DERECHO SISTÉMICO Lo que no te enseñaron en la facultad Naihara Cardona Martínez © Naihara Cardona Martínez, 2021, Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida toda distribución, reproducción, comunicación pública y transformación, ya sea total o parcial, de este libro, así como su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular del copyright. Autora: Naihara Cardona Martínez Edición y supervisión del texto: Carme Arrufat Dalmau Corrección de estilo: Cristina del Hoyo Martín Diseño portada: Digital ground Ibiza, S.L. Ilustraciones interiores: Rosaana Balada Rams Traducción portugués-español: Naihara Cardona Martínez Foto de la autora: David Corral Moral Maquetación: Catherine Baduin Contacto con la autora: Instagram @naiharacardona Facebook pages Naihara Cardona Martínez Linkedin Naihara Cardona Martínez A Sami, por la brillantez de llevar las constelaciones familiares al mundo jurídico y seguir iluminándonos a muchos profesionales del derecho. Pero mejor aun que su brillantez, es su humildad. Gracias. Índice de contenido Prefacio 1. Introducción 2. Anatomía del conflicto 3. Las tres esquinas del infierno 4. Conflictos litigados 5. Conflictos constelados 6. Leyes sistémicas 7. El papel transgeneracional en los conflictos 8. Epígenética 9. La historia de Sami Storch 10. Para profesionales del derecho 11. Derecho comparado 12. Los problemas legales no existen Acceso al curso online de derecho sistémico Agradecimientos Bibliografía de referencia Prefacio El derecho sistémico y las constelaciones familiares, desde hace algunos años, vienen promoviendo en Brasil una nueva cultura en el tratamiento de los conflictos que llegan al poder judicial, con notables beneficios para los ciudadanos que tanto necesitan de la asistencia jurídica y del Estado. Cada vez son más frecuentes las historias de personas que sufrieron durante muchos años sin lograr una resolución definitiva de su caso y que, tras participar en una constelación en los tribunales, lograron encontrar una solución pacífica y equilibrada, con mejoras en las relaciones implicadas y condiciones para vivir mejor las nuevas oportunidades que la vida ofrece. Entre los jueces, fiscales y abogados que trabajan con este enfoque en distintas áreas del derecho, se han vuelto notorios y frecuentes algunos casos emocionantes, por ejemplo, de divorcios o sucesiones complicadas, que envuelven decenas de procesos e incidentes a lo largo de los años y que llegaron a su fin en armonía unos días después de una sesión de constelaciones. O el trabajo con los reclusos, favoreciendo la toma de consciencia de las dinámicas ocultas que llevaron al delito y una mirada responsable hacia las consecuencias, reduciendo drásticamente la reincidencia delictiva. Por otra parte, las víctimas también se benefician de las oportunidades para comprender los caminos de su propio empoderamiento, lo que las ha permitido liberarse de los enredos que en su día las debilitaron y las expusieron a la acción de los agresores. Se trata de una verdadera evolución en el pensamiento jurídico y en las prácticas de resolución de conflictos que viene encantando a los profesionales del derecho, así como a los psicólogos, mediadores y todos aquellos interesados en soluciones pacíficas, profundas y verdaderas. España, que cuenta con algunas de las personas pioneras en Europa en la práctica y divulgación del derecho sistémico, ahora tiene, en esta obra de Naihara Cardona, una importante aportación en el ámbito literario. Naihara se ha dedicado al estudio de este tema, siguiendo su desarrollo en Brasil y en el mundo, adquiriendo una experiencia única al abrir con valentía el campo de la abogacía con el enfoque del derecho sistémico en su país. Este libro marca la posibilidad de compartir dicha experiencia, difundiendo conocimientos inspiradores y capaces de impulsar al lector en la búsqueda de un nuevo nivel de eficacia y comprensión en la práctica de la resolución de conflictos. Sami Storch Capítulo 1 Introducción Promover algún cambio en la realidad de las cosas, en el sentido de que la justicia fuera más justa. Esa siempre fue, y continúa siendo, mi relación con el derecho: buscar transformarlo desde dentro hacia fuera, para que sirva a lo que se destina, que es a la pacificación de las relaciones. -Sami Storch 1.1- ¿Por qué escribo este libro? Siempre que alguien lucha por justicia y orden, lo está haciendo por el derecho de un miembro de la familia. -Bert Hellinger Reconozco que, cuando me decidí por los estudios de Derecho, fue en gran parte porque tenía una gran herida de la justicia y consideraba que el mundo era un lugar muy injusto. Sentía que, con las leyes en la mano, podría paliar parte de ese desequilibrio. Ahora, cuando miro a aquella Naihara, veo que el problema radicaba en el «desde dónde». Me refiero a que ejercer el derecho desde ese dolor y esa herida producida por la injusticia tenía unas consecuencias poco productivas, porque me llevaba a pelearme con el otro por querer tener razón. Se trataba de ganar a toda costa el territorio de la razón. Si sigues leyendo, vas a entender por qué la razón está sobrevalorada y por qué pelearse para conseguirla no es ni eficaz ni saludable. Y esto no significa que no debamos defender aquello en lo que creemos, pero hay maneras y maneras de hacerlo. En Derecho nos enseñan a pelearnos, a litigar, a derrotar al otro, cuando la verdadera función de un abogado, como dijo Gandhi, debería ser «unir a las partes en desacuerdo». Y, aunque Gandhi no fue tan pacífico como lo pintan, logró grandes resultados que comportaron altos precios, pues no siempre es posible conseguir logros desde esta premisa. El tema no radica tanto en lo que nos pasa, sino en cómo vivimos o interpretamos lo que nos pasa. Pero nuestra tradición procede del derecho griego y romano. El derecho occidental se inicia con el nacimiento de la dialéctica en la Grecia clásica. El derecho romano y griego son una creación de la dialéctica filosófica griega, que consiste en ganar con argumentos. Gana el que tiene más argumentos y los demás, aunque puede que tengan más razón, se quedan fuera. Parménides, el fundador del discurso metafísico sobre el ente, el gran lógico, era legislador y, casi seguro, abogado. Los griegos, en sus viajes a Egipto, quedaron alucinados porque allí manejaban el derecho de forma muy distinta a como se hacía en Grecia. ¿Quién juzgaba los conflictos en Egipto? Los sacerdotes y la familia. En los juicios convencionales, el proceso era llevado a cabo por los sacerdotes, quienes leían las alegaciones por escrito de los acusados y defensores. Estos dictaban sentencia, entrando en contacto, en ocasiones, con testigos y familiares. En el juicio post mortem del alma, tal y como se nos expone en El libro de los muertos, el juicio se presentaba como una pesada en una balanza de las acciones morales del finado. El juicio estaba presidido por Osiris y otros dioses, como Anubis, Maat y Thot, y, además, había un tribunal de cuarenta y dos dioses que, en algunos papiros, puede ser interpretado como que, en lugar de dioses, eran los ancestros del finado. De todas formas, era Osiris el que refrendaba la sentencia. De alguna manera, podríamos considerar que fueron los precursores de algunos elementos de la sistémica, como el hecho de tener presente a los ancestros y su peso en nuestras vidas. Los griegos copiaron otras técnicas y saberes de los egipcios, especialmente del área de las matemáticas y la física, pero del derecho parece que no aprendieron tanto.Algunas de las técnicas y saberes egipcios sobrepasaban la capacidad de comprensión de los griegos y, quizás, la forma en la que aplicaban el derecho fuera uno de ellos. Y este funcionamiento es el que ha llegado hasta nuestros días. Pero ya que, desde hace unos años, parece que el mundo occidental está volviendo la vista hacia oriente, con el fin de beber de su sabiduría, me ha gustado recordar las diferencias entre el funcionamiento del derecho en Egipto por un lado y en Grecia y Roma por el otro. Volviendo a mis motivos para escribir este libro, diré también que no hay necesariamente un motivo, aunque lo cierto es que me gustaría compartir mi evolución en relación con el derecho, ya que muchas personas deciden estudiarlo porque tienen una necesidad de justicia, y ese fue también mi caso. De pequeña, tuve una maestra en el colegio que me llamaba «la defensora del pueblo». Mi madre también me decía siempre: «Tú ve dando la cara, que un día te la van a partir». Y es que, desde bien pequeña, fui una gran defensora de las «causas perdidas», hasta el punto de que llegué a constituir una asociación sin ánimo de lucro que se llamaba Soluciones Legales para Todos (ambicioso, ¿verdad?), la misma que a día de hoy recibe el nombre de Asociación de Abogacía Sistémica, ya que ha evolucionado junto conmigo, y pronto pasará a ser la Asociación de Derecho Sistémico, para ampliarla más allá de los abogados. Estamos en proceso. Desde los dieciséis años que me fui de casa, siempre pagué alquiler y nunca tuve problemas para ello. En muy poco tiempo, la burbuja inmobiliaria hizo que se dispararan los precios y, cuando me separé, con un bebé que apenas contaba con unos meses de vida, buscaba una vivienda para poder vivir nosotros dos. A pesar de tener una buena formación, un excelente puesto de trabajo con una remuneración acorde, me resultaba imposible encontrar una vivienda que pudiera pagar y me quedara dinero para comer y pagar guardería y todo lo demás. Mi enfado fue tal que empecé a movilizarme, escribir cartas en el periódico y a asistir a muchas otras personas que tenían las mismas dificultades: encontrar una vivienda digna a un precio asequible. Por aquel entonces, los propietarios me parecían unos abusones y los inquilinos, unas pobres personas a las que ayudar con mis conocimientos jurídicos. Así, contribuí con una plataforma ciudadana durante un buen tiempo, ayudando a muchos inquilinos a solventar sus problemas con sus propietarios cuando les querían subir la renta o echarlos de su casa sin que les hubiera finalizado todavía el contrato, por el simple hecho de querer obtener mayores beneficios, sin pensar en las familias que estaban viviendo allí. A raíz de mi trabajo personal con las constelaciones familiares, me di cuenta de que estaba representando a un familiar mío que se había quedado en la calle tras su separación. Y es que es muy curioso cómo nos llegan estas experiencias a nivel inconsciente y, cuando hay algo que algún antepasado no ha podido solucionar, se repite en las generaciones siguientes hasta que puede ser visto y solucionado. Así fue como me di cuenta de que, efectivamente, había un problema con el precio de los alquileres en Ibiza (lo sigue habiendo), pero no a todo el mundo le afecta de la misma manera y no se divide en «propietarios malos» e «inquilinos buenos». En todas las casas hay de todo y cada uno se ubica según las implicaciones familiares que tiene. Así, con la asociación de Soluciones Legales para Todos, empecé a ofrecer asesoramiento gratuito a propietarios e inquilinos, pues debe haber un equilibrio entre ambos. Esto solo pude hacerlo una vez me liberé de lo que me mantenía ciega y enfadada: mi familiar excluido. ¡Sin darme cuenta me estaba vengando por él, que no pudo hacerlo! Esto fue un primer paso hacia un servicio de asesoramiento más equilibrado, pero, así como fui avanzando con mi trabajo personal y formación con las constelaciones familiares, fui aplicando estas en las consultas con clientes hasta ver los grandes resultados que se producían. Y del resto del proceso ya te hablaré a lo largo del libro. Hay una frase muy bonita que me aplico en ciertos momentos cuando debo tomar determinadas decisiones: «Que el niño que fuiste no tenga que avergonzarse del adulto que eres hoy». Creo que uno de los legados más importantes que podemos dejar al mundo es la coherencia; por lo tanto, estar tranquilo con uno mismo y hacer lo que cada cual cree que es lo correcto, a ojos de uno mismo y no de los demás, se torna en algo muy importante. Y esto tiene que ver con la buena y mala conciencia que explicaremos más adelante, ambas necesarias para la evolución. En ese recorrido descubrí el tesoro de las constelaciones familiares. Y, entre avances y dudas sobre cuál debería ser mi rol ante dos territorios tan dispares como eran las constelaciones familiares y el derecho, encontré ese punto medio del que habla Aristóteles. Y ahí surgió la magia. Por eso, mi primera intención al escribir este libro es dar a conocer el derecho sistémico, que es la aplicación de las constelaciones familiares al derecho. Cuando hay un recurso, una herramienta, un procedimiento que es eficiente y resuelve mucho más que las herramientas de las que disponemos habitualmente, creo que es de obligación moral ponerlo en funcionamiento y darlo a conocer a las personas que tenemos alrededor. Aunque no es su obligación moral tomarlo. Yo lo muestro para que voluntariamente lo recoja quien se sienta en sintonía y pueda beneficiarse de ello. O,«¿cuál sería el motivo para privarse de algo tan potente para, como profesionales del derecho, ayudar a las partes a resolver sus conflictos?»(Sami Storch). Creo que el mundo de la filosofía sistémica es aplicable a ámbitos muy diversos, pero yo soy abogada y mi intención es proveer a los profesionales del derecho de más herramientas para resolver conflictos de manera respetuosa y efectiva. Además, sé que el derecho sistémico va más allá del conflicto concreto que puede presentarse en un momento dado: lo que hace, en realidad, es transformar la relación, actuando desde un nivel del alma muy profundo, y no solo resolver el conflicto puntual que está en la superficie. Sé, porque me muevo en el mundo del derecho, la frustración en la que viven muchos profesionales de este sector por pasar meses y años con asuntos entre manos que no acaban de resolverse, lo cual termina por causarles un gran desgaste profesional y emocional. O la frustración que sienten cuando pierden un caso, con lo mucho que han trabajado. Y, además de perder, le tienen que cobrar al cliente, que pierde el caso y, también, dinero. De igual manera se sienten los clientes cuando el abogado pierde el juicio y sienten que no ha hecho lo suficiente por ellos, o cuando se sienten desatendidos porque su abogado no les coge el teléfono. No tengo la intención de culpabilizar a nadie, pero sí diré que eso se produce, la mayoría de las veces, porque el profesional no ha sabido estar en su lugar (contaré algunas experiencias propias para mostrar, con ejemplos personales, a qué me refiero). Y eso, lamentablemente, es algo que no nos enseñaron en la Facultad de Derecho. Es algo que yo he tenido la suerte de encontrar en mi camino, de saber reconocer su valor y de profundizar en ello. Reconozco que, hace unos años, cuando me sentía desbordada y frustrada, no gozaba de este instrumento fundamental que es para mí ahora el derecho sistémico. Con esto no quiero decir que sea el único camino ni muchísimo menos. Hay muy buenos profesionales ajenos a esta nueva mirada, bien porque no la conocen o bien porque no se imaginan practicándola, pero no por ello dejan de ser excelentes profesionales en los ámbitos de la mediación, arbitraje, conciliación, justicia restaurativa (muy relacionada con el derecho sistémico), etc. O incluso profesionales más tradicionales, pero que gozan de una excelente ética y conocimientos legales y procesales. ¡Todo tiene su valor! Aunque acabo de referirme a dicho término como herramienta e instrumento en los párrafos anteriores, lo he hecho de manera consciente para acercarlo al lector. Pero me gustaría aclarar que las constelaciones familiares —que son el origen del derecho sistémico — no son ni una herramienta ni un instrumento, sino una filosofía de vida, y solo podemos aplicarla cuando la hemos integrado a través del trabajo personal, que nada tiene que ver con la adquisición de una teoría en la mente. No es una herramienta que decidamos: «ahora la aplico», «ahora no la aplico». Es una filosofía que, cuando la integramos, nos toma y nos acompaña absolutamente en todas las esferas de nuestra vida. No escogemos aplicarla «en el despacho, sí» y «en casa, no». Es una forma de vida que aplicamos en todos los ámbitos. Si vemos las constelaciones como un mero instrumento o herramienta, nos estamos poniendo por encima de ellas, como superiores, cuando, en realidad, es al revés: nosotros estamos a su servicio, para resolver cuestiones muy profundas. Nuestra responsabilidad como profesionales y como personas es crecer para vivir bien y poder acompañar a los demás de una manera efectiva. Y, para ello, es necesaria la adquisición de recursos que nos ayuden a paliar las carencias con las que nos podamos encontrar en el desempeño de nuestra profesión o de nuestra vida. Es la necesidad de querer que las cosas salgan bien, con los menores daños colaterales posibles, la que nos empuja a buscar soluciones nuevas a problemas que parecen repetirse con el mismo esquema, hasta cronificarse sin vías de solución. Además de estas motivaciones, tengo un par más. La primera es que he descubierto que, cuando hablo de constelaciones familiares, muchas personas lo asocian con prácticas ocultistas. Se imaginan a una especie de bruja con una bola de cristal y un turbante en la cabeza, haciendo muecas y pronunciando vocablos extraños bajo los efectos de la posesión de un espíritu. Esta es una creencia errónea, un mito, un prejuicio al que se llega por no haber podido comprender el mecanismo por el que actúan las constelaciones. O, simplemente, por no haberlas experimentado, ya que actúan, como ya he comentado antes, a otro nivel distinto de la comprensión cognitiva. Cuando nos quedamos anclados en un paradigma, como, por ejemplo:«Es plana y no se mueve», cuesta bastante salir de él y entender que en realidad es redonda y está en movimiento permanente. Aquí estamos en algo parecido. Así es que tengo el fin de desgranar ese mecanismo y contarlo en este libro. Mi objetivo es que esta creencia deje de interferir entre personas a las que les iría de maravilla poder trabajar de esta forma, pero que no se lo permiten a causa de este prejuicio infundado. Aunque voy a dar un enfoque teórico que me parece necesario para acercar las constelaciones a quien no las conoce (y, en este caso, diré que mejor una sesión de constelaciones que mil libros, por buenos que estos sean), quiero dejar claro desde el principio que las constelaciones familiares no son una teoría que pueda aprenderse, hacer un examen y obtener un título, como pasa en muchos otros ámbitos e, incluso, con la propia carrera de derecho. Se trata de un trabajo profundo, que empieza por uno mismo y que, una vez consciente de nuestras lealtades invisibles (más adelante explicaré este término), empezamos a estar preparados para aplicarlo con otros y poder ayudarlos sin implicarnos en sus historias personales, manteniendo una postura neutra y así ofrecer una buena ayuda. Y, por último, me he dado cuenta de lo terapéutico que resulta escribir, de cómo ayuda a sanar heridas y de que, además, sé que me gusta. Escribir me ha llenado desde siempre, pero ahora que tengo más que aportar y muchas ganas de hacerlo, mi atracción por la escritura ha aumentado. He recibido mucho y tal vez va siendo hora de dar más. 1.2- Mi recorrido: del revés al derecho, del derecho a la sistémica Destino es aquello que nos aprisiona, aunque no sepamos por qué. -Bert Hellinger ¡Encarrilada! ¿Sabes lo bien encarrilada que tenía yo mi vida desde los cuatro años? Bueno, en realidad, desde que nací… A los cuatro, ya estaba sentada delante del piano de mamá, sobre un taburete redondo, tapizado de piel, que, si lo girabas hacia la izquierda, subía y, si lo girabas hacia la derecha, bajaba. Tenía que subirlo hasta el máximo para llegar al piano, tanto que a veces se salía la rosca y se desmontaba el taburete. Y, por supuesto, no me llegaban los pies al suelo, por lo que era difícil no pegarle pataditas al piano… ¿Sabes lo difícil que es tener los pies colgando y estar quieta? Pero ahí estaba yo, empezando a tocar una canción que se llamaba El payaso: do-re-mi, do-re-mi, do-re-mi-fa-sol-sol-sol… Habiendo nacido en mi familia, mi destino no podía ser otro que el del arte y, como mínimo, la carrera de piano ya parecía estar incluida en el bonus que yo traía al nacer. Czerny y sus ejercicios de digitación y agilidad, las sonatinas de Clementi, Schumann, Bach, Chopin, Beethoven… Horas y horas agilizando mis dedos y aprendiendo a tocar escalas y arpegios de cuatro octavas a velocidades casi imposibles. Y, de fondo, el horrible sonido del metrónomo: tic-tac, tic-tac. Y, como cada año, en junio, a examinarme. ¡No podía fallar nada! Y, de hecho, los años se sucedían y así parecía ser. Todo en su sitio. Yo superaba cada curso con nota (no me hubieran permitido presentarme al examen si no hubiera ejecutado las obras para sobresaliente). Además, como mi madre era profesora de piano, si un día me equivocaba en una nota, ahí estaba ella gritando desde la cocina:«Si bemoooooool». ¡No se le escapaba una! «El piano siempre te sacará de un apuro», repetía una y otra vez. Lo único que desafinaba en aquel mundo idílico y perfecto era mi mente. Mientras mi pie izquierdo aprendía a sostener los ritmos más variados —2/4, 3/4, 6/8…— y mis dedos arrancaban bellas melodías del piano, mi mente no descansaba. Mis padres trabajaban mucho. ¡Muchísimo! Y el poco tiempo que pasaban en casa, no se comportaban como yo quería que lo hicieran. Sentía que el mundo era injusto y ardía dentro de mí la necesidad imperiosa de hacer algo para paliar tanta injusticia. Mi mente fue trazando su propio plan, uno tan alejado del que yo creía que papá y mamá tenían previsto para mí que, cuando se lo anunciara, seguro que iban a sufrir un shock. Y para eso había nacido yo: ¡para demostrarles que estaban equivocados! Estaba tocando la primera parte de La patética, de Beethoven — dooooo, do-re, mi-miiiii-re— cuando sentí que en sus acordes estaba descargando todo este sentimiento de la injusticia del mundo que yo llevaba encima. Cada vez lo tenía más claro: me iría de casa, estudiaría derecho y ¡me convertiría en la Juana de Arco de la injusticia! Era un sueño. ¡Mi sueño! Y ese sueño sonaba tan ligero como la tercera parte de La patética—sol-do-re miii, fa-reeee, mi-doooo—, fresco y ligero como sería yo cuando me fuera de casa. Si no conoces esta melodía, te sugiero que busques en cualquier lugar de internet solo el principio del primer y tercer movimiento al piano, para que puedas comprender auditivamente de lo que te hablo. Y un sueño empieza con esa ilusión. Y, a medida que transcurre el tiempo, las experiencias y aprendizajes nuevos lo van modelando y perfilando; y, de repente, te das cuenta de que te has alejado del guion, pero que fue absolutamente necesario. Porque, cuando alejarte del guion preescrito significa acercarte más a ti, todo empieza a enderezarse. Mala conciencia lo llamaba Bert Hellinger. Si el arte es, entre otras acepciones, una forma de crear belleza, yo también sería artista, pero a lo Frank Sinatra, My way: colaborar para que el mundo fuera un lugar más justo me parecía de una gran belleza. Me iría de casa a los dieciocho y sería libre; esa era mi única obsesión. 1.2.1- La película de la película Aquel que internamente rechaza al padre o a la madre, el que a los padres hace reproches, cierra su corazón frente a la plenitud de la vida. -Bert Hellinger A veces miramos algo que sucedió en nuestra vida y juzgamos a nuestros padres por lo que hicieron o por cómo lo hicieron. El trabajo con constelaciones familiares me ha hecho varios regalos, entre ellos, uno muy importante: arrojar luz a ciertos aspectos de mi vida que para mí habían sido muy conflictivos y dolorosos. Conocer qué hay detrás de las acciones y sentimientos de los demás y de los míos propios ayuda a ser compasivo con uno mismo, abrazando aquello que haces o sientes, sin culpa y, por lo tanto, aceptando también a los demás tal y como son, porque todos hacemos lo que sabemos con aquello con lo que cargamos. Ahora te voy a contar qué hubo detrás de la insistencia de mi madre para que yo estudiara piano. Empiezo dejando claro que para mí el piano fue un trauma. Recuerdo que, al cumplir cierta edad, le dije a mamá: «¡Métete el piano por donde te quepa!». Aunque siempre supe la historia que mamá narraba, al cabo de los años descubrí lo que había detrás de su intención. A ella, de pequeña, la obligaron a estudiar piano y se sacó la carrera. En su casa no había dinero y, gracias a esos estudios, ella, desde los quince años, empezó a dar clases de piano para contribuir a su propio sostenimiento y el de su familia. Para ella y su familia el piano fue su modo de supervivencia. Cuando me obligaban a estudiar piano no era tanto con la intención de que yo llegara a ser pianista, sino bajo el argumento de que esto me podía sacar de un apuro. Como a ella y a su familia los había sacado del apuro, ella procuraba que a mí no me faltara nada con lo mismo que a ella le había funcionado. Yo quería jugar al balonmano, pero no me dejaban porque corría el riesgo de romperme un dedo y no poder tocar. Eso me llenaba de rabia. En cambio, para el inconsciente de mi madre, si me lesionaba un dedo y no podía tocar, estaba en juego mi supervivencia. Así, sin darme cuenta, convertí el trauma de mamá en el mío, pero pude comprender que todo lo que había detrás de esa exigencia tan dura era un gran acto de amor. Mi madre quería que yo fuera autosuficiente y, para ello, debía dotarme de todas las herramientas posibles para que no me faltara de nada. Muchas veces vemos solo la anécdota superficial del conflicto, pero, si escarbamos un poco, podemos dar con explicaciones que arrojan luz a muchas conductas que de otra manera nos costaría comprender. La magia de las constelaciones familiares es que, cuando conseguimos comprender y empatizar con las circunstancias por las cuales nuestros ancestros hicieron lo que hicieron, podemos dejar de juzgarlos y dejar de excluirlos, dándoles un lugar en nuestro corazón tal como fueron. Y este movimiento es altamente sanador y transformador. Después de muchos años, descubrí algo que me producía gran dolor al hablar del piano y de la música. No era solamente el hecho de que me hubieran obligado a tocar, sino el verlo como un mero instrumento para conseguir dinero. O al menos esa era mi percepción. ¿Acaso se merecía algo tan bello como la música ser tratado como una máquina de fabricar billetes? ¡Otra injusticia más! Si es que todo era tremendamente injusto… ¡El dinero es malo! ¡El dinero corrompe! Esa creencia en mi mente me llevaba a ver el dinero como algo horrible, algo que sacaba lo peor de las personas. ¿De dónde vendría ese sentimiento? El dinero es algo neutro, con el que se pueden hacer cosas maravillosas y otras, no tanto, pero depende de quién lo use. Este, por sí mismo, no es ni bueno ni malo, es un instrumento imprescindible en nuestra sociedad. Pero, para terminar con el tema del piano, al final pude reconciliarme con él y apuntarme a clases siendo ya adulta, por voluntad propia, y no para tocar música clásica, sino ritmos latinos, como el son, la salsa o la bossa nova, que tanto me gustaba (y me gusta), pues Cuba y Brasil siempre llenaron mi vida de música. ¿Sería casualidad que estos dos países estuvieran tan presentes en mi vida y en todo aquello que yo consideraba bello? De momento, solo te diré que, si algo he comprobado a lo largo de mi vida, es que las casualidades no existen. 1.2.2- Fórmula para reducir dos años a cuarenta y cinco días El movimiento adulto es el de tomar la realidad y desarrollarse a partir de esa realidad pudiendo sumar novedades y enriquecer la propia realidad. Y así, la realidad se transforma. -Sami Storch Cuando tienes un deseo intenso y ves que el tiempo que queda para que se cumpla es demasiado largo para ti, te parece eterno. Yo tenía quince años, cerca de cumplir los dieciséis, y una idea que me taladraba la mente día y noche: cumplir dieciocho para poder irme de casa. Ser independiente y libre, vivir con mis propias normas, sin discusiones, decidiendo lo que quería hacer, sin más limitaciones que las de las propias leyes, estudiar, trabajar para ser autosuficiente y, sobretodo, deshacerme del piano, que, aunque en ese momento lo había dejado, seguía sintiendo la presión. Y todo ello sin necesidad de pasar por la censura y la vigilancia estricta de mis padres. Lo tenía tan presente que, cuando miraba hacia el 18 de agosto de algo más de dos años adelante, se me volvía casi insoportable. ¡Yo lo quería ya! Un día estaba en mi grupo de teatro y, como soy expansiva por naturaleza, lo solté. Expresé mi malestar ante las personas del grupo, entre las que se encontraba Isaac, un abogado joven, aficionado también al teatro. Él me miró y me dijo: —Naihara, ¿tú sabes que puedes emanciparte con dieciséis años? —¿Qué es emanciparse? —Pues un procedimiento para que puedas ser como mayor de edad ya con dieciséis años. —¡No! No lo sabía. ¿Qué tengo que hacer? —Eres muy inteligente; busca y encontrarás cómo hacerlo. ¡Dicho y hecho! Busqué y encontré las diferentes vías para conseguirlo. Solo quedaba un pequeño detalle: convencer a papá y a mamá de que firmaran aquel documento. Lo hicieron. Y, al final, mis dos eternos años se convirtieron en un mes y medio. ¡Sí, cuarenta y cinco días y… libre! La vida te puede sorprender con algo que no sabías y que resuelve un problema que parecía no tener solución, o le da un giro a la situación hasta que ya no resulta conflictiva para ti. Por eso, aprender, para mí, es fundamental. Es mi alimento, porque cada aprendizaje conlleva una amplificación de la mirada y poderosas gratificaciones. Este libro quizá te aporte informaciones sobre temas que desconocías y que tengan el poder de cambiar algunos aspectos de tu vida, o tu vida entera. Depende. Lo que sí está claro es que la vida hace su parte, muestra pistas, informaciones, eventos… y tú tienes que hacer la tuya: prestar atención y pasar a la acción. Hay personas que creen que ir a una constelación familiar significa que allí se lo van a resolver todo. Es la misma actitud que tienen cuando van al médico o al abogado: dejar toda la responsabilidad en el profesional. Y eso no funciona así. En una constelación, te van a guiar para que tomes consciencia de algo que estaba oculto y que posiblemente estuviera en la raíz de tu problema. Pero aplicar los cambios en la propia vida, eso es responsabilidad de cada cual. 1.2.3- La letrada que tenía miedo a los litigios Allí donde reinan los órdenes del amor, termina la misión del clan por compensar injusticias sucedidas. -Bert Hellinger Mi respiración ya empezaba a acelerarse. Conocía el síntoma. Estaba claro que me quedaba poco tiempo. Si no conseguía el acuerdo en los minutos que quedaban (¡ya muy escasos!) tendría que entrar en la sala y ponerme en manos de un juez al que poco le importaban las personas. Habíamos tenido varias reuniones previas en las que parecía que sí y, al final, algo se acababa torciendo. Y, en aquel caso, me vi realizando el último intento en los pasillos del juzgado. Miraba a las dos partes y, en realidad, me daba cuenta de que no eran partes: eran dos personas enteras, cada una con la intención de conseguir sus objetivos. Yo había esgrimido mis mejores argumentos, defendiendo las innumerables ventajas de firmar el acuerdo. No quería llegar a juicio. Y, por fin, una frase esperanzadora: «Vale, y si firmo, ¿este documento tiene la misma fuerza que una sentencia? ¿Podré reclamar si se incumple?». Me salió solo… Un suspiro de alivio. Alivio profundo. Sentí que le estaba dando la vuelta y que, con un empujoncito más, tendríamos acuerdo. Seguí argumentando. Para ellos, todo ventajas: menos tiempo, menos dinero, salir en pocos minutos con el documento firmado, conociendo ya las condiciones aceptadas. ¿Y para mí? Para mí, el mar en calma… Galenotes, lo llamaban los griegos. La paz, la ataraxia. Vale, sí, yo era licenciada en derecho y me había dado cuenta de que tenía terror a los procesos judiciales. Te parecerá un contrasentido, ¿no? Como si una persona que trabaja en urgencias o quirófanos de un hospital tuviera miedo a la sangre… ¡Absurdo! En aquel entonces, yo misma me miraba casi con rabia por lo que me parecía una debilidad. Ahora, unos años después, me miro con ternura. ¿Sabes qué sucedió? Algo mágico: aquello que parecía ser un obstáculo en mi carrera se convirtió en una de mis mayores fortalezas. Mi miedo al litigio me empujaba a luchar con todas mis fuerzas para conseguir un acuerdo tras otro y no tener que litigar. Y eso tenía consecuencias: había logrado que se firmaran muchísimos acuerdos. Pero, al mismo tiempo, me di cuenta de que mi camino no era el de la pelea, el litigio y la guerra descarnada, donde unos y otros salían damnificados en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, yo venía de una familia llena de conflictos y vivir en el litigio me trasladaba a mi infancia, repleta de dolor, siempre luchando por el poder o, lo que es lo mismo, por tener razón. No podía sostener tanto sufrimiento, así que me las arreglaba para evitarlo. Mi camino era el del acuerdo. Acordar tiene que ver con corazón ( accordare=aproximar y cor=corazón). O sea: «aproximar el corazón». Y, poco a poco, supe que yo quería trabajar desde ahí. Ellos firmaron, en el último minuto, pero salimos con el acuerdo. Me fui con el aroma del perfume que desprendía el hombre y, después de aquello, siempre he asociado ese olor a algo bueno. Una vez más, colgué la toga sin haberla sudado. Capítulo 2 Anatomía del conflicto No se trata de no tener conflictos, sino de cómo podemos mantener la paz en el propio corazón, o cómo volver a encontrarla. -Bert Hellinger 2.1- Sobre la subjetividad de los conflictos Detrás de los grandes conflictos actúa la convicción de tener razón. -Bert Hellinger El mismo conflicto presenta vivencias y resultados completamente distintos, según las creencias, percepciones, pensamientos y emociones de las personas que lo viven. Lo veremos con el ejemplo de un mismo conflicto y las reacciones tan diversas de distintas personas afectadas por él. Antes de presentarte los cuatro ejemplos más típicos (hay muchos más) de cómo reaccionar ante un conflicto, quiero recordarte que todas las emociones que sentimos generan determinadas sustancias: hormonas, neurotransmisores, inmunosupresores, etc., que van a desembocar a nuestro torrente circulatorio, pasando a formar parte de nuestra sangre y regando nuestras células. Como animales que somos, estamos diseñados para tolerar el estrés durante un período de tiempo breve, después del cual deberíamos pasar a la fase de vagotonía y recuperarnos. Pero, en nuestro estilo de vida, hemos adoptado el estrés casi como a una mascota y vivimos y convivimos con él demasiado tiempo, lo cual nos agota y nos enferma. Quien dice estrés dice ansiedad o depresión, que, aunque popularmente se confunden entre sí, no son exactamente lo mismo. Pasemos a los cuatro ejemplos en los que descubriremos distintas formas de reaccionar sobre el mismo conflicto. Conflicto: Despiden del trabajo a varias personas A/ Desesperación. Esta persona se desespera: «¿Qué voy a hacer? ¿Cómo vamos a vivir? ¿Cómo voy a pagar la hipoteca, el alquiler, la comida o los extras de los niños? No veo futuro, ¡estoy hundido!». Con estas sentencias en mente y estas perspectivas de futuro, sus emociones de tristeza y desesperanza van a generar en su cuerpo ciertas sustancias químicas que circularán por su organismo, fijando ese estado de angustia hasta volverlo crónico. Y, cuando esto sucede, salir de ahí se vuelve cada vez más difícil. B/ Venganza. Otro compañero se pilla el rebote del siglo: «¡Voy a demandar a esta empresa! Pero ¿qué se han creído? Voy a organizar una campaña de desprestigio contra ellos. ¡Todas mis energías para conseguir venganza!». Esta persona no está de brazos caídos como la anterior: tiene un objetivo, solo que es improductivo. La venganza y la rabia son emociones distintas de la tristeza y la angustia, pero también generan sustancias en el organismo, con las cuales van a ser regadas todas las células del cuerpo. Los estados de venganza se retroalimentan e, igual que el estado de angustia anterior, tienen el peligro de volverse crónicos. Estar ahí resulta, además de peligroso, ineficaz. C/ Negociación grupal. Otro organiza un grupo para intentar dialogar con la empresa y explorar si existe alguna posibilidad de reconducir la situación y renegociar sus puestos de trabajo. Las sustancias que va a generar esta persona son más del tipo motivacional (dopamina) y su motor serán las ganas de encontrar soluciones. Además, el hecho de asociarse con los compañeros que están en su misma coyuntura quizás los lleve a un destino final conjunto. Puede que la empresa no acceda a sus peticiones, pero, en este recorrido, tal vez descubran que, si se asocian y se organizan en conjunto, son capaces de crear una empresa o un proyecto que les permita vivir de él, juntando todo el capital de experiencia que acumulan entre todos ellos. D/ Proyecto personal . Esta otra persona lo ve como la oportunidad de su vida, de diseñar para sí una nueva existencia, de poner, por fin, en marcha su proyecto, su negocio, de dedicarse a su faceta artística, tantos años abandonada, y sacarle rentabilidad, de crear su negocio y ser su propio jefe. No hay mal que por bien no venga. Por supuesto que las sustancias que esta persona va a generar se parecen mucho a las del grupo anterior y, como en los casos A y B, esas sustancias van a contribuir a fijar el estado en el que han sido producidas. Así que, si les ayudan a consolidar y a potenciar la motivación y la ilusión, eso representa un plus de apoyo para conseguir su objetivo. Lo que queda claro es que el pensamiento y la energía con los que reaccionan las diversas personas del ejemplo les conducirá a consecuencias y resultados absolutamente distintos. Podríamos pronosticar que, si en poco tiempo, los de los ejemplos A y B no se dan la vuelta, van a terminar con una depresión o medicados por alguna otra patología psíquica y sin haber conseguido crear ningún proyecto interesante o motivador en su vida. O puede que consigan un nuevo empleo donde vuelvan a despedirlos y entren en la misma rueda de enfado, desánimo o venganza, rueda de la que solo podrán salir si miran el conflicto desde otra perspectiva: como una oportunidad de crecimiento. Esto se logra cuando podemos dejar de culpar al exterior y miramos dentro de nosotros: «¿Por qué siempre me pasa lo mismo? Tal vez tenga alguna implicación con algún ancestro y estoy representando aquello que no pudo ser visto ni reconocido». O: «¿Qué tal la relación con mi padre? ¿Tengo problemas con mis jefes en cualquier empresa en la que trabajo? ¿Creo que el Estado debería ayudarme más? ¿Tal vez no me valoro lo suficiente y por eso creo que necesito la ayuda de mis jefes o del Estado?». Es posible que, en pocos años, las personas de los ejemplos C y D se encuentren en una situación mucho mejor que la que tenían antes de ser despedidos, porque toda paz se alcanza mediante una renuncia. 2.1.2- Práctica de conflictos Rememora uno de los últimos conflictos que hayas vivido y detecta desde qué patrón lo viviste. Recuerda otros conflictos y revisa si tu tendencia de reacción ha sido la misma en todos ellos. ¿Sueles huir por no enfrentarte? ¿Te enfadas y luchas? ¿O te paralizas? Es importante que seas consciente de cuál acostumbra a ser tu reacción ante el conflicto. Arrojar luz sobre este punto es fundamental para conocerte y poder aplicar algún cambio en tu vida, si es que tu patrón de respuesta ante los conflictos no es todo lo eficiente que desearías. 2.2- Buena y mala conciencia A menudo hacemos una diferencia entre personas buenas y malas y entre actitudes malas y buenas. Siguiendo los mandatos de la conciencia, solo es bueno aquello que garantiza nuestra pertenencia a nuestra familia. Y es malo aquello que amenaza nuestra pertenencia a nuestra familia. [...] A menudo, los buenos desean el infierno a los malos y de esa manera demuestran que son malos. - Bert Hellinger Este es uno de los conceptos que, según Bert Hellinger tiene una gran repercusión en nuestra vida. Remite a las fidelidades familiares, a causa de las cuales, muchas veces, nos cuesta vislumbrar nuestro trayecto existencial y, aún más, tomarlo. Estas fidelidades familiares son las lealtades invisibles de las que antes te hablé. Me explico: todos necesitamos sentir que pertenecemos a un grupo, es una cuestión instintiva. Por lo tanto, sin darnos cuenta, hacemos aquello que garantiza nuestra pertenencia al grupo. Hace años, en España, debías casarte antes de mantener relaciones sexuales. Si quedabas embarazada sin haberte casado, te excluían del grupo, por lo tanto, por fidelidad a la sociedad, seguramente se criticaba a las madres solteras y se las excluía, más allá del juicio personal de cada persona, ya que la conciencia colectiva tachaba eso como algo malo. Existen dos conciencias, una individual y una colectiva. El ejemplo anterior respondería a la colectiva. Sin embargo, a lo largo de este libro, nos vamos a referir más a la individual que explico en los párrafos siguientes. 2.2.1- La buena conciencia Ser fiel a las tradiciones sería mucho más fácil. Sin embargo, yo me frustraría y desmotivaría, sensación que acometen tantos profesionales del área. -Sami Storch Sería el cumplimiento de los mandatos familiares, o sea, seguir a rajatabla lo que se espera de nosotros. Si en tu familia existe la creencia de que a los treinta años deberías haber conseguido un estatus laboral, haberte casado y haber tenido hijos, no hacerlo te convierte en una fracasada a los ojos del clan. Si provienes de una familia de reputados abogados, tal vez se espere que tú también lo seas. Y muchas veces nos dejamos llevar por esa lealtad invisible o fidelidad inconsciente de realizar lo que nuestra familia espera de nosotros. O lo que nosotros pensamos que ellos esperan. El hecho de que la consciencia nos una a un grupo tiene un efecto doble: por unirnos a un grupo, nos separa de otros grupos. - Bert Hellinger A nivel inconsciente, una de las peores cosas que nos pueden suceder es la exclusión del clan. Antiguamente, ser excluido de la tribu significaba la muerte, y nuestras memorias genéticas guardan recuerdo de ello. Así que, para que eso no ocurra, somos capaces de hacer lo que sea y nos esforzamos por cumplir unos mandatos. Un buen día nos damos cuenta de que no son nuestros, que no han surgido de nuestra voz interior, de nuestro deseo profundo, sino que son aquello que la familia espera que hagas o lo que tú crees que tu familia espera que hagas. En realidad, lo que tu familia quiere es que estés bien. Y la mejor manera que tenemos de agradecer a los padres la vida que nos han dado es hacer algo bueno con ella. 2.2.2-La mala conciencia Alguien que sabe que tiene su lugar garantizado en su familia de origen, se siente seguro también en la profesión. No teme arriesgarse a hacerlo un poco diferente. -Sami Storch Equivaldría a no obedecer esos mandatos, individuales o colectivos. Y eso supone una lucha interna entre lo que te han inculcado (consciente o inconscientemente) que tienes que hacer y que va a ser bien visto por tu familia y lo que sientes que quieres hacer, aquello que sabes que te llevará a tu realización personal. «Quiero ser cantante, pero ¡mi madre me mata! Por lo tanto, voy a “ser bueno” y seguiré el mandato familiar: seré abogado, como toda la familia. Además, ya tengo el despacho montado esperando a que acabe los estudios». Finalmente, decido escuchar mi voz interna y hacer aquello que yo quiero, no lo que esperan de mí. Al andar por este sendero de la mala conciencia, vas en contra de «lo correcto» a ojos de tu familia y eso genera una cierta inquietud interna por el miedo a la exclusión Y, aunque inicialmente pueda suponer un disgusto para la familia, el vínculo es tan fuerte que está garantizado. Solo se progresa con mala conciencia. Quien desee permanecer inocente, continuará siendo un niño. -Bert Hellinger Hay varias formas de desobedecer los mandatos familiares. La primera que se nos ocurre, sobre todo en la adolescencia, es hacerlo desde la oposición, la rebeldía y la confrontación. Este sistema acarrea más conflictos y a esa edad no tenemos la madurez suficiente para defender nuestra postura —que es reactiva— ante los mandatos familiares, que tienen mucho peso. La forma de hacerlo, la que significa evolucionar, implica ser libres de tomar nuestras decisiones, pero no desde la rebeldía, sino desde la sabiduría, respetando lo que nos han inculcado en la familia. Pero, a pesar de que lo respetes y no necesites denigrarlo, como sucede en la postura de rebeldía, decides de manera asertiva hacer tu vida. Es una bonita forma de honrar la vida que te han dado tus padres: haciendo con ella algo bonito, aunque sea distinto de lo que ellos esperaban de ti o de lo que tú creías que ellos esperaban de ti. En ocasiones, es una ardua batalla, sobre todo con uno mismo y no tanto con la familia, pues muchas veces pensamos que se espera algo de nosotros cuando no es cierto, o tal vez lo sea porque han tenido otra educación y creen saber qué es lo mejor para nosotros. El reto está en poder ser fiel a uno mismo y mostrar lo que uno quiere con firmeza, sin necesidad de rebelarse, y bailando entre lo que nos gusta de nuestra familia y queremos que sea igual y lo que queremos cambiar, pero con el máximo respeto hacia ellos, aunque lo hagamos diferente. Es muy curioso cómo nuestra fidelidad, a veces, nos lleva a hacer cosas absurdas. Te contaré una historia. 2.2.3- Yo, como tú, mamá: con tacones Incluso si hago algo que va en contra de la tradición o el sentido de la normalidad, el vínculo con mi madre está garantizado. - Sami Storch Mi madre siempre iba con tacones altísimos. A mí no me gustaba, porque todo el mundo la miraba, era algo llamativo nada propio de una madre de familia (o eso pensaba yo cuando era pequeña) y me parecía fatal. Cuando me fui de casa y era una jovencita con ambiciones de altos vuelos, comencé a vestirme de forma que me viera atractiva y empecé a llevar tacones. En aquel momento, vivía en Barcelona, en el barrio de Gracia, y trabajaba en la Rambla de Cataluña, es decir, tenía casi tres kilómetros andando desde casa hasta el trabajo. Una compañera de oficina iba con unas bailarinas (zapatitos planos) y, cuando llegaba al despacho, se cambiaba y se ponía los tacones. Yo nunca dije nada, pero me parecía que no era lo «suficientemente buena», pues eso de andar plana y luego ponerse tacones, a mi juicio, no era digno de una señora. Yo era mejor (o eso me creía), porque andaba tres kilómetros diarios con tacones de un palmo. Lo curioso fue cuando un día, al cabo de los años, me veo con mi madre y la descubro con zapato plano y cambiándose a tacones. Esgrimí un: «¡Qué haces!». Me resultaba insultante. ¿Qué hacía mi madre, que siempre había andado con taconazos, cambiándose de zapatos? Y me dijo: «Voy plana para ir cómoda y luego me cambio». No me lo podía creer, mi mito se había caído al suelo. ¡O al sótano! Mi madre, sorprendida, no entendía nada. Le conté la historia de mi compañera y lo que yo pensaba de ella, y le dije que yo llevaba toda la vida andando con tacones, como ella (mi madre), y que de repente la vi hacer eso que a mí me parecía «no ser suficiente». Se echó a reír y me dijo: «Naihara, cuando tú eras pequeña, trabajaba en la misma calle de casa. No andaba más de cincuenta metros, o, si tenía que ir a algún sitio en coche, solo tenía que ir de casa al parking. Ahora es diferente, ando más, y andar tanto con tacones… no hay pies que lo aguanten». Pues este ha sido uno de mis grandes descubrimientos de la mala conciencia. Para que veas hasta qué punto nos atrapan las fidelidades inconscientes, para intentar ser como nuestros padres. He de decir que hoy no llevo tacones salvo en ocasiones muy especiales… Mis pies no están hechos para eso. 2.2.4- Práctica de buena y mala conciencia ¿Eres capaz de recordar algunos momentos de tu vida en los que te diste cuenta de que acababas obedeciendo los mandatos familiares, a pesar de que estos iban en contra de tus objetivos o intereses? ¿Puedes encontrar algunos momentos en tu vida en los que hayas obviado los mandatos familiares para ir en pos de lo que tu yo interior quería? En caso afirmativo, ¿Cómo lo has hecho: con rebeldía o con asertividad? 2.3- Tipos de conflictos Si queremos permanecer junto a nuestro grupo, muchas veces debemos negar o no reconocer a otros. -Bert Hellinger 2.3.1- La loba y la zorra Después de una larga persecución, cuando la liebre muestra síntomas de cansancio y la zorra ya ve su triunfo a punto de tocar sus colmillos, aparece la loba. La loba salta sobre la liebre y de un mordisco certero acaba con su carrera. La zorra intenta discutirle la presa. —¡Se siente! La he cazado yo, o sea que ¡es mía! —Pero ¡la he agotado yo! Si no, no la hubieras pillado nunca. El problema es que la presa es demasiado pequeña para colmar las necesidades de ambas. Las dos están famélicas y sus crías, en peligro de morir de inanición, si no les llevan pronto algo para comer. Puede que la zorra intente pelear con la loba para arrebatarle la comida o, si tiene un poco de sentido común y consciencia de la diferencia de tamaño entre ambas (¡que lo tiene!), sabe que no goza de ninguna posibilidad más que la de salir herida. Así es que no lo hará. Y va a reservar sus escasas energías para cazar algo que llevarles a sus hijos. Este es un conflicto de supervivencia. En él se dirime vivir o morir. Si repasas los conflictos que has tenido en tu vida, ¿ha habido alguno que fuera realmente de supervivencia? ¿Alguno en el que, de verdad, de verdad, estuviera en riesgo tu vida? Es sorprendente que los humanos tengamos conflictos en los que no está en juego nuestra supervivencia, pero, en cambio, los vivimos como si fueran cuestiones de vida o muerte. Sobredimensionamos los conflictos y este hábito nos provoca muchísimo estrés. Estrés que nos desgasta, nos agota, nos enferma y que no nos vuelve más eficaces, sino al contrario. —¡Mira lo que me dijo! Pero ¿¡cómo se atreve!? Eso fue la semana pasada y todavía me duele… ¡Ya ves tú si ha sido fuerte! Aunque, si hurgamos un poquito, es muy probable que ancestralmente sí estemos frente a un conflicto de supervivencia. Hoy día, vemos ejemplos de personas que van al supermercado y llenan el carro como si no hubiera un mañana, pero luego terminan tirando la mitad de la comida porque no dan abasto para comérsela toda. ¿Crees que hacen semejantes compras por necesidad? ¿O tal vez hay alguna memoria de algún abuelo que pasó hambre en la guerra y están compensando esta carencia a nivel inconsciente? Si alguien te insulta, ese envite no ha sido más fuerte que el aire que desplazan unas palabras. Quizá tú les hayas dado más fuerza. No lo hace tu yo consciente, sino tu cerebro primitivo o reptiliano, que está preparado para la supervivencia y, ante situaciones que son percibidas como amenazas, dispone de tres respuestas: atacar, huir o paralizarse. Si no hemos tenido ocasión de madurar ciertas conexiones neuronales, toda situación que nos produzca incomodidad o miedo nos llevará a reaccionar de una de estas tres formas, lo que nos impide crecer. Volvemos al caso de los despidos: el que se desanimaba estaba quedándose paralizado y el que pretendía demandar a la empresa estaba atacando. Estas son reacciones primitivas, que pueden surgir como primer impulso. Pero, si tomamos consciencia de ello, seguro que encontraremos otras maneras más beneficiosas y productivas de afrontar el conflicto. Te contaré un cuentecito zen: estaba un lama predicando en un pueblo cuando uno de los granjeros llegó a la plaza y empezó a insultarle: —¡Tú, zángano! ¡Que no haces nada y solo tenemos que venir a darte el arroz! A ver si te pones a trabajar, ¡gandul! El lama seguía con lo suyo, hasta que uno de sus seguidores le preguntó: —¿No vas a decirle nada? A lo que el lama, sin inmutarse, respondió: —A ver, si alguien viene y te ofrece una boñiga de vaca, ¿tú la tomas en tus manos? —No. —Pues yo, tampoco. Y aquí se acaba el cuentecito sobre el poder que tienen las palabras de otros: no más que el que tú les des. Pero, en cambio, no me diréis que el planeta no está lleno de disgustos por haber recogido y dado poder a palabras de los demás. Otras veces, el conflicto es por un territorio que ambicionamos conseguir o que no queremos perder. Y otras, el conflicto se genera al temer ser excluidos del clan. Lo que sucede es que, en nuestras memorias celulares, estos conflictos biológicos permanecen como recuerdo de algo vital. En el presente, nuestro inconsciente lee cualquier conflicto de la vida cotidiana como si se tratara de un conflicto de supervivencia, de territorio o de exclusión. Ya te habrás dado cuenta de que el segundo y el tercero, en el fondo, acaban siendo también por supervivencia, porque, en la cueva, cuando uno perdía su territorio o era excluido del clan, quedaba solo y no tenía posibilidades de sobrevivir a los depredadores. Por tanto, la exclusión la vivimos como un conflicto de vida o muerte, ya que las antiguas consecuencias de la exclusión del clan todavía están arraigadas en nuestra memoria celular. Los conflictos son un tema cotidiano para nosotros. Surgen allí donde debemos imponernos. Están al servicio del crecimiento, de la mejor solución, de la superación de nuestras limitaciones; en definitiva, están al servicio de la seguridad y de la paz. - Bert Hellinger Pero ¿qué hay detrás del dolor que me producen a mí ciertas palabras? ¿Son simplemente palabras, o hay algo más que ni yo misma sé? Te contaré un caso real con un cliente del despacho: hace unos años, vino a verme una persona porque tenía un problema con su casero. Había alquilado una vivienda, se le estropeó la cisterna del váter, y llamó al casero para comunicárselo con el fin de que pagara la reparación. Al parecer, el casero le dijo que se buscara la vida y él vino a preguntarme si su casero tenía que pagar o no la reparación. Tardé muy poco en darme cuenta de que lo del váter era solo la punta del iceberg, y que el conflicto estaba debajo, no se veía, y él no me lo explicaba porque tampoco era consciente. El Dr. House dice que todos los pacientes mienten y yo le tomo el testigo y digo que todos los clientes mienten: no porque sean mentirosos, sino porque narran la historia que se cuentan en su cabeza, pero el conflicto real está unas capas por debajo y no pueden verlo. Volviendo al cliente del váter, le pregunté por el coste de la reparación y me dijo que fueron treinta euros. A mí, por la consulta, me pagaba sesenta. —¿De verdad te estás gastando sesenta euros en que yo te diga a quién corresponde pagar esos treinta de la reparación? —Sí, porque no es el dinero, es que creo que lo tiene que pagar él porque es muy mala persona. —¿Y por qué es tan mala persona? ¿Qué te ha hecho? —Me ha llamado negro de mierda. —Ah, entonces no estamos aquí por la cisterna. Estamos aquí porque te has sentido insultado, ¿verdad? Pero tú eres negro, ¿no? —Sí, soy negro, pero no de mierda. En este país se trata muy mal a los negros. —¿De verdad? Aparte de este señor, que, según cuentas, ha sido un maleducado contigo, ¿quién más ha tratado mal a los negros? —A mi padre le quitaron mi custodia por ser negro, tuve que criarme con mi madre y me alejaron de mi padre por ser negro. ¡Tachán! Ya teníamos el dolor. En este caso, en ningún momento el problema fue ni la cisterna ni que le hubieran insultado. ¡El dolor era que había crecido lejos de su padre! Le pedí permiso para hacer algo que, quizás, pudiese aliviar su sufrimiento. Asintió con la cabeza y emitió un tímido pero seguro sí. Sacamos los Playmobil, configuró a su familia, hicimos una serie de movimientos y realizamos una visualización, colocando a su madre y a su padre en el corazón. Voy a tratar de reproducir aquella visualización (si puedes, que este trocito lo lea alguien o te lo grabas y lo escuchas, luego, y así podrás realizar tú también esta visualización): «Cierra los ojos y toma tres respiraciones profundas: inhala mientras cuentas hasta cuatro y exhala contando hasta ocho; otra vez: inhala, exhala, y la última: inhala, exhala. Visualiza a tu padre y a tu madre frente a ti. Tu padre, a la derecha, y tu madre, a su izquierda, uno al lado del otro. Míralos a los ojos y diles gracias. Mira a tu padre y dile: “Te veo y te veo grande. Te honro a ti y a todo eso que llevas detrás. Tu dolor es mi dolor también. Te amo, papá”. Ahora, mira a tu madre y dile: “Ahora veo tu dolor. Para mí también fue difícil. Ahora sé que, por amor, por protegerme, me separaste de papá. Yo también soy papá”. Luego, siente cómo tu padre y tu madre se colocan detrás de ti. Tu padre, detrás de tu hombro derecho, y tu madre, detrás de tu hombro izquierdo. Coloca tu mano derecha sobre tu hombro izquierdo y tu mano izquierda sobre tu hombro derecho. Siente como si fueran las manos de tus padres, que están apoyándote y sosteniéndote. Siéntelo durante unos segundos, mientras les agradeces el gesto. Y ahora diles: “Gracias, papá; gracias, mamá, por haberme dado la vida y los cuidados necesarios para llegar hasta aquí hoy. Os libero de la responsabilidad de darme más, recibí lo suficiente”». Mi cliente se fue muy relajado y tranquilo: su padre y su madre estaban con él, en su alma, y eso le daba fuerza. Nunca supe qué pasó con el tema de la cisterna, pues una de las cosas que Bert Hellinger nos enseñó fue trabajar sin intención, sin apego al resultado. Cuando tienes intención, estás en la mente, y las constelaciones familiares son un trabajo del corazón. 2.4- Modos y maneras a lo largo de la historia de resolver conflictos ¡Es una injusticia! Pero el justiciero que actúa así está enredado emocionalmente. -Sami Storch Tenemos, en nuestro inconsciente, creencias, condicionantes, fidelidades familiares y un sinfín de conceptos que no han sido elaborados libremente por nosotros, por nuestro querer o por nuestra voluntad y que, con demasiada frecuencia, deciden desde lo nimio hasta lo crucial en nuestra vida. Pensamos que hacemos lo que queremos y, en realidad, solo seguimos los dictados de esos mandatos inconscientes. Con ellos podemos realizar un trabajo de consciencia a fin de desenmascararlos, desactivarlos y sustituirlos por otros, elegidos, quizás, algo más libremente, pero poco. Aunque resulte difícil de creer, la libertad personal es escasa, pero, si se toma, puede llegar a ser muy amplia. A lo largo de la historia de la humanidad, tenemos diversos ejemplos, de diversa índole, para la resolución de conflictos. Veamos algunas muestras paradigmáticas. 2.4.1- Salomón o el modelo hardgore (o too much gore) Estratagema límite para conseguir que aflore la verdad: —Nada, que parto el niño en dos y os doy la mitad a cada una. —¡Nooo! ¡Dáselo a ella! El amor de una madre la hace capaz de renunciar a su hijo para salvarle la vida. Y, ante semejante situación, pregunto: ¿crees que fue acertada la decisión de la madre para salvar la vida de su hijo? ¿Y cómo crees que crecería el niño separado de su madre? ¿Crees que él lo viviría como un acto de amor o como un abandono? ¿Te imaginas entonces por qué puede abandonar una madre a un hijo en la puerta de un convento? Tal vez haya detrás un acto de amor, intentando ofrecerle una vida mejor, ante la imposibilidad de hacer frente a esa crianza. Y de igual forma que un árbol nace en el lugar adecuado, un hijo también tiene los padres adecuados. Solamente así podrá tomar la fuerza para la vida. En el caso de los niños adoptados, civilmente se borra el registro de los padres biológicos y se inscriben como hijos de los padres adoptivos. De esta manera, no se está honrando su historia, su procedencia. Aunque esto solamente es a efectos burocráticos, puede tener una gran repercusión si los padres adoptivos no saben darles el lugar que les corresponde a los padres biológicos, y esos niños estarán perdidos en la vida, porque no honran su origen. 2.4.2- Sócrates o el modelo: «Te voy a freír a preguntas hasta que vomites la verdad» El sabio ateniense, mientras inventaba y soltaba mantras universales como «Solo sé que no sé nada», paseaba acompañado de sus discípulos, que le planteaban dudas y conflictos. Por turnos, uno a uno, el maestro los freía a preguntas hasta que el discípulo se sentía acorralado ante alguna de las cuestiones planteadas. Se llama mayéutica y es un método lento y que no todo el mundo está capacitado para llevar a cabo con agilidad, pero, muy a menudo, es altamente efectivo. Podemos aplicarlo los abogados. Hacer preguntas y preguntas al cliente. En ocasiones, este nos ha ocultado información (de forma voluntaria o involuntaria) y, en el acto de la vista, el contrario formula una pregunta que tira nuestra teoría por el suelo. ¡Vuelta a empezar! ¡Esta información era vital para poder defender el caso! Sigamos haciendo preguntas hasta llegar al fondo de la cuestión y, si con la sentencia no quedamos satisfechos, recurriremos. Y es que hablar de problemas es inútil porque la respuesta o la causa, muchas veces, no la sabes. Por eso la constelación es diferente a otras terapias: en lugar de hablar, trae la solución. Cuando hablamos, lo hacemos desde el plano mental, y esto muchas veces impide llegar al punto real del conflicto, porque nos contamos internamente unas historias ideadas por nuestra mente que muchas veces no tienen que ver con lo que nos pasa. Con las constelaciones no hay trampa ni cartón: si el constelador tiene un buen entrenamiento de percepción, no se implica y no juzga, se ve lo que es, sin necesidad siquiera de hablar. Con menos intervención, se es más efectivo. 2.4.3- Los escépticos o el modelo «Miro pa otro lao, como si el conflicto no existiera» Estaba Pirrón de Ellis, el fundador de la escuela escéptica, en un barco cuando llegó una fuerte tormenta de olas gigantescas. Los vientos azotaban las velas y el barco se movía cual cáscara de nuez en medio de un rápido. Los marineros gritaban aterrorizados al ver sus vidas en peligro. Conocían la fama de sabio de Pirrón y le pidieron consejo en un momento en el que sus enseñanzas serían vitales. —Maestro, ¿qué nos recomendáis hacer ante este grave peligro: rezar a los dioses, intentar huir en chalupa…? Como todo buen buque de larga travesía, llevaba en la bodega animales vivos para suministro propio. —¡Vamos a la bodega! Pirrón observó que los cerdos no estaban asustados, sino tumbados comiendo berzas. —Haced lo mismo que ellos. Algunos pensaron que estaba loco y volvieron a la cubierta, donde se estaban organizando para huir en unas pequeñas chalupas. La tormenta amainó y el buque llegó a puerto. Los que se habían quedado con Pirrón en la bodega sobrevivieron; los que habían intentado huir murieron. Las condiciones meteorológicas no dependen de uno, pero sí trimar las velas para llegar a su destino. Lo mismo pasa con el conflicto: habitualmente, no podemos evitar que surja, pero sí podemos decidir cómo afrontarlo. Eso sí, para afrontarlo, primero hay que detectarlo. ¿Eres de los que crees que no tienes un problema o que se arreglará solo? Como decía Cioran: «A la mayoría de las personas les falta la audacia de sufrir para dejar de sufrir». Uno de los grandes aprendizajes que nos aporta la filosofía de las constelaciones es sostener el dolor, tan necesario para el crecimiento. A menudo, confundimos la alegría con la felicidad, cuando no tiene nada que ver. Uno puede ser feliz y sentir un dolor muy profundo por una pérdida (la muerte de un ser querido, un aborto, etc.). Poder mirar y abrazar ese dolor es indispensable para poder avanzar y, sobretodo, confiar. A veces, la vida nos trae situaciones para las que no tenemos una respuesta, no sabemos cómo reaccionar, como en el cuentecito del barco. Sin embargo, confiar es un gran ejercicio en el que, cuando lo ponemos en práctica, la solución aparece. No todo está en la mente. 2.4.4- Alejandro Magno o el modelo «Déjate de monsergas, que tengo prisa» Entrada de Persia: —Alejandro no puedes seguir avanzando si antes no deshaces el nudo gordiano. —No voy muy bien de tiempo, ¿sabes? Tengo que conquistar Persia y me voy a morir joven, o sea que vamos a resolver esto lo más rápido posible. Alejandro no está para chorradas ni jueguecitos como para pasarse horas entretenido deshaciendo el famoso nudo. Saca su espada, pega un tajo en medio del nudo y sigue con sus conquistas. Fin del conflicto del nudo gordiano. Por ejemplo, tengo un conflicto con mi hermana, dejo de hablar con ella ¡y listo! Así, si no lo miro, no duele. Al fin y al cabo, ¡la sangre no hace el vínculo! Menuda chorrada eso que nos han vendido sobre «la familia»… ¡La familia me la creo yo! Y hablo de crear, no de creer. Aunque no sé por qué me dicen que tengo el mismo gesto de mi padre al sonreír, si no le conocí, ni vi una sola foto suya, ya que nos abandonó antes de nacer yo y se fue con otra mujer. ¡No quiero saber nada de él! Por cierto, mi mujer está embarazada y me acabo de enamorar de otra... Cuando excluimos a alguien, es porque le estamos juzgando, porque, según nuestra buena conciencia, ha actuado mal. Sin embargo, si no incluimos a esa persona, ten por seguro que vendrá alguien del sistema familiar a ocupar su lugar y repetirá la misma historia, probablemente aumentada, hasta que alguien la sane. 2.4.5- Petronio y Nerón o el modelo «Dorarle la píldora al jefe» Nerón andaba por el palacio con su lira, cantando sus propias composiciones. El emperador estaba convencido de que tocaba y cantaba de maravilla, tanto que creía que era el espíritu del propio Orfeo el que le asistía en sus manifestaciones artísticas. Los poetas de la corte se miraban y se reían por lo bajini. Ninguno osaba decirle nada sobre la pésima calidad de sus poemas y canciones; el terror a ser enviados a las galeras era demasiado grande. Pero Petronio, uno de los más ilustres poetas de Roma, se dijo que no podía ser, que le hervía la sangre de ver cómo Nerón hacía el ridículo un día tras otro. Y, en un gesto de honestidad, encontró la manera idónea de decírselo: —Emperador dignísimo, vos sois tan talentoso y tan valioso que vuestros poemas no os hacen honor. Deberíais mejorarlos para que ellos estuvieran a vuestra magnífica altura. Nerón se lo tomó bien: él era excelso, los mejorables solo eran sus poemas y, para alguien tan exquisito como él, seguro que conseguirlo sería pan comido. Vendría siendo la clásica frase en una entrevista de trabajo: «Estás sobrecualificado». Así te vas contento, pero no te contratan. Con esto, lo que quiero mostrar es la importancia del lenguaje, fundamental a la hora de llevar a cabo este trabajo. El libro Comunicación no violenta: un lenguaje de vida, de Marshall Rosenberg, es un gran ejemplar que trata en detalle este tema. 2.4.6- Maquiavelo o el arte de la puñalada trapera Maquiavelo tenía un sistema que bien podría llamarse el «conflicto preventivo». Sería algo como: si quieres evitar un conflicto mayor, no te demores en montar un buen circo. De ahí la palabra «maquiavélico». Si quieres evitar que tu hermano te traicione, adelántate tú y, mientras le haces creer que todo es maravilloso y que el buen rollo preside vuestra relación, le apuñalas por detrás. De esta forma, te vas a ahorrar muchos disgustos. Lamentablemente, Maquiavelo creó escuela y tiene abundantes seguidores. En muchas ocasiones, hay gente que va a visitar a un abogado de forma «preventiva». «Es que quiero saber a qué tengo derecho», «Qué pasaría si hago esto, porque tengo miedo de que “me la quieran pegar”». Los que sabemos que la mente es creadora, sabemos lo peligroso de este método. Luego pueden volver al cabo de un tiempo diciendo: «¿Ves? ¡Lo sabía!», sin ser conscientes de que probablemente lo hayan creado ellos mismos. Me acabo de acordar de un caso en que el marido le puso un detective a su mujer pensando que le ponía los cuernos. El detective no encontraba nada, pues era una mujer de lo más formal. El marido, empeñado en que su mujer le engañaba, se gastó una fortuna en el detective, que acabó liándose con su mujer y se fueron juntos. Y es que lo bueno de las profecías es que se cumplen. Y lo malo, también. Este sentimiento de víctima, de que todo el mundo es malo, de que los demás siempre te quieren engañar, ¿de dónde viene?, ¿a quién engañaron y estás intentando vengar?, ¿de quién estás reproduciendo la historia? 2.4.7- Arthur Schopenhauer o el método «Usa tus conflictos para crear un sistema filosófico» El viejo cascarrabias, ya desde niño, era un conflicto en sí mismo. Su madre estaba desesperada y no sabía qué hacer con su hijo, que se quejaba por todo. Era como un niño viejo. Que si los criados le habían servido la sopa demasiado caliente, que si no le habían dado a tiempo los pantalones para vestirse, que si en la escuela tanto los profesores como los alumnos eran todos unos ineptos, que si los juguetes no servían para nada… Después de una niñez y una adolescencia repletas de quejas y más quejas, al final el «simpático» Arthur se dedicó a la filosofía, y su escuela, conocida como la escuela del pesimismo y que ha tenido su importancia. Arthur solucionó su conflicto con el mundo escribiendo en contra de todo lo positivo, hermoso y bueno de la existencia, tratando de convencer al lector de que este mundo era el peor jamás creado y que lo único que valía la pena era escaparse de él. ¿Has conocido algún seguidor de la escuela de Schopenhauer? ¿Alguien que se queje todo el rato de lo injusto que es todo? «Con lo bueno que yo soy, y mira qué me ha hecho… ¡Si es que no se puede ser bueno!». Hellinger decía que las víctimas son peligrosas, porque no buscan solucionar el problema, sino que buscan aliados para vengarse de su adversario, convirtiéndose en perpetradores. Ante tal variedad de recetas sobre cómo enfrentarse a los conflictos, habría que analizar la eficacia de cada una para determinar si en todos los casos todas las partes quedaron en paz, o al menos una de ellas. Adelanto que no. En la mayoría de ellas, no lo parece. Aunque, si los revisamos bien, veremos que la mayoría de esos métodos han conseguido llegar hasta nuestros días y parecen no pasar de moda para algunos, porque es muy cómodo vivir en el conflicto. ¿Has oído hablar de la zona de confort? 2.4.8- Práctica sobre modelos de resolución de conflictos ¿Te has identificado con alguno de estos modelos anteriores a la hora de resolver conflictos? Haz una lista de cinco conflictos que hayan tenido una importancia determinante en tu vida y coloca a su lado el modelo con el cual crees que los procesaste. ¿Quedaste en paz con la resolución? ¿Alguien ganó, alguien perdió? ¿Piensas o sientes que las otras partes participantes en el mismo quedaron en paz? ¿Qué piensas o sientes que habría faltado o sobrado para que todas las partes hubieran quedado en armonía? 2.5- ¿Poner la otra mejilla? Solo tienen derechos aquellos que luchan por defenderlos. - Naihara Cardona En los últimos años y a raíz de mi historia personal, me he dedicado a tratar de poner de acuerdo a partes en desacuerdo, entendiendo que esta debería ser la verdadera función de un abogado. ¿Es siempre posible llegar a un acuerdo? Mi experiencia me dice que no. Esto antes era algo que me frustraba, me dolía, me llevaba a pensar que yo no era lo suficientemente buena en este trabajo y me rompía cuando veía que no era posible lograr aquello que yo creía que era lo mejor. Han sido años de aprendizaje, pero finalmente he podido comprobar que ni yo tengo la solución a todos los males ni siempre lo que yo creo que es lo mejor lo es. O, como dice el sabio refranero español: «Lo que es bueno para el riñón, es malo para el corazón». A veces, veo cómo una persona, por no discutir, cede en exceso, lo cual provoca un desequilibrio muy grande. Cuando cedemos por no discutir, por no aguantar el malestar y la tensión, nos hacemos pequeños porque no estamos defendiendo lo que creemos justo o lo que nos pertenece. Pensamos que cediendo se solucionará el problema, pero no es así: el problema se hace más grande hasta que la bola explota, y luego nos preguntamos por qué, con lo «buenos» que hemos sido. Es cierto que hay que buscar acercarse y hay que ceder, porque, de lo contrario, no serían posibles los acuerdos. Forma parte de la vida diaria de cualquier convivencia. Pero el conflicto es necesario para crecer y, si no lo vivimos así, estamos condenados a repetir. No se trata de buscar el conflicto o de fastidiar al otro. Se trata de ser conscientes, buscar un bien común y saber cuidarse a uno mismo; nadie lo hará por nosotros. Poner la otra mejilla aparece en los Evangelios como algo que aportó Jesús, como una nueva filosofía para contraponerse al «ojo por ojo, diente por diente», de la ley del Talión que imperaba entonces. Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra. Y al que te quitare la capa, ni aún el sayo, le defiendas. Lucas 6, v. 29 Esta es la máxima expresión de la mansedumbre y, dependiendo de a quién tengas delante, puede resultar bien, pero también puede desembocar en que el otro se quede con todo: con lo suyo y con lo tuyo. Y debes ser consciente y saber si estás dispuesto a soltarlo todo solo por no entrar en conflicto, porque puede ser peligroso desvestir un santo para vestir a otro. En todos estos casos, es fundamental el papel del abogado. Los abogados, tradicionalmente, tienen tendencia a darle la razón a su cliente. Es una manera de trabajar: «Miro por el beneficio económico, le digo al cliente lo que quiere oír, no le soluciono el problema y así sigo teniendo al cliente más tiempo y, por lo tanto, yo gano más dinero». Para trabajar con la postura sistémica que planteo en este libro, hay que estar dispuesto a renunciar a bastantes clientes. Es más, no hace falta ni renunciar, porque, cuando trabajas de esta forma, muchos clientes se van solos. Puede dar algo de vértigo, pero no te quedarás sin trabajo. Automáticamente, se produce lo que yo llamo «selección natural»: empieza a venir otro tipo de cliente más acorde con tu filosofía, que también los hay y cada vez más. 2.6- El conflicto como acicate de crecimiento Con la renuncia crecemos y, por raro que suene, ganamos equilibrio anímico. Quien no ha renunciado puede poco y sigue siendo un niño en muchos aspectos. -Bert Hellinger La vida nos manda regalos envueltos en problemas. Entre el que se ahoga en un vaso de agua y Juan sin miedo, que es absolutamente inconsciente de lo que tiene delante, existe una gama de posturas, algunas de las cuales resultan más eficaces y saludables que otras a la hora de vivir los conflictos. Pongamos que, en un primer momento, cuando llega el conflicto, la mayoría de las personas tendemos a sentirnos contrariados. Es una reacción instintiva ante lo que puede significar una dificultad que quizá ponga en riesgo nuestro objetivo. Lo que cuenta es lo que somos capaces de hacer después. Una vez pasado ese primer momento de sorpresa, podemos perpetuarnos en la queja, enfadarnos, culpar al mundo, al universo, al Gobierno o al sursuncorda de nuestra mala suerte o podemos tomar una actitud casi lúdica con la que miramos el conflicto como un reto que nos acaba de regalar la vida. Además, debemos tener algo en cuenta: la vida nunca nos envía nada que no seamos capaces de sostener. Si es muy gordo lo que te pasa, es que eres muy fuerte para poderlo llevar. Confía. 2.6.1- Primera pantalla: identificar Lo esencial es invisible a los ojos. - Antoine de SaintExupéry El primer paso será comprender qué nos está diciendo la vida a través de ese problema. Entenderlo es muy importante y, a veces, no se consigue enseguida. Hay que juntar piezas, como en un puzle, y no siempre nuestra memoria nos las sirve con diligencia. A menudo hay que incubar, pedirle a nuestro SAR (sistema de activación reticular) que nos aporte más datos sobre esa cuestión para que los podamos relacionar. Si entrenamos a nuestro SAR, no va tardar en aparecer un nuevo dato que arroje luz sobre la situación: «¡Oh, fíjate, las fechas de xx coinciden con las de zz!». A partir de ahí, ya tenemos un hilo del que tirar. Si seguimos en esa actitud de entender, de querer ir deshilando el conflicto hasta comprenderlo del todo, lo cual significará deshilacharlo por completo, pronto nos vamos a dar cuenta de que lo único que nos está pidiendo la situación es que seamos capaces de soltar asuntos que pueden resultar tan adictivos como el querer tener razón (uno de los principales mecanismos del ego), la necesidad de reconocimiento o el apego a algo o a alguien. Y va a resultar mucho más fácil comprenderlo si lo podemos conectar con algún excluido en nuestro árbol genealógico (eso se descubre por las fechas y por otros métodos), porque la respuesta siempre está en el excluido, como veremos en el capítulo Los órdenes del amor. Por otro lado, contemplar el conflicto como el grito de un malestar al que hay que atender puede ser una visión más sana que la de contemplarlo como un incordio que ha llegado para arruinarnos la vida. 2.6.2- Segunda pantalla: neutralizar El conflicto responde a un orden que está al servicio de la supervivencia, del grupo y de cada uno de sus miembros. Bert Hellinger Deberemos relacionar nuestro malestar y entender su procedencia. Puede que sea propio, aunque muchas veces nos vamos a dar cuenta de que tiene mucho que ver con nuestro clan. Las faltas de reconocimiento y de aceptación, así como las exclusiones de miembros del clan, quedan en la memoria del árbol y acaban apareciendo en nuestras vidas. Para comprender mejor esto, podríamos hablar de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake y del inconsciente colectivo de Jung. Pero no será en este libro, pues pretende ser algo introductorio y el exceso de información podría resultar confuso. Ahora nos quedaremos con el enunciado de que podemos aprovechar el conflicto para crecer. 2.6.3- Tercera pantalla: reprogramar Para crecer, la persona necesita salir de su zona de confort. Y eso, generalmente, conlleva algún esfuerzo, alguna renuncia y, a veces, algún sufrimiento. No es algo cómodo. - Sami Storch Tendremos que realizar determinados movimientos con el propósito de resituar el conflicto y reparar ciertos dolores antiguos que todavía siguen vivos en las memorias de nuestra estirpe. Te voy a contar el caso de una clienta a la que asesoré para gestionar un despido. La llamaremos Rosa. Rosa conocía las constelaciones, la numerología y la descodificación, entre otras terapias. Vino a mi despacho porque tenía que despedir a una trabajadora y quería hacerlo bien. Me contó el final de aquella relación laboral y las causas por las que quería despedir a Mary, su secretaria. Me dijo que, un día, ante un desacuerdo de procedimientos con Mary, cuando intentó hablar con ella, esta le profirió varios insultos y algunas palabras de menosprecio en un formato bastante subido de tono. Rosa se sintió confusa y dolida. No entendía cómo Mary la había podido tratar tan mal, después de que, desde que la contrató, no hizo más que preocuparse por ella y por su situación personal, llegando a hacerle casi de madre. Luego me contó que, unos días después de aquel día crítico, se dio cuenta de que la fecha en la que Mary había empezado a trabajar con ella era el día exacto del cumpleaños de Carlos, su hermano pequeño (trece años menor que ella) y con el que ella había actuado de madre de sustitución, ya que la madre de ambos tenía otros cuatro hijos por atender y convirtió a la hija mayor en la madrecita del pequeño. Carlos había llegado a la familia en un momento complicado: el negocio familiar estaba a punto de cerrar, cosa que sucedió en pocos meses, viéndose la familia en la ruina. El drama que se vivió en aquel momento fue grande y aquel bebé creció en un caldo de cultivo de tragedia y drama y, energéticamente, con un sentimiento de exclusión por haber llegado en un momento inadecuado: una boca más que alimentar, cuando la supervivencia de todos estaba en peligro. En la escuela, siempre estuvo excluido, sin apenas amigos. Y, de mayor, siempre quedaba excluido de la fratría (no estaba en los grupos de WhatsApp, él mismo se salía de ellos), casi nunca estaba de acuerdo con las decisiones que tomaban los otros hermanos sobre el cuidado de los padres, etc. Cuando Rosa se dio cuenta de que Mary había llegado a su vida para representar a su hermano excluido y que los improperios que soltó el día del conflicto solo significaban los gritos de dolor de su hermano Carlos, entendió lo que había sucedido. La reparación la realizó en una constelación familiar y fue preciosa. Y, al final, pasó de la confusión y tristeza inicial a la comprensión en su ser más profundo. Rosa era consciente de que, cuando contrató a Mary, esta se encontraba en una situación personal complicada y que la protegió más de la cuenta (la maternizó). Cuando en la constelación se integró al hermano, Rosa sintió paz y pudo resolver el despido de Mary de forma pacífica y serena. Vas a darte cuenta de que esa mirada sobre el conflicto lo cambia todo. Y mi intención a lo largo de este libro es la de transmitirte que eso es posible. Abandonar el rol de víctima y tomar la visión sistémica es un gran paso adelante para vivir mucho mejor, un paso que, además, va a reverberar a tu alrededor produciendo notables cambios en tu entorno, ya que, si cambias tu mirada, transformas tu realidad. 2.6.4- Práctica para conflictos futuros Después de leer atentamente las tres pantallas por las que puede transitar un conflicto con consciencia, más el ejemplo de Rosa, te invito a que el próximo conflicto que tengas en el presente intentes trabajarlo de esta forma. Toma nota de todo lo que sucede en el proceso: ¿A quién estás excluyendo en tu vida? Tal vez a tu ex, a tu jefe, a un hermano, a un amigo, a tu madre o incluso a ti mismo. En el excluido siempre está la solución. ¿Cuál es el dolor que no te permite darle un lugar en tu corazón? Cierra los ojos, visualiza a esa persona o a ese conflicto —tal vez sea una enfermedad— y dale las gracias por mostrarte aquello que, sin él o ella, no podías ver. Será fundamental que los incluyas en tu corazón para ayudarte a abrir los ojos y a mejorar tu capacidad para resolver conflictos de forma equilibrada, armónica, empática y simétrica, dentro de lo posible. Capítulo 3 Las tres esquinas del infierno 3.1- Coproducciones El Averno presenta: El triángulo infernal Quien se retira de la masa de entusiastas, y vuelve en sí, deja de ser útil para el gran conflicto. Pero aún está en riesgo de caer víctima de ese conflicto porque los entusiasmados pueden volverse en su contra y considerarlo un traidor. ¿Por qué? Porque ya no tiene la misma conciencia buena o tranquila que los demás. - Bert Hellinger En Europa, muchos terapeutas conocen al triángulo de Karpman como «el triángulo infernal», porque, en realidad, vivir dentro de él convierte la vida en un infierno. ¡Más gráfico, imposible! Stephen Karpman, psicólogo transaccional, elaboró la teoría del triángulo dramático, la cual ayuda a comprender bien a qué se deben muchos de los fracasos en las relaciones. Es básico conocer este triángulo y su funcionamiento para tomar consciencia de dónde estamos, respecto a nuestras relaciones en cada situación y de cómo afectan a la misma y a los otros participantes los roles que hayamos asumido. El funcionamiento del triángulo de Karpman, a pesar de ser un triángulo, es el de una especie de círculo vicioso, como un carrusel, en el que nos hemos montado sin darnos cuenta. Imagina un tiovivo que está en marcha a buena velocidad. Si estás montado en un caballo te resultará fácil bajarte de él y subir al cochecito que tienes delante, pero no te va a resultar tan fácil saltar del tiovivo. Pues eso es exactamente lo que sucede con ese triángulo dramático. Y es así debido a que esos roles están muy implantados en nuestra sociedad y los hemos vivido desde pequeños en distintos ambientes: en casa, en la escuela y, más adelante, con las amistades, con la pareja y en el entorno laboral. Por eso lo más importante aquí es tomar consciencia, ante cada situación específica, de si la estamos viviendo desde alguno de los tres roles. Para ello es necesario conocer bien la anatomía y el funcionamiento de los mismos. Los roles descritos por Karpman son: víctima, salvador, perseguidor. Hay personas que piensan que las víctimas son los pobres indefensos que están siendo abusados; que los salvadores son los buenos, los que se sacrifican por ayudar a las víctimas, y que los perseguidores son los malos. Vamos a deshacer entuertos: no hay roles buenos o malos, pero los tres son altamente ineficaces. La gran tarea que llevar a cabo es la de abandonar el triángulo y vivir de forma autónoma y responsable. Y vale la pena saber que, una vez montados en el carrusel que significa ese triángulo, da igual en qué rol nos descubramos, porque acabaremos pasando por los tres. No solo podemos ejercer los distintos roles en distintos lugares: por ejemplo, en el trabajo, ser víctimas de un jefe tirano, y llegar a casa y ser perseguidores con la pareja para compensar. No es solo eso. Es que, para la misma situación, rotamos entre los tres roles, lo cual hace más difícil ubicar dónde estamos. 3.1.1- El carrusel de la perversión Pero el resumen es sencillo: si nos pillamos actuando en uno de los tres, ya podemos estar seguros de que los otros dos están ahí, al acecho, y que los hemos jugado o los vamos a jugar en cualquier momento. Este es el quid de la cuestión. Posiblemente te descubras ejerciendo el rol de víctima: «¡Mira qué me han hecho!». La víctima está instalada en la queja. Nada le va bien, todo le perjudica, los demás tienen la culpa, ella es inocente, pero, por otro lado, no toma acción para resolver aquello que no la hace feliz. No se responsabiliza. Está esperando a que aparezca alguien que resuelva sus problemas, alguien que la salve de su lamentable situación. Ese rol necesita un salvador, igual que, para poder seguir siendo víctima, necesita de un perseguidor (o varios). Y normalmente, como salvador, aparece algún voluntario, alguien que, sin que nadie se lo pida, se dispone a salvar a esa víctima de su perseguidor, en nombre de una mal entendida «justicia». Hacer justicia es un pretexto para vengarse. El deseo de aniquilar vuelve a abrirse paso, esta vez en nombre de la justicia. - Después del conflicto, la paz, Bert Hellinger Normalmente, el salvador es alguien que tiene un concepto de sí mismo como de una persona que se sacrifica por los demás. En ese punto, algunos mitos religiosos no han ayudado demasiado a la psicología, ensalzando en demasía el papel de la víctima (y el de salvador y el de perseguidor…). El problema es que, por mucho que haga el salvador por esa víctima, nunca va a ser suficiente. Van a surgir más problemas derivados de los primeros y la tarea se le va a volver infinita, hasta agotarle. Y, mientras, se va a dar cuenta de que en el empeño ha dejado de lado su propia vida para volcarse en «arreglar» la del otro. Por otro lado, sucede que la misma víctima está actuando como un perseguidor de su perseguidor, al que, aunque sea en su pensamiento o en sus conversaciones con el salvador o con quien se preste a escucharla, le dedica todo tipo de improperios. Todo su enfado, su rabia y sus juicios van dirigidos a su perseguidor. Y, en este gesto, sin darse cuenta, aunque crea estar en el papel de víctima, ha pasado al rol de perseguidor. Al final, los perpetradores también son víctimas. Son las víctimas más desafortunadas. Al final, soportan la parte más difícil. - Bert Hellinger El salvador, al cabo de un tiempo de ejercer su función, va a sentirse víctima: con todo lo que he hecho por ella y ¡mira cómo me lo paga! El problema es que nadie le solicitó que entrara en el juego para salvar a nadie y que, si lo ha hecho, es también por una necesidad de sentirse importante, para que le valoren y le agradezcan, para que le tengan en cuenta, para que le vean. Los justos son el mayor obstáculo para que buenos y malos lleguen a reconciliarse. Ellos son los que tienen el sentimiento más agresivo. -Bert Hellinger Normalmente, son personas con baja autoestima que, en lugar de dedicarse a resolver sus problemas o a trabajar en pos de sus objetivos, van a la caza de personas que estén en situaciones conflictivas, para las que creen ser indispensables, a fin de erigirse como salvadores. Es un rol que, durante un cierto tiempo, parece compensarlos, hasta que pasan a la fase de sentirse agotados y sobreexigidos por la víctima, que necesita más y más ayuda, ya que todavía no ha decidido ser autónoma. Y entonces empiezan a sentir que no se les reconoce todo, todo y todo lo que están haciendo. Ahí es cuando el salvador pasa a ser víctima de su víctima. Pero, como siempre, el refranero español es muy sabio: «Quien viene sin que lo inviten se va sin que lo echen». O viceversa: «Quien se va sin que lo echen vuelve sin que lo inviten». El perseguidor es una persona convencida de que tiene la razón, alguien que culpabiliza a los demás de que las cosas no están funcionando bien. El perseguidor no mira hacia sí mismo para ver si ha cometido un error o ha fallado en algo. Busca culpables afuera y los encuentra. Y una vez descubiertos, les lanza sus dardos. No existen perpetradores en el sentido de que ellos son malos. En estos destinos se ven movimientos detrás de los que actúan que están tanto al servicio de las víctimas como de los perpetradores. A pesar de todo, no se puede disculpar a un perpetrador. Estar implicado no exime al individuo de las consecuencias de su acción. - Bert Hellinger El salvador se acaba convirtiendo en el perseguidor del perseguidor, ya que, en su afán por defender a la víctima, acaba atacando a su atacante. Así, de forma casi natural, pasa de salvador a perseguidor. Y muchas veces sucede que la víctima, al ver cómo el salvador arremete contra su perseguidor, entra en una especie de síndrome de Estocolmo y acaba defendiendo a su perseguidor, convirtiéndose así en su salvadora. ¡Más perverso, imposible! ¿Y qué papel pueden ocupar los abogados en todo este baile? Si el abogado no ha hecho un trabajo personal y tiene un sentimiento de justiciero, puede que esté en el rol del salvador: quiere salvar a su cliente, a quien ve como víctima. Sin embargo, desde ese lugar, también estará actuando como perseguidor de la parte contraria. Para prestar una buena ayuda, es importante ser consciente de esto o existen altas posibilidades de fracasar como profesional. 3.1.2- Una historia personal: baile de roles Te contaré una historia que me pasó a mí personalmente. Sí, otra más. Hace unos años, estuve atendiendo, como todos los años, las jornadas de puertas abiertas en el colegio de abogados. Son unas jornadas que se hacen cada año, donde todos los abogados colegiados que quieran pueden ir a asesorar de forma gratuita, durante un día completo, a todo el que se presente y necesite hacer una consulta legal. Llegó una pareja con un problema con su antiguo casero. El caso es que tenían un contrato de alquiler y, antes de que este finalizara, el casero les dijo que se tenían que ir porque necesitaba la vivienda para su madre. Ellos, de buena fe, le creyeron y se marcharon. Al cabo de poco tiempo, vieron anuncios en las redes (¡maldito Facebook!) donde se publicitaba este piso, por lo que dedujeron que no era para su madre, sino que les habían echado para volver a alquilarlo por más dinero. Esta pareja llegó a mí, a través de estas jornadas de puertas abiertas, exponiéndome el caso y yo les asesoré sobre lo que legalmente correspondía: según el artículo 9.3 de la Ley de Arrendamientos Urbanos, podían solicitar volver a su vivienda y que les indemnizaran por los gastos de la mudanza o reclamar una mensualidad de renta por cada año que les faltara por cumplir del contrato. Como ya se habían comprado otra vivienda y no les interesaba volver, les convenía reclamar la cantidad. Estaba todo muy bien documentado: mensajes donde les decían que se tenían que ir por la necesidad del propietario de tener la vivienda para su madre, los nuevos anuncios del piso pidiendo el doble de renta, etc. Les expliqué la legalidad, les dije que tenían muchas posibilidades de recuperar tres mensualidades de renta (no está nada mal, ¿no?) y que solo les cobraría en caso de ganar; si perdíamos, no cobraría nada, pero sí que tenían que pagar al procurador. Si ganábamos, cobraría honorarios según los usos y costumbres. Decidieron que no querían pagar procurador, les parecía muy injusto que, además de haberse quedado sin casa y de que les debieran una indemnización, se tuvieran que gastar más dinero en reclamar. Era el último día del plazo cuando apareció un procurador que se solidarizó con la causa y presentó la demanda, junto conmigo, sin cobrar nada. Tengo una pregunta: ¿bajo qué rol del triángulo dramático crees que estábamos actuando todos los personajes de esta historia? La historia no acaba aquí. Se puso la demanda, concretamente un juicio declarativo ordinario, con los tiempos de tramitación que ese procedimiento conlleva. He de decir que fue rápido, porque el propietario de la vivienda, en cuanto recibió la demanda, se allanó (allanarse consiste en admitir que quien te ha demandado tiene razón y, por lo tanto, no tiene sentido seguir el procedimiento), por lo que fue bastante rápido. Con tanta alegría, se lo comuniqué al cliente: «Se han allanado, así que ¡enhorabuena, vais a recuperar vuestro dinero sin necesidad de ir a juicio!». Tanto el procurador como yo estábamos que no cabíamos de contentos. ¿Y sabes qué? Que ahí empezó la persecución: el cliente empezó a acusarme de que yo quería quedarme con su dinero de la indemnización. Todos, lo hayamos vivido personalmente o no, sabemos de la lentitud de los juzgados y es obvio que, aunque se hubieran allanado, depositar el dinero en el juzgado y seguir el procedimiento hasta cobrar llevaba su tiempo. Sin embargo, el cliente pareció no comprenderlo. ¡No se lo iba a pagar yo de mi bolsillo! Y se empezó a poner nervioso pensando que yo me iba a quedar algo. Es más, me llegó a decir que él no quería poner esa demanda y que, si la había puesto, era porque yo había querido y que no tenía derecho a cobrar nada. Para no hacer la historia más larga, te contaré cómo viví yo esta situación: cuando terminó, estuve inmensamente agradecida a esta persona de la gran lección que me había dado. Por aquel entonces, yo todavía no había escuchado hablar nunca de Karpman ni de triángulos dramáticos, pero sí aprendí algo: renuncio a pretender salvar a nadie. Desde entonces, me va mucho mejor. Estos roles, además, dejan a las personas en desigualdad: la víctima queda en un estadio inferior al perseguidor y al salvador. El salvador se siente superior y mejor que la víctima, ya que, por eso, por su superioridad, es por lo que ella necesita su ayuda. También se siente superior al perseguidor, ya que siente que él está ejerciendo una función de restauración de la justicia, lo cual le convierte en el bueno de la película, mientras que el perseguidor es el malo. El perseguidor también se siente más poderoso que la víctima. Como vemos, estas relaciones que se establecen entre ellos son, por definición, asimétricas, y eso jamás puede conducir a buen puerto. Las relaciones establecidas desde estos roles están abocadas al fracaso desde el primer minuto. Aunque el decorado y los detalles cambien, los guiones siempre son los mismos y, si no se modifica la situación y alguien decide salirse del triángulo, se puede predecir cómo va a acabar, que siempre es en drama: más y más dolor, más y más confusión, más y más reproches, menos libertad, menos responsabilidad, menos autonomía personal y más lío. Concluyendo: lo único que nos vale en ese caso es darnos cuenta de que estamos en el triángulo y, una vez percatados de eso, salir de él. Cambiar de rol dentro del mismo, pasar de perseguidor a víctima o de víctima a salvador, no sirve para nada más que para perpetuar la situación. 3.1.3 - Salir del triángulo Salir del triángulo significa tomar el timón de nuestra vida, devenir personas autónomas y responsables, adultas, lo cual incluye solucionar nuestros propios problemas cuando surjan, en lugar de quejarnos a ver si alguien nos oye y se brinda a trabajar desde nuestro lugar. Significa que, si no sabemos cómo resolver algo, seamos capaces de pedir ayuda, pero de pedirla bien, asumiendo que el conflicto nos pertenece y que la persona que nos brinde su ayuda no se transforma en el tomador de nuestro conflicto, sino que solo es alguien que nos ayuda de forma puntual. Eso significa que habremos sido capaces de ver, analizar y ordenar todo el puzle con el objetivo de empezar a mover las piezas que más nos convengan para resolverlo. Y que, además, lo podemos resolver disfrutando del camino, del recorrido y del aprendizaje que nos va a brindar esta experiencia. También significa que, si en un momento necesitamos detenernos para descansar, podemos hacerlo. Pero descansar, no sentarse a esperar que aparezca alguien para resolver nuestro desafío o que desaparezca la persona que no nos gusta por arte de magia. Y que, al final, conflictos, problemas, retos, desafíos… son experiencias que nos llevarán a aprender, a ser mejores, a crecer y a saber que estamos viviendo nuestra vida a nuestra manera, con los recursos de los que disponemos en cada momento, mientras estamos por la labor de conseguir más recursos y estrategias que nos permitan gestionar un poco mejor cada día nuestras situaciones. Eso es la libertad, y así lo dijo Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido, tras haber vivido en un campo de concentración Nazi: «Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la libertad humana —la libre elección de la acción personal ante las circunstancias— para elegir el propio camino». 3.1.4 - Práctica sobre los tres roles Coge tres folios y en uno escribe la palabra perpetrador; en otro, víctima, y en otro, salvador. O, simplemente, las iniciales P, V, S. Mezcla los tres folios boca abajo sin saber qué pone en cada uno y ponlos en el suelo separados unos de otros. Ponte de pie encima de uno de ellos, cierra los ojos, respira y observa tu cuerpo. ¿Qué sensación tienes? ¿Qué siente tu cuerpo? Haz lo mismo con los otros dos, sin mirar qué pone cada papel y anótalo. Observa lo que has sentido cuando has estado encima de cada uno de los tres papeles. ¿Con cuál te sientes más cómodo? Cuando hayas hecho el ejercicio con los tres papeles, apunta lo que has sentido encima de cada uno y elige con cuál te sientes mejor. Apúntalo. Ahora ya puedes darles la vuelta a los papeles. ¿Te sorprende el resultado o te identificas? ¿Puedes recordar alguna situación en tu vida en la que hayas actuado como el personaje (P, V o S) con el que más cómodo te has sentido? Puedes pedir colaboración a alguien de tu entorno cercano para que te ayude a identificarlo. 3.1.5 - Espejito mágico Un joven entró a un pueblo cargando una pesada maleta. Sentado en una roca estaba un anciano fumando en pipa. —¿Cómo es la gente de este pueblo? —preguntó el joven. —¿Cómo era la gente del pueblo de donde tú vienes? — replicó el anciano. —Era gente muy desagradable: deshonestos, ladrones, desagradecidos y rencorosos. Siempre estaban peleando entre ellos y tratando de aprovecharse los unos de los otros. Chisme y resentimiento eran comunes entre ellos. Por eso estoy preguntando, antes de entrar, cómo es la gente de este pueblo. El anciano suspiró y dijo: —Creo que no vas a encontrar mucha diferencia aquí. La gente de aquí es exactamente igual a la gente del pueblo de donde tú vienes. —Entonces, creo que continuaré mi viaje hasta el próximo pueblo —dijo el joven, tomó su maleta y se marchó por el mismo camino. —Adiós —dijo el viejo, y volvió a fumar su pipa. Después de un tiempo, otro joven llegó a las puertas del pueblo. —¿Cómo es la gente de este pueblo? —preguntó. —¿Cómo era la gente de la villa de donde tú vienes? — dijo el anciano. —La gente de mi pueblo era muy agradable. Siempre estaban dispuestos a ayudarse los unos a los otros, y el amor y la compasión eran características comunes entre ellos. Siempre podías encontrar un amigo dispuesto a escuchar tus problemas. Me entristece tener que dejarlos. ¿Cómo es la gente de este pueblo? —Aquí no encontrarás mucha diferencia. La gente de este pueblo es exactamente igual a la gente de tu pueblo. Bienvenido. Y el joven entró al pueblo. La técnica del espejo es una de las que más nos ayuda a saber dónde estamos. Normalmente nos resulta fácil ver el defecto en los demás, mientras que cuesta mucho más verlo sobre uno mismo. O, como decía (y dice) mi abuela: «Cuidado con señalar, porque, cuando apuntas con un dedo, quedan tres dedos apuntando hacia ti». Por ello, es ecológico y saludable que aprendamos y lleguemos a un buen dominio de esta técnica. Lo de ecológico, por ahorrar energía. Lo de saludable, para tener calidad de vida los años que vivamos. ¿Por qué utilizo el adjetivo ecológico en lugar de otro? Pues porque en la era de la ecología y conservación del medio ambiente, en la que este término está tan de moda, también debemos extrapolarlo a las personas. ¿Qué es ser ecológico a nivel personal? Por ejemplo, no quejarse. La queja solo produce malestar a uno mismo y a los que tenemos alrededor, además de impedir la acción. Mientras me estoy quejando, no estoy solucionando, y esto, de alguna manera, contamina a la persona. ¿Cuánta energía de desperdicio gastamos en tratar de convencer al otro de que está equivocado? Esto es no ser ecológico. Si la primera fase para salir del triángulo de roles es la de darse cuenta de que estamos en él, la técnica del espejo nos será de gran ayuda para ese cometido y nos facilitará el camino. Para ello es necesario que prestemos atención a aquello que nos molesta de los demás. Me contó una amiga pedagoga que, cuando cruzaba un parque infantil, se quedaba un rato observando a las mamás y papás para ver cómo se relacionaban con sus hijos y que, en estas examinaciones, había advertido de todo: progenitores gritando a sus hijos para que dejaran de gritar (¿¡!?), otros exigiendo de sus hijos máxima atención al subir al tobogán mientras ellos estaban de forma permanente distraídos mirando su móvil… Eso significa que están dentro del carrusel maldito y que van a poder disfrutar de todos los roles en secuencia libre. ¿Cómo se traslada esto al mundo jurídico? Veámoslo: hay estudios que demuestran que la mayoría de abusadores sexuales han sido abusados de pequeños. ¿Por qué un niño que ha sido víctima de abuso se convierte en abusador? Y, probablemente, hayan abusado de ese niño por proteger a un hermano menor (salvador). ¿Por qué las hijas de maltratadores, frecuentemente, se emparejan con maltratadores? Como abogados, vemos frecuentemente este tipo de dinámicas. Incluso, en el tema de la violencia de género, es muy frecuente que una mujer denuncie a su pareja por violencia de género, se dicte una orden de alejamiento y la propia víctima la incumpla para volver a los brazos de su perpetrador. Si no entendemos por qué se produce esta dinámica, es difícil que podamos ayudar como profesionales. En la actualidad, los temas de violencia de género están a la orden del día. Se trata a la mujer como una víctima, quitándole fuerza para resolver por sus propios medios, y al hombre, como un criminal, cuando no deja de ser también víctima de una situación. ¿Por qué una mujer que denuncia y ha logrado una orden de alejamiento retira la denuncia y vuelve con su marido? Hay quien dirá que por necesidad, por cuestiones económicas. Y, en algunos casos, puede que sea cierto, pero no es menos verdad que, en muchas ocasiones, esto se produce por asuntos emocionales no resueltos: tienen una dependencia emocional de esa otra persona que nada tiene que ver con la economía y no saben cómo salir de ahí. Tal vez su padre ya la maltrataba y ha buscado un hombre igual porque para ella esa es la manera de recibir amor, no conoce otra cosa. O cualquier otra implicación emocional que los lleve a ambos a sentirse esclavos de esta situación, que no la resolverá ninguna orden de alejamiento. Es más, aunque se terminen separando, si no lo resuelven, lo más probable es que se repita la historia con la próxima pareja que encuentren. ¿Por qué hay personas que atraen a personas que las maltratan? ¿Cuál es su cuota de responsabilidad en el asunto? Como dice Sami Storch en su libro A Origem do Direito Sistêmico: «En la medida en que se deja de actuar como víctima, esa persona deja de atraer a quien le agreda. Nadie pisa a quien está de pie». ¿Y qué papel puede adoptar el abogado en estos casos? Hay varias opciones: 1. Que el abogado se convierta en el nuevo perseguidor del abusador, condenándolo en el más amplio de los sentidos por la barbaridad que ha cometido, movilizando incluso a la prensa para darle visibilidad al caso. 2. Que el abogado se solidarice con su cliente como víctima, reforzándole esta actitud y, por lo tanto, restándole fuerza para superar la dura situación. 3. Que el abogado sea el salvador de la víctima y le diga: «No te preocupes, soy el mejor abogado penalista y te sacaré de esta. ¡Pagará por todo lo que te ha hecho, aunque tengamos que llegar al Tribunal Supremo!». Sin embargo, existen otras maneras de actuar que fortalecen más, tanto al cliente como al abogado: empoderando al primero y evitando que el segundo se lo lleve a lo personal. ¿Cómo afrontaría este mismo asunto un profesional de la justicia (sea abogado, juez, fiscal o cualquier otro operador) de manera sistémica? Dedicaremos un capítulo a los órdenes de la ayuda, pero ilustraremos este caso para dar una pequeña pincelada. Una vez que el profesional ha bajado del tiovivo del triángulo dramático y ha hecho su correspondiente trabajo personal, podrá mirar este conflicto de otra manera: aceptar lo que ha ocurrido, que es muy doloroso, pero le ha ocurrido al cliente y, por lo tanto, solo él puede resolverlo. Hay que devolver el conflicto a su legítimo dueño, que es quien tiene la solución. Como abogado, pongo mi conocimiento legal a su servicio para que se haga justicia, porque alguien que infringe la ley debe asumir la responsabilidad de sus acciones, pero no perseguir ni excluir a la persona, pues todos tenemos el mismo derecho a pertenecer y, si se transgrede la primera ley (la de pertenencia, que explicaremos detenidamente en el capítulo de Los órdenes del amor),se produce un desorden en el sistema que creará un conflicto probablemente mayor. Por lo tanto, ayudar a la persona a asumir la responsabilidad de sus actos y pagar por ellos, pero sin quitarle su dignidad, respetándole y honrándole, es la mejor manera de acompañar al reo en un caso como este. Lo que nos interesa en realidad no son los demás, sino solo la posibilidad que ellos nos ofrecen de descubrirnos a nosotros mismos en alguno de los roles. Eso nos permitirá tomar consciencia y salir de ahí. Por suerte, una molestia es fácil de detectar. Cuando algo te molesta, te enteras. Aprovechando esta contingencia, nos detendremos cuando algo de otra persona nos moleste, nos irrite o nos genere enfado. Este es un buen test para abogados, o profesionales de la ayuda en general. Contribuirá a identificar si estamos implicados con la problemática del cliente o si estamos siendo neutros. ¿El conflicto de tu cliente te saca de tus casillas porque es muy injusto lo que le está pasando? ¿Te quita el sueño? ¿El contrario se va a enterar? Tal vez habría que revisar si estás ocupando alguno de estos tres roles. El segundo paso será mirar hacia adentro y preguntarnos: «¿Cómo hago yo eso a los demás? ¿Cómo me hago eso yo a mí?». Y ahí necesitaremos paciencia, cariño, empatía y comprensión compasiva con nosotros mismos, además de una buena dosis de observación. Pero ten por seguro que, si algo de los demás te ha molestado, ese algo te pertenece. Eso no quiere decir que deba gustarte todo de todo el mundo. La diferencia entre no gustarte y molestarte es importante, y tu estado de malestar será tu termómetro. Si no me gusta, pero no me genera malestar, entonces no me pertenece. Si me genera malestar… ¡ALARMA! Así es como, gracias a la técnica del espejo, te va a resultar mucho más fácil tomar consciencia de dónde estás y poder salir de ahí. Y ya te adelanto que no siempre te gustará ver dónde estás. Es más, probablemente niegues que tú estés ahí… 3.1.6- Práctica del espejo Anota en un papel (a mano, mejor) el nombre de tres personas que te sacan de tus casillas. Anota qué característica de cada una de ellas es la que produce este efecto en ti (imagina que de una de ellas has anotado que te irrita su falta de escucha). Pregúntate: «¿Cómo practico yo la falta de escucha conmigo? ¿Y con los demás?». Anota todo lo que te venga a la mente. Y, cuando pienses que ya no se te ocurre nada más, no abandones el ejercicio, sigue insistiendo. Al principio te va a costar, pero te garantizo que vas a encontrar que eso que te molesta del otro te molesta porque está en ti. Si consigues verlo y resolverlo en ti, dejará de molestarte cuando lo practique otra persona. Ahora, cierra los ojos e imagina que estás mirando a los ojos a esa persona que tanto te irrita. Dile (grábalo hablando lenta y suavemente y escúchate luego): «Gracias por mostrarme aquello que sin ti no hubiera podido ver. Te libero de mí y mis expectativas. Te tomo tal y como eres y me hago responsable de mí. Gracias». Sigue durante un rato agradeciendo a esa persona, respirando lentamente, con los ojos cerrados, en calma. Puedes hacerlo con todas las personas que quieras. No podemos cambiar a los demás, pero sí podemos cambiar cómo nosotros los percibimos. 3.1.7- Epojé Tengo una propuesta para ti. En realidad, es un juego. Entra y diviértete mientras acoges algo que va a ser fundamental para tu vida. Pronuncia esa palabra: EPOJÉ, en susurros, bajito, cantando, gritando… De todas las maneras posibles y, luego, siente qué podría ser: ¿un arrullo de una nana balinesa? ¿Una canción africana para acompañar la danza de la lluvia? ¿Un grito de guerra cheyene? ¿Un conjuro vikingo? ¿Un mantra tibetano para conseguir la iluminación? Te propongo que juegues, por lo menos, diez minutos con esas posibilidades e incluso que ensayes otras nuevas. Al final, apunta en un papel cuál sería tu opción. Ahora que has entrado en contacto profundo con esta palabra mágica, te voy a contar su significado, porque este está en el ADN de la filosofía de las constelaciones familiares. Epojé es una herencia de la Grecia clásica que significa: suspensión del juicio. A lo largo del libro te vas a dar cuenta de que hay dos pilares fundamentales en las constelaciones familiares, y son: la ausencia de juicio, o sea, epojé, y el respeto. A la vez, acabas de conocer ese triángulo infernal, y te garantizo que, si puedes mantenerte en epojé, no vas a entrar en él. Vaya, que es una de las mejores vacunas que existen para una vida sana y feliz. Ahora que sabes la importancia que tiene esta palabra, te voy a proponer un pequeño juego para tu vida: obsérvate durante una semana y anota en una libreta todos los juicios que haces a lo largo del día. Valen todos, los que has emitido en voz alta y también los que han pasado por tu mente y no han brotado en palabras: «Fulano es un vago; Mengano, un arrogante; Sotano despilfarra el dinero…». La segunda parte, después de darte cuenta de con qué intensidad está instalado en ti el mecanismo del juicio, sería empezar a practicar epojé. Simplemente, ante algo que no entiendas, que te confunda o que te parezca un obstáculo en tu vida, suspende el juicio. Déjalo en blanco. No lo emitas. Poco a poco, vas a advertir que esta postura conlleva muchos beneficios: el primero, no caer en errores de bulto de los que después te tendrías que retractar y el segundo, que trae una paz inmensa (la ataraxia griega). No es fácil, pues venimos de una educación católica, donde las cosas se dividen en buenas y malas, y salir de ahí es una gran tarea, pero compensa. Capítulo 4 Conflictos litigados A veces, los abogados miran su beneficio financiero; a veces, no pueden ver la dinámica porque están implicados con sus propios asuntos. En estos casos, no facilitan el acuerdo. Por suerte, esto es cada vez más raro. - Sami Storch 4.1- Gymkana del conflicto en los tribunales De pequeña, cuando iba al Parque de Atracciones había una atracción que me gustaba y me daba miedo a la vez: el Tren de la Bruja. Me empezó a gustar cuando me di cuenta de que los personajes que salían de la oscuridad, preparados para darnos sustos o escobazos, eran de mentira y que jamás iban a hacernos daño. Ahora me gustaría que imaginaras ese mismo tren, al cual, por haber abandonado su cometido lúdico, le llamaremos el Tren de los Horrores, con personajes reales y con un recorrido muuucho más largo. Cuando has salido de un túnel en el que unos zombis te han dado unos escobazos, el tren se precipita por una especie de abismo oscuro, tipo montaña rusa, en el que aparecen unos monstruos que van a por ti. Y, un poco más adelante, ves cómo ahí, al lado de las vías, hay personas arrastrando grandes bloques de piedra bajo un sol abrasador, mientras te avisan de que el próximo en la lista vas a ser tú… ¿Imaginas eso? Pues algo parecido sucede cuando entras por la puerta de los tribunales, aunque todo depende de cómo lo vivas. En ocasiones, es necesario recurrir a la justicia, porque hay destinos que son así e historias que deben compensarse, pero la postura y consciencia con la que entremos cambiarán completamente tanto el proceso como el resultado, o, más que el resultado, el asentimiento hacia este. Ni rápido, ni fácil, ni barato. Olvídate. ¿Conoces la ley de Murphy, que reza: «Si algo puede ir a peor, irá a peor»? Memorízala, porque, en ningún otro escenario, resulta tan verdadera como en un juicio si lo haces desde cualquiera de los tres roles que hemos explicado antes. Piensa que entras en guerra con otras personas que en algún momento quisiste y que saben de ti más de lo que tú ahora eres capaz de recordar. No olvides que esas informaciones serán utilizadas en tu contra, una tras otra, para tu desazón, sorpresa y vergüenza. Piensa que esas personas han contratado abogados que saben de leyes y de estrategias legales más de lo que jamás puedas llegar a imaginar y que, además, tienen la pericia de colocar cada argumento en el momento preciso para conseguir que la perspectiva del juez sufra ataques de dudas y, si pudiera ser, obnubilaciones pasajeras. Todo ello con un objetivo: decantar la sentencia hacia sus intereses. Si por algún momento pensaste que la verdad y la justicia eran las musas de las salas de los tribunales, olvídate. Hace tiempo que dimitieron, decepcionadas y frustradas, para dejar paso a sus compañeras: las arpías, las malas artes, las argucias y estratagemas, bien acompañadas por la falsedad, el engaño y la mentira; todos ellos, disfrazados con toga, balanza y pluma, con el fin de engañar a propios y ajenos. Así lo vivía yo por aquel entonces. Y me causaba mucha ansiedad y sufrimiento, llegando incluso a plantearme dejar la profesión. Es cierto que hay abogados que parecen grandes enemigos y se llevan el conflicto a lo personal (tal vez se hayan dejado capturar por la problemática del cliente), pero también hay profesionales de la justicia de otro tipo, entre los que se encuentran los que trabajan con derecho sistémico, todavía no muy presente en España, pero que se inclinan más hacia maneras de hacer más amigables, como pueden ser la mediación, la conciliación, la justicia restaurativa, etc. Y esto implica haber realizado un trabajo personal para poder acompañar al cliente de manera neutra y pacífica, aunque en ocasiones haya que llegar al juzgado, porque ese es su destino o porque hay una causa que equilibrar y no ha resultado posible hacerlo de forma extrajudicial. Después hablaremos de ello, pero de momento, volvamos al antiguo paradigma del abogado tradicional, al que le enseñaron que éxito era ganar un litigio, vencer al otro, que es visto como un adversario. En un caso real de divorcio, muchas personas reaccionan así y claudican por agotamiento, pensando que es lo mejor para los niños: que se lo quede todo el otro (casa, dinero, custodia), pero ¡que se acabe ya este infierno! Otros, simplemente, siguen en un matrimonio infeliz «por los hijos». Si has tenido algún bebé y sabes qué significa pasar meses sin dormir por las noches, prepárate porque este proceso va a ser peor. También va a aniquilar tu sueño, pero sin la recompensa de ver crecer a tu churumbel. Lo único que vas a ver crecer sin parar va a ser el conflicto. Si no conocías los efectos del estrés en tu vida o hasta ahora habías tenido un estrés moderado, aunque lo catalogaras de severo, espera, ¡que vas a saber lo que es bueno! Ahora sí que vas a poder tomarle la medida al estrés de verdad, ese que te corroe las entrañas, te aplasta el pecho y no te permite ni respirar. Te voy a contar el recorrido de ese Tren de los Horrores bien detallado, desde que se presenta la demanda hasta que sale la sentencia. ¡Vamos allá! Lo haremos sobre un ejemplo de lo que podría ser una demanda de divorcio entre una pareja a los que llamaremos María y Pepe, con tres hijos menores, de 4, 7 y 11 años. 4.1.1- Apagar el fuego echando gasolina 1. María, en verano de 2015, le pone los cuernos a Pepe. En octubre de 2015, Pepe pone una demanda de medidas provisionales previas a la demanda de divorcio, para decidir quién se queda la custodia, la casa familiar y las pensiones mientras se resuelve el procedimiento definitivo. El intento de llegar a un acuerdo sobre esos asuntos resulta infructuoso. La situación personal de María y Pepe es de estrés máximo y los niños empiezan a resentirse. En ninguna época anterior habían tenido que llevarlos al médico tantas veces (resfriados, dolores abdominales, anginas, pérdida de apetito, vómitos, eczemas, piel atópica…). Es evidente que los niños están bajo un fuerte estrés, ya que, al llegar a casa, los gritos y peleas son el pan de cada día. María llega a un punto en el que no puede más y se va al médico para pedirle que le recete ansiolíticos. Su estado la lleva a no comportarse como la madre amorosa que fue antes de iniciar la separación y se ve desbordada y gritando a sus hijos, que no entienden qué ha pasado, por qué su hogar se ha vuelto un sitio hostil, por qué mamá está tan nerviosa y por qué papá duerme en el coche. 2. En diciembre de 2015, se dicta el auto del Juzgado, en el que se regulan provisionalmente estas medidas: se atribuye custodia, vivienda y pensión provisional a María. En casa, el ambiente no ha mejorado, ya que María se levanta sin energía y necesita tres cafés para ponerse en marcha. 3. En febrero de 2016, Pepe interpone demanda de divorcio solicitando medidas definitivas. 4. En mayo de 2016, María, agotada y sobrepasada, toma un blíster de tranquilizantes, que no son suficientes para acabar con su vida, pero sí para un lavado de estómago y un montón de problemas familiares añadidos. Los Servicios Sociales intervienen para realizar el seguimiento de su núcleo familiar. María, ahora, suma al estrés existente la posibilidad de que le retiren la custodia de sus hijos. 5. Junio de 2016: Pepe solicita una pericial para demostrar que María no está en condiciones de cuidar de sus hijos. Empieza un aluvión de acusaciones cruzadas que echan más leña al fuego. Los padres son requeridos en la escuela a causa de los malos resultados del curso y de los comportamientos de sus hijos: la pequeña presenta graves síntomas de ansiedad: se hace pis encima, se arranca los pelos a mechones y ya tiene algunas calvas, cosa que antes no hacía; el de siete años presenta conductas agresivas con sus compañeros, pega e insulta y no es capaz de seguir las normas básicas de convivencia, y la de once ha suspendido todo el curso y está en un estado de soledad y tristeza considerable. En Julio de 2016: se designa perito para evaluar a los menores y a los padres. 6. Octubre de 2016: se señala juicio para enero de 2017. 7. Noviembre de 2016: María y Pepe discuten y la discusión sube de tono hasta acabar con un empujón de María a Pepe que él le devuelve. Ella lo denuncia por violencia de género y solicita orden de alejamiento de un kilómetro, que se le concede. A causa de la orden de alejamiento, Pepe no puede asistir a su puesto de trabajo, que se encuentra a doscientos metros de la casa donde reside María, lo que le lleva a no pagar la pensión establecida por falta de medios. 8. Julio de 2017: María pone demanda de ejecución de pensiones, ya que Pepe ha dejado de pagar la pensión que se decretó en el auto provisional de febrero del 2016. 9. Octubre de 2017: Pepe se opone a la ejecución alegando que se quedó sin trabajo a causa de la orden de alejamiento. 10. Diciembre de 2017: el juez resuelve permitiendo que Pepe viole la orden de alejamiento de manera excepcional para asistir al puesto de trabajo, que ya ha perdido dada la lentitud de la justicia (ya le detuvieron un día yendo a trabajar porque María llamó a la policía para decirles que estaba a menos de un kilómetro de su casa). Fíjate, llevan dos años pasándolo fatal (¡ellos y los niños!) y todo está peor que al principio. Si Pepe no consigue otro trabajo, es posible que no pueda pagar las pensiones y que le embarguen lo que tenga, incluida la casa donde vive María con los tres niños. Casa que es de él, no de ella, ya que fue una herencia de su abuela. De momento, Pepe ha tenido que irse a vivir a casa de sus padres y, cuando tiene a los niños con él, viven en condiciones inadecuadas, ya que el espacio en la casa de los abuelos es muy reducido y Pepe y los tres niños tienen que dormir juntos en una habitación con colchones en el suelo. 11. María sigue tomando tranquilizantes y está bajo vigilancia del psicólogo y de la asistente social, los cuales van evaluando su estado de forma periódica. 12. Los niños, que ahora ya tienen seis, nueve y trece años, están imposibles. No quieren saber nada de su padre porque le consideran el culpable de que su madre esté así. El padre piensa que es la madre quien les llena la cabeza de cosas en contra de él, mientras que su madre piensa que su padre los trata mal y que por eso no quieren ir con él. El abogado alega que están sufriendo el conocido síndrome de alienación parental, que consiste en que uno de los progenitores pone a los niños en contra del otro. 13. El juez dicta sentencia definitiva, por la que se otorga custodia para el padre ante la imposibilidad de la madre de hacerse cargo por el estado de salud mental en el que se encuentra, diagnosticado por profesionales, y se le otorga a ella el uso de la vivienda familiar por un año más, hasta que encuentre otra y el padre pueda volver a su vivienda heredada con los niños. 14. María no queda satisfecha y recurre la sentencia mediante abogado de oficio. Ya estamos en el año 2018. Llevamos tres años de juicios, con la incipiente adolescencia de los niños, que cada vez son más difíciles de controlar. Se la desestiman y deviene firme. 15. Un año después, 2019, María sale de la vivienda, como establecía la sentencia, y Pepe vuelve a casa con sus tres hijos. María encuentra un trabajo y empieza a recuperarse de su depresión. 16. Un año después, 2020, llega la pandemia y se suspende el régimen de visitas, por lo que empieza una demanda ejecutiva por incumplimiento de sentencia, junto con una modificación de medidas. Ya vamos camino del sexto año de juicios… Voy a dejar la historia aquí porque me resulta agónico el simple hecho de contarla. ¡Agotador! Pero, por resumir, os diré que María y Pepe siguen en los juzgados. Esta se ha convertido en su forma de relación. Hay tanto sufrimiento en este proceso que, volviendo la vista atrás, no queda sino preguntarse: ¿realmente valió la pena? No digo el divorcio, sino el procedimiento, el formato en el que se llevó a cabo. ¿Será que de forma inconsciente no paran de litigar porque es una manera de seguir la relación, porque en realidad no se quieren separar? ¿Será que en su inconsciente esta es una forma de seguir juntos? ¿Y cómo empezó todo? Con una historia de amor: dos personas que se amaban tuvieron tres hijos; en un momento dado, dejaron de entenderse y se generó un drama que tal vez podría haberse evitado. Hacer conscientes a los clientes del amor que hay detrás de la historia es muy reparador. Transportarlos a ese lugar puede ser un buen comienzo para reconducir la situación. Las visualizaciones en estos casos son muy útiles, hacerles cerrar los ojos y regresar a aquel momento de unión, donde hubo mucho amor y muchas cosas buenas. Tal vez, en buen estado de relajación, hacerles repetir unas palabras como: «Siento que haya ocurrido así. Hubo mucho amor, y de tal amor nacieron nuestros tres hijos. Siempre te agradeceré ese regalo de la vida y, a través de ellos, te seguiré amando. Asumo el 50 % de la responsabilidad de todo lo ocurrido en la relación, lo bueno y lo menos bueno, y dejo contigo el otro 50 %. Te libero de mí y de todo lo que, en mí, te ha mantenido secuestrado hasta hoy. Me libero de ti y empiezo un nuevo camino. Gracias». Es increíble el efecto que pueden tener estas palabras en las personas; cómo, cuando les hablas desde el corazón, la tensión se desvanece y es ahí cuando puedes empezar a ayudar. Los sistemas tienden a equilibrarse y, como ya hablaremos en el capítulo Los órdenes del amor, al tratar estos órdenes, para equilibrar damos de lo bueno un poco más y de lo malo, un poco menos. Pero ¿qué pasa si alguien nos hace daño y nos perjudica? Surgirá en nosotros un deseo de hacerle daño, como manera de compensar en nombre de la justicia. Además, queremos que no nos vuelvan a herir y es entonces cuando nos vengamos, yendo más allá de esta necesidad de compensar. Le hacemos sufrir más de lo que nos ha hecho sufrir a nosotros, y esto, lejos de compensar, lo que hace es incrementar el problema porque entonces el otro también querrá hacer justicia y así el conflicto crece y nunca se acaba. Es como pretender apagar un fuego echando gasolina. Al final del libro te voy a presentar dos casos muy similares, uno gestionado con postura sistémica y otro no. Verás cómo dos casos prácticamente idénticos tienen resultados muy distintos. A nivel físico, energético, mental y emocional, los conflictos procesados a la manera antigua (la de ver al otro como un rival al que vencer) ¡conllevan un desgaste tremendo! Piensa en esto como en una guerra, y en una guerra todos pierden. Incluso el que gana ha sufrido pérdidas: hay heridos y muertos en sus filas. Y ante este panorama nos preguntamos: ¿hay formas mejores, más efectivas y que conlleven menos sufrimiento que la de entrar en una guerra sin cuartel y esperar que sean otros (los jueces) los que dictaminen qué va a suceder en nuestra vida? ¿Tan poco adultos somos que no podemos llegar por nosotros mismos a un acuerdo que signifique un punto medio aproximado entre lo que desea cada una de las partes, tomando consciencia de nuestras lealtades invisibles? ¿Qué es aquello oculto que nos hace reaccionar de esta manera? ¿Recuerdas el ejemplo que te conté de la cisterna del váter? Pues habría que ver la causa oculta que nos lleva a esta dinámica, porque no es ni la casa ni el dinero. Hay algo mucho más profundo en el alma de estas personas que les impide salir de este bucle de venganza. ¿Vas a dejar que un juez que no te conoce de nada tome las decisiones de la vida de tu familia? ¿Esto te va a aportar paz y tranquilidad? Hay otros métodos de resolución de conflictos, como puede ser la mediación. Yo también soy mediadora, pero el trabajo con constelaciones familiares me resulta mucho más efectivo por varias razones, aunque no son en absoluto excluyentes, sino al contrario. En primer lugar, para realizar una mediación, tienen que acudir las dos partes, deviniendo imposible alcanzar un acuerdo si uno de ellos no quiere. En segundo lugar, la mediación tiene por objeto el resolver un conflicto puntual, una cuestión material, mientras que las constelaciones familiares transforman las relaciones desde lo más profundo del ser. Cuando el trabajo realizado apunta a la superficie de un conflicto puntual sin sanar de fondo, el conflicto se puede reproducir en cualquier momento. Finalmente, y en relación a lo anterior, la mediación es algo que se lleva a cabo desde el hemisferio cerebral izquierdo, el mental, en ocasiones, reprimiendo la emoción, porque nuestra parte inteligente sabe que es mejor, pero en el fondo no estamos conformes. Sin embargo, con las constelaciones, trabajamos con ambos hemisferios, caminando juntas nuestra parte más racional y la más emocional, que asienten a la situación y quedan en paz. No se trata de realizar una constelación, echarles la culpa a mis ancestros de mi situación y esperar a que se solucione el problema por arte de magia. Se trata de poder integrar en el subconsciente hechos dolorosos que han detenido nuestro flujo vital en algún sentido para poder incorporarlo, sanarlo y trabajarlo hasta su solución. La constelación en sí misma no es una pastilla mágica que vaya a solucionar tu problema, sino un mecanismo para tomar consciencia, pero luego es responsabilidad de cada cual tomar acción. 4.2- La ley del péndulo Quien más quien menos habrá tenido ocasión de comprobar cómo esa ley funciona de forma tan precisa como cualquier otra. Cuando el péndulo llega a uno de sus extremos, emprende su camino de vuelta y oscila hasta el otro extremo. Esto es así en el mundo de los objetos físicos, o sea, con un péndulo de verdad, y también se produce un efecto parecido a nivel psicológico. Cuando nos hallamos instalados en una perspectiva, opinión, hábito o comportamiento extremo, nos resulta más fácil ir a explorar el otro extremo que moderar un poco nuestra postura. Es decir, al partir de un extremo, se percibe como una necesidad explorar el otro. Y eso se da tanto en el ámbito personal como en el histórico y social. A lo largo de la historia, los movimientos pendulares han sido grandes protagonistas. En cuanto al derecho, quiero presentar un ejemplo reciente (bueno, todo lo reciente que pueden ser dos siglos ante la inmensidad de la historia de la humanidad). En 1812 se promulgó la Pepa, llamada así por haber sido dictada en el día de San José. Esta constitución potenciaba la mediación antes que los litigios, para los conflictos entre vecinos. Art. 282. El alcalde de cada pueblo ejercerá en él el oficio de conciliador, y el que tenga que demandar por negocios civiles o por injurias deberá presentarse a él con este objeto. Art. 283. El alcalde, con dos hombres buenos, nombrados uno por cada parte, oirá al demandante y al demandado, se enterará de las razones en que respectivamente apoyen su intención y tomará oído, del dictamen de los dos asociados, la providencia que le parezca propia para el fin de terminar el litigio sin más progreso, como se terminará, en efecto, si las partes se aquietan con esta decisión extrajudicial. Es curiosa la figura de los «dos hombres buenos», que hoy día suena casi naíf, pero que tiene un gran sentido. No hace falta contar cómo, después de aquel momento esplendoroso, los seres humanos emprendimos la deriva «autoritarista» y nos fuimos al otro extremo. Y ahora, agotados de comprobar que decidir sin escuchar a todas las partes implicadas no funciona y, además, conlleva efectos colaterales que complican más la situación en lugar de allanarla, están surgiendo filosofías o modelos, como el derecho sistémico, que llevan al péndulo otra vez hacia el lado de la escucha, la comprensión, la empatía y la reconciliación. Me congratulo y me llena de esperanza ver cómo este movimiento pendular hacia ese lugar más amable no solo se está dando en el derecho, sino en muchos otros campos: surgen medicinas más humanas que se ocupan más de conservar la salud que de tratar la enfermedad, pedagogías que tienen en cuenta a los niños y su desarrollo, sistemas de adiestramiento de animales mucho más amables que conllevan la observación y la escucha del animal y sistemas de trabajo en las empresas encaminados a promover la felicidad de los trabajadores y la cohesión del equipo. 4.2.1- ¡Ahí te quedas! La ley del divorcio cumple los cuarenta, mientras estoy escribiendo este libro. En 1981 se aprobó la ley del divorcio en España. No era la primera vez que los españoles gozábamos de la oportunidad de romper nuestras relaciones conyugales legalmente, pues ya durante la Segunda República española se aprobó la primera ley de divorcio, publicada el 11 de marzo de 1932. ¿Y qué pasó con esta primera ley de divorcio republicana? Pues que, con el triunfo de Franco tras la Guerra Civil española, el nuevo Estado español anunció la derogación de la ley de divorcio, el 23 de septiembre de 1939: «la derogación de la legislación laica, devolviendo así a nuestras leyes el sentido tradicional, que es el católico». Con esta ley, se validaron todos los divorcios producidos durante la Segunda República, pero, si uno de los cónyuges lo pedía, se declararía nulo. Una vez hecha esta breve reseña histórica, pasamos a la situación actual. ¿Puede estar una ley atravesando una crisis similar a la crisis de los cuarenta que sufrimos las personas, ya que las leyes son elaboradas por estas? El tema del divorcio da para un amplio debate, aunque es incuestionable el hecho de que cada vez hay más separaciones. Ni siquiera las podemos cuantificar porque muchísimas parejas no se casan ni se formalizan en ningún registro, por lo que tampoco realizan un trámite legal posterior; simplemente, se van cada uno por su lado. Pero, si pudiéramos contar el número de separaciones reales y no solo las que aparecen en las estadísticas de los registros civiles, alucinaríamos. Cuando una pareja se conoce, en realidad, no se están viendo el uno al otro. Están percibiendo la proyección de lo que quieren del otro, y esto es una fantasía. Cuando pasa el tiempo y las hormonas vuelven a la normalidad, nos encontramos con dos personas que pertenecen a dos sistemas familiares distintos y que, por lo tanto, tienen dos buenas conciencias distintas. Y aquí se produce el choque de trenes. Si analizamos bien, veremos que se trata de un amor infantil, defendiendo ciegamente a su clan. Hace tiempo, hablando con unos amigos de mis padres, personas de una cierta edad y con muchas vivencias, comentábamos lo difícil que era antes, cuando no podías dejar a tu marido. Y la mujer me dijo una cosa que me resultó graciosa: «Antes no existía el divorcio, pero siempre ha existido el “ahí te quedas”». Se produjo una carcajada generalizada. Es de aquellas cosas que te quedan rondando y, con el tiempo, le encuentras el sentido. Tal vez no es el sentido que tuvo para ella cuando lo dijo, pero sí tiene un sentido para mí: antes, al no existir la posibilidad del divorcio con la libertad que tenemos para romper relaciones ahora, la gente trataba de solucionar sus problemas, porque irse no era una opción. Las personas invertían muchos esfuerzos o, tal vez, no esfuerzo, sino toda su voluntad para solucionar los conflictos que pudieran ir surgiendo. Y no solo resolver desacuerdos, sino el poder aceptar al otro tal y como es. No se trata de buscar personas a nuestra imagen y semejanza, ya que, una vez mengüen las hormonas del enamoramiento inicial, dejarás de ver tu reflejo y empezarás a ver al otro tal y como es, no como tú imaginabas que era. Eso es lo que lleva a muchas personas a una frustración insuperable que desemboca en ruptura, con todas sus consecuencias. Tal vez estamos ante la cultura del «usar y tirar», incluso con las parejas. Antes se rompían unos zapatos y los arreglabas. Discutías con tu marido y lo arreglabas. Ahora, cuando unos zapatos pasan de moda, los cambias; y lo mismo hacemos, a veces, con las personas, cuando «ya no nos sirven». El hecho de poder acostarse con quien uno quiera libremente, aunque lo acabe de conocer esa misma noche, sin entrar a juzgar si está bien o mal, hace que también haya embarazos prematuros de parejas no consolidadas, fruto de esa primera etapa hormonal. Y luego, cuando empezamos a ver al otro tal y como es y tenemos el reto de un bebé recién nacido, nos encontramos con rupturas de parejas con bebés muy pequeñitos, con los trastornos del apego que eso conlleva. Ahí va mi reflexión: la ley del divorcio, ¿es realmente una liberación? La posibilidad de separarse libremente, ¿puede conducir a que no insistamos lo suficiente en solucionar los problemas? Volviendo a los antecedentes de la ley de divorcio de 1932: cuando se aprobó, hubo resistencias, porque se pensaba que era la antesala de una gran crisis del matrimonio o de la institución familiar. Sin embargo, el índice de divorcios en 1936 era solo de 165 por cada 1000 matrimonios, es decir, el 0,165 %. Irrisorio. Por lo tanto, las crisis matrimoniales, tal vez, se deban más al funcionamiento social que a la propia ley, que no es más que una consecuencia de la evolución de la sociedad (en 1932, todavía pesaba mucho el catolicismo, como se vio en la derogación del 39, y, aunque el divorcio estuviera permitido, no estaba muy bien visto, pues había que tener muy mala conciencia para separarse). ¿Nos encontramos ante una evolución de la sociedad en la que tenemos derecho a equivocarnos y rectificar, o estamos ante más mecanismos de huida frente a situaciones que no nos gustan? ¿Es el divorcio un pasaporte hacia la libertad o es el pasaporte a la cárcel del sufrimiento por no esforzarnos en aprender a aceptar al otro y crecer con él? ¿O tal vez inconscientemente me estoy separando en nombre de mi abuela, ya que ella no pudo hacerlo y tuvo que aguantar «hasta que la muerte los separó»? Hay un movimiento que Bert Hellinger llamaba el «yo por ti». Consiste en realizar algo que un ancestro no pudo hacer. Por ejemplo, una abuela que se quiso separar porque en la época era inviable, y ahora yo busco un hombre con el que no estoy bien para separarme en nombre de ella. Aunque pueda resultar extraño, esto son dinámicas frecuentes, siempre inconscientes. Capítulo 5 Conflictos constelados Premisa para el derecho sistémico: respetarlo. No apenas hablar sobre derecho sistémico sin vivirlo en la práctica. El derecho sistémico no es una teoría. Quien habla de él y no practica no entendió nada. - Sami Storch 5.1- ¿El derecho sistémico existe? Desde siempre me han fascinado los oxímoron, esas palabras o expresiones formadas por la unión de dos conceptos opuestos. Indican a la vez una cosa y su contraria: duermevela, agridulce, altibajo, muerto viviente, calma tensa, tragicomedia… Cuando escuché por primera vez el concepto de «derecho sistémico», me pareció uno de ellos. En derecho, se litiga, o sea, se pelea, se juzga, se lucha en contra del oponente, algunas veces de forma encarnizada y cruel. Y en sistémica, se armoniza, se trabaja desde la concordia, la comprensión, el amor, el corazón y la ausencia de juicios. ¿Cómo se entiende que puedan conjugarse ambos si no es en una especie de juegos malabares o de pura magia? Magia es lo que parecen los resultados obtenidos aplicando el derecho sistémico. Y es lo que te voy a contar porque quiero que un concepto novedoso, pero sobre todo tan útil como este, llegue al mayor número de personas posibles. La razón y las emociones, a veces, nos parecen contradictorias a la hora de tomar decisiones, casi como si viviéramos en una esquizofrenia funcional entre lo que pensamos y lo que sentimos, pero también es cierto que hay maneras de armonizar ambos aspectos y de llegar a una congruencia. De hecho, la mejor decisión es la que consigue armonizar lo que sientes, lo que piensas (sentipensar, me gusta llamarlo) y lo que dices; eso es la congruencia emocional. Así que te voy a mostrar cómo es posible juntar en la misma mesa de reuniones a don Derecho y a doña Sistémica. Solo se necesita un poco de imaginación, algo de maña y muchas ganas de participar en una experiencia distinta, que acostumbra a marcar un antes y un después en la vida de los participantes. Esos seres humanos que acaban por abandonar el rol de contendientes para tomar el de seres responsables que intentan hallar entre ambos el justo equilibrio entre las pretensiones de cada cual, que en un inicio se presentaban como incompatibles. Esos seres humanos a los que no les da miedo indagar en sus heridas para descubrir los orígenes de las mismasy asumir su cuota de responsabilidad en el asunto. He dicho justo equilibrio, pero también me gustaría decir que no tiene sentido hablar de equilibrio si no hablamos antes de inclusión. ¿Acaso tiene sentido repartirme a medias algo con alguien a quien no quiero ni ver? ¿Tiene sentido adjudicarme una vivienda de alguien a quien no pienso hablarle nunca más? Y si no quiero ver a una persona o volver a hablarle en la vida porque, según mi juicio, ha hecho algo muy malo, me estoy situando como superior a ella y excluyéndola. ¿Por qué yo tengo más derecho a pertenecer que ella? Hablar del tercer orden (equilibrio) cuando nos estamos saltando el primero (inclusión) no sé si acaba de casar con lo que viene siendo esta filosofía. Si nos remitimos a la frase de Aristóteles: «Si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia» o a la de Platón: «Donde reina el amor, sobran las leyes», podríamos decir que el desempeño en derecho sistémico sería conseguir que las partes en conflicto se miren, empaticen y comprendan las heridas y fragilidades del otro, así como las de sí mismos, porque, si algo nos enseña esta filosofía, es que «como es adentro, es afuera». ¿Qué quiere decir esto? Pues que el conflicto exterior no es más que una manifestación del conflicto interior. ¿Conoces a personas que, trabajen donde trabajen, siempre terminan por tener problemas con sus jefes? ¿O personas que cambian de pareja una y otra vez, y siempre “les hacen” lo mismo? ¿O personas que las despiden de un trabajo tras otro? Pues esto solo es una manifestación de lo que hay en el interior, de la misma forma que lo es para aquellas personas que son exitosas, que tienen una familia estable y buenas relaciones laborales (y no hablo de la gente que aguanta siendo infeliz por aparentar de cara a la galería, sino de la que tiene una vida plena). Desde la mediación, podemos tratar de resolver un conflicto puntual acercando posturas, con una mirada respetuosa, comprensiva y compasiva. ¡Ojo!, no entendiendo la compasión como lástima hacia el otro ni hacia uno mismo, sintiéndose víctima, sino en su sentido etimológico: com-pathos=acompañar en el sufrimiento, comprender el sufrimiento del otro y el de uno mismo. Pero la gran diferencia entre la mediación y el derecho sistémico, como he explicado antes, es que la primera resuelve un conflicto puntual, mientras que el segundo transforma la relación por completo, desde lo más profundo del alma. No obstante, muchas veces, realizando un acercamiento inicial a través de una mediación, se puede posteriormente llegar a un trabajo más transformador, que abarque algo más que el conflicto puntual, ya desde una constelación familiar. Una vez somos capaces de mirar, comprender y acompañar el sufrimiento, o sea, cuando nos volvemos compasivos, hay ciertas emociones (rabia, enfado, odio, etc.) que parecen disiparse, porque lo que hacen estas emociones es tapar el dolor que tapa el amor. Y ¡qué curioso que fueran ellas las que impidiesen acercar posturas y llegar a acuerdos! Con la reducción o, incluso, ¡la desaparición! de estas emociones, los intentos de acercar posturas son mucho más factibles. De hecho, en la realidad resultan del todo posibles y se dan en un porcentaje muy elevado. El precio de sostener posturas basadas en emociones que surgen del miedo a perder privilegios (materiales o emocionales), de la falta de empatía hacia el otro, de las ganas de hacer daño con el fin de reparar el daño recibido y de otras contingencias por el estilo, es muy alto. Tanto que los daños que se van a producir, si no se puede tratar el conflicto antes de que llegue a transformarse en una guerra, acaban por no compensar a nadie. Durante una cena entre amigos de varias profesiones, vino un reputado abogado, especialista en divorcios y famoso por su beligerancia en los pleitos, a quien yo no conocía personalmente, y me dijo: —Reconozco que, una vez pasados los años, y, a pesar de que la mayoría de mis clientes hayan ganado sus pleitos, algo sigue sin quedar en paz. En demasiadas ocasiones he visto como diez o quince años después de divorciarse, consiguiendo casi todo lo que querían y a pesar de tener una nueva pareja, siguen cargando con la rabia hacia la pareja anterior. Algo no acaba de funcionar y estoy agotado. No siempre ganar el pleito, la custodia de los hijos o la casa significa quedar en paz. Habíamos coincidido sentados juntos en la mesa y su comentario me llevó a hablarle del derecho sistémico. Le conté sobre mi admirado Sami Storch, juez de la Corte de Brasil, que trabaja desde hace varios años en derecho sistémico, y sobre sus altísimos índices de conciliaciones. Nos enfrascamos de tal manera que ni recuerdo en qué consistió el menú. 5.2- Mi proceso para llegar al derecho sistémico: un gol por la escuadra Vuelvo un poco atrás en mi recorrido para contarte mi proceso hasta llegar a descubrir el derecho sistémico y trabajar con esta nueva mirada. Cuando tenía siete, años empecé a acudir a terapia a causa de mis conflictos familiares. Iba al psicólogo porque mis padres ya no sabían qué hacer conmigo. Luego fui a varios psicólogos más y, después, pensando que quizás podría encontrar soluciones por mí misma, devoré todos los libros de autoayuda que caían en mis manos. Pasaban los años y yo tenía muy claro cuál era mi conflicto y qué me pasaba, pero me faltaba algo que no sabía cómo resolver: conectar con mi corazón. Era incapaz de expresar una emoción, a excepción del enfado, ¡era una experta manifestando mi irritación! Además, me acompañaba una sensación interior de estar haciendo alguna cosa mal. Esta facilidad para enojarme, junto a ese pellizco permanente de culpabilidad, dificultaban mi avance. Cuando conocí las constelaciones familiares, la primera vez acudí por curiosidad. Tenía una amiga que me hablaba de ellas desde hacía quince años, aunque en todo ese tiempo no me había surgido la oportunidad de asistir. Tampoco lo había buscado, supongo que no sería mi momento. Después de separarme, empecé a llevar a mi hijo a la guardería. Un día, Esperanza, la maestra, quien hace honor a su nombre y, por cierto, portuguesa, ¡qué casualidad!, me dijo: —A ti te iría muy bien hacer constelaciones. —Sí. —¿Así de fácil? ¿No tengo que convencerte? —No, no… No tienes que convencerme. —Pues es este fin de semana. —Vaya… ¿Y qué hago con el niño? —No te preocupes, yo te lo cuido. Me inscribí y, después de esta vez, acudí a constelar varias veces más con una consteladora que venía desde Palma de Mallorca una vez al mes. Cuando salía de allí siempre pensaba: «Esto no va conmigo, a ver qué hago yo, que soy la alegría de la huerta, llorando en el suelo…». Pero, a pesar de este punto de resistencia, había algo que me empujaba a volver. Cuando me plantearon asistir a la formación en constelaciones familiares con María Martínez Calderón, yo objetaba: —Pero yo no quiero ser consteladora. —Bueno, pero te va a venir muy bien, aunque no seas consteladora; esto es para aplicarlo en tu vida personal. Me convencieron diciéndome que podía hacer módulos sueltos, que no era necesario hacer toda la formación, y así empecé con María. Y, cada vez que hacía una constelación, pensaba: «Esto no va conmigo, esta no soy yo». Yo jamás lloraba en una constelación, ni sentía nada. Pero empecé a representar a familiares de otros compañeros en sus constelaciones. Y, cuando representaba, sí que podía llorar y expresar emociones, porque aquello no era mío. Yo lloraba por el otro, porque lo estaba representando. Este fue un gol que me metieron por la escuadra porque, cuando sales a representar a otros, siempre hay algo tuyo que se está moviendo de este personaje, pero yo eso todavía no lo sabía y fue lo que me permitió relajarme. Me empecé a ablandar. Esto sucedió cuando logré crear un enlace interior y conectar con mi emoción, algo que había sido incapaz de conseguir a lo largo de todas mis terapias psicológicas. Lo tenía todo muy claro en mi cabeza, me había convertido en una experta en diagnóstico, pero no podía bajarlo al cuerpo. Con esto no quiero decir que ir al psicólogo no sirva. Sirve mucho y a mí me ha ayudado a conocerme mejor, a tener recursos y a encontrar soluciones a determinados conflictos. En la consulta del psicólogo se hace un buen trabajo, solo que, en aquel momento de mi vida, yo necesitaba permitir que mis emociones se expresaran y eso lo conseguí, sin darme cuenta, constelando; bueno, ayudando a otros en sus constelaciones, cuando mi guardia estaba baja por pensar que aquello no tenía que ver conmigo. Sin embargo, a otras personas que sean muy emocionales tal vez les venga mejor trabajar la parte cognitiva con un psicólogo. Todo es válido y necesario. Para mí, las constelaciones tienen muchísimo valor, primero, porque el diagnóstico es mucho más rápido: es lo que sale; y segundo, porque van directo al inconsciente. Cuando vamos al psicólogo, todos somos especialistas en engañarnos, sobre todo a nosotros mismos, y, por ello, algunas veces, también al psicólogo. En terapia psicológica, se habla mucho y para ello utilizamos el hemisferio izquierdo, que es el racional, pudiendo explicar las cosas desde la mente, pero sin bajarlas al cuerpo. Cuando hablas, no lo haces desde el inconsciente, sino todo lo contrario. Para actuar en el inconsciente, se necesitan técnicas de meditación, constelaciones u otros recursos, pero no hablar. La narrativa que nos contamos a nosotros mismos a menudo son justificaciones y excusas, es decir, un obstáculo para alcanzar la solución, porque, como dijo el Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos». En las constelaciones no puedes engañar ni engañarte: lo que sale es lo que es. Representar a los demás me permitió llegar a mí, porque yo tenía el corazón cerrado con siete llaves. Ese efecto lo he podido vivir con otras personas. Hace poco, en un taller intensivo de fin de semana con Joan Garriga, me encontré a una persona conocida que me contó que llevaba muchos años de psicólogos y psiquiatras, pero, a pesar de ello, no acababa de estar bien. Cuando acabó el fin de semana me dijo: —¡Eureka! ¡Por fin he podido conectar! Este es el poder de las constelaciones, que tienen una especial fuerza cuando se trata de conflictos que no son nuestros, sino que pertenecen a nuestros ancestros, son herencias transgeneracionales que hemos recibido y que dificultan nuestra existencia. Pero hay asuntos que sí son nuestros y que las constelaciones nos vienen muy bien para tomar consciencia de ellos, aunque nos puede ir muy bien, una vez detectados, trabajar la solución en una terapia psicológica. 5.3- ¡Menudo disparate! Ya había podido comprobar que mi formación en constelaciones familiares era algo que me hacía bien a mí y a mi entorno, pero no me imaginaba siendo consteladora. Seguía la formación a rajatabla y era altamente terapéutico para mí y para mi alrededor en general, pero no encontraba cómo encajarlo en mi vida más allá de la aplicación personal. Un día, en clase, le dije a María: —No sé muy bien qué hago aquí. Estoy haciendo una formación para ser consteladora, pero yo no quiero ser consteladora, yo soy abogada. María, con la sabiduría que le caracteriza, me miró y me dijo: —No tienes que ser consteladora. Esto no es para todo el mundo. Consteladores que podamos dedicarnos a esto somos cuatro chalaos. Tú eres abogada y te gusta tu trabajo. Lleva las constelaciones a tu campo. —¿A mi campo? ¿Las constelaciones al derecho? ¡Menudo disparate! Como mediadora que soy, tengo claro que sería algo brillante, pero ¿cómo lo hago? —Si tienes claro el qué, el cómo viene solo. Me dejó totalmente descolocada. Esa era la contradicción más grande que había presenciado en toda mi vida: las constelaciones familiares con el derecho. «¡Menudo desatino! ¿Y cómo lo hago?». Me preguntaba una y otra vez: «¿Cómo le digo yo a un cliente que viene a ver a un abogado que si quiere constelar?». No encontraba manera posible de unir cosas tan opuestas. Es como si vas a la carnicería a por una pierna de cordero y, de repente, el carnicero, te dice: «Tengo un mero riquísimo». Y tú te quedas con cara de póker, porque puede que el mero esté riquísimo, pero tú has ido a la carnicería a buscar carne, ¿no? Es más, puede que aceptes el mero porque te parece una buena idea o puede que le sueltes un improperio al carnicero y no vuelvas nunca más a ese comercio. Depende de la persona y de cómo te pille de humorado el día. Una compañera de la formación me dio una idea: —Naihara, no hables de constelaciones. Cuando venga un cliente, le sacas los Playmobil y te haces la tonta. Le haces preguntas y que te ubique a los personajes del conflicto para que tú puedas comprender la historia, porque te estás liando. Y así empecé. El primer día casi me muero de la vergüenza: vino un cliente a ver un tema de arrendamiento de una vivienda, que era a lo que más me dedicaba entonces como abogada. Era inquilino y tenía un problema con su alquiler (le querían desahuciar y él creía tener derecho a quedarse en la vivienda). Le dije que, si no le importaba, ubicase a los personajes (el cliente, su casa, su casero). Empezaron a surgir emociones. Finalmente, como vi mucha apertura y predisposición por su parte, le pedí si también podía ubicar a su padre y a su madre. Después, a sus abuelos. Y así, poco a poco, fuimos ordenando y colocando a todos los personajes de aquella historia hasta que pudimos llegar al fondo de la cuestión: el cliente se llamaba igual que su abuelo y tenía el mismo destino. Su abuelo se había visto obligado a emigrar una y otra vez por razones de la guerra sin poder «poner el huevo» en ningún sitio. Este abuelo fue excluido de la familia por razones que ahora no explicaremos. Mi cliente siempre tenía el mismo problema: le echaban de todas las viviendas sin que le hubiera finalizado el contrato de arrendamiento, y es que en su subconsciente estaba trayendo a su abuelo una y otra vez. Al final, pudimos incluir al abuelo en su corazón y milagrosamente se llegó a un acuerdo con el propietario: le compró la vivienda y logró un hogar. Esta fue una de las primeras historias con las que aluciné y me di cuenta de que, en efecto, María, una vez más, tenía razón: si tienes claro el qué, el cómo viene solo. Desde ese momento me dije: «Naihara, fuera vergüenza. Yo voy a trabajar así, y el que piense que estoy loca no es mi tipo de cliente». Y así, mi tipo de cliente fue cambiando automáticamente. Dejé de atender a víctimas para atender a personas que querían responsabilizarse de sus asuntos. Y es que entrar a la profesión de abogado desde la postura del salvador es hartamente peligroso (ya hemos hablado de ello al tratar el triángulo dramático de Karpman). Volviendo a lo nuestro: el derecho sistémico. Tras llevar un tiempo aplicando algunos movimientos sistémicos con clientes en el despacho (no tanto haciendo constelaciones, sino configurando el conflicto para obtener información y así poder ayudar mejor), María Martínez me envió un enlace a un blog que se llamaba blogsistémicojuridico.com. Esto fue el 8 de abril de 2019 y, a través de un artículo publicado por la autora de ese blog, María Teresa Rodríguez Valls (letrada del Tribunal Supremo en España, de quien ahora tengo el privilegio de ser amiga), pude conocer al juez Sami Storch, creador del derecho sistémico. No puedo explicar el subidón de emociones que recorrió todo mi cuerpo. Ni cuando me saqué el carnet de conducir, ni cuando terminé la carrera, ni cuando cobré mi primer sueldo, ni con mi primer viaje transcontinental había sentido tanta alegría, era algo que no se puede explicar con palabras. A raíz de la lectura del artículo de Mayte, escrito el 25 de febrero de 2019, empecé a buscar información sobre Sami. Me vi todos los vídeos disponibles en YouTube y, aunque estaban en portugués, no me importaba, ya se iría acostumbrando mi oído. En España no encontraba nada, por más que buscaba. Pero tardó poco en realizarse la primera formación en derecho sistémico aquí, que fue en septiembre del 2019 en Tarragona, organizada por Nadine Engel, donde vino Fernando Cattelan Cordeiro, uno de los abogados brasileños formados por Sami Storch en la primera promoción de Derecho Sistémico en Brasil impartida por Sami Storch. A partir de ahí, ya no pude parar, y asistía todas las formaciones posibles en esta materia. Y ahora me dirás: «Vaya, yo también quiero saber algo sobre ese juez brasileño…». ¡Claro que sí! Por eso, un poco más adelante, le dedico bastantes páginas a Sami. No merece menos. Capítulo 6 Leyes sistémicas 6.1- Terapia familiar sistémica con el enfoque de Bert Hellinger Bert Hellinger (1925-2019) fue un filósofo, teólogo y pedagogo alemán, fundador de las constelaciones familiares. Su idea central es que los diversos miembros de una familia están unidos entre sí por lazos familiares, cuya influencia se puede llegar a percibir en las conductas y en la salud de las siguientes generaciones. Ten Hövel, en Reconocer lo que es, el libro que escribe con Bert Hellinger, le pregunta: Terapia familiar sistémica, ¿qué es eso? Y Bert responde: En terapia familiar sistémica se trata de averiguar si la persona, en el ámbito de la familia extensa, se encuentra implicada en suertes de anteriores miembros de la familia. Tales implicaciones pueden ser descubiertas mediante el trabajo con constelaciones familiares. Una vez salen a la luz, la persona puede librarse de sus implicaciones con más facilidad. Si comprendemos los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake y el inconsciente colectivo de Jung, será más fácil entender cómo funciona la terapia familiar sistémica y las constelaciones familiares, ya que se basan en la idea del inconsciente grupal familiar o alma del grupo. Pero, como ya he dicho anteriormente, no será en este libro. 6.2- Los órdenes del amor Hacer lo que toca y esperar lo que surja. - Bert Hellinger Hellinger propone, como postulado básico, la teoría de los órdenes del amor, que contiene tres premisas. Cuando en una familia se transgrede alguna de estas leyes y un miembro de la familia es víctima de una injusticia, alguien de una generación venidera llegará y tomará el rol del que sufrió esa injusticia. Eso le podría acarrear el dedicar su vida a intentar remediar sus carencias de bienestar, de relaciones o de salud, que son las que acostumbran a aparecer como síntoma de ese desajuste anterior. Y, si lo consigue, cree que se va a restablecer el buen orden en la familia, aunque nada más lejos de la realidad. Aquel que ocupa el lugar de otros está destinado al fracaso. Como decía Bert, primero, orden y, luego, fluye el amor. Para el protagonista sería como una necesidad de revivir el destino del clan y, para ello, se reproducen historias dramáticas, sufridas por alguno de los ancestros, que en su momento no quedaron resueltas o bien cerradas. Hellinger lo denomina «implicaciones» y se trata de ese momento en el que alguna persona de la familia asume de forma inconsciente la suerte de algún ancestro suyo. De este destino es difícil librarse, si no es siendo consciente de que uno se halla atrapado en una «implicación sistémica». A veces, podemos asistir a otro tipo de terapias psicológicas y cognitivo-conductuales con las que podemos obtener comportamientos que nos hagan la vida más llevadera y aprender a gestionar situaciones con inteligencia. Sin embargo, por mucho que tengamos claras ciertas cosas en nuestra cabeza, las implicaciones del alma son algo tan profundo que no se resuelven con este tipo de terapias más tradicionales. Son muchas las personas a las que he conocido, entre las que me incluyo, que, después de años y años de terapia, siguen sin poder hacer un clic interno, porque, por más claro que tengan el diagnóstico y se autoconozcan, hay ciertas cosas inexplicables que no pueden cambiar. Por ejemplo: una persona que constantemente se siente atraída por personas casadas. Cognitivamente, sabe que es un amor imposible y que no le conviene, pero sucede algo muy curioso: esta persona va a ir a una fiesta con quinientas personas y se fijará inevitablemente en la casada. Aunque no ocurra nada entre ellos, existe esa atracción. ¿Por qué? ¿Tal vez está implicada con una mujer a la que su abuelo amaba y con quien no le permitieron casarse por ser de clases sociales distintas y mantuvieron un romance en secreto? Cuando alguien sufre una injusticia, en el clan se produce «un deseo de aniquilar», según Hellinger. Este atropello ocurrido en generaciones anteriores volverá a ser representado y sufrido por otro miembro del clan de una generación posterior, probablemente desde la postura contraria, para compensar. Un buen ejemplo de ello son los casos de herencias: un antepasado consiguió un patrimonio estafando a alguien y generaciones después sus herederos lo pierden todos sin causa aparente. Es un clásico. Es como si existiera una consciencia del clan que reconoce la justicia para los antepasados, pero no para los descendientes, cuya misión será devolver el reconocimiento a ese antepasado que sufrió la injusticia. Y no lo va a hacer por gusto. Normalmente se acaba haciendo por necesidad, porque uno se da cuenta de que está repitiendo patrones insanos de manera continuada y sin demasiada explicación racional. Hay personas que viven con la sensación de que sus esfuerzos y cualidades no están en concordancia con sus resultados. Se sienten como si llevaran una especie de freno de mano vital puesto, como si las complicaciones los estuvieran esperando para ir apareciendo en su vida. Las personas que no se rinden buscan soluciones. Y una de ellas, quizá la ideal en esos casos, sea acudir a una constelación familiar. Hay tres órdenes del amor según Hellinger. Órdenes que, más tarde, su mujer, Sophie, lo llamaría principios básicos para la vida. 6.2.1- Ley del derecho a la pertenencia Cuando un miembro queda excluido, la conciencia colectiva lo reemplaza con un miembro posterior del grupo. Este miembro sentirá y se comportará como el excluido sin que ni él ni los demás se den cuenta de que esto ocurre. Bert Hellinger Pertenecemos a una familia y todos tenemos el mismo derecho a pertenecer a ella, con independencia de lo que hayamos hecho. El alma de la familia anhela sentirse completa. A veces se excluye a algún miembro de la familia porque el clan ha juzgado que hacía algo mal, que avergonzaba con sus actos a la familia, que lo que hacía no era del agrado del grupo, pues no se atenía a las normas sociales o familiares, o porque se le tenía miedo. Es como si el clan decretara que este miembro no es digno y que es mejor que deje de pertenecer a la familia. Se le proscribe, se le aleja, no se quiere saber más de él, se deja de amarle (o eso creemos). Dice Hellinger: «Los excluidos son aquellos a los que se les niega el honor, la pertenencia o la igualdad de rango». Lo que resulta muy curioso es que no solo se excluye a esta parte de familiares que el clan puede considerar vergonzosos, nocivos o peligrosos, sino que también se excluye a aquellos cuya pérdida ha resultado tan dramática y dolorosa que los vivos no pueden pensar en ellos. Un ejemplo son las muertes tempranas (niños o abortos) o los fallecimientos súbitos (accidentes) de los que no se ha realizado el duelo. Cuando esto sucede, el sistema reacciona y, en generaciones posteriores, habrá algún miembro que va a resonar con este hecho y a sentirse con la necesidad inconsciente de representarlo con su propia vida. Normalmente el tipo de afectaciones acostumbran a ser dificultades para lograr el amor, la salud o el bienestar. Esta persona, cansada de tantas dificultades, puede que acabe buscando ayuda y, si tiene la suerte de poder realizar una constelación familiar, podrá ver claro el origen de su sufrimiento y ponerle remedio. A veces, los excluidos no están en la memoria de los familiares vivos más ancianos, ya que puede que la exclusión se haya dado de forma secreta y «avergonzante», como la persona que tiene un hijo fuera del matrimonio y lo aborta o lo da en adopción y pretende que jamás se vuelva a hablar de ello. Por el hecho de silenciarlo, no van a dejar de producirse y sentirse sus efectos en la familia. Lo que sana a la persona que haya quedado implicada por este ancestro excluido y al clan en general es devolver su lugar de pertenencia a todos los excluidos del árbol. Cuando por fin la situación queda en orden y se les da su lugar a todos los que pertenecen, la vida empieza a fluir de otra manera más saludable para la familia. Un árbol no pudo elegir el lugar en el que crece. Aquel lugar en el que cayó la semilla es el adecuado para él. Para cada persona el lugar de sus padres es el único posible y por lo tanto el correcto. Y para cada persona, el pueblo al que pertenece y su idioma, su raza, su religión, su cultura son los únicos posibles y, por lo tanto, los correctos para ella. -Bert Hellinger Lo complicado de este punto es que los excluidos normalmente quedan en la zona oscura, o sea, como secretos inconfesables, como personas que «mancillaron el buen nombre de la familia» (locos, suicidas, ladrones, alcohólicos, asesinos), o como aquella pareja de la que algún antepasado estuvo enamoradísimo, pero que acabó cediendo a las presiones familiares y casándose con la persona más conveniente para los objetivos del clan. Por poner un ejemplo típico para esta ley: un bisabuelo es obligado a casarse con la chica que su familia ha escogido para él en lugar de hacerlo con la chica a la que ama. Él se casa, pero sigue su romance con su amor a escondidas. Tal vez, ni siquiera físicamente, pero ocupa un gran lugar en su corazón, la sigue amando. En la tercera generación, podría llegar una bisnieta que tome el papel de esa amante del bisabuelo y se enamore siempre de hombres que no están disponibles. «No disponibles» no quiere decir solo que estén casados. Puede ser que tengan pareja, que no quieran compromiso, que tengan una madre muy enferma a la que cuidar, un trabajo muy absorbente u otra situación que impida que la pareja se consolide con éxito. El amor ciego hacia la persona excluida nos empuja a vivir situaciones incomprensibles para la razón, pero que pueden resolverse de forma sorprendente. En una constelación se puede revelar esta implicación y, al ser consciente de que se transgredió la ley de la pertenencia, porque a aquella mujer no se le dio jamás su lugar, esa bisnieta quedaría libre de su destino de enamorarse de hombres no disponibles. A partir de aquí, por fin se sentirá atraída por los que puedan estar a su lado con libertad. Se trata de incluir a todas las partes en el corazón, algo que escapa completamente a la razón. 6.2.2- Ley de la jerarquía: la prioridad de los anteriores Las tragedias familiares comienzan allí donde un miembro transgrede esta ley. [...] Los héroes trágicos, en su corazón, son niños que desean hacer algo por aquellos que estuvieron antes que ellos y las grandes tragedias griegas terminan con la muerte del héroe. - Bert Hellinger El lugar que cada uno ocupa viene determinado por el orden de llegada al clan. Los que llegaron antes tienen prioridad sobre los que aparecieron después. Pero, a veces, algunos más recientes, al ver que hay problemas que los primeros parecen no ser capaces de resolver, toman la delantera y agarran las riendas del asunto; por ejemplo, hijos que ocupan el lugar de alguno de sus progenitores. Es el típico caso del hijo que se adueña del rol del padre muerto y actúa como si fuera la pareja de la madre. O del hijo que, a pesar de estar los dos progenitores vivos, pasa por encima de ellos por valorar que están demasiado ocupados, creyendo que él, aún siendo pequeño, podría hacerlo mejor de lo que lo están haciendo sus padres. Otro caso típico es el que comentaremos en el capítulo de las herencias transgeneracionales, con van Gogh y Dalí. A los dos les pusieron el nombre de un hermanito fallecido, con lo cual este hermano perdió su puesto al ocuparlo el hermano vivo. A pesar de ello, el vivo siempre siente que no acaba de ser él mismo, sino una especie de fotocopia de su hermano muerto. Hay hijos que creen que son los primeros, porque no se les informó de la muerte o el aborto de un hermano que llegó antes de ellos y, por eso, no pueden respetar su lugar. Estamos mejor si asumimos nuestro lugar. O, en el caso de los hijos adoptados, los padres biológicos ocupan un lugar anterior a los padres adoptivos. Por eso, actualmente se intenta que las adopciones sean abiertas, o sea, que los niños puedan tener contacto regular con sus padres biológicos o, al menos, que puedan localizarlos llegado el momento. En el caso de adopciones cerradas, aquellas en las que no existe contacto, en muchos casos, los hijos, al crecer, van en busca de sus padres biológicos, necesitan saber de dónde vienen, qué sucedió para que los dejaran en manos de otras personas, etc. En las adopciones cerradas, se excluye a la familia de origen, se transgrede la ley de la pertenencia y del orden, y eso acostumbra a terminar en conflicto. 6.2.3- Ley del equilibrio entre dar y tomar Hay que vengarse, es necesario, porque aquel que es solamente bueno destruye las relaciones. Pero también es posible vengarse con amor. -Bert Hellinger Los intercambios en nuestras relaciones deben ser sanos, esto es, que el dar y el recibir estén equilibrados. De todos ellos, solo haremos una excepción en la que no vamos a poder equilibrar lo que hemos recibido, por lo menos, con las personas que nos lo han dado. Se trata de nuestros padres. Nos dan la vida, y ese regalo tan grande no se lo podremos devolver. Es algo que vamos a equilibrar el día que engendremos a nuestros hijos. Esto no quiere decir que estemos obligados a tener hijos; en el caso de no tenerlos, la mejor compensación para nuestros padres es hacer algo bonito con la vida que nos han dado. Hay personas que no tienen hijos, pero dedican su vida a hacer el bien para grandes colectividades, como los maestros. Cuando en nuestras relaciones de amistad o de pareja el dar y el recibir no están equilibrados, se producen disfunciones que pueden acabar con la relación. Si una persona está siempre dando, tampoco deja espacio para que el otro pueda equilibrar la balanza y la relación entra en desequilibrio. La persona que da acabará por sentirse más que la que solo recibe, que al final se sentirá inferior. Y esa desigualdad no juega a favor de una relación simétrica y sana, y puede acabar con la misma. Lo que sucede muchas veces es que la persona que ha recibido demasiado llega un momento en que, viéndose incapaz de devolver tanto, huye de la relación. Sería el clásico: «Después de todo lo que he hecho por ella, le he pagado la carrera, le he comprado la casa, le he comprado el coche, la he tenido como una reina, y se va con otro». Lo ideal es que se forme un círculo virtuoso en el que las dos personas involucradas en una relación vayan combinando las dos posturas y alternen el dar y el recibir. Eso afecta a los intercambios positivos y a los negativos. Puede que recibamos algo que no nos guste, que nos parezca inadecuado. Bert Hellinger dice que «cuando uno de los dos daña al otro, el que ha sido dañado debe compensarlo vengándose con amor». Esto es, devolviendo el daño, pero de manera simbólica, no haciendo lo mismo, sino produciendo un daño mucho menor. Así llegaremos a la conclusión de que, de lo bueno que recibamos, deberemos dar un poquito más; y lo malo, lo tenemos que devolver con un poco menos. Así el amor crece. Con esto no quiere decir que debamos devolver todas las cosas insignificantes que nos molestan del día a día, porque así la relación se destruye. Pero, cuando haya un daño significativo, sí debe ser compensado. Es una manera de poner el «contador» a cero. Solo nos tranquilizamos una vez lograda la compensación. Por ello, la justicia para nosotros es un bien muy preciado. - Bert Hellinger 6.3- ¿Cómo ayudan las constelaciones familiares? Estamos en una sociedad regida por el hemisferio izquierdo: lógico, racional, calculador, etc. Muchos aprendizajes los realizamos desde aquí. Nuestro sistema educativo está sustentado sobre una estructura racionalista y lógico-matemática. El sistema educativo ahora está cambiando, pero sigue regido por personas formadas en este paradigma que no han recibido educación emocional. Por tanto, ese cambio de sistema sería como pretender que un licenciado en Literatura lanzara un cohete al espacio. Hay quien se ha preocupado de realizar este crecimiento personal, aunque no es algo que el sistema, que sigue instalado en el paradigma científico, potencie. Pero la vida es mucho más que eso y, cuando nos encontramos frente a un conflicto emocional, lo racional no abarca todo lo necesario para resolverlo. Puede ayudar a ver ciertos aspectos, pero deja otros completamente ciegos. Precisamente, esta es la carencia que encuentro en la mediación. Si bien cualquier método de resolución de conflictos trabaja a su manera y todos tienen su parte buena, la mediación se centra en la resolución del conflicto puntual, pasando por alto las situaciones de fondo, las que han provocado que las personas lleguen a ese punto de tensión. Las constelaciones familiares, por el contrario, no prestan atención alguna a la narrativa de las partes, porque las personas somos especialistas en contarnos una historia y engañarnos a nosotras mismas con tal de justificarnos. La constelación muestra lo que es, sin necesidad de hablar, y no hay engaño alguno. Es lo que se muestra. De esta forma, una combinación de ambas, resulta ideal: con una se puede realizar el diagnóstico y con la otra poner la racionalidad orientada a la solución. En una constelación familiar suceden algunos eventos muy curiosos. La persona que va a constelar elige a una persona para que la represente a ella, y a otras personas, para que representen a sus familiares implicados en el conflicto que quiere resolver. Estos representantes no saben nada de ella ni de su vida, pero, a pesar de eso, en el momento de entrar en la constelación, sienten lo que siente la persona a la que están representando. Incluso en algunos momentos, se ha dado el caso de que empiezan a gesticular de maneras muy propias a la persona que están representando. Un conflicto es como un iceberg: hay una parte visible, que es la que seguramente habremos intentado resolver desde lo racional, y otra, muchísimo mayor, sumergida, que es la que puede aflorar —o algunas partes de ella— en la constelación. El hecho de poner consciencia, de ver aquello que hasta el momento no podíamos ver, nos amplía la comprensión y nos coloca en otra posición distinta de la que teníamos cuando llegamos. Las constelaciones familiares ayudan ofreciendo una imagen más amplia de la familia que la que el consultante tenía hasta ese momento. Es como ver tu propio conflicto y la solución en 3D. Lo habitual es que, en los movimientos que se establecen entre los representantes, se produzcan para el consultante algún o algunos momentos ¡ajá!, en los que percibe otra realidad sobre algunas personas de su familia. Su percepción puede ser tan distinta de la que tenía de ellos hasta el punto que, a menudo, la sorpresa se vive con lágrimas de emoción. Esa nueva percepción le permite ampliar su consciencia, reconocer el sufrimiento de algunos de sus ancestros y, con todo ello, sanar el dolor que la antigua injusticia dejó como huella en el clan. A partir de este momento, se acostumbran a producir cambios evidentes en la vida de esta persona que quizás presentaba problemas repetitivos de relaciones o profesionales y que, de repente, es como si una brisa hubiera limpiado el ambiente en su interior. Dicho de otra manera: los expertos ya saben que nuestro cerebro se rige en un 1 % consciente, un 2 % preconsciente y un 97 % inconsciente. Por lo tanto, si pensamos en una empresa en la que un socio tiene el 97 % de las participaciones; otro, el 2 %, y otro, el 1 %, ¿quién tomará las decisiones en esa empresa? Es importante tomar consciencia para no dejarse llevar por aquello que nos domina sin darnos cuenta. Bert Hellinger realiza una distinción entre psicoterapia psicoterapia fenomenológica, la cual se inspira en alemana del siglo XIX. El término fenomenología, en estos autores, sugiere una reducción a su esencia aparece en la psique, sin una intervención previa. científica y la filosofía la línea de de lo que En el método fenomenológico, uno se expone a la situación tal cual es, sin preconceptos y sin basarse en una determinada teoría. Entonces, brota lo esencial de la situación. En ocasiones, es solamente una palabra, y esa palabra lo cambia todo. -Bert Hellinger A diferencia de la psicología científica y cognitivo-conductual de estímulo-respuesta, Hellinger defiende la posibilidad de que un fenómeno tenga varios niveles de consciencia y pueda presentarse de distintas maneras. En consonancia con la filosofía alemana, aduce la no intervención previa para juzgar un fenómeno y dejar que este se exprese libremente, sin intención por parte del terapeuta, y, aunque parezca un contrasentido, sin ni siquiera la intención de sanar al paciente. Es un procedimiento mediante el cual el terapeuta confía en que el alma del paciente realizará los movimientos necesarios para su liberación y sanación. Mientras eso sucede, él se dedica a sostener la situación, sin actuar, solo observando aquello que ocurre, sin juicio ni temor. La posición ideal del terapeuta, en el caso de las constelaciones, es permanecer en este estado basado en la confianza de que sucederá lo que tenga que acontecer, en la observación desde la ausencia de juicios, sin intención y permitiendo la libertad del otro para que se exprese desde lo más profundo de su interior. Ocurre que sus resultados, en la gran mayoría de las constelaciones, son sorprendentes. Por ello, a veces, se dan casos de personas que piensan que podrían «arreglar» la vida de allegados o familiares. Pero esto no funciona así: solo podemos constelar sobre lo nuestro. De lo contrario, sería una intromisión ilegítima en la vida ajena, pues no estaríamos siendo respetuosos con ella. Además, aquel conflicto que creemos ver en los demás y que queremos constelar no suele ser más que una proyección que hacemos de nuestro propio conflicto en los otros. ¿Recuerdas la ley del espejo? Hay personas que, cuando asisten a consulta y les preguntas qué quieren constelar, responden: —A mi madre. —¿Y qué te pasa a ti? —A mí nada, es ella, que siempre está sufriendo por los hijos y me agobia. —Entonces, ¿qué quieres constelar? —A mi madre. —¿Y qué tiene que pasar para que consideres que esta constelación ha funcionado? —Que mi madre deje de ser tan agonías. —Pero a tu madre no la podemos cambiar. —(Silencio). —¿Te parece si sacamos un personaje para ti, otro para tu madre y tratamos de solucionar qué es lo que te molesta a ti de ella? Este sería un ejemplo de cómo un buen constelador trataría el caso de personas que pretenden constelar a otras. Al final, solo podemos trabajar sobre nosotros mismos. Por mucho que te cuente sobre constelaciones, eso es algo que solo se puede descubrir viviéndolo. 6.4- El cuerpo es el instrumento del alma A lo largo de la historia, los seres humanos hemos sentido la necesidad de acercarnos y conectar con algo que trascendía las fronteras del mundo físico y material. Como decía Aristóteles: «El cuerpo es el instrumento del alma». Así, nosotros hemos dirigido la vista al infinito con el ansia de obtener respuestas a preguntas que parecían no tenerlas o con el fin de llenar un vacío existencial que solo parece poder ser llenado si vamos más allá del mundo material. Ese sentimiento ha cruzado espacio y tiempo, acompañándonos en formatos diversos, pero siempre con el mismo fin. Ante una ciencia o mentalidad científica que solo puede aceptar aquello que puede pesar, medir, ver y demostrar, se nos abre el vacío inmenso de lo espiritual, al cual no podemos acceder con instrumentos tecnológicos ni con nuestra parte racional. Muchos científicos han intentado demostrar la existencia de Dios, pero siempre se les ha escapado algo por el camino. La espiritualidad es inaprehensible. La vía espiritual no se puede sujetar o medir como una caja de zapatos. Escapa a nuestros instrumentos materiales, pero, a pesar de ello, somos capaces de sentirla. Desde las tribus prehistóricas hasta nuestros días, ese sentimiento espiritual ha tenido diferentes formas, pero no nos ha abandonado del todo. Desde piedras, colmillos, plumas, hojas, etc., usados como amuletos hasta las imágenes de santos y vírgenes en las medallas actuales, el sentimiento subyacente en unos y otros no ha cambiado tanto. Sentirse acompañado, protegido, escuchado, atendido por alguien o algo mayor que nosotros parece ser algo inherente al ser humano. Hoy estamos tan absorbidos por una cantidad de juguetes y entretenimientos que «nos facilitan la vida», a la vez que nos roban libertad sin que nos demos cuenta, que nos queda poco tiempo para permitir que nuestra parte espiritual florezca. Con las manos y los ojos pegados a todo tipo de pantallas interactivas nos evadimos y apagamos nuestra sed de trascendencia. Solo nos damos cuenta de ello cuando, durante un rato, olvidamos nuestros dispositivos y conectamos con algo distinto, sea la belleza de un paisaje, un sentimiento de empatía profunda hacia otro ser vivo o cuando somos capaces de conectar con el sentimiento de dolor, rechazo, injusticia o desvalimiento de un ancestro durante una constelación. Todas estas situaciones pueden despertar en nosotros sentimientos que quizás yacían dormidos, pero que somos capaces de reconocer en cuanto afloran. A pesar de que, a lo largo de la evolución humana, hubo un momento en el que muchos médicos no «creían en los gérmenes» por no haberlos visto, no por ello estos microorganismos dejaron de producir infecciones. De hecho, Ignaz Semmelweis fue condenado por sus compañeros médicos por decir que había que lavarse las manos antes de asistir a un parto, y así fue cómo redujo la mortalidad obstétrica de un 30 a un 3 %. Capítulo 7 El papel transgeneracional en los conflictos 7.1- ¡Ay, mis abuelos! Los padres comieron uvas verdes y a los hijos les rechinan los dientes. -La Biblia ¿Sabes si heredaste de tu abuela algo más que sus ojos azules, su nariz, sus labios finos o el óvalo de su cara? ¿Has oído alguna vez a tu madre decir algo como: «Levanta la ceja izquierda igual que mi padre»? (O sea, tu abuelo, al que no conociste porque falleció antes de tu nacimiento y, por tanto, no pudiste copiarle el gesto). ¿Has detectado que muchas personas tienen tendencias, gustos, comportamientos, actitudes etc., que son un calco de las de sus abuelos o bisabuelos? Somos el resultado de nuestros genes más el entorno y las circunstancias vividas. Aprendemos la forma de vivir de nuestros padres, los cuales la aprendieron de los suyos. Y nos damos cuenta de ello cuando vamos a comer a casa de la nueva pareja y nos sorprenden las costumbres de su familia: —¡Qué raros son! Comen la ensalada cada uno de su plato… En casa, picamos todos del bol. Dejando de lado las variaciones de cada tribu o familia, la pregunta existencial fundamental es: ¿existe el libre albedrío? ¿Seguro que cuando tomamos una decisión lo hacemos desde nuestra más profunda esencia y sin condicionantes familiares y/o controles de ningún tipo? ¡Imposible! Creemos que escogemos nuestra profesión, nuestras amistades, nuestra pareja, nuestros gustos, pero en realidad solo obedecemos a creencias y fidelidades familiares. La tarea de nuestra vida consiste en descubrirlas, honrarlas, agradecerles su función y liberarnos de las que creamos que no nos aportan. Con amor, pero hay que soltar. Ciertos acontecimientos traumáticos vividos por nuestros abuelos o bisabuelos han dejado huella en su código genético. Huella que va a llegar hasta nosotros. Una persona puede no comprender por qué tiene una tendencia irresistible o una fobia a algo, por ejemplo, a volar. ¿Quizás, en su familia, algún abuelo fue aviador y murió en un accidente aéreo? En el caso de la tendencia irresistible, sería como una necesidad de reparación y, en el caso de la fobia, el pánico por sufrir el mismo accidente que el antepasado. Cada pueblo puede haber desarrollado genes, por aquello que ha vivido o sufrido, que le permita adaptarse a lo acontecido. - Anne Ancelin Schützenberger Todo lo vivido en tu familia —los traumas, las ruinas, las traiciones, las muertes tempranas, los duelos no realizados, los incestos, violaciones, asesinatos y otros secretos inconfesables— no han desaparecido ni se han evaporado. Todo lo que dolió emocionalmente a alguien sigue vivo, solo que en otro formato, y se transmite en silencio. Es un silencio de palabras, pero no es un silencio de hechos, para quien sepa leerlo. Las manifestaciones de esos traumas antiguos, en las nuevas generaciones pueden adoptar formas de problemas de conducta, de trastornos físicos o mentales y de rechazo o atracción inexplicable a determinadas actividades, profesiones, relaciones o aficiones, incluso a las más peligrosas. El árbol genealógico permite poner en evidencia los ciclos biológicos a través de las generaciones y dentro de nuestra propia historia de vida. Al estudiar el árbol, debemos detectar las variantes, o sea, aquello que se repite de generación en generación. Se trata de encontrar dónde empezó y cuál es el drama que programó todo el resto. -Anne Ancelin Schützenberger ¡Ay, mis abuelos! o ¡Ay, mis ancestros! es el título de un libro de Anne Ancelin Schützenberger (1919-2018). Esta mujer rusa, con nacionalidad francesa, un doctorado en Psicología, otro en Letras, una licenciatura en derecho y que trabajó como psicóloga y profesora, estudió en profundidad los efectos de las herencias transgeneracionales, en especial, el síndrome del aniversario. Todo empezó cuando murió su segundo hijo y su hija mayor le dijo: —Yo ya sabía que mi hermanito moriría. —¿Cómooo? —Sí, mamá. ¿No te has fijado en que todos los segundos de nuestra familia mueren jóvenes? Mira: tu hermano, el hermano de papá, el hermano de la abuela… A partir de aquí, Anne Ancelin se dedicó a investigar, durante más de diez años, cientos de casos de su clínica y a establecer relaciones entre fechas, nombres, profesiones, repeticiones de sucesos traumáticos en la familia, muertes tempranas, etc., y la aparición de una enfermedad, accidente o intervención quirúrgica. La idea central es que el inconsciente parece tener buena memoria y es como si deseara recordar hechos y «celebrarlos». Son momentos que marcan los sucesos importantes de las vidas de las personas de una familia por repetición de edad (varias personas de la familia mueren o tienen un accidente a la misma edad) o de fecha (en determinada fecha se producen estos hechos traumáticos que se repiten de generación en generación). Es como una expresión del inconsciente familiar. Eric Fromm hablaba, en 1930, de inconsciente social, basándose en los trabajos sociológicos de Emile Durkheim, Max Weber, Karl Marx y Robert Merton. J. L. Moreno (1940) habló del coconsciente y del coinconsciente familiar y grupal. Según Françoise Dolto, el inconsciente de la madre y del niño están vinculados, y el hijo sabe, adivina y siente cosas familiares sobre dos o tres generaciones. Dice Anne Ancelin Schützenberger: Los trabajos recientes de Ilia Prigogine, David Bohm y Fritzhiof Capra sobre el tiempo y el cuerpo demostraron que todo está interconectado. En EE. UU., psicoanalistas como Martin Bergmann e Hilton Jacouy trabajaron desde 1982 sobre la generación de los niños del holocausto. En Francia, Françoise Dolto-Marette, Nicolás Abraham, María Török, Didier Dumas y Serge Tisseron plantean otra vez la hipótesis de una represión conservadora y de una cadena transmitiéndose de una generación a otra, de un «no-dicho» que se vuelve, para los hijos llevadores del secreto del cual no se habla (secreto encriptado, por tanto),un sufrimiento representable pero indecible (que no se está autorizado a decir), inscribiéndose, encriptándose en el inconsciente como una estructura interna. A la tercera generación, el «no-dicho» secreto, lo indecible, se vuelve lo impensable (por tanto, ni siquiera pensado), no representable (lo impensado genealógico) y se vuelve «el fantasma» que obsesiona, sin que lo sepa, al que presenta frecuentemente síntomas no explicables, indicios del secreto que un padre o madre, sin saberlo, proyectó sobre él. Quizás ese párrafo sea algo denso y resulte necesario leerlo un par de veces, pero creo que vale la pena el esfuerzo para comprender la magnitud del asunto. Estos síntomas no explicables de los que hablan estos psicólogos aparecen en fechas señaladas y se conocen como síndrome del aniversario. Son hechos que han sido callados, ocultados. Son secretos familiares conocidos, pero sobre los que existe como un mandato implícito en la familia de no hablar nunca de ellos, como si el hecho de nombrarlos pudiera desatar la tragedia. Y en realidad es al revés: es el hecho de mantenerlos ocultos lo que produce que en generaciones posteriores aparezcan sufrimientos relacionados con los mismos. En una familia, los niños y los perros lo saben todo, sobre todo, lo que no se dice. -Françoise Dolto Maria Török habló del «efecto duradero y lancinante de un secreto de familia, la obsesión de un secreto familiar, el regreso inesperado de lo reprimido o los traumatismos de los horrores de la guerra». En 1948, Frieda Fromm-Reichmann, trabajando con personas esquizofrénicas, empezó a explorar sus universos familiares y sus modos de comunicación. Luego, Virginia Satir, Gregory Bateson, Paul Watzlawick y otros psicólogos y terapeutas de alto nivel empezaron a realizar investigaciones en esta dirección y empezaron a hablar de terapia familiar sistémica y unos años después empezaron a usar el genograma. Iván Boszormenyi-Nagy, psicoanalista húngaro, creía que era imprescindible la fuerza de la intervención terapéutica para restituir una ética en las relaciones transgeneracionales. Cuando la justicia familiar se rompe, empieza un encadenado de venganza, resentimientos y explotación de unos miembros de la familia por parte de otros. Él fue el primero que usó el concepto de lealtad familiar, junto a la idea de que la unidad social depende de la lealtad de los miembros del grupo. También habló de la parentificación, que es una concepción errónea de las deudas, en la que los hijos se vuelven padres de sus padres (hija mayor que toma el rol de la madre al ver que esta está superada por tantos hijos o por alguna enfermedad). La deuda más importante de la lealtad familiar es la de los hijos con sus padres. Los hijos nunca podrán devolver a sus padres lo que les dieron: la vida. Y el modo que tienen los hijos de liberarse de dicha deuda es dando la vida a sus hijos, o sea, devolviéndoles a ellos lo que recibieron de sus padres. Esto no quiere decir que todos tengamos que tener hijos. El propio Hellinger no tuvo, pero iluminó muchas vidas. Al final, se trata de hacer algo bueno con la vida que te han regalado. Boszormenyi-Nagy considera que el sistema familiar es un conjunto de unidades mutuamente interdependientes. Para él: El individuo es una entidad biológica, psicológica y psicosocial, cuyas reacciones están determinadas tanto por su propia psicología como por las reglas del sistema familiar. En un sistema familiar, las funciones psíquicas de un miembro condicionan las funciones psíquicas de otro. Hay una regulación recíproca perpetua y las reglas son tan implícitas como explícitas, pero esencialmente implícitas. Y los miembros de la familia no son conscientes de ello. En 1988, Rupert Sheldrake y Alejandro Jodorovsky hablan de la psicogenealogía. A veces, cuando tenemos un problema familiar, pensamos que, alejándonos un tiempo de la familia (hay quien se va para siempre), ya hemos resuelto el conflicto. Nada más lejos. Cuando se ha producido un daño que el familiar perjudicado no consigue perdonar, su salud acaba por resentirse. Las deudas familiares no prescriben con la lejanía. Por más kilómetros que pongamos por medio, ese hecho seguirá atándonos emocionalmente a la familia. Y eso afecta igual al que ha sido perjudicado como al que ha cometido el atropello. De hecho, unas páginas más adelante te contaré una historia personal de cuando hui lo más lejos que supe, entre Sudamérica y el Sudeste asiático. Las injusticias pueden darse en el ámbito familiar, en el profesional (en el fondo, en el trabajo se acaba percibiendo a los compañeros como a una familia) y también en el ámbito de la nación. Sean guerras, genocidios, éxodos o expulsiones masivas, para cualquier suceso traumático, las personas afectadas guardan un resentimiento que los atormenta y les mina la salud. A ellos y a sus descendientes. De aquí los múltiples trabajos sobre los descendientes del holocausto. Un estudio de las herencias transgeneracionales comprende de tres a cinco generaciones. En él vamos a observar diversos aspectos que nos darán pistas sobre los puntos de sufrimiento de la saga en cuestión, partiendo del síntoma o sufrimiento de la persona que llega a la consulta. Observaremos las repeticiones de nombres, sobre todo, de aquellos que pertenecieron a un familiar fallecido, en especial, un hermanito muerto, del cual, el que ha recibido su nombre es un niño de sustitución (con él, los padres, inconscientemente, pretendían volver a recuperar a su hijito muerto); es como si el segundo hijo hubiera nacido para sustituirlo, con lo cual su identidad siempre va a estar condicionada por el hecho de representar al hermano muerto y no va a poder ser jamás él mismo. 7.2- Taganga Tenía veinte años y vivía en Barcelona. Trabajaba en una asesoría fiscal. Un día, salí de fiesta con dos compañeras, ellas se retiraron pronto y yo seguí de marcha por mi cuenta. Entré en un bar y vi a un grupo de gente, riéndose y hablando. Me dio la impresión de que lo pasaban genial, así que me acerqué a ellos y acabé integrada en el grupo, disfrutando mucho. La juerga duró toda la noche, cerramos bares y, al final, terminamos desayunando. Congenié muy bien con John, uno de los chicos del grupo, que me dijo: —Qué pena que nos hayamos conocido ahora, porque la semana próxima me voy a vivir a Colombia. —¿Colombia? ¡Estás loco, ese país es muy peligroso! —¡Qué va, qué va! Es una maravilla de país y voy a ir allí a montar un negocio. Nos dimos el correo electrónico y él se fue. Al cabo de un tiempo, aproximadamente un año, empezó a ponerse de moda Facebook. Sería allá por el año 2008, y yo abrí mi perfil en esa red social. Cuando abres un perfil, Facebook te pide si quieres importar todos tus contactos del correo electrónico. Dije que sí y apareció John. Lo saludé y le pregunté qué hacía. —Estoy en Colombia, este es un país maravilloso, ¡tienes que venir de vacaciones! —Pues hecho: me voy de vacaciones a Colombia. Me fui para quince días. Antes de salir de Barcelona a Bogotá, compré la guía para ver qué hacer en Colombia y, al llegar, la primera noche, me alojé en casa de John. Él me dijo: —Yo estoy trabajando, tú haz marcha y el fin de semana me uno a tu ruta. Puedes empezar en el norte (Caribe), que es uno de los sitios más baratos del mundo para bucear, y de ahí vas bajando. —¿Bucear? ¡A mí me da pánico! —No te creo. ¿Pánico tú? —Muchas personas han intentado convencerme y ha sido imposible. A pesar de ello, me fui a Taganga para empezar mi ruta desde allí e ir bajando, como él me había sugerido. Fui en autobús: desde Bogotá hasta Santa Marta eran veintidós horas de trayecto. Me tocó ir sentada al lado de un israelita que acababa de salir del servicio militar que prestan en su país por tres años. Toda una experiencia ir sentada tantas horas hablando con esta persona. Una vez en Santa Marta, cogería una buseta (una Vanette vieja) que me llevaría hasta Taganga. Era un pueblecito pequeño de pescadores en el que no había nada. Al día siguiente me llamó. —¿Dónde estás? —En Taganga. Es que estoy bien aquí, me voy a quedar otro día. —¿Qué dices? ¡Pero si Taganga es el sitio más feo que he visto! —Pues a mí me gusta. Y, finalmente, he buceado. ¡Es increíble! Me llamó al día siguiente: —¿Qué vas a hacer? —Sigo aquí, en Taganga. —Y el fin de semana, ¿qué vas a hacer? —Pues me voy a quedar aquí, en Taganga. —Pues yo a Taganga no voy a ir, porque me parece horrible. —Bueno, pues no vengas… Total, que me pasé los quince días en Taganga. John tenía razón: no había nada de nada. Era como un pueblecito de la costa mediterránea ochenta años atrás; era una zona muy pobre, pero yo me sentía feliz allí. A los quince días, volví al trabajo en Barcelona. En aquel momento ocupaba un puesto de subdirectora financiera, que comportaba trabajar con mucha presión, y empecé a sentir los efectos del estrés en mi cuerpo. Seguramente la presión no era tanta, pero sí más de la que yo podía soportar a mis veintiún años, con una intensa vida personal y profesional, pero superviviente a nivel emocional. Veintiún años, subdirectora financiera en una empresa de tamaño considerable en Barcelona, estudiando la carrera de Derecho por la UOC, a curso por año, y con formaciones extras para estar al día en mi trabajo. Así fue como un día llegué al trabajo y ni siquiera recordaba la clave para entrar en mi ordenador, por lo que terminé de baja por ansiedad. En la empresa pensaron que era cuento y me despidieron. Mi compañera trató de hacerles ver que se habían equivocado conmigo y la acabaron despidiendo también a ella. Pero, en aquel momento, al verme sin trabajo y al notar que mi estrés había desaparecido de la noche a la mañana, pedí el alta al médico y me dije: «Pues vale, ¡me voy a vivir a Colombia!». Y me fui otra vez a Taganga. Dejé el piso, vendí mi coche y me fui, sin billete de vuelta. Es más, cuando llegué al aeropuerto, me dijeron que sin billete de vuelta no me podía ir porque solamente tenía un visado de turista por noventa días y tenía que acreditar con un billete de avión que en menos de ese plazo saldría de aquel país. En el aeropuerto mismo compré un billete para dentro de dos meses a Ecuador, pues era el destino más barato desde Colombia, y así pude irme. Mi amigo de Colombia alucinaba. Al llegar allí, hice todos los cursos hasta convertirme en instructora de buceo y trabajé como tal durante un tiempo para la escuela donde me formé, ayudando a los turistas a visitar las profundidades marinas con seguridad. También trabajaba como traductora de tours por la selva, la Ciudad Perdida, etc. Mi visado estaba a punto de caducar y el chico con el que tenía una relación y yo decidimos firmar los papeles para certificarnos como pareja estable para así poder quedarme más tiempo, pues por nada del mundo quería volver a España: cuanto más lejos, mejor. Pero pasó un año y mis padres celebraban las bodas de plata. Me pidieron que viniera a España para la boda y yo estaba con una economía justita, así que ellos me pagaron el billete para regresar. Asimismo, yo ya quería salir de Taganga, porque llegó un momento en el que me cansé. Aquel era un lugar de vacaciones, la gente iba a bucear y, a los tres días, se iban. Y yo me quedaba. Empecé a sentirme harta de tanta gente de paso con la que no podía crear un vínculo estable. Pero tampoco quería volver a España, así que, después de Colombia, volví a Ibiza para la fiesta de mis padres, envié currículums al mundo entero (desde Canadá hasta Australia) y me fui al primer sitio donde me surgió una oferta de trabajo: Vietnam, donde trabajé como directora financiera de un grupo de centros de buceo. ¡El trabajo soñado para mí en ese momento! Echaba de menos una oficina llena de papeles y números y lo podría combinar con mi nueva pasión, que era el buceo. Poco lo pensé. Todavía recuerdo cuando se lo contaba a mi amigo Xavi tomando un café y se reía de mí, incrédulo… Estuve seis o siete meses, pero la experiencia fue nefasta por un tema cultural y de economía comunista (allí era más fácil cambiar moneda nacional a euros en el mercado negro que en el banco, donde te trataban como un delincuente por tener algo de dinero), así que volví a España. Me quedaba un año para licenciarme en Derecho y acabé la carrera. Lo de irme a Colombia fue una evasión. Sentía que no era feliz y me dije: «Voy a irme bien lejos, que allí sí que voy a ser feliz». Hay épocas en la vida en las que, cuando no dispones de más recursos, la huida parece ser un buen plan, aunque la vida acaba poniéndote en tu sitio. Después de un tiempo de fuga, te coloca otra vez en tu realidad. Además, da lo mismo: si te vas de aquí con un problema, por mucho que pretendas que el problema se quede aquí, es casi lo único que va a venir contigo. Y en la aduana no se van a dar ni cuenta. No suma como exceso de equipaje, aunque dentro de ti sientas un peso difícil de soportar. Y más adelante, revisando aquella época, me di cuenta de que lo que había ido a hacer en Colombia había sido un primer intento de explorar profundidades: justo lo que necesitaba hacer conmigo misma, y que conseguí con las constelaciones unos años más tarde. 7.3- Vincent van Gogh y Salvador Dalí Volviendo al transgeneracional, te voy a contar lo que le sucedió a Vincent van Gogh, quien nació el 30 de marzo de 1852, exactamente un año después de la muerte de su hermano Vincent. Fue concebido para sustituir al hermanito muerto. Él iba al colegio y pasaba por delante de su lápida. Veía su nombre en la lápida de su hermano. Vincent van Gogh sentía que en el mundo parecía no haber un lugar para él, solo para su hermano, como si a él no le fuera permitido existir. Su vida estuvo presidida por mucho sufrimiento. Theo, su hermano paterno, le protegió siempre y le ayudó durante toda su vida. Cuando nació el hijo de Theo, este le puso Vincent por amor a su hermano y le mandó una carta diciéndole: «Espero que este Vincent viva y pueda realizarse”. Al recibir esta carta, Vincent van Gogh se suicidó. Era como si para él fuera incompatible que hubiera dos Vincent van Gogh vivos. Otro caso paradigmático fue el de Dalí. Salvador Dalí tuvo un hermano mayor, llamado también Salvador, que había fallecido antes de nacer él. El pequeño Salvador (II) se dio cuenta de que su mamá se pasaba el día mirando las fotos de su hijito muerto, en lugar de mirarle a él, que estaba vivo, y de que ella iba a la tumba del niño dos veces por semana. Él sintió que nunca tuvo tantas atenciones como su hermano muerto. Y decidió que, ya que no podría competir jamás con un angelito como su hermano, se iba a «diferenciar». Pero alguna herida dentro de él seguía abierta, ya que pintó sesenta y cuatro veces el Ángelus de Millet, en el que dos campesinos entierran a su hijito muerto en el campo. Su representante le dijo que el tema del pequeño ataúd dificultaría la venta del cuadro, y él lo sustituyó por un cesto de patatas. Pero al pasar el cuadro por rayos X se descubrió el pentimento (el arrepentimiento). Debajo del capazo de patatas estaba el ataúd del hijo de los campesinos. El hecho de que pintara de forma obsesiva sesenta y cuatro veces el cuadro del niño muerto da una pista de cómo el tema de su hermano muerto le tenía atrapado. Y, más aún, cuando quedó obsesivamente atrapado por esta obra de arte, sin saber lo que ocultaba. Era como si su alma pudiera ver más que sus ojos. Podríamos pensar que Dalí, a diferencia de van Gogh, era uno de esos niños irrompibles de los que habla Boris Cyrulnik en sus estudios sobre la resiliencia. Esos niños que son capaces de salir de la dificultad y desarrollarse a pesar de la adversidad y de la huella psicológica y biológica dejada por el traumatismo. A través de los nombres, las fechas, las profesiones, el carácter y otros particulares, lo que se intenta es descubrir quién está ligado por lealtad a quién en el árbol familiar. Muchas deudas de los padres pasan a los hijos o a los nietos, en una especie de contabilidad familiar, en la que las injusticias sufridas siguen vigentes y no se perdonan, por más años que hayan transcurrido. Son deudas que se vuelve necesario que sean expresadas en este linaje y que, si no pueden pasarse del inconsciente a la consciencia, seguirán generando sufrimiento incomprensible. Una vez se comprende y se puede reconocer el dolor de los ancestros por la injusticia sufrida, todo empieza a cambiar. Como descubrió Heisenberg, el ojo del observador modifica lo observado. De lo contrario, seguimos gobernados por la fidelidad a los ancestros, inconsciente o invisible. Tomar consciencia de ella y hacerla visible significa comprender lo que nos gobierna, y eso nos permite ser libres para, por fin, vivir la propia vida. 7.4- Ejemplo sobre mi propio árbol Después de esta exposición sobre qué son y cómo funcionan las herencias transgeneracionales, te voy a mostrar con un ejemplo propio cómo suceden estos eventos en un árbol familiar y cómo leerlos. Corría el año 1921. Mientras Adolf Hitler se convertía en líder del partido nazi, el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca se proclamaba campeón mundial de ajedrez, frente al alemán Emanuel Lasker, y, en La Haya, se celebraba el Congreso Internacional sobre Derechos del Hombre. Juan, un mozo de dieciséis años, recogió sus bártulos y se embarcó hacia Cuba. Como hacían tantos y tantos chicos de su edad en aquel momento, Juan dejó su Ibiza natal y se lanzó a probar fortuna en el Caribe. Era el año posterior al Tratado de Versalles, con el que se había puesto fin a la Primera Guerra Mundial y también se había dado por finalizada la famosa pandemia de 1918, mal llamada gripe española. Juan estuvo unos seis años en Cuba trabajando como albañil y construyendo el Malecón de La Habana (o, al menos, eso me contaron) y, al cumplir los veintidós, tuvo que tomar una decisión difícil: o se quedaba en Cuba y fundaba allí una familia o regresaba a Ibiza. Juan optó por volver, con las grandes experiencias vividas en una época dorada como pudo ser el tiempo comprendido entre los dieciséis y los veintidós, que, a pesar de la dureza de viajar a la otra punta del mundo, lejos de la familia, teniendo que trabajar duro para salir adelante, seguramente no estuvo exento de algo de diversión y maravillosas experiencias vitales. A su regreso, conoció a Catalina (o tal vez ya la conocía, porque era del pueblo de al lado), se casó con ella y tuvieron ocho hijos, entre ellos, a mi abuela Margarita. ¿Por qué he retrocedido tanto en el tiempo? Para contarte que yo, a los dieciséis años, me fui de mi casa. A los veintidós, me fui a vivir a Colombia, donde tuve una pareja que no llegó a cuajar. Luego volví a Ibiza y conocí al padre de mi hijo, un cubano descendiente de españoles (su abuelo, igual que mi bisabuelo, había emigrado a Cuba, solo que él permaneció en la isla caribeña). Con él tuve a mi primer hijo, a los veintiséis años. Vamos a revisar las coincidencias, bastante evidentes, entre mi vida y la vida de mi bisabuelo Juan: los dos nos fuimos de casa a los dieciséis, realizamos un viaje largo a los veintidós (él, para regresar de Cuba; yo, para irme a Colombia) y, finalmente, quiero destacar mi experiencia de sentir una fuerza de atracción muy poderosa por tener un hijo con un hombre cubano. Era una fuerza que yo no podía explicar y que solo ahora puedo comprender. Era como si, con ello, pudiera cerrar el círculo de lo que mi bisabuelo dejó pendiente al tomar la decisión de volver: tener una familia cubana. Cuando suceden estos eventos, acostumbran a darse de una forma en que te sientes impulsada como por una atracción irracional muy fuerte hacia aquello que debes hacer: un viaje, una boda, engendrar un hijo, dirigirte hacia una profesión, etc. Es como si un hilo irremediable del destino tirara de ti hacia allá. Hay personas que cuentan que, mientras sentían ese impulso irrefrenable, pensaban que no tenía demasiada lógica emprender aquella acción, pero, a pesar de ello, seguían adelante. ¿Será casualidad que mi bisabuelo trabajara en la construcción de un puerto y mi primer novio formal fuera ingeniero, dedicado a la construcción de puertos? ¿Será casualidad la pasión que he tenido siempre por bailar salsa, la música cubana en general, y que tuviera un hijo con un cubano? Imagino que los escépticos responderán de manera afirmativa: casualidad. A los que se atrevan a investigar su árbol, les invito a este maravilloso viaje que nunca acaba, pues de forma constante e indefinida aparecen nuevos datos que te completan internamente. Al conocer un poco mejor cómo funcionan estos mecanismos y las relaciones entre nosotros y algunos de nuestros ancestros, realicé mi árbol familiar, en el que pude constatar que el abuelo Juan y yo, además, tenemos coincidencias en cuanto a fechas: somos dobles por su fecha de muerte. No voy a entrar ahora aquí a explicar qué significa esto, pero, en realidad, las fechas, los parecidos físicos, las profesiones, los nombres y otros datos dan pistas para conocer a qué ancestros estamos más ligados. Así funciona el mecanismo de transmisión de herencias transgeneracionales. No es que todo esto que te acabo de relatar lo tengas presente mientras estás viviendo aquello que sea que tienes que vivir. Normalmente, te das cuenta cuando ya ha sucedido y, demasiado a menudo, algunos años después, cuando ya puedes comprender que ha sido necesario para incorporar a tu vida alguna comprensión profunda. Si no quiero seguir atada a la fidelidad familiar, cumpliendo los mismos programas que mi bisabuelo o completando lo que él dejó pendiente, necesito primero reconocer su papel en mi árbol y agradecerle todo lo que hizo por mí, o sea, engendrar a mis abuelos, que fueron los que posibilitaron la vida de mi padre y, por tanto, la mía. Y finalmente, honrarle por todo lo que vivió y agradecerle que mi vida haya sido posible gracias a él y que, con ella, voy a hacer algo distinto y, sobre todo, algo bueno, para honrarlos a él y a todos mis antepasados. De esta forma, nos resulta posible, después de poner consciencia en el asunto, liberarnos de unas herencias transgeneracionales que nos podrían tener atrapados repitiendo patrones de nuestros ancestros durante generaciones, hasta que algún descendiente toma consciencia y puede romper la saga. Los patrones que repiten muchas personas no son tan suaves como este que os acabo de explicar: repiten accidentes, ruinas, enfermedades, adicciones, muertes de hijos, etc. Y no resulta ni fácil ni saludable vivir en manos de programas de fidelidades a los ancestros. Tanto en los módulos de numerosos cursos de constelaciones como en el máster de Psicología Sistémica, al presenciar todas las constelaciones familiares de mis compañeros, pude comprobar cómo muchas personas abrían los ojos, a veces con consternación, al darse cuenta de cómo habían vivido atadas a determinados programas, repitiendo los mismos patrones de sus antepasados, con ceguera absoluta y perjudicando a la vez su propia vida y la de su familia. Este momento, el de darse cuenta, es un momento muy especial. Es como si alguien descorriera una cortina gruesa y, de repente, apareciera ante tus ojos un paisaje desconocido, pero con aromas muy familiares. Es una experiencia tan particular que solo aquellas personas que han vivido alguna constelación familiar podrían reconocer. 7.5- Ejercicio: realiza tu árbol genealógico Toma un folio grande, preferentemente A3, o junta dos folios con celo. Normalmente, para dibujar el árbol, el formato es: Anota todos los nombres, apellidos, fechas de nacimiento, fechas de defunción y profesión. Hasta donde llegues. No olvides los abortos, inclúyelos también en el árbol (si tienes conocimiento). Anota hechos importantes: migraciones, muertes trágicas, datos que consideres relevantes en la historia familiar y a quién le ocurrió. Tal vez puedas rellenar muy poco porque no tengas información. No te preocupes. Una vez abierto este «melón», irá surgiendo la información sin explicarte cómo. Sin buscarlo, de repente, empezarás a escuchar historias a las que les encontrarás sentido. Es un camino de no retorno. Capítulo 8 Epígenética 8.1- ¿Determinismo genético o respuestas al entorno? Existen todavía muchas personas, entre ellas algunos científicos, convencidas de que los genes determinan nuestra salud, nuestro coeficiente intelectual y nuestras circunstancias de vida. Esa postura la conocemos como determinismo genético. Bruce Lipton, biólogo, profesor universitario y autor del libro La biología de la creencia, nos aclara este equívoco. Nos demuestra de manera sencilla, incluso para los que no entendemos de complejos procesos moleculares, que el determinismo genético es un error. Los seres humanos tenemos casi el mismo número de genes que los ratones, mientras que nuestra vida, con nuestras habilidades y desempeños, difiere bastante de la de esos pequeños roedores. Entonces, ¿dónde está la diferencia? ¡En el entorno! Cuando Lipton estudió los genes llegó a la conclusión de que su activación o desactivación dependía del entorno y no de algún tipo de voluntad propia del gen. La epigenética es el estudio de los mecanismos moleculares, mediante los cuales el entorno controla la actividad génica. Cada vez se le otorga mayor importancia al entorno como regulador de la actividad génica. No son las hormonas ni los neurotransmisores producidos por los genes los que controlan nuestro cuerpo y nuestra mente; son nuestras creencias las que controlan nuestro cuerpo, nuestra mente y, por tanto, nuestra vida. -Bruce Lipton Ojo que la afirmación se las trae. Porque significa que no estamos en manos de nuestra lotería genética. O, por lo menos, no de manera irreversible. En nuestra vida existe un porcentaje (Lipton y otros investigadores lo sitúan entre el 34 y el 48 %) de herencia genética, pero el resto depende de las señales del entorno). Pues se trata de aprovechar este 52-66 % que no está escrito, y escribirlo con la máxima precisión posible. Cuando somos pequeños, las señales son las que emiten nuestros padres o nuestros cuidadores. Y esas se van acumulando en nuestro inconsciente como respuestas aprendidas ante situaciones variadas, conformando un corpus de creencias que, al final, es el que va a dirigir nuestra vida. Mientras somos pequeños, no podemos hacer mucho más que aprender los comportamientos, pensamientos y reacciones de las personas de nuestro entorno y grabarlas en nuestro disco duro. Y lo hacemos de forma muy eficaz. Cuando crecemos, es prioritario aprender a reconocer estas programaciones y desprogramarlas, con el fin de insertar otras en su lugar, que valoremos de forma consciente como más saludables, efectivas y potenciadoras para nuestra vida. Las enfermedades que dificultan la vida saludable no son el resultado de la alteración de un único gen, sino de una compleja interacción entre una multitud de genes y factores medioambientales. -Bruce Lipton Los genes no son el destino. Las influencias medioambientales (nutrición, estrés, emociones) pueden modificar esos genes sin alterar su configuración básica. Y los epigenetistas han descubierto que estos genes pueden transmitirse a las futuras generaciones de la misma forma que el patrón de ADN se transmite a través de la doble hélice. - Reik y Walter, 2001; Surani, 2001 Y ahí damos el gran paso desde el determinismo genético a la supremacía del entorno: La nueva ciencia revela que la información que regula la biología comienza con «señales ambientales» que, a su vez, controlan la unión de las proteínas reguladoras al ADN. Estas proteínas controlan la actividad génica. - Bruce Lipton 8.2- La membrana mágica Los científicos, hace años, creían que el núcleo era el cerebro de la célula. Después de realizar varios experimentos de enucleación (extracción del núcleo de la célula), comprobaron que las células seguían con vida durante algunos meses, realizando sus funciones de respiración, digestión, excreción y motilidad; nada parecido a lo que sucede si a una persona o animal se le extrae el cerebro. Lo único que perdían era su capacidad reproductiva y, por esta causa, morían al cabo de unos meses. Al darse cuenta de que el núcleo no era el verdadero cerebro de la célula, estudiaron la membrana. Y Lipton desarrolló la teoría de la membrana mágica, llegando a la conclusión de que era esta el verdadero cerebro que controla la vida de la célula. Si la membrana se destruye, la célula muere. ¿Y cómo se realiza tal proeza? ¿Cómo una membrana adquiere tanta relevancia para la vida y el funcionamiento de la célula? Pues gracias a las proteínas que están pegadas a sus paredes por ambas caras: la interna y la externa. Que los genes desarrollen ciertas actividades depende de la presencia o ausencia de proteínas reguladoras. ¿Y quién controla o activa a estas proteínas reguladoras? Las señales del entorno. Cuando se necesita el producto que codifica un gen, es una señal del entorno y no una propiedad intrínseca del gen la que activa la expresión de dicho gen. -Nijhout Cito dos estudios que me parecen imprescindibles para comprender el poder de la epigenética en nuestras vidas y en nuestra salud. Las experiencias vitales de los progenitores modelan el carácter genético de sus hijos. Un emblemático estudio de la Universidad de Duke, publicado el 1 de agosto de 2003, titulado Biología celular y molecular, revela que un entorno enriquecido puede llegar incluso a superar las mutaciones genéticas en los ratones. - Waterland y Jirtle, 2003 A pesar de que los medios de comunicación han pregonado a bombo y platillo el descubrimiento de los genes BRCA1 y BRCA2, relacionados con el cáncer de mama, no han hecho hincapié en que el 95 % de los cánceres de mama no se deben a la herencia genética. Los achaques de un importante número de pacientes de cáncer derivan del entorno; se deben a alteraciones epigenéticas y no a genes defectuosos. - Kling, 2003; Jones, 2001; Sepa, 2000; Baylin, 1997 Y puede que al leer esto te sorprendas, puede que tu mente se resista a dar entrada a un concepto que hace saltar por los aires lo que sabías hasta ahora. No te preocupes: se llama resistencia cognitiva y la hemos sufrido todos. El mismo Bruce Lipton cuenta que, veinte años antes de su descubrimiento de la membrana mágica, su mentor, Irv Konigsberg, le había advertido de que, cuando las células enfermaban, debía buscar la causa en el entorno antes que en ningún otro lugar. Lo que sucede es que esto no es un descubrimiento nuevo, sino solo un redescubrimiento. Los médicos hipocráticos ya actuaban así. Eran verdaderos epigenetistas, avant la lettre. Cuenta la leyenda que un sátrapa persa había enfermado y no hallaba cura entre los médicos de su corte. Hasta sus oídos llegó la fama de los médicos hipocráticos y mandó un emisario a Grecia, a fin de conseguir que le visitara uno de ellos. El médico llegó a las tierras del sátrapa y pidió a sus criados que le llevaran a las colinas cercanas para observar el clima y el régimen de vientos. Luego solicitó ver los ríos y fuentes que abastecían al sátrapa de agua para consumo. Después, se presentó en palacio y se metió en la cocina a fin de interrogar al cocinero sobre la dieta y los alimentos que ingería el mandatario, que en esos momentos ya estaba bastante nervioso porque hacía tres días que sabía de la llegada del médico y este todavía no había acudido a su presencia. Por último, el médico se dedicó a preguntar entre el servicio y los conocidos del sátrapa sobre su carácter y su forma de reaccionar ante las circunstancias y adversidades de la vida. Por fin, cuando hubo recabado toda esta información, fue a visitar al sátrapa. Y acaba la historia contando que el sátrapa, al recibir el diagnóstico y aceptar la terapia del médico hipocrático, que le recomendó un cambio de carácter respecto a sus súbditos y una dieta saludable, se curó completamente. Con la irrupción del paradigma físico-matemático en medicina en el siglo XIX, a través de Pasteur, Koch y Virchow, la sabiduría hipocrática médica fue reemplazada por la medicina actual. Debido a este proceso, miles de pacientes que en la actualidad no encuentran curación en la tecnomedicina recurren a las nuevas medicinas neo hipocráticas, que hoy conocemos como terapias alternativas. 8.3- Una metáfora ingeniosa para explicar la función de la membrana celular Vamos a intentar observar a la membrana celular como si estuviéramos dentro de la célula. Podemos imaginarnos que estamos dentro de una burbuja o de un globo y que observamos sus paredes internas. Ahí, pegadas a esas paredes, vemos unas proteínas que tienen la función de captar el ambiente del citoplasma. O sea, cómo está la situación dentro de la casa. Es importante conocer las necesidades internas a fin de dejar entrar aquello que necesitamos, y no otros productos. Ahora imaginemos que salimos de la burbuja y que la observamos desde el exterior. Comprobaremos que, en su pared externa, también hay proteínas que captan las señales procedentes del entorno. Es muy interesante tener datos de lo que pasa por ahí afuera, ¿no? Estas proteínas de la membrana (internas y externas) son tan importantes que se estudian en un campo científico específico conocido como transducción de la señal. El entorno de la célula cambia constantemente, y la supervivencia de esta depende de su capacidad para adaptarse de forma dinámica a esos cambios. Gracias a las proteínas externas e internas, la membrana genera respuestas; por eso es considerada como el cerebro de la célula. En la membrana encontramos dos tipos de proteínas: las receptoras, que perciben los estímulos del exterior, y las efectoras, que llevan a cabo las respuestas. A más proteínas, más capacidad de percibir y de responder al entorno. Esta optimización de las proteínas es la que nos ha permitido evolucionar. Para explicar cómo la membrana deja pasar determinados estímulos y detiene otros, Lipton, como buen profesor, lo hace con una analogía: la de un bocadillo de pan de molde untado de mantequilla. La mantequilla no deja pasar nada: es impermeable. Pero esparcidas por el bocadillo habría algunas aceitunas sin hueso, y este canal abierto dentro de la aceituna sí permite que pasen determinados estímulos. El resultado es un sistema de alta ingeniería que permite el paso a ciertas señales y detiene a otras. El verdadero secreto de la vida reside en comprender los sencillos y elegantes mecanismos biológicos de la membrana mágica, mediante los cuales tu cuerpo convierte señales ambientales en diferentes comportamientos. -Bruce Lipton La doctora Candance Pert realizó varios experimentos y al final concluyó que la mente se encontraba distribuida a lo largo del cuerpo en forma de moléculas señal y no en la cabeza, como se había pensado hasta entonces. Y que las informaciones del entorno provocaban respuestas corporales: emociones. Pero ella fue más allá, se dio cuenta de que las emociones también podían ser generadas de forma autoconsciente por la mente, que utiliza el cerebro para generar moléculas de emoción y liberarlas al cuerpo. Estos experimentos de la doctora Candance Pert tienen consecuencias trascendentes para nuestra salud, ya que indican que un buen uso de la consciencia, generando emociones saludables, puede colaborar a sanarnos, mientras que, a la inversa, podemos enfermar. Así llegamos a la conclusión de que nuestra biología es controlada por señales muy diversas, que van desde señales físicas, como la comida, un ambiente con o sin tóxicos, ejercicio, medicamentos, etc., hasta señales etéreas como los pensamientos y las emociones. 8.4- El enemigo en casa Vamos a detenernos un momento en los pensamientos. Si un pensamiento es capaz de modificar nuestra biología, vamos a analizar qué pensamos. A menudo tenemos pensamientos erróneos que, además, son repetitivos. Es un trabajo ingente descubrir nuestros pensamientos, conceptos, creencias y evaluarlos de forma consciente, con el objeto de evitar seguir condicionados por conceptos y creencias que, además de estar equivocados, perjudican nuestra salud. Pero es un trabajo necesario. Después de descubrirlos, tenemos que sustituirlos por otros más neutros y más saludables. Ya que acabamos de aprender que no somos víctimas de nuestros genes, tampoco deberíamos serlo de nuestras creencias. Y esa es la labor de los seres humanos que desean evolucionar: limpiar su mente, consciente e inconsciente, de conceptos erróneos que, además, llevan a enfermar. No se trata de tomar la idea de que pensando en positivo se van a resolver todas nuestras contradicciones. No es tan simple. Pero los pensamientos negativos, entre los cuales, unos de los grandes protagonistas son los miedos, pueden matar. Ya hay demasiados casos en los que ha quedado demostrado que robarle la esperanza a alguien puede acabar con su vida. Hay abundantes ejemplos de enfermos diagnosticados de cáncer u otras enfermedades incurables que han muerto y luego se ha descubierto que el diagnóstico había sido erróneo. Es conocido que el miedo enferma, pudiendo llegar a matar. En las autopsias de ciertas personas fusiladas se descubrió que no habían muerto del disparo, ya que este no les había llegado a alcanzar, sino que habían muerto de un infarto fulminante segundos antes de que la bala saliera del fusil. Recuerdo que, en unos incendios en Cataluña, hace cuatro o cinco años, se produjo la muerte de un hombre por infarto fulminante cuando vio que su masía estaba ardiendo. Una compañera me contó que se había desmayado de puro miedo cuando le dieron una noticia con la que sintió que su vida estaba en peligro. Una de las categorías de pensamientos más nocivas que existe es la de los miedos. Estos nos colocan en modo protección. Nos escondemos, procuramos huir o, si vemos que podemos enfrentarnos, luchamos. Nuestros miedos no son tan tangibles como para derrotarlos en una lucha cuerpo a cuerpo. Nuestros miedos, muchos de ellos imaginarios y que no van a suceder nunca, al no presentarse como un ente físico ante nosotros, solo nos permiten adoptar mecanismos de protección. Nuestro cuerpo está en permanente crecimiento, nuestras células se renuevan constantemente. El problema es que la protección y el crecimiento son opuestos y no se pueden dar los dos a la vez. El miedo nos lleva al modo protección y ahí nuestro cuerpo reserva su energía para realizar una buena carrera de huida. Mientras nos encontramos en modo protección, el crecimiento se detiene, para no gastar energías que podríamos necesitar para salvar la vida. La proporción de células de nuestro cuerpo que va a entrar en modo protección es proporcional al grado de amenaza percibido. Existe el eje HHS (hipotálamo-hiposifario-suprarrenal), que se activa en momentos de estrés y que, cuando no percibimos amenazas, queda inhibido; y entonces nuestras células vuelven a su rutina normal de crecer, reproducirse y devolver a nuestro cuerpo su equilibrio homeostático. Además del eje HHS, tenemos nuestro sistema inmunitario para protegernos ante los virus y bacterias. El problema es que el sistema inmunitario, cuando se pone en marcha, gasta muchísima energía. El cuerpo es muy sabio, lleva una contabilidad excelente y tiene el objetivo de no arruinarse, energéticamente hablando. Por eso ha establecido ciertos mecanismos de ahorro. Uno de ellos es que, cuando se activa el eje HHS, a causa de un momento de estrés, las hormonas secretadas por las suprarrenales inhiben el funcionamiento del sistema inmunitario y, por eso, a menudo caemos enfermos como causa del estrés. El problema es que, si esto sucediera por un momento de estrés puntual, como es el caso de los animales que están pastando (se les acerca un león y detienen todas sus funciones corporales para concentrarse en correr la carrera de su vida para escapar del león), no significaría un grave inconveniente. Hay un libro que se titula ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?, que viene a contar esto. Una vez la cebra ha conseguido escapar del león, sigue pastando y lo más importante: no piensa en que el león vaya a volver. Nuestro organismo puede soportar bien un estrés puntual como este de vez en cuando. Lo que no puede gestionar es el estrés continuado y permanente al que le sometemos con problemas y miedos que, además, no se resuelven con una carrera puntual: a ver si me va a dejar mi pareja, si me van a despedir del trabajo, si voy a enfermar, si me voy a arruinar, etc., y que, en algunos casos, ocupan casi todas las horas de nuestra vida. Las consecuencias de tener activado permanentemente nuestro eje HHS puede ser catastrófico, pues se desactiva el sistema inmunitario y vivimos estresados, reduciéndose nuestras defensas y siendo más susceptibles ante los patógenos que nos rodean. Como profesionales del derecho, es importante saber cuidarnos. No siempre es fácil, con los plazos y algunas historias que nos llegan de los clientes, pero, si trabajamos todo esto que explicamos aquí, la profesión se hace mucho más llevadera. 8.5- Epigenética y paternidad Lipton habla de los padres como ingenieros genéticos de sus hijos debido al importante papel que juega el entorno prenatal en el desarrollo de enfermedades. Nathanielsz escribió: Cada vez son más las pruebas que demuestran que las condiciones del útero tienen tanta importancia como los genes a la hora de determinar cuál será el desarrollo mental y físico durante la vida. La comprensión de los mecanismos que subyacen tras la programación establecida por la calidad de la vida en el útero nos permite mejorar los primeros pasos en la vida de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos. Estos mecanismos de programación a los que se refiere Nathanielsz son los mecanismos epigenéticos, con los cuales los estímulos del entorno regulan la actividad génica. Los padres pueden mejorar el entorno prenatal. Y al hacerlo actúan con sus hijos como ingenieros genéticos. La transmisión transgeneracional de las características no genéticas existe. - Bruce Lipton Estas influencias no se centran exclusivamente en el período prenatal y natal, sino que, después, los padres van a seguir influyendo sobre el medio en el que viven sus hijos. Los niños necesitan un ambiente favorable para activar los genes que les proporcionarán un desarrollo cerebral saludable. Los padres, según revelan los últimos estudios científicos, continúan actuando como ingenieros genéticos después incluso del nacimiento de su hijo. -Bruce Lipton La forma de comportarse de nuestros padres, sus creencias, hábitos, formas de enfrentarse a la vida, sus gestos, sus reflexiones…, todo ello, en su momento, quedó grabado en nuestro cerebro de manera firme. Luego, cuando crecemos, estos comportamientos grabados en nuestro disco duro, que a menudo consideramos propios, aparecen de forma automática y controlan nuestra vida, a no ser que decidamos observarlos, tomar consciencia de ellos y proceder a desprogramarlos. ¿Recuerdas que en una empresa siempre manda el socio mayoritario? En este caso, el inconsciente. En el subconsciente se almacenan todos estos programas de funcionamiento que han tomado carácter de automatismos y se activan cada vez que una señal del entorno provoca su activación. Y aquí estamos centrándonos en hablar de los padres, pero, como ya pudimos ver en el capítulo sobre lo transgeneracional, el asunto va mucho más allá de nuestros padres y de lo que vemos. Procurarnos un entorno saludable a todos los niveles: alimentación, sueño, actividad física y, sobre todo, aprender a comprender y gestionar las dificultades que nos presente la vida es básico si queremos gozar de una buena salud en su máxima extensión. 8.6- ¿Y cómo relacionamos todo esto con el derecho? El orden legal impone límites al deseo individual de aniquilar y, cuando este se desborda, la persona y el grupo quedan protegidos por el orden legal. -Bert Hellinger Muy fácil. Si las personas en conflicto actúan según sus programaciones inconscientes, o sea, percibiendo su entorno como amenazante y reaccionando a él de formas defensivas o agresivas, el conflicto acostumbra a crecer. Entonces creen que necesitan al mejor abogado, entendiendo «mejor» como el más agresivo, el que los lleve a derrotar a su «enemigo», porque en realidad se sienten en lucha. Para las personas que han realizado esta tarea de identificar, neutralizar y reprogramar sus mecanismos inconscientes, el conflicto se puede vivir de formas muy distintas. Vamos, que estas personas son capaces de darle la vuelta a la tortilla. Ha sido necesario aprender y comprender todos estos procesos que acabamos de ver sobre la importancia de la epigenética en nuestra vida, para llegar al punto en el que podamos contemplar el conflicto como algo que nos aporta crecimiento. Y no solo eso, sino que, además, nos volvemos capaces de ver a las personas que intervienen en él como nuestros maestros, y contemplamos todo el proceso como un aprendizaje que agradeceremos haber vivido. Aquí la figura de un abogado que nos acompañe en el proceso de reconciliación será interesante y necesaria, para no vivir el proceso como una guerra, incluso aunque terminemos entrando por la puerta del juzgado, pues lo haremos de manera muy distinta si es desde la seguridad y el respeto al otro en lugar de con el objetivo de querer derrotarlo. Vivir un conflicto con personas que han realizado este trabajo personal no tiene nada que ver con vivirlo con personas que están en manos de sus programaciones inconscientes, porque los abogados, como humanos que son, también son esclavos de sus propios programas familiares. Cuando somos capaces de cambiar el enfoque y la mirada, el conflicto deja de darnos miedo y producirnos estrés y se vuelve algo más parecido a un reto que hay que desentrañar y resolver o a un aprendizaje que conllevará un crecimiento personal. Así evoluciona la humanidad. Capítulo 9 La historia de Sami Storch 9.1- El juez que no quería juzgar La práctica legal se puede mejorar con el conocimiento que proviene de las constelaciones familiares de Bert Hellinger. - Sami Storch Este libro no habría nacido si yo no hubiera tenido la fortuna de conocer a una serie de seres humanos maravillosos de los que aprendo cada día, los cuales llevan años trabajando con el derecho sistémico. Ellos han sido los pioneros y están allanando el camino para los que venimos detrás. Primero, quiero contarte sobre una figura que me impresionó muchísimo: Sami Storch, un juez de Brasil, y voy a explicarte cómo fueron sus inicios con el derecho sistémico. Rudolf Steiner habla de los guardianes del umbral como las últimas pruebas que pueden hacerte desistir de algo cuando ya estás muy cerca de conseguirlo. Aquí vas a ver cómo me encontré con mis guardianes del umbral en algunas ocasiones, pero mi pasión era tan firme que no desistí. Y verás cómo, para llegar hasta ellos, tuve un peregrinaje de aciertos y desaciertos. Ahora lo contemplo con humor, aunque en aquel momento no lo viví como algo gracioso, pero sí que es cierto que confiaba en «hacer lo que toca y esperar lo que surge», con la convicción de que ese era el camino. Voy a detenerme en este instante porque lo merece. 9.2- ¡¡¡Boom!!! ¿Te ha pasado alguna vez que algo o alguien te impacta con tal fuerza que lo sientes físicamente? ¿Y que de repente tienes la sensación de que toda tu vida se acaba de detener por la necesidad vital e imperiosa de concentrarte solo en eso? Pues mira, ese fue uno de esos momentazos que, realmente, significaron un antes y un después en mi existencia. Aquel día hacía calor. Calor, no, ¡calorazo! Salía de una cita con un cliente para hablar de un tema urbanístico en el ayuntamiento de San Antonio y, al llegar a mi coche, aparcado al sol, lo encontré como un horno. Cogí el móvil para poner música en Spotify, como hago siempre antes de arrancar, y entonces vi ese whatsapp de María con el enlace al blog que comenté unas páginas atrás. Le di al link y allí había un enlace a un vídeo de Sami Storch. Lo abrí y ¡me quedé atrapadísima! Ya no sentía la temperatura dentro del coche. Yo seguía en el aparcamiento, pero, en realidad, estaba en otro sitio. Cuando acabó aquel primer vídeo, estaba impresionada, impactada y, a la vez, sentía que ¡EUREKA! Era eso lo que yo llevaba tiempo buscando. Era eso lo que hacía unos meses no hubiera ni imaginado que podía existir. Era eso a lo que yo quería dedicarme, o, mejor dicho, de la manera en la que yo quería ejercer el derecho. Y lo supe desde que vi el primer vídeo de Sami. Después de todos los obstáculos que había vivido, que no habían sido pocos, tenerlo delante de mí me parecía un milagro. Cuando acabó el primer vídeo, seguí con otro y, luego, otro y otro más… ¡Ya no sentía ni el calor de tan concentrada que estaba en beberme a sorbos todo lo que Sami estaba contando! Y así hasta que llegó la hora de recoger a mi hijo de la escuela. Ese día yo no comí, pero ¡ni me hacía falta! Mi alma se había alimentado tanto que no sentía hambre físicamente. A partir de ese momento, mi misión fue la de buscar todos los vídeos posibles en YouTube sobre Sami y, aunque estaban en portugués, podía entender gran parte de lo que explicaba, ¡y me fascinaba! María también me envió algunos enlaces de Cristina Llaguno, abogada pionera en Argentina en aplicar las constelaciones al derecho. El 9 de abril a las 8 de la mañana, le escribí a María Teresa Rodríguez Valls. ¡La había encontrado por LinkedIn! Contacté con ella y le dije que había leído su blog, que no había encontrado a nadie más en España y que quería hablar con ella para compartir experiencias y darle un impulso al derecho sistémico en nuestro país. No respondió… Seguí buscando como loca en las redes hasta que descubrí que había un congreso de derecho sistémico el 22 y 23 de junio en São Paulo. El 10 de mayo llamé a una agencia de viajes para que me buscaran la mejor combinación de vuelos y alojamiento cerca de donde se realizaría el congreso. En ese momento, yo no estaba boyante económicamente, pero confiaba en que ese era mi camino. Y ocurrió lo que sucede muchas veces cuando uno está bien enfocado: si el viaje completo (avión y alojamiento) costaba 1.300 euros, ese mismo día, el 10 de mayo, recibí un ingreso inesperado de 2.600 euros de devolución de la declaración del IVA del año anterior: ¡ese sería mi pasaporte a Brasil! 9.3- Los guardianes del umbral Volví a contactar con Mayte por LinkedIn y le dije que ya tenía los billetes reservados y todo listo para ir y que, si ella estaba allí, nos encontraríamos. Por fin me respondió Mayte, el 11 de mayo, diciéndome que ella estaba en Brasil en ese momento y que el congreso había terminado… ¡Mi gozo en un pozo! ¿Cómo podía ser? Sencillo: en la información que había en internet sobre el congreso de derecho sistémico ponía el día y el mes, pero no el año…O, al menos, mi emoción cegada era tal que no me había permitido verlo. ¡Había sido en 2018!! Llegaba un año tarde… Pero, como buena ibicenca, soy muy cabezota. Entonces, ¡me enteré de que Mayte traía a Sami a Madrid! Allá que me iba yo a conocerle. Una vez más, el evento había sido el 4 de marzo y estábamos en mayo. ¡Otra vez, tarde! No había nada que me desanimara. Pensaba que tal vez era una prueba para ver si ese era realmente mi camino, así que seguí buscando. O, mejor dicho, encontrando, porque los que saben de PNL (programación neurolingüística), dicen que es mejor salir a encontrar, que a buscar. Sin saber cómo, empecé a enterarme de muchísimas cosas sobre derecho sistémico, leyendo blogs, viendo vídeos en YouTube y, en aquel momento, se empezaron a organizar un par de cursos en España. El primero fue en Tarragona, con Fernando Cattelan. El segundo, en Puigcerdá, con Mayte Rodríguez y Sara Rodríguez (no son hermanas), y el tercero, organizado por estas últimas, en Madrid con Sami Storch, quien vino a impartir un intensivo sobre derecho sistémico. ¡Fue fantástico! Después de aquello, en octubre, hubo un congreso en Lisboa, ¡allá que me fui también! Allí no estuvo Sami, pero pude conocer a muchos otros maravillosos como Vanessa Aufiero, Luciana Buschinelli, Joaquim Manuel Silva, Nidia Britto da Costa, entre muchísimos otros: cuatrocientas personas reunidas para compartir experiencias en constelaciones aplicadas a la familia, docencia, medicina, derecho y empresa. No hay palabras que puedan explicar tantas emociones concentradas. Sin duda, estaba en mi lugar. En enero de 2020, también pude asistir a una formación con Cristina Llaguno en Gerona. Luego, empezó la COVID y se acabaron las formaciones presenciales, pero virtualmente ¡he asistido a todas las posibles! Y ahí sigo, con una sed insaciable. Ahora que te he contado mi periplo hasta encontrar a mis referentes, voy a hablarte del juez Sami Storch. En 2015, recibió el premio Conciliar es Legal del Consejo Nacional de Justicia de Brasil, por su trabajo de incluir las leyes sistémicas y las constelaciones familiares como juez. En Brasil ya existen comisiones de derecho sistémico en todos los Colegios de Abogados de todos los Estados: un total de ciento treinta en octubre de 2021. Cuando le entregaron el premio, Sami dijo: Solo di unos pequeños pasos para aplicar constelaciones en el sistema judicial de Brasil. Es un área inmensa que se tiene que ir trabajando para incluir las constelaciones en conflictos judiciales y ayudar a las personas en este campo. Contaré paso a paso su historia. 9.4- La historia de Sami Storch Está oscuro, pero yo canto, porque mañana va a llegar. Ven conmigo, compañero, para cambiar el color del mundo. -Un poeta de la Amazonia Sami acabó sus estudios de Derecho en Brasil, en 1999, con veintitrés años, y trabajó como abogado hasta 2006. Ahí se dio cuenta de lo que sucedía, sobre todo en el área familiar: dos abogados representando a cada una de las partes con la única intención de vencer al otro. Observó que el sistema promovía el conflicto y que, además, los abogados ganaban más dinero si el conflicto se complicaba y tardaba en resolverse, lo cual dejaba a unos perjudicados inocentes por el camino: los hijos. Percibió que el funcionamiento de la justicia en su país tenía carencias importantes: las partes acudían con testimonios para testificar contra el otro, y, muchas veces, los que tenían que hacerlo eran los propios hijos. Había un exceso de casos para una escasez de jueces, que estaban saturados. El 75% de los casos no se podían tratar a lo largo de un año. El índice de jueces por cada cien mil habitantes en Europa era del veintiuno con seis y, en Brasil, del seis con dos: claramente insuficiente. Un caso similar al que se podía resolver en nueve meses en Europa, en Brasil, se alargaba hasta cinco años. Cabe decir que, en España, tampoco llegamos a la media europea. En 2012, en España disponíamos de once con diez jueces cada cien mil habitantes, mientras que la media en Europa era de dieciocho con diez. Eso sí, al parecer, en abogados, doblamos la media europea. Me resulta un dato curioso. Mientras era abogado, Sami conoció las constelaciones familiares y aprendió los órdenes del amor y cómo estas leyes podían facilitar la resolución de un conflicto. Eso le motivó para estudiar más y convertirse en juez. Desde 2006, trabajó como juez en el estado de Bahía, uno de los más pobres del país y con los índices de congestión más altos de Brasil. Inició su trabajo de juez en condiciones muy precarias y con pocos asistentes. Mientras, estaba realizando una formación con Bert Hellinger y su mujer Sophie y, un día, les preguntó cómo podía aliviar tanta carga. No se veía capaz de resolver tantos conflictos y se sentía sobrepasado y saturado. Hellinger le dijo: «No te preocupes. Todos estos procesos que están en tus estantes se van a resolver por sí mismos». Fueron para Sami unas palabras sanadoras que le dieron la esperanza para seguir aprendiendo sobre esta nueva filosofía, de la que destacó la importancia de dos hábitos: el respeto y no juzgar. La paradoja fue que, siendo juez, observó que el no juzgar facilitaba mucho las cosas y que, si un juez quería ayudar a las personas, debía adoptar la actitud de un facilitador. Él cuenta que no sabía por dónde empezar y que convocó una reunión en la que acudirían varias parejas en proceso de separación; les propuso unos sencillos ejercicios, como mirarse a los ojos. A veces, le decían que no podían y entonces les pedía que cerraran los ojos y lo imaginaran. También les pedía que visualizaran a los padres detrás de su expareja y que imaginaran a sus hijos y cómo dentro del niño estaban presentes tanto el papá como la mamá, y que fijaran esa imagen en su mente. Que intentaran percibir cómo se sentían esos niños al ver a sus padres acusándose el uno al otro y qué profesaban cuando papá o mamá reconocía en ellos a la otra parte de la pareja. Después de esos sencillos ejercicios les preguntaba cómo se sentían. Él se veía como un representante del Estado y sentía toda la fuerza de este detrás de él, apoyándole. Esto le ayudó a estar más centrado y con más respeto hacia las personas que tenía delante. Entonces, les recordaba la historia de amor que había tenido lugar antes de que llegaran a ese punto y les hablaba de ese amor profundo y esencial que existía entre ellos; asimismo, les recordaba que eso se hallaba ahí antes de que surgiera el gran dolor por el fracaso de la relación. Intentaba entrar en contacto con ese sentimiento primario. Y lo que sucedía era que la rabia que sentían al entrar en la sala se esfumaba y muchos empezaban a llorar. Entonces, se abría un espacio para encontrar una solución, una reconciliación. Estaba buscando un camino para hacer constelaciones y se dio cuenta de que había muchas resistencias, y una de ellas era el sistema tradicional de justicia. Descubrió que el camino no era rechazar y juzgar ese sistema judicial antiguo y anquilosado, sino honrarlo y respetarlo porque había servido a toda la humanidad, y reconocer que ahora se presentaban nuevas necesidades. El movimiento por detrás de esa exclusión de lo nuevo que se presenta tiene que ver con la buena conciencia. - Sami Storch En algunos momentos, Sami incluso se había planteado dejar de lado su profesión legal y dedicarse a ser facilitador. Pero llegó a la conclusión de que, si lo hubiera hecho, no estaría honrando su propia historia. Así que decidió integrar las constelaciones familiares en su profesión. Y lo hizo con mucho respeto hacia los sistemas existentes. No podía hacerlo ni desde la religión ni tomando el rol de un terapeuta, porque el sistema de justicia no permite esos lenguajes. Y encontró que la forma de acercarse a cada conflicto era con respeto (al sistema y a la historia de cada cual) y con un lenguaje sencillo, además de reconocer que los participantes tenían derecho a estar en conflicto. Así que debía mantener una actitud sin intención. Cuando se sintió seguro para hablar de constelaciones familiares, redactó un pequeño proyecto para el director de los Tribunales, con el de proponerle dar una pequeña conferencia y algunos ejercicios sencillos, con el título: «Separación de parejas, los hijos y el vínculo que nunca se deshace». En el proyecto presentado, no dijo que haría constelaciones. Informó que sería una charla vivencial, seguida de la práctica de algunos ejercicios como el uso de técnicas de constelaciones, que constituyen un abordaje sistémico fenomenológico. Y ahí empezó a hablar de los vínculos del amor, de la conexión que se da dentro de una familia y, sobre todo, de los excluidos de las familias. Se trataba de que pudieran ver su propio sistema familiar, así como el de su pareja, antes de realizar el trabajo de constelaciones. A la primera de estas reuniones de trabajo acudieron sesenta parejas que se estaban separando. Al final de la sesión, les propuso reuniones de conciliación con sus respectivos abogados. Esta experiencia se repitió más veces, con más audiencia, obteniendo en todos los casos un 100 % de acuerdo en las conciliaciones cuando asistían los dos miembros de la pareja. El conflicto siempre se establece debido a una visión limitada. Esa misma cosa de amor ciego que, por no mirar de forma amplia, te convierte en rehén del círculo vicioso, insiste en el conflicto y se repite el mismo patrón comportamental. -Sami Storch En los casos en los que solo acudió una de las partes, los acuerdos fueron del 93 %. Y, en los casos en los que no había participado ninguna de las partes en los encuentros, se logró un porcentaje de acuerdos del 80 %, una cuota sorprendentemente alta, que vendría a corroborar la teoría de la mente extendida, o sea, que el campo es más grande que el que se ve en el encuentro. La comunidad en la que él trabajaba era muy pequeña y el boca a boca también ayudaba. Se pasaron cuestionarios que arrojaron los siguientes datos: un 37 % percibió cambios en la otra persona después del workshop. Un 45 % reportó que hubo una mejora en la relación. Un 67 % comunicó una mejor relación con los hijos. Y, en los siguientes workshops, los efectos fueron aún mayores. Se percibió un cambio en toda la comunidad, porque, en el siguiente año, un 70 % informó de un progreso en las relaciones, un 95 % optimizó la relación con los hijos y un 77 % reveló un enaltecimiento en la visión del otro. Un 59 % dijo que prosperaron, en general, en todo el proceso. De pronto, los que trabajaban en los tribunales, incluyendo los abogados, se interesaron por este trabajo y cambiaron su postura con respecto a las constelaciones familiares: conocieron las dinámicas y se convirtieron en verdaderos mediadores. Además, ya llegaban a la audiencia con una propuesta conciliadora. Eso facilitaba mucho el trabajo. También se dio el caso de parejas que, después de la conciliación, se volvieron a juntar. Ese no había sido el enfoque, ya que el objetivo era solo una comunicación fluida entre las partes para evitar llegar a juicio y para conseguir que, por sí solos, resolvieran la parte económica y la custodia de los hijos. Esto significaba que la reconciliación se daba de una forma natural. Aparte de estas cuotas de acuerdo, se daba una calidad en dicho propósito y eso evitaba que las personas regresaran para iniciar otro proceso en contra de la otra parte. Una solución consensual no es construida solamente por palabras. La buena comprensión debe incluir los sentimientos ocultos. - Sami Storch Después de estas experiencias en esa primera comunidad, Sami se mudó a otra y ahí trabajó en el área de delincuencia juvenil. En esa área, también tuvieron lugar experiencias muy parecidas a las que vivió en la corte familiar. Ofreció talleres e invitaba a las partes cuando había temas parecidos dentro de la población juvenil. Por ejemplo, violencia doméstica, drogas, alcoholismo, actos de infracción de adolescentes… La dinámica era un poco diferente, porque, en actos criminales, la gente no se quiere exponer. Él escogía los temas a tratar, elegía los procesos e invitaba a personas que no tenían que ver con el proceso en particular, por ejemplo, a psicólogos, trabajadores sociales y, también, a las autoridades del municipio, como el alcalde, el sacerdote o la policía. En esta comunidad, este trabajo se hizo muy conocido y reconocido. En estos casos criminales, no es tan sencillo llegar a un final, porque, a veces, las leyes obligan a continuar con el proceso. Pero también pasaron cuestionarios para conocer los resultados: se incrementó la calidad de las relaciones en un 49 % y la relación con los niños mejoró en un 75 %. El 64 % reportó que les resultaba más fácil hablar acerca de la custodia de los niños. El 59 % comentó que resultó satisfactorio, en general, todo el proceso. Sami también trabajó en instituciones de cuidados de niños, en aldeas y en orfanatos, en un proceso donde el juez tiene que ver y decidir cada caso de forma individualizada en el que la intención era devolver a los jóvenes a sus familias de origen, derivarlos a otras familias o liberarlos para adopciones. El resultado aquí también fue muy interesante. Sami cuenta un caso muy revelador. Él trabaja con muñecos de Playmobil y los niños y los jóvenes participaban activamente en las constelaciones con los muñequitos. Eso conllevó encontrar ciertas soluciones que quizás nunca se le habrían ocurrido a él. Un buen ejemplo de ello es el caso de un adolescente de dieciséis años, rechazado por su propia madre y considerado un caso perdido; ya no asistía a la escuela y estaba involucrado con traficantes de drogas y otros crímenes. Su situación era realmente difícil, pues a los dieciocho años (dos años después) se encontraría en la calle, sin familiar alguno de referencia, habiendo recibido incluso el rechazo de su propia madre cuando fue llamada para preguntarle si se quería hacer cargo del joven. Entonces, llegó Sami con sus muñecos y empezó a constelar al zagal, que tenía cara de pocos amigos. En la constelación, él colocó a sus padres, a la institución y sus cuidadoras. Sami le hizo algunas preguntas y fue curioso porque, cuando se le preguntó hacia dónde miraban sus padres, el chico colocó algunos muñecos en el suelo, donde sus padres dirigían la mirada. Eso significaba que estaban mirando a algunos muertos. Entonces, se le preguntó sobre personas que habían fallecido en la familia. El chico colocó a los que representaban a los fenecidos y papá y mamá solo los miraban a ellos. El joven estaba colocado a un costado, junto a la institución que lo había acogido. Y él mismo se dio cuenta de que los padres no estaban capacitados para ocuparse de él. Sami le pidió que mirara a sus padres y dijera: «Veo que no conseguís mirar hacia otro lugar que no sea el de esas personas que murieron. Yo estoy siendo bien cuidado. Mirad, ellas (las cuidadoras) están cuidando de mí». Y entonces le pidió que hiciera el movimiento que sintiera necesario. El chico tomó otro muñeco que colocó un poco más allá de la institución: era como un padrino que venía a visitarlo de vez en cuando. El personal de la institución no se acordaba de él porque, por un altercado, había dejado de visitarlo hacía un tiempo, pero el chico sabía que esa persona se sentía bien con él. Al día siguiente, hablaron con ese hombre, que dijo que estaba pensando en el chico y que tenía la sensación de que debía quedarse con él. Llevaba toda la semana soñando con el adolescente y tenía decidido volver a hablar con el chico. Entonces, lo acogió y, al cabo de unos meses, llegó la noticia de que al chico le iba bien, que seguía con el padrino y que se había reintegrado en la escuela. También hubo excelentes resultados en el área criminal y de tráfico de drogas. El juez Sami Storch recibió un premio del Tribunal de Justicia del Estado de Bahía en el año 2013. Y ahí le invitaron para que diera una formación para mediadores. Después, han llegado pedidos de otros estados de Brasil para asesoría y para ofrecer entrenamientos a personas del sistema legal judicial. Era una formación sobre técnicas para mediar en conflictos, muy interesante para los abogados, porque muchos ya no se pueden identificar con el sistema judicial antiguo. En Brasil esta forma de conciliación es totalmente nueva y ahora se está tratando de llegar a un acuerdo para legislar y regular todo esto. Para los jueces, abogados y todos los que tienen que ver con el sistema judicial, las constelaciones familiares posibilitan mirar el campo entero y observar también las consecuencias de las decisiones que se toman para encontrar la mejor solución en todos los casos. En el área criminal se está empezando a hablar de la justicia reconstructiva o restaurativa. Se trata de concentrarse no solo en la pena y el castigo del que cometió el crimen, sino de que se enfoque a la víctima y a todo el entorno. Y las constelaciones familiares son un método maravilloso para poder enfrentar al verdugo con la víctima desde otro enfoque. Aunque no estén dispuestos a mirarse personalmente unos a otros, es una forma para mirar las necesidades de la víctima y también mirar a la familia del verdugo. Y quizás con esto se pueda lograr que no se vuelvan a repetir los enredos. En relación con la visión sistémica, el conflicto no surge en el momento en que las personas se encuentran. De alguna forma, las personas están manifestando algún pasado que tal vez hasta desconozcan. Inconscientemente, se dirigen al encuentro del conflicto y adoptan una actitud necesaria para su surgimiento, por ejemplo, portándose como agresores o víctimas. -Sami Storch Esto tiene un carácter educativo para todos los funcionarios judiciales, los abogados y todas las personas que trabajan en los tribunales o relacionadas con ellos, directa o indirectamente (psicólogos, peritos, etc.). El objetivo es que puedan ver las consecuencias que tienen sus actitudes durante los conflictos y sus procedimientos posteriores, y cuál es la postura más adecuada. Y, también, para que los clientes no lleguen a ser dependientes de los abogados, que quisieran sacar, tal vez, provecho de un conflicto. El abogado que actúa así no está ayudando a su cliente. También abarca las herencias, cuyos procesos pueden alargarse mucho tiempo hasta llegar a una solución. Se trata de mirar al alma de lo que se hereda y el efecto que tiene para un excluido del sistema familiar. Un proceso que llevaba diez años atascado, al mostrar en la constelación a un hijo excluido o a la primera mujer o al primer marido, se desatascó el proceso logrando una solución rápida. Otras personas también iniciaron este trabajo de constelaciones en el sistema judicial. Un abogado que trabajaba con el medio ambiente aplicó constelaciones familiares en casos de problemas medioambientales para llegar a un acuerdo, y también colaboró con abogados del sistema laboral. Y una juez logró un espacio para hacer constelaciones dentro del juzgado. No cabe analizar lo que acontece en una constelación. El análisis racional puede perjudicar sus efectos, porque la constelación no sucede en la mente. Es un movimiento que ocurre en otro plano, actuando profundamente en el alma, en el corazón. -Sami Storch Capitulo 10 Para profesionales del derecho “La ayuda es un arte. Como todo arte, requiere una destreza que se puede aprender y ejercitar. También requiere empatía con la persona que viene en busca de ayuda. Es decir, requiere comprender aquello que le corresponde y, al mismo tiempo, la trasciende y orienta hacia un contexto más global. - Bert Hellinger- Bert Hellinger 10.1- El arte de la ayuda Darse cuenta de cuándo es posible e indicada la ayuda y cuándo debe uno retirarse de este trabajo es un arte. Ayudar por compasión es algo que muchos saben hacer; en el fondo, todos lo saben. Pero ayudar desde la sintonía con el otro, con su destino, con su alma, de forma que el otro pueda y deba crecer en ello, eso es un arte. - Los órdenes de la ayuda, de Bert Hellinger Ayudar es un arte que puede aprenderse, practicarse y conseguir una maestría. Todos, en un momento u otro de nuestra vida, dependemos de la ayuda de otros y también nosotros ayudamos. La ayuda acaba sirviendo a todos, a los ayudantes y a los ayudados. El arte de la ayuda está lejos de las ayudas que hemos conocido a través de la compasión, en las que una persona decide borrarse por completo y pasar al otro en primer plano para entregarle incluso más de lo que tiene. Este tipo de ayudas acostumbran a acabar mal, aunque son las más habituales. Cuando un cliente busca un abogado, está buscando a alguien que le ayude a comprender y a resolver sus temas legales, no está buscando un constelador. El abogado, por mucho que se haya formado en constelaciones familiares, es abogado y no debe actuar como constelador, salvo en casos excepcionales. Cuando este se sale de su lugar, pierde fuerza. Pero si el letrado ha trabajado este tema, lo que sí podrá aportar y será de gran ayuda es una mirada sistémica. Y, a partir de esta, podrá formular las preguntas adecuadas a su cliente para que este encuentre su orientación. Y, en algunos casos, si el cliente acepta, entonces podrá realizar una constelación, pero desde una posición de abogado, no de terapeuta. Hay que tener muy claro qué significa «reconciliar» y lo que no significa es: ceder los derechos que una persona tiene. Reconciliar significa aportar armonía al sistema «incluyendo a todas las partes en el corazón». Esto no tiene que ver con el amor romántico. En realidad, el amor está relacionado con la conexión a algo mayor. La solución debe aportar paz a todos, y eso no sucede siempre. Ganar un juicio no es sinónimo de que las dos partes en conflicto hayan quedado en paz. Ni siquiera una de ellas. Hay un movimiento interno que aprendí de Sami y que me encanta hacer cuando atiendo a algún cliente: pongo a mis padres detrás de mí y a los suyos, detrás del cliente; además, incluyo al abogado contrario, jueces, fiscales, etc. Eso evita la tentación de ponerme como padre del cliente, porque ahí están los suyos. También evita que el cliente me vea como padre o madre a mí. Normalmente, cuando llega el cliente, cuenta un relato en el que excluye a la otra parte. Y yo, como abogada, si quiero que todo fluya de manera sistémica, tengo que incluirla, porque la clave siempre está en el excluido. Al final, es un movimiento dirigido a ganar-ganar. 10.2- ¿Qué es la buena ayuda? Los abogados, cada vez más flexibles, están visiblemente encantados con el derecho sistémico, por el efecto de las constelaciones en ellos mismos y en sus propias cuestiones. Porque la real vocación del abogado viene de una implicación en su propia alma; es alguien que siente la necesidad de hacer justicia, que busca una reparación, un orden, que está procurando mirar a alguien que fue excluido. - Sami Storch La buena ayuda es la que fortalece ambas partes: ayudante y ayudado. Esta ayuda es eficaz. La ayuda ineficaz puede debilitar no solo esta relación de ayuda, sino a las personas que intervienen en ella. El arte de la ayuda requiere de una buena dosis de autoconocimiento. Los profesionales de la ayuda: abogados, jueces, fiscales, mediadores, etc., deben pasar por la labor de autoconocerse para poder trabajar de forma eficaz con sus clientes o usuarios. Hay profesionales del derecho que se niegan a atravesar procesos de autoconocimiento, pensando que está muy fuera de la realidad, que no tiene que ver con lo que aprendieron en la facultad ni con su cometido como profesionales de justicia. Piensan que su profesión requiere conocer solo el derecho y cómo se aplican las leyes, y se niegan a mirarse a sí mismos. Prefieren quedarse fuera de la ecuación. Normalmente, es por miedo o por desconocimiento de la importancia que tiene. Este proceso sobre el que ya predicó Sócrates en su momento y que está esculpido en el templo de Delfos, «Conócete a ti mismo», es necesario para poder traspasar mucha información del inconsciente al consciente. Y, solo siendo conscientes, podremos brindar una buena ayuda. Para poder ayudar, en primer lugar, hay que tomar a nuestros padres porque, de este flujo que trae la vida a través de nuestros padres, nosotros podemos pasar la vida hacia adelante, a través de nuestros hijos, de nuestro trabajo o de nuestras obras. Si no tomamos lo suficiente de nuestros padres, ¿cómo vamos a poder dar algo a través de nuestro trabajo y nuestra ayuda? La ayuda no se puede dar de cualquier manera. A los abogados se les enseña a litigar y a que el otro es un enemigo al que vencer. Pero, si ponemos una mirada sistémica, esta visión va a quedar superada. Es posible aprender a ofrecer ayuda y, con la práctica, se mejora mucho para conseguir que sea de calidad. En las ayudas, es fácil caer en los roles del triángulo de Karpman. Y, si caemos en él, lo único que vamos a hacer es agravar los conflictos. Si el abogado se pone como salvador, deja al cliente como víctima, considerando que no es capaz de hacer nada y que lo tiene que salvar. Con ello, lo empequeñece a él y a su sistema familiar. El rol del salvador es arrogante y, a la vez, disminuye la fuerza del otro. Hay una mentira que nos hemos acabado creyendo, que es: cuanto más ayudo, más bueno soy. Esta posición no va a tardar en derivar hacia el perpetrador. El cliente se va a volver contra el abogado y va a acusarle de no hacer bien su trabajo y puede que incluso deje de pagarle. Con este giro, habrá entrado en el papel de perseguidor y obligará al abogado a defenderse. Al abogado no le va a gustar estar como víctima de su cliente y puede que, para defenderse, también acabe adoptando el papel de perseguidor. Ya tenemos el conflicto servido y agravado. Y ya hemos visto antes que, cuando uno se sube al carrusel del triángulo maldito, lo único que puede hacer es bajarse o de lo contrario se las verá saltando de rol en rol, sufriendo y regalando sufrimiento en todo el proceso. Sea como sea, la ayuda solo se puede ofrecer desde una postura de adulto a adulto, que es la proporcionada con el máximo respeto. 10.3- Los cinco órdenes de la ayuda Solo hay justicia cuando la solución trae paz y equilibrio para todo el sistema. -Sami Storch 10.3.1- Equilibrio e intercambio entre el dar y el tomar El dar y el tomar tienen límites. Percibir esos límites y respetarlos forman parte del arte de la ayuda. - Bert Hellinger Solo puedes dar lo que tienes y recibir lo que necesitas. Cuando alguien quiere dar más de lo que tiene o su ayudado le exige más de lo que puede recibir, se produce un desorden. Y este primer orden del equilibrio entre el dar y el tomar intenta establecer un marco y unos límites claros al tema de las ayudas. El que ayuda no debe hacer por el otro aquello que el otro podría hacer por sí mismo, porque, si se extralimita en su ayuda, está empequeñeciendo al ayudado en lugar de ayudarle. Un ejemplo sería cuando un cliente pretende que el abogado, además de entender de leyes, sea psicólogo. O si es el propio abogado el que, para aportar un plus y «ser bueno», pretende hacer de psicólogo, va a fracasar, porque no está en su lugar. Y lo que se empieza haciendo con intención de ayudar va a terminar mal, porque el cliente puede empezar a hablar mal del abogado e incluso resistirse a pagarle. Y cuántas veces habré escuchado en boca de compañeros aquello abogado…». de:«Hago más de psicólogo que de La necesidad del ayudador de aportar más le convierte en salvador o en padre. Y eso sería tanto como no reconocer que el cliente ya tiene sus padres y no necesita otros. Esa necesidad de solucionar el dolor del cliente refleja una transferencia de algún dolor propio. Pero, además, con eso, el abogado no respeta lo que el cliente necesita, lo que hace es satisfacer su propia necesidad de ayudar, no la del cliente. Hay veces que, viendo la situación precaria del cliente, el abogado decide no aceptar el pago. Lejos de ser una ayuda, eso produce, en muchas ocasiones, que el caso se postergue y no se solucione. El desorden aquí ha consistido en que el abogado se ha colocado en el lugar de los padres del cliente, que son los que, cuando somos pequeños, deben proveer el dinero para nuestra manutención y otras necesidades. Por otro lado, podríamos encontrarnos con las exigencias del ayudado, que se acomoda en su papel de víctima y pretende no responsabilizarse de la situación, aprovechando que ha encontrado a alguien dispuesto a hacer más de la cuenta. En lo que se refiere a nuestro sistema familiar, se trata, primero, de percibir a los padres y aceptarlos exactamente tal y como son. Cuando logramos esta actitud, podemos estar en nuestro lugar y aceptarlo que nos tocó. De ahí la importancia del autoconocimiento, que nos va a permitir saber qué temas dominamos y cuáles no. No podemos ayudar en temas que no tenemos trabajados. Por ejemplo, si mis padres se separaron y mi padre no le pagaba la pensión a mi madre y juzgo a mi padre por ello, difícilmente podré atender con éxito casos de divorcio en el que el padre se niega a pagar la pensión, sin posicionarme de parte de la madre, al implicarme con el cliente por mi propia herida no sanada. Cuando somos nosotros los ayudados, no debemos esperar del otro más de lo que nos pueda dar, bien sea porque no lo tiene, porque no sabe cómo darlo o porque no nos lo puede dar. Esta forma de buena ayuda es humilde y no exige nada. También, con ella, se renuncia al dolor que se acaba generando con las ayudas convencionales. Puede que sea poco comprendida y que, por ello, algunas personas no estén de acuerdo e incluso nos puedan atacar. Pero, de esta forma, ayudamos al otro desde lo que necesita de verdad, no desde lo que el abogado imagina que le puede venir bien. 10.3.2- Respetar el destino del otro A muchos ayudadores puede parecerles duro el destino de otro y desearían modificarlo. Pero muchas veces no porque el otro lo necesite o desee, sino porque a ellos mismos les resulta difícil soportar ese destino. -Bert Hellinger Este segundo orden de la ayuda está ligado al asentimiento del destino del cliente. Solo podemos ayudar cuando las circunstancias del cliente lo permitan. Únicamente podemos cambiar lo que el cliente quiera y necesite cambiar. Querer ayudar a toda costa, a pesar de que las circunstancias no sean favorables, solo debilita a las dos partes. Hay veces que el ayudante no soporta el destino difícil de su cliente, se identifica con sus circunstancias y decide involucrarse más de la cuenta. Una buena voluntad no es sinónimo de una buena ayuda. Tengo un amigo que una vez se encontró, a su vez, a un viejo amigo que había sido su compañero de pupitre en el colegio pidiendo limosna en la calle. Se lo llevó a su casa, le proporcionó vestimenta, alimentos y un techo. A los dos días, cuando mi amigo volvió de trabajar, se encontró la casa desvalijada y su amigo ya no estaba. La ayuda está al servicio del progreso y de algo más grande. Es algo que está más allá de la buena voluntad del ayudador. Podemos poner como ejemplo el del abogado que se indigna porque su cliente no hace «lo que tiene que hacer». Con ello muestra que no está de acuerdo con el destino de esa persona. El lugar del abogado dentro del sistema del cliente debe ser siempre el último: miramos el daño, lo reconocemos y así podemos ayudar a ese cliente. Todo esto es una filosofía de vida que no supone tanto comprenderla de forma racional, sino empírica. Aceptar el destino del cliente da fuerza y abre al éxito. Una vez tuve una clienta con muchísimas deudas con entidades de crédito de esas que otorgan préstamos instantáneos a un interés altísimo. Se había metido en una rueda de deudas de la que no podía salir; con una pensión muy generosa, apenas le quedaba dinero para comer de la cantidad de cuotas que tenía que pagar. Poco a poco, le empezaron a llegar demandas reclamando deudas y, para pagarlas, pedía otro crédito, por lo que la bola se hacía cada vez más grande. ¿Qué necesitaba compensar el sistema de aquella mujer? A veces, la mejor manera de ayudar es no haciendo nada más que respetar el destino del otro. 10.3.3- Mantener una relación de ayuda adulta Muchos ayudadores permanecen atrapados en la transferencia y contratransferencia del hijo a los padres, dificultando a los clientes la despedida de sus padres y también de ellos mismos. - Bert Hellinger Ambas partes, ayudante y cliente, deben permanecer en estado adulto. De esta forma, la relación será independiente y eficaz. El estado padre/niño nos sitúa en el lugar de los sueños, las ilusiones y las fantasías, mientras que el estado adulto nos coloca en el presente. Ahí estaremos atentos y observando la realidad sin juzgarla, pero sí con mucha atención para darnos cuenta de cuál es el lugar del cliente y su rol. Ejemplo: un cliente delega decisiones en el abogado y este está acostumbrado a ese lugar de salvador/padre y le da instrucciones como un padre a un niño. Además, le dice: «No te preocupes, tengo mucha experiencia en este tipo de asuntos y yo voy a hacerlo todo para ganar el caso. Tú tranquilo, yo me encargo». Pero el que sabe cómo es su vida es el cliente. Este sería un caso de abogado/salvador/padre. El desorden en la ayuda consiste aquí en permitir que un adulto demande al ayudador tal como un niño lo hace con sus padres, y permitirle al ayudador tratar al cliente como si fuera un niño, asumiendo en su lugar asuntos cuyas responsabilidades y consecuencias únicamente puede y debe asumir él. -Bert Hellinger Si un abogado le dice al cliente qué tiene que hacer, se pone en el lugar de su padre y es como si le estuviera diciendo que necesita a alguien que le haga de padre porque no tiene unos buenos padres, retirándole así su propia fuerza. Este es el clásico caso que también oigo mil veces a compañeros: «Es que le digo lo que tiene que hacer y ¡ni caso me hace!». Cuando trabajamos así, la profesión es muy desgastante, además de que ayudamos poco al cliente. La postura adulta fortalece al cliente porque le mira como a alguien capaz de tomar decisiones, evitando transferencias y relaciones ineficaces y no fructíferas. El abogado puede sugerir ideas, hacer proposiciones y estar al servicio con sus conocimientos profesionales en una materia concreta. Puede mostrar diferentes caminos, entre ellos, sugerir participar en una constelación familiar, pero la decisión está, en definitiva, en manos del cliente. Y el abogado debe respetarla. Si cuando llega un cliente con un destino difícil, el abogado lo mira con pena, solo su mirada ya le quita fuerza. Si le mira como: «Pobrecito, este cliente quedará muy perjudicado», ahí el abogado se está colocando como superior. Deberíamos resignificar el concepto de compasión. Mientras lo tengamos asociado a la pena y a la lástima, desde ahí no podremos ayudar bien. Como explicaba anteriormente, compasión, en realidad, deriva de com-pathos que significa: com (acompañar) en el pathos (sufrimiento). Es una suerte de empatía, pero nunca de lástima. También el abogado se encuentra a veces con clientes que no saben lo que quieren, pero no por eso debe actuar de forma paternalista. Una mirada sistémica le va a permitir formular algunas preguntas a su cliente para ayudarle a ubicarse. Debemos confiar en que los clientes tienen su propia fuerza para enfrentarse a sus conflictos y que quien tiene el problema tiene la solución, aunque a veces cueste un poco verla. 10.3.4- La empatía ha de ser sistémica Aquí, el desorden en la ayuda sería no mirar ni reconocer a otras personas decisivas que, por así decirlo, tienen en sus manos la clave para la solución. Entre ellos cuentan, sobre todo, aquellos que fueron excluidos de la familia porque, por ejemplo, son considerados una vergüenza para ella. -Bert Hellinger El cliente no es un ente aislado, pertenece a un sistema, tiene familiares, creencias, etc. Un abogado con visión sistémica no debe establecer una relación personal con su cliente. Debe ampliar la mirada para incluir a todas las personas influyentes en la vida del cliente, en especial, a los miembros excluidos de su familia, porque es muy probable que ahí esté el origen del conflicto y buena parte de la solución. Se dice que el abogado es el primer juez de la causa. Si el abogado toma partido por aquello que le parece que es «el bien» y «el mal» ante la situación del cliente, ya no lo podrá ayudar. Solo si somos capaces de asentir a lo que es y de integrar las experiencias vividas, podremos avanzar. Antes, yo siempre decía: «No me gusta el derecho penal». ¡No podría defender a un asesino y no entiendo cómo hay abogados que lo hacen por dinero! Pero ¿por qué yo decía esto? Porque estaba juzgando. Actualmente, si bien es cierto que el derecho penal no es mi especialidad, llevo algunos casos puntuales que me llegan de gente que sabe que trabajo con constelaciones, y es muy bonito poder acompañar desde ese lugar, ampliando la mirada, sin juzgar, y ayudando a las personas a asumir la responsabilidad, pero sin quitarles su dignidad personal. Se juzgan los hechos, no a las personas. «Yo te perdono». Aquel que nos perdona de esa manera nos trata con soberbia y nos hace pequeños. […] Solo aquellos que se han hecho personalmente culpables y que se hacen cargo de esa culpa y de sus consecuencias tienen la fuerza especial para hacer también un gran bien. Cuando alguien perdona a un culpable, le quita esa fuerza especial y también su dignidad especial. -Bert Hellinger El abogado debe mirar al cliente como a un adulto, que significa verle como alguien capaz de asumir las responsabilidades de su propia vida, pero, sobre todo, sin juzgarlo y sin la expectativa de querer salvarlo. Cuando el abogado se coloca también como adulto, conduce al cliente y puede ayudar a que el cliente decida, pero no colocándose en un lugar de preeminencia, como sería el caso del abogado/salvador, sino desde el último lugar del sistema del cliente, con humildad. Y hay que mirar enteramente el sistema del cliente, porque esa persona quizás esté haciéndose cargo de un problema de algún familiar suyo, compensando alguna injusticia. En lugar de dejarnos influir por sus quejas y por sus exclusiones, es mejor poner en marcha la empatía sistémica y procurar encontrar la solución adecuada para ese cliente, que muchas veces tendrá que ver con aquella persona que fue excluida de su sistema. Tenemos una tendencia a apartar «lo malo» y, en cambio, la empatía vuelve su mirada hacia ello. Ahí, en esta zona «oscura», es donde está quién realmente necesita de la empatía sistémica, por estar excluido o por estar llevando algo de otros familiares. Cuando excluimos, no podemos practicar la empatía sistémica. Hay que incluir a todos, incluso a los que el cliente excluye. Esa es la vía hacia la solución. Por eso es imprescindible que logremos desvincularnos de los conceptos de bueno y malo, ya que solo así podremos llegar a dejar entrar la paz y la armonía en el sistema. El abogado que se alía con su cliente y se posiciona en contra de «los malos de su familia» o de «lo malo» que ha vivido, en lugar de ayudarle, lo aleja de la solución y agrava la situación. Puede ser tentador hacer eso, sobre todo en casos en los que parece verse muy claro el mal, como en violaciones, abusos o asesinatos. Pero ni aun en esos casos, ayuda posicionarse al lado de su cliente. Si en situaciones tan difíciles como estas el profesional es capaz de aportar una mirada sistémica, se acercará a la comprensión y a la reconciliación. Pero solo podremos ver, respetar y asentir al sistema del otro y a su destino cuando respetemos en primer lugar el nuestro propio. Es habitual entre abogados quejarse del juez que «no ve», y esta es una mirada sin empatía sistémica hacia el sistema del juez, que también tiene padre y madre. Sami cuenta que él incluye a todos, y que el ambiente en la audiencia se apacigua, pudiendo llegar a una buena solución. Muchas veces los abogados «ganan» un juicio con una sentencia favorable, pero la sentencia no pone fin al conflicto. Un ejemplo de esto pueden ser algunos casos de herencias en las que se deja fuera a hijos del primer matrimonio o a hijos de fuera del matrimonio. La empatía sistémica está ligada a la ley de la pertenencia y a la de la jerarquía y, sin ella, podemos perder la oportunidad de encontrar una buena solución para todos. Los conflictos de sucesiones, a menudo, vienen de muchas generaciones atrás. Como profesional, cuando incluyo a los excluidos, me estoy encaminando a la solución, porque la familia que actualmente está luchando por el patrimonio, tal vez se benefició de la usurpación anterior de esas tierras. Los perjudicados, que además son excluidos, gracias a los cuales se obtuvo un beneficio, también forman parte del sistema. Por ejemplo, en el caso de hijos de un matrimonio anterior o de hijos de fuera del matrimonio, han sufrido por la falta de un progenitor y encima se quedan sin herencia. Los otros van a recibir más de lo que les toca, ya que van a recibir también la parte de este hermano, que ya quedó en su momento perjudicado por la ausencia de su padre o su madre. Con esta filosofía y estos órdenes, el objetivo va mucho más allá de conseguir una sentencia favorable: es la reconciliación de algo mucho mayor cuando adoptamos esa postura en nuestro trabajo diario. 10.3.5-La ayuda al servicio del amor y la reconciliación Quien realmente quiere ayudar no juzga. - Bert Hellinger Se trata de amar a cada ser humano como es, sin juicios, aunque sea diferente a mí, a lo que pienso yo, y tenga otros códigos morales. Esta es la forma de abrir el corazón hacia el otro, con lo cual nos convertimos en parte suya. Para ello deberemos, además, incluir en nuestro corazón a todos los que forman parte de su sistema, y del nuestro también, por supuesto. Y ahí se produce el orden. Cuando nosotros vivimos los órdenes del amor, como ayudantes, abrimos el camino a nuestro cliente para que, por resonancia, pueda hacer lo mismo. El desorden aquí se daría si el ayudante se dedicase a concordar con el juicio o la exclusión que el cliente trae o cuando usase el juicio moral: este es el bueno, el otro el malo, esto es correcto/incorrecto. En esta posición no estamos al servicio del amor, ni de la superación del conflicto. En la universidad, siempre dicen: «El abogado es el primer juez de la causa». Por lo tanto, nuestra tendencia es juzgar. Para la buena ayuda debemos estar al servicio sin juicio ni intención, con amor y asentimiento. Epojé, ¿recuerdas? Para ello nos iría bien integrar que alguien que infringe la ley no es mala persona: debe ser sancionado, no excluido. Imaginemos un ejemplo de unos padres que quieren adoptar a un niño y que llegan al abogado quejándose de que los padres biológicos lo abandonaron. Si el abogado, conmovido por su relato, se pone al lado de ellos y colabora con su queja, no estará al servicio de la reconciliación y del amor, sino que estará quitando fuerza al sistema y, si no se reconoce el origen de ese niño, con su dignidad, la adopción puede traer muchos problemas. Capítulo 11 Derecho comparado “Lo esencial es invisible a los autos.. - Adaptación de El Principito, de Sami Storch A lo largo del libro, ya he ido explicando la historia de Brasil, donde ya he puesto de manifiesto que a día de hoy existen ciento treinta comisiones de derecho sistémico repartidas por todos los Estados del país, por lo que no haré un apartado específico en este título, pues se ha ido exponiendo a lo largo del libro. Sin embargo, me parece importante señalar algún acontecimiento histórico reciente que ha tenido lugar en Colombia, así como los testimonios de algunos profesionales. 11.1- Dos sentencias para casos similares con procedimientos y resultados distintos 11.1.1- Sentencia sobre la custodia de un menor en España Ha llegado una sentencia novedosa con respecto aun menor sobre el que se discutía si, una vez fallecida la madre, la custodia debía ser para el padre o para los abuelos, quienes siempre se habían hecho cargo del niño. Antes que nada, quisiera mostrar mi máximo respeto tanto a los profesionales que han seguido el caso como a las familias implicadas, que todos actúan con amor aplicando lo que consideran mejor. Este artículo solo pretende mostrar dos enfoques diferentes a situaciones similares. El resumen del caso en España es el siguiente: fallece la madre y el hijo del demandado permanece viviendo con los abuelos maternos, que son quienes se ocupan de él económica y personalmente. En procedimiento ordinario, los abuelos reclaman la suspensión o privación de la patria potestad del padre. Este procedimiento es de medidas cautelares para la protección del hijo, porque los abuelos, guardadores de hecho del menor, se ven perturbados en esa tarea por un padre que, a raíz de que ellos le demandan, tiene una epifanía y empieza a querer ocuparse del menor. El juez resuelve que el menor vuelva con sus abuelos, quienes le han proporcionado un entorno estable y saludable. En este caso, finalmente, se concede la custodia provisional a los abuelos, por considerar que son quienes han proporcionado un entorno estable al menor y se han hecho cargo. Esta sentencia llega a mí justo el día después de haberle pedido permiso a mi querido Sami Storch, para publicar una sentencia dictada por él. 11.1.2- Sentencia sobre la custodia de un menor, dictada por Sami Storch en Brasil En esta sentencia, Sami decide un asunto sobre un niño, muy similar al anterior, cuyo padre murió cuando el niño tenía siete meses y, luego, su madre, Antonia, lo dejó con su madrina (prima de la madre), Fernanda, y se fue en busca de trabajo a otro estado. Su madrina lo crio (también asistida por la abuela de Francisco, el niño) mientras su madre estaba fuera. Ahora, Francisco tiene nueve años y su madre decidió recogerlo y llevárselo. Fernanda presentó la demanda, diciendo que estaba preocupada por la seguridad y el bienestar de Francisco y pidiendo una orden judicial para que él pudiera permanecer bajo su guardia y con la familia a la que ya está acostumbrado. Os comparto la sentencia traducida al español para que veáis qué manera tan diferente de tratar dos asuntos tan parecidos (los nombres aquí presentados son ficticios, por respeto a la imagen de la familia y al secreto de la justicia): […] Ante las nuevas manifestaciones y pruebas adjuntas al expediente, procedo a reconsiderar la solicitud de reparación urgente. Con base en la abundante prueba documental presentada por la demandante Fernanda y su propio informe, se advierte que, efectivamente, su primo y ahijado, Francisco, estuvo en buenas manos cuando estuvo bajo su cuidado, por lo que está claro que su madre, Antonia, hizo una buena elección cuando eligió a Fernanda como madrina y dejó a Francisco con ella en el momento en que murió su padre y Antonia tuvo que irse a trabajar a Recife. Está claro que la vida no debe haber sido fácil para ninguna de estas personas, y es natural que Francisco guardara un doloroso vacío en su corazón en relación con la ausencia de su padre, a quien perdió a los siete meses de edad, y de su madre, que estuvo ausente para poder trabajar en un lugar lejano. Francisco pudo haber recibido la mejor atención, y cariño, brindados por su madrina y su esposo, lo que aseguró que sea un niño sano e inteligente, pero toda esta buena intención no excluye el dolor de la ausencia de los padres biológicos. Sin embargo, ahora que Francisco tiene nueve años y su madre biológica está a su disposición, es el momento de encargarse de rescatar y fortalecer este vínculo primordial. Es un proceso de reconocer, fortalecer y desarrollar el vínculo con la madre que ha estado ausente durante tanto tiempo, y este proceso también lleva tiempo, quizás toda la vida. Pero es cierto que el camino es el mismo, reconociendo, renovando y fortaleciendo el vínculo con la madre. Aunque Francisco se siente inseguro ante la perspectiva de vivir lejos de la familia que lo acogió y cuidó durante tanto tiempo, la seguridad y el vínculo afectivo construido con este no se deshará, siempre y cuando entre esta familia (incluyendo la prima-madrina, el esposo de ella y la abuela de Francisco) haya respeto y agradecimiento por la oportunidad y la confianza brindada por la madre biológica y que la familia que lo crio siga estando disponible para brindar el apoyo que pueda ser necesario, al mismo tiempo que esta familia bendice el viaje (en realidad, el regreso) de Francisco a casa de su madre, lugar de donde a este, y a cualquier otro niño pequeño, en el fondo, nunca le gustaría haberse ido. Al hacerlo, la solicitante y su familia mostrarán humildad y un amor verdadero y respetuoso hacia Francisco, y naturalmente recibirán de él (y de su madre) sincera gratitud por todo lo que han hecho. Ahora bien, insistir en una orden judicial que le quite la custodia del niño a la madre, ya que no hay nada que indique que la relación del niño con la madre conlleve riesgos, peligros o daños, generaría inevitablemente una reacción en la madre y, por ende, una tensión de la relación entre esta y los miembros de la familia que quieren quedarse con Francisco. El conflicto, este sí, es perjudicial para Francisco, tal y como muestra el informe en las páginas 107/119, porque en su alma es a la vez leal a la madre biológica y a los familiares que lo criaron, y si cada uno intenta tirar del niño hacia su lado, incluso sometiéndolo a forenses, entrevistas o audiencias con la intención de que muestre preferencia por uno u otro, es natural que el niño se sienta dividido, ansioso, con déficit de atención y otros posibles diagnósticos, además de sentirse culpable, aunque sea a un nivel inconsciente, cada vez que critica a una de las partes, provocando un distanciamiento de una de las partes que componen su ser integral. ¿Quién quiere darle tal violencia a un niño, sabiendo que, en su corazón, aunque no tenga la claridad y madurez para reconocerlo y expresarlo, la madre biológica es fundamental, así como la familia que lo crio cuando su madre estaba ausente, que también merece su amor y gratitud?¿Cómo se puede contribuir mejor a la situación de este niño: cumpliendo el principio del interés superior del menor, excluyendo y distanciando a las partes, o uniéndolos e integrándolos, buscando la armonía en el proceso para que, con el tiempo, Francisco se sienta agradecido y realizado por haber recibido la vida de su madre y, ante las dificultades, por tener otras personas generosas y disponibles con quien contar? Y ahora que su madre vuelve a su vida y se presenta con facilidad y condiciones para continuar la crianza del niño, ¿qué efecto tiene una disputa judicial en Francisco?, ¿y qué efecto tendría una orden que les negase la posibilidad de tal regreso en el alma de este niño y de toda la familia? En el corazón de este chico, ¿tendría tal postura el efecto de una cura? ¿O acentuaría aún más el vacío y el dolor que ya causó el destino? En un caso como este, el poder judicial no debe ser un instrumento para distanciar, a través del litigio, a personas tan queridas por un niño como Francisco, sino más bien brindar a las partes oportunidades de entendimiento mutuo, comprensión, acercamiento y conciliación, lo que, si se da, podrá reflejarse en el corazón y la vida del mismo Francisco, en forma de seguridad, amor, paz e integridad. Por tanto, mantengo la decisión de las páginas 20/22 relativa al rechazo de la tutela de urgencia. En cuanto al estudio psicosocial, sin embargo, se esperará a la próxima experiencia de constelaciones familiares, para la cual deberán ser invitadas las partes y sus abogados, quienes tendrán la oportunidad, si quieren, de constelar y así mirar su situación de manera sistémica y sentir, fenomenológicamente, cuál es la mejor postura y configuración familiar para que todos los implicados puedan estar bien y Francisco pueda tener lo mejor que cada uno de los miembros de su familia tienen para darle. Emítanse las invitaciones a las partes para participar en la experiencia de constelación familiar que tendrá lugar el 28 de febrero de 2018, a las 8:30 a. m. en la sala de jurados del Foro Ruy Barbosa, ubicado en Pça. José Bastos, Centro, Itabuna. Oportunamente, se remiten los expedientes al conciliador de este Tribunal para que designe una audiencia de mediación y/o conciliación, debiendo el notario público emitir la citación competente, observando el contenido de los artículos 693 y siguientes del nuevo CPC. Publíquese. Cúmplase. Itabuna (BA), 12 de febrero de 2018. Sami Storch, juez de derecho Un tiempo después Desconozco cuál es la situación actual del caso de España donde se concedió la custodia a los abuelos del menor por considerar que era su entorno más estable. Pero sí tengo el placer de poder explicaros qué ocurrió tras la constelación del caso expuesto por Sami: después de esta decisión, la solicitante participó en la experiencia de las constelaciones y pidió constelar su proceso. La constelación mostraba exactamente la imagen expuesta en la decisión: Francisco solo quería abrazar a ambas partes (y también a la abuela) y, cuando uno de ellos agradecía y honraba al otro con frases como «Gracias por cuidar a mi hijo. Elegí a la madrina adecuada para él» —dijo la madre—, y «Gracias por dejarme a este chico tan especial, gracias a ti lo tengo en mi vida; ahora veo cuánto sufriste” —dijo la madrina—, todos se abrazaron y Francisco se sintió lleno. Al día siguiente de la constelación, la solicitante presentó una nueva solicitud para que, sin perjuicio del poder familiar de la madre, se le diera la custodia a la madrina para que pudiera inscribir a Francisco en la escuela y adoptar ella otras medidas necesarias para su cuidado mientras que su madre no viniera a buscarlo. La nueva petición llegó en un tono más respetuoso en relación con la madre y su importancia, ya que no pretendía repeler su presencia, sino que buscaba ponerse a su servicio, atendiendo las necesidades del niño mientras su madre no podía hacerlo personalmente. Esta vez, se concedió la solicitud y la solicitante quedó satisfecha. Hasta unos meses después, la madre no se presentó para llevarse a Francisco con ella, ni para impugnar la acción, ni cuestionar la decisión. ¿Cómo crees que se hubieran sentido todas las partes si se hubiera concedido la custodia indiscriminada a la madrina apartando a la madre? ¿Cómo se hubiera sentido la madre? ¿Y la madrina? ¿Y Francisco? En este caso, podemos ver cómo se cumple la ley de Pareto, que decía que el 20 % de las acciones produce el 80 % de los resultados. Una sentencia de un juez, por sí misma, es algo muy pequeño en el ámbito de las relaciones. Sin embargo, algo tan pequeño puede producir un gran efecto en la transformación de las mismas, encaminándolas hacia la solución o perpetuando el conflicto. Gracias, Sami, por esta gran aportación al mundo jurídico, ya que lo has convertido en algo mucho más humanizado. 11.2- El derecho sistémico en Colombia El pasado mes de noviembre de 2021, tuvo lugar un acontecimiento histórico del que tuve el privilegio de ser partícipe. A través de Marcela Arbeláez, abogada colombiana que trabajó durante catorce años en el Tribunal Constitucional de su país, nos llegó una invitación a Sami Storch y a mí para participar en el XXIV encuentro de la Jurisdicción Ordinaria de la Corte Suprema de Justicia (el equivalente al Tribunal Supremo en España), con el título «Conflictos sociales y polarización: ¿qué se espera de los jueces?». Por supuesto, acudimos sin dudarlo. Cruzar el charco para ver cómo se abre camino esta nueva forma de mirar ante la ineficiencia de los sistemas judiciales en general, que piden a gritos un cambio, es todo un honor, y más de la mano de Sami, que, con tanta dedicación y humildad, ha conseguido traspasar fronteras e impregnarnos a algunos con esta maravillosa filosofía. Y qué casualidad que fuera yo también la invitada a la Corte Suprema de ese maravilloso país, que diez años antes ya me había acogido y de donde guardo fantásticos recuerdos. ¿Sería casualidad? Trescientos cincuenta jueces y magistrados de todo el país presencialmente, más unas mil personas conectadas online en directo. Todo un honor haber formado parte de este encuentro. El discurso inicial del presidente de la Corte Suprema, Luis Antonio Hernández Barbosa, fue realmente sorprendente en una persona con semejante cargo, pues, tras los agradecimientos pertinentes, dijo las siguientes palabras: El mundo es el producto de lo que llevamos dentro. Por eso merece especial atención la hipótesis de que los males de la sociedad sean resultado y amplificación de nuestra incapacidad de mantener relaciones sanas. Y, si consideramos que una sociedad sana difícilmente podrá existir sin el fundamento de individuos sanos, se hace imperativo reconocer el valor político de la transformación individual. Son palabras de Claudio Naranjo, pero escucharlas en boca de un presidente de una Corte Suprema no deja de conmoverme y sorprenderme, pues en un ambiente tan rígido como acostumbra a ser el jurídico, en una institución tan formal, ver cómo se va humanizando me hace creer que cada vez estamos más cerca de la aplicación de nuevas miradas para la resolución de conflictos. Tras realizar una exposición teórica sobre las constelaciones familiares y el derecho sistémico, Sami lideró una constelación exclusiva para el público presencial. Me gustaría remarcar que es un evento sumamente importante y que ha sido la primera constelación familiar realizada en una Corte Suprema en todo el mundo. Haber formado parte ha sido un verdadero honor. Os explicaré cómo fue. La persona que organizaba el congreso llevaba varias semanas buscando a alguien que quisiera constelar su caso ahí mismo. Por una cuestión o por otra, no aparecía nadie. Finalmente, decidimos que mejor sacar a alguien del público y así tampoco pensarían que era un teatro organizado, quitándole credibilidad. Eso sí, vinieron varios amigos del gremio, consteladores o estudiantes de la formación en constelaciones familiares, para ofrecerse a hacer de representantes. De pronto, justo cuando subíamos al escenario, nos abordó una persona que salió «de la nada» diciendo que quería constelar su caso. Se llamaba Marcela. Le preguntamos que si conocía las constelaciones familiares y dijo que no, que era la primera vez que oía esa palabra en su vida. Le preguntamos su caso, bastante difícil, y le explicamos un poco la dinámica de cómo funcionaba una constelación familiar. Advertimos que había un público muy numeroso, además, de alto rango (350 jueces y magistrados de todo el país) y que no sabíamos qué se podía mostrar allí, ya que no era algo que dependiera de nosotros. Sin embargo, no dudó ni un solo segundo en responder un SÍ bien grande: quería realizar el trabajo personal y no le importaba exponerse. Un gran acto de valentía por su parte. Planteó su caso que, resumidamente, se trataba de la desaparición de su madre quince años atrás (se marchó a trabajar, nunca volvió y a día de hoy no se sabe nada de ella). Tras este planteamiento inicial, Sami le pide que saque a dos representantes: uno para ella y otro para su mamá. ¿Cuál fue nuestra sorpresa? Que, aun habiendo traído representantes para hacer el trabajo, ¡salieron dos espontáneos del público! Un juez y una jueza. Nos quedamos anonadados por la predisposición que mostraron semejantes personalidades al participar en un proceso tan diferente y en un lugar tan expuesto, frente a tantas personas. Estupendo, ahí empezó el trabajo. La representante de Marcela le preguntaba a la representante de su mamá: «¿Por qué me dejaste sola?». Después de un rato moviéndose por el escenario, salió un tercer personaje: su papá. Este la abrazó fuertemente y le decía: «Yo te protejo». La representante de Marcela lo miraba y le sudaban las manos. Observábamos a la Marcela real, que se encontraba sentada entre el público, y también se frotaba el sudor de las manos. ¡Hacían exactamente el mismo gesto! Poco a poco, fueron sacando más personajes: el secuestrador, el fiscal, el juez, pero no aparecía ningún movimiento de solución. El fiscal perseguía al secuestrador por el escenario. El juez estaba inmóvil sin saber qué hacer. El representante de la mamá, arrodillado en el suelo, en un rincón, tapándose la cabeza. La representante de Marcela, abrazada al representante de su papá. Entonces, Sami me pidió si podía salir representando el secreto. ¡Por supuesto! Así que me dispuse a salir, representando al secreto, y me ubiqué de rodillas, junto al representante de la mamá, también tapándome la cara. En la misma postura. Con esta imagen, Sami invitó a la Marcela real a subir al escenario para ver si se generaba algún nuevo movimiento. Ella se puso frente al secreto e hizo una gran reverencia. Empezó a llorar muchísimo, con un verdadero sentimiento de humildad, y el secreto se levantó. Ahí, yo, como secreto, sentía la necesidad de que ella viniera y me abrazara. Así fue: después de varias reverencias, se acercó y nos dimos un abrazo tan fuerte que, días después, todavía guardo la sensación. Parece que esa maravillosa sensación no fue solo para mí, sino también para Marcela, ya que, al día siguiente, me localizó en Instagram para compartir su experiencia y dijo lo siguiente: Buenos días, Naihara, discúlpame el atrevimiento de escribirte, soy Marcela, la persona del ejercicio de constelación del día de ayer. Solo quiero agradecerte tu intervención y ese abrazo de amor que de verdad sentí dentro de mi corazón. No tenía ninguna expectativa del tema y, realmente, lo sentí y viví de una manera como que todo lo que yo tenía en el subconsciente a través de estos años se hizo real allá en ese auditorio con la intervención de las personas. Gracias por ese regalo tan bonito. Gracias de verdad. Tengo una sensación en mi corazón diferente desde ayer que no sé cómo explicar y la tengo desde el momento en que tú me abrazaste. O sea, esto es muy fuerte para bien. Toda la experiencia fue un regalo muy bonito que la vida tenía preparado para mí y tu intervención la sentí muy profunda y genuina. La atesoraré con mucho amor el resto de mi vida. Muchas veces no se trata de resolver el problema, pues, jurídicamente, no siempre es posible. En este caso, era un caso muy duro, aunque muy común en Colombia, debido a su historia de guerrillas. Se trata de poder poner en orden, asentir a los secretos o las lealtades, lo que aporta una sensación de paz que no obtendríamos con ninguna sentencia, cambiando la vibración en el corazón para poder vivir mejor internamente. Aunque este encuentro fue el motivo inicial del viaje, aprovechamos la ocasión para impartir talleres en la Universidad de San Martín, en la Universidad Javeriana y en la Defensoría del Pueblo. Algunos asistentes quedaron tan interesados que incluso repitieron en las siguientes jornadas. En el último taller, en la Defensoría, también realizamos una constelación en vivo con un caso real expuesto por uno de los asistentes de forma improvisada. El conflicto versaba sobre violencia de género y lo planteó el abogado del padre. Se trataba de lo siguiente: Una familia compuesta por papá, mamá, hija e hijo menores de edad (la niña, algo mayor). Al parecer, el padre ha castigado físicamente tanto al niño como a la niña, lo que ha desencadenado en un procedimiento judicial que todavía no está finalizado. Sami pide un representante para cada integrante de la familia: papá, mamá, hija e hijo. Los hijos se esconden detrás de la madre, aparentemente aterrorizados. El padre los mira con desprecio. Se quedan en esa posición. Entonces, Sami invita a salir al abogado de la familia y se posiciona en el centro, mirando a los «dos bandos» de la familia: mira al papá y a la mamá, con sus dos hijos escondidos tras ella. Sigue sin haber movimiento. Posteriormente, sale un personaje para representar a la persona con la que el papá está ciegamente vinculada. No sabemos quién es, aunque le aporta tranquilidad al sistema. Después, salgo yo misma a representar al juez. No quiero saber nada del asunto. De hecho, subo las escaleras del público y me quedo en lo alto completamente de espaldas a lo que está sucediendo. No puedo mirar. El abogado del padre sube las escaleras y se ubica frente a mí, lo que me provoca una reacción inmediata de huida y subo más escaleras para ponerme más arriba de las escaleras aún y así no tener que mirar. Ante la falta de solución, piden que salga un representante defensor para la niña, que está más tensa que ninguno de los personajes. Sale Marcela en representación del defensor, y no permite que nadie se acerque, ni el abogado, ni la jueza, ni nadie. La jueza, poco a poco, se va acercando. Con la figura del defensor se siente mejor: hay alguien que se hace cargo. El niño está bastante bien, pero la niña sigue aterrorizada. Sami me pide que, como jueza, dicte sentencia para el papá, por lo que digo: «Yo, jueza al servicio de la justicia en virtud de las competencias que la ley me confiere, por los hechos acaecidos y probados, te condeno a diez años de cárcel». Automáticamente, sin pasar ni un solo segundo, el niño rompe a llorar llamando a su papá. A pesar de las palizas que le pegaba, le resultaba más doloroso perder a su papá diez años en la cárcel que el dolor que le propiciaba el castigo físico. Con este ejercicio, podemos ver cómo la pena no aporta solución a la familia, pues la mujer queda muy apenada porque ama a su marido y el niño también. La que reacciona diferente es la hija, a quien tal vez haya que sacar del entorno familiar. No lo sabemos, ya nos habíamos pasado cuarenta y cinco minutos de la hora de finalización del taller y debíamos cortar el ejercicio, aunque se pudo mostrar lo que había: un papá actuando por amor ciego de una forma agresiva y una pena que causaba más daño a la familia que el propio maltrato. Con esto no quiero decir, ni muchísimo menos, que apruebe el maltrato o que no deban aplicarse las penas. Simplemente, que obtener esta visión más amplia a veces nos hace contemplar posibilidades que antes no veíamos, y esas posibilidades aportan un mayor bienestar para todos los integrantes del sistema, que, al fin y al cabo, es el objetivo del derecho sistémico. Todos los talleres tuvieron una excelente acogida por parte de los profesionales (abogados, catedráticos, jueces, defensores del pueblo, etc.) y, para nosotros, una experiencia muy gratificante al ver tanta predisposición a lo nuevo. La gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás. -Cicerón Gracias, Colombia, por tanto. 11.3- Testimonios de distintos lugares Marcela Arbeláez Ríos, abogada especializada en diferentes áreas del derecho, con más de una década de experiencia en la Corte Constitucional de Colombia Con el transcurrir del tiempo, completé mis estudios con el pensamiento sistémico y me formé como consteladora familiar, organizacional y coach. Actualmente, ejerzo el derecho desde una perspectiva sistémica. Acompaño a personas, empresas y comunidades en el restablecimiento de derechos; también a firmas de abogados y entidades del Estado, en la solución de conflictos. Trabajo en la protección de derechos fundamentales para la reconstrucción del tejido social desde la sanación del ser. En mi experiencia, tanto laboral como personal, encontré que, al conocernos a nosotros mismos, a la comunidad y al sistema, podemos descubrir las herramientas necesarias para lograr el goce efectivo de nuestros derechos. Las dinámicas del mundo interior, con frecuencia, se ven reflejadas en el mundo exterior. Así, aplicar el pensamiento sistémico al ejercicio del derecho a través de las constelaciones familiares, organizacionales o jurídicas, me ha permitido acercarme a todo tipo de comunidades. A partir de ello, es posible conectarse con los diferentes sistemas, ya sean estos familiares, empresariales, sociales, litigiosos o personales, para visibilizar dónde radica la falencia que impide avanzar, solucionar, entregar, responder, dar o recibir lo mejor de las personas, de la empresa o la verdadera causa que lleva al litigio. Considero que estamos en tiempos de cambios, y la justicia —que somos todos— no se puede quedar atrás. Por eso, estoy convencida de que trabajar desde el interior nos permite reparar nuestro tejido social. En consecuencia, busco que el ser constituya un derecho fundamental base de los ya existentes para lograr un goce efectivo de derechos, lo cual es posible con la mirada sistémica en la solución de los conflictos. María Natividad Martínez Villar, trabajadora social del Centro Penitenciario de Jaén desde 1992 Me formé en Constelaciones Familiares en Aula La Montera de Sevilla (2007/2010) y he participado en entrenamientos con Bert Hellinger y talleres con renombrados consteladores españoles e internacionales. Trabajo con constelaciones familiares en el Centro Penitenciario de Jaén, en la Unidad Terapéutica Educativa, desde el año 2008. Solo una conversación telefónica, solo un conectar con lo auténtico, ha bastado para acceder a contar una pincelada de mi experiencia en el mundo de las constelaciones desarrollada en una prisión. La aplicación de las constelaciones familiares en el Centro Penitenciario de Jaén, desde hace ya más de una década, me ha permitido poder cambiar la mirada del delincuente, de la víctima y del delito. Nada está justificado y, sin embargo, poder ver lo que hay detrás de estos actos ayuda a entender los destinos tan difíciles de algunas personas y también los vínculos que generan los delitos entre el perpetrador y la víctima, sobre todo, los delitos de sangre y de índole sexual. Ese cambio de mirada me ha ayudado a poder acompañarlos desde el corazón. También he podido observar que internos que han participado en talleres de constelaciones familiares durante su cumplimiento de condena han podido tomar consciencia de lo que los ha llevado a consumir drogas, cometer delitos, etc., y el daño han causado a los demás y a ellos mismos, tanto a su familia como a sus víctimas. Ponerse frente a su delito, frente a sus padres, frente a sus víctimas, etc., desde la distancia que permite el trabajo de las constelaciones, y observar los movimientos que subyacen, vivir la resistencia a tomarlos, identificarlos como propios, hacerse cargo de lo que les corresponde y dejar en otros lo que no es suyo, los libera. Es una liberación enfocada hacia un cambio, los ayuda a aprovechar el tiempo que les queda de cumplimiento como oportunidad para hacer las cosas de otra manera. Ya no hay cabida para el victimismo, ni para la irresponsabilidad. Ahora son responsables de los delitos cometidos. La reparación de estos lleva a la no comisión de nuevos. Aprender esta lección de vida será la mayor honra que pueden ejercer hacia las víctimas. María Teresa Rodríguez Valls, letrada de la Administración de Justicia. Sala primera, Tribunal Supremo Este libro que, sobre derecho sistémico, publica Naihara Cardona es reflejo, en sí mismo, del impacto que este movimiento ha generado en ella. Son muchos los profesionales del derecho que hoy están descontentos y cansados de trabajar en un entorno donde el conflicto no siempre es resuelto en realidad. El pensamiento sistémico (con el enfoque de Bert Hellinger) y las constelaciones familiares aplicadas en esta área parecían algo imposible de aunar hasta hace poco. Sin embargo, juristas como Sami Storch (juez) y Cristina Llaguno (abogada) fueron pioneros hace muchos años, en sus respectivas áreas, en mezclar ambas disciplinas con resultados muy satisfactorios para todos, surgiendo así el derecho sistémico como campo de conocimiento donde ambas áreas se unen. La reconciliación de las relaciones humanas es el mayor éxito de este enfoque y es la semilla para la pacificación de la sociedad en su conjunto. La descongestión de los tribunales y la mejora de la salud de los profesionales: jueces, fiscales, abogados, funcionarios, etc., son otros importantes aspectos que tener en cuenta por parte de quienes conocen el uso de la mirada sistémica en la justicia. De todo esto nos ha hablado Naihara. De las leyes del amor, de la buena ayuda y de cómo esta técnica transforma la conciencia de cada uno, permitiendo nuevas posturas individuales que llevan a una mayor levedad y mejora de nuestras relaciones. Ella, como jurista joven y con gran energía, ha vivido el mismo proceso que tantos otros vivimos: conocer esta filosofía de vida, las constelaciones familiares y querer saber más viajando por el mundo en busca de esa información, y querer contarlo después a nuestros colegas aquí. Ha creado la primera Asociación de Abogacía Sistémica en España, ya galardonada en 2021 por su innovación en el mundo jurídico. Pero ella hace ahora algo más: escribir este libro con la voluntad de dar a conocer todo lo que ha aprendido. Estoy segura de que va a conseguir trasladar su fascinación y espero que muchos profesionales del derecho se interesen por este enfoque innovador. Gracias, Naihara, porque, desde ya, tu esfuerzo y pasión, plasmados en este libro, han valido la pena. Sara Rodríguez Simón, psicóloga clínica Col. N.º 2138 COPC, psicoterapeuta europea, mediadora sistémica A los dieciséis años quería estudiar Derecho, ser abogada para proteger a los buenos de los malos, pero desistí al enterarme que tendría que defender también a los asesinos y me decidí por Psicología; así ayudaría a muchas personas a resolver sus conflictos de forma terapéutica. Con el tiempo —ya hace veinte años —, por motivos personales, la vida me acercó a las constelaciones familiares (CF), que unen todo desde el amor, esta mirada sistémica y fenomenológica con la profundidad de la comprensión de los enredos familiares, y ha sido lo más transformador para mi vida personal y profesional. Hace unos años me contrataron para impartir un módulo de formación en CF en el instituto Vida Plena en Porto Velho, Rondonia (Brasil) y allí asistieron jueces, fiscales, abogados, mediadoras, psicólogas, policías, presos y expresos de ACUDA (Associação Cultural e de Desenvolvimento do Apenado e Egresso). Después fui invitada a impartir un taller de CF en esa institución y cuál sería mi sorpresa al enterarme de sus delitos: asesinos, narcos, sicarios, violadores, maltratadores, etc. Al llegar, la policía y las armas estaban fuera; el calzado, fuera de la sala. Allí lo dejé yo también. Al entrar, cien presos estaban meditando; después, escuchaban música clásica para contactar con su ser esencial y, luego, comenzaba yo. Con mucho amor y sin piedad, les dije que yo no los juzgaba por sus delitos, eso ya lo había hecho la justicia y por eso estaban allí, para equilibrar el mal que habían causado a otras personas, familias y a la sociedad; que a las mujeres nos gusta que nos traten bien y con respeto, nosotras tenemos que hacer lo mismo con los hombres, a pesar del resentimiento y rabia acumulada como género y a través del transgeneracional familiar por haber sido maltratadas por algunos hombres. Tras esto, escenificamos la teoría vivenciada de los órdenes del amor que aprendí con Bert Hellinger, y seguí encarando a víctimas y perpetradores. «Lo siento». ¡¡¡Impresionante resultado!!! Las lágrimas, su responsabilidad y el amor fluyeron. Al marchar, me regalaron un corazón hecho de ganchillo por alguno de ellos. ¡Qué regalo! He impartido formación de CF en el COPC (Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña), donde también coordino el GT (Grup de Treball) de CF, desde hace dieciocho años, en la UeRL Puigcerdà, y se implantan las CF en Cerdanya, Salut de la Fundació Hospital de Puigcerdà, primer centro hospitalario de España donde las ofrecemos en su área privada. ¡Algún día estarán en la Seguridad Social! Cursos de Derecho Sistémico impartidos en España, por Sami, Maite y Sara han sido reconocidos por el Centre de Mediació de Catalunya. Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya. A continuación, unas imágenes de los trabajos con constelaciones familiares realizadas en ACUDA (centro penitenciario en Brasil), con sus presidiarios: Teoría vivenciada de los órdenes del amor: relación entre padres e hijos, parejas, herencias, etc. Encarando víctimas y perpetradores… según Capítulo 12 Los problemas legales no existen La mirada que ofrece el derecho sistémico me ha permitido vivir la profesión de una manera mucho más liviana. Así como siempre tuve claro que quería estudiar derecho porque este mundo me parecía muy injusto y yo quería contribuir para mejorarlo, darme cuenta de que, como es adentro, es afuera, que estamos llenos de cadenas invisibles que nos condicionan y, desde este nuevo lugar de consciencia, poder actuar, evita mucho sufrimiento y permite acompañar mejor a los demás. Al fin y al cabo, la función de cualquier profesional de la justicia es ayudar a otros, ¿no? Todas las personas tenemos conflictos, más grandes o más pequeños, pero todos tenemos nuestros asuntos. La única diferencia entre unos y otros es la manera de afrontarlos. Cuando una persona visita a un abogado, es porque carece de medios propios para solucionar un problema determinado. La postura del profesional que le atiende o del juez que dicte sentencia puede ser determinante para la vida de muchas personas. Entonces, si verdaderamente queremos tener una función útil en la sociedad, nuestro trabajo verá más frutos si nos dedicamos a acompañar comprendiendo todos los mecanismos explicados en este libro, porque no se trata de la ley, sino de aquello que es invisible a los ojos y a los autos. Si nos tomamos la molestia de mirar unas capas por debajo de lo visible en primera instancia, podremos encontrar soluciones que, acordes a las leyes, aporten un mayor bienestar para las personas en conflicto y para los profesionales, que tienen una carga, muchas veces, difícil de sostener. El sistema judicial está agotado. Los profesionales están agotados. Se está pidiendo un cambio a gritos y eso no quiere decir que no sean necesarios los juzgados. Por supuesto que prestan un servicio a la sociedad. Pero, muchas veces, cambiando la mirada, transformamos la realidad y esto es lo que marca la diferencia. Cada vez que asisto a reuniones (más formales o menos) con abogados, la sensación generalizada que percibo entre los profesionales es la impotencia, la carencia de recursos para poder orientar al cliente hacia la mejor solución. Sienten que las leyes no respaldan el acuerdo y, por ejemplo, en los casos de familia en España, los artículos 94 y 96 del Código Civil son muy controvertidos y no parece que el legislador vaya camino de encontrar una solución, a pesar de su reciente modificación. La atribución del uso de la vivienda es un problema gravísimo, causa de grandes disputas en los casos de crisis conyugal. Otro problema frecuente que nos encontramos son los casos donde los hijos menores de una pareja en situación de divorcio son utilizados como un arma arrojadiza contra el otro progenitor, pero, si empezamos a pedir peritajes psicosociales de alienación parental, estamos entrando en el triángulo dramático, tratando de demostrar que «el otro es malo», y esto nos aleja de la solución. Sienten que la legislación en España muchas veces no acompaña, pero, cuando realizamos todo este trabajo personal que he tratado de plasmar a lo largo de este libro, también vemos cómo aumenta la efectividad de nuestro trabajo. No somos terapeutas, somos abogados. Solo trabajamos con una de las partes (en la mayoría de los casos), por lo que la otra parte muchas veces puede parecernos un «incordio» a la hora de alcanzar un acuerdo. Pero, si estamos bien posicionados y recordamos la Ley de Pareto y los órdenes del amor y de la ayuda, veremos que, junto con las leyes y a pesar de ellas, es posible hacer un buen trabajo. Si eres abogado y aplicas los órdenes del amor, tienes que estar dispuesto a perder algunos clientes, pues ya hemos visto que no todo el mundo quiere solucionar sus problemas, sino que hay quien quiere perpetuarlos (consciente o inconscientemente). Pero tener la valentía de no entrar en ese juego lleva a un ejercicio profesional mucho más satisfactorio y productivo. Y si eres un poco paciente, verás que no perderás clientes: solo se transformará tu tipo de cliente. ¿Por qué digo que los problemas legales no existen? Para mí las leyes son como el Código de Circulación. Las señales indican si puedes ir por la carretera a 60, 80 o 120 km/h, pero la norma no es un problema en sí mismo. El conflicto llega cuando las personas sobrepasan los límites. Entonces, ¿estamos ante un problema legal o personal? Puede que algún procesalista no esté muy de acuerdo con esta premisa, pero a Aristóteles me remito de nuevo: «Si los ciudadanos practicaran más la amistad entre sí, no sería necesaria la justicia». Y, para este objetivo, los profesionales que acompañan estos procesos juegan un papel de suma importancia; formarse más en aspectos personales y no solo en los legales es de gran ayuda para tener éxito en la profesión y poderla vivir de forma más relajada. No podemos garantizar siempre un buen resultado, pues no depende solo de nosotros. Pero sí podemos transformar la manera de ejercer el derecho, sin perjuicio de poder equivocarnos. Como decía Hellinger: «Quien no quiere equivocarse detiene la vida». Acceso al curso online de derecho sistémico ¡Felicidades por haber terminado de leer este libro! Espero sinceramente que esta lectura te haya resultado amena a la vez que enriquecedora y te haya abierto una nueva mirada hacia una manera diferente de mirar al conflicto. Como premio por haber llegado hasta aquí, me complace ofrecerte un regalo: Curso online de introducción al derecho sistémico . Cuando accedas a él, verás que explico la teoría de este libro y algunos casos prácticos, o cómo aplicar toda esta teoría a la profesión. En este curso, vas a obtener material para seguir profundizando en tu crecimiento personal y profesional, que, como consecuencia, te traerá mucha más tranquilidad y menos frustración a la hora de acompañar a clientes en conflicto, al mismo tiempo que te proporcionará herramientas útiles para llevar a cabo ese acompañamiento con éxito. Para ir en consonancia con la tercera ley sistémica, el equilibrio, te voy a pedir que hagas algo a cambio de la obtención gratuita del curso. Solo será necesario que hagas una, aunque si quieres puedes hacer las dos: 1. Que dejes una reseña de este libro en Amazon. 2. Que hagas una foto bonita de la portada o un fragmento que te haya gustado de este libro y la publiques en tu perfil de Instagram o Facebook. Te pediré que me etiquetes. En Instagram, me encontrarás como @naiharacardona. En Facebook, me encontrarás como página Naihara Cardona Martínez. Una vez lo hayas hecho, tendrás que enviarme un e-mail a: [email protected] con el enlace a la publicación o a tu reseña de Amazon y yo te remitiré el acceso al curso a la mayor brevedad. ¡Gracias por ayudarme a promocionar el libro con estas acciones! Solo me queda dejarte el enlace a la web a través de la cual ofrecemos los servicios y formaciones por si quieres contactarme para hacer una constelación, si quieres contar con servicios de abogacía desde esta mirada o si eres un profesional que se quiere formar en derecho sistémico. La web es www.abogaciasistemica.com. Gracias por abrirte a lo nuevo y por difundir esta filosofía, que tanta falta hace a ciudadanos y profesionales. Agradecimientos A mis padres, por darme la vida y mostrarme con su ejemplo que uno puede dedicarse a lo que quiera siempre y cuando tenga la preparación, constancia y foco. También agradecerles todo lo que no me dieron, pues la exigencia de los padres también es un elemento indispensable para prepararse para la vida como adultos y adquirir la propia autonomía actuando bajo nuestra responsabilidad. A mi hermano, por darme la oportunidad de ser hermana mayor y, aunque por la diferencia de edad y las circunstancias no hayamos jugado mucho, confío en que nuestros caminos poco a poco se irán acercando, como ya lo están haciendo. A todo mi sistema familiar, y especialmente a las mujeres, las que están cerca y las que están lejos, de las que tomo su poderosa fuerza para la vida. A mis abuelos, Juan y Margarita, a quienes todavía tengo el privilegio de disfrutar con buena salud y de los que aprendo cada día lo que no enseña ninguna universidad. Como decía la abuela de un amigo: «Quien quiera saber que no vaya a la universidad, que se compre un viejo». A mi primer hijo, Martín, por elegirme como madre y a su padre, por brindarme la maravillosa oportunidad de serlo. A José María, por ser, por estar, por acompañarme en mis procesos, por tu generosidad y por ayudarme a cuidar de Martín, por contribuir al crecimiento de una nueva familia que se está gestando en el momento de publicar este libro. A Montse, por brindarme todo su cariño y apoyo, y a Marc, por ser mi hermano postizo. A Asunción, por ser el espejo donde mirarme desde hace más de veinticinco años. A mis amigos y amigas, por las complicidades y por compartir camino. A Adolfo, que ya no está, pero siempre estará en mi corazón. A los maestros que dejan huella en la persona y no solo en el currículum, especialmente a Paco Serrano y Federico Rey, quienes hicieron hueco para la música en mi cerrado corazón. A Esperanza, quien hace honor a su nombre, por criar a tantos y tantos niños con tanto amor y por aplicar la maravillosa filosofía sistémica que tanto ayuda a las familias. Y, cómo no, por introducirme en este maravilloso mundo de las constelaciones familiares. A María Martínez Calderón, por marcarme el gol por la escuadra para ablandarme representando a otros y poder llegar a mis, hasta entonces, blindadas emociones: este, sin duda, mi mayor tesoro de los últimos tiempos y gracias al cual he hecho un gran proceso que me ha llevado a escribir este libro y a transformar completamente mi vida y mi profesión a través de mi cambio de mirada. A Zentrum, José Carlos y Alejandra, por ofrecer tan buena formación con increíbles profesionales y traer a España la oportunidad de formarse en Psicología Sistémica en CUDEC. Calidad profesional y humana. A Sami Storch, por tener la brillantez de desarrollar el derecho sistémico, transmitir la paz y seguridad que transmite y tener la humildad de colaborar hasta en el más sencillo proyecto. ¡Es increíble cómo gestiona el tiempo! A Fernando Cattelan Cordeiro, por ser mi primer maestro en la materia, amigo, compañero, y estar siempre al servicio. A todos los profesionales, y especialmente los del ámbito de la justicia, que han tenido la valentía para innovar con la aplicación de las constelaciones familiares aplicadas a su campo, superando la barrera de que los tomen por locos. ¡Viva la mala conciencia! A Pascual Ortuño, por su apoyo, predisposición y honestidad con este proyecto. A todos quienes han colaborado en la elaboración de este libro aportando sus experiencias: Mayte, Sara, Nati y Marcela. A todos los profesionales con quien he tenido la oportunidad de formarme y que espero continuar haciéndolo: gracias por la generosidad de aportar más luz a este mundo. A Carme Arrufat, por quien este libro no sé si habría tenido lugar, pero desde luego habría tardado mucho más tiempo en ver la luz y no lo habría hecho con tanto estilo. Gracias por formar parte de este baile y ayudarme a traer este primer hijo de papel al mundo. A Cristina por ayudarme con una revisión, y otra, y otra, hasta que me decidí publicar. A todas las personas que han pasado por mi vida y que, de alguna manera, más amigable o menos, han contribuido al crecimiento de mi persona. A todas ellas, gracias. Bibliografía de referencia Ancelin Schützenberger, A. (2008). ¡Ay, mis abuelos! Alfaguara. Frankl, V. (2015). El hombre en busca de sentido. Herder. Gunthard Weber. (1999). Felicidad dual. Bert Hellinger y su psicoterapia sistémica. Herder. Hellinger, B. y Ten Hövel. G. (2000). Reconocer lo que es. Herder. Hellinger, B. (2001). El manantial no tiene que preguntar por el camino. Alma Lepik. Hellinger, B. (2012). Órdenes del amor: Cursos seleccionados de Bert Hellinger. Herder. Hellinger, B. (2012). Los órdenes de la ayuda. Alma Lepik. Hellinger, B. (2013). Después del conflicto, la paz. Alma Lepik. Hellinger, B. (2020). Mi vida. Mi obra. Alma Lepik. Jung, C.G. (2012). Introducción a la psicología analítica. Editorial Trotta. Lipton, B. (2007). La biología de la creencia. Palmyra. Noguchi, Y. (2017). La ley del espejo. Comanegra. Ortuño, P. (2018). Justicia sin jueces. Editorial Planeta. Pujol, P. (2012). Un divorcio elegante.Grijalbo. Rosenberg, M. B. (2016). Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida. Acanto. Sandel, M. J. (2011). Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? Debate. Sheldrake, R. (2011). Una nueva ciencia de la vida. Kairós. Sheldrake, R. (2013). El espejismo de la ciencia. Kairós. Sheldrake, R. (2019). La ciencia y las prácticas espirituales. Kairós. Storch, S y Migliari, D. (2020). A origem do direito sistêmico. Tagore editora. Vilaseca, B. (2013). Qué harías si no tuvieras miedo. El valor de reinventarse profesionalmente. Conecta.