%29_IMG_4158.JPG.
Todas esas plantas primitivas eran pequeñas, muy simples (como lo son las algas) e
incapaces de alejarse de las orillas y lugares encharcados. Sin embargo, estas
limitaciones no les impidieron expandirse y diversificarse muy deprisa ya que se
encontraron con un medio vacío en el que no tenían competencia. De ahí que, una vez
superados estos primeros obstáculos, las plantas se extendieran rápidamente originando
nuevos problemas asociados, esta vez, a la propia competencia que surgió entre ellas.
Dado que las plantas crecen ancladas al sustrato y necesitan la luz solar para su
fotosíntesis, la aptitud para crecer en vertical se convirtió inmediatamente en una ventaja:
las plantas más altas aprovechan mejor el sol a la vez que, haciendo sombra, dificultan el
desarrollo de las competidoras. Sin embargo, este crecimiento en vertical requiere la
capacidad de mantenerse erguidas (mediante tejidos y membranas celulares de mayor
rigidez que los de las algas) y el desarrollo de órganos que permitan el transporte de los
nutrientes y agua obtenidos por las raíces hacia las partes más altas de la planta a la vez
que de las sustancias orgánicas sintetizadas en las hojas hacia el resto de sus órganos,
es decir, requiere la existencia de un sistema vascular (algo que tampoco existe en las
algas puesto que en ellas cada célula obtiene directamente las sustancias necesarias del
agua que le rodea).
Aparición de las plantas vasculares y de la fauna terrestre
El siguiente paso evolutivo consistió en la adquisición de tales recursos dando lugar al
grupo de las plantas vasculares (o cormófitas) en el que los distintos grupos de células se
especializan y la raíz, tallo y hojas están bien diferenciados. Las primeras en aparecer
fueron las pteridofitas (helechos y plantas afines) que carecen de semillas y flores y
disponen de un sistema doble de reproducción que aún recuerda la reciente dependencia
del agua pero que, muy superiores a todas las plantas preexistentes, adquirieron un porte
36
arbóreo a partir del Devónico originando los primeros bosques que han existido sobre la
tierra.
La colonización vegetal de los medios terrestres creó las condiciones adecuadas para la
llegada de la fauna y ésta no se hizo esperar.
Los primeros animales terrestres fueron artrópodos, adaptados para desplazarse
caminando y bien protegidos de la radiación solar gracias a su exoesqueleto. Entre los
más antiguos que se han identificado se encuentran algunos que podemos relacionar con
los futuros ciempiés, milpiés, arácnidos y escorpiones. Limitados a los medios costeros o
ribereños en un primer momento, estos animales se extendieron rápidamente a la par
que lo hacía la vegetación coevolucionando con ella. Así, cuando surgieron los árboles,
algunos de ellos desarrollaron alas y adquirieron la capacidad de volar dando origen a la
estirpe de los insectos.
Al no encontrar competencia y disponer de abundantes recursos, el tamaño, igual que
había ocurrido con las plantas, se convirtió en una ventaja (en particular para los
depredadores). De este modo, numerosos artrópodos e insectos adquirieron
dimensiones gigantescas durante el Devónico y, sobre todo, durante el Carbonífero.
Hubo entonces libélulas de 75 cm de envergadura, efímeras de 45 y un gran número de
cucarachas, chinches, grillos, moscas y otros insectos junto a diversos arácnidos (ácaros
y escorpiones...) y miriápodos (ciempiés...)
También los vertebrados experimentaron una notable evolución y terminaron “saltando” a
tierra durante este periodo aunque lo hicieron después de las plantas y los artrópodos.
Hacia el Devónico aparecieron los peces verdaderos, antepasados de nuestros tiburones
y rayas. Estaban dotados de un esqueleto cartilaginoso, aunque bien desarrollado, y
dimensiones apreciables (hasta 1.5 metros). Eran buenos nadadores y temibles
depredadores y, aunque en un principio no eran muy variados, se fueron diversificando y
especializándose ocupando tanto las aguas oceánicas como las dulces.
En el Devónico, y coincidiendo con la explosión de la vida terrestre, algunos peces
adquirieron la capacidad para respirar fuera del agua y transformaron sus aletas en
patas, dando lugar a los anfibios.
Imagen: evolución conducente a la aparición de los anfibios. De abajo hacia arriba, Eusthenopteron,
Panderichthys, Tiktaalik, Acanthostega, Ichthyostega y Pederpes. Documento de dominio público disponible
en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/93/Fishapod_evolution.jpg.
Entre estos últimos hubo un grupo, especializado en aguas continentales poco profundas
(y frecuentemente insuficientes para nadar), que sustituyó sus aletas inferiores por unas
37
primitivas patas de ocho dedos. Gracias a ello, estos peces, cuyo principal representante
conocido es el Acanthostega, eran capaces de desplazarse arrastrándose por el fondo de
charcas y ríos impulsados por sus aletas-patas. Además, estos peces andadores se
fueron dotando de pulmones junto a sus branquias lo que les permitía respirar al aire
libre.
Es casi seguro que tal grupo de peces (de los que un auténtico fósil viviente, el celacanto,
ha llegado a nuestros días) hayan sido capaces de soportar la desecación esporádica de
las charcas o ríos que constituían su hábitat normal convirtiéndose así en los primeros
animales superiores que tras una breve evolución acabaron colonizando tierra firme
originando el grupo de los anfibios. Su aspecto recuerda al de los actuales tritones
aunque su cabeza es aún de pez, disponen de aletas o pies palmeados y sus
dimensiones alcanzaban 1 a 1,5 metros.
Todos estos hechos coincidieron con la proliferación de las plantas criptógamas
(helechos, líquenes...), la aparición de los primeros bosques y la multiplicación en ellos de
artrópodos e insectos. La abundancia de posibles presas en las orillas probablemente
atrajo hacia el exterior a unos grandes cazadores que no siempre debieron disponer de
alimento suficiente en sus charcas.
Los primeros bosques
Durante el Carbonífero aparecieron los primeros bosques que estaban compuestos
principalmente por helechos arborescentes.
Imagen: Pecopteris arborescens, helecho del Carbonífero superior. Documento de dominio público
disponible en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6b/Pecopteris_arborescens.jpg.
La época de mayor riqueza biológica fue el Carbonífero, periodo durante el que la
superficie de los continentes estaba recubierta por grandes bosques de helechos, mucho
más grandes y variados que en la actualidad (Sigilarias, que medían varias decenas de
metros de altura, Lepidodendron, Selaginela, equisetos, etc.). Estos bosques alternaban
con amplias zonas de marismas que creaban un ambiente cálido y húmedo y una
atmósfera muy cargada en CO2 y en metano procedente de la descomposición de la
materia orgánica (todo lo cual reforzaba el "efecto invernadero" y aceleró el ritmo de
sedimentación de carbonatos en los océanos).
Durante el carbonífero los vertebrados se diversificaron e irradiaron muy deprisa. Los
primeros en aparecer, los anfibios, fueron adaptándose a una vida cada vez menos
dependiente del agua a la vez que tendieron a alcanzar grandes dimensiones: algunos
como Eogyrinus midieron hasta 4-5 metros.
38
La tendencia al gigantismo es una constante evolutiva de todos los grupos “de
éxito”. En distintos momentos de la historia geológica ha afectado a los insectos,
peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos pero también a las algas, helechos,
coníferas... Generalmente esa tendencia se produce en periodos en los que los
grupos afectados son manifiestamente superiores a los demás pero suele durar
poco y la mayoría de las especies “gigantes” acaban desapareciendo frente a la
mayor plasticidad de las de dimensiones “normales”.
La abundancia de recursos alimentarios y la falta de predadores permitieron a ciertos
grupos evolucionar hacia formas gigantes. Aunque la mayoría eran parecidos a los
actuales, algunos insectos alcanzaron longitudes o envergaduras próximas a 1 metro.
Imagen: Meganeura sp, libélula gigante carbonífera. Documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0d/Meganeura_fossil.JPG
Sin embargo, la adaptación de los anfibios a los medios terrestres es imperfecta. Deben
reproducirse y desarrollar las principales etapas de su vida en el agua, sus pulmones son
poco eficaces obligando a mantener la absorción de oxígeno a través de la piel y ésta,
que no puede recubrirse con ningún tipo de protección, tiene que mantenerse siempre
húmeda (para lo cual se recubre con una frágil mucosidad). De ahí una serie de
limitaciones que implicaron la rápida pérdida de protagonismo de los anfibios en cuanto
hicieron su aparición otras clases de animales mejor adaptados.
Los primeros en hacerlo fueron los reptiles que surgieron en el Carbonífero a partir de los
anfibios. Sus pulmones son mucho más eficaces que los de los anfibios por lo que
desaparece la respiración a través de la piel y ésta puede protegerse e impermeabilizarse
(evitando las pérdidas de agua y permitiendo a estos animales soportar la aridez).
Además, los huevos que ponen los reptiles disponen de una cáscara protectora y
contienen líquido amniótico haciendo posible la reproducción fuera del agua.
Muy superiores a los anfibios gracias a todas esas innovaciones, los reptiles se
diversificaron rápidamente y experimentaron una extraordinaria expansión a partir del
Pérmico.
Las extinciones del Pérmico
El Pérmico, último de los periodos del Paleozoico, es una etapa de cambios climáticos
generalizados. En gran parte de la Tierra las condiciones predominantemente cálidas y
39
húmedas que habían dominado hasta entonces dieron paso a otras de tipo desértico
con extensas áreas glaciadas.
Tal vez por esta razón (aunque existen otras hipótesis y el tema es objeto de debate) la
totalidad de los ecosistemas terrestres se vio gravemente alterada y la mayor parte de la
flora y de la fauna paleozoicas, incapaz de adaptarse a las nuevas condiciones, terminó
desapareciendo. Se estima que entre el Pérmico y el Triásico se extinguió hasta 90% de
las especies marinas y el 70% de los vertebrados terrestres en lo que hoy se considera la
mayor extinción de la historia de la Tierra.
Esta radical transformación de los ecosistemas cambió el anterior sistema de relaciones
entre especies y muchas de las que fueron capaces de sobrevivir, normalmente
refugiadas en nichos favorables, se vieron muy reforzadas y adquirieron un protagonismo
que no tenían anteriormente. Por otra parte, la situación obligó a muchas especies a
adaptarse a las nuevas condiciones y favoreció los procesos de selección natural y de
evolución lo que produjo la aparición de nuevos taxones.
El Pérmico coincide también con la mayor regresión de la historia y con las últimas fases
de la Orogenia Herciniana. En relación con ello el conjunto de los continentes vuelve a
formar un todo único, el Pangea.
Durante el Pérmico todos los continentes estaban unidos permitiendo a los taxones
terrestres dispersarse por la totalidad de las tierras emergidas.
Imagen: Distribución de tierras y mares al final del Pérmico. Documento de dominio público disponible en
http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:LatePermianGlobal.jpg
Este hecho es muy importante para la Biogeografía ya que permitía a las especies
existentes colonizar la totalidad de las tierras emergidas o el conjunto de los
océanos por sus propios medios (al menos en teoría).
Posteriormente, durante el Mesozoico, Pangea se iría fragmentando
definitivamente incomunicando a las poblaciones de unas y otras regiones y
obligando a los distintos grupos a ir evolucionando aisladamente:
-
en el Jurásico se escindieron América del Sur; la Antártida junto a Australia; y
Africa junto con Arabia, Madagascar y la India.
-
en el Cretácico empezaron a separarse Eurasia y América del Norte.
Ello implicará que los taxones prejurásicos tengan una distribución cosmopolita o
circunterrestre (salvo que se haya producido una extinción posterior) mientras que
entre los que van apareciendo a partir de este momento predominan, salvo en los
40
que dispongan de medios muy eficaces de dispersión, las áreas de tipo continental
o endémico que permiten hablar de "fauna americana", "australiana"...
LA VIDA DURANTE EL MESOZOICO
El dominio de los reptiles
Desde el punto de vista evolutivo el hecho más llamativo que se produjo en el Mesozoico
fue la extraordinaria expansión que experimentaron los reptiles. Gracias a ella, éstos
invadieron todos los medios terrestres, pero también acuáticos e incluso aéreos, llegando
a alcanzar, en el caso de los dinosaurios (término que puede traducirse como "lagartos
terribles"), dimensiones nunca superadas en un medio terrestre a lo largo de la evolución
de las especies.
Los reptiles aparecieron con anterioridad, en el Carbonífero, y en su evolución pueden
diferenciarse dos grandes fases:

Al final del Paleozoico surgieron los terápsidos, tronco común con los futuros
mamíferos y dentro del que aparecerían especies bastante especializadas.

A partir del final del Triásico se impondrían, sin embargo, los saurópsidos que se
diversificarían rápidamente y que serían los dominantes durante todo el resto del
Mesozoico.
Dentro de los saurópsidos se han identificado un buen número de grupos de entre los
que se pueden destacar los siguientes:
Entre los dinosaurios se encuentran los animales terrestres que han alcanzado mayores
dimensiones. No obstante se trata de un grupo muy diverso y la mayoría de las
especies no fueron demasiado diferentes de los reptiles actuales.
Foto: icnitas, huellas fosilizadas de dinosaurios en la Rioja (España).
a. Dinosaurios.
Son los que dominaron los medios terrestres y presentaron una gran diversidad. Los
hubo carnívoros como Tyrannosaurus rex, herbívoros como los Diplodocus, con dientes o
con pico, indefensos y con piel blanda o agresivos y dotados de verdaderas corazas y
temibles armas naturales, ágiles corredores u obesos sedentarios, enormes o, en la
mayor parte de los casos, de dimensiones reducidas.
Eran cuadrúpedos aunque muchos presentaron una tendencia al bipedismo y en muchos
casos debieron ser homeotermos o, al menos, capaces de regular eficazmente la
41
temperatura corporal lo que les hacía bastante independientes de las fluctuaciones
meteorológicas.
Su hábitat normal debió ser forestal, en general debían ser ágiles, muchos de ellos eran
sociables y formaban grandes manadas y se han documentado pautas de
comportamiento bastante “evolucionadas” que hoy no suelen encontrarse en los reptiles
(algunos especies incubaban los huevos, alimentaban a los recién nacidos y alimentaban
a sus crías)
b. Pterosaurios.
Eran reptiles voladores dotados de alas membranosas sostenidas por un solo dedo,
picos largos y denticulados y, en el caso de los más primitivos, una larga cola. Sus
dimensiones fueron muy variables dependiendo de las especies: algunos no superaban
el tamaño de los actuales gorriones mientras que el Pteranodonte alcanzaba una
envergadura de 8 metros. Debieron vivir en el litoral y ser hábiles planeadores y buenos
pescadores aunque no se sabe cómo podían iniciar el vuelo ni dónde se situaban sus
posaderos ya que sus características fisiológicas obligan a descartar casi todas las
opciones "habituales".
Los pterosaurios tenían grandes alas membranosas sostenidas por un larguísimo dedo
con las que podían volar. Sin embargo, el resto de sus caracteres (esqueleto, cráneo,
dentición…) son típicamente reptilianos y no guardan relación evolutiva con las aves.
Foto:
Pterodactylus
micronyx.
Documento
de
dominio
público
disponible
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/33/Pterodactylus_micronyx_-_IMG_0677.jpg
en
c. Reptiles acuáticos: plesiosaurios e ictiosaurios
Por fin, existían también diversos reptiles que "volvieron al mar". El más conocido es el
Plesiosaurio cuyas patas se transformaron en grandes aletas otorgando al animal un
aspecto que recuerda al de las actuales focas. Estaba dotado de un cuello larguísimo con
el que cazaba animales acuáticos y alcanzaba una longitud de hasta 15 metros.
Los ictiosaurios lograron un elevado grado de adaptación a la vida marina y vivían lejos
de los continentes. Tenían extremidades convertidas en aletas una forma parecida a la
de nuestros delfines.
Muchos de ellos eran vivíparos y todos respiraban con pulmones lo que les exigía volver
constantemente a la superficie para tomar aire. Su modo de vida debía ser por ello
parecido al de nuestros cetáceos (o nuestras tortugas de mar, descendientes lejanas de
los saurios mesozoicos).
42
La aparición de los mamíferos
Durante el Mesozoico se va diferenciando la clase de los mamíferos. Aunque
aparentemente en un primer momento no se diferencian mucho de los reptiles, de los
que descienden y que son los verdaderos dueños de la naturaleza durante toda esa era,
los mamíferos adquieren una serie de rasgos que les confieren superioridad y que les
permitirán, tras el periodo de extinciones del final del Cretácico, imponerse rápidamente.
Entre las novedades que aportan los mamíferos se pueden destacar las siguientes:
* los mamíferos tienen una piel cubierta de pelo frente a los reptiles que conservan las
escamas propias de su ya lejano origen acuático (y que resultan mucho más pesadas y
menos versátiles);
* los reptiles ponen huevos mientras que los mamíferos son vivíparos (aunque existen
excepciones que podrían considerarse como manifestaciones intermedias: mientras que
la víbora es vivípara el ornitorrinco es ovíparo). De este modo, las crías se desarrollan
dentro del útero materno y están mucho más protegidas de la intemperie y de los
depredadores;
* los mamíferos disponen de paladar (lo que les permite respirar mientras comen o
maman) mientras que los animales anteriores no lo tienen (salvo los cocodrilos);
* los mamíferos, por fin, son homeotermos (es decir, son capaces de regular la
temperatura de su cuerpo con independencia de lo que ocurra en el exterior) mientras
que la temperatura de los reptiles depende de la exterior (y, con ella, el ritmo de sus
funciones vitales) aunque, de nuevo, algunos dispusieron de mecanismos más o menos
eficaces de regulación para atenuar los contrastes térmicos.
Los mamíferos evolucionaron a partir de los reptiles aunque la transición requirió
bastante tiempo y dio lugar a varios grupos sucesivos: pelicosaurio, terápsidos y
mamíferos.
Figura: documento de dominio público disponible en http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mam0004.png
La transición de reptil a mamífero pasó por tres grandes etapas: la de los pelicosaurios,
los terápsidos y los mamíferos propiamente dichos.
Los pelicosaurios datan del Pérmico y muestran ya una diferenciación de las distintas
piezas dentarias, inexistente hasta aquel momento y que va a ser rasgo común de todos
los mamíferos. El dimetrodonte es el animal mejor conocido de este grupo.
43
Los terápsidos descienden de los anteriores y durarán hasta el Triásico. Progresivamente
van adquiriendo los caracteres propios de los mamíferos: posición cada vez más erguida
(los más evolucionados dejan de arrastrar su vientre por el suelo), paladar, dentadura
diferenciada, mandíbula constituida por un sólo hueso y aparición de un sistema auditivo
especializado (nuestros huesecillos del oído interno forman parte en los reptiles de la
articulación de su compleja mandíbula).
Reconstrucción de Thrinaxodon liorhinus, terápsido del Triásico que comparte rasgos
reptilianos (esqueleto, carácter ovíparo..) y de mamífero (presencia de paladar..)
Figura: documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/02/Thrinaxodon_BW.jpg
Por fin, aparecieron los verdaderos mamíferos que dieron lugar a tres grupos
diferenciados:
+ Los monotremas, muy primitivos y con numerosos rasgos reptilianos (como el
ornitorrinco y el equidna). Auténticos fósiles vivientes sólo sobreviven en Australia.
+ Los marsupiales, que sólo son abundantes hoy en Australia gracias al aislamiento de
dicho continente, aparecieron en el Cretácico y fueron suplantados en el resto del mundo
por los placentados, más evolucionados. Sus crías nacen en un estado muy inicial de
desarrollo por lo que éste se completa en una bolsa o “marsupio” que les permite
asomarse al exterior y mamar. Los animales más conocidos de este grupo son los
canguros.
+ Los placentados (o animales con placenta) son los dominantes en la actualidad.
Aparecieron al final del Mesozoico y pese a que en un primer momento eran animales
huidizos de la talla de un ratón, fueron capaces de irradiar muy deprisa dando lugar, al
principio del Terciario, a los principales órdenes de mamíferos actuales.
Las primeras aves
Igual que los mamíferos, las aves descienden de los reptiles (de los que aún en la
actualidad conservan ciertos rasgos como las escamas en las patas). El proceso de
individualización se conoce mal aunque se piensa que proceden de un grupo de
pequeños dinosaurios capaces de volar.
En 1997 se descubrieron en China fósiles de pequeños dinosaurios de 145 x 106
años, del tamaño de un pájaro, con dedos que podrían ser precursores de alas y
una especie de plumas. El origen de estas últimas, en un animal no volador y
carente de alas, plantea diversos interrogantes habiéndose interpretado como
aislantes térmicos, elemento de reconocimiento de especies o reclamo sexual. La
filiación de estos fósiles es difícil de establecer aunque no hay duda de que
representan “etapas intermedias” previas a la aparición de las verdaderas aves.
44
Otras formas muy debatidas aparecen en el Archaeopteryx, fósil jurásico del que
existen una decena de ejemplares procedentes de un único yacimiento alemán,
que durante tiempo se ha considerado como el "eslabón" intermedio entre los
reptiles y las aves. Sin embargo, en la actualidad se considera más bien dentro de
una rama evolutiva distinta y que no logró prosperar.
No está claro que el Archaeopteryx, que tenía el tamaño de una paloma, dientes y
cola vertebrada de reptil pero también alas (terminadas en garras), plumas y cráneo
de pájaro, pudiera volar ya que su esqueleto no parece adaptado a ello.
Los Archaeopterix tenían plumas y alas pero se duda que pudiera volar. Durante mucho
tiempo se ha considerado como un antepasado de nuestras aves pero hoy se considera
que pertenece a otra rama evolutiva que no llegó a prosperar.
Figura: documento de dominio público disponible en
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Archaeopteryx_lithographica_paris.JPG.
Las verdaderas aves, que aparecen en el Cretácico (y de las que los mejores ejemplares
se han encontrado en España), son muy próximas ya a nuestras gaviotas, pelícanos,
flamencos, martín-pescadores... aves todas ellas relacionadas con medios acuáticos
pero muy distantes de los reptiles (aunque es cierto que existía alguna especie dotada de
dientes que se extinguió pronto y que entre las aves siempre han abundado las especies
aberrantes por su tamaño, comportamiento o fisiología).
La evolución de las plantas durante el Mesozoico: aparición de las fanerógamas
Entre los vegetales se produjo otro hecho esencial: el desarrollo de las fanerógamas. La
novedad de estas plantas es que cuentan con órganos reproductores especializados, las
flores, y que en ellos se producen semillas, estructuras complejas pluricelulares (no
unicelulares como las esporas), que se desarrollan tras la fecundación y que, una vez
alcanzada la madurez, se dispersan mucho mejor que las esporas.
Por fin, en las especies más evolucionadas la semilla está recubierta por una envoltura
muy rica en agua y nutrientes (lo que conocemos como “fruto”) que protege al embrión,
45
garantiza que éste va a disponer de recursos nutritivos durante las primeras etapas de su
desarrollo y atrae a numerosas animales que contribuyen a la dispersión.
Las fanerógamas se dividen en dos grupos que aparecieron sucesivamente:
-
Las Gimnospermas, más arcaicas, con flores poco evolucionadas y carentes
aún de auténticos frutos, que aparecieron durante el Carbonífero y fueron las
dominantes durante todo el Mesozoico y hoy representadas principalmente por
las coníferas (pinos, abetos...)
-
Las Angiospermas, plantas con flores desarrolladas y fruto verdadero que
aparecieron en el Cretácico y se hicieron dominantes a partir del Terciario.
Evolución de las plantas: tras el desarrollo de las pteridofitas (helechos…), aparecieron
las gimnospermas (cicadales, coníferas…) que tuvieron su máxima extensión durante el
Mesozoico. Por fin aparecieron las angiospermas, plantas con flor y fruto verdadero que,
dada su superioridad, se impusieron rápidamente y son hoy dominantes.
Figura: documento de dominio público disponible en http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Radiaciontraqueofitas.gif.
La vida en los océanos
Los acontecimientos que tuvieron lugar sobre los continentes se han hecho con todo el
protagonismo. Sin embargo, la pequeña fauna marina experimentó una evolución
trascendental durante el Mesozoico.
Los mares se fueron poblando con multitud de peces, que en el Cretácico tenían ya
caracteres similares a los actuales, numerosos invertebrados (medusas, esponjas,
estrellas de mar, ofiuras...), moluscos, braquiópodos (Terebratula sp.,Rynchonella...),
lamelibranquios (ostras, rudistas...), gasterópodos (lapas, caracoles...) y otros grupos.
Entre los moluscos destacan dos grupos de cefalópodos:
- El de los belemnites, muy próximos a nuestros calamares, cuya pluma fusiforme
es el único testimonio que nos ha llegado de ellos.
46
- El de los Ammonites, animales que estaban protegidos por una concha en espiral
de dimensiones y aspecto muy variados. Probablemente se mantenían a flote entre
dos aguas llenando de aire parte de la concha y avanzaban "a reacción" igual que
lo hacen los calamares.
Los Ammonites (derecha) y Belemnites (izquierda) son dos fósiles característicos del
Mesozoico. Ambos eran cefalópodos (pulpos, calamares…) y algunos alcanzaron
dimensiones muy notables.
Fotos: documentos de dominio público disponibles en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9e/AmmoniteFossil.JPG y
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6c/Fossil-Belemnoidea-complete.jpg
La crisis del final Mesozoico y las grandes extinciones
El final del Mesozoico coincide con un episodio de extinciones masivas que se produjo
hace 65 x 106 años. Se desconoce su duración precisa aunque debió ser muy breve a
escala geológica y, probablemente, fue causado por la caída de un gran meteorito del
que se han encontrado rastros en Chicxulub (Yucatán-México).
El impacto debió producir un descomunal tsunami que arrasó el litoral de todos los
continentes y una gran nube de polvo y gases sulfurosos que alteró bruscamente las
temperaturas y oscureció la tierra durante varios años impidiendo la fotosíntesis. Estas
circunstancias causaron la muerte de la mayor parte de los vegetales y, en
consecuencia, de los animales que dependían de ellos.
Por otra parte, en la misma época se registró en la India el mayor episodio eruptivo de la
historia de nuestro planeta. Su magnitud fue tal que cerca de 1,5 x 106 km2 quedó
cubierto de basalto en un espesor que, en ciertos lugares, supera 2400 metros. Es
seguro que esta megaerupción debió alterar la composición de la atmósfera y modificar
el clima terrestre durante cientos de miles de años sumando sus efectos a los del impacto
de Chicxulub (con el que no se sabe si guarda alguna relación).
Los hechos anteriores supusieron la extinción de 50 a 75% de las especies terrestres (en
particular las de menor capacidad de adaptación y las de mayores dimensiones, como
los dinosaurios). Eso desorganizó la totalidad de los ecosistemas pero, a cambio, “dio
una oportunidad” a numerosos grupos de animales y plantas que no habían podido
expandirse hasta ese momento.
47
LA VIDA EN EL CENOZOICO: GENERALIZACIÓN DE LAS FORMAS ACTUALES
El episodio de extinciones del final del Cretácico da paso a la última de las grandes eras,
el Cenozoico. Al iniciarse este, en el Terciario, los grandes reptiles, la mayor parte de las
especies vegetales anteriores y numerosos organismos que hasta hace poco poblaban
densamente el mar habían desaparecido. Gracias a ello, los mamíferos, aves y plantas
con flores, que existían con anterioridad pero que no habían logrado desplazar a sus
predecesores, se pudieron imponer con gran facilidad: no sólo son muy evolucionados y
capaces de adaptarse a medios dispares sino que, además, no encontraron
competidores capaces de frenar su expansión. Con ello, la mayor parte de la Tierra
quedó poblada por formas de vida “modernas”, similares o muy próximas a las actuales.
Los mamíferos y las aves son los dos grupos de animales que mejor caracterizan el
Cenozoico. Durante ese periodo apareció la mayor parte de las especies actuales
produciéndose una tendencia al gigantismo de muchas especies (que en la mayor parte
de los casos se extinguieron muy deprisa).
Foto: reconstrucción de un dodo, ave de grandes dimensiones que vivía en varias islas del Índico y que
desapareció en el siglo XVI como consecuencia de su caza por los marinos europeos. Documento de
dominio público disponible en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e1/Dodo_1.JPG.
Volvieron a aparecer animales de grandes dimensiones entre varios grupos, como
tiburones de cerca de 30 metros de longitud, pero éstos se fueron enrareciendo a favor
de organismos con dimensiones más "normales": el mar volvió a ser dominado por
diversos moluscos, foraminíferos (los nummulites, por ejemplo, que tras un desarrollo
explosivo se extinguirán en el Oligoceno), peces, similares a los actuales y, al final del
Terciario, por los cetáceos, mamíferos acuáticos que parecen demostrar una nueva
tendencia hacia el gigantismo.
La evolución de las aves, de origen tan incierto, presentó numerosos vaivenes. En el
Paleógeno, por ejemplo, diversos tipos perdieron la aptitud para el vuelo e intentaron
colonizar los continentes "aprovechando" el relativo vacío que existía sobre ellos. Esta
tendencia fue acompañada algunas veces por la adquisición de grandes dimensiones:
algunas especies, hoy desaparecidas aunque emparentadas con los actuales
avestruces, alcanzaron alturas de 3 metros y llegaron a pesar cerca de 400 kg. El caso
más espectacular es el del Moa de Nueva Zelanda, extintinguido en época histórica, que
alcanzaba 3,5 metros de altura y que había perdido totalmente las alas.
Con todo, en el Terciario los continentes se encontraban fragmentados y estas
tendencias evolutivas no prosperaron más que en aquellos lugares (islas principalmente)
48
donde los mamíferos no alcanzaban excesivo desarrollo. En general, las aves se hicieron
dueñas de la atmósfera y, salvo excepciones, lograron su máxima eficacia manteniendo
dimensiones moderadas.
Dentro de la clase de los mamíferos, los placentarios consiguieron imponerse
definitivamente desde el principio del Terciario. Su rápida irradiación permitió la
diferenciación de las familias actuales (cánidos, félidos, úrsidos, etc.).
Algunos mamíferos como las focas o los cetáceos vuelven al mar en época muy tardía
(hacia el Mioceno). No se conoce muy bien cuál fue la evolución que les llevó hasta ahí.
Es interesante no obstante observar que es precisamente hacia el Mioceno cuando se
produce la mayor diversificación de taxones dentro de los mamíferos y cuando aparece la
mayoría de lo que podemos considerar "fauna actual" (en medio, es cierto, de otras
numerosas especies que han desaparecido con posterioridad).
En cuanto a la vegetación, el predominio de los tipos "actuales" es anterior por producirse
ya desde el principio del Terciario (aunque el clima generalizadamente cálido que
imperaba entonces hace que la mayor parte de la tierra estuviera ocupada por especies
que hoy consideramos como tropicales).
Como suele ocurrir cada vez que un grupo se impone a los demás y se expande con
éxito, durante el Cenozoico los mamíferos ocuparon todo tipo de medios. Algunos, como
los murciélagos se hicieron voladores mientras que otros “volvieron al mar” donde
compiten con los peces.
Foto: ballenas piloto (Globicephala melas) y delfín mular (Tursiops truncatus) en aguas gibraltareñas.
49
1.2.4 El planeta como sistema: interacciones entre la vida y el entorno terrestre
Desde una perspectiva sistémica la Tierra puede considerarse como un gran sistema
abierto:
-
Absorbe energía procedente del Sol.
Recibe energía y materia de los meteoritos.
Su gravedad interactúa con la de los demás cuerpos del Sistema Solar.
Disipa energía en forma de calor…
Por otra parte, tiene la capacidad de autorregularse (se encuentra en una situación de
“homeostasis”) lo que le permite mantener en su superficie una temperatura media más o
menos estable en torno 15ºC que hace posible la existencia de agua líquida y, con ella,
de la vida.
El sistema terrestre puede descomponerse en varios componentes que, a su vez, se
comportan ellos mismos como sistemas complejos aunque de un rango inferior.
Dependiendo de nuestros intereses, podemos destacar unos u otros pero, desde un
punto de vista geográfico, los más importantes son

La atmósfera, mezcla gaseosa que forma la capa más externa del planeta,

La hidrosfera: capa discontinua de agua que cubre en parte la superficie sólida
del planeta (agua continental, oceánica, hielo, de la atmósfera y de los seres
vivos)

La geosfera, parte mineral que constituye el “armazón” sólido de la Tierra

La biosfera: conjunto formado por todos los seres vivos que habitan la Tierra

La antroposfera, que incluye a la especie humana y a sus creaciones y
manifestaciones culturales.
Todos estos sistemas se relacionan entre sí permitiendo el mantenimiento de una
situación de equilibrio dinámico compatible con la existencia de la vida. La biosfera, por
ejemplo, presenta un complejísimo conjunto de interacciones entre sus propios
elementos pero también con los demás sistemas a través de los ciclos del agua, materia
y energía o de la influencia que el medio ejerce en los seres vivos. Pero, al mismo
tiempo, los procesos biológicos han modificado drásticamente las características de su
entorno: el oxígeno contenido en la atmósfera es efecto de la fotosíntesis de las plantas y
no existiría sin ellas del mismo modo que el contenido en bicarbonatos de las aguas
oceánicas se relaciona con los seres vivos, etc.
El estudio de la biosfera, objeto de interés de la Biogeografía y de la Ecología, debe tener
en cuenta esta perspectiva sistémica. La biosfera es un sistema abierto que intercambia
energía y materia con los demás y no puede entenderse sin el conocimiento de este
conjunto de relaciones “hacia fuera”.
A su vez, la biosfera está compuesta por un gran número de ecosistemas.
Llamamos ecosistema a una unidad compuesta por un conjunto de organismos que
comparten el mismo hábitat y que son interdependientes entre sí y respecto a su entorno
físico.
La parte biótica de un ecosistema se conoce como comunidad o biocenosis (el conjunto
de seres vivos que componen un ecosistema).
Los ecosistemas que comparten un mismo tipo de clima y gran parte de sus especies y
ciclos biogeoquímicos se agrupan en biomas. Normalmente, los biomas serán la unidad
de análisis en Biogeografía a la hora de describir las características de las distintas
regiones de la Tierra.
50
SISTEMA SOLAR
planetas
SIST. TERRESTRE
Asteroides y otros
ATMÓSFERA
BIOSFERA
…otros
ECOSISTEMAS
1
2
3
4
BIOMA A
5
…
6
7
8
BIOMA B
…
9
10
11
12
13
…
BIOMA C…
Como ya se ha dicho, la vida terrestre apareció hace aproximadamente 3.800 millones de
años en forma de pequeños organismos unicelulares aparentemente insignificantes. Sin
embargo, a partir de ese mismo instante, la Tierra empezó a diferenciarse de los demás
planetas y ya nunca volvería a ser la misma ya que esos modestos microorganismos
ejercieron una importantísima influencia en su evolución posterior y determinarían un
rumbo diferente del que adoptaron los demás planetas carentes de vida.
La atmósfera que se encontraron los primeros seres vivos era muy distinta a la actual ya
que estaba compuesta por dióxido de carbono (CO2), monóxido de carbono (CO),
metano (CH4), amoniaco (NH4) y otros gases. Esta mezcla era incompatible con la vida al
aire libre pero no afectaba a los microorganismos acuáticos que pudieron proliferar sin
problemas. Sin embargo, al ser fotosintetizadores, estos organismos fueron fijando
dióxido de carbono, contribuyendo a su progresiva disminución, y, cambio, fueron
liberando moléculas de oxígeno (O2), un subproducto de su actividad. De este modo, éste
empezó a incorporarse en una atmósfera que, hasta aquel momento, carecía de él.
En un primer momento el oxígeno producido por los seres vivos reaccionó con las
sustancias presentes en el mar, como el hierro, generando minerales que se acumularon
en el lecho oceánico e impidiendo su permanencia en la atmósfera. Sin embargo, a
medida que estas sustancias iban siendo neutralizadas, el oxígeno empezó a acumularse
en el aire.
En cuanto el oxígeno empezó a ser suficientemente abundante se hizo posible la
formación de ozono (O3) que, situándose en la estratosfera, empezó a filtrar la letal
radiación UV haciendo posible la vida sobre la superficie del mar y, luego, sobre los
continentes. Su presencia favoreció un desarrollo explosivo de los vegetales que, a partir
de ese momento se encargaron de mantener la producción de oxígeno a través de la
fotosíntesis en un claro mecanismo de retroalimentación.
De esta forma, la proporción de oxígeno en el aire fue en aumento constante hasta su
estabilización, al principio del Paleozoico, momento en el cual la atmósfera adquirió su
composición definitiva.
La tasa de concentración del oxígeno y del dióxido de carbono ha permanecido
prácticamente constante desde ese momento haciendo posible la vida en la Tierra: el
oxígeno nos defiende de la radiación UV y es imprescindible para la respiración y
metabolismo de los organismos mientras que el dióxido de carbono regula el efecto
51
invernadero permitiendo a la Tierra mantenerse dentro de unos límites de temperatura
compatibles con la vida. De esta forma, los ecosistemas terrestres dependen del clima
pero, a su vez, éste está regulado por la biosfera y las interacciones entre uno y otro
contribuyen al mantenimiento de una situación de equilibrio dinámico.
Algo parecido ocurre con los demás componentes del sistema terrestre. La vegetación
desempeña un importante papel en el ciclo hidrológico y ejerce una gran influencia en la
hidrosfera a la vez que depende de ella: hasta el 90% del peso de ciertas plantas está
compuesto por agua y sin ella la vida no es posible pero, al mismo tiempo, los bosques
contribuyen eficazmente a regular la humedad atmosférica, las lluvias y el balance hídrico
de las cuencas hidrográficas y lo mismo se puede decir en el caso de los suelos o del
sustrato geológico.
La constatación de los hechos anteriores sirvió de base a la hipótesis Gaia ideada por el
químico británico James Lovelock y divulgada por la bióloga Lynn Margulis en los años
70 y 80 y que estuvo muy en boga durante las dos décadas siguientes. De acuerdo con
ella, la vida es capaz de generar y mantener las condiciones necesarias para su propia
existencia determinando las características de su entorno. Según la hipótesis Gaia, la
atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente
donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones
esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los
océanos.
52
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 2. Los factores de distribución de los seres vivos
2.0 Introducción: los factores de distribución de los seres vivos.
2.1 Factores que determinan la distribución de los seres vivos a escala regional: el
papel del clima.
2.2. Factores que determinan la distribución de los seres vivos a escala local: el
ecosistema.
2.3 Los cambios de distribución en el tiempo: de la escala geológica a la escala
humana.
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
2.0 INTRODUCCIÓN: LOS FACTORES DE DISTRIBUCIÓN DE LOS SERES VIVOS
La distribución de los seres vivos a través de la tierra no es aleatoria ya que las
posibilidades de supervivencia de cada especie dependen de su adaptación a las
circunstancias de cada región.
Los factores susceptibles de influir en la presencia o ausencia de los distintos taxones
son muy diversos y su análisis pormenorizado no es posible en este lugar. Por eso, en
las próximas páginas la atención se centrará en el papel desempeñado
•
•
•
por determinados elementos del clima, como la iluminación, temperatura y
humedad, que resultan determinantes a escala regional (y que explican, por
ejemplo, la inexistencia de palmeras en las regiones frías o que no existan
renos en la sabana)…
por algunos aspectos relacionados con la evolución y funcionamiento interno
de los ecosistemas responsables de la presencia o ausencia de ciertas
especies a nivel local (por ejemplo, la existencia de numerosas plantas no es
posible allí donde no se encuentren los insectos que se encargan de su
polinización)…
por el papel desempeñado por el ser humano que ha alterado conscientemente
la cubierta vegetal para adaptarla a sus necesidades (roturación, agricultura…),
que, cada vez más, modifica involuntariamente las áreas de distribución de
numerosos taxones (bioinvasiones…) y que está provocando la extinción de
otros muchos.
La distribución de las especies es el
resultado de la combinación de numerosos
factores naturales y humanos y cambia a
medida que lo hacen éstos. Sin embargo, a
medida que aumenta la antropización del
medio, los aspectos humanos son cada vez
más determinantes. El área de distribución
del elefante africano abarcaba todo el
continente en la antigüedad, quedó luego
reducida a las áreas intertropicales y, en la
actualidad,
aparece
totalmente
fragmentada como consecuencia de la
transformación del entorno y de la caza
excesiva.
Fuente: imagen de dominio público disponible en
http://en.wikipedia.org/wiki/File:African_Elephant_dist
ribution_map.svg.
Pero el conocimiento de la localización actual de los factores determinantes no es
suficiente para explicar la distribución de las especies ya que éstos varían
continuamente a lo largo del tiempo como consecuencia de las fluctuaciones del clima,
de los cambios que experimentan el relieve y la posición de los continentes o de la
propia evolución de las especies y de los ecosistemas. De ahí que en muchos casos
no sea posible entender las áreas actuales de distribución de los taxones sin tener en
cuenta la historia biogeográfica reciente de la región en la que se encuentran y el
trabajo debe adoptar una doble perspectiva espacial y cronológica (que, a su vez,
debe utilizar dos escalas temporales distintas: la geológica y la humana).
2
2.1 Factores que determinan la distribución de los seres vivos a escala regional:
el papel del clima
2.1.1 La luz
Prácticamente todos los seres vivos dependemos directa o indirectamente de la luz ya
que ésta es la que hace posible la función clorofílica mediante la que los vegetales
sintetizan la materia orgánica a partir de sustancias minerales.
Las únicas excepciones a esta regla se encuentran entre algunos microorganismos muy
especializados o extremófilos como las bacterias que viven bajo tierra o en los extraordinarios ecosistemas de las cuevas rumanas o de las fosas oceánicas que aprovechan el calor
terrestre y las emisiones sulfurosas.
Simplificando mucho se puede representar la fotosíntesis a través de la siguiente fórmula:
6CO2 + 12H2O
C6H12O6 + 6H2O + 6O2
luz / clorofila
+ 696 calorías
La fotosíntesis exige pues la presencia de gas carbónico, agua y energía en forma de luz.
El dióxido de carbono está bien mezclado con los demás componentes de la atmósfera,
presenta proporciones relativamente similares en todo su volumen y no constituye por
ello un factor de diferenciación espacial (aunque las variaciones de su contenido a lo
largo del tiempo influyen en la productividad vegetal del conjunto de la biosfera). En la
práctica, puede por tanto considerarse como una constante.
El agua implicada en la fotosíntesis es la contenida en el interior de las células vegetales
y para una misma especie tampoco varía significativamente entre unas regiones de la
tierra y otras (aunque su desigual disponibilidad a lo largo del año puede determinar el
ritmo vital de los vegetales como se verá más adelante).
La eficacia de la fotosíntesis aumenta con la luz y con la temperatura.
Fuente: elaboración propia.
Sin embargo, la energía lumínica que reciben los vegetales varía mucho: hay plantas que
se encuentran expuestas al sol mientras que otras permanecen siempre en penumbra
del mismo modo que, dentro de una misma planta, unas partes se encuentran más
iluminadas que otras.
Por otra parte, las horas de luz varían estacionalmente de acuerdo con factores cósmicos
que pueden considerarse como constantes (la duración del día y de la noche varían tanto
3
más cuanto más elevada sea la latitud pero lo hacen de manera regular de un año a otro)
lo que tiene una gran influencia en los vegetales que solo pueden fotosintetizar durante
las horas diurnas.
Grosso modo, puede considerarse que la energía solar que incide sobre las plantas
proporciona luz y calor. Sin embargo, del total de luz que incide sobre la superficie de las
hojas, sólo una mínima proporción resulta útil a la fotosíntesis ya que
-
cerca del 20% se refleja (es el albedo),
10% atraviesa las hojas,
20% se difunde en forma de calor
48% es absorbido y transformado en calor que, a su vez, será utilizado para la
transpiración.
Ello hace que la energía precisa a la fotosíntesis proceda de tan sólo el 1 o el 2% del total
de la luz incidente.
Esta reducida proporción es aún menor en los medios subacuáticos ya que el agua detiene
eficazmente la radiación solar y a 50 metros de profundidad la oscuridad es casi total.
En general, la actividad fotosintética es una función logarítmica de la intensidad de la luz:
cuanto mayor es la iluminación, más eficaz es la fotosíntesis y más rápidamente puede
desarrollarse la planta. Sin embargo, este incremento de la productividad tiene un límite
y, alcanzado un determinado umbral, el aumento de la luz deja de ser útil o incluso puede
perjudicar a la planta.
Las razones que explican este “techo” de productividad no son suficientemente conocidas
aunque es probable que esté controlado por varios hechos más o menos encadenados:
-
cierre de los estomas para evitar que el exceso de evaporación seque la hoja,
aceleración excesiva de la respiración debida al calentamiento de la hoja,
oxidación de la clorofila,
a largo plazo, daños producidos por el exceso de radiación UV.
Todas las plantas necesitan luz y la escasez de ésta puede impedir la presencia de las
especies más exigentes. Eso es lo que ocurre en el interior de los bosques más
espesos cuyos sotobosques son por ello muy pobres.
Foto: bosque patagónico en el Chaltén, Argentina.
4
No obstante, esta eficacia varía mucho de unas especies a otras ya que cada una de
ellas ha evolucionado en un entorno distinto buscando siempre obtener el máximo
rendimiento y desarrollando para ello el tipo de hoja más adecuado al ambiente en el que
vive. Ello permite hacer una primera diferenciación entre especies “heliófilas” (o amantes
de la luz) y “esciófilas” (o plantas de sombra) o incluso, en un mismo individuo, entre
hojas de sol y hojas de sombra.
Plantas heliófilas
Son aquellas cuyos rendimientos óptimos se producen bajo una luz intensa. La mayor
parte de las hierbas pertenecen a esta categoría pero también numerosos matorrales y
árboles en sus etapas adultas.
En el interior del bosque suele haber pocas hierbas porque la mayoría de la luz es
interceptada por los árboles y aquellas son incapaces de vivir en penumbra. Sin embargo, si
se produce un claro que permita a la luz llegar hasta el suelo, hacen inmediatamente su
aparición los llantenes, zarzas, helechos, Rumex, Artemisia, Epilobium u otras herbáceas
(que se eclipsarán de nuevo en cuanto el crecimiento de los árboles vuelva a reducir la
iluminación).
Las plantas pioneras, las primeras que se instalan en un lugar, suelen ser heliófilas tanto
si son herbáceas como si se trata de matorrales o árboles. Es el caso del pino albar
(Pinus sylvestris), el abedul (Betula spp), el avellano (Corylus avellana), etc.
Las plantas heliófilas obtienen sus mejores rendimientos bajo iluminaciones intensas
aunque un exceso de luz es perjudicial y puede causar graves daños a las células de
los vegetales. Por eso, en los lugares más expuestos las plantas reducen su tamaño, se
vuelven muy leñosas y protegen sus hojas de diversas maneras (en este caso con una
pelusilla blanca que permite reflejar parte de la luz).
Foto: desierto de Kara Kum (Turkmenistán).
Plantas esciófilas
Son las que prosperan en lugares sombreados y constituyen por ello el sotobosque de
formaciones cerradas. En los bosques de Europa Occidental destacan el rusco (Ruscus
aculeatus), la anémona del bosque (Anemone nemorosa), los jacintos... En algunos
casos, estas plantas necesitan luz en las primeras fases de su desarrollo por lo que
florecen muy tempranamente gracias a las reservas que acumularon durante el otoño
5
anterior antes de que los árboles del bosque caducifolio recuperen sus hojas.
En el caso de los árboles la exigencia de sombra suele limitarse a las primeras fases de
su desarrollo. Luego, las copas se expondrán al sol y, a su vez, generarán la sombra
necesaria a la descendencia. Ejemplos típicos son el haya (Fagus sylvatica), el arce
(Acer spp), el tilo (Tilia cordata), el tejo (Taxus baccata)... No obstante, todos ellos suelen
conservar hojas de sol en las ramas altas y de sombra en las bajas
En cualquier caso, todas las plantas necesitan luz y por debajo de un determinado
umbral muy pocas son capaces de sobrevivir. Este es uno de los factores que explican la
pobreza de ciertos sotobosques: al suelo de un robledal denso no llega más del 10% de
la luz pero se han registrado valores próximos al 1% bajo un bosque de alerces y del
0,1% en la pluvisilva ecuatorial.
Las hojas adaptadas a un medio sombreado son generalmente más delgadas y anchas
que las habitualmente expuestas al sol. En ellas además el "balance de asimilación"1
suele ser negativo: la planta absorbe más oxígeno en su respiración del que libera por
fotosíntesis.
Las hojas de las esciófilas aprovechan mucho mejor las débiles iluminaciones que las de
las heliófilas: en un fresno (Fraxinus excelsior) las hojas de sombra presentan un balance
de asimilación positivo a partir de 200 lux mientras que en las de luz no es positivo hasta
los 700.
De la misma manera, este balance aumenta hasta los 20.000 lux en las hojas de sombra
(manteniéndose después estable) mientras que aumenta hasta los 60.000 en las de luz.
El rendimiento óptimo se corresponde con el medio en el que se sitúan habitualmente
unos y otros tipos de hojas.
Los hongos y algunos animales pueden vivir en la oscuridad, por ejemplo en cuevas, aunque
al no ser capaces de sintetizar materia orgánica necesitan disponer de recursos nutritivos
procedentes de otros lugares. Los animales típicamente cavernícolas (“troglobios”) se han
adaptado a la oscuridad total y suelen ser ciegos y carecer de pigmentos.
Foto: Amanita muscaria, hongo característico del bosque oceánico en el Saja (Cantabria, España) y “jameíto”
(Munidopsis polymorpha), pequeño cangrejo ciego y albino que vive en los tubos de lava de Lanzarote (CanariasEspaña).
1
Relación entre el oxígeno consumido por el metabolismo y el liberado por la fotosíntesis. Se produce un
balance positivo cuando se alcanzan condiciones óptimas para la planta y el segundo supera al primero.
6
El fotoperiodo
La duración de los días y de las noches varía a lo largo del año en toda la tierra de forma
proporcional a la latitud y de acuerdo con el ritmo de las estaciones.
Estas variaciones son nulas o insignificantes en las proximidades del Ecuador, donde el
día y la noche duran siempre 12 horas pero resultan máximas en las regiones polares
donde el sol no se pone durante el verano mientras que en invierno la oscuridad es
permanente.
Este hecho implica que a lo largo del año el número de horas útiles para el desarrollo de
la fotosíntesis permanece invariable en el Ecuador pero fluctúa enormemente en las
regiones de latitudes altas. Las plantas han tenido que adaptarse a esta variación en el
tiempo diario de exposición, el llamado “fotoperiodo”, sincronizando sus ciclos vitales
gracias a él.
Las horas de iluminación solar varían de manera distinta a lo largo del año dependiendo de la
latitud.
Fuente: elaboración propia a partir de la aplicación disponible en http://ptaff.ca/soleil/?lang=en_CA.
En función de esta adaptación al fotoperiodo, las plantas pueden clasificarse en cuatro
grandes grupos:
* Plantas "de días cortos": son propias de los trópicos y no florecen más que con
periodos de iluminación próximos a las 12 horas. Cuando se plantan en regiones
de latitudes altas crecen exageradamente durante el verano gracias a la larga
duración del día (lo que puede resultar muy rentable en caso de cultivo) pero son
incapaces de florecer hasta el otoño, cuando día y noche se igualan. Ejemplos de
especies que muestran este comportamiento son la caña de azúcar, el crisantemo,
la dalia y ciertas variedades de tabaco.
* Plantas “de días largos”: son las que necesitan más de 12 horas diarias de
iluminación para poder florecer. Suelen abundar en latitudes superiores a los 40º.
La iluminación insuficiente suprime la floración de estas plantas e inhibe su normal
desarrollo lo que les permite concentrar su actividad en verano, la estación más
favorable.
* Plantas de fotoperiodo intermedio, a medio camino entre las dos anteriores y
características de las latitudes medias, incluyen, por ejemplo, la mayor parte de los
cereales cultivados.
* Plantas indiferentes, en las que el fotoperiodo no parece ejercer ninguna
influencia. En este grupo se suelen incluir también aquellas capaces de iniciar su
desarrollo, o incluso de florecer, a oscuras gracias a las reservas contenidas en sus
raíces como ocurre en el caso de algunos jacintos y narcisos.
7
En todos los casos, la puesta en marcha o la inhibición de algún mecanismo regulado por
la luz parece realizarse a través de la síntesis de hormonas en las hojas.
El fotoperiodo actúa como un "reloj biológico" que permite a los seres vivos iniciar la
reproducción o desarrollarse en el momento más oportuno del año (limitando el riesgo de
fracasos) y ello tanto en el caso de los vegetales como en el de los animales donde
migraciones periódicas, hibernación, celo u otras pautas de comportamiento suelen estar
reguladas por el fotoperiodo.
Aparentemente los humanos estamos bastante “liberados” de este reloj biológico, cada vez
más suplantado por otro de tipo cultural. Sin embargo, las horas de sueño (así como la
dificultad para conciliarlo), la incidencia de estados de ánimo, las apetencias alimentarias y
otros hechos parecen mostrar cierta estacionalidad y pueden interpretarse como "residuos"
de ciclos biológicos anuales.
8
2.1.2 Las temperaturas
El metabolismo de los seres vivos exige temperaturas dentro de unos márgenes muy
precisos. El frío excesivo imposibilita los intercambios entre el suelo y las plantas, detiene
la asimilación clorofílica, ralentiza considerablemente la respiración y deteriora los
órganos o tejidos más expuestos. En cambio, temperaturas demasiado altas
desnaturalizan las enzimas de las que depende el metabolismo y dañan o destruyen las
estructuras moleculares y membranas celulares. Por eso, la vida es muy difícil por debajo
o por encima de -10 y 50ºC respectivamente.
La productividad primaria de los ecosistemas guarda una estrecha relación con las
temperaturas aumentando de forma regular a medida que lo hacen éstas.
Fuente: reelaboración a partir de Lieth, 1975.
No obstante, y dentro de los límites mencionados, a los animales y a las plantas les
beneficia el calor y sus reacciones metabólicas se aceleran por dos o por tres por cada
10º de ascenso de las temperaturas. A la inversa, la mayoría de ellos debe ralentizar sus
funciones vitales cuando las temperaturas son bajas. De ahí que el crecimiento,
desarrollo y actividad de la mayoría de los organismos dependa de la temperatura
ambiente y suelan ser más importantes en las regiones cálidas que en las frías.
a. Los animales
Dos grandes grupos de animales, las aves y los mamíferos, disponen de mecanismos de
termorregulación que les permiten mantener una temperatura corporal constante. Se dice
que son “homeotermos” (o animales de “sangre caliente”).
Los demás animales, con algunas excepciones, son incapaces de regular el calor
corporal, que varía continuamente. Se dice que son “poiquilotermos”. Los animales
poiquilotermos (los mal llamados “de sangre fría”) deben adaptar su comportamiento para
intentar mantener sus organismos lo más cerca posible de la temperatura ideal
(generalmente en torno a 27ºC) tomando el sol o protegiéndose de él alternativamente.
Cuando las temperaturas se acercan a 0º estos animales pierden vitalidad y acaban
muriendo de frío. Sólo algunos organismos altamente especializados han desarrollado
mecanismos de defensa contra el frío excesivo (como la producción de sustancias
“anticongelantes”, glicerol u otras, que aparecen en los jugos celulares de determinados
peces o insectos).
9
Las células de algunos animales, generalmente microorganismos aunque también
artrópodos y peces, contienen sustancias que actúan de anticongelante y que les
permiten vivir sin problemas en ambientes extremadamente fríos. Andiperla willinki (foto)
es un pequeño insecto que pasa toda su vida en el hielo alimentándose de bacterias o
sustancias traídas por el viento.
Fuente: imagen de dominio público disponible en http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Andiperla1.jpg.
En cambio, los animales homeotermos logran mantener su temperatura y se ven
relativamente libres del influjo exterior lo que les permite mantener sus ritmos vitales
constantes a lo largo de todo el año. A cambio, necesitan consumir alimentos energéticos
en abundancia y evitar pérdidas excesivas de calor durante los periodos desfavorables
(para lo que suelen contar con gruesas pieles o capas de grasa). Por eso, algunos
animales que no logran disponer de los recursos necesarios para mantener su
temperatura corporal se ven obligados a reducirla durante las épocas más frías
ralentizándose por lo mismo sus constantes vitales y produciéndose lo que se conoce
como “hibernación”.
Los animales poiquilotermos son incapaces de mantener su calor corporal por lo que su
metabolismo y vitalidad disminuyen drásticamente cuando las temperaturas disminuyen.
De ahí que muchas especies sean incapaces de vivir en las regiones frías.
Foto: víbora bufadora (Bitis caudalis) en el Kalahari, Botswana.
10
A la inversa, cuando el calor resulta excesivo los animales deben protegerse para evitar
sufrir daños (el cuerpo puede generar calor pero no dispone de mecanismos eficaces
para reducir su propia temperatura).
En tales casos, la transpiración y consiguiente evaporación es un sistema de defensa
muy eficaz en los animales superiores.
La principal limitación de este mecanismo es que no puede mantenerse durante mucho
tiempo si no se garantiza la inmediata restitución del líquido perdido: una persona puede
producir hasta 1,6 litros de sudor por hora lo que, en términos energéticos, equivale a una
pérdida de 900 kcal pero conlleva un riesgo de deshidratación.
Por eso, en los desiertos los animales suelen ocultarse durante las horas de mayor
insolación en sus madrigueras (donde las temperaturas pueden ser hasta 30º inferiores a
las de la superficie del suelo) y una gran proporción de los animales de las regiones más
calurosas limitan su actividad a las horas nocturnas.
Es habitual que los animales de las regiones frías defiendan su temperatura corporal por
medio de gruesas capas de grasa. Esta es un buen aislante térmico y constituye una
reserva de sustancias muy energéticas que el organismo del animal puede utilizar en
caso de necesidad.
Foto: lobos de mar (Otaria flavescens) en Concón, Chile.
b. Las plantas
Los vegetales no son capaces de mantener su temperatura constante, son
poiquilotermos, por lo que los cambios de temperatura determinan su crecimiento y
desarrollo. En general, requieren temperaturas comprendidas entre 5 y 40ºC para poder
crecer (aunque cada taxón tiene su temperatura óptima).
El aumento de temperatura acelera la fotosíntesis hasta alcanzar un umbral que
constituye el máximo (o “temperatura óptima”) de cada especie.
Superado ese umbral, la planta empieza a cerrar los estomas para no perder agua lo que
implica una reducción del CO2 disponible y, por tanto, la paralización de la fotosíntesis
(véase el apartado siguiente: “el agua”). Por otra parte, un calor excesivo puede
desnaturalizar los enzimas u otras sustancias de los que dependen las funciones vitales
11
de los vegetales paralizándolas o incluso acarreando la muerte de la planta.
En sentido opuesto, temperaturas muy bajas reducen la eficacia de la fotosíntesis y
ralentizan el conjunto de las funciones vitales de los vegetales (que suelen detenerse
totalmente cuando se alcanza el punto de congelación). No obstante, las plantas son
capaces de sobrevivir al frío a condición de que el enfriamiento se produzca
progresivamente y en “el buen momento” del año. En cambio, en caso de enfriamiento
muy brusco, el agua contenida en las células se congela y los cristales de hielo destruyen
las células produciendo su muerte.
Los umbrales de temperatura entre los que puede desarrollarse la fotosíntesis varían
mucho según las especies que, dependiendo de la región en la que se encuentren, han
adoptado estrategias adaptativas muy diversas. Las especies de climas cálidos necesitan
temperaturas altas para fotosintetizar eficazmente mientras que las de clima frío la hacen
mejor con temperaturas bajas.
El área de distribución de las plantas coincide frecuentemente con un umbral muy
preciso de temperaturas demostrando la importancia de este factor para los seres vivos.
Fuente: elaboración propia a partir de H.Walter, 1997 y el mapa de dominio público disponible en
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Europe_topography_map.png?uselang=es.
Por otra parte, la tolerancia a los cambios de temperatura varía mucho dependiendo de
las especies lo que permite diferenciar entre
•
•
las plantas “euritermas”, capaces de aguantar una gran amplitud térmica, y
las “estenotermas”, que soportan muy mal las variaciones de temperatura.
12
Dado todo lo anterior, es fácil entender la importancia que tiene el conocimiento de las
temperaturas para la comprensión de la distribución de las especies cuyas áreas, en
muchos casos, coinciden con una determinada isoterma (aunque la exigencia puede
limitarse a ciertas etapas del desarrollo de la planta).
Las plantas de latitudes medias y altas desarrollan mecanismos de defensa contra el
frío que les permiten soportar fuertes heladas sin sufrir daños. Sin embargo, estos
mecanismos frenan sus funciones vitales y deben desactivarse en la estación favorable
para permitir el normal desarrollo de los ciclos vegetativos. Por eso, estas plantas son
muy vulnerables en caso de heladas “fuera de temporada”.
Fuente: elaboración propia a partir de Sutcliffe, 1979.
Pero no basta con tener en cuenta las temperaturas medias o extremas ya que su
oscilación a lo largo del año o del día (el “termoperiodo”, como se denomina algunas
veces) también puede ser muy importante.
La adaptación a las temperaturas es tal que algunas plantas necesitan “sufrir” durante un
tiempo esas condiciones, en principio desfavorables, contra las que se están
defendiendo. Así, en las regiones de latitudes medias, la fuerza con que se abrirán las
yemas de muchos vegetales depende, por ejemplo, del periodo de reposo invernal
durante el cual tienen lugar numerosas transformaciones químicas y físico-químicas en el
interior de sus células.
Los ejemplos de este tipo son muy numerosos: hay melocotoneros que exigen cada
invierno un mínimo de 400 horas por debajo de 7ºC para poder florecer y acumular azúcar
en sus tejidos; las semillas de la genciana amarilla, Gentiana lutea, no germinan cuando se
recogen en otoño a no ser que se conserven hasta la primavera dentro del frigorífico y
muchas variedades de coles, espinacas, zanahorias y otras plantas se tratan en cámaras
frigoríficas para poder cultivarse satisfactoriamente en entornos tropicales.
Las temperaturas extremas producen un fuerte estrés en las plantas y el tiempo que
éstas son capaces de aguantarlas es limitado:
El cactus gigante norteamericano (Cereus giganteus) puede soportar temperaturas de hasta
-8ºC durante algunas horas sin sufrir daños lo que le permite sobrevivir a una noche de
fuerte frío. Sin embargo, si el ambiente no se suaviza durante el día, muere a la segunda
noche aunque los valores alcanzados no sean tan extremos.
13
No obstante, las plantas suelen reaccionar antes de exponerse a una situación de
peligro.
•
•
Cuando las temperaturas suben en exceso, la planta acelera su transpiración
(con lo cual, la evaporación absorbe calor de la superficie foliar y tiene un efecto
refrigerante).
Cuando las temperaturas bajan demasiado, aumenta la viscosidad y el contenido
en sales de los líquidos vegetales lo que dificulta su congelamiento y ralentiza la
circulación (limitando los efectos deletéreos de una posible aparición de cristales
de hielo).
Sin embargo, estas defensas tienen inconvenientes y no suelen adoptarse más que
durante las estaciones críticas. De ahí lo peligrosas que resultan las olas de calor y de
frío fuera de temporada (aunque no se alcancen en ellas valores extremos).
Numerosas plantas se han adaptado a las regiones frías y disponen de diversos
sistemas que les permiten evitar la congelación a costa de ralentizar su crecimiento y
reducir al extremo sus dimensiones .
Foto: abedul enano, Skridalur (Islandia).
14
2.1.3 El agua
El agua es el vehículo que permite el transporte tanto de los nutrientes como de los
productos sintetizados por los vegetales. Todos ellos circulan de forma incesante en el
interior de las plantas en forma de savia bruta o elaborada y constituyen una parte muy
importante de su volumen (cerca de la mitad del peso de las plantas, y hasta el 90% del
de ciertas hojas, está constituido por agua).
La velocidad a la que se produce esta circulación varía de unas plantas a otras y guarda
relación con el balance absorción/transpiración (o, si se quiere, de la cantidad de agua de
la que disponen los vegetales). Suele ser rápida en las regiones húmedas y lenta, o
extremadamente lenta como en el caso de algunos cactos, en las secas.
El agua es uno de los compuestos más necesarios para la existencia de la vida de
forma que los lugares que carecen de ella resultan prácticamente abióticos. En las
regiones en las que escasea, como los desiertos, la biomasa tiende a reducirse a la vez
que lo hace el número de especies capaces de sobrevivir.
Foto: hammada du Guir (Sahara, Marruecos).
La absorción se realiza a través de las raíces y el agua se incorpora al interior de la
planta gracias a una suma de mecanismos:
•
•
•
por capilaridad gracias al diminuto diámetro de las raicillas
por el efecto de succión inducido por el vacío que genera la transpiración
por mecanismos osmóticos (las membranas celulares son "semipermeables" y
dejan pasar el agua pero no la savia, mucho más "espesa").
La ósmosis es un fenómeno físico que se produce cuando dos soluciones de
diferente concentración están separadas por una membrana “semipermeable”. En
tales casos, los líquidos tienden siempre a mezclarse de forma espontánea para
igualar su concentración. Sin embargo, la membrana semipermeable no permite el
paso de las mayores moléculas ni de las soluciones más viscosas e implica que el
flujo sólo se produzca de la solución menos concentrada a la más concentrada (o, lo
que es lo mismo, del suelo hacia la planta).
15
La transpiración es la pérdida de agua en forma de vapor que se produce en la
superficie de los órganos exteriores de las plantas (sobre todo de las hojas). Tiene lugar
simultáneamente
-
a través de la cutícula (capa compuesta por ceras y lípidos que recubre las
células exteriores de las plantas y que actúa de “piel” protegiéndolas de
agresiones externas y limitando las pérdidas de agua)
y de los estomas (poros de la superficie de las hojas compuestos por dos
células que controlan el cierre o la apertura del orificio).
Las pérdidas de agua a través de la cutícula varían mucho según las especies:
-
El pino albar (Pinus sylvestris) pierde cada hora 1.6 mg agua/gramo de materia
fresca.
El haya (Fagus sylvatica) 24 mg agua/gramo de materia fresca.
… y la hierba de Santa Catalina, Impatiens noli-tangere, que se marchita nada
más ser cortada, 130 mg agua/gramo de materia fresca.
Esto explica que algunas plantas se conserven y mantengan “bonitas” durante
bastante tiempo después de ser cortadas (como ocurre con los “pinos de Navidad”)
mientras que otras se queden marchitas y flácidas casi inmediatamente.
Numerosos árboles de todas las regiones tropicales son capaces de almacenar
eficazmente el agua absorbida durante la estación lluviosa y constituir reservas para la
seca. Suelen hacerlo en sus troncos, anchos y de madera esponjosa.
Foto: Brachychiton rupestris, Queensland (Australia).
En general, las pérdidas son máximas en las plantas acuáticas y adquieren sus valores
mínimos en las zonas áridas.
La transpiración es mucho más intensa a través de los estomas aunque las plantas son
capaces de controlarla mediante la mayor o menor apertura de éstos.
16
Esta función se regula a través de la temperatura (los estomas se cierran por debajo de
0º y por encima de 35ºC), de la hidratación de la planta y de la luz (la fotosíntesis se
verifica a través de ellos). De ahí que sean posibles varias situaciones:
•
•
•
•
En los casos más favorables, los estomas permanecen abiertos todo el día
(tiempo de iluminación solar) y la fotosíntesis puede realizarse de forma
ininterrumpida.
Cuando la transpiración es excesiva como consecuencia del calor, los estomas
se cierran durante las horas centrales del día (con lo que la fotosíntesis se detiene
en ese periodo).
Si el calor y la sequedad implican condiciones muy adversas, los estomas no se
abren más que durante las primeras horas de la mañana.
Cuando el suelo permanece totalmente seco y la planta no va a poder compensar
sus pérdidas, los estomas no se abren (algo que ninguna especie es capaz de
soportar durante periodos prolongados).
La transpiración es proporcional a la temperatura, inversamente proporcional a la
humedad relativa y se ve favorecida por el viento que arrastra la humedad próxima a la
planta. Dicho de otra forma, es máxima en ambientes cálidos, secos y ventosos y mínima
en los fríos, húmedos y sin viento.
Los comportamientos de las distintas especies varían mucho aunque, en conjunto, la
vegetación devuelve a la atmósfera cantidades muy significativas de agua en forma de
transpiración.
En verano la superficie de un hayedo emite el equivalente de 4 mm diarios y la de un
robledal 2,3 mm. Para poder existir, dichos bosques necesitan tener garantizada,
como mínimo, esta cantidad de agua sumando las precipitaciones más las posibles
reservas hídricas del suelo.
Cuando a esta cifra añadimos la evaporación del suelo y desde la superficie de las hojas
hablamos de evapotranspiración, un concepto de gran interés en bioclimatología.
El exceso de agua no es favorable a las plantas ya que las raíces y tallos sumergidos
pierden el contacto con la atmósfera y no pueden respirar. Por eso, en los lugares
permanentemente inundados sólo pueden prosperar especies "higrófilas" ("amantes del
agua"), que disponen de mecanismos de adaptación peculiares.
Foto: flores de loto en Hue, Vietnam
17
Adaptaciones de las plantas al déficit o al exceso de agua
Tanto el déficit como el exceso de agua resultan perjudiciales para las plantas:
Si el suelo está muy seco y la planta no logra extraer suficiente agua, la transpiración
debe limitarse o de lo contrario el conjunto de las células podría verse dañado.
A la inversa, cuando el suelo está saturado de agua, ésta ocupa todo el espacio libre
impidiendo la presencia de aire y dificultando la respiración de la planta.
Como estas situaciones están muy relacionadas con determinados climas (o se repiten
estacionalmente dentro de los ciclos normales de ciertos climas), los taxones de las
regiones afectadas han tenido que irse adaptando a sus medios respectivos adoptando
diversos mecanismos de defensa y morfologías apropiadas.
Ello permite clasificar a las plantas en función de su capacidad para soportar los distintos
grados de humedad, desde los ambientes acuáticos (donde se instalan las especies
hidrofitas) hasta los áridos (en los que se encuentran las plantas xerófitas)
• Las especies hidrofitas o higrofitas son las que viven en entornos
permanentemente inundados o en suelos siempre saturados de agua: humedales,
riberas, turberas, etc. El mayor inconveniente que tienen que superar es la falta de
oxígeno libre al nivel de las raíces por lo que se ven obligadas a absorberlo de la
atmósfera. Por esta razón, desarrollan exageradamente sus órganos aéreos
garantizando que van a sobresalir siempre por encima del nivel del agua o flotar
sobre su superficie. Es el caso de las hojas flotantes de los nenúfares, de la lenteja
de agua (Lemna sp) o de las raíces aéreas y "neumatóforos" del mangle. Estas
plantas suelen tener además membranas muy finas que facilitan los intercambios
gaseosos.
Muchas plantas de las zonas áridas ("xerófilas"), reducen al mínimo las hojas o
prescinden de ellas para evitar las pérdidas de agua. Sus funciones las realizan los
tallos que contienen clorofila y presentan por ello color verde. En el caso de esta
pequeña planta del Sahara argelino los distintos órganos aéreos son además
suculentos y almacenan el agua en su interior.
18
• En el extremo opuesto las xerófitas son plantas específicamente adaptadas a la
falta de agua y que encuentran sus hábitats más favorables en las regiones áridas.
Sus adaptaciones fisiológicas y morfológicas tienden tanto a limitar las pérdidas
como a facilitar al máximo la absorción a través de las raíces.
• Entre unas y otras se encuentran las plantas hidrófilas (que toleran un exceso de
agua), mesófilas (de requerimientos “intermedios”) y xerófilas (capaces de soportar
cierto nivel de sequía)Las adaptaciones a los distintos grados de humedad o aridez
se reflejan de forma inequívoca en la morfología de las plantas y, por extensión, en
el aspecto de las formaciones vegetales caracterizadas por ellas.
Plantas higrofitas/hidrofilas
Plantas xerófitas/xerófilas
Relación entre el desarrollo
subterráneo y aéreo
Raíces pequeñas/ órganos
aéreos muy grandes
Raíces muy grandes/
órganos aéreos pequeños
Superficie de las hojas
Hojas grandes y
abundantes
Hojas pequeñas o sin hojas
Forma y consistencia del
tallo y de las ramificaciones
Vástagos grandes y largos,
tejidos tiernos y poco
leñosos
Tallos pequeños,
ramificados, duros y muy
leñosos. A veces tallos y
hojas carnosos.
Espinas y olores
Sin espinas (o poco
significativas)
Plantas espinosas y
frecuentemente muy
aromáticas
Los animales y el agua
Los animales tampoco pueden vivir sin agua y, del mismo modo que hacen las plantas,
disponen de adaptaciones morfológicas y fisiológicas que les permiten subsistir en
medios secos limitando las pérdidas y resistiendo al máximo sin nuevos aportes.
En las zonas áridas son frecuentes los animales que almacenan grandes cantidades de
grasa en determinadas partes de su cuerpo (jorobas de los camellos y cebúes, cola de
los corderos y reptiles, etc). Durante los periodos de escasez, estos animales van
consumiendo la grasa, que les proporciona el agua y la energía necesarias, perdiendo
hasta el 30-40% de su peso corporal.
Al mismo tiempo, los animales reducen las pérdidas corporales reduciendo la
transpiración (para lo que disponen de pieles gruesas e impermeables) y produciendo
una orina muy concentrada y deyecciones prácticamente secas.
No obstante, evidentemente, los mecanismos de defensa más eficaces están
relacionados con el comportamiento y con la posibilidad de desplazamiento. Durante las
horas de más calor la mayoría de los animales se protege del sol en sus madrigueras y
en algunos casos, por ejemplo cuando la sequía es periódica, los animales migran
masivamente.
19
Tampoco los animales pueden prescindir del agua aunque algunos han desarrollado
mecanismos que les permiten vivir con cantidades muy reducidas de ella. Algunos, como los
anfibios, inician su desarrollo en el agua antes de convertirse en organismos terrestres aunque
al final de su vida vuelven a ella para reproducirse. En las fotos, renacuajos y dos sapos
apareándose en el Río Nansa (Cantabria, España).
20
2.1.4 El viento
Directa o indirectamente el viento ejerce una influencia constante sobre los seres vivos
aunque su incidencia real depende de la intensidad y en la mayor parte de los casos su
existencia no perjudica a las especies ni resulta determinante en su distribución:
• una suave brisa resulta agradable a la mayor parte de los animales y favorece
los intercambios gaseosos y, con ellos, la fotosíntesis de las plantas.
Por otra parte, el viento ayuda a dispersar los frutos y semillas y es aprovechado
por muchos animales migratorios para facilitar sus desplazamientos.
• Sin embargo, un viento excesivamente fuerte resulta siempre desfavorable ya
que puede arrastrar o poner en peligro a numerosos animales y tiene un efecto
desecante ya que incrementa mucho la transpiración. Bajo sus efectos las
plantas se ven obligadas a cerrar los estomas para evitar la deshidratación lo
que bloquea la fotosíntesis. Por supuesto, los vientos más fuertes pueden
descuajar árboles o producir graves daños físicos en las plantas.
Por eso, la influencia del viento no resulta decisiva más que en aquellos lugares
particularmente expuestos (litoral, desierto, montaña...) en los que llega incluso a
determinar el límite del bosque o el área de distribución de las especies más intolerantes.
El viento es aprovechado por numerosas especies animales y vegetales (que reciben por ello
el nombre de "anemófilas“: "amigas del viento"). Entre éstas, abundan las que utilizan el aire
para dispersar el polen y las semillas que, en tales casos, son grandes pero ligeras y adoptan
las formas más adecuadas para poder ser arrastradas a la mayor distancia posible.
La acción que ejerce el viento sobre los vegetales es, sobre todo, mecánica: hojas y
ramas rasgadas, deformación de las plantas cuando el viento tiende a soplar siempre en
la misma dirección...
El efecto del viento puede verse reforzado por las partículas que éste transporta: arena,
gotas de agua dulce o salada, cristales de hielo... que, a veces, resultan más dañinas que
21
el propio movimiento del aire y producen diversos daños en las plantas. En el litoral, por
ejemplo, las ramas de los árboles orientadas de cara a los vientos marinos se desarrollan
más despacio o mueren como consecuencia de la sal lo que acaba generando un porte
disimétrico muy característico en muchos de ellos.
Por supuesto, la capacidad de las distintas especies para soportar los efectos del viento
es muy distinta y, generalmente, las “primeras líneas” de las masas arboladas están
ocupadas por especies dotadas de una gran flexibilidad capaces de soportar sus
embates (palmeras, abedules…)
Pero el viento también actúa de forma indirecta en combinación con los demás
elementos del clima exacerbando o mitigando sus efectos. Así, tanto el frío como el calor
son más difíciles de soportar cuanto más intenso sea el viento.
La “sensación térmica” que se percibe a 0º es de -10ºC cuando el viento sopla a 24 km/h o
de -20ºC cuando lo hace a 64 km/h lo que significa que un frío moderado puede producir
congelaciones en muy poco tiempo en caso de fuerte viento.
A la inversa, una temperatura de 40ºC genera una “sensación térmica” de 43º cuando el
viento supera 50 km/h incrementando el riesgo de un “golpe de calor”.
El viento pierde fuerza muy rápidamente cuando hay vegetación o por fricción con la
superficie del suelo. De ahí que sus efectos aumenten con la distancia al suelo y que las
partes más altas sean las más expuestas. Las plantas muy sometidas al viento tienden
por ello a adquirir un porte chaparro y aerodinámico (aspecto rastrero, formas
redondeadas o en almohadilla), a mostrar diversas xeromorfosis y a adquirir diversos
mecanismos que las hacen aptas para soportar sus efectos como puede ser un sistema
radicular muy desarrollado. No obstante, son muy frecuentes, los árboles que adquieren
un aspecto disimétrico, "en bandera", como consecuencia de su mediocre adaptación al
viento.
El viento rompe las ramas, arranca las hojas y dificulta el crecimiento de las plantas más
expuestas. Cuando su dirección es constante, es frecuente que unas ramas crezcan más que
otras y que los árboles acaben adquiriendo portes disimétricos o "en bandera".
Foto: Algarrobo (Ceratonia siliqua), Kourion, Chipre.
22
2.1.5 Las formas de vida. El “espectro biológico”
Los factores climáticos susceptibles de determinar la distribución de los seres vivos
producen efectos a escala regional (con la única excepción del viento que, en muchos
casos, puede también adquirir importancia a escala local). Ello hace que las distintas
especies de una misma zona tiendan a adoptar mecanismos y morfologías similares para
superar de la mejor forma posible los periodos más desfavorables del año (normalmente
la estación fría pero también, a veces, la estación seca).
Las plantas adoptan distintos tipos de morfologías para superar del mejor modo posible los
momentos desfavorables del año y, en función de ello, suelen clasificarse en varias
categorías. A la izquierda, la Romulea clussiana (Corrubedo, A Coruña- España) es una
geófita que acumula la mayor parte de sus reservas y de su volumen bajo tierra. A la derecha
un baobab (Adansonia digitata), una fanerófita cuya forma y dimensiones exteriores no varían
a lo largo del año, en la franja de Caprivi (Namibia).
A partir de esta idea, el botánico danés Raunkiaër propuso en 1934 una clasificación de
basada en la morfología que adoptan las plantas para superar los periodos más adversos
y que permite diferenciar los siguientes tipos básicos:
1. Plantas fanerófitas: mantienen su porte y forma inalterados pero frenan sus funciones
vitales (respiración, fotosíntesis, evaporación) durante la estación desfavorable.
Es el caso de los árboles, arbustos y matorrales. Muchos de ellos pierden la hoja
estacionalmente (son “caducifolios”) mientras que el resto (los “perennifolios”) la
conservan pero controlan la apertura de sus estomas y, con ella, la intensidad de
los intercambios con la atmósfera.
2. Plantas caméfitas: son herbáceas y pequeños arbustos capaces de soportar la
estación desfavorable gracias a su escaso porte subaéreo. Las yemas se encuentran a
muy poca altura sobre el suelo y durante el invierno quedan protegidas por la cubierta
nival (algo que también consiguen adquiriendo forma almohadillada).
Es el caso de los brezos, sauces enanos, arándanos...
23
3. Hemicriptófitas: son plantas cuyas yemas o brotes apenas asoman sobre el suelo en
la época desfavorable y en las que la mayor parte del volumen de cada individuo se
encuentra bajo tierra.
4. Criptófitas (o geófitas): especies que permanecen ocultas a lo largo de la estación
desfavorable no subsistiendo durante la misma más que sus órganos subterráneos
(bulbos, rizomas...). Estos órganos almacenan abundantes reservas nutritivas
permitiendo a la planta desarrollarse a gran velocidad una vez llegada la primavera.
Las plantas de esta categoría son muy diversas e incluyen, entre otras, jacintos,
tulipanes, helechos…
5. Terófitas: son plantas anuales que desarrollan la totalidad de sus ciclos vitales, desde
la germinación hasta la fructificación, en una única temporada muriendo después.
Durante la estación desfavorable sólo subsisten las semillas, listas para germinar en
cuando retornen las condiciones adecuadas.
Se trata siempre de especies herbáceas de pequeño porte y rápido crecimiento,
como ocurre con los cereales.
6. Otras: plantas, epífitas, parásitas, acuáticas…
Esta clasificación es interesante tanto desde un punto de vista descriptivo (por dar cuenta
de los cambios de fisonomía de las plantas a lo largo del año) como por permitir la
caracterización del “espectro biológico”.
El espectro biológico refleja la proporción de plantas de cada tipo en cada una de las
regiones de la tierra. Permite observar que cuando las condiciones son favorables a lo
largo de todo el año predominan las fanerófitas mientras que en los entornos más
hostiles éstas van siendo sustituidas por otras categorías.
Cada región tiene su espectro biológico propio. Por ejemplo,
• Las regiones ecuatoriales se caracterizan por un absoluto predominio de las
fanerófitas con, además, numerosas epifitas (plantas que crecen sobre las
ramas y hojas de otras).
• Las regiones desérticas, por citar un caso contrastado con el anterior, presentan
algunas hemicriptófitas y numerosas terófitas, bien adaptadas a la aridez, que
desarrollan su ciclo vital completo tras una serie de lluvias y producen semillas
capaces de esperar durante años un nuevo periodo favorable.
La distribución de los tipos morfológicos de las plantas (el “espectro biológico”) refleja las
condiciones ambientales a las que tienen que enfrentarse y es distinta en cada región del
mundo. De izquierda a derecha, espectros biológicos correspondientes a un bosque oceánico
caducifolio (Bélgica), al desierto (Argelia) y a la pluvisilva ecuatorial (Congo).
NOTA: F: fanerófitas. C: caméfitas. H: hemicriptófitas. G: geófitas. T: terófitas.
Fuente: elaboración propia a partir de Ozenda, 1982.
24
2.2 Factores que determinan la distribución de los seres vivos a escala local: el
ecosistema
Los grandes factores climáticos descritos hasta ahora ejercen una influencia a escala
regional en la distribución de las especies. Sin embargo, ésta última no puede entenderse
correctamente si no se tienen en cuenta también toda una serie de circunstancias y
elementos capaces de alterar esta distribución a la escala local.
Estas circunstancias y elementos son muy numerosos, se suman o, por el contrario,
contrarrestan unos a otros y su análisis pormenorizado no es posible aquí pero incluyen
factores
• Geomorfológicos: altitud, exposición, pendiente… (rasgos que determinan los
topoclimas, la escorrentía, la formación de suelos u otros factores esenciales
para los seres vivos)
• Edáficos (que a su vez son tributarios del clima y del sustrato) de los que va a
depender la existencia de suelos más o menos productivos, ácidos o alcalinos o
con presencia de unas u otras sustancias capaces de influir en la vegetación.
• Hidrológicos: presencia habitual de agua en una región en la que ésta escasea
(por ejemplo, en un humedal o en un corredor fluvial).
• Humanos….
Los seres vivos son interdependientes entre sí mediante una compleja red de relaciones. Por
eso, la ausencia de determinadas especies puede impedir o favorecer la presencia de otras y
sus áreas de distribución respectivas no pueden entenderse de forma aislada. Buen ejemplo
es el koala (Phascolarctos cinereus), marsupial que se alimenta casi exclusivamente de las
hojas de un eucalipto y que no se encuentra más que en bosques bien conservados de éste
árbol.
Foto: Rockhampton (Australia).
25
Por último, la distribución de los seres vivos es tributaria de una serie de factores que
podemos denominar "bióticos" y que tienen que ver con el tipo de relaciones que los
distintos taxones mantienen entre sí en el seno del ecosistema.
Todos los organismos presentes en los ecosistemas se relacionan entre sí
formando una compleja red de interacciones y permitiendo la existencia de
importantes flujos de materia y energía. Ello es lo que permite hablar de la
existencia de cadenas y de ciclos de energía y de nutrientes.
Así, los productores primarios (vegetales y algunas bacterias) sintetizan materia
orgánica a partir de la mineral. Estos productores primarios sirven de alimento a los
animales y todos ellos, a su vez, proporcionan los recursos necesarios a los
descomponedores (hongos, microorganismos…).
Los vegetales son los productores primarios más importantes y, por esa razón,
constituyen la base de la mayoría de las cadenas tróficas. Allí donde no hay vegetales,
algas o microorganismos fotosintetizadores no es posible la presencia de fauna.
Sin embargo, al mismo tiempo, los animales influyen en la composición de las
comunidades vegetales por su presencia, a través del ramoneo o de las deyecciones,
favoreciendo o perturbando el crecimiento y la extensión de ciertas especies o
asociándose a ellas.
Así, las plantas que son pastadas antes de producir flor y semilla, la mayoría de las de
régimen anual, van siendo relegadas por aquellas que no resultan apetecibles a los
animales (por su toxicidad, mal gusto o por disponer de elementos disuasorios como las
espinas). Por otra parte, las deyecciones de los animales, que pueden contener semillas,
suponen un aporte importante pero localizado de materia orgánica que favorece la
proliferación de las especies llamadas nitrófilas. Por fin, la polinización y el transporte de
semillas dependen en muchas ocasiones de los animales que se comportan como
agentes activos o pasivos de dispersión.
En la actualidad la acción humana es
el principal factor de alteración de las
áreas de distribución de las especies a
través de la alteración de los
ecosistemas o del transporte y
diseminación de especies.
El estornino (Sturnus vulgaris) fue
observado por primera vez en 1896 en
Manhattan a donde fue trasladado
desde Europa y en menos de un siglo
se ha extendido por toda América del
Norte.
Fuente: elaboración propia a partir de varias
fuentes: Simmons, 1980; Cox & Moore, 2005;
Vilá y otros, 2008.
Las relaciones en el seno de un ecosistema pueden revestir una enorme complejidad:
predadores y parásitos dependen de sus presas u hospedadores y los efectivos de unos
y otros mantienen una estrecha relación de la que, a su vez, dependen otros organismos
asociados a ellos (que van de la escala de los grandes animales o vegetales superiores a
la de los microorganismos).
26
Por último, es imprescindible hacer referencia a la acción humana. Esta es multiforme,
contradictoria en lo que respecta a sus consecuencias, y absolutamente generalizada:
Entre otros efectos, la acción humana ha supuesto
-
la ampliación voluntaria del área de extensión de diversas especies a través de
la agricultura
la extensión involuntaria de otras mediante el transporte de semillas o
favoreciendo desplazamientos de animales
la alteración o distorsión de determinados procesos evolutivos (cruces, injertos,
manipulación genética…)
El empobrecimiento o desaparición de diversas asociaciones y numerosas
especies, causando numerosas rupturas de equilibrio en los ecosistemas...
La problemática, en cualquier caso, es muy amplia y no va a ser desarrollada aquí en
detalle (véase el capítulo 8 dedicado a los ambientes artificiales).
La diseminación involuntaria de especies es uno de los mayores problemas ambientales que
existen en la actualidad y puede producirse de formas muy diversas. La “pata de camello”
(Neurada procumbens) es una planta oriunda de Marruecos que se engancha en las patas del
ganado y que, gracias a ello, se ha diseminado por ciertas áreas de Canarias aprovechando el
transporte de dromedarios destinados al turismo.
Foto: Neurada procumbens en Maspalomas (Gran Canaria, España).
27
2.2.1 Las interacciones biológicas
Dentro de cada ecosistema los organismos y poblaciones mantienen un complejo
conjunto de relaciones con los demás individuos de su propia especie o con los de las
demás.
Estas interacciones, que dependiendo de los casos pueden resultar favorables,
desfavorables o indiferentes a la supervivencia de las especies afectadas, pueden
determinar su área de distribución a la vez que desempeñar un papel esencial en su
evolución (por ejemplo, las presas “aprenden” a ocultarse o a defenderse de sus
depredadores que, a su vez, desarrollarán técnicas más eficaces de caza y así
sucesivamente).
Las relaciones intraespecíficas (entre individuos de una misma especie) condicionan el
comportamiento y el territorio ocupado por una población pero no amenazan la
continuidad de la especie. En el caso de los animales determinan el carácter solitario o
gregario de los individuos y suelen tener relación con la reproducción, la alimentación o la
protección de la prole.
Algunos grandes cazadores sociales, como los cánidos, han desarrollado complejas pautas de
comportamiento que les permiten depredar presas mucho más grandes que ellos y que les
convierten en los cazadores más eficaces de sus entornos respectivos.
Foto: licaones (Lycaon pictus) desplegándose para la caza bajo el mando de un macho
dominante en el P.N. del Chobe (Botswana).
Las relaciones interespecíficas (entre individuos o poblaciones de distintas especies) son
sorprendentemente diversas, pueden adquirir una enorme complejidad y no siempre
resultan evidentes.
28
De hecho, muchas especies han desaparecido de una u otra región como consecuencia
directa de la extinción de otras y, en muchos casos, esta relación causa-efecto,
desconocida hasta ese momento, no se ha podido evidenciar más que “a posteriori”.
Las relaciones interespecíficas pueden adquirir diversas formas y grados de importancia para
los taxones implicados. En algunos casos se limitan a facilitar su existencia aportando un
complemento de recursos o protección pero, en otros, son necesarias para su supervivencia.
Es el caso de las garrapatas (Ixodes sp.), grandes ácaros cuyas hembras necesitan absorber
un gran volumen de sangre para poder reproducirse. Pueden esperar durante meses en la
punta de una rama o hierba alta el paso de un animal al que poder engancharse pero terminan
muriendo si no encuentran un hospedador adecuado a tiempo.
Las relaciones entre especies son muy variadas y pueden generar interdependencias de
muy diversa importancia.
TIPO DE RELACIÓN
ESP 1
ESP 2
Depredación
+
-
Parasitismo
+
-
Explotación
+
-
Mutualismo
+
+
Simbiosis
+
+/-
Comensalismo
+
0
Inquilinismo
+
0
Competencia
0
0
NOTA: Se indica con “+” cuando una especie se beneficia de la relación, con “-“ cuando resulta
perjudicada y con “0” cuando la relación resulta indiferente.
29
Depredación
La depredación es un tipo de relación que se produce principalmente entre los animales
en la que una especie (“depredadora”) caza a otra (la ”presa”) para poder alimentarse o
desarrollar alguna de las etapas de su ciclo vital.
En general, los depredadores son carnívoros (se alimentan de otros animales) mientras
que las presas son habitualmente fitófagas (se alimentan de materia vegetal). Sin
embargo, en bastantes casos, pequeños depredadores pueden ser, a su vez, presas de
otros de rango superior: las lagartijas, por ejemplo, depredan insectos pero son cazadas
por numerosas aves o pequeños mamíferos.
La depredación es el tipo de relación más frecuente y aunque tiende a relacionarse con los
“grandes cazadores” se produce en todos los grupos faunísticos.
Foto: petirrojo (Erithacus rubecula) capturando una lombriz en la isla de Sao Miguel (Azores, Portugal).
En la predación se produce una transferencia de materia y de energía desde las presas,
que salen perjudicadas por este tipo de relación, a los depredadores, que se benefician
de la misma. No obstante, ambos grupos de especies son interdependientes ya que el
número de individuos de cualquiera de ellas ejerce un fuerte control sobre la otra.
Un aumento excesivo del número de depredadores supone una rápida disminución del
de las presas lo que, inevitablemente, causará una situación de escasez y de elevada
mortalidad entre los primeros… que permitirá la inmediata recuperación de las segundas
volviéndose al punto de partida. De este modo, se ha documentado la existencia de
ciclos demográficos perfectamente sincronizados entre un buen número de predadores y
presas (en particular en el caso de los pequeños roedores, cuya capacidad de
recuperación es muy rápida).
Este control recíproco de las poblaciones de predadores y presas es esencial para el
equilibrio de los ecosistemas (en particular para que el número de animales sea
proporcional a la productividad vegetal de cada lugar). La reducción del número de
grandes depredadores, los más afectados por la caza y por la presión humana, implica
30
un aumento de los herbívoros que, inevitablemente, repercute sobre el conjunto de la
vegetación y del ecosistema.
La depredación desempeña un papel muy importante en la selección natural y es uno de
los principales motores de la evolución.
La depredación no es exclusiva de los animales ya que numerosas plantas, hongos y
microorganismos han desarrollado sistemas propios para “cazar” ciertas presas. Las llamadas
“plantas carnívoras” capturan insectos, que quedan adheridos o aprisionados sobre ellas o
dentro de órganos especiales. Posteriormente disuelven sus partes blandas segregando
ácidos digestivos antes de absorber los compuestos resultantes.
Foto: grasilla (Pingüicola grandiflora), valle de Hecho (Huesca, España).
Normalmente, las presas han desarrollado diversos sistemas de defensa para dificultar
su detección y captura por los depredadores. Los más primitivos consisten, simplemente,
en ser más rápidos que los cazadores para poder ponerse a salvo de ellos o en
protegerse con corazas, púas u otros elementos disuasorios de carácter “pasivo”. Sin
embargo, con el tiempo, muchos grupos han desarrollado métodos “más agresivos”
como acumular o sintetizar sustancias tóxicas (en cuyo caso, los animales adoptan
también tonalidades llamativas, frecuentemente rojas o negras, que sirven de aviso a los
depredadores potenciales).
31
La depredación es uno de los principales motores de la evolución tanto para los cazadores,
que perfeccionan más y más sus técnicas y herramientas, como para las presas, que
desarrollan venenos o sustancias defensivas y que adoptan diversas sistemas para pasar
desapercibidas.
Foto: Callima inachus, mariposa con forma de hoja (Pokhara, Nepal).
Por fin, es habitual la adopción de formas y colores crípticos que permitan a la potencial
presa camuflarse en el entorno. Sin embargo, esta última estrategia también es utilizada
por los depredadores con lo que la ventaja relativa desaparece.
Parasitismo
Es un tipo de relación en la que uno de los actores (el “parásito”) se alimenta o reproduce
a costa de otro (el “hospedador”) o vive en el interior de su organismo.
32
Existen numerosas plantas parásitas que extienden sus raíces en el interior de las raíces,
tronco o ramas de sus hospedadores y que succionan su savia. Al poder vivir gracias a los
recursos generados por la planta que las alberga, algunas parásitas prescinden incluso de la
clorofila y “pierden” el color verde típico de los vegetales.
Foto: Orobanche rapum-genistae, planta parásita de las genistas en Casavegas (Palencia, España).
El parasitismo existe entre casi todos los animales y plantas aunque, si se exceptúa el
grupo de los peces, los vertebrados parásitos son muy poco frecuentes.
Los parásitos desempeñan un papel importante en la selección natural y coevolucionan
con sus anfitriones que intentan deshacerse de ellos mediante toxinas o a través del
sistema inmunitario. De este modo, la historia evolutiva de los parásitos está siempre
asociada a la de sus hospedadores lo que hace de los primeros unos organismos muy
especializados que, en muchos casos, dependen de una única especie.
Explotación
Se habla de explotación cuando, en una interacción, una especie obtiene beneficio a
costa de otra que no recibe nada a cambio. Es el caso de los insectos o aves que roban
el néctar de las plantas sin contribuir a su polinización o del cuco, que pone sus huevos
en los nidos de otras especies para que sean ellas quienes encuben y alimenten a sus
crías.
33
Algunos animales se aprovechan el esfuerzo de otros a los que explotan de diversas maneras.
La rémora dispone de un “disco de succión” que le permite adherirse a otros animales y
aprovechar sus desplazamientos. Algunas no se desprenden de ellos más que para
alimentarse pudiendo restarles mucha capacidad de movimiento. Curiosamente, este
comportamiento ha sido aprovechado por los pescadores de las islas del Pacífico que ataban
una cuerda a la cola de rémoras, las soltaban y esperaban a que se fijaran en tortugas u otros
animales a los que capturaban tirando del cabo.
Foto: rémora común (Echeneis naucrates) en la Gran Barrera de Coral (Australia).
Mutualismo
Es un tipo de interacción en el que los individuos de las dos o más especies implicadas
obtienen beneficio. A veces se trata de una relación simbiótica (ver más adelante),
aunque no siempre es así.
Existen relaciones mutualistas relativamente simples que se limitan a explotar una
posible complementariedad entre dos tipos de organismos o que se produce en una
etapa concreta de sus vidas (como ocurre entre las plantas angiospermas y los insectos
polinizadores). Otras, sin embargo, alcanzan una extraordinaria complejidad y son
permanentes.
Un buen ejemplo de ello es la relación existente entre las hormigas del género
Pseudomyrmex y la Acacia cornígera de América Central. Las hormigas anidan en el
interior de las espinas ahuecadas de la acacia a la que protegen de los demás animales (no
solo insectos sino, incluso, herbívoros, a los que atacan con saña). Además, impiden la
aparición de parásitos o el crecimiento de otras plantas que podrían competir con la acacia.
A cambio, el arbusto proporciona al insecto un buen refugio y alimento en forma de
glucógeno secretado por las hojas y del que sólo se beneficia él.
Las relaciones de mutualismo tienen un papel muy importante en Biogeografía y
contribuyen a incrementar la biodiversidad. Así, la coevolución entre las plantas con flor y
los insectos ha favorecido una rápida diversificación de ambos tipos de organismos a lo
largo del Cenozoico y, en la actualidad, no puede entenderse el área de distribución de
numerosas plantas sin tener en cuenta la de los insectos que las polinizan (y a la
inversa).
34
Los líquenes son organismos resultantes de la unión de un alga, que posee clorofila y sintetiza
materia orgánica, y de un hongo que la obtiene de la descomposición de restos muertos y que
“da volumen” al simbionte. Ambas partes son complementarias, están muy integradas y se
benefician mutuamente dando lugar a un grupo de organismos que ha tenido un gran éxito.
Foto: Diploschistes ocellatus en Cornatel (León, España).
Simbiosis
Consiste en la existencia de una relación permanente y muy estrecha entre individuos de
distintas especies (“simbiontes”) que, en los casos más avanzados, llegan a fundirse en
un organismo único. La simbiosis, considerada a veces como una forma de mutualismo,
suele ser favorable para las dos partes aunque en algunos casos existe un “ganador” y
un “perdedor”.
La integración de los simbiontes puede alcanzar grados muy diversos desde una simple
“relación de comportamiento” hasta la fusión orgánica de los dos individuos con
intercambio genético entre ambos.
En tal caso, el material genético de uno de los simbiontes pasa a integrarse en el genoma
del otro originando un nuevo organismo que integra los caracteres de ambos. Un proceso
de este tipo permitió la aparición de los eucariotas (células con núcleo) y la diferenciación de
los animales primero y de las plantas después. Las mitocondrias y los cloroplastos fueron
bacterias de vida libre (cuyos descendientes aún existen) antes de pasar a formar parte del
interior de las células animales o vegetales respectivamente. .
De hecho, la simbiosis es un mecanismo esencial de aparición de nuevas especies y de
diversificación del mundo viviente.
Comensalismo
Es un tipo de interacción beneficiosa para uno de los intervinientes pero indiferente para
el otro. Puede adquirir diversas formas y en ocasiones es próximo a la explotación:
aprovechamiento de los restos de comida abandonados por un depredador (como es el
caso de los buitres que esperan a que el cazador deje de comer), fijación sobre otro
animal para dejarse transportar o, incluso, utilización de los restos de un organismo
muerto por parte de otro (tal como hacen los cangrejos ermitaños, que se hospedan en la
concha de caracoles para proteger su cuerpo).
35
El comensalismo es un tipo de relación que beneficia a una de las partes implicadas pero que
resulta indiferente a la otra. Los babuinos (Papio cynocephalus) desmenuzan los excrementos
de los elefantes en los que localizan semillas intactas que les sirven de alimento.
Inquilinismo
Se produce cuando un organismo se instala para vivir en la madriguera o refugio de otro.
En general, los inquilinos pertenecen a especies de pequeñas dimensiones y se
benefician de esta interacción mientras que a los hospedadores les resulta indiferente.
Los inquilinos más habituales son insectos o pequeños invertebrados que viven en las
madrigueras de roedores o en los nidos de aves (que contribuyen involuntariamente a su
diseminación). Sin embargo, también las colonias de insectos sociales, como los
hormigueros o termiteros, albergan inquilinos “gorrones” que aprovechan el calor y los
restos de alimentos sin molestar a los propietarios del lugar.
Competencia
Es un tipo de interacción que se produce entre taxones de requerimientos similares y que
causa un esfuerzo, un enfrentamiento o un reparto de recursos perjudicial para todas las
partes implicadas. Puede producirse entre individuos de una misma especie o entre
especies distintas y puede adquirir formas muy diversas.
Las relaciones de competencia afectan mucho a la estructura de las comunidades
vivientes ya que son excluyentes: normalmente una especie acaba imponiéndose sobre
las demás y las “perdedoras” no tienen más remedio que adaptarse para poder sobrevivir
o se ven obligadas a abandonar la región en la que se produce tal tipo de relación
desfavorable. Ello convierte a los fenómenos de competencia interespecífica en un
importante estímulo para la selección natural y la evolución y en un factor que explica las
áreas de distribución de numerosas especies.
36
2.2.2 Las nociones de clímax y de equilibrio biogeográfico
Como se ha podido ver hasta ahora, los seres vivos que colonizan la tierra no sólo
mantienen estrechas relaciones entre sí sino que son interdependientes con el clima, el
sustrato geológico y edáfico y el marco geográfico en general. Dentro del cual no se
puede soslayar la acción humana.
Esta interdependencia expresa una combinación biogeográfica que ni es fruto del azar
ni puede establecerse de forma inmediata ya que requiere la formación previa de suelo a
costa de la roca madre y la instalación de vegetación gracias a la llegada de semillas
desde las áreas contiguas.
El conocimiento de las modalidades de ésta colonización por parte de los seres vivos y
de sus fases sucesivas hasta llegar a una combinación en equilibrio con el medio, es de
vital importancia en Biogeografía.
Cualquier superficie desprovista de vegetación o donde ésta ha sido degradada tiende a
ser colonizada espontáneamente y pasa por una serie de etapas características hasta
generar ambientes similares a los existentes en su entorno.
La vegetación tiende a colonizar de forma natural las superficies vacías o transformadas y, en
sucesivas etapas, a evolucionar hacia formaciones maduras similares a las originales. En la
imagen se observa un área ocupada por prados (primer plano) y cómo el abandono de éstos
favorece la colonización del terreno por herbáceas espontáneas (izquierda), posteriormente
por matorral (derecha) y, por fin, por arbolado (esquina inferior derecha). Si la presión humana
desapareciera en toda la superficie y la gestión del monte fuera la misma, en el plazo
aproximado de un par de décadas toda la superficie estaría ocupada por matorral o arbolado
joven.
Foto: collado de Arritxulegi (Guipúzcoa-Navarra, España)
Esta evolución puede observarse en muchos lugares aunque su ritmo es muy variable
dependiendo de las condiciones:
Así, los depósitos de ladera, los que se forman en los medios fluviales o las escombreras
son medios que favorecen la colonización ya que abundan en partículas finas que facilitan
37
la circulación del agua y del aire a su través y proporcionan elementos asimilables por las
plantas.
Frente a ellos, la roca desnuda de un acantilado o de un cantil rocoso, las superficies
pulidas y recién abandonadas por un glaciar o las coladas de basalto resultan difíciles de
colonizar.
Los primeros organismos capaces de colonizar un entorno vacío reciben el nombre de
“pioneros”. Normalmente se trata de taxones muy elementales como algas, líquenes,
hongos y diversos microorganismos, que obtienen los nutrientes necesarios a través de
la meteorización de la superficie rocosa producida por sus propias secreciones o por el
agua de lluvia.
El polvo depositado por el viento, la capa de roca alterada por la acción de estos
organismos y sus propios restos muertos forman una incipiente capa de humus. Con el
paso del tiempo, ésta irá engrosándose permitiendo la instalación de especies más
exigentes que, poco a poco, terminarán por recubrir la totalidad de la roca acelerando el
proceso y permitiendo la aparición de un primer suelo.
Los primeros organismos que se instalan en un entorno vacío son los “pioneros”,
frecuentemente líquenes, musgos, algas o, más raramente, hierbas. Su evolución es muy
lenta ya que se enfrentan a un entorno hostil y suelen crecer muy lentamente. Esta etapa, sin
embargo, es muy importante ya que prepara el terreno para la llegada de otras especies más
exigentes.
Foto: líquenes colonizando las lavas del malpaís de Mancha Blanca (Lanzarote-Canarias, España) que se formó
tras la erupción de 1730-36. Obsérvese cómo el lado izquierdo de la senda, orientado de cara al mar y a los vientos
dominantes, tiene un recubrimiento mucho mayor que el de la derecha, orientado hacia el interior.
Es entonces cuando empiezan a instalarse los vegetales superiores. Estos tienen raíces
más fuertes que se abren paso a mayor profundidad intensificándose las acciones de tipo
químico. Además, poseen mayor biomasa por lo que aportan más materia orgánica y
favorecen la proliferación de microorganismos en el suelo facilitando la edafogénesis... el
proceso, de hecho, se autoalimenta y se acelera a medida que va avanzando.
El mayor o menor éxito de la colonización no siempre es fácil de predecir y depende de una
38
multitud de factores:
- De las exigencias ecológicas de las plantas respecto al pH, a la relación C/N, a la
permeabilidad y aireación del suelo...
- De la competencia que se establezca entre ellas (y que en gran medida depende de sus
ritmos biológicos) a veces intensificada por medio de una auténtica "guerra química"
mediante la secreción de diversas sustancias.
- De la eficacia en la diseminación de las semillas o esporas.
Cuando el contacto con las áreas circundantes es fácil, la colonización puede ser
relativamente rápida. Es lo que ocurre en el caso de las canteras, parcelas abandonadas,
áreas incendiadas u otras pequeñas superficies rodeadas de vegetación.
Durante los meses que siguen al abandono de una parcela cultivada suelen aparecer
numerosas hierbas y plantas anuales. En las temporadas siguientes hacen su aparición las
especies arbustivas (jaras, retamas, brezos, rosales...) que tras 4 o 5 años logran recubrir
toda la superficie desplazando a las pioneras. Por fin, al cabo de unos decenios
formaciones arbóreas terminan por adueñarse del espacio.
No obstante, es preciso señalar que numerosos paisajes agrarios, consecuencia de una
prolongada evolución “in situ”, mantienen un cierto equilibrio con el medio y constituyen
auténticos "ecosistemas antrópicos". Por ello, el abandono de prados y pastos puede dar
paso a diversos procesos de degradación.
La estructura y composición de la jungla que ocupa el emplazamiento de Angkor Vat,
asentamiento khmer que quedó abandonado en el siglo XV y que fue recolonizado por el
bosque, aún presenta importantes diferencias respecto a la de los alrededores. Aunque el
rápido crecimiento de las plantas y la exuberancia del bosque pueden dar una falsa imagen de
naturalidad, la recuperación del equilibrio del bosque requiere bastantes siglos.
Foto: Angkor, jungla desde Phnom Bakheng.
Lógicamente, la evolución es más lenta y selectiva en el caso de superficies extensas y,
sobre todo, de las islas.
En Krakatau, isla que quedó arrasada por una erupción volcánica, en 1883 no quedaba
rastro de ninguna especie.
En 1886 se inventariaron 26; en 1897, 64; en 1908, 115; en 1937, 271; etc.
39
En la actualidad, la diversidad florística de la isla apenas alcanza el 10% de la existente en
la selva de las islas vecinas y es posible que el tiempo necesario para la reconstitución de la
vegetación inicial se cifre en milenios.
A medida que la agrupación vegetal va evolucionando muchas de las especies que se
instalaron en un primer momento son sustituidas por otras, más exigentes, que van
llegando a continuación. No obstante, el ritmo de aparición de nuevas especies, rápido en
un primer momento, tiende a ralentizarse a medida que las formaciones son más
complejas y maduras.
La cubierta vegetal evoluciona de acuerdo con una secuencia que supone una cada vez
mayor especialización y adaptación al medio: “progresa”. La última etapa de esta
progresión es el denominado “clímax” que se alcanza cuando la vegetación (“vegetación
climácica”) está en perfecto equilibrio con el clima y con los suelos y, por esta razón,
tiende a permanecer estable.
Recolonización espontánea de una ladera de montaña por parte del bosque favorecida por la
disminución de la presión ganadera, la desaparición de los incendios y el calentamiento global.
Foto: cabecera del Aragón Subordán (Huesca, España).
El conjunto de las comunidades vegetales que se van sucediendo y que se van dando
paso las unas a las otras constituye una “serie de vegetación”, progresiva si avanza
hacia el clímax, regresiva si se aleja de él.
El concepto de clímax se emplea habitualmente en los trabajos relacionados con el
medioambiente y resulta muy popular. Sin embargo, debe utilizarse con prudencia ya que
se basa en una concepción estática de la naturaleza que ha quedado superada y que
resulta inadmisible a la luz de los conocimientos actuales.
El término “clímax” hace referencia a una situación teórica de estabilidad a la que
supuestamente deberían llegar las comunidades vivientes “al final” de un periodo más o
menos largo de progresión. Es como la meta de una carrera tras la cual ya no se sigue
corriendo. Sin embargo, hoy sabemos que todos los medios se encuentran en permanente
evolución y deben readaptarse continuamente a los cambios o ciclos que experimentan sus
distintos componentes tanto bióticos como abióticos (el relieve evoluciona, el clima varía y
40
los acontecimientos catastróficos, que destruyen el clímax, forman parte de la dinámica
natural). Es, por otra parte, un concepto que ignora, o pretende hacerlo, la acción humana lo
que, en la actualidad, supone partir de presupuestos ficticios.
Por eso, resulta preferible hablar de “formaciones maduras” o, simplemente, hacer
referencia a la sucesión o a las series de vegetación de cada lugar.
ROCA DESNUDA
ESPECIES PIONERAS (ALGAS, LÍQUENES…)
VEGETACIÓN HERBÁCEA
MATORRAL (ESTADIO PREFORESTAL)
BOSQUE
REGRESIÓN
PROGRESIÓN
Una sucesión característica presenta etapas del estilo de las siguientes:
Sin embargo, esta secuencia puede ser reemplazada por cualquier otra: puede haber
varias etapas de plantas herbáceas o de bosque, existen árboles de carácter pionero que
pueden instalarse antes que las hierbas y matorrales... los ejemplos conocidos son
variadísimos y lo anterior no es más que un esquema ideal.
Aunque no es siempre fácil distinguir sobre el terreno entre una situación regresiva y otra
progresiva, la acción humana suele ser responsable de las primeras mientras que la
naturaleza, por si sola, tiende a establecer las segundas.
41
2.3 Los cambios de distribución en el tiempo: de la escala geológica a la escala
humana
La comprensión de la distribución actual de los seres vivos exige conocer la influencia
del conjunto de factores climáticos o ecológicos comentados más arriba. Sin embargo,
no se puede ignorar el hecho de que la incidencia de cada uno de ellos varía a lo largo
del tiempo en respuesta a las fluctuaciones del clima, a los cambios que experimentan
el relieve y la posición de los continentes o a la propia evolución de las especies y de
los ecosistemas.
Por otra parte, es preciso tener en cuenta que algunos de estos factores varían
relativamente deprisa y que, dada su capacidad de resiliencia, la cubierta vegetal
presenta una importante inercia y necesita bastante más tiempo para adaptarse a los
cambios. Eso explica la presencia de especies que parecen “fuera de contexto” o en
lugares que supuestamente no les corresponden en las circunstancias actuales.
De ahí que una buena comprensión de las áreas de distribución de las especies no
sea posible si no se aborda también desde una perspectiva diacrónica y sin conocer la
historia biogeográfica reciente de la región en la que se encuentran.
El periodo Cuaternario es extremadamente breve a la escala geológica y resulta insignificante
desde el punto de vista de la evolución de los grandes grupos biológicos. Sin embargo, es el
que más nos interesa por contener la totalidad de la historia humana y porque durante el
mismo tuvieron lugar una serie de grandes fluctuaciones climáticas que explican muchas
peculiaridades de los biomas actuales de latitudes medias y altas.
Fuente: elaboración propia.
La evolución de los paisajes vegetales europeos durante el Cuaternario
La evolución de los paisajes vegetales durante el Cuaternario ha sido diferente en cada
región del mundo ya que tanto las especies presentes como las circunstancias con las que
se han enfrentado han sido distintas. Por eso, y a modo de ejemplo, el presente capítulo
centrará su atención en la mitad occidental de Europa, la región sobre la que existe más
información, y, para las épocas más recientes, en el Norte de la Península Ibérica. No
obstante, si se hace abstracción de las fechas precisas, de las especies y del contexto
42
cultural aludidos, los principales acontecimientos descritos son comparables a los que se
han registrado en otras regiones del mundo que, por razones de espacio, no es posible
tratar aquí.
Hasta el inicio del Plioceno las condiciones climáticas reinantes en Europa permitieron la
existencia de una cubierta vegetal muy variada y aparentemente estable propia de
entornos cálidos. Sin embargo, a pesar de su brevedad, el Cuaternario fue testigo de
importantes transformaciones ambientales causadas por la fuerte inestabilidad climática
que registró todo ese periodo.
Durante el Plioceno la vegetación europea era mucho más variada que en la actualidad
ya que combinaba
-
-
especies que hoy asociamos con los entornos templados o fríos de nuestro
continente: sauces, alisos (entre otros el Alnus viridis, hoy acantonado en las
zonas culminantes de los Alpes, en Siberia y Canadá), robles, hayas, olmos,
abedules, fresnos y numerosas coníferas, pinos, alerces, abetos...
taxones mediterráneos, que aparecían en toda la fachada atlántica
plantas hoy inexistentes en el contexto europeo como son diversas palmeras,
los pinos americanos, sequoia, el cedro japonés… De la misma manera, han
aparecido pólenes o evidencias de la presencia de robinia, magnolia y otras
especies que hoy conocemos por jardinería.
La información disponible sobre el Plioceno demuestra la riqueza y complejidad de una
cubierta vegetal que incluía taxones que hoy asociamos a la montaña y al llano, a
entornos cálidos y fríos, a medios húmedos y xéricos... y que, aparentemente, convivían
(como aún hoy lo hacen en otras regiones de latitudes medias de todo el mundo) en
medio de unas condiciones de clima cálido y húmedo con inviernos suaves.
De hecho, la extrema fragmentación y la hiperespecialización del mosaico vegetal que
hoy conocemos en Europa no aparecieron hasta el Cuaternario y son caracteres
relativamente originales en el contexto mundial.
En la mayor parte de Europa los bosques, sin ser estrictamente monoespecíficos, están
dominados por una única especie arbórea que ocupa la mayor parte de la superficie. Eso es
lo que nos permite hablar de “hayedos”, encinares”, “robledales”, “abetales”, etc. Sin
embargo, en los demás continentes, los bosques suelen presentar una composición mucho
más variada y aunque a veces existe una especie dominante (que puede utilizarse para
designar al conjunto), lo normal es que varias especies de árboles coexistan y tengan que
competir por el espacio.
6
A lo largo de los últimos 3x10 de años las temperaturas medias terrestres han descendido
considerablemente y los ciclos de calentamiento/enfriamiento se han ido agudizando
progresivamente hasta alcanzar su máxima intensidad en el último periodo. En apariencia, la
relativa estabilidad y benignidad climática del Terciario ha dado paso a un periodo más frío y
mucho más inestable lo que ha tenido una fuerte repercusión biogeográfica.
Fuente: documento de dominio público disponible en:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f7/Five_Myr_Climate_Change.svg.
43
Desde el final del Pleistoceno y a lo largo de todo el Cuaternario se han ido alternando
una veintena de etapas frías ("glaciaciones") y cálidas (“periodos interglaciares") de
acuerdo con ciclos de unos 100.000 años de duración. En las regiones de latitudes
medias estas oscilaciones han supuesto en cada caso cambios de temperatura del orden
de una decena de grados centígrados, una redistribución de las precipitaciones y otros
tantos periodos de avance o retroceso de los hielos polares sobre gran parte de las
superficies continentales.
Estos grandes ciclos climáticos han producido continuos cambios en la vegetación del
Noroeste de la Península Ibérica que, una y otra vez, ha tenido que adaptarse a los
mismos. De este modo, y según las etapas, la cubierta vegetal ha mostrado rasgos
totalmente distintos que, sin embargo, se han ido repitiendo de manera cíclica en cuanto
a sus características generales.
En esquema,
* Durante los periodos glaciares, el manto vegetal sufrió un importante empobrecimiento
mostrando los rasgos propios de los entornos fríos. En las áreas de montaña se formaron
glaciares que ocuparon las cabeceras de numerosos valles mientras que las cumbres y
áreas no cubiertas por el hielo estuvieron sometidos a un intenso periglaciarismo.
La vegetación de las zonas altas adquirió rasgos próximos a los de la tundra aunque en
las más bajas existían amplios bosques de coníferas parecidos a la taiga. Por fin, las
regiones costeras y algunos enclaves con condiciones particularmente benignas
albergaban bosques mixtos o predominantemente caducifolios. Estas áreas “refugio”
permitieron la supervivencia de bastantes taxones termófilos que hoy consideramos
como mediterráneos (Laurus, Prunus, Quercus ilex, Arbutus...) junto a abedulares y
numerosas coníferas, favorecidas por el frío.
Durante los periodos glaciares las posiciones más bajas y protegidas actuaron de áreas
refugio para muchas especies. En ellas debió haber un bosque mixto de coníferas y
caducifolios parecido al que hoy existe en las regiones próximas al Báltico aunque con
presencia de un buen número de taxones termófilos.
Foto: bosque de Bialowieza (Polonia)
44
* Durante los interglaciares (los periodos cálidos) la región ha estado siempre dominada
por bosques caducifolios de especies termófilas tales como el roble. No obstante, la
presencia de coníferas ha sido también habitual tanto sobre las arenas del litoral como en
montaña. En estas etapas las formaciones herbáceas han sido poco extensas y el estrato
herbáceo de los bosques muy pobre.
Durante algunos de los periodos cálidos las temperaturas pudieron ser más altas que en
la actualidad permitiendo a la hiedra (Hedera helix), boj (Buxus sp), arce de Montpellier
(Acer monspessulanum) u otras especies termófilas o subtropicales alcanzar regiones
tan septentrionales como las Islas Británicas o Jutlandia.
En la Meseta Septentrional y cabecera del Ebro, muy próximas y con las que siempre
existió una buena comunicación natural, la alternancia de periodos fríos y cálidos estuvo
acompañada por importantes fluctuaciones pluviométricas que favorecieron la extensión
del bosque caducifolio durante las etapas cálidas y húmedas y de ambientes esteparios
con presencia de Juniperus durante las más secas y frías.
La vegetación de los periodos fríos suele compararse con la de las formaciones árticas
actuales, y en particular con la tundra. Sin embargo presentaba importantes diferencias ya que
la insolación y el fotoperiodo en latitudes medias y altas son muy distintos a lo largo del año
permitiendo la existencia en Europa meridional de especies heliófilas resistentes al frío (como
el espino amarillo Hippophae rhamnoides (foto) que aparecía en los arenales cantábricos pero
que no es capaz de instalarse hoy en el Ártico) o, incluso, algunas especies mediterráneas.
Durante todo el Pleistoceno la alternancia de fases de clima más o menos extremado dio
lugar a grandes movimientos migratorios en sentido Norte-Sur. En las épocas frías las
plantas, animales y, en general, los ecosistemas, se desplazaron hacia el Sur buscando
condiciones más clementes mientras que en las cálidas el movimiento, a la inversa, se
producía hacia el Norte. Esas migraciones masivas son las que permitieron que en una
determinada región se produjera la alternancia descrita de los tipos de vegetación.
Sin embargo, estas migraciones son difíciles, no todos los taxones tienen la misma
aptitud para realizarlas o adaptarse a los cambios que se iban produciendo y muchos de
ellos, incapaces de soportar el estrés inducido pos los cambios, se terminaron
extinguiendo. Como consecuencia de ello el número de especies existentes fue
disminuyendo en cada episodio causando un empobrecimiento progresivo de la cubierta
vegetal.
45
Contrariamente a lo que ocurre en otros continentes, las costas europeas son recortadas
e incluyen numerosos estrechos, islas y brazos de mar dispuestos de Este a Oeste. De
manera complementaria, los principales sistemas montañosos del continente, desde la
Cordillera Cantábrica hasta los Balcanes, pasando por los Pirineos, Alpes o Cárpatos,
tienen esa misma disposición zonal.
Las cordilleras, que en Europa presentan generalmente una orientación E-W son obstáculos
que muchas especies no lograron atravesar durante las migraciones originadas por los
grandes cambios climáticos del Cuaternario.
Foto: Alpes (Austria).
Tanto los brazos de mar como las cordilleras constituyen serios obstáculos que las
diferentes especies tuvieron que franquear una y otra vez en sus migraciones N-S. Hay
que tener en cuenta que durante las épocas frías el nivel del mar descendía, grandes
superficies emergían y numerosas islas quedaban unidas al continente facilitando la
migración hacia el Sur de los seres vivos. Sin embargo, en las cálidas, el nivel del mar
subía y todos estos pasos quedaban cortados por lo que la “vuelta al punto de partida” se
hacía mucho más difícil.
En cuanto a las montañas, son mucho más frías que la llanura con lo que detienen el
avance hacia el Sur de los taxones necesitados de calor o, por el contrario, frenan su
avance hacia el Norte de los adaptados al frío durante los calentamientos.
Estos hechos, unidos a las relaciones de competencia que se establecían entre las
especies (y que quedaban desequilibradas tras cada cambio climático) explican la
progresiva desaparición de los taxones con menos capacidad de adaptación, la
especialización adquirida por otros y la fragmentación de algunas áreas de distribución
(especialmente evidente en el caso de los plantas y animales de montaña).
El abeto, por ejemplo, es un árbol que colonizaba la mayor parte de Europa durante
el Cuaternario inicial y que mostraba su mayor dinamismo durante los episodios
cálidos. Sin embargo, ha acabado relegado a las regiones frías y de montaña y ha
46
desaparecido prácticamente de las mediterráneas (en las que sin embargo
conserva algunas manchas relícticas de gran interés).
En general, los árboles más exigentes y de mayor porte fueron sustituidos por otros más
ubícuos y pequeños (por ejemplo, Liquidambar dio paso a Alnus, Tsuga a Taxus,
Sequoia a Pinus...) aunque, al mismo tiempo, la flora de las áreas de alta montaña se
enriqueció gracias a la llegada de numerosos taxones árticos.
En América del Norte y del Sur, Australia y Asia Oriental las principales cordilleras
presentan una orientación N-S coincidente con la dirección de los desplazamientos de los
animales y plantas. Ello facilitó las migraciones y ha evitado un buen número de
extinciones lo que explica la mayor biodiversidad actual de los bosques de aquellas
regiones y la menor especialización de sus componentes.
La evolución postglaciar de la vegetación
La vegetación que hoy conocemos es fruto de un largo proceso evolutivo que no finalizó
con la última glaciación sino que se prolongó hasta la actualidad a lo largo de todo el
Holoceno en respuesta a la evolución del clima pero también, y cada vez más, a la
presencia humana.
A lo largo del Holoceno el clima, el trazado del litoral y la cubierta vegetal adquirieron los
caracteres que hoy conocemos. Durante esa época los grandes biomas se aproximaron a los
polos, aparecieron los ambientes de tipo mediterráneo y el Norte de África sufrió una
aridificación que desembocó en la aparición del Sahara.
Foto: grabados rupestres de jirafas, especies propias de los ambientes de sabana, en el desierto de Libia (imagen
cedida por Leonor de la Puente).
Tras la última glaciación el clima se suavizó considerablemente permitiendo un fuerte
retroceso de las masas de hielo, la subida de un centenar de metros del nivel del mar y la
aparición de las actuales condiciones ambientales. Aunque desde el punto de vista
geológico esta época resulta insignificante por su brevedad y ausencia de grandes
hechos diferenciadores, para nosotros es fundamental ya que contiene lo esencial de
nuestra historia y es el periodo en el que se conforman los paisajes vegetales actuales.
47
La totalidad del Holoceno corresponde a un periodo interglacial (que, tarde o temprano,
dará paso a una nueva glaciación) y a lo largo del mismo no se han producido
sobresaltos climáticos importantes. No obstante, las condiciones no han sido
homogéneas a lo largo de toda esta época y ello ha permitido diferenciar una serie de
fases (o “cronozonas”) representativas, al menos en Europa occidental, desde los puntos
de vista climático y paleobotánico:
Preboreal (11.600- 10.600 BP),
Boreal (10.600- 9.200 BP),
Atlántico (9.200- 5.700 BP),
Subboreal (5.700- 2.500 BP)
Subatlántico (2.500 BP hasta la actualidad).
Recientemente se ha acuñado el término “Antropoceno” (del griego anthropos:
hombre y kainos: nuevo) para designar la época actual. Popularizado por el Nobel de
Química Paul Crutzen en el año 2000, se justifica por la interferencia generalizada y
creciente de las acciones humanas en los procesos naturales desde, al menos, la
Revolución Industrial (o, según algunos, desde la aparición de la agricultura). Pese a
su relativa novedad, el término está adquiriendo popularidad y es probable que
durante los próximos años se incorpore totalmente al lenguaje científico.
Preboreal y Boreal (11.600- 9.200 BP)
Son fases de transición que coinciden con un rápido calentamiento de las regiones de
latitudes medias y altas. Durante ese tiempo el bosque avanzó rápidamente hacia el
Norte recubriendo espacios anteriormente ocupados por tundra. El género mejor
representado era el pino (sobre todo el P.sylvestris) que competía ventajosamente con
otras pioneras como los abedules (Betula pubescens, B. pendula), el serbal (Sorbus
aucuparia), el álamo temblón (Populus tremula) y el avellano (Corylus avellana).
Al inicio del Holoceno los bosques más importantes en Europa Occidental eran los de
coníferas, muy adaptados al frío. A medida que las temperaturas fueron aumentando estos
bosques fueron desapareciendo y dieron paso a los caducifolios (robledales y, luego,
hayedos). Sin embargo, algunas áreas de montaña aún conservan pinares testimonio de
aquella época y prueba de la antigua extensión del bosque boreal de coníferas.
Foto: pinar relicto de Pinus sylvestris en Lillo (León, España).
48
Estas últimas, sobrias y muy resistentes al frío, producen abundante biomasa en forma
de hojarasca y contribuyen a enriquecer el suelo preparando el terreno a los caducifolios
más exigentes. A medida que el pinar se fue afianzando fueron perdiendo protagonismo
las especies árticas (Betula nana, Salix reticulata...) así como, en general, las hierbas y
especies heliófilas, muy necesitadas de luz y que se acomodan mal a un medio forestal.
A medida que las condiciones climáticas iban mejorando fueron haciendo su aparición
diversas especies termófilas tales como los robles (Quercus sp), olmos (Ulmus sp), tilos
(Tilia sp) o alisos (Alnus sp) que, al final del Boreal, desplazaron a los pinares y se
convirtieron en los taxones dominantes de los bosques de la fachada atlántica.
Atlantico (9.200- 5.700 BP),
Coincide con una época cálida y húmeda que, desde la arqueología, ha sido a veces
designada como el "óptimo climático" por su carácter favorable para las actividades
humanas. Durante esta etapa desaparecen los últimos restos de los inlandsis que
recubrieron parte de Eurasia y Norteamérica en el Pleistoceno y el nivel del mar asciende
hasta una posición próxima a la actual.
Las condiciones mencionadas facilitaron una gran extensión de la vegetación termófila
que permitió a numerosas especies instalarse en latitudes y altitudes sin precedentes (y
de las que posteriormente desaparecerán definitivamente).
Las favorables condiciones que se produjeron en el Atlántico permitieron al alcornoque
(Quercus suber), un árbol típicamente mediterráneo, extenderse por todo el Cantábrico.
Aunque posteriormente desapareció de la mayor parte de esta superficie, subsisten algunas
poblaciones de gran interés en varios enclaves repartidos desde el Medoc hasta Galicia
(siendo los más notables los situados en Liébana y en la costa vizcaína).
Foto: alcornocal de Tolibes (Cantabria, España).
Todas estas circunstancias favorecieron a los bosques caducifolios que, en el Norte de la
Península, eran básicamente robledales con presencia importante de olmos, tilos,
fresnos y alisos. Los pinares-abedulares debieron quedar relegados a las áreas
culminantes de las montañas y a algunos arenales costeros.
49
El Subboreal (5.700- 2.500 BP)
La degradación de las condiciones climáticas anteriores asociada a una reducción de las
precipitaciones y un refrescamiento de los veranos define el Subboreal. Los cambios
fueron moderados y su impacto en la distribución de los seres vivos poco importante. Sin
embargo, en el entorno cantábrico, se produjeron dos hechos del máximo interés: el
retroceso del olmo y la aparición de los primeros bosques de hayas (Fagus sylvatica).
También en esta época aparecen las primeras evidencias de transformaciones
ambientales inducidas por el ser humano: los primeros neolíticos fueron anteriores pero
el impacto que produjeron fue insignificante. Sin embargo, a partir del Subboreal, las
roturaciones e incendios parecen multiplicarse y la distribución de las especies empieza a
distorsionarse por efecto de las actividades agrarias.
Las consecuencias más evidentes de las actividades agrarias en la cubierta vegetal
fueron las siguientes:
* Disminución de la cubierta arbórea y fuerte aumento de las herbáceas.
* La composición relativa de la cubierta arbórea cambia favoreciendo las especies
heliófilas y pioneras como el avellano, el abedul y el pino.
* Incremento de la proporción de las herbáceas heliófilas (ericáceas, Artemisia,
Rumex, Plantago) así como de las leguminosas, compuestas, crucíferas,
gramíneas y helechos (además, por supuesto, de las especies cultivadas).
Los registros paleobotánicos demuestran como a partir del subboreal la vegetación no arbórea
fue aumentando a costa de la arbórea como consecuencia de las roturaciones y del progresivo
aumento de la presión humana Esta tendencia no se ha invertido hasta la época
contemporánea.
Nota: cronología BP en el eje izquierdo (más antigüedad de arriba hacia abajo)
Fuente: diagrama polínico del estany de Estanilles (Lleida, España). Material cedido por Raquel Cunill Artigas.
50
El Subatlantico y el Antropoceno (a partir de 2.500 BP)
Más húmedo, aparentemente, que el anterior, fue testigo de la gran expansión de los
hayedos desde las áreas-refugio del Sur de Europa que le habían permitido soportar los
rigores del periodo glacial hacia el Oeste y Noroeste del continente (llegando entonces
hasta el límite con Galicia).
Las condiciones climáticas son las que propiciaron la instalación y afianzamiento
progresivo de la cubierta vegetal que hoy conocemos (o que conoceríamos de no
haberse producido la casi total transformación del medio por la acción humana) así como
la desaparición de la mayoría de los taxones árticos y alpinos. Sin embargo, el
Subatlántico es también un periodo en el que la evolución natural de la vegetación queda
cada vez más eclipsada por la importancia creciente de las transformaciones humanas.
El bosque constituye el medio en el que se desenvolvieron los primeros pobladores de la
región y ha sido durante siglos su principal fuente de recursos, a la vez que, en muchos
sentidos, el principal obstáculo con el que han tenido que enfrentarse cotidianamente
para lograr un terrazgo cultivable, unos pastos permanentes, unas vías de comunicación
o, simplemente, un espacio abierto para crear un asentamiento permanente.
Para los habitantes de las ciudades el bosque fue durante mucho tiempo un espacio no
cultivado (y, por tanto, no controlado) que se contemplaba con recelo. Pero, por otra
parte, el bosque era fuente de riqueza ya que proporcionaba caza, frutos, plantas
medicinales y diversas materias primas insustituibles a la vez que constituía una reserva
de espacio que tras la correspondiente roturación, permitía la progresiva ampliación del
terrazgo de cada comunidad.
La madera fue el recurso que mayores beneficios reportó a la sociedad tradicional. A este
respecto, es ilustrativo el hecho de que los términos madera y “materia” (“materia prima”
decimos hoy) proceden de la misma raíz latina: la madera ha sido durante mucho tiempo
aquello de lo que estaban hechas las cosas.
Hasta hace muy poco tiempo la madera ha sido la materia prima por antonomasia y los
bosques de todo el mundo han sufrido una intensísima presión que los ha alterado
gravemente.
Foto: Duhamel de Monceau, Encyclopédie. Grabado ilustrando la fabricación de carbón vegetal en el siglo XVIII.
Documento de dominio público.
51
De ahí que los bosques, extensísimos en un primer momento, se explotaran sin
miramientos. El recurso parecía inagotable y resultaba inconcebible la idea de no
aprovechar al máximo todos y cada uno de sus elementos.
Esta situación fue posible a lo largo de la Edad Media, época en la que cristalizó la red de
asentamientos en las montañas de la región. Sin embargo, con el tiempo, la progresiva
privatización de los montes y el rápido retroceso de los bosques como consecuencia de
la sobreexplotación de la madera y del aumento de los pastos hicieron imposible
mantener tal ritmo de explotación y empezaron a aparecer situaciones de escasez.
Los problemas se manifestaron sobre todo en las áreas de influencia de los principales
núcleos urbanos y de algunas fábricas, como los astilleros, las fundiciones o las grandes
minas, que se convirtieron en voraces consumidoras de madera:
El funcionamiento de las Reales fábricas de cañones de Liérganes y La Cavada, en
Cantabria, requirió en poco más de dos siglos la madera de 10 millones de árboles y supuso
la destrucción de 50.000 Ha de bosque.
Por supuesto, junto a estas grandes fábricas, que gozaban de diversas prerrogativas y
desde las que prácticamente se dictaban las ordenanzas referentes a la explotación de la
madera, subsistían las demandas procedentes de una multitud de pequeñas factorías o
actividades productivas repartidas por todo el territorio…
* en las minas de Cabezón de la Sal, la producción de 1 Tm de sal exigía 2,5 Tm de madera
* para curtir 1000 cueros mayores se necesitaban 46 Tm de corteza, y tan sólo en la fábrica
de Campuzano, una de las ocho existentes antes de la Guerra de la Independencia, se
trabajaban anualmente entre 5000 y 7000 cueros.
...y, sobre todo, las de los propios vecinos de los pueblos que veían como les era cada
vez más difícil acceder, sin entrar en dura competencia con otras partes interesadas o
con los habitantes de las aldeas circundantes, a un recurso cada vez más menguado,
que siempre habían considerado como propio y del que no podían prescindir.
Tal situación degeneró en una multitud de conflictos y en un distanciamiento progresivo
entre las instancias oficiales y "urbanas" y la población rural, separados, en lo relativo a la
gestión del monte, por una incomprensión y una desconfianza mutuas que a quien más
perjudicó fue al bosque mismo, considerado ya como mero recurso económico, que al
principio del siglo XX había perdido más del 80% de su extensión inicial.
Esta problemática, preludio de la que generaría la verdadera industrialización de la
región, es la que aceleró durante los últimos dos siglos la mayor transformación que haya
sufrido el paisaje natural del norte de España a lo largo de la historia. Los montes,
despojados en gran parte de sus árboles, fueron transformados en pastos y permitieron
una espectacular dispersión del hábitat a la vez que una intensificación sin precedentes
de los usos del suelo.
Seguiría, ya en época reciente, la introducción de los cultivos arbóreos, pino y eucalipto,
en las zonas bajas de la región y, por fin, en los últimos años, el rápido abandono de la
agricultura y de la ganadería como consecuencia de la quiebra del sistema económico
ancestral y de la terciarización del mundo rural.
Los seres vivos y sus diversas comunidades no han dejado de evolucionar durante todo
este tiempo, se han ido adaptando, mejor o peor, a la progresiva artificialización del
ambiente y, siempre que han podido, han intentado “recuperar” el espacio perdido de
acuerdo con unas reglas dictadas por la naturaleza y que permanecen inmutables en el
tiempo. Con todo, no podemos ignorar que lo que hoy podemos ver y estudiamos como
“natural” no dejan de ser más que pequeños retazos, muy alterados y en ocasiones
marginales, de los ambientes que hace muy poco tiempo ocupaban la totalidad de la
región y que la mayoría del territorio en el que hoy residen las especies salvajes tiene
una fuerte componente artificial.
52
En la actualidad el manto vegetal sigue experimentando cambios importantes aunque el ritmo
de esta evolución es muy lento a escala humana y no siempre resulta fácil de observar. En la
Cordillera Cantábrica, por ejemplo, se está produciendo un avance del hayedo a costa del
robledal mientras que en el litoral los encinares tienden a sustituir al bosque caducifolio. No es
fácil determinar el carácter natural o antropoinducido de muchos de esos cambios.
Foto: restos de un viejo roble en un bosque ocupado hoy exclusivamente por hayas. Ventanilla, Palencia (España).
53
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 3. Los seres vivos en las regionas frías de altas latitudes
3.0 Introducción: los seres vivos en las regiones frías de latitudes altas
3.1 Los efectos limitantes del frío.
3.2. La adaptación de los seres vivos al frío y a la estacionalidad.
3.3 Los biomas de las regiones frías.
3.4 La huella humana en los paisajes de las regiones frías
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
3.0 INTRODUCCIÓN: LOS SERES VIVOS EN LAS REGIONES FRÍAS DE ALTAS
LATITUDES
Las regiones de altas latitudes de ambos Hemisferios se encuentran sometidas a
climas fríos que impiden o limitan muy seriamente la actividad de los seres vivos y que
dan por ello lugar a biomas originales condicionados por las bajas temperaturas.
Se trata de áreas prácticamente despobladas y desigualmente conocidas que hasta
hace poco tiempo se consideraban marginales por lo que, generalmente, se han
descrito de manera muy esquemática. Sin embargo, abarcan una superficie muy
extensa tanto oceánica como continental e, inevitablemente, contienen un mosaico de
ambientes distintos dependiendo, entre otros, de la latitud, altitud y cercanía al mar.
Desde un punto de vista biogeográfico, estos ambientes pueden agruparse en cinco
grandes conjuntos:
•
Áreas permanentemente cubiertas de hielo. Son los únicos estrictamente
“polares” y constituyen los ambientes más extremos de la superficie terrestre
hasta el punto de que carecen prácticamente de vida superior.
•
Los desiertos polares, que ocupan superficies no glaciadas intercaladas entre
las anteriores o situadas alrededor de ellas y con una bajísima productividad
biológica por el efecto combinado de las bajas temperaturas y de la falta de
agua líquida.
•
La tundra, franja en la que las temperaturas estivales son insuficientes para
permitir el desarrollo de los árboles pero en la que existe una cubierta herbácea
o arbustiva bien desarrollada y una fauna diversificada.
•
El bosque boreal (o “taiga”), que se extiende por amplios territorios subárticos o
continentales del Hemisferio Norte. Está dominado por las coníferas y, en su
2
franja más meridional se enriquece con numerosas especies propias de las
regiones templadas de latitudes medias.
•
Los mares polares. Sus aguas son muy frías y pueden estar cubiertas por una
capa de hielo durante todo el año o una buena parte del mismo. Sin embargo,
son ricas en oxígeno y nutrientes y tienen una alta productividad biológica lo
que permite una relativa abundancia de seres vivos
Cada una de estas áreas presenta características propias e inconfundibles y sus
límites, salvo en el caso de la transición tundra-taiga, son muy netos. Sin embargo, es
frecuente que “piezas” de uno u otro tipo (o de sus distintas subunidades) se intercalen
entre sí originando un mosaico que contribuye a romper la monotonía biopaisajística
de estas regiones.
3
3.1 LOS EFECTOS LIMITANTES DEL FRÍO
Todos los organismos necesitamos energía para desarrollar nuestras funciones vitales
y para relacionarnos con nuestro entorno, con el que se producen continuos
intercambios energéticos (ver el apartado “ecosistema”). La fuente primaria de energía
para la práctica totalidad de los animales y plantas es la radiación solar que nos
proporciona luz (imprescindible para la fotosíntesis) y calor (del que dependen todas
las reacciones bioquímicas que tienen lugar en nuestros organismos). De ahí que el
frío y la falta de luz durante el invierno sean dos factores muy limitantes para la vida en
estas latitudes.
Los animales pueden adaptarse sin excesiva dificultad a la falta de luz. Además, al
estar dotados de movimiento, pueden adoptar pautas de conducta que les permitan
defenderse del frío siempre que dispongan de alimento o reservas suficientes para
mantener su temperatura corporal por encima de unos umbrales críticos.
Sin embargo las plantas, que no pueden desplazarse, están más desprotegidas. Por
un lado, sus funciones vitales dependen del mantenimiento de intercambios continuos
con el exterior por lo que, al no disponer de sistemas eficaces para regular su
temperatura interna, no pueden evitar el enfriamiento. Por otra parte, la falta de luz
durante las larguísimas noches polares impide la fotosíntesis y obliga a los vegetales a
paralizar su actividad durante periodos muy prolongados, algo que muchas especies
no son capaces de soportar.
De forma adicional, la persistencia de temperaturas negativas implica que el agua
permanezca durante gran parte del tiempo en estado sólido y, por tanto, no pueda ser
absorbida por las plantas y ello, unido al efecto desecante del viento, produce
situaciones de déficit hídrico que dificultan aún más la supervivencia de los vegetales.
Pero, además, la eficacia de la fotosíntesis (como la de la mayoría de los procesos
metabólicos) depende de la temperatura ambiental y se va reduciendo a medida que lo
hace el calor hasta quedar bloqueada por debajo de un determinado umbral. Esto
supone que en las regiones frías la productividad de los ecosistemas sea siempre
reducida y que las plantas no pueden compensar la brevedad de la estación útil con un
crecimiento más rápido tal como ocurre en otras regiones del mundo.
Por supuesto, la resistencia al frío varía mucho de unas especies a otras ya que
algunas han adoptado formas o ritmos vitales que les ayudan a soportar mejor la
dureza de los inviernos o incluso son capaces de sintetizar compuestos que actúan
como “anticongelantes” evitando la aparición de hielo en las células (ver apartado
siguiente). De hecho, en los entornos más extremos, sólo son capaces de sobrevivir
animales y plantas que disponen de todo un conjunto de adaptaciones al frío, a la
aridez y a la falta de luz dando lugar a entornos muy originales y valiosos.
4
3.2 LA ADAPTACIÓN DE LOS SERES VIVOS AL FRÍO Y A LA ESTACIONALIDAD
Las plantas
El frío, el déficit hídrico y la falta de luz a lo largo de todo el invierno son circunstancias
que condicionan las posibilidades de supervivencia de los vegetales en las regiones
frías de altas latitudes y frente a las que las plantas han adoptado distintos tipos de
estrategias:
La primera de ellas, y la más evidente, es de tipo morfológico y consiste en la reducción del
tamaño. Por eso, la mayor parte de las plantas de las regiones frías son pequeñas y adoptan
un porte rastrero o almohadillado.
La escasa productividad de estos ecosistemas y las ventajas que ello supone para soportar el
frío favorecen a las plantas de pequeño tamaño y con porte rastrero o almohadillado.
Foto: “bosque” de abedules enanos en el área de Godafoss (Islandia).
Estas pequeñas dimensiones se deben, ante todo, a la escasez de nutrientes del suelo
(especialmente de nitrógeno) y a la lentitud con la que crecen las plantas de las regiones frías.
Sin embargo, se convierten en una ventaja ya que las formas resultantes son las más idóneas
para hacer frente a los fuertes vientos y mantener un ambiente húmedo y con menos
contrastes de temperatura en su interior a la vez que para aprovechar de forma óptima el calor
que desprende el suelo. Por otra parte, permiten que durante el invierno las plantas queden
totalmente recubiertas por una capa de nieve que, actuando como aislante térmico, mantiene
las temperaturas cerca de 0ºC evitando los fríos extremos.
De forma complementaria, muchas plantas se recubren de una borra o pilosidad que retiene
eficazmente la humedad y el calor.
En los lugares en los que se producen situaciones de aridez climática o donde el suelo se
hiela y la absorción a través de las raíces se vuelve particularmente difícil, numerosas
especies presentan adaptaciones xeromórficas que les permiten reducir las pérdidas de agua
por transpiración. Pueden aparecer entonces plantas suculentas y con cutícula cerosa, hojas
pequeñas y coriáceas u otras adaptaciones similares a las que se producen, con idéntico
motivo, en las demás regiones secas o desérticas de toda la tierra.
5
Pese a la importante ayuda que suponen los recursos descritos, los inviernos son
excesivamente adversos para las plantas y éstas se ven obligadas a paralizar su actividad
cada año durante la estación fría. Por eso, al llegar el otoño las plantas leñosas ralentizan al
máximo su actividad fisiológica entrando en un estado de reposo vegetativo. Al mismo tiempo
aumenta la concentración de los jugos celulares lográndose un efecto anticongelante y el
“endurecimiento” de diversos órganos que mejoran con ello su resistencia a las bajas
temperaturas.
La xeromorfia, que se asocia a los desiertos cálidos, también proporciona ventajas a las
plantas de las zonas frías sometidas a temperaturas moderadas pero expuestas a riesgo de
deshidratación.
Foto: Rhodiola rosea, planta suculenta muy extendida por las regiones frías del Norte de Europa
Dado que durante gran parte del año la actividad de las plantas queda forzosamente
paralizada por razones climáticas, el tiempo del que éstas disponen para el desarrollo de sus
ciclos vitales es muy limitado y puede quedar reducido a una breve estación de algunas
semanas de duración. Por eso, muchas de las especies presentes en las regiones frías son
tributarias de distintos mecanismos para contrarrestar los inconvenientes derivados de la
brevedad del periodo vegetativo y sin los cuales su presencia no sería posible en estas
regiones.
Entre ellas existe un grupo que ha adoptado la estrategia de extender sus ciclos vitales a lo
largo de dos o más años. Durante la primera temporada dichas especies desarrollan sus
yemas florales que, tras soportar el invierno bajo la nieve, estarán listas para florecer
rápidamente en primavera dejando tiempo suficiente para la maduración del fruto y la
producción de semillas a lo largo del segundo verano.
En Groenlandia la mitad de las plantas adoptan esta estrategia: producen hojas y yemas
un año pero retasan la floración hasta el siguiente lo que obliga a las partes verdes a
soportar temperaturas de -30ºC bajo la nieve pero, a cambio, permiten una floración casi
inmediata al llegar la estación favorable.
Existen incluso especies aperiódicas cuyo desarrollo se prolonga durante varios años
interrumpiéndose en cualquiera de sus fases cada vez que llega el invierno y acelerando sus
ciclos vitales en verano. Gracias a ello, estas plantas logran librarse relativamente de las
limitaciones que impone la brevedad del periodo vegetativo aprovechando al máximo la larga
duración de las jornadas estivales.
La lentitud del crecimiento y las sucesivas y prolongadas interrupciones que se producen cada
invierno implican un inevitable alargamiento de los ciclos vitales de las plantas y muchas de
ellas necesitan años para superar etapas que en otras regiones del mundo no requieren más
que algunos días. Eso explica que las plantas de las regiones frías sean normalmente muy
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longevas: los típicos arbustos enanos de la tundra suelen alcanzar entre 40 y 200 años y la
vida de algunas herbáceas supera un siglo.
Las plantas necesitan mucho tiempo para crecer por lo que reducen su desarrollo al mínimo
imprescindible. Algunos sauces empiezan a reproducirse en cuanto son capaces de superar el
espesor de la capa de musgo.
Foto: Sauces enanos en Grabrok, Islandia
La reproducción es una etapa especialmente crítica para las plantas de estas regiones y en su
forma más habitual, sexuada, resulta imposible muchos años favoreciendo a las especies que,
de forma complementaria, recurren a la multiplicación vegetativa (normalmente mediante la
propagación de sus rizomas o bulbos).
En cuanto a la polinización, no puede depender exclusivamente de los insectos ya que éstos
son escasos o pueden faltar totalmente ciertas temporadas. De ahí que la mayor parte de las
plantas sean anemófilas (dependientes del viento para la dispersión del polen) y no necesiten
disponer de flores muy sofisticadas.
Por otra parte, dada la escasa productividad de los medios fríos y el poco tiempo disponible
para generarlas, las semillas son muy pequeñas no superando 1mg de peso en tres cuartas
partes de las especies presentes en la tundra y favoreciendo su propagación que, del mismo
modo que ocurría con el polen, es realizada casi siempre por el viento o por el agua. Sin
embargo, su número puede ser muy grande lo que, unido a la eficacia dispersante del viento,
confiere a estas plantas una elevada capacidad para colonizar espacios vacíos.
Sólo en las regiones más productivas, en la tundra arbolada o en el bosque boreal, la
vegetación diversifica sus estrategias y adquieren importancia otras formas de dispersión
apareciendo entonces las bayas, pequeños frutos o semillas de mayores dimensiones que
aprovechan a los animales para su dispersión (“zoocoria”).
Gracias a todos los recursos descritos, las plantas se acomodan bien al ritmo de las
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estaciones utilizando incluso el frío en su beneficio para regular el desarrollo de sus embriones
y poder germinar adecuadamente en primavera. Las mejor adaptadas suelen ser herbáceas
perennes (hemicriptófitas y geófitas que disponen de gruesas raíces en las que acumulan
reservas de un año para otro) o leñosas (caméfitas en la tundra y fanerófitas en el bosque
boreal). Sin embargo, las terófitas, que no suelen tener tiempo para desarrollar sus ciclos
anuales y otros grupos menores están poco representadas.
El viento es el agente dispersante del polen y semillas de la mayor parte de las plantas de las
regiones frías. Para favorecer su propagación, las semillas reducen mucho su tamaño y
adoptan formas adecuadas para ello.
Foto: algodón ártico (Eriophorum sp) en Leppäjärvi, Finlandia.
Adaptaciones de la vida animal
El principal reto con el que se enfrentan los animales de las regiones frías es el de mantener
su temperatura corporal dentro de unos límites compatibles con la vida. Para ello, existen dos
grandes tipos de estrategias: mientras que los organismos homeotermos (“de sangre
caliente”) hacen todo lo posible por conservar el calor, los ectotermos (o animales “de sangre
fría”) intentan incrementar su resistencia al frío y hacer coincidir la totalidad de sus ciclos
vitales con los periodos más cálidos del año (algo que sólo resulta posible en los animales de
vida muy corta y que excluye a los reptiles y anfibios).
La capacidad de un organismo para producir y conservar el calor está muy relacionada con su
volumen corporal y morfología: cuanto mayor es un animal menor es la superficie que expone
en relación a su masa total lo que significa que un animal grande pierde menos calor que uno
pequeño.
La morfología tiene el mismo efecto ya que también determina la superficie corporal: las
formas esféricas y redondeadas reducen la superficie de contacto con la atmósfera y, por
tanto, protegen del frío, mientras que las alargadas o angulosas lo hacen mucho peor.
Por estas razones, los mamíferos de las regiones frías suelen ser mayores y “más gordos”
que sus inmediatos parientes de las regiones más cálidas y suelen tener sus patas o partes
salientes (morro, orejas...) más cortos.
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En las regiones frías la relación entre la superficie de contacto con la atmósfera y la masa
corporal favorece a los animales más voluminosos:
En un supuesto organismo esférico de 1 litro de volumen (1 kg apr.) esa relación es igual a 3.
En un organismo de 3 litros es igual a 1.
En un organismo de 10 litros, la relación es de tan sólo 0,3.
Ello significa que a igual forma, un organismo de 1 litro debe producir 10 veces más calor para
mantener su temperatura que uno de 10 litros.
Lo anterior explica la tendencia que se observa en la fauna de las regiones frías donde,
comparativamente, las grandes especies son muy abundantes. Sin embargo, y aunque se
encuentren en desventaja, eso no significa que falten los animales pertenecientes a grupos de
dimensiones más moderadas (como los roedores o diversas aves).
Un caso muy representativo es el de los lemmings, pequeños roedores que ni disponen
de reservas corporales para superar el invierno ni pueden migrar debido a sus exiguas
dimensiones y que permanecen activos durante todo el invierno excavando galerías
bajo la nieve para poder sobrevivir. Son capaces de alimentarse prácticamente con
cualquier planta y, al cabo de un año, necesitan consumir una cantidad de materia
vegetal 1000 veces superior a la de su propio peso para mantener su temperatura y
constantes vitales. Son gregarios y forman grandes colonias por lo que sus frecuentes
explosiones demográficas resultan muy perturbadoras para la vegetación.
Otra baza con la que cuentan algunas especies homeotermas es la de ser capaces de reducir
la circulación de la sangre en algunas partes de su cuerpo lo que permite rebajar la
temperatura de los órganos implicados y, por tanto, sus necesidades energéticas.
De este modo, mientras que la temperatura corporal de los renos (Rangifer tarandus) es
de 38ºC, la de su morro puede bajar a 20º y las patas, en contacto con la nieve, pueden
alcanzar 9ºC.
Los animales homeotermos se protegen del frío recubriéndose con gruesas capas de pelo,
pluma o grasa subcutánea que ayudan a mantener la temperatura proporcionando un
excelente aislamiento. Su eficacia es tal que ciertos animales, como el buey almizclero
(Ovibos moschatus), no pueden hacer esfuerzos prolongados al no ser capaces de disipar el
calor generado por ellos. En cuanto a la grasa, que es particularmente espesa en los
mamíferos acuáticos, resulta doblemente útil ya que, además de aislar, constituye una reserva
que los animales van utilizando en caso de escasez.
Muchas especies mudan estacionalmente su pelaje o plumaje adaptándolo a las necesidades
de cada época. De este modo, en verano la capa de pelo o pluma es fina y oscura para
facilitar la absorción del calor solar mientras que en invierno se vuelve muy espesa y blanca
brindando protección contra el frío y mimetismo. Gracias a ello en invierno, tanto los
predadores (lobo, zorro ártico...) como sus víctimas (liebres, lagópodos...) son perfectamente
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blancos y se confunden en la superficie nevada pero todos ellos presentan tonos oscuros en
la estación cálida.
Los animales de las regiones frías tienden a tener formas redondeadas y una gran
corpulencia. Además, se protegen del frío con gruesas pieles aislantes que, en invierno, se
vuelven blancas para lograr una buena mimetización en la nieve.
Foto: lobo ártico (Canis lupus arctos)
En las regiones marcadas por una fuerte estacionalidad algunas especies optan por la
hibernación. El hecho no es muy frecuente en las zonas de clima más extremo ya que los
animales se exponen a morir congelados en caso de permanecer inmóviles durante largos
periodos. Sin embargo, es un mecanismo adaptativo que resulta eficaz en las regiones de
clima algo más benigno y donde los animales son capaces de acumular buenas reservas en
su cuerpo.
La hibernación es un estado de hipotermia regulada que permite un descenso gradual de la
temperatura corporal hasta valores próximos al punto de congelación. Durante la misma, la
respiración y el ritmo cardiaco disminuyen notablemente y las distintas funciones metabólicas
se reducen hasta prácticamente quedar paralizadas con lo que el animal es capaz de
sobrevivir durante todo el invierno con sus propios recursos y sin necesidad de exponerse a la
intemperie.
Existen distintos grados de letargo o hibernación que producen desde un sueño profundo y
muy prolongado a una simple modorra más o menos pasajera. En los casos más extremos
resulta arriesgada ya que los animales van consumiendo sus recursos y pueden terminar
excesivamente debilitados.
Pero las especies capaces de hibernar son muy pocas y la mayor parte de las aves y grandes
mamíferos optan por abandonar la región durante la temporada invernal migrando hacia zonas
más clementes.
La capacidad migratoria de algunas especies es sorprendente y alcanza su máxima expresión
en las que viven en el mar o dependen de él. El ejemplo más llamativo lo ofrece el charrán
ártico (Sterna paradisaea), ave marina de tamaño intermedio que cría en las orillas del Ártico
pero vuela cada temporada hasta las del Antártico permitiéndole “disfrutar” de dos veranos al
año a cambio de realizar desplazamientos superiores a 50.000 km. Dada su gran longevidad,
un charrán puede recorrer cerca de 800.000 km a lo largo de su vida.
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La mayoría de las aves y un buen número de mamíferos de las regiones frías emigran durante
la estación fría realizando desplazamientos muy importantes. El charrán ártico (foto) se
desplaza anualmente desde el Ártico, donde tiene lugar la reproducción, hasta el Antártico
recorriendo varias decenas de miles de kilómetros cada temporada.
Aunque los desplazamientos de la mayor parte de las especies son mucho más reducidos,
bastan para que, en la práctica, sean muy pocas las especies que pasan el invierno en las
regiones polares y de tundra.
La diferente distribución de tierras y mares explica que las regiones polares del hemisferio
boreal sean mucho más ricas en fauna que las del austral: mientras que en el primero los
animales pueden migrar sin problemas a través de todo el Norte de América o Eurasia, el
continente antártico está totalmente rodeado por mar bloqueando cualquier posible
desplazamiento de los animales terrestres.
Para facilitar los movimientos sobre la nieve, las patas de algunos animales se recubren de un
denso pelaje (o plumaje) que protege del frío a la vez que facilita los desplazamientos al
ensanchar la superficie de contacto y actuar a modo de raquetas de nieve.
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3.3 LOS BIOMAS DE LAS REGIONES FRÍAS
3.3.1 LAS REGIONES PERMANENTEMENTE CUBIERTAS DE HIELO
Extensas superficies de ambos hemisferios están recubiertas por casquetes glaciares u
ocupadas por océanos con la superficie helada. Esto ocurre en la mayor parte de la Antártida
y Groenlandia, en las áreas ocupadas por algunos grandes glaciares subárticos o
subantárticos (Vatnajökull islandés, campos de hielo de Patagonia...) y en amplios
sectores de los océanos Ártico y Antártico.
Foto: Vatnajökull (Islandia)
Las temperaturas de estas regiones son extremadamente bajas y sólo en sus áreas
más periféricas ascienden por encima de 0ºC durante algunas semanas al año
haciendo posible la existencia de agua líquida y la aparición de algunas, limitadísimas,
formas de vida.
Vostok, estación situada en el centro de la Antártida, se localiza en la región más fría del
mundo. Las precipitaciones son prácticamente inexistentes y las temperaturas se mantienen
siempre varias decenas de grados por debajo del punto de congelación haciendo que la vida
resulte imposible. Representa el caso más extremo dentro de las áreas polares.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
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Desde el punto de vista biogeográfico las regiones polares ocupadas por glaciares son
desiertos extremos prácticamente abióticos. En ellas no hay vegetación ni suelos que la
sustenten y, salvo algunas excepciones, la fauna es anecdótica y se limita a recorrer el hielo
sin residir ni reproducirse en él. Entre las especies más significativas se encuentran ciertos
microorganismos extremófilos, como el alga de las nieves (Chlamydomonas nivalis), algunos
ácaros (Nanorchestes antarcticus) y pequeños artrópodos altamente especializados que viven
sobre el hielo de las áreas más benignas gracias a los nutrientes aportados por el viento. No
existen vertebrados ni plantas superiores autóctonas de estas regiones.
No obstante, la banquisa (capa de hielo que se forma sobre los mares polares) y las áreas
glaciares próximas al litoral son frecuentadas, sobre todo durante la estación favorable, por
cierto número de animales, principalmente aves y algunos grandes mamíferos, que dependen
de los recursos marinos pero utilizan el hielo para descansar o cazar (oso polar, pinnípedos).
Aunque el hielo de los glaciares es incompatible con las plantas, tanto en su superficie como
en su interior proliferan microorganismos extremófilos. Además, en las márgenes de los
casquetes glaciares, algunos artrópodos son capaces de vivir sobre el hielo alimentándose de
esos organismos y de los detritos orgánicos depositados por el viento.
Foto: cueva subglaciar en Svartissen (Noruega)
El único gran animal que pasa el invierno sobre el hielo en el Hemisferio Sur es el pingüino
emperador, Aptenodytes forsteri, que pone e incuba sus huevos en ésta época. En cambio, en
el Hemisferio Norte la banquisa es algo más rica ya que comparte algunas especies con las
regiones vecinas de Asia y América. El animal más vistoso y auténtico símbolo de las regiones
frías es el oso polar, el mayor carnívoro terrestre, perfectamente adaptado a este medio
gracias al excelente aislamiento que le proporciona su piel, a su capacidad para nadar
grandes distancias y a que no necesita agua para beber bastándole el líquido contenido en los
cuerpos de sus presas.
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3.3.2 LOS DESIERTOS POLARES
La escasez de precipitaciones unida al efecto desecante del viento y a las bajas temperaturas
que mantienen el agua helada durante la mayor parte del tiempo explican la existencia de
zonas desérticas donde la vida debe enfrentarse no sólo a los inconvenientes del frío sino
también de la aridez.
Foto: desierto en Jokuldalsheidi, Islandia
En las áreas no glaciadas de clima extremo (archipiélago norcanadiense, norte de
Groenlandia, Antártida...) la persistencia del anticiclón polar, la escasa capacidad higrométrica
del aire, la intensidad de los vientos y las bajas temperaturas que impiden la presencia de
agua líquida durante la mayor parte del año generan entornos de tipo desértico.
Climodiagrama de la Estación de Mc Murdo en la Antártida situada en un entorno de desierto
polar. Al ser las temperaturas negativas durante prácticamente todo el tiempo no existe agua
líquida suficiente para permitir el normal desarrollo de las plantas y éstas son sumamente
escasas.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
Los desiertos polares se distribuyen sobre superficies muy importantes por lo que pueden
presentar caracteres más o menos extremos que van desde los desiertos absolutos hasta
diversas formas de transición hacia la tundra o estepa. Las precipitaciones son muy reducidas
(entre cerca de 0 y 200 mm) y se producen casi siempre en forma sólida aunque el efecto
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desecante del viento también puede originar medios áridos en áreas con precipitaciones algo
más altas. En cuanto a las temperaturas, pueden alcanzar valores extraordinariamente bajos y
las medias anuales son negativas. Sin embargo, durante el verano pueden darse valores por
encima de 0ºC que permiten la existencia de agua líquida durante cortos periodos de tiempo.
Como consecuencia de lo anterior no existen verdaderos suelos y el paisaje, típicamente
desértico, aparece dominado por superficies rocosas desnudas aunque localmente pueden
aparecer también dunas de arena o de nieve seca y acumulaciones de sal comparables a las
de los desiertos cálidos.
En los desiertos polares los seres vivos tienen que enfrentarse simultáneamente al frío, a la
aridez y a la falta de recursos lo que les convierte en uno de los entornos más hostiles y
vacíos de la tierra.
Los animales y plantas son muy escasos tanto en número como en diversidad y resultan muy
discretos a causa de sus pequeñas dimensiones. Este hecho es reflejo de la escasa
productividad del medio pero resulta vital ya que permite a los organismos evitar el viento y
aprovechar al máximo el calor: el suelo (o la superficie rocosa), absorbe bien la radiación solar
y se calienta mucho más que el aire pudiendo permanecer varias semanas seguidas por
encima de los cero grados gracias a la insolación continua propia de las altas latitudes aunque
la atmósfera se mantenga muy fría.
Las formas de vida son muy simples e incluyen algas terrestres, líquenes (Xanthoria
elegans...), hongos y hepáticas. En los lugares menos extremos aparecen también
algunas herbáceas que, a veces, presentan diversas xeromorfosis o un carácter halófilo.
En ningún caso, sin embargo, constituyen un tapiz continuo ni logran romper la
continuidad del paisaje desértico.
Los líquenes son organismos de una extraordinaria resistencia lo que les permite colonizar los
ambientes más extremos del desierto polar. Su crecimiento es muy lento y aportan una
biomasa insignificante pero contribuyen a la disgregación de las rocas por lo que, en caso de
mejorar las condiciones ambientales, pueden preparar el terreno para la instalación de plantas.
Foto: Xanthoria sp sobre rocas graníticas.
Dada la extremadamente baja productividad de estos medios, la fauna residente consiste
principalmente en insectos y ácaros aunque, tal como ocurría en las zonas heladas,
cierto número de animales procedentes de las áreas vecinas pueden frecuentar o
sobrevolar las áreas de desierto.
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3.3.3 LA TUNDRA
CLIMA Y DISTRIBUCIÓN
La tundra es una formación característica del Hemisferio Norte (aunque aparece en
algunos puntos del Sur) que constituye una franja de transición entre los hielos o
desiertos polares y las regiones forestales de latitudes más bajas.
La tundra ocupa una franja caracterizada por presentar temperaturas positivas, aunque
inferiores a 10ºC, durante un corto verano pero inviernos fríos y prolongados durante los que
toda actividad vegetal es imposible.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público y reelaboración a partir de Porse (2008). The main
biomes of the world, en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
La palabra deriva de una expresión utilizada en Laponia que alude a un entorno sin
árboles y se corresponde muy bien con el ambiente designado, una zona donde la
dureza del clima condiciona el desarrollo de las plantas y el paisaje queda dominado por
las de pequeño porte: arbustos, herbáceas, musgos, líquenes...
Pero la tundra también puede delimitarse a partir de criterios climáticos ya que sus límites
Norte y Sur coinciden bastante bien con las isotermas de 0º y de 10ºC respectivamente
para el mes más cálido. Estas temperaturas estivales implican que durante una parte del
año hay fusión, y por tanto agua líquida, pero que no existe auténtico verano y, por tanto,
no pueden desarrollarse bosques.
El rasgo más característico de la vegetación de la tundra es la ausencia de árboles motivada
por la excesiva brevedad del periodo vegetativo y por las insuficientes temperaturas estivales.
Foto: Lonsdäl (Noruega).
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En la tundra ártica los veranos son breves y frescos. Los días son muy largos y la
insolación es alta lo que beneficia a las plantas. Sin embargo, el sol se levanta muy poco
sobre el horizonte y aporta escaso calor al suelo ya que la radiación es siempre rasante y
gran parte de ella se refleja en la nieve o es consumida por su fusión.
Los inviernos, en cambio, son muy fríos y prolongados manteniéndose las temperaturas
medias por debajo de 0ºC hasta ocho meses al año. Durante todo este tiempo el suelo
permanece cubierto de nieve que actúa de aislante térmico y protege a la vegetación del
viento y de las temperaturas del aire, mucho más bajas. Además, durante la mayor parte
del tiempo prácticamente no hay luz y reina una penumbra que basta a los animales pero
es insuficiente para la fotosíntesis (que, de todas formas, queda paralizada por el frío).
Las precipitaciones varían bastante dependiendo del relieve y distancia al mar pero, en
general, son escasas y se producen preferentemente en verano. No obstante, no existe
aridez ya que las tasas de evaporación y evapotranspiración son muy bajas a causa de
las bajas temperaturas y el ambiente resultante suele ser siempre húmedo en la mayor
parte de los lugares.
Las circunstancias anteriores limitan la duración del periodo vegetativo: en el mejor de los
casos, en el límite meridional, las plantas disponen de tres meses para desarrollar sus
ciclos vitales pero a medida que aumenta la latitud este plazo se va reduciendo hasta
imposibilitar el desarrollo de la mayoría de las plantas y dar paso al desierto.
Estas circunstancias se producen principalmente en el Hemisferio Norte a lo largo de una
franja ininterrumpida que se extiende a lo largo de Laponia, norte de Siberia, Alaska y
Canadá y costa meridional de Groenlandia.
En el Hemisferio Sur la tundra aparece en áreas del Sur patagónico, algunos puntos del
litoral antártico y en varios archipiélagos (Kerguelen, Georgia del Sur...) presentando
caracteres más oceánicos. En estos lugares las temperaturas son menos rigurosas pero
el viento se convierte en un importante factor de estrés.
Por otra parte existen áreas de montaña repartidas por todo el mundo que comparten
numerosas características con la tundra. Pese a que tienen caracteres propios y en
sentido estricto no pertenecen a este tipo de bioma, numerosos autores relacionan
ambos ambientes y junto a la tundra circumpolar hablan de “tundra alpina” o de montaña.
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LOS SUELOS
La temperatura desempeña un papel muy importante en la edafogénesis ya que determina la
actividad biológica del suelo y la velocidad de las reacciones químicas que tienen lugar en él.
Por eso, el frío es siempre adverso a la formación y desarrollo de los suelos.
La presencia habitual de hielo en el suelo ya sea en forma de permafrost, en niveles
profundos, ya en forma de pipkrakes o lentejones en los más superficiales obstaculiza la
formación de suelos y dificulta la presencia de las raíces o de la microfauna edáfica..
Foto: hielo en agujas (pipkrakes) levantando las partículas superiores del suelo.
Entre los factores que dificultan el desarrollo edáfico en la tundra se pueden mencionar los
siguientes:
•
El subsuelo permanece permanentemente helado en amplias superficies dando lugar
al llamado “permafrost”. La “capa activa”, que se deshiela cada verano, es muy
delgada y puede reducirse a algunos decímetros lo que dificulta el desarrollo de las
raíces, impide la infiltración del agua y produce una saturación del suelo durante la
estación estival.
•
La vegetación es escasa y los aportes de materia orgánica que recibe el suelo son
muy reducidos. Sin embargo, prácticamente no hay hongos ni microorganismos
descomponedores por lo que en los lugares más húmedos dicha materia orgánica se
va acumulando sin descomponer y forma una capa de turba.
•
Las reacciones que producen la humificación y mineralización de la materia orgánica
se paralizan por lo que la edafogénesis depende casi exclusivamente de los procesos
mecánicos ligados a los ciclos hielo-deshielo.
•
La aparición y desaparición de cristales de hielo produce continuos desplazamientos
de las partículas y dificulta la aparición de horizontes diferenciados en el suelo.
Dado lo anterior, dominan los litosoles y criosoles, suelos poco desarrollados con un perfil A/C
y presencia habitual de hielo.
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En las regiones frías son comunes los suelos ordenados. Son consecuencia del
desplazamiento selectivo de partículas por parte del hielo y demuestran la importancia que
tiene éste en las características de los suelos.
Foto: Suelos poligonales en Sandvikurheidi (Islandia).
Amplias extensiones presentan un drenaje deficiente y durante el verano permanecen siempre
encharcadas. En estos ambientes, el agua no permite la existencia de oxígeno impidiendo la
descomposición de la materia orgánica que se acumula en forma de turba. Por fin, por debajo
de ella, esa misma falta de oxígeno implica la reducción del hierro originando suelos
hidromorfos de tipo gley, ácidos y poco propicios para la vida.
Por eso las turberas, que ocupan grandes superficies de la tundra, son otro de los factores
limitantes para la vegetación de estas regiones.
Extensas superficies de la tundra y del bosque boreal presentan un drenaje deficiente y están
ocupadas por turberas. En estos lugares sólo es posible una vegetación acidófila capaz de
tolerar el encharcamiento permanente.
Foto: Enontekiö (Finlandia).
En las áreas mejor drenadas el agua de fusión desaparece rápidamente y pueden formarse
suelos de tipo ranker que, siendo poco evolucionados, son más ricos en humus y presentan
19
una buena oxigenación. Su principal limitación para las plantas es su pobreza en nutrientes y,
en particular, en nitrógeno.
Esta circunstancia favorece a las plantas pioneras capaces de fijar el nitrógeno
atmosférico como Dryas octopetala que, una vez instaladas, enriquecen muy deprisa el
suelo preparando el terreno a otras plantas más exigentes.
La falta de nitrógeno es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la vegetación
de la tundra. Por eso, las plantas capaces de fijar el nitrógeno atmosférico suelen ser pioneras
y formar poblamientos densos que, poco a poco, van enriqueciendo el suelo haciendo posible
la posterior instalación de otras especies.
Foto: Dryas octopetala, planta fijadora de nitrógeno común en el ámbito boreoalpino.
La falta de nutrientes del suelo hace que la presencia de animales adquiera una importancia
determinante para la vegetación y los suelos ya que en muchos lugares son la principal fuente
de materia orgánica en forma de deyecciones, cadáveres u otros restos. Eso explica que
alrededor de los nidos y madrigueras o, incluso, a lo largo de las vías migratorias de los renos
la vegetación sea particularmente densa lo que, a su vez, contribuye a atraer más animales a
estos mismos lugares realimentando el proceso.
20
DIVERSIDAD BIOGEOGRÁFICA DE LA TUNDRA
La tundra es muy extensa y abarca regiones expuestas a climas más o menos extremos.
Ello se refleja en la composición y estructura de la vegetación y permite diferenciar entre
varios tipos de tundra que forman una secuencia desde el semidesierto hasta las
primeras formaciones arboladas.
En todos los casos se trata de formaciones muy jóvenes resultado de la colonización de
estas regiones tras la retirada de los hielos de la última glaciación. Dado que las plantas
que se encuentran en ellas tienen un crecimiento extremadamente lento y un dinamismo
escaso, ello implica que en muchas ocasiones podemos encontrarnos ante formaciones
inmaduras con mayor potencialidad de la que hoy aparentan.
En la tundra típica la cubierta vegetal es continua y recubre bien el suelo. Su composición
varía dependiendo de la localización: mientras que los fondos de valles y zonas planas suelen
ser turbosos y poco favorables para las plantas, las laderas están mejor drenadas y soportan
una vegetación más rica.
Foto: tundra en el área de Jokuldalsheidi (Islandia).
En el Hemisferio Norte la tundra “típica” cuenta con un periodo vegetativo de unos tres
meses y presenta una cobertura vegetal relativamente rica aunque discontinua ya que la
persistencia tardía de manchas de nieve (determinadas en gran medida por el viento y
que se reproduce por ello de un año para otro en los mismos lugares) resta superficie a
las plantas y contribuye a su discontinuidad.
Los emplazamientos más favorables para la vegetación son las colinas o pequeñas
laderas en las que la radiación solar incide con un ángulo más favorable, la nieve se
funde antes y la inclinación favorece la escorrentía y, con ella, la presencia de suelos
secos. En estos lugares la cubierta vegetal forma un tapiz denso que combina pequeños
arbustos, destacando varias especies de abedules y sauces enanos (Betula spp; Salix
spp), herbáceas, sobre todo de los géneros Eriophorum y Carex, musgos y líquenes.
En el límite meridional de la tundra, donde el verano se va haciendo más largo, hacen su
aparición plantas con bayas, sobre todo los arándanos (Vaccinium spp), que tienen una
gran importancia por proporcionar un alimento muy energético a numerosos animales
Cuando la humedad atmosférica es importante los musgos pueden llegar a imponerse
formando un tapiz continuo de hasta medio metro de espesor que a las demás especies
les cuesta mucho atravesar. A la inversa, en los enclaves más secos la vegetación se
empobrece muy deprisa y puede quedar limitada a una cubierta de líquenes (Cladonia
spp).
21
En algunos lugares especialmente húmedos y con sustratos muy pobres el musgo puede
recubrir toda la superficie impidiendo la presencia de otros tipos de plantas.
Foto: coladas recientes de lava recubiertas de musgo en Kalfafell (Islandia).
En conjunto la productividad es muy baja oscilando entre 0,2 y 0,7 kg de masa vegetal
seca por m2 y año, valores parecidos a los de las regiones subdesérticas.
A medida que nos alejamos de los polos la estación vegetativa se va alargando, los
veranos van siendo más tibios y las condiciones más favorables para la vegetación
dando paso a la llamada “tundra arbolada”.
La tundra arbolada marca la transición entre la tundra y los bosques boreales. En Europa los
árboles que aparecen en ella son abedules y no llegan a formar un auténtico bosque.
Foto: tundra arbolada con Betula humilis en Myvatn (Islandia).
La tundra arbolada constituye una franja de ecotono entre las formaciones forestales y la
tundra propiamente dicha donde manchas arboladas y herbáceas forman un mosaico
22
complejo cada vez más abierto a medida que aumenta la latitud en una transición muy
lenta que a veces requiere cientos de kilómetros.
La transición se inicia con la aparición de manchas sin árboles en medio del
bosque, generalmente coincidentes con elevaciones expuestas al viento. Poco a
poco, estas manchas desarboladas van ganando superficie hasta dominar el
paisaje mientras que el bosque, compuesto por árboles cada vez más rechonchos,
se fragmenta formando islas rodeadas de formaciones abiertas. Al final las
especies arbóreas, reducidas al estado de arbustos, se limitan a formar pequeños
rodales en los lugares más favorables confundiéndose con el resto de la tundra.
En Europa los árboles capaces de alcanzar mayores latitudes y que conforman este
ecotono son abedules mientras que en Asia y América suelen ser coníferas como los
alerces y abetos rojos.
El límite de sus áreas está determinado por la brevedad del periodo vegetativo: los
árboles raras veces tienen tiempo suficiente para completar sus ciclos y poder generar
semillas y éstas, muy buscadas por los animales que las devoran ávidamente por su gran
poder alimenticio, son frecuentemente arrastradas por el viento hacia zonas donde no
pueden germinar a causa de la presencia de nieve tardía o del recubrimiento de musgos
o líquenes. Por fin, un arbolito nuevo requiere dos o tres años favorables seguidos para
poder enraizar e iniciar su desarrollo lo que reduce mucho sus posibilidades.
Por fin, un último inconveniente que tienen que superar los árboles está relacionado con
la extrema lentitud de su desarrollo. En los casos más extremos, el crecimiento en altura
no supera 1 a 2 cm por temporada de forma que algunas especies pueden necesitar
unos 20 años para sobresalir por encima del estrato herbáceo.
En el límite septentrional de la tundra arbolada, el crecimiento de las plantas leñosas es
excesivamente lento y los auténticos árboles dejan paso a especies o variedades enanas.
Foto: abedul enano en Noruega.
Pese a todo lo anterior, en la actualidad el mayor problema para la pervivencia o
expansión de las formaciones arbóreas de la tundra lo constituyen la presión ejercida por
los habitantes de la región y su ganado y el límite polar del árbol (igual que ocurre con el
altitudinal en nuestras montañas donde los mecanismos descritos son bastante
semejantes) es antrópico de forma bastante general.
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La fauna presente en la tundra está bien adaptada a las condiciones extremas de este
medio e incluye fitófagos como el buey almizclero (Ovibos moschatus), el reno o caribú
(Rangifer tarandus), la liebre ártica (Lepus arcticus) y numerosos roedores que se
alimentan de las hierbas o incluso líquenes de la tundra. Algunas de estas especies son
muy gregarias y forman manadas de miles de individuos para realizar sus
desplazamientos estacionales.
El reno es un cérvido muy bien adaptado a las condiciones de la tundra que forma grandes
manadas y migra estacionalmente entre la ésta y el bosque boreal. Su forma doméstica ha
sido hasta hace poco tiempo la base de la economía y de la cultura de los pueblos nómadas
del Norte de Europa.
Foto: reno (Rangifer tarandus), Muonio, Finlandia.
Todos estos herbívoros sirven de alimento a depredadores como el lobo blanco (Canis
lupus arctos), los osos polar y pardo (Ursus maritimus, U. arctos), el zorro polar (Alopex
lagopus) u otros. Como la biodiversidad es muy reducida, las cadenas tróficas son cortas
y estos cazadores tienden a depredar siempre las mismas especies existiendo una
estrecha relación entre el número de cazadores y el de las presas que se autorregulan
mutuamente.
Las aves son relativamente abundantes destacando las ligadas a los medios acuáticos
como las anátidas (gansos, patos...). Son muy característicos los lagópodos (Lagopus
sp) y el buho nival (Bubo scandiacus), un eficaz cazador que se nutre principalmente de
lemmings pero que es capaz de capturar cualquier tipo de presa, incluso peces, de
tamaño pequeño o medio. Algunas de estas aves son sedentarias aunque la mayoría
tienen hábitos migratorios por lo que la tundra, en invierno, queda aparentemente vacía
de ellas.
Como ya se ha dicho, los animales pueden producir una presión muy importante sobre
las plantas que les sirven de alimento. El caso de los lemmings, que con sus bruscos
ciclos demográficos desestabilizan continuamente la cubierta vegetal, es el más conocido
pero no el único: los gansos, por ejemplo, devoran gran cantidad de semillas y terminan
destruyendo entre el 50 y el 80% de la vegetación en el entorno de sus lugares de
anidada.
24
Generalmente la degradación de la vegetación reduce los recursos alimentarios de las
especies que dependen de ella y los animales terminan por marcharse a otro sitio o
experimentan una mayor mortalidad por hambre y escasez... lo que permite a la
vegetación recuperarse y volver al punto de partida cerrando el ciclo (que se repite una y
otra vez manteniendo a largo plazo un equilibrio entre animales y plantas).
Las aves son muy abundantes en el litoral o en las zonas húmedas de la tundra. Normalmente
están muy bien protegidas del frío y aunque consumen gran cantidad de materia vegetal,
enriquecen los suelos con sus deyecciones por lo que ejercen una importante influencia en la
vegetación.
Foto: eider (Somateria mollissima), ave ártica que se defiende eficazmente del frío con un denso plumón que se
utiliza para la fabricación de edredones y “plmíferos”.
Pero, de manera simétrica, los animales también benefician a las plantas contribuyendo a
la dispersión de sus semillas y, sobre todo, enriqueciendo el suelo con sus deyecciones.
En los lugares con condiciones más difíciles prácticamente todo el nitrógeno, fósforo o
materia orgánica presentes en el suelo son aportados por los animales y sólo la
presencia de éstos hace posible el crecimiento de plantas.
Dada la escasa productividad del medio y la situación límite en la que se encuentran la
mayoría de las especies, la fauna y la vegetación de la tundra son interdependientes y
aparecen siempre muy relacionadas. En la tundra cualquier alteración en la fauna
repercute inmediatamente en la vegetación y viceversa.
25
3.3.4 EL BOSQUE BOREAL DE CONÍFERAS
CLIMA Y DISTRIBUCIÓN
En aquellas regiones en las que existe al menos un mes con temperaturas medias diarias
superiores a los 10ºC el crecimiento de los árboles empieza a ser posible. Sin embargo, y
en tanto la duración del verano no supere los 120 días al año, los árboles planifolios
tienen grandes dificultades para imponerse y se produce un absoluto predominio de las
coníferas.
El bosque boreal de coníferas es la vegetación característica de las regiones frías y
continentales del hemisferio Norte. En ellas los inviernos son extremadamente fríos pero los
veranos son tibios, moderadamente lluviosos y más prolongados que en la tundra lo que
permite el desarrollo de los árboles.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público y reelaboración a partir de Porse (2008). The main
biomes of the world, en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
Ello ha dado lugar al bosque boreal de coníferas (a veces designado con la palabra “taiga” o
“taigá”), una inmensa masa forestal que forma un anillo a través de todas las regiones
septentrionales de Eurasia y Norteamérica. Exclusiva del Hemisferio Norte, la taiga no tiene
equivalente en el Sur, de carácter menos continental y en el que, en su lugar, existen
bosques planifolios que representan más bien ambientes hiperoceánicos fríos.
En su origen la palabra “taiga” hacía referencia a determinados bosques de coníferas rusos
pero su uso se ha extendido y es frecuente designar con ella a la totalidad del bosque boreal.
Foto: taiga en Viborg (Rusia).
26
El bosque boreal limita al Norte con la tundra mientras que hacia el Sur, y a medida que
el clima va suavizándose, da paso a los bosques caducifolios en las áreas de clima oceánico
y a estepas o praderas en las áreas de clima continental.
El clima característico de estas regiones es continental y está marcado por una fortísima
amplitud térmica. Durante los veranos, que son breves y tibios, las temperaturas medias
mensuales superan 10ºC entre uno y cuatro meses y las máximas se acercan con frecuencia
a los 25ºC. Sin embargo, los inviernos son prolongados y muy fríos registrándose valores
medios negativos durante seis o más meses al año y las temperaturas mínimas absolutas más
bajas de la tierra tras la Antártida. De este modo, la amplitud de los valores extremos
absolutos puede superar 100ºC en algunas zonas del interior de Siberia.
No obstante, la extensión ocupada por el bosque boreal es inmensa y aunque se trata de un
bioma muy uniforme y sin cambios bruscos, la latitud y el grado de continentalidad introducen
importantes diferencias climáticas que repercuten en la vegetación. En virtud de ello, junto a
las regiones hipercontinentales del centro de Asia o de Canadá existen otras áreas de
carácter oceánico frío en las que las temperaturas son relativamente moderadas y la amplitud
térmica reducida (Noruega, costa pacífica de Canadá).
Lo mismo ocurre en el caso de las precipitaciones que si bien son moderadas en general,
pueden alcanzar valores importantes en el litoral. En cualquier caso, como las tasas de
evaporación son reducidas y las lluvias son predominantemente estivales, el ambiente
durante la estación vegetativa resulta relativamente húmedo incluso en las áreas menos
lluviosas. La nieve recubre el suelo durante gran parte del año aunque supone un
porcentaje reducido del total de precipitación.
En el Hemisferio Sur la franja que podría estar ocupada por un bosque como el boreal
presenta un carácter marcadamente oceánico y allí donde las condiciones son favorables al
bosque, aparecen masas de Nothofagus, género de árboles planifolios que incluye especies
tanto perennes como caducas. Su aspecto y ecología son totalmente diferentes de las de los
bosques boreales y debe relacionarse más bien con los oceánicos de latitudes medias.
Foto: bosque magallánico frente al canal de Beagle (Chile).
27
LOS SUELOS
En las regiones ocupadas por el bosque boreal el frío dificulta gravemente la edafogénesis ya
que las bajas temperaturas inhiben la acción bacteriana y de los hongos impidiendo la
descomposición de la materia orgánica. Ello hace que la humificación y mineralización de los
restos vegetales sea extremadamente lenta y que éstos permanezcan durante mucho tiempo
sobre el suelo formando una espesa capa. De ahí que los suelos sean normalmente pobres y
poco desarrollados lo que, unido a la presencia de permafrost, limita mucho las posibilidades
de la vegetación.
Las agujas de las coníferas que tapizan el suelo se descomponen lentamente liberando ácidos
orgánicos. Éstos reaccionan con las bases presentes en el sustrato a la vez que el lavado
producido por la lluvia y el agua de fusión arrastran los nutrientes hacia los horizontes más
profundos (o hacia los ríos). La consecuencia de todo ello es la aparición de unos suelos que
son a la vez pobres en elementos minerales y muy ácidos.
Los suelos más característicos de esta zona son podsoles. Se caracterizan por su elevada
acidez y por poseer
+ un horizonte orgánico negro en superficie,
+ otro intermedio de carácter silíceo y color gris resultante del empobrecimiento que
produce el continuo lavado y arrastre de compuestos y
+ una tercera capa profunda resultado de la acumulación de los óxidos de hierro y de
color marrón oscuro o rojizo.
Las bajas temperaturas y la propia naturaleza de las acículas de las coníferas dificultan la
mineralización de los restos vegetales por lo que el suelo acumula abundante biomasa
semidescompuesta. Frecuentemente el estrato herbáceo es sustituido por una cubierta de
líquenes que se intercalan entre dichos restos orgánicos.
Foto: detalle del suelo del bosque boreal de coníferas: restos vegetales y líquenes (Cladonia implexa).
Las coníferas son a la vez causa y efecto de estos suelos ya que contribuyen a sus
características favoreciendo la acidificación pero, al tiempo, son los árboles mejor adaptados a
él gracias a su extraordinaria resistencia y sobriedad. Para obtener los nutrientes necesarios,
las coníferas se valen de sus abundantes micorrizas.
La mayoría de las plantas superiores tienen micorrizas pero éstas adquieren particular
28
importancia en regiones con suelos más pobres y en las coníferas. La micorriza es una
asociación simbiótica, que proporciona beneficios a ambas partes, entre un hongo (del
griego “mycos”) y una raíz (“rihizos”). El hongo es capaz de descomponer la materia
orgánica acumulada sobre el suelo proporcionando sales minerales a la planta mientras
que ésta suministra hidratos de carbono y otros compuestos que el hongo no puede
producir.
En los lugares más húmedos y peor drenados pueden formarse turberas que limitan el
desarrollo del bosque pero constituyen reservas de agua muy útiles durante el verano.
Tanto la presencia de turberas como la de afloramientos rocosos impiden frecuentemente el
desarrollo de árboles y crean claros en el bosque boreal.
Foto: afloramiento de rocas pulidas por el glaciarismo cuaternario y turberas en Tommernes (Noruega).
29
LA VIDA EN EL BOSQUE BOREAL DE CONÍFERAS
La biodiversidad del bosque boreal es bastante reducida. En Eurasia Occidental dominan los
abetos rojos (Picea abies) y el pino albar (Pinus sylvestris) que forman masas prácticamente
monoespecíficas. Sin embargo, a medida que se avanza hacia el este hacen su aparición
otras especies, sobre todo de pinos y alerces (Larix spp).
La especie dominante en el bosque boreal europeo es el abeto rojo. Sus masas son densas
en el Sur pero se aclaran mucho hacia el Norte donde las condiciones son más desfavorables
y el crecimiento más lento. Se trata de un bosque monótono y bastante pobre en especies.
Foto: abetal en Västernorrland (Suecia).
En América aparecen muchas más especies de los géneros Pinus, Picea, Abies, Tsuga, Larix,
Thuja, Juniperus y Chamaecyparis, algunas de ellas propias de latitudes más bajas pero
capaces de soportar estos ambientes, lo que confiere al bosque no sólo mayor riqueza y
biodiversidad sino también biomasa.
En su límite meridional, y en particular en América, el bosque boreal se diversifica mucho,
incrementa su biomasa e incorpora algunos árboles caducifolios.
Foto: bosque en White Mountain N.P. (New Hampshire, EEUU).
30
Por fin, intercaladas entre las coníferas, y ocupando las márgenes de los bosques o áreas
degradadas de los mismos, aparecen algunos caducifolios adaptados al frío y a la acidez de
los suelos. Los más ubicuos y característicos son los abedules que pueden llegar a adquirir
dimensiones notables en los lugares más favorables.
El estrato arbóreo del bosque maduro suele estar compuesto por abetos rojos. Este árbol
dispone de diversos recursos que le permiten adaptarse muy bien a las condiciones de los
climas continentales:
Su morfología cónica es ideal para repartir el peso de la nieve en invierno y para captar la
radiación solar en verano disponiendo además el abeto de acículas diferenciadas para el sol y
para la sombra que le permiten aprovechar al máximo la luz disponible. Gracias a ello su
fotosíntesis es muy eficaz contrarrestando la brevedad del periodo vegetativo y permitiendo al
árbol mantenerse activo desde muy pronto en primavera hasta bien entrado el periodo de
heladas en otoño sin perder "días útiles"
El invierno el abeto es capaz de detener casi totalmente su actividad entrando en una fase de
reposo vegetativo. Durante esta etapa la respiración se reduce al mínimo, reduciéndose en la
misma proporción las pérdidas de agua y los jugos celulares se concentran dificultando su
congelación y endureciendo las acículas lo que les permite aguantar, según las especies,
temperaturas de -40 a -60ºC sin sufrir daños.
Las acículas del abeto rojo son muy eficaces desarrollando la fotosíntesis y permiten
aprovechar al máximo la estación disponible. En invierno concentran los líquidos de sus
células lo que las endurece y permite evitar las heladas.
Foto: abeto rojo (Picea abies).
Al llegar la primavera vuelven a adquirir flexibilidad y reverdecen gracias a la producción de
cloroplastos pero pierden resistencia al frío (por esa razón, el abeto rojo y otras especies que
adoptan estrategias similares soportan muy mal las heladas tardías).
Los abetos necesitan una cantidad considerable de agua: entre 250 mm al norte y 450 mm
anuales al sur y la existencia y posibilidad de absorción de ésta se convierte frecuentemente
en un factor limitante para su presencia.
Hay que tener en cuenta que las ramas de un abetal son muy eficaces interceptando el
agua de lluvia (retienen cerca del 50% del total) y que el estrato de musgos y el humus
retienen otro porcentaje considerable. Ello hace que al nivel de las raíces no llegue más
de un tercio del total de agua precipitada.
31
Por esta razón, los abetos desarrollan un potente sistema de raíces superficiales, gruesas y
enmarañadas, que absorben muy bien el agua disponible y “ocupan el terreno” dificultando la
instalación de otras plantas que podrían competir con ellos.
La maraña de raíces y la eficaz absorción de agua que realizan dificulta el desarrollo del
sotobosque comprometiendo incluso la reproducción de la propia especie: los pinos o abetos
nuevos no encuentran hueco para enraizar más que tras la desaparición de los viejos. Por
eso, el sotobosque del abetal es bastante pobre: hay muy pocos arbustos y los estratos
herbáceo y muscinal son discontinuos. En los casos más extremos por debajo del dosel
arbóreo no se observa más presencia que la de líquenes. Cuando el sustrato es seco es
habitual la existencia de arandaneras (Vaccinium myrtillus, V. vitis-idaea) mientras que en los
lugares húmedos se imponen los musgos, sobre todo del género Sphagnum (los llamados
“musgos de las turberas”).
El pinar sustituye al abetal en los lugares más secos o en los bosques inmaduros. Suele
formar masas más abiertas de carácter monoespecífico.
Foto: pinar (Pinus sylvestris) en el Valle de Nissan, Suecia.
El pinar compite con el abetal y en los sitios más secos se impone a él. En su interior se
encuentran arándano, brecina-brezo (Calluna vulgaris..) y muchos líquenes (Cladonia,
Cetraria...).
Cuando el abetal se degrada o se incendia (los incendios tienen una gran importancia en
estas enormes masas de coníferas), los estratos inferiores pueden adquirir una cierta
densidad proliferando el arándano, Oxalis acetosella e incluso el frambueso (Rubus idaeus).
Los primeros árboles en reaparecer son los abedules y los álamos temblones (Betula sp.;
Populus tremula) que crecen relativamente deprisa y encuentran condiciones óptimas cuando
las coníferas dejan de hacer sombra. Posteriormente se irá instalando el pino y, por fin, lo hará
el abeto. Sin embargo esta progresión es muy lenta (en Suecia se estima que la etapa del
abedul dura unos 150 años y la del pino unos 500) lo que explica que el bosque boreal
configure un gran mosaico en el que cada tesela corresponde a una etapa sucesional
32
diferente: impactos o situaciones que se produjeron hace varios siglos siguen manifestándose
en el paisaje.
Sólo las áreas más húmedas dificultan los incendios y aparecen recubiertas de un abetal
prácticamente puro.
En su límite meridional la taiga puede albergar una biomasa importante y contener árboles de
dimensiones apreciables. Al ser ésta la zona más accesible y frecuentada (y la más
reproducida en las películas), la imagen que existe de estos bosques ha quedado
distorsionada ocultando que en la mayor parte de su superficie los árboles tienen dimensiones
muy discretas y que la densidad de la masa no es muy elevada. Todo ello se debe a que el
rendimiento de este bioma es mediocre y su evolución muy lenta.
La productividad, mayor que la de la tundra pero muy inferior a la de los bosques de las
regiones templadas, se sitúa en valores próximos a 1 kg de fitomasa seca al año.
Los abedules adquieren grandes dimensiones en el límite meridional de la taiga donde a
veces forman bosques mixtos de gran interés que pueden contener coníferas pero también
algunos caducifolios.
Foto: abedular en el área del lago Ladoga (Rusia).
La fauna del bosque boreal
Las dificultades que debe superar la fauna y los sistemas que utiliza para lograrlo son
similares a los del resto de las regiones frías y ya han sido descritos más arriba. Por eso, la
principal diferencia respecto a la tundra o las zonas heladas está en la mayor productividad
del bosque boreal y, por tanto, la mayor abundancia de recursos tróficos que encuentran los
animales. Gracias a ello, la fauna es más rica y diversa que la existente en las demás
regiones frías aunque sus características generales así como el tipo de relaciones existente
entre las distintas especies sean comparables.
Entre los mamíferos más representativos del bosque boreal se encuentran algunos grandes
fitófagos (alces, renos, ciervos…) aunque son mucho más abundantes los animales de menor
corpulencia (liebres, ratones, ardillas…). Entre los carnívoros destacan los osos, lobos, linces,
zorros y una gran variedad de mustélidos (glotón, comadreja, visón, armiño, nutria…).
Dada la enorme extensión del bosque boreal, pocos mamíferos tienen la posibilidad de
emigrar hasta regiones con inviernos más benignos por lo que tienen que ser capaces de
sobrevivir in situ (en realidad hay especies que realizan grandes migraciones estacionales,
33
como el reno, pero ello no les libra del frío y todas necesitan disponer de mecanismos de
adaptación para soportar los inviernos). Para conseguirlo, todos ellos se protegen con buenas
pieles y, dependiendo de su tamaño y tipo de dieta, adoptan diferentes estrategias:
• los más pequeños, como los ratones o musarañas, se refugian en sus madrigueras, a
veces en grupo para darse calor, y se mantienen activos alimentándose de las reservas
que han acumulado en ellas.
• Otros, como los osos, optan por hibernar
• Los alces, ciervos y renos sobreviven alimentándose de musgos, líquenes o ramas
tiernas de árboles o incluso de sus cortezas.
Las aves son bastante numerosas y frecuentemente migradoras. Abundan las rapaces
forestales diurnas o nocturnas (gavilanes, búhos…), los pájaros carpintero y numerosos
paseriformes (herrerillo, piquituerto…). Se alimentan de frutos y semillas pero también de los
caracoles, ranas y abundantísimos insectos que existen en estos bosques a partir de la
primavera.
Aunque la mayoría de estas aves existen en áreas más amplias y no son exclusivas del
bosque boreal, algunas se han especializado tanto en este tipo de medio que difícilmente
pueden vivir fuera de él. Uno de los casos más conocidos es el del urogallo que es capaz de
alimentarse de las agujas de las coníferas.
34
3.3.5 LOS MARES POLARES
Los océanos polares son medios insuficientemente conocidos todavía que sólo en los últimos
años han empezado a desvelar su sorprendente riqueza biológica.
Localización y límites de los océanos Ártico (derecha) y Antártico (izquierda)
El Antártico encierra una biomasa considerable favorecida su elevado contenido en oxígeno y
el ascenso de aguas profundas (“upwelling”) muy ricas en nutrientes. Eso permite que el
fitoplancton sea extraordinariamente abundante y se convierta en la base de una cadena
trófica que incluye zooplancton (representado sobre todo por el krill), numerosos peces,
cefalópodos, aves marinas y mamíferos marinos. El elemento más importante de esta cadena
es el krill, un crustáceo diminuto que forma bancos muy densos (se han citado densidades de
20 kg/m3 de agua) de varios km2 de superficie y que es el principal recurso trófico de un gran
número de animales (incluyendo ocho especies de ballenas que acuden a las aguas antárticas
cada verano para alimentarse de él).
Las aguas litorales de las regiones polares sorprenden por la diversidad y abundancia de su
fauna destacando, además de los peces, las aves y los pinnípedos.
Foto: Breidamerkurjökull (Islandia).
En el Océano Antártico se han inventariado 300 especies de peces. Muchos de ellos existen
también fuera de los mares polares pero existen verdaderos especialistas de estos medios
que no podrían sobrevivir en aguas más cálidas. Los peces del grupo de los Notothenioideos
(también llamados “peces de los hielos”), por ejemplo, segregan moléculas anticongelantes y
han desarrollado un tipo inhabitual de hemoglobina para transportar mejor el oxígeno lo que
les permite desenvolverse en aguas a -2ºC sin congelarse.
35
Junto a los peces abundan los cetáceos. El mayor de ellos es el rorcual azul (Balaenoptera
musculus) que se alimenta casi exclusivamente de krill y que, capaz de alcanzar 30 metros de
longitud y 170 Tm de peso, se considera el mayor animal que ha existido en la tierra. Junto a
él aparecen la ballena franca austral (Eubalaena australis), la orca (Orcinus orca), cachalotes,
delfines y otros. La mayoría de ellos tienen (o tuvieron hasta época reciente) áreas de
distribución más amplias pero todos ellos están bien preparados para soportar el frío gracias a
sus grandes dimensiones y gruesas capas de grasa y las aguas antárticas son uno de sus
principales refugios actuales.
También son típicos los pinnípedos (“focas”, lobos de mar...) que en ciertos casos, y de nuevo
como defensa frente al frío, alcanzan dimensiones muy importantes: en 1913 se cazó un
elefante de mar (Mirounga leonina) que superaba 5Tm y medía 6,9 metros de longitud.
Los pinnípedos son mamíferos que presentan una excelente adaptación a las aguas frías
gracias a su gruesa capa de grasa y a su agilidad y resistencia al nadar. Aunque no es
exclusivo de las regiones circumpolares, el grupo adquiere un especial protagonismo en ellas.
Foto: lobo de mar (Otaria flavescens), costa de Patagonia..
Sin embargo, y tal como ocurre con los cetáceos, las poblaciones de muchas especies han
sido muy castigadas por la caza y mientras que algunas, como la foca cangrejera (Lobodon
carcinophaga) siguen siendo muy abundantes, las poblaciones de otras han sido muy
diezmadas y resulta difícil imaginar la importancia del papel que desempeñaron en el pasado
reciente en los ecosistemas antárticos.
Pero para la mayoría de la gente, los animales que mejor simbolizan esos ecosistemas
antárticos son los pingüinos. Estas aves son exclusivas del Hemisferio Austral y disponen de
abundante grasa y de una doble capa de plumas que les protegen muy eficazmente del frío y
del viento. Incapaces de volar, crían y pasan gran parte del tiempo en tierra o sobre el hielo
aunque son excelentes nadadoras y dependen de los recursos del mar para alimentarse.
El más conocido es el pingüino emperador (Aptenodytes forsteri) de 1,2 m de altura y
costumbres muy originales aunque, junto a él, existen otras varias especies menos vistosas
pero igualmente significativas como el pingüino de Adelia (Pygoscelis adeliae), exclusivo de la
Antártida como lo es el emperador, o el real (Aptenodytes patagonicus), el barbijo (Pygoscelis
antarcticus) y el papúa (Pygoscelis papua) que migran para reproducirse en litorales más
favorables. Los población total de pingüinos en el océano antártico se estima en unos 20
millones de individuos.
36
Un número significativo de especies vive a la vez en los océanos antártico y ártico formando
poblaciones disjuntas separadas por más de 12.000 km. Entre ellos se encuentran numerosos
cetáceos y aves que viajan cada año de uno a otro hemisferio pero también animales de
pequeñas dimensiones incapaces de realizar grandes desplazamientos como gusanos,
holoturias o moluscos cuya presencia en ambas regiones polares se ve favorecida por la
uniformidad y bajas temperaturas de las aguas profundas y por las corrientes termohalinas
que atraviesan nacen en el Ártico y llegan hasta el antártico.
Excelentes nadadores y muy bien preparados para soportar el frío, los pingüinos son las aves
más representativas de los litorales polares y subpolares del Hemisferios Sur.
Foto: grupo de pingüinos magallánicos introduciéndose en el agua en Patagonia.
En el Hemisferio Norte la productividad del medio marino es inferior y la banquisa recubre la
mayor parte del océano en invierno por lo que la fauna acuática es menos rica. Sin embargo,
muchas especies son comunes y las principales características de los animales son las
mismas en ambos hemisferios.
De este modo, junto a los numerosos peces del ártico vuelven a hacer su aparición los
cetáceos, algunos exclusivos como el narval y el beluga (Monodon monoceros,
Delphinapterus leucas) y diversos pinnípedos como la morsa (Odobenus rosmarus), leones
marinos (Eumetopias jubatus) o el oso marino ártico (Callorhinus ursinus).
Por fin, el Ártico es muy rico en aves marinas tanto residentes como migratorias que
suelen anidar en la costa pero surcan amplias extensiones en busca de alimento.
37
3.4 LA HUELLA HUMANA EN LOS PAISAJES DE LAS REGIONES FRÍAS
En las regiones frías la mayor parte de los organismos se encuentran en condiciones
límite por lo que la aparición de cualquier nuevo factor de estrés puede implicar de
forma casi instantánea la desaparición de muchas especies o alterar gravemente el
equilibrio preexistente. Sin embargo, una vez desaparecido ese factor perturbador, la
recuperación requiere mucho tiempo ya que el crecimiento de las plantas es
extremadamente lento y pueden ser necesarios varios siglos para que la vegetación
alcance un estadio maduro.
Eso explica que dentro de cada bioma la vegetación forme un mosaico con unidades
bien diferenciadas y sin relación aparente con los condicionantes físicos: la mayoría de
estos territorios han soportado una presencia humana a lo largo del tiempo y aunque
las densidades de población han sido siempre muy bajas, los impactos producidos por
cada grupo se reflejan durante siglos en los distintos ecosistemas (a lo que hay que
unir los efectos de las adversidades naturales: incendios causados por rayos,
mortandad por plagas, etc). De este modo, cada una de las unidades mencionadas
representa una etapa diferente en los procesos de sucesión vegetal y el paisaje, en su
conjunto, es mucho menos “natural” de lo que se tiende a creer ante la inmensidad de
los diferentes ambientes y las dificultades que impone el clima.
La vegetación forma un mosaico en el que muchas unidades son consecuencia de antiguos
impactos o alteraciones humanas.
Foto: abedular, pinar y abetal en Grundsunda (Suecia).
De todos los factores de presión que existen en la actualidad los que tienen
consecuencias más graves para el equilibrio natural son los asociados a
•
la intensificación de la ganadería y la instalación de cierres
•
la explotación forestal
•
la sobrepesca
•
la explotación de los recursos energéticos (hidroeléctricos, extracción de
hidrocarburos...)
La explotación forestal no es nueva ya que la madera ha sido, desde la prehistoria, la
materia prima más importante con la que han contado los habitantes de estas
regiones. El aprovechamiento fue sostenible mientras tuvo por objeto la satisfacción de
las necesidades de la población local ya que ésta era muy reducida y el ritmo de
38
explotación hacía posible la regeneración del bosque. Sin embargo, a lo largo del
último medio siglo estas regiones han dejado de ser marginales y se han integrado
rápidamente en los escenarios internacionales convirtiéndose la madera en su
principal fuente de recursos. La explotación del bosque, orientada a la exportación, se
ha intensificado y extendido a través de todo el territorio superando en mucho el
umbral de la sostenibilidad y suponiendo una seria amenaza para la conservación del
bosque boreal en algunas regiones.
Finlandia, por ejemplo, es el país con mayor superficie forestal de Europa (86%).
Sin embargo, sostiene una de las industrias madereras más intensivas del
mundo y es uno de los principales exportadores de papel a costa de permitir una
rápida fragmentación de las superficies arboladas (de las que dos terceras partes
son privadas) y la desaparición de amplias superficies de bosques primarios.
Aunque el país cuenta con una buena red de espacios protegidos, esta tendencia
amenaza seriamente a numerosas especies necesitadas de grandes territorios y
está produciendo cambios ambientales y paisajísticos irreversibles a escala
humana.
La sedentarización de la población, la “modernización” de los modos de vida y la integración
de la economía están intensificando la presión sobre los ecosistemas de las regiones frías
afectando, en particular a la tundra arbolada.
Foto: Kautokeino, “capital” de la Laponia noruega.
La tundra arbolada es la zona más vulnerable frente a la presión humana. En ella se
asienta una población que tiende a aumentar rápidamente como consecuencia de la
sedentarización de los antiguos nómadas y de políticas de desarrollo acompañadas
por la instalación de industrias. La presión sobre las masas arboladas para aprovechar
la madera, ampliar las superficies de pastos o, simplemente, por los daños causados
por el ganado, está suponiendo una disminución de los árboles y un avance hacia el
Sur de los ambientes de la tundra exclusivamente herbácea, mucho más pobre que la
arbolada.
En la región de Arkhangelsk y en la república de Komi, ambas en Rusia, se citan
avances de 40 a 100 km de los ambientes de tundra a costa de los forestales en
tan sólo medio siglo como consecuencia de la presión humana.
Una situación similar se produce en los bosques planifolios de las regiones frías
del Hemisferio Sur: el crecimiento de los árboles es tan lento que su explotación
39
o incendio suponen una degradación irreversible a escala humana y su
sustitución por ambientes esteparios o de seudotundra.
Otro problema es el originado por el fuerte aumento que están experimentando la caza
y la pesca ya que ambas se ceban en un número limitado de especies que,
normalmente, presentan un escaso dinamismo demográfico y se sitúan en los niveles
superiores de las cadenas tróficas: ballenas, osos, mustélidos, grandes ungulados...
La desaparición (o la fuerte reducción del número de alguno de estos animales)
produce impactos muy importantes en el conjunto de los ecosistemas.
Sin embargo, la sobrepesca que podría resultar más desastrosa es del krill, animal que
desempeña un papel irremplazable en los ecosistemas marinos antárticos y del que
depende la alimentación de un buen número de especies. Regulada mediante
acuerdos internacionales, ha logrado frenarse dentro de unos límites tolerables.
40
INTERROGANTES PLANTEADOS POR EL CAMBIO CLIMÁTICO
Las regiones subpolares del Hemisferio Norte son las que están experimentando un
calentamiento más rápido y, probablemente, las que van a sufrir alteraciones
ambientales más importantes como consecuencia del cambio climatico actual.
En el centro de los inlandsis antártico y groenlandés no son previsibles cambios
significativos para la vida ya que las condiciones son excesivamente adversas y
seguirán siéndolo aún en el caso de que se registre un calentamiento de algunos
grados. Sin embargo, en el mar hay que prever una fuerte reducción de la superficie
ocupada por la banquisa que, en el Ártico, podría incluso llegar a desaparecer a lo
largo del presente siglo, y una alteración de las corrientes que, sin duda, alterarán de
manera muy significativa la productividad de las distintas regiones del océano y la
distribución de numerosas especies.
Sobre los continentes situados a latitudes más bajas, los efectos serán muy
importantes también: por una parte, muchos glaciares retroceden “liberando” una
superficie que podrá ser colonizada por los seres vivos, por otra, los veranos tienden a
alargarse y a caldearse permitiendo una prolongación del periodo vegetativo y un
incremento de la productividad en los ecosistemas de la tundra y del bosque boreal.
Por último, el calentamiento modificará las precipitaciones lo que, unido a la
desaparición del permafrost y de la cubierta nival, producirá importantes cambios en
los recursos hídricos disponibles para la vida.
Pero, además, el clima será menos desfavorable que en la actualidad para las
personas lo que permitirá la instalación de más gente y más actividades económicas.
En consecuencia, es previsible que se produzcan cambios en los usos del suelo y en
los aprovechamientos humanos que, inevitablemente, implicarán una mayor presión
sobre el medio y tendrán importantes repercusiones biogeográficas.
El calentamiento está produciendo un desplazamiento latitudinal y altitudinal de las franjas de
vegetación que puede suponer la desaparición de las especies menos dinámicas o más
exigentes y la alteración del conjunto de los ecosistemas. Además, está facilitando la
extensión de las actividades humanas lo que implica una reducción de las superficies que
hasta ahora se conservaban en un estado más próximo al natural.
Foto: Balsfjord (Noruega), escalonamiento altitudinal de la vegetación y de los usos del suelo.
Está comprobado que cuando se produce un calentamiento las especies tienden a
desplazarse en dirección a los polos para mantenerse dentro de su “clima ideal”. De
este modo, los bosques caducifolios de las regiones templadas ganan terreno a costa
41
del bosque boreal mientras que éste avanza hacia la tundra que, a su vez, se instala
sobre áreas anteriormente cubiertas por el hielo. Hasta el presente, todos estos
cambios se han verificado siempre con una gran lentitud permitiendo la adaptación y la
colonización del territorio a la mayoría de las especies.
Los cambios ambientales producidos por el calentamiento global contribuyen a acelerar la
crisis de los modos de vida tradicionales cuyo abandono está teniendo un fuerte impacto
paisajístico (cambios en los patrones de aprovechamiento del territorio, modificación de la
presión ejercida sobre las distintas especies, utilización de los recursos...)
Foto: lapones nómadas en Kautokeino (Noruega)
Sin embargo, el cambio actual no tiene precedentes ya que se está produciendo a una
velocidad extraordinaria y afecta a una cubierta vegetal fragmentada por las
actividades humanas: los ambientes más “naturales” forman manchas rodeadas de
espacios humanizados y carecen de la continuidad necesaria para garantizar que
todas las especies puedan irse desplazando en su migración hacia el Norte. Es
evidente que algunas especies (y, entre ellas, la mayoría de los animales) son
capaces de dispersarse muy deprisa y colonizar nuevos territorios pero otras
requieren mucho más tiempo y no son capaces de atravesar zonas artificializadas por
lo que se exponen a desaparecer.
Dado lo anterior, hay que imaginar que la mayoría de los ecosistemas se desplazarán
en dirección hacia el polo (o hacia las cumbres) pero que, al hacerlo, sufrirán
alteraciones importantes motivadas por la desaparición de muchas de sus especies y
la incorporación de algunas otras propias de los ambientes preexistentes pero que,
habiendo quedado rezagadas, son capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias.
Es muy probable que algunos biomas, tales como la tundra, queden muy menguados
y que numerosas especies dejen de encontrar lugares favorables para vivir y terminen
desapareciendo. Las más vulnerables son las más especializadas (y exclusivas) de los
medios polares, desde el oso polar, que necesita los hielos de la banquisa para
obtener su alimento, hasta los pequeños organismos extremófilos que viven en el hielo
o en los desiertos y que no tienen equivalente en ninguna otra región del mundo.
Muchas de las tendencias descritas se están observando ya (avance hacia el polo de
la mayoría de las especies, alargamiento de los ciclos vegetativos e incremento de la
productividad, alteraciones en los patrones y calendarios migratorios de numerosos
animales, confinamiento en áreas cada vez más reducidas de las especies propias de
42
los ambientes más extremos... Sin embargo, en el momento actual, los efectos a largo
plazo de dichas tendencias son desconocidos y los interrogantes suscitados por el
cambio climático son mucho más numerosos que las certezas.
El oso polar, que necesita los hielos de la banquisa para cazar, es uno de los animales
amenazados por la rápida fusión de los hielos que recubren el Ártico y se ha convertido en un
símbolo para la conservación.
43
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 4. Los biomas de las latitudes medias
4.1 Diversidad climática y ambiental de las regiones templadas.
4.2 El bosque planocaducifolio de latitudes medias.
4.3. Los ambientes mediterráneos.
4.4 Los bosques laurifolios subtropicales.
4.5 Las estepas, praderas y pampas de las latitudes medias.
4.6 Unos entornos muy transformados: los rasgos naturales de un paisaje cultural.
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
4. LOS BIOMAS DE LAS LATITUDES MEDIAS
4.1 Diversidad climática y ambiental de las regiones “templadas”
En la literatura científica, igual que en el habla coloquial, es frecuente asociar las
latitudes medias a una franja de “climas templados”. Al hacerlo, se está repitiendo un
antiguo convencionalismo eurocéntrico que no es del todo correcto tanto por lo
imprecisa que es la idea de “lo templado” como porque las latitudes medias incluyen
regiones en las que registran temperaturas extremadamente bajas en invierno y otras
que se encuentran entre las de veranos más cálidos del mundo (aunque las medias
anuales puedan considerarse como “templadas”).
No se debe olvidar que algunas regiones de Siberia o de Mongolia registran
temperaturas medias invernales inferiores a -20ºC en la misma latitud que Francia (y muy
lejos del Círculo Polar), mientras que el Valle de la Muerte americano supera fácilmente
50ºC pese a encontrarse más lejos del trópico que Buenos Aires o Santiago de Chile.
De ahí que, adoptando un criterio estrictamente biogeográfico, no se van a incluir en
este capítulo más que cuatro grandes biomas:
- los bosques planocaducifolios de latitudes medias,
- los ambientes mediterráneos,
- los bosques laurifolios subtropicales y
- las estepas y praderas.
Todos ellos son propios de las latitudes medias y están perfectamente diferenciados
de los que caracterizan a las regiones frías de altas latitudes o a las regiones cálidas
tropicales. Por tanto, serán excluídos los desiertos, ambientes azonales que se tratan
en un capítulo especial, y las extensiones ocupadas por bosque boreal que por sus
características pertenecen a los dominios fríos.
2
3
4.2 EL BOSQUE PLANOCADUCIFOLIO DE LATITUDES MEDIAS
Extensiones importantes del Hemisferio Norte y algunas áreas del Sur están ocupadas
por bosques planocaducifolios. Los árboles dominantes pertenecen a las
angiospermas, especies con flor y fruto, y tienen hojas planas que pierden durante la
estación desfavorable para evitar sufrir daños.
El bosque planocaducifolio caracteriza a las regiones templadas y húmedas de latitudes
medias.
Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
of
the
world,
en
Estos bosques se localizan
•
en las fachadas occidentales de Europa y América del Sur, coincidiendo con
las regiones de clima oceánico, donde suelen ser conocidos, precisamente,
como “bosques oceánicos” (o “bosque atlántico” en el caso de Europa)
•
en el Este de los EEUU y amplios sectores de China, Japón y Corea,
encontrando su óptimo en las regiones de “clima chino” o de fachada oriental
de los continentes.
•
En Eurasia central, formando una franja discontinua que une las dos zonas
anteriores atravesando regiones continentales bastante secas pero cuyas
precipitaciones se producen en verano haciendo posible la existencia de este
tipo de bosque.
Los bosques planocaducifolios necesitan disponer de abundante agua por lo que se
instalan en regiones húmedas con precipitaciones importantes (generalmente
superiores a 1000 mm anuales) y que se van produciendo a lo largo de muchos días al
año. Estas precipitaciones permiten al suelo acumular reservas hídricas que los
árboles, intolerantes a la sequía, utilizan durante las temporadas más secas.
La elevada humedad atmosférica y la abundante nubosidad dificultan la evaporación y
reducen la amplitud térmica diaria contribuyendo a crear un ambiente que favorece a
las plantas.
Los veranos de estas áreas son prolongados y templados a moderadamente cálidos
aunque sin alcanzar temperaturas estresantes para las plantas por lo que resultan muy
favorables al desarrollo de la vida. Los inviernos, en cambio, son frescos en las
regiones de clima oceánico pero fríos o incluso muy fríos en las fachadas orientales y
en el centro de los continentes obligando a las plantas a detener su actividad
vegetativa y a adoptar medidas de defensa para protegerse de las heladas.
4
Cork (Irlanda)
80
140
70
120
60
100
50
Pmm
160
40
60
30
40
20
20
10
0
0
tºC
80
Ene Feb Mar Abr May Jun Jul AgoSep Oct Nov Dic
Climodiagrama de Cork (Irlanda), localidad que presenta un clima típicamente oceánico con
temperaturas suaves, escasa amplitud térmica y precipitaciones durante todo el año.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
El bosque caducifolio de latitudes medias sólo es posible allí donde coinciden
abundantes recursos hídricos y buenas temperaturas durante varios meses seguidos.
En general, las temperaturas son cada vez más favorables cuanto más baja es la
latitud pero la disponibilidad de agua aumenta cuanto mayor es ésta por lo que el
límite polar de estos bosques depende de las temperaturas (más precisamente de la
duración del verano) mientras que el límite ecuatorial lo marca la falta de agua.
Por eso, cuando el verano es demasiado corto, el bosque planocaducifolio deja paso
al boreal de coníferas tras una franja de transición ocupada por bosques mixtos. En
Eurasia la separación entre ambos biomas coincide aproximadamente con la línea de
los 120 días con temperaturas superiores a 10ºC: cuando esa temperatura se supera
durante más de cuatro meses, aparece el bosque caducifolio. En caso contrario, las
coníferas son las que se hacen dueñas del territorio.
160
Norfolk (Virginia, EEUU)
80
70
120
60
100
50
Pmm
140
40
60
30
40
20
20
10
0
0
tºC
80
Ene Feb Mar Abr May Jun Jul Ago Sep Oct Nov Dic
Climodiagrama de Norfolk (VA, EEUU), representativo de las regiones de fachada Este de los
continentes. Sus precipitaciones son abundantes y sus temperaturas medias, siempre
positivas, presentan una amplitud relativamente importante.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
5
En dirección opuesta los veranos son cada vez más calurosos y los árboles
caducifolios necesitan más agua para compensar su fuerte transpiración. Cuando las
plantas no son capaces de absorber agua suficiente a través de sus raíces, el bosque
caducifolio da paso a otro perennifolio de hoja esclerófila, mucho más ahorrador y, por
tanto, mejor adaptado a la sequía: el bosque mediterráneo en las fachadas
occidentales de los continentes y el bosque pluvial subtropical en las orientales. En el
centro de los continentes, donde las precipitaciones son muy escasas, el bosque
puede dar paso directamente a praderas o estepas.
6
LOS SUELOS
Las regiones ocupadas por el bosque planocaducifolio de latitudes medias son muy
favorables a la edafogénesis:
+ los árboles aportan mucha materia vegetal en forma de hojarasca que se
humifica y mineraliza fácilmente proporcionando abundante materia orgánica y
nutrientes,
+ la suavidad de las temperaturas permite que el suelo sea muy rico en fauna,
hongos y microorganismos descomponedores que aceleran los procesos de
mineralización de la materia orgánica y airean y enriquecen el suelo
+ la abundancia de agua, unida a las temperaturas, facilita las reacciones
químicas necesarias para la formación del suelo.
De ahí que los suelos característicos de las regiones ocupadas por bosque
planocaducifolio pertenezcan al grupo de las tierras pardas, suelos evolucionados,
ricos en materia orgánica y de alta productividad. Estos suelos son neutros o
moderadamente ácidos y presentan un perfil A/(B)/C. Tienen un característico color
pardo y pueden ser más o menos arcillosos.
Sin embargo, estos suelos son relativamente frágiles ya que, una vez que el bosque
desaparece, los componentes de los que depende su riqueza son rápidamente
arrastrados por el agua de lluvia produciéndose un rápido empobrecimiento que, a
escala humana, puede considerarse irreversible.
7
LA VEGETACIÓN DEL BOSQUE PLANOCADUCIFOLIO
La característica más original de este tipo de bosque es la fuerte estacionalidad de sus
ciclos biológicos marcada por la caída otoñal de la hoja de gran parte de los árboles y
arbustos.
Los árboles del bosque planocaducifolio pierden la hoja durante el invierno para defenderse de
los efectos del frío. Durante ese periodo la actividad biológica se reduce a lo mínimo
imprescindible y el bosque parece muerto.
Foto: aspecto invernal de un hayedo en la montaña palentina (España)
La pérdida de la hoja evita a los árboles el riesgo de sufrir daños por efecto del hielo a la
vez que reduce sus pérdidas de agua en una época en la que ésta puede estar helada y,
por tanto, su absorción a través de las raíces no es posible. Está regulada genéticamente
de forma que las especies caducifolias no pueden evitarla (ni siquiera cuando son
transportadas a lugares en los que no existe el invierno aunque en tales casos sus
calendarios biológicos pueden irse desfasando).
El mecanismo que regula la perfecta estacionalidad del amarilleo y caída de la hoja (el
“reloj biológico” de los árboles) está controlado mediante enzimas, por el fotoperiodo y las
temperaturas lo que permite que estos acontecimientos se produzcan de forma
sincronizada y con gran regularidad de un año a otro.
La senescencia de la hoja se inicia en su parte distal (en su punta) y culmina con la
formación de una capa de corcho, llamada de "abscisión", en la base del peciolo. Ésta
permite la separación de la hoja y, una vez que ésta se ha producido, protege los tejidos
internos del agua, del hielo y del ataque de hongos o microorganismos.
La formación de la capa de abscisión y, con ella, la caída de la hoja, están controladas
hormonalmente:
* una fuerte concentración de auxina, hormona del crecimiento que la planta sintetiza
cuando está expuesta a la luz (y, por tanto, durante el verano, cuando los días son largos)
impide su aparición
mientras que
* la presencia de etileno, que se forma en las células envejecidas o senescentes de las
hojas, la aceleran.
8
De este modo, se puede alterar artificialmente el momento de la caída de las hojas: las que
están expuestas a un suplemento de luz (por ejemplo, junto a una farola) producen más
auxina y ésta contrarresta durante más tiempo la acción del etileno (lo que permite a esas
hojas durar más que las que permanecen a oscuras). A la inversa, se puede utilizar etileno u
otras sustancias similares para provocar la caída de la hoja (principio utilizado por los
defoliantes).
La caída de la hoja está regulada por el fotoperiodo lo que permite a todos los árboles sincronizar
el proceso. Cuando se inicia, las hojas sustituyen su color verde habitual por tonos vivos,
diferentes en cada especie, dando al bosque un aspecto característico.
Foto: colorido otoñal del bosque en Campoo (Cantabria-España).
En estos bosques las especies que conservan la hoja durante todo el año son muy pocas
y, normalmente, se concentran en las áreas costeras, las de inviernos más suaves,
desapareciendo rápidamente en las regiones interiores.
Los árboles que conservan la hoja durante el invierno son muy pocos pero resultan esenciales ya
que proporcionan alimento y refugio a muchos animales. En Europa uno de los más
representativos es el acebo.
Foto: acebo (Ilex aquifolium) en Piedrasluengas (Palencia- España).
La estrategia de desprenderse de la hoja sólo es posible en el caso de que los veranos
sean suficientemente largos, húmedos y cálidos para permitir al árbol reponerlas cada
9
año, desarrollar tallos leñosos y acumular las reservas necesarias para fructificar y poder
superar el invierno siguiente.
Aunque los árboles se defienden muy eficazmente con la caída de las hojas, los inviernos
les resultan muy estresantes: el frío puede dañar sus partes más indefensas y las
pérdidas de agua siguen produciéndose ya que la transpiración a través de las ramas no
desaparece creando un riesgo de deshidratación.
Por eso, igual que hacen los de las regiones frías, los árboles concentran sus jugos
celulares aumentando su contenido en azúcares y logrando un efecto anticongelante y el
endurecimiento de sus ramas. Sin embargo estos hechos ralentizan la circulación de la
savia y dificultan el crecimiento de la planta por lo que se convierten en un inconveniente
a partir de la primavera momento en el cual los árboles optan por el “desendurecimiento”
y la recuperación de la fluidez de la savia. Ello explica que una especie capaz de soportar
temperaturas muy bajas en invierno pueda sufrir graves daños si se produce una helada
tardía, cuando ya no dispone de defensas, siendo éste un importante factor limitante para
un buen número de taxones.
La desigual resistencia al frío de las distintas especies así como sus diferentes
exigencias de calor en verano explican que el haya (Fagus sylvatica) domine en las
regiones de clima oceánico de Europa Occidental, que el roble (Quercus spp) lo haga en
las áreas de transición de Europa Central y Oriental y que, pasados los Urales, los
bosques planifolios del centro de Asia estén presididos por abedules (Betula sp.),
serbales (Sorbus aucuparia) y álamos temblones (Populus tremula) entre los que se
intercalan algunas coníferas.
La resistencia al frío determina el límite continental de muchas especies y explica que la
composición del bosque caducifolio vaya cambiando desde las áreas oceánicas hacia las
interiores.
Foto: daños producidos por el hielo en el tronco de un roble en Bialowieza (Polonia).
El bosque planocaducifolio es bastante productivo, contiene mucha biomasa y la
densidad de la vegetación es alta aunque está muy concentrada en el estrato arbóreo.
Se trata de un bosque pluriestartificado que consta de uno (a veces dos) estratos de
árboles, otro de matorral y uno último de hierbas. Normalmente los arbustos son escasos
(aunque el estrato arbóreo cuenta con un cierto número de individuos de pequeño porte
10
que, si nos atuviéramos al estricto criterio de la altura, podrían considerarse como tales) y
suelen faltar los musgos.
El haya (Fagus sylvatica) es uno de los árboles mejor adaptados al clima oceánico y forma
densos bosques prácticamente monoespecíficos.
Foto: hojas de haya (Fagus sylvatica) en Cantabria (España).
En verano, cuando los árboles tienen hojas, la densidad de las copas es tal que el interior
del bosque permanece en penumbra: frecuentemente la proporción de luz solar que llega
hasta el suelo no supera el 1% de la que reciben las copas aunque esta cifra varía
mucho dependiendo de las especies dominantes.
Este hecho dificulta el desarrollo de las plantas de los estratos inferiores y explica la
escasez de arbustos y hierbas. Entre estas últimas casi no hay terófitas, que requieren
mucha luz, dominando las criptófitas y las hemicriptófitas que, al disponer de buenas
reservas en sus raíces, pueden desarrollar gran parte de sus ciclos anuales muy deprisa,
antes de que los árboles empiecen a producir sombra.
En el bosque caducifolio hay pocas herbáceas ya que los árboles interceptan la mayor parte de la
luz y absorben casi toda el agua dificultando la vida de las plantas de pequeñas dimensiones. Por
eso, muchas de ellas desarrollan sus ciclos anuales muy deprisa, antes de que los árboles
produzcan sus hojas y empiecen a hacer sombra y sus floraciones son muy tempranas.
Foto: anémona del bosque, Anemone nemorosa, planta típica de los hayedos que florece muy tempranamente.
11
Por otra parte, el bosque influye mucho en el balance hídrico local:
+ Las copas de los árboles interceptan entre 10 y 15% del agua de lluvia que,
desde aquí, se volverá a evaporar sin tocar el suelo.
+ Gran parte del agua que llega al suelo es absorbida por las potentes raíces de los
árboles.
+ Los árboles, con su transpiración, están continuamente devolviendo agua a la
atmósfera en forma de vapor.
El resultado de lo anterior es que en el bosque planocaducifolio la mayor parte del agua
es absorbida o interceptada por los árboles y es rápidamente devuelta a la atmósfera sin
llegar a incorporarse a la escorrentía. Por eso, los ríos procedentes de áreas forestales
son menos caudalosos que los que vienen de áreas desprovistas de vegetación a pesar
de que el bosque genera un ambiente permanentemente húmedo que puede inducir a
pensar lo contrario
La capacidad del bosque para retener la radiación solar, su influencia en el ciclo
hidrológico y su gran eficacia para frenar la fuerza del viento tienen por efecto la aparición
de un peculiar microclima forestal que es al mismo tiempo causa y efecto de las propias
características del bosque.
Las temperaturas y el ciclo hidrológico se ven muy influidos por el bosque caducifolio que
intercepta o absorbe gran parte del agua disponible y la devuelve rápidamente a la atmósfera
manteniéndola siempre húmeda.
Foto: formación de niebla favorecida por la vegetación en Cantabria (España).
De este modo, las condiciones que reinan a la altura de las copas (donde se sitúa lo que
algunos denominan "capa activa" del bosque y donde la mayor parte de la energía
incidente es transformada en calor) son muy diferentes de las que se registran al mismo
tiempo al nivel del suelo donde reinan una penumbra y una humedad semipermanentes.
Por eso, los árboles del bosque planocaducifolio suelen tener en sus partes más altas
hojas de sol, adaptadas para lograr rendimientos muy altos gracias a una elevada
insolación, mientras que en los inferiores presentan hojas de sombra, especializadas en
medios poco luminosos, con caracteres anatómicos y ecológicos diferentes.
Las hojas de sol son más pequeñas, gruesas y nerviadas que las de sombra y
tienen un mayor número de estomas en el envés (es decir, son más xeromorfas).
Además, en algunas especies la disposición de las hojas varía:
12
+ Las de sol suelen estar en posición vertical (con lo cual dejan pasar hacia niveles
inferiores el máximo posible de luz y de agua).
+ Las de sombra se disponen horizontalmente para interceptar el máximo posible
de luz.
La cantidad de luz que los árboles dejan llegar al suelo es un factor de la mayor
importancia para explicar la composición del sotobosque en el que las plantas esciófilas
son las únicas capaces de sobrevivir. Sin embargo, en cuanto se produce un claro (por
tala, muerte natural de árboles u otras causas) el equilibrio preexistente desaparece y las
plantas heliófilas se instalan durante algunos años hasta que la regeneración del
arbolado permite una vuelta a las condiciones iniciales.
Los robles, de los que existen numerosas especies, son los principales competidores de las
hayas en las regiones litorales. Sin embargo, se convierten en los grandes protagonistas del
bosque en las zonas interiores ya que soportan mejor que ellas el frío y toleran cierto nivel de
sequedad en verano.
Foto: roble, Quercus robur, en Liébana (Cantabria)
Esto es muy importante ya que en la actualidad prácticamente no quedan bosques
planocaducifolios en estado virgen y tanto la composición como la biodiversidad de los
que hoy conocemos están muy alteradas. Así, cuando han sido explotados, los hayedos
suelen convertirse, en masas monoespecíficas en cuyo sotobosque no se encuentran
más que algunas escasas hierbas mientras que los robledales, en cambio, permiten la
proliferación de arbustos y de otras especies de más rápido crecimiento.
En los bosques planocaducifolios europeos los árboles más frecuentes pertenecen a la
familia de las fagáceas, principalmente hayas (Fagus sylvatica), que ocupan las zonas
más húmedas, y robles (Quercus robur, Q. petraea...). Estos árboles dominan sus
bosques respectivos (“hayedos”, “robledales”...) dejando poco sitio a las demás
especies entre las que figuran abedules (Betula spp), fresnos (Fraxinus spp), arces
(Acer sp), sauces (Salix spp), serbales (Sorbus aucuparia), manzanos (Malus sp) y un
número reducido de árboles o arbustos de hoja perenne como el tejo (Taxus baccata)
o el acebo (Ilex aquifolium).
En las fachadas orientales de los continentes, en América del Norte y, sobre todo, en
Asia, la biodiversidad de los bosques planocaducifolios es mayor. En Asia se han
descrito frondosas pertenecientes a 50 géneros distintos que incluyen Quercus,
Castanea, Sorbus, Magnolia... aunque también otros muchos exclusivos de la región.
Por otra parte, los límites con las formaciones de las regiones vecinas son mucho más
difusos permitiendo no sólo la existencia de amplias franjas de transición formadas por
13
Numerosas especies de frutales, hoy cultivadas, proceden del bosque caducifolio y aún pueden
observarse en estado silvestre formando parte del cortejo del haya o del roble. Muchas proceden
de la familia de las rosáceas, como es el caso del cerezo, ciruelo, manzano o peral.
Foto: peral silvestre, Pyrus communis, en Campoo (Cantabria)
bosques mixtos sino también la presencia un buen número de coníferas, perennifolias
y lianas (Vitis, Clematis, Ampelopsis...) repartidas por toda su superficie. No obstante,
grandes extensiones de China se encuentran entre las más transformadas del mundo
y carecen totalmente de bosques por lo que existen muchas dudas sobre las
características de la vegetación que pudo haber en ellas.
La oscuridad del interior del bosque determina las estrategias vitales de las especies de los
estratos herbáceo y arbustivo que, en general, son bastante pobres.
Foto: hayedo-robledal de Ucieda (Cantabria)
14
El suelo forestal recibe muy poca luz, está expuesto a una escasa amplitud térmica y su
humedad es siempre elevada. Por eso, el estrato herbáceo está siempre compuesto por
plantas esciófilas a la vez que higrófilas siendo su biomasa proporcional a la intensidad
de la luz incidente.
No obstante, la iluminación varía mucho ya que parte de la radiación solar siempre
consigue “colarse” entre las ramas y formar pequeñas manchas de luz sobre el suelo de
los bosques. Estas manchas de luz cambian constantemente de sitio en función del
desplazamiento aparente del sol y del movimiento de las ramas por lo que la intensidad
de luz que recibe una hierba puede sufrir oscilaciones bruscas del orden de 1 a 30 que
tienen una gran incidencia en la fotosíntesis.
Por otra parte, la iluminación varía en la misma proporción a lo largo del año: en invierno
y durante gran parte de la primavera, antes de la salida de la hoja, el estrato herbáceo
recibe bastante luz permitiendo el desarrollo de las especies tempranas. Al final de esa
etapa, la temperatura de la superficie del suelo puede alcanzar 25-30ºC favoreciendo la
rápida floración y fructificación de los geófitos. Gracias a ello, cuando los árboles se
recubren de hojas las herbáceas de este grupo ya han concluido lo esencial de su ciclo
anual pudiendo entrar en una fase de reposo a partir de ese momento.
Sin embargo, las plantas pertenecientes a otros grupos, como las hemicriptófitas, inician
más tarde su periodo de crecimiento por lo que no tienen más remedio que desarrollarse
a la sombra de los árboles. En general son esciófilas a las que no beneficia una luz
intensa (aunque tampoco pueden crecer en los puntos más oscuros del bosque donde
las plantas desaparecen y sólo permanecen los hongos).
En conjunto, se trata de bosques bastante productivos con valores que varían entre 1 y
2,5 kg de fitomasa por m2 y año
Aunque el bosque está dominado por especies fanerógamas y caducifolias, contiene también
algunas coníferas perennifolias como los tejos (Taxus baccata), verdaderos fósiles vivientes
extremadamente longevos que aparecen en algunos hayedos.
Foto: tejos en Tosande (Palencia- España).
15
LA FAUNA DEL BOSQUE PLANOCADUCIFOLIO
La densidad y elevada productividad del bosque caducifolio implican que la fauna
dispone de gran cantidad de recursos tróficos. Gracias a ello, la zoomasa es importante
aunque la diversidad de especies se mantiene dentro de unos límites moderados. Por
otra parte, la mayor parte de esta zoomasa se encuentra en el suelo y en la materia en
descomposición por lo que resulta muy discreta y suele pasar desapercibida.
Las cadenas alimentarias empiezan con la materia vegetal: hojas, raíces, frutos
(hayuco, bellota...) que sirve de alimento a los fitófagos. Estos son muy abundantes
aunque la mayoría (y los que desempeñan un papel más importante para el equilibrio
del bosque), son ácaros, insectos u otros animales de pequeñas dimensiones y son
mucho peor conocidos que los mamíferos, en los que siempre se piensa. Entre ellos
se pueden observar numerosos roedores, ungulados como el corzo (Capreolus
capreolus) o ciervo (Cervus elaphus), todo tipo de aves granívoras o fructívoras o,
incluso, varios grandes omnívoros como el jabalí (Sus scrofa) que sin ser
estrictamente vegetarianos devoran un gran número de bellotas, hayucos o raíces.
La abundante fitomasa del bosque oceánico proporciona alimento a muchos animales aunque la
mayoría de ellos se encuentran en el suelo o son de pequeñas dimensiones por lo que pasan
desapercibidos.
Foto: orugas alimentándose de las hojas de una rosácea.
Los zoófagos se alimentan de los anteriores e incluyen artrópodos (insectos,
arácnidos...), pequeños carnívoros y aves. Hasta hace poco tiempo, los mayores
depredadores eran el oso (Ursus arctos), lobo (Canis lupus), varios félidos (Felis sp) y
grandes rapaces que se situaban en los niveles superiores de las pirámides
alimentarias y contribuían eficazmente a regular las poblaciones de los demás grupos.
Sin embargo, en la actualidad, la mayoría de ellos han desaparecido o sus
poblaciones son residuales de forma que los grandes herbívoros, que ya no tienen
16
depredadores naturales, tienden a incrementar
generando problemas al conjunto del bosque.
excesivamente
su
población
Por fin los saprófagos son, tal como ya se ha dicho, el grupo de animales más
importante para estos ecosistemas en competencia con los hongos y bacterias. Se
alimentan de materia en descomposición (hojas, madera, restos animales) y pasan
bastante desapercibidos.
En la mayor parte de los bosques los grandes depredadores han desaparecido o mantienen
poblaciones residuales lo que ha alterado el equilibrio entre los distintos grupos de especies.
Foto: lobo (Canis lupus).
Para sobrevivir en el bosque caducifolio, los animales tienen que ser capaces de
adaptarse a sus ciclos estacionales. La estación más difícil es el invierno ya que la
disponibilidad de recursos es muy reducida y las temperaturas son excesivamente
bajas para muchas especies.
Ante estas circunstancias, algunas como los ratones y topillos (Mus musculus,
Apodemos spp, Microtus spp...), el hámster (Cricetus cricetus) la ardilla (Sciurus
vulgaris) o, entre las aves, el arrendajo (Garrulus glandarius), optan por esconder
reservas de alimentos en sus madrigueras o en escondites para poder consumirlos en
invierno. Al hacerlo, contribuyen a la dispersión de las semillas ya que muchas
bellotas, avellanas u otros frutos quedan olvidados o sin consumir y, llegada la
primavera, pueden germinar a bastante distancia de su lugar de origen
Otros animales hibernan manteniéndose gracias a sus reservas de grasa (oso pardo,
lirón...) o permanecen más o menos aletargados alimentándose de vez en cuando
gracias a los alimentos almacenados con anterioridad, como hace la ardilla.
Por fin, un tercer grupo se mantiene activo durante la estación fría buscando alimento
bajo la nieve o nutriéndose de las hojas y tallos tiernos de los arbustos. Ello permite
entender la gran importancia que tienen las escasas especies perennifolias presentes
en este bosque así como aquellas que fructifican o mantienen su fruto durante el
invierno. Una de las más significativas, el acebo (Ilex aquifolium), proporciona alimento
a numerosas aves, roedores y ungulados a la vez que cobijo, bajo su densa maraña
de ramas y hojas, cuando el frío, el viento o la nieve son excesivos.
17
LAS LANDAS
Las regiones oceánicas de latitudes medias están muy alteradas por la actividad
humana y presentan hoy paisajes muy diferentes de los originarios. En algunos
lugares la destrucción del bosque ha dado lugar a formaciones abiertas seminaturales,
las landas.
En las áreas más húmedas y con suelos más pobres el bosque es sustituido por formaciones
herbáceas: las landas. Estas pueden ser naturales aunque es más habitual que su origen se deba
a la presión humana.
Foto: paisaje de landas con arandaneras y espino albar (Crataegus monogyna) en Snowdonia (Reino Unido).
En algunos casos las landas son formaciones zonales propias de áreas hiperhúmedas
con suelos ácidos y se deben a las condiciones del sustrato (el suelo es tan pobre que
no puede soportar más que ese tipo de vegetación). Sin embargo, es mucho más
frecuente que representen estadios regresivos de los bosques planifolios y que las
limitaciones del suelo sean consecuencia de su paulatino empobrecimiento tras la
deforestación: desaparecidos los árboles, la abundante pluviosidad permite un rápido
lavado de nutrientes y la fitomasa aérea, muy empobrecida, es incapaz de restituirlos.
Si el suelo es explotado y la vegetación se quema repetidamente, la regeneración del
bosque se vuelve rápidamente imposible y la landa se convierte en la cubierta vegetal
dominante.
Los brezos son muy abundantes en las landas de las regiones con inviernos más suaves.
Foto: Daboecia cantábrica en Asturias (España).
Esta evolución es la que se ha producido en amplias regiones de Europa donde las
landas se han utilizado durante siglos como pasto para ovejas impidiéndose la
regeneración del bosque mediante fuegos periódicos: gran parte de Escocia, Gales,
18
Irlanda y litoral Báltico meridional está cubierta de landas de origen inequívocamente
antrópico (y que constituyen sin embargo el rasgo más típico del paisaje de estas
regiones).
El proceso se ha repetido recientemente en otras regiones oceánicas del mundo
donde la destrucción del bosque mediante incendios y el uso ganadero de la superficie
resultante han dado lugar a amplias superficies de landas en áreas en las que éstas
eran totalmente desconocidas hace poco más de un siglo.
En Europa, la landa generalmente ocupa antiguas superficies de robledal o, hacia el
Norte, de abedular (apareciendo a veces como sotobosque de esas formaciones) y
está dominada por tojos y retamas (Ulex europaeus, Genista sp., Sarothamnus
scoparius) acompañadas por brezos para, hacia el norte, ir disminuyendo las retamas
y aumentando los brezos (que ganan en variedad y en volumen). Los más
característicos son Erica cinerea, E.tetralix y, sobre todo, Calluna vulgaris. Sólo al
norte de Europa aparecen en las landas los mirtillos y otras especies.
En la costa pacífica de Sudamérica se ha extendido a costa de bosques de
Nothofagus y, junto a diversas especies locales, también incorpora el “espinillo”, Ulex
europaeus, que fue transportado por su interés ganadero y que se ha convertido en
una plaga imparable que hoy afecta a toda la región.
La extensión a otros continentes de ciertas formas europeas de explotación del territorio ha dado
lugar en ellos a la aparición de landas con una composición vegetal propia pero con una
estructura y ecología muy parecidas.
Foto: landa con Ulex europaeus en Ancud (Chiloé-Chile).
19
4.3 LOS AMBIENTES MEDITERRÁNEOS
Los ambientes mediterráneos constituyen entornos de transición entre las regiones
templadas y las tropicales a la vez que entre las húmedas y las áridas. Aparecen
alrededor del mar que les da nombre, donde fueron descritas en primer lugar y
alcanzan su mayor extensión, pero también en el Sur y el Suroeste de Australia, en
California, Chile y Africa del Sur, siempre entre 30 y 40º de latitud (44º en Europa) en
la fachada occidental de los continentes y coincidiendo estrictamente con el clima del
mismo nombre.
Los ambientes mediterráneos marcan la transición hacia las regiones tropicales y son
característicos de las fachadas occidentales de los continentes.
Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
of
the
world,
en
Dada su situación y carácter de transición, coexisten en los entornos mediterráneos
especies tropicales y de zonas templadas junto con otras exclusivas del área y que
son fruto de la evolución holocena: el entorno y la vegetación mediterráneos son el
resultado de una presión humana que se remonta a 5-10.000 años y no pueden
entenderse sin tener en cuenta ese hecho.
El factor más determinante de la originalidad de los medios mediterráneos es el clima
que se caracteriza por tener una estacionalidad muy marcada:
•
Durante el invierno la región se ve habitualmente afectada por los vientos del
Oeste propios de las latitudes medias y es recorrida por numerosas
perturbaciones portadoras de inestabilidad, vientos y lluvia
•
En cambio, durante el verano, las regiones mediterráneas quedan dentro del
radio de acción de los anticiclones tropicales y subtropicales por lo que el aire
es cálido y seco y las precipitaciones desaparecen casi totalmente.
Las regiones costeras mediterráneas disfrutan de veranos cálidos e inviernos muy
tibios, con temperaturas medias superiores a 10º durante el mes más frío y muy pocos
días de helada al año.
Sin embargo, hacia el interior la sequedad de la atmósfera permite que se produzca
una rápida continentalización y la amplitud térmica aumenta mucho. Ello se traduce en
la existencia de inviernos relativamente fríos y veranos muy calurosos separados por
estaciones intermedias de corta duración.
Las precipitaciones anuales varían mucho y pueden ir desde 200- 250 mm en los
límites del desierto hasta más de 3000 mm en las áreas de montaña más expuestas a
los vientos húmedos. No obstante, la mayor parte de las regiones mediterráneas
presentan totales que se sitúan entre los 400 y los 800 mm pudiendo considerarse por
ello como “poco lluviosas”. Estas precipitaciones se producen durante un escaso
20
número de días al año que, según los lugares, pueden concentrarse en invierno, otoño
o primavera pero son prácticamente inexistentes durante el verano lo que, unido al
calor y a las elevadas tasas de evapotranspiración, genera un intenso déficit hídrico
que causa un fuerte estrés en los seres vivos.
Por último, se trata de climas con una atmósfera seca y una insolación, sobre todo
estival, muy importante.
Valencia (España)
50
90
45
80
40
70
35
60
30
Pmm
100
25
40
20
30
15
20
10
10
5
0
0
tºC
50
EneFebMar AbrMayJun Jul AgoSep Oct Nov Dic
Climodiagrama de Valencia (España), representativo del clima mediterráneo. Las
temperaturas son suaves en invierno (permitiendo el mantenimiento de la actividad vegetal)
pero altas en verano, estación en la que se produce un fuerte déficit hídrico.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
21
LOS SUELOS MEDITERRÁNEOS
Los entornos mediterráneos son muy diversos en cuanto a sustrato geológico, agua
disponible y biomasa por lo que sus suelos presentan una notable variedad y
complejidad. Además, se trata de una región especialmente vulnerable frente a los
procesos erosivos en la que la presión humana ha sido muy importante a lo largo de la
historia y que, por esta razón, carece prácticamente de bosques intactos y donde gran
parte de los suelos presenta evidencias de una alteración o degradación más o menos
importante.
La edafogénesis es menos eficaz que en otras áreas ya que además de ralentizarse
mucho durante el invierno a causa de las bajas temperaturas, se detiene casi
totalmente en verano como consecuencia de la falta de agua. Por otra parte, los
aportes de materia orgánica que suministran las plantas a través de las hojas muertas
son mucho más reducidos que los de la mayoría de los demás bosques. En tales
condiciones los organismos descomponedores son escasos y la humificación y
posterior mineralización de la materia orgánica se producen lentamente.
Entre los suelos más habituales de los medios mediterráneos pueden destacarse dos
grupos:
•
Tierras pardas mediterráneas, son suelos parecidos a los de las regiones
oceánicas, de los que son una variante, aunque presentan menor riqueza y
desarrollo que ellos. Frecuentes sobre sustrato silíceo, presentan un perfil
A/(B)/C y están genéticamente asociados a los encinares u otros bosques
mediterráneos.
•
Suelos rojos (frecuentemente designados con el nombre italiano de “terra
rossa”). Se forman sobre sustratos tanto calizos como silíceos y por su
formación pueden considerarse como subtropicales. Presentan un horizonte
superior con humus mull, rico en nutrientes, bajo el que se forma otro de
acumulación de arcillas que explica el color rojo intenso característico del
conjunto. Su perfil es A/B/C, están bien evolucionados y son muy fértiles
aunque bastante frágiles una vez que se degrada la cubierta vegetal.
22
ADAPTACIÓN DE LA VEGETACIÓN
El clima mediterráneo ha sido muy idealizado a lo largo del último siglo por su
luminosidad y supuesta benignidad y ha dado pie a una potentísima industria turística
que contribuye a que, inconscientemente, se asocien las regiones mediterráneas a las
ideas de bienestar o, incluso, de “vida fácil”. La realidad, sin embargo, es muy diferente
para la mayor parte de las plantas y animales que se ven obligados a enfrentarse a un
medio difícil, pautado por una implacable estacionalidad y sometido con cierta frecuencia
a situaciones extremas y violentas.
Los bosques mediterráneos están dominados por plantas esclerófilas, capaces de soportar la
sequía y el calor, y son más abiertos y luminosos que los planocaducifolios.
Foto: encinar de Quercus ilex rotundifolia en el carrascal de la Font Roja (Alicante- España).
En las áreas mediterráneas los ciclos biológicos anuales presentan cuatro etapas
diferenciadas que corresponden, más o manos, a las cuatro estaciones astronómicas.
Los veranos son más largos y extremos cuanto más baja es la latitud y los inviernos se
alargan, en consecuencia, en dirección hacia los polos pero, en esquema, el ciclo es el
mismo en todas las regiones mediterráneas de ambos hemisferios. En el Hemisferio
Norte el calendario “típico” es el siguiente (en el Hemisferio Austral es simétrico):
•
El periodo comprendido entre abril y junio corresponde a la primavera. Sus
temperaturas son benignas, la iluminación intensa y las precipitaciones
relativamente abundantes (aparte de que los suelos aún contienen buenas
reservas de agua tras el invierno). Gracias a ello, es la época más favorable y es
cuando se producen la floración y el máximo desarrollo de los vegetales.
•
El verano hace coincidir las mayores temperaturas (que en estas regiones
pueden llegar a ser muy altas) con la falta de lluvia. Ambos factores determinan
condiciones negativas para la vegetación que se ve obligada a detener toda su
actividad hasta la llegada de las lluvias otoñales.
•
El otoño es breve (octubre-noviembre) aunque, de nuevo, resulta favorable a la
vegetación gracias a sus suaves temperaturas y a la reaparición de las
precipitaciones. Las plantas disponen de un nuevo periodo de crecimiento e
incluso, en algunas especies, es posible una segunda floración anual.
•
El invierno, por fin, registra temperaturas relativamente bajas que obligan a las
plantas a adoptar un segundo periodo anual de reposo. Sólo en las áreas
costeras más tibias el invierno puede llegar a desaparecer permitiendo a
bastantes plantas eliminar este paréntesis y mantener su actividad de forma
ininterrumpida desde el otoño hasta el final de la primavera.
23
La reducción del tamaño de la hoja, su carácter coriáceo, la adopción de formas encurvadas y
la aparición de pinchos o espinas son otros tantos mecanismos de defensa contra la
deshidratación muy habituales en las plantas de las regiones mediterráneas.
Foto: coscoja (Quercus coccifera) típico arbusto de las zonas más secas del Mediterráneo en Teruel (España).
La mayor dificultad que debe superar la vegetación mediterránea es la falta de agua
durante gran parte del año. Por eso, la mayor parte de las plantas de esta región han
adoptado una serie de mecanismos para limitar al máximo la transpiración manteniendo
activa la fotosíntesis y para soportar lo mejor posible las condiciones adversas a las que
se ven expuestas. Esto es lo que les da su aspecto característico ya que las plantas
mediterráneas son “esclerófilas”: sus dimensiones son reducidas, así como las de sus
hojas (que a veces se reducen a simples escamas o a espinas o, incluso, llegan a
desaparecer por completo) y su cutícula es gruesa dando a la hoja un carácter coriáceo.
Adicionalmente, las hojas pueden estar recubiertas de gomas o de resinas que la
impermeabilizan (caso del madroño, Arbutus unedo), de aceites que protegen de la
radiación solar (como la jara pringosa, Cistus ladaniferus), o de una pelusilla blanca,
sobre todo en el envés, que aumenta el albedo y protege los estomas creando una capa
de aire aislante.
En muchos casos las hojas están encurvadas limitando la exposición al sol y protegiendo
parte de su superficie (casos de la encina y de la coscoja) o, incluso, son capaces de
orientar la superficie de sus hojas de forma que se mantengan paralelas a la dirección de
los rayos (caso del almez, Celtis australis, oriundo de toda el área mediterránea).
Numerosas especies aumentan además la concentración de sus líquidos celulares para
favorecer la absorción por las raíces y limitar las pérdidas por los órganos aéreos (es el
caso de los tomillos, jaras y viburnos).
Sin embargo, muchas veces lo anterior no es suficiente por lo que cuando el agua
empieza a escasear las plantas cierran sus estomas reduciendo drásticamente sus
intercambios gaseosos.
Otras especies presentan dimorfismo foliar y cuentan con dos tipos de hojas. Unas son
caedizas y sólo permanecen durante la estación húmeda. Son anchas y transpiran
normalmente facilitando el crecimiento de la planta. Otras son persistentes y aguantan
24
durante todo el año. Sus dimensiones son muy reducidas pero bastan para mantener la
respiración.
Algunas plantas recubren sus hojas con sustancias que permiten limitar las pérdidas de líquido
y filtrar la radiación. Una de las más características es la jara pringosa (Cistus ladanifer) que
durante los meses más calurosos del año se recubre con un aceite protector.
Foto: jara pringosa (Cistus ladanifer) en Sierra Morena (España).
Todo ello, unido a diversos mecanismos fisiológicos de defensa les permite adaptar sus
ritmos a los de las estaciones y superar largos periodos de sequía sin por ello sufrir una
deshidratación excesiva. Y si la esclerofilia y la panoplia de medidas descritas implican
una ralentización del desarrollo vegetal, los árboles y arbustos compensan parcialmente
este inconveniente conservando la hoja durante todo el año (la planta no necesita perder
tiempo produciendo hojas nuevas cada año). Pese a ello, la producción de biomasa de
los bosques mediterráneos no es muy elevada situándose normalmente en torno a 1
kg de fitomasa/m2/año.
Las labiadas (o lamiáceas) son una familia de herbáceas muy frecuente en la región
mediterránea que incluye tomillos, romeros, orégano, lavandas y otras plantas olorosas. Esos
olores provienen de las sustancias que las plantas segregan para protegerse de la aridez y
defender su territorio. La morfología de la mayoría de ellas está muy adaptada al medio (hojas
pequeñas y coriáceas, tallos leñosos…)
Foto: romero (Rosmarinus officinalis) en Cuevas de Vinroma (Castellón- España).
25
Entre las herbáceas abundan las terófitas y las geófitas, plantas capaces de completar
sus ciclos vitales antes de la llegada del verano y que, gracias a ello, se acomodan bien
al calendario mediterráneo. Las primeras mueren al empezar el verano, quedando sus
semillas listas para germinar pasada esa estación, mientras que las segundas ralentizan
su actividad y superan la estación desfavorable viviendo de las reservas acumuladas en
sus bulbos.
En cambio, en los lugares donde el suministro de agua está garantizado y desaparecen
los inconvenientes de la sequía estival (en las riberas fluviales por ejemplo) los recursos
anteriores dejan de ser una ventaja y las especies descritas anteriormente son sustituidas
por caducifolios como los chopos (Populus sp.), alisos (Alnus sp.), olmos (Ulmus sp.) o
fresnos (Fraxinus sp.) de crecimiento mucho más rápido y que se imponen fácilmente.
Sólo en aquellos cursos en los que el agua desaparece por completo en verano aparecen
formaciones de ribera dominadas por especies esclerófilas como la adelfa (Nerium
oleander).
La esclerofilia ralentiza el desarrollo de las plantas por lo que deja de ser una ventaja en los
lugares en los que abunda el agua (como las riberas fluviales). En estos sitios, el bosque
perennifolio es sustituido por el de especies caducifolias.
Foto: valle del Gardon (Francia). Las laderas aparecen ocupadas por encinas mientras que el fondo del valle está
ocupado por un bosque galería caducifolio.
26
LA VEGETACIÓN MEDITERRÁNEA
Las regiones mediterráneas están recubiertas por una vegetación muy característica
dominada por un bosque siempre verde de hoja esclerófila que presenta rasgos bastante
similares en todas las regiones del mundo. En el Hemisferio Norte los árboles más
representativos pertenecen a la familia de las fagáceas mientras que en el Sur la
diversidad es mayor y coexisten lauráceas, anacardiáceas y otras familias.
En Europa la especie más extendida es la encina (Quercus ilex rotundifolia) cuya área de
distribución natural que coincide casi exactamente con la superficie ocupada por el clima
mediterráneo y que, por esta razón, ha sido utilizada algunas veces como criterio para
delimitar la región.
La encina es la especie más representativa de la vegetación mediterránea y presenta los
caracteres típicos de las plantas de esta región.
Foto: encina (Quercus ilex rotundifolia) en floración en Sierra Morena (España).
No obstante, en algunos lugares la encina cede ante otras especies más o menos
emparentadas a ella como, en el Mediterráneo Occidental, el alcornoque (Q. suber), que
se impone en regiones subhúmedas de inviernos suaves y sustrato silíceo, o la coscoja
(Q. coccifera) que, a la inversa, compite ventajosamente en las áreas más secas.
El alcornoque se parece a la encina pero su tronco se recubre de una gruesa corteza aislante:
el corcho .
Foto: alcornoque (Quercus suber).
27
Por fin, las áreas con suelos más pobres o los sustratos arenosos dan paso a varios tipos
de pinos muy resistentes y típicamente mediterráneos como el carrasco (Pinus
halepensis) o el piñonero (P.pinea).
Sobre sustratos muy pobres o arenosos y bajo clima frío el bosque esclerófilo es sustituido por
coníferas de varios tipos: cipreses, enebros, pinos….
Foto: pinos y cipreses ocupando una ladera caliza en Kotor (Montenegro).
El encinar típico consta de
+ un estrato arbóreo prácticamente monoespecífico con individuos que no suelen superar
10 metros de altura pero que en condiciones óptimas pueden alcanzar 25 (la pequeña
talla es una respuesta a la falta de agua),
+ un estrato arbustivo (o subarbóreo, puesto que en la práctica la diferenciación es difícil)
con, entre otros, boj (Buxus sempervirens), lentisco (Pistacia lentiscus, P.terebinthus),
algarrobo (Ceratonia siliqua), madroño (Arbutus unedo), aladierno (Rhamnus alaternus),
acebuche (Olea europaea), rosal (Rosa sp.),
+ y un estrato herbáceo, poco denso, con Ruscus acculeatus, Rubia peregrina,
Asplenium, Asparagus, Carex, etc. Normalmente el estrato muscinal no existe.
En contraste con el estrato arbóreo, muy poco variado, el sotobosque mediterráneo es muy
rico en especies, muchas de las cuales tienen o han tenido un aprovechamiento agrario.
Foto: lentisco (Pistacia lentiscus) en Cerdeña (Italia).
28
Denotando su carácter transicional hacia los dominios tropicales, las regiones
mediterráneas incluyen en los lugares más cálidos un buen número de taxones
pertenecientes a grupos propios de latitudes bajas. Por ejemplo, en la cuenca
mediterránea aparecen dos especies de palmeras, el palmito (Chamaerops humilis) y la
palmera cretense (Phoenix theophrastii) mientras que, de forma simétrica, en Chile
aparece la palma chilena (Jubaea chilensis) marcando respectivamente los límites
septentrional y meridional de las palmáceas.
Las regiones mediterráneas marcan el límite latitudinal natural para un buen número de
taxones tropicales tales como las palmáceas.
Foto: palmeral de palma cretense (Phoenix theophrasti) en Voi (Creta- Grecia).
Pero a pesar de su aparente homogeneidad, las regiones mediterráneas presentan una
gran variedad de paisajes: el relieve, abrupto y compartimentado, determina la existencia
de numerosos y muy marcados microclimas que, a su vez, permiten la aparición de
facies "secas" y de facies húmedas o de montaña en la vegetación.
En la cuenca mediterránea las montañas situadas al Norte introducen un factor de
enfriamiento a la vez que, favoreciendo los movimientos convectivos y reteniendo la
humedad, reducen la duración y la intensidad de la estación seca. En ellas, por encima
del piso del encinar aparece otro caducifolio o semicaducifolio a base de rebollo (Quercus
pyrenaica), quejigo (Q. faginea), u otras especies de requerimientos similares.A una
altitud superior se pasa frecuentemente al bosque planocaducifolio que aprovecha las
frecuentes nieblas y el óptimo pluviométrico de montaña. Así, hacen su aparición las
hayas y robles o las coníferas propias de los climas fríos. De este modo, el último piso
forestal está ocupado por pinos en los Pirineos (Pinus sylvestris, P.uncinata) o por abetos
en los Alpes Marítimos (Abies alba, Picea abies).
Las montañas meridionales son mucho más secas ya que no logran hacer desaparecer
la aridez estival. Por esta razón el piso planocaducifolio no aparece y del bosque
esclerófilo se pasa directamente al de coníferas: en las Béticas reaparece el abeto (Abies
pinsapo), en el Atlas o Mte Líbano los cedros (Cedrus atlantica, C.libani) y en otros
lugares diversas especies de pinos. Frecuentemente aislados desde el Pleistoceno, estos
poblamientos de coníferas constituyen muchas veces enclaves botánicos de gran valor
que albergan los últimos cientos de individuos de algunas especies endémicas.
El pinsapo, por ejemplo, no crece más que en tres puntos de la serranía de Ronda y en otro
del Rif -aunque se ha introducido en Centroeuropa para producir madera-.
29
Las montañas mediterráneas albergan algunas poblaciones de coníferas endémicas de gran
interés resultado de la evolución “in situ” de especies que llegaron durante los periodos más
fríos del Cuatrenario.
Foto: bosque de cedros (Cedrus libani) en El Arz (Líbano).
A veces, cuando la aridez es marcada, la vegetación arbórea se limita a una discontinua
cubierta de enebros y sabinas, coníferas muy sobrias y resistentes tanto al frío como a la
sequía.
En América del Sur los bosques mediterráneos, muy menguados también por la presión
humana, presentan rasgos similares a los descritos. Están conformados por árboles
esclerófilos de mediano porte pertenecientes a varias especies entre los que se
encuentran el quillay (Quillaja saponaria), boldo (Peumus boldus) y litre (Lithraea
caustica) aunque, tal como ocurre en Europa, presentan una gran diversidad de
microambientes que facilita la entrada de taxones procedentes de las regiones vecinas
tanto áridas como oceánicas (palmáceas, cactáceas, Nothofagus...)
En América tanto los bosques como las especies existentes en ellos están sometidos al mismo
tipo de factores de factores de estrés y presentan una morfología y una ecología muy similares
a los de la cuenca mediteránea.
Foto: a la izquierda, bosque mediterráneo en el valle del Mapocho (Chile). A la derecha, Quercus agrifolia en
California (EEUU).
30
Por último, en determinados valles, posiciones de abrigo y altiplanos interiores aparecen
formaciones esteparias. En estos lugares se suman los inconvenientes de una larga
sequía estival (acentuada por los citados efectos de abrigo) y de un invierno tanto más
frío cuanto mayores sean la altitud y la distancia al mar. La amplitud térmica es
importante, las mínimas invernales bastante bajas y el total anual de precipitaciones
suele oscilar entre los 250 y los 400 mm., lo que implica un fuerte déficit hídrico. Tanto en
el centro de la Península Ibérica como en Anatolia o en el interior de California, lugares
en los que el fenómeno es muy patente, estas circunstancias son responsables de la
aparición de semidesiertos bastante originales.
En la región mediterránea es difícil discernir entre las formaciones esteparias naturales y las
de origen antrópico y la interpretación de la vegetación de algunas zonas plantea grandes
interrogantes. La mayor parte de los tomillares, espartales y estepas de gramíneas
circummediterráneas han sido objeto, y en gran medida son consecuencia, de una
explotación humana muy antigua y su pobreza debe atribuirse muchas veces al resultado de
una prolongada erosión del suelo. Es sintomático que muchas de estas regiones coincidan
con los lugares donde se desenvolvieron algunas de las más antiguas culturas agrarias de
la humanidad: el trigo, la cabra o la oveja se domesticaron en lugares hoy cubiertos de
cárcavas.
Del mismo modo, al hacerse el clima más árido en dirección hacia los trópicos, los
entornos mediterráneos van empobreciéndose de manera gradual hasta convertirse en
estepas que, muy deprisa, dan paso al desierto. Tanto en el Norte de África como en
California, Chile, Australia u Oriente Medio la transición es muy rápida y la frontera
resultante bastante permeable lo que permite a las regiones mediterráneas y desérticas
vecinas compartir un buen número de especies y rasgos paisajísticos.
En algunos valles y sobre sustratos adversos (por ejemplo, sobre yesos) aparecen en la región
mediterránea formaciones esteparias o semidesérticas de gran interés.
Foto: vegetación esteparia en los Monegros (Zaragoza- España).
Como puede verse a partir de lo anterior, el mosaico de biotopos que existe en las
regiones mediterráneas es muy complejo. Además, al estar la región situada en una
posición de transición entre los biomas tropicales y los de latitudes altas, muchos taxones
procedentes de estas áreas coinciden de una u otra forma en el mediterráneo (como
ocurre, por ejemplo, con los abetos y las palmeras) convirtiéndolo en una de las áreas
más importantes del mundo por su biodiversidad.
31
LAS FORMACIONES SECUNDARIAS Y DE ORIGEN ARTIFICIAL
La cuenca mediterránea es una de las regiones más transformadas de la tierra y se
puede considerar que en ella no existen bosques primarios. En cambio, la mayor parte
del territorio está ocupada por formaciones de sustitución que, pese a su origen más o
menos artificial, son las que caracterizan los paisajes mediterráneos, contienen una
notable biodiversidad y revisten un gran valor para la conservación por lo que no pueden
dejar de incluirse en este capítulo.
A ello hay que añadir que las masas forestales que hoy observamos y que se han descrito
más arriba están relegadas a las zonas menos favorables por lo que sus caracteres podrían
no ser estrictamente los mismos que los del bosque primitivo, asentado sobre mejores
suelos y emplazamientos.
El caso es que fuera de algunos raros puntos, el encinar está adehesado o ha dado paso
a masas mixtas (con mezcla de especies) o formaciones de sustitución tales como las
maquias, las garrigas o incluso, en los casos más extremos, a estepas.
Las maquias son formaciones arbustivas densas resultado de la degradación de los bosques y
en la actualidad recubren mayor superficie que ellos.
Foto: maquia en la Sierra de Capoterra (Cerdeña- Italia).
La maquia es una formación de matorrales y arbustos compuesta por las mismas
especies del encinar aunque con una mayor representación relativa de las especies
típicas del estrato arbustivo. Carece de verdaderos árboles y es muy impenetrable pese a
contener algunos claros intercalados. De forma general las maquias son consecuencia
de talas e incendios repetidos y suelen considerarse normalmente como antrópicas pese
a constituir las masas vegetales más extendidas.
No obstante, el concepto mismo de "naturalidad" y el papel mismo del fuego en estos
medios se prestan a discusión y el tema no está totalmente resuelto. Formaciones con
fisionomías y dinámicas sorprendentemente parecidas a las de las maquias de la cuenca
mediterránea aparecen en las demás regiones "mediterráneas" de la tierra. Así, se estima
que el chaparral californiano (ya descrito en el siglo XIX antes de que la presión humana
fuera importante) es consecuencia de incendios que se repiten de forma natural, como
promedio, cada 25 ó 30 años. Su conservación actual exige incluso a los gestores de los
espacios naturales realizar quemas controladas de forma periódica.
Si las talas o quemas son muy frecuentes y las superficies son además pastoreadas, las
maquias pueden dar paso a formaciones abiertas, sin árboles ni, a la larga, especies
leñosas: las garrigas que, a su vez, pueden terminar convirtiéndose en tomillares y
32
espartales, ambientes esteparios de transición hacia los paisajes de climas áridos
(aunque, en este caso, su origen no sea estrictamente climático).
Estas formaciones están dominadas por un escaso número de especies: coscoja
(Quercus coccifera), enebros y sabinas (Juniperus sp.), jaras (Cistus sp.), romeros
(Rosmarinus officinalis), tomillos (Thymus sp.), lavandas (Lavandula sp.),etc.
presentando una cierta variedad en relación con el sustrato y con las condiciones
climáticas locales.
En la garriga las especies arbóreas y los arbustos desaparecen quedando sólo una cubierta
herbácea y de matorral que, sin embargo, puede albergar una notable biodiversidad vegetal..
Foto: garriga en el occidente de Creta (Grecia).
El uso de los nombres "maquia" y "garriga" es, pese a su popularidad, bastante
problemático. El término “maquia”, de origen italiano, hace alusión en su lugar de origen a
formaciones que prosperan sobre sustrato silíceo mientras que la palabra “garriga”,
originaria de Provenza, sirve en aquella región para designar formaciones calcícolas. Por
esa razón, hay autores que les otorgan una componente litológica y edáfica mientras que
otros no tienen en cuenta este factor:
Lacoste y Salanon, por ejemplo, las consideran formaciones litológicas y edáficas (para
ellos la maquia se asocia a rankers y la garriga a rendsinas). Sin embargo, Demangeot,
Braun Blanquet, Walter y otros las consideran como etapas sucesivas de degradación,
interpretación que se adopta en este documento.
33
LA FAUNA DE LAS REGIONES MEDITERRÁNEAS
Las regiones mediterráneas proporcionan a la fauna una fitomasa moderadamente
abundante de origen y características muy diversas. Dado el carácter perennifolio de
gran parte de las especies, ello significa que los animales fitófagos disponen de
recursos alimentarios a lo largo de todo el año a la vez que de una gran variedad de
hábitats
Por otra parte, el verano resulta estresante para la fauna a causa del calor y de la
sequía pero, contrariamente a las plantas, los animales pueden desplazarse en busca
de agua por lo que, siempre que existan ríos, humedales u otros lugares adecuados
para aprovisionarse de ella, el clima no suele ser un factor excesivamente limitante
para la mayor parte de las especies.
Todo lo anterior hace que la región pueda considerarse como favorable a la fauna y
permite que, del mismo modo que ocurría con las plantas, coexistan taxones tropicales
y de latitudes altas permitiendo la existencia de una elevada zoodiversidad.
Además, durante los periodos fríos del Cuaternario la región mediterránea sirvió de
refugio a numerosas plantas y animales de los que poblaciones más o menos
importantes permanecieron en la región tras el calentamiento postglaciar en lugar de
volver a sus regiones de origen como hicieron la mayor parte de sus congéneres.
Aisladas, estas poblaciones evolucionaron in situ adaptándose a las condiciones
mediterráneas y generando nuevas especies lo que se traduce hoy en una elevada
tasa de endemicidad. De este modo, cerca del 60% de los anfibios y reptiles de la
cuenca mediterránea son exclusivos de ella.
Los reptiles se acomodan muy bien a las condiciones mediterráneas gracias a la suavidad de
los inviernos y a su capacidad para soportar la sequía y son muy abundantes en la región.
Foto: culera de herradura (Coluber hippocrepis) en Extremadura (España).
En el caso de los mamíferos, más tolerantes y que en general son capaces de
desplazarse a mayores distancias, son más frecuentes las especies “compartidas” con
las áreas vecinas tanto de bosque caducifolio como de los ambientes tropicales. Así,
junto al ciervo (Cervus elaphus) o el lince (Lynx sp), animales característicos de los
bosques del Centro y Norte de Europa, aparecen macacos (Macaca sylvanus) o, hasta
hace un siglo, leones (Panthera leo leo). Sin embargo, aunque las especies o géneros
sean los mismos, el comportamiento o ciertos aspectos de su morfología, talla o pelaje
pueden variar ligeramente. Por ejemplo, es normal que muchos animales sean más
pequeños o adopten una piel moteada, mucho más mimética en el bosque
34
mediterráneo que las de colores lisos habituales en el Norte de Europa (gamo, lince
ibérico...).
Por fin, las regiones mediterráneas son muy ricas en aves ya que a las residentes
habituales se une un enorme contingente de migratorias que atraviesan la zona en sus
desplazamientos estacionales o que pasan temporadas más o menos prolongadas en
ella. Se ha estimado que unos 2000 millones de aves migratorias pertenecientes a 150
especies diferentes se detienen a descansar o a invernar en los humedales
mediterráneos.
Los ambientes mediterráneos son muy ricos en aves abundando tanto las migratorias, que
invernan o descansan en la región en muy gran número, como las residentes permanentes
especializadas en los medios abiertos o forestales.
Foto: perdiz en Cabo Sounion (Grecia).
35
4.4 LOS BOSQUES LAURIFOLIOS SUBTROPICALES
Aparecen en las fachadas orientales de los continentes entre 30º/35º y 22º/25º de
latitud coincidiendo con regiones cálidas y lluviosas que guardan cierta similitud con
las mediterráneas pero carentes de estación seca. Asimismo, y reforzando esa idea de
proximidad, existen bosques laurifolios en las áreas más lluviosas de las regiones
mediterráneas y en varios archipiélagos situados en esas franjas de latitud, como el
canario.
Los bosques laurifolios son ambientes subtropicales que alcanzan su máxima extensión en las
fachadas orientales de los continentes y que comparten un buen número de características
tanto con las regiones mediterráneas como con los bosques tropicales con los que limitan.
Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
of
the
world,
en
En todos los casos se trata de bosques esclerófilos dominados por árboles de hoja
lauroide (“parecida a la del laurel”) aunque su composición es muy variada e incluyen
también otro tipo de formas. Son muy densos y suelen presentar una buena
estratificación con presencia de arbustos, hierbas y musgos además de una gran
cantidad de lianas y epifitas que evocan los bosques intertropicales.
160
Portoalegre (Brasil)
80
70
120
60
100
50
Pmm
140
40
60
30
40
20
20
10
0
0
tºC
80
Ene Feb Mar Abr May Jun Jul Ago Sep Oct Nov Dic
Climodiagrama de Portoalegre (Brasil). Las temperaturas son cálidas todo el año, con un
invierno muy benigno, y las precipitaciones son abundantes y bien repartidas generando un
ambiente muy favorable a la vegetación.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
36
Los bosques laurifolios subtropicales dan paso a los planocaducifolios en dirección
hacia los Polos mientras que hacia latitudes más bajas conectan directamente con los
bosques monzónicos o con sabanas aunque las transiciones entre unos y otros son
bastante progresivas y sus límites respectivos muy difusos. En este sentido, la
principal diferencia respecto a las formaciones mediterráneas es que, al no limitar con
desiertos, los bosques laurifolios incorporan una gran cantidad de elementos tropicales
y presentan una morfología mucho más próxima a la de las pluvisilvas de bajas
latitudes que a la de los demás bosques de las regiones templadas o frías.
Algunos bosques laurifolios son extraordinariamente frondosos y contienen una importantísima
biodiversidad aunque, lamentablemente, este tipo de formaciones están muy amenazadas y,
en muchos casos, los bosques que nos han llegado están muy menguados o alterados.
Foto: bosque laurifolio de Dorrigo (Australia).
Los bosques presentes en el Hemisferio Norte presentan bastantes puntos en común y
comparten un buen número de taxones. Ello permite pensar que en un pasado no
demasiado lejano pudieron ocupar una superficie mucho más importante y ocupar, al
menos, una parte de las actuales regiones mediterráneas y del Cáucaso. En América
del Norte estos bosques contienen Ilex, Persea, Myrica, Quercus y otros géneros
existentes en el Mediterráneo y en los archipiélagos macaronésicos pero también
Magnolia, Taxodium disticum, el inconfundible ciprés de los pantanos en los lugares
más húmedos, u otras numerosas especies endémicas. En Asia son aún más diversos
en cuanto a composición e incluyen algunas caducifolias y coníferas. Están muy
extendidos varios tipos de fagáceas caducifolias (como Quercus acuta, muy parecida a
la encina), las magnolias (Magnolia spp), camelias (Camellia spp) o alcanforeros
(Cinnamomum camphora) pero, junto a ellos, aunque abundan numerosas especies
mucho más escasas y exclusivas de aquella región del mundo como el Ginkgo biloba.
Los bosques laurifolios asiáticos tuvieron una gran extensión aunque las regiones que
ocupan soportan una densidad de población muy elevada desde hace varios milenios,
su masa se encuentra muy fragmentada y su superficie total tremendamente mermada
por lo que es probable que su aspecto y composición actuales sean muy diferentes de
las originales.
Los bosques laurifolios del Hemisferio Sur presentan mayores diferencias entre sí. Los
más importantes se encuentran en la fachada atlántica de América del Sur y en
Australia pero existen manchas de menor superficie en otros lugares que también
pueden asimilarse a esta categoría. En América merece destacarse que junto a las
características plantas lauroides, como la “yerba” mate (Ilex paraguariensis) o
Cinnamomum porosum, adquieren gran protagonismo algunas coníferas como la
37
peculiar Araucaria angustifolia o varios Podocarpus. De Australia, por fin, merece
destacarse la extraordinaria biodioversidad y frondosidad de estos bosques que
aparecen dominados por varios tipos de eucaliptos gigantes (Eucalyptus regnans,
E.gigantea...) y que contienen abundantes epifitas y lianas.
Junto a los árboles y arbustos lauroides, pertenecientes al grupo de las fanerógamas, existen
en los bosques laurifolios subtropicales algunas coníferas y “rarezas” botánicas como el
ginkgo, fósil viviente que se creía extinto y que, tras su redescubrimiento, ha adquirido una
gran popularidad en jardinería.
Foto: a la izquierda, Araucaria angustifolia en Paraná (Brasil). A la derecha, Ginkgo biloba en Seul (Corea).
38
4.5 LAS ESTEPAS, PRADERAS Y PAMPAS DE LAS LATITUDES MEDIAS
Las estepas son formaciones características de las áreas continentales de latitudes
medias donde las precipitaciones resultan insuficientes para permitir la existencia de
bosques. Las más representativas se localizan en América del Norte y Eurasia donde
ocupan una posición intermedia entre los bosques boreales, situados más al Norte, y
los desiertos continentales, más al Sur.
Entre uno y otro extremo, las estepas van perdiendo biomasa progresivamente de
manera que mientras que en su límite con el bosque son áreas con una densa cubierta
herbácea salpicadas, en los enclaves más favorables, por matorral y árboles, en el
extremo opuesto son ya extensiones semidesérticas donde las plantas no llegan a
recubrir totalmente el suelo.
Las estepas y praderas ocupan amplias superficies de las regiones más continentales de
latitudes medias de ambos hemisferios aunque el término también designa la vegetación
habitual en las márgenes de los desiertos tropicales o en los enclaves más secos de las
regiones mediterráneas (no representadas en el mapa).
Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
of
the
world,
en
El término “estepa” es de origen ruso y, en origen, designa una extensión cubierta de
hierba. Es el que se utiliza habitualmente en Eurasia –y en español- para nombrar
todas estas extensiones con independencia de que presenten una cubierta vegetal
más o menos rica. Sin embargo, en América del Norte –y, por extensión, entre los
autores anglosajones-, es más habitual hablar de “pradera” (“prairie”) en el caso de las
áreas con vegetación más densa e incluir a las más pobres dentro de los desiertos. En
América del Sur, por fin, es habitual utilizar la palabra “pampa” que designa, de forma
general, una gran extensión sin árboles.
Desde el punto de vista biogeográfico, las estepas, praderas y pampas de latitudes
medias pueden considerarse como una misma cosa.
Además, entendidas éstas en un sentido amplio como formaciones herbáceas
asociadas a medios semiáridos, existen estepas en otros lugares del mundo
frecuentemente de transición hacia los desiertos, tanto en las regiones frías como en
las cálidas.
Las estepas son propias de regiones de clima continental donde los veranos son
cálidos, con temperaturas superiores a 20ºC, mientras que los inviernos son fríos o
muy fríos permaneciendo el termómetro por debajo de 0ºC durante varios meses. Por
tanto, la amplitud térmica muy grande. Por otra parte, como la distancia al mar es
importante, la influencia climática de éste es prácticamente nula permitiendo que la
atmósfera se mantenga seca y transparente durante la mayor parte del tiempo. Las
precipitaciones son normalmente inferiores a 450 mm y se producen preferentemente
39
en verano. Entre el final del otoño y la primavera son en forma de nieve por lo que no
suponen un verdadero aporte de agua hasta el momento del deshielo primaveral.
Este clima implica la existencia de dos estaciones muy marcadas para las plantas:
•
entre la primavera y el final del verano se produce la etapa de crecimiento,
reproducción y acumulación de reservas gracias a unas temperaturas
favorables y a la existencia de suficiente agua para el desarrollo de los ciclos
vitales
•
en cambio, entre el final del verano y la primavera las plantas tienen que
detener su actividad ya que las condiciones les son excesivamente
desfavorables: al final del verano a causa de la falta de agua y a partir del
otoño como consecuencia del frío y de la nieve.
100
Ulan Bator (Mongolia)
50
40
60
30
40
20
20
10
0
0
tºC
Pmm
80
-20 EneFebMarAbrMayJun Jul AgoSepOctNovDic
-10
-40
-20
Climodiagrama de Ulan Bator (Mongolia), representativo de las condiciones de la estepa fría.
En invierno las temperaturas son extremadamente bajas y la actividad vegetal queda
totalmente paralizada. Las precipitaciones anuales son demasiado bajas para permitir la
existencia de bosques pero el verano es muy favorable a la vegetación y las herbáceas crecen
rápidamente produciendo mucha biomasa.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
40
LOS SUELOS
En las regiones de estepa la aridez tiende a agudizarse cuanto más baja sea la latitud
ya que a medida que aumentan las temperaturas, mayores serán también la
evaporación y las demandas de agua de los organismos. De ahí que en el Hemisferio
Boreal se sucedan de Norte a Sur
-
una estepa de hierba densa con algunos árboles,
-
una franja de hierba rala pero continua,
-
la estepa subdesértica
La producción de biomasa, el balance hídrico y las temperaturas del suelo son
diferentes en cada una de estas franjas lo que da lugar a suelos con características
diferenciadas.
En las áreas con más vegetación, se forman “chernozems”. La materia orgánica que
se acumula cada año en forma de hierba muerta es muy abundante pero su
descomposición resulta difícil ya que la falta de agua y bajas temperaturas lo impiden
durante gran parte del año. Por eso, se produce una acumulación de humus que da al
horizonte superior del suelo un característico color negro. Como es habitual en las
regiones sometidas a una fuerte evaporación, se produce una acumulación de
carbonatos en superficie que dan una reacción alcalina. Por lo demás, se trata de
suelos espesos y productivos.
En las zonas con menor productividad la acumulación de humus es menor y éste se
mineraliza más deprisa gracias a que las temperaturas resultan favorables durante
más meses al año. Este hecho se traduce en la aparición de unos suelos de color más
rojizo, los “castanozems” que denotan una menor riqueza en humus y un alto
contenido en óxidos de hierro. Son alcalinos y también presentan una buena
productividad (supeditada, en todo caso, a la existencia de agua).
Por fin, en las áreas de estepa subdesértica, los aportes vegetales son reducidos por
lo que los suelos son ricos en minerales pero muy escasos en humus y materia
orgánica. Suelen tener un color pardo a blancuzco revelando la existencia de
acumulaciones de sal asociadas a un balance hídrico muy deficitario. Fuertemente
alcalinos, se trata de suelos pobres y bastante frágiles.
41
LA ECOLOGÍA DE LAS ESTEPAS
La vegetación
El periodo vegetativo está limitado por los fríos invernales y por la sequía del final de
verano y otoño de forma que las plantas esteparias no cuentan, en la práctica, más
que con unos cuatro meses favorables. Durante ese tiempo deben desarrollar sus
hojas y frutos y acumular las reservas necesarias para superar el invierno por lo que la
reducción del tamaño se convierte en un mecanismo muy útil. Como la vegetación
tiene que utilizar la totalidad del tiempo disponible, la producción de fitomasa fluctúa
cada año dependiendo de la meteorología en una proporción que puede ser de 1 a 6
(se han medido oscilaciones de 710 a 4500 kg/ha en una estepa pobre meridional).
El paso del bosque a la pradera o a la estepa es gradual y se produce a través de una
franja en la que aparece un mosaico de formaciones arbóreas y herbáceas. Al
principio dominan los árboles (entre los cuales aparecen claros, cada vez más
amplios, ocupados por gramíneas) mientras que, en el límite del desierto, los árboles
no constituyen más que pequeñas islas rodeadas de inmensas extensiones
herbáceas.
La transición del bosque a la estepa es gradual y pasa por una franja en la que ambos tipos de
ambientes forman un mosaico en el que se alternan superficies forestales y herbáceas.
Foto: mosaico de bosques y áreas esteparias en el Sureste de Polonia.
Los bosques ocupan los emplazamientos más favorables, normalmente en laderas
suaves con buen drenaje y suelos permeables mientras que las superficies más llanas
suelen presentar suelos pesados y mal drenados y están cubiertas por hierba,
principalmente gramíneas.
Las plantas más representativas de la estepa son las gramíneas. Soportan bien su
clima y sus raíces forman una densa maraña muy superficial que les permite absorber
eficazmente el agua disponible. Sus hojas se disponen verticalmente favoreciendo un
rápido crecimiento de forma que cuando el tallo y las hojas se secan al llegar la
estación seca, la planta ya ha finalizado su ciclo anual acumulando reservas en sus
raíces y diseminando sus semillas.
La polinización se efectúa gracias al viento por lo que no necesitan desarrollar flores
vistosas y su reproducción, además de por semillas, también es posible mediante
regeneración vegetativa desde sus rizomas.
42
La vegetación de la estepa es casi exclusivamente herbácea aunque incluye grupos de
especies con estrategias distintas (terófitos, geófitos, etc) lo que permite que la floración y
fructificación se escalonen en el tiempo.
Foto: vegetación esteparia en el área de Mono Lake (California, EEUU).
Junto a las gramíneas existen otras herbáceas bien adaptadas a las condiciones de la
estepa. Además de las terófitas, que cubren muy deprisa sus ciclos vitales y liberan
sus semillas al comienzo de la estación seca, destacan las geófitas que superan el
periodo desfavorable gracias a las reservas acumuladas en sus bulbos.
Las relaciones que se establecen entre los árboles y las hierbas son de competencia y
el equilibrio que existe entre ellos, muy precario, se altera fácilmente como respuesta a
cualquier cambio ambiental o nuevo factor de presión. De este modo, la estepa, tal y
como ha llegado hasta época reciente, no se entiende sin tener en cuenta los
incendios y el pastoreo.
En aquellos lugares en los que el ser humano lo permite, los árboles tienden en
ocasiones a invadir el espacio ocupado por las hierbas (aunque sin llegar nunca a
sustituirlas).
El total de precipitaciones es similar en toda la región pero como el consumo de
árboles y hierbas es distinto, los suelos forestales presentan una fuerte sequía al final
del verano mientras que los de estepa o pradera aún conservan algo de su humedad.
Ello tiene importantes consecuencias tanto para la edafogénesis como para la
distribución de las especies más exigentes por lo que, en la práctica, a cada tipo de
suelo corresponde una comunidad vegetal determinada (y viceversa).
Por otra parte, el consumo de agua por el bosque aumenta con su edad: los árboles
jóvenes se desarrollan muy bien pero al crecer, empiezan a tener problemas y parte
de las copas pueden llegar a secarse. Los árboles se encuentran en el límite de sus
posibilidades biológicas.
Por lo que respecta a la estructura, la estepa es una formación predominantemente
herbácea, con una biodiversidad escasa y una cobertura y biomasa muy variables en
función del suelo y de la disponibilidad de agua. La productividad anual se sitúa en
valores próximos a 1 kg de materia vegetal seca/m2.
Pese a sus evidentes rasgos comunes, las estepas y praderas de cada continente
presentan sus propias peculiaridades.
43
En Europa Oriental y Rusia las estepas inician su ciclo anual con la fusión de la nieve
y el descongelamiento del suelo. Estos hechos permiten el rápido desarrollo de una
rica flora que florece muy tempranamente en primavera. Destacan plantas de los
géneros Carex, Pulsatilla, Adonis, Hyacinthus, Iris, Tulipa, generalmente geófitas que
disponen de buenas reservas en sus raíces y pueden desarrollarse muy deprisa
llegado el momento favorable.
Aspecto característico de la estepa eurasiática en Pasargard (Irán).
Hacia mediados de mayo la estepa adquiere su característico color verde gracias al
crecimiento de las gramíneas, uniformidad que en junio vuelve a desaparecer al
producirse una nueva y explosiva floración de plantas como Senecio, Myosotis,
Campanula, Echium o Ranunculus que necesitan más tiempo para desarrollarse que
las anteriores y dando lugar a un segundo periodo de floración.
Sin embargo, a partir de junio, las flores desaparecen definitivamente y la estepa,
totalmente recubierta de altas hierbas, vuelve a adquirir un tono uniforme que va
cambiando a medida que transcurre la temporada: la hierba, al principio verde, va
agostándose para quedar totalmente seca hasta la caída de las primeras nieves.
La masa de las hierbas que mueren cada año se acumula y descompone rápidamente
sobre el suelo hasta el punto de constituir un inconveniente ya que el exceso de
mantillo hace perder competitividad a las gramíneas y permite la existencia de otras
familias vegetales o, incluso, la aparición de calveros. Sólo un extenso ramoneo por
parte de las gacelas, équidos salvajes y roedores que poblaban las antiguas estepas
(o por parte de los rebaños de los antiguos pobladores) reduce el aporte de materia
seca cada año hasta niveles de equilibrio para su propio mantenimiento y hace posible
la pervivencia del propio paisaje estepario.
De hecho, dada la práctica desaparición de gran parte de la fauna fitófaga, en muchos
de los espacios protegidos actuales es necesario segar periódicamente la hierba para
evitar la desaparición (o desfiguración) de la pradera.
A medida que se avanza hacia el sur, la estepa es más seca y la vegetación va
empobreciéndose. Sólo algunas gramíneas, como Stipa o Festuca siguen resultando
competitivas junto a algunas otras plantas de raíces profundas. La aparición, por fin,
de la artemisia o de diversas plantas halófilas marca la transición hacia los desiertos
continentales.
En América del Norte las formaciones abiertas, las "praderas", ocupaban una gran
superficie entre los paralelos 55 y 30 enlazando al sur con formaciones tropicales de
sabana. El gradiente climático es aquí doble: térmico en sentido N-S y pluviométrico
44
en el E-W aunque las condiciones, en general, son menos severas que en Eurasia y la
productividad y diversidad son mayores aunque ambas comparten sus rasgos más
esenciales.
La Pampa argentina es una amplia extensión ocupada por diversos tipos de estepa que se
van sucediendo desde las regiones tropicales situadas al Norte hasta las subantárticas en el
Sur. Gran parte de su superficie es objeto de una explotación ganadera extensiva que permite
una buena conservación de estos ambientes.
Foto: estepa en el área de Santiago del Estero (Argentina).
En las regiones más favorables aparece una pradera de hierbas altas con islas de
árboles que, cuando las condiciones lo permiten, tienden a ganar terreno sobre las
gramíneas (lo que, de nuevo, justifica las dudas existentes sobre su origen y sobre el
carácter maduro o no de esta formación).
Sin embargo, otros hechos parecen abogar por el origen natural de las praderas. Por
ejemplo, cada año se incendian a causa de tormentas grandes extensiones de pradera
beneficiando a las hierbas en su competencia con los árboles y demostrando que los
incendios desempeñan un papel importante en su existencia.
Por otra parte, las sequías extremas que sufre la región con un periodo de recurrencia
secular y la propia fauna herbívora que habita en ella parecen jugar en la misma
dirección favoreciendo a las gramíneas. Éstas resisten tanto al fuego como al pastoreo
ya que sus hojas crecen desde la base (a diferencia de la mayoría del resto de las
plantas, cuyas hojas se renuevan en las puntas de las ramas). Por eso, mientras la base
de las hojas permanezca intacta, el crecimiento no se interrumpe aunque la planta haya
sufrido los efectos del fuego o las puntas de sus hojas hayan servido de alimento a los
animales.
Las praderas americanas muestran una estacionalidad similar a la de las estepas
eurasiáticas y, si cabe, una riqueza aún mayor: en junio florecen simultáneamente
unas 70 especies y las hierbas, que miden fácilmente hasta un metro, llevan sus flores
hasta 2 metros de altura.
A medida que la aridez es mayor (o que la sobreexplotación se hace sentir más) las
hierbas van siendo de menor porte y los suelos se van empobreciendo con aparición
de acumulaciones de cal y pérdida de potencia del horizonte húmico.
En el Hemisferio Sur las estepas ocupan extensiones mucho más reducidas que en el
Norte. La superficie más importante es la de la Pampa argentina situada entre los
semidesiertos andinos y de Patagonia y las formaciones tropicales sabanoides o de
bosque al norte.
45
En las regiones situadas en latitudes más altas la estepa puede ser una prolongación de la
tundra y presentar rasgos en común con los biomas de las regiones frías.
Foto: estepa patagónica en el Seno Otway (Chile).
Los animales de la estepa
La diversidad animal, del mismo modo que ocurre con la vegetal, es reducida no
aumentando significativamente más que en el entorno de los ríos o humedales. Sólo
en el Hemisferio Sur, donde las praderas limitan con ambientes tropicales, existe una
riqueza algo más importante.
Entre la fauna más abundante destacan los grandes herbívoros (bisontes, caballos,
antílopes saigas...), roedores (marmotas, perritos de las praderas, hámsteres,
vizcachas...) y, sobre todo, muchas aves (avutardas, perdices, calandrias, alondras,
estorninos o, incluso, grandes corredoras como el ñandú sudamericano).
Numerosos animales se adaptan a este medio a través de pautas peculiares de
comportamiento. Así, muchas especies migran estacionalmente para huir del frío o de
la falta de agua siendo capaces de recorrer grandes distancias. Para ello, suelen
formar grandes manadas que les permiten realizar sus desplazamientos con más
seguridad a la vez que defenderse mejor de sus depredadores. Frente a éstos,
algunos son capaces de huir gracias a su gran fortaleza y velocidad (como el berrendo
norteamericano que alcanza 80 kmh) aunque son más frecuentes los animales que
optan por ocultarse o pasar desapercibidos gracias a una buena mimetización con el
entorno. De ahí la frecuencia de las pieles y plumajes ocres, grisáceos o moteados.
Sin embargo, los roedores no son capaces de desplazarse a grandes distancias por lo
que suelen hibernar y pasar la estación fría protegidos en madrigueras subterráneas
Como ya se ha dicho, la fauna de las estepas y praderas desempeña un papel muy
importante en el equilibrio de estos ambientes removiendo el suelo al excavar sus
madrigueras, fertilizándolo con sus deyecciones o favoreciendo a unos grupos
vegetales frente a otros (como es el caso de las gramíneas). Sin embargo, al tratarse
de animales que necesitan desplazarse en manada a través de amplios espacios, su
presencia es difícilmente compatible con la agricultura y la mayoría de las grandes
especies ha desaparecido o mantiene una población residual poniendo en peligro la
conservación de este tipo de paisaje. Sin los grandes herbívoros, la estepa cambia
rápidamente de composición y su conservación requiere la adopción de diversas
medidas artificiales más o menos “duras”.
46
4.6. UNOS ENTORNOS MUY TRANSFORMADOS: LOS RASGOS NATURALES DE
UN PAISAJE CULTURAL
Aunque abarquen extensiones muy amplias y todo lo que se diga a esta escala no son
más que generalizaciones, las regiones de latitudes medias son, en general, las más
favorables a la presencia y a las actividades humanas gracias a su clima moderado y a
la fertilidad de sus suelos. En ellas aparecieron y se desarrollaron algunas de las más
importantes culturas de la historia y en ellas se encuentran la mayoría de los países
más ricos y avanzados tecnológicamente. No es extraño por eso que se trate de áreas
con densidades de población elevadas y con un medio natural muy transformado
desde antiguo.
Tanto es así que en Europa, Oriente Medio, regiones orientales de China o gran parte
de los Estados Unidos no existen en la actualidad formaciones vegetales primarias o
que puedan considerarse verdaderamente “intactas”: la vegetación de todas estas
regiones ha sufrido los efectos de una prolongada presión humana y sólo las especies
capaces de soportar dicha presión (o que, incluso, se han beneficiado de ella), han
logrado pervivir ocupando el nicho de las que se iban extinguiendo y dando lugar a
nuevos ambientes.
En las regiones oceánicas la mayor parte de la superficie forestal ha desaparecido y ha sido
sustituida por parcelas cultivadas o de pasto. En las áreas montañosas o de colonización más
antigua, la propiedad está muy fragmentada y suelen quedar pequeñas parcelas forestales
intercaladas entre los campos lo que diversifica los hábitats y favorece el mantenimiento de
bastantes especies.
Foto: Hunsrück (Renania-Palatinado, Alemania).
La transformación ha sido tan importante y tan generalizada que en algunas regiones
ni siquiera se tiene la seguridad de cómo pudo ser la cubierta vegetal “originaria” y la
totalidad del territorio presenta paisajes con una fuerte componente cultural
(generalmente agraria).
En las regiones oceánicas la presión agraria ha supuesto la sustitución del bosque por
cultivos y prados, en ocasiones rodeados con setos vivos compuestos por especies
autóctonas, formaciones de sustitución como las landas o, más recientemente,
plantaciones forestales con árboles de crecimiento rápido (eucaliptos, pinos u otros).
Generalmente la propiedad está muy fragmentada, las parcelas son pequeñas y se
conservan retazos de arbolado autóctono lo que da lugar a una cierta diversidad de
47
ambientes. Este hecho, unido a la elevada productividad y gran capacidad de
recuperación de estos medios (que aparecen “siempre verdes”), ha facilitado la
supervivencia de muchas especies que se han adaptado a la transformación del
paisaje y a la presencia humana. Por eso, y aun siendo una creación humana, los
prados y pastizales de muchas regiones oceánicas constituyen hoy auténticos
ecosistemas de gran valor para la conservación.
Los paisajes actuales de las áreas mediterráneas son el resultado de una prolongada
presencia humana sobre el territorio y no existen bosques primarios. Sin embargo, existe una
gran diversidad de ambientes y la región, pese a su intensa transformación, aún alberga una
notable biodiversidad.
Foto: Psiloritis y Monte Ida (Creta, Grecia).
En condiciones naturales el aprovechamiento agrario de las regiones mediterráneas es
más difícil y los rendimientos resultan siempre inciertos a causa de la irregularidad de
la lluvia y de la limitada productividad de estos ambientes. Sin embargo, la producción
se vuelve muy importante cuando la agricultura se practica intensivamente sobre
buenos suelos y mediante regadío lo que requiere no solo un gran esfuerzo humano
sino también, inevitablemente, una total artificialización del medio. Ello explica que los
valles, las llanuras y las comarcas litorales hayan sido totalmente transformados desde
la antigüedad y que los paisajes de todos estos lugares, dominados por elementos
culturales, dejen muy poco sitio a la naturaleza.
Las zonas de monte son más valiosas ambientalmente aunque tampoco conservan
bosques primarios. Éstos han sido objeto de una intensa explotación a lo largo de la
historia y han dado paso a formaciones de sustitución (maquias, garrigas...) o a masas
arboladas más o menos densas en las que los caracteres naturales y los resultantes
de la acción humana aparecen muy imbricados. El caso más interesante es el de las
dehesas, creadas mediante el aclareo de encinares, alcornocales u otros bosques con
objeto de hacer posible un aprovechamiento ganadero, forestal y cinegético, y que
ofrecen un refugio adecuado a un gran número de especies de fauna.
Los incendios son muy frecuentes en las regiones mediterráneas debido a la
conjunción de sequedad y altas temperaturas. Su repetición a lo largo del tiempo (y su
cada vez mayor frecuencia a medida que aumentaba la presencia humana) explica
algunas de las características de la vegetación, que aparece dominada por especies
pirófitas (tolerantes al fuego). Así, el alcornoque está protegido por su gruesa corteza
de corcho mientras que la encina y la coscoja rebrotan bien de raíz y la semilla de las
jaras se dispersa gracias al fuego. De hecho, el protagonismo de algunos tipos de
48
plantas sólo puede explicarse en relación con los incendios: algunos pinares, por
ejemplo, no se regeneran si las semillas de sus árboles caen a la sombra de un estrato
arbustivo denso y, por esta razón, los pinos suelen verse favorecidos por los incendios
que, destruyendo el matorral, eliminan competidores y favorecen comparativamente la
propagación de sus semillas, muy resistentes al fuego.
Los incendios han tenido un gran protagonismo en la construcción de los actuales paisajes de
latitudes medias (en particular de los mediterráneos) y han sido un importantísimo factor de
selección natural. Con el tiempo, las especies intolerantes al fuego han acabado
desapareciendo al ser incapaces de competir con las que si lo soportan (plantas “pirófitas”).
Foto: rebrotes de pino canario (Pinus canariensis) tras un incendio (La Palma- España).
No obstante, es importante distinguir entre los incendios naturales, que siempre han
existido, y los provocados, mucho más frecuentes hoy que los primeros, cuya
consecuencia es un rápido empobrecimiento de la vegetación y la erosión irreversible
del suelo. Si el ritmo con el que se repiten los fuegos da tiempo a la regeneración del
bosque, los incendios contribuyen a la diversidad de estadios sucesionales de las
masas vegetales sin poner en peligro la conservación de las especies y, por lo tanto,
son un factor de biodiversidad. Sin embargo, si los incendios se repiten con excesiva
frecuencia, no hay tiempo suficiente para que las masas vegetales alcancen las etapas
de madurez y el conjunto, poco a poco, se irá empobreciendo.
Las estepas y praderas han mantenido a lo largo del tiempo densidades de población
muy bajas y eso ha permitido que amplias extensiones de las mismas hayan llegado
en un estado próximo al natural hasta una época muy reciente. Sin embargo, se trata
de espacios abiertos en los que numerosas hierbas encuentran condiciones ideales y
que, por esa misma razón, resultan muy apropiados para el cultivo de cereales (maíz,
trigo, cebada…) y oleaginosas (girasol, soja). Por eso, a lo largo del último siglo
grandes extensiones de las praderas templadas han sido modificadas para la siembra
de granos.
Por otra parte, las estepas son muy aptas para el pastoreo actividad que, si bien se
viene practicando desde hace milenios, se ha intensificado mucho y que hoy ejerce
una presión mucho más intensa que la que producían los ungulados nativos. Además,
se ha comprobado que la ganadería de estas regiones contribuye a modificar la
composición de la cubierta vegetal ya los animales son selectivos y la presión que
ejercen sobre las diferentes especies es desigual.
Las especies de estas formaciones herbáceas son heliófilas, se desarrollan muy
deprisa en cada primavera (o tras cada incendio) y tienen una gran capacidad de
49
dispersión y colonización por lo que cuando son introducidas en otros continentes, se
convierten fácilmente en invasoras, ocupando rápidamente los lugares alterados y
compitiendo con las especies nativas. Esto, junto al pastoreo, ha sido la causa de
importantes cambios en la composición de las praderas de numerosas regiones,
especialmente en América del Norte y Europa, por lo que, en la práctica, las
verdaderamente “naturales” son hoy muy escasas.
Las estepas son muy favorables para los cultivos herbáceos (cereales, girasol…) lo que ha
supuesto la casi total transformación de amplísimas extensiones de América del Norte y de
Eurasia Occidental donde la práctica totalidad del territorio está hoy parcelado y ocupado por
una agricultura intensiva que deja muy pocas posibilidades a las especies autóctonas.
Foto: cultivos ocupando la antigua estepa en Ucrania.
La transformación de las regiones de latitudes medias ha supuesto la desaparición de
algunas formaciones, una alteración más o menos grave de las restantes así como la
extinción de buen número de especies (al menos en su estado natural). Ello afecta a
todos los grupos biológicos pero resulta especialmente patente en el caso de los
animales ya que los cambios han alterado el conjunto de las redes tróficas rompiendo
el equilibrio preexistente entre las especies.
El lince ibérico (Lynx pardinus), por ejemplo, se alimenta casi exclusivamente
de conejos, que también sirven de alimento al zorro, gato montés, meloncillo u
otros predadores. La presencia del lince limita el número de conejos y, de este
modo, impide la proliferación de sus competidores en las áreas donde vive. Por
eso, la desaparición del lince permite un rápido aumento del número de los
demás carnívoros (lo que, a su vez, incrementará la presión sobre otros
animales…).
Del mismo modo, la desaparición o enrarecimiento de grandes rapaces como
las águilas imperial, real o perdicera favorece la multiplicación de los córvidos…
Pero en las latitudes medias también se encuentran los países en los que la
ciudadanía tiene una mayor conciencia ambiental y donde la conservación de los
espacios naturales, de las especies y, más recientemente, de los paisajes propios de
cada región se ha convertido en una verdadera exigencia social.
Las actuaciones para la conservación, muy complicada siempre dado el elevado grado
de alteración del entorno, se iniciaron con la creación de parques nacionales u otros
espacios protegidos (el primero de los cuales, el de Yellowstone, data de 1872). Estos
han permitido salvar en un estado más o menos primigenio algunas áreas de gran
50
interés y gracias a ellos se han obtenido algunos éxitos notables. Sin embargo, en el
último tercio del siglo XX se fue comprobando que, demasiadas veces, los parques
nacionales se habían convertido en islas de naturaleza mantenidas artificialmente en
medio de territorios en los que se podía hacer cualquier cosa lo que comprometía la
viabilidad a medio plazo no sólo de los propios espacios sino también de numerosas
especies que dependen de ellos. Esta situación impulsó la creación de redes
transnacionales y de corredores destinados a coordinar criterios de actuación y
conectar los diferentes espacios protegidos (Red Natura 2000, Corredor Biológico
Mesoamericano…). Además, empezaron a multiplicarse los acuerdos internacionales
(Directiva de Aves, acuerdos Ramsar...) y las normas destinadas a proteger especies
concretas con independencia de que éstas se encuentren dentro o fuera de los
espacios protegidos.
Por fin, durante las dos últimas décadas, se ha ido asumiendo la idea de que en
muchas regiones no existen espacios estrictamente naturales y de que las actuaciones
y normas de conservación deben extenderse a la totalidad del territorio. Lo que hoy
consideramos “natural” o “bien conservado” es siempre el resultado de un equilibrio
entre las componentes natural y social del territorio. Los animales y plantas se han
adaptado a la presencia humana y a la artificialización del territorio y cualquier cambio
brusco, por desaparición de cultivos o abandono de pastos, por ejemplo, no implica
necesariamente una “vuelta a la naturalidad” sino que, paradójicamente, puede
suponer a veces una pérdida de diversidad.
51
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 5. Las zonas áridas
5.1 Los desiertos y la aridez.
5.2 Vivir ahorrando agua: adaptación de la flora y de la fauna a las condiciones de
los desiertos.
5.3. La diversidad de los ambientes áridos y su base geomorfológica.
5.4 Los distintos tipos de desiertos.
5.5 Las estepas, praderas y pampas de las latitudes medias.
5.6 De la aptación a la creación de ambientes arficiales: los efectos de la presencia
humana en las zonas áridas.
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
5.1 LOS DESIERTOS Y LA ARIDEZ
Los conceptos de aridez y de desierto son complicados de definir y aunque existe un
relativo consenso sobre su significado biogeográfico, no lo hay sobre sus límites
precisos ni, en consecuencia, sobre su extensión. Ello justifica las grandes diferencias
que se observan entre unas representaciones cartográficas y otras y que algunas
regiones de la tierra sean incluidas entre los desiertos por algunos autores pero no lo
sean por otros.
Parte del problema se debe a que la palabra “desierto” no designaba en su origen más
que un lugar despoblado (sin ninguna clase de connotación biogeográfica: una “isla
desierta”) y que ambos significados, el de “lugar despoblado” y el de “lugar sin vegetación
a causa de a aridez” se siguen solapando con frecuencia.
Por otra parte, desde el punto de vista biogeográfico, el desierto se define como un lugar
en el que “el agua escasea”...
...donde hay un “déficit hídrico” que no permite una vegetación “normal”
...donde la falta de agua requiere que los seres vivos “estén adaptados”...
...u otras definiciones parecidas e igualmente imprecisas: ¿a qué llamamos “escasez de
agua”? o, incluso, “escasez” ¿para quién? (puesto que las demandas varían
enormemente entre unas especies y otras.
Por fin, para mucha gente el término desierto evoca la idea de grandes extensiones
arenosas expuestas a un calor extremo, imagen reduccionista popularizada por el cine y
los medios de comunicación que, existiendo en la realidad, no representa más que uno
de los múltiples aspectos que puede tener el desierto.
A efectos biogeográficos podemos considerar como desiertos los entornos de aquellas
regiones donde la ETP (evapotranspiración potencial) es muy superior a las
precipitaciones y donde, además, estas son extremadamente irregulares.
Ambos hechos, escasez e irregularidad de las precipitaciones, impiden la existencia de
una cubierta vegetal continua y las plantas crecen dispersas en el terreno. En las
áreas con condiciones más extremas la vegetación puede incluso llegar a desaparecer
casi totalmente.
2
Extensión de los desiertos tropicales y de latitudes medias (no se incluyen los de las regiones
frías que son analizados en otros capítulos). Las regiones hiperáridas aparecen en tono más
oscuro.
FUENTE: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
of
the
world,
en
En la práctica, y hasta la popularización de las imágenes obtenidas mediante satélite,
ha sido frecuente utilizar umbrales de precipitación más o menos arbitrarios (como la
isohieta de 200 mm) para delimitar la extensión de los desiertos.
La aridez puede deberse a diversas causas y eso permite que los desiertos existan en
todas las regiones de la tierra, desde las de latitudes altas hasta las tropicales
recubriendo entre el 20 y el 30% de la superficie de los continentes (dependiendo del
criterio que utilicemos para su delimitación).
Además, hay que tener en cuenta que las regiones áridas y semiáridas que rodean a los
desiertos son muy frágiles y que las actividades humanas pueden destruir fácilmente su
vegetación. Cuando esto ocurre, la erosión empobrece rápidamente el suelo y se inicia
un proceso de “desertificación” que acaba transformando en desierto una zona que
2
previamente no lo era. Millones de km de desiertos o “semidesiertos” distribuidos por
todos los continentes son consecuencia de ese tipo de procesos que, a escala humana,
pueden considerarse como irrreversibles.
La vegetación de las regiones situadas en las márgenes de los desiertos soporta condiciones
límite y resulta muy vulnerable frente a las enfermedades, adversidades climáticas o excesiva
presión humana. Su destrucción suele conllevar la rápida degradación de los suelos y de la
hidrología y puede favorecer un avance del desierto irreversible a escala humana.
Foto: muerte de las palmeras y aparición de procesos erosivos en el histórico palmeral de Rissani (Marruecos).
EL CLIMA EN LOS DESIERTOS
3
Los desiertos son ambientes azonales ya que existen en todas las latitudes. En
relación con ello, presentan una gran diversidad climática aunque todos tienen en
común la aridez.
En las regiones desérticas tropicales y subtropicales los veranos son extremadamente
calurosos (el “record” mundial de temperatura, 59ºC, se ha registrado en el Sahara, al
Sur de Libia) mientras que los inviernos son frescos y conocen heladas.
Sin embargo, conforme aumentan la latitud y la continentalidad, se incrementa también
la amplitud térmica de forma que en los desiertos de latitudes medias los veranos
siguen siendo calurosos pero los inviernos pueden ser muy fríos. En estos lugares, las
bajas temperaturas constituyen un segundo factor de estrés biológico que se suma a
la aridez.
En todos estos desiertos la amplitud diurna es muy grande (generalmente superior a
20ºC) ya que la atmósfera, extremadamente seca, es incapaz de retener la irradiación
terrestre y se enfría muy deprisa en cuanto se pone el sol. Al atardecer, la caída de las
temperaturas es muy rápida.
Las lluvias son siempre muy escasas y ello puede deberse a distintas razones:
•
presencia permanente de anticiclones en las regiones tropicales e
intertropicales (Sahara, desierto arábigo, Kalahari...)
•
localización a sotavento de grandes cordilleras o en depresiones profundas
en las que el aire es forzosamente subsidente (Mohave, Judea-Mar Muerto,
Tibet, Patagonia...)
•
continentalidad extrema y distancia a las fuentes de humedad (Gobi, Asia
Central...)
•
altitud superior a la de las nubes capaces de aportar precipitación
(altiplanos andinos)
La aridez varía mucho entre unos desiertos y otros y condiciona tanto la biodiversidad como la
biomasa total. En algunas regiones hiperáridas la falta casi absoluta de agua impide la
existencia de una verdadera cubierta vegetal.
Foto: espejismo en el desierto de Nubia (Egipto).
Dependiendo de la localización las precipitaciones presentan distribuciones distintas
en cada región (son estivales en las regiones tropicales e invernales en las
subtropicales aunque en buen número de sitios carecen de una estacionalidad clara).
Sin embargo, se producen de manera extremadamente irregular tanto en lo relativo a
4
su distribución como en lo que atañe a su volumen existiendo años en los que no se
registra ni una sola lluvia. Al ser muy escasas, la elevada evaporación favorecida por
la sequedad atmosférica y las altas temperaturas genera una situación de déficit
hídrico permanente.
En cuanto a los desiertos costeros, característicos de las fachadas occidentales de los
continentes en latitudes tropicales, son muy diferentes de los anteriores ya que en
ellos la atmósfera permanece siempre húmeda y son frecuentes las nieblas. Esta
humedad modera las temperaturas y proporciona algo de agua en forma de rocío
aunque las precipitaciones pueden llegar a ser prácticamente nulas: el lugar menos
lluvioso de la tierra se encuentra probablemente en el desierto de Atacama, al Norte
de Chile, y pertenece a este tipo de entorno.
Aunque todos tienen en común la aridez, los climas de los desiertos son muy variados lo que
contribuye a su diversidad. De izquierda a derecha, climodiagramas de Asswan (Egipto),
Nukus (Uzbekistán) e Iquique (Chile) representativos de los desiertos tropicales, continentales
y costeros respectivamente.
FUENTE: elaboración propia a partir de datos de dominio público proporcionados por la OMM.
Por supuesto, la aridez puede ser más o menos extrema y, superado determinado
umbral (distinto en cada región), la vida prácticamente desaparece. En tal caso se
habla de “regiones hiperáridas”.
A la inversa, a medida que las condiciones se suavizan la vegetación va siendo más
abundante y el desierto da paso progresivamente a entornos “semidesérticos” o
esteparios. Si el relieve no interviene creando fronteras netas, estas transiciones
suelen ser muy graduales y se extienden a lo largo de cientos de kilómetros.
LOS SUELOS
El sustrato puede resultar adverso a la vegetación y contribuir a exacerbar los efectos
de la aridez (o incluso ser la causa de la aparición de ambientes desérticos en
regiones semiáridas).
El caso más habitual es el de las zonas donde afloran yesos u otras sales que
incrementan exageradamente la presión osmótica dificultando la absorción de agua
por las raíces y son tóxicos para la mayor parte de las plantas.
La particular hidrología de los desiertos, con un balance hídrico desfavorable y
extensas áreas endorreicas, favorece la acumulación de sales o la formación de
costras de carbonato cálcico sobre la superficie lo que, a su vez, incrementa el efecto
de la aridez dando lugar a un fenómeno de retroalimentación.
5
Aparición de una costra de carbonato cálcico (“caliche”) en el suelo del desierto. Cuando van
adquiriendo espesor, las costras hacen más difícil el paso de las raíces y la presencia de
plantas.
Foto: Limaguess (Túnez).
Además, la formación de suelos es dificultosa, cuando no imposible. La biomasa es
muy escasa (lo que implica que los aportes de materia orgánica sean extremadamente
reducidos) y la aridez impide que se produzcan las reacciones químicas necesarias a
la edafogénesis por lo que en los desiertos, donde los procesos de tipo bioquímico
resultan insignificantes frente a de tipo mecánico, no hay formación de suelos y la roca
suele aflorar desnuda (o cubierta por suelos relictos, heredados de épocas más
favorables).
En los desiertos tropicales, cuando las circunstancias son favorables, pueden aparecer
“suelos rojos desérticos”, cuya coloración evidencia la abundancia de óxidos de hierro
deshidratados. Su desarrollo suele ser reducido y contienen escaso humus y
nutrientes debido a la escasez de la cobertura vegetal.
Otro tipo de suelos, dominantes en los desiertos continentales, son los sierozems o
suelos grises desérticos. Suelen presentar un mayor desarrollo aunque son también
muy pobres como consecuencia de su bajo contenido en humus y de la frecuencia con
que se forman costras calizas en ellos.
6
5.2 VIVIR AHORRANDO AGUA: ADAPTACIÓN DE LA FLORA Y DE LA FAUNA A
LAS CONDICIONES DE LOS DESIERTOS
La principal característica de los desiertos es la aridez: la precipitación anual es muy
baja y la evaporación máxima lo que implica que la biomasa sea, inevitablemente,
reducida.
La productividad de los desiertos es muy baja manteniéndose siempre por debajo de
0,4 kg de materia vegetal seca por año y m2 de superficie.
No obstante, al haber muy pocas plantas, la cantidad de agua de la que dispone cada
individuo es mayor de lo que a simple vista podría parecer.
Pese a ello, la vegetación está sometida a un acusado déficit hídrico durante la mayor
parte del tiempo, el medio resulta muy hostil para la vida y la mayor parte de las
plantas necesitan eficaces mecanismos de adaptación para poder sobrevivir en él.
A medida que aumenta la aridez la biomasa se reduce y las plantas se distancian más entre sí
para poder disponer del agua de más superficie. Ello da lugar a una cubierta de vegetación
“difusa”.
Foto: Flagstaff (Arizona- EEUU).
7
5.2.1 LAS PLANTAS DEL DESIERTO: ADAPTACIÓN Y OPORTUNISMO
La aridez de los desiertos hace que sólo puedan instalarse en ellos plantas muy
especializadas (plantas “xerófilas”) bien adaptadas para soportar la sequía evitando
pérdidas excesivas de agua y capaces de sobrevivir en medios con una elevada
salinidad.
Las plantas xerófilas han desarrollado mecanismos de adaptación que tienden a repetirse
por convergencia evolutiva en todos los desiertos del mundo pese a que,
frecuentemente, las especies que los habitan no guardan ninguna relación entre sí. Los
sistemas utilizados por estas plantas son muy variados:
Gracias a un proceso de convergencia evolutiva las plantas de todas las zonas áridas del
mundo han desarrollado mecanismos de adaptación comparables y presentan aspectos
similares a pesar de no guardar necesariamente relación entre sí tal como ocurre con el
cardón (Euphorbia canariensis) y el organ pipe cactus (Stenocereus thurberi)
Fotos: Mogán (Gran Canaria-España) y Organ Pipe N.P (Arizona- EEUU).
Por una parte, numerosas plantas xerófilas han desarrollado una serie de
ADAPTACIONES FISIOLÓGICAS destinadas a reducir la transpiración a través de la
cutícula (logrando su práctica desaparición en las plantas suculentas). Además,
cuando las temperaturas son excesivas, cierran los estomas lo que limita las pérdidas
de agua pero reduce en la misma proporción el intercambio de gases con la atmósfera
y el tiempo durante el que se puede desarrollar la fotosíntesis.
Otras plantas han logrado elevar la presión osmótica de los líquidos celulares con el
objetivo de favorecer la absorción de agua a través de las raíces: en algunos armuelles
(Atriplex sp) se han registrado presiones del orden de 100 atmósferas.
La reproducción por semillas implica una dificultad adicional para las plantas: si la
germinación se produce tras una lluvia pasajera, la plántula resultante puede morir al
cabo de unos días por falta de agua. De ahí que muchas semillas se recubran con
sustancias que inhiben la germinación. Cuando las lluvias son más persistentes, el
agua acaba disolviendo o arrastrando estas sustancias garantizando que el nacimiento
va a producirse en un suelo suficientemente húmedo para que la planta pueda vivir.
8
Pero las más evidentes, hasta el punto de imprimir un inconfundible carácter a las zonas
áridas, son las ADAPTACIONES MORFOLÓGICAS por lo que es muy frecuente que las
plantas xerófilas presenten una morfología original en alguna o en el conjunto de sus
partes.
Lo primero que llama la atención de las plantas xerófilas es su forma ya que predominan
las de porte almohadillado o esférico. Esta disposición, a la que se suma la gran
densidad que alcanzan las ramillas, hojas y/o espinas, permite reducir al máximo la
superficie expuesta por unidad de volumen y hacer frente a la insolación generando un
ambiente más húmedo y fresco en el centro de la planta (donde se sitúan, protegidas, las
yemas, flores y semillas).
Algunas especies, como la rosa de Jericó (Anastatica hierochuntica), forman “bolas”
enmarañadas que permanecen secas y aparentemente muertas durante los periodos secos
(que pueden prolongarse a lo largo de varios años) pero se abren, liberando unas semillas
que germinan en ese mismo episodio, en cuanto cae la más mínima precipitación.
Las formas esféricas, tallos leñosos y hojas pequeñas pero gruesas o suculentas facilitan la
supervivencia de las plantas en el desierto por ser las más eficaces para hacer frente al calor y
a la deshidratación.
Foto: Salloum (Egipto).
9
Adaptaciones morfológicas en las RAÍCES:
Al disponer de menos agua por unidad de superficie, las plantas necesitan desarrollar
mayores sistemas de raíces de forma que a medida que se incrementa la aridez, se
reducen las partes aéreas, expuestas al calor y a la deshidratación, mientras que las
subterráneas crecen. En los desiertos, la mayor parte de la biomasa vegetal se
encuentra bajo el suelo.
Como norma general, la relación entre la proporción de la fitomasa aérea y subterránea
se invierte entre las regiones húmedas y las áridas. El caso más notable que se conoce
es el de Pachypodium bistorta, una planta sudafricana cuyo tubérculo alcanza 9 kg
mientras que las hojas no superan 28 g (lo que da una proporción aproximada de 320/ 1).
En las plantas xerófilas las raíces forman tupidas marañas superficiales con objeto de poder
absorber la máxima cantidad de agua tras cada precipitación y en algunas especies pueden
adquirir, junto a la parte inferior de los tallos, un volumen o una longitud desmesurados
destinados a alcanzar y almacenar el agua.
Fotos: raíces expuestas por la excavación de una madriguera y Adenia glauca, planta de la República de Sudáfrica.
Las raíces suelen ser muy extensas y superficiales formando una tupida red en los 2-3
primeros cm del suelo y permitiendo a la planta absorber el máximo de agua (al ser
escasa, el agua de lluvia empapa los niveles superiores pero casi nunca los
profundos).
Esta tendencia se produce en la mayoría de los grupos de plantas aunque alcanza su
máxima expresión en algunas cactáceas como el sahuaro (Carnegiea gigantea) cuyas
raíces horizontales se extienden hasta 30 metros.
Sólo en los desiertos con lluvias estacionales de cierta importancia y aguas subterráneas,
algunas plantas han desarrollado raíces principales muy largas capaces de alcanzar el
acuífero o de colarse a través de las diaclasas en busca de humedad. Andira humilis, un
modesto arbusto brasileño, desarrolla raíces capaces de alcanzar 18 metros de
profundidad en busca de agua.
10
Adaptaciones morfológicas en las HOJAS:
Las hojas de las plantas xerófilas presentan rasgos muy característicos:
Las hojas resultan imprescindibles para la respiración y fotosíntesis de las plantas pero son
muy frágiles frente a la deshidratación por lo que en las plantas xerófilas reducen al máximo su
tamaño a la vez que se protegen con una gruesa cutícula.
Foto: Thymelaea hirsuta (Wadi Musa-Jordania).
-
son muy pequeñas, o incluso inexistentes (la disminución del tamaño de la hoja
supone también una reducción de la superficie transpirante y un menor riesgo de
sufrir un calentamiento excesivo).
-
coriáceas o carnosas lo que ayuda a mantener la humedad interior,
-
muchas veces son sustituidas por espinas lo que no sólo constituye un elemento
disuasorio contra los herbívoros sino que reporta diversas ventajas a la planta:
reducción de la superficie transpirante, sección cilindro-cónica que impide que
todo el órgano se encuentre expuesto al sol al mismo tiempo, almacenamiento de
agua en su interior, etc,
Muchas especies pierden la hoja (o incluso tallos jóvenes) cuando los periodos secos son
muy prolongados. Esta caída puede presentar una cierta estacionalidad o ser totalmente
irregular dependiendo de la existencia o no de ciclos pluviométricos a lo largo del año.
La aparición de espinas junto a las hojas (o
incluso en lugar de ellas) es normal normal en
las plantas del desierto. No solo son una
buena defensa contra los herbívoros sino que
almacenan agua y, a veces, pueden
desarrolar la fotosíntesis.
Foto: Acacia karroo, arbolito espinoso muy común en
los desiertos del Sur de África.
11
Adaptaciones a la aridez: la SUCULENCIA
Un tipo particular de adaptación muy frecuente en las zonas áridas, aunque no exclusiva
de ellas, es la suculencia.
Las plantas suculentas son capaces de almacenar importantes reservas de agua en las
hojas (casos del Aloe, Yucca, Agave…), en el tallo (cactáceas, Euphorbia...) o, menos
frecuentemente, en las raíces (Asparagus, Pachypodium...) que, para ello, aumentan de
volumen adquiriendo formas globosas y dando una fisonomía inconfundible a estas
especies.
Numerosas plantas xerófilas son capaces de almacenar agua en sus tejidos a través de la
suculencia adquiriendo formas globosas (“de cácto”). En las plantas suculentas las hojas,
cuando existen, suelen ser muy pequeñas o se sustituyen por espinas realizándose la
fotosíntesis en el tallo.
Foto: Ceropegia sp (Agadir-Marruecos).
Durante los periodos de lluvia las plantas suculentas absorben grandes cantidades de
agua. Después, podrán vivir de las reservas consumiendo poco a poco ese líquido
durante el tiempo de sequía. Gracias a ello, hay plantas suculentas capaces de
mantenerse hasta dos años sin necesidad de lluvia.
En muchos casos la capacidad de acopio es sorprendente. Carnegia gigantea, el
3
característico sahuaro de Arizona y México, puede almacenar hasta 3m procedentes de los
primeros cm del suelo o incluso, directamente, de la atmósfera.
Durante los periodos de sequía las suculentas van perdiendo agua pero también, en
paralelo, materia orgánica con lo que consiguen mantener constante la concentración de
sus jugos celulares.
Las plantas suculentas más características son las cactáceas, plantas que cuentan con
todo un abanico de recursos para adaptarse a la aridez y que pueden considerarse
como la familia vegetal más representativa de los desiertos
12
Las cactáceas (a las que pertenecen los cactus) no existen más que en América y no son
exclusivas de las zonas áridas. Es incorrecto dar el nombre de “cactus” (o “cacto”), tal
como se hace frecuentemente, a otras plantas suculentas comunes en jardinería y
procedentes de África (Canarias...), Índico u otras regiones.
En las cactáceas,
- Las hojas son sustituidas por espinas para minimizar su superficie por lo que
efectúan la fotosíntesis en el tallo.
- Ciertas especies alargan mucho las espinas, que acaban convirtiéndose en una
especie de pelo capaz de reflejar gran parte de la radiación solar.
- Los tallos tienen superficies curvadas (que reflejan bien la radiación) o una sección
“en acordeón” que les permite cambiar de volumen para adaptarse a la cantidad de
agua disponible.
- Los estomas están resguardados dentro de hoyitos superficiales o acanaladuras.
- Algunas especies, como el sahuaro o el cactus candelabro, abren sus estomas para
absorber el CO2 por la noche; durante el día, cuando las temperaturas son muy altas,
los mantienen cerrados mientras que van asimilando ese CO2 gracias a la energía
solar. De esta forma se produce el intercambio gaseoso evitando las pérdidas por
transpiración.
Las cactáceas son plantas exclusivas del continente americano cuya morfología refleja sus
numerosas adaptaciones para enfrentarse a la aridez: tallos columnares o globosos con
costillas (sección “en acordeón”), hojas sustituidas por espinas, superficie recubierta por ceras
impermeabilizantes, etc.
Foto: asiento de suegra (Echinocactus grussonii ) cacto característico del centro de México amenazado de
extinción en estado salvaje
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Adaptaciones a la aridez: las plantas HALÓFILAS
Otro tipo de estrategia es la de las plantas que han desarrollado mecanismos
originales para hacer frente a la salinidad del agua: las halófilas (que, muchas veces,
son también suculentas). Se caracterizan porque sus jugos celulares contienen
proporciones muy elevadas de sales lo que les permite compensar la elevada presión
osmótica del agua salada del suelo y crear una fuerza de succión suficiente para su
absorción.
El balance hídrico negativo de las regiones áridas favorece la acumulación de sales en
aquellos lugares en los que se produce la evaporación. Predomina el NaCl aunque
aparecen también Na2SO4, MgCl2 y MgSO4 junto a otras menos solubles como CaCO3 y
CaSO4 que forman costras calizas o cristales de yeso. La sal se acumula por
ascendencia y cristalización cuando existen aguas subterráneas (en cuyo caso se forman
encostramientos) o bien tras su disolución y transporte por las aguas de arroyada que
tienden a concentrar la sal en las hondonadas y depresiones del terreno.
En los desiertos abundan las cuencas endorreicas que alojan lagos temporales con un
elevado contenido de sal. Durante la mayor parte del tiempo esos lagos permanecen secos
con sus fondos recubiertos de sal.
Foto: desierto de Mojave: Bristol Lake (California, EEUU).
Las plantas halófilas acumulan grandes cantidades de sal en sus tejidos sin que ello
les perjudique. Sin embargo, se trata de plantas altamente especializadas y cada
especie es capaz de soportar una determinada sal pero no otras. De este modo hay
halófilos de cloruros, halófilos de sulfatos...
No obstante, algunas plantas se deshacen de la sal sin acumularla en sus células
gracias a diversas glándulas salinas. Es el caso, entre otras, de Tamarix, arbolitos
capaces de separar la sal del agua y expulsarla a través de las hojas. Si se agita las
ramas de uno de éstos se puede observar como se desprende un fino polvillo de sal
(sal que, por otra parte, absorbe la humedad atmosférica generando gotitas de agua
salada que el árbol aprovechará).
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Las plantas halófilas son capaces de soportar elevadas tasas de sal y aunque no son
exclusivas de los desiertos se acomodan bien a ellos. Es frecuente que sean suculentas de
pequeñas dimensiones y que presenten tonos rojos o púrpura (halófilas de cloruro sódico).
Foto: cosco (Mesembryanthemum nodiflorum) planta procedente del desierto de Namibia que ha sido llevada a
numerosas zonas costeras de todo el mundo por su interés económico y que se ha naturalizado comportándose
hoy como especie invasora.
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Por fin, existen en el desierto plantas que no necesitan disponer de mecanismos
especiales de adaptación, bien por limitarse a colonizar lugares favorables donde
estos no resultan imprescindibles, bien por presentar unos ritmos vitales compatibles
con la vida en el desierto.
Entre las primeras se encuentran numerosas palmeras, Tamarix, Acacia o la adelfa
(Nerium oleander) que proceden de regiones vecinas pero pueden de vivir sin
excesivos problemas en los oasis, valles u otros enclaves favorables.
En los lugares en los que existe suficiente agua prosperan numerosas plantas que no
necesitan desarrollar estrictos mecanismos de adaptación a la sequía.
Foto: Acacia raddiana en el lecho de un wed al pie del Djebel Chemsi (Túnez).
Las segundas constituyen un grupo muy numeroso de plantas capaces de completar
sus ciclos vitales en periodos muy cortos de tiempo. Algunas, las denominadas
“efímeras”, son incluso capaces de hacerlo tras un único episodio de lluvias. Las más
habituales son las que aprovechan la breve estación húmeda que suele haber en la
mayoría de los desiertos superando los largos periodos intermedios de sequía
enterradas en el suelo (geófitas) o en forma de semilla (terófitas). Estas plantas
tampoco necesitan adaptaciones complejas a la falta de agua ya que la velocidad de
su desarrollo les permite vivir aquí o en cualquiera otra región del mundo.
En general, cuanto más seca es una región, más reducen las plantas su superficie
transpirante y más separadas aparecen entre sí.
Esto es importante para entender la vegetación de las zonas áridas: la superficie
2
transpirante por litro de agua útil y m es parecida en todas las regiones del mundo. La
producción total de biomasa por Ha depende directamente del agua disponible (aunque
el desarrollo de cada planta, considerada de manera aislada, no varía excesivamente).
De este modo, la producción de los olivos cultivados en el Norte de África es comparable
a las de los europeos (lo que indica que la disponibilidad de agua de cada uno de ellos es
similar)... a costa de disponer de mayor superficie: mientras que en el Norte del
Mediterráneo es común encontrar 200 olivos por Ha, en Egipto o Túnez no se superan
los 25.
16
Cuando existe una estación lluviosa bien
marcada las plantas geófitas, que acumulan
grandes reservas de agua y nutrientes en sus
bulbos, pueden sincronizar sus ritmos y
acomodarse bien a las condiciones de los
desiertos.
Foto: desarrollo invernal de albarranas (Urginea
maritima) en el desierto arábigo.
La reducción de la cubierta vegetal bastante regular hasta que se alcanzan,
aproximadamente, los 100 mm de precipitación. A partir de este umbral, la típica...
...vegetación "difusa" del desierto (que se distribuye por la totalidad de la superficie) da
paso a...
...vegetación "contraída" (que se concentra en las diaclasas, depresiones o puntos
concretos favorables desapareciendo del resto del territorio).
En las áreas con vegetación difusa, típica de las regiones áridas, las plantas se reparten de
manera regular por la totalidad del territorio espaciándose más o menos en función del agua
disponible (izquierda) mientras que en las regiones hiperáridas la vegetación se limita a los
enclaves más favorables desapareciendo del resto del territorio (derecha).
Fotos: Bou Saada (Argelia) y Masada- Mar Muerto (Israel).
El paso de uno a otro tipo de vegetación marca el límite biogeográfico de las "regiones
hiperáridas".
En las regiones hiperáridas la roca desnuda aflora en la mayor parte de la superficie
por lo que la infiltración es prácticamente nula y la escorrentía adquiere una gran
importancia. Gracias a eso, las depresiones y fondos de los valles reciben no sólo el
agua de su propia precipitación sino también la de su entorno lo que les permite
albergar una vegetación relativamente densa y variada.
17
Esta concentración del agua en vaguadas y cubetas ha sido aprovechada para la
práctica tradicional de la agricultura:
-
construyendo diques que retienen el agua y mantienen la humedad (Sur de
Túnez, Egipto o Israel, donde se está intentando revitalizar),
-
sembrando en las “daïas” (pequeñas depresiones, a veces dolinas,
parcialmente rellenas de tierra en medio de grandes llanuras rocosas) en
Argelia,
-
captando el agua que circula esporádicamente por estos lugares...
En todos estos casos se logra la creación de islas de "vegetación contraída" con
rendimientos agrarios no desdeñables en entornos que no llegan a los 200 mm de
precipitación. Estas manchas de vegetación ofrecen cobijo a numerosa fauna y
tienen un gran interés ambiental a pesar de estar totalmente artificializadas y
presentar un aspecto muy diferente del que pudo haber originalmente.
La intensa utilización humana de los oasis y lugares más favorables ha transformado
totalmente su vegetación originando entornos de gran interés cultural pero también ambiental.
Foto: palmeral en al valle del Ziz (Marruecos).
18
5.2.2 ADAPTACIONES DE LA FAUNA
Los desiertos son ambientes muy desfavorables para la fauna y la primera impresión
que suelen dar es que en ellos no hay animales. Efectivamente, a lo largo del día, una
observación cuidadosa permite localizar enseguida algunos pequeños reptiles
inmóviles (o, por el contrario, huyendo a una velocidad sorprendente) o las huellas de
algún roedor pero resulta difícil ver otros animales salvajes.
Sin embargo, con el crepúsculo el desierto recobra la vida y se activan todo tipo de
animales: grandes arañas y miriápodos, alacranes, numerosos roedores, aves, liebres
e, incluso, grandes herbívoros o carnívoros. La fauna del desierto es escasa en
términos de zoomasa por unidad de superficie pero resulta variada y se integra en
ecosistemas tan ricos y sofisticados como los de las demás regiones. Y si resulta difícil
de observar en una primera aproximación es, precisamente, porque una de las formas
más eficaces de adaptarse al clima del desierto consiste en concentrar su actividad
durante las horas más favorables de la jornada y “desaparecer” el resto del tiempo.
La fauna de los desiertos es numéricamente escasa y los animales, generalmente nocturnos,
son difíciles de ver pero una observación cuidadosa permite detectar rápidamente indicios de
la presencia de un buen número de especies .
Foto: desierto de Karakum (Turkmenistán).
De hecho, para poder sobrevivir en las regiones áridas, los animales deben ser
capaces de superar al menos tres importantes inconvenientes: falta de agua,
temperaturas extremas tanto positivas como negativas y escasez de biomasa (y, por
tanto, de alimento). Aquellos que no lo logran (como los anfibios o muchos grupos de
aves y mamíferos) no existen en el desierto. Sin embargo, otros muchos si lo han
conseguido adoptando pautas peculiares de comportamiento o mediante adaptaciones
fisiológicas.
19
Estrategias de la fauna contra el CALOR
La temperatura excesiva es combatida por algunos mamíferos y aves mediante la
hipertermia incrementando su temperatura corporal durante el día (lo que les permite
tener el cuerpo a una temperatura más parecida a la exterior) y reduciéndola por la
noche. La eficacia de este mecanismo es tal que ciertos mamíferos pueden
mantenerse activos durante todo el día sin experimentar problemas a causa del calor
excesivo tal como se ha observado en el caso del orix (Oryx beisa), que es capaz de
soportar una temperatura corporal de hasta 45ºC.
En cambio, los animales de pequeñas dimensiones pierden o absorben calor con
mayor facilidad y son más vulnerables frente a los cambios de temperatura por lo que,
normalmente, optan por refugiarse en madrigueras a lo largo de las horas más cálidas
del día y desarrollan su actividad entre el crepúsculo y el amanecer.
Además, la mayoría de los animales presenta una morfología adecuada para combatir
el calor con formas angulosas y finas, largas patas y orejas (que permiten mantener el
cuerpo lejos del suelo y favorecen el enfriamiento mediante la aireación de los vasos
sanguíneos que las recorren) y piel de color claro para reflejar la radiación solar.
Formas angulosas, hocico prominente, largas orejas, pelaje de color claro y otros rasgos
similares son propios de los mamíferos del desierto que los utilizan para defenderse del calor.
Foto: fenec, Fennecus zerda, en el Sur argelino.
20
Estrategias de la fauna contra la DESHIDRATACIÓN
Otro reto importante es evitar la deshidratación y los animales del desierto lo
consiguen de diferentes maneras aunque la estrategia más habitual es la que consiste
en reducir las pérdidas corporales de agua.
Para ello, los artrópodos (arañas, alacranes...) están bien preparados gracias a la
impermeabilidad de su exoesqueleto y algo similar ocurre con las escamas de los
reptiles cuya piel, además, es rica en grasas que contribuyen a ese mismo efecto
impermeabilizante. Por otra parte, la mayoría de los animales especializados en los
ambientes desérticos son capaces de reducir las pérdidas que se producen a través
de los excrementos o de la transpiración. Es habitual que sus riñones produzcan una
orina extremadamente concentrada o que los excrementos sean prácticamente secos.
La deshidratación también se combate a través de pautas de conducta. La más
generalizada es la ya comentada tendencia a permanecer en el interior de
madrigueras durante las horas de calor aunque existen otras más “activas” como
ocurre con las gangas (Pterocles spp y Syrrhaptes spp) que transportan el agua a sus
nidos empapando sus plumas o como el correcaminos (Geococcyx californianus) que
regurgita agua de su estómago en el pico abierto de sus crías. Por fin, hay algunos
animales inferiores que cuando se deshidratan entran en un estado de letargo que les
permite prolongar la supervivencia.
Numerosos animales han desarrollado formas originales para obtener agua y evitar la
deshidratación. En Australia, el diablo espinoso (Moloch horridus) tiene una piel higroscópica
que favorece la condensación del vapor atmosférico. Luego, el agua llegará hasta su boca
circulando sobre su cuerpo por capilaridad.
Foto: área de Alice Springs (Australia).
De manera complementaria, muchos animales pueden vivir con el agua contenida en
sus alimentos, ya sean éstos hierbas, plantas suculentas, semillas o partes de otros
animales. De esta forma, algunos son capaces de resistir durante varias semanas sin
beber con tal de disponer de plantas verdes y otros, como el fenec (Fennecus zerda) o
las gacelas dorcas (Gazella dorcas) pueden incluso prescindir totalmente del agua.
21
Por fin, la obtención de alimentos resulta siempre problemática en el desierto y por eso
la mayoría de los animales, que suelen ser muy frugales, son también capaces de
almacenar grandes reservas en su organismo. De este modo, la acumulación de grasa
es un mecanismo muy habitual que se observa en numerosos reptiles y herbívoros
(ovejas, cabras, gacelas...). La oxidación biológica de esta grasa proporciona
sustancias y agua suficientes para mantener las constantes vitales durante periodos
prolongados.
El caso más espectacular y que mejor representa la adaptación al desierto es de los
camellos, hoy desaparecidos en estado salvaje pero muy frecuentes como animales
domésticos. Son capaces de resistir varios meses sin beber si disponen de pastos o
hasta 15 ó 20 días fuera de ellos si sus gibas han almacenado grasa previamente. En
estas condiciones, son capaces de soportar una deshidratación equivalente al 25% de su
peso corporal aunque tienen también una asombrosa capacidad para compensar de
manera casi inmediata estas pérdidas en cuanto les es posible beber momento en el que
pueden absorber hasta 170 litros de agua en pocas horas.
Junto a esta extraordinaria “economía” del agua, los camellos disponen de todo un
muestrario de recursos para sobrevivir en el desierto:
- la temperatura de su organismo puede ascender hasta 41ºC antes de entrar en un
estado febril y empezar a transpirar,
- sus excrementos son secos (hasta el punto de que tradicionalmente se han utilizado
como combustible para usos domésticos),
- pueden cerrar sus orificios nasales para defenderse del polvo,
- están cubiertos por una densa lana aislante en las partes superiores del cuerpo pero su
piel permanece relativamente desnuda para favorecer la pérdida de calor en las partes
que quedan a la sombra
- los dedos de sus pezuñas están unidos de manera que sus patas se hunden menos en
la arena, etc.
Por su resistencia y excelente adaptación al desierto, los camellos han resultado
imprescindibles a los habitantes del desierto.
Foto: caravana en el desierto de Nubia (Egipto).
22
5.3 LA DIVERSIDAD
GEOMORFOLÓGICA
DE
LOS
AMBIENTES
ÁRIDOS
Y
SU
BASE
Aunque la primera imagen que suelen evocar los desiertos es la de una gran extensión
cubierta de arena y de dunas, las regiones áridas presentan una gran diversidad
paisajística y en la mayor parte de los casos las dunas ni siquiera existen.
Esta diversidad tiene que ver con los diversos grados posibles de aridez y con las
distintas formas y momentos en que el agua está disponible, por supuesto, pero
también con la propia extensión de los desiertos. Estos recubren entre 20 y 30% de la
superficie terrestre incluyendo distintas regiones florísticas, distintas historias
geológicas y evolutivas así como todo tipo de formas de relieve y sustratos geológicos.
Sin embargo, como la vegetación es muy escasa y no llega a ocultar la roca, el relieve
y las geoformas se convierten en los protagonistas más destacados del paisaje de los
desiertos y, junto al agua, en el factor que más determina la diversidad de sus
ambientes. Así, y en función de diferencias geomorfológicas, los desiertos pueden ser
llanos o montañosos, arenosos o rocosos, monótonos o cambiantes o, incluso,
presentar una combinación de todo ello.
El sustrato y el relieve desempeñan un importante papel en la biodiversidad de los desiertos
ya que cada geoforma presenta sus propias peculiaridades en cuanto a suelo, pendiente,
humedad u otros rasgos y esas pequeñas diferencias pueden ser determinantes dada la
extrema especialización de los organismos xerófilos.
Foto: montaña, cono de deyección y lecho de wed en el desierto iraní. Yadz (Irán).
23
EL DESIERTO DE ARENA
La arena y las partículas finas (el “polvo”) son muy frecuentes en todos los desiertos
gracias a la intensidad de los procesos mecánicos de modelado y a la eficacia del
transporte eólico. Puede aparecer localmente, formar una lámina plana constituyendo
el sustrato “normal” en vastas extensiones o dar lugar a campos de dunas, bien
diferenciadas y a veces móviles, que se superponen a las demás formas de relieve (en
cuyo caso suelen conocerse con la denominación árabe “erg”. En América también es
común hablar de “médanos”).
Los campos de dunas (o “erg”) son muy pobres en vegetación a causa de la movilidad de las
arena. En estos lugares, las plantas tienden a establecerse en las depresiones interdunares
donde hay más humedad y es posible que aflore un sustrato más duro.
Foto: Touggourt (Argelia).
Las arenas, cuando están fijas, son un sustrato relativamente favorable para la vida.
Muy permeables, absorben la totalidad del agua de lluvia y conservan durante
bastante tiempo la humedad a algunos centímetros de profundidad. Por otra parte, no
oponen resistencia a las raíces y facilitan la excavación de madrigueras por los
animales por lo que pueden soportar una biomasa relativamente importante. Estas
circunstancias son las que se producen, por ejemplo, en el Kalahari, desierto con una
notable biodiversidad que, por su abundante vegetación, presenta una transición muy
difusa hacia las regiones esteparias y de sabana circundantes.
Sin embargo las dunas, compuestas por grandes acumulaciones de granos de arena
que cambian continuamente de posición impulsados por el viento, son mucho más
hostiles y las especies que albergan son escasas y altamente especializadas. El caso
extremo es el de los barjanes, dunas móviles que progresan muy deprisa y que, por
este motivo, no pueden ser colonizadas por la vegetación. De ahí que las áreas más
ricas coincidan con los espacios interdunares. Entre las plantas que colonizan las
dunas se encuentran algunos arbustillos como efedra o Calligonum azel y gramíneas
destacando el drinn (Aristida pungens). La fauna residente en las dunas es igualmente
pobre y está compuesta principalmente por insectos (hormigas, escarabajos...),
reptiles (varanos, víboras o escincos que se desplazan “nadando” en la arena) y
pequeños roedores como el jerbo (Jaculus jaculus) aunque diversas aves y mamíferos
procedentes de las áreas vecinas frecuentan habitualmente los arenales.
24
Numerosos reptiles se desenvuelven con facilidad en la arena del desierto donde cazan
insectos o roedores. Algunos, como los escincos, tienen un cuerpo muy aerodinámico y
adaptado para desplazarse nadando a través de la arena.
Foto: Desert Park (Alice Springs- Australia).
25
LOS AMBIENTES ROCOSOS
Al arrastrar las partículas más finas, el viento genera en muchas zonas planas un
característico “pavimento” de piedras envueltas en una matriz arenosa. Este ambiente,
intermedio entre los arenosos y los rocosos suele ser muy pobre.
Foto: Tarfaya (Sahara Occidental).
Amplias superficies de los desiertos están dominadas por afloramientos de roca
desnuda o aparecen “pavimentados” por cantos y bloques rocosos irregulares más o
menos rodeados de arena. En el Norte de África reciben el nombre de “reg”.
Frecuentemente son muy planas y coinciden con la culminación de amplias mesas
(“hamada”) pero la horizontalidad también puede deberse a los propios procesos de
modelado dominantes en los entornos áridos y semiáridos.
Las grandes mesetas estructurales o llanuras labradas sobre superficies rocosas de los
desiertos son probablemente los entornos más monótonos y desolados del mundo. Sin
embargo, albergan diversas plantas muy discretas y son recorridas por animales adaptados a
las grandes distancias
Foto: Tademaït (Argelia).
Aunque su monotonía puede resultar aplastante y su apariencia más hostil que la de
las dunas, el erg, fuera de las regiones hiperáridas, presenta una mayor diversidad de
26
microambientes y alberga una flora y fauna más rica que la de aquellas. La vegetación
está compuesta principalmente por pequeñas plantas leñosas que adquieren un porte
semiesférico y se distribuyen de forma difusa o aprovechando las diaclasas o, sobre
sustratos blandos, gramíneas xerófitas de hoja dura como Stipa tenacissima, Lygeum
spartum, Panicum turgidium o Aristida purgens.
Entre la fauna siguen destacando los animales de pequeña talla: coleópteros,
hormigas, arañas, alacranes..., reptiles como los lagartos (Agama spp, Eremias spp),
geckos (Tropiocolotes spp) o las consabidas serpientes, muy bien adaptados a este
medio, roedores (jerbos...), etc. Junto a ellos, hacen su aparición un buen número de
aves especializadas en los medios esteparios y áridos (como la hubara, alondras o
algunas rapaces), ungulados como el oryx (Oryx spp) o alguna gacela y carnívoros
como el fenec (Fennecus zerda), el chacal (Canis aureus) o el guepardo (Acinonyx
jubatus). Muchos de ellos tienen dimensiones apreciables y todos están adaptados
para recorrer grandes distancias y, en el caso de los depredadores, para desplazarse
a gran velocidad: el guepardo es capaz de superar los 100 kmh lo que le convierte el
animal terrestre más rápido del mundo.
Sin embargo, lamentablemente, la “gran fauna” del desierto se encuentra muy
esquilmada y todos estos animales han desaparecido o son muy escasos en la
mayoría de los lugares.
En los entornos rocosos anidan numerosas aves, generalmente insectívoras, adaptadas a los
medios áridos y esteparios. Muchas alcanzan grandes dimensiones y son buenas corredoras
pero también existen pájaros que pese a su frágil apariencia son capaces de soportar
condiciones extremas.
Foto: Cercomela melanura en el desierto de Judea (Palestina).
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LA MONTAÑA
Las áreas de montaña son las que ofrecen una mayor diversidad de ambientes y las
que, en general, reciben mayores precipitaciones. Además, en el fondo de algunos
barrancos o en lugares protegidos suele ser posible encontrar agua durante gran parte
del año.
Las áreas de montaña presentan una gran diversidad de ambientes y sus barrancos suelen
conservar humedad durante bastante tiempo convirtiéndose por ello en las zonas más
favorables para la vida del desierto.
Foto: Ein Gedi (Israel).
Gracias a todo lo anterior, las áreas más protegidas de las regiones montañosas
suelen ser las que encierran una mayor riqueza biológica. En ellas, además de la
mayor parte de las especies mencionadas hasta ahora, es posible encontrar
abundantes matorrales espinosos y algunas suculentas (como Euphorbia spp en el
Sahara marroquí) o incluso, cerca de los puntos de agua, un buen número de arbustos
y arbolillos (Nerium oleander, Rhus pentaphylla, Astragalus armatus; Acacia, sp;
Tamarix sp, Ziziphus sp, Nitraria sp, etc).
28
En las montañas del desierto hacen su aparición un buen número de animales de gran talla
emparentados con los de las regiones vecinas. En la imagen, un íbice de Nubia (Capra ibex
nubiana), ungulado extendido por todas las regiones de montaña del desierto arábigo que se
supone muy próximo a los europeos (Capra hispanica y Capra ibex).
Este incremento de la fitomasa favorece a la fauna a la que se incorporan numerosas
roedores (ratones, ardillas de roca, etc), ungulados como el arruí (Ammotragus lervia)
y numerosas aves (incluyendo algún alimoche, Neophron perncopterus).
29
LOS AMBIENTES SALINOS
La escasez de precipitaciones unida a las elevadas tasas de evaporación hace que en
los desiertos no se originen ríos permanentes y que la mayor parte de su superficie
esté ocupada por pequeñas cuencas endorreicas o sea, incluso, arreica. Los lechos de
los torrentes (los “wadi”) están secos durante la mayor parte del tiempo y suelen
desembocar en cubetas en las que, cuando llueve, se forman lagos temporales en los
que se acumula la sal. En el Norte de África, y por extensión en gran parte de la
literatura científica, reciben el nombre de “chotts” y “sebkhas”.
Formación de una costra
de sal en una sebkha.
Foto: Salloum (Egipto).
Tanto estos lagos temporales como los suelos de su entorno inmediato presentan una
elevada tasa de salinidad que impide la presencia de aquellas especies que no sean
marcadamente halófilas. Por eso, mientras que las zonas más bajas suelen aparecer
alternativamente inundadas o recubiertas por una costra de sal sin vida, alrededor de
ellas la vegetación se organiza en anillos concéntricos en función de la mayor o menor
tolerancia a la sal. Primero aparece Halocnemum strobilaceum, más lejos se
incorporan Salsola sp o Suaeda sp, adaptadas a un nivel intermedio de salinidad y, por
fin, aparecen Atriplex sp, Artemisia sp o algún arbusto de Tamarix sp que,
conjuntamente, confieren al área un aspecto similar al del resto del territorio.
En torno a los chotts, la
vegetación se organiza
en bandas concéntricas
en
función
de
su
tolerancia a la sal. En la
cubeta inundable no
suele haber vegetación
pero a medida que
aumenta la distancia a
ella la biodiversidad se
va incrementando.
Foto: El Oued, chott Ben
Djeloud (Argelia).
30
5.4 LOS DISTINTOS TIPOS DE DESIERTOS
En el epígrafe anterior ilustra la diversidad que puede existir en un único desierto
tomando como referencia lo que ocurre en el más representativo de todos: el Sahara
(palabra que en lengua árabe significa, simplemente, “desierto”).
Sin embargo, tal como se ha comentado al principio del capítulo, existen regiones
áridas y desiertos distribuidos por toda la tierra y, aunque las características generales
de todos ellos son las mismas, cada tipo de desierto presenta sus particularidades.
No es posible describir de forma individualizada las características de todos los
desiertos del mundo. Sin embargo, no se deben ignorar los rasgos generales de sus
principales tipos.
Pese a los estereotipos habituales, los paisajes desérticos son muy variados y es muy difícil
generalizar a partir de lo que se observa en uno de ellos. Frente a algunos entornos
hiperáridos prácticamente carentes de vida, existen otros con una notable riqueza biológica y
de gran interés para la conservación.
Foto: desierto de Kalahari (Botswana).
5.4.1 LOS DESIERTOS TROPICALES Y SUBTROPICALES
Se explican por la presencia de situaciones anticiclónicas a lo largo de todo el año y
forman sendas franjas en las áreas continentales de ambos hemisferios. A este grupo
pertenecen el Sahara, que con sus cerca de 10x106 km2 es el más extenso del mundo,
el Sirio-Arábigo, prolongación asiática del anterior, los del Thar y de Kalahari o parte
del australiano.
En dirección hacia el Ecuador las precipitaciones son estivales y su vegetación
adquiere “rasgos tropicales” mientras que en su extremo opuesto las lluvias son
invernales y la vegetación se aproxima a la de los climas mediterráneos.
Las características esenciales de estos desiertos son las que han sido descritas más
arriba.
31
5.4.2 LOS DESIERTOS CONTINENTALES DE LATITUDES MEDIAS
Ocupan amplias extensiones en el centro de Asia desde Mongolia y China (Gobi,
Taklamakán) hasta Turkmenistán y las orillas del Mar Caspio (Karakum) enlazando
con los tropicales a través de una franja árida de transición (desiertos de Irán-Irak y
Siria). También a este tipo pertenecen amplias zonas áridas del Oeste de los EEUU y
de Australia aunque sus continentalidad es menos marcada.
Los desiertos continentales asiáticos se caracterizan por presentar lluvias estivales y
una amplitud térmica muy fuerte. Los veranos son cálidos (medias mensuales
próximas a 25º) pero los inviernos, que quedan bajo el dominio del anticiclón siberiano,
son secos y muy rigurosos con temperaturas permanentemente negativas durante
varios meses.
Los Tamarix toleran bien la sal y forman poblamientos semiforestales sobre los suelos salinos
del centro de Asia. Producen una secreción dulce que la tradición asocia al maná citado en la
Biblia y que es explotada por la población lo que ha contribuido a su conservación.
Foto: Tamarix meyeri, desierto de Karakum (Turkmenistan).
Salvo en algunas zonas hiperáridas o cubiertas por campos dunares, las lluvias
estivales permiten la existencia de una vegetación difusa dominada por Artemisia sp
que forma pequeños matorrales de 30 cm de altura separados entre sí por suelo
desnudo. Además aparecen algunos Ranunculus spp y plantas geófitas como los
tulipanes (Tulipa spp) que pueden desarrollar sus ciclos anuales en muy poco tiempo
gracias a las reservas contenidas en sus bulbos.
En los enclaves favorables de las regiones más meridionales aparecen además dos
arbolillos altamente especializados que pueden llegar a formar masas continuas
semiforestales: Tamarix spp y saxaul (Haloxylon ammodendron). El primero es halófilo
mientras que el segundo, muy peculiar, se instala sobre sustratos arenosos. Puede
alcanzar 5 a 10 metros de altura y carece de hojas (por lo que no da sombra)
desarrollando la fotosíntesis en sus abundantes ramillas verdes. Considerado como
“poco útil” pero fuente de madera y de combustible, el saxaul es un árbol gravemente
amenazado en la actualidad.
Estos desiertos están atravesados por un buen número de ríos permanentes o
semipermanentes que dan lugar a oasis lineales dominados por especies no
32
necesariamente xerófilas: olmos, chopos, sauces y numerosas plantas ribereñas
similares a las del resto de las latitudes medias.
El saxaul es un arbolito sin hojas con una corteza esponjosa que se empapa de agua capaz
de soportar las condiciones de los desiertos del centro de Asia.
Foto: saxaul, Haloxylon ammodendron, en el desierto de Kizilkum, Uzbekistán.
33
5.4.3 LOS DESIERTOS DE AMÉRICA DEL NORTE
Pese a compartir o combinar los rasgos climáticos de los dos tipos anteriores, los
desiertos que se extienden entre el Sudoeste de EEUU y el centro de México
presentan características propias muy originales que justifican su inclusión dentro de
un grupo diferente.
Los desiertos de América del Norte son muy originales por su abundante biomasa y por la
complejidad de sus ecosistemas. Fuera de las zonas hiperáridas, su vegetación está
dominada por las cactáceas y por plantas arbustivas.
Foto: chollas y sahuaros en Organ Pipe N.P. (Arizona-EEUU).
Incluyen algunas zonas hiperáridas prácticamente sin vegetación pero en conjunto, si
se exceptúan las acumulaciones salinas y los campos de dunas, su biomasa es
bastante importante en comparación con la de los desiertos paleotropicales y
constituyen ecosistemas complejos y diversificados.
El más característico y mejor conocido de los desiertos verdaderos de América del
Norte (y que puede por ello ser considerado como protípico) es el de Sonora. Posee
una abundante vegetación dominada por el sahuaro (Carnegia gigantea), cactácea
capaz de alcanzar 15 metros de altura y vivir hasta 200 años. Muy bien adaptado a la
aridez, el sahuaro posee un sistema de raíces superficiales que, 24 horas después de
una lluvia, se multiplican y extienden formando una maraña de gran capacidad
absorbente. Gracias a ellas, los sahuaros, cuyas flores abren de noche para no
exponerse al calor excesivo, pueden almacenar reservas de agua como para vivir
durante más de un año sin necesidad de lluvia.
Junto a grandes yuccas arborescentes como el árbol de Josué (Yucca brevifolia),
estas y otras cactáceas originan formaciones relativamente densas (los “bosques de
cáctus”) en las que aparecen también numerosas efímeras, matorrales xerofíticos así
como plantas esclerófilas e incluso, en los nichos más favorables, algunos arbolitos
muy especializados, helechos y líquenes.
34
Los cactos y yuccas alcanzan grandes dimensiones y proporcionan recursos y cobijo a
numerosos animales.
Foto: Yucca schidigera y Y. brevifolia (California y Arizona-EEUU).
35
5.4.4 LOS DESIERTOS COSTEROS
Se sitúan en latitudes próximas a los trópicos de las fachadas occidentales de los
continentes. En ellos la aridez está motivada porque la diferencia de temperatura entre
la superficie del océano y la del continente mantiene una situación de estabilidad que
bloquea toda posibilidad de precipitaciones. La persistencia de los anticiclones
tropicales y de las corrientes asociadas a ellos, que aportan permanentemente aguas
frías a la costa, hace que esta falta de lluvias sea prácticamente continua aunque la
elevada tasa de humedad y las frecuentes nieblas mitiguen un tanto la falta de agua.
Existen desiertos costeros en el Sahara Occidental, Namibia y Australia aunque el más
representativo y variado es el de Chile- Perú.
Algunos sectores de los desiertos costeros se encuentran entre los lugares menos lluviosos
del mundo a pesar de que la humedad que proporciona la cercanía del mar contribuye a
atemperar la atmósfera.
Foto: desierto costero en el área de Mollendo (Perú).
El desierto de Chile-Perú es extremadamente árido aunque al ser la costa escarpada y
existir relieves muy marcados a poca distancia de ella, la condensación es importante
y se forman frecuentes nubes bajas y nieblas (que llegan a ser semipermanentes en
ciertos sectores de Perú a partir de los 500 metros de altitud). En cambio, las
temperaturas son moderadas en relación con la latitud gracias al fuerte efecto
atemperante del mar y de la nubosidad.
Aparecen por ello a lo largo de toda la costa plantas capaces de vivir exclusivamente
con el agua procedente de la condensación. Las más ubicuas pertenecen al género
Tillandsia, como los claveles de aire, que son fanerógamas con forma de roseta
dotadas de hojas escamosas capaces de facilitar la condensación y, luego, de
absorber el agua. Estas plantas se disponen sobre la arena o se fijan a cualquier
soporte pero las raíces no son absorbentes y su papel se reduce a anclar la planta.
En los lugares más expuestos a la niebla el suelo llega a estar completamente
empapado y, aunque las precipitaciones son prácticamente nulas, prospera una
pradera en la que incluso crecen especies leñosas (hoy muy residuales o sustituidas
por eucaliptos) y densas formaciones de cactáceas recubiertas de líquenes. Se estima
que la cantidad de agua que llega al suelo a través de estas “lluvias horizontales”
equivale en los lugares más favorables a 600 mm de lluvia “normal”.
36
Sin embargo, en los valles y posiciones más abrigadas la aridez es extrema hasta el
punto de que en algunas zonas del desierto de Atacama es posible que no se haya
registrado ninguna precipitación desde hace varios siglos convirtiéndose de este modo
en los lugares más secos de la tierra. En tales casos la vida es prácticamente
imposible y las únicas manchas significativas de vegetación que se encuentran son las
que existen junto a los ríos que drenan el agua de fusión de la nieve o de los glaciares
andinos.
Las plantas del género Tillandsia, extendido por toda América, son epífitas que se anclan a
cualquier soporte y que absorben el agua que condensa sobre sus hojas lo que les permite
acomodarse muy bien a las condiciones de los desiertos costeros.
37
5.4.5 LOS DESIERTOS AUSTRALIANOS
En Australia no existen desiertos extremos y las áreas verdaderamente áridas, desde
un punto de vista climático, son limitadas ya que la mayor parte del territorio recibe
precipitaciones comprendidas entre 150 y 400 mm. Sin embargo, dichas
precipitaciones son extremadamente irregulares y pueden variar de acuerdo con una
proporción de 1 a 10 lo que implica la desaparición de gran parte de la vegetación
durante los años más secos. No son, por tanto, los valores medios los que definen los
caracteres de la vegetación sino los extremos.
La mayor parte de la superficie de Australia es muy plana y presenta un clima entre árido y
semiárido marcado por una fuerte continentalidad. Estas condiciones, junto a una presión
humana milenaria, determinan la existencia de ambientes desérticos de una gran originalidad.
Foto: desierto y Mt Conner (Territorios del Norte-Australia)
Por otra parte, la vegetación de todo el “Outback” (interior del país) acusa los efectos
de los incendios que las poblaciones autóctonas (y, ahora, los nuevos pobladores) han
estado repitiendo periódicamente desde hace miles de años. Estos incendios han
tenido por efecto la desaparición de las especies menos tolerantes al fuego
favoreciendo en cambio a las pirófitas, que suelen ser también, xerófitas.
El resultado de todo lo anterior es el predominio de una vegetación de carácter
subdesértico, que en los sectores más favorables adquiere un aspecto de sabana
abierta mientras que en los más adversos puede dar paso a superficies de roca
desnuda o incluso dunas. Las especies más características son la mulga (Acacia
aneura) y algunos pequeños eucaliptos (Eucalyptus spp), que se combinan con un
amplio elenco de arbustos y plantas leñosas.
Además, en todas partes crece el spinifex (Triodia spp), una herbácea de hojas
cortantes y extremadamente duras que alcanza 50 cm de altura originando masas muy
tupidas que impiden el paso a personas y animales. Como es extremadamente
combustible (se dice que el calor de un tubo de escape basta para generar un
incendio), los aborígenes intentan eliminarla con sus incendios pero, paradójicamente,
estos la favorecen ya que se trata de una planta pirófita que aprovecha el fuego en su
competencia con las demás especies.
38
La vegetación dominante en los desiertos australianos está compuesta por arbustos (Acacia,
Eucalyptus...) y spinifex, una hierba que tapiza rápidamente el suelo dificultando la presencia
de otras plantas.
Foto: vegetación en el área de Ulurú (Australia)
39
5.4.6 LOS DESIERTOS FRÍOS SUBPOLARES Y DE MONTAÑA
Existe un último grupo de desiertos que se caracteriza porque a la escasez de agua se
unen los efectos de las bajas temperaturas y, en ocasiones, del viento. Pueden
situarse o bien en zonas de gran altitud (Tibet, altiplanos andinos) o bien en regiones
secas de altas latitudes (Patagonia, algunas áreas de la periferia del Ártico...)
Algunas mesetas situadas a gran altitud a sotavento de los vientos portadores de lluvia
presentan características de desierto frío. Además del estrés causado por la aridez, los seres
vivos tienen que superar en ellas los inconvenientes del frío, con amplitudes diurnas extremas,
y de la altutud.
Foto: altiplano de Tarija (Bolivia).
En estos desiertos las plantas y animales tienen que enfrentarse no solo a los factores
de estrés propios de las regiones áridas sino también a los de las frías por lo que, en
los casos más extremos, muy pocas especies son capaces de sobrevivir en ellos y la
vegetación se reduce a líquenes y plantas diminutas que pasan desapercibidas en el
paisaje. No obstante, pese a su inequívoco carácter desértico, estas áreas pertenecen
a las regiones frías y serán descritas dentro de ellas.
En la Patagonia argentina el efecto desecante del continuo viento acentúa los efectos del frío y
de la aridez contribuyendo a la presencia de ambientes desérticos originales.
Foto: desierto patagónico en la provincia de Santa Cruz (Argentina).
40
5.5 DE LA ADAPTACIÓN A LA CREACIÓN DE AMBIENTES ARTIFICIALES:
LOS EFECTOS DE LA PRESENCIA HUMANA EN LAS ZONAS ÁRIDAS
Los desiertos son muy desfavorables para la mayoría de las actividades humanas y
han permanecido prácticamente despoblados hasta la actualidad. En ellos la
agricultura solo es posible en los oasis mientras que en el resto del territorio hasta
hace poco tiempo la única actividad posible ha sido una ganadería extensiva y de
carácter generalmente nómada. Por esta razón, la mayor parte de la población se
concentra en los oasis, que no ocupan más que un pequeño porcentaje de la
superficie total, están superpoblados y sufren una intensa presión humana, mientras
que el resto del territorio acoge una proporción ínfima de personas que se distribuyen
y desplazan continuamente a través de grandes extensiones.
Los oasis se sitúan en valles o depresiones y suelen tener un origen natural asociado
a la existencia de fuentes o al paso de un río permanente. Sin embargo, tal y como los
conocemos, la mayoría de ellos son espacios artificiales que se mantienen mediante
un complejo sistema de distribución del agua (pero también de relaciones sociales).
De este modo, el agua hace posible la agricultura y ésta determina las características
de una vegetación en la que cada elemento desempeña un papel cultural.
Los oasis concentran la mayor parte de la población y han permitido el desarrollo de una
agricultura que se ha integrado entre los ambientes de los medios áridos formando auténticos
ecosistemas culturales. El resto del territorio es recorrido por pastores nómadas que han
sabido adaptarse al medio desértico y que no lo han alterado significativamente.
Foto: Palmyra (Siria) y nómadas en el desierto de Irán.
La especie más característica de los oasis africanos es la palma datilera (Phoenix
dactylifera), planta de origen asiático que se cultiva desde la antigüedad y que hoy ha
desaparecido en estado natural. Aunque los oasis son difíciles de imaginar sin ella, se
trata de una especie introducida. A su sombra es frecuente encontrar un estrato
intermedio compuesto por frutales (naranjo, melocotonero, granado...) y otro herbáceo
con productos de huerta, alfalfa y cereales. Las plantas autóctonas permanecen en
segundo plano aunque no desaparecen ya que se intercalan en las márgenes de los
41
canales, en los espacios sin uso o formando setos vivos, frecuentemente ramoneados
por el ganado.
Alrededor de los oasis la agricultura desaparece pero el territorio es utilizado por los
habitantes de los núcleos como zona de pasto para su ganado y para la recogida de
leña u otros combustibles naturales (que siguen siendo la principal fuente de energía
de las comunidades más pobres). Esto hace que en un radio de una decena de
kilómetros la presión sobre la vegetación sea muy fuerte y que las comunidades que
se pueden observar estén muy empobrecidas y transformadas favoreciendo, sobre
todo, a las plantas nitrófilas y a las que son dispersadas por el propio ganado.
La recolección de leña y plantas para ser usadas como combustible produce un fuerte impacto
en la vegetación de las márgenes de los desiertos y áreas próximas a los núcleos
contribuyendo a la expansión de los mismos.
Foto: Mujeres transportando combustible en Sidi Mansour (Túnez).
En contraste con todo lo anterior, el resto del territorio presenta una apariencia
bastante próxima a la “natural” en la mayor parte de su superficie. La vegetación de los
desiertos crece con mucha lentitud y tarda mucho en recobrarse en caso de sufrir una
degradación importante pero, en cambio, las distintas especies se benefician de su
elevado grado de especialización y de la escasa biodiversidad por lo que encuentran
poca competencia y “recuperan” fácilmente su territorio una vez que desaparece el
factor de presión.
Con algunas variantes dependiendo de la cultura de cada región, esta situación se ha
mantenido hasta la segunda mitad del siglo pasado denotando unos modos de vida
bien adaptados a las condiciones de los desiertos y relativamente “sostenibles”. Sin
embargo, a lo largo de los últimos años, la relativa autarquía de las sociedades del
desierto ha desaparecido y la progresiva integración de estas regiones está causando
importantes impactos ambientales asociados, entre otros hechos, a
•
Sustitución de la agricultura de autosubsistencia, variada y adaptada al
medio, por otra de exportación, intensiva y muy agresiva ambientalmente
(grandes regadíos, uso de fertilizantes y pesticidas, desaparición de los
espacios intersticiales que servían de refugio a las especies autóctonas...)
•
Desaparición de especies, razas o variedades autóctonas presentes
tradicionalmente en los oasis pero que han dejado de considerarse útiles o
que son incapaces de sobrevivir en esos nuevos ambientes. Al mismo
42
tiempo, irrupción de numerosas especies exóticas que, a veces, se instalan
desplazando a las locales.
•
Privatización y sobreexplotación de los recursos hídricos lo que agudiza su
escasez y acarrea una pérdida de calidad de los mismos (mayor salinidad,
contaminación por agroquímicos...)
La puesta en regadío de algunos grandes valles de los desiertos permite obtener elevados
rendimientos agrarios pero causa impactos ambientales muy graves en los ecosistemas
desérticos. El cultivo intensivo de algodón en los valles de Asia Central consume la totalidad
del caudal de sus ríos lo que ha hecho desaparecer el Mar de Aral y produce unos niveles de
contaminación intolerables para personas y animales.
Foto: Amu Darya en Urgench (Uzbekistán).
•
Generación de gran cantidad de residuos que el medio desértico no es
capaz de integrar y que influyen en la fauna.
•
Incremento de la presión sobre los espacios no aprovechados que se
consideran sin interés y son muy poco valorados por la población (vertido
de residuos, caza con armamento militar...)
43
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 6. Biogeografía de las regiones tropicales ecuatoriales
6.1 El calor y la pluviosidad como factores de diferenciación.
6.2 Los ambientes tropicales, entre el mito, el saqueo y la conservación.
6.3. Los biomas de las regiones tropicales e intertropicales.
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
6. BIOGEOGRAFÍA DE LAS REGIONES TROPICALES Y ECUATORIALES
6.1 El calor y la pluviosidad como factores de diferenciación
Los biomas tropicales y ecuatoriales ocupan la mayor parte de la superficie comprendida
entre los trópicos de Cáncer y de Capricornio. Suelen excluirse de ellos los desiertos, que
tienen un carácter azonal, y algunas áreas que, por su altitud, adquieren caracteres
diferenciados y que se analizan dentro de las áreas de montaña. La superficie abarcada
por estas regiones es amplísima y en su interior, inevitablemente, existen importantes
contrastes. Sin embargo, todas ellas comparten una serie de rasgos comunes que
justifican su análisis conjunto y la transición entre unas y otras suele ser gradual dando
lugar a amplias franjas de ecotono y a una notable permeabilidad de sus límites.
El rasgo más característico de los ecosistemas intertropicales es que todos ellos están
sometidos a temperaturas elevadas durante todo el año siendo las amplitudes térmicas
tanto estacionales como diurnas muy moderadas. En las zonas más próximas al Ecuador,
la estacionalidad puede incluso llegar a ser prácticamente nula. Dadas estas
circunstancias, y como el calor es, hasta cierto límite, favorable a la vida, los seres vivos
no necesitan disponer de recursos para enfrentarse al frío ni adaptar el ritmo de su
desarrollo a ciclos de temperatura.
Sin embargo, las precipitaciones varían enormemente ya que entre los trópicos se
encuentran todo tipo de situaciones desde desiertos en los que las lluvias son
prácticamente nulas, hasta los lugares más lluviosos de planeta (“record” difícil de
establecer por la insuficiencia de los datos pero que podría situarse en el Chocó
colombiano o en Cherrapunji en la India). Por eso el total precipitado (del que depende la
2
cantidad de agua disponible), junto a la distribución estacional de las lluvias son los
factores que en mayor medida determinan la distribución de los seres vivos.
En esquema la distribución de las precipitaciones es muy sencilla ya que tanto el número
de días de lluvia como los totales registrados aumentan regularmente desde los trópicos
hasta el Ecuador:
En torno a los trópicos los anticiclones bloquean las precipitaciones durante todo el año y
no existen meses lluviosos lo que da lugar a los desiertos tropicales (ver capítulo dedicado
a las regiones áridas).
En el Ecuador, las precipitaciones se producen abundantemente a lo largo de todo el año
y no existen estaciones secas (clima “Ecuatorial”).
Por fin, entre uno y otro extremo, existe una amplia franja intermedia en la que a lo largo
de cada año alternan una estación húmeda (más prolongada cuanto más baja sea la
latitud) y otra seca (clima/s “Tropical/es”).
Este progresivo aumento de las precipitaciones desde los trópicos hasta el Ecuador
explica la diversidad de ambientes que existen en estas regiones. Así, a medida que
disminuye la latitud, se suceden el desierto, una estepa tropical, la sabana, los bosques
tropicales y la pluvisilva ecuatorial.
Relación entre el volumen de las precipitaciones, la altura de la vegetación, el índice de masa
foliar (superficie de las hojas por cada m2 de superficie de suelo) y los distintos tipos de biomas
tropicales desde los trópicos (izquierda) hasta el Ecuador (derecha).
Fuente: Reelaboración a partir de Bonan, G. (2002). Ecological climatology. Concepts and aplications. Cambridge U.P.
El esquema citado, muy patente en África, queda algo distorsionado por efecto del relieve
o de la desigual distribución de tierras y mares en América y Asia aunque los ambientes
resultantes son similares y guardan la misma relación con las precipitaciones que los que
se observan en África o Australia.
3
6.2 Los ambientes tropicales, entre el mito, el saqueo y la conservación
Todavía en la actualidad en Europa mucha gente tiene una imagen idealizada y
romántica de la sabana o de la “selva virgen” (entendiendo por tal los bosques tropicales
y ecuatoriales). Todas esas personas imaginan aquellos lugares como entornos prístinos
muy hermosos (no se concibe que “lo natural” no lo sea), pero impenetrables,
“inexplorados”, hostiles y llenos de peligros para el “hombre blanco” dada su supuesta
“falta de adaptación” a ellos.
Esta visión eurocéntrica de los ambientes intertropicales data del siglo XIX, momento de
las grandes “exploraciones” y de los libros de viajes y ha sido perpetuada a través de los
manuales escolares, los libros de aventuras o los relatos de misioneros de la primera
mitad del siglo XX, en los que se describían los territorios y poblaciones sometidos a las
administraciones coloniales en términos paternalistas e incidiendo mucho en las
dificultades que era necesario vencer para domeñar el territorio y “civilizar” a sus
habitantes.
Representación de la selva de Guayana en 1839.
Imagen: documento de dominio publíco
En la actualidad, el lenguaje y la consideración que reciben los países de aquellas
regiones han cambiado pero la fascinación y el halo de misterio que ejerce su entorno no
han variado demasiado, alimentados por el cine (“Memorias de África”, “La Selva
Esmeralda”…), la caricaturización de un cierto “exotismo” por parte de la industria
turística o la propia autocomplacencia de mucha gente, reconfortada por la idea de vivir
en un país “normal” en el que no existen todos esos “inconvenientes”.
La idea de la “selva virgen” forma parte del inconsciente colectivo y lleva a imaginar una
naturaleza “pura” que se mantendría intacta en algunas regiones “inexploradas” de la
tierra. Es cierto que en la Amazonia, Indonesia, Papuasia y otros lugares todavía existen
bosques primarios que nunca han sido hollados por personas procedentes de otras
regiones pero esto también ocurre en Siberia o en el Noroeste de Canadá donde se dice
que es preciso “matar el árbol para hacer tierra”.
De hecho, esta concepción del bosque siempre ha existido (al menos en la cultura
occidental) y éste ha sido considerado a lo largo de la historia como la frontera entre “lo
humano” y lo “no humano”, entre “la cultura” y “lo salvaje” o, incluso, entre “mi entorno” y
“el entorno que no conozco”. Recuérdese que la palabra “forastero” designa al que viene
“de otro sitio” pero su raíz latina hace referencia al bosque (“foresta”). Lo “no humano” se
considera incontrolado y asusta: el que se adentra en la “selva virgen” “está condenado” a
4
perderse y a angustiarse por la soledad y por el sentimiento de indefensión frente a lo
desconocido.
Hasta una época muy reciente el bosque ha simbolizado lo desconocido y ha producido
fascinación a la vez que temor. .
Imagen: la entrada del infierno. Grabado de Gustave Doré para la Divina Comedia. Documento de dominio público.
Los grandes bosques fueron explorados, explotados y, en su mayor parte, destruidos entre
el Neolítico y la Edad Moderna en toda Europa y la totalidad del espacio se ha terminado
incorporando en el “territorio cotidiano” de sus habitantes. Sin embargo, esa noción de
“frontera” pervive en el imaginario colectivo aunque desplazada a las “regiones
inexploradas” del trópico.
Sin embargo, los entornos tropicales, pese a ser relativamente nuevos para los
habitantes de latitudes medias o incluso para la ciencia, fueron probablemente la cuna de
la humanidad y en su gran mayoría han sido ocupados desde hace milenios. Los
habitantes de estos medios conocían muy bien el ambiente en el que se desenvolvían,
desarrollaron modos de vida adaptados a él y explotaron selectivamente la totalidad del
territorio y de sus recursos.
Algunas regiones que los exploradores europeos encontraron cubiertas de selva estuvieron
ocupadas, siglos atrás, por cultivos o ciudades o fueron explotadas por distintos grupos humanos.
Foto: recuperación de la selva y crecimiento de grandes árboles sobre las ruinas del templo medieval de Ta Prom, en
Angkor Vat (Camboya).
5
En muchos casos la población era reducida por lo que el medio se recuperaba fácilmente
tras el paso de una comunidad y los impactos que ésta producía eran limitados (o no han
dejado huellas que hayamos sido capaces de identificar). Sin embargo, en otros, la
presión humana fue mayor y el medio quedó irremediablemente alterado por ella dando
lugar a formaciones de sustitución, cuando no a nuevos ambientes, que los primeros
exploradores y científicos consideraron “vírgenes” a la vista de su exuberancia y del
carácter novedoso que tenían para ellos.
Las roturaciones incontroladas están transformando radicalmente los paisajes tropicales y
suponen la destrucción de ecosistemas insustituibles.
Foto: nuevos cultivos a costa de superficies forestales en la amazonia (distrito del Beni, Bolivia).
Los ejemplos son numerosos e incluyen la selva que recubrió extensiones anteriormente
roturadas por los mayas en el Sur de México, la jungla instalada sobre las ruinas del
antiguo imperio Khmer en Camboya o, incluso, amplias extensiones de la Amazonia en
las que antes de la llegada de los europeos existieron sociedades sedentarias muy
pobladas que roturaron el bosque para practicar la agricultura. Y lo mismo se puede decir
de la mayoría de las sabanas que, en su apariencia actual, son el resultado de los
incendios repetidos y de una presión ganadera a veces milenaria. Con todo, y aunque la
idea, muy extendida, del indígena respetuoso con el medio y preocupado por la
sostenibilidad de sus prácticas vuelve a ser un mito con escaso fundamento, es evidente
que en las áreas intertropicales se han conservado muchas áreas de bosque gracias a la
escasa presión que las poblaciones nativas ejercieron sobre el medio y a la gran
capacidad de recuperación de éste. Sin embargo, la destrucción o crisis de los modos de
vida ancestrales dieron paso a la aparición de nuevas formas de explotación del territorio,
a veces importadas miméticamente desde otras regiones y absolutamente inadaptadas a
las particularidades de los trópicos, y a un incremento sin precedentes de la presión
ejercida sobre el medio. Durante el periodo colonial no existía la actual conciencia
ambiental, los derechos sobre la tierra de los pueblos autóctonos no eran reconocidos y
se produjo una apropiación de extensas superficies para su roturación y puesta en cultivo
o conversión en pastos. Estas prácticas adquirieron su máxima intensidad en la primera
mitad del siglo XX favorecidas por el derrumbamiento de las sociedades tradicionales y la
aparición de los cultivos destinados a la exportación (hevea, cacahuete, cacao, café…)
pero la situación se ha prolongado hasta la actualidad con la anuencia de la mayoría de
los gobiernos o incluso estimulada por ellos. Por fin, el fuerte aumento de la presión
demográfica y la sedentarización de la población se han convertido durante las últimas
décadas en nuevos factores de presión de forma que la frontera agraria sigue
progresando a costa del bosque en la mayoría de los países a un ritmo imparable (Brasil,
Indonesia, Malasia…) causando el saqueo de los recursos y la destrucción de un
patrimonio único.
6
Como consecuencia de todo lo anterior, hay países de la franja intertropical en los que los
bosques han desaparecido totalmente y donde el medio está tan artificializado como
podría estarlo el de cualquier “viejo país” de latitudes medias pero con el agravante de
que la pobreza, la escasa conciencia ambiental y la debilidad de los gobiernos dificultan
mucho la adopción de políticas de conservación-recuperación como las existentes en los
países más ricos.
En la actualidad la mayor parte de la superficie de las regiones intertropicales está tan
antropizada como puede estarlo la de las latitudes medias y muchos de los rasgos de sus
paisajes más valiosos tienen un origen cultural.
Foto: arrozales en terrazas en Blimbing (Bali-Indonesia).
7
6.3 Los biomas de las regiones tropicales e intertropicales
Los límites entre los diferentes biomas de las regiones tropicales no son tan netos como
los que se observan en otras regiones del mundo y no todos los biogeógrafos adoptan la
misma clasificación ni las mismas denominaciones a la hora de describirlos. Dada la
limitación de espacio, los distintos medios existentes serán agrupados en tres grandes
ámbitos de carácter zonal que presentan rasgos paisajísticos y ecológicos bien
diferenciados y resultan adecuados a nuestros objetivos:
• las sabanas
• los bosques tropicales (que pueden ser de varios tipos: caducifolios,
semicaducifolios, xerófilos…)
• la pluvisilva ecuatorial (dentro de la cual incluimos los bosques monzónicos)
Además, se dedicará un apartado a los medios marinos y litorales que son muy
interesantes por su enorme riqueza y originalidad respecto a los de las demás áreas.
6.3.1 Las sabanas
Extensión de la sabana de gramíneas (tono claro) y de la sabana arbolada/ bosque xerófilo
tropical (tono oscuro).
Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
of
the
world,
en
Las sabanas son formaciones abiertas dominadas por plantas herbáceas, principalmente
gramíneas, salpicadas por árboles y arbustos. Propias de las regiones semiáridas de los
trópicos, se sitúan…
…entre las estepas que rodean a los desiertos (formaciones exclusivamente herbáceas
que se imponen a medida que aumenta la aridez)…
…y los bosques (constituidos principalmente por árboles y que se hacen dominantes allí
donde llueve más).
Los árboles y arbustos están más o menos dispersos por el territorio y su abundancia
depende de la cantidad de agua disponible a lo largo del año.
El término “sabana” es de origen caribe y designa una llanura herbácea aunque las
sabanas más extensas y características se localizan en África subsahariana, oriental y
meridional. En América del Sur se extienden al Norte y Sur de la cuenca amazónica y en
gran parte de la del Orinoco. Además, está bien representada en Australia y en algunas
zonas de la India y del Sureste asiático.
8
El clima de la sabana
Aunque presentan una cierta diversidad interior, los climas de las regiones de sabana se
caracterizan siempre por la alternancia entre dos estaciones muy contrastadas: una seca
durante invierno y otra lluviosa estival. La amplitud térmica es reducida por lo que, con la
excepción de las posiciones más continentales (donde las noches pueden ser
relativamente frías en invierno), las temperaturas son altas durante todo el año y el ritmo
de las estaciones está marcado por las precipitaciones en lugar de por la temperatura (lo
que justifique que se hable de la “estación de las lluvias” o de la ”estación seca”).
N'djamena (Chad)
180
90
160
80
140
70
120
60
100
50
80
40
60
30
40
20
20
10
0
tºC
100
Pmm
200
Climodiagrama
de
N’Djamena (Chad). Las
precipitaciones
son
escasas y se producen
en verano (“estación de
las
lluvias”)
pero
desaparecen totalmente
en invierno (“estación
seca”). Las temperaturas
son siempre altas y
presentan una escasa
amplitud térmica.
Fuente: Elaboración propia a
partir de datos de dominio
público.
0
Ene Feb Mar Abr May Jun Jul Ago Sep Oct Nov Dic
En la estación seca las masas de aire proceden de los anticiclones subtropicales y
generan cielos despejados y temperaturas altas a muy altas que alcanzan sus valores
máximos en las semanas anteriores a la llegada de las lluvias. La estación lluviosa dura
entre tres y cinco meses, dependiendo de la distancia al Ecuador, y es menos calurosa
ya que las lluvias, que caen en forma de fuertes chubascos tormentosos, rebajan la
temperatura a la vez que incrementan considerablemente la humedad ambiental.
El total anual de precipitaciones aumenta en dirección al Ecuador y puede oscilar entre
300/400 y más de 1000 mm aunque es posible que, en su origen, la verdadera sabana se
limitara a ocupar las áreas con lluvias inferiores a 500 mm y que las que hoy existen por
encima de este umbral climático, tengan un origen antrópico.
La marcada estacionalidad de la sabana marca el ritmo de todos los seres vivos que viven en ella.
Fotos: imagen de la sabana durante la estación lluviosa en Taneka Beri, Benin (izquierda) y durante la seca en el P.N.
de Mahango, Namibia (derecha).
9
Los suelos
Los suelos de las regiones de sabana pueden ser de varios tipos como, entre otros,
•
•
•
los latosoles, suelos ferruginosos rojos con óxidos de hierro y manganeso,
suelos lateríticos con aparición de costras subterráneas o aflorantes en caso
de erosión
suelos negros en los que la materia orgánica se mezcla con la arcilla en las
zonas de peor drenaje, etc.
Los que ocupan mayores superficies son los primeros, los latosoles, típicamente
tropicales y caracterizados por un bajo contenido en materia orgánica, una fuerte
alteración de la roca madre y un color rojo intenso producido por la acumulación de
compuestos de hierro. Son similares a los de la pluvisilva ecuatorial y serán descritos en
ese capítulo.
Estos suelos se generan bajo climas en los que durante buena parte del año se producen
al mismo tiempo temperaturas elevadas y precipitaciones abundantes. En estas
condiciones, la humificación y mineralización de los restos orgánicos es muy rápida, y
aunque la exportación de nutrientes por el agua de arroyada es importante, el suelo es
más fértil que en los bosques y selvas tropicales.
Las lateritas también son típicas de las regiones tropicales y se caracterizan por su
pobreza en sílice y elevado contenido en hidróxidos metálicos. En estas regiones el agua
tibia y ácida altera fácilmente los feldespatos liberando aluminio y óxidos de hierro que
permanecen en superficie. Sin embargo, la estación seca propicia otro proceso: la
lateritización o aparición de una costra metálica, dura y espesa, que constituye la laterita
y que puede suponer una limitación muy importante para la vegetación o la agricultura. La
erosión del suelo, favorecida por determinadas actividades humanas, favorece el
afloramiento de las costras lateríticas y, con ella, una fuerte pérdida de potencialidad del
territorio afectado por el fenómeno.
La alteración de la vegetación y del suelo favorece la aparición de costras lateríticas que pueden
ser tan duras como el cemento. Una vez que éstas recubren la superficie, el crecimiento de
plantas o la práctica de la agricultura se vuelven muy difíciles
Foto: costra laterítica en la zona de Kopargo (norte de Benín).
10
La vegetación de la sabana
La sabana característica consta de dos estratos bien diferenciados, el herbáceo y el
arbóreo.
Las sabanas son espacios abiertos tapizados por una densa cubierta herbácea y salpicados de
árboles.
Foto: sabana con hierba del elefante y baobabs en Mbour (Senegal)
El estrato herbáceo está dominado por gramíneas que, tal como ya se ha comentado en
el capítulo dedicado a la estepa, están muy bien adaptadas a las condiciones
ambientales de estos hábitats abiertos. Existen muchas especies aunque merecen
destacarse las llamadas hierbas del elefante (Pennisetum sp, Miscanthus sp), o las
pertenecientes a los géneros Imperata o Andropogon. Su crecimiento es muy rápido lo
que permite a algunas de ellas superar 3m de altura durante la estación de las lluvias.
Las acacias son los árboles más frecuentes en las sabanas de todo el mundo. Suelen tener hojas
pequeñas para limitar las pérdidas de agua, espinas, tallos muy leñosos y carácter caducifolio.
Foto: acacia de las sabanas del Sur de África.
A su vez, el estrato arbóreo está compuesto en su mayor parte por especies caducifolias
que, al desprenderse de la hoja durante el período seco, limitan las pérdidas de agua por
transpiración a costa de reducir (o prácticamente paralizar) su actividad fisiológica
durante todo ese tiempo. No obstante, hay especies que siguen desarrollando la
11
fotosíntesis gracias a la clorofila contenida en sus ramas más jóvenes o incluso en sus
espinas. Las más características pertenecen al grupo de las acacias, género muy
extendido por las regiones tropicales de todo el mundo, aunque junto a ellas aparecen
diversos árboles de géneros como Albizia, Prosopis u otros así como numerosas
palmáceas.
Además, la mayoría de los árboles presentan otras adaptaciones para superar la sequía
estacional: las hojas son muy pequeñas reduciendo la superficie transpirante y la
exposición a los rayos solares y gran parte de ellas han sido sustituidas por espinas que
sirven para disuadir a los herbívoros y permiten mantener la fotosíntesis durante todo el
año.
Los baobabs son árboles africanos cuyos troncos alcanzan dimensiones gigantescas
Foto: mercadillo instalado a la sombra de un viejo baobab en el área de Saloum (Senegal).
Otros árboles son perennifolios que, en la mayoría de los casos, disponen de hojas
coriáceas muy resistentes a la sequía y, a veces, almacenan agua en sus troncos o
raíces. Esta última estrategia alcanza su máxima expresión en los baobabs (Adansonia
sp) y en las ceibas (Ceiba sp), voluminosos árboles caducifolios muy característicos de
las sabanas africanas y americanas respectivamente, capaces de almacenar importantes
reservas de agua en sus enormes troncos de textura esponjosa.
El sistema radicular de los árboles y arbustos está muy desarrollado permitiéndoles
acceder al agua que existe o circula a través de los niveles más profundos del suelo.
Como ya se ha dicho, uno de los rasgos más originales de la sabana es la coexistencia
de árboles y gramíneas, dos grupos de plantas que adoptan estrategias antagónicas y
que suelen excluirse:
a. Las hierbas graminoides poseen un sistema de raíces muy denso y ramificado,
con numerosas raíces por unidad de volumen, pero que se limita a ocupar los
primeros centímetros de profundidad del suelo. Eso les hace estar especialmente
adaptadas a los sustratos sueltos y permeables.
12
En cambio, las especies leñosas tienen gruesas raíces que se extienden a gran
distancia y profundidad. Ocupan un gran volumen de suelo aunque lo hacen con
una escasa densidad. Sus características las hacen ser particularmente aptas
para sobrevivir sobre superficies rocosas o lateríticas ya que son capaces de colar
sus raíces a través de las diaclasas para buscar aguas profundas.
b. La circulación del agua en el interior de las gramíneas es muy rápida. Por eso,
cuando disponen de ella, las gramíneas transpiran abundantemente lo que les
permite una gran eficacia fotosintética y una gran productividad biológica. Sin
embargo, no son capaces de controlar esa transpiración por lo que cuando el
agua empieza a escasear las plantas se secan enseguida. A partir de ese
momento la vida se reduce a las raíces y al cono vegetativo del tallo, defendido
por las hojas secas, no reiniciándose el crecimiento hasta la llegada de la
siguiente estación húmeda.
Frente a ellas, las plantas leñosas poseen una economía hídrica mucho más
equilibrada y se defienden de la sequía cerrando sus estomas primero y perdiendo
la hoja después. No obstante, los órganos aéreos siguen perdiendo agua y los
árboles necesitan absorber un mínimo a través de sus raíces para ser capaces de
superar la estación seca.
Pequeñas diferencias de precipitación, de sustrato o en la presión de los animales herbívoros
pueden inclinar la balanza a favor de la hierba o de los árboles y explican los cambios de detalle
que se observan enla vegetación
Foto: sabana en Moremi (Botswana).
Las gramíneas son más aptas que los árboles para absorber rápidamente el agua
superficial por lo que se defienden mejor en los ambientes más secos. En ellos, el agua
es acaparada por las hierbas gracias a su densísima red de raíces superficiales y las
especies leñosas no pueden vivir.
Sólo en aquellos lugares que reciben más de 400 mm parte del agua precipitada es
capaz de filtrarse hasta niveles más profundos del suelo que, al mantenerse húmedos
gran parte del año, favorecerán la aparición de especies leñosas dotadas de raíces
profundas. En la práctica, los árboles de la sabana no disponen más que del agua que les
dejan las gramíneas.
Sin embargo, mayores niveles de precipitación anual y un período seco más corto
determinan un aumento de la densidad de los árboles. Cuando esto ocurre, se invierten
las relaciones de competencia ya que, con su sombra, los árboles generan un ambiente
13
adverso a las gramíneas que son muy heliófilas. De hecho, la pluviosidad y el sustrato
determinan el equilibrio entre hierbas y árboles en toda esta franja.
Pero la composición de la sabana no está condicionada sólo por el clima ya que, en
numerosos lugares, el sustrato determina los caracteres de la vegetación permitiendo la
aparición de ambientes de sabana en regiones que, por su clima, deberían albergar otro
tipo de biomas. Un buen ejemplo de ello es el de Los Llanos de Venezuela que, con
precipitaciones anuales superiores a 1.300 mm y una estación seca bastante breve,
carece de bosques y está en cambio ocupada por una cubierta herbácea salpicada de
árboles de pequeño tamaño. Ello se debe a la existencia de una costra rocosa
(localmente llamada “arrecife”), dura pero permeable al agua, situada a algunos
decímetros de profundidad. Del total de precipitación, unos 300 mm quedan por encima
del arrecife y permiten la existencia de las hierbas mientras que el resto se filtra hacia
capas más profundas y sólo puede ser aprovechado por las raíces de los árboles en
aquellos lugares en los que la existencia de diaclasas facilita su paso hacia los niveles
más profundos. Por tanto, la distribución de las plantas leñosas de Los Llanos es
consecuencia directa de la estructura del “arrecife” y de la localización de sus
discontinuidades.
Circunstancias parecidas se repiten en otros lugares, tales como el Serengeti (Tanzania),
donde el suelo tiene un espesor muy reducido y bajo él se encuentra una capa de rocas
volcánicas impenetrable para las raíces y que impide el desarrollo de los árboles.
A la inversa, la retención de agua en los niveles superiores de los sustratos rocosos es
pequeña. En tales casos las especies herbáceas se encuentran en inferioridad de
condiciones frente a las leñosas, que pueden aprovechar mejor la humedad de las capas
más profundas, por lo que la sabana característica con hierbas graminoides es sustituida
por otra a base de plantas leñosos y frecuentemente espinosas.
En los lugares en los que existe agua permanente desaparece el estrés asociado a la falta de
lluvias y la vegetación se vuelve mucho más exuberante y variada.
Foto: plantas acuáticas y de ribera en el delta del Okavango (Botswana).
Una situación particular se produce a lo largo de los ríos o en aquellos lugares en los que
el agua resulta abundante durante todo el año. En estos sitios, la vegetación arbórea se
impone formando “bosques galería” que constituyen auténticas franjas de selva que
14
surcan la sabana rompiendo su continuidad. Estos bosques soportan una altísima
biodiversidad tanto vegetal como animal y son muy cerrados. En algunos casos,
numerosas lianas y epifitas enlazan las ramas de los árboles de ambas orillas formando
una especie de túnel vegetal, bajo el cual corre el río y se refugian abundantísimos
animales.
Lamentablemente, la presencia humana ha perturbado el equilibrio de la sabana en
muchos lugares: el sobrepastoreo empobrece la cubierta herbácea, la desaparición de la
hierba permite un aumento del agua en el suelo y esto beneficia a las especies leñosas
cuya germinación se ve además favorecida por la desaparición de la maraña de raíces de
las gramíneas y por la dispersión de semillas por el ganado.
Las plantas que más rápidamente aprovechan esta transformación son las acacias y
diversas espinosas (con cuya proliferación se echa a perder la posibilidad de pastoreo).
De hecho, el crecimiento rápido de matorrales espinosos es un grave peligro para todas
aquellas zonas utilizadas como pastos de forma incontrolada. En la actualidad, estas
comunidades espinosas de sustitución están más extendidas que la verdadera sabana.
La sabana es fácil de cultivar y proporciona buenos pastos. En la actualidad, la mayor parte de su
superficie está transformada por las actividades agrarias.
Foto: cultivos (plano central) y pastos (fondo) en Diabiga (Burkina Faso).
Si después de ésta primera transformación la cubierta de arbustos espinosos es
degradada o incendiada, existe el riesgo de que éstos desaparezcan a su vez dando
paso a un desierto poblado únicamente por especies efímeras que aboca a personas y
ganado a la emigración o a una extrema penuria. Este proceso de desertificación se está
produciendo, con mayor o menor intensidad, en muchos lugares que previamente
estuvieron ocupados por sabana de todo el África subsahariana, Brasil o Australia o, más
localmente, alrededor de numerosas ciudades donde la explotación de la leña y el
sobrepastoreo explican la existencia de una franja semidesértica (Ouagadougou,
Dakar…)
Pero los impactos antrópicos más extendidos en la sabana son los producidos por el
fuego. Éste ha sido uno de los principales artífices de los paisajes de sabana y siempre
ha existido en estos ambientes gracias a la enorme masa de vegetación seca y muy
combustible que se acumula cada año y a la elevada cantidad de rayos que producen las
tormentas al iniciarse la estación de las lluvias.
15
Los incendios son muy frecuentes por causas naturales pero en la actualidad la mayoría son
provocados artificialmente para extender las actividades agrarias o impedir la regeneración de las
plantas leñosas y se han convertido en una seria amenaza por su excesiva frecuencia.
Foto: roturaciones mediante incendio en el área fronteriza entre Namibia y Angola (Franja de Caprivi).
Sin embargo, en la actualidad, la mayoría de los incendios son provocados dentro del
sistema de prácticas agrarias de los habitantes de la región y su número se ha
multiplicado enormemente hasta convertir a las zonas de sabana en las regiones más
afectadas de todo el mundo por el fuego. Al provocarlos se persiguen (o se han
perseguido) diversos objetivos: mantener a raya la vegetación facilitando el tránsito de
personas y ganado, permitir la captura de animales que se utilizan de alimento, propiciar
la aparición de pastos atractivos para diversos animales que, de este modo, podrán
capturarse con más facilidad, etc.
La alteración del bosque seco tropical o de la propia sabana mediante fuegos o sobrepastoreo
favorece la extensión de comunidades de arbustos espinosos y la erosión del suelo.
Foto: sabana espinosa con presencia de cactáceas en la Comunidad de San Mateo (Tarija, Bolivia).
Aunque muchas plantas pueden sobrevivir a un incendio, los fuegos tienen importantes
efectos en la vegetación y han hecho desaparecer numerosas especies. En general, el
fuego favorece a las herbáceas, que se regeneran muy fácilmente, y perjudican en mayor
medida a los árboles, sobre todo a los individuos más jóvenes, comprometiendo su
pervivencia y renovación. Se ha comprobado que las zonas de sabana en las que se
16
hacen desaparecer los incendios tienden a cubrirse de árboles convirtiéndose
rápidamente en bosques tropicales y recuperando la vegetación que probablemente
tuvieron en su origen.
La transición de la sabana hacia el verdadero desierto tiene lugar a través de una franja
de vegetación herbácea o de un semidesierto arbustivo. No apta para la agricultura, esta
franja soporta en muchos casos una densidad de población relativamente alta que, con
su ganado, contribuye a degradar la vegetación facilitando el avance del desierto.
Como en otros casos, Australia se comporta de forma original y sabana adquiere allí
caracteres propios. En dicho continente las herbáceas pierden protagonismo y la
transición entre la pluvisilva y el desierto es más rápida y se verifica a través de un
bosque muy abierto de Eucalyptus acompañado por algunas acacias peremnifolias y
numerosos arbustos.
En general, los entornos de la sabana se caracterizan por su elevada productividad con
valores que se sitúan entre 1 y 2 kg de materia vegetal seca /m2 /año.
En Australia la sabana contiene acacias y eucaliptos y adquiere ciertos caracteres originales.
Foto: sabana de eucaliptos con abundantes termiteros en Mungkarta (Australia).
17
La fauna de la sabana
Las sabanas son el hábitat de una gran variedad de animales a la vez que, en gran
medida, efecto de su presencia ya que éstos ejercen una fuerte influencia en las
características y distribución de la vegetación a través de la alimentación, grandes
desplazamientos, polinización, ciclos de nutrientes, o dispersión de semillas
La elevada productividad y favorables condiciones de la sabana permiten la existencia de una
abundante fauna que, a su vez, ejerce un papel muy importante en las características de la
vegetación: semillas que son consumidas por los elefantes (izquierda) reaparecen intactas y rodeadas
de abono a cierta distancia en sus deyecciones facilitando la propagación de la especie… o servirán
de alimento a otros animales que repetirán ese mismo el ciclo. A la derecha, babuinos buscando
semillas comestibles en las deyecciones de los elefantes
Foto: vainas con semillas elefante (Loxodonta africana) en el Parque Nacional del Chobe (Botswana).
Gracias a su elevada productividad, la sabana es el bioma que puede soportar mayor
número y, probablemente, mayor biodiversidad animal y ha sido considerada muchas
veces como un “paraíso” para los herbívoros. De hecho, el manejo actual de grandes
extensiones de sabana está orientado al mantenimiento de fauna tanto nativa
(principalmente en África) como de grandes rebaños destinados a una producción
comercial (Australia, América central y del Sur…). Sin embargo, no se debe ignorar que
la sabana alberga también una fauna menos vistosa pero igualmente importante para el
equilibrio ecológico compuesta por insectos como los saltamontes y las orugas (que se
encuentran entre los principales consumidores de fitomasa), las termitas, importantes
consumidores de la materia vegetal muerta que contribuyen a oxigenar y fertilizar el
suelo, numerosas especies de hormigas, u otros muchos invertebrados.
El búfalo cafre (Syncerus caffer) es uno de los mayores herbívoros de la sabana.
Foto: búfalo en el P.N. del Chobe (Botswana).
18
La fauna más conocida, y que por esta razón suele considerarse como la “más típica”, es
la africana. Muy vistosa por la abundancia de sus grandes mamíferos, está compuesta en
su mayor parte por especies asociadas a los medios abiertos siendo muy pocas las que
dependen de los árboles u otras fuentes de recursos. La mayoría de los animales
depende de la hierba, bien directamente por alimentarse de ella (como es el caso del
búfalo, cebra, ñu, hipopótamo, rinoceronte o antílope), bien indirectamente como ocurre
con los carnívoros o carroñeros que se alimentan de los primeros. Sólo un pequeño
número de especies (como la jirafa o el elefante) aprovechan de forma significativa las
hojas de los árboles o sus frutos.
Entre los herbívoros destaca la existencia de cerca de un centenar de especies de
antílopes. Son ungulados pertenecientes a la familia de los bóvidos que se alimentan
exclusivamente de hierba y pueden tener dimensiones muy variadas, desde el eland
(Taurotragus oryx) que puede alcanzar 900 kg y 3,5 metros de longitud, el gran kudu
(Tragelaphus strepsiceros) o el antílope roano (Hippotragus equinus), animales muy
vistosos y de gran tamaño, hasta los dik-diks (Madoqua sp) que apenas superan 25 cm
de alzada. Entre los más abundantes se encuentran también el impala (Aepyceros
melampus), animal gregario, esbelto y muy nervioso capaz de hacer saltos de más de 10
metros o los ñus (Connochaetes gnu y C. taurinus), antílopes de extraño aspecto y
comportamiento muy social que forman las manadas más grandes de la tierra. Todos
ellos son buenos corredores (algunos pueden acercarse a los 100kmh) y están muy
adaptados a la sabana.
Los antílopes son muy abundantes y extremadamente variados y forman uno de los grupos más
característicos de la fauna de la sabana.
Foto: antílope sable en el valle del Zambeze (Botswana).
Junto a ellos abundan otros herbívoros de gran talla como el rinoceronte negro o de dos
cuernos (Diceros bicornis) que llega a medir hasta 3,75 m de longitud y pesar 1,8 Tm; el
búfalo cafre (Syncerus caffer), animal muy fuerte y agresivo que vive en grandes
manadas; cebras (Equus quagga, E.grevyi, E. zebra); gacelas (Gazella sp) y facóqueros
(Phacochoerus africanus).
Como ya se ha mencionado, junto a los animales que se alimentan estrictamente de
hierba existen otros consumidores primarios, como la jirafa o el elefante, que se han
especializado en el aprovechamiento de las hojas de los árboles y arbustos. Las primeras
llaman la atención por sus exageradas dimensiones y cuello desproporcionado que les
han obligado a adoptar comportamientos y mecanismos fisiológicos originales para
garantizar el riego sanguíneo o para desarrollar muchas de sus funciones vitales. Son
19
tímidas y pacíficas aunque pueden correr muy deprisa. Incapaces de desenvolverse en el
bosque, sus ambientes favoritos son las sabanas con acacias. Los elefantes (Loxodonta
africana) son también comunes en la sabana y la presencia de sus manadas tiene un
efecto muy importante en la vegetación ya que cada individuo consume 300 kg de hojas
al día y causa grandes destrozos rompiendo ramas, arrancando cortezas o, simplemente,
o abriéndose paso entre la maleza.
Algunos animales, por su talla o elevado número, influyen mucho en la vegetación: un elefante
consume trescientos kilos de hojas verdes al día y la presencia de una manada produce un fuerte
impacto en los árboles que le sirven de alimento.
Foto: elefante (Loxodonta africana) en el Parque Nacional del Chobe (Botswana).
Los herbívoros son frecuentemente gregarios. En las manadas de animales hay más ojos
vigilantes frente a los predadores, mientras que los individuos aislados están mucho más
expuestos a su ataque. Eso no impide que todos ellos sirven de alimento a los grandes
predadores como el león (Panthera leo), el leopardo (Panthera pardus), el chacal (Canis
adustus), las hienas o los licaones (Lycaon pictus). Por fin, una vez que éstos han
satisfecho su apetito, el ciclo se completa con la entrada de los carroñeros, como los
buitres, córvidos y, más tarde, las moscas, escarabajos u otros insectos.
La excepcional abundancia de fauna permite alimentar a un gran número de grandes depredadores
que, generalmente, están muy especializados y no compiten entre sí. No obstante, cada especie
desarrolla su estrategia para defender “sus” presas y territorio. Los leopardos suben los cadáveres
de sus presas a los árboles para no ser molestados por otros animales mientras las devoran.
Foto: leopardo devorando un impala en el Parque Nacional del Chobe (Botswana).
20
Los carnívoros suelen estar muy especializados y no suelen competir por las mismas
presas. Los leones cazan en grupo, y sus presas más frecuentes son las cebras y los
ñus, aunque atacan incluso a animales tan potentes como los búfalos. El leopardo es un
cazador solitario de dieta es muy variada aunque el impala es su presa preferida. El
guepardo, que puede superar los 100 km/h, caza en espacios abiertos, depredando
principalmente sobre las gacelas de Thomson…
Además, existen numerosas especies de aves. Una de las más llamativas es el avestruz
(Struthio sp) que con sus más de 2 metros de altura es la mayor de las vivientes.
En los ríos y lagos conviven peces, cocodrilos, hipopótamos y un gran número de aves
acuáticas que se suman a los animales citados con anterioridad y que acuden con
asiduidad a sus orillas para beber o refrescarse.
Un elemento constante en el paisaje de la sabana es el termitero. Las termitas
desempeñan un papel muy importante en la descomposición de la materia orgánica y en
la composición del suelo. Por supuesto, una serie de mamíferos se alimentan de ella.
Todos tienen fuertes garras para cavar en los termiteros, hocicos alargados y lengua
protráctil e impregnada de una saliva pegajosa que facilita la recolección de estos
insectos.
Las riberas fluviales y los humedales son frecuentados por todos los animales de la sabana y además
albergan su propia fauna lo que les convierte en los lugares más ricos tanto por el número como por la
diversidad de los animales que se observan en ellos.
Foto: humedal en el Zambeza (Zambia-Botswana).
La sabana presenta dos estaciones muy contrastadas que se suceden al ritmo de la
oscilación N-S de la franja de lluvias. Verde y exuberante durante la estación de las
lluvias, queda agostada y con muchos menos recursos en la seca por lo que gran parte
de la fauna se desplaza estacionalmente para evitar la escasez de alimento y de agua.
Las migraciones de los herbívoros en búsqueda de alimento afectan a bandadas de
cientos de miles de individuos. Muchos animales caminan formando largas hileras,
conducta que evita un pisoteo excesivo del herbazal. Además, las diferentes especies de
herbívoros han diversificado sus preferencias alimenticias y pueden así compartir un
mismo territorio sin dañar su productividad, lo que en términos científicos significa que
cada especie ocupa un determinado nicho ecológico en la sabana, y no compiten entre sí
por el alimento.
En el Serengueti, por ejemplo, las cebras son las primeras en llegar y aprovechan las
partes terminales de las hierbas altas y ciertas especies muy fibrosas. Los ñus vienen a
continuación y pastan allí donde el manto herbáceo ya está nivelado. Las gacelas de
21
Los grandes fitófagos requieren consumir una gran cantidad de hierba u hojas y migran
estacionalmente a medida que la franja de lluvias se desplaza de Norte a Sur. Son de hábitos
gregarios y forman grandes bandadas para desplazarse.
Foto: cebras y ñus en Botswana.
Thomson y de Grant cierran el ciclo, alimentándose de la hierba nueva cuyo crecimiento
ha sido estimulado por el anterior pastoreo de cebras y ñus y buscando nuevas plantas
que han quedado al descubierto entre las gramíneas.
Por supuesto, existen especies no migradoras que van variando su dieta durante el año
en función de la disponibilidad de alimento. El búfalo, por ejemplo, es muy poco selectivo
y come todo tipo de forraje, incluso el de más baja calidad, el impala se encuentra en las
zonas arboladas, y complementa su ración herbácea con hojas, flores y vainas de las
acacias mientras que el topi es más nómada, y se alimenta de hierbas altas que son
desdeñadas por los ñus y demás antílopes.
La presencia de algunas especies es fácilmente tolerada por la población pero otras resultan muy
problemáticas y su conservación es incierta. Los cánidos salvajes, tal como ocurre en otras regiones
del mundo, están especialmente amenazados en la sabana.
Foto: licaón (Lycaon pictus) manchado de sangre después de cazar y devorar un impala (Parque de Moremi- Botswana).
22
6.3.2 Los bosques tropicales
A medida que nos alejamos de los trópicos en dirección hacia el Ecuador, las
precipitaciones se incrementan y la estación seca invernal se acorta progresivamente.
Como consecuencia de ello, los árboles de la sabana aumentan en número y tamaño e,
imperceptiblemente, los grandes espacios abiertos desaparecen y el bosque se adueña
del territorio.
La transición entre la sabana y el bosque es muy gradual y se produce cuando los árboles logran
imponerse definitivamente sobre las hierbas. Aparece entonces un bosque xerófilo, frecuentemente
espinoso y muy abierto pero que da paso rápidamente a formaciones forestales cerradas.
Foto: bosque xerófilo tropical en Zimbabwe.
En la franja contigua a la sabana, donde las dos estaciones del año son todavía
contrastadas y el periodo seco es prolongado y muy caluroso, los árboles se desprenden
de sus hojas para evitar pérdidas excesivas de agua durante la estación desfavorable
dando lugar a los bosques tropicales caducifolios (en muchos casos de carácter xerófito).
Si se sigue avanzando, la sequía se va atenuando de forma gradual por efecto tanto del
progresivo alargamiento de la estación lluviosa como del incremento de los totales
recogidos cada año y, asociado a ello, de las reservas hídricas que acumula el suelo. A
partir de un cierto momento algunos árboles, normalmente los más pequeños y
resguardados dentro del bosque, dejan de perder la hoja y se mantienen verdes todo el
año junto a otros, los más altos y expuestos al sol, que siguen perdiendo la hoja ya que
son incapaces de obtener o acumular el agua necesaria para mantenerse activos durante
todo el año. Ciertos árboles almacenan agua en el interior de sus gruesos troncos
consiguiendo de este modo mantener su actividad biológica durante más tiempo (como
ocurre con las bombacáceas americanas), y otros, incluso, pierden la hoja en las ramas
más altas o expuestas pero la conservan en las que se encuentran más protegidas. Estos
bosques, de los que existen diversas variantes, se conocen como “semicaducifolios”.
Por fin, llega un momento en el que la duración de la estación seca se reduce y, aunque
siguen existiendo dos estaciones diferenciadas por su pluviometría (como ocurre en toda
la zona de clima tropical), los árboles disponen de suficiente agua durante todo el año
gracias a las reservas acumuladas en el suelo y la pérdida de estacional de la hoja deja
de ser una ventaja. Ello permite la aparición de un bosque, cada vez más exuberante y
biodiverso que preludia la verdadera pluvisilva ecuatorial y que se asemeja mucho a ella
23
aunque con menor densidad y complejidad. Algo parecido ocurre en la India y en el
Sudeste asiático donde las lluvias monzónicas responden a un régimen tropical con una
estacionalidad muy marcada. Sin embargo, las precipitaciones son extraordinariamente
abundantes y permiten la existencia de un bosque (o “jungla”) monzónico que se asemeja
más a la pluvisilva ecuatorial que a los bosques tropicales y que será descrito
conjuntamente con ella.
Los bosques semicaducifolios son típicos de ciertas regiones tropicales donde la estación seca
obliga a los mayores árboles a detener su actividad por falta de agua pero existen muchas especies
capaces de conservar la hoja gracias a sus reservas o mejor economía del agua.
Foto: bosque semicaducifolio en Bowen (Queensland-Australia).
Los suelos que dominan en esta zona, igual que en el resto de las regiones tropicales
lluviosas, son los latosoles, suelos rojos ferruginosos que ya han sido descritos en el
capítulo correspondiente a la sabana.
La vegetación de los bosques tropicales caducifolios y semicaducifolios
Los bosques tropicales característicos se extienden por África central, América del Sur
(Chaco y regiones del sudeste de Brasil), América Central y Norte de Australia. Asimismo
se pueden incluir en este bioma los bosques de gran parte de la India y del Sudeste
asiático pese a no corresponder a la misma franja latitudinal.
Están dominados por árboles caducifolios o semicaducifolios en los que la pérdida de la
hoja se corresponde con la estación seca y puede mantenerse durante bastantes meses al
año.
Las hojas de los árboles de estos bosques, igual que las del caducifolio de latitudes
medias, son planas y grandes, tienen la cutícula fina y numerosos estomas y son muy
productivas. Sin embargo, son también muy transpirantes por lo que necesitan disponer
de agua en todo momento para compensar la que están disipando. De ahí que estos
árboles no sean capaces de soportar las pérdidas que se producen durante el período
seco y opten por desprenderse de la hoja al llegar esa estación. La caída de las hojas es,
sin embargo, facultativa, y en los lugares con más disponibilidad de agua esas mismas
especies las conservan durante todo el año (lo que permite hablar de “bosques
semicaducifolios”).
24
El interior del bosque semicaducifolio es
muy luminoso lo que permite el desarrollo
de un denso sotobosque arbustivo.
Foto: bosque semicaducifolio con Hildegardia
cubensis, árbol endémico cubano que almacena agua
en su grueso tronco en la R.N de la Bahía del Naranjo
(Cuba).
La estrategia de algunas especies es diferente y se basa en el dimorfismo foliar. En tal caso,
las hojas grandes e higromorfas de la estación húmeda son sustituidas por otras
xeromorfas, pequeñas y duras, mucho más ahorradoras en agua, que se conservan durante
toda la estación seca permitiendo a la planta mantener gran parte de su actividad biológica.
Todas estas razones, junto a la existencia de plantas xerófilas capaces de sobrellevar sin
dificultad la falta estacional de agua, hacen que la estación seca no sea un periodo de
reposo absoluto para la vegetación y muchos árboles florecen incluso en este momento a
pesar de carecer todavía de hojas.
El bosque caducifolio tropical no es excesivamente denso por lo que su interior es
bastante luminoso favoreciendo la existencia de un rico sotobosque. Generalmente
comporta tres estratos:
•
•
•
El arbóreo no es muy alto (generalmente no supera 10- 15 metros) ni
excesivamente denso aunque contiene numerosas especies y soporta un gran
número de epífitas y lianas que le pueden conferir el aspecto de una masa
impenetrable. Sólo en las márgenes fluviales y en algunas posiciones
especialmente favorables los árboles adquieren mayor altura y pueden
organizarse en dos estratos diferenciados.
El estrato arbustivo es muy rico ya que los árboles dejan pasar mucha luz e
interrumpen o ralentizan mucho su actividad durante gran parte del año,
circunstancias que las plantas de menor tamaño aprovechan en su beneficio.
El estrato herbáceo es pobre y discontinuo. En las zonas más secas las
gramíneas adquieren cierta importancia mientras que en las más húmedas, las
hierbas se diversifican más apareciendo muchas especies planifolias y
megaforbias.
25
Cuando la estación seca se acorta suficientemente, los árboles caducifolios desaparecen y el
bosque se vuelve siempre verde.
Foto: bosque en el área de Sokodé (Togo).
En las vertientes montañosas orientadas de cara a los vientos portadores de humedad y
expuestas a frecuentes nieblas, el bosque tropical característico da paso a una variante
umbrófila. Se trata de “bosques de niebla” expuestos a una permanente humedad y donde
las precipitaciones más importantes son las originadas por la “lluvia horizontal” producida
por el goteo del agua que condensa sobre las ramas y hojas. Los árboles son perennifolios y
de gran talla aunque el rasgo más original de este bosque es el espectacular desarrollo de
las plantas epifitas, musgo y helechos. Asimismo son muy comunes flores como las
orquídeas. Existen bosques de niebla, con diversas denominaciones, en muchas montañas
tropicales o subtropicales de todo el mundo: vertiente oriental de los Andes (los Yungas
bolivianos…), América central, Congo y región de los lagos en África, Indonesia, Papuasia
etc.
26
En las vertientes de montaña expuestas a los
vientos húmedos pueden aparecer “bosques
nublados o de niebla” donde las plantas epifitas
logran un desarrollo espectacular.
Foto: bromeliáceas en un bosque de niebla en el valle del
Lipeo (Argentina).
Sin embargo, desgraciadamente, todos estos bosques, que son muy fáciles de quemar en la
estación seca, han desaparecido en la mayor parte de su área potencial de distribución y
han sido sustituidos por entornos agrarios o por formaciones de sustitución asimilables a la
sabana. Los bosques secos tropicales (bosques “tropófilos”) son uno de los biomas más
amenazados por las actividades humanas y los que hoy observamos suelen estar muy
alterados (composición afectada por los incendios y por una extracción más o menos
selectiva de madera).
Los valores de la productividad son altos aunque inferiores a los de la pluvisilva y se
sitúan en torno a los 2 kg/m2 al año (kg de materia vegetal seca).
La fauna del bosque tropical
En sentido estricto no se puede hablar de una fauna exclusiva o particular de estos
hábitats ya que la mayoría de las especies presentes en ellos aparecen también en las
regiones vecinas, las sabanas y pluvisilvas ecuatoriales (véanse ambos capítulos).
27
Los bosques tropicales, y en particular los secos,
son biomas muy amenazados por las actividades
humanas y la mayor parte de su superficie ha
desaparecido. Cuando esto ocurre, suelen ser
sustituidos por ambientes similares a los de la
sabana aunque mucho más frágiles y propensos
a la erosión.
Foto: tipa (Tipuana tipu) defendiendo una columna de suelo
con sus raíces y demostrando el espesor perdido por efecto
de la erosión en un plazo próximo a medio siglo en Miscas
(Tarija- Bolivia). Dos años después de tomarse la foto, la
erosión socavó la base de la columna haciendo caer al
árbol que murió inmediatamente.
28
6.3.3 La pluvisilva ecuatorial y monzónica
La expresión “pluvisilva” (en inglés “rainforest”) se utiliza para designar los bosques
asociados a medios con lluvias muy abundantes y donde las temperaturas no resultan
excesivamente determinantes. En sentido estricto no se refiere sólo a los bosques de
latitudes bajas aunque, con el uso, la palabra se ha ido circunscribiendo cada vez más a
estos ambientes.
Algo parecido ocurre con la palabra “selva”, término de origen latino (“silva”) que significa,
simplemente, “bosque” y que se utiliza en muchas regiones del mundo para designar
cualquier masa forestal. Por eso, restringir la palabra selva a las regiones tropicales no es
correcto aunque, de nuevo, el lenguaje popular ha ido consagrando esa asociación.
Por fin, es frecuente hablar de “pluvisilva tropical” agrupando dentro de una única
denominación los bosques lluviosos (y, por tanto, perennifolios) tanto de las regiones
tropicales como ecuatoriales. Es una opción que tiene sentido dada la similitud existente
entre las masas de las dos zonas aunque en este documento ambos tipos de bosques se
separan y la descripción de la pluvisilva se referirá siempre a la ecuatorial (a la que se
sumarán los bosques monzónicos).
La pluvisilva ecuatorial se localiza en una franja que circunda la tierra coincidiendo más o
menos con el Ecuador y que alcanza latitudes variables dependiendo de los continentes.
Las mayores extensiones se encuentran en América Central y del Sur (cuencas del
Amazonas y del Orinoco), África (cuenca del Congo y países costeros del golfo de Guinea),
Sudeste de Asia (Indonesia…) y algunas áreas de Oceanía. Se incluyen también en esta
categoría los bosques húmedos monzónicos del Sur y Sudeste asiático, muy parecidos a los
primeros.
Extensión de la pluvisilva y bosques húmedos tropicales.
Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG.
29
of
the
world,
en
El clima de la pluvisilva
El clima de las regiones ecuatoriales se caracteriza por unas precipitaciones abundantes
(generalmente superiores a 1.500 ó 2.000 mm anuales) y bien repartidas durante todo el
año y por temperaturas altas (medias anuales de 25-27ºC) y muy uniformes. La amplitud
térmica anual es insignificante y no suele superar un par de grados centígrados aunque
existen diferencias apreciables entre las temperaturas del día y de la noche y entre las de
los días despejados y cubiertos.
En la práctica, se trata de un clima siempre húmedo y cálido que no conoce verdaderas
sequías y sin estaciones diferenciadas lo que favorece un gran desarrollo de la vegetación.
Climodiagramas de Singapur y de Calcuta (India), representativos de los climas ecuatorial y
monzónico respectivamente. En el primero la amplitud térmica es insignificante y las
precipitaciones abundantes durante todo el año. En el segundo, la amplitud sigue siendo reducida
y aparece una estación seca pero las precipitaciones son muy abundantes permitiendo al suelo
acumular reservas y sostener una densa pluvisilva.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
30
Los suelos
Los suelos más extendidos en las regiones ecuatoriales son latosoles. En general, son muy
antiguos y aparecen en forma de acumulaciones arcillosas pardo rojizas sin horizontes
diferenciados. La alteración de la roca madre es total, y tienen un alto contenido en óxidos
de hierro, los mismos que explican su inconfundible color. Son ácidos o muy ácidos (su pH
se sitúa en torno a 5) como consecuencia del intenso lavado de sus componentes y muy
pobres en sílice y nutrientes. Su porosidad y capacidad de drenaje son elevadas.
En estos medios la descomposición de la materia orgánica es extraordinariamente rápida
gracias a las termitas y a los numerosos microorganismos que proliferan a estas
temperaturas por lo que la capa de humus es muy delgada. El paso de materia orgánica a
humus (humificación), y de éste a sustancias minerales solubles aprovechables por las
plantas (mineralización), es muy rápido. Además, los nutrientes son captados
inmediatamente por las raíces de los árboles impidiéndose su traslado por el agua hacia
horizontes más profundos. Es posible incluso que muchos árboles los extraigan
directamente del humus, gracias a la colaboración de los hongos presentes en sus raíces lo
que acortaría aún más la permanencia de la materia orgánica y de los nutrientes en el suelo.
La elevada temperatura y humedad facilitan la rápida descomposición de los restos orgánicos que,
inmediatamente, son reabsorbidos por las plantas.
Foto: suelo de la pluvisilva en la Amazonia.
Durante mucho tiempo la exuberancia de la vegetación creó una falsa imagen de fertilidad y
muchos lugares fueron roturados para su cultivo. Sin embargo, tras algunos años de
aprovechamiento, los rendimientos se vuelven siempre muy decepcionantes. Ello se debe a
que las reservas que necesita el bosque se encuentran en su misma biomasa: en cuanto
cae materia muerta al suelo, ésta es descompuesta y los nutrientes que genera son
inmediatamente absorbidos por las raíces.
La pluvisilva se mantiene estable gracias a la rápida circulación de la materia. Cuando se
incendia y rotura, la combustión mineraliza instantáneamente la materia contenida en los
árboles y esta se incorpora al suelo otorgándole en un primer momento una gran riqueza.
Sin embargo, al quedar desprotegido, sufre las consecuencias de un intenso lavado que va
arrastrando los nutrientes a la vez que la fitomasa producida por la agricultura se exporta sin
31
reintegrarse al suelo. Caso de abandonarse la parcela, puede reinstalarse un bosque
secundario mucho más pobre que el inicial (consecuencia de la "pérdida del capital") y así
sucesivamente si las roturaciones y abandonos se repiten. Al final, el suelo no permite más
que el crecimiento de helechos (Pteridium) o de una pobre vegetación herbácea.
32
La vegetación de la pluvisilva tropical
El clima de las regiones ecuatoriales es óptimo para las plantas: no existen épocas de
reposo vegetativo, la temperatura es siempre alta y la vegetación crece continuamente
logrando un enorme desarrollo. Esto, paradójicamente, da lugar al principal factor de
estrés que encuentran muchas especies ya que el crecimiento y vitalidad de las plantas
son excepcionales y sólo las más rápidas o las que disponen de mejores sistemas para
competir consiguen imponerse sobre las demás y abrirse paso a través de ellas.
La pluvisilva es la formación más
característica de las regiones con
temperaturas siempre altas y precipitaciones
muy abundantes. Ocupa la franja de clima
ecuatorial aunque también puede aparecer
en áreas tropicales en las que, por cualquier
circunstancia, abunda el agua durante todo
el año.
Foto: pluvisilva en el entorno de Victoria Falls
(Zimbabwe).
Por eso, los árboles crecen mucho en altura buscando los rayos de Sol que llegan a los
estratos superiores y desarrollan unos troncos extraordinariamente largos y rectilíneos.
En comparación con ellos, las copas resultan muy sorprendentemente pequeñas.
Sin embargo, al nivel de las copas aparecen otros problemas ya que cuando no hay
nubosidad, la radiación solar incidente es muy importante y la humedad relativa
desciende hasta el 50 ó el 60%. En estas condiciones las hojas, que son muy oscuras y
absorben mucha radiación, se calientan hasta 10 ó 15ºC más que el entorno
exponiéndose a una rápida deshidratación. Por eso, para evitarlo, han adoptado diversos
mecanismos tendentes a limitar la transpiración como son reducir sus dimensiones,
cerrar los estomas y recubrirse de una cutícula muy gruesa que les da un aspecto
coriáceo. Gracias a estas defensas, las hojas (y por extensión los árboles) son capaces
de soportar atmósferas muy secas con tal de disponer de agua al nivel de las raíces.
En el interior del bosque, sin embargo, reina una penumbra permanente, no existe el
viento y la humedad y temperatura son mucho más constantes. El rasgo más original lo
proporciona la humedad que resulta tan alta que por las noches al agua se condensa
sobre las hojas y ramas y termina cayendo al suelo en forma de suave lluvia. Estas
circunstancias permiten que en el interior del bosque exista un microclima totalmente
distinto del que reina en el exterior del mismo lo que determina que la vegetación también
presente fuertes diferencias.
33
La interior de la pluvisilva es muy oscuro lo que dificulta el desarrollo de las plantas y explica la
habitual pobreza del sotobosque.
Foto: pluvisilva en la Trace des Jesuites (Martinica).
Durante las primeras etapas de su desarrollo los árboles tienen que sobrevivir en un
medio poco propicio para su crecimiento por la oscuridad, pobreza del suelo y fuerte
competencia con otras especies. Las semillas suelen ser muy grandes y nutritivas y
proporcionan recursos que garantizan la viabilidad de la germinación y desarrollo de las
primeras etapas de vida de los brotes (lo suficiente para que la nueva planta se dote de
raíces y de algunas hojas). Sin embargo, cuando estos recursos se agotan, el crecimiento
se detiene a causa de la baja actividad fotosintética y el arbolillo queda “a la espera” de
que algún árbol vecino caiga y deje un hueco que permita el paso de la luz. Sólo en ese
caso la planta tiene la posibilidad de crecer rápidamente y alcanzar la altura de sus
progenitores antes de que el hueco vuelva a ser ocupado por algún competidor.
En la pluvisilva conviven un enorme número de especies de árboles que llegan a formar varios
estratos diferenciados y que presentan calendarios y ciclos diferentes.
Foto: pluvisilva en el río Ariau (zona del Río Negro, Brasil).
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Una de las características más sobresalientes de la pluvisilva es el elevado número de
especies arbóreas que coexisten en ella siendo frecuente que en una única hectárea
convivan 50 o 100 especies pertenecientes a distintas familias. Las formaciones
monoespecíficas o con un número pequeño de especies son excepcionales (y
normalmente se limitan a las islas, mucho más pobres que los espacios continentales).
Los árboles alcanzan alturas de 50 a 60 metros y pueden formar varios estratos
diferenciados (aunque esto no ocurre siempre). El superior es desigual y discontinuo,
presidido por algunos árboles gigantes, por lo que deja pasar bastante luz. Los inferiores
son sin embargo mucho más regulares y densos. Por debajo de los árboles la falta de luz
limita el desarrollo de otras especies y el sotobosque puede ser muy poco denso o
prácticamente inexistente. De este modo, los árboles suman el 70% de las especies
vegetales de la pluvisilva y los arbustos y hierbas (difíciles de diferenciar teniendo en
cuenta que algunas de ellas, como las plataneras, alcanzan 5 metros de altura) son
relativamente escasos.
De hecho, la imagen del bosque impenetrable en el que los protagonistas de las películas
se abren dificultosamente el paso a golpe de machete no se corresponde con la realidad y
normalmente los desplazamientos por el interior de las áreas bien conservadas de la
pluvisilva suelen ser mucho más cómodos. Situación diferente es la que se produce en
aquellos lugares en los que la luz es capaz de atravesar las copas, bien por alteración del
bosque, bien por la apertura de claros o caminos, bien por causas naturales (riberas
fluviales…). En tales casos, el estrato herbáceo y arbustivo se desarrollan
extraordinariamente y el bosque (o su sotobosque) se vuelve muy cerrado.
Muchos árboles disponen de complejos sistemas de raíces con los que consiguen mantenerse en
pie sobre un sustrato inconsistente, absorber eficazmente el agua y los recursos disponibles y
ocupar su territorio impidiendo la instalación de otras plantas que podrían resultar competidoras .
Foto: Ficus elastica.árbol oriundo de Indonesia frecuentemente utilizado como ornamental
Los árboles de selva no desarrollan raíces profundas ya que los nutrientes se encuentran
en el humus y en la materia que cae sobre el suelo y éste es casi estéril a algunos
centímetros de profundidad. Sin embargo, como el suelo es muy plástico y está
frecuentemente inundado y las raíces no pueden alcanzar la roca sana, el anclaje de los
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grandes árboles resulta muy precario y muchos terminan cayéndose al no ser capaces de
mantener el equilibrio. Para evitarlo, los árboles han desarrollado potentes sistemas de
raíces radiales, a modo de contrafuertes de hasta 8 o 10 metros de radio, o aéreas (que
al llegar al suelo procedentes de las ramas enraízan y contribuyen a su mantenimiento).
Los troncos suelen ser esbeltos y con corteza delgada y las copas poco voluminosas ya
que el espacio disponible entre árbol y árbol es muy escaso. En cuanto a las hojas,
presentan grandes diferencias morfológicas y de tamaño según se encuentren al sol o a
la sombra.
La diferencia de tamaño de las hojas superiores e inferiores de Anthocleista orientalis, un
árbol malgache, supera la relación de 1 a 25 habiéndose descrito dimensiones que van
desde los 162x38 a los 22X10 cm dependiendo de la exposición.
Los fustes de los grandes árboles de la pluvisilva son muy rectilíneos y con pocas ramificaciones
hasta la altura de la copa. Comparativamente, ésta es relativamente pequeña.
Foto: Dycra costulata (Singapur).
En las regiones de clima ecuatorial la estacionalidad es muy poco marcada y los árboles
no necesitan adaptarse a ella. Sin embargo, y pese a que las condiciones son siempre
favorables, el crecimiento de las ramas y la floración son periódicos (aunque no están
ligados a ninguna estación o época concreta del año). Ello permite observar árboles sin
hojas en medio de otros que las conservan, individuos que van a florecer contiguos a
otros cubiertos de frutos o incluso ramas desnudas junto a otras que conservan todas sus
hojas. El comportamiento y la periodicidad varían no sólo de un árbol a otro dentro de una
misma especie sino incluso de una rama a otra dentro del mismo árbol.
Desaparecido el reloj natural ligado a las estaciones, los ciclos biológicos no tienen por
qué ser anuales y, según las especies, oscilan entre los 2-3 meses y los 2-3 años. Por
eso, en la pluvisilva no existe una época de floración determinada y las flores que
aparecen en cada momento están siempre rodeadas de verde y destacan poco de su
entorno.
No obstante, los árboles de la pluvisilva se adaptan a la estacionalidad en cuanto son
trasladados a un medio distinto del mismo modo que, a la inversa, los árboles de latitudes
medias (haya, roble, frutales) "pierden la noción del tiempo" y en muy pocos años empiezan
a comportarse de manera relativamente anárquica caso de ser trasplantados a éstas
regiones.
36
Al no haber estaciones, cada árbol sigue sus propios ciclos. De este modo, en cualquier momento se
pueden en el mismo sitio ver a la vez árboles con hojas o sin ellas, en flor o fructificando .
Foto: pluvisilva en Daintree River (Australia)
Pese a ello, existen especies extremadamente sensibles a cualquier acontecimiento
meteorológico anómalo y que florecen, fructifican o desarrollan alguna de sus fases
vitales de forma sincronizada (lo que aumenta las probabilidades de éxito reproductivo).
Es el caso de los cafetos, que necesitan una corta sequía para abrir sus yemas, del
bambú, que requiere un año seco para reproducirse o de algunas orquídeas que
responden a los enfriamientos bruscos originados por ciertas lluvias...
Las plantas más altas son las que consiguen recibir más luz y las que, gracias a ello,
puede prosperar mejor. En éstas condiciones, las herbáceas siempre se encuentran en
desventaja y ven muy reducidas sus posibilidades a menos que sean capaces de recurrir
a soluciones originales que les permitan evitar esta limitación. Este es el caso de los
bejucos o lianas, que utilizan a los árboles como soporte y pueden de este modo
ascender muy deprisa hasta las copas sin necesidad de un tronco rígido, y de numerosos
epifitos que depositan directamente sus semillas sobre las ramas superiores del árbol y
se establecen allí ascendiendo a medida que lo hace su anfitrión.
La competencia por la luz en el interior del
bosque explica la gran abundancia de plantas
trepadoras y epifitas. En algunos bosques, los
troncos quedan siempre ocultos por estos tipos
de plantas.
Foto: trepadoras en Singapur.
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Las lianas son plantas trepadoras que dedican poca energía a la formación de su tronco,
delgado y flexible, lo que les permite a cambio crecer muy deprisa. Germinan en el suelo
y al principio se asemejan a cualquier arbusto. Sin embargo, cuando alcanzan cierta
altura (en torno a 1 metro) necesitan un soporte para seguir creciendo y para ello utilizan
los troncos de los árboles, a los que se agarran mediante zarcillos o raicillas
especializadas. La principal dificultad que tienen que vencer consiste en fijarse con
suficiente fuerza para no desprenderse por efecto de su propio peso. Para ello recurren a
sistemas muy variados: hay trepadoras que entremezclan sus ramas con las del árbol
enganchándose a él, otras disponen de raíces que se hincan o abrazan al tronco, otras
más de hojas o brotes terminales que se enzarzan con las ramas del árbol...
Las lianas abundan en todos los bosques de la región intertropical. Al beneficiarse de la luz, se
multiplican mucho en las bosques secundarios o masas que han sido aclaradas.
Foto: lianas en el bosque de Phnom Kulen (Camboya)
Una vez que la liana alcanza el nivel de las copas y puede beneficiarse de la luz solar, su
crecimiento se acelera y la planta se extiende horizontalmente “saltando” de un árbol a
otro a través de las ramas y alcanzando un gran volumen.
Muy longevas, las lianas sobreviven a la muerte del árbol que las sostenía creciendo
sobre otro u otros. En estos casos, parte de su tronco queda colgando en el aire
alcanzando el conjunto de la enredadera longitudes considerables (se conocen
ejemplares de Calamus de 240 m de longitud).
Todas las enredaderas necesitan luz y por tanto proliferan especialmente en las
márgenes y en los claros del bosque. Por eso las talas favorecen su multiplicación y su
presencia es más importante en los bosques secundarios.
Esta capa de humus mantiene agua que es aprovechada por las raíces, parte de las
cuales cuelga además en el vacío y se empapa del aire cargado de humedad. Algunos,
como las bromelias de las selvas americanas, consiguen también alimento de otro modo.
Sus hojas se disponen en roseta y almacenan agua de las lluvias, y aparece una
comunidad de invertebrados ligada a estos pequeños estanques. La planta obtiene los
nutrientes provenientes de sus restos a través de unos pelillos que tapizan la cisterna.
Las bromelias de mayor tamaño son incluso utilizadas para criar por diversas especies de
ranitas venenosas.
En cuanto a los epifitos, germinan sobre las ramas superiores de los árboles y no tienen
contacto con el suelo lo que resuelve el problema de la luz pero plantea uno nuevo: el del
abastecimiento de agua. Entre ellos se encuentran musgos, líquenes, helechos y muchas
38
Las orquídeas son muy frecuentes y vistosas en
la pluvisilva. Muchas son epifitas y cuentan con
raicillas aéreas para absorber el agua de la
humedad atmosférica. A falta de ciclos
estacionales, algunas sincronizan su floración y
reproducción a partir de la ocurrencia de
situaciones meteorológicas inhabituales.
Foto: Spphrolaelioca ttleya en Singapur.
plantas con flores. Se nutren de la materia orgánica procedente de restos de otros
epífitos, de animalillos que vivían sobre el árbol y de las hojas muertas que se acumulan
en las concavidades de las ramas.
Los epifitos sólo disponen del agua de lluvia que cae sobre ellos o sobre las ramas donde
están instalados y, por esta razón, no pueden prosperar más que en lugares en los que o
ésta o la niebla son frecuentes. Además, disponen de diversos sistemas de
almacenamiento y supervivencia:
* Entre los epifitos tropicales hay numerosas plantas suculentas o que adoptan
soluciones comparables a las de aquellas para afrontar la falta de agua (como la
posibilidad de absorber CO2 durante la noche evitando las pérdidas excesivas
durante el día).
* Algunos disponen de raíces aéreas o de filamentos absorbentes en la base de las
hojas (como ocurre entre muchas orquídeas y bromeliáceas respectivamente)
* Además, numerosos epifitos son parásitos que hincan sus raíces en el tronco o
ramas que les sirven de soporte absorbiendo la savia del árbol que les sustenta y
viviendo a sus expensas (llegando incluso a matarlo).
* Por fin hay plantas que crean algo parecido a su propio suelo gracias a la
disposición de sus hojas para después desarrollar en él sus raíces. Es el caso de
varios helechos (Asplenium nidus, Platycerium).
Las acumulaciones de humus que generan las epifitas en las ramas de los árboles
constituyen verdaderos biotopos con una fauna y una microflora especializados que
contribuyen a su propio equilibrio posterior. En este "suelo" se instalan hormigas que se
encargan de transportar y de dispersar las semillas a través de las ramas. Los pequeños
depósitos de agua que se forman entre las hojas de las bromeliáceas albergan larvas de
mosquitos e insectos acuáticos... que sirven de alimento a ranas, a diversas plantas
insectívoras y así sucesivamente.
Por fin, existe un grupo de plantas que pueden denominarse "hemiepifitas" ya que
ocupan un lugar intermedio entre las lianas y los epifitos verdaderos. Algunas de estas
plantas germinan en el suelo, crecen hacia arriba apoyándose en un tronco como las
lianas y, cuando alcanzan la copa, se desprenden de la parte inferior y quedan colgadas
de los árboles o en contacto con el suelo a través de raíces aéreas.
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Una estrategia frecuente, aunque no exclusiva, en la pluvisilva es la de las plantas estranguladoras
que tras utilizar un árbol como soporte para poder ascender y beneficiarse del sol, lo estrangulan con
el engrosamiento de sus raíces y luego aprovechan sus restos en descomposición.
Foto: planta estranguladora constriñendo el tronco del árbol anfitrión (izquierda, Amazonia) y después de matarlo (derechaAustralia). En la segunda foto aún se pueden ver restos muertos del árbol que sirvió de soporte.
Un último mecanismo de adaptación, muy original, es el que presentan los popularmente
llamados "árboles estranguladores" de América, Asia y Oceanía:
-
-
-
tras germinar como epifitos sobre la rama de árbol, forman una raíz muy larga que
empieza a descender a lo largo del tronco. A medida que lo hace, esta raíz se
bifurca una y otra vez hasta formar una maraña que rodea todo el fuste del árbol
anfitrión.
En cuanto alcanzan el suelo, las raíces pueden empezar a absorber abundante
agua, el crecimiento se acelera, la masa foliar se desarrolla con mayor vigor y las
raíces, que siguen multiplicándose, envuelven completamente el tronco del árbol
que sirve de soporte impidiendo su crecimiento en anchura. Al mismo tiempo, las
ramas y hojas van cubriendo su copa robándole la luz y debilitándole.
El resultado final es la muerte por ahogamiento del árbol soporte cuyos restos se
descompondrán muy deprisa proporcionando nutrientes que el propio
estrangulador aprovechará de inmediato.
A partir de ese momento las raíces aéreas del árbol estrangulador, que han
adquirido un considerable grosor, pasan a desempeñar la función de troncos
capaces de soportar enormes copas (algunos Ficus de éste grupo figuran entre
los árboles con mayor copa del mundo).
Muchas regiones de pluvisilva están drenadas por inmensos ríos con regímenes muy
variables y periódicamente se producen crecidas que inundan durante meses amplias
extensiones de las llanuras aluviales. Las porciones de selva que permanecen inundadas
durante gran parte del año reciben en la amazonia el nombre igapós mientras que las que
sólo lo están durante algunos periodos son las várzeas. En estos ambientes, ni
estrictamente acuáticos ni totalmente continentales, las especies presentes son distintas
y los árboles, de dimensiones más reducidas, disponen frecuentemente de ramificaciones
40
en la base del tronco o raíces especiales destinadas a mejorar su estabilidad y permitir la
absorción de oxígeno tal como ocurre en los manglares (ver capítulo correspondiente).
Extensas superficies de los bosques ecuatoriales permanecen inundadas durante varios meses al
año dando lugar a una vegetación semisumergida original. En la pluvisilva los límites entre los
medios acuáticos y terrestres son a veces muy difusos.
Foto: detalle de Igapó en la región del Río Negro (Brasil)
Antes de concluir este apartado es preciso insistir en el hecho de que las pluvisilvas
ecuatoriales son los bosques con mayor biodiversidad del mundo (se piensa que podrían
contener más de la mitad de las especies de la tierra) y que, aun presentando rasgos
comunes, son muy variadas y muestran rasgos diferenciados de uno a otro continente.
Así, las palmeras, frecuentes en América, son escasas en África; las epifitas y lianas
resultan superabundantes en unas regiones para desaparecer en otras mientras que la
pluvisilva de cualquier montaña presenta grandes diferencias de composición respecto a
la de la llanura circundante. No obstante, en todos los casos, coinciden la exuberancia, la
diversidad y una elevada productividad con valores que varían entre 2 y 3,5 kg de materia
vegetal seca /m2/año.
La necesidad de recurrir a las generalizaciones se refuerza además por la extraordinaria
riqueza y complejidad de estas biocenosis de las que, en realidad, se sabe muy poco: de
las 55.000 especies con flores que según las estimaciones hay en Brasil no se conocen
aceptablemente más que unos centenares mientras que gran parte del resto permanecen
inéditas para la ciencia o, peor, están desapareciendo ante nuestros ojos a medida que
se destruye la selva sin haber sido ni tan sólo descrito.
41
Los animales de la selva ecuatorial
La extraordinaria riqueza de la pluvisilva no se limita a la vegetación sino que se extiende
a los demás grupos biológicos y, en el caso de la fauna, la abundancia y biodiversidad
resultan no menos sorprendentes.
Esta biodiversidad puede explicarse a partir de varios hechos:
•
Se considera que la pluvisilva ecuatorial es el bioma más antiguo del mundo.
Aparte de los relacionados con la evolución de las especies, algunos bosques
del Sudeste asiático podrían no haber sufrido cambios importantes desde el
Cretácico, hace 100 millones de años, y la mayoría de ellos se libró de los
efectos de las glaciaciones cuaternarias gracias a su localización geográfica.
Esta gran antigüedad ha permitido a las plantas y animales coevolucionar sin
interrupción durante todo este tiempo y dar lugar a los ecosistemas más
diversos y complejos de la tierra.
Algunos bosques ecuatoriales se encuentran entre las formaciones más antiguas de la tierra ya que
su aparición se sitúa al final del Mesozoico. Ello ha permitido una prolongadísima coevolución de las
plantas y animales que explica su interdependencia y alto grado de especialización
Foto: pluvisilva en Tasik Temengur (Perak-Malasia) considerada como uno de los bosques más antiguos del mundo.
•
•
Este prolongadísimo periodo de interacciones entre plantas y animales ha
propiciado un alto grado de especialización de los organismos. Esto supone
que la mayoría de las especies de animales reduce su presencia a un único
tipo de bosque o, dentro de él, a un único tipo de ambiente (copas más altas,
dosel continuo de los árboles intermedios, troncos, suelo, medios más
húmedos…) El nivel de especialización de muchos animales es tal que un
buen número de ellos sólo vive sobre un único tipo de árbol o planta lo que
hace que cada tronco o cada matorral soporte una fauna específica y diferente
a la de los demás.
Las condiciones ambientales son particularmente favorables ya que los
animales no necesitan defenderse ni del frío ni de calores excesivos y tanto el
agua como los recursos alimenticios son abundantes.
Algunas especies cuentan con poblaciones muy importantes y áreas de distribución muy
amplias. Sin embargo otras viven en áreas muy limitadas y tal vez no cuenten más que
con algunas decenas de individuos. Así, por ejemplo, mientras que Saimiri sciueus, el tití
ardilla común, es ubicuo en toda la Amazonia y puede ser observado hasta América
42
Central, el tití de Maués (Callithrix mauesi) es un diminuto primate que no ha sido descrito
hasta 1992 y cuya población se restringe a unos pocos kilómetros cuadrados de una de
las márgenes del río Maués.
El tití ardilla es muy común en la pluvisilva de toda América. Es un animal perfectamente adaptado al
medio forestal que no necesita descender al suelo.
Foto: grupo de titís ardilla (Saimiri sciueus) en un árbol en la Amazonia.
Los animales de pequeñas dimensiones son los más numerosos y se estima que las
pluvisilvas de las diferentes regiones del mundo contienen más de 50 millones de
especies de invertebrados. Esa enorme, y muy mal conocida, diversidad explica que en
un único tronco se hayan llegado a inventariar 50 especies distintas de hormigas.
Muchos de esos artrópodos o insectos son sociales y han desarrollado pautas de
comportamiento muy sofisticadas y sorprendentes. Por ejemplo, las hormigas cortadoras
de hojas ascienden hasta más de 30 metros de altura por los troncos de ciertos árboles
para cortar pequeños trozos de sus hojas. A continuación, cargan con estos fragmentos,
cuyo peso es hasta 50 veces el de su cuerpo, y vuelven con ellos al hormiguero
recorriendo distancias que pueden alcanzar doscientos metros (trasladado a la escala
humana, es como recorrer sin parar 240 km cargando con 3500 kg de peso). Allí donde
aparecen, el suelo del bosque queda surcado por un laberinto de caminillos atestados por
este incesante tráfico de fragmentos de hojas.
Pero las hormigas cortadoras no consumen estos fragmentos de hojas conseguidos a
costa de tanto esfuerzo sino que los entierran en sus hormigueros. La descomposición de
los restos vegetales mezclados con saliva y otras sustancias segregadas por los insectos
favorece el crecimiento de cierto tipo de hongos que, esos sí, son los que sirven de
alimento a las hormigas y que éstas obtienen practicando algo parecido a una forma de
agricultura.
Otro ejemplo, que nos habla de la complejidad de las relaciones que se establecen entre
animales y plantas, lo ofrecen algunas hormigas del género Azteca. Estos animales viven
en ciertas acacias que les proporcionan todo los recursos necesarios para su
supervivencia: un lugar idóneo para el hormiguero, alimento y agua. A cambio, las
hormigas protegen a los árboles de sus enemigos picando o luchando ferozmente contra
cualquier herbívoro o insecto que se acerque demasiado. También protegen al árbol de
las enredaderas u otras plantas que podrían competir con él de manera que alrededor de
estas acacias no crece ninguna otra planta.
Este tipo de relaciones normalmente beneficia a todos los actores implicados hasta el
43
punto de que, en muchos casos, la complementariedad entre animales y plantas es tan
estrecha que la desaparición de uno conlleva irremediablemente la del otro (animales que
se alimentan exclusivamente de una planta, plantas cuya polinización o dispersión de
semillas dependen de una única especie animal, etc).
Mal conocidos y extraordinariamente diversos, los insectos son los animales que desempeñan un
papel más importante de cara al mantenimiento del equilibrio de la pluvisilva. Fáciles de capturar por
sus predadores, suelen mimetizarse o adoptar diseños que sirven para desorientarlos. En este caso,
las alas de la mariposa se asemejan a la cabeza de un animal con dos grandes ojos.
Lo dicho para los invertebrados es igualmente válido para los animales de mayores
dimensiones, mucho más vistosos y mejor conocidos: la diversidad de formas que puede
presentar la biomasa vegetal implica la existencia de una gran variedad de alimentos
disponibles para la gran fauna y ésta suele estar muy especializada para poder explotar
de manera óptima los recursos que le son necesarios.
De este modo, a los animales frugívoros (comedores de fruta) nunca les falta alimento ya
que en la pluvisilva la floración es continua y siempre hay árboles fructificando. Muchas
aves, como los tucanes o quetzales americanos, los cálaos asiáticos y africanos o
diversas cacatúas de Insulindia y Australia se alimentan casi exclusivamente de frutas del
mismo modo que lo hacen numerosos murciélagos o primates. La relación que existe
entre los animales frugívoros y las plantas productoras de esos frutos es beneficiosa para
ambos. Las plantas consumen mucha energía rodeando la semilla con una envoltura muy
nutritiva y sabrosa capaz de atraer a los animales pero compensan el esfuerzo al
conseguir que éstos dispersen las semillas. Los animales obtienen beneficio al disponer
de alimentos sabrosos y muy energéticos pero ingieren el fruto completo y tras digerir la
pulpa expulsarán las semillas en puntos más o menos alejados del lugar de alimentación
Las hojas constituyen la base de la alimentación de otras especies, como diversos
primates (langures, monos aulladores...) y una miríada de invertebrados. Son energéticas
pero contienen mucha celulosa (que es difícil de digerir) y abundantes compuestos
tóxicos lo que hace que los animales folívoros tengan metabolismos muy lentos
(digestiones de hasta un mes de duración en el caso del perezoso), escasa vitalidad y
organismos y pautas de comportamiento muy especializados. Un caso muy característico
es citado perezoso, animal exclusivo de la selva americana totalmente adaptado a la vida
arborícola y que se desplaza sin problemas, aunque muy lentamente, entre las ramas
pero tiene grandes dificultades para hacerlo sobre el suelo.
44
Algunos animales solo de alimentan de hojas, viven permanentemente en las ramas y no son
capaces de desenvolverse en el suelo.
Foto: perezoso en lo alto de un árbol en Brasil.
Los sucesivos estratos de la selva están ocupados por animales distintos y forman
auténticos ecosistemas diferenciados sin demasiada relación entre si. Las hojas se
encuentran a una altura determinada y sirven de alimento a monos y perezosos que se
desenvuelven prácticamente todo el tiempo a ese nivel. Éstos a su vez son las presas
preferidas de grandes serpientes o aves depredadores como el águila coronada africana
o la arpía mayor americana, que tampoco tienen relación con el suelo y así
sucesivamente.
Algunos animales arborícolas han desarrollado una cola prensil que actúa como un quinto
miembro o dedos opuestos para mejorar su seguridad al desplazarse por las ramas. La
cola prensil permite a muchos primates acceder fácilmente a los alimentos colgándose de
ella y dejando las manos libres. Buenos ejemplos de ello son el mono araña, el mono
aullador, el kinkajú y el oso hormiguero menor en América, el pangolín arborícola africano
o el pangolín malayo en Asia.
La selva es particularmente favorable a las aves que alcanzan aquí una gran diversidad.
Foto: “gavilán colorado” en la zona del río Ariau (Brasil).
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Para pasar desapercibidos frente a sus depredadores los animales han desarrollado todo
tipo de camuflajes adoptando coloridos o formas muy variados. Los insectos son los que
obtienen resultados más sorprendentes (como en el caso de los insectos palo o los
insectos hoja, no exclusivos de los trópicos pero que alcanzan aquí su máxima
diversidad, o de algunas mariposas, muy difíciles de distinguir de las hojas cuando
cierran sus alas). Sin embargo, todos los animales recurren al mimetismo para ocultarse
o para cazar sin ser vistos, desde las grandes serpientes como la boa constrictor hasta el
perezoso, cuyo pelaje se recubre de unas algas verdosas que lo hacen más críptico entre
el follaje de los árboles. Incluso los grandes depredadores, que fían su éxito a la
velocidad y al sigilo, utilizan pelajes moteados (leopardo) y coloridos discretos para pasar
más desapercibidos.
Por fin, un último rasgo llamativo de la selva son sus sonidos. La selva es muy densa y
dificulta la visión. Por eso, numerosos animales utilizan una gran variedad de sonidos
para comunicarse entre sí. De este modo, los animales son difíciles de observar en la
selva pero quien se adentra en su interior estará oyendo permanentemente silbidos,
cantos o gritos de todo tipo de animales que avalan su presencia. Aparte de los insectos,
a veces sorprendentemente ruidosos, aves o anfibios (ranas), destacan los monos que
pueden llegar a ser extraordinariamente vocingleros (monos aulladores de América,
mangabeys africanos, gibones de Asia...)
Los loros y papagayos forman parte de los animales más ruidosos de la selva. Son muy comunes,
su presencia siempre se hace notar.
Foto: papagayo en la zona del río Ariau (Brasil).
46
6.3.4 El litoral de los trópicos: manglares y arrecifes coralinos
En comparación con la excepcional riqueza de los continentes, y en contra de lo que mucha
gente tiende a pensar, los mares tropicales son bastante pobres. La elevada temperatura de
las aguas reduce las tasas de oxígeno disuelto y la frecuencia de las situaciones sin oleaje
juega en la misma dirección. Por eso, la productividad de las aguas cálidas suele ser inferior
a la de las frías, algo que se refleja en el propio aspecto del mar: la transparencia y
característico color turquesa de las aguas tropicales denotan escasez de fitoplancton (y, por
tanto, de recursos alimenticios para los ecosistemas acuáticos) mientras que los habituales
tonos verdáceos de los mares fríos demuestran justamente lo contrario.
Por lo demás, los océanos constituyen medios muy homogéneos y prácticamente carentes
de fronteras naturales que permiten el libre movimiento de algas, animales y plantas
acuáticas o litorales por lo que la composición y funcionamiento de los ecosistemas
acuáticos tropicales no difiere demasiado de los extratropicales.
Sin embargo, los mares y litorales del trópico contienen dos tipos de ambientes exclusivos y
de gran importancia biogeográfica: los manglares y los arrecifes coralinos.
Los manglares se instalan en la franja intermareal y constituyen ambientes de transición entre los
medios marinos y terrestres. Tienen escasa biodiversidad pero su productividad es muy alta y
desempeñan un papel ambiental muy importante como hábitat de numerosas especies y por
contribuir a fijar el litoral.
Foto: manglares en el Delta del Saloum (Senegal).
Los manglares
Los manglares son formaciones originales características de todos los litorales tropicales e
incluso subtropicales (alcanzan Nueva Zelanda y las Bermudas por lo que, dentro de las
latitudes bajas y medias, pueden considerarse como relativamente azonales).
Se trata de bosques formados por una veintena de especies que crecen en la franja intermareal, en aguas con un contenido en sal próximo a 3.5%, y que quedan semisumergidos en
cada pleamar. Constituyen por ello un medio absolutamente original que se sitúa en la
transición entre los ambientes terrestres y marinos (sin pertenecer a ninguno de las dos en
sentido estricto) y poblado por algunos animales no menos peculiares que los árboles (como
el Periophtalmus o "pez de los manglares", capaz de trepar a los árboles).
Los manglares alcanzan su mayor desarrollo y diversidad cerca del Ecuador y, en particular,
en Insulindia. En cambio, a medida que aumenta la latitud van perdiendo riqueza hasta
acabar siendo monoespecíficos en sus límites Norte y Sur.
47
Varias especies de mangles disponen de neumatóforos (raíces aéreas) que les permiten respirar a
pesar de que el suelo está permanentemente saturado de agua.
Foto: manglares en el estuario de Daintree River en Australia.
Los géneros más importantes del manglar son Rhizophora, que dispone de raíces fúlcreas y
Avicennia, con raíces respiratorias que salen del suelo pero que no son visibles más que en
bajamar. La mayor parte de las especies muestra un elevado grado de especialización y
exige condiciones muy concretas lo que hace que las masas de las distintas especies se
vayan sucediendo rápidamente a medida que cambia la salinidad, el sustrato o la
profundidad sin aparecer mezcladas en un mismo lugar.
Las nuevas plántulas de Rhizophora mangle se desarrollan sobre el árbol “madre” y no caen al suelo
hasta que no han alcanzado suficiente peso para clavarse en él y no ser arrastradas por la marea.
Foto: Rhyzophora mangle en Pointe des Salines (Martinica).
El factor diferenciador más importante son las mareas: cuanto más alejada de la costa se
sitúe una planta, más tiempo y a mayor profundidad se encontrará sumergida por agua
48
salada en cada pleamar (aunque en las costas de regiones semiáridas la salinidad puede
invertirse a causa de la intensa evaporación y resultar más alta de cara al continente que
frente al oceáno). Ello genera una zonación: las distintas especies se distribuyen en franjas
paralelas a la costa en función de su tolerancia a la sal.
Existen varios tipos de manglares diferenciados:
•
•
•
los MANGLARES COSTEROS, que crecen de cara al mar en costas llanas sin
aportes de agua dulce,
los MANGLARES DE ESTUARIO, en deltas y desembocaduras donde
desempeñan un papel similar al de las marismas de latitudes medias y pueden
adentrarse río arriba bastantes kilómetros,
los MANGLARES DE ARRECIFE, menos importantes, que crecen sobre
arrecifes coralinos.
Las plantas enraizadas en suelos salinos absorben sal y adquieren una cierta suculencia
pareja a una elevación de la concentración de sus jugos celulares: en las hojas de los
manglares se generan así fuerzas de succión del orden de 35-55 atmósferas, mucho más
altas que la presión osmótica del suelo, gracias a la cual las raíces se comportan como un
ultrafiltro que no deja pasar más que agua prácticamente pura.
No se sabe muy bien cómo se realiza la regulación de la concentración salina en muchas
plantas de los manglares. Tal vez el exceso de sales se evita con la caída de las hojas
viejas. En algunos casos, no obstante, el mecanismo parece claro: Avicennia dispone de
glándulas salinas en el envés de las hojas que excretan sal durante las horas de luz. Caso
de no ser lavada por la lluvia, dicha sal cristaliza durante el día en el envés de las hojas y
absorbiendo humedad atmosférica durante la noche acaba cayendo en forma de gotitas.
Los manglares albergan una abundante fauna. Las especies terrestres suelen ser arborícolas
aunque utilizan el medio acuático mientras que las acuáticas han adaptado estrategias para utilizar
los recursos disponibles en los árboles (y a veces son capaces de trepar a ellos).
Foto: grupo de serpientes del manglar en Australia.
Los neumatóforos o raíces respiratorias poseen pequeñas aberturas hidrófobas, permeables
al aire pero no al agua. Cada vez que sube la marea el oxígeno va siendo absorbido por la
respiración de la planta y el CO2, muy soluble, es disuelto y arrastrado por el agua. Ello
produce un cambio de presión gracias al cual, en cuanto vuelve a disminuir la marea, la
planta vuelve a absorber aire y a reiniciar el ciclo.
Son muy curiosas, por fin, las plantas "vivíparas" que inician su desarrollo sobre las ramas
de la "madre". Estas plántulas, que no contienen prácticamente sal en sus tejidos, caen al
49
suelo cuando alcanzan un cierto nivel de desarrollo enraizando entonces rápidamente a la
vez que aumentan su contenido en sales (necesario para poder absorber agua a través de
sus raíces).
Los manglares son ecosistemas de gran interés, muy sensibles a la contaminación y a los
cambios ambientales, que están siendo eliminados en muchos lugares. Esto desequilibra las
costas, da mayor peligrosidad a los ciclones y al oleaje, priva a muchas especies de su
hábitat y conlleva numerosos efectos adversos. La percepción de éstos hechos ha
impulsado a algunas administraciones a intentar su regeneración (actuaciones en Cuba,
Vietnam, Taiwan…). Sin embargo, hasta el momento, los manglares pueden considerarse
como uno de los ecosistemas más amenazados de desaparición.
Los arrecifes coralinos
Los arrecifes coralinos son construcciones sólidas subacuáticas de origen biótico que se
forman en los mares tropicales por la acumulación de corales.
Distribución de los arrecifes coralinos. La escala ha sido muy exagerada para facilitar la
lectura.
Fuente: Elaboración propia a partir de diversas fuentes de dominio público.
Normalmente se sitúan a escasa distancia de la costa (entre algunos cientos de metros y
algunos kilómetros) por lo que actúan como barreras que defienden a los manglares del
oleaje. A su vez, los manglares retienen los sedimentos continentales, adversos al coral, y
sirven de áreas de reproducción y cría de muchas de las especies propias del ecosistema
del arrecife.
La mayor parte del volumen de los arrecifes está compuesta por corales, término que
engloba cientos de especies de pólipos de dimensiones milimétricas capaces de fijar el
calcio existente en el agua oceánica y formar estructuras rígidas con él.
Los corales viven en simbiosis con microalgas, las zooxantelas, con las que mantienen
relaciones de interdependencia. La “arquitectura” de los arrecifes se debe a la construcción
calcárea generada por los primeros y es blanca mientras que los colores vivos de los corales
se deben a los pigmentos de las distintas algas.
Las zooxantelas son organismos fotosintetizadores por lo que necesitan aguas muy
transparentes y no pueden desarrollarse a partir de cierta profundidad limitando las
posibilidades de extensión de los arrecifes coralinos. En cambio, los corales son carnívoros
que se alimentan básicamente zooplancton.
Cuando los pólipos coralinos mueren, la parte orgánica de sus organismos se descompone
50
Los arrecifes aparecen entre la costa y el mar abierto y dependen de ambos medios para
desarrollarse.
Foto: barrera de arrecifes junto a la costa en La Saline (Reunión).
rápidamente pero las estructuras calcáreas que han generado se mantienen y sirven de
soporte a la siguiente generación que se encargará de hacerla crecer un poco más y así
sucesivamente. Cuando este proceso se mantiene inalterado durante largos periodos,
pueden formarse las grandes construcciones calcáreas que conocemos como “arrecifes de
coral”.
Los mayores arrecifes coralinos que existen son la Gran Barrera de coral (Great Barrier
Reef) que se extiende a lo largo de 2600 km en la costa nororiental de Australia, y el Arrecife
Mesoamericano que bordea la costa caribeña entre Yucatán y Honduras durante 700 km.
Sin embargo, arrecifes y bancos de coral de menores dimensiones existen repartidos por
todos los mares tropicales del mundo siempre que sus aguas sean transparentes y tengan
una temperatura comprendida entre 20 y 28 °C.
Construcciones biogénicas, los arrecifes atraen a una gran cantidad de fauna a la que ofrecen una
sorprendente diversidad de microambientes y abundantes recursos tróficos.
Foto: arrecife en Green Island (Gran Barrera de Coral- Australia).
51
Los arrecifes coralinos ofrecen condiciones muy favorables a numerosas especies y su
aparición da lugar a uno de los ecosistemas más productivos y biodiversos de la Tierra.
Buena prueba de ello es que pese a no ocupar más del 1‰ de la superficie total de los
océanos, albergan a más de la cuarta parte de sus especies.
Dado lo anterior, no es posible describir en detalle toda la fauna existente en los arrecifes
pero se puede destacar que en ella aparecen numerosos peces, esponjas, cnidarios,
gusanos, crustáceos, moluscos (incluyendo numerosos cefalópodos), equinodermos (erizos
de mar, estrellas de mar y pepinos de mar), tortugas y serpientes marinas. Sin embargo, los
mamíferos son escasos con la única excepción de algunos cetáceos (delfines…) que los
frecuentan de vez en cuando. Las relaciones entre todas estas especies son muy diversas
pero muchas de ellas se alimentan directamente de los corales o de las algas presentes en
el arrecife aunque la mayoría lo utilizan, simplemente, como refugio o lugar de caza
aprovechando la extraordinaria riqueza biológica que se instala alrededor del arrecife.
Además, en los arrecifes que tienen una parte emergida (como en los atolones), existe un
gran número de aves marinas que explotan esa misma riqueza de posibles presas.
Una cuarta parte de las especies marinas viven en los arrecifes coralinos que constituyen
ecosistemas con sistemas muy complejos de relaciones entre especies.
Foto: Saint Gilles (Reunión).
Hasta una época muy reciente los arrecifes han sido entornos muy poco frecuentados e
insuficientemente conocidos y aún hoy encierran un buen número de interrogantes
científicos. Sin embargo, a lo largo de las dos o tres últimas décadas se ha ido constatando
que la mayoría de ellos está sufriendo una rápida degradación que, caso de mantenerse a
este ritmo, podría acabar con ellos en el próximo siglo.
Lamentablemente, las situaciones que amenazan a los corales son diversas y, en muchos
casos, de difícil solución. Muy exigentes en relación con la calidad y transparencia del agua,
no toleran la contaminación (petróleo, vertidos…) ni el incremento de turbiedad que
producen la destrucción de los manglares, la erosión continental o los dragados. Otras
veces, los problemas son más complejos y derivan de rupturas del equilibrio ecológico en
los arrecifes: las aguas usadas o sobrecargadas de fertilizantes estimulan el desarrollo de
las algas que, al crecer más deprisa que los corales, terminan asfixiándolos.
Pero la amenaza más grave y generalizada está asociada al cambio climático causante de
alteraciones de la temperatura y acidez del agua y, probablemente, del llamado “blanqueo
del coral”. Este último fenómeno puede deberse a distintas causas y la importancia relativa
52
de unas y otras es todavía objeto de discusión. No obstante, se cree que una subida de 1ºC
de la temperatura del agua puede ser suficiente para producirlo.
El blanqueo se traduce en una decoloración de los corales, y del conjunto del arrecife, como
consecuencia de la desaparición de las zooxantelas que viven en simbiosis con los pólipos
lo que inevitablemente conduce a su muerte. Aunque se conocen arrecifes que se han
recuperado tras un proceso de blanqueo, el fenómeno es hoy generalizado y se considera
como la peor amenaza para estos valiosísimos ecosistemas.
La mayoría de los arrecifes están sufriendo un proceso de “blanqueo” que podría estar relacionado
con el cambio climático y contra el que no se conocen soluciones. Si la situación no cambia, al ritmo
actual de destrucción, los arrecifes coralinos podrían desaparecer en las próximas décadas.
Foto: sectores muertos (color blanco) del arrecife coralino de Le Marin (Martinica).
53
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 7. El mosaico de las regiones de montaña
7.1 Caracterización climática, geomorfológica y humana de los medios de
montaña.
7.2 El escalonamiento vertical de las montañas.
7.3. La diversidad de las montañas.
7.4 La adaptación de los sere vivos a las condiciones de montaña.
7.5 Las montañas, islas rodeadas de tierra.
7.6 La vulnerabilidad de los ambientes de montaña: factores naturales y
humanos de estrés
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
7. EL MOSAICO DE LAS REGIONES DE MONTAÑA
7.1 Caracterización climática, geomorfológica y humana de los medios de
montaña
Las áreas de montaña constituyen medios perfectamente diferenciados de sus
entornos respectivos no sólo por su relieve sino también por su clima, geomorfología,
suelos y tipo de ocupación humana. Como consecuencia de ello, contienen ambientes
originales y albergan comunidades de organismos distintas de las del resto de sus
regiones.
Los climas de montaña
Por definición toda montaña conlleva un aumento de la altitud respecto a la llanura
circundante y este hecho, inevitablemente, tiene efectos climáticos. Sin embargo, en
sentido estricto no existe un “clima de montaña” común a todas las cordilleras del
mundo: la altura y el relieve distorsionan localmente las características del clima de
cada región pero muchas de las características esenciales del mismo se mantienen.
De este modo, la montaña media mediterránea no puede entenderse fuera del
contexto de los climas mediterráneos y resulta totalmente distinta de, por ejemplo, la
montaña media oceánica o tropical. No obstante, cuanto mayor sea la altura de una
cumbre más se difuminan los caracteres del clima regional y los factores que
condicionan las posibilidades de la vida en la alta montaña terminan siendo muy
similares en todo el mundo.
2
El primer efecto de la altitud es la disminución de la presión atmosférica de acuerdo
con un gradiente vertical bien conocido.
Altitud (metros)
Presión (Hpa)
0
1013
1000
899
2000
795
3000
701
4000
616
5000
540
Esta disminución de la densidad del aire afecta directamente al metabolismo de los
seres vivos ya que determina la cantidad de oxígeno que pueden absorber con su
respiración (este se reduce algo más del 10% a 1000 metros de altitud pero a cerca de
la mitad a 5500, “techo” aproximado de la mayor parte de las formas de vida y de la
presencia humana “normal” en el Himalaya y en los Andes).
La reducción de la presión va acompañada de un descenso de las temperaturas del
aire de, aproximadamente, -0,6°C/100 m. que corresponde con el llamado “gradiente
térmico” de la atmósfera. Así, a medida que se asciende hacia las cumbres, los
veranos se vuelven más frescos, los inviernos más largos y fríos y el periodo
vegetativo, en consecuencia, se va acortando progresivamente (a razón, en los Alpes
Suizos, de 6/7 días por cada 100 metros de ascenso).
Esta bajada de las temperaturas es común a todas las montañas del mundo aunque el
gradiente varía ligeramente según las regiones (por ejemplo, es mayor en las latitudes
medias que en las tropicales) y la estación (suele ser mayor en verano que en
invierno).
La altitud implica un descenso muy rápido de las temperaturas y, hasta cierta cota, un incremento
de las precipitaciones tal como se puede ver en los climodiagramas de Zugspitze, situado a 2900
metros de altitud en los Alpes alemanes y de Innsbruck, en el Tirol austriaco, a 35 km del primero
pero a tan sólo 570 metros de altura.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público.
En cambio, la transparencia de la atmósfera y su escasa densidad permiten que la
radiación solar incidente sea muy fuerte en las áreas de montaña de forma que,
aunque el aire permanezca frío, el suelo o los objetos expuestos al sol absorben
3
bastante energía y pueden presentar temperaturas que compensan parcialmente el
enfriamiento altitudinal. En las regiones de latitudes medias este hecho genera
importantes contrastes durante las horas diurnas entre las solanas (laderas expuestas
al sol) y las umbrías (laderas que permanecen a la sombra).
En los Pirineos, en abril (época de la fusión nival y del inicio de la primavera), el ángulo
de incidencia de los rayos solares a media jornada es de unos 60º. Ello implica que una
ladera orientada al Sur y con 30º de inclinación reciba perpendicularmente la radiación
solar mientras que, con la misma inclinación, la umbría de esa misma montaña
permanezca a la sombra. En esas circunstancias, la energía recibida en la ladera más
favorecida es diez veces superior a la de la menos soleada lo que inevitablemente se
refleja en la duración del manto nival y en el tipo de vegetación.
Estos efectos relacionados con la exposición desaparecen en las regiones polares o
ecuatoriales donde el sol ilumina ambas vertientes dependiendo de la hora o de la época
del año respectivamente.
En las montañas de latitudes medias la incidencia de la radiación varía mucho dependiendo de la
orientación y ello puede originar grandes diferencias en la cubierta vegetal.
Foto: Vegetación existente a 1200 metros de altitud en la solana y en la umbría (izquierda y derecha respect.) en el valle
del Mapocho en Chile.
Por fin, en situaciones de estabilidad atmosférica es frecuente que el aire frío quede
“aprisionado” en los fondos de los valles a causa de su mayor densidad originando
inversiones térmicas. En estos lugares los inviernos pueden ser más fríos en las zonas
bajas que en las de media ladera circundante alterando la disposición normal de la
vegetación.
Pero las montañas también generan importantes anomalías en la distribución regional
de las precipitaciones: las masas de aire se ven obligadas a realizar importantes
4
movimientos verticales para superar las cordilleras y ello, inevitablemente, propicia la
condensación, la formación de nubes y la aparición de lluvias (o de nieve cuando las
temperaturas son negativas). De este modo, en las áreas de montaña las
precipitaciones son más abundantes que en el resto de la región (y, de hecho, las
regiones más lluviosas del mundo se sitúan casi siempre en ellas).
Las precipitaciones aumentan muy rápidamente al pie de las cordilleras y en sus
tramos inferiores aunque, a medida que se gana altitud, el incremento se va frenando
hasta terminar desapareciendo. Por fin, superado el nivel de las divisorias principales,
los totales disminuyen y la atmósfera se vuelve muy seca lo que hace que las cumbres
más altas reciban habitualmente menos precipitación que las montañas medias
situadas a su alrededor.
En las mayores cordilleras las nubes productoras de lluvia y nieve suelen quedar por debajo de
las cumbres por lo que éstas registran totales de precipitación muy inferiores a los de las zonas
más bajas circundantes.
Foto: cumbres del Everest y del Lhotse sobrepasando en más de 2000 metros la altura de las nubes monzónicas.
Cuando los vientos portadores de humedad proceden siempre de la misma dirección,
algo habitual en las regiones tropicales o en las cadenas montañosas situadas cerca
del mar, el relieve puede causar grandes disimetrías ya que la vertiente a barlovento
recibe la mayor parte de las precipitaciones mientras que la de sotavento está
permanentemente expuesta a los vientos subsidentes y, por tanto, secos. Estas
disimetrías, que inevitablemente repercuten en la cubierta vegetal, hacen que muchas
cordilleras actúen de frontera entre regiones biogeográficas distintas.
Los ejemplos son numerosos y se producen a todas las escalas, desde la de las
mayores cordilleras de la tierra hasta la de alineaciones o, incluso, montañas aisladas de
dimensiones más reducidas:
-
Himalaya: junglas monzónicas del Terai, Sikkim o Bután en su vertiente meridional
frente a los desiertos del Tibet situados al Norte.
5
-
Andes meridionales: bosques hiperoceánicos chilenos frente a las estepas y
semidesiertos argentinos.
Cordillera Cantábrica: bosque caducifolio eurosiberiano en la vertiente Norte,
vegetación mediterránea esclerófila al Sur.
Las montañas retienen las nubes y favorecen la aparición de precipitaciones en las vertientes
orientadas a barlovento mientras que las inhiben a sotavento contribuyendo a originar fuertes
disimetrías bioclimáticas.
Foto: formación de un “mar de nubes” en la vertiente cantábrica desde el Pico Tres Mares (Cantabria-Palencia).
Otro factor climático muy relevante en las áreas de montaña es el viento ya que,
cuanto mayor es la altitud, más intenso y frecuente resulta. De ahí que en las cumbres
aisladas y en algunas cabeceras o divisorias especialmente expuestas se registren los
vientos más fuertes de la tierra, suficientes, a veces, para impedir la presencia de la
mayor parte de los seres vivos.
Por fin, en altura la atmósfera es muy seca lo que influye en el tipo y cantidad de
radiación solar que incide en el suelo (destacando, por su efecto en los seres vivos, un
fuerte aumento de la radiación UV).
El clima de las más altas montañas es extremadamente frío y ha sido frecuentemente
comparado con el de las regiones polares. Sin embargo, pese a compartir muchos de
los factores limitantes para la vida, los climas de ambos tipos de regiones son
distintos: la montaña recibe precipitaciones relativamente abundantes, los ciclos díanoche duran 24 horas en lugar de ser anuales, etc. En las cumbres, donde las
condiciones son extremas, estos hechos no revisten demasiada importancia pero en
altitudes intermedias resultan determinantes para los seres vivos. De ahí que la
equiparación entre montaña y altas latitudes deba hacerse siempre con cautela.
6
La intensidad del viento aumenta mucho en montaña hasta el punto de que en algunas puede
convertirse en el mayor impedimento para la vida y para la presencia humana.
Foto: el Cerro Torre (Patagonia, Argentina), se encuentra en una de las regiones más ventosas de la Tierra.
La geomorfología y los suelos de las áreas de montaña
Las montañas también se diferencian de las regiones llanas circundantes por los
procesos de modelado que tienen lugar en ellas y por las geoformas resultantes:
•
•
•
•
Las pendientes favorecen la eficacia de los procesos que dependen de la
fuerza de la gravedad (como los desprendimientos, los aludes o los
movimientos de ladera)…
…incrementan la capacidad de incisión y de transporte de los ríos (que, al
salvar fuertes desniveles, adquieren gran velocidad y un carácter torrencial).
La elevada frecuencia de los ciclos hielo-deshielo y las bajas temperaturas,
propician que los fenómenos mecánicos, como la gelifracción, se impongan
sobre los químicos (alteración… y con ella, formación de suelos).
Por fin, a partir de cierta altura, la nieve y el hielo tienen una gran importancia y
originan fenómenos originales de gran importancia morfogenética. En algunos
casos, como ocurre con los glaciares, su acción se extiende a las zonas más
bajas por un efecto de “dominancia”: aunque se originan por la acumulación de
nieve en las zonas más elevadas, sus lenguas pueden alcanzar niveles bajos
donde modelan los valles, depositan los materiales que han arrastrado desde
la cabecera y regulan la hidrografía.
7
La montaña es un medio muy dinámico donde las fuerzas constructivas ligadas a la tectónica se
contraponen a las destructivas de los distintos procesos de modelado. La eficacia de la erosión,
dominada por los procesos de tipo mecánico, favorece el afloramiento de la roca desnuda y da
lugar a medios muy hostiles a la vida.
Foto: Macizo Central de los Picos de Europa desde la cumbre de Peña Vieja (Cantabria- España).
Los hechos anteriores explican que la montaña sea siempre un medio muy dinámico
donde las fuerzas constructivas (la tectónica que origina los relieves) y las destructivas
(los procesos de erosión) contraponen sus efectos durante largos periodos de tiempo.
En conjunto, la eficacia de los procesos erosivos es en la montaña muy superior a la
de las zonas llanas y ello produce diversos inconvenientes a los seres vivos que tienen
dificultades para encontrar un soporte estable y adecuado donde fijarse o que carecen
de los recursos que les son necesarios.
Las avalanchas son factores de perturbación
muy importantes que distorsionan la
distribución de las plantas favoreciendo a las
especies pioneras.
Foto: Corredor de avalanchas en el Macizo de Llebreta
(P.N. de Aigües Tortes, Lleida- España).
8
Con todo, las limitaciones más importantes son las relacionadas con las características
de los suelos. De forma general, éstas dependen de la composición de la roca madre y
de la presencia de materia orgánica factores que, en montaña, resultan
extraordinariamente variables.
En las áreas de llanura la roca suele estar recubierta y protegida por una capa de suelo
de forma que su erosión tiene lugar en profundidad a través de procesos químicos
dependientes del agua y que se ven favorecidos por las temperaturas altas. La
descomposición de la roca es el punto de partida de la formación del suelo.
En montaña, sin embargo, la roca aflora en gran parte de la superficie y los agentes de
erosión atacan directamente su superficie dificultando la formación de suelo.
En un medio con fuertes pendientes los ciclos hielo-deshielo y el agua dan lugar a numerosos
procesos de ladera que dificultan la formación y conservación de los suelos.
Foto: lenguas de gelifluxión-solifluxión en el Col de l’Iseran (Alpes-Francia).
A medida que aumenta la altitud la capa de suelo se vuelve más delgada y discontinua
haciendo que las características de la roca madre sean cada vez más determinantes
para las plantas. Por ejemplo, a falta del efecto tampón de la cubierta edáfica, la
existencia de un sustrato calizo o silíceo, resultará cada vez más disuasorio para las
plantas que no sean, respectivamente, calcícolas o silicícolas.
A partir de un cierto momento los suelos dejan de formar una cubierta continua y se
limitan a ocupar los rellanos o concavidades del terreno o, en las situaciones más
extremas, las grietas. Se trata habitualmente de suelos esqueléticos (litosoles,
regosoles…) muy poco desarrollados y extremadamente pobres en humus y en
nutrientes. En el resto de la superficie la roca aflora desnuda.
Estas circunstancias son muy limitantes para las plantas que, salvo excepciones, no
son capaces de instalarse directamente sobre la roca y que deben conformarse con el
escaso volumen disponible de suelo. Allí, y como consecuencia de esta pobreza
edáfica, tendrán que enfrentarse a la penuria de nutrientes, a la frecuente falta de
agua y a una ineficaz protección frente a la intemperie.
9
En altura las condiciones son muy adversas a la formación de suelo, los afloramientos de roca
desnuda dominan el paisaje y la vegetación, de marcado carácter rupícola, no forma un manto
continuo.
Foto: vegetación a 2550 m en Tucarroya (Monte Perdido, Huesca-España)
Los usos humanos de la montaña
Los medios de montaña también resultan originales y muy limitantes para las
actividades humanas ya que el relieve, el clima, la pobreza de los suelos o
determinados procesos geomorfológicos restringen las posibilidades de la agricultura y
dificultan tanto los asentamientos como las comunicaciones.
Las fuertes pendientes dificultan el acceso, favorecen la erosión y limitan las posibilidades de a
agricultura que sólo es posible a costa de un gran esfuerzo humano.
Foto: bancales en Manarola- Cinque Terre (Italia)
10
La agricultura, en particular, no suele ser practicable más que en los fondos de los
valles o en las laderas de menor altitud siempre que el clima sea favorable y muchas
veces a costa de un ingente esfuerzo humano (lo que, en la práctica, compromete su
rentabilidad fuera de las economías poco integradas o de autosubsistencia).
En cambio, en determinadas franjas de altitud, la ganadería encuentra condiciones
favorables gracias a la superior calidad de los pastos que existen (o que se pueden
crear) en la montaña. Por eso, las cordilleras de todo el mundo son el territorio de
culturas pastoriles muy antiguas y perfectamente adaptadas a sus medios respectivos.
Las áreas de pastos constituyen una excepción entre los ambientes de montaña por su
relativa riqueza y productividad. Frecuentadas por abundante ganado a lo largo de
milenios, se benefician de unos aportes orgánicos que han permitido el desarrollo de
suelos muy ricos en humus, fósforo, potasio, nitrógeno u otros compuestos que
favorecen el crecimiento de numerosas herbáceas. Pese a tratarse de ambientes
seminaturales, resultan hoy esenciales para muchas especies salvajes.
Como puede deducirse de lo anterior, la distribución de los usos del suelo y el manejo
del territorio son diferentes en la montaña y en el llano y ello contribuye a diferenciar
aún más sus entornos respectivos ya que las coevoluciones que han experimentado
los ambientes “artificiales” y más “naturales” del llano y de la montaña a lo largo de
todo el Holoceno han sido distintas.
Los medios de montaña son muy vulnerables y las actividades humanas producen
rápidamente impactos que se reflejan en el paisaje durante mucho tiempo. No
obstante, dichas actividades aparecen muy concentradas en los valles y cotas más
bajas decreciendo rápidamente su intensidad a mayor altura. Gracias a ello las áreas
culminantes de las grandes cordilleras se conservan en un estado muy próximo al
primigenio o, sin llegar a tales extremos, mantienen un estado de conservación que las
convierte en grandes reservorios de biodiversidad.
Al carecer de árboles y tener una elevada pluviometría algunas áreas de montaña
proporcionan excelentes pastos capaces de sostener una importante cabaña ganadera.
Foto: Puertos de Áliva, en los Picos de Europa (Cantabria- España).
11
7.2 El escalonamiento vertical de las montañas
Los factores que determinan la originalidad de los medios de montaña, descritos en el
punto anterior, se manifiestan con mayor o menor intensidad sobre el territorio
dependiendo del relieve, de la orientación y, sobre todo, de la altitud. De ellos resulta
que, cuanto mayor es la altura, más difíciles son las condiciones para la vida y, en
consecuencia, menor es la biomasa y la biodiversidad.
Ello genera una zonación altitudinal de la vegetación: mientras que al pie de las
montañas la composición de la cubierta es similar a la del resto de la región, al
aumentar la altitud las diferencias se van acentuando y la vegetación adquiere
caracteres cada vez más originales.
La originalidad de los medios de montaña está siempre asociada a la altitud y los distintos tipos
de ambientes, tanto naturales como culturales, aparecen siempre escalonados formando pisos
bien diferenciados.
Foto: Monte Ida en Creta (Grecia).
Estos cambios se van produciendo paulatinamente y las franjas de transición son
bastante amplias. Ello no impide que en todas las montañas se formen “pisos de
vegetación” (o “pisos bioclimáticos”) con características bien diferenciadas.
Los pisos bioclimáticos reflejan la disposición de la cubierta vegetal y de los
ecosistemas de montaña en función de los climas reinantes en las sucesivas franjas
de altitud. Cada piso bioclimático alberga una serie de comunidades de organismos
que son diferentes en las distintas regiones del mundo pero que, pese a ello,
comparten diversos rasgos esenciales y generan ambientes comparables en todas las
montañas.
Las diferencias que se observan en la zonación altitudinal de las distintas cordilleras
del mundo son de distintos tipos e incluyen
•
Composiciones florísticas diferentes dependiendo del elenco de especies y
ecosistemas presentes en cada región biogeográfica.
La flora de los Andes, por ejemplo, pertenece al reino Neotropical y es totalmente
diferente de la de los Alpes, que están enclavados en el Reino Holártico.
•
Número de pisos existentes, en función de la altitud alcanzada y de la posición
latitudinal de cada cordillera.
En el Himalaya se han definido una docena de pisos, desde un “Tropical inferior”
en las cotas inferiores, hasta el “nival”, por encima de los 6350 m, cota más alta
alcanzada por una planta con flor.
12
Sin embargo, en los Alpes Escandinavos septentrionales apenas es posible
diferenciar tres pisos, desde el equivalente al subalpino en las zonas más bajas
(que en realidad es una tundra arbolada) hasta el nival.
Aunque los factores de estrés pueden ser muy parecidos, las especies y los tipos vegetales
presentes en cada cordillera difieren y, en ocasiones, los paisajes resultantes son totalmente
distintos de los “clásicos” definidos en los Alpes.
Foto: Llareta (Azorella compacta) hacia 4500 metros en Perú.
•
Diferentes límites altitudinales de los pisos en función de la latitud y de la
exposición.
El límite superior del bosque (piso subalpino o equivalentes) se sitúa por encima
de 4000 metros de altitud en los Andes tropicales, cerca de 2000 m en los Pirineos
y desciende hasta el nivel del mar en Escandinavia.
Por otra parte, en una misma cordillera, estos límites pueden ser muy diferentes
en las solanas y en las umbrías.
•
Rasgos climáticos de los distintos pisos altitudinales. La modificación con la
altura de algunos caracteres climáticos difiere según las regiones del mundo.
En las montañas tropicales, por ejemplo, las lluvias pueden ser hiperabundantes a
media ladera y reducirse bruscamente a partir de cierta cota dando lugar a
desiertos de altura. Sin embargo, en las regiones de latitudes medias las
variaciones son menos importantes y las precipitaciones aumentan hasta cerca de
la cumbre reduciéndose muy poco después.
Los pisos bioclimáticos fueron definidos en los Alpes y las demás cordilleras fueron
estudiadas con posterioridad utilizando como referencia a la primera. Ello justifica el
arraigo de la terminología alpina, frecuentemente utilizada, con mayor o menor fortuna,
en otros lugares del mundo.
Los Alpes fueron la primera cordillera cartografiada y estudiada de manera sistemática,
frecuentada por turistas y deportistas y popularizada a través de numerosísimas
imágenes y documentos. No es raro, por ello, que se convirtiera en la montaña por
antonomasia y que diversos conceptos se acuñaran aquí antes de trasladarse a otros
lugares del mundo. Eso explica que hablemos de la práctica del “alpinismo”, de “esquí
alpino”, de “paisajes alpinos” o de “plegamiento alpino” sin hacer necesariamente alusión
a la cordillera europea.
Incluso, cuando en algunas regiones del mundo se utilizan (o se han utilizado) términos
como “pirineismo”, “andinismo” u otros similares, lo que se hace es, simplemente,
sustituir una palabra por otra sin cuestionar su significado real (que puede quedar muy
distorsionado ya que se utiliza para designar realidades distintas)
13
Los límites altitudinales de los pisos varían en función de la latitud y del tipo de clima regional.
De este modo, las nieves y hielos permanentes aparecen a algunos cientos de metros de
altura en las montañas del contorno ártico pero puede situarse por encima de 6000 metros en
los Andes tropicales.
Foto: Nevado Illimani (6402 m) en Bolivia.
Sin embargo, poco a poco han ido proponiéndose secuencias y designaciones
adecuadas a las diferentes regiones biogeográficas del mundo (aunque todavía no
existe un total acuerdo sobre las mismas lo que inevitablemente produce cierta
confusión terminológica).
En los Alpes y en la mayor parte de la región Eurosiberiana se observan
sucesivamente, y en orden descendente, los siguientes pisos (la siguiente “cliserie”):
Las cumbres más altas están cubiertas por hielo o nieves permanentes y las condiciones que
reinan en ellas hacen prácticamente imposible la presencia permanente de seres vivos.
Foto: Vallée Blanche en el macizo del Mont Blanc (Alpes- Francia).
PISO NIVAL: registra una temperatura anual próxima o inferior a 0ºC y la nieve que se
recibe cada año no siempre se funde. Por eso, gran parte de su superficie está
cubierta por nieve o hielo durante la mayor parte del tiempo y la roca aflora desnuda.
Los veranos son muy cortos y la estación vegetativa es muy breve e irregular.
14
En el piso nival existen muy pocos lugares
aptos para las plantas ya que la mayor parte
de la superficie está permanentemente
cubierta de nieve y la roca, que aflora
desnuda, carece de cubierta edáfica.
Foto: Aiguille du Midi a 3800 metros (Alpes, Francia).
Los organismos residentes capaces de vivir a mayor altura son líquenes que se fijan
directamente sobre la roca. Junto a ellos se pueden ver algunos insectos, que
normalmente han llegado arrastrados por el viento, y un limitado número de aves que
frecuentan estas alturas aunque dependen de recursos situados en niveles más bajos.
No obstante, la densidad de todas estas formas de vida es muy baja y el medio da la
impresión de estar vacío.
Los seres capaces de vivir a mayor altura son líquenes, organismos simbióticos (alga+hongo)
excepcionalmente resistentes a las condiciones adversas. La protección frente a la desecación
y la radiación solar que aporta el hongo y la capacidad de fotosíntesis del alga otorgan al
simbionte características únicas entre los seres vivos. Su crecimiento es extremadamente lento
pero eso se compensa con una sorprendente longevidad.
Foto: roca tapizada por líquenes en las cumbres de Picos de Europa.
15
A veces, dependiendo de la temperatura e innivación, puede diferenciarse un piso
subnival, donde el balance es ya favorable a la fusión y donde la productividad, aun
siendo extremadamente reducida, aumenta. En estos lugares la cubierta vegetal es
discontinua e incluye varios grupos de plantas vasculares que adoptan formas
rastreras y almohadilladas adaptadas al viento y a los cambios bruscos de humedad y
temperatura. Las hojas son duras y las flores muy pequeñas pero de colores vistosos.
Abundan las plantas fisurícolas (que se instalan en las grietas de las rocas) y
glerícolas (capaces de vivir entre los clastos no consolidados de los conos de
derrubios). Entre los géneros más habituales se encuentran Ranunculus, Saxifraga,
Gentiana...
En las zonas más altas las grietas son los
lugares más favorables para el desarrollo de
las plantas ya que ofrecen protección frente a
la radiación y al viento y quedan protegidas de
los fríos extremos al quedar cubiertas por la
nieve durante gran parte del año. Además,
conservan bien la humedad y favorecen la
acumulación de partículas y la formación de
suelo.
Foto: diaclasa ocupada por vegetación en el piso
alpino.
PISO ALPINO: situado por debajo del anterior, se caracteriza por tener inviernos
extremadamente fríos (T media de las mínimas del mes más frío < -7ºC) y veranos
breves y frescos durante los que pueden producirse algunas nevadas. Sin embargo,
las temperaturas medias anuales se sitúan ligeramente por encima del punto de
congelación por lo que la nieve suele fundirse totalmente y, si bien los suelos
permanecen congelados durante gran parte del año, existe una breve estación
vegetativa que resulta suficiente para numerosas plantas.
La vegetación característica está formada por comunidades pratenses que recubren
con un tapiz continuo las superficies más favorables e incluye algunas leñosas de bajo
porte: piornos, rododendros, enebros u otros arbustos enanos… No obstante, existen
amplias extensiones de roca desnuda o de derrubios en las que sólo pueden instalarse
algunas pequeñas plantas rupícolas y muy especializadas similares a las descritas en
el piso nival.
Por sus condiciones y características biogeográficas presenta bastantes similitudes
con la tundra con la que comparte un cierto número de taxones.
16
En el piso alpino las áreas más llanas y con buen drenaje permiten el desarrollo de suelos y
están ocupadas por praderas naturales mientras que en las zonas menos favorables
predominan los afloramientos rocosos o las pedreras salpicadas por pequeñas plantas
rupícolas .
Foto: Grand Galibier desde el Col du Lautaret (Alpes, Francia).
PISO SUBALPINO: constituye una franja de ecotono (transición entre dos tipos de
ambientes) entre la alta montaña, donde sólo existe vegetación herbácea, y la
montaña media forestal. Sus inviernos siguen siendo muy fríos (T medias de las
mínimas ≈ -5ºC) pero la media de los meses más cálidos roza 10ºC, isoterma que
coincide con el límite natural de los bosques.
Las praderas alpinas y subalpinas se van enriqueciendo en diversidad y biomasa a medida que
disminuye la altitud.
Foto: floración en las praderas seminaturales de la Sierra de Aisa (Pirineos, Huesca- España).
17
En sus sectores más altos la vegetación es predominantemente herbácea y forma
buenos prados naturales aunque también incluye algunos árboles dispersos y, en los
emplazamientos más favorables, bosquetes de árboles raquíticos y muy atormentados
por efecto de la nieve y el hielo. En algunos casos aparecen algunos árboles o
arbustos enanos (similares a los de la tundra). En cotas más bajas aparecen, por fin,
auténticos bosques de coníferas (abetos, distintos pinos de montaña...) o de abedul.
El límite superior del bosque es bastante neto: a partir de una determinada altitud el
crecimiento de los árboles parece detenerse y se forma una estrecha franja con
individuos dispersos y raquíticos que, rápidamente, dará paso a su vez a las
formaciones abiertas de altura. Este límite está determinado por la conjunción de
- veranos cortos (cuando no alcanzan los tres meses las acículas no tienen
tiempo de crecer y de producir una cutícula protectora)
- e inviernos prolongados y con fuertes heladas que se prolongan mucho más
allá del momento en que funde la nieve (y desaparece con ello su efecto
protector).
Pasado el verano las plantas de estos lugares se protegen de las heladas acumulando
azúcar en sus células, reduciendo su contenido en agua y endureciéndose. Sin
embargo, las partes que sobresalen de la nieve se ven expuestas a una fuerte
deshidratación que la planta no puede compensar al estar toda el agua disponible
congelada. Ello favorece a las plantas bajas (hierbas, pequeños arbustos), que quedan
bien protegidas por la nieve frente a las más altas, incapaces de defenderse
adecuadamente.
El límite superior del bosque coincide con una franja de ecotono muy cambiante en función de
las fluctuaciones climáticas pero también de la acción humana. En la mayor parte de las
montañas se sitúa a una altitud inferior a la “natural” como consecuencia de la presión
ganadera aunque, a medida que ésta se reduce, los árboles tienden a recuperar el terreno
perdido.
Foto: límite superior del bosque en el pico Sayerri (Pirineos, Huesca- España).
PISO MONTANO: corresponde a una franja en la que todos los meses tienen
temperaturas medias positivas. Los inviernos son moderadamente fríos y registran
frecuentes nevadas pero los veranos son cálidos, las precipitaciones bastante
18
copiosas y la estación vegetativa prolongada favoreciendo la existencia de una
importante biomasa vegetal.
El piso montano está ocupado por bosques capaces de soportar condiciones más duras que
las existentes en las llanuras circundantes. Habitualmente están compuestos por coníferas y
presentan ciertas similitudes con la taiga aunque en sus niveles inferiores también pueden ser
planocaducifolios.
Foto: abetal de la mata de Valencia (Pirineos, Lleida- España).
Gracias a ello el piso montano está ocupado por extensas masas forestales,
generalmente de coníferas pero también, localmente, de especies planocaducifolias.
En Europa forma una franja prácticamente ininterrumpida desde la Cordillera
Cantábrica hasta los Cárpatos en la que, dependiendo de la continentalidad y de la
altura, aparecen bosques caducifolios de haya o roble (Fagus sylvatica, Quercus spl),
o de alerces (Larix decidua), abetales (Picea abies, Abies alba) o varios tipos de
pinares (Pinus cembra, Pinus mugo …).
Comparte numerosas características biogeográficas con el bosque boreal de coníferas
con el que además guarda un notable parecido visual.
PISO COLINO: situado en los primeros cientos de metros sobre el nivel de la llanura,
disfruta de condiciones muy similares a ella aunque se beneficia del incremento de las
precipitaciones que genera la montaña. Suele contener buenos suelos forestales y
está ocupado por bosques caducifolios (hayedo, robledal...) muy parecidos a los de
regiones oceánicas o continentales contiguas.
Por fin, el nivel de la llanura es designado a veces como piso “basal” a efectos
comparativos. Su cubierta vegetal es la propia de la región en la que se sitúa la
montaña y, teóricamente, no está influida por ella.
19
7.3 La diversidad de las montañas
En cada región del mundo se han descrito series de pisos diferentes. Los indicadores
florísticos utilizados son distintos en cada caso ya que las plantas presentes no son las
mismas y los umbrales termométricos tampoco coinciden exactamente. No obstante,
las características de las formaciones vegetales que se van sucediendo en altura en
las distintas cordilleras presentan un paralelismo bastante importante y pueden
establecerse equivalencias aproximadas entre los pisos de las distintas regiones.
Por ejemplo, en la Región Mediterránea, los pisos más comúnmente aceptados son
los siguientes (propuesta de Rivas-Martínez, 1981):
REGIÓN MEDITERRÁNEA
Equivalencia aprox.
REGIÓN EUROSIBERIANA
Nival
Crioromediterráneo
Alpino
Oromediterráneo
Subalpino
Supramediterráneo
Montano
Mesomediterráneo
Colino
Termomediterránao
--
Las características del relieve, de los climas y la composición de la flora y fauna
regionales difieren en las distintas cordilleras lo que, en la práctica, convierte a cada
una de ellas en un caso único. No obstante, existen una serie de rasgos básicos que
se repiten en cada macrorregión del mundo y que nos permiten hablar, por ejemplo, de
“montañas tropicales”, “mediterráneas”, “polares” u otras.
20
Pese a compartir sus rasgos esenciales,
los pisos de vegetación adquieren
características, composiciones e incluso
fisonomías propias en cada región del
mundo.
Foto: bosque de niebla con robles y rododendros
a 3000 m en Taktshang (Himalaya, Bután).
En las montañas tropicales es donde las cliseries de vegetación se alejan más de la
alpina clásica. Ello se debe en buena medida al hecho de que en estas regiones se
encuentran algunas de las mayores cordilleras de la tierra (Andes, Himalaya …) junto
a elevaciones que, apareciendo más aisladas, destacan muy netamente de su entorno
inmediato (Kenya, Kilimanjaro…) lo que da lugar a una variedad extrema de
situaciones y a fuertes contrastes paisajísticos en distancias muy cortas. Pero también
se debe a las grandes diferencias existentes entre los climas de las latitudes medias y
bajas:
La amplitud térmica es muy pequeña, como corresponde a las regiones intertropicales,
por lo que la estacionalidad es insignificante en las montañas próximas al Ecuador y
sólo aparece en las tropicales (aunque asociada a los ciclos de las precipitaciones y
no a las temperaturas).
Por otra parte, el efecto de la exposición en las temperaturas es poco importante ya
que el ángulo de incidencia de la radiación solar es siempre elevado y el balanceo
estacional del sol impide la existencia de auténticas umbrías. Sin embargo, la gran
regularidad de los vientos tropicales hace que las precipitaciones aparezcan muy
concentradas en una única vertiente y ello da lugar a disimetrías pluviométricas muy
fuertes.
Desde la base hacia las cumbres, estas montañas incluyen los siguientes pisos (o
grupos de pisos, puesto que cada uno de ellos puede subdividirse en varios niveles
distintos):
•
Bosques submontanos: situados inmediatamente por encima del nivel basal,
son menos biodiversos que los bosques de la llanura y su estructura es más
sencilla (dos estratos de árboles como máximo). Su interior es más luminoso
permitiendo un mayor desarrollo del sotobosque.
21
Los pisos inferiores de las montañas de bajas latitudes disfrutan de temperaturas muy
benignas y de una elevada pluviosidad. Gracias a ello bosques con rasgos y composición
típicamente tropicales son capaces de alcanzar cotas bastante altas.
Foto: valle del Trisuli, primeros escarpes del Himalaya en Nepal.
•
•
Piso montano: es el más húmedo y suele situarse a media ladera, entre 1.500 y
3.000 metros, donde la coincidencia de lluvias muy copiosas y nieblas
persistentes explica la aparición de bosques umbrófilos muy exuberantes y
originales (“bosques de niebla”/ “cloud forests”).
Los árboles son muy variados, tienen dimensiones moderadas y no forman
más que un único estrato. Sus troncos y ramas aparecen tapizados por
abundantes plantas epífitas (musgos, líquenes, helechos, bromeliaceas,
orquídeas, etc).
Piso “subalpino” (subandino” o equivalentes). En sus niveles inferiores alberga
bosques mixtos de caducifolios y coníferas con abundantes rododendros. Sin
embargo, muy pronto, los árboles desaparecen, incapaces de soportar el frío y
el viento, y las ericáceas (rododrendros, brezos…) se convierten en las plantas
dominantes.
El límite superior del árbol se sitúa a altitudes comprendidas entre 2.700 y
4.000 metros (Hawaii y México respectivamente).
22
La vegetación del piso “subalpino” de las montañas tropicales es mucho más variada que la
de las europeas. En su tramo inferior suele estar dominada por bosques mixtos.
Foto: piso “subalpino” inferior, hacia 3000 m alt. en la zona de Dochhu La (Hiumalaya- Bután). Bosque de
robles y abetos con pino (Pinus wallichiana) y rododendro (Rhododendron arboreum).
•
•
Piso alpino (“andino” o equivalentes): carece de las típicas praderas
supraforestales de las alturas eurosiberianas aunque su aspecto varía mucho
dependiendo de la humedad:
Las montañas secas son muy pobres y están recubiertas por estepas de
gramíneas (como el ichu del altiplano andino) o formaciones abiertas
semidesérticas.
En las húmedas, como en los “páramos” de los Andes septentrionales, la
vegetación es mucho más variada e incluye numerosas especies arbustivas de
aspecto y ecología muy peculiares
Por fin, a partir del piso subnival, que aparece en torno a 5000 metros de
altitud, las condiciones no difieren significativamente de las descritas en las
demás latitudes y las formas de vida presentes son bastante similares.
A sotavento de las grandes alineaciones y por encima del piso “alpino” es
frecuente que se agudice la aridez permitiendo la aparición de una vegetación
esteparia o de desiertos de altura.
Foto: Abra de Patapampa (4800 metros) en los Andes peruanos.
23
7.4 La adaptación de los seres vivos a las condiciones de montaña
Como ya se ha dicho, todo aumento de altitud conlleva la aparición de condiciones que
evocan las de latitudes más altas y los seres vivos se han adaptado a ellas de un
modo similar a como lo hacen en las regiones más frías (para información más
completa véase el capítulo dedicado a las regiones frías de altas latitudes).
La brevedad del periodo vegetativo hace que muchas plantas no dispongan del tiempo
necesario para desarrollar sus ciclos completos en un año. Eso favorece a las
herbáceas perennes (geófitos, hemicriptófitos…) que almacenan reservas en sus
órganos subterráneos y que en muchos casos recurren a una reproducción vegetativa.
En cambio, superada una determinada altura, las plantas anuales tienen muchas
dificultades para sobrevivir.
Este factor, junto a la pobreza del suelo, a la dificultad para obtener nutrientes y al
efecto inhibidor de la intensa radiación solar y UV, explican las pequeñas dimensiones
de las plantas de montaña por encima del piso montano. Por eso, tanto los árboles
situados en el límite superior del bosque como los matorrales y hierbas crecen muy
poco y conservan durante toda su vida un tamaño menor al que sería habitual en la
llanura circundante.
La reducción de tamaño impide a estas plantas “descender” a pisos más bajos donde
estarían rodeadas por otras mucho más grandes con las que no serían capaces de
competir. Sin embargo, en altura es una estrategia eficaz para aprovechar el calor del
suelo y defenderse tanto del viento como del frío excesivo invernal a través de la capa
de nieve (que es un excelente aislante térmico).
Las plantas de los pisos superiores tienen que enfrentarse a la escasez de agua por lo que
adoptan frecuentemente rasgos xeromorfos como la suculencia.
Foto: Sempervivum montanum en el macizo de Peña Labra (Cantabria- España).
Por otra parte, las plantas tienen que soportar situaciones de déficit hídrico a lo largo
de todo el año: en verano porque el escaso espesor del suelo limita las reservas y en
invierno porque el agua se congela y no puede ser absorbida por las raíces. Esta
situación es agravada por la elevada insolación y extraordinaria capacidad desecante
del aire en montaña y obliga a las plantas a adoptar rasgos xeromorfos: reducción de
24
la superficie transpirante (tallos- hojas) y del número de estomas, protección mediante
pubescencia, engrosamiento de la cutícula, densificación de los líquidos celulares, etc.
Gracias a estas medidas los vegetales mejoran su capacidad de absorción y reducen
las pérdidas de agua a costa de ralentizar aún más sus ciclos vitales.
Por fin, abundan especialmente las flores, pequeñas pero muy vistosas para llamar la
atención de los insectos polinizadores.
A partir de cierta altura el frío se convierte en un importante obstáculo para los
animales:
+ Los poiquilotermos (animales de “sangre fría”) se enrarecen y desaparecen
rápidamente (con la excepción de los insectos que al tener una vida muy corta pueden
acomodarse a la extrema brevedad de los veranos y que muchas veces son
transportados hacia las cumbres por el viento).
+ Los homeotermos soportan mejor las bajas temperaturas y al tener mayor
corpulencia pueden desplazarse con más facilidad entre los pisos superiores e
inferiores de la montaña y refugiarse en las áreas más benignas durante las
estaciones desfavorables. Algunos, como la marmota, recurren al letargo invernal pero
la mayor parte se defienden con buenas pieles y se mantienen activos bajando a cotas
que les permitan encontrar alimento.
Por último, algunos animales se han adaptado bien a la falta de oxígeno
incrementando la capacidad de su corazón y pulmones así como el contenido en
glóbulos rojos de su sangre. No obstante, su “techo” altitudinal depende de otros
factores externos, tales como la escasez de recursos alimentarios y, generalmente, su
número se reduce drásticamente por encima del piso alpino.
La reducción del tamaño y la disposición formando un tapiz de las plantas de montaña son
estrategias muy eficaces para enfrentarse al frío y a los inconvenientes de un crecimiento muy
lento.
Foto: Alchemilla alpina en Lautaret (Alpes- Francia).
25
7.5 Las montañas, islas rodeadas de tierra
Desde un punto de vista biogeográfico, las montañas se comportan como islas. En
ellas reinan unas condiciones muy difíciles y totalmente distintas de las del entorno lo
que las convierte en un “mundo aparte” para la mayoría de los seres vivos.
Los animales y plantas que viven en las zonas más altas han logrado acomodarse a
esas condiciones peculiares tras una evolución que les ha convertido en organismos
sumamente especializados y que les ha dotado de recursos y estrategias adecuados
para soportar simultáneamente el frío, la nieve, el viento, la falta de agua, la escasez
de suelo y la elevada radiación. Gracias a ello ningún otro organismo carente de todas
estas adaptaciones es capaz de desbancarles en los ambientes de montaña que
constituyen su territorio y donde se encuentran a salvo de la competencia externa.
Sin embargo, esta ultraespecialización conlleva la adquisición de una serie de
caracteres que se convierten en inconvenientes en otras regiones no sometidas a las
duras condiciones de montaña: las plantas son pequeñas, crecen muy despacio,
soportan mal el calor (o, incluso, la falta de frío), requieren mucha luz… y ello les sitúa
en una posición de inferioridad competitiva en la llanura donde, en la práctica, no son
capaces de instalarse.
Lo anterior implica que las poblaciones de cada cordillera se encuentren aisladas y no
son capaces de extenderse por sus propios medios hasta otras montañas distintas
atravesando áreas bajas intermedias. Por eso, a corto plazo, la dispersión sólo es
posible cuando existe un transporte de semillas a larga distancia por parte de aves
migratorias o muy divagantes o, a veces, por parte del viento aunque la probabilidad
de éxito es siempre ínfima.
No obstante, a largo plazo, la vegetación de montaña consigue “comunicarse” con la
de las demás regiones: dado que los pisos de vegetación se explican por el clima y
que sus límites suelen coincidir con umbrales muy precisos de temperatura, humedad
o insolación, cualquier cambio climático repercute de forma inmediata en la
distribución potencial de la vegetación de montaña. Así, una diferencia de 1ºC hace
subir o bajar más de 150 metros los límites altitudinales de cada piso.
Si lo que se produce es un enfriamiento, los ecosistemas de montaña se extienden
paulatinamente hacia altitudes más bajas hasta, en los casos extremos, instalarse en
el llano (en el que las condiciones acaban siendo similares a las que anteriormente
hubo en las cumbres). Eso es lo que ocurrió a lo largo del Pleistoceno cuando la
vegetación de latitudes altas se vio una y otra vez obligada a migrar hacia el Sur a
causa del frío hasta quedar detenida por alguna cadena montañosa al tiempo que la
vegetación de montaña descendía hasta el llano por la misma razón (véase el capítulo
2.3: Los cambios de distribución en el tiempo). En cada ocasión, ambos tipos de
cubiertas vegetales se fundían en una única hasta la llegada del siguiente
calentamiento que obligaba a las plantas a retornar a sus regiones de origen o a las
zonas más altas, y menos calurosas, de montaña.
Cuando se produce un calentamiento ocurre lo contrario y la fauna y vegetación de
montaña ganan altura buscando el frescor necesario. Mientras tanto, las plantas de la
llanura van extendiéndose a su costa en los niveles inferiores. Esta situación
constituye un riesgo importante para las comunidades de montaña que van
disponiendo de menor superficie a medida que ascienden y que, alcanzada la cumbre,
no pueden seguir haciéndolo y pueden desaparecer “engullidas” por el avance de las
que les siguen.
Por esta razón, la flora de montaña se ha enriquecido en cada uno de los periodos
fríos gracias a la incorporación de taxones procedentes de latitudes más altas y se ha
26
empobrecido en los cálidos, durante los cuales ha permanecido aislada y acantonada
en superficies muy reducidas.
La alternancia de los periodos glaciares e interglaciares ha ido acompañada de
desplazamientos en latitud y altitud de los diferentes biomas y ha enriquecido a los medios de
montaña con especies procedentes de latitudes altas.
Fuente: elaboración propia.
En América la situación es algo distinta ya que la disposición Norte-Sur de las
principales cordilleras favorece los desplazamientos de las distintas especies durante
los cambios climáticos y la mayoría de los organismos puede emigrar en latitud sin
necesidad de cambiar de altitud reduciendo la vulnerabilidad de las distintas
comunidades frente a los cambios climáticos.
Estos contactos cíclicos que han tenido las comunidades de montaña con las de los
biomas situados en latitudes más altas explican en buena medida sus similitudes:
numerosas plantas y animales del piso alpino tienen su origen en la tundra, otras
tantas del montano proceden del bosque boreal y así sucesivamente. De ahí que
muchos taxones se encuentren en una o más cordilleras de latitudes medias y, al
mismo tiempo, en regiones frías bastante alejadas de ellas. En tales casos se habla de
áreas de distribución “boreoalpinas”.
Ranunculus glacialis, por ejemplo, es una de las plantas capaces de instalarse a mayor
altitud en los Alpes ya que ha sido observada a 4300 metros. Ausente en los niveles
bajos, existe también en Sierra Nevada, Pirineos y Cárpatos y en el entorno Ártico Féroe,
Jan Mayen, Islandia, Groenlandia...
Sin embargo, dadas las diferencias ambientales que existen entre las regiones de
montaña y las de latitudes altas, las pequeñas poblaciones aisladas en los macizos
montañosos van a evolucionar con independencia de cómo lo haga la “población
madre” y, muy rápidamente, van a dar lugar a especies nuevas. Esto explica lo
abundantes que son los endemismos en las áreas de montaña. Como regla general,
cuanto más alejadas se encuentren dos poblaciones y más hayan cambiado sus
medios respectivos a lo largo del tiempo, más probable es que se produzca una
divergencia evolutiva y, con ella, la diferenciación de nuevas especies.
27
Las especies boreoalpinas presentan una distribución disjunta al aparecer simultáneamente en
el entorno Ártico y en las montañas de latitudes medias. El Edelweiss (Leontopodium alpinum)
existe prácticamente en todas las altas montañas eurasiáticas y es el símbolo de muchas de
ellas (foto).
28
7.6 La vulnerabilidad de los ambientes de montaña: factores naturales y
humanos de estrés
Al ser territorios poco favorables para las actividades humanas la mayor parte de las
cordilleras han permanecido relativamente vacías y, gracias a ello, son espacios
menos transformados que las áreas circundantes. Eso explica que muchas de ellas
sean hoy auténticas reservas de biodiversidad y el último reducto de numerosas
especies y ecosistemas.
Por eso, nadie discute hoy el excepcional valor ambiental de la montaña ni que ese
patrimonio, amenazado por los nuevos usos del territorio y por su cada vez mayor
accesibilidad, debe ser protegido. De hecho, junto a algunas grandes creaciones
causantes de fuertes impactos de los que todo el mundo es consciente (estaciones de
esquí, infraestructuras hidroeléctricas o mineras…) se han ido popularizando durante
los últimos años una serie de actividades “de contacto con la naturaleza” que, pese a
su apariencia anodina o incluso “verde”, originan importantes problemas ambientales.
Es el caso del senderismo, bicicleta de montaña, escalada u otras que, cuando son
practicadas por un número excesivo de personas, superan la capacidad de acogida
del medio y pueden producir impactos irreversibles en el mismo.
El problema no se produce sólo en las montañas de los países más ricos y se ha
extendido a los macizos más emblemáticos de todo el mundo: cada año cerca de 50.000
personas inician un “trekking” en el Annapurna y 20.000 lo hacen hacia el campamento
base del Everest. La acumulación de basura, residuos fecales y la presión sobre la leña
que se utiliza como combustible constituyen hoy gravísimos problemas que el gobierno
nepalí no es capaz de resolver y que, dada la escasísima capacidad de respuesta de
esos medios extremos, seguirán siéndolo durante mucho tiempo aún en el caso de que
tales rutas dejaran de frecuentarse.
Los ambientes de alta montaña atraen a un número cada vez mayor de visitantes que buscan el
contacto con la naturaleza. Sin embargo, se trata de medios extremadamente frágiles que
soportan muy mal una fuerte presencia humana.
Foto: senderistas en los Picos de Europa.
En este sentido, los responsables de la gestión de los medios de montaña se
enfrentan a una contradicción insalvable: a la necesidad de preservar unos retazos de
naturaleza de excepcional valor se opone la presión de los agentes implicados en las
actividades de ocio deseosos de “poner en valor” la montaña y de ofrecer cada
temporada “nuevos destinos” a sus clientes mientras que estos, a su vez, exigen cada
29
vez más facilidades para acceder a esos lugares o para “ejercer su derecho” a
disfrutar de la naturaleza.
Un problema añadido es el carácter selectivo de la presión: las especies amenazadas,
ecosistemas únicos y cumbres o áreas presuntamente “inexploradas” o reputadas como
“difíciles” se convierten siempre en el símbolo de las regiones que las albergan y en su
mejor reclamo turístico. Muchas veces, esas especies o ecosistemas han ido
desapareciendo por resultar incompatibles con la presencia humana pero, al ser
escasas, se convierten en un motivo de atracción para mucha gente que quiere ver,
cazar o poseer uno de esos animales o plantas agravando su situación y acelerando su
declive.
Algunos de los ambientes presentes en montaña, como gran parte de sus praderías, se deben
a la presencia humana. Sin embargo, su posible desaparición como consecuencia del declive
de muchas actividades tradicionales supone una pérdida ya que diversifican los hábitats
disponibles para las especies y contribuyen a la biodiversidad regional.
Foto: praderas subalpinas en Aisa (Pirineos, Huesca-España).
Aunque la mayor parte de la superficie de los grandes macizos montañosos todavía
permanece fuera de los circuitos turísticos o deportivos, el aumento de la presión (que
también se debe a otros muchos usos) es generalizado.
Por otra parte, en los países más ricos la agricultura y ganadería tradicionales han
dejado de ser rentables en las áreas de montaña. Ello está originando importantes
trasvases de población y cambios muy rápidos en los usos del suelo. En
consecuencia, gran parte de los pastos de altura y de la agricultura en ladera están
desapareciendo y la explotación del bosque se reduce mientras que la presión se
intensifica en los fondos de valle. Todo ello está originando cambios muy rápidos en el
paisaje y da lugar a situaciones nuevas que en unos casos parecen positivas para la
conservación de la biodiversidad pero que en otros constituyen amenazas muy serias
ya que la presencia humana es muy antigua, numerosas especies se han beneficiado
de ella y no se puede saber cuál será el balance a medio plazo de todas estas
mutaciones.
Pero los interrogantes no sólo proceden del ámbito humano ya que el mosaico de
ambientes que existe en montaña depende del clima y difiere en cada tramo de altitud
y ladera por lo que, tal como se ha dicho más arriba, un cambio en cualquiera de los
factores del clima repercute inmediatamente en la distribución de la vegetación. De ahí
que el calentamiento que está produciéndose en la actualidad, que es mucho más
rápido que los que se produjeron a lo largo del Cuaternario, se haya convertido en la
30
principal amenaza para numerosas especies que dependen de los ambientes de
altura.
PISO
USO TRADICIONAL/
INTENSIDAD
PRESIÓN
ALPINO
>2200 m
SUBALPINO
1600- 2200m
USO ACTUAL/
INTENSIDAD DE LA
PRESIÓN
TURISMO
PASTOS
PASTOS
MONTANO
1000- 1600m
PRADOS
FORESTAL
CULTIVOS
INFRAESTRUCT.
ABANDONO
PRADOS
PRADOS
FORESTAL
NÚCLEOS
CULTIVOS
INFRAESTRUCTURAS
NÚCLEOS
Cambios en los usos y en la intensidad de la presión que sufren los distintos pisos de montaña
en la montaña cantábrica.
COLINO
500- 1000 m
El hecho afecta a todas las montañas del mundo y adquiere formas distintas:
•
•
•
•
•
Desaparición de la nieve y de los glaciares (y, por tanto, reducción de los
caudales y del agua disponible en primavera).
Modificación de la intensidad y localización de diversos procesos
geomorfológicos capaces de influir en la distribución de los seres vivos.
Desplazamiento altitudinal de muchos animales y plantas. Ello desorganiza el
sistema preexistente de relaciones interespecíficas ya que no todas las
especies responden del mismo modo y reduce la superficie de los pisos
situados en las zonas más altas hasta causar su desaparición.
Alteración de los calendarios naturales o del comportamiento de muchas
especies (pero no de todas, lo que produce desajustes entre ellas).
Aparición de condiciones más favorables para la presencia humana o la
explotación de las áreas de montaña.
Al tratarse de una situación muy reciente se carece de la perspectiva histórica
necesaria para conocer el alcance real de los problemas observados y en numerosas
ocasiones es difícil demostrar la existencia una relación causa-efecto entre ellos y el
cambio climático. No obstante, las observaciones que se van multiplicando en todas
las montañas del mundo son coincidentes y demuestran que nos encontramos ante
una situación sin precedentes que está acarreando importantísimos cambios
ambientales en ellas.
31
Biogeografía
© Juan Carlos García Codron
Tema 8. Los ambientes artificiales
8.0 Introducción: los ambientes artificiales.
8.1 Los ecosistemas agrarios.
8.2. La vida en las ciudades.
8.3 Efectos de los desastres de origen humano.
8.4 Las consecuencias ambientales de los conflictos armados.
8.5 Vida y diversidad: dos caras de una misma moneda
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
8. LOS AMBIENTES ARTIFICIALES
Desde su aparición, y a lo largo de la mayor parte de su historia, los sucesivos grupos
humanos obtuvieron los recursos necesarios para su supervivencia compitiendo con el
resto de los animales que explotaban idénticos nichos ecológicos. La población era
muy reducida y formaba pequeños grupos divagantes que se repartían por la mayor
parte de los continentes por lo que la caza, pesca o recolección practicada por ellos,
no demasiado diferente de la otros animales, era un elemento más de la compleja red
de relaciones y flujos presentes en los ecosistemas.
Sin embargo, nuestra especie contó con una serie de atributos que le permitieron
imponerse a las demás: una inteligencia superior, la capacidad para comunicarse
mediante el habla y un par de manos extraordinariamente versátiles que, gracias al
bipedismo, quedaron “liberadas” para todo tipo de usos.
Ninguno de estos atributos es estrictamente humano ya que, en menor o menor grado,
aparecen en otros animales pero sí lo son su desarrollo y la coincidencia de los tres (que
permite un perfeccionamiento continuo gracias a la retroalimentación que se produce
entre ellos).
En la práctica, estas ventajas son las únicas con las que contaron los humanos que,
sin ellas, no serían más que vulnerables mamíferos, mediocres corredores, no
demasiado ágiles e incapaces de competir con los grandes depredadores. Sin
embargo, resultaron definitivas ya que les permitieron desarrollar una cultura y, a
través de ella, imponerse sobre todas las demás especies así como modificar a su
antojo su entorno vital. De hecho, uno de los rasgos más diferenciadores de la especie
humana desde el punto de vista de la ecología, es su capacidad para alterar el entorno
y adaptarlo a sus propias necesidades practicando una auténtica “ingeniería de
ecosistemas”. Sólo ésto explica que se haya logrado alimentar a una población muy
superior a la que podría vivir de los recursos estrictamente naturales haciendo posible
el espectacular crecimiento demográfico de nuestra especie.
2
Según algunas estimaciones, hace 10.000 años la biomasa conjunta de los seres
humanos y de su ganado representaba menos del 1% de la total de los vertebrados
terrestres mientras que en la actualidad, podría alcanzar 98%. Ello implica un incremento
equivalente en el porcentaje de masa vegetal que debe destinarse a su alimentación: en
la actualidad, consumimos cerca de un tercio de la producción primaria neta del conjunto
de la Biosfera.
Desde un punto de vista ecológico la evolución demográfica reciente de la especie humana es la
propia de una plaga. La satisfacción de las necesidades crecientes de la población conduce a
una sobreexplotación de los recursos naturales y a una progresiva antropización del medio cuya
máxima expresión son las ciudades.
Las consecuencias de esta “ingeniería de ecosistemas” son múltiples e incluyen una
modificación de la cubierta vegetal, la alteración de varios ciclos biogeoquímicos, un
periodo de extinciones masivas y el inicio de un cambio climático sin precedentes. En
todos estos casos la intensidad y magnitud de los fenómenos inducidos por la
humanidad es comparable, cuando no superior, a la de los naturales hasta el punto de
que, en la actualidad, hemos dejado de ser un componente más de los ecosistemas
para convertirnos en uno de los factores más determinantes de sus procesos.
A esta situación se ha ido llegando poco a poco. Muy lenta al principio (durante cientos
de miles de años los únicos impactos de cierta relevancia producidos por la
humanidad debieron ser incendios localizados), se ha ido generalizando y acelerando
hasta llegar a la actualidad. El momento clave en esta evolución se produce cuando el
Homo sapiens deja de ser un depredador-recolector que se limita a aprovechar “lo que
encuentra” y empieza a producir sus propios alimentos dando origen a la ganadería y
a la agricultura. El fenómeno, que permite definir el periodo Neolítico, tuvo lugar por
primera vez en Oriente Medio hace unos 10.500 años pero durante los milenios
siguientes se repitió de manera espontánea en otras regiones de la tierra desde las
que se extendió rápidamente al resto de las regiones habitadas.
Desde el punto de vista ambiental, el advenimiento de las actividades agrarias tiene
una enorme importancia porque marca el inicio de la transformación consciente del
medio por parte del ser humano dando paso a lo que algunos autores denominan el
“Antropoceno”.
3
La agricultura apareció en Oriente Medio hace más de diez mil años aunque el proceso se repitió
de manera espontánea en otros focos desde donde se extendió rápidamente por todo el mundo.
Fuente: elaboración propia.
La agricultura, la ganadería y la silvicultura implican una importante alteración de los
ambientes naturales preexistentes y su sustitución por otros que, en general, podemos
considerar “seminaturales”. En estos entornos, frecuentemente llamados “ecosistemas
agrarios” o “agroecosistemas”, es donde se ha conservado hasta hoy gran parte de la
biodiversidad mundial.
Sólo en época reciente se han ido generalizando nuevas formas de agricultura
intensiva (cuyo máximo exponente son los cultivos sin suelo, bajo invernadero o en
edificios) que generan entornos totalmente artificiales más próximos a los ecosistemas
urbanos que a los agrarios.
El Neolítico presenció otro hecho fundamental para el medio ambiente: la aparición de
las ciudades. Y también en este caso las consecuencias fueron adquiriendo
importancia de manera muy progresiva. Los primeros asentamientos eran pequeñas
aldeas intercaladas entre los espacios agrarios bien integradas ambientalmente por lo
que durante un cierto tiempo no debieron producir impactos importantes en el medio
natural. Sin embargo, algunas de estas poblaciones empezaron a crecer adquiriendo
nuevas funciones, extendiendo su área de influencia hasta distancias cada vez
mayores y vinculándose a otras ciudades a través de una tupida malla de vías de
comunicación. Esta tendencia, que se ha ido intensificando progresivamente, ha
supuesto un continuo incremento de la presión sobre los recursos naturales situados
alrededor del núcleo y una paulatina antropización de su superficie.
En la actualidad, las grandes ciudades se nos muestran desde el punto de vista
ambiental como espacios ligados entre sí pero muy diferenciados de su entorno
natural. Constituyen peculiares ecosistemas artificiales de escaso valor ambiental pero
muy importantes para nosotros ya que es en ellos donde transcurre la existencia de la
mayor parte de la humanidad.
Pero los efectos de la actividad humana en el medio no se limitan a la transformación
gradual del territorio a medida que éste va siendo ocupado o es objeto de explotación:
numerosas situaciones son susceptibles de generar desastres o destrucción y, a
través de ellos, impactos ambientales capaces de influir en la distribución de
numerosas especies. Es el caso, por ejemplo, de las guerras o de los grandes
desastres industriales, acontecimientos prácticamente instantáneos pero cuyas
consecuencias pueden alterar el medio natural durante largos periodos poniendo a
prueba su capacidad de resiliencia.
4
Las ciudades están unidas por grandes ejes de comunicación que forman una red cada vez más
densa. Infranqueables para muchas especies, estas infraestructuras compartimentan el medio
natural aislando a las poblaciones de cada sector.
Foto: autopista AP7 a su paso por Cerdanyola del Vallés (Barcelona).
La riqueza y el grado de alteración que presentan hoy los distintos ecosistemas,
incluidos los agrarios o urbanos, son muy diversos y cambian rápidamente en el
espacio y en el tiempo por lo que cualquier sistematización es extremadamente difícil.
Muchos medios de apariencia natural pueden presentar una biodiversidad ínfima y ser
muy distintos de los que tendrían que existir en la región a la que pertenecen (como
ocurre en el caso de algunos “bosques” europeos) mientras que algunos ambientes
agrarios o, incluso, artificiales, contribuyen hoy al equilibrio general, conservan cierta
riqueza e incluso son un buen refugio para algunas especies amenazadas: así, por
ejemplo, la mayor densidad del mundo de halcón peregrino (Falco peregrinus) se
encuentra en la isla de Manhattan.
No obstante, se admite que la cubierta vegetal ha sido alterada por la acción o
presencia humana en cerca de tres cuartas partes de la superficie terrestre y que, por
tanto, sólo una cuarta parte de las tierras emergidas, de las que más de la mitad
corresponden a desiertos, permanecen en estado más o menos salvaje.
Conocidos estos hechos, no tiene sentido que la Biogeografía limite su campo de
estudio a los ambientes supuestamente “naturales”, como ha hecho habitualmente
hasta ahora, ignorando que esta condición es residual en la mayor parte de la
superficie terrestre y que, salvo excepciones, los paisajes que hoy nos rodean son el
resultado de una prolongada dialéctica entre los procesos naturales y los asociados a
la acción humana.
5
La convivencia normal con las especies “salvajes” o “silvestres” no siempre es posible lo que, en
la actualidad, condena a muchas de ellas a la desaparición.
Foto: cartel advirtiendo a la población de la presencia de pumas en un área residencial en Point Reyes (California,
EEUU).
6
8.1. LOS ECOSISTEMAS AGRARIOS
Las actividades agrarias implican la sustitución de las especies preexistentes en un
determinado lugar por otras de valor económico, normalmente foráneas, que se
plantan o crían con el objetivo de ser aprovechadas en el momento oportuno. Suponen
un drástico empobrecimiento en términos de biodiversidad ya que las plantas o
animales considerados “inútiles” intentan ser eliminados. Además, con objeto de
obtener el máximo rendimiento posible, se modifican los factores bióticos y abióticos
del entorno (composición del suelo, agua disponible, etc) generando unos ecosistemas
extremadamente simples en los que el ser humano es quien controla los flujos de
materia y energía y quien decide cuáles van a ser las especies productoras (las
plantas cultivadas) y las consumidoras (el ganado o las personas).
Las actividades agrarias han supuesto la total transformación del paisaje de muchas regiones
modificando no sólo la cubierta vegetal sino también el modelado de vertientes y la hidrografía.
Foto: cultivos en terrazas en Dhulikhel (Nepal).
En los ecosistemas agrarios la materia no circula formando ciclos cerrados (como
ocurre en el medio natural) ya que las sustancias absorbidas por las plantas o
consumidas por el ganado se exportan para ser utilizadas en otros sitios en lugar de
restituirse al suelo al final del ciclo. Por esta razón, para mantener su productividad, es
imprescindible reponer artificialmente dichas sustancias incorporando fertilizantes al
medio. Sin embargo, el abonado altera la composición del suelo y es fácilmente
arrastrado por el agua de escorrentía contaminando rápidamente los acuíferos, ríos y
lagos.
La mayor parte de las aguas continentales de los países avanzados presenta problemas
crónicos de contaminación agraria. Como consecuencia de ella, suelen presentar un
contenido excesivo en nutrientes (sales minerales, materia orgánica…) que favorecen un
crecimiento incontrolado del fitoplancton y de numerosas plantas acuáticas que, a su
vez, restan transparencia al agua y consumen todo el oxígeno libre contenido en ella
impidiendo la presencia de otras especies más exigentes. Este fenómeno (conocido
como “eutrofización”) puede producirse a bastante distancia del lugar de origen de la
contaminación y supone una amenaza muy importante para la biodiversidad de los
medios acuáticos.
7
La agricultura exige la erradicación de la vegetación originaria y de los animales
fitófagos susceptibles de dañar las cosechas. Esto se logra fácilmente en el caso de
los árboles y arbustos pero resulta mucho más complicado en el de muchas herbáceas
que dispersan continuamente sus abundantes semillas a través de los cultivos y se
instalan en medio de ellos gracias a su rápido crecimiento, carácter acomodaticio y, en
algunos casos, extraordinaria resistencia. Son las popularmente llamadas “malas
hierbas” por lo difíciles que resultan de eliminar y la competencia que hacen a las
plantas cultivadas.
Tradicionalmente, y aún hoy en las regiones más desfavorecidas, la eliminación de las
“malas hierbas” se ha realizado manualmente pero en la actualidad se ha generalizado
el uso de herbicidas cuyas consecuencias deletéreas afectan también a un gran
número de especies de plantas, algas y microfauna causando un grave
empobrecimiento del conjunto del ecosistema.
Algunas plantas tienen una extraordinaria capacidad para resistir la presión agraria y se instalan
permanentemente entre los cultivos. Son las popularmente llamadas “malas hierbas” aunque
desempeñan un papel ambiental muy importante.
Foto: campos de cultivo en Maderuelo (Segovia, España).
La situación es aún más compleja en el caso de los animales que gracias a su
capacidad de desplazamiento pueden llegar muy rápidamente desde el exterior
atraídos por los recursos proporcionados por el propio cultivo. De ahí que la fauna que
frecuenta las pequeñas parcelas rodeadas de ambientes naturales o seminaturales
sea relativamente numerosa (a veces en detrimento de los intereses del agricultor)
mientras que las amplias extensiones agrícolas carentes de áreas de refugio para los
animales son muy pobres en especies salvajes.
La gran fauna puede causar importantes destrozos en los cultivos pero su eliminación
es (o da la impresión de ser) relativamente fácil ya que el número de individuos
existente es siempre limitado y el “enemigo” es fácil de identificar y puede cazarse. Por
eso, los macromamíferos, o incluso las grandes aves, han sido frecuentemente
exterminados y son poco numerosos en las regiones agrícolas más transformadas. Sin
embargo, los verdaderos enemigos del agricultor son algunos roedores y un buen
8
número de insectos que se alimentan a costa de los cultivos y cuya proliferación puede
ser explosiva gracias a la desaparición de sus depredadores naturales y a la
abundancia de alimento de que disponen. Estos animales son mucho más difíciles de
eliminar y originan las llamadas “plagas” ya que sus tasas de reproducción son muy
elevadas y frecuentemente desarrollan resistencia frente a los insecticidas con los que
son combatidos. Sin embargo, estos insectos y roedores tienen sus propios
depredadores que, cuando son respetados por el agricultor, pueden acudir atraídos
por la abundancia de presas. Es el caso, por ejemplo, de las pequeñas rapaces que se
alimentan de ratoncillos campestres y que se vuelven muy abundantes en algunas
áreas cultivadas.
Más allá de las generalidades anteriores, la diversidad biogeográfica de los espacios
agrarios mundiales es enorme y su casuística, por excesiva, no puede ser descrita
aquí.
La presencia de arbolado y el predominio de pequeñas parcelas separadas por cierres naturales
ofrecen oportunidades a muchas especies y permite la existencia de agroecosistemas con una
elevada biodiversidad.
Foto: paisaje de bocage en Cuestahedo (Burgos, España).
En muchas ocasiones contienen una notable biodiversidad, la calidad y complejidad de
los ecosistemas que constituyen es alta y forman unidades de paisaje que se integran
bien en el entorno por lo que, aun siendo ambientes artificiales, contribuyen a
diversificar los hábitats y, en su estado actual, resultan compatibles con la
preservación de los valores naturales. En general, aunque no siempre, esta situación
está asociada a la agricultura tradicional con policultivo y parcelas cercadas de
pequeñas dimensiones entre las que se intercalan restos de bosque o extensiones de
pastos.
Pero el escenario puede ser el contrario ya que la tendencia más habitual es hacia una
intensificación y especialización de la agricultura que, en las situaciones “ideales”,
puede dar lugar a grandes extensiones de monocultivos prácticamente sin espacios
intersticiales y que exigen la utilización de maquinaria pesada y de ingentes
cantidades de pesticidas y agroquímicos. La producción anual de fitomasa de estos
9
lugares rivaliza con la de los ecosistemas más productivos de la Tierra aunque su
biodiversidad es inferior a la de los grandes desiertos y, desde el punto de vista
ambiental, su importancia es muy baja.
Casos extremos, aunque bastante limitados espacialmente todavía, son los cultivos bajo
plástico, sin suelo o hidropónicos que se realizan en condiciones íntegramente artificiales
y sin relación con el clima, suelos u condicionantes locales. Constituyen enclaves
totalmente aislados del resto del territorio por fronteras que las especies salvajes no son
capaces de atravesar y pueden considerarse fuera del campo de intereses de la
Biogeografía.
La intensificación de la agricultura conduce a la creación de ambientes totalmente artificiales y
aislados de su entorno como ocurre en el caso de los cultivos en invernadero o bajo plástico.
Foto: Palos de la Frontera (Huelva, España).
En los espacios ganaderos existe una gradación parecida a la que acaba de ser
descrita para la agricultura, desde aquellos que presentan una situación muy próxima
al estado natural hasta los que son totalmente artificiales. No obstante, en general, el
grado de transformación de las superficies dedicadas al ganado es menor que el de
las cultivadas y su integración entre los ecosistemas naturales mucho mejor.
En numerosas regiones de la tierra el ganado se limita a aprovechar la hierba
existente en las formaciones abiertas (sabana, pradera, pampas, prados alpinos…) o
es instalado en superficies de pastizal generadas tras antiguas roturaciones y que, no
excesivamente transformadas desde entonces, se mantienen mediante incendios
periódicos. En todos estos sitios los agroecosistemas resultantes son relativamente
próximos a los ecosistemas naturales preexistentes (o han tenido tiempo de integrarse
entre los mismos) ya que la mayor parte de la vegetación es autóctona y el ganado
comparte los recursos tróficos con la fauna local sin excesivos conflictos (con la
habitual y significativa excepción de los provocados por los grandes depredadores que
producen daños inaceptables para los ganaderos y que éstos intentan exterminar).
10
Muchas formas de ganadería tradicional se integran muy bien en el medio y son compatibles con
la conservación de los ecosistemas naturales.
Foto: desplazamiento de un rebaño de ovejas en Gortina (Creta, Grecia).
En esos lugares, las principales alteraciones ambientales que produce la actividad
ganadera consisten en:
+ Una pérdida de biodiversidad vegetal, especialmente notoria en el caso de los
árboles y arbustos (aunque existen sistemas agrosilvopastoriles basados en el
mantenimiento de un bosque aclarado o de amplias superficies de arbolado autóctono
que sostienen una extraordinaria riqueza en especies).
+ Un fuerte aumento de las herbáceas de carácter heliófilo, nitrófilo y pirófito (causado
respectivamente por la desaparición de los árboles productores de sombra, por las
deyecciones del ganado y por el incremento de los incendios).
+ Incremento de la fauna propia de espacios abiertos y esteparios en detrimento de la
forestal (especialmente relevante entre las aves).
+ Un importante aumento del número de animales fitófagos u oportunistas a los que
favorece la desaparición o fuerte declive de los grandes depredadores.
Sin embargo, en las economías más avanzadas y en algunas regiones de muy alta
densidad de población donde el suelo es escaso (EEUU, Europa Occidental, China…),
la ganadería se ha ido intensificando buscando una mayor competitividad. Este hecho
ha implicado una progresiva pérdida de conexión con el medio ambiente local: los
animales están estabulados o se concentran en superficies muy reducidas, se
alimentan exclusivamente con pienso (cuyo origen, en ciertos casos, ni siquiera es
vegetal) y sus deyecciones no enriquecen el suelo sino que se tratan como residuos
contaminantes que deben ser evacuados a otros lugares.
En los terrenos ocupados por este tipo de explotaciones los flujos de materia o energía
y la red de relaciones interespecíficas propias de los ecosistemas naturales quedan
absolutamente desfigurados y el entorno resultante debe considerarse como
totalmente artificial.
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A medida que se intensifica y se “moderniza”, la ganadería va originando ecosistemas más
pobres y distantes de los naturales. La totalidad del alimento consumido por el ganado debe ser
importada del mismo modo que tanto sus residuos, muy contaminantes a causa de su gran
volumen, como su propia biomasa son exportados con lo que los ciclos naturales de energía y
nutrientes desaparecen.
Foto: explotación ganadera en el valle de San Joaquín (California, EEUU).
Salvo en casos extremos no muy extendidos, la agricultura y la ganadería dependen
del suelo y de los condicionantes naturales de cada región y originan entornos que
conservan en mayor o menor grado características propias de los ecosistemas
preexistentes y circundantes. Sin embargo, por definición, se trata de actividades que
persiguen lograr el máximo desarrollo de ciertas especies rompiendo el equilibrio
natural a su favor y eliminando a cuantas otras pudieran comprometer su rendimiento.
A ello hay que añadir además que se trata de las actividades humanas que requieren
superficies más amplias. Todo lo anterior explica que su continua extensión a lo largo
de los últimos diez mil años haya sido la causa de las mayores transformaciones que
ha conocido la Biosfera desde su origen.
Los datos propuestos por las distintas fuentes varían mucho pero se estima que más de
la mitad de la superficie terrestre se dedica a los diversos tipos de actividades agrarias:
25% del total sería objeto de aprovechamiento ganadero, 15% estaría ocupado por
plantaciones forestales y 12% por cultivos.
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Los monocultivos practicados en campos abiertos suelen acompañarse del uso de abundantes
agroquímicos y pesticidas. En estos ambientes la elevada producción anual de fitomasa
contrasta llamativamente con una biodiversidad extremadamente baja.
Foto: cultivos en Castrillo Tejeriego (Valladolid, España).
La expansión de los agroecosistemas se ha verificado a costa de los sistemas
naturales produciendo una importante pérdida de superficie de éstos últimos y la
desaparición de muchos de ellos. Sin embargo, esta expansión no se ha producido de
manera aleatoria sino que se ha verificado en “mancha de aceite”, irradiando a partir
de sus focos iniciales, y de forma selectiva, ocupando los suelos y emplazamientos
más productivos. De ahí que en las viejas regiones agrarias los entornos mejor
conservados hayan quedado relegados a las áreas más desfavorables, generalmente
de montaña, y que lo que hoy conocemos de algunos biomas podrían no ser más que
sus facies más marginales.
Por otra parte, la expansión de la superficie agraria ha supuesto la fragmentación del
territorio ocupado por formaciones naturales en unidades cada vez más pequeñas. De
este modo, en lugar de formar un continuo en el que los cambios asociados al clima o
a los demás factores ambientales se van manifestando de manera progresiva, estos
territorios “naturales” van quedando reducidos a manchas aisladas rodeadas por
superficies controladas por procesos antrópicos y separados de ellas por fronteras
muy netas (y, por tanto, difíciles de atravesar). La consecuencia de esta fragmentación
y de la desaparición de los ecotonos (zonas de transición) naturales es que cada una
de estas manchas se comporta como una isla biogeográfica incapaz de sostener a
largo plazo la misma biodiversidad que el entorno inicial. El proceso de fragmentación
y de aislamiento de las especies en estas islas implica una inexorable pérdida de
biodiversidad.
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La cuenca mediterránea acoge formas de aprovechamiento que, por su antigüedad y por
basarse en especies generalmente autóctonas, están muy bien integradas con el medio natural y
resultan imprescindibles para la conservación de la biodiversidad.
Foto: zona de Micenas (Grecia).
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8.2 LA VIDA EN LAS CIUDADES
Las ciudades constituyen los medios artificiales por antonomasia. En ellas no se
persigue explotar unos recursos bióticos ligados al territorio, como ocurre en los
espacios agrarios, sino crear un entorno perfectamente controlado a medida de las
necesidades residenciales y sociales humanas. De ahí que, hasta una época muy
reciente, el crecimiento de las ciudades haya ignorado su entorno natural tratando
incluso de erradicar los organismos “salvajes” que aparecían en ellas y que se
consideraban como causantes de molestias.
El grado de diferenciación ambiental entre las ciudades y sus entornos respectivos
varía en función de tres parámetros normalmente relacionados entre sí: el número de
habitantes, la extensión superficial y, sobre todo, la densidad de la edificación.
En general, el urbanismo tradicional de “tipo europeo” y “árabe” así como los recientes
desarrollos asiáticos han dado lugar a ciudades densas, con pocos espacios verdes
intersticiales y con un fuerte crecimiento en altura. Además, sus límites externos han sido
muy netos hasta época reciente originando fronteras difíciles de traspasar por las
especies salvajes (aunque a lo largo de las últimas décadas se han difuminado
rápidamente dando paso a una amplia franja periurbana mucho más permeable).
En contraste, las poblaciones nórdicas o de los países jóvenes anglosajones (EEUU,
Australia…) presentan una densidad edificatoria y de población muy bajas. La
abundancia de viviendas unifamiliares con jardín, cuando no directamente construidas en
el bosque, la anchura de los viales, la existencia de amplias zonas verdes, unos límites
exteriores extremadamente difusos e, incluso, un nivel generalmente mayor de
conciencia medioambiental contribuyen a dar a estas ciudades un aspecto mucho “más
natural” y facilitan su colonización por las especies locales.
También intervienen el nivel de riqueza y diversos factores culturales: en las regiones
más desfavorecidas las calles y caminos están sin asfaltar, las cunetas aparecen
colonizadas por vegetación ruderal y abundan los vertederos o acumulaciones de
residuos que nadie recoge. Todos esos hechos favorecen la presencia de plantas y
animales salvajes y una mejor conexión entre los ecosistemas urbanos y rurales
circundantes.
Las ciudades son ambientes creados de manera totalmente artificial y de los que se intenta
excluir cualquier especie considerada como “indeseable” por el ser humano
Foto: “Skyline” de Singapur.
15
Por otra parte, la existencia de plantas o animales en libertad se tolera de distinta
manera según la cultura y nivel de formación. En los países de religión hinduista, por
ejemplo, la presencia de animales no está mal vista y es habitual que las ciudades,
templos y parques alberguen poblaciones estables de monos, ratas o rapaces que se
desenvuelven con absoluta tranquilidad a la vista de todo el mundo sin que ello se
considere extraño.
El grado de aceptación de las distintas especies depende de la cultura y en algunas regiones del
mundo los animales no domésticos son bien tolerados en las ciudades pese a producir
inconvenientes o daños considerables en los bienes materiales.
Foto: monos rhesus jugando con los cables de una vivienda en Katmandú (Nepal).
En las poblaciones más pequeñas depende también de su base económica ya que
mientras que las aldeas suele integrarse bien entre los agroecosistemas circundantes,
los pequeños núcleos industriales o mineros suelen estar más diferenciados y originar
ambientes propios menos favorables para las especies rurales. No obstante, en todos
los casos, los edificios abandonados, los graneros, pajares o almacenes de todo tipo y
los viejos campanarios suelen ser refugio de algunas especies que llegan a preferir
estos emplazamientos a los suyos de origen. De este modo, la imagen de un buen
número de aves (cigüeña, lechuza u otras rapaces nocturnas, diversos córvidos…),
murciélagos, roedores… resulta hoy indisociable del ambiente habitual de los pueblos.
Hasta época reciente dominaba la idea de que las ciudades eran incompatibles con la
vida salvaje y se consideraba que las especies no domésticas presentes en ellas eran
o bien residuales y destinadas a desaparecer o bien oportunistas viviendo a expensas
de los humanos y, por tanto, huéspedes gorrones más o menos inevitables. Sin
embargo, esta visión es demasiado simplista y en los últimos años ha cambiado
bastante.
Nadie discute que la extensión del tejido urbano y de las grandes infraestructuras
asociadas a él produce un fuerte impacto en la biodiversidad e interfiere gravemente
en los ciclos y procesos naturales de toda la región en la que se producen. Sin
embargo las ciudades, lejos de ser los entornos uniformes y prácticamente abióticos
que se tiende a pensar, contienen una notable diversidad de microhábitats
16
perfectamente diferenciados (parques, jardines domésticos, cementerios, orillas de
ríos, arroyos o estanques, campos de deportes, edificios, interiores de las viviendas,
polígonos industriales, redes subterráneas, vertederos…) y cada uno de ellos acoge a
un buen número de especies de animales y plantas tanto especializadas como
generalistas. Aunque pasa bastante desapercibida, la vida es ominpresente y bastante
variada en las ciudades.
En Zurich se han inventariado 1211 especies de plantas, tanto autóctonas como
importadas, cifra que es aproximadamente el doble de la normal en las comarcas
agroforestales circundantes. Ello se explica por la gran diversidad de los hábitats
existentes en la ciudad frente a la relativa monotonía de los entornos agrarios.
Un hecho muy interesante que merece ser destacado es que las especies que se
instalan en las ciudades no son siempre las más comunes y extendidas ya que
frecuentemente se encuentran entre ellas muchas de las que son objeto de especial
protección o aparecen incluidas en los “Libros Rojos”. Paradójicamente, algunas se
encuentran amenazadas por no haber sido capaces de soportar la presión humana en
el medio rural pero en la ciudad, donde los condicionantes y relaciones
interespecíficas cambian, esas especies encuentran a veces un cómodo refugio.
A medida que las ciudades crecen las especies preexistentes van desapareciendo lo que
muchas personas perciben como pérdidas a pesar de que su presencia en los ecosistemas
urbanos es insostenible y de que otras especies más adaptadas a ellos ocupan rápidamente los
nichos vacantes.
Foto: placa instalada en Paris para llamar la atención sobre la pérdida de especies en el medio urbano.
La especificidad de los ecosistemas urbanos
Las ciudades son medios originales en los que conviven animales y plantas formando
complejas biocenosis y donde existen flujos de materia y energía, peculiares pero muy
importantes. Pueden, por tanto, considerarse como ecosistemas pese a su origen
artificial y al hecho de que los productores primarios, los consumidores y los
descomponedores no mantienen entre sí las relaciones que cabría esperar en el
medio natural.
17
Las ciudades presentan diferencias significativas respecto a su entorno en relación
con varios factores determinantes para la vida:







Las temperaturas son considerablemente más altas que en el medio rural. En
las grandes urbes de las latitudes medias las diferencias alcanzan sus
máximos valores durante las noches de invierno, cuando los centros de las
ciudades pueden llegar a registrar 5 a 10ºC más que la periferia, pero el efecto
se produce durante todo el año de forma que en verano las máximas suben 1 ó
2ºC por encima de la media regional.
El viento se reduce considerablemente pese a la posible aparición de brisas
urbanas. De este modo, las situaciones de calma son mucho más frecuentes.
La abundancia de partículas en suspensión favorece la formación de nieblas,
que aumentan significativamente, y de “smog” restando transparencia a la
atmósfera, reduciendo la radiación solar y retroalimentando el calentamiento.
Aumenta el número de tormentas y de chubascos violentos susceptibles de
generar pequeñas inundaciones.
La hidrología adquiere caracteres propios asociados a una circulación muy
rápida del agua y a la práctica desaparición de la infiltración y del
almacenamiento subterráneo. Salvo en los momentos de lluvia o niebla, los
entornos urbanos son mucho más secos que los naturales.
Las extensiones ocupadas por verdadero suelo son muy escasas y
generalmente son objeto de un manejo intensivo (jardinería) que dificulta la
instalación espontánea de plantas. La mayor parte de la superficie está
pavimentada o muy compactada y desde el punto de vista biológico se
comporta del mismo modo que las superficies rocosas (es el caso de las
aceras, muros, cubiertas de edificios, etc).
Gran parte de la superficie de las ciudades está sometida a un continuo pisoteo
o al paso de los vehículos lo que restringe mucho las posibilidades de la
mayoría de las plantas y animales.
El microclima de las ciudades es más cálido que el de su entorno por lo que durante el invierno
muchas especies acuden a ellas para protegerse del frío.
Foto: Jardin des Tuileries (Paris, Francia).
18
Los ciclos biogeoquímicos presentan importantes peculiaridades derivadas, sobre
todo, del control que ejerce el ser humano sobre los flujos de materia y energía. La
producción primaria es muy reducida y es desechada por la gran mayoría de los
organismos consumidores (las personas que viven en las ciudades) cuya enorme
biomasa sólo puede mantenerse gracias a los recursos generados en otros lugares
(principalmente en los agroecosistemas). A su vez, los residuos generados por los
productores primarios y los consumidores se exportan para ser tratados o destruidos
fuera de la ciudad por lo que tampoco se restituyen al medio de forma natural. De ahí
que el ecosistema urbano sea abierto y sólo se pueda mantenerse mientras existan los
mencionados trasvases artificiales de materia y energía.
Los flujos generados por la importación- distribución- almacenamiento- manipulaciónevacuación de los alimentos y residuos humanos son muy rápidos y totalmente ajenos
a la dinámica natural y a los habitantes salvajes de las ciudades. Sin embargo no son
totalmente cerrados y es inevitable que una pequeña parte de la materia que circula a
través de ellos se desvíe escapando del control humano. El porcentaje de los que se
“pierden” de este modo es muy pequeño aunque representa un enorme aporte de
materia orgánica susceptible de ser aprovechado por las plantas y animales. De este
modo, las especies urbanas capaces de beneficiarse de ellos van a tener a su alcance
una abundante cantidad de recursos tróficos mucho más fáciles de obtener que en el
medio natural.
Los hechos mencionados hasta aquí tienen una gran incidencia en el medio biótico y
bastan para imposibilitar la presencia de muchas especies. Sin embargo, a otras les
beneficia el entorno urbano,




por su microclima o particularidades físicas,
por mantener con los humanos relaciones que les resultan favorables
(generalmente de explotación, comensalismo o inquilinismo)
por encontrar en ellas un refugio adecuado frente a sus depredadores u otros
factores de estrés natural
bien, por fin, por resultar gratas a los habitantes de la ciudad y ser activamente
mantenidas y protegidas por ellos (caso de las plantas ornamentales o de
jardinería).
La abundancia de alimento y la falta de
enemigos naturales permiten a algunas
especies multiplicarse de manera explosiva o
agruparse en enormes bandadas en el interior
de las ciudades dando lugar a plagas difíciles
de erradicar.
Foto: bandada de estorninos en
Compostela (Galicia, España)
19
Santiago
de
De ahí que, como ya se ha dicho más arriba, las biocenosis urbanas sean muy
complejas y obliguen a convivir y a competir por los recursos a
-
-
-
-
poblaciones relictas de especies autóctonas que logran sobrevivir
dificultosamente pese al perjuicio causado por la alteración de sus
ecosistemas,
especies locales que encuentran condiciones favorables en la ciudad,
taxones oportunistas o exóticos, que algunas veces se acaban convirtiendo en
invasores, frecuentemente liberados irreflexivamente por personas que se
aburren de sus mascotas y que se acomodan fácilmente aprovechando la
existencia de nichos ecológicos vacantes,
animales domésticos que se han vuelto vagabundos y que sin perder el miedo
a las personas recuperan pautas de comportamiento de sus antepasados
salvajes (perros, gatos…)
animales no estrictamente urbanos pero que en sus divagaciones pueden
frecuentar la ciudad o se refugian esporádicamente en ella.
Para poder sobrevivir, todos los organismos instalados en las ciudades han tenido que
adaptarse a ellas adquiriendo rasgos o comportamientos propios que les han ido
diferenciando progresivamente del resto de sus congéneres. El hecho es
particularmente patente en el caso de los animales que son muy versátiles gracias a
su inteligencia y capacidad de desplazamiento y a su mayor parecido biológico con los
humanos.
Ello justifica que el resto del presente capítulo se dedique a la fauna,
mucho mejor estudiada que la flora espontánea de las ciudades. No
obstante, salvadas las inevitables diferencias entre animales y plantas, las
leyes generales que se van a describir son comunes a ambos grupos.
El medio urbano es muy hostil para la mayoría de las especies aunque las más resistentes
pueden prosperar bien en ellas gracias a la falta de competencia.
Foto: plantas creciendo sin suelo y soportando el aire caliente y la falta de agua en una rejilla de ventilación del
Metro de Madrid.
20
La diferenciación entre las poblaciones residentes en las ciudades y en el medio
natural no sólo tiene que ver con el comportamiento ya que la incomunicación y el
proceso de selección natural inducido por la situación de estrés a la que están
expuestas las especies favorecen una rápida deriva genética. Así, por ejemplo, se ha
podido demostrar la existencia de diferencias significativas tanto genéticas como en el
comportamiento social entre los zorros instalados en las ciudades y los campestres.
Un ejemplo particularmente llamativo de esta adaptación a los hábitats urbanos la
proporciona el “mosquito del metro de Londres” (Culex molestus), especie localizada por
primera vez en dicho lugar y que, posteriormente, ha sido observada en otros metros de
todo el mundo a los que ha sido trasladado involuntariamente, probablemente durante su
fase larvaria, por los propios viajeros o instalado en sus mercancías. El mosquito del
metro de Londres evolucionó a partir de Culex pipiens, un mosquito que aparece en
verano y que vive al aire libre donde sólo pica a las aves. Una vez instalado bajo tierra,
donde se beneficia de altas temperaturas que le permiten permanecer activo todo el año,
el mosquito tuvo que modificar su dieta y sustituyó la sangre de las aves por la de las
ratas, ratones y personas. La diferenciación genética es tal que, en la actualidad, la
reproducción entre ambos tipos de mosquitos, el exterior y el del metro, genera una
descendencia infértil (criterio que suele utilizarse para considerar que se trata de
especies distintas).
La distribución de la fauna no doméstica en las ciudades
La vida en las ciudades cambia muy deprisa como consecuencia tanto de la evolución
de las actividades humanas como de la continua llegada y progresivo acomodo de los
distintos taxones. Es normal que una nueva especie tenga al principio grandes
dificultades para instalarse y que permanezca durante bastante tiempo en un único
emplazamiento o distribuida por una superficie muy reducida. Sin embargo si esa
especie logra encontrar un nicho ecológico y un hábitat favorable, iniciará una
expansión cada vez más rápida que puede acabar convirtiéndose en una verdadera
invasión y expulsando a la fauna preexistente. De ahí que las áreas de distribución de
las especies urbanas sean muy cambiantes en el tiempo.
La flora y la fauna de las ciudades se enriquecen con la continua llegada de nuevos taxones que,
caso de tener éxito, forman rápidamente poblaciones muy numerosas. Las cotorras procedentes
de la liberación o fuga de mascotas se están instalando en todas las ciudades europeas donde
muestran un comportamiento muy intrusivo y generan problemas sanitarios e incómodos ruidos.
Foto: cotorras compartiendo el territorio de las palomas en la Casa de Campo de Madrid (España).
21
Las ciudades contienen hábitats muy diversos y la mayoría de los animales se
especializan en alguno de ellos de manera que, aunque no siempre lo percibamos, el
espacio urbano está muy bien repartido entre sus distintos habitantes.
Los edificios alineados del centro de las ciudades proporcionan hábitats relativamente
comparables a los de los acantilados y cantiles rocosos y pueden albergar completos
ecosistemas. Los más ricos aparecen sobre las construcciones tradicionales (uso de
mampostería o ladrillo, cubiertas de teja, presencia de aleros y terrazas, chimeneas de
obra, etc) en los que existen muchos recovecos y formas que facilitan la existencia de
pequeños charcos de agua, el crecimiento de raíces o la colocación de nidos. En
cambio, los edificios “contemporáneos” con fachadas planas de vidrio y acero y
asépticas cubiertas horizontales que se aprovechan como terrazas para diversos usos
ofrecen muy pocas oportunidades a los seres vivos y conllevan una inmediata pérdida
de biodiversidad.
Muchas especies colonizan con facilidad los tejados o recovecos de las edificaciones y
encuentran en las ciudades un hábitat que puede serles incluso más cómodo que los disponibles
en el medio natural.
Foto: tórtola encubando en el hueco de una ventana en Yazd (Irán).
Tal como ocurre en los afloramientos rocosos, los primeros organismos que se
instalan sobre los tejados en las regiones templadas de latitudes medias son los
líquenes a los que rápidamente se unen musgos en los canalones o posiciones más
húmedas. Posteriormente irán apareciendo diversas plantas capaces de soportar las
temperaturas extremas, situaciones de intensa sequedad y pobreza de nutrientes de
los tejados tales como el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris), la uña de gato
(Sedum album) o incluso algunas gramíneas. En las regiones más lluviosas pueden
22
aparecer también varios tipos de helechos. Estas comunidades atraen rápidamente a
una variada microfauna (hormigas, mosquitos, arácnidos, ácaros…) que, a su vez,
actúa de reclamo para ciertos reptiles (lagartijas, gecos…) y aves.
Evidentemente, las verdaderas dueñas de las alturas son las aves de las que
numerosas especies anidan sobre en los tejados y cornisas. Entre las más habituales
destacan el gorrión común (Passer domesticus), el más “urbano” de los pájaros, la
golondrina (Hirundo rustica), vencejo (Apus apus), avión común (Delichon urbicum),
diversos estorninos (Sturnus spp), palomas (Columba spp), gaviotas e incluso algunas
rapaces como los halcones o cernícalos. La presencia de aves sobre los tejados
contribuye a enriquecer estos ecosistemas al proporcionar los nutrientes contenidos en
sus deyecciones y dar cobijo en sus nidos a otros muchos animales (pulgas, ácaros,
coleópteros…)
En general, las aves urbanas coexisten sin dificultad ya que no compiten entre sí al
explotar nichos diferentes. No obstante, algunas especies son depredadoras (o han
adquirido rasgos depredadores) y se alimentan de otras.
Algunas de estas aves viven en nuestras ciudades desde muy antiguo. Es el caso de las
palomas que aparecen citadas en Londres en el siglo XIV, o del gorrión común que ha
aprendido a alimentarse de casi cualquier cosa y que es mucho más abundante en los
medios urbanos que en los rurales. Generalmente estas aves despiertan simpatía y son
alimentadas por las personas que les echan pan o grano aunque, en la práctica, estos
animales encuentran fácilmente alimento en mercados, cunetas y contenedores de
residuos o robándoselos a las personas y están sobrealimentados. Sin embargo, el
listado no deja de crecer y continuamente se están incorporando a él nuevas especies.
Así, a lo largo del último medio siglo numerosas ciudades europeas han presenciado la
llegada e instalación aparentemente definitiva de estorninos, cernícalos, cotorras,
gaviotas, tórtolas turcas u otras aves que pueden llegar a formar grandes bandadas
causando entonces importantes molestias e incluso daños materiales en los edificios o
mobiliario urbano.
Los parques y jardines son muy favorables a la instalación de roedores o aves que suelen “caer
simpáticos” y forman poblaciones importantes contando con la ayuda humana.
Foto: ardilla en los jardines del Palacio de La Granja (Segovia, España).
23
Las zonas ajardinadas (a las que pueden unirse bosques urbanos, riberas fluviales,
etc.) son áreas privilegiadas ya que cuentan con suelo, agua así como una humedad
superior a la del resto de la ciudad y, en conjunto, una cierta diversidad de
microhábitats. Además, pese a ser artificiales y sufrir una fuerte presión humana, se
crean o mantienen con el objeto de permitir a los ciudadanos un contacto con la
naturaleza (o al menos con un remedo de la misma) y, por tanto, a acoger vida.
Gracias a ello, son el refugio de muchas plantas autóctonas, que suelen mezclarse
con otras importadas, y albergan una fauna bastante variada que, dependiendo de las
regiones, puede incluir diversos ratoncillos (Mus, Apodemus, etc), lirones (Glis glis),
ratas gris y negra (Rattus norvegicus, R. rattus), erizos (Erinaceus europaeus), ardillas,
conejos (Oryctolagus cuniculus), zorros (Vulpes spp) y, siempre, un buen número de
gatos callejeros (Felis silvestris catus) que suelen adquirir un comportamiento social,
formar colonias muy jerarquizadas y convertirse en los más eficaces depredadores
terrestres. Junto a todos estos mamíferos aparecen también algunos pocos reptiles,
insectos (un grupo que pierde mucha biodiversidad en las ciudades a causa del uso de
insecticidas y de su frecuente intolerancia a la contaminación) y, sobre todo,
abundantes aves, muchas de ellas distintas de las que residen en los edificios:
lavanderas (Motacilla spp), mirlos (Turdus merula), carboneros (Parus major),
petirrojos (Erithacus rubecula), etc.
Las ciudades siempre han contado con jardines, enclaves artificiales en los que se recrea una
naturaleza idealizada y sin inconvenientes y en los que siempre se ha tolerado la presencia de
algunos animales y plantas semisalvajes. Por eso constituyen enclaves privilegiados para las
especies autóctonas
Foto: representación de un jardín en un fresco de la XVIII dinastía en Tebas (Egipto). Imagen de dominio público
disponible en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4b/Pond_in_a_garden.jpg.
Los solares sin uso y antiguos campos de cultivo abandonados desempeñan un papel
parecido al de los parques aunque su vegetación incluye un mayor número de taxones
ruderales, oportunistas y, ahí donde se han acumulado basuras y restos orgánicos,
nitrófilos. Además, son muy favorables a la instalación de plantas invasoras y pueden
aparecer completamente recubiertos por ellas.
24
Pero las distintas formas de vida no se limitan a colonizar los espacios abiertos ya que
los interiores de los edificios también acogen a numerosos organismos (por supuesto,
nos estamos refiriendo a seres no introducidos voluntariamente por las personas, tales
como las mascotas o las plantas de interior, aunque éstos sean frecuentemente la
“puerta de entrada” de huéspedes indeseados).
Estos ambientes, totalmente artificiales y sometidos a una continua e intensa presión
humana, son extremadamente difíciles de colonizar por la vida salvaje que debe
superar inconvenientes tan importantes como la escasez o falta de luz durante la
mayor parte del tiempo, la inexistencia de suelo y de recursos nutritivos “normales” y la
práctica desaparición de los ciclos diurnos o estacionales naturales. Además, por
supuesto, exigen a los organismos la capacidad de resistir toda la panoplia de
recursos utilizados por los humanos para deshacerse de ellos: animales domésticos,
trampas, repelentes, venenos, etc. Sin embargo, los que son capaces de superar
estos obstáculos pueden, a cambio, disfrutar de considerables ventajas tales como
altas temperaturas durante todo el año, abundancia de posibles alimentos y ausencia,
o práctica ausencia, de depredadores.
Estas limitaciones impiden la presencia de plantas espontáneas pero no la de
animales, hongos y diversos microorganismos que, tal como ocurre a la escala del
conjunto de la ciudad, se distribuyen desigualmente por los distintos biotopos
domésticos.
El interior de las viviendas constituye el territorio privilegiado de las especies domésticas pero
también alberga abundantes parásitos (aportadas frecuentemente por ellas) o animales que
viven a expensas de los alimentos y recursos proporcionados por el ser humano.
25
Los principales inquilinos de los espacios habitados por las personas son insectos y
ácaros que se alimentan de la madera de los muebles y vigas (termitas…), de los
alimentos almacenados para uso humano o de sus restos (cucarachas, gorgojos de la
harina, gusanos…), del papel y cartón (pececillos de plata...), de las fibras textiles
naturales (polilla…) o, incluso, del polvo doméstico (ácaros) aunque no es rara la
presencia junto a ellos de algunos micromamíferos, como los ratones o los lirones.
Además, es habitual encontrar en las casas moscas, que acuden desde el exterior
atraídas por la abundancia de alimentos, mosquitos y diversos parásitos de los
humanos o de sus mascotas (pulgas, chinches, piojos…).
Los sótanos, trasteros y garajes constituyen un hábitat distinto del anterior ya que
suelen permanecer casi todo el tiempo a oscuras, sufren cambios de temperatura más
importantes y ofrecen más tranquilidad y recursos alimenticios (sobre todo cuando se
utilizan como despensas). El ambiente, que resulta ideal para los hongos (mohos…)
es también frecuentado por cochinillas, arañas y numerosos ácaros. Sin embargo, los
animales más problemáticos de este hábitat son los roedores: ratones y, sobre todo,
ratas.
Las ratas son muy abundantes en las ciudades donde normalmente superan en
número a las personas. La rata negra (Rattus rattus) fue la primera en llegar y ha
estado explotando los ambientes urbanos desde la antigüedad causando graves
pérdidas y problemas de salud a sus habitantes (se considera, por ejemplo, que la rata
fue el vector de la peste bubónica que causó la muerte a una tercera parte de los
habitantes de Europa en el siglo XIV). Sin embargo, a partir de la Edad Media, esta
especie fue desplazada por la rata gris o de alcantarilla (Rattus norvegicus) que se
expandió en aquella época y que es mucho más agresiva. Desde entonces la primera,
que es una excelente trepadora, ocupa las partes altas de los edificios y se ha
extendido hacia la periferia de las ciudades mientras que la segunda se ha adueñado
de los sótanos e infraestructuras subterráneas de donde resulta prácticamente
imposible de desplazar por sus excepcionales cualidades, inteligencia y fortaleza.
Las ratas, que son inteligentes, muy fuertes y poseen una notable capacidad reproductiva, se
han convertido en uno de los habitantes más conspicuos de todos los ambientes humanizados y
uno de los que producen mayores problemas económicos y sanitarios
Foto: ratas en el templo de Karni Mata (Deshnok, India).
26
Los demás hábitats urbanos y periurbanos (áreas industriales, infraestructuras,
vertederos, aguas dulces…) también albergan sus faunas y floras característicos tal
como lo hacen los tejados, parques o interiores de viviendas. Sin embargo la
descripción de todos ellos resultaría reiterativa y no va a ser incluida ya que bastan los
ejemplos desarrollados hasta aquí para obtener una idea de conjunto de la
especificidad de los ecosistemas urbanos, objetivo que se persigue con estas páginas.
27
8.3 ESPECIES VIAJERAS Y ESPECIES INVASORAS
Las áreas de distribución de las especies cambian continuamente por razones
naturales y mientras que las de ciertos taxones se expanden las de otros se contraen
o se fragmentan en un lento y continuo reajuste que afecta al conjunto de la biosfera.
Sin embargo, en la actualidad, estos lentos cambios naturales están quedando
eclipsados por otros de origen humano, muchísimo más rápidos y masivos, que están
permitiendo a numerosas especies irrumpir en nuevos territorios causando graves
transformaciones en sus ecosistemas, importantes daños económicos o incluso
situaciones de riesgo para la salud humana.
En sentido estricto el fenómeno de las bioinvasiones no es nuevo ya que forma parte
de los procesos de expansión de las nuevas especies. Sin embargo su intensidad
actual si lo es ya que los humanos nos desplazamos cada vez más y, al hacerlo,
trasladamos a diario voluntaria o involuntariamente millares de seres vivos o
propágulos de unas regiones a otras de la tierra.
El traslado de taxones por los grupos humanos se ha estado produciendo desde hace
millares de años a través, principalmente, de la diseminación de las especies
cultivadas y de las que aparecen asociadas a ellas (parásitos, “malas hierbas”…).
Con posterioridad el fenómeno no ha cesado de aumentar y de diversificarse:
posesión de especies exóticas como forma de demostrar un status social, para
embellecer jardines o para formar colecciones (enseñanza, investigación, museos…).
Numerosas especies han sido trasladadas de unas regiones a otras a lo largo de la historia por
su interés económico. Muchas de ellas han desaparecido tras abandonarse su uso, pero otras se
han naturalizado o incluso han adquirido un comportamiento invasivo y hoy constituyen plagas.
Foto: Messembryanthemum cristalinum, planta procedente del sur de África que se importó para
la producción de sosa y que hoy invade amplias áreas de Canarias.
En general este incremento ha sido paulatino aunque los investigadores destacan dos
periodos particularmente críticos por la intensidad del trasiego de especies y por los
impactos ambientales causados por él:

El siglo XVI, tras el inicio de los intercambios entre Europa, América e,
inmediatamente, África.
28

Los años posteriores a la Revolución Industrial como consecuencia de la
construcción de una densa red de canales, carreteras y vías de ferrocarril.
Durante estos periodos numerosas especies fueron trasladadas consciente o
inconscientemente de un continente a otro y muchas de ellas se instalaron
irreversiblemente en los ecosistemas produciendo importantes alteraciones en su
funcionamiento.
Sin embargo, durante las últimas décadas hemos entrado en una nueva etapa en
cuanto a magnitud y diversidad de las invasiones biológicas. Las personas y
mercancías circulan hoy a través del mundo en proporciones y a un ritmo sin
precedentes y, con ellas, lo hacen también un gran número de organismos. De este
modo, se ha observado un aumento exponencial del número de especies exóticas e
invasoras a lo largo de las últimas décadas: en Europa se estima que las especies
invasoras causantes de impactos ambientales o económicos podrían ser ya cerca de
un millar. De estas, el 80% de las de invertebrados acuáticos, 75% de los peces, 65%
de las de insectos o 60% de los hongos se habrían instalado después de 1950.
Los “motores” básicos de esta intensificación del traslado de especies son el comercio
(que hoy tiene carácter mundial), el turismo de masas y el tráfico legal o ilegal de
animales y plantas.
En un primer momento las especies invasoras "no son conocidas" por las autóctonas por lo que
carecen de enemigos naturales capaces de limitar su expansión y pueden formar masas muy
densas.
Foto: Oxalis pes-caprea, planta invasora de las regiones mediterráneas tapizando el suelo
desnudo de un olivar.
29
Algunos organismos exóticos pueden ser trasladados voluntariamente a través del
comercio de especies (agricultura, jardinería, animales de compañía…) o de la simple
recolección de “recuerdos” pero, con mucha mayor frecuencia, el desplazamiento pasa
desapercibido y las especies viajeras son pasajeras involuntarias de nuestros medios
de transporte o se limitan a aprovechar nuestras infraestructuras como, por ejemplo:
Alguno de los 50.000 buques mercantes que surcan continuamente los océanos y
que, frecuentemente, utilizan como lastre agua del mar (que es cargada en un punto y
descargada en otro, a veces a miles de kilómetros de distancia). Así, miles de
especies son trasladadas diariamente a través del mundo gracias a
-
-
los aviones, aprovechando el equipaje, las suelas o la ropa de los 5.000
millones de viajeros que anualmente utilizan este modo de transporte o,
simplemente, introduciéndose en las bodegas o cabina de las naves cuando
estas se encuentran abiertas en la pista.
los vehículos privados (barro adherido en los bajos de los coches o en el dibujo
de las ruedas…).
los túneles o canales que permiten superar lo que hasta ese momento eran
obstáculos infranqueables (por ejemplo, el canal de Suez ha propiciado la
llegada e instalación de numerosas especies tropicales en el Mediterráneo
oriental).
La globalización no sólo ha supuesto una intensificación de la relación entre las
distintas regiones de la tierra (y, por tanto, el citado transporte de organismos) sino
que ha acortado prodigiosamente el tiempo necesario para ello. Los aviones recorren
en algunas horas trayectos que hasta hace medio siglo requerían meses y eso ha
incrementado las posibilidades de supervivencia de los organismos “polizones”. Hasta
hace un siglo los taxones que lograban sobrevivir a un largo viaje eran muy pocos y,
de éstos, sólo un reducidísimo porcentaje conseguían establecerse en el nuevo
territorio por lo que la probabilidad de que alguno de ellos adquiriera un carácter
invasor era insignificante. En cambio, en la actualidad los viajes se han vuelto muy
fáciles para muchas especies y su transporte se ha hecho masivo por lo que las
probabilidades de aparición de poblaciones permanentes en las regiones de destino
han aumentado en la misma proporción.
Pero, además, estamos facilitando el fenómeno de las bioinvasiones ya que no sólo
favorecemos una diseminación explosiva de individuos de todas las especies sino que
también facilitamos su instalación en las áreas de acogida al perturbar los ecosistemas
(lo que les hace más vulnerables frente a la irrupción de nuevos taxones) o al causar
un cambio de clima planetario. Gracias a ello, numerosas especies tropicales o
subtropicales ausentes del subcontinente europeo encuentran hoy condiciones
climáticas compatibles con sus requerimientos y nichos ecológicos sin explotar.
La erradicación de las especies invasoras es extremadamente difícil y costosa y, en la
mayor parte de los casos, su instalación a costa de las especies autóctonas es
irreversible. De ahí que sea necesario prepararse ante una situación nueva, sin
precedentes reales, de “globalización ambiental” y progresiva uniformización de los
ecosistemas.
Las invasiones biológicas alteran gravemente el equilibrio de los ecosistemas y suelen
por ello considerarse como una de las mayores amenazas para la biodiversidad
terrestre aunque la situación actual no tiene precedentes y, en realidad, genera
muchos más interrogantes que certezas. Por ejemplo, no sabemos hacia qué tipo de
biosfera conduce este desplazamiento masivo de especies fuera de sus territorios de
origen o, incluso, desconocemos el alcance del posible efecto pernicioso a largo plazo
de los nuevos taxones (es preciso tener en cuenta que los desplazamientos siempre
han existido y que los ecosistemas actuales incorporan muchísimas especies
procedentes de otros sitios y que, en su origen, eran exóticas).
30
El fenómeno de las invasiones biológicas empezó a preocupar a la comunidad
científica hacia los años 80 y, desde entonces, existe un amplio consenso sobre su
peligrosidad considerando que constituyen una de las principales causas de las
extinciones actuales. Según se cree, las invasiones biológicas serán la causa de una
pérdida global de biodiversidad y de una progresiva simplificación y homogeneización
de los biomas terrestres que quedarán dominados por un reducido número de
especies oportunistas y muy adaptables que, tras suplantar a las preexistentes,
aparecerán y darán lugar a ambientes similares en todas las regiones del mundo en lo
que algunos han denominado un proceso de “macdonaldización” ambiental.
Algunos ejemplos de especies invasoras presentes en la región cantábrica
Especie
Origen,
propagación,
primeras referencias
Medios
afectados
Impacto
“Plumero”
(Cortaderia selloana).
América del Sur
Prados,
cunetas,
espacios
abiertos
Desplazamiento de especies
locales
formando
densas
masas monoespecíficas, fuerte
impacto visual.
Transporte
marítimojardinería (principio del
siglo XX, invasora desde la
década de los 70 en
Cantabria).
Anemófila
Ostra
japonesa
(Crassostrea gigas).
Asia oriental
Hormiga de jardín
(Lasius neglectus)
Asia Menor
Mariquita
asiática
(Harmonia axyridis)
Sudeste asiático
Avispa
asiática
(Vespa velutina)
Sudeste asiático
Mosquito
tigre
(Aedes albopictus)
Sudeste asiático (2000)
Polilla del tomate
(Tuta absoluta)
América del Sur
Fallopia japonica
Sudeste asiático
Litoral
estuarios
Introducida
para
ostreicultura (h. 1970)
Medios
de
transporte
terrestres (a partir de 1973)
Importada para el control
biológico
de
plagas.
Comportamiento invasivo
desde 2000 aprox.
Transporte marítimo (2004)
Transporte marítimo y
terrestre
(barcos,
camiones, trenes…)
Transporte de alimentos
(2006)
Introducida
como
ornamental, forrajera y
melífera.
(siglo
XIX,
invasora desde década de
1990 en Cantabria)
31
y
Desplazamiento de especies
locales, forma masas de hasta
1000 individuos/ m2. Lesiones
a los bañistas.
Áreas urbanas y
periurbanas,
espacios
abiertos
Forman supercolonias que
eliminan a las hormigas
locales.
Plaga
doméstica,
daños
en
instalaciones
eléctricas.
Prados, cultivos,
jardines,
viviendas
Eliminación
de
especies
locales, fuerte presión sobre
mariposas, daños viticultura,
invasión de viviendas.
Espacios
abiertos, cultivos
Eliminación
de
otros
himenópteros y destrucción de
colmenas. Daños indirectos en
la polinización. Picaduras.
Todos
los
ambientes. Bien
adaptado a las
ciudades
Picaduras
dolorosas,
propagación de enfermedades
Cultivos
tomates
de
Expansión
rapidísima,
destrucción de cosechas de
tomates
Riberas,
solares, cunetas
Gran vitalidad, desplazamiento
de especies locales, daños en
infraestructuras
Sin embargo, existen voces autorizadas que contradicen esta visión negativa: las
especies invasoras se instalan en lugares ya alterados y empobrecidos por la acción
humana pero no son la causa de su degradación (de hecho, en los entornos bien
conservados, las especies exóticas son poco abundantes y raras veces suponen una
verdadera amenaza para las autóctonas). Según este punto de vista, las especies
invasoras serían un efecto y no la causa de la degradación de los ecosistemas.
En todo caso, lo que nadie discute es que el desplazamiento masivo de especies, del
que somos responsables y del que no existen precedentes en la historia de la biosfera,
está transformando irreversiblemente la totalidad de nuestros ecosistemas y que estos
cambios van a acarrear durante las próximas décadas problemas muy importantes
para la conservación de numerosas especies o para la economía o la salud humanas.
Hay que tener en cuenta que el comportamiento invasivo de muchos organismos no se
manifiesta hasta bastantes años después de su instalación lo que significa que las
consecuencias de la intensificación de las comunicaciones del último medio siglo no se
han hecho sentir todavía y que la potencialidad invasiva de las miles de especies
transportadas a lo largo de ese tiempo permanece en estado latente. En cierto modo,
las semillas de las futuras invasiones ya están sembradas aunque no sabemos ni
cuáles son, ni dónde están, ni cuáles serán sus consecuencias ambientales a corto,
medio y largo plazo.
Todos los países han puesto en marcha actuaciones para luchar contra las especies invasoras
(sobre todo en los espacios naturales protegidos) aunque su erradicación es extremadamente
difícil y puede considerarse que una vez instaladas su presencia es irreversible.
Foto: Panel y tarjetas informando sobre actuaciones de lucha contra plantas invasoras en
España y Asutralia.
32
8.4 EFECTOS DE LOS DESASTRES HUMANOS DE ORIGEN HUMANO
Las transformaciones más importantes inducidas en la Biosfera por el ser humano han
sido causadas por sus asentamientos, infraestructuras y actividades económicas
(agricultura, ganadería, explotación de recursos…). Sus primeras manifestaciones son
muy antiguas ya que remontan a la prehistoria aunque desde aquel momento no han
cesado de intensificarse y de extenderse de manera que hoy afectan a la práctica
totalidad de la tierra. Evidentemente los grupos humanos no han perseguido la
destrucción gratuita de la naturaleza sino que los impactos, de los que no siempre se
ha tenido conciencia, han sido la consecuencia inevitable (o considerada como tal) de
sus actividades.
Esta situación ha producido cambios sin precedentes en la historia de la Biosfera y ha
supuesto la extinción de numerosas especies. Sin embargo, al ser fruto de una
evolución muy prolongada en el tiempo, tanto los distintos ecosistemas como muchas
especies se han podido ir adaptando a la presión humana originando los ambientes
seminaturales que hoy dominan la mayor parte de la superficie terrestre.
El ser humano crea con creciente frecuencia situaciones que causan la muerte de la mayor parte
de las especies o que dan lugar a ambientes hostiles y aparentemente incompatibles con la vida.
Sin embargo, ésta acaba siempre por volver a estos lugares aunque los ecosistemas resultantes
no sean siempre idénticos a los preexistentes.
Foto: rebecos en las minas de los Puertos de Áliva (Cantabria, España).
Pero, a medida que el nivel tecnológico de nuestra especie ha ido aumentando,
también lo ha hecho la posibilidad de provocar terribles desastres capaces de destruir
cualquier forma de vida o alterar gravemente la distribución de los organismos en
muchos kilómetros a la redonda. Estos acontecimientos son imprevisibles,
prácticamente instantáneos, pueden afectar a cualquier punto de la Biosfera y, dada
su inmediatez, no permiten una adaptación previa de los seres vivos por lo que sus
consecuencias en el medio natural pueden prolongarse durante largos periodos de
tiempo.
Por supuesto, los acontecimientos catastróficos son consustanciales a la naturaleza y
han contribuido a la evolución de las especies y a la diferenciación de muchos
ecosistemas. Los incendios forestales, erupciones, inundaciones catastróficas o,
incluso, el impacto de meteoritos, por no citar más que algunos ejemplos, han
33
estimulado la evolución de la Biosfera y forman parte de nuestra historia. Sin embargo,
la interacción entre los sistemas humanos y naturales está incrementando
exponencialmente el número de desastres “naturales” e industriales y generando
nuevas situaciones de riesgo que, por su recurrencia creciente, podrían convertirse en
serios condicionantes de la distribución de las especies en un futuro próximo.
Sabemos que la vida posee cualidades extraordinarias que le permiten superar con
éxito estas crisis e incluso que cada una de ellas facilita su perfeccionamiento. Sin
embargo, es frecuente que el “antes” y el “después” no sean iguales y que la
recuperación tras el desastre sea complicada e introduzca factores de distorsión en los
ecosistemas, algo que, dada la precaria situación de muchos de ellos, es
imprescindible conocer. Para ello se va a analizar a continuación la respuesta de la
Biosfera a tres tipos de situaciones desastrosas producidas por la actividad humana.
Los ejemplos posibles son muchos más pero creemos que los casos presentados son
suficientemente ilustrativos y permiten cumplir el objetivo perseguido.
Los incendios forestales
Los incendios forestales son fenómenos bastante comunes en la naturaleza aunque su
distribución es muy desigual dependiendo básicamente del clima. Pueden ser debidos
a múltiples causas tales como la caída de un rayo (que es la más frecuente),
erupciones volcánicas, procesos de combustión espontánea en presencia de gases
inflamables o, incluso, a una chispa producida por la caída de algún objeto.
Los incendios causan graves alteraciones en los ecosistemas ya que destruyen la cubierta
vegetal, dañan los suelos y matan a los animales con menor capacidad de desplazamiento. Las
aves y grandes vertebrados suelen librarse de las llamas aunque pierden sus hábitats y fuentes
de recursos habituales y se verán obligados a desplazarse a otras zonas durante los meses o
años posteriores a cada siniestro.
Foto: ciervos protegiéndose del calor de un incendio en Bitterroot National Forest (Montana- EEUU). Imagen de
dominio público disponible en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d8/Deerfire_high_res_edit.jpg.
El fuego ya existía sobre la superficie terrestre cuando aparecieron los primeros
bosques y a lo largo del tiempo tanto las especies, de forma individual, como los
ecosistemas de los que forman parte se han ido adaptando a él de distintas formas. El
fuego ha sido un factor esencial en la evolución de manera que las regiones más
propicias a los incendios por razones climáticas suelen estar ocupadas por
34
formaciones naturales que soportan bien el paso esporádico de las llamas y que,
incluso, lo necesitan para mantenerse en condiciones óptimas. De ahí que, siempre
que su frecuencia e intensidad no se alejen excesivamente de las propias del medio
natural, los incendios, lejos de constituir un problema, sean un factor más de los
ecosistemas y contribuyan eficazmente a su diversidad.
Sin embargo, la situación actual es muy distinta ya que se estima que cada año el
fuego destruye unos 350 millones de ha de vegetación en todo el mundo y que cerca
del 90% de todos esos incendios es provocado. Es cierto que la vegetación siempre
consigue regenerarse, unas veces deprisa, otras con más dificultad, pero en un
número creciente de lugares la repetición es excesivamente rápida y la cubierta
vegetal no logra alcanzar nunca sus estadios maduros lo que, a la larga, conlleva
cambios que terminan siendo irreversibles.
Tras los incendios más intensos, la vegetación queda destruida y desaparece todo signo de vida
de la superficie. Sin embargo, bastan algunas horas para que acudan atraídos por el calor los
primeros insectos o un tipo peculiar de geógrafos capaces de deambular por estos medios
manteniendo su ropa impoluta.
Foto: superficie de matorral destruida por un incendio en Las Rozas (Cantabria, España).
Los vegetales carecen de sistemas activos de defensa contra el fuego y permanecen
fijos en el suelo por lo que, cuando se produce un incendio, no pueden librarse de
sufrir sus efectos. Sin embargo, la adaptación de las plantas a esta eventualidad es
muy desigual lo que, unido a su diferente capacidad de respuesta, permite clasificarlas
en varios grupos:
•
Especies intolerantes al fuego: generalmente son muy combustibles y quedan
totalmente calcinadas por el incendio.
•
Especies germinadoras: aunque no soportan el fuego garantizan su
supervivencia produciendo abundantes semillas cuya dispersión y germinación son
favorecidas por el propio incendio.
•
Especies rebrotadoras: toleran relativamente bien el fuego y tras el incendio se
recuperan emitiendo nuevos brotes desde sus raíces o ramas. Suelen ser geófitas,
35
que crecen muy deprisa gracias a las reservas contenidas en sus raíces, o árboles en
los que el fuego solo daña las partes más externas sin perjudicar gravemente a los
órganos vitales.
•
Especies resistentes al fuego: son aquellas que no suelen sufrir daños
importantes y que gracias a ello no ven comprometida su supervivencia. La mayoría
son grandes árboles cuyas copas quedan fuera del alcance del fuego y que se
encuentran protegidos por gruesas cortezas aislantes.
Como las especies resistentes al fuego son muy escasas, la verdadera competencia
tras un incendio se produce entre las rebrotadoras y las germinadoras. Sin embargo,
las primeras tienen ventaja ya que les basta regenerar sus partes aéreas para poder
ocupar el terreno después del fuego mientras que las germinadoras necesitan mayor
tiempo para crecer y alcanzar la madurez.
Las áreas sin quemar y los árboles supervivientes al fuego facilitan mucho la regeneración
posterior de la cubierta vegetal ya que garantizan un aporte de semillas y se convierten en un
foco de atracción de animales.
Foto: Área recorrida por un incendio en Las Rozas (Cantabria, España).
La recuperación de la cubierta vegetal depende, por un lado, de la tolerancia al fuego
de las plantas de cada lugar (favoreciendo la expansión de las llamadas “pirófitas” o
mejor adaptadas) y, por otra, de las condiciones ambientales posteriores al incendio
tales como la calidad del suelo, iluminación, disponibilidad de agua, temperatura y
características de las áreas no quemadas circundantes. En general los ecosistemas
maduros y mejor conservados arden más difícilmente y su recuperación posterior
suele ser más rápida que los entornos más degradados o afectados por fuegos
repetidos.
Inmediatamente después del incendio la superficie afectada no muestra signos
aparentes de vida. Sin embargo la combustión implica la mineralización de la materia
orgánica y, por tanto, un fuerte aporte de nutrientes al suelo. Al mismo tiempo, el fuego
estimula la germinación de las semillas de numerosas especies y crea condiciones
que en un primer momento facilitan el desarrollo de las plantas. Gracias a ello, en el
plazo de unos días o semanas éstas empiezan a reaparecer. Las primeras en hacerlo
son leñosas rebrotadoras, helechos y algunas herbáceas perennes que se benefician
del momentáneo aumento de la fertilidad. En algunos casos esta etapa es
aprovechada también por especies oportunistas o invasoras para instalarse en
36
territorios en los que previamente no se encontraban gracias a su gran capacidad de
colonización y a la ausencia de competidores.
Posteriormente surgirán las herbáceas anuales, que deben esperar el momento
adecuado para germinar, y el resto de las especies preexistentes, primero las
germinadoras y, por fin, cuando hay un aporte suficiente de semillas desde las áreas
vecinas, las más intolerantes. No obstante, la recuperación total del ecosistema y la
vuelta a una situación comparable a la inicial requiere bastante tiempo y en las zonas
más humanizadas es frecuente que quede interrumpida por la ocurrencia de nuevos
incendios que obligan a reiniciar el ciclo sin permitir que éste alcance sus últimos
estadios.
Las especies implicadas y la velocidad de recuperación son diferentes en cada
ambiente y dependen de la severidad del incendio y de la supervivencia de la biomasa
aérea pero la secuencia que se observa es siempre del mismo estilo.
En la Cordillera Cantábrica, por ejemplo, tras la quema de un brezal-escobal en un
área de pastos bastan algunos días para que hagan su aparición los helechos
(Pteridium aquilinum), favorecidos por las reservas contenidas en sus grandes
rizomas, las primeras hojas de las plantas más resistentes como las zarzas (Rubus
spp) y algunas gramíneas. Durante los primeros años posteriores al incendio se
produce un aumento de la diversidad florística entre las herbáceas (gramíneas,
liliáceas…), las más beneficiadas por los efectos favorables del fuego, y sólo la
progresiva recuperación del matorral, dominado por las rebrotadoras primero (Erica
australis, Arctostaphylos uva-ursi, Halimium alyssoides…) y por las germinadoras
después (Calluna vulgaris, Erica umbellata) pone fin a esta momentánea riqueza del
estrato herbáceo y restablece una situación similar a la preexistente..
Algunas plantas tienen la capacidad de
rebrotar rápidamente tras un fuego y de
beneficiarse del aporte de fertilizantes
proporcionados por las cenizas.
Foto: rebrote de una zarza (Rubus sp) a las tres
semanas de un incendio en Cantabria.
El fuego genera una situación de estrés muy importante por lo que, en caso de
repetirse, acaba por convertirse en un significativo factor de evolución tanto para los
ecosistemas como para las especies existentes en ellos. Eso permite que en los
ambientes en los que los incendios naturales resultan habituales se puedan observar
37
numerosos mecanismos de adaptación en las plantas e incluso una particular
fisonomía de las masas vegetales dominadas por las especies pirófitas.
En latitudes medias abundan las plantas capaces de soportar fuegos reiterados de
baja intensidad gracias una gruesa corteza que actúa de aislante térmico. Es el caso
del alcornoque (Quercus suber), del abeto de Douglas (Pseudotsuga sppl), o del pino
canario (Pinus canariensis).
Las plantas pirófitas desarrollan diversas estrategias para soportar el fuego y aprovecharlo en su
competencia con las demás especies. En la foto, tomada en Fuencaliente (La Palma-Canarias,
España), se observa como millares de brotes de pino canario (P.canariensis) recubren una
superficie recién quemada.
En otros casos, la estrategia está relacionada con la dispersión de las semillas. A este
grupo pertenecen numerosas coníferas que tienen conos serotinos (piñas de apertura
retardada). Al iniciarse el incendio, las semillas permanecen protegidas dentro de los
conos y adheridas a ellos por la resina pero, durante el transcurso mismo, el calor
funde la resina, las escamas se separan abriendo la piña y las semillas quedan
liberadas. De este modo podrán dispersarse durante los días siguientes, cayendo
sobre una capa de cenizas idónea para su germinación y sin ningún rival que pueda
limitar su crecimiento.
Por otra parte, el calor estimula la germinación de las semillas de muchas especies
que, como Genista florida, Cytisus scoparius, Cistus ladanifer o Cistus laurifolius son
muy comunes en muchos montes gracias, precisamente, a su capacidad para
germinar rápidamente tras el paso del fuego.
Por fin, hay un último grupo que se beneficia indirectamente del fuego: se trata de las
heliófilas, necesitadas de una iluminación intensa para poder desarrollarse y que, en
condiciones normales, tienen dificultades para prosperar dada la penumbra reinante
dentro del bosque.
La repetición de los incendios tiene importantes consecuencias para la cubierta
vegetal ya que explica la presencia o ausencia de numerosas especies y da lugar a
modelos de sucesión que determinan un complejo mosaico de edades y de
comunidades vegetales. En las regiones con incendios frecuentes, la vegetación
38
intolerante al fuego termina desapareciendo, desplazada por la mejor adaptada (que,
muchas veces, es además muy inflamable). Por eso, una de las consecuencias más
insidiosas de los incendios es que crean condiciones que facilitan la reaparición de
fuego en los años siguientes alimentando un círculo vicioso cada vez más cerrado.
A la larga, si la repetición de los incendios sigue a un ritmo tal que la recuperación de
los árboles no resulta posible, las formaciones boscosas son sustituidas por otras más
inmaduras, preforestales, arbustivas o incluso herbáceas. Es el caso de gran parte de
los brezales o escobales del Norte de España, de los jarales mediterráneos o de las
grandes extensiones de gramíneas de las sabanas tropicales cuya existencia se debe
en gran medida a los incendios. En caso extremo, se puede llegar a la aparición de
estepas o semidesiertos aunque, a la inversa, si quedan retazos forestales que
permitan un aporte suficiente de semillas, la vegetación de estos lugares tiende a
progresar evolucionando espontáneamente hacia estadios más complejos en cuanto
los incendios desaparecen o logran ser controlados.
El uso recurrente del fuego puede acarrear una transformación irreversible de la vegetación que
suponga la sustitución de los bosques por formaciones abiertas de matorral, sabana o
herbáceas. Amplias zonas de sabana o estepa que hoy consideramos naturales en todo el
mundo son, en realidad, formaciones de sustitución generadas por los incendios.
Foto: Kata Tjuta (Territorios del Norte, Australia).
A diferencia de la vegetación, los animales perciben el fuego y son capaces de
reaccionar antes de la llegada de las llamas. Sin embargo, sus respuestas son muy
dispares y no siempre acertadas: muchos vertebrados huyen del peligro, otros
animales intentan refugiarse en madrigueras o escondites mientras que un tercer
grupo, entre los que se encuentran numerosos insectos, resultan atraídos por el fuego
y se precipitan literalmente dentro de él. Es evidente que la eficacia de estas
respuestas depende de la capacidad de las distintas especies para ponerse a salvo, y
si bien la mayoría de los grandes mamíferos o de las aves adultas pueden librarse de
las llamas, los animales de menor movilidad que no pueden separarse del suelo, como
los reptiles, anfibios o la mayor parte de la microfauna terrestre, resultan mucho más
vulnerables y soportan mal los incendios repetidos.
No obstante, aunque muchos de ellos puedan escapar y salvar la vida, el fuego
perjudica durante bastante tiempo a los animales ya que destruye la vegetación que
39
les es necesaria para vivir. Por eso, suelen tardar bastante en retornar definitivamente
al área afectada.
Las consecuencias sobre la microfauna son insuficientemente conocidas aunque el
impacto es particularmente grave en la del suelo ya que dificulta la vuelta a la
normalidad de los procesos edafogenéticos y reduce los recursos alimenticios de los
que dispondrán numerosos omnívoros y carnívoros.
En general el número de insectos disminuye drásticamente tras la ocurrencia de un
fuego aunque éste también favorece a algunas especies que proliferan durante los
años posteriores al incendio gracias a la acumulación de madera muerta y a la
momentánea desaparición de sus depredadores.
En todos los casos, la colonización de las zonas quemadas por la fauna es más fácil
cuando subsisten áreas próximas inalteradas o cuando la vegetación forma un
mosaico de piezas muy recortadas como consecuencia de la repetición de sucesivos
fuegos. En tales ocasiones, coexisten manchas de vegetación con distintos grados de
madurez o alteración y cada especie dispone de hábitats favorables en los que
refugiarse y desde los que iniciar una posible expansión posterior. En cambio, los
grandes incendios que arrasan miles de hectáreas impiden el mantenimiento de estas
áreas refugio y crean condiciones uniformes en grandes extensiones, lo que dificulta la
recolonización “de fuera a dentro” y hace necesarios periodos de tiempo más
prolongados hasta la total desaparición de las consecuencias del siniestro.
Por fin, la velocidad de la recolonización depende mucho también de la capacidad de
desplazamiento de los distintos tipos de animales presentes en cada región y aunque
los de mayor talla, pertenecientes habitualmente a los niveles superiores de las
cadenas tróficas, pueden reaparecer muy deprisa, es normal que los pertenecientes a
niveles inferiores encuentren mayor dificultad para hacerlo.
Algunos árboles disponen de toda una panoplia de recursos para soportar incendios repetidos.
Es el caso del pino canario (P.canariensis) que se beneficia de su gran altura y corteza aislante,
es capaz de rebrotar tras el siniestro y cuyas semillas se dispersan y germinan de manera óptima
en un terreno recién quemado.
Foto: aspecto de un pinar dos años después de un incendio en el monte la Esperanza (Tenerife-Canarias,
España).
Los efectos del fuego en la fauna se producen a veces al nivel de las poblaciones,
habiéndose observado anomalías en cadena en la abundancia y en el éxito
40
reproductor de determinadas especies tras un incendio. La población de aves, por
ejemplo, acusa muy rápidamente los cambios en la abundancia de recursos tróficos,
refugio y condiciones para la nidificación (y ello a pesar de presentar cierta plasticidad
en relación con el uso del hábitat y con la localización del nido). Por eso, numerosas
rapaces se ven favorecidas por los incendios: las presas son más fáciles de localizar y
su número aumenta gracias al incremento de la vegetación herbácea o de los insectos
que les sirven de alimento. Pero esta situación es pasajera ya que pronto harán su
aparición las plantas leñosas que, acompañadas por otros insectos, constituirán
recursos distintos que serán aprovechados por otros animales y así sucesivamente.
Es evidente que en los lugares en los que los incendios se repiten con suficiente
frecuencia e intensidad como para alterar de forma irreversible la cubierta vegetal, la
transformación de los hábitats puede acarrear modificaciones más o menos definitivas
de las comunidades de fauna. La destrucción por el fuego de los bosques tropicales y
su sustitución por sabanas, por ejemplo, supone la desaparición de los roedores
arborícolas y frugívoros, de ciertos antílopes, simios y, seguramente, de insectos
asociados a las formaciones iniciales.
Consecuencias de las mareas negras
Cada año se producen en el mundo un buen número de accidentes que implican
vertidos masivos de hidrocarburos en el mar. Unas veces son causados por el
hundimiento de buques, en ocasiones superpetroleros que cargan varios cientos de
miles de toneladas de crudo, otras veces por accidentes o fugas en plataformas de
extracción, otras más por vertidos criminales o prácticas inadecuadas. Además, existe
una contaminación “de fondo” originada por escapes naturales desde el sustrato
geológico. El producto que se derrama es distinto en cada caso ya que existen
muchos tipos diferentes de petróleo y la variedad de sus productos derivados es aún
mayor. Sin embargo, el resultado de estos derrames, que se extienden rápidamente
por amplias superficies tras formar una fina película flotante, se parece siempre e
incluye una grave contaminación de la línea de costa y de la superficie marina y la
muerte de la mayoría de los animales, plantas y algas alcanzados por ellos.
Los vertidos de petróleo en el mar forman
una lámina flotante que se desplaza
impulsada por las olas y corrientes
contaminando todo lo que encuentra a su
paso. Muy tóxica y difícil de limpiar, produce
la muerte de la mayoría de los animales,
plantas o algas que quedan recubiertos por
ella.
Foto: pato recubierto de petróleo durante una marea
negra. Imagen de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/3f/
Oiled_bird_3.jpg .
De forma complementaria, los hidrocarburos vertidos sufren diversas reacciones de
oxidación que suponen el agotamiento del oxígeno disuelto en las capas más
superficiales de agua y producen la muerte por asfixia de numerosos organismos.
41
Pero los efectos ambientales de las mareas negras no se limitan al episodio de
muertes directamente asociadas al contacto con el petróleo sino que se extienden al
conjunto del ecosistema y persisten a lo largo de cierto tiempo de varias maneras:



Degradación de los biotopos y de los ecosistemas causada por la asfixia del
medio y la destrucción directa de los hábitats de numerosos organismos.
Alteración de las biocenosis por contaminación de las redes tróficas y
bioacumulación en los organismos situados en los niveles superiores.
Daños a largo plazo como consecuencia de enfermedades o deficiencias
inducidas en el metabolismo o en los sistemas inmunitario, reproductor u otros
de muchos animales.
Aunque no son las únicas afectadas por el desastre, los daños más conspicuos y que
más impresionan a la opinión pública, son los sufridos por las aves. Éstas, al quedar
recubiertas de petróleo, pierden capacidad de desplazamiento, flotan más difícilmente y
quedan peor aisladas del frío. Además, los hidrocarburos se acumulan en su sistema
respiratorio produciéndoles asfixia por lo que terminan muriendo al cabo de algunos días.
Cuando el vertido se produce en alta mar sus consecuencias son menos graves que
cuando alcanza el litoral ya que en éste último caso la mayor parte de las especies
viven ancladas a la superficie rocosa y no tienen la capacidad de escapar de las de
mar abierto.
Sin embargo, pasada la primera fase del desastre, la cantidad de petróleo flotante va
disminuyendo gracias a diversos procesos naturales (evaporación, fotooxidación y
posterior disolución, sedimentación en el fondo, dispersión, biodegradación…) de
eficacia muy desigual dependiendo del tipo de petróleo y del clima exterior pero
también gracias a las posibles intervenciones humanas de recogida y limpieza. A partir
de este momento se hace posible un progresivo retorno de la vida.
Las mareas negras causan una grave contaminación que acaba con cualquier forma de vida
existente en la franja de costa alcanzada por ellas.
Foto: playa recubierta de petróleo por la marea negra del Exxon Valdez en Disk lsland (Prince William SoundAlaska, EEUU). Imagen de dominio público disponible en http://www.flickr.com/photos/arlisreference/4750349750/sizes/o/in/photostream/.
Normalmente, hacen falta unos dos años para que el litoral recupere cualitativa y
cuantitativamente un estado más o menos comparable al preexistente lo que, en
comparación con otro tipo de desastres, es un plazo muy breve. No obstante, en
lugares desfavorables por su inaccesibilidad, clima y escasa agitación o renovación del
42
agua pueden llegar a ser necesarias varias décadas para que la recuperación alcance
un nivel aceptable.
De hecho, la eficacia de la recolonización biológica del litoral varía mucho
dependiendo tanto del tipo y cantidad de petróleo extendido como de las
características del litoral afectado.
En general, cuanto mayor es la fracción ligera del vertido, más capacidad tiene el
producto para infiltrarse en el organismo y producir un envenenamiento (aunque, en
contrapartida, estos productos ligeros son también los que se evaporan o biodegradan
más fácilmente). A la inversa, los fueles muy densos son más persistentes aunque se
extienden peor (dejando zonas limpias que facilitarán la recolonización posterior), y
resultan menos tóxicos.
Por otra parte, el petróleo depositado en un tramo de costa expuesto a fuertes mareas y
oleaje va a estar sometido a continuos cambios de temperatura, de humedad, etc que
favorecen su descomposición contrariamente a lo que ocurre en litorales con menos
energía.
La recolonización suele verificarse por etapas, empezando por los taxones más
simples y resistentes y terminando por los animales más evolucionados pero de
hábitos preferentemente sedentarios, como algunos grandes crustáceos. En todos los
casos, estos organismos proceden de las áreas vecinas no contaminadas y su
desplazamiento está favorecido por la continua agitación del medio marino.
Los primeros en volver después del desastre son pequeños organismos oportunistas
de ciclo corto que se benefician del vacío creado por la muerte de sus competidores
habituales y que son capaces de soportar elevados niveles de toxicidad (plancton,
algas verdes, poliquetos…). Algunas de estas especies logran incluso beneficiarse del
petróleo aprovechando el exceso de carbono y de hidrógeno que libera su
degradación. Es el caso de las algas verdes que, a veces, experimentan una
proliferación explosiva durante un corto plazo y que de este modo proporcionan
abundante alimento a los organismos marinos que se alimentan de ellas facilitando su
retorno (que, a su vez, permitirá el de las especies de los niveles tróficos superiores).
De hecho, no es raro que tras una marea negra se produzca una auténtica y
aparentemente contradictoria explosión de vida. Ello es debido a una distorsión
transitoria de las cadenas alimentarias pero el hecho desaparece rápidamente cuando
se recupera el equilibrio preexistente.
Sin embargo también pueden producirse complicaciones insidiosas capaces de
perturbar durante varios años el proceso de recolonización: ciertos hidrocarburos
originan problemas reproductivos o tumores en las especies más expuestas a ellos
como los moluscos filtradores (mejillones, ostras…) o los animales situados en los
niveles superiores de las cadenas tróficas (mamíferos marinos…). Su acumulación
entre los cantos de las playas o fondos marinos puede prolongar anormalmente una
situación de toxicidad y generar en muchos animales problemas crónicos de salud
causantes de malformaciones, crecimiento anómalo o diversas lesiones que, a veces,
han sido observados más de una década después del desastre.
Todo lo anterior nos demuestra la gran capacidad de recuperación de los medios
costeros y el carácter transitorio de la mortandad causada por las mareas negras pero,
también, el riesgo que supone la repetición continua de estos episodios en algunos
tramos particularmente expuestos del litoral en los que la recuperación total se hace
cada vez más difícil y más lenta y la degradación ambiental termina siendo
semipermanente.
43
En mares agitados y no excesivamente fríos la descomposición del petróleo y recuperación de la
vida son bastante rápidos y suelen producirse en el plazo de algunos años.
Foto: restos muy degradados de petróleo de la marea negra del Prestige en la costa de Cantabria (España).
Efectos de una catástrofe nuclear: Chernobil
Un tipo de catástrofe totalmente distinta a las anteriores es la causada por la liberación
repentina a la atmósfera de grandes cantidades de radiactividad. Hasta el momento
este hecho sólo se ha producido como consecuencia de la explosión de bombas
nucleares (Hiroshima y Nagasaki pero, también Mururoa, Bikini, Kazakhstan, Nevada u
otros “polígonos de ensayos al aire libre”) y a causa de grandes accidentes en
instalaciones civiles (Fukushima, Chernobil, Kyshtym, Windscale, Three Miles Island,
etc).
Dadas las extremas medidas de seguridad que rodean las instalaciones nucleares y
sus materiales estos acontecimientos son mucho más improbables que los descritos
hasta aquí. Sin embargo, la extrema gravedad que pueden revestir para la humanidad,
la relación existente entre la tecnología nuclear y las armas y el sistemático intento de
ocultación que suele producirse tras cualquier incidente, han hecho que para gran
parte de la opinión pública los accidentes nucleares (que, por otra parte, son muy
difíciles de comprender para el profano y siempre tienen algo de “misterioso”) se
hayan convertido en el paradigma del desastre inducido por el ser humano y un motivo
permanente de preocupación.
Sin embargo, y contrariamente a lo que se suele pensar, el impacto de la radiactividad
en el medio natural está menos claro y plantea no pocas dudas y contradicciones.
El caso mejor documentado, que utilizaremos como ejemplo, es el accidente que se
produjo el 20 de abril de 1986 cuando uno de los reactores de la central nuclear de
Chernobil (Ukrania, antigua URSS) sufrió una explosión seguida por un incendio. La
destrucción del reactor produjo un enorme escape de radioelementos que, formando
una nube radiactiva, se fue desplazando impulsado por el viento y diseminó 131I, 137Cs,
90
Sr y otras sustancias peligrosas a través de más de 200.000 km2 de todo el Este y
Centro de Europa.
Los depósitos radiactivos más importantes se produjeron sobre unos 2600 km2 de
superficie en una radio de 30 km alrededor de la central nuclear, superficie que fue
44
rápidamente declarada “zona de exclusión” y de la que fueron inmediatamente
evacuadas 116.000 personas (que nunca podrán regresar a sus casas). No obstante,
hoy se estima que el territorio que quedó gravemente contaminado fue mucho más
extenso y podría acercarse 28.000 km2 (en cuyo caso el número de personas que
sufrieron una contaminación grave (>185 kBq/m² de 137Cs) podría ser de 830.000.
Varios millones de personas recibieron radiación por encima de la norma y siguen
viviendo en áreas con un nivel significativo de contaminación.
Áreas más afectadas por la contaminación radioactiva que produjo el accidente de Chernobil.
Fuente: documento de dominio público disponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/23/Chernobyl_radiation_map_1996.svg
Desde el punto de vista de la contaminación generada, la de Chernobil ha sido la
mayor explosión nuclear de la historia ya que dispersó 400 veces más radiactividad
que la de Hiroshima.
Las explosiones de bombas atómicas liberan radionucleidos con un periodo muy corto
y que, por tanto, desaparecen muy deprisa del entorno. Gracias a ello en los lugares
del mundo en los que se produjeron esas explosiones entre los años 40 y 70 la
radiactividad es hoy residual y las condiciones ambientales muy próximas a las
preexistentes. Sin embargo, en Chernobil y en sus alrededores (incluyendo superficies
que hoy corresponden a Ucrania, Rusia y Bielorrusia) los acontecimientos han sido
distintos y tras la destrucción masiva se ha producido una recolonización vegetal
aunque persista una elevadísima tasa de radiactividad (que se va a mantener durante
decenas de miles de años).
A lo largo del primer mes después de la explosión la radiactividad produjo la muerte de
la mayoría de los organismos presentes en un radio de una decena de kilómetros. Los
pinos (P.sylvestris) que formaban grandes masas boscosas alrededor de la instalación
adquirieron un extraño color rojo ladrillo durante algunos días y después,
prácticamente al unísono, murieron. Sus restos fueron arrancados con buldócer,
quemados y enterrados in situ y, desde entonces, los pinos no han sido capaces de
regenerarse (aunque el espacio liberado por la desaparición de sus bosques ha sido
45
ocupado con posterioridad por abedulares o bosques de otras especies más
resistentes a la radiactividad).
A mayor distancia los efectos variaron más dependiendo de las especies y mientras
que las coníferas se mostraron muy frágiles, los caducifolios, herbáceas y musgos
resistieron mucho mejor la radiactividad. La causa de esta desigual resistencia no se
conoce aunque podría relacionarse con la distinta “anatomía” de los genomas ya que
los problemas aparecen por la irradiación del ADN y cuanto más pequeños y
compactos son los cromosomas menos probable es que resulten irradiados.
Pasados unos diez meses la mayoría de los isótopos habían dejado de irradiar y la
radiactividad había bajado al 1% de la que llegó a registrarse en las primeras
semanas. Gracias a ello, y aunque esta tasa es aún muy alta y resulta incompatible
con una presencia humana prolongada, las plantas y animales más resistentes
pudieron iniciar la recolonización del territorio a partir de la primavera de 1987.
Aunque las observaciones son aún insuficientes y algunas de las afirmaciones que se
han hecho carecen del rigor científico necesario, todo parece indicar que algunos
organismos experimentaron cambios fisiológicos o bioquímicos inducidos por la
radiactividad. Por ejemplo, en las zonas más contaminadas el ADN de los pinos
aparece muchas veces enrollado sobre sí mismo lo que reduce su vulnerabilidad
frente a la radiación pero repercute en la morfología y metabolismo de los árboles que
se vuelven más pequeños y crecen de forma más anárquica.
Central de Chernobil vista desde una terraza de la ciudad abandonada de Pripiat. La vegetación
está invadiendo las calles y edificios.
FUENTE: Imagen de dominio público disponible en
http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:View_of_Chernobyl_taken_from_Pripyat.JPG.
Del mismo modo se han citado frecuentes casos de gigantismo u otras anomalías de
origen genético en las plantas situadas en la zona de exclusión. De este modo,
algunos abetos (Picea abies) estarían produciendo agujas de 4 ó 4,5 cm de longitud,
dos veces más largas de lo que es habitual en esa especie, mientras que en los pinos
(P. sylvestris) éstas alcanzarían 12 a 14 cm cuando lo habitual es que no superen 5.
Por otra parte, en 1992 el número de agujas que producían los brotes jóvenes era el
46
triple que en 1986 antes de la catástrofe y mayor el porcentaje de semillas que
germinaban.
Todos estos hechos, que deberán documentarse mejor durante los próximos años
pese a ser perfectamente verosímiles, indican claramente un aumento de la capacidad
reproductiva y de crecimiento de las plantas que no puede haber sido consecuencia
más que de la propia radiactividad.
Las observaciones que se han hecho en la fauna demuestran la existencia de
impactos muy importantes pero hasta el momento su interpretación plantea más
interrogantes que nuevas certezas.
La mayoría de los animales presentes en la zona de exclusión murió o sufrió un grave
deterioro orgánico y fue incapaz de reproducirse tras quedar expuesta a la
radiactividad. Esta fue la suerte del ganado que quedó abandonado en una isla a seis
kilómetros del reactor tras la evacuación de la zona. Los caballos murieron
rápidamente como consecuencia de la destrucción de sus glándulas tiroides y las
pocas reses que sobrevivieron en la zona presentaron importantes disfunciones que
supusieron su debilitamiento y rápida extinción. Sin embargo, con posterioridad los
caballos han sido reintroducidos y grupos de individuos semisalvajes procedentes de
las áreas menos expuestas se han ido instalando en el área de manera más o menos
espontánea. Sorprendentemente, todas esas poblaciones se han acomodado sin
problemas al entorno radiactivo y no parecen acusar sus consecuencias.
Algo parecido ocurrió con los pequeños roedores (Apodemus, Microtus) que
desaparecieron durante la fase de radiación más intensa. Sin embargo, el vacío que
dejaron fue ocupado en los años siguientes por otros individuos que llegaron de las
regiones vecinas sin que se sepa por qué estas poblaciones de origen externo resisten
mejor la radiación que la primera.
Aspecto actual de los bosques en la “zona roja”. Los pinos murieron y sus restos fueron
quemados y enterrados pero su lugar ha sido ocupado por abedules, mucho más tolerantes a la
radiactiviad.
Fuente: imagen de dominio público diponible en
http://www.flickr.com/photos/lord_yo/3758832940/sizes/l/in/photostream/.
47
En las aves el número de alteraciones observadas es mayor en las especies
ponedoras de grandes huevos y con plumajes vistosos e inferior en las más discretas.
Entre las más afectadas se encuentran las currucas (Sylvia spp) y las golondrinas
(Hirundo rustica) entre las que se han observado plumajes y huevos anormales y un
menor éxito reproductivo.
El caso de los hongos es aún más sorprendente por la excepcional capacidad
demostrada por algunos de ellos para sobrevivir en un entorno letal. Así, los
investigadores han observado mediante robots la existencia de hongos melánicos
creciendo sobre los restos de los muros del propio reactor y se ha demostrado que
algunos taxones, como Cryptococcus neoformans o Cladosporium prosperan mejor en
ambientes radiactivos gracias a la melanina que les permite aprovechar le energía de
las radiaciones ionizantes del reactor.
Aunque la información disponible es aún escasa y la perspectiva histórica insuficiente,
no hay duda de que la contaminación nuclear ha supuesto cambios muy importantes
en la biodiversidad y estructura de los ecosistemas:
-
-
-
Los pinares han sido sustituidos por praderas “naturales” o por abedulares,
numerosos grandes mamíferos que habían desaparecido a consecuencia de la
presión humana han retornado a la zona aprovechando la tranquilidad que hoy
encuentran en ella (lobo, lince, jabalí…)
varias especies emblemáticas de la fauna europea más amenazada han sido
introducidas con éxito en el área para facilitar el aumento de sus poblaciones
(caballo de Prjevalski, bisonte europeo)
algunas plantas cultivadas y animales domésticos que quedaron abandonados
a su suerte tras la huida forzada de sus propietarios sobreviven y han
recuperado rasgos o comportamientos propios de las especies salvajes de las
que proceden. Es el caso, por ejemplo, de los perros que cazan formando
manadas similares a las de los lobos.
Muchos animales son hoy más abundantes en la zona de exclusión que fuera de ella y
la diversidad de plantas existente en las áreas más radiactivas es comparable a la de
los espacios naturales protegidos de las regiones circundantes.
Si fuera preciso establecer un balance de las consecuencias de la catástrofe a la luz
de lo que hoy se sabe, habría que confrontar dos tipos de hechos más o menos
contradictorios:


La radiactividad ha causado la muerte de la mayor parte de los organismos en
un primer momento y, ulteriormente, ha originado impactos negativos muy
significativos para la vida de numerosos animales y plantas. La recuperación
que ha seguido al periodo inicial de mortandad ha sido muy desigual
dependiendo de las especies por lo que los ecosistemas han quedado
gravemente alterados.
El accidente ha obligado a evacuar la zona y todas las actividades humanas
han desaparecido de forma repentina e irreversible. Ello ha supuesto el
desvanecimiento de la presión antrópica sobre el medio, ha permitido el retorno
de numerosas especies extintas o que se encontraban en situación crítica y
hace posible que los ecosistemas vuelvan a regirse por sus propias leyes
naturales. La biodiversidad y la biomasa presentes en la zona han alcanzado
así valores desconocidos desde hace mucho tiempo gracias a la desaparición
de las interferencias humanas.
48
Pasado el primer momento, las coníferas empiezan a regenerarse en algunas zonas de las que
habían desaparecido. Algunos individuos presentan anomalías congénitas que podrían
defenderles de las altas tasas de radiactividad.
Foto: imagen de dominio público diponible en
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b9/Abandoned_ZiL-130_and_ZiL131_trucks_in_Pripyat.jpg?uselang=es:.
Lo acaecido en Chernobil ilustra muy bien una paradoja que tendemos a olvidar con
demasiada frecuencia: un acontecimiento catastrófico para la humanidad puede no
serlo (o no ser tan importante) para el medio natural. Al ser las actividades humanas
“normales” más devastadoras a largo plazo para la biodiversidad que el mayor de los
desastres industriales, la desaparición de la actividad humana tras uno de estos
acontecimientos puede contribuir a una cierta recuperación de la naturaleza o, al
menos, al restablecimiento de un nuevo equilibrio más próximo al natural que el que
queda destruido por el desastre.
No obstante, quedan demasiadas cuestiones por resolver antes de poder establecer
un balance definitivo y la falta de estudios a largo plazo sobre genética, demografía,
tasas de mutación, esperanza de vida, fertilidad, salud u otros aspectos impide saber
si las poblaciones expuestas de manera crónica a una elevada tasa de radiación
difieren de las no expuestas y en qué medida ello es importante o no para su
supervivencia. Mientras estas cuestiones no queden aclaradas no será posible
conocer en su totalidad el efecto del desastre de Chernobil (o de otros similares ya
ocurridos, como el de Fukushima, o por venir).
49
8.5 LAS CONSECUENCIAS AMBIENTALES DE LOS CONFLICTOS ARMADOS
Las guerras y grandes conflictos asimilables a ellas plantean situaciones distintas a las
anteriores ya que gran parte de los daños son consecuencia de acciones humanas
conscientes que persiguen, precisamente, causar destrucción. Por supuesto, las
acciones bélicas no suelen tener como objetivo principal el medio natural y se dirigen
hacia determinados sectores de población, sus ciudades, infraestructuras o recursos
pero cuando el conflicto alcanza cierta intensidad es inevitable que sus consecuencias
afectan no sólo a la sociedad y a sus bienes materiales sino también al conjunto del
entorno pudiendo entonces producir impactos ambientales extremadamente graves.
El medio ambiente sufre gravemente las consecuencias de los conflictos sociales y armados a
pesar de no ser normalmente objetivo de las acciones militares.
Foto: pintada sobre el muro que aísla a la población palestina en Belén.
Las situaciones de conflicto favorecen el aumento de desastres causados por
incendios, mareas negras, contaminación radiactiva, inundaciones, esparcimiento de
sustancias tóxicas u otras razones ya que la sociedad se vuelve más vulnerable y los
riesgos se agudizan pero, también, porque estos desastres se multiplican como
consecuencias “colaterales” de los ataques o, incluso, son provocados de forma
voluntaria con el objetivo de debilitar al bando opuesto.
En 2006 el ejército israelí bombardeó una central eléctrica situada al Sur de Beirut
(Líbano) causando un vertido de 20.000 tm de petróleo en el Mediterráneo. La
imposibilidad de actuar eficazmente para detener la marea negra resultante supuso que
ésta dañara gravemente un tramo de 90 km de costa matando a numerosos organismos
y dañando gravemente uno de los escasos hábitats de la tortuga verde (Chelonia midas)
en el Mediterráneo. Por su parte, misiles lanzados por las guerrillas de Hezbollah contra
suelo israelí provocaron incendios forestales que calcinaron 3600 ha de bosque
incluyendo tres reservas y santuarios de aves. En ambos casos la naturaleza sufrió
graves daños como consecuencia de acciones militares que perseguían otro tipo de
objetivos (aunque ambos episodios “vinieron bien” a quienes los provocaron).
No es raro, por tanto, que junto a las consecuencias directas de impactos
intrínsecamente asociados al conflicto armado (por ejemplo destrucción física o
50
incendios causados por explosiones…) los ecosistemas acusen los efectos indirectos
de múltiples situaciones asociadas a él (contaminación, presión sobre determinados
recursos, etc).
Los conflictos armados tienen consecuencias sociales y ambientales extremadamente
graves que tras el restablecimiento de la paz quedan marcados en las personas y en
el territorio durante mucho tiempo. Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente
ambiental, los efectos de las guerras y de las situaciones postbélicas son
contradictorios: por una parte se producen graves daños en los ecosistemas y en las
poblaciones de numerosas especies pero, por otro, amplias extensiones dejan de ser
utilizables por las personas y, tras ser abandonadas, pueden recuperarse y acabar
convirtiéndose en refugios para la biodiversidad. De este modo, mientras que extensas
superficies de bosque o de manglar y numerosos hábitats valiosos han desaparecido
como consecuencia de guerras, otros se conservan o se han podido regenerar
constituyendo hoy entornos valiosos “gracias” a ellas.
En todos los casos, los ecosistemas resultantes presentan caracteres y dinámicas
peculiares que justifican su estudio como “casos aparte” (habiéndose incluso
propuesto para ellos la denominación de “polemosistemas”: sistemas resultantes de un
conflicto).
51
8.5.1 IMPACTOS DURANTE EL CONFLICTO
De acuerdo con los artículos 35 y 55 del I Protocolo Adicional a los Convenios de
Ginebra (junio de 1977) “el empleo de métodos o medios de hacer la guerra que hayan
sido concebidos para causar, o de los que quepa prever que causen, daños extensos,
duraderos y graves al medio ambiente natural” quedan totalmente prohibidos. Este
compromiso, sin embargo, se respeta pocas veces y en la mayoría de las guerras
contemporáneas se producen acciones causantes de daños directos en el medio
natural.
El bosque, la montaña o los grandes humedales son espacios difíciles de controlar por
los ejércitos convencionales y por esa razón se convierten frecuentemente en
escondites y bases de operaciones para las guerrillas. Ello convierte a estos espacios
naturales en escenarios de guerra y, en algunos casos, impulsa a los gobiernos a
intentar destruirlos mediante el uso de defoliantes o practicando talas a matarrasa.
Esto se ha producido recientemente en Myanmar y en Sri Lanka donde amplias
extensiones de bosque han sido destruidas por este motivo.
En la guerra de Vietnam cientos de miles de hectáreas de selva y cultivos fueron destruidas
utilizando defoliantes, explosivos o medios mecánicos en lo que se ha considerado como el mayor
ecocidio de la época contemporánea.
Fotos: documentos expuestos en el Museo de Recuerdos de la Guerra de Ciudad Ho Chi Minh (Vietnam).
El caso más terrible de destrucción sistemática del bosque se produjo entre 1965 y 1973
en Vietnam. Durante aquellos años se desarrolló un programa masivo de fumigación con
herbicidas y defoliantes destinado a eliminar la cubierta forestal en la que se ocultaba la
guerrilla del Vietcong y a privar de alimentos a los campesinos vietnamitas. Con aquel
motivo se extendieron 100.000 toneladas de sustancias tóxicas por todo el Sur del país
produciendo graves daños en casi la mitad de la superficie cultivada y destruyendo cerca
de 110.000 hectáreas de bosque y 150.000 de manglares. Además, se utilizaron
explosivos o napalm y la devastación se completó con los llamados “arados romanos”,
enormes buldócers provistos de palas-cuchilla de tres metros de altura que, unidos con
gruesas cadenas, avanzaban en paralelo levantando el suelo y arrancando todos los
árboles que encontraban a su paso. Se estima que estos “arados romanos” destruyeron
completamente la vegetación y desencadenaron la erosión del suelo de otras 325.000
hectáreas.
Algunos días después de ser fumigados todas las plantas perdían sus hojas y morían
rápidamente junto a la fauna presente en cada lugar. La destrucción fue sistemática y
afectó uniformemente a superficies muy amplias lo que, unido a la alta toxicidad del
suelo, dificultó mucho la posterior recuperación de la vegetación. Ello favoreció la rápida
expansión del bambú y de una especie oportunista carente de utilidad económica, la
52
entonces llamada “hierba americana” (Imperata cylindrica), que, una vez instalados,
resultan extremadamente difíciles de erradicar y bloquean la progresión de la vegetación
hacia estadios más avanzados. En algunas zonas del país estas plantas aún forman
tapices homogéneos que siguen impidiendo la entrada de otras especies.
El “agente naranja”, principal defoliante utilizado en Vietnam, tenía un elevado contenido
en dioxina, lo que produjo la muerte directa de numerosos animales salvajes o
domésticos y gravísimos efectos en la salud de los campesinos que se han extendido
hasta la actualidad a través de deformaciones congénitas en sus descendientes.
Detalle de un mapa que representa las áreas fumigadas con defoliantes en un sector del centro
de Vietnam. En azul, áreas que sufrieron una fumigación; en color rosado las que sufrieron dos o
más pasadas.
Foto: documento expuesto en el Museo de Recuerdos de la Guerra de Ciudad Ho Chi Minh (Vietnam).
Casi cuarenta años después la cubierta vegetal se está regenerando y en muchos
lugares nuevos bosques vuelven a recubrir el territorio, gracias en parte a los grandes
esfuerzos realizados por las instituciones y población locales. Sin embargo, extensas
áreas han perdido definitivamente no sólo sus árboles sino también gran parte de sus
suelos a causa de la intensa erosión que éstos sufrieron tras la desaparición de la
cubierta forestal. La erosión sigue siendo hoy uno de los principales problemas
ambientales del país.
No obstante, las acciones de guerra generalmente no van directamente dirigidas
contra el bosque o la naturaleza y estos no sufren ataques “más que” de manera
circunstancial. Pese a ello, los daños pueden ser muy importantes y llegar a producir
graves alteraciones en la totalidad de los ecosistemas existentes en extensas
superficies. Eso es lo que ocurrió durante la Primera Guerra Mundial en una amplia
franja situada alrededor del frente en todo el Norte y Noreste de Francia: la excavación
de miles de kilómetros de trincheras, túneles y otras infraestructuras similares y la
prolongadísima guerra de desgaste que se desarrolló en torno a ellas supuso la
completa destrucción de los bosques y pastos existentes en la zona y dañó
gravemente a los suelos que quedaron muy contaminados y con su estructura
alterada. En las décadas siguientes una amplia franja de bosques ha sido creada
sobre la zona más afectada (ver más adelante) aunque los impactos ambientales que
causó el conflicto siguen generando problemas pese al tiempo transcurrido y no existe
ninguna duda de que los paisajes y ecosistemas actuales son muy distintos de los que
podrían existir en caso de que la guerra no hubiera tenido lugar.
53
En otros casos el deterioro ambiental no es el resultado directo de acciones armadas
sino consecuencia de un aumento de la presión sobre los recursos motivado por la
desorganización de los tejidos social y productivo o los grandes movimientos de
población que acarrean los conflictos.
La guerra puede tener efectos contrapuestos y en ciertas ocasiones contribuye a
proteger el bosque al paralizar actividades que lo amenazaban. Sin embargo el caso
contrario es más frecuente y resulta habitual que los gobiernos o facciones que
controlan un territorio vendan o permitan la sobreexplotación de sus riquezas naturales
a cambio de unos ingresos que les permitan hacer frente a las compras de armas u
otros gastos de guerra. La sobreexplotación de los recursos naturales genera una
mayor penuria en las comunidades locales que dependen de ellos y alimenta un
círculo vicioso imparable ya que obliga a estas poblaciones a incrementar la presión
sobre el medio o a ampliarla hacia otras zonas donde los recursos se conservan
mejor.
En la guerra de Camboya el régimen de los Jemeres Rojos impulsó la explotación del
bosque para financiar los gastos de sus campañas y permitir la extensión de los cultivos
lo que supuso la destrucción, irreversible en la práctica, de cerca de un tercio de los
bosques del país.
La destrucción de la vegetación original y la desestructuración de los ecosistemas favorecen la
irrupción de plantas oportunistas o invasoras que, posteriormente, pueden ser muy difíciles de
erradicar. La “hierba americana” que se extendió en Vietnam tras la eliminación de los bosques y
cultivos impide la evolución de la vegetación hacia fases más maduras y hace muy difíciles los
aprovechamientos agrarios
Foto: hierba americana, Imperata cylindrica en Hue (Vietnam)
Las situaciones más graves son las causadas por los grandes movimientos de
población que provocan la ocupación incontrolada de nuevos territorios y un
incremento de la presión sobre el medio susceptible de producir su degradación. En
Darfur, por ejemplo, los refugiados han intentado poner en cultivo superficies no aptas
para ello generando una fuerte erosión del suelo y favoreciendo el avance del desierto
(lo que, a su vez, ha agravado aún más la situación de los afectados).
54
Cuando se producen estos acontecimientos, que pueden tener lugar de manera muy
repentina y que obligan a anteponer la asistencia a las personas frente a cualquiera
otra consideración, los impactos ambientales pasan relativamente desapercibidos
pese a su gravedad y sólo es posible hacer un balance a posteriori, en muchos casos
cuando ya es demasiado tarde para actuar eficazmente.
Un ejemplo de la complejidad de estas situaciones y de su carácter incontrolable es la
situación que se produjo en 1994 tras el trágico éxodo de ruandeses que llevó a 750.000
personas a refugiarse en el Parque Nacional de Virunga y su entorno en el Congo (ex
Zaire). La guerra, que se extendió a toda la región, afectó muy poco al bosque de
manera directa aunque la caza, recolección, recogida de leña y otras actividades
“pacíficas” de los refugiados devastaron gran parte del Parque. Numerosos animales
murieron durante aquel periodo, en ocasiones bajo fuego de armas de guerra, y la
protección de los gorilas de montaña, una de las grandes especies más amenazadas del
mundo, se abandonó quedando su población muy diezmada (aunque informaciones
posteriores podrían indicar cierta recuperación de sus efectivos). Además, los refugiados
más pudientes introdujeron ganado que produjo importantes impactos en lo que había
sido, hasta muy poco antes, uno de los mayores santuarios de fauna de África.
Los espacios naturales protegidos son particularmente vulnerables durante los
conflictos. Normalmente se trata de territorios despoblados o semivacíos que resultan
ideales para ocultarse y que pueden contener recursos útiles para los contendientes o
para la población más desfavorecida. Además, durante la guerra las estructuras
administrativas responsables de su salvaguardia pierden fuerza ante otras prioridades
y su personal queda desasistido o es derivado a otras funciones. De hecho, eso refleja
uno de los puntos débiles del sistema de parques (que son aparentemente viables
mientras que las cosas “van bien” pero que fracasan cuando las circunstancias
económicas o sociales se vuelven excesivamente adversas) y pone en evidencia que
la conservación de las especies amenazadas no puede depender exclusivamente de
estos pequeños enclaves mantenidos artificialmente “fuera del sistema” y que no
resultan sostenibles por sí solos. Ejemplo de lo anterior son los graves daños sufridos
por buen número de espacios protegidos afectados por guerras recientes en el Congo
(Virunga, Garamba, Kahuzi-Biega, Okapi…), antigua Yugoslavia (Taga, Kopaonik,
Fruska Gora, Sarplanina, Vrsacke Planiny…), etc.
Durante las guerras algunas áreas quedan vedadas a la población y ofrecen refugio a plantas y
animales. Lo mismo ocurre en determinadas “tierras de nadie” o áreas fronterizas que, con el
paso del tiempo, acaban convirtiéndose en excelentes santuarios naturales tal como ha sucedido
55
a lo largo de gran parte del antiguo “Telón de Acero”.
Foto: monumento sobre las fosas comunes de soldados de la II Guerra Mundial en el bosque de Bialowieza
(Polonia), junto a la antigua frontera soviética).
Por fin, es preciso indicar que, aunque parezca paradójico, las guerras pueden facilitar
la aparición temporal de zonas de refugio para la vida silvestre. Esto ocurre sobre todo
en zonas de seguridad militar, bien defendidas pero vetadas a la población, o en torno
a fronteras que se vuelven herméticas y de las que la gente es expulsada. En
ocasiones estos “no man’s lands”, que deberían ser temporales, se mantienen tras el
final del conflicto y acaban convirtiéndose en zonas de interés natural. Un buen
ejemplo de esta situación se produjo en Europa a lo largo de todo el antiguo “telón de
acero” que dividía en dos el continente.
56
8.5.2 LAS SECUELAS DE LOS CONFLICTOS
Las guerras tienen efectos ambientales muy desiguales. Algunas veces alteran los
ecosistemas o modifican el equilibrio entre las especies aunque su impacto ambiental
no resulta fácilmente perceptible a simple vista. En otras ocasiones, en cambio, sus
secuelas son generalizadas y quedan impresas en los paisajes durante largos
periodos de tiempo. En tales casos una resiliencia completa no es siempre posible y,
caso de serlo, resulta siempre delicada y muy lenta.
En las zonas más afectadas por los combates o bombardeos después de la guerra subsisten
muy pocas formas de vida aparte de algunas plantas oportunistas.
Foto: imagen de Beirut poco después de terminar la guerra civil (1975-1990).
No obstante, lo normal es que tras la finalización del conflicto las plantas reaparezcan
espontáneamente y las ruinas o suelos devastados reverdezcan muy deprisa. De este
modo se inicia un nuevo proceso de sucesión que, con el paso del tiempo, permitirá la
recuperación de una cubierta vegetal similar a la preexistente. Esta primera fase es
muy rápida ya que, normalmente, el conflicto no elimina todas las formas de vida, tal
como ocurre con ciertos grandes accidentes, sino que produce una destrucción
selectiva y muy desigual en el territorio que permite la supervivencia de especies
resistentes y de rápido crecimiento que se encargarán de suministrar abundantes
semillas.
Sobre antiguas parcelas agrarias o en zonas próximas a ellas el primer estadio suele
ser protagonizado por las “malas hierbas” que acompañaban a los cultivos y que se
adueñan del terreno una vez desaparecidos éstos. Rápidamente se les unirán diversas
plantas nitrófilas y ruderales (como ortigas, zarzas o diversas gramíneas dependiendo
de la región) y, en ocasiones, taxones de carácter invasor que sacan provecho de la
existencia de nichos vacíos. Por fin, aparecerán los ambientes preforestales en los que
las herbáceas cederán protagonismo a las plantas leñosas preludiando las
formaciones maduras.
Sucesiones del mismo estilo, e igualmente rápidas, se producen en los
agroecosistemas y en los sistemas urbanos, cada uno con sus especificidades. Así,
tras los bombardeos de la II Guerra Mundial, Londres fue literalmente invadida por
Epilobium angustifolium que, a su vez, atrajo a la gran esfinge morada, Deilephila
57
elpenor cuyas larvas se alimentan de él. Sin embargo, la desaparición de los solares
vacíos a medida que se reconstruía la ciudad acabó con las plagas (aunque ambas
especies han quedado, desde entonces, instaladas en el ecosistema urbano
londinense.
Los enfrentamientos y desplazamientos de población implican el abandono de amplias
superficies agrarias que, rápidamente, son colonizadas por la vegetación.
Foto: parcelas abandonadas en Cule (Bosnia y Herzegovina).
En muchos casos después de un conflicto la regeneración espontánea de una cubierta
parecida a la preexistente no es posible a causa de los cambios que éste produce en
la población y en los usos del suelo. Las guerras pueden desencadenar
desplazamientos de población, el abandono de ciertas áreas, la masificación de otras
o la aparición de nuevas demarcaciones administrativas todo lo cual, inevitablemente,
afecta a la evolución posterior de la vegetación y de los ecosistemas.
La ocupación israelí de los Altos del Golán ha modificado profundamente el mosaico
preexistente de usos del suelo. La mayoría de las antiguas parcelas cultivadas, cercadas
con seto o muros de piedra, han quedado abandonadas y el movimiento de los rebaños
por el monte ha decaído y ha sido muy restringido. Estos hechos han permitido la
aparición de una maquia incipiente o de un magro herbazal salpicado de arbustos
leñosos en gran parte del territorio. Sin embargo, en algunos de los lugares más
favorables se ha modificado el parcelario y se han plantado cultivos forestales o se han
establecido modernas explotaciones agrarias, mucho más intensivas pero, también, más
pobres ambientalmente que las que había con anterioridad. Por fin, se han creado
muchos asentamientos que hoy albergan a una numerosa población inmigrante y que
generan una importante presión sobre su entorno inmediato. Transcurridas casi cuatro
décadas desde la Guerra de Yom Kipur, el paisaje y, probablemente, la biodiversidad de
esta meseta han experimentado cambios difícilmente reversibles.
Pero las transformaciones más importantes son las que experimentan las superficies
que quedan inutilizadas para los usos humanos “normales” tras haber sido sembradas
de minas. Esta práctica, desgraciadamente muy frecuente y que podría afectar hoy a
cerca de 900.000 km2 en todo el mundo, obliga a los campesinos a abandonar sus
tierras e impide la normal explotación de sus recursos. Dado que el desminado es
58
extremadamente costoso y que el riesgo de explosión persiste durante muchas
décadas (tal vez incluso siglos), las comunidades afectadas son incapaces de
solucionar el problema con sus propios recursos y en los países más pobres el
abandono consiguiente de tierras puede considerarse como irreversible a medio plazo.
Después de algunas guerras amplias superficies quedan sembradas de minas lo que obliga a la
población a abandonar su uso y permite la conservación o recuperación del medio natural. En
algunas regiones estas áreas encierran en la actualidad los mejores valores ambientales de sus
regiones respectivas aunque su puesta en valor o cualquier tipo de intervención en su interior son
muy complicados y costosos.
Foto: vegetación halófila en un sector del desierto que fue escenario de cruentas batallas en la II Guerra Mundial y
que permanece hoy sembrado de minas (Sallum, Egipto).
Las minas antipersona causan la muerte de grandes animales (se ha documentado la
de osos en Croacia) y, cuando estallan accidentalmente, producen destrozos en los
suelos y plantas circundantes aunque estos daños son muy limitados. En cambio, al
hacer desaparecer los factores humanos de estrés de amplias superficies, permiten
que el entorno vuelva a regirse por leyes naturales y hacen posible la conservación o
regeneración de los ecosistemas locales. En algunas zonas del mundo, las mejores
representaciones de ambientes “naturales” coinciden hoy con áreas minadas.
Pero las minas no siempre son favorables al medio natural ya que la falta de labores
silvícolas o la imposibilidad de actuar normalmente en las superficies afectadas por
ellas puede volverse en contra de la vegetación.
Esto ocurrió en 2003 cuando una ola de incendios forestales asociada a un verano
excepcionalmente caluroso no pudo ser combatida con medios terrestres a causa de las
minas y calcinó extensas superficies en Bosnia-Herzegovina.
59
La presencia de minas impide tanto la explotación de la madera como el mantenimiento de las
labores silvícolas y está propiciando cambios, no necesariamente favorables, en la estructura y
composición de numerosos bosques de todo el mundo.
Foto: regeneración del robledal en pinares minados en Rotimlja (Bosnia y Herzegovina).
La destrucción del bosque y la alteración del terreno producidos por la guerra
repercuten en otros aspectos del medio físico (erosión, hidrología, microclima…) y deja
un ambiente desolado que evoca con demasiada crudeza episodios que la gente
desea olvidar. De ahí que en los países que se lo pueden permitir se pongan muchas
veces en práctica acciones destinadas a restaurar el bosque o a facilitar su rápida
recuperación.
Este ha sido el caso de Vietnam, país de escasos recursos que ha tenido que hacer
frente a una ingente labor de reconstrucción casi en solitario y donde el gobierno ha
promovido ambiciosos programas de reforestación. Gracias a ellos se han recuperado
significativos sectores de pluvisilva o de manglar aunque la labor ha resultado más
compleja de lo que se imaginó en un primer momento y está requiriendo un esfuerzo
mayor.
Un ejemplo ilustrativo de ello lo ofrece el bosque de Ma Da, exuberante pluvisilva situada
a un centenar de km al Norte de Saigón (HCMC) que tras ser totalmente destruida por
efecto de los defoliantes dio paso a una especie de sabana estéril e inutilizable de
“hierba americana” (Imperata cylindrica). Terminada la guerra, los técnicos vietnamitas
plantaron árboles autóctonos pero los primeros intentos fracasaron ya que los árboles,
privados de la sombra que debería protegerles durante sus primeras fases de
crecimiento, fueron incapaces de soportar la competencia ejercida por la “hierba
americana” y la alta frecuencia de los incendios introducida por esta gramínea altamente
igniscible. Para contrarrestar estos inconvenientes, se eliminó la hierba de algunas áreas
y en su lugar se plantaron árboles o arbustos exóticos de rápido crecimiento y que
toleran bien una elevada insolación tales como Indigofera tenesmani, Acacia
auriculiformis, Eucalyptus tereticornis o Casia siamea. Esta plantación fue un éxito y
cuando los árboles alcanzaron suficiente altura, se plantaron a su sombra, diversas
especies locales de Dipterocarpus. Tras más de una década de ensayos los árboles
autóctonos lograron por fin arraigar, están creciendo rápidamente y empiezan a ser
frecuentados por aves que, a su vez, se encargarán de traer consigo semillas de otras
plantas. Cuando las especies locales superen en altura a las exóticas éstas, necesitadas
60
de sol, empezarán a declinar y se espera que terminen desapareciendo o pasando a un
discreto segundo plano.
Algunos países han puesto en marcha ambiciosos programas para hacer posible la recuperación
de los bosques destruidos por los conflictos bélicos aunque su costo es muy elevado y las
acciones no suelen beneficiar más que a un pequeño porcentaje de las superficies dañadas.
Foto: plantaciones de árboles en zonas deforestadas de Vietnam. Documento expuesto en el Museo
de Recuerdos de la Guerra de Ciudad Ho Chi Minh (Vietnam).
El ejemplo anterior ilustra bien las dificultades que entraña la recuperación del bosque
allí donde la destrucción ha sido total y el tiempo que se necesita para ello. Pero
también la importancia que adquiere el factor humano en los países más densamente
poblados y desestructurados por un conflicto: cada año se sigue perdiendo mucha
más superficie forestal en Vietnam a causa de la presión agraria y la recogida de leña
que la que se recupera a costa de estos esfuerzos ingentes.
Un ejemplo muy distinto es el de los “bosques de guerra” que han sido creados en
Francia, Bélgica, Alemania y algunos otros países europeos tras la I Guerra Mundial.
En el Norte de Francia este conflicto ha sido el que ha causado cambios más radicales
en el paisaje ya que la franja ocupada por el frente quedó totalmente arrasada (áreas
del valle del Somme, Vimy, Meuse, Verdun…) y en gran parte de su superficie se han
restaurado o creado extensos bosques.
Tras la guerra se impidió a los agricultores volver a sus campos, que se habían vuelto
excesivamente peligrosos a causa de la gran cantidad de explosivos y munición química
que había quedado dispersa por ellos y a la fuerte contaminación de los suelos. En un
primer momento se plantaron en estos lugares varios tipos de pinos y abetos, resistentes
y fáciles de manejar aunque, rápidamente, las plantaciones se diversificaron y acabaron
incluyendo un gran número de especies tanto autóctonas (haya, fresno, abedul, aliso…)
como exóticas (robinia, alerce japonés…). Por fin, a partir de los años 70 empezaron a
61
sustituirse las coníferas por caducifolios autóctonos (principalmente haya) y se favoreció
la regeneración natural para facilitar la resiliencia ecológica frente a situaciones
adversas.
En la franja ocupada por el frente de la I Guerra Mundial la vegetación natural y los cultivos
quedaron totalmente destruidos. Terminada la guerra, una gran proporción de dicha franja no
podía ser devuelta a la agricultura y fue convertida en bosque aunque algunas áreas se han
dejado abiertas como testimonios de la guerra.
Fotos: estado de las trincheras alemanas en Delville (1916) y bosque de Verdun en la actualidad. Imágenes de
dominio público disponibles en
http://fr.wikipedia.org/wiki/Fichier:German_trench_Delville_Wood_September_1916.jpg y
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d8/Landscape_in_Verdun_Forest.jpg
En la actualidad, estos bosques han alcanzado un importante grado de madurez y, a
pesar de su carácter artificial y de contener muchas especies alóctonas, han sido
incorporados en la red Natura 2000 por su importancia ornitológica: al situarse en una
región muy transformada y ocupada casi exclusivamente por agrosistemas, muchos de
ellos son, hoy por hoy, los mejores refugios forestales para la biodiversidad de la zona.
Antes de la guerra la agricultura en campos abiertos era la actividad dominante y la
que estructuraba la totalidad de un espacio agrario donde la presencia de arbolado era
relativamente marginal. En cambio, en la actualidad, los bosques tapizan la mayoría
de la franja ocupada por el antiguo frente recubriendo lo que hace un siglo eran
campos de cultivo o incluso núcleos de población.
Sin embargo, no todos los bosques que se pueden ver hoy son totalmente artificiales
ya que la vegetación, tras la guerra, mostró una sorprendente capacidad de resiliencia
incluso en los suelos más alterados (tal como suele ocurrir en todas estas ocasiones).
Ello permitió la rápida aparición de formaciones originales que, con el paso del tiempo,
acabarían dando paso a los estadios sucesionales propios de la región. No obstante,
no existe información ecotoxicológica suficiente para valorar las secuelas de la
contaminación química que sigue afectando a estos lugares y que, sin duda, repercute
en muchas de sus especies.
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Los bosques que se formaron o que fueron plantados sobre los antiguos escenarios de guerra
suelen presentar una gran simplicidad estructural y una biodiversidad moderada aunque incluyen
bastantes taxones exóticos denotando su carácter artificial y corta edad.
Foto: bosque plantado sobre el antiguo campo de concentración ubicado en Gurs (Pyrénées Atlantiques, Francia)
Sin embargo, no todas las administraciones posteriores a las guerras tienen ni la
misma sensibilidad ni la misma capacidad de actuación. Muchos conflictos vienen
seguidos de gobiernos débiles incapaces de controlar eficazmente el territorio o de
impedir que grupos de poder corruptos aprovechen el desorden para saquear sus
recursos naturales.
Esta situación es patente en Bosnia-Herzegovina donde el paisaje refleja las múltiples y
a veces contradictorias consecuencias de la guerra: ruinas de pueblos vaciados por las
“limpiezas étnicas”, antiguos campos de cultivo invadidos por un tapiz uniforme de
vegetación preforestal pero, sobre todo, viejos bosques totalmente destruidos por talas a
matarrasa realizadas por empresas frecuentemente irregulares afines a parte de la clase
política actual.
Antes de la guerra los bosques ocupaban más de la mitad de la superficie del país e
incluían algunas de las mejores masas de Europa. Sin embargo, han bastado algunos
años de expolio para que este porcentaje descienda al 30% y la sobreexplotación no
parece tener más freno que la presencia de minas en muchos bosques. Aunque parezca
una ironía macabra, las minas defienden al bosque bosnio mucho mejor que la ley.
La recuperación del bosque no cierra el ciclo de los “ecosistemas de la guerra” ya que
el suelo de muchas áreas contiene municiones sin explotar, chatarra militar y todo tipo
de sustancias u objetos potencialmente contaminantes que pueden producir efectos
indeseables en los organismos o en los hábitats bastantes décadas después de haber
sido depositados y cuando las huellas visibles del conflicto ya han desaparecido del
paisaje. Muchas de las sustancias contaminantes no son biodegradables y además
son bioacumulables. Los metales pesados, por ejemplo, contaminan todas las
cadenas tróficas y alcanzan altas concentraciones en los consumidores situados en
los niveles superiores cuya salud o capacidad reproductiva se deterioran gravemente.
A causa de ello muchos hongos o animales procedentes de los “bosques de guerra”
del Norte de Francia (Verdun…), Bélgica (Ypres…) o Alemania no son aptos para el
consumo humano pese a que el origen de la contaminación cesó hace casi un siglo.
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En el valle del Woëvre, en Lorena, un estudio reciente ha detectado una concentración
de arsénico diez mil veces más elevada que en el resto del antiguo frente y documenta
una mortalidad anómala de la mayor parte de los animales y plantas causada por la
contaminación por metales pesados. En otros lugares próximos la biodiversidad de
insectos y plantas podría ser inferior a la normal y se han citado indicios de anomalías
similares en otros muchos lugares del mundo aunque la información disponible es aún
demasiado fragmentaria y no permite realizar un balance de las consecuencias
ecológicas de la guerra a largo plazo.
La destrucción y abandono de asentamientos humanos como consecuencia de la guerra produce
a medio plazo cambios muy importantes en el paisaje y en los ecosistemas.
Foto: Igrane (Croacia).
64
8.6 VIDA Y BIODIVERSIDAD, LAS DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA
Los organismos vivos toleran muy mal los efectos de la transformación de sus hábitats
y no son capaces de soportar los desastres por lo que después de un incendio, de una
marea negra, de un bombardeo o, incluso, de la urbanización de un polígono, da la
impresión de que la naturaleza ha sido definitivamente erradicada del entorno. Sin
embargo, cuando se retorna a estos mismos lugares al cabo de algunos años o
décadas sorprende observar que la vida no sólo se ha vuelto a adueñar del territorio
sino que incluso, en ciertos casos, parece haberse beneficiado de la crisis.
A la vista de estos hechos uno se pregunta por la fuerza que permite a la naturaleza
recuperarse una y otra vez tras cada episodio de muerte y la respuesta a este
interrogante resulta obvia: esa “fuerza” es la propia vida. La vida tiene una
extraordinaria capacidad para resurgir una y otra vez adoptando nuevas formas,
nuevos mecanismos de adaptación para superar los obstáculos, nuevas especies… La
vida, como ente abstracto, se perpetúa a sí misma a través de los seres vivos de
forma que la destrucción de un ecosistema implica, ante todo, la aparición de un nuevo
espacio dispuesto para ser colonizado por nuevas especies. Las perturbaciones
desestructuran los ecosistemas al aniquilar a un gran número de seres pero, al mismo
tiempo, suponen la aparición de recursos o de nichos ecológicos que otros individuos
de las mismas especies o de otras diferentes aprovecharán enseguida con lo que
rápidamente se restablece el equilibrio (que puede ser similar o distinto al
preexistente).
Las primeras que colonizan un territorio desocupado son plantas oportunistas. Dichas
especies se caracterizan por su gran plasticidad ecológica (y, por tanto, capacidad
para colonizar incluso los entornos más desfavorables), por desarrollar muy deprisa
sus ciclos vitales y, sobre todo, por su gran eficacia reproductiva. Esto último lo
consiguen produciendo un elevado número de propágulos, esporas o semillas y
logrando que se diseminen bien para aumentar sus probabilidades de lograr una
descendencia.
Gracias a esta capacidad de diseminación, los espacios vacíos están recibiendo
continuamente propágulos de especies oportunistas procedentes de las áreas vecinas.
Cuando el ecosistema está bien conservado y no existen nichos vacíos, las plantas
oportunistas no logran instalarse ya que las preexistentes, que están muy bien
adaptadas a su territorio, lo defienden eficazmente de las intrusiones. Sin embargo, si
el ecosistema está alterado y aparecen nichos ecológicos o espacios sin explotar, las
especies oportunistas serán pioneras a la hora de colonizarlo y, una vez instaladas,
facilitarán el progresivo restablecimiento de un ecosistema de mayor complejidad. El
oportunismo puede por tanto ser visto como una adaptación de tipo cuantitativo a las
perturbaciones de los ecosistemas.
Cuando en determinado lugar una perturbación de cualquier tipo se repite con mucha
frecuencia, ésta acaba por convertirse en parte integrante de su historia evolutiva. En
esos sitios es posible que ciertas especies se especialicen desarrollando mecanismos
propios de adaptación que les permiten sobrellevar mejor los sucesivos episodios
adversos y, de este modo, imponerse a las demás. Los ejemplos son numerosísimos y
abarcan todas las situaciones imaginables e incluyen, entre otras:


Las plantas pirófitas, descritas con anterioridad, que se benefician de los
incendios en su competición con las demás especies o que incluso “utilizan” el
fuego para la dispersión o germinación de sus semillas.
Bacterias como Alcanivorax borkumensis que se alimenta de hidrocarburos.
Presentes en todos los océanos aunque poco numerosas en condiciones
65


normales, estas bacterias proliferan vertiginosamente cuando se produce un
vertido degradando rápidamente el petróleo y facilitando su emulsificación.
Vegetales capaces de vivir en ambientes muy contaminados por metales
pesados (cinc, cadmio, plomo, etc). Es el caso de Psychotria douarrei que
neutralizan el níquel haciéndolo reaccionar con sus propios ácidos orgánicos y
que posteriormente lo almacenan en sus hojas o de Agrostis castellana, una
gramínea muy común capaz de acumular plomo, arsénico, alumnio,
manganeso y cinc.
Bacterias u hongos tales como Deinococcus radiodurans o Cryptococcus
neoformans, capaces de soportar tasas de radiactividad que resultan letales a
cualquiera otra especie.
Estos taxones adquieren una gran importancia en el caso de los desastres humanos
aunque su origen es anterior a nuestra cultura y la adquisición de sus caracteres
especiales se ha producido como mecanismo de defensa frente a situaciones
estrictamente naturales: incendios producidos por rayos o erupciones, escapes de
hidrocarburos en los fondos oceánicos, suelos con alto contenido en metales, etc.
Incluso es posible que la particular resistencia de algunos organismos no sea más que
una consecuencia indirecta de su adaptación “a otra cosa” tal como se ha comprobado
en D.radiodurans cuya tolerancia a la radiactividad es un efecto colateral de la
adaptación de su ADN a condiciones de extrema sequedad. Estos taxones, a los que
pueden sumarse todos los extremófilos, demuestran la sorprendente plasticidad de la
vida y su aptitud para adaptarse a cualquier tipo de ambiente generando organismos
capaces de soportar las condiciones más adversas.
El motor de esta aptitud es la variabilidad genética originada por las mutaciones y
gracias al intercambio sexual entre individuos de una misma especie. Dicha
variabilidad da lugar continuamente a una enorme cantidad de caracteres y pequeñas
diferencias. En la mayor parte de los casos estos nuevos caracteres no aportan ningún
beneficio y pasan desapercibidos o son eliminados por la selección natural pero, de
vez en cuando, suponen la adquisición de un rasgo “útil” que otorga algún tipo de
ventaja a la especie.
Cada vez que un desastre supera la capacidad de adaptación de una especie ésta se
extingue. Sin embargo, la desaparición de una población, especie o, incluso,
ecosistema no significa que lo haga la vida. La mejor prueba de ello es que ésta se ha
mantenido a lo largo de 3700 millones de años superando al menos cinco periodos de
extinciones generalizadas causadas por la colisión con grandes asteroides, erupciones
a la escala de todo un continente o crisis climáticas planetarias. En cada uno de estos
episodios se produjo la desaparición de la mayor parte de los animales y plantas
existentes pero, en cada ocasión, las extinciones supusieron también un estímulo para
la evolución y permitieron la rápida aparición de un gran número de nuevas especies
más complejas genéticamente y más perfectas que las que les precedieron.
Cuanto mayor es la biodiversidad de un ecosistema más probable es que éste sea
capaz de adaptarse a los cambios y de recuperarse tras un periodo de crisis: a mayor
número de especies, mayor probabilidad de que algunos individuos sobrevivan y
puedan convertirse en el punto de partida de un proceso de sucesión o contribuyan al
restablecimiento de una cadena trófica. La biodiversidad se convierte por ello en una
especie de “seguro de vida” para los ecosistemas y, por extensión, para el conjunto de
la Biosfera.
Sin embargo, la intensidad, frecuencia y extensión de nuestras agresiones al medio
natural son crecientes y hay que ser conscientes de que a partir de un determinado
momento la capacidad de resiliencia de los ecosistemas puede ser superada haciendo
imposible su mantenimiento. Es difícil prever cuáles serían las consecuencias de una
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posible generalización de esta situación pero no es aventurado afirmar que resultarían
catastróficas para el ser humano (que no deja de ser una especie más tan
dependiente del equilibrio natural como todas las demás).
Si tal como creen numerosos especialistas la humanidad desencadena un nuevo
periodo de extinciones generalizadas por el efecto combinado de la antropización de la
superficie terrestre y de la modificación del clima, desaparecerían numerosas especies
(incluyendo probablemente la nuestra) y la mayoría de los ecosistemas quedarán
gravemente perturbados. Sin embargo, frente a la vulnerabilidad de los distintos
constituyentes de la Biosfera (individuos, especies o ecosistemas) se encontrará
siempre la extraordinaria fortaleza de la vida y, con presencia humana o sin ella, ésta
se recuperará una y otra vez haciendo que nuestro maravilloso planeta, azul, blanco y
verde siga siendo totalmente distinto a todos los demás.
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