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Derecho sistemico Lo que no te - Naihara Cardona Martinez

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DERECHO SISTÉMICO
Lo que no te enseñaron en la facultad
Naihara Cardona Martínez
© Naihara Cardona Martínez, 2021, Todos los derechos
reservados.
Queda rigurosamente prohibida toda distribución, reproducción,
comunicación pública y transformación, ya sea total o parcial, de
este libro, así como su incorporación a un sistema informático, su
transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito del titular del copyright.
Autora: Naihara Cardona Martínez
Edición y supervisión del texto: Carme Arrufat Dalmau
Corrección de estilo: Cristina del Hoyo Martín
Diseño portada: Digital ground Ibiza, S.L.
Ilustraciones interiores: Rosaana Balada Rams
Traducción portugués-español: Naihara Cardona Martínez
Foto de la autora: David Corral Moral
Maquetación: Catherine Baduin
Contacto con la autora:
Instagram @naiharacardona
Facebook pages Naihara Cardona Martínez
Linkedin Naihara Cardona Martínez
A Sami, por la brillantez de llevar las
constelaciones familiares al mundo jurídico y
seguir iluminándonos a muchos profesionales
del derecho. Pero mejor aun que su brillantez,
es su humildad. Gracias.
Índice de contenido
Prefacio
1. Introducción
2. Anatomía del conflicto
3. Las tres esquinas del infierno
4. Conflictos litigados
5. Conflictos constelados
6. Leyes sistémicas
7. El papel transgeneracional en los conflictos
8. Epígenética
9. La historia de Sami Storch
10. Para profesionales del derecho
11. Derecho comparado
12. Los problemas legales no existen
Acceso al curso online de derecho sistémico
Agradecimientos
Bibliografía de referencia
Prefacio
El derecho sistémico y las constelaciones familiares, desde hace
algunos años, vienen promoviendo en Brasil una nueva cultura en el
tratamiento de los conflictos que llegan al poder judicial, con
notables beneficios para los ciudadanos que tanto necesitan de la
asistencia jurídica y del Estado.
Cada vez son más frecuentes las historias de personas que
sufrieron durante muchos años sin lograr una resolución definitiva
de su caso y que, tras participar en una constelación en los
tribunales, lograron encontrar una solución pacífica y equilibrada,
con mejoras en las relaciones implicadas y condiciones para vivir
mejor las nuevas oportunidades que la vida ofrece.
Entre los jueces, fiscales y abogados que trabajan con este enfoque
en distintas áreas del derecho, se han vuelto notorios y frecuentes
algunos casos emocionantes, por ejemplo, de divorcios o
sucesiones complicadas, que envuelven decenas de procesos e
incidentes a lo largo de los años y que llegaron a su fin en armonía
unos días después de una sesión de constelaciones. O el trabajo
con los reclusos, favoreciendo la toma de consciencia de las
dinámicas ocultas que llevaron al delito y una mirada responsable
hacia las consecuencias, reduciendo drásticamente la reincidencia
delictiva. Por otra parte, las víctimas también se benefician de las
oportunidades para comprender los caminos de su propio
empoderamiento, lo que las ha permitido liberarse de los enredos
que en su día las debilitaron y las expusieron a la acción de los
agresores.
Se trata de una verdadera evolución en el pensamiento jurídico y en
las prácticas de resolución de conflictos que viene encantando a los
profesionales del derecho, así como a los psicólogos, mediadores y
todos aquellos interesados en soluciones pacíficas, profundas y
verdaderas.
España, que cuenta con algunas de las personas pioneras en
Europa en la práctica y divulgación del derecho sistémico, ahora
tiene, en esta obra de Naihara Cardona, una importante aportación
en el ámbito literario. Naihara se ha dedicado al estudio de este
tema, siguiendo su desarrollo en Brasil y en el mundo, adquiriendo
una experiencia única al abrir con valentía el campo de la abogacía
con el enfoque del derecho sistémico en su país.
Este libro marca la posibilidad de compartir dicha experiencia,
difundiendo conocimientos inspiradores y capaces de impulsar al
lector en la búsqueda de un nuevo nivel de eficacia y comprensión
en la práctica de la resolución de conflictos.
Sami Storch
Capítulo 1
Introducción
Promover algún cambio en la realidad de las cosas, en el
sentido de que la justicia fuera más justa. Esa siempre
fue, y continúa siendo, mi relación con el derecho:
buscar transformarlo desde dentro hacia fuera, para que
sirva a lo que se destina, que es a la pacificación de las
relaciones.
-Sami Storch
1.1- ¿Por qué escribo este libro?
Siempre que alguien lucha por justicia y orden, lo está
haciendo por el derecho de un miembro de la familia. -Bert
Hellinger
Reconozco que, cuando me decidí por los estudios de Derecho, fue
en gran parte porque tenía una gran herida de la justicia y
consideraba que el mundo era un lugar muy injusto. Sentía que, con
las leyes en la mano, podría paliar parte de ese desequilibrio. Ahora,
cuando miro a aquella Naihara, veo que el problema radicaba en el
«desde dónde». Me refiero a que ejercer el derecho desde ese dolor
y esa herida producida por la injusticia tenía unas consecuencias
poco productivas, porque me llevaba a pelearme con el otro por
querer tener razón. Se trataba de ganar a toda costa el territorio de
la razón. Si sigues leyendo, vas a entender por qué la razón está
sobrevalorada y por qué pelearse para conseguirla no es ni eficaz ni
saludable. Y esto no significa que no debamos defender aquello en
lo que creemos, pero hay maneras y maneras de hacerlo.
En Derecho nos enseñan a pelearnos, a litigar, a derrotar al otro,
cuando la verdadera función de un abogado, como dijo Gandhi,
debería ser «unir a las partes en desacuerdo».
Y, aunque Gandhi no fue tan pacífico como lo pintan, logró grandes
resultados que comportaron altos precios, pues no siempre es
posible conseguir logros desde esta premisa. El tema no radica
tanto en lo que nos pasa, sino en cómo vivimos o interpretamos lo
que nos pasa.
Pero nuestra tradición procede del derecho griego y romano. El
derecho occidental se inicia con el nacimiento de la dialéctica en la
Grecia clásica. El derecho romano y griego son una creación de la
dialéctica filosófica griega, que consiste en ganar con argumentos.
Gana el que tiene más argumentos y los demás, aunque puede que
tengan más razón, se quedan fuera. Parménides, el fundador del
discurso metafísico sobre el ente, el gran lógico, era legislador y,
casi seguro, abogado.
Los griegos, en sus viajes a Egipto, quedaron alucinados porque allí
manejaban el derecho de forma muy distinta a como se hacía en
Grecia. ¿Quién juzgaba los conflictos en Egipto? Los sacerdotes y la
familia.
En los juicios convencionales, el proceso era llevado a cabo por los
sacerdotes, quienes leían las alegaciones por escrito de los
acusados y defensores. Estos dictaban sentencia, entrando en
contacto, en ocasiones, con testigos y familiares.
En el juicio post mortem del alma, tal y como se nos expone en El
libro de los muertos, el juicio se presentaba como una pesada en
una balanza de las acciones morales del finado. El juicio estaba
presidido por Osiris y otros dioses, como Anubis, Maat y Thot, y,
además, había un tribunal de cuarenta y dos dioses que, en algunos
papiros, puede ser interpretado como que, en lugar de dioses, eran
los ancestros del finado. De todas formas, era Osiris el que
refrendaba la sentencia.
De alguna manera, podríamos considerar que fueron los
precursores de algunos elementos de la sistémica, como el hecho
de tener presente a los ancestros y su peso en nuestras vidas.
Los griegos copiaron otras técnicas y saberes de los egipcios,
especialmente del área de las matemáticas y la física, pero del
derecho parece que no aprendieron tanto.Algunas de las técnicas y
saberes egipcios sobrepasaban la capacidad de comprensión de los
griegos y, quizás, la forma en la que aplicaban el derecho fuera uno
de ellos.
Y este funcionamiento es el que ha llegado hasta nuestros días.
Pero ya que, desde hace unos años, parece que el mundo
occidental está volviendo la vista hacia oriente, con el fin de beber
de su sabiduría, me ha gustado recordar las diferencias entre el
funcionamiento del derecho en Egipto por un lado y en Grecia y
Roma por el otro.
Volviendo a mis motivos para escribir este libro, diré también que no
hay necesariamente un motivo, aunque lo cierto es que me gustaría
compartir mi evolución en relación con el derecho, ya que muchas
personas deciden estudiarlo porque tienen una necesidad de
justicia, y ese fue también mi caso. De pequeña, tuve una maestra
en el colegio que me llamaba «la defensora del pueblo». Mi madre
también me decía siempre: «Tú ve dando la cara, que un día te la
van a partir». Y es que, desde bien pequeña, fui una gran defensora
de las «causas perdidas», hasta el punto de que llegué a constituir
una asociación sin ánimo de lucro que se llamaba Soluciones
Legales para Todos (ambicioso, ¿verdad?), la misma que a día de
hoy recibe el nombre de Asociación de Abogacía Sistémica, ya que
ha evolucionado junto conmigo, y pronto pasará a ser la Asociación
de Derecho Sistémico, para ampliarla más allá de los abogados.
Estamos en proceso.
Desde los dieciséis años que me fui de casa, siempre pagué alquiler
y nunca tuve problemas para ello. En muy poco tiempo, la burbuja
inmobiliaria hizo que se dispararan los precios y, cuando me separé,
con un bebé que apenas contaba con unos meses de vida, buscaba
una vivienda para poder vivir nosotros dos. A pesar de tener una
buena formación, un excelente puesto de trabajo con una
remuneración acorde, me resultaba imposible encontrar una
vivienda que pudiera pagar y me quedara dinero para comer y pagar
guardería y todo lo demás. Mi enfado fue tal que empecé a
movilizarme, escribir cartas en el periódico y a asistir a muchas otras
personas que tenían las mismas dificultades: encontrar una vivienda
digna a un precio asequible.
Por aquel entonces, los propietarios me parecían unos abusones y
los inquilinos, unas pobres personas a las que ayudar con mis
conocimientos jurídicos. Así, contribuí con una plataforma ciudadana
durante un buen tiempo, ayudando a muchos inquilinos a solventar
sus problemas con sus propietarios cuando les querían subir la
renta o echarlos de su casa sin que les hubiera finalizado todavía el
contrato, por el simple hecho de querer obtener mayores beneficios,
sin pensar en las familias que estaban viviendo allí.
A raíz de mi trabajo personal con las constelaciones familiares, me
di cuenta de que estaba representando a un familiar mío que se
había quedado en la calle tras su separación. Y es que es muy
curioso cómo nos llegan estas experiencias a nivel inconsciente y,
cuando hay algo que algún antepasado no ha podido solucionar, se
repite en las generaciones siguientes hasta que puede ser visto y
solucionado. Así fue como me di cuenta de que, efectivamente,
había un problema con el precio de los alquileres en Ibiza (lo sigue
habiendo), pero no a todo el mundo le afecta de la misma manera y
no se divide en «propietarios malos» e «inquilinos buenos». En
todas las casas hay de todo y cada uno se ubica según las
implicaciones familiares que tiene.
Así, con la asociación de Soluciones Legales para Todos, empecé a
ofrecer asesoramiento gratuito a propietarios e inquilinos, pues debe
haber un equilibrio entre ambos. Esto solo pude hacerlo una vez me
liberé de lo que me mantenía ciega y enfadada: mi familiar excluido.
¡Sin darme cuenta me estaba vengando por él, que no pudo hacerlo!
Esto fue un primer paso hacia un servicio de asesoramiento más
equilibrado, pero, así como fui avanzando con mi trabajo personal y
formación con las constelaciones familiares, fui aplicando estas en
las consultas con clientes hasta ver los grandes resultados que se
producían. Y del resto del proceso ya te hablaré a lo largo del libro.
Hay una frase muy bonita que me aplico en ciertos momentos
cuando debo tomar determinadas decisiones: «Que el niño que
fuiste no tenga que avergonzarse del adulto que eres hoy». Creo
que uno de los legados más importantes que podemos dejar al
mundo es la coherencia; por lo tanto, estar tranquilo con uno mismo
y hacer lo que cada cual cree que es lo correcto, a ojos de uno
mismo y no de los demás, se torna en algo muy importante. Y esto
tiene que ver con la buena y mala conciencia que explicaremos más
adelante, ambas necesarias para la evolución.
En ese recorrido descubrí el tesoro de las constelaciones familiares.
Y, entre avances y dudas sobre cuál debería ser mi rol ante dos
territorios tan dispares como eran las constelaciones familiares y el
derecho, encontré ese punto medio del que habla Aristóteles. Y ahí
surgió la magia.
Por eso, mi primera intención al escribir este libro es dar a conocer
el derecho sistémico, que es la aplicación de las constelaciones
familiares al derecho. Cuando hay un recurso, una herramienta, un
procedimiento que es eficiente y resuelve mucho más que las
herramientas de las que disponemos habitualmente, creo que es de
obligación moral ponerlo en funcionamiento y darlo a conocer a las
personas que tenemos alrededor. Aunque no es su obligación moral
tomarlo. Yo lo muestro para que voluntariamente lo recoja quien se
sienta en sintonía y pueda beneficiarse de ello. O,«¿cuál sería el
motivo para privarse de algo tan potente para, como profesionales
del derecho, ayudar a las partes a resolver sus conflictos?»(Sami
Storch).
Creo que el mundo de la filosofía sistémica es aplicable a ámbitos
muy diversos, pero yo soy abogada y mi intención es proveer a los
profesionales del derecho de más herramientas para resolver
conflictos de manera respetuosa y efectiva. Además, sé que el
derecho sistémico va más allá del conflicto concreto que puede
presentarse en un momento dado: lo que hace, en realidad, es
transformar la relación, actuando desde un nivel del alma muy
profundo, y no solo resolver el conflicto puntual que está en la
superficie.
Sé, porque me muevo en el mundo del derecho, la frustración en la
que viven muchos profesionales de este sector por pasar meses y
años con asuntos entre manos que no acaban de resolverse, lo cual
termina por causarles un gran desgaste profesional y emocional.
O la frustración que sienten cuando pierden un caso, con lo mucho
que han trabajado. Y, además de perder, le tienen que cobrar al
cliente, que pierde el caso y, también, dinero. De igual manera se
sienten los clientes cuando el abogado pierde el juicio y sienten que
no ha hecho lo suficiente por ellos, o cuando se sienten
desatendidos porque su abogado no les coge el teléfono. No tengo
la intención de culpabilizar a nadie, pero sí diré que eso se produce,
la mayoría de las veces, porque el profesional no ha sabido estar en
su lugar (contaré algunas experiencias propias para mostrar, con
ejemplos personales, a qué me refiero). Y eso, lamentablemente, es
algo que no nos enseñaron en la Facultad de Derecho. Es algo que
yo he tenido la suerte de encontrar en mi camino, de saber
reconocer su valor y de profundizar en ello.
Reconozco que, hace unos años, cuando me sentía desbordada y
frustrada, no gozaba de este instrumento fundamental que es para
mí ahora el derecho sistémico. Con esto no quiero decir que sea el
único camino ni muchísimo menos. Hay muy buenos profesionales
ajenos a esta nueva mirada, bien porque no la conocen o bien
porque no se imaginan practicándola, pero no por ello dejan de ser
excelentes profesionales en los ámbitos de la mediación, arbitraje,
conciliación, justicia restaurativa (muy relacionada con el derecho
sistémico), etc. O incluso profesionales más tradicionales, pero que
gozan de una excelente ética y conocimientos legales y procesales.
¡Todo tiene su valor!
Aunque acabo de referirme a dicho término como herramienta e
instrumento en los párrafos anteriores, lo he hecho de manera
consciente para acercarlo al lector. Pero me gustaría aclarar que las
constelaciones familiares —que son el origen del derecho sistémico
— no son ni una herramienta ni un instrumento, sino una filosofía de
vida, y solo podemos aplicarla cuando la hemos integrado a través
del trabajo personal, que nada tiene que ver con la adquisición de
una teoría en la mente. No es una herramienta que decidamos:
«ahora la aplico», «ahora no la aplico». Es una filosofía que, cuando
la integramos, nos toma y nos acompaña absolutamente en todas
las esferas de nuestra vida. No escogemos aplicarla «en el
despacho, sí» y «en casa, no». Es una forma de vida que aplicamos
en todos los ámbitos. Si vemos las constelaciones como un mero
instrumento o herramienta, nos estamos poniendo por encima de
ellas, como superiores, cuando, en realidad, es al revés: nosotros
estamos a su servicio, para resolver cuestiones muy profundas.
Nuestra responsabilidad como profesionales y como personas es
crecer para vivir bien y poder acompañar a los demás de una
manera efectiva. Y, para ello, es necesaria la adquisición de
recursos que nos ayuden a paliar las carencias con las que nos
podamos encontrar en el desempeño de nuestra profesión o de
nuestra vida. Es la necesidad de querer que las cosas salgan bien,
con los menores daños colaterales posibles, la que nos empuja a
buscar soluciones nuevas a problemas que parecen repetirse con el
mismo esquema, hasta cronificarse sin vías de solución.
Además de estas motivaciones, tengo un par más. La primera es
que he descubierto que, cuando hablo de constelaciones familiares,
muchas personas lo asocian con prácticas ocultistas. Se imaginan a
una especie de bruja con una bola de cristal y un turbante en la
cabeza, haciendo muecas y pronunciando vocablos extraños bajo
los efectos de la posesión de un espíritu. Esta es una creencia
errónea, un mito, un prejuicio al que se llega por no haber podido
comprender el mecanismo por el que actúan las constelaciones. O,
simplemente, por no haberlas experimentado, ya que actúan, como
ya he comentado antes, a otro nivel distinto de la comprensión
cognitiva.
Cuando nos quedamos anclados en un paradigma, como, por
ejemplo:«Es plana y no se mueve», cuesta bastante salir de él y
entender que en realidad es redonda y está en movimiento
permanente. Aquí estamos en algo parecido. Así es que tengo el fin
de desgranar ese mecanismo y contarlo en este libro. Mi objetivo es
que esta creencia deje de interferir entre personas a las que les iría
de maravilla poder trabajar de esta forma, pero que no se lo
permiten a causa de este prejuicio infundado.
Aunque voy a dar un enfoque teórico que me parece necesario para
acercar las constelaciones a quien no las conoce (y, en este caso,
diré que mejor una sesión de constelaciones que mil libros, por
buenos que estos sean), quiero dejar claro desde el principio que las
constelaciones familiares no son una teoría que pueda aprenderse,
hacer un examen y obtener un título, como pasa en muchos otros
ámbitos e, incluso, con la propia carrera de derecho. Se trata de un
trabajo profundo, que empieza por uno mismo y que, una vez
consciente de nuestras lealtades invisibles (más adelante explicaré
este término), empezamos a estar preparados para aplicarlo con
otros y poder ayudarlos sin implicarnos en sus historias personales,
manteniendo una postura neutra y así ofrecer una buena ayuda.
Y, por último, me he dado cuenta de lo terapéutico que resulta
escribir, de cómo ayuda a sanar heridas y de que, además, sé que
me gusta. Escribir me ha llenado desde siempre, pero ahora que
tengo más que aportar y muchas ganas de hacerlo, mi atracción por
la escritura ha aumentado. He recibido mucho y tal vez va siendo
hora de dar más.
1.2- Mi recorrido: del revés al derecho, del
derecho a la sistémica
Destino es aquello que nos aprisiona, aunque no sepamos
por qué. -Bert Hellinger
¡Encarrilada!
¿Sabes lo bien encarrilada que tenía yo mi vida desde los cuatro
años? Bueno, en realidad, desde que nací…
A los cuatro, ya estaba sentada delante del piano de mamá, sobre
un taburete redondo, tapizado de piel, que, si lo girabas hacia la
izquierda, subía y, si lo girabas hacia la derecha, bajaba. Tenía que
subirlo hasta el máximo para llegar al piano, tanto que a veces se
salía la rosca y se desmontaba el taburete. Y, por supuesto, no me
llegaban los pies al suelo, por lo que era difícil no pegarle pataditas
al piano… ¿Sabes lo difícil que es tener los pies colgando y estar
quieta? Pero ahí estaba yo, empezando a tocar una canción que se
llamaba El payaso: do-re-mi, do-re-mi, do-re-mi-fa-sol-sol-sol…
Habiendo nacido en mi familia, mi destino no podía ser otro que el
del arte y, como mínimo, la carrera de piano ya parecía estar
incluida en el bonus que yo traía al nacer.
Czerny y sus ejercicios de digitación y agilidad, las sonatinas de
Clementi, Schumann, Bach, Chopin, Beethoven…
Horas y horas agilizando mis dedos y aprendiendo a tocar escalas y
arpegios de cuatro octavas a velocidades casi imposibles. Y, de
fondo, el horrible sonido del metrónomo: tic-tac, tic-tac.
Y, como cada año, en junio, a examinarme.
¡No podía fallar nada!
Y, de hecho, los años se sucedían y así parecía ser. Todo en su
sitio. Yo superaba cada curso con nota (no me hubieran permitido
presentarme al examen si no hubiera ejecutado las obras para
sobresaliente). Además, como mi madre era profesora de piano, si
un día me equivocaba en una nota, ahí estaba ella gritando desde la
cocina:«Si bemoooooool». ¡No se le escapaba una! «El piano
siempre te sacará de un apuro», repetía una y otra vez.
Lo único que desafinaba en aquel mundo idílico y perfecto era mi
mente.
Mientras mi pie izquierdo aprendía a sostener los ritmos más
variados —2/4, 3/4, 6/8…— y mis dedos arrancaban bellas melodías
del piano, mi mente no descansaba.
Mis padres trabajaban mucho. ¡Muchísimo! Y el poco tiempo que
pasaban en casa, no se comportaban como yo quería que lo
hicieran.
Sentía que el mundo era injusto y ardía dentro de mí la necesidad
imperiosa de hacer algo para paliar tanta injusticia. Mi mente fue
trazando su propio plan, uno tan alejado del que yo creía que papá y
mamá tenían previsto para mí que, cuando se lo anunciara, seguro
que iban a sufrir un shock. Y para eso había nacido yo: ¡para
demostrarles que estaban equivocados!
Estaba tocando la primera parte de La patética, de Beethoven —
dooooo, do-re, mi-miiiii-re— cuando sentí que en sus acordes
estaba descargando todo este sentimiento de la injusticia del mundo
que yo llevaba encima. Cada vez lo tenía más claro: me iría de
casa, estudiaría derecho y ¡me convertiría en la Juana de Arco de la
injusticia!
Era un sueño. ¡Mi sueño! Y ese sueño sonaba tan ligero como la
tercera parte de La patética—sol-do-re miii, fa-reeee, mi-doooo—,
fresco y ligero como sería yo cuando me fuera de casa.
Si no conoces esta melodía, te sugiero que busques en cualquier
lugar de internet solo el principio del primer y tercer movimiento al
piano, para que puedas comprender auditivamente de lo que te
hablo.
Y un sueño empieza con esa ilusión. Y, a medida que transcurre el
tiempo, las experiencias y aprendizajes nuevos lo van modelando y
perfilando; y, de repente, te das cuenta de que te has alejado del
guion, pero que fue absolutamente necesario. Porque, cuando
alejarte del guion preescrito significa acercarte más a ti, todo
empieza a enderezarse. Mala conciencia lo llamaba Bert Hellinger.
Si el arte es, entre otras acepciones, una forma de crear belleza, yo
también sería artista, pero a lo Frank Sinatra, My way: colaborar
para que el mundo fuera un lugar más justo me parecía de una gran
belleza. Me iría de casa a los dieciocho y sería libre; esa era mi
única obsesión.
1.2.1- La película de la película
Aquel que internamente rechaza al padre o a la madre, el
que a los padres hace reproches, cierra su corazón frente
a la plenitud de la vida. -Bert Hellinger
A veces miramos algo que sucedió en nuestra vida y juzgamos a
nuestros padres por lo que hicieron o por cómo lo hicieron. El
trabajo con constelaciones familiares me ha hecho varios regalos,
entre ellos, uno muy importante: arrojar luz a ciertos aspectos de mi
vida que para mí habían sido muy conflictivos y dolorosos.
Conocer qué hay detrás de las acciones y sentimientos de los
demás y de los míos propios ayuda a ser compasivo con uno
mismo, abrazando aquello que haces o sientes, sin culpa y, por lo
tanto, aceptando también a los demás tal y como son, porque todos
hacemos lo que sabemos con aquello con lo que cargamos.
Ahora te voy a contar qué hubo detrás de la insistencia de mi madre
para que yo estudiara piano.
Empiezo dejando claro que para mí el piano fue un trauma.
Recuerdo que, al cumplir cierta edad, le dije a mamá: «¡Métete el
piano por donde te quepa!».
Aunque siempre supe la historia que mamá narraba, al cabo de los
años descubrí lo que había detrás de su intención. A ella, de
pequeña, la obligaron a estudiar piano y se sacó la carrera. En su
casa no había dinero y, gracias a esos estudios, ella, desde los
quince años, empezó a dar clases de piano para contribuir a su
propio sostenimiento y el de su familia.
Para ella y su familia el piano fue su modo de supervivencia.
Cuando me obligaban a estudiar piano no era tanto con la intención
de que yo llegara a ser pianista, sino bajo el argumento de que esto
me podía sacar de un apuro. Como a ella y a su familia los había
sacado del apuro, ella procuraba que a mí no me faltara nada con lo
mismo que a ella le había funcionado.
Yo quería jugar al balonmano, pero no me dejaban porque corría el
riesgo de romperme un dedo y no poder tocar. Eso me llenaba de
rabia. En cambio, para el inconsciente de mi madre, si me lesionaba
un dedo y no podía tocar, estaba en juego mi supervivencia.
Así, sin darme cuenta, convertí el trauma de mamá en el mío, pero
pude comprender que todo lo que había detrás de esa exigencia tan
dura era un gran acto de amor. Mi madre quería que yo fuera
autosuficiente y, para ello, debía dotarme de todas las herramientas
posibles para que no me faltara de nada.
Muchas veces vemos solo la anécdota superficial del conflicto, pero,
si escarbamos un poco, podemos dar con explicaciones que arrojan
luz a muchas conductas que de otra manera nos costaría
comprender.
La magia de las constelaciones familiares es que, cuando
conseguimos comprender y empatizar con las circunstancias por las
cuales nuestros ancestros hicieron lo que hicieron, podemos dejar
de juzgarlos y dejar de excluirlos, dándoles un lugar en nuestro
corazón tal como fueron. Y este movimiento es altamente sanador y
transformador.
Después de muchos años, descubrí algo que me producía gran
dolor al hablar del piano y de la música. No era solamente el hecho
de que me hubieran obligado a tocar, sino el verlo como un mero
instrumento para conseguir dinero. O al menos esa era mi
percepción. ¿Acaso se merecía algo tan bello como la música ser
tratado como una máquina de fabricar billetes? ¡Otra injusticia más!
Si es que todo era tremendamente injusto… ¡El dinero es malo! ¡El
dinero corrompe! Esa creencia en mi mente me llevaba a ver el
dinero como algo horrible, algo que sacaba lo peor de las personas.
¿De dónde vendría ese sentimiento? El dinero es algo neutro, con el
que se pueden hacer cosas maravillosas y otras, no tanto, pero
depende de quién lo use. Este, por sí mismo, no es ni bueno ni
malo, es un instrumento imprescindible en nuestra sociedad. Pero,
para terminar con el tema del piano, al final pude reconciliarme con
él y apuntarme a clases siendo ya adulta, por voluntad propia, y no
para tocar música clásica, sino ritmos latinos, como el son, la salsa
o la bossa nova, que tanto me gustaba (y me gusta), pues Cuba y
Brasil siempre llenaron mi vida de música. ¿Sería casualidad que
estos dos países estuvieran tan presentes en mi vida y en todo
aquello que yo consideraba bello? De momento, solo te diré que, si
algo he comprobado a lo largo de mi vida, es que las casualidades
no existen.
1.2.2- Fórmula para reducir dos años a cuarenta y
cinco días
El movimiento adulto es el de tomar la realidad y
desarrollarse a partir de esa realidad pudiendo sumar
novedades y enriquecer la propia realidad. Y así, la
realidad se transforma. -Sami Storch
Cuando tienes un deseo intenso y ves que el tiempo que queda para
que se cumpla es demasiado largo para ti, te parece eterno.
Yo tenía quince años, cerca de cumplir los dieciséis, y una idea que
me taladraba la mente día y noche: cumplir dieciocho para poder
irme de casa. Ser independiente y libre, vivir con mis propias
normas, sin discusiones, decidiendo lo que quería hacer, sin más
limitaciones que las de las propias leyes, estudiar, trabajar para ser
autosuficiente y, sobretodo, deshacerme del piano, que, aunque en
ese momento lo había dejado, seguía sintiendo la presión. Y todo
ello sin necesidad de pasar por la censura y la vigilancia estricta de
mis padres.
Lo tenía tan presente que, cuando miraba hacia el 18 de agosto de
algo más de dos años adelante, se me volvía casi insoportable. ¡Yo
lo quería ya!
Un día estaba en mi grupo de teatro y, como soy expansiva por
naturaleza, lo solté. Expresé mi malestar ante las personas del
grupo, entre las que se encontraba Isaac, un abogado joven,
aficionado también al teatro. Él me miró y me dijo:
—Naihara, ¿tú sabes que puedes emanciparte con dieciséis años?
—¿Qué es emanciparse?
—Pues un procedimiento para que puedas ser como mayor de edad
ya con dieciséis años.
—¡No! No lo sabía. ¿Qué tengo que hacer?
—Eres muy inteligente; busca y encontrarás cómo hacerlo.
¡Dicho y hecho! Busqué y encontré las diferentes vías para
conseguirlo. Solo quedaba un pequeño detalle: convencer a papá y
a mamá de que firmaran aquel documento.
Lo hicieron. Y, al final, mis dos eternos años se convirtieron en un
mes y medio.
¡Sí, cuarenta y cinco días y… libre!
La vida te puede sorprender con algo que no sabías y que resuelve
un problema que parecía no tener solución, o le da un giro a la
situación hasta que ya no resulta conflictiva para ti. Por eso,
aprender, para mí, es fundamental. Es mi alimento, porque cada
aprendizaje conlleva una amplificación de la mirada y poderosas
gratificaciones.
Este libro quizá te aporte informaciones sobre temas que
desconocías y que tengan el poder de cambiar algunos aspectos de
tu vida, o tu vida entera. Depende. Lo que sí está claro es que la
vida hace su parte, muestra pistas, informaciones, eventos… y tú
tienes que hacer la tuya: prestar atención y pasar a la acción.
Hay personas que creen que ir a una constelación familiar significa
que allí se lo van a resolver todo. Es la misma actitud que tienen
cuando van al médico o al abogado: dejar toda la responsabilidad en
el profesional. Y eso no funciona así. En una constelación, te van a
guiar para que tomes consciencia de algo que estaba oculto y que
posiblemente estuviera en la raíz de tu problema. Pero aplicar los
cambios en la propia vida, eso es responsabilidad de cada cual.
1.2.3- La letrada que tenía miedo a los litigios
Allí donde reinan los órdenes del amor, termina la misión
del clan por compensar injusticias sucedidas. -Bert
Hellinger
Mi respiración ya empezaba a acelerarse. Conocía el síntoma.
Estaba claro que me quedaba poco tiempo. Si no conseguía el
acuerdo en los minutos que quedaban (¡ya muy escasos!) tendría
que entrar en la sala y ponerme en manos de un juez al que poco le
importaban las personas.
Habíamos tenido varias reuniones previas en las que parecía que sí
y, al final, algo se acababa torciendo. Y, en aquel caso, me vi
realizando el último intento en los pasillos del juzgado.
Miraba a las dos partes y, en realidad, me daba cuenta de que no
eran partes: eran dos personas enteras, cada una con la intención
de conseguir sus objetivos.
Yo había esgrimido mis mejores argumentos, defendiendo las
innumerables ventajas de firmar el acuerdo.
No quería llegar a juicio.
Y, por fin, una frase esperanzadora: «Vale, y si firmo, ¿este
documento tiene la misma fuerza que una sentencia? ¿Podré
reclamar si se incumple?».
Me salió solo… Un suspiro de alivio. Alivio profundo.
Sentí que le estaba dando la vuelta y que, con un empujoncito más,
tendríamos acuerdo.
Seguí argumentando.
Para ellos, todo ventajas: menos tiempo, menos dinero, salir en
pocos minutos con el documento firmado, conociendo ya las
condiciones aceptadas.
¿Y para mí?
Para mí, el mar en calma… Galenotes, lo llamaban los griegos. La
paz, la ataraxia.
Vale, sí, yo era licenciada en derecho y me había dado cuenta de
que tenía terror a los procesos judiciales.
Te parecerá un contrasentido, ¿no? Como si una persona que
trabaja en urgencias o quirófanos de un hospital tuviera miedo a la
sangre… ¡Absurdo!
En aquel entonces, yo misma me miraba casi con rabia por lo que
me parecía una debilidad. Ahora, unos años después, me miro con
ternura.
¿Sabes qué sucedió? Algo mágico: aquello que parecía ser un
obstáculo en mi carrera se convirtió en una de mis mayores
fortalezas.
Mi miedo al litigio me empujaba a luchar con todas mis fuerzas para
conseguir un acuerdo tras otro y no tener que litigar. Y eso tenía
consecuencias: había logrado que se firmaran muchísimos
acuerdos.
Pero, al mismo tiempo, me di cuenta de que mi camino no era el de
la pelea, el litigio y la guerra descarnada, donde unos y otros salían
damnificados en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, yo venía
de una familia llena de conflictos y vivir en el litigio me trasladaba a
mi infancia, repleta de dolor, siempre luchando por el poder o, lo que
es lo mismo, por tener razón. No podía sostener tanto sufrimiento,
así que me las arreglaba para evitarlo.
Mi camino era el del acuerdo. Acordar tiene que ver con corazón (
accordare=aproximar y cor=corazón). O sea: «aproximar el
corazón».
Y, poco a poco, supe que yo quería trabajar desde ahí.
Ellos firmaron, en el último minuto, pero salimos con el acuerdo. Me
fui con el aroma del perfume que desprendía el hombre y, después
de aquello, siempre he asociado ese olor a algo bueno.
Una vez más, colgué la toga sin haberla sudado.
Capítulo 2
Anatomía del conflicto
No se trata de no tener conflictos, sino de cómo
podemos mantener la paz en el propio corazón, o cómo
volver a encontrarla.
-Bert Hellinger
2.1- Sobre la subjetividad de los conflictos
Detrás de los grandes conflictos actúa la convicción de
tener razón. -Bert Hellinger
El mismo conflicto presenta vivencias y resultados completamente
distintos, según las creencias, percepciones, pensamientos y
emociones de las personas que lo viven. Lo veremos con el ejemplo
de un mismo conflicto y las reacciones tan diversas de distintas
personas afectadas por él.
Antes de presentarte los cuatro ejemplos más típicos (hay muchos
más) de cómo reaccionar ante un conflicto, quiero recordarte que
todas las emociones que sentimos generan determinadas
sustancias: hormonas, neurotransmisores, inmunosupresores, etc.,
que van a desembocar a nuestro torrente circulatorio, pasando a
formar parte de nuestra sangre y regando nuestras células.
Como animales que somos, estamos diseñados para tolerar el
estrés durante un período de tiempo breve, después del cual
deberíamos pasar a la fase de vagotonía y recuperarnos. Pero, en
nuestro estilo de vida, hemos adoptado el estrés casi como a una
mascota y vivimos y convivimos con él demasiado tiempo, lo cual
nos agota y nos enferma. Quien dice estrés dice ansiedad o
depresión, que, aunque popularmente se confunden entre sí, no son
exactamente lo mismo.
Pasemos a los cuatro ejemplos en los que descubriremos distintas
formas de reaccionar sobre el mismo conflicto.
Conflicto: Despiden del trabajo a varias personas
A/ Desesperación. Esta persona se desespera: «¿Qué voy a
hacer? ¿Cómo vamos a vivir? ¿Cómo voy a pagar la hipoteca,
el alquiler, la comida o los extras de los niños? No veo futuro,
¡estoy hundido!».
Con estas sentencias en mente y estas perspectivas de futuro,
sus emociones de tristeza y desesperanza van a generar en su
cuerpo ciertas sustancias químicas que circularán por su
organismo, fijando ese estado de angustia hasta volverlo
crónico. Y, cuando esto sucede, salir de ahí se vuelve cada vez
más difícil.
B/ Venganza. Otro compañero se pilla el rebote del siglo: «¡Voy
a demandar a esta empresa! Pero ¿qué se han creído? Voy a
organizar una campaña de desprestigio contra ellos. ¡Todas mis
energías para conseguir venganza!».
Esta persona no está de brazos caídos como la anterior: tiene
un objetivo, solo que es improductivo.
La venganza y la rabia son emociones distintas de la tristeza y
la angustia, pero también generan sustancias en el organismo,
con las cuales van a ser regadas todas las células del cuerpo.
Los estados de venganza se retroalimentan e, igual que el
estado de angustia anterior, tienen el peligro de volverse
crónicos. Estar ahí resulta, además de peligroso, ineficaz.
C/ Negociación grupal. Otro organiza un grupo para intentar
dialogar con la empresa y explorar si existe alguna posibilidad
de reconducir la situación y renegociar sus puestos de trabajo.
Las sustancias que va a generar esta persona son más del tipo
motivacional (dopamina) y su motor serán las ganas de
encontrar soluciones. Además, el hecho de asociarse con los
compañeros que están en su misma coyuntura quizás los lleve
a un destino final conjunto. Puede que la empresa no acceda a
sus peticiones, pero, en este recorrido, tal vez descubran que,
si se asocian y se organizan en conjunto, son capaces de crear
una empresa o un proyecto que les permita vivir de él, juntando
todo el capital de experiencia que acumulan entre todos ellos.
D/ Proyecto personal . Esta otra persona lo ve como la
oportunidad de su vida, de diseñar para sí una nueva
existencia, de poner, por fin, en marcha su proyecto, su
negocio, de dedicarse a su faceta artística, tantos años
abandonada, y sacarle rentabilidad, de crear su negocio y ser
su propio jefe. No hay mal que por bien no venga.
Por supuesto que las sustancias que esta persona va a generar
se parecen mucho a las del grupo anterior y, como en los casos
A y B, esas sustancias van a contribuir a fijar el estado en el
que han sido producidas. Así que, si les ayudan a consolidar y a
potenciar la motivación y la ilusión, eso representa un plus de
apoyo para conseguir su objetivo. Lo que queda claro es que el
pensamiento y la energía con los que reaccionan las diversas
personas del ejemplo les conducirá a consecuencias y
resultados absolutamente distintos.
Podríamos pronosticar que, si en poco tiempo, los de los ejemplos A
y B no se dan la vuelta, van a terminar con una depresión o
medicados por alguna otra patología psíquica y sin haber
conseguido crear ningún proyecto interesante o motivador en su
vida. O puede que consigan un nuevo empleo donde vuelvan a
despedirlos y entren en la misma rueda de enfado, desánimo o
venganza, rueda de la que solo podrán salir si miran el conflicto
desde otra perspectiva: como una oportunidad de crecimiento.
Esto se logra cuando podemos dejar de culpar al exterior y miramos
dentro de nosotros: «¿Por qué siempre me pasa lo mismo? Tal vez
tenga alguna implicación con algún ancestro y estoy representando
aquello que no pudo ser visto ni reconocido». O: «¿Qué tal la
relación con mi padre? ¿Tengo problemas con mis jefes en cualquier
empresa en la que trabajo? ¿Creo que el Estado debería ayudarme
más? ¿Tal vez no me valoro lo suficiente y por eso creo que
necesito la ayuda de mis jefes o del Estado?».
Es posible que, en pocos años, las personas de los ejemplos C y D
se encuentren en una situación mucho mejor que la que tenían
antes de ser despedidos, porque toda paz se alcanza mediante una
renuncia.
2.1.2- Práctica de conflictos
Rememora uno de los últimos conflictos que hayas vivido y
detecta desde qué patrón lo viviste.
Recuerda otros conflictos y revisa si tu tendencia de reacción
ha sido la misma en todos ellos. ¿Sueles huir por no
enfrentarte? ¿Te enfadas y luchas? ¿O te paralizas?
Es importante que seas consciente de cuál acostumbra a ser tu
reacción ante el conflicto. Arrojar luz sobre este punto es
fundamental para conocerte y poder aplicar algún cambio en tu
vida, si es que tu patrón de respuesta ante los conflictos no es
todo lo eficiente que desearías.
2.2- Buena y mala conciencia
A menudo hacemos una diferencia entre personas buenas
y malas y entre actitudes malas y buenas. Siguiendo los
mandatos de la conciencia, solo es bueno aquello que
garantiza nuestra pertenencia a nuestra familia. Y es malo
aquello que amenaza nuestra pertenencia a nuestra
familia. [...] A menudo, los buenos desean el infierno a los
malos y de esa manera demuestran que son malos. - Bert
Hellinger
Este es uno de los conceptos que, según Bert Hellinger tiene una
gran repercusión en nuestra vida. Remite a las fidelidades
familiares, a causa de las cuales, muchas veces, nos cuesta
vislumbrar nuestro trayecto existencial y, aún más, tomarlo. Estas
fidelidades familiares son las lealtades invisibles de las que antes te
hablé. Me explico: todos necesitamos sentir que pertenecemos a un
grupo, es una cuestión instintiva. Por lo tanto, sin darnos cuenta,
hacemos aquello que garantiza nuestra pertenencia al grupo. Hace
años, en España, debías casarte antes de mantener relaciones
sexuales. Si quedabas embarazada sin haberte casado, te excluían
del grupo, por lo tanto, por fidelidad a la sociedad, seguramente se
criticaba a las madres solteras y se las excluía, más allá del juicio
personal de cada persona, ya que la conciencia colectiva tachaba
eso como algo malo.
Existen dos conciencias, una individual y una colectiva. El ejemplo
anterior respondería a la colectiva. Sin embargo, a lo largo de este
libro, nos vamos a referir más a la individual que explico en los
párrafos siguientes.
2.2.1- La buena conciencia
Ser fiel a las tradiciones sería mucho más fácil. Sin
embargo, yo me frustraría y desmotivaría, sensación que
acometen tantos profesionales del área. -Sami Storch
Sería el cumplimiento de los mandatos familiares, o sea, seguir a
rajatabla lo que se espera de nosotros. Si en tu familia existe la
creencia de que a los treinta años deberías haber conseguido un
estatus laboral, haberte casado y haber tenido hijos, no hacerlo te
convierte en una fracasada a los ojos del clan. Si provienes de una
familia de reputados abogados, tal vez se espere que tú también lo
seas. Y muchas veces nos dejamos llevar por esa lealtad invisible o
fidelidad inconsciente de realizar lo que nuestra familia espera de
nosotros. O lo que nosotros pensamos que ellos esperan.
El hecho de que la consciencia nos una a un grupo tiene
un efecto doble: por unirnos a un grupo, nos separa de
otros grupos. - Bert Hellinger
A nivel inconsciente, una de las peores cosas que nos pueden
suceder es la exclusión del clan. Antiguamente, ser excluido de la
tribu significaba la muerte, y nuestras memorias genéticas guardan
recuerdo de ello. Así que, para que eso no ocurra, somos capaces
de hacer lo que sea y nos esforzamos por cumplir unos mandatos.
Un buen día nos damos cuenta de que no son nuestros, que no han
surgido de nuestra voz interior, de nuestro deseo profundo, sino que
son aquello que la familia espera que hagas o lo que tú crees que tu
familia espera que hagas. En realidad, lo que tu familia quiere es
que estés bien. Y la mejor manera que tenemos de agradecer a los
padres la vida que nos han dado es hacer algo bueno con ella.
2.2.2-La mala conciencia
Alguien que sabe que tiene su lugar garantizado en su
familia de origen, se siente seguro también en la profesión.
No teme arriesgarse a hacerlo un poco diferente. -Sami
Storch
Equivaldría a no obedecer esos mandatos, individuales o colectivos.
Y eso supone una lucha interna entre lo que te han inculcado
(consciente o inconscientemente) que tienes que hacer y que va a
ser bien visto por tu familia y lo que sientes que quieres hacer,
aquello que sabes que te llevará a tu realización personal. «Quiero
ser cantante, pero ¡mi madre me mata! Por lo tanto, voy a “ser
bueno” y seguiré el mandato familiar: seré abogado, como toda la
familia. Además, ya tengo el despacho montado esperando a que
acabe los estudios».
Finalmente, decido escuchar mi voz interna y hacer aquello que yo
quiero, no lo que esperan de mí. Al andar por este sendero de la
mala conciencia, vas en contra de «lo correcto» a ojos de tu familia
y eso genera una cierta inquietud interna por el miedo a la exclusión
Y, aunque inicialmente pueda suponer un disgusto para la familia, el
vínculo es tan fuerte que está garantizado.
Solo se progresa con mala conciencia. Quien desee
permanecer inocente, continuará siendo un niño. -Bert
Hellinger
Hay varias formas de desobedecer los mandatos familiares. La
primera que se nos ocurre, sobre todo en la adolescencia, es
hacerlo desde la oposición, la rebeldía y la confrontación. Este
sistema acarrea más conflictos y a esa edad no tenemos la madurez
suficiente para defender nuestra postura —que es reactiva— ante
los mandatos familiares, que tienen mucho peso.
La forma de hacerlo, la que significa evolucionar, implica ser libres
de tomar nuestras decisiones, pero no desde la rebeldía, sino desde
la sabiduría, respetando lo que nos han inculcado en la familia.
Pero, a pesar de que lo respetes y no necesites denigrarlo, como
sucede en la postura de rebeldía, decides de manera asertiva hacer
tu vida. Es una bonita forma de honrar la vida que te han dado tus
padres: haciendo con ella algo bonito, aunque sea distinto de lo que
ellos esperaban de ti o de lo que tú creías que ellos esperaban de ti.
En ocasiones, es una ardua batalla, sobre todo con uno mismo y no
tanto con la familia, pues muchas veces pensamos que se espera
algo de nosotros cuando no es cierto, o tal vez lo sea porque han
tenido otra educación y creen saber qué es lo mejor para nosotros.
El reto está en poder ser fiel a uno mismo y mostrar lo que uno
quiere con firmeza, sin necesidad de rebelarse, y bailando entre lo
que nos gusta de nuestra familia y queremos que sea igual y lo que
queremos cambiar, pero con el máximo respeto hacia ellos, aunque
lo hagamos diferente. Es muy curioso cómo nuestra fidelidad, a
veces, nos lleva a hacer cosas absurdas. Te contaré una historia.
2.2.3- Yo, como tú, mamá: con tacones
Incluso si hago algo que va en contra de la tradición o el
sentido de la normalidad, el vínculo con mi madre está
garantizado. - Sami Storch
Mi madre siempre iba con tacones altísimos. A mí no me gustaba,
porque todo el mundo la miraba, era algo llamativo nada propio de
una madre de familia (o eso pensaba yo cuando era pequeña) y me
parecía fatal. Cuando me fui de casa y era una jovencita con
ambiciones de altos vuelos, comencé a vestirme de forma que me
viera atractiva y empecé a llevar tacones. En aquel momento, vivía
en Barcelona, en el barrio de Gracia, y trabajaba en la Rambla de
Cataluña, es decir, tenía casi tres kilómetros andando desde casa
hasta el trabajo. Una compañera de oficina iba con unas bailarinas
(zapatitos planos) y, cuando llegaba al despacho, se cambiaba y se
ponía los tacones. Yo nunca dije nada, pero me parecía que no era
lo «suficientemente buena», pues eso de andar plana y luego
ponerse tacones, a mi juicio, no era digno de una señora. Yo era
mejor (o eso me creía), porque andaba tres kilómetros diarios con
tacones de un palmo.
Lo curioso fue cuando un día, al cabo de los años, me veo con mi
madre y la descubro con zapato plano y cambiándose a tacones.
Esgrimí un: «¡Qué haces!». Me resultaba insultante. ¿Qué hacía mi
madre, que siempre había andado con taconazos, cambiándose de
zapatos? Y me dijo: «Voy plana para ir cómoda y luego me cambio».
No me lo podía creer, mi mito se había caído al suelo. ¡O al sótano!
Mi madre, sorprendida, no entendía nada. Le conté la historia de mi
compañera y lo que yo pensaba de ella, y le dije que yo llevaba toda
la vida andando con tacones, como ella (mi madre), y que de
repente la vi hacer eso que a mí me parecía «no ser suficiente». Se
echó a reír y me dijo: «Naihara, cuando tú eras pequeña, trabajaba
en la misma calle de casa. No andaba más de cincuenta metros, o,
si tenía que ir a algún sitio en coche, solo tenía que ir de casa al
parking. Ahora es diferente, ando más, y andar tanto con tacones…
no hay pies que lo aguanten».
Pues este ha sido uno de mis grandes descubrimientos de la mala
conciencia. Para que veas hasta qué punto nos atrapan las
fidelidades inconscientes, para intentar ser como nuestros padres.
He de decir que hoy no llevo tacones salvo en ocasiones muy
especiales… Mis pies no están hechos para eso.
2.2.4- Práctica de buena y mala conciencia
¿Eres capaz de recordar algunos momentos de tu vida en los
que te diste cuenta de que acababas obedeciendo los
mandatos familiares, a pesar de que estos iban en contra de tus
objetivos o intereses?
¿Puedes encontrar algunos momentos en tu vida en los que
hayas obviado los mandatos familiares para ir en pos de lo que
tu yo interior quería? En caso afirmativo, ¿Cómo lo has hecho:
con rebeldía o con asertividad?
2.3- Tipos de conflictos
Si queremos permanecer junto a nuestro grupo, muchas
veces debemos negar o no reconocer a otros. -Bert
Hellinger
2.3.1- La loba y la zorra
Después de una larga persecución, cuando la liebre muestra
síntomas de cansancio y la zorra ya ve su triunfo a punto de tocar
sus colmillos, aparece la loba.
La loba salta sobre la liebre y de un mordisco certero acaba con su
carrera. La zorra intenta discutirle la presa.
—¡Se siente! La he cazado yo, o sea que ¡es mía!
—Pero ¡la he agotado yo! Si no, no la hubieras pillado nunca.
El problema es que la presa es demasiado pequeña para colmar las
necesidades de ambas. Las dos están famélicas y sus crías, en
peligro de morir de inanición, si no les llevan pronto algo para comer.
Puede que la zorra intente pelear con la loba para arrebatarle la
comida o, si tiene un poco de sentido común y consciencia de la
diferencia de tamaño entre ambas (¡que lo tiene!), sabe que no goza
de ninguna posibilidad más que la de salir herida. Así es que no lo
hará. Y va a reservar sus escasas energías para cazar algo que
llevarles a sus hijos.
Este es un conflicto de supervivencia. En él se dirime vivir o morir.
Si repasas los conflictos que has tenido en tu vida, ¿ha habido
alguno que fuera realmente de supervivencia? ¿Alguno en el que,
de verdad, de verdad, estuviera en riesgo tu vida?
Es sorprendente que los humanos tengamos conflictos en los que
no está en juego nuestra supervivencia, pero, en cambio, los
vivimos como si fueran cuestiones de vida o muerte.
Sobredimensionamos los conflictos y este hábito nos provoca
muchísimo estrés. Estrés que nos desgasta, nos agota, nos enferma
y que no nos vuelve más eficaces, sino al contrario.
—¡Mira lo que me dijo! Pero ¿¡cómo se atreve!? Eso fue la semana
pasada y todavía me duele… ¡Ya ves tú si ha sido fuerte!
Aunque, si hurgamos un poquito, es muy probable que
ancestralmente sí estemos frente a un conflicto de supervivencia.
Hoy día, vemos ejemplos de personas que van al supermercado y
llenan el carro como si no hubiera un mañana, pero luego terminan
tirando la mitad de la comida porque no dan abasto para comérsela
toda. ¿Crees que hacen semejantes compras por necesidad? ¿O tal
vez hay alguna memoria de algún abuelo que pasó hambre en la
guerra y están compensando esta carencia a nivel inconsciente?
Si alguien te insulta, ese envite no ha sido más fuerte que el aire
que desplazan unas palabras. Quizá tú les hayas dado más fuerza.
No lo hace tu yo consciente, sino tu cerebro primitivo o reptiliano,
que está preparado para la supervivencia y, ante situaciones que
son percibidas como amenazas, dispone de tres respuestas: atacar,
huir o paralizarse. Si no hemos tenido ocasión de madurar ciertas
conexiones neuronales, toda situación que nos produzca
incomodidad o miedo nos llevará a reaccionar de una de estas tres
formas, lo que nos impide crecer.
Volvemos al caso de los despidos: el que se desanimaba estaba
quedándose paralizado y el que pretendía demandar a la empresa
estaba atacando. Estas son reacciones primitivas, que pueden
surgir como primer impulso. Pero, si tomamos consciencia de ello,
seguro que encontraremos otras maneras más beneficiosas y
productivas de afrontar el conflicto.
Te contaré un cuentecito zen: estaba un lama predicando en un
pueblo cuando uno de los granjeros llegó a la plaza y empezó a
insultarle:
—¡Tú, zángano! ¡Que no haces nada y solo tenemos que venir a
darte el arroz! A ver si te pones a trabajar, ¡gandul!
El lama seguía con lo suyo, hasta que uno de sus seguidores le
preguntó:
—¿No vas a decirle nada?
A lo que el lama, sin inmutarse, respondió:
—A ver, si alguien viene y te ofrece una boñiga de vaca, ¿tú la
tomas en tus manos?
—No.
—Pues yo, tampoco.
Y aquí se acaba el cuentecito sobre el poder que tienen las palabras
de otros: no más que el que tú les des. Pero, en cambio, no me
diréis que el planeta no está lleno de disgustos por haber recogido y
dado poder a palabras de los demás.
Otras veces, el conflicto es por un territorio que ambicionamos
conseguir o que no queremos perder. Y otras, el conflicto se genera
al temer ser excluidos del clan.
Lo que sucede es que, en nuestras memorias celulares, estos
conflictos biológicos permanecen como recuerdo de algo vital. En el
presente, nuestro inconsciente lee cualquier conflicto de la vida
cotidiana como si se tratara de un conflicto de supervivencia, de
territorio o de exclusión.
Ya te habrás dado cuenta de que el segundo y el tercero, en el
fondo, acaban siendo también por supervivencia, porque, en la
cueva, cuando uno perdía su territorio o era excluido del clan,
quedaba solo y no tenía posibilidades de sobrevivir a los
depredadores. Por tanto, la exclusión la vivimos como un conflicto
de vida o muerte, ya que las antiguas consecuencias de la exclusión
del clan todavía están arraigadas en nuestra memoria celular.
Los conflictos son un tema cotidiano para nosotros. Surgen
allí donde debemos imponernos. Están al servicio del
crecimiento, de la mejor solución, de la superación de
nuestras limitaciones; en definitiva, están al servicio de la
seguridad y de la paz. - Bert Hellinger
Pero ¿qué hay detrás del dolor que me producen a mí ciertas
palabras? ¿Son simplemente palabras, o hay algo más que ni yo
misma sé?
Te contaré un caso real con un cliente del despacho: hace unos
años, vino a verme una persona porque tenía un problema con su
casero. Había alquilado una vivienda, se le estropeó la cisterna del
váter, y llamó al casero para comunicárselo con el fin de que pagara
la reparación. Al parecer, el casero le dijo que se buscara la vida y él
vino a preguntarme si su casero tenía que pagar o no la reparación.
Tardé muy poco en darme cuenta de que lo del váter era solo la
punta del iceberg, y que el conflicto estaba debajo, no se veía, y él
no me lo explicaba porque tampoco era consciente.
El Dr. House dice que todos los pacientes mienten y yo le tomo el
testigo y digo que todos los clientes mienten: no porque sean
mentirosos, sino porque narran la historia que se cuentan en su
cabeza, pero el conflicto real está unas capas por debajo y no
pueden verlo. Volviendo al cliente del váter, le pregunté por el coste
de la reparación y me dijo que fueron treinta euros. A mí, por la
consulta, me pagaba sesenta.
—¿De verdad te estás gastando sesenta euros en que yo te diga a
quién corresponde pagar esos treinta de la reparación?
—Sí, porque no es el dinero, es que creo que lo tiene que pagar él
porque es muy mala persona.
—¿Y por qué es tan mala persona? ¿Qué te ha hecho?
—Me ha llamado negro de mierda.
—Ah, entonces no estamos aquí por la cisterna. Estamos aquí
porque te has sentido insultado, ¿verdad? Pero tú eres negro, ¿no?
—Sí, soy negro, pero no de mierda. En este país se trata muy mal a
los negros.
—¿De verdad? Aparte de este señor, que, según cuentas, ha sido
un maleducado contigo, ¿quién más ha tratado mal a los negros?
—A mi padre le quitaron mi custodia por ser negro, tuve que criarme
con mi madre y me alejaron de mi padre por ser negro.
¡Tachán! Ya teníamos el dolor. En este caso, en ningún momento el
problema fue ni la cisterna ni que le hubieran insultado. ¡El dolor era
que había crecido lejos de su padre!
Le pedí permiso para hacer algo que, quizás, pudiese aliviar su
sufrimiento. Asintió con la cabeza y emitió un tímido pero seguro sí.
Sacamos los Playmobil, configuró a su familia, hicimos una serie de
movimientos y realizamos una visualización, colocando a su madre
y a su padre en el corazón. Voy a tratar de reproducir aquella
visualización (si puedes, que este trocito lo lea alguien o te lo grabas
y lo escuchas, luego, y así podrás realizar tú también esta
visualización):
«Cierra los ojos y toma tres respiraciones profundas: inhala mientras
cuentas hasta cuatro y exhala contando hasta ocho; otra vez: inhala,
exhala, y la última: inhala, exhala.
Visualiza a tu padre y a tu madre frente a ti. Tu padre, a la derecha,
y tu madre, a su izquierda, uno al lado del otro.
Míralos a los ojos y diles gracias. Mira a tu padre y dile: “Te veo y te
veo grande. Te honro a ti y a todo eso que llevas detrás. Tu dolor es
mi dolor también. Te amo, papá”.
Ahora, mira a tu madre y dile: “Ahora veo tu dolor. Para mí también
fue difícil. Ahora sé que, por amor, por protegerme, me separaste de
papá. Yo también soy papá”.
Luego, siente cómo tu padre y tu madre se colocan detrás de ti. Tu
padre, detrás de tu hombro derecho, y tu madre, detrás de tu
hombro izquierdo.
Coloca tu mano derecha sobre tu hombro izquierdo y tu mano
izquierda sobre tu hombro derecho. Siente como si fueran las
manos de tus padres, que están apoyándote y sosteniéndote.
Siéntelo durante unos segundos, mientras les agradeces el gesto.
Y ahora diles: “Gracias, papá; gracias, mamá, por haberme dado la
vida y los cuidados necesarios para llegar hasta aquí hoy. Os libero
de la responsabilidad de darme más, recibí lo suficiente”».
Mi cliente se fue muy relajado y tranquilo: su padre y su madre
estaban con él, en su alma, y eso le daba fuerza.
Nunca supe qué pasó con el tema de la cisterna, pues una de las
cosas que Bert Hellinger nos enseñó fue trabajar sin intención, sin
apego al resultado. Cuando tienes intención, estás en la mente, y
las constelaciones familiares son un trabajo del corazón.
2.4- Modos y maneras a lo largo de la historia de
resolver conflictos
¡Es una injusticia! Pero el justiciero que actúa así está
enredado emocionalmente. -Sami Storch
Tenemos, en nuestro inconsciente, creencias, condicionantes,
fidelidades familiares y un sinfín de conceptos que no han sido
elaborados libremente por nosotros, por nuestro querer o por
nuestra voluntad y que, con demasiada frecuencia, deciden desde lo
nimio hasta lo crucial en nuestra vida. Pensamos que hacemos lo
que queremos y, en realidad, solo seguimos los dictados de esos
mandatos inconscientes. Con ellos podemos realizar un trabajo de
consciencia a fin de desenmascararlos, desactivarlos y sustituirlos
por otros, elegidos, quizás, algo más libremente, pero poco. Aunque
resulte difícil de creer, la libertad personal es escasa, pero, si se
toma, puede llegar a ser muy amplia.
A lo largo de la historia de la humanidad, tenemos diversos
ejemplos, de diversa índole, para la resolución de conflictos.
Veamos algunas muestras paradigmáticas.
2.4.1- Salomón o el modelo hardgore (o too much
gore)
Estratagema límite para conseguir que aflore la verdad:
—Nada, que parto el niño en dos y os doy la mitad a cada una.
—¡Nooo! ¡Dáselo a ella!
El amor de una madre la hace capaz de renunciar a su hijo para
salvarle la vida.
Y, ante semejante situación, pregunto: ¿crees que fue acertada la
decisión de la madre para salvar la vida de su hijo? ¿Y cómo crees
que crecería el niño separado de su madre? ¿Crees que él lo viviría
como un acto de amor o como un abandono? ¿Te imaginas
entonces por qué puede abandonar una madre a un hijo en la puerta
de un convento? Tal vez haya detrás un acto de amor, intentando
ofrecerle una vida mejor, ante la imposibilidad de hacer frente a esa
crianza. Y de igual forma que un árbol nace en el lugar adecuado,
un hijo también tiene los padres adecuados. Solamente así podrá
tomar la fuerza para la vida.
En el caso de los niños adoptados, civilmente se borra el registro de
los padres biológicos y se inscriben como hijos de los padres
adoptivos. De esta manera, no se está honrando su historia, su
procedencia. Aunque esto solamente es a efectos burocráticos,
puede tener una gran repercusión si los padres adoptivos no saben
darles el lugar que les corresponde a los padres biológicos, y esos
niños estarán perdidos en la vida, porque no honran su origen.
2.4.2- Sócrates o el modelo: «Te voy a freír a
preguntas hasta que vomites la verdad»
El sabio ateniense, mientras inventaba y soltaba mantras
universales como «Solo sé que no sé nada», paseaba acompañado
de sus discípulos, que le planteaban dudas y conflictos. Por turnos,
uno a uno, el maestro los freía a preguntas hasta que el discípulo se
sentía acorralado ante alguna de las cuestiones planteadas.
Se llama mayéutica y es un método lento y que no todo el mundo
está capacitado para llevar a cabo con agilidad, pero, muy a
menudo, es altamente efectivo.
Podemos aplicarlo los abogados. Hacer preguntas y preguntas al
cliente. En ocasiones, este nos ha ocultado información (de forma
voluntaria o involuntaria) y, en el acto de la vista, el contrario formula
una pregunta que tira nuestra teoría por el suelo. ¡Vuelta a empezar!
¡Esta información era vital para poder defender el caso! Sigamos
haciendo preguntas hasta llegar al fondo de la cuestión y, si con la
sentencia no quedamos satisfechos, recurriremos. Y es que hablar
de problemas es inútil porque la respuesta o la causa, muchas
veces, no la sabes. Por eso la constelación es diferente a otras
terapias: en lugar de hablar, trae la solución.
Cuando hablamos, lo hacemos desde el plano mental, y esto
muchas veces impide llegar al punto real del conflicto, porque nos
contamos internamente unas historias ideadas por nuestra mente
que muchas veces no tienen que ver con lo que nos pasa. Con las
constelaciones no hay trampa ni cartón: si el constelador tiene un
buen entrenamiento de percepción, no se implica y no juzga, se ve
lo que es, sin necesidad siquiera de hablar. Con menos intervención,
se es más efectivo.
2.4.3- Los escépticos o el modelo «Miro pa otro
lao, como si el conflicto no existiera»
Estaba Pirrón de Ellis, el fundador de la escuela escéptica, en un
barco cuando llegó una fuerte tormenta de olas gigantescas. Los
vientos azotaban las velas y el barco se movía cual cáscara de nuez
en medio de un rápido.
Los marineros gritaban aterrorizados al ver sus vidas en peligro.
Conocían la fama de sabio de Pirrón y le pidieron consejo en un
momento en el que sus enseñanzas serían vitales.
—Maestro, ¿qué nos recomendáis hacer ante este grave peligro:
rezar a los dioses, intentar huir en chalupa…?
Como todo buen buque de larga travesía, llevaba en la bodega
animales vivos para suministro propio.
—¡Vamos a la bodega!
Pirrón observó que los cerdos no estaban asustados, sino tumbados
comiendo berzas.
—Haced lo mismo que ellos.
Algunos pensaron que estaba loco y volvieron a la cubierta, donde
se estaban organizando para huir en unas pequeñas chalupas.
La tormenta amainó y el buque llegó a puerto. Los que se habían
quedado con Pirrón en la bodega sobrevivieron; los que habían
intentado huir murieron.
Las condiciones meteorológicas no dependen de uno, pero sí trimar
las velas para llegar a su destino. Lo mismo pasa con el conflicto:
habitualmente, no podemos evitar que surja, pero sí podemos
decidir cómo afrontarlo. Eso sí, para afrontarlo, primero hay que
detectarlo. ¿Eres de los que crees que no tienes un problema o que
se arreglará solo? Como decía Cioran: «A la mayoría de las
personas les falta la audacia de sufrir para dejar de sufrir».
Uno de los grandes aprendizajes que nos aporta la filosofía de las
constelaciones es sostener el dolor, tan necesario para el
crecimiento. A menudo, confundimos la alegría con la felicidad,
cuando no tiene nada que ver. Uno puede ser feliz y sentir un dolor
muy profundo por una pérdida (la muerte de un ser querido, un
aborto, etc.). Poder mirar y abrazar ese dolor es indispensable para
poder avanzar y, sobretodo, confiar. A veces, la vida nos trae
situaciones para las que no tenemos una respuesta, no sabemos
cómo reaccionar, como en el cuentecito del barco. Sin embargo,
confiar es un gran ejercicio en el que, cuando lo ponemos en
práctica, la solución aparece. No todo está en la mente.
2.4.4- Alejandro Magno o el modelo «Déjate de
monsergas, que tengo prisa»
Entrada de Persia:
—Alejandro no puedes seguir avanzando si antes no deshaces el
nudo gordiano.
—No voy muy bien de tiempo, ¿sabes? Tengo que conquistar Persia
y me voy a morir joven, o sea que vamos a resolver esto lo más
rápido posible.
Alejandro no está para chorradas ni jueguecitos como para pasarse
horas entretenido deshaciendo el famoso nudo. Saca su espada,
pega un tajo en medio del nudo y sigue con sus conquistas.
Fin del conflicto del nudo gordiano.
Por ejemplo, tengo un conflicto con mi hermana, dejo de hablar con
ella ¡y listo! Así, si no lo miro, no duele. Al fin y al cabo, ¡la sangre no
hace el vínculo! Menuda chorrada eso que nos han vendido sobre
«la familia»… ¡La familia me la creo yo! Y hablo de crear, no de
creer. Aunque no sé por qué me dicen que tengo el mismo gesto de
mi padre al sonreír, si no le conocí, ni vi una sola foto suya, ya que
nos abandonó antes de nacer yo y se fue con otra mujer. ¡No quiero
saber nada de él! Por cierto, mi mujer está embarazada y me acabo
de enamorar de otra...
Cuando excluimos a alguien, es porque le estamos juzgando,
porque, según nuestra buena conciencia, ha actuado mal. Sin
embargo, si no incluimos a esa persona, ten por seguro que vendrá
alguien del sistema familiar a ocupar su lugar y repetirá la misma
historia, probablemente aumentada, hasta que alguien la sane.
2.4.5- Petronio y Nerón o el modelo «Dorarle la
píldora al jefe»
Nerón andaba por el palacio con su lira, cantando sus propias
composiciones. El emperador estaba convencido de que tocaba y
cantaba de maravilla, tanto que creía que era el espíritu del propio
Orfeo el que le asistía en sus manifestaciones artísticas.
Los poetas de la corte se miraban y se reían por lo bajini. Ninguno
osaba decirle nada sobre la pésima calidad de sus poemas y
canciones; el terror a ser enviados a las galeras era demasiado
grande.
Pero Petronio, uno de los más ilustres poetas de Roma, se dijo que
no podía ser, que le hervía la sangre de ver cómo Nerón hacía el
ridículo un día tras otro. Y, en un gesto de honestidad, encontró la
manera idónea de decírselo:
—Emperador dignísimo, vos sois tan talentoso y tan valioso que
vuestros poemas no os hacen honor. Deberíais mejorarlos para que
ellos estuvieran a vuestra magnífica altura.
Nerón se lo tomó bien: él era excelso, los mejorables solo eran sus
poemas y, para alguien tan exquisito como él, seguro que
conseguirlo sería pan comido.
Vendría siendo la clásica frase en una entrevista de trabajo: «Estás
sobrecualificado». Así te vas contento, pero no te contratan.
Con esto, lo que quiero mostrar es la importancia del lenguaje,
fundamental a la hora de llevar a cabo este trabajo. El libro
Comunicación no violenta: un lenguaje de vida, de Marshall
Rosenberg, es un gran ejemplar que trata en detalle este tema.
2.4.6- Maquiavelo o el arte de la puñalada trapera
Maquiavelo tenía un sistema que bien podría llamarse el «conflicto
preventivo». Sería algo como: si quieres evitar un conflicto mayor,
no te demores en montar un buen circo. De ahí la palabra
«maquiavélico».
Si quieres evitar que tu hermano te traicione, adelántate tú y,
mientras le haces creer que todo es maravilloso y que el buen rollo
preside vuestra relación, le apuñalas por detrás.
De esta forma, te vas a ahorrar muchos disgustos.
Lamentablemente, Maquiavelo creó escuela y tiene abundantes
seguidores.
En muchas ocasiones, hay gente que va a visitar a un abogado de
forma «preventiva». «Es que quiero saber a qué tengo derecho»,
«Qué pasaría si hago esto, porque tengo miedo de que “me la
quieran pegar”». Los que sabemos que la mente es creadora,
sabemos lo peligroso de este método. Luego pueden volver al cabo
de un tiempo diciendo: «¿Ves? ¡Lo sabía!», sin ser conscientes de
que probablemente lo hayan creado ellos mismos.
Me acabo de acordar de un caso en que el marido le puso un
detective a su mujer pensando que le ponía los cuernos. El detective
no encontraba nada, pues era una mujer de lo más formal. El
marido, empeñado en que su mujer le engañaba, se gastó una
fortuna en el detective, que acabó liándose con su mujer y se fueron
juntos. Y es que lo bueno de las profecías es que se cumplen. Y lo
malo, también.
Este sentimiento de víctima, de que todo el mundo es malo, de que
los demás siempre te quieren engañar, ¿de dónde viene?, ¿a quién
engañaron y estás intentando vengar?, ¿de quién estás
reproduciendo la historia?
2.4.7- Arthur Schopenhauer o el método «Usa tus
conflictos para crear un sistema filosófico»
El viejo cascarrabias, ya desde niño, era un conflicto en sí mismo.
Su madre estaba desesperada y no sabía qué hacer con su hijo,
que se quejaba por todo. Era como un niño viejo. Que si los criados
le habían servido la sopa demasiado caliente, que si no le habían
dado a tiempo los pantalones para vestirse, que si en la escuela
tanto los profesores como los alumnos eran todos unos ineptos, que
si los juguetes no servían para nada…
Después de una niñez y una adolescencia repletas de quejas y más
quejas, al final el «simpático» Arthur se dedicó a la filosofía, y su
escuela, conocida como la escuela del pesimismo y que ha tenido
su importancia.
Arthur solucionó su conflicto con el mundo escribiendo en contra de
todo lo positivo, hermoso y bueno de la existencia, tratando de
convencer al lector de que este mundo era el peor jamás creado y
que lo único que valía la pena era escaparse de él.
¿Has conocido algún seguidor de la escuela de Schopenhauer?
¿Alguien que se queje todo el rato de lo injusto que es todo? «Con
lo bueno que yo soy, y mira qué me ha hecho… ¡Si es que no se
puede ser bueno!». Hellinger decía que las víctimas son peligrosas,
porque no buscan solucionar el problema, sino que buscan aliados
para vengarse de su adversario, convirtiéndose en perpetradores.
Ante tal variedad de recetas sobre cómo enfrentarse a los conflictos,
habría que analizar la eficacia de cada una para determinar si en
todos los casos todas las partes quedaron en paz, o al menos una
de ellas. Adelanto que no.
En la mayoría de ellas, no lo parece. Aunque, si los revisamos bien,
veremos que la mayoría de esos métodos han conseguido llegar
hasta nuestros días y parecen no pasar de moda para algunos,
porque es muy cómodo vivir en el conflicto. ¿Has oído hablar de la
zona de confort?
2.4.8- Práctica sobre modelos de resolución de
conflictos
¿Te has identificado con alguno de estos modelos anteriores a
la hora de resolver conflictos?
Haz una lista de cinco conflictos que hayan tenido una
importancia determinante en tu vida y coloca a su lado el
modelo con el cual crees que los procesaste.
¿Quedaste en paz con la resolución? ¿Alguien ganó, alguien
perdió? ¿Piensas o sientes que las otras partes participantes en
el mismo quedaron en paz?
¿Qué piensas o sientes que habría faltado o sobrado para que
todas las partes hubieran quedado en armonía?
2.5- ¿Poner la otra mejilla?
Solo tienen derechos aquellos que luchan por defenderlos.
- Naihara Cardona
En los últimos años y a raíz de mi historia personal, me he dedicado
a tratar de poner de acuerdo a partes en desacuerdo, entendiendo
que esta debería ser la verdadera función de un abogado. ¿Es
siempre posible llegar a un acuerdo? Mi experiencia me dice que no.
Esto antes era algo que me frustraba, me dolía, me llevaba a pensar
que yo no era lo suficientemente buena en este trabajo y me rompía
cuando veía que no era posible lograr aquello que yo creía que era
lo mejor.
Han sido años de aprendizaje, pero finalmente he podido comprobar
que ni yo tengo la solución a todos los males ni siempre lo que yo
creo que es lo mejor lo es. O, como dice el sabio refranero español:
«Lo que es bueno para el riñón, es malo para el corazón».
A veces, veo cómo una persona, por no discutir, cede en exceso, lo
cual provoca un desequilibrio muy grande. Cuando cedemos por no
discutir, por no aguantar el malestar y la tensión, nos hacemos
pequeños porque no estamos defendiendo lo que creemos justo o lo
que nos pertenece. Pensamos que cediendo se solucionará el
problema, pero no es así: el problema se hace más grande hasta
que la bola explota, y luego nos preguntamos por qué, con lo
«buenos» que hemos sido.
Es cierto que hay que buscar acercarse y hay que ceder, porque, de
lo contrario, no serían posibles los acuerdos. Forma parte de la vida
diaria de cualquier convivencia. Pero el conflicto es necesario para
crecer y, si no lo vivimos así, estamos condenados a repetir. No se
trata de buscar el conflicto o de fastidiar al otro. Se trata de ser
conscientes, buscar un bien común y saber cuidarse a uno mismo;
nadie lo hará por nosotros.
Poner la otra mejilla aparece en los Evangelios como algo que
aportó Jesús, como una nueva filosofía para contraponerse al «ojo
por ojo, diente por diente», de la ley del Talión que imperaba
entonces.
Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra. Y al
que te quitare la capa, ni aún el sayo, le defiendas. Lucas 6, v. 29
Esta es la máxima expresión de la mansedumbre y, dependiendo de
a quién tengas delante, puede resultar bien, pero también puede
desembocar en que el otro se quede con todo: con lo suyo y con lo
tuyo. Y debes ser consciente y saber si estás dispuesto a soltarlo
todo solo por no entrar en conflicto, porque puede ser peligroso
desvestir un santo para vestir a otro.
En todos estos casos, es fundamental el papel del abogado. Los
abogados, tradicionalmente, tienen tendencia a darle la razón a su
cliente. Es una manera de trabajar: «Miro por el beneficio
económico, le digo al cliente lo que quiere oír, no le soluciono el
problema y así sigo teniendo al cliente más tiempo y, por lo tanto, yo
gano más dinero».
Para trabajar con la postura sistémica que planteo en este libro, hay
que estar dispuesto a renunciar a bastantes clientes. Es más, no
hace falta ni renunciar, porque, cuando trabajas de esta forma,
muchos clientes se van solos. Puede dar algo de vértigo, pero no te
quedarás sin trabajo. Automáticamente, se produce lo que yo llamo
«selección natural»: empieza a venir otro tipo de cliente más acorde
con tu filosofía, que también los hay y cada vez más.
2.6- El conflicto como acicate de crecimiento
Con la renuncia crecemos y, por raro que suene, ganamos
equilibrio anímico. Quien no ha renunciado puede poco y
sigue siendo un niño en muchos aspectos. -Bert Hellinger
La vida nos manda regalos envueltos en problemas. Entre el que se
ahoga en un vaso de agua y Juan sin miedo, que es absolutamente
inconsciente de lo que tiene delante, existe una gama de posturas,
algunas de las cuales resultan más eficaces y saludables que otras
a la hora de vivir los conflictos.
Pongamos que, en un primer momento, cuando llega el conflicto, la
mayoría de las personas tendemos a sentirnos contrariados. Es una
reacción instintiva ante lo que puede significar una dificultad que
quizá ponga en riesgo nuestro objetivo.
Lo que cuenta es lo que somos capaces de hacer después. Una vez
pasado ese primer momento de sorpresa, podemos perpetuarnos en
la queja, enfadarnos, culpar al mundo, al universo, al Gobierno o al
sursuncorda de nuestra mala suerte o podemos tomar una actitud
casi lúdica con la que miramos el conflicto como un reto que nos
acaba de regalar la vida. Además, debemos tener algo en cuenta: la
vida nunca nos envía nada que no seamos capaces de sostener. Si
es muy gordo lo que te pasa, es que eres muy fuerte para poderlo
llevar. Confía.
2.6.1- Primera pantalla: identificar
Lo esencial es invisible a los ojos. - Antoine de SaintExupéry
El primer paso será comprender qué nos está diciendo la vida a
través de ese problema. Entenderlo es muy importante y, a veces,
no se consigue enseguida. Hay que juntar piezas, como en un
puzle, y no siempre nuestra memoria nos las sirve con diligencia. A
menudo hay que incubar, pedirle a nuestro SAR (sistema de
activación reticular) que nos aporte más datos sobre esa cuestión
para que los podamos relacionar.
Si entrenamos a nuestro SAR, no va tardar en aparecer un nuevo
dato que arroje luz sobre la situación: «¡Oh, fíjate, las fechas de xx
coinciden con las de zz!».
A partir de ahí, ya tenemos un hilo del que tirar.
Si seguimos en esa actitud de entender, de querer ir deshilando el
conflicto hasta comprenderlo del todo, lo cual significará
deshilacharlo por completo, pronto nos vamos a dar cuenta de que
lo único que nos está pidiendo la situación es que seamos capaces
de soltar asuntos que pueden resultar tan adictivos como el querer
tener razón (uno de los principales mecanismos del ego), la
necesidad de reconocimiento o el apego a algo o a alguien. Y va a
resultar mucho más fácil comprenderlo si lo podemos conectar con
algún excluido en nuestro árbol genealógico (eso se descubre por
las fechas y por otros métodos), porque la respuesta siempre está
en el excluido, como veremos en el capítulo Los órdenes del amor.
Por otro lado, contemplar el conflicto como el grito de un malestar al
que hay que atender puede ser una visión más sana que la de
contemplarlo como un incordio que ha llegado para arruinarnos la
vida.
2.6.2- Segunda pantalla: neutralizar
El conflicto responde a un orden que está al servicio de la
supervivencia, del grupo y de cada uno de sus miembros. Bert Hellinger
Deberemos relacionar nuestro malestar y entender su procedencia.
Puede que sea propio, aunque muchas veces nos vamos a dar
cuenta de que tiene mucho que ver con nuestro clan. Las faltas de
reconocimiento y de aceptación, así como las exclusiones de
miembros del clan, quedan en la memoria del árbol y acaban
apareciendo en nuestras vidas.
Para comprender mejor esto, podríamos hablar de los campos
morfogenéticos de Rupert Sheldrake y del inconsciente colectivo de
Jung. Pero no será en este libro, pues pretende ser algo
introductorio y el exceso de información podría resultar confuso.
Ahora nos quedaremos con el enunciado de que podemos
aprovechar el conflicto para crecer.
2.6.3- Tercera pantalla: reprogramar
Para crecer, la persona necesita salir de su zona de
confort. Y eso, generalmente, conlleva algún esfuerzo,
alguna renuncia y, a veces, algún sufrimiento. No es algo
cómodo. - Sami Storch
Tendremos que realizar determinados movimientos con el propósito
de resituar el conflicto y reparar ciertos dolores antiguos que todavía
siguen vivos en las memorias de nuestra estirpe.
Te voy a contar el caso de una clienta a la que asesoré para
gestionar un despido. La llamaremos Rosa.
Rosa conocía las constelaciones, la numerología y la
descodificación, entre otras terapias. Vino a mi despacho porque
tenía que despedir a una trabajadora y quería hacerlo bien. Me
contó el final de aquella relación laboral y las causas por las que
quería despedir a Mary, su secretaria.
Me dijo que, un día, ante un desacuerdo de procedimientos con
Mary, cuando intentó hablar con ella, esta le profirió varios insultos y
algunas palabras de menosprecio en un formato bastante subido de
tono. Rosa se sintió confusa y dolida. No entendía cómo Mary la
había podido tratar tan mal, después de que, desde que la contrató,
no hizo más que preocuparse por ella y por su situación personal,
llegando a hacerle casi de madre.
Luego me contó que, unos días después de aquel día crítico, se dio
cuenta de que la fecha en la que Mary había empezado a trabajar
con ella era el día exacto del cumpleaños de Carlos, su hermano
pequeño (trece años menor que ella) y con el que ella había actuado
de madre de sustitución, ya que la madre de ambos tenía otros
cuatro hijos por atender y convirtió a la hija mayor en la madrecita
del pequeño.
Carlos había llegado a la familia en un momento complicado: el
negocio familiar estaba a punto de cerrar, cosa que sucedió en
pocos meses, viéndose la familia en la ruina. El drama que se vivió
en aquel momento fue grande y aquel bebé creció en un caldo de
cultivo de tragedia y drama y, energéticamente, con un sentimiento
de exclusión por haber llegado en un momento inadecuado: una
boca más que alimentar, cuando la supervivencia de todos estaba
en peligro.
En la escuela, siempre estuvo excluido, sin apenas amigos. Y, de
mayor, siempre quedaba excluido de la fratría (no estaba en los
grupos de WhatsApp, él mismo se salía de ellos), casi nunca estaba
de acuerdo con las decisiones que tomaban los otros hermanos
sobre el cuidado de los padres, etc.
Cuando Rosa se dio cuenta de que Mary había llegado a su vida
para representar a su hermano excluido y que los improperios que
soltó el día del conflicto solo significaban los gritos de dolor de su
hermano Carlos, entendió lo que había sucedido.
La reparación la realizó en una constelación familiar y fue preciosa.
Y, al final, pasó de la confusión y tristeza inicial a la comprensión en
su ser más profundo.
Rosa era consciente de que, cuando contrató a Mary, esta se
encontraba en una situación personal complicada y que la protegió
más de la cuenta (la maternizó).
Cuando en la constelación se integró al hermano, Rosa sintió paz y
pudo resolver el despido de Mary de forma pacífica y serena.
Vas a darte cuenta de que esa mirada sobre el conflicto lo cambia
todo. Y mi intención a lo largo de este libro es la de transmitirte que
eso es posible. Abandonar el rol de víctima y tomar la visión
sistémica es un gran paso adelante para vivir mucho mejor, un paso
que, además, va a reverberar a tu alrededor produciendo notables
cambios en tu entorno, ya que, si cambias tu mirada, transformas tu
realidad.
2.6.4- Práctica para conflictos futuros
Después de leer atentamente las tres pantallas por las que
puede transitar un conflicto con consciencia, más el ejemplo de
Rosa, te invito a que el próximo conflicto que tengas en el
presente intentes trabajarlo de esta forma.
Toma nota de todo lo que sucede en el proceso:
¿A quién estás excluyendo en tu vida? Tal vez a tu ex, a tu
jefe, a un hermano, a un amigo, a tu madre o incluso a ti
mismo. En el excluido siempre está la solución.
¿Cuál es el dolor que no te permite darle un lugar en tu
corazón?
Cierra los ojos, visualiza a esa persona o a ese conflicto —tal
vez sea una enfermedad— y dale las gracias por mostrarte
aquello que, sin él o ella, no podías ver.
Será fundamental que los incluyas en tu corazón para ayudarte a
abrir los ojos y a mejorar tu capacidad para resolver conflictos de
forma equilibrada, armónica, empática y simétrica, dentro de lo
posible.
Capítulo 3
Las tres esquinas del infierno
3.1- Coproducciones El Averno presenta: El
triángulo infernal
Quien se retira de la masa de entusiastas, y vuelve en sí,
deja de ser útil para el gran conflicto. Pero aún está en
riesgo de caer víctima de ese conflicto porque los
entusiasmados pueden volverse en su contra y
considerarlo un traidor. ¿Por qué? Porque ya no tiene la
misma conciencia buena o tranquila que los demás. - Bert
Hellinger
En Europa, muchos terapeutas conocen al triángulo de Karpman
como «el triángulo infernal», porque, en realidad, vivir dentro de él
convierte la vida en un infierno. ¡Más gráfico, imposible!
Stephen Karpman, psicólogo transaccional, elaboró la teoría del
triángulo dramático, la cual ayuda a comprender bien a qué se
deben muchos de los fracasos en las relaciones. Es básico conocer
este triángulo y su funcionamiento para tomar consciencia de dónde
estamos, respecto a nuestras relaciones en cada situación y de
cómo afectan a la misma y a los otros participantes los roles que
hayamos asumido.
El funcionamiento del triángulo de Karpman, a pesar de ser un
triángulo, es el de una especie de círculo vicioso, como un carrusel,
en el que nos hemos montado sin darnos cuenta. Imagina un tiovivo
que está en marcha a buena velocidad. Si estás montado en un
caballo te resultará fácil bajarte de él y subir al cochecito que tienes
delante, pero no te va a resultar tan fácil saltar del tiovivo. Pues eso
es exactamente lo que sucede con ese triángulo dramático.
Y es así debido a que esos roles están muy implantados en nuestra
sociedad y los hemos vivido desde pequeños en distintos
ambientes: en casa, en la escuela y, más adelante, con las
amistades, con la pareja y en el entorno laboral. Por eso lo más
importante aquí es tomar consciencia, ante cada situación
específica, de si la estamos viviendo desde alguno de los tres roles.
Para ello es necesario conocer bien la anatomía y el funcionamiento
de los mismos.
Los roles descritos por Karpman son: víctima, salvador, perseguidor.
Hay personas que piensan que las víctimas son los pobres
indefensos que están siendo abusados; que los salvadores son los
buenos, los que se sacrifican por ayudar a las víctimas, y que los
perseguidores son los malos.
Vamos a deshacer entuertos: no hay roles buenos o malos, pero los
tres son altamente ineficaces. La gran tarea que llevar a cabo es la
de abandonar el triángulo y vivir de forma autónoma y responsable.
Y vale la pena saber que, una vez montados en el carrusel que
significa ese triángulo, da igual en qué rol nos descubramos, porque
acabaremos pasando por los tres.
No solo podemos ejercer los distintos roles en distintos lugares: por
ejemplo, en el trabajo, ser víctimas de un jefe tirano, y llegar a casa
y ser perseguidores con la pareja para compensar. No es solo eso.
Es que, para la misma situación, rotamos entre los tres roles, lo cual
hace más difícil ubicar dónde estamos.
3.1.1- El carrusel de la perversión
Pero el resumen es sencillo: si nos pillamos actuando en uno de los
tres, ya podemos estar seguros de que los otros dos están ahí, al
acecho, y que los hemos jugado o los vamos a jugar en cualquier
momento.
Este es el quid de la cuestión. Posiblemente te descubras ejerciendo
el rol de víctima: «¡Mira qué me han hecho!». La víctima está
instalada en la queja. Nada le va bien, todo le perjudica, los demás
tienen la culpa, ella es inocente, pero, por otro lado, no toma acción
para resolver aquello que no la hace feliz. No se responsabiliza.
Está esperando a que aparezca alguien que resuelva sus
problemas, alguien que la salve de su lamentable situación. Ese rol
necesita un salvador, igual que, para poder seguir siendo víctima,
necesita de un perseguidor (o varios). Y normalmente, como
salvador, aparece algún voluntario, alguien que, sin que nadie se lo
pida, se dispone a salvar a esa víctima de su perseguidor, en
nombre de una mal entendida «justicia».
Hacer justicia es un pretexto para vengarse. El deseo de
aniquilar vuelve a abrirse paso, esta vez en nombre de la
justicia. - Después del conflicto, la paz, Bert Hellinger
Normalmente, el salvador es alguien que tiene un concepto de sí
mismo como de una persona que se sacrifica por los demás. En ese
punto, algunos mitos religiosos no han ayudado demasiado a la
psicología, ensalzando en demasía el papel de la víctima (y el de
salvador y el de perseguidor…).
El problema es que, por mucho que haga el salvador por esa
víctima, nunca va a ser suficiente. Van a surgir más problemas
derivados de los primeros y la tarea se le va a volver infinita, hasta
agotarle. Y, mientras, se va a dar cuenta de que en el empeño ha
dejado de lado su propia vida para volcarse en «arreglar» la del otro.
Por otro lado, sucede que la misma víctima está actuando como un
perseguidor de su perseguidor, al que, aunque sea en su
pensamiento o en sus conversaciones con el salvador o con quien
se preste a escucharla, le dedica todo tipo de improperios. Todo su
enfado, su rabia y sus juicios van dirigidos a su perseguidor. Y, en
este gesto, sin darse cuenta, aunque crea estar en el papel de
víctima, ha pasado al rol de perseguidor.
Al final, los perpetradores también son víctimas. Son las
víctimas más desafortunadas. Al final, soportan la parte
más difícil. - Bert Hellinger
El salvador, al cabo de un tiempo de ejercer su función, va a sentirse
víctima: con todo lo que he hecho por ella y ¡mira cómo me lo paga!
El problema es que nadie le solicitó que entrara en el juego para
salvar a nadie y que, si lo ha hecho, es también por una necesidad
de sentirse importante, para que le valoren y le agradezcan, para
que le tengan en cuenta, para que le vean.
Los justos son el mayor obstáculo para que buenos y
malos lleguen a reconciliarse. Ellos son los que tienen el
sentimiento más agresivo. -Bert Hellinger
Normalmente, son personas con baja autoestima que, en lugar de
dedicarse a resolver sus problemas o a trabajar en pos de sus
objetivos, van a la caza de personas que estén en situaciones
conflictivas, para las que creen ser indispensables, a fin de erigirse
como salvadores. Es un rol que, durante un cierto tiempo, parece
compensarlos, hasta que pasan a la fase de sentirse agotados y
sobreexigidos por la víctima, que necesita más y más ayuda, ya que
todavía no ha decidido ser autónoma. Y entonces empiezan a sentir
que no se les reconoce todo, todo y todo lo que están haciendo. Ahí
es cuando el salvador pasa a ser víctima de su víctima. Pero, como
siempre, el refranero español es muy sabio: «Quien viene sin que lo
inviten se va sin que lo echen». O viceversa: «Quien se va sin que lo
echen vuelve sin que lo inviten».
El perseguidor es una persona convencida de que tiene la razón,
alguien que culpabiliza a los demás de que las cosas no están
funcionando bien. El perseguidor no mira hacia sí mismo para ver si
ha cometido un error o ha fallado en algo. Busca culpables afuera y
los encuentra. Y una vez descubiertos, les lanza sus dardos.
No existen perpetradores en el sentido de que ellos son
malos. En estos destinos se ven movimientos detrás de los
que actúan que están tanto al servicio de las víctimas
como de los perpetradores. A pesar de todo, no se puede
disculpar a un perpetrador. Estar implicado no exime al
individuo de las consecuencias de su acción. - Bert
Hellinger
El salvador se acaba convirtiendo en el perseguidor del perseguidor,
ya que, en su afán por defender a la víctima, acaba atacando a su
atacante. Así, de forma casi natural, pasa de salvador a perseguidor.
Y muchas veces sucede que la víctima, al ver cómo el salvador
arremete contra su perseguidor, entra en una especie de síndrome
de Estocolmo y acaba defendiendo a su perseguidor, convirtiéndose
así en su salvadora.
¡Más perverso, imposible!
¿Y qué papel pueden ocupar los abogados en todo este baile? Si el
abogado no ha hecho un trabajo personal y tiene un sentimiento de
justiciero, puede que esté en el rol del salvador: quiere salvar a su
cliente, a quien ve como víctima. Sin embargo, desde ese lugar,
también estará actuando como perseguidor de la parte contraria.
Para prestar una buena ayuda, es importante ser consciente de esto
o existen altas posibilidades de fracasar como profesional.
3.1.2- Una historia personal: baile de roles
Te contaré una historia que me pasó a mí personalmente. Sí, otra
más.
Hace unos años, estuve atendiendo, como todos los años, las
jornadas de puertas abiertas en el colegio de abogados. Son unas
jornadas que se hacen cada año, donde todos los abogados
colegiados que quieran pueden ir a asesorar de forma gratuita,
durante un día completo, a todo el que se presente y necesite hacer
una consulta legal.
Llegó una pareja con un problema con su antiguo casero. El caso es
que tenían un contrato de alquiler y, antes de que este finalizara, el
casero les dijo que se tenían que ir porque necesitaba la vivienda
para su madre. Ellos, de buena fe, le creyeron y se marcharon. Al
cabo de poco tiempo, vieron anuncios en las redes (¡maldito
Facebook!) donde se publicitaba este piso, por lo que dedujeron que
no era para su madre, sino que les habían echado para volver a
alquilarlo por más dinero.
Esta pareja llegó a mí, a través de estas jornadas de puertas
abiertas, exponiéndome el caso y yo les asesoré sobre lo que
legalmente correspondía: según el artículo 9.3 de la Ley de
Arrendamientos Urbanos, podían solicitar volver a su vivienda y que
les indemnizaran por los gastos de la mudanza o reclamar una
mensualidad de renta por cada año que les faltara por cumplir del
contrato. Como ya se habían comprado otra vivienda y no les
interesaba volver, les convenía reclamar la cantidad. Estaba todo
muy bien documentado: mensajes donde les decían que se tenían
que ir por la necesidad del propietario de tener la vivienda para su
madre, los nuevos anuncios del piso pidiendo el doble de renta, etc.
Les expliqué la legalidad, les dije que tenían muchas posibilidades
de recuperar tres mensualidades de renta (no está nada mal, ¿no?)
y que solo les cobraría en caso de ganar; si perdíamos, no cobraría
nada, pero sí que tenían que pagar al procurador. Si ganábamos,
cobraría honorarios según los usos y costumbres. Decidieron que no
querían pagar procurador, les parecía muy injusto que, además de
haberse quedado sin casa y de que les debieran una indemnización,
se tuvieran que gastar más dinero en reclamar. Era el último día del
plazo cuando apareció un procurador que se solidarizó con la causa
y presentó la demanda, junto conmigo, sin cobrar nada.
Tengo una pregunta: ¿bajo qué rol del triángulo dramático crees que
estábamos actuando todos los personajes de esta historia?
La historia no acaba aquí. Se puso la demanda, concretamente un
juicio declarativo ordinario, con los tiempos de tramitación que ese
procedimiento conlleva. He de decir que fue rápido, porque el
propietario de la vivienda, en cuanto recibió la demanda, se allanó
(allanarse consiste en admitir que quien te ha demandado tiene
razón y, por lo tanto, no tiene sentido seguir el procedimiento), por lo
que fue bastante rápido. Con tanta alegría, se lo comuniqué al
cliente: «Se han allanado, así que ¡enhorabuena, vais a recuperar
vuestro dinero sin necesidad de ir a juicio!».
Tanto el procurador como yo estábamos que no cabíamos de
contentos. ¿Y sabes qué? Que ahí empezó la persecución: el cliente
empezó a acusarme de que yo quería quedarme con su dinero de la
indemnización.
Todos, lo hayamos vivido personalmente o no, sabemos de la
lentitud de los juzgados y es obvio que, aunque se hubieran
allanado, depositar el dinero en el juzgado y seguir el procedimiento
hasta cobrar llevaba su tiempo. Sin embargo, el cliente pareció no
comprenderlo.
¡No se lo iba a pagar yo de mi bolsillo! Y se empezó a poner
nervioso pensando que yo me iba a quedar algo. Es más, me llegó a
decir que él no quería poner esa demanda y que, si la había puesto,
era porque yo había querido y que no tenía derecho a cobrar nada.
Para no hacer la historia más larga, te contaré cómo viví yo esta
situación: cuando terminó, estuve inmensamente agradecida a esta
persona de la gran lección que me había dado. Por aquel entonces,
yo todavía no había escuchado hablar nunca de Karpman ni de
triángulos dramáticos, pero sí aprendí algo: renuncio a pretender
salvar a nadie. Desde entonces, me va mucho mejor.
Estos roles, además, dejan a las personas en desigualdad: la
víctima queda en un estadio inferior al perseguidor y al salvador. El
salvador se siente superior y mejor que la víctima, ya que, por eso,
por su superioridad, es por lo que ella necesita su ayuda. También
se siente superior al perseguidor, ya que siente que él está
ejerciendo una función de restauración de la justicia, lo cual le
convierte en el bueno de la película, mientras que el perseguidor es
el malo. El perseguidor también se siente más poderoso que la
víctima. Como vemos, estas relaciones que se establecen entre
ellos son, por definición, asimétricas, y eso jamás puede conducir a
buen puerto.
Las relaciones establecidas desde estos roles están abocadas al
fracaso desde el primer minuto. Aunque el decorado y los detalles
cambien, los guiones siempre son los mismos y, si no se modifica la
situación y alguien decide salirse del triángulo, se puede predecir
cómo va a acabar, que siempre es en drama: más y más dolor, más
y más confusión, más y más reproches, menos libertad, menos
responsabilidad, menos autonomía personal y más lío.
Concluyendo: lo único que nos vale en ese caso es darnos cuenta
de que estamos en el triángulo y, una vez percatados de eso, salir
de él. Cambiar de rol dentro del mismo, pasar de perseguidor a
víctima o de víctima a salvador, no sirve para nada más que para
perpetuar la situación.
3.1.3 - Salir del triángulo
Salir del triángulo significa tomar el timón de nuestra vida, devenir
personas autónomas y responsables, adultas, lo cual incluye
solucionar nuestros propios problemas cuando surjan, en lugar de
quejarnos a ver si alguien nos oye y se brinda a trabajar desde
nuestro lugar. Significa que, si no sabemos cómo resolver algo,
seamos capaces de pedir ayuda, pero de pedirla bien, asumiendo
que el conflicto nos pertenece y que la persona que nos brinde su
ayuda no se transforma en el tomador de nuestro conflicto, sino que
solo es alguien que nos ayuda de forma puntual.
Eso significa que habremos sido capaces de ver, analizar y ordenar
todo el puzle con el objetivo de empezar a mover las piezas que
más nos convengan para resolverlo. Y que, además, lo podemos
resolver disfrutando del camino, del recorrido y del aprendizaje que
nos va a brindar esta experiencia. También significa que, si en un
momento necesitamos detenernos para descansar, podemos
hacerlo. Pero descansar, no sentarse a esperar que aparezca
alguien para resolver nuestro desafío o que desaparezca la persona
que no nos gusta por arte de magia.
Y que, al final, conflictos, problemas, retos, desafíos… son
experiencias que nos llevarán a aprender, a ser mejores, a crecer y
a saber que estamos viviendo nuestra vida a nuestra manera, con
los recursos de los que disponemos en cada momento, mientras
estamos por la labor de conseguir más recursos y estrategias que
nos permitan gestionar un poco mejor cada día nuestras
situaciones. Eso es la libertad, y así lo dijo Viktor Frankl en El
hombre en busca de sentido, tras haber vivido en un campo de
concentración Nazi: «Al hombre se le puede arrebatar todo salvo
una cosa: la libertad humana —la libre elección de la acción
personal ante las circunstancias— para elegir el propio camino».
3.1.4 - Práctica sobre los tres roles
Coge tres folios y en uno escribe la palabra perpetrador; en
otro, víctima, y en otro, salvador. O, simplemente, las iniciales P,
V, S.
Mezcla los tres folios boca abajo sin saber qué pone en cada
uno y ponlos en el suelo separados unos de otros.
Ponte de pie encima de uno de ellos, cierra los ojos, respira y
observa tu cuerpo. ¿Qué sensación tienes? ¿Qué siente tu
cuerpo? Haz lo mismo con los otros dos, sin mirar qué pone
cada papel y anótalo.
Observa lo que has sentido cuando has estado encima de cada
uno de los tres papeles. ¿Con cuál te sientes más cómodo?
Cuando hayas hecho el ejercicio con los tres papeles, apunta lo
que has sentido encima de cada uno y elige con cuál te sientes
mejor. Apúntalo.
Ahora ya puedes darles la vuelta a los papeles. ¿Te sorprende
el resultado o te identificas?
¿Puedes recordar alguna situación en tu vida en la que hayas
actuado como el personaje (P, V o S) con el que más cómodo te
has sentido? Puedes pedir colaboración a alguien de tu entorno
cercano para que te ayude a identificarlo.
3.1.5 - Espejito mágico
Un joven entró a un pueblo cargando una pesada maleta.
Sentado en una roca estaba un anciano fumando en pipa.
—¿Cómo es la gente de este pueblo? —preguntó el joven.
—¿Cómo era la gente del pueblo de donde tú vienes? —
replicó el anciano.
—Era gente muy desagradable: deshonestos, ladrones,
desagradecidos y rencorosos. Siempre estaban peleando
entre ellos y tratando de aprovecharse los unos de los
otros. Chisme y resentimiento eran comunes entre ellos.
Por eso estoy preguntando, antes de entrar, cómo es la
gente de este pueblo.
El anciano suspiró y dijo:
—Creo que no vas a encontrar mucha diferencia aquí. La
gente de aquí es exactamente igual a la gente del pueblo
de donde tú vienes.
—Entonces, creo que continuaré mi viaje hasta el próximo
pueblo —dijo el joven, tomó su maleta y se marchó por el
mismo camino.
—Adiós —dijo el viejo, y volvió a fumar su pipa.
Después de un tiempo, otro joven llegó a las puertas del
pueblo.
—¿Cómo es la gente de este pueblo? —preguntó.
—¿Cómo era la gente de la villa de donde tú vienes? —
dijo el anciano.
—La gente de mi pueblo era muy agradable. Siempre
estaban dispuestos a ayudarse los unos a los otros, y el
amor y la compasión eran características comunes entre
ellos. Siempre podías encontrar un amigo dispuesto a
escuchar tus problemas. Me entristece tener que dejarlos.
¿Cómo es la gente de este pueblo?
—Aquí no encontrarás mucha diferencia. La gente de este
pueblo es exactamente igual a la gente de tu pueblo.
Bienvenido.
Y el joven entró al pueblo.
La técnica del espejo es una de las que más nos ayuda a saber
dónde estamos. Normalmente nos resulta fácil ver el defecto en los
demás, mientras que cuesta mucho más verlo sobre uno mismo. O,
como decía (y dice) mi abuela: «Cuidado con señalar, porque,
cuando apuntas con un dedo, quedan tres dedos apuntando hacia
ti». Por ello, es ecológico y saludable que aprendamos y lleguemos
a un buen dominio de esta técnica. Lo de ecológico, por ahorrar
energía. Lo de saludable, para tener calidad de vida los años que
vivamos. ¿Por qué utilizo el adjetivo ecológico en lugar de otro?
Pues porque en la era de la ecología y conservación del medio
ambiente, en la que este término está tan de moda, también
debemos extrapolarlo a las personas. ¿Qué es ser ecológico a nivel
personal? Por ejemplo, no quejarse. La queja solo produce malestar
a uno mismo y a los que tenemos alrededor, además de impedir la
acción. Mientras me estoy quejando, no estoy solucionando, y esto,
de alguna manera, contamina a la persona. ¿Cuánta energía de
desperdicio gastamos en tratar de convencer al otro de que está
equivocado? Esto es no ser ecológico.
Si la primera fase para salir del triángulo de roles es la de darse
cuenta de que estamos en él, la técnica del espejo nos será de gran
ayuda para ese cometido y nos facilitará el camino.
Para ello es necesario que prestemos atención a aquello que nos
molesta de los demás. Me contó una amiga pedagoga que, cuando
cruzaba un parque infantil, se quedaba un rato observando a las
mamás y papás para ver cómo se relacionaban con sus hijos y que,
en estas examinaciones, había advertido de todo: progenitores
gritando a sus hijos para que dejaran de gritar (¿¡!?), otros exigiendo
de sus hijos máxima atención al subir al tobogán mientras ellos
estaban de forma permanente distraídos mirando su móvil…
Eso significa que están dentro del carrusel maldito y que van a
poder disfrutar de todos los roles en secuencia libre.
¿Cómo se traslada esto al mundo jurídico? Veámoslo: hay estudios
que demuestran que la mayoría de abusadores sexuales han sido
abusados de pequeños. ¿Por qué un niño que ha sido víctima de
abuso se convierte en abusador? Y, probablemente, hayan abusado
de ese niño por proteger a un hermano menor (salvador). ¿Por qué
las hijas de maltratadores, frecuentemente, se emparejan con
maltratadores?
Como abogados, vemos frecuentemente este tipo de dinámicas.
Incluso, en el tema de la violencia de género, es muy frecuente que
una mujer denuncie a su pareja por violencia de género, se dicte
una orden de alejamiento y la propia víctima la incumpla para volver
a los brazos de su perpetrador. Si no entendemos por qué se
produce esta dinámica, es difícil que podamos ayudar como
profesionales.
En la actualidad, los temas de violencia de género están a la orden
del día. Se trata a la mujer como una víctima, quitándole fuerza para
resolver por sus propios medios, y al hombre, como un criminal,
cuando no deja de ser también víctima de una situación.
¿Por qué una mujer que denuncia y ha logrado una orden de
alejamiento retira la denuncia y vuelve con su marido? Hay quien
dirá que por necesidad, por cuestiones económicas. Y, en algunos
casos, puede que sea cierto, pero no es menos verdad que, en
muchas ocasiones, esto se produce por asuntos emocionales no
resueltos: tienen una dependencia emocional de esa otra persona
que nada tiene que ver con la economía y no saben cómo salir de
ahí. Tal vez su padre ya la maltrataba y ha buscado un hombre igual
porque para ella esa es la manera de recibir amor, no conoce otra
cosa. O cualquier otra implicación emocional que los lleve a ambos
a sentirse esclavos de esta situación, que no la resolverá ninguna
orden de alejamiento. Es más, aunque se terminen separando, si no
lo resuelven, lo más probable es que se repita la historia con la
próxima pareja que encuentren.
¿Por qué hay personas que atraen a personas que las maltratan?
¿Cuál es su cuota de responsabilidad en el asunto? Como dice
Sami Storch en su libro A Origem do Direito Sistêmico: «En la
medida en que se deja de actuar como víctima, esa persona deja de
atraer a quien le agreda. Nadie pisa a quien está de pie».
¿Y qué papel puede adoptar el abogado en estos casos? Hay varias
opciones:
1. Que el abogado se convierta en el nuevo perseguidor del
abusador, condenándolo en el más amplio de los sentidos por la
barbaridad que ha cometido, movilizando incluso a la prensa
para darle visibilidad al caso.
2. Que el abogado se solidarice con su cliente como víctima,
reforzándole esta actitud y, por lo tanto, restándole fuerza para
superar la dura situación.
3. Que el abogado sea el salvador de la víctima y le diga: «No te
preocupes, soy el mejor abogado penalista y te sacaré de esta.
¡Pagará por todo lo que te ha hecho, aunque tengamos que
llegar al Tribunal Supremo!».
Sin embargo, existen otras maneras de actuar que fortalecen más,
tanto al cliente como al abogado: empoderando al primero y
evitando que el segundo se lo lleve a lo personal. ¿Cómo afrontaría
este mismo asunto un profesional de la justicia (sea abogado, juez,
fiscal o cualquier otro operador) de manera sistémica?
Dedicaremos un capítulo a los órdenes de la ayuda, pero
ilustraremos este caso para dar una pequeña pincelada.
Una vez que el profesional ha bajado del tiovivo del triángulo
dramático y ha hecho su correspondiente trabajo personal, podrá
mirar este conflicto de otra manera: aceptar lo que ha ocurrido, que
es muy doloroso, pero le ha ocurrido al cliente y, por lo tanto, solo él
puede resolverlo. Hay que devolver el conflicto a su legítimo dueño,
que es quien tiene la solución.
Como abogado, pongo mi conocimiento legal a su servicio para que
se haga justicia, porque alguien que infringe la ley debe asumir la
responsabilidad de sus acciones, pero no perseguir ni excluir a la
persona, pues todos tenemos el mismo derecho a pertenecer y, si
se transgrede la primera ley (la de pertenencia, que explicaremos
detenidamente en el capítulo de Los órdenes del amor),se produce
un desorden en el sistema que creará un conflicto probablemente
mayor. Por lo tanto, ayudar a la persona a asumir la responsabilidad
de sus actos y pagar por ellos, pero sin quitarle su dignidad,
respetándole y honrándole, es la mejor manera de acompañar al reo
en un caso como este.
Lo que nos interesa en realidad no son los demás, sino solo la
posibilidad que ellos nos ofrecen de descubrirnos a nosotros
mismos en alguno de los roles. Eso nos permitirá tomar consciencia
y salir de ahí.
Por suerte, una molestia es fácil de detectar. Cuando algo te
molesta, te enteras. Aprovechando esta contingencia, nos
detendremos cuando algo de otra persona nos moleste, nos irrite o
nos genere enfado. Este es un buen test para abogados, o
profesionales de la ayuda en general. Contribuirá a identificar si
estamos implicados con la problemática del cliente o si estamos
siendo neutros. ¿El conflicto de tu cliente te saca de tus casillas
porque es muy injusto lo que le está pasando? ¿Te quita el sueño?
¿El contrario se va a enterar? Tal vez habría que revisar si estás
ocupando alguno de estos tres roles.
El segundo paso será mirar hacia adentro y preguntarnos: «¿Cómo
hago yo eso a los demás? ¿Cómo me hago eso yo a mí?». Y ahí
necesitaremos paciencia, cariño, empatía y comprensión compasiva
con nosotros mismos, además de una buena dosis de observación.
Pero ten por seguro que, si algo de los demás te ha molestado, ese
algo te pertenece.
Eso no quiere decir que deba gustarte todo de todo el mundo. La
diferencia entre no gustarte y molestarte es importante, y tu estado
de malestar será tu termómetro. Si no me gusta, pero no me genera
malestar, entonces no me pertenece. Si me genera malestar…
¡ALARMA!
Así es como, gracias a la técnica del espejo, te va a resultar mucho
más fácil tomar consciencia de dónde estás y poder salir de ahí. Y
ya te adelanto que no siempre te gustará ver dónde estás. Es más,
probablemente niegues que tú estés ahí…
3.1.6- Práctica del espejo
Anota en un papel (a mano, mejor) el nombre de tres personas
que te sacan de tus casillas.
Anota qué característica de cada una de ellas es la que produce
este efecto en ti (imagina que de una de ellas has anotado que
te irrita su falta de escucha).
Pregúntate: «¿Cómo practico yo la falta de escucha conmigo?
¿Y con los demás?».
Anota todo lo que te venga a la mente. Y, cuando pienses que
ya no se te ocurre nada más, no abandones el ejercicio, sigue
insistiendo. Al principio te va a costar, pero te garantizo que vas
a encontrar que eso que te molesta del otro te molesta porque
está en ti. Si consigues verlo y resolverlo en ti, dejará de
molestarte cuando lo practique otra persona.
Ahora, cierra los ojos e imagina que estás mirando a los ojos a
esa persona que tanto te irrita. Dile (grábalo hablando lenta y
suavemente y escúchate luego): «Gracias por mostrarme
aquello que sin ti no hubiera podido ver. Te libero de mí y mis
expectativas. Te tomo tal y como eres y me hago responsable
de mí. Gracias». Sigue durante un rato agradeciendo a esa
persona, respirando lentamente, con los ojos cerrados, en
calma.
Puedes hacerlo con todas las personas que quieras.
No podemos cambiar a los demás, pero sí podemos cambiar cómo
nosotros los percibimos.
3.1.7- Epojé
Tengo una propuesta para ti. En realidad, es un juego. Entra y
diviértete mientras acoges algo que va a ser fundamental para tu
vida.
Pronuncia esa palabra: EPOJÉ, en susurros, bajito, cantando,
gritando… De todas las maneras posibles y, luego, siente qué
podría ser: ¿un arrullo de una nana balinesa? ¿Una canción africana
para acompañar la danza de la lluvia? ¿Un grito de guerra cheyene?
¿Un conjuro vikingo? ¿Un mantra tibetano para conseguir la
iluminación?
Te propongo que juegues, por lo menos, diez minutos con esas
posibilidades e incluso que ensayes otras nuevas. Al final, apunta en
un papel cuál sería tu opción.
Ahora que has entrado en contacto profundo con esta palabra
mágica, te voy a contar su significado, porque este está en el ADN
de la filosofía de las constelaciones familiares.
Epojé es una herencia de la Grecia clásica que significa: suspensión
del juicio. A lo largo del libro te vas a dar cuenta de que hay dos
pilares fundamentales en las constelaciones familiares, y son: la
ausencia de juicio, o sea, epojé, y el respeto. A la vez, acabas de
conocer ese triángulo infernal, y te garantizo que, si puedes
mantenerte en epojé, no vas a entrar en él. Vaya, que es una de las
mejores vacunas que existen para una vida sana y feliz.
Ahora que sabes la importancia que tiene esta palabra, te voy a
proponer un pequeño juego para tu vida: obsérvate durante una
semana y anota en una libreta todos los juicios que haces a lo largo
del día. Valen todos, los que has emitido en voz alta y también los
que han pasado por tu mente y no han brotado en palabras: «Fulano
es un vago; Mengano, un arrogante; Sotano despilfarra el dinero…».
La segunda parte, después de darte cuenta de con qué intensidad
está instalado en ti el mecanismo del juicio, sería empezar a
practicar epojé. Simplemente, ante algo que no entiendas, que te
confunda o que te parezca un obstáculo en tu vida, suspende el
juicio. Déjalo en blanco. No lo emitas.
Poco a poco, vas a advertir que esta postura conlleva muchos
beneficios: el primero, no caer en errores de bulto de los que
después te tendrías que retractar y el segundo, que trae una paz
inmensa (la ataraxia griega).
No es fácil, pues venimos de una educación católica, donde las
cosas se dividen en buenas y malas, y salir de ahí es una gran
tarea, pero compensa.
Capítulo 4
Conflictos litigados
A veces, los abogados miran su beneficio financiero; a
veces, no pueden ver la dinámica porque están
implicados con sus propios asuntos. En estos casos, no
facilitan el acuerdo. Por suerte, esto es cada vez más
raro. - Sami Storch
4.1- Gymkana del conflicto en los tribunales
De pequeña, cuando iba al Parque de Atracciones había una
atracción que me gustaba y me daba miedo a la vez: el Tren de la
Bruja.
Me empezó a gustar cuando me di cuenta de que los personajes
que salían de la oscuridad, preparados para darnos sustos o
escobazos, eran de mentira y que jamás iban a hacernos daño.
Ahora me gustaría que imaginaras ese mismo tren, al cual, por
haber abandonado su cometido lúdico, le llamaremos el Tren de los
Horrores, con personajes reales y con un recorrido muuucho más
largo. Cuando has salido de un túnel en el que unos zombis te han
dado unos escobazos, el tren se precipita por una especie de
abismo oscuro, tipo montaña rusa, en el que aparecen unos
monstruos que van a por ti. Y, un poco más adelante, ves cómo ahí,
al lado de las vías, hay personas arrastrando grandes bloques de
piedra bajo un sol abrasador, mientras te avisan de que el próximo
en la lista vas a ser tú…
¿Imaginas eso?
Pues algo parecido sucede cuando entras por la puerta de los
tribunales, aunque todo depende de cómo lo vivas. En ocasiones, es
necesario recurrir a la justicia, porque hay destinos que son así e
historias que deben compensarse, pero la postura y consciencia con
la que entremos cambiarán completamente tanto el proceso como el
resultado, o, más que el resultado, el asentimiento hacia este.
Ni rápido, ni fácil, ni barato. Olvídate.
¿Conoces la ley de Murphy, que reza: «Si algo puede ir a peor, irá a
peor»?
Memorízala, porque, en ningún otro escenario, resulta tan verdadera
como en un juicio si lo haces desde cualquiera de los tres roles que
hemos explicado antes.
Piensa que entras en guerra con otras personas que en algún
momento quisiste y que saben de ti más de lo que tú ahora eres
capaz de recordar. No olvides que esas informaciones serán
utilizadas en tu contra, una tras otra, para tu desazón, sorpresa y
vergüenza.
Piensa que esas personas han contratado abogados que saben de
leyes y de estrategias legales más de lo que jamás puedas llegar a
imaginar y que, además, tienen la pericia de colocar cada
argumento en el momento preciso para conseguir que la perspectiva
del juez sufra ataques de dudas y, si pudiera ser, obnubilaciones
pasajeras. Todo ello con un objetivo: decantar la sentencia hacia sus
intereses.
Si por algún momento pensaste que la verdad y la justicia eran las
musas de las salas de los tribunales, olvídate. Hace tiempo que
dimitieron, decepcionadas y frustradas, para dejar paso a sus
compañeras: las arpías, las malas artes, las argucias y
estratagemas, bien acompañadas por la falsedad, el engaño y la
mentira; todos ellos, disfrazados con toga, balanza y pluma, con el
fin de engañar a propios y ajenos.
Así lo vivía yo por aquel entonces. Y me causaba mucha ansiedad y
sufrimiento, llegando incluso a plantearme dejar la profesión. Es
cierto que hay abogados que parecen grandes enemigos y se llevan
el conflicto a lo personal (tal vez se hayan dejado capturar por la
problemática del cliente), pero también hay profesionales de la
justicia de otro tipo, entre los que se encuentran los que trabajan
con derecho sistémico, todavía no muy presente en España, pero
que se inclinan más hacia maneras de hacer más amigables, como
pueden ser la mediación, la conciliación, la justicia restaurativa, etc.
Y esto implica haber realizado un trabajo personal para poder
acompañar al cliente de manera neutra y pacífica, aunque en
ocasiones haya que llegar al juzgado, porque ese es su destino o
porque hay una causa que equilibrar y no ha resultado posible
hacerlo de forma extrajudicial.
Después hablaremos de ello, pero de momento, volvamos al antiguo
paradigma del abogado tradicional, al que le enseñaron que éxito
era ganar un litigio, vencer al otro, que es visto como un adversario.
En un caso real de divorcio, muchas personas reaccionan así y
claudican por agotamiento, pensando que es lo mejor para los
niños: que se lo quede todo el otro (casa, dinero, custodia), pero
¡que se acabe ya este infierno! Otros, simplemente, siguen en un
matrimonio infeliz «por los hijos».
Si has tenido algún bebé y sabes qué significa pasar meses sin
dormir por las noches, prepárate porque este proceso va a ser peor.
También va a aniquilar tu sueño, pero sin la recompensa de ver
crecer a tu churumbel. Lo único que vas a ver crecer sin parar va a
ser el conflicto.
Si no conocías los efectos del estrés en tu vida o hasta ahora habías
tenido un estrés moderado, aunque lo catalogaras de severo,
espera, ¡que vas a saber lo que es bueno! Ahora sí que vas a poder
tomarle la medida al estrés de verdad, ese que te corroe las
entrañas, te aplasta el pecho y no te permite ni respirar.
Te voy a contar el recorrido de ese Tren de los Horrores bien
detallado, desde que se presenta la demanda hasta que sale la
sentencia.
¡Vamos allá!
Lo haremos sobre un ejemplo de lo que podría ser una demanda de
divorcio entre una pareja a los que llamaremos María y Pepe, con
tres hijos menores, de 4, 7 y 11 años.
4.1.1- Apagar el fuego echando gasolina
1. María, en verano de 2015, le pone los cuernos a Pepe. En
octubre de 2015, Pepe pone una demanda de medidas
provisionales previas a la demanda de divorcio, para decidir
quién se queda la custodia, la casa familiar y las pensiones
mientras se resuelve el procedimiento definitivo. El intento de
llegar a un acuerdo sobre esos asuntos resulta infructuoso.
La situación personal de María y Pepe es de estrés máximo y
los niños empiezan a resentirse. En ninguna época anterior
habían tenido que llevarlos al médico tantas veces (resfriados,
dolores abdominales, anginas, pérdida de apetito, vómitos,
eczemas, piel atópica…). Es evidente que los niños están bajo
un fuerte estrés, ya que, al llegar a casa, los gritos y peleas son
el pan de cada día. María llega a un punto en el que no puede
más y se va al médico para pedirle que le recete ansiolíticos. Su
estado la lleva a no comportarse como la madre amorosa que
fue antes de iniciar la separación y se ve desbordada y gritando
a sus hijos, que no entienden qué ha pasado, por qué su hogar
se ha vuelto un sitio hostil, por qué mamá está tan nerviosa y
por qué papá duerme en el coche.
2. En diciembre de 2015, se dicta el auto del Juzgado, en el que
se regulan provisionalmente estas medidas: se atribuye
custodia, vivienda y pensión provisional a María. En casa, el
ambiente no ha mejorado, ya que María se levanta sin energía
y necesita tres cafés para ponerse en marcha.
3. En febrero de 2016, Pepe interpone demanda de divorcio
solicitando medidas definitivas.
4. En mayo de 2016, María, agotada y sobrepasada, toma un
blíster de tranquilizantes, que no son suficientes para acabar
con su vida, pero sí para un lavado de estómago y un montón
de problemas familiares añadidos. Los Servicios Sociales
intervienen para realizar el seguimiento de su núcleo familiar.
María, ahora, suma al estrés existente la posibilidad de que le
retiren la custodia de sus hijos.
5. Junio de 2016: Pepe solicita una pericial para demostrar que
María no está en condiciones de cuidar de sus hijos. Empieza
un aluvión de acusaciones cruzadas que echan más leña al
fuego.
Los padres son requeridos en la escuela a causa de los malos
resultados del curso y de los comportamientos de sus hijos: la
pequeña presenta graves síntomas de ansiedad: se hace pis
encima, se arranca los pelos a mechones y ya tiene algunas
calvas, cosa que antes no hacía; el de siete años presenta
conductas agresivas con sus compañeros, pega e insulta y no
es capaz de seguir las normas básicas de convivencia, y la de
once ha suspendido todo el curso y está en un estado de
soledad y tristeza considerable. En Julio de 2016: se designa
perito para evaluar a los menores y a los padres.
6. Octubre de 2016: se señala juicio para enero de 2017.
7. Noviembre de 2016: María y Pepe discuten y la discusión sube
de tono hasta acabar con un empujón de María a Pepe que él le
devuelve. Ella lo denuncia por violencia de género y solicita
orden de alejamiento de un kilómetro, que se le concede. A
causa de la orden de alejamiento, Pepe no puede asistir a su
puesto de trabajo, que se encuentra a doscientos metros de la
casa donde reside María, lo que le lleva a no pagar la pensión
establecida por falta de medios.
8. Julio de 2017: María pone demanda de ejecución de pensiones,
ya que Pepe ha dejado de pagar la pensión que se decretó en
el auto provisional de febrero del 2016.
9. Octubre de 2017: Pepe se opone a la ejecución alegando que
se quedó sin trabajo a causa de la orden de alejamiento.
10. Diciembre de 2017: el juez resuelve permitiendo que Pepe viole
la orden de alejamiento de manera excepcional para asistir al
puesto de trabajo, que ya ha perdido dada la lentitud de la
justicia (ya le detuvieron un día yendo a trabajar porque María
llamó a la policía para decirles que estaba a menos de un
kilómetro de su casa).
Fíjate, llevan dos años pasándolo fatal (¡ellos y los niños!) y
todo está peor que al principio.
Si Pepe no consigue otro trabajo, es posible que no pueda
pagar las pensiones y que le embarguen lo que tenga, incluida
la casa donde vive María con los tres niños. Casa que es de él,
no de ella, ya que fue una herencia de su abuela. De momento,
Pepe ha tenido que irse a vivir a casa de sus padres y, cuando
tiene a los niños con él, viven en condiciones inadecuadas, ya
que el espacio en la casa de los abuelos es muy reducido y
Pepe y los tres niños tienen que dormir juntos en una habitación
con colchones en el suelo.
11. María sigue tomando tranquilizantes y está bajo vigilancia del
psicólogo y de la asistente social, los cuales van evaluando su
estado de forma periódica.
12. Los niños, que ahora ya tienen seis, nueve y trece años, están
imposibles. No quieren saber nada de su padre porque le
consideran el culpable de que su madre esté así. El padre
piensa que es la madre quien les llena la cabeza de cosas en
contra de él, mientras que su madre piensa que su padre los
trata mal y que por eso no quieren ir con él. El abogado alega
que están sufriendo el conocido síndrome de alienación
parental, que consiste en que uno de los progenitores pone a
los niños en contra del otro.
13. El juez dicta sentencia definitiva, por la que se otorga custodia
para el padre ante la imposibilidad de la madre de hacerse
cargo por el estado de salud mental en el que se encuentra,
diagnosticado por profesionales, y se le otorga a ella el uso de
la vivienda familiar por un año más, hasta que encuentre otra y
el padre pueda volver a su vivienda heredada con los niños.
14. María no queda satisfecha y recurre la sentencia mediante
abogado de oficio. Ya estamos en el año 2018. Llevamos tres
años de juicios, con la incipiente adolescencia de los niños, que
cada vez son más difíciles de controlar. Se la desestiman y
deviene firme.
15. Un año después, 2019, María sale de la vivienda, como
establecía la sentencia, y Pepe vuelve a casa con sus tres hijos.
María encuentra un trabajo y empieza a recuperarse de su
depresión.
16. Un año después, 2020, llega la pandemia y se suspende el
régimen de visitas, por lo que empieza una demanda ejecutiva
por incumplimiento de sentencia, junto con una modificación de
medidas. Ya vamos camino del sexto año de juicios…
Voy a dejar la historia aquí porque me resulta agónico el simple
hecho de contarla. ¡Agotador! Pero, por resumir, os diré que María y
Pepe siguen en los juzgados. Esta se ha convertido en su forma de
relación.
Hay tanto sufrimiento en este proceso que, volviendo la vista atrás,
no queda sino preguntarse: ¿realmente valió la pena? No digo el
divorcio, sino el procedimiento, el formato en el que se llevó a cabo.
¿Será que de forma inconsciente no paran de litigar porque es una
manera de seguir la relación, porque en realidad no se quieren
separar? ¿Será que en su inconsciente esta es una forma de seguir
juntos? ¿Y cómo empezó todo? Con una historia de amor: dos
personas que se amaban tuvieron tres hijos; en un momento dado,
dejaron de entenderse y se generó un drama que tal vez podría
haberse evitado. Hacer conscientes a los clientes del amor que hay
detrás de la historia es muy reparador. Transportarlos a ese lugar
puede ser un buen comienzo para reconducir la situación. Las
visualizaciones en estos casos son muy útiles, hacerles cerrar los
ojos y regresar a aquel momento de unión, donde hubo mucho amor
y muchas cosas buenas. Tal vez, en buen estado de relajación,
hacerles repetir unas palabras como:
«Siento que haya ocurrido así. Hubo mucho amor, y de tal amor
nacieron nuestros tres hijos. Siempre te agradeceré ese regalo de la
vida y, a través de ellos, te seguiré amando. Asumo el 50 % de la
responsabilidad de todo lo ocurrido en la relación, lo bueno y lo
menos bueno, y dejo contigo el otro 50 %. Te libero de mí y de todo
lo que, en mí, te ha mantenido secuestrado hasta hoy. Me libero de
ti y empiezo un nuevo camino. Gracias».
Es increíble el efecto que pueden tener estas palabras en las
personas; cómo, cuando les hablas desde el corazón, la tensión se
desvanece y es ahí cuando puedes empezar a ayudar.
Los sistemas tienden a equilibrarse y, como ya hablaremos en el
capítulo Los órdenes del amor, al tratar estos órdenes, para
equilibrar damos de lo bueno un poco más y de lo malo, un poco
menos. Pero ¿qué pasa si alguien nos hace daño y nos perjudica?
Surgirá en nosotros un deseo de hacerle daño, como manera de
compensar en nombre de la justicia. Además, queremos que no nos
vuelvan a herir y es entonces cuando nos vengamos, yendo más
allá de esta necesidad de compensar. Le hacemos sufrir más de lo
que nos ha hecho sufrir a nosotros, y esto, lejos de compensar, lo
que hace es incrementar el problema porque entonces el otro
también querrá hacer justicia y así el conflicto crece y nunca se
acaba. Es como pretender apagar un fuego echando gasolina.
Al final del libro te voy a presentar dos casos muy similares, uno
gestionado con postura sistémica y otro no. Verás cómo dos casos
prácticamente idénticos tienen resultados muy distintos.
A nivel físico, energético, mental y emocional, los conflictos
procesados a la manera antigua (la de ver al otro como un rival al
que vencer) ¡conllevan un desgaste tremendo!
Piensa en esto como en una guerra, y en una guerra todos pierden.
Incluso el que gana ha sufrido pérdidas: hay heridos y muertos en
sus filas.
Y ante este panorama nos preguntamos: ¿hay formas mejores, más
efectivas y que conlleven menos sufrimiento que la de entrar en una
guerra sin cuartel y esperar que sean otros (los jueces) los que
dictaminen qué va a suceder en nuestra vida? ¿Tan poco adultos
somos que no podemos llegar por nosotros mismos a un acuerdo
que signifique un punto medio aproximado entre lo que desea cada
una de las partes, tomando consciencia de nuestras lealtades
invisibles? ¿Qué es aquello oculto que nos hace reaccionar de esta
manera? ¿Recuerdas el ejemplo que te conté de la cisterna del
váter? Pues habría que ver la causa oculta que nos lleva a esta
dinámica, porque no es ni la casa ni el dinero. Hay algo mucho más
profundo en el alma de estas personas que les impide salir de este
bucle de venganza. ¿Vas a dejar que un juez que no te conoce de
nada tome las decisiones de la vida de tu familia? ¿Esto te va a
aportar paz y tranquilidad?
Hay otros métodos de resolución de conflictos, como puede ser la
mediación. Yo también soy mediadora, pero el trabajo con
constelaciones familiares me resulta mucho más efectivo por varias
razones, aunque no son en absoluto excluyentes, sino al contrario.
En primer lugar, para realizar una mediación, tienen que acudir las
dos partes, deviniendo imposible alcanzar un acuerdo si uno de
ellos no quiere.
En segundo lugar, la mediación tiene por objeto el resolver un
conflicto puntual, una cuestión material, mientras que las
constelaciones familiares transforman las relaciones desde lo más
profundo del ser. Cuando el trabajo realizado apunta a la superficie
de un conflicto puntual sin sanar de fondo, el conflicto se puede
reproducir en cualquier momento.
Finalmente, y en relación a lo anterior, la mediación es algo que se
lleva a cabo desde el hemisferio cerebral izquierdo, el mental, en
ocasiones, reprimiendo la emoción, porque nuestra parte inteligente
sabe que es mejor, pero en el fondo no estamos conformes. Sin
embargo, con las constelaciones, trabajamos con ambos
hemisferios, caminando juntas nuestra parte más racional y la más
emocional, que asienten a la situación y quedan en paz.
No se trata de realizar una constelación, echarles la culpa a mis
ancestros de mi situación y esperar a que se solucione el problema
por arte de magia. Se trata de poder integrar en el subconsciente
hechos dolorosos que han detenido nuestro flujo vital en algún
sentido para poder incorporarlo, sanarlo y trabajarlo hasta su
solución. La constelación en sí misma no es una pastilla mágica que
vaya a solucionar tu problema, sino un mecanismo para tomar
consciencia, pero luego es responsabilidad de cada cual tomar
acción.
4.2- La ley del péndulo
Quien más quien menos habrá tenido ocasión de comprobar cómo
esa ley funciona de forma tan precisa como cualquier otra. Cuando
el péndulo llega a uno de sus extremos, emprende su camino de
vuelta y oscila hasta el otro extremo. Esto es así en el mundo de los
objetos físicos, o sea, con un péndulo de verdad, y también se
produce un efecto parecido a nivel psicológico.
Cuando nos hallamos instalados en una perspectiva, opinión, hábito
o comportamiento extremo, nos resulta más fácil ir a explorar el otro
extremo que moderar un poco nuestra postura. Es decir, al partir de
un extremo, se percibe como una necesidad explorar el otro. Y eso
se da tanto en el ámbito personal como en el histórico y social. A lo
largo de la historia, los movimientos pendulares han sido grandes
protagonistas.
En cuanto al derecho, quiero presentar un ejemplo reciente (bueno,
todo lo reciente que pueden ser dos siglos ante la inmensidad de la
historia de la humanidad). En 1812 se promulgó la Pepa, llamada
así por haber sido dictada en el día de San José. Esta constitución
potenciaba la mediación antes que los litigios, para los conflictos
entre vecinos.
Art. 282. El alcalde de cada pueblo ejercerá en él el oficio
de conciliador, y el que tenga que demandar por negocios
civiles o por injurias deberá presentarse a él con este
objeto.
Art. 283. El alcalde, con dos hombres buenos, nombrados
uno por cada parte, oirá al demandante y al demandado,
se enterará de las razones en que respectivamente
apoyen su intención y tomará oído, del dictamen de los
dos asociados, la providencia que le parezca propia para
el fin de terminar el litigio sin más progreso, como se
terminará, en efecto, si las partes se aquietan con esta
decisión extrajudicial.
Es curiosa la figura de los «dos hombres buenos», que hoy día
suena casi naíf, pero que tiene un gran sentido. No hace falta contar
cómo, después de aquel momento esplendoroso, los seres
humanos emprendimos la deriva «autoritarista» y nos fuimos al otro
extremo. Y ahora, agotados de comprobar que decidir sin escuchar
a todas las partes implicadas no funciona y, además, conlleva
efectos colaterales que complican más la situación en lugar de
allanarla, están surgiendo filosofías o modelos, como el derecho
sistémico, que llevan al péndulo otra vez hacia el lado de la
escucha, la comprensión, la empatía y la reconciliación.
Me congratulo y me llena de esperanza ver cómo este movimiento
pendular hacia ese lugar más amable no solo se está dando en el
derecho, sino en muchos otros campos: surgen medicinas más
humanas que se ocupan más de conservar la salud que de tratar la
enfermedad, pedagogías que tienen en cuenta a los niños y su
desarrollo, sistemas de adiestramiento de animales mucho más
amables que conllevan la observación y la escucha del animal y
sistemas de trabajo en las empresas encaminados a promover la
felicidad de los trabajadores y la cohesión del equipo.
4.2.1- ¡Ahí te quedas!
La ley del divorcio cumple los cuarenta, mientras estoy escribiendo
este libro. En 1981 se aprobó la ley del divorcio en España. No era
la primera vez que los españoles gozábamos de la oportunidad de
romper nuestras relaciones conyugales legalmente, pues ya durante
la Segunda República española se aprobó la primera ley de divorcio,
publicada el 11 de marzo de 1932. ¿Y qué pasó con esta primera ley
de divorcio republicana? Pues que, con el triunfo de Franco tras la
Guerra Civil española, el nuevo Estado español anunció la
derogación de la ley de divorcio, el 23 de septiembre de 1939: «la
derogación de la legislación laica, devolviendo así a nuestras leyes
el sentido tradicional, que es el católico». Con esta ley, se validaron
todos los divorcios producidos durante la Segunda República, pero,
si uno de los cónyuges lo pedía, se declararía nulo.
Una vez hecha esta breve reseña histórica, pasamos a la situación
actual. ¿Puede estar una ley atravesando una crisis similar a la
crisis de los cuarenta que sufrimos las personas, ya que las leyes
son elaboradas por estas?
El tema del divorcio da para un amplio debate, aunque es
incuestionable el hecho de que cada vez hay más separaciones. Ni
siquiera las podemos cuantificar porque muchísimas parejas no se
casan ni se formalizan en ningún registro, por lo que tampoco
realizan un trámite legal posterior; simplemente, se van cada uno
por su lado. Pero, si pudiéramos contar el número de separaciones
reales y no solo las que aparecen en las estadísticas de los registros
civiles, alucinaríamos.
Cuando una pareja se conoce, en realidad, no se están viendo el
uno al otro. Están percibiendo la proyección de lo que quieren del
otro, y esto es una fantasía. Cuando pasa el tiempo y las hormonas
vuelven a la normalidad, nos encontramos con dos personas que
pertenecen a dos sistemas familiares distintos y que, por lo tanto,
tienen dos buenas conciencias distintas. Y aquí se produce el
choque de trenes. Si analizamos bien, veremos que se trata de un
amor infantil, defendiendo ciegamente a su clan.
Hace tiempo, hablando con unos amigos de mis padres, personas
de una cierta edad y con muchas vivencias, comentábamos lo difícil
que era antes, cuando no podías dejar a tu marido. Y la mujer me
dijo una cosa que me resultó graciosa: «Antes no existía el divorcio,
pero siempre ha existido el “ahí te quedas”». Se produjo una
carcajada generalizada.
Es de aquellas cosas que te quedan rondando y, con el tiempo, le
encuentras el sentido. Tal vez no es el sentido que tuvo para ella
cuando lo dijo, pero sí tiene un sentido para mí: antes, al no existir la
posibilidad del divorcio con la libertad que tenemos para romper
relaciones ahora, la gente trataba de solucionar sus problemas,
porque irse no era una opción. Las personas invertían muchos
esfuerzos o, tal vez, no esfuerzo, sino toda su voluntad para
solucionar los conflictos que pudieran ir surgiendo. Y no solo
resolver desacuerdos, sino el poder aceptar al otro tal y como es. No
se trata de buscar personas a nuestra imagen y semejanza, ya que,
una vez mengüen las hormonas del enamoramiento inicial, dejarás
de ver tu reflejo y empezarás a ver al otro tal y como es, no como tú
imaginabas que era. Eso es lo que lleva a muchas personas a una
frustración insuperable que desemboca en ruptura, con todas sus
consecuencias.
Tal vez estamos ante la cultura del «usar y tirar», incluso con las
parejas. Antes se rompían unos zapatos y los arreglabas. Discutías
con tu marido y lo arreglabas. Ahora, cuando unos zapatos pasan
de moda, los cambias; y lo mismo hacemos, a veces, con las
personas, cuando «ya no nos sirven».
El hecho de poder acostarse con quien uno quiera libremente,
aunque lo acabe de conocer esa misma noche, sin entrar a juzgar si
está bien o mal, hace que también haya embarazos prematuros de
parejas no consolidadas, fruto de esa primera etapa hormonal. Y
luego, cuando empezamos a ver al otro tal y como es y tenemos el
reto de un bebé recién nacido, nos encontramos con rupturas de
parejas con bebés muy pequeñitos, con los trastornos del apego
que eso conlleva.
Ahí va mi reflexión: la ley del divorcio, ¿es realmente una liberación?
La posibilidad de separarse libremente, ¿puede conducir a que no
insistamos lo suficiente en solucionar los problemas?
Volviendo a los antecedentes de la ley de divorcio de 1932: cuando
se aprobó, hubo resistencias, porque se pensaba que era la
antesala de una gran crisis del matrimonio o de la institución familiar.
Sin embargo, el índice de divorcios en 1936 era solo de 165 por
cada 1000 matrimonios, es decir, el 0,165 %. Irrisorio. Por lo tanto,
las crisis matrimoniales, tal vez, se deban más al funcionamiento
social que a la propia ley, que no es más que una consecuencia de
la evolución de la sociedad (en 1932, todavía pesaba mucho el
catolicismo, como se vio en la derogación del 39, y, aunque el
divorcio estuviera permitido, no estaba muy bien visto, pues había
que tener muy mala conciencia para separarse).
¿Nos encontramos ante una evolución de la sociedad en la que
tenemos derecho a equivocarnos y rectificar, o estamos ante más
mecanismos de huida frente a situaciones que no nos gustan? ¿Es
el divorcio un pasaporte hacia la libertad o es el pasaporte a la
cárcel del sufrimiento por no esforzarnos en aprender a aceptar al
otro y crecer con él? ¿O tal vez inconscientemente me estoy
separando en nombre de mi abuela, ya que ella no pudo hacerlo y
tuvo que aguantar «hasta que la muerte los separó»?
Hay un movimiento que Bert Hellinger llamaba el «yo por ti».
Consiste en realizar algo que un ancestro no pudo hacer. Por
ejemplo, una abuela que se quiso separar porque en la época era
inviable, y ahora yo busco un hombre con el que no estoy bien para
separarme en nombre de ella. Aunque pueda resultar extraño, esto
son dinámicas frecuentes, siempre inconscientes.
Capítulo 5
Conflictos constelados
Premisa para el derecho sistémico: respetarlo. No
apenas hablar sobre derecho sistémico sin vivirlo en la
práctica. El derecho sistémico no es una teoría. Quien
habla de él y no practica no entendió nada. - Sami Storch
5.1- ¿El derecho sistémico existe?
Desde siempre me han fascinado los oxímoron, esas palabras o
expresiones formadas por la unión de dos conceptos opuestos.
Indican a la vez una cosa y su contraria: duermevela, agridulce,
altibajo, muerto viviente, calma tensa, tragicomedia…
Cuando escuché por primera vez el concepto de «derecho
sistémico», me pareció uno de ellos. En derecho, se litiga, o sea, se
pelea, se juzga, se lucha en contra del oponente, algunas veces de
forma encarnizada y cruel. Y en sistémica, se armoniza, se trabaja
desde la concordia, la comprensión, el amor, el corazón y la
ausencia de juicios. ¿Cómo se entiende que puedan conjugarse
ambos si no es en una especie de juegos malabares o de pura
magia?
Magia es lo que parecen los resultados obtenidos aplicando el
derecho sistémico. Y es lo que te voy a contar porque quiero que un
concepto novedoso, pero sobre todo tan útil como este, llegue al
mayor número de personas posibles.
La razón y las emociones, a veces, nos parecen contradictorias a la
hora de tomar decisiones, casi como si viviéramos en una
esquizofrenia funcional entre lo que pensamos y lo que sentimos,
pero también es cierto que hay maneras de armonizar ambos
aspectos y de llegar a una congruencia. De hecho, la mejor decisión
es la que consigue armonizar lo que sientes, lo que piensas
(sentipensar, me gusta llamarlo) y lo que dices; eso es la
congruencia emocional.
Así que te voy a mostrar cómo es posible juntar en la misma mesa
de reuniones a don Derecho y a doña Sistémica. Solo se necesita
un poco de imaginación, algo de maña y muchas ganas de participar
en una experiencia distinta, que acostumbra a marcar un antes y un
después en la vida de los participantes. Esos seres humanos que
acaban por abandonar el rol de contendientes para tomar el de
seres responsables que intentan hallar entre ambos el justo
equilibrio entre las pretensiones de cada cual, que en un inicio se
presentaban como incompatibles. Esos seres humanos a los que no
les da miedo indagar en sus heridas para descubrir los orígenes de
las mismasy asumir su cuota de responsabilidad en el asunto.
He dicho justo equilibrio, pero también me gustaría decir que no
tiene sentido hablar de equilibrio si no hablamos antes de inclusión.
¿Acaso tiene sentido repartirme a medias algo con alguien a quien
no quiero ni ver? ¿Tiene sentido adjudicarme una vivienda de
alguien a quien no pienso hablarle nunca más? Y si no quiero ver a
una persona o volver a hablarle en la vida porque, según mi juicio,
ha hecho algo muy malo, me estoy situando como superior a ella y
excluyéndola. ¿Por qué yo tengo más derecho a pertenecer que
ella? Hablar del tercer orden (equilibrio) cuando nos estamos
saltando el primero (inclusión) no sé si acaba de casar con lo que
viene siendo esta filosofía.
Si nos remitimos a la frase de Aristóteles: «Si los ciudadanos
practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia»
o a la de Platón: «Donde reina el amor, sobran las leyes»,
podríamos decir que el desempeño en derecho sistémico sería
conseguir que las partes en conflicto se miren, empaticen y
comprendan las heridas y fragilidades del otro, así como las de sí
mismos, porque, si algo nos enseña esta filosofía, es que «como es
adentro, es afuera».
¿Qué quiere decir esto? Pues que el conflicto exterior no es más
que una manifestación del conflicto interior. ¿Conoces a personas
que, trabajen donde trabajen, siempre terminan por tener problemas
con sus jefes? ¿O personas que cambian de pareja una y otra vez, y
siempre “les hacen” lo mismo? ¿O personas que las despiden de un
trabajo tras otro? Pues esto solo es una manifestación de lo que hay
en el interior, de la misma forma que lo es para aquellas personas
que son exitosas, que tienen una familia estable y buenas relaciones
laborales (y no hablo de la gente que aguanta siendo infeliz por
aparentar de cara a la galería, sino de la que tiene una vida plena).
Desde la mediación, podemos tratar de resolver un conflicto puntual
acercando posturas, con una mirada respetuosa, comprensiva y
compasiva. ¡Ojo!, no entendiendo la compasión como lástima hacia
el otro ni hacia uno mismo, sintiéndose víctima, sino en su sentido
etimológico: com-pathos=acompañar en el sufrimiento, comprender
el sufrimiento del otro y el de uno mismo. Pero la gran diferencia
entre la mediación y el derecho sistémico, como he explicado antes,
es que la primera resuelve un conflicto puntual, mientras que el
segundo transforma la relación por completo, desde lo más profundo
del alma. No obstante, muchas veces, realizando un acercamiento
inicial a través de una mediación, se puede posteriormente llegar a
un trabajo más transformador, que abarque algo más que el conflicto
puntual, ya desde una constelación familiar.
Una vez somos capaces de mirar, comprender y acompañar el
sufrimiento, o sea, cuando nos volvemos compasivos, hay ciertas
emociones (rabia, enfado, odio, etc.) que parecen disiparse, porque
lo que hacen estas emociones es tapar el dolor que tapa el amor. Y
¡qué curioso que fueran ellas las que impidiesen acercar posturas y
llegar a acuerdos! Con la reducción o, incluso, ¡la desaparición! de
estas emociones, los intentos de acercar posturas son mucho más
factibles. De hecho, en la realidad resultan del todo posibles y se
dan en un porcentaje muy elevado.
El precio de sostener posturas basadas en emociones que surgen
del miedo a perder privilegios (materiales o emocionales), de la falta
de empatía hacia el otro, de las ganas de hacer daño con el fin de
reparar el daño recibido y de otras contingencias por el estilo, es
muy alto. Tanto que los daños que se van a producir, si no se puede
tratar el conflicto antes de que llegue a transformarse en una guerra,
acaban por no compensar a nadie.
Durante una cena entre amigos de varias profesiones, vino un
reputado abogado, especialista en divorcios y famoso por su
beligerancia en los pleitos, a quien yo no conocía personalmente, y
me dijo:
—Reconozco que, una vez pasados los años, y, a pesar de que la
mayoría de mis clientes hayan ganado sus pleitos, algo sigue sin
quedar en paz. En demasiadas ocasiones he visto como diez o
quince años después de divorciarse, consiguiendo casi todo lo que
querían y a pesar de tener una nueva pareja, siguen cargando con
la rabia hacia la pareja anterior. Algo no acaba de funcionar y estoy
agotado. No siempre ganar el pleito, la custodia de los hijos o la
casa significa quedar en paz.
Habíamos coincidido sentados juntos en la mesa y su comentario
me llevó a hablarle del derecho sistémico. Le conté sobre mi
admirado Sami Storch, juez de la Corte de Brasil, que trabaja desde
hace varios años en derecho sistémico, y sobre sus altísimos
índices de conciliaciones. Nos enfrascamos de tal manera que ni
recuerdo en qué consistió el menú.
5.2- Mi proceso para llegar al derecho sistémico:
un gol por la escuadra
Vuelvo un poco atrás en mi recorrido para contarte mi proceso hasta
llegar a descubrir el derecho sistémico y trabajar con esta nueva
mirada.
Cuando tenía siete, años empecé a acudir a terapia a causa de mis
conflictos familiares. Iba al psicólogo porque mis padres ya no
sabían qué hacer conmigo. Luego fui a varios psicólogos más y,
después, pensando que quizás podría encontrar soluciones por mí
misma, devoré todos los libros de autoayuda que caían en mis
manos. Pasaban los años y yo tenía muy claro cuál era mi conflicto
y qué me pasaba, pero me faltaba algo que no sabía cómo resolver:
conectar con mi corazón. Era incapaz de expresar una emoción, a
excepción del enfado, ¡era una experta manifestando mi irritación!
Además, me acompañaba una sensación interior de estar haciendo
alguna cosa mal. Esta facilidad para enojarme, junto a ese pellizco
permanente de culpabilidad, dificultaban mi avance.
Cuando conocí las constelaciones familiares, la primera vez acudí
por curiosidad. Tenía una amiga que me hablaba de ellas desde
hacía quince años, aunque en todo ese tiempo no me había surgido
la oportunidad de asistir. Tampoco lo había buscado, supongo que
no sería mi momento. Después de separarme, empecé a llevar a mi
hijo a la guardería. Un día, Esperanza, la maestra, quien hace honor
a su nombre y, por cierto, portuguesa, ¡qué casualidad!, me dijo:
—A ti te iría muy bien hacer constelaciones.
—Sí.
—¿Así de fácil? ¿No tengo que convencerte?
—No, no… No tienes que convencerme.
—Pues es este fin de semana.
—Vaya… ¿Y qué hago con el niño?
—No te preocupes, yo te lo cuido.
Me inscribí y, después de esta vez, acudí a constelar varias veces
más con una consteladora que venía desde Palma de Mallorca una
vez al mes. Cuando salía de allí siempre pensaba: «Esto no va
conmigo, a ver qué hago yo, que soy la alegría de la huerta, llorando
en el suelo…». Pero, a pesar de este punto de resistencia, había
algo que me empujaba a volver.
Cuando me plantearon asistir a la formación en constelaciones
familiares con María Martínez Calderón, yo objetaba:
—Pero yo no quiero ser consteladora.
—Bueno, pero te va a venir muy bien, aunque no seas consteladora;
esto es para aplicarlo en tu vida personal.
Me convencieron diciéndome que podía hacer módulos sueltos, que
no era necesario hacer toda la formación, y así empecé con María.
Y, cada vez que hacía una constelación, pensaba: «Esto no va
conmigo, esta no soy yo». Yo jamás lloraba en una constelación, ni
sentía nada. Pero empecé a representar a familiares de otros
compañeros en sus constelaciones. Y, cuando representaba, sí que
podía llorar y expresar emociones, porque aquello no era mío. Yo
lloraba por el otro, porque lo estaba representando.
Este fue un gol que me metieron por la escuadra porque, cuando
sales a representar a otros, siempre hay algo tuyo que se está
moviendo de este personaje, pero yo eso todavía no lo sabía y fue
lo que me permitió relajarme. Me empecé a ablandar. Esto sucedió
cuando logré crear un enlace interior y conectar con mi emoción,
algo que había sido incapaz de conseguir a lo largo de todas mis
terapias psicológicas. Lo tenía todo muy claro en mi cabeza, me
había convertido en una experta en diagnóstico, pero no podía
bajarlo al cuerpo.
Con esto no quiero decir que ir al psicólogo no sirva. Sirve mucho y
a mí me ha ayudado a conocerme mejor, a tener recursos y a
encontrar soluciones a determinados conflictos. En la consulta del
psicólogo se hace un buen trabajo, solo que, en aquel momento de
mi vida, yo necesitaba permitir que mis emociones se expresaran y
eso lo conseguí, sin darme cuenta, constelando; bueno, ayudando a
otros en sus constelaciones, cuando mi guardia estaba baja por
pensar que aquello no tenía que ver conmigo. Sin embargo, a otras
personas que sean muy emocionales tal vez les venga mejor
trabajar la parte cognitiva con un psicólogo. Todo es válido y
necesario.
Para mí, las constelaciones tienen muchísimo valor, primero, porque
el diagnóstico es mucho más rápido: es lo que sale; y segundo,
porque van directo al inconsciente. Cuando vamos al psicólogo,
todos somos especialistas en engañarnos, sobre todo a nosotros
mismos, y, por ello, algunas veces, también al psicólogo. En terapia
psicológica, se habla mucho y para ello utilizamos el hemisferio
izquierdo, que es el racional, pudiendo explicar las cosas desde la
mente, pero sin bajarlas al cuerpo. Cuando hablas, no lo haces
desde el inconsciente, sino todo lo contrario. Para actuar en el
inconsciente, se necesitan técnicas de meditación, constelaciones u
otros recursos, pero no hablar. La narrativa que nos contamos a
nosotros mismos a menudo son justificaciones y excusas, es decir,
un obstáculo para alcanzar la solución, porque, como dijo el
Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos». En las
constelaciones no puedes engañar ni engañarte: lo que sale es lo
que es. Representar a los demás me permitió llegar a mí, porque yo
tenía el corazón cerrado con siete llaves.
Ese efecto lo he podido vivir con otras personas. Hace poco, en un
taller intensivo de fin de semana con Joan Garriga, me encontré a
una persona conocida que me contó que llevaba muchos años de
psicólogos y psiquiatras, pero, a pesar de ello, no acababa de estar
bien. Cuando acabó el fin de semana me dijo:
—¡Eureka! ¡Por fin he podido conectar!
Este es el poder de las constelaciones, que tienen una especial
fuerza cuando se trata de conflictos que no son nuestros, sino que
pertenecen
a
nuestros
ancestros,
son
herencias
transgeneracionales que hemos recibido y que dificultan nuestra
existencia. Pero hay asuntos que sí son nuestros y que las
constelaciones nos vienen muy bien para tomar consciencia de
ellos, aunque nos puede ir muy bien, una vez detectados, trabajar la
solución en una terapia psicológica.
5.3- ¡Menudo disparate!
Ya había podido comprobar que mi formación en constelaciones
familiares era algo que me hacía bien a mí y a mi entorno, pero no
me imaginaba siendo consteladora. Seguía la formación a rajatabla
y era altamente terapéutico para mí y para mi alrededor en general,
pero no encontraba cómo encajarlo en mi vida más allá de la
aplicación personal. Un día, en clase, le dije a María:
—No sé muy bien qué hago aquí. Estoy haciendo una formación
para ser consteladora, pero yo no quiero ser consteladora, yo soy
abogada.
María, con la sabiduría que le caracteriza, me miró y me dijo:
—No tienes que ser consteladora. Esto no es para todo el mundo.
Consteladores que podamos dedicarnos a esto somos cuatro
chalaos. Tú eres abogada y te gusta tu trabajo. Lleva las
constelaciones a tu campo.
—¿A mi campo? ¿Las constelaciones al derecho? ¡Menudo
disparate! Como mediadora que soy, tengo claro que sería algo
brillante, pero ¿cómo lo hago?
—Si tienes claro el qué, el cómo viene solo.
Me dejó totalmente descolocada. Esa era la contradicción más
grande que había presenciado en toda mi vida: las constelaciones
familiares con el derecho. «¡Menudo desatino! ¿Y cómo lo hago?».
Me preguntaba una y otra vez: «¿Cómo le digo yo a un cliente que
viene a ver a un abogado que si quiere constelar?». No encontraba
manera posible de unir cosas tan opuestas. Es como si vas a la
carnicería a por una pierna de cordero y, de repente, el carnicero, te
dice: «Tengo un mero riquísimo». Y tú te quedas con cara de póker,
porque puede que el mero esté riquísimo, pero tú has ido a la
carnicería a buscar carne, ¿no? Es más, puede que aceptes el mero
porque te parece una buena idea o puede que le sueltes un
improperio al carnicero y no vuelvas nunca más a ese comercio.
Depende de la persona y de cómo te pille de humorado el día.
Una compañera de la formación me dio una idea:
—Naihara, no hables de constelaciones. Cuando venga un cliente,
le sacas los Playmobil y te haces la tonta. Le haces preguntas y que
te ubique a los personajes del conflicto para que tú puedas
comprender la historia, porque te estás liando.
Y así empecé. El primer día casi me muero de la vergüenza: vino un
cliente a ver un tema de arrendamiento de una vivienda, que era a lo
que más me dedicaba entonces como abogada. Era inquilino y tenía
un problema con su alquiler (le querían desahuciar y él creía tener
derecho a quedarse en la vivienda). Le dije que, si no le importaba,
ubicase a los personajes (el cliente, su casa, su casero).
Empezaron a surgir emociones. Finalmente, como vi mucha
apertura y predisposición por su parte, le pedí si también podía
ubicar a su padre y a su madre. Después, a sus abuelos. Y así,
poco a poco, fuimos ordenando y colocando a todos los personajes
de aquella historia hasta que pudimos llegar al fondo de la cuestión:
el cliente se llamaba igual que su abuelo y tenía el mismo destino.
Su abuelo se había visto obligado a emigrar una y otra vez por
razones de la guerra sin poder «poner el huevo» en ningún sitio.
Este abuelo fue excluido de la familia por razones que ahora no
explicaremos. Mi cliente siempre tenía el mismo problema: le
echaban de todas las viviendas sin que le hubiera finalizado el
contrato de arrendamiento, y es que en su subconsciente estaba
trayendo a su abuelo una y otra vez. Al final, pudimos incluir al
abuelo en su corazón y milagrosamente se llegó a un acuerdo con el
propietario: le compró la vivienda y logró un hogar.
Esta fue una de las primeras historias con las que aluciné y me di
cuenta de que, en efecto, María, una vez más, tenía razón: si tienes
claro el qué, el cómo viene solo.
Desde ese momento me dije: «Naihara, fuera vergüenza. Yo voy a
trabajar así, y el que piense que estoy loca no es mi tipo de cliente».
Y así, mi tipo de cliente fue cambiando automáticamente. Dejé de
atender a víctimas para atender a personas que querían
responsabilizarse de sus asuntos. Y es que entrar a la profesión de
abogado desde la postura del salvador es hartamente peligroso (ya
hemos hablado de ello al tratar el triángulo dramático de Karpman).
Volviendo a lo nuestro: el derecho sistémico. Tras llevar un tiempo
aplicando algunos movimientos sistémicos con clientes en el
despacho (no tanto haciendo constelaciones, sino configurando el
conflicto para obtener información y así poder ayudar mejor), María
Martínez me envió un enlace a un blog que se llamaba
blogsistémicojuridico.com. Esto fue el 8 de abril de 2019 y, a través
de un artículo publicado por la autora de ese blog, María Teresa
Rodríguez Valls (letrada del Tribunal Supremo en España, de quien
ahora tengo el privilegio de ser amiga), pude conocer al juez Sami
Storch, creador del derecho sistémico.
No puedo explicar el subidón de emociones que recorrió todo mi
cuerpo. Ni cuando me saqué el carnet de conducir, ni cuando
terminé la carrera, ni cuando cobré mi primer sueldo, ni con mi
primer viaje transcontinental había sentido tanta alegría, era algo
que no se puede explicar con palabras. A raíz de la lectura del
artículo de Mayte, escrito el 25 de febrero de 2019, empecé a
buscar información sobre Sami. Me vi todos los vídeos disponibles
en YouTube y, aunque estaban en portugués, no me importaba, ya
se iría acostumbrando mi oído.
En España no encontraba nada, por más que buscaba. Pero tardó
poco en realizarse la primera formación en derecho sistémico aquí,
que fue en septiembre del 2019 en Tarragona, organizada por
Nadine Engel, donde vino Fernando Cattelan Cordeiro, uno de los
abogados brasileños formados por Sami Storch en la primera
promoción de Derecho Sistémico en Brasil impartida por Sami
Storch. A partir de ahí, ya no pude parar, y asistía todas las
formaciones posibles en esta materia.
Y ahora me dirás: «Vaya, yo también quiero saber algo sobre ese
juez brasileño…». ¡Claro que sí! Por eso, un poco más adelante, le
dedico bastantes páginas a Sami. No merece menos.
Capítulo 6
Leyes sistémicas
6.1- Terapia familiar sistémica con el enfoque de
Bert Hellinger
Bert Hellinger (1925-2019) fue un filósofo, teólogo y pedagogo
alemán, fundador de las constelaciones familiares. Su idea central
es que los diversos miembros de una familia están unidos entre sí
por lazos familiares, cuya influencia se puede llegar a percibir en las
conductas y en la salud de las siguientes generaciones.
Ten Hövel, en Reconocer lo que es, el libro que escribe con Bert
Hellinger, le pregunta: Terapia familiar sistémica, ¿qué es eso? Y
Bert responde:
En terapia familiar sistémica se trata de averiguar si la
persona, en el ámbito de la familia extensa, se encuentra
implicada en suertes de anteriores miembros de la familia.
Tales implicaciones pueden ser descubiertas mediante el
trabajo con constelaciones familiares. Una vez salen a la
luz, la persona puede librarse de sus implicaciones con
más facilidad.
Si comprendemos los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake
y el inconsciente colectivo de Jung, será más fácil entender cómo
funciona la terapia familiar sistémica y las constelaciones familiares,
ya que se basan en la idea del inconsciente grupal familiar o alma
del grupo. Pero, como ya he dicho anteriormente, no será en este
libro.
6.2- Los órdenes del amor
Hacer lo que toca y esperar lo que surja. - Bert Hellinger
Hellinger propone, como postulado básico, la teoría de los órdenes
del amor, que contiene tres premisas. Cuando en una familia se
transgrede alguna de estas leyes y un miembro de la familia es
víctima de una injusticia, alguien de una generación venidera llegará
y tomará el rol del que sufrió esa injusticia. Eso le podría acarrear el
dedicar su vida a intentar remediar sus carencias de bienestar, de
relaciones o de salud, que son las que acostumbran a aparecer
como síntoma de ese desajuste anterior. Y, si lo consigue, cree que
se va a restablecer el buen orden en la familia, aunque nada más
lejos de la realidad. Aquel que ocupa el lugar de otros está
destinado al fracaso. Como decía Bert, primero, orden y, luego, fluye
el amor.
Para el protagonista sería como una necesidad de revivir el destino
del clan y, para ello, se reproducen historias dramáticas, sufridas por
alguno de los ancestros, que en su momento no quedaron resueltas
o bien cerradas.
Hellinger lo denomina «implicaciones» y se trata de ese momento
en el que alguna persona de la familia asume de forma inconsciente
la suerte de algún ancestro suyo. De este destino es difícil librarse,
si no es siendo consciente de que uno se halla atrapado en una
«implicación sistémica».
A veces, podemos asistir a otro tipo de terapias psicológicas y
cognitivo-conductuales
con
las
que
podemos
obtener
comportamientos que nos hagan la vida más llevadera y aprender a
gestionar situaciones con inteligencia. Sin embargo, por mucho que
tengamos claras ciertas cosas en nuestra cabeza, las implicaciones
del alma son algo tan profundo que no se resuelven con este tipo de
terapias más tradicionales. Son muchas las personas a las que he
conocido, entre las que me incluyo, que, después de años y años de
terapia, siguen sin poder hacer un clic interno, porque, por más claro
que tengan el diagnóstico y se autoconozcan, hay ciertas cosas
inexplicables que no pueden cambiar. Por ejemplo: una persona que
constantemente se siente atraída por personas casadas.
Cognitivamente, sabe que es un amor imposible y que no le
conviene, pero sucede algo muy curioso: esta persona va a ir a una
fiesta con quinientas personas y se fijará inevitablemente en la
casada. Aunque no ocurra nada entre ellos, existe esa atracción.
¿Por qué? ¿Tal vez está implicada con una mujer a la que su abuelo
amaba y con quien no le permitieron casarse por ser de clases
sociales distintas y mantuvieron un romance en secreto?
Cuando alguien sufre una injusticia, en el clan se produce «un
deseo de aniquilar», según Hellinger. Este atropello ocurrido en
generaciones anteriores volverá a ser representado y sufrido por
otro miembro del clan de una generación posterior, probablemente
desde la postura contraria, para compensar. Un buen ejemplo de
ello son los casos de herencias: un antepasado consiguió un
patrimonio estafando a alguien y generaciones después sus
herederos lo pierden todos sin causa aparente. Es un clásico. Es
como si existiera una consciencia del clan que reconoce la justicia
para los antepasados, pero no para los descendientes, cuya misión
será devolver el reconocimiento a ese antepasado que sufrió la
injusticia. Y no lo va a hacer por gusto. Normalmente se acaba
haciendo por necesidad, porque uno se da cuenta de que está
repitiendo patrones insanos de manera continuada y sin demasiada
explicación racional. Hay personas que viven con la sensación de
que sus esfuerzos y cualidades no están en concordancia con sus
resultados. Se sienten como si llevaran una especie de freno de
mano vital puesto, como si las complicaciones los estuvieran
esperando para ir apareciendo en su vida. Las personas que no se
rinden buscan soluciones. Y una de ellas, quizá la ideal en esos
casos, sea acudir a una constelación familiar.
Hay tres órdenes del amor según Hellinger. Órdenes que, más
tarde, su mujer, Sophie, lo llamaría principios básicos para la vida.
6.2.1- Ley del derecho a la pertenencia
Cuando un miembro queda excluido, la conciencia
colectiva lo reemplaza con un miembro posterior del grupo.
Este miembro sentirá y se comportará como el excluido sin
que ni él ni los demás se den cuenta de que esto ocurre. Bert Hellinger
Pertenecemos a una familia y todos tenemos el mismo derecho a
pertenecer a ella, con independencia de lo que hayamos hecho. El
alma de la familia anhela sentirse completa. A veces se excluye a
algún miembro de la familia porque el clan ha juzgado que hacía
algo mal, que avergonzaba con sus actos a la familia, que lo que
hacía no era del agrado del grupo, pues no se atenía a las normas
sociales o familiares, o porque se le tenía miedo. Es como si el clan
decretara que este miembro no es digno y que es mejor que deje de
pertenecer a la familia. Se le proscribe, se le aleja, no se quiere
saber más de él, se deja de amarle (o eso creemos). Dice Hellinger:
«Los excluidos son aquellos a los que se les niega el honor, la
pertenencia o la igualdad de rango».
Lo que resulta muy curioso es que no solo se excluye a esta parte
de familiares que el clan puede considerar vergonzosos, nocivos o
peligrosos, sino que también se excluye a aquellos cuya pérdida ha
resultado tan dramática y dolorosa que los vivos no pueden pensar
en ellos. Un ejemplo son las muertes tempranas (niños o abortos) o
los fallecimientos súbitos (accidentes) de los que no se ha realizado
el duelo.
Cuando esto sucede, el sistema reacciona y, en generaciones
posteriores, habrá algún miembro que va a resonar con este hecho
y a sentirse con la necesidad inconsciente de representarlo con su
propia vida. Normalmente el tipo de afectaciones acostumbran a ser
dificultades para lograr el amor, la salud o el bienestar. Esta
persona, cansada de tantas dificultades, puede que acabe buscando
ayuda y, si tiene la suerte de poder realizar una constelación
familiar, podrá ver claro el origen de su sufrimiento y ponerle
remedio.
A veces, los excluidos no están en la memoria de los familiares
vivos más ancianos, ya que puede que la exclusión se haya dado de
forma secreta y «avergonzante», como la persona que tiene un hijo
fuera del matrimonio y lo aborta o lo da en adopción y pretende que
jamás se vuelva a hablar de ello. Por el hecho de silenciarlo, no van
a dejar de producirse y sentirse sus efectos en la familia.
Lo que sana a la persona que haya quedado implicada por este
ancestro excluido y al clan en general es devolver su lugar de
pertenencia a todos los excluidos del árbol. Cuando por fin la
situación queda en orden y se les da su lugar a todos los que
pertenecen, la vida empieza a fluir de otra manera más saludable
para la familia.
Un árbol no pudo elegir el lugar en el que crece. Aquel
lugar en el que cayó la semilla es el adecuado para él.
Para cada persona el lugar de sus padres es el único
posible y por lo tanto el correcto. Y para cada persona, el
pueblo al que pertenece y su idioma, su raza, su religión,
su cultura son los únicos posibles y, por lo tanto, los
correctos para ella. -Bert Hellinger
Lo complicado de este punto es que los excluidos normalmente
quedan en la zona oscura, o sea, como secretos inconfesables,
como personas que «mancillaron el buen nombre de la familia»
(locos, suicidas, ladrones, alcohólicos, asesinos), o como aquella
pareja de la que algún antepasado estuvo enamoradísimo, pero que
acabó cediendo a las presiones familiares y casándose con la
persona más conveniente para los objetivos del clan.
Por poner un ejemplo típico para esta ley: un bisabuelo es obligado
a casarse con la chica que su familia ha escogido para él en lugar
de hacerlo con la chica a la que ama. Él se casa, pero sigue su
romance con su amor a escondidas. Tal vez, ni siquiera físicamente,
pero ocupa un gran lugar en su corazón, la sigue amando. En la
tercera generación, podría llegar una bisnieta que tome el papel de
esa amante del bisabuelo y se enamore siempre de hombres que no
están disponibles.
«No disponibles» no quiere decir solo que estén casados. Puede ser
que tengan pareja, que no quieran compromiso, que tengan una
madre muy enferma a la que cuidar, un trabajo muy absorbente u
otra situación que impida que la pareja se consolide con éxito.
El amor ciego hacia la persona excluida nos empuja a vivir
situaciones incomprensibles para la razón, pero que pueden
resolverse de forma sorprendente. En una constelación se puede
revelar esta implicación y, al ser consciente de que se transgredió la
ley de la pertenencia, porque a aquella mujer no se le dio jamás su
lugar, esa bisnieta quedaría libre de su destino de enamorarse de
hombres no disponibles. A partir de aquí, por fin se sentirá atraída
por los que puedan estar a su lado con libertad. Se trata de incluir a
todas las partes en el corazón, algo que escapa completamente a la
razón.
6.2.2- Ley de la jerarquía: la prioridad de los
anteriores
Las tragedias familiares comienzan allí donde un miembro
transgrede esta ley. [...] Los héroes trágicos, en su
corazón, son niños que desean hacer algo por aquellos
que estuvieron antes que ellos y las grandes tragedias
griegas terminan con la muerte del héroe.
- Bert Hellinger
El lugar que cada uno ocupa viene determinado por el orden de
llegada al clan. Los que llegaron antes tienen prioridad sobre los que
aparecieron después. Pero, a veces, algunos más recientes, al ver
que hay problemas que los primeros parecen no ser capaces de
resolver, toman la delantera y agarran las riendas del asunto; por
ejemplo, hijos que ocupan el lugar de alguno de sus progenitores.
Es el típico caso del hijo que se adueña del rol del padre muerto y
actúa como si fuera la pareja de la madre. O del hijo que, a pesar de
estar los dos progenitores vivos, pasa por encima de ellos por
valorar que están demasiado ocupados, creyendo que él, aún
siendo pequeño, podría hacerlo mejor de lo que lo están haciendo
sus padres.
Otro caso típico es el que comentaremos en el capítulo de las
herencias transgeneracionales, con van Gogh y Dalí. A los dos les
pusieron el nombre de un hermanito fallecido, con lo cual este
hermano perdió su puesto al ocuparlo el hermano vivo. A pesar de
ello, el vivo siempre siente que no acaba de ser él mismo, sino una
especie de fotocopia de su hermano muerto.
Hay hijos que creen que son los primeros, porque no se les informó
de la muerte o el aborto de un hermano que llegó antes de ellos y,
por eso, no pueden respetar su lugar. Estamos mejor si asumimos
nuestro lugar.
O, en el caso de los hijos adoptados, los padres biológicos ocupan
un lugar anterior a los padres adoptivos. Por eso, actualmente se
intenta que las adopciones sean abiertas, o sea, que los niños
puedan tener contacto regular con sus padres biológicos o, al
menos, que puedan localizarlos llegado el momento. En el caso de
adopciones cerradas, aquellas en las que no existe contacto, en
muchos casos, los hijos, al crecer, van en busca de sus padres
biológicos, necesitan saber de dónde vienen, qué sucedió para que
los dejaran en manos de otras personas, etc. En las adopciones
cerradas, se excluye a la familia de origen, se transgrede la ley de la
pertenencia y del orden, y eso acostumbra a terminar en conflicto.
6.2.3- Ley del equilibrio entre dar y tomar
Hay que vengarse, es necesario, porque aquel que es
solamente bueno destruye las relaciones. Pero también es
posible vengarse con amor. -Bert Hellinger
Los intercambios en nuestras relaciones deben ser sanos, esto es,
que el dar y el recibir estén equilibrados. De todos ellos, solo
haremos una excepción en la que no vamos a poder equilibrar lo
que hemos recibido, por lo menos, con las personas que nos lo han
dado. Se trata de nuestros padres. Nos dan la vida, y ese regalo tan
grande no se lo podremos devolver. Es algo que vamos a equilibrar
el día que engendremos a nuestros hijos.
Esto no quiere decir que estemos obligados a tener hijos; en el caso
de no tenerlos, la mejor compensación para nuestros padres es
hacer algo bonito con la vida que nos han dado. Hay personas que
no tienen hijos, pero dedican su vida a hacer el bien para grandes
colectividades, como los maestros.
Cuando en nuestras relaciones de amistad o de pareja el dar y el
recibir no están equilibrados, se producen disfunciones que pueden
acabar con la relación. Si una persona está siempre dando, tampoco
deja espacio para que el otro pueda equilibrar la balanza y la
relación entra en desequilibrio. La persona que da acabará por
sentirse más que la que solo recibe, que al final se sentirá inferior. Y
esa desigualdad no juega a favor de una relación simétrica y sana, y
puede acabar con la misma. Lo que sucede muchas veces es que la
persona que ha recibido demasiado llega un momento en que,
viéndose incapaz de devolver tanto, huye de la relación. Sería el
clásico: «Después de todo lo que he hecho por ella, le he pagado la
carrera, le he comprado la casa, le he comprado el coche, la he
tenido como una reina, y se va con otro».
Lo ideal es que se forme un círculo virtuoso en el que las dos
personas involucradas en una relación vayan combinando las dos
posturas y alternen el dar y el recibir. Eso afecta a los intercambios
positivos y a los negativos. Puede que recibamos algo que no nos
guste, que nos parezca inadecuado. Bert Hellinger dice que
«cuando uno de los dos daña al otro, el que ha sido dañado debe
compensarlo vengándose con amor». Esto es, devolviendo el daño,
pero de manera simbólica, no haciendo lo mismo, sino produciendo
un daño mucho menor. Así llegaremos a la conclusión de que, de lo
bueno que recibamos, deberemos dar un poquito más; y lo malo, lo
tenemos que devolver con un poco menos. Así el amor crece. Con
esto no quiere decir que debamos devolver todas las cosas
insignificantes que nos molestan del día a día, porque así la relación
se destruye. Pero, cuando haya un daño significativo, sí debe ser
compensado. Es una manera de poner el «contador» a cero.
Solo nos tranquilizamos una vez lograda la compensación.
Por ello, la justicia para nosotros es un bien muy preciado.
- Bert Hellinger
6.3- ¿Cómo ayudan las constelaciones
familiares?
Estamos en una sociedad regida por el hemisferio izquierdo: lógico,
racional, calculador, etc. Muchos aprendizajes los realizamos desde
aquí. Nuestro sistema educativo está sustentado sobre una
estructura racionalista y lógico-matemática. El sistema educativo
ahora está cambiando, pero sigue regido por personas formadas en
este paradigma que no han recibido educación emocional. Por tanto,
ese cambio de sistema sería como pretender que un licenciado en
Literatura lanzara un cohete al espacio. Hay quien se ha
preocupado de realizar este crecimiento personal, aunque no es
algo que el sistema, que sigue instalado en el paradigma científico,
potencie.
Pero la vida es mucho más que eso y, cuando nos encontramos
frente a un conflicto emocional, lo racional no abarca todo lo
necesario para resolverlo. Puede ayudar a ver ciertos aspectos,
pero deja otros completamente ciegos.
Precisamente, esta es la carencia que encuentro en la mediación. Si
bien cualquier método de resolución de conflictos trabaja a su
manera y todos tienen su parte buena, la mediación se centra en la
resolución del conflicto puntual, pasando por alto las situaciones de
fondo, las que han provocado que las personas lleguen a ese punto
de tensión. Las constelaciones familiares, por el contrario, no
prestan atención alguna a la narrativa de las partes, porque las
personas somos especialistas en contarnos una historia y
engañarnos a nosotras mismas con tal de justificarnos. La
constelación muestra lo que es, sin necesidad de hablar, y no hay
engaño alguno. Es lo que se muestra. De esta forma, una
combinación de ambas, resulta ideal: con una se puede realizar el
diagnóstico y con la otra poner la racionalidad orientada a la
solución.
En una constelación familiar suceden algunos eventos muy
curiosos. La persona que va a constelar elige a una persona para
que la represente a ella, y a otras personas, para que representen a
sus familiares implicados en el conflicto que quiere resolver. Estos
representantes no saben nada de ella ni de su vida, pero, a pesar de
eso, en el momento de entrar en la constelación, sienten lo que
siente la persona a la que están representando. Incluso en algunos
momentos, se ha dado el caso de que empiezan a gesticular de
maneras muy propias a la persona que están representando.
Un conflicto es como un iceberg: hay una parte visible, que es la que
seguramente habremos intentado resolver desde lo racional, y otra,
muchísimo mayor, sumergida, que es la que puede aflorar —o
algunas partes de ella— en la constelación. El hecho de poner
consciencia, de ver aquello que hasta el momento no podíamos ver,
nos amplía la comprensión y nos coloca en otra posición distinta de
la que teníamos cuando llegamos.
Las constelaciones familiares ayudan ofreciendo una imagen más
amplia de la familia que la que el consultante tenía hasta ese
momento. Es como ver tu propio conflicto y la solución en 3D. Lo
habitual es que, en los movimientos que se establecen entre los
representantes, se produzcan para el consultante algún o algunos
momentos ¡ajá!, en los que percibe otra realidad sobre algunas
personas de su familia. Su percepción puede ser tan distinta de la
que tenía de ellos hasta el punto que, a menudo, la sorpresa se vive
con lágrimas de emoción.
Esa nueva percepción le permite ampliar su consciencia, reconocer
el sufrimiento de algunos de sus ancestros y, con todo ello, sanar el
dolor que la antigua injusticia dejó como huella en el clan. A partir de
este momento, se acostumbran a producir cambios evidentes en la
vida de esta persona que quizás presentaba problemas repetitivos
de relaciones o profesionales y que, de repente, es como si una
brisa hubiera limpiado el ambiente en su interior.
Dicho de otra manera: los expertos ya saben que nuestro cerebro se
rige en un 1 % consciente, un 2 % preconsciente y un 97 %
inconsciente. Por lo tanto, si pensamos en una empresa en la que
un socio tiene el 97 % de las participaciones; otro, el 2 %, y otro, el 1
%, ¿quién tomará las decisiones en esa empresa? Es importante
tomar consciencia para no dejarse llevar por aquello que nos
domina sin darnos cuenta.
Bert Hellinger realiza una distinción entre psicoterapia
psicoterapia fenomenológica, la cual se inspira en
alemana del siglo XIX. El término fenomenología, en
estos autores, sugiere una reducción a su esencia
aparece en la psique, sin una intervención previa.
científica y
la filosofía
la línea de
de lo que
En el método fenomenológico, uno se expone a la
situación tal cual es, sin preconceptos y sin basarse en
una determinada teoría. Entonces, brota lo esencial de la
situación. En ocasiones, es solamente una palabra, y esa
palabra lo cambia todo. -Bert Hellinger
A diferencia de la psicología científica y cognitivo-conductual de
estímulo-respuesta, Hellinger defiende la posibilidad de que un
fenómeno tenga varios niveles de consciencia y pueda presentarse
de distintas maneras. En consonancia con la filosofía alemana,
aduce la no intervención previa para juzgar un fenómeno y dejar que
este se exprese libremente, sin intención por parte del terapeuta, y,
aunque parezca un contrasentido, sin ni siquiera la intención de
sanar al paciente. Es un procedimiento mediante el cual el terapeuta
confía en que el alma del paciente realizará los movimientos
necesarios para su liberación y sanación. Mientras eso sucede, él se
dedica a sostener la situación, sin actuar, solo observando aquello
que ocurre, sin juicio ni temor. La posición ideal del terapeuta, en el
caso de las constelaciones, es permanecer en este estado basado
en la confianza de que sucederá lo que tenga que acontecer, en la
observación desde la ausencia de juicios, sin intención y
permitiendo la libertad del otro para que se exprese desde lo más
profundo de su interior.
Ocurre que sus resultados, en la gran mayoría de las
constelaciones, son sorprendentes. Por ello, a veces, se dan casos
de personas que piensan que podrían «arreglar» la vida de
allegados o familiares. Pero esto no funciona así: solo podemos
constelar sobre lo nuestro. De lo contrario, sería una intromisión
ilegítima en la vida ajena, pues no estaríamos siendo respetuosos
con ella. Además, aquel conflicto que creemos ver en los demás y
que queremos constelar no suele ser más que una proyección que
hacemos de nuestro propio conflicto en los otros. ¿Recuerdas la ley
del espejo? Hay personas que, cuando asisten a consulta y les
preguntas qué quieren constelar, responden:
—A mi madre.
—¿Y qué te pasa a ti?
—A mí nada, es ella, que siempre está sufriendo por los hijos y me
agobia.
—Entonces, ¿qué quieres constelar?
—A mi madre.
—¿Y qué tiene que pasar para que consideres que esta
constelación ha funcionado?
—Que mi madre deje de ser tan agonías.
—Pero a tu madre no la podemos cambiar.
—(Silencio).
—¿Te parece si sacamos un personaje para ti, otro para tu madre y
tratamos de solucionar qué es lo que te molesta a ti de ella?
Este sería un ejemplo de cómo un buen constelador trataría el caso
de personas que pretenden constelar a otras. Al final, solo podemos
trabajar sobre nosotros mismos.
Por mucho que te cuente sobre constelaciones, eso es algo que
solo se puede descubrir viviéndolo.
6.4- El cuerpo es el instrumento del alma
A lo largo de la historia, los seres humanos hemos sentido la
necesidad de acercarnos y conectar con algo que trascendía las
fronteras del mundo físico y material. Como decía Aristóteles: «El
cuerpo es el instrumento del alma».
Así, nosotros hemos dirigido la vista al infinito con el ansia de
obtener respuestas a preguntas que parecían no tenerlas o con el
fin de llenar un vacío existencial que solo parece poder ser llenado
si vamos más allá del mundo material. Ese sentimiento ha cruzado
espacio y tiempo, acompañándonos en formatos diversos, pero
siempre con el mismo fin. Ante una ciencia o mentalidad científica
que solo puede aceptar aquello que puede pesar, medir, ver y
demostrar, se nos abre el vacío inmenso de lo espiritual, al cual no
podemos acceder con instrumentos tecnológicos ni con nuestra
parte racional. Muchos científicos han intentado demostrar la
existencia de Dios, pero siempre se les ha escapado algo por el
camino.
La espiritualidad es inaprehensible. La vía espiritual no se puede
sujetar o medir como una caja de zapatos. Escapa a nuestros
instrumentos materiales, pero, a pesar de ello, somos capaces de
sentirla. Desde las tribus prehistóricas hasta nuestros días, ese
sentimiento espiritual ha tenido diferentes formas, pero no nos ha
abandonado del todo. Desde piedras, colmillos, plumas, hojas, etc.,
usados como amuletos hasta las imágenes de santos y vírgenes en
las medallas actuales, el sentimiento subyacente en unos y otros no
ha cambiado tanto. Sentirse acompañado, protegido, escuchado,
atendido por alguien o algo mayor que nosotros parece ser algo
inherente al ser humano.
Hoy estamos tan absorbidos por una cantidad de juguetes y
entretenimientos que «nos facilitan la vida», a la vez que nos roban
libertad sin que nos demos cuenta, que nos queda poco tiempo para
permitir que nuestra parte espiritual florezca. Con las manos y los
ojos pegados a todo tipo de pantallas interactivas nos evadimos y
apagamos nuestra sed de trascendencia. Solo nos damos cuenta de
ello cuando, durante un rato, olvidamos nuestros dispositivos y
conectamos con algo distinto, sea la belleza de un paisaje, un
sentimiento de empatía profunda hacia otro ser vivo o cuando
somos capaces de conectar con el sentimiento de dolor, rechazo,
injusticia o desvalimiento de un ancestro durante una constelación.
Todas estas situaciones pueden despertar en nosotros sentimientos
que quizás yacían dormidos, pero que somos capaces de reconocer
en cuanto afloran.
A pesar de que, a lo largo de la evolución humana, hubo un
momento en el que muchos médicos no «creían en los gérmenes»
por no haberlos visto, no por ello estos microorganismos dejaron de
producir infecciones. De hecho, Ignaz Semmelweis fue condenado
por sus compañeros médicos por decir que había que lavarse las
manos antes de asistir a un parto, y así fue cómo redujo la
mortalidad obstétrica de un 30 a un 3 %.
Capítulo 7
El papel transgeneracional en
los conflictos
7.1- ¡Ay, mis abuelos!
Los padres comieron uvas verdes y a los hijos les rechinan
los dientes. -La Biblia
¿Sabes si heredaste de tu abuela algo más que sus ojos azules, su
nariz, sus labios finos o el óvalo de su cara? ¿Has oído alguna vez a
tu madre decir algo como: «Levanta la ceja izquierda igual que mi
padre»? (O sea, tu abuelo, al que no conociste porque falleció antes
de tu nacimiento y, por tanto, no pudiste copiarle el gesto). ¿Has
detectado que muchas personas tienen tendencias, gustos,
comportamientos, actitudes etc., que son un calco de las de sus
abuelos o bisabuelos?
Somos el resultado de nuestros genes más el entorno y las
circunstancias vividas. Aprendemos la forma de vivir de nuestros
padres, los cuales la aprendieron de los suyos. Y nos damos cuenta
de ello cuando vamos a comer a casa de la nueva pareja y nos
sorprenden las costumbres de su familia:
—¡Qué raros son! Comen la ensalada cada uno de su plato… En
casa, picamos todos del bol.
Dejando de lado las variaciones de cada tribu o familia, la pregunta
existencial fundamental es: ¿existe el libre albedrío? ¿Seguro que
cuando tomamos una decisión lo hacemos desde nuestra más
profunda esencia y sin condicionantes familiares y/o controles de
ningún tipo?
¡Imposible!
Creemos que escogemos nuestra profesión, nuestras amistades,
nuestra pareja, nuestros gustos, pero en realidad solo obedecemos
a creencias y fidelidades familiares. La tarea de nuestra vida
consiste en descubrirlas, honrarlas, agradecerles su función y
liberarnos de las que creamos que no nos aportan. Con amor, pero
hay que soltar.
Ciertos acontecimientos traumáticos vividos por nuestros abuelos o
bisabuelos han dejado huella en su código genético. Huella que va a
llegar hasta nosotros. Una persona puede no comprender por qué
tiene una tendencia irresistible o una fobia a algo, por ejemplo, a
volar. ¿Quizás, en su familia, algún abuelo fue aviador y murió en un
accidente aéreo? En el caso de la tendencia irresistible, sería como
una necesidad de reparación y, en el caso de la fobia, el pánico por
sufrir el mismo accidente que el antepasado.
Cada pueblo puede haber desarrollado genes, por aquello
que ha vivido o sufrido, que le permita adaptarse a lo
acontecido. - Anne Ancelin Schützenberger
Todo lo vivido en tu familia —los traumas, las ruinas, las traiciones,
las muertes tempranas, los duelos no realizados, los incestos,
violaciones, asesinatos y otros secretos inconfesables— no han
desaparecido ni se han evaporado. Todo lo que dolió
emocionalmente a alguien sigue vivo, solo que en otro formato, y se
transmite en silencio. Es un silencio de palabras, pero no es un
silencio de hechos, para quien sepa leerlo.
Las manifestaciones de esos traumas antiguos, en las nuevas
generaciones pueden adoptar formas de problemas de conducta, de
trastornos físicos o mentales y de rechazo o atracción inexplicable a
determinadas actividades, profesiones, relaciones o aficiones,
incluso a las más peligrosas.
El árbol genealógico permite poner en evidencia los ciclos
biológicos a través de las generaciones y dentro de
nuestra propia historia de vida. Al estudiar el árbol,
debemos detectar las variantes, o sea, aquello que se
repite de generación en generación. Se trata de encontrar
dónde empezó y cuál es el drama que programó todo el
resto. -Anne Ancelin Schützenberger
¡Ay, mis abuelos! o ¡Ay, mis ancestros! es el título de un libro de
Anne Ancelin Schützenberger (1919-2018). Esta mujer rusa, con
nacionalidad francesa, un doctorado en Psicología, otro en Letras,
una licenciatura en derecho y que trabajó como psicóloga y
profesora, estudió en profundidad los efectos de las herencias
transgeneracionales, en especial, el síndrome del aniversario.
Todo empezó cuando murió su segundo hijo y su hija mayor le dijo:
—Yo ya sabía que mi hermanito moriría.
—¿Cómooo?
—Sí, mamá. ¿No te has fijado en que todos los segundos de
nuestra familia mueren jóvenes? Mira: tu hermano, el hermano de
papá, el hermano de la abuela…
A partir de aquí, Anne Ancelin se dedicó a investigar, durante más
de diez años, cientos de casos de su clínica y a establecer
relaciones entre fechas, nombres, profesiones, repeticiones de
sucesos traumáticos en la familia, muertes tempranas, etc., y la
aparición de una enfermedad, accidente o intervención quirúrgica.
La idea central es que el inconsciente parece tener buena memoria
y es como si deseara recordar hechos y «celebrarlos». Son
momentos que marcan los sucesos importantes de las vidas de las
personas de una familia por repetición de edad (varias personas de
la familia mueren o tienen un accidente a la misma edad) o de fecha
(en determinada fecha se producen estos hechos traumáticos que
se repiten de generación en generación). Es como una expresión
del inconsciente familiar.
Eric Fromm hablaba, en 1930, de inconsciente social, basándose en
los trabajos sociológicos de Emile Durkheim, Max Weber, Karl Marx
y Robert Merton.
J. L. Moreno (1940) habló del coconsciente y del coinconsciente
familiar y grupal.
Según Françoise Dolto, el inconsciente de la madre y del niño están
vinculados, y el hijo sabe, adivina y siente cosas familiares sobre
dos o tres generaciones.
Dice Anne Ancelin Schützenberger:
Los trabajos recientes de Ilia Prigogine, David Bohm y
Fritzhiof Capra sobre el tiempo y el cuerpo demostraron
que todo está interconectado.
En EE. UU., psicoanalistas como Martin Bergmann e Hilton
Jacouy trabajaron desde 1982 sobre la generación de los
niños del holocausto. En Francia, Françoise Dolto-Marette,
Nicolás Abraham, María Török, Didier Dumas y Serge
Tisseron plantean otra vez la hipótesis de una represión
conservadora y de una cadena transmitiéndose de una
generación a otra, de un «no-dicho» que se vuelve, para
los hijos llevadores del secreto del cual no se habla
(secreto encriptado, por tanto),un sufrimiento
representable pero indecible (que no se está autorizado
a decir), inscribiéndose, encriptándose en el
inconsciente como una estructura interna. A la tercera
generación, el «no-dicho» secreto, lo indecible, se vuelve
lo impensable (por tanto, ni siquiera pensado), no
representable (lo impensado genealógico) y se vuelve «el
fantasma» que obsesiona, sin que lo sepa, al que presenta
frecuentemente síntomas no explicables, indicios del
secreto que un padre o madre, sin saberlo, proyectó sobre
él.
Quizás ese párrafo sea algo denso y resulte necesario leerlo un par
de veces, pero creo que vale la pena el esfuerzo para comprender la
magnitud del asunto.
Estos síntomas no explicables de los que hablan estos psicólogos
aparecen en fechas señaladas y se conocen como síndrome del
aniversario. Son hechos que han sido callados, ocultados. Son
secretos familiares conocidos, pero sobre los que existe como un
mandato implícito en la familia de no hablar nunca de ellos, como si
el hecho de nombrarlos pudiera desatar la tragedia. Y en realidad es
al revés: es el hecho de mantenerlos ocultos lo que produce que en
generaciones posteriores aparezcan sufrimientos relacionados con
los mismos.
En una familia, los niños y los perros lo saben todo, sobre
todo, lo que no se dice. -Françoise Dolto
Maria Török habló del «efecto duradero y lancinante de un secreto
de familia, la obsesión de un secreto familiar, el regreso inesperado
de lo reprimido o los traumatismos de los horrores de la guerra».
En 1948, Frieda Fromm-Reichmann, trabajando con personas
esquizofrénicas, empezó a explorar sus universos familiares y sus
modos de comunicación.
Luego, Virginia Satir, Gregory Bateson, Paul Watzlawick y otros
psicólogos y terapeutas de alto nivel empezaron a realizar
investigaciones en esta dirección y empezaron a hablar de terapia
familiar sistémica y unos años después empezaron a usar el
genograma.
Iván Boszormenyi-Nagy, psicoanalista húngaro, creía que era
imprescindible la fuerza de la intervención terapéutica para restituir
una ética en las relaciones transgeneracionales. Cuando la justicia
familiar se rompe, empieza un encadenado de venganza,
resentimientos y explotación de unos miembros de la familia por
parte de otros. Él fue el primero que usó el concepto de lealtad
familiar, junto a la idea de que la unidad social depende de la lealtad
de los miembros del grupo.
También habló de la parentificación, que es una concepción errónea
de las deudas, en la que los hijos se vuelven padres de sus padres
(hija mayor que toma el rol de la madre al ver que esta está
superada por tantos hijos o por alguna enfermedad). La deuda más
importante de la lealtad familiar es la de los hijos con sus padres.
Los hijos nunca podrán devolver a sus padres lo que les dieron: la
vida. Y el modo que tienen los hijos de liberarse de dicha deuda es
dando la vida a sus hijos, o sea, devolviéndoles a ellos lo que
recibieron de sus padres. Esto no quiere decir que todos tengamos
que tener hijos. El propio Hellinger no tuvo, pero iluminó muchas
vidas. Al final, se trata de hacer algo bueno con la vida que te han
regalado.
Boszormenyi-Nagy considera que el sistema familiar es un conjunto
de unidades mutuamente interdependientes. Para él:
El individuo es una entidad biológica, psicológica y
psicosocial, cuyas reacciones están determinadas tanto
por su propia psicología como por las reglas del sistema
familiar. En un sistema familiar, las funciones psíquicas de
un miembro condicionan las funciones psíquicas de otro.
Hay una regulación recíproca perpetua y las reglas son tan
implícitas como explícitas, pero esencialmente implícitas. Y
los miembros de la familia no son conscientes de ello.
En 1988, Rupert Sheldrake y Alejandro Jodorovsky hablan de la
psicogenealogía.
A veces, cuando tenemos un problema familiar, pensamos que,
alejándonos un tiempo de la familia (hay quien se va para siempre),
ya hemos resuelto el conflicto. Nada más lejos. Cuando se ha
producido un daño que el familiar perjudicado no consigue perdonar,
su salud acaba por resentirse. Las deudas familiares no prescriben
con la lejanía. Por más kilómetros que pongamos por medio, ese
hecho seguirá atándonos emocionalmente a la familia. Y eso afecta
igual al que ha sido perjudicado como al que ha cometido el
atropello. De hecho, unas páginas más adelante te contaré una
historia personal de cuando hui lo más lejos que supe, entre
Sudamérica y el Sudeste asiático.
Las injusticias pueden darse en el ámbito familiar, en el profesional
(en el fondo, en el trabajo se acaba percibiendo a los compañeros
como a una familia) y también en el ámbito de la nación. Sean
guerras, genocidios, éxodos o expulsiones masivas, para cualquier
suceso traumático, las personas afectadas guardan un
resentimiento que los atormenta y les mina la salud. A ellos y a sus
descendientes. De aquí los múltiples trabajos sobre los
descendientes del holocausto.
Un estudio de las herencias transgeneracionales comprende de tres
a cinco generaciones. En él vamos a observar diversos aspectos
que nos darán pistas sobre los puntos de sufrimiento de la saga en
cuestión, partiendo del síntoma o sufrimiento de la persona que
llega a la consulta. Observaremos las repeticiones de nombres,
sobre todo, de aquellos que pertenecieron a un familiar fallecido, en
especial, un hermanito muerto, del cual, el que ha recibido su
nombre es un niño de sustitución (con él, los padres,
inconscientemente, pretendían volver a recuperar a su hijito muerto);
es como si el segundo hijo hubiera nacido para sustituirlo, con lo
cual su identidad siempre va a estar condicionada por el hecho de
representar al hermano muerto y no va a poder ser jamás él mismo.
7.2- Taganga
Tenía veinte años y vivía en Barcelona. Trabajaba en una asesoría
fiscal. Un día, salí de fiesta con dos compañeras, ellas se retiraron
pronto y yo seguí de marcha por mi cuenta.
Entré en un bar y vi a un grupo de gente, riéndose y hablando. Me
dio la impresión de que lo pasaban genial, así que me acerqué a
ellos y acabé integrada en el grupo, disfrutando mucho. La juerga
duró toda la noche, cerramos bares y, al final, terminamos
desayunando. Congenié muy bien con John, uno de los chicos del
grupo, que me dijo:
—Qué pena que nos hayamos conocido ahora, porque la semana
próxima me voy a vivir a Colombia.
—¿Colombia? ¡Estás loco, ese país es muy peligroso!
—¡Qué va, qué va! Es una maravilla de país y voy a ir allí a montar
un negocio.
Nos dimos el correo electrónico y él se fue.
Al cabo de un tiempo, aproximadamente un año, empezó a ponerse
de moda Facebook. Sería allá por el año 2008, y yo abrí mi perfil en
esa red social. Cuando abres un perfil, Facebook te pide si quieres
importar todos tus contactos del correo electrónico. Dije que sí y
apareció John. Lo saludé y le pregunté qué hacía.
—Estoy en Colombia, este es un país maravilloso, ¡tienes que venir
de vacaciones!
—Pues hecho: me voy de vacaciones a Colombia.
Me fui para quince días. Antes de salir de Barcelona a Bogotá,
compré la guía para ver qué hacer en Colombia y, al llegar, la
primera noche, me alojé en casa de John. Él me dijo:
—Yo estoy trabajando, tú haz marcha y el fin de semana me uno a
tu ruta. Puedes empezar en el norte (Caribe), que es uno de los
sitios más baratos del mundo para bucear, y de ahí vas bajando.
—¿Bucear? ¡A mí me da pánico!
—No te creo. ¿Pánico tú?
—Muchas personas han intentado convencerme y ha sido
imposible.
A pesar de ello, me fui a Taganga para empezar mi ruta desde allí e
ir bajando, como él me había sugerido. Fui en autobús: desde
Bogotá hasta Santa Marta eran veintidós horas de trayecto. Me tocó
ir sentada al lado de un israelita que acababa de salir del servicio
militar que prestan en su país por tres años. Toda una experiencia ir
sentada tantas horas hablando con esta persona. Una vez en Santa
Marta, cogería una buseta (una Vanette vieja) que me llevaría hasta
Taganga. Era un pueblecito pequeño de pescadores en el que no
había nada. Al día siguiente me llamó.
—¿Dónde estás?
—En Taganga. Es que estoy bien aquí, me voy a quedar otro día.
—¿Qué dices? ¡Pero si Taganga es el sitio más feo que he visto!
—Pues a mí me gusta. Y, finalmente, he buceado. ¡Es increíble!
Me llamó al día siguiente:
—¿Qué vas a hacer?
—Sigo aquí, en Taganga.
—Y el fin de semana, ¿qué vas a hacer?
—Pues me voy a quedar aquí, en Taganga.
—Pues yo a Taganga no voy a ir, porque me parece horrible.
—Bueno, pues no vengas…
Total, que me pasé los quince días en Taganga. John tenía razón:
no había nada de nada. Era como un pueblecito de la costa
mediterránea ochenta años atrás; era una zona muy pobre, pero yo
me sentía feliz allí.
A los quince días, volví al trabajo en Barcelona. En aquel momento
ocupaba un puesto de subdirectora financiera, que comportaba
trabajar con mucha presión, y empecé a sentir los efectos del estrés
en mi cuerpo. Seguramente la presión no era tanta, pero sí más de
la que yo podía soportar a mis veintiún años, con una intensa vida
personal y profesional, pero superviviente a nivel emocional.
Veintiún años, subdirectora financiera en una empresa de tamaño
considerable en Barcelona, estudiando la carrera de Derecho por la
UOC, a curso por año, y con formaciones extras para estar al día en
mi trabajo. Así fue como un día llegué al trabajo y ni siquiera
recordaba la clave para entrar en mi ordenador, por lo que terminé
de baja por ansiedad. En la empresa pensaron que era cuento y me
despidieron. Mi compañera trató de hacerles ver que se habían
equivocado conmigo y la acabaron despidiendo también a ella.
Pero, en aquel momento, al verme sin trabajo y al notar que mi
estrés había desaparecido de la noche a la mañana, pedí el alta al
médico y me dije: «Pues vale, ¡me voy a vivir a Colombia!». Y me fui
otra vez a Taganga. Dejé el piso, vendí mi coche y me fui, sin billete
de vuelta. Es más, cuando llegué al aeropuerto, me dijeron que sin
billete de vuelta no me podía ir porque solamente tenía un visado de
turista por noventa días y tenía que acreditar con un billete de avión
que en menos de ese plazo saldría de aquel país. En el aeropuerto
mismo compré un billete para dentro de dos meses a Ecuador, pues
era el destino más barato desde Colombia, y así pude irme. Mi
amigo de Colombia alucinaba.
Al llegar allí, hice todos los cursos hasta convertirme en instructora
de buceo y trabajé como tal durante un tiempo para la escuela
donde me formé, ayudando a los turistas a visitar las profundidades
marinas con seguridad. También trabajaba como traductora de tours
por la selva, la Ciudad Perdida, etc. Mi visado estaba a punto de
caducar y el chico con el que tenía una relación y yo decidimos
firmar los papeles para certificarnos como pareja estable para así
poder quedarme más tiempo, pues por nada del mundo quería
volver a España: cuanto más lejos, mejor.
Pero pasó un año y mis padres celebraban las bodas de plata. Me
pidieron que viniera a España para la boda y yo estaba con una
economía justita, así que ellos me pagaron el billete para regresar.
Asimismo, yo ya quería salir de Taganga, porque llegó un momento
en el que me cansé. Aquel era un lugar de vacaciones, la gente iba
a bucear y, a los tres días, se iban. Y yo me quedaba. Empecé a
sentirme harta de tanta gente de paso con la que no podía crear un
vínculo estable. Pero tampoco quería volver a España, así que,
después de Colombia, volví a Ibiza para la fiesta de mis padres,
envié currículums al mundo entero (desde Canadá hasta Australia) y
me fui al primer sitio donde me surgió una oferta de trabajo:
Vietnam, donde trabajé como directora financiera de un grupo de
centros de buceo. ¡El trabajo soñado para mí en ese momento!
Echaba de menos una oficina llena de papeles y números y lo
podría combinar con mi nueva pasión, que era el buceo. Poco lo
pensé.
Todavía recuerdo cuando se lo contaba a mi amigo Xavi tomando un
café y se reía de mí, incrédulo… Estuve seis o siete meses, pero la
experiencia fue nefasta por un tema cultural y de economía
comunista (allí era más fácil cambiar moneda nacional a euros en el
mercado negro que en el banco, donde te trataban como un
delincuente por tener algo de dinero), así que volví a España. Me
quedaba un año para licenciarme en Derecho y acabé la carrera.
Lo de irme a Colombia fue una evasión. Sentía que no era feliz y me
dije: «Voy a irme bien lejos, que allí sí que voy a ser feliz». Hay
épocas en la vida en las que, cuando no dispones de más recursos,
la huida parece ser un buen plan, aunque la vida acaba poniéndote
en tu sitio. Después de un tiempo de fuga, te coloca otra vez en tu
realidad. Además, da lo mismo: si te vas de aquí con un problema,
por mucho que pretendas que el problema se quede aquí, es casi lo
único que va a venir contigo. Y en la aduana no se van a dar ni
cuenta. No suma como exceso de equipaje, aunque dentro de ti
sientas un peso difícil de soportar. Y más adelante, revisando
aquella época, me di cuenta de que lo que había ido a hacer en
Colombia había sido un primer intento de explorar profundidades:
justo lo que necesitaba hacer conmigo misma, y que conseguí con
las constelaciones unos años más tarde.
7.3- Vincent van Gogh y Salvador Dalí
Volviendo al transgeneracional, te voy a contar lo que le sucedió a
Vincent van Gogh, quien nació el 30 de marzo de 1852,
exactamente un año después de la muerte de su hermano Vincent.
Fue concebido para sustituir al hermanito muerto. Él iba al colegio y
pasaba por delante de su lápida. Veía su nombre en la lápida de su
hermano. Vincent van Gogh sentía que en el mundo parecía no
haber un lugar para él, solo para su hermano, como si a él no le
fuera permitido existir. Su vida estuvo presidida por mucho
sufrimiento. Theo, su hermano paterno, le protegió siempre y le
ayudó durante toda su vida. Cuando nació el hijo de Theo, este le
puso Vincent por amor a su hermano y le mandó una carta
diciéndole: «Espero que este Vincent viva y pueda realizarse”. Al
recibir esta carta, Vincent van Gogh se suicidó. Era como si para él
fuera incompatible que hubiera dos Vincent van Gogh vivos.
Otro caso paradigmático fue el de Dalí. Salvador Dalí tuvo un
hermano mayor, llamado también Salvador, que había fallecido
antes de nacer él. El pequeño Salvador (II) se dio cuenta de que su
mamá se pasaba el día mirando las fotos de su hijito muerto, en
lugar de mirarle a él, que estaba vivo, y de que ella iba a la tumba
del niño dos veces por semana. Él sintió que nunca tuvo tantas
atenciones como su hermano muerto. Y decidió que, ya que no
podría competir jamás con un angelito como su hermano, se iba a
«diferenciar».
Pero alguna herida dentro de él seguía abierta, ya que pintó sesenta
y cuatro veces el Ángelus de Millet, en el que dos campesinos
entierran a su hijito muerto en el campo. Su representante le dijo
que el tema del pequeño ataúd dificultaría la venta del cuadro, y él lo
sustituyó por un cesto de patatas. Pero al pasar el cuadro por rayos
X se descubrió el pentimento (el arrepentimiento). Debajo del
capazo de patatas estaba el ataúd del hijo de los campesinos. El
hecho de que pintara de forma obsesiva sesenta y cuatro veces el
cuadro del niño muerto da una pista de cómo el tema de su
hermano muerto le tenía atrapado. Y, más aún, cuando quedó
obsesivamente atrapado por esta obra de arte, sin saber lo que
ocultaba. Era como si su alma pudiera ver más que sus ojos.
Podríamos pensar que Dalí, a diferencia de van Gogh, era uno de
esos niños irrompibles de los que habla Boris Cyrulnik en sus
estudios sobre la resiliencia. Esos niños que son capaces de salir de
la dificultad y desarrollarse a pesar de la adversidad y de la huella
psicológica y biológica dejada por el traumatismo.
A través de los nombres, las fechas, las profesiones, el carácter y
otros particulares, lo que se intenta es descubrir quién está ligado
por lealtad a quién en el árbol familiar. Muchas deudas de los padres
pasan a los hijos o a los nietos, en una especie de contabilidad
familiar, en la que las injusticias sufridas siguen vigentes y no se
perdonan, por más años que hayan transcurrido. Son deudas que se
vuelve necesario que sean expresadas en este linaje y que, si no
pueden pasarse del inconsciente a la consciencia, seguirán
generando sufrimiento incomprensible. Una vez se comprende y se
puede reconocer el dolor de los ancestros por la injusticia sufrida,
todo empieza a cambiar. Como descubrió Heisenberg, el ojo del
observador modifica lo observado.
De lo contrario, seguimos gobernados por la fidelidad a los
ancestros, inconsciente o invisible. Tomar consciencia de ella y
hacerla visible significa comprender lo que nos gobierna, y eso nos
permite ser libres para, por fin, vivir la propia vida.
7.4- Ejemplo sobre mi propio árbol
Después de esta exposición sobre qué son y cómo funcionan las
herencias transgeneracionales, te voy a mostrar con un ejemplo
propio cómo suceden estos eventos en un árbol familiar y cómo
leerlos.
Corría el año 1921. Mientras Adolf Hitler se convertía en líder del
partido nazi, el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca se
proclamaba campeón mundial de ajedrez, frente al alemán Emanuel
Lasker, y, en La Haya, se celebraba el Congreso Internacional sobre
Derechos del Hombre. Juan, un mozo de dieciséis años, recogió sus
bártulos y se embarcó hacia Cuba. Como hacían tantos y tantos
chicos de su edad en aquel momento, Juan dejó su Ibiza natal y se
lanzó a probar fortuna en el Caribe.
Era el año posterior al Tratado de Versalles, con el que se había
puesto fin a la Primera Guerra Mundial y también se había dado por
finalizada la famosa pandemia de 1918, mal llamada gripe española.
Juan estuvo unos seis años en Cuba trabajando como albañil y
construyendo el Malecón de La Habana (o, al menos, eso me
contaron) y, al cumplir los veintidós, tuvo que tomar una decisión
difícil: o se quedaba en Cuba y fundaba allí una familia o regresaba
a Ibiza. Juan optó por volver, con las grandes experiencias vividas
en una época dorada como pudo ser el tiempo comprendido entre
los dieciséis y los veintidós, que, a pesar de la dureza de viajar a la
otra punta del mundo, lejos de la familia, teniendo que trabajar duro
para salir adelante, seguramente no estuvo exento de algo de
diversión y maravillosas experiencias vitales.
A su regreso, conoció a Catalina (o tal vez ya la conocía, porque era
del pueblo de al lado), se casó con ella y tuvieron ocho hijos, entre
ellos, a mi abuela Margarita.
¿Por qué he retrocedido tanto en el tiempo?
Para contarte que yo, a los dieciséis años, me fui de mi casa. A los
veintidós, me fui a vivir a Colombia, donde tuve una pareja que no
llegó a cuajar. Luego volví a Ibiza y conocí al padre de mi hijo, un
cubano descendiente de españoles (su abuelo, igual que mi
bisabuelo, había emigrado a Cuba, solo que él permaneció en la isla
caribeña). Con él tuve a mi primer hijo, a los veintiséis años.
Vamos a revisar las coincidencias, bastante evidentes, entre mi vida
y la vida de mi bisabuelo Juan: los dos nos fuimos de casa a los
dieciséis, realizamos un viaje largo a los veintidós (él, para regresar
de Cuba; yo, para irme a Colombia) y, finalmente, quiero destacar mi
experiencia de sentir una fuerza de atracción muy poderosa por
tener un hijo con un hombre cubano. Era una fuerza que yo no
podía explicar y que solo ahora puedo comprender. Era como si, con
ello, pudiera cerrar el círculo de lo que mi bisabuelo dejó pendiente
al tomar la decisión de volver: tener una familia cubana.
Cuando suceden estos eventos, acostumbran a darse de una forma
en que te sientes impulsada como por una atracción irracional muy
fuerte hacia aquello que debes hacer: un viaje, una boda, engendrar
un hijo, dirigirte hacia una profesión, etc. Es como si un hilo
irremediable del destino tirara de ti hacia allá. Hay personas que
cuentan que, mientras sentían ese impulso irrefrenable, pensaban
que no tenía demasiada lógica emprender aquella acción, pero, a
pesar de ello, seguían adelante.
¿Será casualidad que mi bisabuelo trabajara en la construcción de
un puerto y mi primer novio formal fuera ingeniero, dedicado a la
construcción de puertos? ¿Será casualidad la pasión que he tenido
siempre por bailar salsa, la música cubana en general, y que tuviera
un hijo con un cubano? Imagino que los escépticos responderán de
manera afirmativa: casualidad. A los que se atrevan a investigar su
árbol, les invito a este maravilloso viaje que nunca acaba, pues de
forma constante e indefinida aparecen nuevos datos que te
completan internamente.
Al conocer un poco mejor cómo funcionan estos mecanismos y las
relaciones entre nosotros y algunos de nuestros ancestros, realicé
mi árbol familiar, en el que pude constatar que el abuelo Juan y yo,
además, tenemos coincidencias en cuanto a fechas: somos dobles
por su fecha de muerte. No voy a entrar ahora aquí a explicar qué
significa esto, pero, en realidad, las fechas, los parecidos físicos, las
profesiones, los nombres y otros datos dan pistas para conocer a
qué ancestros estamos más ligados. Así funciona el mecanismo de
transmisión de herencias transgeneracionales.
No es que todo esto que te acabo de relatar lo tengas presente
mientras estás viviendo aquello que sea que tienes que vivir.
Normalmente, te das cuenta cuando ya ha sucedido y, demasiado a
menudo, algunos años después, cuando ya puedes comprender que
ha sido necesario para incorporar a tu vida alguna comprensión
profunda.
Si no quiero seguir atada a la fidelidad familiar, cumpliendo los
mismos programas que mi bisabuelo o completando lo que él dejó
pendiente, necesito primero reconocer su papel en mi árbol y
agradecerle todo lo que hizo por mí, o sea, engendrar a mis
abuelos, que fueron los que posibilitaron la vida de mi padre y, por
tanto, la mía. Y finalmente, honrarle por todo lo que vivió y
agradecerle que mi vida haya sido posible gracias a él y que, con
ella, voy a hacer algo distinto y, sobre todo, algo bueno, para
honrarlos a él y a todos mis antepasados.
De esta forma, nos resulta posible, después de poner consciencia
en el asunto, liberarnos de unas herencias transgeneracionales que
nos podrían tener atrapados repitiendo patrones de nuestros
ancestros durante generaciones, hasta que algún descendiente
toma consciencia y puede romper la saga. Los patrones que repiten
muchas personas no son tan suaves como este que os acabo de
explicar: repiten accidentes, ruinas, enfermedades, adicciones,
muertes de hijos, etc. Y no resulta ni fácil ni saludable vivir en
manos de programas de fidelidades a los ancestros.
Tanto en los módulos de numerosos cursos de constelaciones como
en el máster de Psicología Sistémica, al presenciar todas las
constelaciones familiares de mis compañeros, pude comprobar
cómo muchas personas abrían los ojos, a veces con consternación,
al darse cuenta de cómo habían vivido atadas a determinados
programas, repitiendo los mismos patrones de sus antepasados,
con ceguera absoluta y perjudicando a la vez su propia vida y la de
su familia.
Este momento, el de darse cuenta, es un momento muy especial. Es
como si alguien descorriera una cortina gruesa y, de repente,
apareciera ante tus ojos un paisaje desconocido, pero con aromas
muy familiares. Es una experiencia tan particular que solo aquellas
personas que han vivido alguna constelación familiar podrían
reconocer.
7.5- Ejercicio: realiza tu árbol genealógico
Toma un folio grande, preferentemente A3, o junta dos folios
con celo. Normalmente, para dibujar el árbol, el formato es:
Anota todos los nombres, apellidos, fechas de nacimiento,
fechas de defunción y profesión. Hasta donde llegues. No
olvides los abortos, inclúyelos también en el árbol (si tienes
conocimiento).
Anota hechos importantes: migraciones, muertes trágicas, datos
que consideres relevantes en la historia familiar y a quién le
ocurrió.
Tal vez puedas rellenar muy poco porque no tengas información. No
te preocupes. Una vez abierto este «melón», irá surgiendo la
información sin explicarte cómo. Sin buscarlo, de repente,
empezarás a escuchar historias a las que les encontrarás sentido.
Es un camino de no retorno.
Capítulo 8
Epígenética
8.1- ¿Determinismo genético o respuestas al
entorno?
Existen todavía muchas personas, entre ellas algunos científicos,
convencidas de que los genes determinan nuestra salud, nuestro
coeficiente intelectual y nuestras circunstancias de vida. Esa postura
la conocemos como determinismo genético.
Bruce Lipton, biólogo, profesor universitario y autor del libro La
biología de la creencia, nos aclara este equívoco. Nos demuestra de
manera sencilla, incluso para los que no entendemos de complejos
procesos moleculares, que el determinismo genético es un error.
Los seres humanos tenemos casi el mismo número de genes que
los ratones, mientras que nuestra vida, con nuestras habilidades y
desempeños, difiere bastante de la de esos pequeños roedores.
Entonces, ¿dónde está la diferencia? ¡En el entorno!
Cuando Lipton estudió los genes llegó a la conclusión de que su
activación o desactivación dependía del entorno y no de algún tipo
de voluntad propia del gen.
La epigenética es el estudio de los mecanismos moleculares,
mediante los cuales el entorno controla la actividad génica. Cada
vez se le otorga mayor importancia al entorno como regulador de la
actividad génica.
No son las hormonas ni los neurotransmisores producidos
por los genes los que controlan nuestro cuerpo y nuestra
mente; son nuestras creencias las que controlan nuestro
cuerpo, nuestra mente y, por tanto, nuestra vida. -Bruce
Lipton
Ojo que la afirmación se las trae. Porque significa que no estamos
en manos de nuestra lotería genética. O, por lo menos, no de
manera irreversible. En nuestra vida existe un porcentaje (Lipton y
otros investigadores lo sitúan entre el 34 y el 48 %) de herencia
genética, pero el resto depende de las señales del entorno). Pues se
trata de aprovechar este 52-66 % que no está escrito, y escribirlo
con la máxima precisión posible.
Cuando somos pequeños, las señales son las que emiten nuestros
padres o nuestros cuidadores. Y esas se van acumulando en
nuestro inconsciente como respuestas aprendidas ante situaciones
variadas, conformando un corpus de creencias que, al final, es el
que va a dirigir nuestra vida.
Mientras somos pequeños, no podemos hacer mucho más que
aprender los comportamientos, pensamientos y reacciones de las
personas de nuestro entorno y grabarlas en nuestro disco duro. Y lo
hacemos de forma muy eficaz. Cuando crecemos, es prioritario
aprender a reconocer estas programaciones y desprogramarlas, con
el fin de insertar otras en su lugar, que valoremos de forma
consciente como más saludables, efectivas y potenciadoras para
nuestra vida.
Las enfermedades que dificultan la vida saludable no son
el resultado de la alteración de un único gen, sino de una
compleja interacción entre una multitud de genes y
factores medioambientales. -Bruce Lipton
Los genes no son el destino. Las influencias
medioambientales (nutrición, estrés, emociones) pueden
modificar esos genes sin alterar su configuración básica. Y
los epigenetistas han descubierto que estos genes pueden
transmitirse a las futuras generaciones de la misma forma
que el patrón de ADN se transmite a través de la doble
hélice. - Reik y Walter, 2001; Surani, 2001
Y ahí damos el gran paso desde el determinismo genético a la
supremacía del entorno:
La nueva ciencia revela que la información que regula la
biología comienza con «señales ambientales» que, a su
vez, controlan la unión de las proteínas reguladoras al
ADN. Estas proteínas controlan la actividad génica.
- Bruce Lipton
8.2- La membrana mágica
Los científicos, hace años, creían que el núcleo era el cerebro de la
célula. Después de realizar varios experimentos de enucleación
(extracción del núcleo de la célula), comprobaron que las células
seguían con vida durante algunos meses, realizando sus funciones
de respiración, digestión, excreción y motilidad; nada parecido a lo
que sucede si a una persona o animal se le extrae el cerebro. Lo
único que perdían era su capacidad reproductiva y, por esta causa,
morían al cabo de unos meses.
Al darse cuenta de que el núcleo no era el verdadero cerebro de la
célula, estudiaron la membrana. Y Lipton desarrolló la teoría de la
membrana mágica, llegando a la conclusión de que era esta el
verdadero cerebro que controla la vida de la célula. Si la membrana
se destruye, la célula muere.
¿Y cómo se realiza tal proeza? ¿Cómo una membrana adquiere
tanta relevancia para la vida y el funcionamiento de la célula? Pues
gracias a las proteínas que están pegadas a sus paredes por ambas
caras: la interna y la externa.
Que los genes desarrollen ciertas actividades depende de la
presencia o ausencia de proteínas reguladoras. ¿Y quién controla o
activa a estas proteínas reguladoras? Las señales del entorno.
Cuando se necesita el producto que codifica un gen, es
una señal del entorno y no una propiedad intrínseca del
gen la que activa la expresión de dicho gen. -Nijhout
Cito dos estudios que me parecen imprescindibles para comprender
el poder de la epigenética en nuestras vidas y en nuestra salud.
Las experiencias vitales de los progenitores modelan el
carácter genético de sus hijos. Un emblemático estudio de
la Universidad de Duke, publicado el 1 de agosto de 2003,
titulado Biología celular y molecular, revela que un entorno
enriquecido puede llegar incluso a superar las mutaciones
genéticas en los ratones. - Waterland y Jirtle, 2003
A pesar de que los medios de comunicación han
pregonado a bombo y platillo el descubrimiento de los
genes BRCA1 y BRCA2, relacionados con el cáncer de
mama, no han hecho hincapié en que el 95 % de los
cánceres de mama no se deben a la herencia genética.
Los achaques de un importante número de pacientes de
cáncer derivan del entorno; se deben a alteraciones
epigenéticas y no a genes defectuosos. - Kling, 2003;
Jones, 2001; Sepa, 2000; Baylin, 1997
Y puede que al leer esto te sorprendas, puede que tu mente se
resista a dar entrada a un concepto que hace saltar por los aires lo
que sabías hasta ahora. No te preocupes: se llama resistencia
cognitiva y la hemos sufrido todos. El mismo Bruce Lipton cuenta
que, veinte años antes de su descubrimiento de la membrana
mágica, su mentor, Irv Konigsberg, le había advertido de que,
cuando las células enfermaban, debía buscar la causa en el entorno
antes que en ningún otro lugar.
Lo que sucede es que esto no es un descubrimiento nuevo, sino
solo un redescubrimiento. Los médicos hipocráticos ya actuaban
así. Eran verdaderos epigenetistas, avant la lettre.
Cuenta la leyenda que un sátrapa persa había enfermado y no
hallaba cura entre los médicos de su corte. Hasta sus oídos llegó la
fama de los médicos hipocráticos y mandó un emisario a Grecia, a
fin de conseguir que le visitara uno de ellos.
El médico llegó a las tierras del sátrapa y pidió a sus criados que le
llevaran a las colinas cercanas para observar el clima y el régimen
de vientos. Luego solicitó ver los ríos y fuentes que abastecían al
sátrapa de agua para consumo. Después, se presentó en palacio y
se metió en la cocina a fin de interrogar al cocinero sobre la dieta y
los alimentos que ingería el mandatario, que en esos momentos ya
estaba bastante nervioso porque hacía tres días que sabía de la
llegada del médico y este todavía no había acudido a su presencia.
Por último, el médico se dedicó a preguntar entre el servicio y los
conocidos del sátrapa sobre su carácter y su forma de reaccionar
ante las circunstancias y adversidades de la vida.
Por fin, cuando hubo recabado toda esta información, fue a visitar al
sátrapa.
Y acaba la historia contando que el sátrapa, al recibir el diagnóstico
y aceptar la terapia del médico hipocrático, que le recomendó un
cambio de carácter respecto a sus súbditos y una dieta saludable,
se curó completamente.
Con la irrupción del paradigma físico-matemático en medicina en el
siglo XIX, a través de Pasteur, Koch y Virchow, la sabiduría
hipocrática médica fue reemplazada por la medicina actual. Debido
a este proceso, miles de pacientes que en la actualidad no
encuentran curación en la tecnomedicina recurren a las nuevas
medicinas neo hipocráticas, que hoy conocemos como terapias
alternativas.
8.3- Una metáfora ingeniosa para explicar la
función de la membrana celular
Vamos a intentar observar a la membrana celular como si
estuviéramos dentro de la célula. Podemos imaginarnos que
estamos dentro de una burbuja o de un globo y que observamos sus
paredes internas. Ahí, pegadas a esas paredes, vemos unas
proteínas que tienen la función de captar el ambiente del citoplasma.
O sea, cómo está la situación dentro de la casa. Es importante
conocer las necesidades internas a fin de dejar entrar aquello que
necesitamos, y no otros productos.
Ahora imaginemos que salimos de la burbuja y que la observamos
desde el exterior. Comprobaremos que, en su pared externa,
también hay proteínas que captan las señales procedentes del
entorno. Es muy interesante tener datos de lo que pasa por ahí
afuera, ¿no? Estas proteínas de la membrana (internas y externas)
son tan importantes que se estudian en un campo científico
específico conocido como transducción de la señal.
El entorno de la célula cambia constantemente, y la supervivencia
de esta depende de su capacidad para adaptarse de forma dinámica
a esos cambios. Gracias a las proteínas externas e internas, la
membrana genera respuestas; por eso es considerada como el
cerebro de la célula. En la membrana encontramos dos tipos de
proteínas: las receptoras, que perciben los estímulos del exterior, y
las efectoras, que llevan a cabo las respuestas. A más proteínas,
más capacidad de percibir y de responder al entorno. Esta
optimización de las proteínas es la que nos ha permitido
evolucionar.
Para explicar cómo la membrana deja pasar determinados estímulos
y detiene otros, Lipton, como buen profesor, lo hace con una
analogía: la de un bocadillo de pan de molde untado de mantequilla.
La mantequilla no deja pasar nada: es impermeable. Pero
esparcidas por el bocadillo habría algunas aceitunas sin hueso, y
este canal abierto dentro de la aceituna sí permite que pasen
determinados estímulos. El resultado es un sistema de alta
ingeniería que permite el paso a ciertas señales y detiene a otras.
El verdadero secreto de la vida reside en comprender los
sencillos y elegantes mecanismos biológicos de la
membrana mágica, mediante los cuales tu cuerpo
convierte señales ambientales en diferentes
comportamientos. -Bruce Lipton
La doctora Candance Pert realizó varios experimentos y al final
concluyó que la mente se encontraba distribuida a lo largo del
cuerpo en forma de moléculas señal y no en la cabeza, como se
había pensado hasta entonces. Y que las informaciones del entorno
provocaban respuestas corporales: emociones. Pero ella fue más
allá, se dio cuenta de que las emociones también podían ser
generadas de forma autoconsciente por la mente, que utiliza el
cerebro para generar moléculas de emoción y liberarlas al cuerpo.
Estos experimentos de la doctora Candance Pert tienen
consecuencias trascendentes para nuestra salud, ya que indican
que un buen uso de la consciencia, generando emociones
saludables, puede colaborar a sanarnos, mientras que, a la inversa,
podemos enfermar.
Así llegamos a la conclusión de que nuestra biología es controlada
por señales muy diversas, que van desde señales físicas, como la
comida, un ambiente con o sin tóxicos, ejercicio, medicamentos,
etc., hasta señales etéreas como los pensamientos y las emociones.
8.4- El enemigo en casa
Vamos a detenernos un momento en los pensamientos. Si un
pensamiento es capaz de modificar nuestra biología, vamos a
analizar qué pensamos. A menudo tenemos pensamientos erróneos
que, además, son repetitivos. Es un trabajo ingente descubrir
nuestros pensamientos, conceptos, creencias y evaluarlos de forma
consciente, con el objeto de evitar seguir condicionados por
conceptos y creencias que, además de estar equivocados,
perjudican nuestra salud. Pero es un trabajo necesario. Después de
descubrirlos, tenemos que sustituirlos por otros más neutros y más
saludables. Ya que acabamos de aprender que no somos víctimas
de nuestros genes, tampoco deberíamos serlo de nuestras
creencias. Y esa es la labor de los seres humanos que desean
evolucionar: limpiar su mente, consciente e inconsciente, de
conceptos erróneos que, además, llevan a enfermar.
No se trata de tomar la idea de que pensando en positivo se van a
resolver todas nuestras contradicciones. No es tan simple. Pero los
pensamientos negativos, entre los cuales, unos de los grandes
protagonistas son los miedos, pueden matar.
Ya hay demasiados casos en los que ha quedado demostrado que
robarle la esperanza a alguien puede acabar con su vida. Hay
abundantes ejemplos de enfermos diagnosticados de cáncer u otras
enfermedades incurables que han muerto y luego se ha descubierto
que el diagnóstico había sido erróneo. Es conocido que el miedo
enferma, pudiendo llegar a matar. En las autopsias de ciertas
personas fusiladas se descubrió que no habían muerto del disparo,
ya que este no les había llegado a alcanzar, sino que habían muerto
de un infarto fulminante segundos antes de que la bala saliera del
fusil. Recuerdo que, en unos incendios en Cataluña, hace cuatro o
cinco años, se produjo la muerte de un hombre por infarto
fulminante cuando vio que su masía estaba ardiendo. Una
compañera me contó que se había desmayado de puro miedo
cuando le dieron una noticia con la que sintió que su vida estaba en
peligro.
Una de las categorías de pensamientos más nocivas que existe es
la de los miedos. Estos nos colocan en modo protección. Nos
escondemos, procuramos huir o, si vemos que podemos
enfrentarnos, luchamos. Nuestros miedos no son tan tangibles como
para derrotarlos en una lucha cuerpo a cuerpo. Nuestros miedos,
muchos de ellos imaginarios y que no van a suceder nunca, al no
presentarse como un ente físico ante nosotros, solo nos permiten
adoptar mecanismos de protección.
Nuestro cuerpo está en permanente crecimiento, nuestras células se
renuevan constantemente. El problema es que la protección y el
crecimiento son opuestos y no se pueden dar los dos a la vez. El
miedo nos lleva al modo protección y ahí nuestro cuerpo reserva su
energía para realizar una buena carrera de huida. Mientras nos
encontramos en modo protección, el crecimiento se detiene, para no
gastar energías que podríamos necesitar para salvar la vida. La
proporción de células de nuestro cuerpo que va a entrar en modo
protección es proporcional al grado de amenaza percibido.
Existe el eje HHS (hipotálamo-hiposifario-suprarrenal), que se activa
en momentos de estrés y que, cuando no percibimos amenazas,
queda inhibido; y entonces nuestras células vuelven a su rutina
normal de crecer, reproducirse y devolver a nuestro cuerpo su
equilibrio homeostático.
Además del eje HHS, tenemos nuestro sistema inmunitario para
protegernos ante los virus y bacterias. El problema es que el
sistema inmunitario, cuando se pone en marcha, gasta muchísima
energía. El cuerpo es muy sabio, lleva una contabilidad excelente y
tiene el objetivo de no arruinarse, energéticamente hablando. Por
eso ha establecido ciertos mecanismos de ahorro. Uno de ellos es
que, cuando se activa el eje HHS, a causa de un momento de
estrés, las hormonas secretadas por las suprarrenales inhiben el
funcionamiento del sistema inmunitario y, por eso, a menudo
caemos enfermos como causa del estrés.
El problema es que, si esto sucediera por un momento de estrés
puntual, como es el caso de los animales que están pastando (se
les acerca un león y detienen todas sus funciones corporales para
concentrarse en correr la carrera de su vida para escapar del león),
no significaría un grave inconveniente. Hay un libro que se titula
¿Por qué las cebras no tienen úlcera?, que viene a contar esto. Una
vez la cebra ha conseguido escapar del león, sigue pastando y lo
más importante: no piensa en que el león vaya a volver. Nuestro
organismo puede soportar bien un estrés puntual como este de vez
en cuando. Lo que no puede gestionar es el estrés continuado y
permanente al que le sometemos con problemas y miedos que,
además, no se resuelven con una carrera puntual: a ver si me va a
dejar mi pareja, si me van a despedir del trabajo, si voy a enfermar,
si me voy a arruinar, etc., y que, en algunos casos, ocupan casi
todas las horas de nuestra vida.
Las consecuencias de tener activado permanentemente nuestro eje
HHS puede ser catastrófico, pues se desactiva el sistema
inmunitario y vivimos estresados, reduciéndose nuestras defensas y
siendo más susceptibles ante los patógenos que nos rodean. Como
profesionales del derecho, es importante saber cuidarnos. No
siempre es fácil, con los plazos y algunas historias que nos llegan
de los clientes, pero, si trabajamos todo esto que explicamos aquí,
la profesión se hace mucho más llevadera.
8.5- Epigenética y paternidad
Lipton habla de los padres como ingenieros genéticos de sus hijos
debido al importante papel que juega el entorno prenatal en el
desarrollo de enfermedades.
Nathanielsz escribió:
Cada vez son más las pruebas que demuestran que las
condiciones del útero tienen tanta importancia como los
genes a la hora de determinar cuál será el desarrollo
mental y físico durante la vida. La comprensión de los
mecanismos que subyacen tras la programación
establecida por la calidad de la vida en el útero nos
permite mejorar los primeros pasos en la vida de nuestros
hijos y de los hijos de sus hijos.
Estos mecanismos de programación a los que se refiere Nathanielsz
son los mecanismos epigenéticos, con los cuales los estímulos del
entorno regulan la actividad génica.
Los padres pueden mejorar el entorno prenatal. Y al
hacerlo actúan con sus hijos como ingenieros genéticos.
La transmisión transgeneracional de las características no
genéticas existe. - Bruce Lipton
Estas influencias no se centran exclusivamente en el período
prenatal y natal, sino que, después, los padres van a seguir
influyendo sobre el medio en el que viven sus hijos.
Los niños necesitan un ambiente favorable para activar los
genes que les proporcionarán un desarrollo cerebral
saludable. Los padres, según revelan los últimos estudios
científicos, continúan actuando como ingenieros genéticos
después incluso del nacimiento de su hijo. -Bruce Lipton
La forma de comportarse de nuestros padres, sus creencias,
hábitos, formas de enfrentarse a la vida, sus gestos, sus
reflexiones…, todo ello, en su momento, quedó grabado en nuestro
cerebro de manera firme. Luego, cuando crecemos, estos
comportamientos grabados en nuestro disco duro, que a menudo
consideramos propios, aparecen de forma automática y controlan
nuestra vida, a no ser que decidamos observarlos, tomar
consciencia de ellos y proceder a desprogramarlos. ¿Recuerdas que
en una empresa siempre manda el socio mayoritario? En este caso,
el inconsciente.
En el subconsciente se almacenan todos estos programas de
funcionamiento que han tomado carácter de automatismos y se
activan cada vez que una señal del entorno provoca su activación. Y
aquí estamos centrándonos en hablar de los padres, pero, como ya
pudimos ver en el capítulo sobre lo transgeneracional, el asunto va
mucho más allá de nuestros padres y de lo que vemos.
Procurarnos un entorno saludable a todos los niveles: alimentación,
sueño, actividad física y, sobre todo, aprender a comprender y
gestionar las dificultades que nos presente la vida es básico si
queremos gozar de una buena salud en su máxima extensión.
8.6- ¿Y cómo relacionamos todo esto con el
derecho?
El orden legal impone límites al deseo individual de
aniquilar y, cuando este se desborda, la persona y el grupo
quedan protegidos por el orden legal. -Bert Hellinger
Muy fácil. Si las personas en conflicto actúan según sus
programaciones inconscientes, o sea, percibiendo su entorno como
amenazante y reaccionando a él de formas defensivas o agresivas,
el conflicto acostumbra a crecer. Entonces creen que necesitan al
mejor abogado, entendiendo «mejor» como el más agresivo, el que
los lleve a derrotar a su «enemigo», porque en realidad se sienten
en lucha.
Para las personas que han realizado esta tarea de identificar,
neutralizar y reprogramar sus mecanismos inconscientes, el
conflicto se puede vivir de formas muy distintas. Vamos, que estas
personas son capaces de darle la vuelta a la tortilla.
Ha sido necesario aprender y comprender todos estos procesos que
acabamos de ver sobre la importancia de la epigenética en nuestra
vida, para llegar al punto en el que podamos contemplar el conflicto
como algo que nos aporta crecimiento. Y no solo eso, sino que,
además, nos volvemos capaces de ver a las personas que
intervienen en él como nuestros maestros, y contemplamos todo el
proceso como un aprendizaje que agradeceremos haber vivido.
Aquí la figura de un abogado que nos acompañe en el proceso de
reconciliación será interesante y necesaria, para no vivir el proceso
como una guerra, incluso aunque terminemos entrando por la puerta
del juzgado, pues lo haremos de manera muy distinta si es desde la
seguridad y el respeto al otro en lugar de con el objetivo de querer
derrotarlo.
Vivir un conflicto con personas que han realizado este trabajo
personal no tiene nada que ver con vivirlo con personas que están
en manos de sus programaciones inconscientes, porque los
abogados, como humanos que son, también son esclavos de sus
propios programas familiares.
Cuando somos capaces de cambiar el enfoque y la mirada, el
conflicto deja de darnos miedo y producirnos estrés y se vuelve algo
más parecido a un reto que hay que desentrañar y resolver o a un
aprendizaje que conllevará un crecimiento personal. Así evoluciona
la humanidad.
Capítulo 9
La historia de Sami Storch
9.1- El juez que no quería juzgar
La práctica legal se puede mejorar con el conocimiento
que proviene de las constelaciones familiares de Bert
Hellinger. - Sami Storch
Este libro no habría nacido si yo no hubiera tenido la fortuna de
conocer a una serie de seres humanos maravillosos de los que
aprendo cada día, los cuales llevan años trabajando con el derecho
sistémico. Ellos han sido los pioneros y están allanando el camino
para los que venimos detrás. Primero, quiero contarte sobre una
figura que me impresionó muchísimo: Sami Storch, un juez de
Brasil, y voy a explicarte cómo fueron sus inicios con el derecho
sistémico.
Rudolf Steiner habla de los guardianes del umbral como las últimas
pruebas que pueden hacerte desistir de algo cuando ya estás muy
cerca de conseguirlo. Aquí vas a ver cómo me encontré con mis
guardianes del umbral en algunas ocasiones, pero mi pasión era tan
firme que no desistí. Y verás cómo, para llegar hasta ellos, tuve un
peregrinaje de aciertos y desaciertos. Ahora lo contemplo con
humor, aunque en aquel momento no lo viví como algo gracioso,
pero sí que es cierto que confiaba en «hacer lo que toca y esperar lo
que surge», con la convicción de que ese era el camino.
Voy a detenerme en este instante porque lo merece.
9.2- ¡¡¡Boom!!!
¿Te ha pasado alguna vez que algo o alguien te impacta con tal
fuerza que lo sientes físicamente? ¿Y que de repente tienes la
sensación de que toda tu vida se acaba de detener por la necesidad
vital e imperiosa de concentrarte solo en eso?
Pues mira, ese fue uno de esos momentazos que, realmente,
significaron un antes y un después en mi existencia.
Aquel día hacía calor. Calor, no, ¡calorazo!
Salía de una cita con un cliente para hablar de un tema urbanístico
en el ayuntamiento de San Antonio y, al llegar a mi coche, aparcado
al sol, lo encontré como un horno. Cogí el móvil para poner música
en Spotify, como hago siempre antes de arrancar, y entonces vi ese
whatsapp de María con el enlace al blog que comenté unas páginas
atrás. Le di al link y allí había un enlace a un vídeo de Sami Storch.
Lo abrí y ¡me quedé atrapadísima! Ya no sentía la temperatura
dentro del coche. Yo seguía en el aparcamiento, pero, en realidad,
estaba en otro sitio.
Cuando acabó aquel primer vídeo, estaba impresionada, impactada
y, a la vez, sentía que ¡EUREKA! Era eso lo que yo llevaba tiempo
buscando. Era eso lo que hacía unos meses no hubiera ni
imaginado que podía existir. Era eso a lo que yo quería dedicarme,
o, mejor dicho, de la manera en la que yo quería ejercer el derecho.
Y lo supe desde que vi el primer vídeo de Sami.
Después de todos los obstáculos que había vivido, que no habían
sido pocos, tenerlo delante de mí me parecía un milagro. Cuando
acabó el primer vídeo, seguí con otro y, luego, otro y otro más… ¡Ya
no sentía ni el calor de tan concentrada que estaba en beberme a
sorbos todo lo que Sami estaba contando!
Y así hasta que llegó la hora de recoger a mi hijo de la escuela. Ese
día yo no comí, pero ¡ni me hacía falta! Mi alma se había alimentado
tanto que no sentía hambre físicamente.
A partir de ese momento, mi misión fue la de buscar todos los
vídeos posibles en YouTube sobre Sami y, aunque estaban en
portugués, podía entender gran parte de lo que explicaba, ¡y me
fascinaba!
María también me envió algunos enlaces de Cristina Llaguno,
abogada pionera en Argentina en aplicar las constelaciones al
derecho.
El 9 de abril a las 8 de la mañana, le escribí a María Teresa
Rodríguez Valls. ¡La había encontrado por LinkedIn! Contacté con
ella y le dije que había leído su blog, que no había encontrado a
nadie más en España y que quería hablar con ella para compartir
experiencias y darle un impulso al derecho sistémico en nuestro
país. No respondió… Seguí buscando como loca en las redes hasta
que descubrí que había un congreso de derecho sistémico el 22 y
23 de junio en São Paulo.
El 10 de mayo llamé a una agencia de viajes para que me buscaran
la mejor combinación de vuelos y alojamiento cerca de donde se
realizaría el congreso. En ese momento, yo no estaba boyante
económicamente, pero confiaba en que ese era mi camino. Y
ocurrió lo que sucede muchas veces cuando uno está bien
enfocado: si el viaje completo (avión y alojamiento) costaba 1.300
euros, ese mismo día, el 10 de mayo, recibí un ingreso inesperado
de 2.600 euros de devolución de la declaración del IVA del año
anterior: ¡ese sería mi pasaporte a Brasil!
9.3- Los guardianes del umbral
Volví a contactar con Mayte por LinkedIn y le dije que ya tenía los
billetes reservados y todo listo para ir y que, si ella estaba allí, nos
encontraríamos. Por fin me respondió Mayte, el 11 de mayo,
diciéndome que ella estaba en Brasil en ese momento y que el
congreso había terminado… ¡Mi gozo en un pozo! ¿Cómo podía
ser? Sencillo: en la información que había en internet sobre el
congreso de derecho sistémico ponía el día y el mes, pero no el
año…O, al menos, mi emoción cegada era tal que no me había
permitido verlo. ¡Había sido en 2018!! Llegaba un año tarde…
Pero, como buena ibicenca, soy muy cabezota. Entonces, ¡me
enteré de que Mayte traía a Sami a Madrid! Allá que me iba yo a
conocerle. Una vez más, el evento había sido el 4 de marzo y
estábamos en mayo. ¡Otra vez, tarde!
No había nada que me desanimara. Pensaba que tal vez era una
prueba para ver si ese era realmente mi camino, así que seguí
buscando. O, mejor dicho, encontrando, porque los que saben de
PNL (programación neurolingüística), dicen que es mejor salir a
encontrar, que a buscar.
Sin saber cómo, empecé a enterarme de muchísimas cosas sobre
derecho sistémico, leyendo blogs, viendo vídeos en YouTube y, en
aquel momento, se empezaron a organizar un par de cursos en
España. El primero fue en Tarragona, con Fernando Cattelan. El
segundo, en Puigcerdá, con Mayte Rodríguez y Sara Rodríguez (no
son hermanas), y el tercero, organizado por estas últimas, en Madrid
con Sami Storch, quien vino a impartir un intensivo sobre derecho
sistémico. ¡Fue fantástico!
Después de aquello, en octubre, hubo un congreso en Lisboa, ¡allá
que me fui también! Allí no estuvo Sami, pero pude conocer a
muchos otros maravillosos como Vanessa Aufiero, Luciana
Buschinelli, Joaquim Manuel Silva, Nidia Britto da Costa, entre
muchísimos otros: cuatrocientas personas reunidas para compartir
experiencias en constelaciones aplicadas a la familia, docencia,
medicina, derecho y empresa. No hay palabras que puedan explicar
tantas emociones concentradas. Sin duda, estaba en mi lugar.
En enero de 2020, también pude asistir a una formación con Cristina
Llaguno en Gerona. Luego, empezó la COVID y se acabaron las
formaciones presenciales, pero virtualmente ¡he asistido a todas las
posibles! Y ahí sigo, con una sed insaciable.
Ahora que te he contado mi periplo hasta encontrar a mis referentes,
voy a hablarte del juez Sami Storch.
En 2015, recibió el premio Conciliar es Legal del Consejo Nacional
de Justicia de Brasil, por su trabajo de incluir las leyes sistémicas y
las constelaciones familiares como juez. En Brasil ya existen
comisiones de derecho sistémico en todos los Colegios de
Abogados de todos los Estados: un total de ciento treinta en octubre
de 2021.
Cuando le entregaron el premio, Sami dijo:
Solo di unos pequeños pasos para aplicar constelaciones
en el sistema judicial de Brasil. Es un área inmensa que se
tiene que ir trabajando para incluir las constelaciones en
conflictos judiciales y ayudar a las personas en este
campo.
Contaré paso a paso su historia.
9.4- La historia de Sami Storch
Está oscuro, pero yo canto,
porque mañana va a llegar.
Ven conmigo, compañero,
para cambiar el color del mundo.
-Un poeta de la Amazonia
Sami acabó sus estudios de Derecho en Brasil, en 1999, con
veintitrés años, y trabajó como abogado hasta 2006. Ahí se dio
cuenta de lo que sucedía, sobre todo en el área familiar: dos
abogados representando a cada una de las partes con la única
intención de vencer al otro. Observó que el sistema promovía el
conflicto y que, además, los abogados ganaban más dinero si el
conflicto se complicaba y tardaba en resolverse, lo cual dejaba a
unos perjudicados inocentes por el camino: los hijos.
Percibió que el funcionamiento de la justicia en su país tenía
carencias importantes: las partes acudían con testimonios para
testificar contra el otro, y, muchas veces, los que tenían que hacerlo
eran los propios hijos. Había un exceso de casos para una escasez
de jueces, que estaban saturados. El 75% de los casos no se
podían tratar a lo largo de un año. El índice de jueces por cada cien
mil habitantes en Europa era del veintiuno con seis y, en Brasil, del
seis con dos: claramente insuficiente. Un caso similar al que se
podía resolver en nueve meses en Europa, en Brasil, se alargaba
hasta cinco años. Cabe decir que, en España, tampoco llegamos a
la media europea. En 2012, en España disponíamos de once con
diez jueces cada cien mil habitantes, mientras que la media en
Europa era de dieciocho con diez. Eso sí, al parecer, en abogados,
doblamos la media europea. Me resulta un dato curioso.
Mientras era abogado, Sami conoció las constelaciones familiares y
aprendió los órdenes del amor y cómo estas leyes podían facilitar la
resolución de un conflicto. Eso le motivó para estudiar más y
convertirse en juez. Desde 2006, trabajó como juez en el estado de
Bahía, uno de los más pobres del país y con los índices de
congestión más altos de Brasil. Inició su trabajo de juez en
condiciones muy precarias y con pocos asistentes. Mientras, estaba
realizando una formación con Bert Hellinger y su mujer Sophie y, un
día, les preguntó cómo podía aliviar tanta carga. No se veía capaz
de resolver tantos conflictos y se sentía sobrepasado y saturado.
Hellinger le dijo: «No te preocupes. Todos estos procesos que están
en tus estantes se van a resolver por sí mismos».
Fueron para Sami unas palabras sanadoras que le dieron la
esperanza para seguir aprendiendo sobre esta nueva filosofía, de la
que destacó la importancia de dos hábitos: el respeto y no juzgar. La
paradoja fue que, siendo juez, observó que el no juzgar facilitaba
mucho las cosas y que, si un juez quería ayudar a las personas,
debía adoptar la actitud de un facilitador.
Él cuenta que no sabía por dónde empezar y que convocó una
reunión en la que acudirían varias parejas en proceso de
separación; les propuso unos sencillos ejercicios, como mirarse a
los ojos. A veces, le decían que no podían y entonces les pedía que
cerraran los ojos y lo imaginaran. También les pedía que
visualizaran a los padres detrás de su expareja y que imaginaran a
sus hijos y cómo dentro del niño estaban presentes tanto el papá
como la mamá, y que fijaran esa imagen en su mente. Que
intentaran percibir cómo se sentían esos niños al ver a sus padres
acusándose el uno al otro y qué profesaban cuando papá o mamá
reconocía en ellos a la otra parte de la pareja.
Después de esos sencillos ejercicios les preguntaba cómo se
sentían. Él se veía como un representante del Estado y sentía toda
la fuerza de este detrás de él, apoyándole. Esto le ayudó a estar
más centrado y con más respeto hacia las personas que tenía
delante.
Entonces, les recordaba la historia de amor que había tenido lugar
antes de que llegaran a ese punto y les hablaba de ese amor
profundo y esencial que existía entre ellos; asimismo, les recordaba
que eso se hallaba ahí antes de que surgiera el gran dolor por el
fracaso de la relación. Intentaba entrar en contacto con ese
sentimiento primario. Y lo que sucedía era que la rabia que sentían
al entrar en la sala se esfumaba y muchos empezaban a llorar.
Entonces, se abría un espacio para encontrar una solución, una
reconciliación.
Estaba buscando un camino para hacer constelaciones y se dio
cuenta de que había muchas resistencias, y una de ellas era el
sistema tradicional de justicia. Descubrió que el camino no era
rechazar y juzgar ese sistema judicial antiguo y anquilosado, sino
honrarlo y respetarlo porque había servido a toda la humanidad, y
reconocer que ahora se presentaban nuevas necesidades.
El movimiento por detrás de esa exclusión de lo nuevo que
se presenta tiene que ver con la buena conciencia. - Sami
Storch
En algunos momentos, Sami incluso se había planteado dejar de
lado su profesión legal y dedicarse a ser facilitador. Pero llegó a la
conclusión de que, si lo hubiera hecho, no estaría honrando su
propia historia. Así que decidió integrar las constelaciones familiares
en su profesión. Y lo hizo con mucho respeto hacia los sistemas
existentes.
No podía hacerlo ni desde la religión ni tomando el rol de un
terapeuta, porque el sistema de justicia no permite esos lenguajes.
Y encontró que la forma de acercarse a cada conflicto era con
respeto (al sistema y a la historia de cada cual) y con un lenguaje
sencillo, además de reconocer que los participantes tenían derecho
a estar en conflicto. Así que debía mantener una actitud sin
intención.
Cuando se sintió seguro para hablar de constelaciones familiares,
redactó un pequeño proyecto para el director de los Tribunales, con
el de proponerle dar una pequeña conferencia y algunos ejercicios
sencillos, con el título: «Separación de parejas, los hijos y el vínculo
que nunca se deshace». En el proyecto presentado, no dijo que
haría constelaciones. Informó que sería una charla vivencial,
seguida de la práctica de algunos ejercicios como el uso de técnicas
de constelaciones, que constituyen un abordaje sistémico
fenomenológico.
Y ahí empezó a hablar de los vínculos del amor, de la conexión que
se da dentro de una familia y, sobre todo, de los excluidos de las
familias. Se trataba de que pudieran ver su propio sistema familiar,
así como el de su pareja, antes de realizar el trabajo de
constelaciones. A la primera de estas reuniones de trabajo
acudieron sesenta parejas que se estaban separando. Al final de la
sesión, les propuso reuniones de conciliación con sus respectivos
abogados. Esta experiencia se repitió más veces, con más
audiencia, obteniendo en todos los casos un 100 % de acuerdo en
las conciliaciones cuando asistían los dos miembros de la pareja.
El conflicto siempre se establece debido a una visión
limitada. Esa misma cosa de amor ciego que, por no mirar
de forma amplia, te convierte en rehén del círculo vicioso,
insiste en el conflicto y se repite el mismo patrón
comportamental. -Sami Storch
En los casos en los que solo acudió una de las partes, los acuerdos
fueron del 93 %. Y, en los casos en los que no había participado
ninguna de las partes en los encuentros, se logró un porcentaje de
acuerdos del 80 %, una cuota sorprendentemente alta, que vendría
a corroborar la teoría de la mente extendida, o sea, que el campo es
más grande que el que se ve en el encuentro. La comunidad en la
que él trabajaba era muy pequeña y el boca a boca también
ayudaba.
Se pasaron cuestionarios que arrojaron los siguientes datos: un 37
% percibió cambios en la otra persona después del workshop. Un 45
% reportó que hubo una mejora en la relación. Un 67 % comunicó
una mejor relación con los hijos. Y, en los siguientes workshops, los
efectos fueron aún mayores. Se percibió un cambio en toda la
comunidad, porque, en el siguiente año, un 70 % informó de un
progreso en las relaciones, un 95 % optimizó la relación con los
hijos y un 77 % reveló un enaltecimiento en la visión del otro. Un 59
% dijo que prosperaron, en general, en todo el proceso.
De pronto, los que trabajaban en los tribunales, incluyendo los
abogados, se interesaron por este trabajo y cambiaron su postura
con respecto a las constelaciones familiares: conocieron las
dinámicas y se convirtieron en verdaderos mediadores. Además, ya
llegaban a la audiencia con una propuesta conciliadora. Eso
facilitaba mucho el trabajo.
También se dio el caso de parejas que, después de la conciliación,
se volvieron a juntar. Ese no había sido el enfoque, ya que el
objetivo era solo una comunicación fluida entre las partes para evitar
llegar a juicio y para conseguir que, por sí solos, resolvieran la parte
económica y la custodia de los hijos. Esto significaba que la
reconciliación se daba de una forma natural. Aparte de estas cuotas
de acuerdo, se daba una calidad en dicho propósito y eso evitaba
que las personas regresaran para iniciar otro proceso en contra de
la otra parte.
Una solución consensual no es construida solamente por
palabras. La buena comprensión debe incluir los
sentimientos ocultos. - Sami Storch
Después de estas experiencias en esa primera comunidad, Sami se
mudó a otra y ahí trabajó en el área de delincuencia juvenil. En esa
área, también tuvieron lugar experiencias muy parecidas a las que
vivió en la corte familiar. Ofreció talleres e invitaba a las partes
cuando había temas parecidos dentro de la población juvenil. Por
ejemplo, violencia doméstica, drogas, alcoholismo, actos de
infracción de adolescentes…
La dinámica era un poco diferente, porque, en actos criminales, la
gente no se quiere exponer. Él escogía los temas a tratar, elegía los
procesos e invitaba a personas que no tenían que ver con el
proceso en particular, por ejemplo, a psicólogos, trabajadores
sociales y, también, a las autoridades del municipio, como el alcalde,
el sacerdote o la policía.
En esta comunidad, este trabajo se hizo muy conocido y reconocido.
En estos casos criminales, no es tan sencillo llegar a un final,
porque, a veces, las leyes obligan a continuar con el proceso. Pero
también pasaron cuestionarios para conocer los resultados: se
incrementó la calidad de las relaciones en un 49 % y la relación con
los niños mejoró en un 75 %. El 64 % reportó que les resultaba más
fácil hablar acerca de la custodia de los niños. El 59 % comentó que
resultó satisfactorio, en general, todo el proceso.
Sami también trabajó en instituciones de cuidados de niños, en
aldeas y en orfanatos, en un proceso donde el juez tiene que ver y
decidir cada caso de forma individualizada en el que la intención era
devolver a los jóvenes a sus familias de origen, derivarlos a otras
familias o liberarlos para adopciones. El resultado aquí también fue
muy interesante.
Sami cuenta un caso muy revelador. Él trabaja con muñecos de
Playmobil y los niños y los jóvenes participaban activamente en las
constelaciones con los muñequitos. Eso conllevó encontrar ciertas
soluciones que quizás nunca se le habrían ocurrido a él.
Un buen ejemplo de ello es el caso de un adolescente de dieciséis
años, rechazado por su propia madre y considerado un caso
perdido; ya no asistía a la escuela y estaba involucrado con
traficantes de drogas y otros crímenes. Su situación era realmente
difícil, pues a los dieciocho años (dos años después) se encontraría
en la calle, sin familiar alguno de referencia, habiendo recibido
incluso el rechazo de su propia madre cuando fue llamada para
preguntarle si se quería hacer cargo del joven. Entonces, llegó Sami
con sus muñecos y empezó a constelar al zagal, que tenía cara de
pocos amigos. En la constelación, él colocó a sus padres, a la
institución y sus cuidadoras. Sami le hizo algunas preguntas y fue
curioso porque, cuando se le preguntó hacia dónde miraban sus
padres, el chico colocó algunos muñecos en el suelo, donde sus
padres dirigían la mirada. Eso significaba que estaban mirando a
algunos muertos. Entonces, se le preguntó sobre personas que
habían fallecido en la familia. El chico colocó a los que
representaban a los fenecidos y papá y mamá solo los miraban a
ellos. El joven estaba colocado a un costado, junto a la institución
que lo había acogido. Y él mismo se dio cuenta de que los padres
no estaban capacitados para ocuparse de él. Sami le pidió que
mirara a sus padres y dijera: «Veo que no conseguís mirar hacia
otro lugar que no sea el de esas personas que murieron. Yo estoy
siendo bien cuidado. Mirad, ellas (las cuidadoras) están cuidando de
mí». Y entonces le pidió que hiciera el movimiento que sintiera
necesario. El chico tomó otro muñeco que colocó un poco más allá
de la institución: era como un padrino que venía a visitarlo de vez en
cuando. El personal de la institución no se acordaba de él porque,
por un altercado, había dejado de visitarlo hacía un tiempo, pero el
chico sabía que esa persona se sentía bien con él.
Al día siguiente, hablaron con ese hombre, que dijo que estaba
pensando en el chico y que tenía la sensación de que debía
quedarse con él. Llevaba toda la semana soñando con el
adolescente y tenía decidido volver a hablar con el chico. Entonces,
lo acogió y, al cabo de unos meses, llegó la noticia de que al chico le
iba bien, que seguía con el padrino y que se había reintegrado en la
escuela.
También hubo excelentes resultados en el área criminal y de tráfico
de drogas.
El juez Sami Storch recibió un premio del Tribunal de Justicia del
Estado de Bahía en el año 2013. Y ahí le invitaron para que diera
una formación para mediadores. Después, han llegado pedidos de
otros estados de Brasil para asesoría y para ofrecer entrenamientos
a personas del sistema legal judicial.
Era una formación sobre técnicas para mediar en conflictos, muy
interesante para los abogados, porque muchos ya no se pueden
identificar con el sistema judicial antiguo. En Brasil esta forma de
conciliación es totalmente nueva y ahora se está tratando de llegar a
un acuerdo para legislar y regular todo esto. Para los jueces,
abogados y todos los que tienen que ver con el sistema judicial, las
constelaciones familiares posibilitan mirar el campo entero y
observar también las consecuencias de las decisiones que se toman
para encontrar la mejor solución en todos los casos.
En el área criminal se está empezando a hablar de la justicia
reconstructiva o restaurativa. Se trata de concentrarse no solo en la
pena y el castigo del que cometió el crimen, sino de que se enfoque
a la víctima y a todo el entorno. Y las constelaciones familiares son
un método maravilloso para poder enfrentar al verdugo con la
víctima desde otro enfoque. Aunque no estén dispuestos a mirarse
personalmente unos a otros, es una forma para mirar las
necesidades de la víctima y también mirar a la familia del verdugo. Y
quizás con esto se pueda lograr que no se vuelvan a repetir los
enredos.
En relación con la visión sistémica, el conflicto no surge en
el momento en que las personas se encuentran. De alguna
forma, las personas están manifestando algún pasado que
tal vez hasta desconozcan. Inconscientemente, se dirigen
al encuentro del conflicto y adoptan una actitud necesaria
para su surgimiento, por ejemplo, portándose como
agresores o víctimas. -Sami Storch
Esto tiene un carácter educativo para todos los funcionarios
judiciales, los abogados y todas las personas que trabajan en los
tribunales o relacionadas con ellos, directa o indirectamente
(psicólogos, peritos, etc.). El objetivo es que puedan ver las
consecuencias que tienen sus actitudes durante los conflictos y sus
procedimientos posteriores, y cuál es la postura más adecuada. Y,
también, para que los clientes no lleguen a ser dependientes de los
abogados, que quisieran sacar, tal vez, provecho de un conflicto. El
abogado que actúa así no está ayudando a su cliente.
También abarca las herencias, cuyos procesos pueden alargarse
mucho tiempo hasta llegar a una solución. Se trata de mirar al alma
de lo que se hereda y el efecto que tiene para un excluido del
sistema familiar. Un proceso que llevaba diez años atascado, al
mostrar en la constelación a un hijo excluido o a la primera mujer o
al primer marido, se desatascó el proceso logrando una solución
rápida.
Otras personas también iniciaron este trabajo de constelaciones en
el sistema judicial. Un abogado que trabajaba con el medio
ambiente aplicó constelaciones familiares en casos de problemas
medioambientales para llegar a un acuerdo, y también colaboró con
abogados del sistema laboral. Y una juez logró un espacio para
hacer constelaciones dentro del juzgado.
No cabe analizar lo que acontece en una constelación. El
análisis racional puede perjudicar sus efectos, porque la
constelación no sucede en la mente. Es un movimiento
que ocurre en otro plano, actuando profundamente en el
alma, en el corazón. -Sami Storch
Capitulo 10
Para profesionales del derecho
“La ayuda es un arte. Como todo arte, requiere una
destreza que se puede aprender y ejercitar. También
requiere empatía con la persona que viene en busca de
ayuda. Es decir, requiere comprender aquello que le
corresponde y, al mismo tiempo, la trasciende y orienta
hacia un contexto más global. - Bert Hellinger- Bert
Hellinger
10.1- El arte de la ayuda
Darse cuenta de cuándo es posible e indicada la ayuda y
cuándo debe uno retirarse de este trabajo es un arte.
Ayudar por compasión es algo que muchos saben hacer;
en el fondo, todos lo saben. Pero ayudar desde la sintonía
con el otro, con su destino, con su alma, de forma que el
otro pueda y deba crecer en ello, eso es un arte. - Los
órdenes de la ayuda, de Bert Hellinger
Ayudar es un arte que puede aprenderse, practicarse y conseguir
una maestría. Todos, en un momento u otro de nuestra vida,
dependemos de la ayuda de otros y también nosotros ayudamos. La
ayuda acaba sirviendo a todos, a los ayudantes y a los ayudados.
El arte de la ayuda está lejos de las ayudas que hemos conocido a
través de la compasión, en las que una persona decide borrarse por
completo y pasar al otro en primer plano para entregarle incluso más
de lo que tiene. Este tipo de ayudas acostumbran a acabar mal,
aunque son las más habituales.
Cuando un cliente busca un abogado, está buscando a alguien que
le ayude a comprender y a resolver sus temas legales, no está
buscando un constelador. El abogado, por mucho que se haya
formado en constelaciones familiares, es abogado y no debe actuar
como constelador, salvo en casos excepcionales. Cuando este se
sale de su lugar, pierde fuerza. Pero si el letrado ha trabajado este
tema, lo que sí podrá aportar y será de gran ayuda es una mirada
sistémica. Y, a partir de esta, podrá formular las preguntas
adecuadas a su cliente para que este encuentre su orientación. Y,
en algunos casos, si el cliente acepta, entonces podrá realizar una
constelación, pero desde una posición de abogado, no de terapeuta.
Hay que tener muy claro qué significa «reconciliar» y lo que no
significa es: ceder los derechos que una persona tiene. Reconciliar
significa aportar armonía al sistema «incluyendo a todas las partes
en el corazón». Esto no tiene que ver con el amor romántico. En
realidad, el amor está relacionado con la conexión a algo mayor. La
solución debe aportar paz a todos, y eso no sucede siempre. Ganar
un juicio no es sinónimo de que las dos partes en conflicto hayan
quedado en paz. Ni siquiera una de ellas.
Hay un movimiento interno que aprendí de Sami y que me encanta
hacer cuando atiendo a algún cliente: pongo a mis padres detrás de
mí y a los suyos, detrás del cliente; además, incluyo al abogado
contrario, jueces, fiscales, etc. Eso evita la tentación de ponerme
como padre del cliente, porque ahí están los suyos. También evita
que el cliente me vea como padre o madre a mí. Normalmente,
cuando llega el cliente, cuenta un relato en el que excluye a la otra
parte. Y yo, como abogada, si quiero que todo fluya de manera
sistémica, tengo que incluirla, porque la clave siempre está en el
excluido. Al final, es un movimiento dirigido a ganar-ganar.
10.2- ¿Qué es la buena ayuda?
Los abogados, cada vez más flexibles, están visiblemente
encantados con el derecho sistémico, por el efecto de las
constelaciones en ellos mismos y en sus propias
cuestiones. Porque la real vocación del abogado viene de
una implicación en su propia alma; es alguien que siente la
necesidad de hacer justicia, que busca una reparación, un
orden, que está procurando mirar a alguien que fue
excluido. - Sami Storch
La buena ayuda es la que fortalece ambas partes: ayudante y
ayudado. Esta ayuda es eficaz. La ayuda ineficaz puede debilitar no
solo esta relación de ayuda, sino a las personas que intervienen en
ella.
El arte de la ayuda requiere de una buena dosis de
autoconocimiento. Los profesionales de la ayuda: abogados, jueces,
fiscales, mediadores, etc., deben pasar por la labor de
autoconocerse para poder trabajar de forma eficaz con sus clientes
o usuarios.
Hay profesionales del derecho que se niegan a atravesar procesos
de autoconocimiento, pensando que está muy fuera de la realidad,
que no tiene que ver con lo que aprendieron en la facultad ni con su
cometido como profesionales de justicia. Piensan que su profesión
requiere conocer solo el derecho y cómo se aplican las leyes, y se
niegan a mirarse a sí mismos. Prefieren quedarse fuera de la
ecuación. Normalmente, es por miedo o por desconocimiento de la
importancia que tiene. Este proceso sobre el que ya predicó
Sócrates en su momento y que está esculpido en el templo de
Delfos, «Conócete a ti mismo», es necesario para poder traspasar
mucha información del inconsciente al consciente. Y, solo siendo
conscientes, podremos brindar una buena ayuda.
Para poder ayudar, en primer lugar, hay que tomar a nuestros
padres porque, de este flujo que trae la vida a través de nuestros
padres, nosotros podemos pasar la vida hacia adelante, a través de
nuestros hijos, de nuestro trabajo o de nuestras obras. Si no
tomamos lo suficiente de nuestros padres, ¿cómo vamos a poder
dar algo a través de nuestro trabajo y nuestra ayuda?
La ayuda no se puede dar de cualquier manera. A los abogados se
les enseña a litigar y a que el otro es un enemigo al que vencer.
Pero, si ponemos una mirada sistémica, esta visión va a quedar
superada. Es posible aprender a ofrecer ayuda y, con la práctica, se
mejora mucho para conseguir que sea de calidad.
En las ayudas, es fácil caer en los roles del triángulo de Karpman. Y,
si caemos en él, lo único que vamos a hacer es agravar los
conflictos. Si el abogado se pone como salvador, deja al cliente
como víctima, considerando que no es capaz de hacer nada y que lo
tiene que salvar. Con ello, lo empequeñece a él y a su sistema
familiar. El rol del salvador es arrogante y, a la vez, disminuye la
fuerza del otro. Hay una mentira que nos hemos acabado creyendo,
que es: cuanto más ayudo, más bueno soy.
Esta posición no va a tardar en derivar hacia el perpetrador. El
cliente se va a volver contra el abogado y va a acusarle de no hacer
bien su trabajo y puede que incluso deje de pagarle. Con este giro,
habrá entrado en el papel de perseguidor y obligará al abogado a
defenderse. Al abogado no le va a gustar estar como víctima de su
cliente y puede que, para defenderse, también acabe adoptando el
papel de perseguidor. Ya tenemos el conflicto servido y agravado.
Y ya hemos visto antes que, cuando uno se sube al carrusel del
triángulo maldito, lo único que puede hacer es bajarse o de lo
contrario se las verá saltando de rol en rol, sufriendo y regalando
sufrimiento en todo el proceso.
Sea como sea, la ayuda solo se puede ofrecer desde una postura
de adulto a adulto, que es la proporcionada con el máximo respeto.
10.3- Los cinco órdenes de la ayuda
Solo hay justicia cuando la solución trae paz y equilibrio
para todo el sistema. -Sami Storch
10.3.1- Equilibrio e intercambio entre el dar y el
tomar
El dar y el tomar tienen límites. Percibir esos límites y
respetarlos forman parte del arte de la ayuda. - Bert
Hellinger
Solo puedes dar lo que tienes y recibir lo que necesitas. Cuando
alguien quiere dar más de lo que tiene o su ayudado le exige más
de lo que puede recibir, se produce un desorden. Y este primer
orden del equilibrio entre el dar y el tomar intenta establecer un
marco y unos límites claros al tema de las ayudas.
El que ayuda no debe hacer por el otro aquello que el otro podría
hacer por sí mismo, porque, si se extralimita en su ayuda, está
empequeñeciendo al ayudado en lugar de ayudarle. Un ejemplo
sería cuando un cliente pretende que el abogado, además de
entender de leyes, sea psicólogo. O si es el propio abogado el que,
para aportar un plus y «ser bueno», pretende hacer de psicólogo, va
a fracasar, porque no está en su lugar. Y lo que se empieza
haciendo con intención de ayudar va a terminar mal, porque el
cliente puede empezar a hablar mal del abogado e incluso resistirse
a pagarle. Y cuántas veces habré escuchado en boca de
compañeros aquello
abogado…».
de:«Hago
más
de
psicólogo
que
de
La necesidad del ayudador de aportar más le convierte en salvador
o en padre. Y eso sería tanto como no reconocer que el cliente ya
tiene sus padres y no necesita otros. Esa necesidad de solucionar el
dolor del cliente refleja una transferencia de algún dolor propio.
Pero, además, con eso, el abogado no respeta lo que el cliente
necesita, lo que hace es satisfacer su propia necesidad de ayudar,
no la del cliente.
Hay veces que, viendo la situación precaria del cliente, el abogado
decide no aceptar el pago. Lejos de ser una ayuda, eso produce, en
muchas ocasiones, que el caso se postergue y no se solucione. El
desorden aquí ha consistido en que el abogado se ha colocado en el
lugar de los padres del cliente, que son los que, cuando somos
pequeños, deben proveer el dinero para nuestra manutención y
otras necesidades.
Por otro lado, podríamos encontrarnos con las exigencias del
ayudado, que se acomoda en su papel de víctima y pretende no
responsabilizarse de la situación, aprovechando que ha encontrado
a alguien dispuesto a hacer más de la cuenta.
En lo que se refiere a nuestro sistema familiar, se trata, primero, de
percibir a los padres y aceptarlos exactamente tal y como son.
Cuando logramos esta actitud, podemos estar en nuestro lugar y
aceptarlo que nos tocó. De ahí la importancia del autoconocimiento,
que nos va a permitir saber qué temas dominamos y cuáles no. No
podemos ayudar en temas que no tenemos trabajados. Por ejemplo,
si mis padres se separaron y mi padre no le pagaba la pensión a mi
madre y juzgo a mi padre por ello, difícilmente podré atender con
éxito casos de divorcio en el que el padre se niega a pagar la
pensión, sin posicionarme de parte de la madre, al implicarme con el
cliente por mi propia herida no sanada.
Cuando somos nosotros los ayudados, no debemos esperar del otro
más de lo que nos pueda dar, bien sea porque no lo tiene, porque
no sabe cómo darlo o porque no nos lo puede dar.
Esta forma de buena ayuda es humilde y no exige nada. También,
con ella, se renuncia al dolor que se acaba generando con las
ayudas convencionales. Puede que sea poco comprendida y que,
por ello, algunas personas no estén de acuerdo e incluso nos
puedan atacar. Pero, de esta forma, ayudamos al otro desde lo que
necesita de verdad, no desde lo que el abogado imagina que le
puede venir bien.
10.3.2- Respetar el destino del otro
A muchos ayudadores puede parecerles duro el destino de
otro y desearían modificarlo. Pero muchas veces no
porque el otro lo necesite o desee, sino porque a ellos
mismos les resulta difícil soportar ese destino. -Bert
Hellinger
Este segundo orden de la ayuda está ligado al asentimiento del
destino del cliente. Solo podemos ayudar cuando las circunstancias
del cliente lo permitan. Únicamente podemos cambiar lo que el
cliente quiera y necesite cambiar. Querer ayudar a toda costa, a
pesar de que las circunstancias no sean favorables, solo debilita a
las dos partes. Hay veces que el ayudante no soporta el destino
difícil de su cliente, se identifica con sus circunstancias y decide
involucrarse más de la cuenta. Una buena voluntad no es sinónimo
de una buena ayuda. Tengo un amigo que una vez se encontró, a su
vez, a un viejo amigo que había sido su compañero de pupitre en el
colegio pidiendo limosna en la calle. Se lo llevó a su casa, le
proporcionó vestimenta, alimentos y un techo. A los dos días,
cuando mi amigo volvió de trabajar, se encontró la casa desvalijada
y su amigo ya no estaba.
La ayuda está al servicio del progreso y de algo más grande. Es
algo que está más allá de la buena voluntad del ayudador. Podemos
poner como ejemplo el del abogado que se indigna porque su
cliente no hace «lo que tiene que hacer». Con ello muestra que no
está de acuerdo con el destino de esa persona. El lugar del abogado
dentro del sistema del cliente debe ser siempre el último: miramos el
daño, lo reconocemos y así podemos ayudar a ese cliente.
Todo esto es una filosofía de vida que no supone tanto
comprenderla de forma racional, sino empírica. Aceptar el destino
del cliente da fuerza y abre al éxito.
Una vez tuve una clienta con muchísimas deudas con entidades de
crédito de esas que otorgan préstamos instantáneos a un interés
altísimo. Se había metido en una rueda de deudas de la que no
podía salir; con una pensión muy generosa, apenas le quedaba
dinero para comer de la cantidad de cuotas que tenía que pagar.
Poco a poco, le empezaron a llegar demandas reclamando deudas
y, para pagarlas, pedía otro crédito, por lo que la bola se hacía cada
vez más grande. ¿Qué necesitaba compensar el sistema de aquella
mujer? A veces, la mejor manera de ayudar es no haciendo nada
más que respetar el destino del otro.
10.3.3- Mantener una relación de ayuda adulta
Muchos ayudadores permanecen atrapados en la
transferencia y contratransferencia del hijo a los padres,
dificultando a los clientes la despedida de sus padres y
también de ellos mismos. - Bert Hellinger
Ambas partes, ayudante y cliente, deben permanecer en estado
adulto. De esta forma, la relación será independiente y eficaz.
El estado padre/niño nos sitúa en el lugar de los sueños, las
ilusiones y las fantasías, mientras que el estado adulto nos coloca
en el presente. Ahí estaremos atentos y observando la realidad sin
juzgarla, pero sí con mucha atención para darnos cuenta de cuál es
el lugar del cliente y su rol. Ejemplo: un cliente delega decisiones en
el abogado y este está acostumbrado a ese lugar de salvador/padre
y le da instrucciones como un padre a un niño. Además, le dice: «No
te preocupes, tengo mucha experiencia en este tipo de asuntos y yo
voy a hacerlo todo para ganar el caso. Tú tranquilo, yo me
encargo». Pero el que sabe cómo es su vida es el cliente. Este sería
un caso de abogado/salvador/padre.
El desorden en la ayuda consiste aquí en permitir que un
adulto demande al ayudador tal como un niño lo hace con
sus padres, y permitirle al ayudador tratar al cliente como
si fuera un niño, asumiendo en su lugar asuntos cuyas
responsabilidades y consecuencias únicamente puede y
debe asumir él. -Bert Hellinger
Si un abogado le dice al cliente qué tiene que hacer, se pone en el
lugar de su padre y es como si le estuviera diciendo que necesita a
alguien que le haga de padre porque no tiene unos buenos padres,
retirándole así su propia fuerza. Este es el clásico caso que también
oigo mil veces a compañeros: «Es que le digo lo que tiene que
hacer y ¡ni caso me hace!». Cuando trabajamos así, la profesión es
muy desgastante, además de que ayudamos poco al cliente.
La postura adulta fortalece al cliente porque le mira como a alguien
capaz de tomar decisiones, evitando transferencias y relaciones
ineficaces y no fructíferas. El abogado puede sugerir ideas, hacer
proposiciones y estar al servicio con sus conocimientos
profesionales en una materia concreta. Puede mostrar diferentes
caminos, entre ellos, sugerir participar en una constelación familiar,
pero la decisión está, en definitiva, en manos del cliente. Y el
abogado debe respetarla.
Si cuando llega un cliente con un destino difícil, el abogado lo mira
con pena, solo su mirada ya le quita fuerza. Si le mira como:
«Pobrecito, este cliente quedará muy perjudicado», ahí el abogado
se está colocando como superior. Deberíamos resignificar el
concepto de compasión. Mientras lo tengamos asociado a la pena y
a la lástima, desde ahí no podremos ayudar bien. Como explicaba
anteriormente, compasión, en realidad, deriva de com-pathos que
significa: com (acompañar) en el pathos (sufrimiento). Es una suerte
de empatía, pero nunca de lástima.
También el abogado se encuentra a veces con clientes que no
saben lo que quieren, pero no por eso debe actuar de forma
paternalista. Una mirada sistémica le va a permitir formular algunas
preguntas a su cliente para ayudarle a ubicarse.
Debemos confiar en que los clientes tienen su propia fuerza para
enfrentarse a sus conflictos y que quien tiene el problema tiene la
solución, aunque a veces cueste un poco verla.
10.3.4- La empatía ha de ser sistémica
Aquí, el desorden en la ayuda sería no mirar ni reconocer
a otras personas decisivas que, por así decirlo, tienen en
sus manos la clave para la solución. Entre ellos cuentan,
sobre todo, aquellos que fueron excluidos de la familia
porque, por ejemplo, son considerados una vergüenza
para ella. -Bert Hellinger
El cliente no es un ente aislado, pertenece a un sistema, tiene
familiares, creencias, etc. Un abogado con visión sistémica no debe
establecer una relación personal con su cliente. Debe ampliar la
mirada para incluir a todas las personas influyentes en la vida del
cliente, en especial, a los miembros excluidos de su familia, porque
es muy probable que ahí esté el origen del conflicto y buena parte
de la solución.
Se dice que el abogado es el primer juez de la causa. Si el abogado
toma partido por aquello que le parece que es «el bien» y «el mal»
ante la situación del cliente, ya no lo podrá ayudar. Solo si somos
capaces de asentir a lo que es y de integrar las experiencias vividas,
podremos avanzar.
Antes, yo siempre decía: «No me gusta el derecho penal». ¡No
podría defender a un asesino y no entiendo cómo hay abogados que
lo hacen por dinero! Pero ¿por qué yo decía esto? Porque estaba
juzgando. Actualmente, si bien es cierto que el derecho penal no es
mi especialidad, llevo algunos casos puntuales que me llegan de
gente que sabe que trabajo con constelaciones, y es muy bonito
poder acompañar desde ese lugar, ampliando la mirada, sin juzgar,
y ayudando a las personas a asumir la responsabilidad, pero sin
quitarles su dignidad personal. Se juzgan los hechos, no a las
personas.
«Yo te perdono». Aquel que nos perdona de esa manera
nos trata con soberbia y nos hace pequeños. […] Solo
aquellos que se han hecho personalmente culpables y que
se hacen cargo de esa culpa y de sus consecuencias
tienen la fuerza especial para hacer también un gran bien.
Cuando alguien perdona a un culpable, le quita esa fuerza
especial y también su dignidad especial. -Bert Hellinger
El abogado debe mirar al cliente como a un adulto, que significa
verle como alguien capaz de asumir las responsabilidades de su
propia vida, pero, sobre todo, sin juzgarlo y sin la expectativa de
querer salvarlo. Cuando el abogado se coloca también como adulto,
conduce al cliente y puede ayudar a que el cliente decida, pero no
colocándose en un lugar de preeminencia, como sería el caso del
abogado/salvador, sino desde el último lugar del sistema del cliente,
con humildad. Y hay que mirar enteramente el sistema del cliente,
porque esa persona quizás esté haciéndose cargo de un problema
de algún familiar suyo, compensando alguna injusticia.
En lugar de dejarnos influir por sus quejas y por sus exclusiones, es
mejor poner en marcha la empatía sistémica y procurar encontrar la
solución adecuada para ese cliente, que muchas veces tendrá que
ver con aquella persona que fue excluida de su sistema.
Tenemos una tendencia a apartar «lo malo» y, en cambio, la
empatía vuelve su mirada hacia ello. Ahí, en esta zona «oscura», es
donde está quién realmente necesita de la empatía sistémica, por
estar excluido o por estar llevando algo de otros familiares. Cuando
excluimos, no podemos practicar la empatía sistémica. Hay que
incluir a todos, incluso a los que el cliente excluye. Esa es la vía
hacia la solución.
Por eso es imprescindible que logremos desvincularnos de los
conceptos de bueno y malo, ya que solo así podremos llegar a dejar
entrar la paz y la armonía en el sistema. El abogado que se alía con
su cliente y se posiciona en contra de «los malos de su familia» o de
«lo malo» que ha vivido, en lugar de ayudarle, lo aleja de la solución
y agrava la situación. Puede ser tentador hacer eso, sobre todo en
casos en los que parece verse muy claro el mal, como en
violaciones, abusos o asesinatos. Pero ni aun en esos casos, ayuda
posicionarse al lado de su cliente. Si en situaciones tan difíciles
como estas el profesional es capaz de aportar una mirada sistémica,
se acercará a la comprensión y a la reconciliación. Pero solo
podremos ver, respetar y asentir al sistema del otro y a su destino
cuando respetemos en primer lugar el nuestro propio.
Es habitual entre abogados quejarse del juez que «no ve», y esta es
una mirada sin empatía sistémica hacia el sistema del juez, que
también tiene padre y madre. Sami cuenta que él incluye a todos, y
que el ambiente en la audiencia se apacigua, pudiendo llegar a una
buena solución. Muchas veces los abogados «ganan» un juicio con
una sentencia favorable, pero la sentencia no pone fin al conflicto.
Un ejemplo de esto pueden ser algunos casos de herencias en las
que se deja fuera a hijos del primer matrimonio o a hijos de fuera del
matrimonio. La empatía sistémica está ligada a la ley de la
pertenencia y a la de la jerarquía y, sin ella, podemos perder la
oportunidad de encontrar una buena solución para todos.
Los conflictos de sucesiones, a menudo, vienen de muchas
generaciones atrás. Como profesional, cuando incluyo a los
excluidos, me estoy encaminando a la solución, porque la familia
que actualmente está luchando por el patrimonio, tal vez se
benefició de la usurpación anterior de esas tierras. Los perjudicados,
que además son excluidos, gracias a los cuales se obtuvo un
beneficio, también forman parte del sistema. Por ejemplo, en el caso
de hijos de un matrimonio anterior o de hijos de fuera del
matrimonio, han sufrido por la falta de un progenitor y encima se
quedan sin herencia. Los otros van a recibir más de lo que les toca,
ya que van a recibir también la parte de este hermano, que ya
quedó en su momento perjudicado por la ausencia de su padre o su
madre.
Con esta filosofía y estos órdenes, el objetivo va mucho más allá de
conseguir una sentencia favorable: es la reconciliación de algo
mucho mayor cuando adoptamos esa postura en nuestro trabajo
diario.
10.3.5-La ayuda al servicio del amor y la
reconciliación
Quien realmente quiere ayudar no juzga. - Bert Hellinger
Se trata de amar a cada ser humano como es, sin juicios, aunque
sea diferente a mí, a lo que pienso yo, y tenga otros códigos
morales. Esta es la forma de abrir el corazón hacia el otro, con lo
cual nos convertimos en parte suya. Para ello deberemos, además,
incluir en nuestro corazón a todos los que forman parte de su
sistema, y del nuestro también, por supuesto. Y ahí se produce el
orden.
Cuando nosotros vivimos los órdenes del amor, como ayudantes,
abrimos el camino a nuestro cliente para que, por resonancia, pueda
hacer lo mismo.
El desorden aquí se daría si el ayudante se dedicase a concordar
con el juicio o la exclusión que el cliente trae o cuando usase el
juicio moral: este es el bueno, el otro el malo, esto es
correcto/incorrecto. En esta posición no estamos al servicio del
amor, ni de la superación del conflicto. En la universidad, siempre
dicen: «El abogado es el primer juez de la causa». Por lo tanto,
nuestra tendencia es juzgar. Para la buena ayuda debemos estar al
servicio sin juicio ni intención, con amor y asentimiento. Epojé,
¿recuerdas? Para ello nos iría bien integrar que alguien que infringe
la ley no es mala persona: debe ser sancionado, no excluido.
Imaginemos un ejemplo de unos padres que quieren adoptar a un
niño y que llegan al abogado quejándose de que los padres
biológicos lo abandonaron. Si el abogado, conmovido por su relato,
se pone al lado de ellos y colabora con su queja, no estará al
servicio de la reconciliación y del amor, sino que estará quitando
fuerza al sistema y, si no se reconoce el origen de ese niño, con su
dignidad, la adopción puede traer muchos problemas.
Capítulo 11
Derecho comparado
“Lo esencial es invisible a los autos.. - Adaptación de El
Principito, de Sami Storch
A lo largo del libro, ya he ido explicando la historia de Brasil, donde
ya he puesto de manifiesto que a día de hoy existen ciento treinta
comisiones de derecho sistémico repartidas por todos los Estados
del país, por lo que no haré un apartado específico en este título,
pues se ha ido exponiendo a lo largo del libro. Sin embargo, me
parece importante señalar algún acontecimiento histórico reciente
que ha tenido lugar en Colombia, así como los testimonios de
algunos profesionales.
11.1- Dos sentencias para casos similares con
procedimientos y resultados distintos
11.1.1- Sentencia sobre la custodia de un menor
en España
Ha llegado una sentencia novedosa con respecto aun menor sobre
el que se discutía si, una vez fallecida la madre, la custodia debía
ser para el padre o para los abuelos, quienes siempre se habían
hecho cargo del niño. Antes que nada, quisiera mostrar mi máximo
respeto tanto a los profesionales que han seguido el caso como a
las familias implicadas, que todos actúan con amor aplicando lo que
consideran mejor. Este artículo solo pretende mostrar dos enfoques
diferentes a situaciones similares.
El resumen del caso en España es el siguiente: fallece la madre y el
hijo del demandado permanece viviendo con los abuelos maternos,
que son quienes se ocupan de él económica y personalmente. En
procedimiento ordinario, los abuelos reclaman la suspensión o
privación de la patria potestad del padre. Este procedimiento es de
medidas cautelares para la protección del hijo, porque los abuelos,
guardadores de hecho del menor, se ven perturbados en esa tarea
por un padre que, a raíz de que ellos le demandan, tiene una
epifanía y empieza a querer ocuparse del menor. El juez resuelve
que el menor vuelva con sus abuelos, quienes le han proporcionado
un entorno estable y saludable.
En este caso, finalmente, se concede la custodia provisional a los
abuelos, por considerar que son quienes han proporcionado un
entorno estable al menor y se han hecho cargo.
Esta sentencia llega a mí justo el día después de haberle pedido
permiso a mi querido Sami Storch, para publicar una sentencia
dictada por él.
11.1.2- Sentencia sobre la custodia de un menor,
dictada por Sami Storch en Brasil
En esta sentencia, Sami decide un asunto sobre un niño, muy
similar al anterior, cuyo padre murió cuando el niño tenía siete
meses y, luego, su madre, Antonia, lo dejó con su madrina (prima de
la madre), Fernanda, y se fue en busca de trabajo a otro estado. Su
madrina lo crio (también asistida por la abuela de Francisco, el niño)
mientras su madre estaba fuera. Ahora, Francisco tiene nueve años
y su madre decidió recogerlo y llevárselo. Fernanda presentó la
demanda, diciendo que estaba preocupada por la seguridad y el
bienestar de Francisco y pidiendo una orden judicial para que él
pudiera permanecer bajo su guardia y con la familia a la que ya está
acostumbrado.
Os comparto la sentencia traducida al español para que veáis qué
manera tan diferente de tratar dos asuntos tan parecidos (los
nombres aquí presentados son ficticios, por respeto a la imagen de
la familia y al secreto de la justicia):
[…] Ante las nuevas manifestaciones y pruebas adjuntas al
expediente, procedo a reconsiderar la solicitud de reparación
urgente. Con base en la abundante prueba documental
presentada por la demandante Fernanda y su propio informe,
se advierte que, efectivamente, su primo y ahijado, Francisco,
estuvo en buenas manos cuando estuvo bajo su cuidado, por
lo que está claro que su madre, Antonia, hizo una buena
elección cuando eligió a Fernanda como madrina y dejó a
Francisco con ella en el momento en que murió su padre y
Antonia tuvo que irse a trabajar a Recife.
Está claro que la vida no debe haber sido fácil para ninguna
de estas personas, y es natural que Francisco guardara un
doloroso vacío en su corazón en relación con la ausencia de
su padre, a quien perdió a los siete meses de edad, y de su
madre, que estuvo ausente para poder trabajar en un lugar
lejano. Francisco pudo haber recibido la mejor atención, y
cariño, brindados por su madrina y su esposo, lo que aseguró
que sea un niño sano e inteligente, pero toda esta buena
intención no excluye el dolor de la ausencia de los padres
biológicos.
Sin embargo, ahora que Francisco tiene nueve años y su
madre biológica está a su disposición, es el momento de
encargarse de rescatar y fortalecer este vínculo primordial.
Es un proceso de reconocer, fortalecer y desarrollar el vínculo
con la madre que ha estado ausente durante tanto tiempo, y
este proceso también lleva tiempo, quizás toda la vida.
Pero es cierto que el camino es el mismo, reconociendo,
renovando y fortaleciendo el vínculo con la madre.
Aunque Francisco se siente inseguro ante la perspectiva de
vivir lejos de la familia que lo acogió y cuidó durante tanto
tiempo, la seguridad y el vínculo afectivo construido con este
no se deshará, siempre y cuando entre esta familia
(incluyendo la prima-madrina, el esposo de ella y la abuela de
Francisco) haya respeto y agradecimiento por la oportunidad
y la confianza brindada por la madre biológica y que la familia
que lo crio siga estando disponible para brindar el apoyo que
pueda ser necesario, al mismo tiempo que esta familia
bendice el viaje (en realidad, el regreso) de Francisco a casa
de su madre, lugar de donde a este, y a cualquier otro niño
pequeño, en el fondo, nunca le gustaría haberse ido.
Al hacerlo, la solicitante y su familia mostrarán humildad y un
amor verdadero y respetuoso hacia Francisco, y
naturalmente recibirán de él (y de su madre) sincera gratitud
por todo lo que han hecho.
Ahora bien, insistir en una orden judicial que le quite la
custodia del niño a la madre, ya que no hay nada que indique
que la relación del niño con la madre conlleve riesgos,
peligros o daños, generaría inevitablemente una reacción en
la madre y, por ende, una tensión de la relación entre esta y
los miembros de la familia que quieren quedarse con
Francisco. El conflicto, este sí, es perjudicial para Francisco,
tal y como muestra el informe en las páginas 107/119, porque
en su alma es a la vez leal a la madre biológica y a los
familiares que lo criaron, y si cada uno intenta tirar del niño
hacia su lado, incluso sometiéndolo a forenses, entrevistas o
audiencias con la intención de que muestre preferencia por
uno u otro, es natural que el niño se sienta dividido, ansioso,
con déficit de atención y otros posibles diagnósticos, además
de sentirse culpable, aunque sea a un nivel inconsciente,
cada vez que critica a una de las partes, provocando un
distanciamiento de una de las partes que componen su ser
integral.
¿Quién quiere darle tal violencia a un niño, sabiendo que, en
su corazón, aunque no tenga la claridad y madurez para
reconocerlo y expresarlo, la madre biológica es fundamental,
así como la familia que lo crio cuando su madre estaba
ausente, que también merece su amor y gratitud?¿Cómo se
puede contribuir mejor a la situación de este niño: cumpliendo
el principio del interés superior del menor, excluyendo y
distanciando a las partes, o uniéndolos e integrándolos,
buscando la armonía en el proceso para que, con el tiempo,
Francisco se sienta agradecido y realizado por haber recibido
la vida de su madre y, ante las dificultades, por tener otras
personas generosas y disponibles con quien contar? Y ahora
que su madre vuelve a su vida y se presenta con facilidad y
condiciones para continuar la crianza del niño, ¿qué efecto
tiene una disputa judicial en Francisco?, ¿y qué efecto
tendría una orden que les negase la posibilidad de tal regreso
en el alma de este niño y de toda la familia? En el corazón de
este chico, ¿tendría tal postura el efecto de una cura? ¿O
acentuaría aún más el vacío y el dolor que ya causó el
destino?
En un caso como este, el poder judicial no debe ser un
instrumento para distanciar, a través del litigio, a personas tan
queridas por un niño como Francisco, sino más bien brindar a
las partes oportunidades de entendimiento mutuo,
comprensión, acercamiento y conciliación, lo que, si se da,
podrá reflejarse en el corazón y la vida del mismo Francisco,
en forma de seguridad, amor, paz e integridad.
Por tanto, mantengo la decisión de las páginas 20/22 relativa
al rechazo de la tutela de urgencia.
En cuanto al estudio psicosocial, sin embargo, se esperará a
la próxima experiencia de constelaciones familiares, para la
cual deberán ser invitadas las partes y sus abogados,
quienes tendrán la oportunidad, si quieren, de constelar y así
mirar su situación de manera sistémica y sentir,
fenomenológicamente, cuál es la mejor postura y
configuración familiar para que todos los implicados puedan
estar bien y Francisco pueda tener lo mejor que cada uno de
los miembros de su familia tienen para darle.
Emítanse las invitaciones a las partes para participar en la
experiencia de constelación familiar que tendrá lugar el 28 de
febrero de 2018, a las 8:30 a. m. en la sala de jurados del
Foro Ruy Barbosa, ubicado en Pça. José Bastos, Centro,
Itabuna.
Oportunamente, se remiten los expedientes al conciliador de
este Tribunal para que designe una audiencia de mediación
y/o conciliación, debiendo el notario público emitir la citación
competente, observando el contenido de los artículos 693 y
siguientes del nuevo CPC.
Publíquese.
Cúmplase.
Itabuna (BA), 12 de febrero de 2018.
Sami Storch, juez de derecho
Un tiempo después
Desconozco cuál es la situación actual del caso de España donde
se concedió la custodia a los abuelos del menor por considerar que
era su entorno más estable. Pero sí tengo el placer de poder
explicaros qué ocurrió tras la constelación del caso expuesto por
Sami: después de esta decisión, la solicitante participó en la
experiencia de las constelaciones y pidió constelar su proceso. La
constelación mostraba exactamente la imagen expuesta en la
decisión: Francisco solo quería abrazar a ambas partes (y también a
la abuela) y, cuando uno de ellos agradecía y honraba al otro con
frases como «Gracias por cuidar a mi hijo. Elegí a la madrina
adecuada para él» —dijo la madre—, y «Gracias por dejarme a este
chico tan especial, gracias a ti lo tengo en mi vida; ahora veo cuánto
sufriste” —dijo la madrina—, todos se abrazaron y Francisco se
sintió lleno.
Al día siguiente de la constelación, la solicitante presentó una nueva
solicitud para que, sin perjuicio del poder familiar de la madre, se le
diera la custodia a la madrina para que pudiera inscribir a Francisco
en la escuela y adoptar ella otras medidas necesarias para su
cuidado mientras que su madre no viniera a buscarlo.
La nueva petición llegó en un tono más respetuoso en relación con
la madre y su importancia, ya que no pretendía repeler su presencia,
sino que buscaba ponerse a su servicio, atendiendo las necesidades
del niño mientras su madre no podía hacerlo personalmente.
Esta vez, se concedió la solicitud y la solicitante quedó satisfecha.
Hasta unos meses después, la madre no se presentó para llevarse a
Francisco con ella, ni para impugnar la acción, ni cuestionar la
decisión.
¿Cómo crees que se hubieran sentido todas las partes si se hubiera
concedido la custodia indiscriminada a la madrina apartando a la
madre? ¿Cómo se hubiera sentido la madre? ¿Y la madrina? ¿Y
Francisco?
En este caso, podemos ver cómo se cumple la ley de Pareto, que
decía que el 20 % de las acciones produce el 80 % de los
resultados. Una sentencia de un juez, por sí misma, es algo muy
pequeño en el ámbito de las relaciones. Sin embargo, algo tan
pequeño puede producir un gran efecto en la transformación de las
mismas, encaminándolas hacia la solución o perpetuando el
conflicto.
Gracias, Sami, por esta gran aportación al mundo jurídico, ya que lo
has convertido en algo mucho más humanizado.
11.2- El derecho sistémico en Colombia
El pasado mes de noviembre de 2021, tuvo lugar un acontecimiento
histórico del que tuve el privilegio de ser partícipe. A través de
Marcela Arbeláez, abogada colombiana que trabajó durante catorce
años en el Tribunal Constitucional de su país, nos llegó una
invitación a Sami Storch y a mí para participar en el XXIV encuentro
de la Jurisdicción Ordinaria de la Corte Suprema de Justicia (el
equivalente al Tribunal Supremo en España), con el título
«Conflictos sociales y polarización: ¿qué se espera de los jueces?».
Por supuesto, acudimos sin dudarlo. Cruzar el charco para ver cómo
se abre camino esta nueva forma de mirar ante la ineficiencia de los
sistemas judiciales en general, que piden a gritos un cambio, es
todo un honor, y más de la mano de Sami, que, con tanta dedicación
y humildad, ha conseguido traspasar fronteras e impregnarnos a
algunos con esta maravillosa filosofía. Y qué casualidad que fuera
yo también la invitada a la Corte Suprema de ese maravilloso país,
que diez años antes ya me había acogido y de donde guardo
fantásticos recuerdos. ¿Sería casualidad?
Trescientos cincuenta jueces y magistrados de todo el país
presencialmente, más unas mil personas conectadas online en
directo. Todo un honor haber formado parte de este encuentro.
El discurso inicial del presidente de la Corte Suprema, Luis Antonio
Hernández Barbosa, fue realmente sorprendente en una persona
con semejante cargo, pues, tras los agradecimientos pertinentes,
dijo las siguientes palabras:
El mundo es el producto de lo que llevamos dentro. Por
eso merece especial atención la hipótesis de que los
males de la sociedad sean resultado y amplificación de
nuestra incapacidad de mantener relaciones sanas. Y, si
consideramos que una sociedad sana difícilmente podrá
existir sin el fundamento de individuos sanos, se hace
imperativo reconocer el valor político de la transformación
individual.
Son palabras de Claudio Naranjo, pero escucharlas en boca de un
presidente de una Corte Suprema no deja de conmoverme y
sorprenderme, pues en un ambiente tan rígido como acostumbra a
ser el jurídico, en una institución tan formal, ver cómo se va
humanizando me hace creer que cada vez estamos más cerca de la
aplicación de nuevas miradas para la resolución de conflictos.
Tras realizar una exposición teórica sobre las constelaciones
familiares y el derecho sistémico, Sami lideró una constelación
exclusiva para el público presencial. Me gustaría remarcar que es un
evento sumamente importante y que ha sido la primera constelación
familiar realizada en una Corte Suprema en todo el mundo. Haber
formado parte ha sido un verdadero honor. Os explicaré cómo fue.
La persona que organizaba el congreso llevaba varias semanas
buscando a alguien que quisiera constelar su caso ahí mismo. Por
una cuestión o por otra, no aparecía nadie. Finalmente, decidimos
que mejor sacar a alguien del público y así tampoco pensarían que
era un teatro organizado, quitándole credibilidad. Eso sí, vinieron
varios amigos del gremio, consteladores o estudiantes de la
formación en constelaciones familiares, para ofrecerse a hacer de
representantes.
De pronto, justo cuando subíamos al escenario, nos abordó una
persona que salió «de la nada» diciendo que quería constelar su
caso. Se llamaba Marcela. Le preguntamos que si conocía las
constelaciones familiares y dijo que no, que era la primera vez que
oía esa palabra en su vida. Le preguntamos su caso, bastante difícil,
y le explicamos un poco la dinámica de cómo funcionaba una
constelación familiar. Advertimos que había un público muy
numeroso, además, de alto rango (350 jueces y magistrados de todo
el país) y que no sabíamos qué se podía mostrar allí, ya que no era
algo que dependiera de nosotros. Sin embargo, no dudó ni un solo
segundo en responder un SÍ bien grande: quería realizar el trabajo
personal y no le importaba exponerse. Un gran acto de valentía por
su parte.
Planteó su caso que, resumidamente, se trataba de la desaparición
de su madre quince años atrás (se marchó a trabajar, nunca volvió y
a día de hoy no se sabe nada de ella). Tras este planteamiento
inicial, Sami le pide que saque a dos representantes: uno para ella y
otro para su mamá. ¿Cuál fue nuestra sorpresa? Que, aun habiendo
traído representantes para hacer el trabajo, ¡salieron dos
espontáneos del público! Un juez y una jueza. Nos quedamos
anonadados por la predisposición que mostraron semejantes
personalidades al participar en un proceso tan diferente y en un
lugar tan expuesto, frente a tantas personas. Estupendo, ahí
empezó el trabajo. La representante de Marcela le preguntaba a la
representante de su mamá: «¿Por qué me dejaste sola?». Después
de un rato moviéndose por el escenario, salió un tercer personaje:
su papá. Este la abrazó fuertemente y le decía: «Yo te protejo». La
representante de Marcela lo miraba y le sudaban las manos.
Observábamos a la Marcela real, que se encontraba sentada entre
el público, y también se frotaba el sudor de las manos. ¡Hacían
exactamente el mismo gesto!
Poco a poco, fueron sacando más personajes: el secuestrador, el
fiscal, el juez, pero no aparecía ningún movimiento de solución. El
fiscal perseguía al secuestrador por el escenario. El juez estaba
inmóvil sin saber qué hacer. El representante de la mamá,
arrodillado en el suelo, en un rincón, tapándose la cabeza. La
representante de Marcela, abrazada al representante de su papá.
Entonces, Sami me pidió si podía salir representando el secreto.
¡Por supuesto! Así que me dispuse a salir, representando al secreto,
y me ubiqué de rodillas, junto al representante de la mamá, también
tapándome la cara. En la misma postura.
Con esta imagen, Sami invitó a la Marcela real a subir al escenario
para ver si se generaba algún nuevo movimiento. Ella se puso frente
al secreto e hizo una gran reverencia. Empezó a llorar muchísimo,
con un verdadero sentimiento de humildad, y el secreto se levantó.
Ahí, yo, como secreto, sentía la necesidad de que ella viniera y me
abrazara. Así fue: después de varias reverencias, se acercó y nos
dimos un abrazo tan fuerte que, días después, todavía guardo la
sensación.
Parece que esa maravillosa sensación no fue solo para mí, sino
también para Marcela, ya que, al día siguiente, me localizó en
Instagram para compartir su experiencia y dijo lo siguiente:
Buenos días, Naihara, discúlpame el atrevimiento de
escribirte, soy Marcela, la persona del ejercicio de
constelación del día de ayer. Solo quiero agradecerte tu
intervención y ese abrazo de amor que de verdad sentí
dentro de mi corazón. No tenía ninguna expectativa del
tema y, realmente, lo sentí y viví de una manera como que
todo lo que yo tenía en el subconsciente a través de estos
años se hizo real allá en ese auditorio con la intervención
de las personas. Gracias por ese regalo tan bonito.
Gracias de verdad. Tengo una sensación en mi corazón
diferente desde ayer que no sé cómo explicar y la tengo
desde el momento en que tú me abrazaste. O sea, esto es
muy fuerte para bien.
Toda la experiencia fue un regalo muy bonito que la vida
tenía preparado para mí y tu intervención la sentí muy
profunda y genuina. La atesoraré con mucho amor el resto
de mi vida.
Muchas veces no se trata de resolver el problema, pues,
jurídicamente, no siempre es posible. En este caso, era un caso
muy duro, aunque muy común en Colombia, debido a su historia de
guerrillas. Se trata de poder poner en orden, asentir a los secretos o
las lealtades, lo que aporta una sensación de paz que no
obtendríamos con ninguna sentencia, cambiando la vibración en el
corazón para poder vivir mejor internamente.
Aunque este encuentro fue el motivo inicial del viaje, aprovechamos
la ocasión para impartir talleres en la Universidad de San Martín, en
la Universidad Javeriana y en la Defensoría del Pueblo. Algunos
asistentes quedaron tan interesados que incluso repitieron en las
siguientes jornadas. En el último taller, en la Defensoría, también
realizamos una constelación en vivo con un caso real expuesto por
uno de los asistentes de forma improvisada. El conflicto versaba
sobre violencia de género y lo planteó el abogado del padre. Se
trataba de lo siguiente:
Una familia compuesta por papá, mamá, hija e hijo menores de
edad (la niña, algo mayor). Al parecer, el padre ha castigado
físicamente tanto al niño como a la niña, lo que ha desencadenado
en un procedimiento judicial que todavía no está finalizado. Sami
pide un representante para cada integrante de la familia: papá,
mamá, hija e hijo. Los hijos se esconden detrás de la madre,
aparentemente aterrorizados. El padre los mira con desprecio. Se
quedan en esa posición.
Entonces, Sami invita a salir al abogado de la familia y se posiciona
en el centro, mirando a los «dos bandos» de la familia: mira al papá
y a la mamá, con sus dos hijos escondidos tras ella. Sigue sin haber
movimiento.
Posteriormente, sale un personaje para representar a la persona
con la que el papá está ciegamente vinculada. No sabemos quién
es, aunque le aporta tranquilidad al sistema.
Después, salgo yo misma a representar al juez. No quiero saber
nada del asunto. De hecho, subo las escaleras del público y me
quedo en lo alto completamente de espaldas a lo que está
sucediendo. No puedo mirar. El abogado del padre sube las
escaleras y se ubica frente a mí, lo que me provoca una reacción
inmediata de huida y subo más escaleras para ponerme más arriba
de las escaleras aún y así no tener que mirar.
Ante la falta de solución, piden que salga un representante defensor
para la niña, que está más tensa que ninguno de los personajes.
Sale Marcela en representación del defensor, y no permite que
nadie se acerque, ni el abogado, ni la jueza, ni nadie. La jueza, poco
a poco, se va acercando. Con la figura del defensor se siente mejor:
hay alguien que se hace cargo. El niño está bastante bien, pero la
niña sigue aterrorizada.
Sami me pide que, como jueza, dicte sentencia para el papá, por lo
que digo: «Yo, jueza al servicio de la justicia en virtud de las
competencias que la ley me confiere, por los hechos acaecidos y
probados, te condeno a diez años de cárcel». Automáticamente, sin
pasar ni un solo segundo, el niño rompe a llorar llamando a su papá.
A pesar de las palizas que le pegaba, le resultaba más doloroso
perder a su papá diez años en la cárcel que el dolor que le
propiciaba el castigo físico.
Con este ejercicio, podemos ver cómo la pena no aporta solución a
la familia, pues la mujer queda muy apenada porque ama a su
marido y el niño también. La que reacciona diferente es la hija, a
quien tal vez haya que sacar del entorno familiar. No lo sabemos, ya
nos habíamos pasado cuarenta y cinco minutos de la hora de
finalización del taller y debíamos cortar el ejercicio, aunque se pudo
mostrar lo que había: un papá actuando por amor ciego de una
forma agresiva y una pena que causaba más daño a la familia que
el propio maltrato.
Con esto no quiero decir, ni muchísimo menos, que apruebe el
maltrato o que no deban aplicarse las penas. Simplemente, que
obtener esta visión más amplia a veces nos hace contemplar
posibilidades que antes no veíamos, y esas posibilidades aportan un
mayor bienestar para todos los integrantes del sistema, que, al fin y
al cabo, es el objetivo del derecho sistémico.
Todos los talleres tuvieron una excelente acogida por parte de los
profesionales (abogados, catedráticos, jueces, defensores del
pueblo, etc.) y, para nosotros, una experiencia muy gratificante al
ver tanta predisposición a lo nuevo.
La gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la
madre de todas las demás. -Cicerón
Gracias, Colombia, por tanto.
11.3- Testimonios de distintos lugares
Marcela Arbeláez Ríos, abogada especializada en
diferentes áreas del derecho, con más de una
década de experiencia en la Corte Constitucional
de Colombia
Con el transcurrir del tiempo, completé mis estudios con el
pensamiento sistémico y me formé como consteladora familiar,
organizacional y coach.
Actualmente, ejerzo el derecho desde una perspectiva sistémica.
Acompaño a personas, empresas y comunidades en el
restablecimiento de derechos; también a firmas de abogados y
entidades del Estado, en la solución de conflictos. Trabajo en la
protección de derechos fundamentales para la reconstrucción del
tejido social desde la sanación del ser.
En mi experiencia, tanto laboral como personal, encontré que, al
conocernos a nosotros mismos, a la comunidad y al sistema,
podemos descubrir las herramientas necesarias para lograr el goce
efectivo de nuestros derechos.
Las dinámicas del mundo interior, con frecuencia, se ven reflejadas
en el mundo exterior. Así, aplicar el pensamiento sistémico al
ejercicio del derecho a través de las constelaciones familiares,
organizacionales o jurídicas, me ha permitido acercarme a todo tipo
de comunidades. A partir de ello, es posible conectarse con los
diferentes sistemas, ya sean estos familiares, empresariales,
sociales, litigiosos o personales, para visibilizar dónde radica la
falencia que impide avanzar, solucionar, entregar, responder, dar o
recibir lo mejor de las personas, de la empresa o la verdadera causa
que lleva al litigio.
Considero que estamos en tiempos de cambios, y la justicia —que
somos todos— no se puede quedar atrás. Por eso, estoy
convencida de que trabajar desde el interior nos permite reparar
nuestro tejido social. En consecuencia, busco que el ser constituya
un derecho fundamental base de los ya existentes para lograr un
goce efectivo de derechos, lo cual es posible con la mirada
sistémica en la solución de los conflictos.
María Natividad Martínez Villar, trabajadora social
del Centro Penitenciario de Jaén desde 1992
Me formé en Constelaciones Familiares en Aula La Montera de
Sevilla (2007/2010) y he participado en entrenamientos con Bert
Hellinger y talleres con renombrados consteladores españoles e
internacionales.
Trabajo con constelaciones familiares en el Centro Penitenciario de
Jaén, en la Unidad Terapéutica Educativa, desde el año 2008.
Solo una conversación telefónica, solo un conectar con lo auténtico,
ha bastado para acceder a contar una pincelada de mi experiencia
en el mundo de las constelaciones desarrollada en una prisión.
La aplicación de las constelaciones familiares en el Centro
Penitenciario de Jaén, desde hace ya más de una década, me ha
permitido poder cambiar la mirada del delincuente, de la víctima y
del delito. Nada está justificado y, sin embargo, poder ver lo que hay
detrás de estos actos ayuda a entender los destinos tan difíciles de
algunas personas y también los vínculos que generan los delitos
entre el perpetrador y la víctima, sobre todo, los delitos de sangre y
de índole sexual. Ese cambio de mirada me ha ayudado a poder
acompañarlos desde el corazón.
También he podido observar que internos que han participado en
talleres de constelaciones familiares durante su cumplimiento de
condena han podido tomar consciencia de lo que los ha llevado a
consumir drogas, cometer delitos, etc., y el daño han causado a los
demás y a ellos mismos, tanto a su familia como a sus víctimas.
Ponerse frente a su delito, frente a sus padres, frente a sus víctimas,
etc., desde la distancia que permite el trabajo de las constelaciones,
y observar los movimientos que subyacen, vivir la resistencia a
tomarlos, identificarlos como propios, hacerse cargo de lo que les
corresponde y dejar en otros lo que no es suyo, los libera.
Es una liberación enfocada hacia un cambio, los ayuda a
aprovechar el tiempo que les queda de cumplimiento como
oportunidad para hacer las cosas de otra manera. Ya no hay cabida
para el victimismo, ni para la irresponsabilidad. Ahora son
responsables de los delitos cometidos. La reparación de estos lleva
a la no comisión de nuevos. Aprender esta lección de vida será la
mayor honra que pueden ejercer hacia las víctimas.
María Teresa Rodríguez Valls, letrada de la
Administración de Justicia. Sala primera,
Tribunal Supremo
Este libro que, sobre derecho sistémico, publica Naihara Cardona es
reflejo, en sí mismo, del impacto que este movimiento ha generado
en ella.
Son muchos los profesionales del derecho que hoy están
descontentos y cansados de trabajar en un entorno donde el
conflicto no siempre es resuelto en realidad.
El pensamiento sistémico (con el enfoque de Bert Hellinger) y las
constelaciones familiares aplicadas en esta área parecían algo
imposible de aunar hasta hace poco. Sin embargo, juristas como
Sami Storch (juez) y Cristina Llaguno (abogada) fueron pioneros
hace muchos años, en sus respectivas áreas, en mezclar ambas
disciplinas con resultados muy satisfactorios para todos, surgiendo
así el derecho sistémico como campo de conocimiento donde
ambas áreas se unen.
La reconciliación de las relaciones humanas es el mayor éxito de
este enfoque y es la semilla para la pacificación de la sociedad en
su conjunto. La descongestión de los tribunales y la mejora de la
salud de los profesionales: jueces, fiscales, abogados, funcionarios,
etc., son otros importantes aspectos que tener en cuenta por parte
de quienes conocen el uso de la mirada sistémica en la justicia.
De todo esto nos ha hablado Naihara. De las leyes del amor, de la
buena ayuda y de cómo esta técnica transforma la conciencia de
cada uno, permitiendo nuevas posturas individuales que llevan a
una mayor levedad y mejora de nuestras relaciones.
Ella, como jurista joven y con gran energía, ha vivido el mismo
proceso que tantos otros vivimos: conocer esta filosofía de vida, las
constelaciones familiares y querer saber más viajando por el mundo
en busca de esa información, y querer contarlo después a nuestros
colegas aquí. Ha creado la primera Asociación de Abogacía
Sistémica en España, ya galardonada en 2021 por su innovación en
el mundo jurídico.
Pero ella hace ahora algo más: escribir este libro con la voluntad de
dar a conocer todo lo que ha aprendido. Estoy segura de que va a
conseguir trasladar su fascinación y espero que muchos
profesionales del derecho se interesen por este enfoque innovador.
Gracias, Naihara, porque, desde ya, tu esfuerzo y pasión,
plasmados en este libro, han valido la pena.
Sara Rodríguez Simón, psicóloga clínica Col. N.º
2138 COPC, psicoterapeuta europea, mediadora
sistémica
A los dieciséis años quería estudiar Derecho, ser abogada para
proteger a los buenos de los malos, pero desistí al enterarme que
tendría que defender también a los asesinos y me decidí por
Psicología; así ayudaría a muchas personas a resolver sus
conflictos de forma terapéutica. Con el tiempo —ya hace veinte años
—, por motivos personales, la vida me acercó a las constelaciones
familiares (CF), que unen todo desde el amor, esta mirada sistémica
y fenomenológica con la profundidad de la comprensión de los
enredos familiares, y ha sido lo más transformador para mi vida
personal y profesional.
Hace unos años me contrataron para impartir un módulo de
formación en CF en el instituto Vida Plena en Porto Velho, Rondonia
(Brasil) y allí asistieron jueces, fiscales, abogados, mediadoras,
psicólogas, policías, presos y expresos de ACUDA (Associação
Cultural e de Desenvolvimento do Apenado e Egresso).
Después fui invitada a impartir un taller de CF en esa institución y
cuál sería mi sorpresa al enterarme de sus delitos: asesinos, narcos,
sicarios, violadores, maltratadores, etc. Al llegar, la policía y las
armas estaban fuera; el calzado, fuera de la sala. Allí lo dejé yo
también. Al entrar, cien presos estaban meditando; después,
escuchaban música clásica para contactar con su ser esencial y,
luego, comenzaba yo. Con mucho amor y sin piedad, les dije que yo
no los juzgaba por sus delitos, eso ya lo había hecho la justicia y por
eso estaban allí, para equilibrar el mal que habían causado a otras
personas, familias y a la sociedad; que a las mujeres nos gusta que
nos traten bien y con respeto, nosotras tenemos que hacer lo mismo
con los hombres, a pesar del resentimiento y rabia acumulada como
género y a través del transgeneracional familiar por haber sido
maltratadas por algunos hombres. Tras esto, escenificamos la teoría
vivenciada de los órdenes del amor que aprendí con Bert Hellinger,
y seguí encarando a víctimas y perpetradores. «Lo siento».
¡¡¡Impresionante resultado!!! Las lágrimas, su responsabilidad y el
amor fluyeron. Al marchar, me regalaron un corazón hecho de
ganchillo por alguno de ellos. ¡Qué regalo!
He impartido formación de CF en el COPC (Colegio Oficial de
Psicólogos de Cataluña), donde también coordino el GT (Grup de
Treball) de CF, desde hace dieciocho años, en la UeRL Puigcerdà, y
se implantan las CF en Cerdanya, Salut de la Fundació Hospital de
Puigcerdà, primer centro hospitalario de España donde las
ofrecemos en su área privada. ¡Algún día estarán en la Seguridad
Social!
Cursos de Derecho Sistémico impartidos en España, por Sami,
Maite y Sara han sido reconocidos por el Centre de Mediació de
Catalunya. Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya.
A continuación, unas imágenes de los trabajos con constelaciones
familiares realizadas en ACUDA (centro penitenciario en Brasil), con
sus presidiarios:
Teoría vivenciada de los órdenes del amor: relación entre padres e
hijos, parejas, herencias, etc.
Encarando víctimas y perpetradores… según
Capítulo 12
Los problemas legales no
existen
La mirada que ofrece el derecho sistémico me ha permitido vivir la
profesión de una manera mucho más liviana. Así como siempre tuve
claro que quería estudiar derecho porque este mundo me parecía
muy injusto y yo quería contribuir para mejorarlo, darme cuenta de
que, como es adentro, es afuera, que estamos llenos de cadenas
invisibles que nos condicionan y, desde este nuevo lugar de
consciencia, poder actuar, evita mucho sufrimiento y permite
acompañar mejor a los demás. Al fin y al cabo, la función de
cualquier profesional de la justicia es ayudar a otros, ¿no?
Todas las personas tenemos conflictos, más grandes o más
pequeños, pero todos tenemos nuestros asuntos. La única
diferencia entre unos y otros es la manera de afrontarlos. Cuando
una persona visita a un abogado, es porque carece de medios
propios para solucionar un problema determinado. La postura del
profesional que le atiende o del juez que dicte sentencia puede ser
determinante para la vida de muchas personas. Entonces, si
verdaderamente queremos tener una función útil en la sociedad,
nuestro trabajo verá más frutos si nos dedicamos a acompañar
comprendiendo todos los mecanismos explicados en este libro,
porque no se trata de la ley, sino de aquello que es invisible a los
ojos y a los autos. Si nos tomamos la molestia de mirar unas capas
por debajo de lo visible en primera instancia, podremos encontrar
soluciones que, acordes a las leyes, aporten un mayor bienestar
para las personas en conflicto y para los profesionales, que tienen
una carga, muchas veces, difícil de sostener.
El sistema judicial está agotado. Los profesionales están agotados.
Se está pidiendo un cambio a gritos y eso no quiere decir que no
sean necesarios los juzgados. Por supuesto que prestan un servicio
a la sociedad. Pero, muchas veces, cambiando la mirada,
transformamos la realidad y esto es lo que marca la diferencia.
Cada vez que asisto a reuniones (más formales o menos) con
abogados, la sensación generalizada que percibo entre los
profesionales es la impotencia, la carencia de recursos para poder
orientar al cliente hacia la mejor solución. Sienten que las leyes no
respaldan el acuerdo y, por ejemplo, en los casos de familia en
España, los artículos 94 y 96 del Código Civil son muy
controvertidos y no parece que el legislador vaya camino de
encontrar una solución, a pesar de su reciente modificación. La
atribución del uso de la vivienda es un problema gravísimo, causa
de grandes disputas en los casos de crisis conyugal.
Otro problema frecuente que nos encontramos son los casos donde
los hijos menores de una pareja en situación de divorcio son
utilizados como un arma arrojadiza contra el otro progenitor, pero, si
empezamos a pedir peritajes psicosociales de alienación parental,
estamos entrando en el triángulo dramático, tratando de demostrar
que «el otro es malo», y esto nos aleja de la solución. Sienten que la
legislación en España muchas veces no acompaña, pero, cuando
realizamos todo este trabajo personal que he tratado de plasmar a lo
largo de este libro, también vemos cómo aumenta la efectividad de
nuestro trabajo. No somos terapeutas, somos abogados. Solo
trabajamos con una de las partes (en la mayoría de los casos), por
lo que la otra parte muchas veces puede parecernos un «incordio» a
la hora de alcanzar un acuerdo. Pero, si estamos bien posicionados
y recordamos la Ley de Pareto y los órdenes del amor y de la ayuda,
veremos que, junto con las leyes y a pesar de ellas, es posible hacer
un buen trabajo.
Si eres abogado y aplicas los órdenes del amor, tienes que estar
dispuesto a perder algunos clientes, pues ya hemos visto que no
todo el mundo quiere solucionar sus problemas, sino que hay quien
quiere perpetuarlos (consciente o inconscientemente). Pero tener la
valentía de no entrar en ese juego lleva a un ejercicio profesional
mucho más satisfactorio y productivo. Y si eres un poco paciente,
verás que no perderás clientes: solo se transformará tu tipo de
cliente.
¿Por qué digo que los problemas legales no existen? Para mí las
leyes son como el Código de Circulación. Las señales indican si
puedes ir por la carretera a 60, 80 o 120 km/h, pero la norma no es
un problema en sí mismo. El conflicto llega cuando las personas
sobrepasan los límites. Entonces, ¿estamos ante un problema legal
o personal?
Puede que algún procesalista no esté muy de acuerdo con esta
premisa, pero a Aristóteles me remito de nuevo: «Si los ciudadanos
practicaran más la amistad entre sí, no sería necesaria la justicia».
Y, para este objetivo, los profesionales que acompañan estos
procesos juegan un papel de suma importancia; formarse más en
aspectos personales y no solo en los legales es de gran ayuda para
tener éxito en la profesión y poderla vivir de forma más relajada. No
podemos garantizar siempre un buen resultado, pues no depende
solo de nosotros. Pero sí podemos transformar la manera de ejercer
el derecho, sin perjuicio de poder equivocarnos. Como decía
Hellinger: «Quien no quiere equivocarse detiene la vida».
Acceso al curso online de
derecho sistémico
¡Felicidades por haber terminado de leer este libro! Espero
sinceramente que esta lectura te haya resultado amena a la vez que
enriquecedora y te haya abierto una nueva mirada hacia una
manera diferente de mirar al conflicto.
Como premio por haber llegado hasta aquí, me complace ofrecerte
un regalo: Curso online de introducción al derecho sistémico .
Cuando accedas a él, verás que explico la teoría de este libro y
algunos casos prácticos, o cómo aplicar toda esta teoría a la
profesión. En este curso, vas a obtener material para seguir
profundizando en tu crecimiento personal y profesional, que, como
consecuencia, te traerá mucha más tranquilidad y menos frustración
a la hora de acompañar a clientes en conflicto, al mismo tiempo que
te proporcionará herramientas útiles para llevar a cabo ese
acompañamiento con éxito.
Para ir en consonancia con la tercera ley sistémica, el equilibrio, te
voy a pedir que hagas algo a cambio de la obtención gratuita del
curso. Solo será necesario que hagas una, aunque si quieres
puedes hacer las dos:
1. Que dejes una reseña de este libro en Amazon.
2. Que hagas una foto bonita de la portada o un fragmento que te
haya gustado de este libro y la publiques en tu perfil de
Instagram o Facebook. Te pediré que me etiquetes. En
Instagram, me encontrarás como @naiharacardona. En
Facebook, me encontrarás como página Naihara Cardona
Martínez.
Una vez lo hayas hecho, tendrás que enviarme un e-mail a:
[email protected] con el enlace a la publicación o a tu
reseña de Amazon y yo te remitiré el acceso al curso a la mayor
brevedad.
¡Gracias por ayudarme a promocionar el libro con estas acciones!
Solo me queda dejarte el enlace a la web a través de la cual
ofrecemos los servicios y formaciones por si quieres contactarme
para hacer una constelación, si quieres contar con servicios de
abogacía desde esta mirada o si eres un profesional que se quiere
formar
en
derecho
sistémico.
La
web
es
www.abogaciasistemica.com.
Gracias por abrirte a lo nuevo y por difundir esta filosofía, que tanta
falta hace a ciudadanos y profesionales.
Agradecimientos
A mis padres, por darme la vida y mostrarme con su ejemplo que
uno puede dedicarse a lo que quiera siempre y cuando tenga la
preparación, constancia y foco. También agradecerles todo lo que
no me dieron, pues la exigencia de los padres también es un
elemento indispensable para prepararse para la vida como adultos y
adquirir la propia autonomía actuando bajo nuestra responsabilidad.
A mi hermano, por darme la oportunidad de ser hermana mayor y,
aunque por la diferencia de edad y las circunstancias no hayamos
jugado mucho, confío en que nuestros caminos poco a poco se irán
acercando, como ya lo están haciendo.
A todo mi sistema familiar, y especialmente a las mujeres, las que
están cerca y las que están lejos, de las que tomo su poderosa
fuerza para la vida.
A mis abuelos, Juan y Margarita, a quienes todavía tengo el
privilegio de disfrutar con buena salud y de los que aprendo cada
día lo que no enseña ninguna universidad. Como decía la abuela de
un amigo: «Quien quiera saber que no vaya a la universidad, que se
compre un viejo».
A mi primer hijo, Martín, por elegirme como madre y a su padre, por
brindarme la maravillosa oportunidad de serlo.
A José María, por ser, por estar, por acompañarme en mis procesos,
por tu generosidad y por ayudarme a cuidar de Martín, por contribuir
al crecimiento de una nueva familia que se está gestando en el
momento de publicar este libro.
A Montse, por brindarme todo su cariño y apoyo, y a Marc, por ser
mi hermano postizo.
A Asunción, por ser el espejo donde mirarme desde hace más de
veinticinco años.
A mis amigos y amigas, por las complicidades y por compartir
camino. A Adolfo, que ya no está, pero siempre estará en mi
corazón.
A los maestros que dejan huella en la persona y no solo en el
currículum, especialmente a Paco Serrano y Federico Rey, quienes
hicieron hueco para la música en mi cerrado corazón.
A Esperanza, quien hace honor a su nombre, por criar a tantos y
tantos niños con tanto amor y por aplicar la maravillosa filosofía
sistémica que tanto ayuda a las familias. Y, cómo no, por
introducirme en este maravilloso mundo de las constelaciones
familiares.
A María Martínez Calderón, por marcarme el gol por la escuadra
para ablandarme representando a otros y poder llegar a mis, hasta
entonces, blindadas emociones: este, sin duda, mi mayor tesoro de
los últimos tiempos y gracias al cual he hecho un gran proceso que
me ha llevado a escribir este libro y a transformar completamente mi
vida y mi profesión a través de mi cambio de mirada.
A Zentrum, José Carlos y Alejandra, por ofrecer tan buena
formación con increíbles profesionales y traer a España la
oportunidad de formarse en Psicología Sistémica en CUDEC.
Calidad profesional y humana.
A Sami Storch, por tener la brillantez de desarrollar el derecho
sistémico, transmitir la paz y seguridad que transmite y tener la
humildad de colaborar hasta en el más sencillo proyecto. ¡Es
increíble cómo gestiona el tiempo!
A Fernando Cattelan Cordeiro, por ser mi primer maestro en la
materia, amigo, compañero, y estar siempre al servicio.
A todos los profesionales, y especialmente los del ámbito de la
justicia, que han tenido la valentía para innovar con la aplicación de
las constelaciones familiares aplicadas a su campo, superando la
barrera de que los tomen por locos. ¡Viva la mala conciencia!
A Pascual Ortuño, por su apoyo, predisposición y honestidad con
este proyecto.
A todos quienes han colaborado en la elaboración de este libro
aportando sus experiencias: Mayte, Sara, Nati y Marcela.
A todos los profesionales con quien he tenido la oportunidad de
formarme y que espero continuar haciéndolo: gracias por la
generosidad de aportar más luz a este mundo.
A Carme Arrufat, por quien este libro no sé si habría tenido lugar,
pero desde luego habría tardado mucho más tiempo en ver la luz y
no lo habría hecho con tanto estilo. Gracias por formar parte de este
baile y ayudarme a traer este primer hijo de papel al mundo.
A Cristina por ayudarme con una revisión, y otra, y otra, hasta que
me decidí publicar.
A todas las personas que han pasado por mi vida y que, de alguna
manera, más amigable o menos, han contribuido al crecimiento de
mi persona. A todas ellas, gracias.
Bibliografía de referencia
Ancelin Schützenberger, A. (2008). ¡Ay, mis abuelos! Alfaguara.
Frankl, V. (2015). El hombre en busca de sentido. Herder.
Gunthard Weber. (1999). Felicidad dual. Bert Hellinger y su
psicoterapia sistémica. Herder.
Hellinger, B. y Ten Hövel. G. (2000). Reconocer lo que es.
Herder.
Hellinger, B. (2001). El manantial no tiene que preguntar por el
camino. Alma Lepik.
Hellinger, B. (2012). Órdenes del amor: Cursos seleccionados
de Bert Hellinger. Herder.
Hellinger, B. (2012). Los órdenes de la ayuda. Alma Lepik.
Hellinger, B. (2013). Después del conflicto, la paz. Alma Lepik.
Hellinger, B. (2020). Mi vida. Mi obra. Alma Lepik.
Jung, C.G. (2012). Introducción a la psicología analítica.
Editorial Trotta.
Lipton, B. (2007). La biología de la creencia. Palmyra.
Noguchi, Y. (2017). La ley del espejo. Comanegra.
Ortuño, P. (2018). Justicia sin jueces. Editorial Planeta.
Pujol, P. (2012). Un divorcio elegante.Grijalbo.
Rosenberg, M. B. (2016). Comunicación no violenta. Un
lenguaje de vida. Acanto.
Sandel, M. J. (2011). Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?
Debate.
Sheldrake, R. (2011). Una nueva ciencia de la vida. Kairós.
Sheldrake, R. (2013). El espejismo de la ciencia. Kairós.
Sheldrake, R. (2019). La ciencia y las prácticas espirituales.
Kairós.
Storch, S y Migliari, D. (2020). A origem do direito sistêmico.
Tagore editora.
Vilaseca, B. (2013). Qué harías si no tuvieras miedo. El valor de
reinventarse profesionalmente. Conecta.
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