Subido por Emmanuel

Boecio. La consolación de la filosofía.

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FILOSOFÍA
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Clásicos de Grecia y Roma
Alianza Editorial
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LIBROI
E l autor exp one los motivos de su afl icción y la F ilosofía le
hace ver que su ·mal consiste en haber olv idado cuál es el
ve rdade ro fin del hombre.
l.
Yo, que, en otro tiempo, con juvenil ardor
compuse inspirados versos,
me veo ahora, ¡ay de mí!, obligádo a entonar
tristes canciones.
Aquí están para dictarme lo que he de escr ibir
mis musas desgarradas,
m ientras el llanto baña mi rostro, al son de sus
tonos elegíacos,
p ues ni siquiera el miedo pudo desanimarlas
p ara dejar de acompañarme en mi camino.
Ellas, que fueron antaño la gloria de mi feliz y
verde juventud,
se acercan ahora a endulzar los tristes destinos
de este abatido anciano.
P recipitadamente y cargada de males,
se echó encima la no esperada ancianidad
y el dolor se apoderó de mis días.
Canas prematuras cubren mi cabeza
y el cuerpo herido se estremece con la piel
rugosa.
.i.i
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
34
D ichos a muerte la de los hombres
cuando se adentra sin perturbar los años
buenos
y acude en favor de los corazones afligidos.
Pero, ¡ ay ! , qué s orda se hace a la desgracia
y con qué s aña se niega a cerrar los ojo s
cubiertos de lágrimas.
Cuando la fortuna me halagab a -y yo sabía
que era t ornadiza y mudable-,
habría b astado una hora de t r isteza para
llevarme a la tumba;
ahora que una nube ha ocultado su engañoso
rostro,
una larga espera hace mi vida insoportable.
¿ P9,r qué, amigos locos, llamasteis tantas veces
feliz
a aquel que no estaba tan seguro, pues cayó de
repente?
"""�
1.
Mientras en s ilenc i o daba vueltas en mi interi o r a
estos pensamiento s y lanzaba al viento mi llanto con la
·
ayu da de mi pluma , p u de advertir sobre mi cabeza a
u na mujer. Su presencia n1e inspirab a a sombro y reve­
rencia. Tenía oj o s de fuego, más penetrantes que los del
común de los mortales . Era de un color roj o v ivo, llena
de vigor, si bien s u s muchos años no p er m i tían c reer
q u e fuera de nuestra generación. Su estatura era difícil
de preci s ar, pues unas ve ces se reducía h asta adquirir el
tamaüo medio de los mor tales y, otras, p arecía encum­
b r a rse hasta t o c a r l o m ás alto del cielo c o n su fre nte.
E s e era el efecto cuando levantaba su c ab eza y se perdía
e n el mismo c ielo h a s t a desaparecer de l a vista de los
hombres.
LIBRO I, 1
35
Sus vestidos eran de materia inalterable, tejidos con hi­
lo s finísimos, por manos delicadas. Los h abía tej ido ella
misma, como pude saber más tarde a confesión propia. El
a spe cto que ofrecía a la v�sta era la de esas imágenes
ab andonadas envueltas en la penumbra y cubiertas de
p olvo. En el lado inferior del vestido, se leía bordada la le­
tra griega Il, y en la s uper ior la 01• Uniendo las dos letras
había a modo de peldaños de escalera por donde se po día
ascender desde la letra in ferior a la s uperior. Con todo,
manos violentas hab ían rasgado dicho vestido, llevándo­
se los trozos que p udieron arrancar. En la mano derecha
llevaba sus libros y el cetro en la izquierda.
Cuando la dama vio a mi cabecera a las Musas de la poe­
sía, dictando las p alabras propias de mi llanto, se irritó un
tanto e, indignada, exclamó con fulminante mirada:
-¿Quién - dijo- ha permitido que estas rameras histé­
ricas lleguen hasta la cama de este enfermo ? ¿Traen acaso
remedios para calmar sus dolores y no más b ien dulces
venenos para fomentarlo s? Son las mismas muj eres que
matan la rica y fructífera cosecha de la razón; las que ha­
bitúan a los ho1nbres a sus enfermedades mentales, pero
no los liberan. Las que aoormecen la inteligencia, pero n o
la despiertan. Podría pensar q u e s ería men os grave s i
vuestras caricias. arrastraran a u n hombre cualquiera,
porque mi trabaj o no se vería enton ces frustrado. Pero
este hombre se ha alimentado con la filosofía eleática y
l. Las letras griegas son TI (pi) y 8 (theta). Alusión a las dos ramas
del saber práctico y teórico. La filosofía es una escala de saberes que
va de abaj o arriba, es decir, del saber práctico al saber S':_lperi or o
teórico o e speculativo; En el sabe r práctico entran la Etica y l a
Moral. E n el teórico, l a Metafísica, l a Teología, l a Física, etc. La
filosofía es, pues, una ciencia de lo universal que comprende todos
los grados del saber.
LA CONSOLACIÓN
36
DE
LA FILOSOFfA
académica. Alejaos, pues, sirenas, con vuestros hechiz os
de muerte. Apartaos, y deja d que mis musas lo cuiden y l o
c uren.
Con estas imprecaciones, el coro de las Musas b ajó los
oj o s. Y confesando su vergüenza en el r ub or de la c ar a,
·
traspusieron el umbral de m i casa.
Nublada mi vist a por las lágrin1 as, y sin poder distin­
guir quién era aquella muj er de tan imperiosa autoridad,
b aj é estupefacto 10s ojo s y esperé en silencio lo que p udie­
ra h acer. Entonces, ella, acercándose más, se sentó al bor­
de de mi lecho y clavó sus oj os en mi ro stro, atravesad o
por e l dolor y sumido en la tristeza. Por fin, deshecha en
llanto, recitó estos versos s obre la confusión que agitaba
'
mi alma.
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I, 2
37
y a1not inan los mares. ¿Qué espíritu inmutable
hace rodar al mundo?
¿Por qué el sol s e hunde e n l as aguas de l as
Hespérides2
para despertar en brazo s de la p urpúrea
aurora?
¿Qué ley templa las plácidas horas de la
primavera
para cubrir así la tierra de rosadas flores?
¿Y quién enriquece con ubérrimas uvas el
otoño en la plenitud del año?
Pero ved cómo ahora quien solía descub rir
los secretos recónditos de la naturaleza
yace tendido, prisionero de la noche.
Pesadas cadenas le cuelgan del cuello
II.
- ¡Ay!, cómo se agita el alma hundida en el
fondo del abismo.
que le obligan a doblegar la frente
y a no ver otra cosa que el p o lvo inerte.
Y cómo se apaga su propia luz
al correr hacia las tinieblas exteriores.
Cuántas veces, acuciada por los halagos
terrenales,
crece hasta lo infinito su angustia mortal.
Aquí está el ho1nbre que en otro tiempo,
gozando de plena libertad,
solía escalar los senderos del firmamento,
observaba la luz dorada del sol
y s eguía atento las fases de la gélida luna.
Era vencedor de las estrellas,
reduciendo a número sus errantes
revoluciones
dentro de órbita s cerradas. ¿Qué más?
2. » Pero es hora de la medicina - dij o- más que de la­
mentos. -Y mirándome fij a e intensamente, añadió-: ¿No
eres tú, acaso, el que en otro tiempo te alimentaste a mis
pechos y, criado baj o mis solícitos cuidados, llegaste a al­
canzar la madurez del varón? Te dimos tales arm as que,
de no haberlas tú arrojado, te habrían mantenido i nvicto.
¿No me conoces? ¿Por qué callas? ¿Es el estupor o la ver ­
güenza l o q u e t e hace callar? ¡Oj alá fuera la vergüenza,
pero te veo presa del estupor! -Y al verme no sólo calla­
do, sino sin lengua y mudo, extendió suavemente su
mano sobre mi pecho-:
»No tenias -1ne dij o-, no hay peligro. Sufres un letar­
go, enfermedad común a todos los desengañados. Te has
Este hombre buscaba la razón por la que los
vientos paren tempestades
2. El Occidente.
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
38
olvidado por un momento de ti m ismo. Pero te acordarás
fácilmente, si antes puedes reconocerme. Para que te sea
nlás fácil, correré un p o c o de tus ojos la nube cegadora de
las cosas mundanas que l o s empañan.
D icho esto, enjugó mis ojos b añados en lágrimas co n
un pliegue de su vestido.
III.
Disipada la n o che, huyeron las tini eblas
y mis ojo s recobraron su prin1er vigor.
L[BRO 1, 3
39
-¿Y cómo es que tú -le dije-, maestra de todas las vir­
tudes, has caído del alto c ielo p ara venir a la s oledad de
111i destierro? ¿Acaso tú t ambién, como yo, quieres ser
acus ada de falsos crímenes?
-¿Podría yo dej arte , hij o m ío ? -respondió ella-. ¿ Por
qué no podría compartir contigo la c arga que a causa del
odio a mi nombre cayó s obre ti? No, la Fil o sofía no podía
dej ar solo en su camino al inocente. ¿ Po día yo temer ser
acusada? ¿O sobrecogerme de espanto como si hubiera de
suceder algo sin precedentes? ¿Crees que es la primera vez
alborotadas por Coro3,
que las malas costumbres hostigan a la sabiduría? ¿Es que
entre los antiguos, en t iempos anteriores a m i amigo Pla­
cerrada tormenta.
necio s ? Y cuando vivía Platón, ¿no quedó triunfante su
parece c aer sobre la tierra,
Luego, la chusma de los epicúreos, primero, y el popula­
Fue como cuando las nubes se arre m olinan
o cuando el cielo parece detenerse p o r una
tón, no sostuve duros combates contra l a sinrazón de los
EQJ9nces, el sol se oculta y la noch e o scura
maestro Sócrates, con ayuda m ía, de una muerte injusta?
aun antes de h ab er aparecido en el horizonte
cho de los estoicos y demás sectas, después, hicieron
las estrellas.
Pero si Bóreas, saliendo de los antros de Tracia,
rompe la noche y libera al día encadenado,
surge l a luz
y Febo hiere con sus dardos los oj o s
d e cuantos a sombrados lo contemplan.
cuanto pudieron por arrebatarme la herencia de la s abi­
duría que él había dej ado4•
»Y como trataran de arrebatarme p arte de la presa a
pesar de m is gritos y p ataleos, rasgaron l a túnica que yo
había tejido con mis manos y, llevándose j irones de ella,
se dieron a la fuga, creyendo que me ·había entregado
De la misma manera, ahuyentados ya los nubarrones
total m en te a ello s. Luego aparecieron vestidos con los
despojos de mi vestimenta, y la ignorancia creyó que eran
mente a descubrir el rostro de mi médico. Volví mis oj os
ciados en la prueba. Y si no ha llegado h asta ti el exilio de
3.
de mis ojo s , me extasié con la luz del cielo y dirigí mi
familiares míos, llevando a error a algunos de los no ini­
h a c ia ella y la miré fij amente. Pude reconocerla como mi
antigua nodriza, la que desde mis años de adolescente me
h abía recibido en su casa, l a Filosofía.
3. Una de las Nereidas, div .inidades relacionadas con los fenómenos
dd rnar y de la naturaleza, como el viento, la tempestad, etc.
4. Aparece aquí la serie de filósofos y escuelas de filosofía que Boecio
considera sus maestros. Tales son Sócrates, Platón, A ristóteles,
además de los estoicos, epicúreos y otras sectas «que hicieron cuanto
pudieron por arrebatar [a la Filosofía] la herencia de la sabiduría».
Sobre la formación de Boecio, véase Introducción, p. 8.
LA CONSOLACIÓN
40
DE
LA FILOSOFÍA
Anaxágoras, el envenenamiento de Sócrates, las torturas
de Zenón (pues nada de esto tuvo lugar en tu pueblo), ha­
brás podido conocer a los Canios, Sénecas y Soranos,
cuya memoria no es ni tan vieja ni tan falta de celebri­
dad5. Lo que a éstos llevó a la muerte no fue otra cosa que
haber sido educados en mis costumbres, que les parecían
totalmente contrarias a las de los malvados.
»No ha de sorprenderte, por tanto, sentir en el mar de la
vida los golpes de furiosas tempestades, ya q�e nuestro
principal destino es no contenlar a los peor�s. Estos, a �e­
sar de ser legión, son dignos de todo desprec10, pues no tie­
nen una guía que les dirija, sino que, arrastrados por el
error, van vagando sin orden y sin rumbo. Y si un día pre­
tendieren entablar combate contra nosotros, nuestra guía
hará retroceder sus huestes hasta la retaguardia, donde se
ocuparán en apresar un miserable botín. Nosot:os, en
cambio, reiremos seguros desde lo alto, tras foso infran­
queable, al resguardo de los ataques de la chusma furiosa,
viendo cómo lucha encarnizada por cosas despreciables.
un
IV. »Quien con ánimo sereno
sabe poner el destino implacable bajo sus pies
y mira ünpasible la mudable fortuna
permanecerá inmóvil ante la furia
amenazadora del Océano
s. Anaxágoras (de Clazomene): filósofo asentado en Atenas (500428 a. C.), que fue juzgado por impiedad y traición.
(de �l��):
filósofo y amigo de Parménides (s. v a.C.), que, �:gun una trad1c1on
_
(cf. nota 29), se mordió la lengua y se la cscup10 al tirano
Nearco.
�enón
Canio:
filósofo estoico condenado a muerte por Calígula.
gobernador romano justo y enérgico a q uien, según Tácito
16-32), Nerón obligó a suicidarse.
Sorano:
(Anales,
LJBRO
41
l. 4
que hace surgir desde su más profundo
abismo
sus agitadas olas.
Ni el bramar del Vesubio caprichoso cambiará
su ánimo,
cuando rotos sus hornos encendidos,
lanza las llamas envueltas en humo.
Inmutable, sigue ante el estruendo del rayo
ardiente
que hiere las altas torres.
¿Por qué los pobres miran impotentes y con
rabia a los tiranos crueles?
Nada esperes, nada temas,
y dejarás desarmado e impotente a tu
enemigo.
Pero quien tiembla o vacila, porque no está
seguro
ni es dueño de sí mismo, ha arrojado el
escudo,
ha perdido su trinchera y ha atado a su cuello
una cadena que siempre arrastrará.
4. »¿Entiendes esto? -me dijo ella-. ¿Ha penetrado en
tu espíritu? ¿O eres, como el asno, sordo a la lira6? ¿Por
qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tus abundantes lágri­
mas? Habla y no lo escondas dentro de ti7. Si buscas la
ayuda del médico, será menester que descubras la herida.
Yo, concentrando todas mis energías, le contesté:
- ·Es que necesita alguna explicación? La dureza del
átaque de la fortuna es evidente. ¿No te mueve a compa.;·_"'",.\'_
¿
.
6. Esopo, Fábulas.
7. Homero, Ilíada, I, 363.
42
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
sión la simple vista del lugar? ¿Es ésta la biblioteca de mi
casa, aquella que tú misn1a elegiste como lugar de sosie­
go y en la que tú te sentabas a m enudo p ar a discutir de to­
d o s los proble1nas divinos y humanos? ¿ S on mis vestido s
LIBRO I, 4
43
que hacer frente a Conigasto9, que, inmisericorde, quería
ha cer s uya la fortuna de gente indefensa! O p a ré los pies a
Triguilla, intendente de la casa real, que había maquina­
do alguna injustic i a o la h abía ya p erpetrado. Y cuántas
los mismos y mi cara la misma que cuando yo nie inicia­
b a contigo en los secretos de la n aturaleza y cuando solía s
describ ir la ruta de los planetas con tu varita, tratando de
veces h e interpuesto mi autoridad p ara p roteger a gente
indefens a, víctimas de infinitas calumnias urdidas por la
devotos tuyos?
>:-Fuiste tú la que por tu propi a boca sancionaste la teo ­
nos de las provincias quedaban en la ruina ya por las de­
p redaciones de i os p articulares, ya por las exacciones pú­
confor mar nuestras costumbres y toda la vida humana al
m odelo del orden celeste? ¿Así prenlias a los que somo s
ría de Platón : "Dichosas las repúblicas regida s p or filóso ­
fos o por aquellos gobernantes entregados a l estudio de la
filo s ofia"8• T ú mis1na p or boca de este s abio varón nos
enseñaste que
a
los filósofo s les asiste siempre un motivo
p ar a acceder al gobierno de l a república, no sea que las
riendas del gobierno de la ciudad caigan en manos de
·ciudadanos p erversos y sin principios, que traerán la rui­
n a y la destrucción de las personas de b ien.
av a ricia s iempre impune de los extranjero s . Nadie pudo
ap art a rme de la justicia por nada . He gritado mi queja
com o si yo mismo fuera víctim a , al ver cómo los ciudada­
blicas.
»Cua n do l a terrible ha1nbru n a a soló al p aís y se an1e­
naz ó con ruinosas e inca lificables medidas, como la re­
quisa o venta obligada de los alimento s, que sumirían en
la miseria a la provincia de Campania, promoví una lucha
contra el prefecto pretoriano en b en eficio del bien co­
mún. Y, s abedor el rey de mis pro pósitos, luché y conse- .
guí que se anulara la requisa. Al cónsul Paulina, a quien
�>Siguiendo tu consejo, me decidí a llevar a l a adn1inis­
los p erros palatinos devoraban su fortuna con intrigas y
mentos de o cio. Tú y Dios , que te sembró en l a s mentes de
Me opuse también al odio delator de Cipriano10, p ara sal­
tra ción p ública lo que aprendí de ti en mis gratos mo­
maquinaciones, le saqué de las fauces mismas de la j auría.
los filósofos, sois mis testigos de que el único m óvil que
var a Albino, otro consular, víctima de u n a acusación sin
los hombres buenos. Esta misma es la razón de mis serias
tades ? Debí haber encontrado m ej or a cogida en el pue­
me empujó a la m agistratura fue el bien común de todos
pruebas. ¿No crees que he concitado ya bastantes enemis­
y abiertas diferencias con los m alvados y" de p or qué en la
blo, p ues en m.i lucha por el derecho y l a justicia no me
al o dio que mi persona inspira b a a hombres m ás p odero­
»Y b ien, ¿quiénes son l o s delatores que me han derro­
lucha por la justicia he p ermanecido s iempre indiferente
s os que yo. Indiferencia inspirada en la creencia de haber
acogí al derecho de los cortesanos.
cado? Uno de ellos fue B a s ilio. Destituido con anteriori­
seguido libren1ente mi conciencia . ¡Cuántas veces tuve
dad del s ervicio real, se vio co mprometido a delatarme
8. Platón, República, 473d.
10. Secretario y min i st ro de finanzas de Teodorico.
9. Ministro godo de Alarico.
44
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
45
LJBRO I, 4
por sus deudas. Los otros dos fueron Opilión y Gauden­ creo que no puedo ocultar la verdad ni consentir la men­
cio11. Condenados por un decreto real al destierro a causa tira. Sea lo que fuere, dejo a tu juicio y al de los sabios el
de sus incontables fraudes, esquivando el golpe, buscaron juzgar estos hechos, que pongo por escrito para que la
acogerse al asilo del templo. Cuando la noticia llegó al rey, po steridad conozca su realidad y jamás se borren de la
éste ordenó que si en el día fijado no dejaban la ciudad de memoria. Porque ¿para qué hablar de cartas apócrifas
Ravena serían expulsados por la fuerza, con la frente traídas como prueba de que yo esperaba ver liberada a
marcada por el hierro. Ante tal amenaza, ¿les quedaba al­ Roma? Habría quedado patente su patraña si se me hu­
gún recurso? Y, sin embargo, ese mismo día informaron biera permitido apelar al testimonio de los mismos acu­
contra mí y fue aceptada la denuncia. ¿Y cómo? ¿Merecía sadores, que es la prueba de más peso en estos casos.
»En esta situación, ¿qué esperanza de libertad puede
acaso mi conducta semejante condena? El hecho de que
mi condena estuviera cantada ¿hizo justos a mis acusado­ quedarme? ¡Ojalá hubiera tenido alguna! Entonces ha­
res? ¿O es que la fortuna, que se avergonzó de ver acu­ .bría respondido con las mismas palabras de Canio. Éste,
sado al inocente, tampoco se indignó de la vileza de los acusado por Gayo César, hijo de Germánico, de haber
acusadores?
tramado una conspiración contra él, dicen que contestó:
» Pero querrás saber de qué se me acusó. Se me acusó "Si lo hubiera sabido yo, todavía lo seguirías ignorando
de haber querido salvar al senado. ¿De qué 1nanera? Se tú"12.
»En este asunto, el dolor no ha nublado t�to mi mente
me imputó haber impedido que un informador presenta­
se ciertos documentos con los que pretendía den1ostrar que me lleve a lamentar que haya gente perversa maqui­
que el senado era reo de traición. ¿Qué piensas de todo na ndo actos criminales contra la virtud. Lo que me
esto, maestra mía? ¿Negaré el crimen para que no te aver­ asombra es ver que los hayan llevado a la práctica. Porque
güences de mí? Pero es el caso que yo siempre lo quise y querer el mal puede ser quizá parte de nuestra debilidad
nunca dejaré de quererlo. ¿Me confesaré culpable? Cede­ de hombres, pero es monstruoso y fuera de lo natural que
ría, entonces, en 1ni intento de detener los pasos del dela­ en presencia de Dios se consumen los planes de los mal­
tor. ¿Podría llamar crimen haber deseado la salvación del vados contra los inocentes. No es extraño que uno de tus
senado? Ellos, en todo caso, por el comportamiento que seguidores, Epicuro, se preguntara no sin cierta razón:
han tenido conmigo, han hecho ciertan1ente de ello un "Si Dios existe, ¿de dónde viene el mal? Pero ¿de dónde
crimen. Pero la imprudencia, que siempre se desmiente proviene el bien, si Di_os no existe?"
»Podrían1os pensar que los pei;versos, ávidos de la san­
sí misma, no puede alterar el verdadero valor de las cosas.
gre de gente de bien y del senado también, buscaban mi
Y yo, que siempre me he guiado por la norma socrática,
no
13•
a
11. Opil.ión c ayó en desgracia ante Teodorico, quien le devolvió su
puesto d.e cónsul tras acusar a Boecio. Sobre Gaudencio no h ay
información.
12. Cf. nota 5. Gayo César es Calígula.
Frase atribuida a Epicuro por Lactancia (De Ira Dei, 13, 21).
13.
46
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA.
propia muerte p o rque me veían como defensor de ésto s.
Pero ¿podía esperar yo cosa semej ante de los padres cons­
criptos? Recuerdas, supongo, p ue s tú siempre dirigías
mis palabras y m is acciones, recuerdas, repito, cómo en
Verona fue acusado Albino de lesa .m aj estad y cón10, en
su ansia de ver la total extinción del s enado� el rey intentó
culpar a todos los senadores a pesar de su inocencia. Re­
cuerdas también cómo yo los defendí sin atender a nin­
gún peligro. Y tú sabes que digo la verdad y que nunca me
he j actado de ello, pues siempre que el hombre recibe el
prec io de la fama por su j actancia, la conciencia que se
complace en su p ropia alabanza, p i erde algo de su secreto
mérito.
»Y ya ves el resultado de mi inocencia. Como premio
a
la verdadera yirtud sufro el castigo de un crimen que no
··
con1etí. Y, n o - ob s tante, ¿ existió j amás un crimen que ,
confesado pal a dinamente por el reo, haya encontrado un
LJBRO I,4
47
50mbrecer añadieron otro cargo, alegando alevosamente
que en mi ambición por escalar tan alto cargo había yo
111anchado m i conciencia con u n sacrilegio. Pero tú ha­
bías ya tomado posesión de mí y t ratabas de arrojar de mi
alma todo pensamiento de codicia de cosas materiales , ya
que baj o t u mirada no había posibilidad de cometer sa­
crilegio. Todos los días susurrabas a mis oídos y a mi pen­
s amiento aquella niáxi ma de P itágoras: "Sigue a Dios"14•
Tampoco parecía conveniente buscar la ayuda de espíritus
vilísimos, cuando te veía dispuesta a crear una excelencia
que me hacía semejante a D io s . Si a esto añades un hogar
sin tacha como el mío, la compañía de an1igos irreprocha­
bles , un suegro santo y hombre cabal15 digno de todo res­
peto como tú, entenderás que todas estas circunstancias
alejan de mí toda sospecha de crimen. Pero lo más mons­
truoso de todo es que se me acusa de tan horrendo crimen
precisamente por ti. Por el nuevo hecho de haberme im­
j urado tan abs olutamente unáni m e en la s evera aplica­
ción del castigo ? ¿ Hasta el punto de que ninguno de sus
buido de tu doctrina y de haber seguido tus costumbres les
niiernbros encontrara eximentes basados ya en la debili­
tica. El culto que yo te he tributado no sólo n o me si rve
dad humana, ya en la universal m u danza de la fortuna? Si
g
se me hubiera acusado de quemar las i lesias, de pasar
por la espada a los sacerdotes, de masacrar a to da la gente
de bien, habría sido condenado en s entencia dictada en
nli presencia, convicto o confeso del delito. Pero aquí es­
toy aho ra, desterrado a unos sei s c ientos kiló metros de
distancia, casi mudo e indefenso, condenado a muerte y a
la confiscación de mis b ienes. Y to d o p o r haber demos­
trado el interés más sincero a favor del senado ¡Qué me­
recedores son de que a ninguno de ello s se les pueda im­
putar crimen semejante!
» L os mismos que me acusaron p u dieron ver el honor
que suponía para mí tal acusac ió n . Y p ara po derla en-
parece que pueden probar que estoy implicado en tal prác­
para nada sino que además tú misma te has convertido en
víctima del o dio que me tienen a mí. Y, sobre to do, lo que
colma mi desdicha es ver cómo el vulgo no atiende al m éri­
to de la acción, sino a su resultado, pues considera que sólo
las cosas coronadas por el éxito son dignas de realizarse.
Hemos de concluir, por tanto, que lo primero que falta a la
gente presa de la desgracia es la estima de los demás.
14. La sentencia completa es: «Refrena ante todo tu lengua y sigue a
los dioses». Véase G. S. Kirk y J. E . Raven, Losfilósofos presocráticos.
Historia crítica con selección de textos (versión española: Madrid,
1981).
15. Se refiere a Símaco (véase Introducción, pp. 8-9).
48
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
»No quiero hacer memoria ahora de tod o s los rumo­
res , ni de los j uicios dispares y contradictorios del vulgo.
Sólo quiero recordar que la carga final que l a adversidad
LJBRO
49
1, V
Tú acortas los días del frío invierno,
cuando las hoj as de los árb oles alfombran el
suelo
cuelga a sus víctimas es que cuando se les acusa de algo se
pie n s a que bien merecid o lo t ienen. Yo mismo he sido
y das a las noches raudas alas al llegar el
castigado por haber hecho el bien: me he visto privado de
Tu poder gobierna el año c ambiante.
mis bienes, alejado de tod o s mis cargos y h e visto enloda­
Las tiernas hojas que arrebató el soplo helado
da mi reputación. Paréccme estar viendo las cuevas ne­
caluroso verano.
de Bóreas
fandas del crin1en rebosantes de alegría y de j úbilo; a los
las vuelve a traer el dulce céfiro de primavera.
hombres más degenerados tramando nuevas intrigas,
Las sementeras que contempló Arturo 16
mientras la gente honrada se debate por el s uelo, víctima
serán ubérrimas cosechas maduradas por
de nuevas delaciones. Veo al criminal lanzarse impune a
perpetrar nuevos críme�es, acuciado por el p remio que
Sirio17•
le aguarda, mientras el ino cente, falto de seguridad per­
To das las cosas obedecen t u ley antigua
y todas realizan la tarea que les fij aste.
sonal, ni siquiera puede defenderse. Por eso gritaré:
Todo lo gobiernas dentro de sus estrictos
V.
»Creador del ciel o estrellado,
límites
y s ólo te niegas a imponer tu vq�-�ntad
s ob erana
Señor que, sentado en eterno trono,
a los actos humanos.
haces girar el cielo en rápidos movimientos
¿Cómo, s i no, entender los c ambios de la
y obligas a los a stros a seguir tus leyes.
Tú haces que la luna, radiante en su plenilunio,
esconda en la s ombra a las estrellas
cuando refleja la ardiente llama de su hermano
el sol
o que, pálida en s u cuarto menguante,
pierda su esplendor al acercarse a Febo.
escurridiza fortuna?
El inocente se ve aplastado p o r el peso
de un castigo debido al criminal.
Los corruptos son encum brados a altos
trono s ,
y mientras e l malvado pisa e l cuello del hombre
honrado,
Tú haces que el lucero vespertino
barra las estrellas de la noche fría
y cambie después las riendas,
surgiendo como lucero de la mañana
y así haces palidecer sus luces al aparecer el
sol.
16. Estrella muy brillante del hemisferio boreal, p erteneciente a la
constelación del Boyero. Referencia al invierno.
17. Estrella del hemisferio sur perteneciente al Can Mayor. Es la
más brillante del firmamento. Referencia a la estación estival.
,,.
!
su
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFíA :
la injusticia sigue dominando.
El brillo de la virtud se eclipsa baj o espesas
nubes
y el j usto es víctima de imputaciones que
merecen los malva.dos.
No hay castigo para los p e rj uros·
ni se desenmascaran sus arteras mentiras.
Y cuando quieren probar hasta dónde llega
su p oder,
doblegan hasta a los mismos reyes, a quienes
pueblos e nteros reverencian.
¡Oh tú, que fij aste las leyes del universo,
vuelve tus oj os
a
esta tierra miserable!
Somos los hombres una p arte no despreciable
de!ll gran creación y nos vemos vapuleados
por el agitado mar de la fortuna.
Señor del mundo, detén las olas enfurecidas
y da a la tierra estabilidad p erpetua
con el mismo orden que riges el cielo.
[J6R0
1, 5
51
Rey"18• No se alegra con la frecuente expulsión de los ciu­
dadan o s . Y someterse a su fren o es la libertad auténtica,
así como obedecer sus leyes es s er l ibre. ¿ Has olvidado
acas o la más antigua ley de tu ciudad, que concede el sa­
grado derecho de no ser desterrado al ciudadano que h a
elegido levantar s u hogar e n s u suelo? Ningún hombre, por
tanto , ha de temer el exilio si se pone al abrigo de sus mu­
ros y sus fosos. Por otro lado, quien no quiere vivir dentro
de la ciudad es evidente que renuncia a sus derec:;hos.
»No es, por t anto, la vista del lugar lo que me preocu­
p a ahora, síno t u persona. Ni me d etengo tamp o co en la
co ntemplació n de las p aredes de tu biblioteca, decora­
das con cristalería y marfil. E stoy interesada e n el ana­
quel de tu alma en el que en o t ro t iempo depos ité no l i­
bro s, sino lo que les da valor : l a fi l o sofía o las ideas que
contienen.
» Por supuesto que los servicios prestados por ti al bien
común son ciertos, pero demasiado escasos, si miramos
los pingües b eneficios que te han reportado. Es t ambién
conocida la verdad o falsedad de lo s cargos que se te im­
Mientras yo daba rienda suelta a mi continuado do­
putan, como t ambién recordaste. Hiciste bien al p ensar
lor, la Filosofía p ermaneció inmutable. Después con sem­
blante sereno se dirigió a mí, diciendo:
que deb en esclarecerse los crímenes y fraudes de tus de­
S.
-Al verte triste y deshecho en lágrimas comprendí en­
seguida qúe eras un exiliado. De no haber oído tus pala­
latores, tanto m ás que la voz del pu eblo, que to d o lo re­
cuerda, es la m ejor y la más elo cuente manera de difun­
dirlos . Te ensañaste particularme nte contra el pro ceder
bras, no habría sosp echado lo duro y la,rgo de tu destie­
rro. Por alejado que estés de tu patria, .recuerda que no
injusto del senado. Te quejaste igualmente de la acusa­
ción contra mí dirigida y lam entaste la quiebra de tu re­
has sido arrojado de ella. Tú misrno te alej aste, o, s i pre­
fieres pensar que fuiste desterrado, tú mismo te expul­
putación, inju stamente herida.
» Luego, encendido en ira contra la fortuna, deploraste
s a s te. Ningún otro pudo hacer tal cosa. Pues si recuer­
que los premios se distribuyeran sin tener en c uenta los
das la patria de donde pro cede s , verás que no está
regida por el gobierno d el pueb lo, como a ntiguamente
el de los atenienses. "Ahora uno solo es Señor, uno s olo
18. Homero, Ilíada, II, 204.
52
LA CONSOLACIÓN DE LA Fil.OSOFfA
m é r i tos de c ada uno. Y, p o r último , en los vers os de tu
musa irritad a formulaste el voto de que la paz que rige los
cielos gobiern e también la tierra.
»En este estado de ánimo, embargado por afec to s y p a­
siones tan encontrados, tu espíritu zarandeado por el do­
lor, e l pesar y la ira, no está todavía para remedios más
fuertes. Emplearé, pues, medicinas más suaves, a fin de que
el tumor exacerbado por tus agitada s pasiones te permit a
recibir un tratani iento más eficaz, despué s de ablandarl o
.
con nus canCias.
.
VI.
.
» Quien confíe el grano a surcos esquivos
cuand o la conste lación de Cánce r
se abrasa baj o los ardientes rayos de Feb o,
verá rotas sus esperanzas puestas en Ceres
y tendrá que buscar la s o mbra de las encinas.
Nunca vayas a buscar violetas
en el prado florido cuando el furioso Aquilón 19
sopla haciendo t iritar l o s campos,
n i te atrevas a cortar con 1nano codiciosa
los pámpanos en primavera, si es que quieres
gustar los racimos.
Baco prefiere prodigar s us dones en otoño.
Es Dios quien asigna su función p ropia
a c ada estación y no conviene
que el orden establecido p o r Él se vea
interferido.
L o que por métodos violentos
rompe el orden establecido
n o lleva a un feliz desenlace.
19. Viento del norte.
¡JBRO
6.
I, 6
53
» ¿Me permites -dij o ella- que te haga unas cuantas
preguntas p ara descubrir tu estado de ánimo y encontrar
así un mejor tratamiento?
-Pregúntame lo que quieras -le respondí yo.,-. E stoy
disp uesto a contestar.
-¿Piensas que nuestro mundo gira sometido a las fuer­
zas del azar, o crees que está regido por algún principio
racional?
-Nunca h abría po dido cree r que acontecimientos de
tanta regularidad se debieran a la fuerza ciega del azar.
Creo más b ien que es Dios s u creador, y no llegará el día
que pueda apartarme de la verdad de esta creencia.
-Cierto -me dijo ella- , y esto es lo que hace un mo­
mento cantabas en tus versos, en que deplorabas el hecho
de que sólo el hombre escapa a la voluntad divina. Los de:..
más seres ( estás convencido de ello) están dirigidos por la
razón. No acab o de entender, e ntonces, c_9mo teniendo
··:''.(.
tan sólidas ideas pueda tu espíritu s entirse enfermo. No
obstante, ahondemos un p o c o más en tu interior. Sospe­
cho que te falta algo. Si no dudas de que es Dios quien go­
bierna el mundo, ¿puedes decirme de qué medios se sirve?
-No puedo responder a tu p regunta, pues apenas
en­
tiendo lo que quieres saber-le respondí.
-¿No estab a yo, entonces, en lo cierto al pensar que
algo te faltaba? Por ahí se ha abierto como una brecha e n
el fondo d e t u alma, p o r donde se h a colado la fiebre que
te perturba. D ime, si no, ¿ n o has olvidado quizás cuál e s
el fi n d e todas las cosas y la m e t a que persigue la n atura­
leza?
-Sí, lo aprendí alguna vez -respondí-, p ero el dolor
embota mi memoria.
-Y bien, ¿sabes decirme c uál es el principio de donde
vienen todas las cosas?
54
LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOFfA
S í , y ya te dij e que era Dios.
-¿Y cómo es posible que conocien do el principio de las
cosas ignores su fin? Porque las pasiones pueden alterar
al hombre, pero no desarraigado y arrancarlo del t o do .
Quiero que me respondas t ambién _a esta otra pregu nt a:
iJBRO 1, VII
i
ginan la oscuridad de las p asiones e i m p den su verdad� ­
ra contemplación. Intentaré disipar, p o co a p o co, las ti­
-
¿Te acuerdas de que eres ho mbre?
·
nieblas
,
VII.
-¿Puedes decirme, entonces, qué es el hombre?
Si s oplos borrascos o s del Austro20
agitan el m ar,
1
las olas, antes transparentes
como d ía s claros, se enturbian con el fango
e impiden su cont e 1nplación .
Por eso puedo decirte que he encontrad o l a razón de tu
dole ncia y los"fuedios p ara devolverte la salud. Te cegó la
pérdida de la memoria y te llevó a quejarte de tu destierro
Y. del expolio de tus bienes. Y por eso mismo no aciertas a
conocer la fin alidad de las cosas. Piensas que los corrup ­
tos s on po derosos y felices . Y p orque te _olvidaste d e los
Si los torrentes se despeñan
desde l o s altos mont es ,
cho can a veces contra l o s peñ ascos
desprendidos de la cumbre.
De la misma manera, si tú quieres
penetrar en la verda d límpida
y caminar por la senda recta,
medios que interviene n e n el gobierno del mundo, crees
que los vaivenes de la fortuna fluctúan sin rumbo. Todas
»Pero no e s tod avía el momento de emplear remedios
drásticos. S ab emos, además, que cuando el espíritu hu­
n1ano rechaza l a verdad se ve invadido de errores que ori-
» S i espesas nubes
cubren las estrellas,
éstas no pueden difundir su luz.
-Ahora veo la otra c ausa , o mej or, l a mayor causa de t u
dolor -sentenció ella-. N o has llegado a s, aber lo que eres.
estas causas son graves y llevan no sólo a la enfermedad
sino también a la muerte . Pero, gracias al dador d e la
vida, la naturaleza no te abandonó del todo. La idea exac­
ta que tienes del mundo y de su gobierno es la fuente más
importante p ara tu salvación, pues crees que está some ti­
do a un orden divino y no a las fuerzas ciegas del azar. No
temas, pues, ya que de esta chispita s aldrá radiante el ca'
lor de la vida.
de tu alma con sedantes s uaves y así po drás nue­
va mente llegar a ver la luz resplan deciente de la verdad.
-¿Podría no acordarme? -le dije.
-¿�fo preguntas , acaso, si sé que es un s er racional y
mor tal? Lo sé y reconozco que yo lo s oy.
- ¿Y estás seguro de que no eres algo má s ? -insistió ella.
-Nada más.
55
aleja de ti el bullicio,
ahuyenta el temor,
desecha la e speran z a
y desaparecerá el dolor.
D onde reinan todas estas cosas,
la mente se nubla
como atada con fue rtes cadenas21•
20.
Viento que sopla de la parte del sur.
.
21. A lo largo de estos primeros versos se puede advertir y a una de
las ideas fundamentales de Boecio: to do en el mundo obedece a un
orden establecido p or Dios. La misma naturaleza lleva en su
desenvolvimiento a descubrir las leyes que rigen el mundo.
.\
:\¡
ÍIBRO II
..
; ·•
La buena y la malafortuna: Bienes e ngañosos y bienes rea­
les de una fortuna adversa o prop icia.
l.
Después de esto, calló un momento. Y cuando con
un pausado silencio atrajo mi atención, prosiguió de esta
manera:
-Si no me equivoco, al diagnos ticar las c �.� sas de tu do­
"
lo r y tu situación, lo que te duele e s el apego y el deseo d e
tu estado anterior. Su p érdida, tal c o m o te l o hace ver t u
imaginación, e s t á socavando tu e s p íritu. Conozco b i e n
los múltiples disfraces d e l a fortuna, hasta e l punto d e
prodigar fingidamente sus blandas c ar icias a los mismos
a quienes intenta e ngañar, p ara luego abandonarlos re­
pentinamente, sumidos en una insoportable desolación.
Si recuerdas su talante, sus costumbres y s u valor, adver­
tirás que en ella ni tuviste ni perdiste nada de valor. Pero
te aseguro que no me costará mucho traerte todo esto a la
memoria. Solías atacarla con p alabras viriles cuando se
acercaba a ti para seducirte y extraías de mi santuario los
argumentos n ecesarios. Reconozcamos, sin embargo,
que todo cambio repentino de la situación acarrea cierta
conmoción de los ánimos. Por e s o , sin duda, p erdiste
momentáneamente tu habitual serenidad.
57
, . .. ..
58
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
J..IBRO II, I
59
» E s hora, pues, de que tomes y s ab o rees algo ligero y
a sus halagos . Y, lo más importante de todo: una vez s o ­
el c amino p ara una comida más s ólida. Venga, p u e s , la
fuerza persuasiva de la dulce retórica, que sólo s igue el
fir me e inalterable todas las cosas que la fortuna te envíe.
c o n ella la müsica, doncella de m i casa, acompañándo la
con s us canto s , ya graves, ya ligeros .
serías inj usto? Y con tu imp aciencia, ¿no exacerbarías
agradable, que, al ser asimilado p or el cuerpo, preparará
recto camino cuando no s e aparta. de mis princip i o s . Y
» ¿ Qué es, pues, oh h on1bre, l o que t e llevó a l a tristez a
y al llanto? Creo que has visto algo extraño e inesperado.
Pero
re
equivocas si crees que la íor tuna ha cambiado res­
pecto a ti. El cambio es su conducta norrr;ial, su verdadera
natu raleza. En tu caso p articular se h a mos trado cons­
t ante en su propia inconstancia. Es exactamente lo mis­
mo que cuando te adulaba y te seducía con el señuelo de
una felicidad engañosa.
.
»Acabas d��·'a escubrir las caras cambiantes de esta dio­
s a caprichosa. L a que se o c ulta todavía p ara los demás, a
tj s e te ha revelado tal c u al es. S i apruebas sus mo dos,
acéptalos y no te quej es. Pero s i ab orreces su perfidia,
desp recia y rechaza su juego p eligro so. Ha sido p ara ti
metido t u cuello a s u yugo, habrás de soportar con ánimo
Si después de h aber elegido libremente a la filosofía como
dueña y guía s egura de tu vida p retendieras retenerla, ¿no .
una suerte que ya no puedes can1biar? No llegarás a buen
puerto, según tu deseo, si dej a s tus velas a merced de los
vientos. Al echar la se1nilla en el surco habrás de observar
que los años estériles se alternan con los feraces. Si, pues,
te sometiste a l a dirección de la fortuna, tendrás que ade­
cuar tu conducta a esta sefi.ora. ¿Pretenderás, acaso, dete­
ner el rumbo tan cambiante de su rueda? ¿No ves, ¡ oh el
más obtuso de los mortale s ! , que si la fortuna se detiene,
deja de ser lo que es?12•
I.
» Con 1na no dominante,
la Fortuna cam.bia e l rumbo de los
acontecimientos;
motivo de gran p esar lo que deb ería ser una fuente de
y, p recipitándo se c o .m o las agitadas olas del
estar seguro de que no le dej ará. ¿Estimas realmente dig­
aplasta a los reyes antes temidos
paz. Te aba n donó , cierto, aquella de quien nadie puede
na una felicidad llamada a desaparecer? ¿Qué val or p ue­
de tener la fortuna p resente si sabes que no es segura su
Eur ipo23 ,
y levanta engañosa la frente humillada del
vencido.
duración y que s u pérdida te sumirá en el p esar? Si no
puedes suj etarla a tu arb it rio y si su huida trae la r uina de
l os hombres, ¿cómo no considerar su marcha presagio de
calamidades futuras?
-
>}Ni basta con mirar lo que tenemos ante los oj o s : la
prudencia ha de saber prever el resultado de los aconteci­
mientos.
no
Y la misma ambigüedad de la fortuna hace que
seamos víctimas de sus amenazas ni nos dobleguemos
22. El tema de la fortuna o suerte es tratado aquí y en otros capítu­
los de forma magistral. S i n embargo, el tema n o es nuevo, p ues apa­
rece ya en C icerón. La Edad Media y la literatura posterior retoman
el tema de la Fortuna, convirtiéndolo en uno de sus tópicos tanto en
la literatura como en el arte en general. Aparece en Dante, Chaucer y
en nuestro Jorge Ma nrique , por no citar sino los más conocidos. Véa­
se, por ejemplo, Dante, Divina Comedia: Infierno, VII, 6 1 ss.
23. Estrecho de mar que separa Eubea de B eocia, en Grecia, agitado por violentas olas.
·
60
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
No atiende a los desgraciados,
ni le importan sus lamentos.
Se ríe, más bien, de los gemidos
que su mismo rigor hizo estallar.
Éste es su juego> y así nlide sus fuerzas.
Hace ostentación de su gran poder:
en una misma hora ve pasar de la felicidad al
abatimiento.
»Me gustaría ahora tratar contigo algunas cosas con
palabras de la misma fortuna. Juzga tú mismo si sus de�
mandas son justas.
»¿Por qué, hombre mortal, me haces culpable con tus
quejas diarias? ¿Qué mal te he hecho? ¿Te he robado bie­
nes que eran tuyos? Elige el juez que quieras y discute
conmigo sobre la propiedad de bienes y honores. y si me
convences de que alguna de estas cosas pertenece por de­
recho a cualquiera de los mortales, concederé de grado
que reclamas lo que es tuyo.
»Cuando la naturaleza te tra_io al mundo desde el vien­
tre de tu madre, yo te recibí desnudo e indigente y te ali­
menté con mis propios recursos. Siempre dispuesta
ayudarte, te eduqué y crié con largueza, rodeándote del
esplendor y abundancia de mis propios bienes. Y esto es
precisamente lo que te irrita contra mí. Ahora me place
retirar mi mano. Pero recuerda que debes agradecerme el
haber disfrutado de algo que no era tuyo. No tienes dere­
cho a quejarte como si hubieras perdido cosas que eran
tuya s . ¿Por qué, pues, te lamentas? Para nada te he forza­
do. Riquezas, honores y todo lo que se les parece están
baj o nli jurisdicción. Son mis siervos y conocen a su due­
ña. Cuando yo vengo vienen conmigo, y cuando me voy,
desaparecen. Lo afirmaré sin miedo: si fuesen tuyas las
2.
a
'
¡jBRO
61
Il, 2
riquezas que lamentas haber perdido, jamás las habrías
perdido.
. : »¿Soyyo, acaso, la única a quien se niega el ejercicio de
sus derechos? Puede el cielo inundar de luz a los días para
arrojarlos después a la oscuridad de la noche. El año pue­
de cubrir de flores y frutos la faz de la tierra o desfigurarla
hielos y nubes. Se permite al mar acariciar la arena
sus olas o encresparse y rugir con el estruendo de la
tempestad. ¿Y podría yo verme encadenada por la insacia­
ble codicia del horn.bre a una rutina inmutable impropia de
mi naturaleza? La inconstancia es mi misma esencia. Éste
es mi juego incesante, mientras hago girar veloz mi rue­
da, contenta de ver cómo sube lo que estaba abajo y baja
lo que estaba arriba. Súbete a mi rueda, si quieres, pero
no consideres una injusticia que te haga bajar, si así lo pi�
den las leyes del juego. ¿Es que, acaso, desconocías mis
costumbres? ¿Te acuerdas de Creso, rey de Li9.ia, terror de
Ciro, reducido lastimosamente a la miseria y condenado
luego a ser quemado vivo, y que se vio libre por una tor­
menta venida del cielo24? ¿Olvidas también que Paulo
Emilio derramó lágrimas de compasión por todos los de­
sastres sufridos por el rey Perseo, su prisionero 25? ¿No es
éste el coro de las tragedias que lamenta la destrucción de
reinos felices por los golpes caprichosos de la fortuna?
¿No oíste contar, siendo joven, que en el templo de Júpi�
ter había dos· toneles, uno lleno de bienes y otro repleto de
males26? ¿Puedes decir algo cuando hasta el presente has:
recibido más bienes que males, si no me aparté totalmencon
con
24. Heródoto, Historia, l, 75 s s .
25. Tito Livio, Historia
Roma, XIV, 7 ss.
26. Homero, Ilíada, XXIV, 527 ss.
de
62
LA
3r:
te d e ti, si m i misma versatilidad es j usto motivo p ara ti de
p e r ar a vivir s iempre en un mundo privilegiado? No
quieras, por tanto, vivir b aj o tus propias leyes, vivien do
en un mundo que es común para to dos.
».Aunque l a Abundan cia
no cerrara· su cuerno repleto y derramara
tantos dones
como las arenas que remueve el embravecido
n1ar,
o con10 las estrellas que b rillan
en un cielo sereno,
"
e é nero humano seguiría lanzando al viento
su s quejas y nüserias.
Aunque Dios escuchara atento las súplicas de
los mortales,
prodigando sin límites el oro y la riqueza
y colmando al an1bicioso de honores
deslumbrantes,
todo lo repartido se consideraría nada.
La voraz codicia engulle su presa
y abre sus fauces pidiendo m�s.
¿Qué riendas podría n contener en su j usto
límite
la desbocada c arrera de la avaricia,
si co n la m is m a abundancia de generosos
presentes
se enciende a ú n más la s ed de poseer?
Nunca es rico quien tiembla y gime
creyéndose en la miseria.
» Puestas así las cosas, si l a fortuna misma hubiera
hablado contigo en su defensa no habrías tenido razones
para abrir la boca. S i crees, no obstante, que puedes e n
justicia m antener t u quej a, tendrás que hablar. Te doy la
esp erar tiemp o s mejores? ¿Dec aerá tu ánimo? ¿No que ­
rrías más bien entrar en un mundo abierto a todos, sin es­
Il.
63
IJ13R0 II, 3
CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF íA
palabra.
-Pura p alabrería -dije yo entonces- que sabe a retóri­
c a endulzada con miel y música y qu_e sólo agrada mien­
tras se escucha. Los que sufren, en can1bio, dan un sentido
niás hondo a su dolor. Por eso, cuando dejan de o írlas, la
nielancolía interior vuelve a invadir su alma.
-Cierto -replicó ella- que no son estas palabr as el re­
medio de tu m al, sino un s i mple alivio que te ayudará a
suavizar un dolor tan pertinaz. A su t iempo aplicaré algo
que llegue hasta el fondo de tu alma. Y dej a de pe n sar que
eres un
ig
desgraciado. ¿Te has olvidado, acaso, de los m u ­
chos y variados momentos de tu felicidad? Pasaré por alto
que, al quedarte huérfano de padre, estuviste al cuidado
de hombres de la más alta alcurnia. Luego tuviste el privi­
leg io de entrar a formar parte de las familias más distin­
guidas de la ciudad.
conquis t aste
Y el don más preciado del p arentes co:
su afecto antes de ser m iembro de s u familia.
¿Quién no te consideraba el hombre más feliz de la tierra
al ver el esplendor de tus suegros, el recato de tu bella es­
posa y la b endición de abrazar a tus dos hijos varones? No
quiero detenerme en otras cosas rnenores; por eso p aso
de largo las diversas dignidades y cargos que recibiste de
·
;
joven y que fueron negadas a p ersonas mayores que tú.
» Con gusto volveré
a
lo que es la culminación de tu
gloria. Si el disfrute de los bienes terrenos lleva consigo
una sensación de felicidad, ¿ p o dría su memoria quedar
destruida por grande que sea el m al que nos oprime? ¿No
fue día m e morable aquel en que viste a tus dos hij o s s alir
de tu casa entre el cortej o de los senadores y las aclama-
64
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFf;\
dones de la muchedumbre? ¿No fue en verdad fecha
memorable aquella en que ocuparon sus sillas curules
en la curia y en que tú pronunciaste la laudatio regia27
mereciendo la gloria de tu ingenio y elocuencia, mien­
tras en el circo, rodeado de los cónsules tus hijos, arre­
batabas al pueblo expectante que te devolvía los honores
del triunfo?
»Coqueteaste con la fortuna y te rendiste agradecido
cuando se prodigaba en caricias. Conseguiste el don
n1ás preciado que jamás otorgó a un ciudadano. ¿ Quie­
res, acaso, pedirle cuentas ahora? Piensa que es la pri­
mera vez que no te ha mirado con buenos ojos. Si
recuerdas el número y calidad de cosas tristes y alegres
que te han sucedido no podrás negar que has sido feliz.
Por otra parte, si no te consideras afortunado porque las
cosas que entonces parecían felices han desaparecido,
tampoco has de sentirte desgraciado, pues las mismas
cosas que ahora parecen penas insoportables desaparecerán tan1bién. ¿Por qué te tienes por huésped extranjero recién venido al escenario de esta vida? ¿Piensas
encontrar estabilidad en las cosas, si el hombre mismo
v
;::: ;�,���:��g:i:��::, :���:�ªr�;:::;�;J;:����:!��
estabilidad de la fortuna, el último día de la vida se convierte también en una especie de muerte de aquélla, por
segura que se crea. ¿Qué más da, en consecuencia, que
al morir abandones a la fortuna que ella te deje, huyendo de ti?
o
65
U, 4
»Cuando Febo en su carro de fuego
cruza el cielo y comienza a lanzar su luz,
las estrellas palidecen
y se eclipsa el esplendor de su blanca frente
ante los rayos ardientes.
Cuando el bosque, animado por el soplo tibio
del Céfiro,
se viste del carmín de las primeras rosas,
si sopla el Austro nebuloso
arranca las rosas de las ramas.
Muchas veces el mar en calma
¡
irradia grandeza en sus aguas tranquilas,
1
pero sopla el Aquilón
y remueve con el fragor de la tempestad
1
la tranquilidad del mar.
Si tan rara es la faz del mundo,
\
y si tantos cambios experimenta,
¡cómo confiar en las fortunas caducas de los
1
hombres
l.
o en sus bienes fugaces!
Consta, y así está decretado por ley eterna,
que nada engendrado es duradero.
1 -Todo lo que dices es cierto -asentí yo-, oh madre
j verdadera de todas las virtudes. Tampoco puedo negar la
carrera velocísima de mi prosperidad. Pero es precisa­
[ mente esto lo que me quema de dolor al recordarlo. Pues,
de todos los reveses de la fortuna, el más triste es el de ha­
ber sido feliz.
-Que tú sufras -replicó la Filosofía- por un error de tu
c
manera de pensar no puedes achacarlo al destino. Porque
literario de estilo am­
si te seduce el nombre vacío de una felicidad efímera, re-
27. Discurso encomiástico en honor del emperador o del rey,
en este cas o. Se convirtió d espués en género
puloso y retórico.
[JBRO
1
omo
III .
1
1
1
1
1
1
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4.
.':" .'. -
66
LA CONSOLACIÓ N DE LA FILOSOF{.-\
¡- - ÍiBRO II,
4
67
c o nocerás conmigo el gran número y diversidad d e b i e­
ainargura porque algo falta a tu dicha. ¿ Quién es tan feliz
davía intacto lo más preciado que p uede concederte l a
for tuna. ¿ Có mo, entonces, puedes increpar a la desgra ci a,
que esté completamente de acuerdo con su situación? La
natu raleza de los bienes humanos es tan p re caria, que
hace que o no lleguen todos o no duren perpetuamente.
nes de que t odavía gozas . Por don del cielo mantienes to­
disfrutand o de tus mejores bienes? Te hablo. de tu suegro
Símaco, que todavía sigue vivo, hombre eh pleno vigor y
la gloria más ilustre del género humano, lleno de ciencia y
de virtud. Y lo que es m ás, un h ombre por quien gusto s o
darías la vida, que no mira sus sufrimientos y llora por l o s
tuyos. Vive tarnbién tu e sposa, mujer incomparabl e p or
su modestia y nobleza de espíritu y que es, lo diré en una
p alabra, digna hija de su padre. Vive, sí, hasta el punto de
que, has t iada de esta vida, sólo vive para ti. Suspira y se
consume en lágrimas, sufriendo por ti, algo que, c once­
dería gustos_!!, m engua tu felicidad.
» ¿ Qué
más. diré de tus hij o s cónsules,
que ya reflej an
( e n cuanto lo p ermite la eda d ) la in1agen y el talento de
.su padre y d e su abuelo? Si, p ues, la preocupación prin­
c i p al
de l o s mortales es conservar la vida, ¿por qué no
has de reconocerte como el hombre afortunado que con­
s erva todavía ahora b ienes más preciosos que la misma
vida? Seca ya tus lágri1nas. La fortuna no te ha abando­
nado del t o do ni la tormenta se abatió sobre t i con tanta
fuerza. S e mantienen firmes las áncoras que no p ermiti­
rán que d esaparezcan el consuelo de hoy y la esp e ranza
del mañana.
-Y pido que no me abandonen - dije yo ent on ces-.
M ientras las anclas estén echadas, cualquiera que s ea el
rumb o de las cosas, nos libraremos del naufragio. Pero,
ya ves cómo ha decaído mi dignidad.
-Si no e stás descontento del to do de tu suerte, algo he
c onseguido -repuso la Filosofía- . Pero no puedo aguan­
tar más esa cantinela constante con la que expresas tu
A éste le sobran las riquezas, pero se avergüenza de su hu­
milde cuna . En ca1nbio, este otro, famoso por su nobleza,
preferiría no ser conocido, encerrado como está en la es­
trech ez de s u econo1nía doméstica. Hay qu ienes tienen
nobl eza y d inero, pero lamentan no estar casados. Hay
quien hizo un buen partido casándose, pero no t iene hi­
j os y se queja de que amontona dinero para un heredero
extraño. Otro, en fin, que se alegró con una p role de hij os
e hijas, llora desconsolado los extravíos de éstos. Nadie,
por tanto, se contenta fácilmente con su suerte. En todos
hay algo que apetece el que no lo conoce y que aborrece el
que ya lo ha experimentado. No olvides que c uanto m ás
feliz es el hombre, 1nás ávido de felicidad es. Y si no tiene
a mano cuanto desea, se abate ante el menor revés . ¡ Tan
poco acostumbrado está a la adversidad ! ¡ Tan insignifi­
cantes son las contrariedades que impiden a los privile­
giados de la fortuna llegar a la fel icidad m á s perfecta !
¿Cuántos hombres piensas que creerían estar alcanzando
el cielo si llegara hasta ellos una inínima p arte de las so­
bras de tu fortuna? Este mism o lugar, que tú llamas des­
tierro, es la patria para sus habitantes. Nada tan cierto
como que las desgrqcias sólo existen en la imaginación. Y,
al contrario, toda suerte es buena para el que to do lo reci­
be con ecuanimidad. ¿Quién es tan feliz que no quiera
mudar de condición, después de haber fracasado en su
intento? ¡ Cuántos pesares amargan la dulce felicidad hu­
mana! Al que disfruta de ella l e puede parecer dulce, pero
nada puede impedir que s e vaya cuando ella quiera. Verás
por ello cuán miserable es la felicidad de la vida humana:
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFiA
68
ni dura mucho tiempo en los que la disfrutan ni satis face
del todo a los que la persiguen.
»¿Por qué, pues, oh mortales, buscáis fuera una felici­
dad que está dentro de vosotros? El error y la ignorancia
os confunden. Te haré ver brevemente la felicidad plena.
¿Hay algo más valioso para ti que tú mismo?
»«Nada", me responderás.
»Si, pues, eres dueño de ti mismo, serás poseedor de
bien que
querrías perder ni la fortuna podría qui­
tarte. Y para que reconozcas que la felicidad no puede
consistir en estas cosas pasajeras, presta atención. Si la fe ­
licidad es el sumo bien de la criatura racional, que nadie
puede arrebatar (y todo lo que puede ser arrebatado no es
el sumo bien, ya que es superado por lo que no se puede
quitar), entonces, la fortuna, por su misma inestabilidad,
no puede aspirar a llevar al hombre a la felicidad. Atiende
además a esto: "el hombre que es arrastrado por esta feli­
cidad, ¿sabe o no sabe que ésta es mudable? Si no lo sabe,
¿qué clase de felicidad puede hallar con la ceguera de su
ignorancia? Si, por el contrario, lo sabe, no podrá evitar
el miedo a perderla, pues no duda que la puede perder. Y
así el temor constante le impide ser feliz. ¿O piensa quizás
que, si la pierde, no pensará más en ella? De ser así, no
deja de ser una prueba más de lo frágil que puede ser un
bien cuya pérdida nos deja indiferentes.
»Ütra razón. Me consta que eres hombre convencido
por innumerables pruebas de que el alma humana no
puede n1orir. Es claro, además, que la felicidad que de­
pende del azar acaba con la muerte del cuerpo. No cabe .
dudar, por tanto, que si la muerte nos puede arrebatar la
felicidad, todo el género humano se precipita en la mise­
ria de la muerte. Sabemos, por otra parte, que muchos
hombres han buscado la felicidad no sólo en la mu,e rte,
un
nm.h.:a
ciBRO Il, 5
69
sino también en los suplicios y los dolores. ¿Cómo, en­
tonces, ha de ser posible que la vida presente haga felices a
los que la otra no hace desdichados?
»Quien, prudente, quiere fundar
su casa sobre cimiento sólido
y no desea verse abatido
por los vientos fuertes del Euro28,
evite decidido el océano amenazador,
aléjese de las altas cumbres,
azotadas por el ímpetu del Austro
y las movedizas arenas que se niegan a
soportar
el peso de la casa.
Huya la peligrosa aventura
de lugares que agradan a la vista,,: "
y fije seguro su morada sobre la roca humilde.
Aunque soplen furiosos los vientos
sembrando de ruinas el mar,
tú, alejado y en paz,
confiado y feliz dentro de tus fuertes muros,
llevarás una vida serena
riéndote de las iras del viento.
5. »Como veo que ya la fuerza de mis razonamientos
empieza a hacer su e.freto en ti, pienso que ha llegado la
hora de en1plear otros m
. ás enérgicos. Pues bien, conce­
damos que los bienes de la fortuna no fueran caducos y
momentáneos. ¿Hay algo en ellos que puedas hacer alguIV
28.
Personificación del viento del este o del suroeste .
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
70
na vez tuyo? ¿O, si lo consideras con atención, habrá algo
en ellos que no resulte vil y despreciable? ¿Qué hace p re­
cio s as a las riquezas: el hecho de poseerlas o su propia
turaleza?
¿Y
na­
qué e s p referible: el oro o el p o der de una
riqueza acumulada? Pero el dinero brilla más cuando se
JJ.l3R0
71
U, 5
la m ism a manera nos alegram o s con l a contemplación
del m ar, del cielo, de las estrellas, de l a luna, del sol. ¿Aca­
so te pertenece algo de todas estas grandezas? ¿Te puedes
jactar del brillo de estos astros? ¿ Te puedes ufanar con las
galas de las flores de primavera? ¿O es obra tuya la explo­
gasta que cuando se amontona en el arca. Por eso mismo
sión de vida que exh iben los frutos del otoño? ¿Por qué te
de permanecer con uno mismo, el dinero adquiere p reci ­
nunc a h ará tuyas las cosas que la naturaleza te negó. Cier­
to que los frutos de la tierra están destinados a alimentar
la avaricia hace odiosos a los avaros y fam osos a los que
dan con largueza. Y puesto que lo que se da a otro no pue­
samente m á s valor cuando con largueza se hace p asar
a
otros, dej ando de p oseerlo. Así, si este misn10 dinero pu­
diera llegar a 1nano s de uno s olo, reunido de to d as las
partes del mundo, haría p obres a todos los demás hom­
extasías con alegrías tan vanas y te dejas abrazar por bie­
nes que están fuera de ti y que no s o n tuyos? La fortuna
a Jos seres vivos, pero si lo que quieres es satisfacer_ sola­
mente tus necesidades (y esto es lo que la naturaleza exi­
a l o s o ído s entera y sin mengua, v uestras riquezas no
ge ) , no tiene sentido p edir l o superfluo a la fortuna. La
n aturaleza se contenta con p o cas y sencillas cosas. S i a lo
suficiente p or naturaleza se añade lo superfluo, se conver­
las repetidas veces. Lógica1nente, hacen más p obres a los
»Piensas, quizás, que lo elegante es destacar por la va­
bres. Contrariamente a lo que sucede con la voz, que llega
pueden ir a p arar a manos de muchos so pena de dividir­
tirá en algo feo, cuando no dañoso.
m ismos que abandonan. ¡ Cuán pobres y m iserables, por
riedad de los vestidos. Pero si el vestido exterior es lo que
das juntas . Y si uno las hace suyas, trae la pobreza a los
tej ido o a la maestría del sastre. ¿O te hace feliz tener una
» ¿Ofusca tus ojos el fulgor de las piedras preciosas? Re­
entonces harán de tu casa una c arga p eligro s a y alta­
consiguiente, son las riquezas ! Nadie puede poseerlas to­
arrastr a a los oj os, nü admiración irá hacia la calidad del
demás.
larga fila de servidores? Pues atiende: o son viciosos, y
p ara, sin embargo, e n que si hay algo valioso en su brillo,
mente h o s ti l a su dueño, o s o n honrado s .
as ombro a nte l a arrebatada admiración de l o s hombres
dad aj enas?
Y,
entonces,
es de las p erlas, no de los hombres. No salgo, pues, de m i
¿cómo contarás entre tus r i quezas la honradez y prob i ­
. p or ellas. ¿ Cómo puede p arecer h ermoso por definición
»De todo esto se deduce clarainente que ninguna de las
cosas que tú encuentras entre tus b ienes es tuya. Y si n in­
a los ojos de un ser dotado de vida y razón algo que no tie­
n e vida ni movimiento? Esas piedras,' por ser obras del
guna de e llas es digna de apetencia por su bondad intrín­
lleza, pero inferior a tu rango, de manera que n o p ueden
Si por n aturaleza son deseables , ¿en qué medida te afecta?
Creador y por su ulterior destino, pueden tener cierta be­
merecer tu admiración.
» ¿Te deleita la b elleza del campo ? ¿Y por qué no, si es
una parte hermosa de la obra b ellísima de la creación? De
seca, ¿ por qué llorar su pérdida o alegrarse por su p osesión?
Serían igualmente apetecibles si no te p ertenecieran. No
son valiosas porque vinieron a constituir tu riqueza, sino
porque te p arecían preciosas -preferiste hacerlas tuyas.
72
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF{A
73
LJBRO ll, V
»¿Qué es lo que buscas con semejantes gritos contra la porque cuando un objeto queda realzado por sus ador­
fortuna? ¿No será, según creo, que quieres ahuyentar la nos postizos, lo que se alaba en realidad es lo que aparece
indigencia con la abundancia? Si es así, has errado el ca­ la vista. Pero lo que ocultan las apariencias y los velos
mino. Se necesitan muchos más medios para mante ner permanece en su misma fealdad.
esa vida de tanto lujo y ostentación, haciendo cierto el
»Me niego a afirmar que sea bueno lo que puede <lanar
proverbio que dice: "Mucho quiere el que mucho tiene" . su poseedor. ¿Miento, acaso? «En modo alguno", dirás.
Y, por el contrario, es cierto también aquel otro refrán:
pues bien, las riquezas perjudicaron muchísimas veces a
"no es más rico el que tiene, sino el que menos nece­ sus poseedores, ya que los más criminales de entre los
sita" y mide sus necesidades por la naturaleza y no por los hombres (los más avaros del bien ajeno) están conventi­
excesos de la ostentación.
dos de que ellos solos son dignos de poseer todo el oro y
» ¿Tan carente estás de bienes propios internos, que vas piedras
preciosas que existen. Gimes a�ora � ajo la angus­
a buscarlos fuera y lejos de ti? ¿Tan cambiado está el or­ tia y el miedo al palo y la espada, pero s1 hubieras entrado
den del mundo, que un ser divino por su razón, como es en el camino de esta vida con los bolsillos vacíos cantarías
el hombre, puede pensar que su único esplendor estriba de alegría a la vista de un ladrón. ¡Rara felicidad la de las.
en la posesión de las cosas inanimadas? Las demás criatu­ . riquezas humanas, que cuando se adquieren dejas de es­
ras se contentan con su propio bien, pero tú, cuya 1nente tar seguro!
está hecha a imagen de Dios, tratas de adornar tu natura­
leza superior con viles objetos y olvidas la gran injuria
que cometes contra tu Creador. Él quiso que la especie
V. »Dichosa aquella edad primera
hu111ana estuviera por encima de todas las demás criatu­
que, contenta con los frutos ciertos del campo,
ras, pero tú te has degradado hasta la más vil de todas
crecía robusta, lejos del lujo enervante,
ellas. Pues si convenünos en que todo bien es más valioso
y encontraba en la simple bellota
que aquel que lo posee, y si tú estimas dignas de ti las co­
el alivio a sus prolongados ayunos.
sas más despreciables, entonces habremos de concluir
No sabía fundir las delicias de Baco
que tu n1isma apreciación te sitúa por debajo de esas mis­
con el néctar de la miel,
mas cosas. Tal es, en verdad, la condición de la naturaleza
ni teñir con púrpura de Tiro
humana que el hombre se encumbra por encima del resto
las espléndidas sedas de Oriente.
de la creación en la medida en que reconoce su propia na­
El verde césped ofrecía sueño reparador
turaleza. Y cuando la olvida se hunde por debajo de las
y bebida la rápida corriente del arroyo,
bestias. Que los demás seres vivos no sepan lo que son es
y sombra los altos pinos.
natural, pero que lo ignore el hombre es una degenera­
Todavía los hombres no habían surcado el
ción. ¡Tan1año error llegar pensar que puede ennoble­
Océano
certe algo que no te pertenece! Además es imposible,;
ni el extranjero visitaba nuevas playas
a
_
a
más
a
1
:¡
l . .
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOfi.i\
74
en b usca de mercancías exóticas . .
Las trompetas d e guerra callaban en s ilencio
y los campos no estaban teñidos de s angre,
·
vertida por implacables o dios .
¿Qué razón hub o para despertar el furor de la
guerra
y mover las armas contra el enemigo,
c uando to dos veían con horror las atro ces
heridas
y no el premio d e la sangre derramada?
Oh, si nuestros d ías volviesen
a
las sencillas c os tumbres de antaño . . .
Pero, más furiosa que las llamas del Etna,
hierve y nos arrastra la p asión de poseer.
¿quién sería el primero qu e desenterró
¡�y! ;
1
-
O I
I, 6
JJBR
,.
75
» ¿ Q ué es, pues, ese p o der vuestro tan ilust re y tan
ap etecido? ¿No os dais c uenta, criaturas terrenales, de
quiénes son esos hombres s obre los que creéis ejercer au­
toridad? ¿ Podríais contener una estrepitos a carcaj ada si
vierais que un simple ratón se arrogara la j urisdicción y el
p oder sobre los demás? Pongamos el caso del cuerpo hu­
mano : se puede imaginar algo más débil que el hombre,
/
que con frecuencia cae muerto por la picadura de un in­
secto o por un microb io depositado en sus entrañas? ¿Y
quién tiene derecho al guno sobre otro hombre, a no ser
sobre su cuerpo o algo i n ferior al cuerpo, como son sus
bienes? ¿Acaso se puede man dar algo a un espíritu libre?
¿Se p uede arrebatar la tranquilidad interior a u n alma en
paz consigo misma y firmemente anclada en la razón? Un
tirano p ensó que p o dría obligar a un ciudadano l ibre a
el oro y los diamantes, amigos de o cultarse en
.que denunciara a los có1nplices de una conjura contra él.
y puso ante nosotros p eligros de tal p recio?
dientes y la escup ió a la cara del c ruel t irano29• De este
lo hondo de la tierra,
El ciudadano se mordió la lengua hasta cortarla con los
m odo, aquello que el tirano creía acto de crueldad, el sa­
equiparáis al cielo, desconocedores como sois de la digni­
bio l o convirtió en 1nateria de virtud. ¿Hay algo, pues, que
un hombre pueda hacer a otro que. é l mismo no pueda su­
dad y del p o der verdaderos? Si llegaran a. caer en manos de
cualquier malvado, ¿qué erup ción del Etna y qué diluvio
» Nos cuenta la historia que B u s iris30 hacía degollar a
6.
»¿Qué decir de las dignidades y del poder que vosotros
frir de manos de otro cualquiera?
podrían o casionar tanta ruina? Recuerdas, estoy seguro de
cuantos extranj eros llegaban a Egipto, hasta que él mis­
mo fue n1uerto a manos de Hércules, su huésped. Régulo
lar, principio y origen de t odas las libertades. Ahora bien,
sometió a cadenas a muchos prisioneros cartagineses,
ello, que tus antepasados intentaron abolir el poder consu­
ello se debió a la arrogancia de los cónsules, quienes por
una causa semejante habían hecho desaparecer de Roma el
título de rey. Si, por el contrario, en el caso rarísimo de que
las dignidades se dieran a hombres honrados , ¿no es la
·
.
honradez de �u gestión lo que en ellos se estima? De lo que
· se deduce que no se honra a la virtud en razón del cargo,
.
',_ · sino al cargo por la virtud del que lo ejerce.
29. Aw1que no aparecé; el nombre de este filósofo en el texto de Boe­
cio, D iógenes Laercio, en su obra Vidas de los más ilustres filósofos
griegos, afirma que fue Zenón de Elea. El mismo Zenón atribuye
esta historia a Anaxarco de Abdera y al tirano chipriota Nicrocreon­
te. Otros prefieren atribuírsela a Anaxágoras.
30. Rey legendario de Egipto.
76
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
p ero no mucho después h ubo de entregar sus manos a las
cadenas de los vencidos3 1 • ¿Se p uede, pues, conside r a r
com o po der el de aquel hombre que no puede impedir
h aga con él lo que él mismo hizo con otros? Si, además,
se
en
esos honores y cargos hubiera algún bien natural e intrín­
s ec amente bueno, no caerían nunca en m anos de co­
rrup t o s y malvados . Porque, en efe cto, nunc a se junt an
elementos contrarios, ya que la naturaleza rechaza tal
unió n . No hay duda, por tanto, de que la mayor p arte de
los c argos los desempeñan los malvados, y es igualme nte
claro que los cargos no son i ntrínsecamente b uenos, pues
77
IJBRO II, VI
río : ni las riquezas, ni el p o der, n i las dignidades merecen
que se les aplique ese nombre.
. »Termino diciéndote que la mis m a conclusión puede
extenderse a todo lo que significa la fortuna. Está demos­
trado que no hay en ella nada apetecible, nada que tenga
valor propio. No siempre se as oeia a los buenos, ni hace
b uenos a aquellos con quienes se asocia.
VI.
»Sabemos cuánta muerte acumuló
aquel monstruo que tras poner fuego a la ciudad
van v inculados a gente c o r r upta. Lo mismo habría que
condenó a muerte a los senadores
conc luir respecto a los bienes de la fortuna, ya que van a
parar en mayor abundancia a manos de personas no hon­
y mató a su propio hermano.
Manchó sus manos con.la s angre de su madre
asesinada,
y con una mirada errante
sobre su yerto cadáver,
sin lágrimas en sus mejillas
llegó a ser censor insensible de su ajada
belleza.
Este mismo, sin embargo, rigió a los pueblos
que Febo ilumina cuando s ale de las aguas
por Oriente,
a los que oprime el frío Sep tentrión
y a los que abrasa el seco Noto32•
¿Pudo, por ventura, este inmenso poderío
cambiar el loco frenesí de Nerón33?
Oh, qué de s tino tan terrible
radas . Hay que hacer otra consideración al respecto. Na­
die duda de que quien ha d a do muestras de valentía es un
valiente, ni de que un ho1nbre dotado de rapidez es veloz.
De la m isma manera, la m úsica hace al músico, la n1edi­
cina a los médicos y la retórica
a
los oradores. Lo propio,
pues, de cada disciplina es p reparar para el ej ercicio de la
misma. No se entromete en operaciones contrarias a ella
y, en la práctica, rechaza las opuestas. Pero las riquezas no
pueden s aciar la avaricia. El po der es incap a z de hacer
dueño de sí mismo al que es prisionero de las cadenas in­
s olubles de sus vicios. Y c u ando un alto cargo recae en
hombres indignos, lej o s de hacerlos dignos, los delata,
haciendo patente su indignidad. Y esto, ¿por qué? S im­
plemente porque os contentáis con dar falsos nombres
a
las cosas y les atribuís una naturaleza que no tienen. Pero
los rnismos hechos se encargan de demostrar lo contra-
:; 1 . Cf. Cicerón,
De Officiis, III, 99.
32. Viento cálido del Sur.
33. Para presentar aquí la
figura nada ej emplar de Nerón, Boecio s e
apoya en la memoria histórica transmitida por historiadores como
Tácito en sus Anales y Suetonio en Los doce Césares.
78
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFí
A
el de la espada d el malvado
LJBRO
79
I I, 7
nombre de hon1bres impo rtantes, sino tan1po co la de ciu­
dades . Ya Cicerón, en una de sus obras, alude al hecho de
cuando se alía con el veneno.
- S abes muy bien -dij e entonces a la Filos o fía - lo
poco que me ha dom inado la ambición de l a s cosas mun­
7.
danas. Si opté por la p olíti c a fue con el inte·nto de que nlis
energías no se atrofiaran .
-Y es to es precisam ente - contestó ella - l o que encan ­
dila a las m entes superiores , pero que todavía no h a n lle­
gad o al último grado de la perfecció n: la p as i ó n d e la
glo ria y la fama de h ab er servido a la repúblic a con los
inej ores servici os. Pero deténte a consider ar ahora u n
ideal tan p obre y tan insignific ante. Sab e s bien por las de­
mostracio nes de los as tró nomos que, en relación a l a es­
fer a celeste, la tierra tiene el tamaño d e u n punt o . Es
decir, que, c ¿;-lí-ip arada con la magnitud infinita del cielo,
se p uede p ensar que la tierra no tiene extensión alguna.
La superfici e de la tierra, por tanto, es bastante pequeñ a,
y d e ella, como sabes por Ptolmneo , sólo una cuarta p arte
habitada por seres vivos n o s es conocida . Si de ésta quitas
mentalm ente la ocup a da por m a res, lagos y la vasta re­
gión de los desiertos, apenas queda una sup erficie redu­
cidísima para que el h o mbre pueda vivir en ella. Y,
encerrado s y amurallad o s en un m ínimo espacio d e un
deternlina do punto, ¿soñáis saltar a la fama y dar a cono­
cer vuestro nombre? ¡ Corno si una gloria encerrada den­
tro de límites t an estrechos y apretad o s p udiera tener
algún brillo y esplendor!
>, Recuerd a, aden1ás, que en este estrecho recinto en
que vivimos tienen su m or ada nun1ero s o s p u eblos con
· ·
lengua, costumbres y modo de vida diferentes . Por la difi­
c ultad de los viaj es , la diferencia de lengua y el e s c aso
co mercio, n o llega a esto s pueblo s no s ólo l a fam a y re-
que en su tiempo la fan1a de Roma no h ab ía traspasado
eso que Ron1a había llega­
las montañas del Cáucaso .
¡Y
do ya a su época adulta y era temida por los p artos y otros
p ueblos limítrofes!
,
»¿No veis, por tanto, que estrecha y lim itada es la glo .
.
ria que tratáis de dilatar y prop agar? ¿Acaso allí donde l a
fama del hombre romano n o pudo llegar p o drá cono cer­
se la gloria de uµ ciudada no de Roma? ¿Y qué decir de las
costumb res e instituciones de estos pueblos tan diferen­
tes que lo que unos j uzgan digno de alabanza, p ara otros
merece el suplicio? De donde resulta que aun aquello s
a
quienes seduce la gloria no son cap aces d e llevar su nom­
bre a muchos pueblos. Así, pues, conténtese cada uno con
que su gloria esté presente entre los suyos y con que el bri­
llo de su preclara inmortalidad se limite a los confines de
su propia p atria.
» ¿Cuántos hombres famosos en s u tiempo cayeron en
el olvido por falta de historiadores que s e a cordaran de
ellos? Y, a pesar de esto, ¿de qué pueden servir esas histo­
rias, si ellas y sus autores se hunden en u n más largo y
oscuro olvido? Pero vosotros creéis asegurar vuestra in­
m o r t alidad cuando s o ñáis en vuestra gloria venidera.
Pero si se compara l a duración del tiem p o cqn la eterni­
dad infinita, ¿qué sentido tiene gloriarse de la perennidad
del propio nombre? Si se compara un instante con diez
m il aüos (aunque el espacio de ambo s es bien definido) ,
encontrarás alguna fracció n real de tie1npo, por mínima
que s ea, que exprese dicha diferen cia. Adviertes, sin em­
b argo, que este número d e años o su múltiplo, por grande ·
que sea, no admite comparación con l a e ternidad infini­
ta. Porque, aunque las cosas finitas p ue d e n compararse
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF{A
80
entre sí, nunca se podrán c omparar las cosas finitas c on
las infinitas . D e tal manera que la fama de un hom bre ,
p o r mucho que se perpetúe, si se compara con la ete rn i-
81
JJBRO Il, VII
cielo, ¿no despreciará todo lo de este mun do al gozar del
cielo y se sentirá feliz p o r hab er dej ado la tierra?
dad interminable, se ha de estimar no sólo p e queña, s ino
VII .
totalmente inexistente.
»Quien con ansia de espíritu
suspira por la gloria
» Pero vosotros no sabéis obrar bien si rio ponéis vues­
tra mirada en el favor p op ular y en vanos rumores. Dej áis
a un lado la excelencia de la conciencia y de la virtud y co­
rréis en busca del premio en las habladurías del vulgo .
y la estima bien supremo,
que contemple la inmensidad del firma1nento
y la compare con el estrecho recinto de la
ridiculizó la frivolidad d e este tip o de arrogancia: u n
se sentirá confuso y avergonzado
fals o n01nbre de fi l ósofo, l levado no por amor a la
de llenar el círculo del mundo.
tierra:
Q u e no se te olvide este r asgo de ironía con que algu ien
de llevar un nombre incapaz
hombre llenó de insultos a otro que se daba a sí mismo el
ver­
dadera virtud, sino p o r vanagloria. Quería el primero
¿Por qué, hombres soberbios,
cerciorarse de si era verdadero filós ofo, p ues entonces to­
ese vano intento de hurtar el c uello
leraría humilde y pacientemente las injur i as recibidas. El
fals o filósofo aguantó con p aciencia la inj uria durante un
al yugo de la muerte?
momento. Después, con san gre fría y como insultándole,
Quizás su fam a llegue a tierras r�:motas
y las lenguas desatadas la difundan a todo
que el otro contestó: "Me habría dado cuenta si te hubie­
lugar.
Quizás su casa brille con títulos ilustres,
le d ijo: "¿No te das cuenta de que soy un filósofo"? A lo
ras callado"34•
» ¿Qué les puede quedar> entonces, a esos h o mbres im­
pero la muerte desprecia la gloria altanera
fa m a en vez de virtud? ¿ Qué, repito, les p uede quedar de
que sobre los p o derosos.
e iguala a los más baj o s con los más altos ,
planeando lo mismo sobre l o s huxnildes
portantes ( p ues de ellos e stoy hablando) que buscan
¿ Dónde e ncontrar hoy los hues o s ilustres del
una fama perecedera, una vez que el cuerpo h aya sido di­
fiel Fabricio?
suelto p o r la muerte? P u e s s i to do el hombre muere en
¿Dónde está Bruto o el severo Catón35?
Sólo queda una tenue fama
que evoca un nombre vano en unas pocas
cuerpo y alma ( algo contrario a nuestro s p rincipios) , la
fama queda reducida a nada, ya que la persona a quien se
le atr ibuye ha dej ado de exis tir. Pero si un alma bien cons­
letras.
ciente de sí misma, libre de su cárcel terrena, se dirige al
34.
re:
Anécdota transmitida por Plutarco en A1oralia, De vitioso p udo­
«El insensato se ríe de su vecino, el sabio guarda silencio».
35.
Fabricio, Bruto, Cat ón, son ejemplos romanos clásicos de aus­
teridad, justicia y rigor.
82
LA CONSOLACI ÓN DE LA FILOSOFfA.
Podemos conocer sus nombres gloriosos,
pero ¿se puede saber quiénes los llevaron?
Yacéis en el más p rofundo olvido
y por grande que sea vuestra fama
83
LJBRO II, V llI
a rra stra muchas veces a los homb res prendidos en su ar­
pón y los devuelve a la verdadera felicidad. ¿ Crees ahora
insig nificante que la hosca y terrible for tuna te haya des­
c ubierto el corazón de tus amigos? Te h a descubierto el
rostro de tus verdaderos y falsos amigos . Y al abandonar­
no permite cono ceros bien .
Pues si creéis que l a fama
puede alargar la vida de un nomb re n1ortal,
llegará un dfa en que se os arrebate también
todo eso
y ya no os quedará más que una s egunda
te, se llevó consigo a sus amigos. Y te dejó a los tuyos.
» ¿No habrías pagado tú lo indecible por este favor an­
tes de ser visitado por la desgracia y cuando, según creías,
ella te sonreía? Llora ahora las riquezas p erdidas, pero re­
co n o ce que has enco ntrado la más valiosa de to das : los
amigos .
muerte.
» Pero no c reas que estoy haciendo una guerra inexo­
rable contra la fortuna. A veces los hombres se dan cuenta
8.
de l a s malas jugadas que l e s hace, como cuando descu­
bren lo que es, desvela su ro s tro y p oner de manifiesto sus
mala s a r tes. Quizás n o entiendas todavía lo que estoy di­
ciendo. Trato de decir algo muy p articular; por eso, ape­
./P
6"l
nas s i encuentro palabras p ara explicártelo
ienso, en
efecto, que la fortuna aprovecha más a los ho b res cuan­
do l e s e s adversa que cuando les es propicia. La buena
fortuna siempre engaña con sus falsas apariencias de feli­
cidad. L a adversa siempre e s sincera, pu'es en s u misma
nlutabilidad demuestra lo que es: inestable. La primera
engaña, la s egunda instruye. Aquélla seduce con sus fal­
sas riquezas, seduce el alm a de los que disfrutan de ella.
Ésta, en cambio, lib era a l o s hombres p o r el reconoci­
miento de lo frágil que es la felicidad. Así, pues, habrás de
imaginar a la buena fortuna como voluble y a m erced del
viento, s iempre ignorante d e sí misn1a. A la mala la verás
sobria, .r ecatada, prudente, porque tiene� l a experiencia
de la desgracia. Finalmente, la llamada buena fortuna,
con sus hal agos, ap arta del b ien verdadero, y la adversa
V III.
» S i el universo en cambio consta nte
c onserva una armonía;
si los elen"l entos sellan la p az,
siendo entre sí dispersos y disp ares;
si Febo trae en su carro de oro
la luz rosada del día;
si Febe preside las no ches
guiadas p o r H éspero36; .
si el mar detiene las olas
dentro de unos lín"l ites prefij ados;
si la tierra indecisa
no extiende a lo lej os sus fronteras,
y si toda esta serie de fenómenos
se suceden en la tierra, en el m ar y en el cielo,
es por la fuerza del amor.
Si éste afloj ara las riendas,
todas las cosas que ahora viven en p az,
36. Personificación del lucero de la tarde.
84
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
irían a una guerra cruel.
Y si ahora la perfe c t a conjunción de to dos
crea la armonía de sus movimientos ,
entonces librarían continua guerra
p ara destruir la m áquina del mundo.
Es el amor el que une a los pueblos
y los mantiene en el vínculo sagrado de la p az.
Es el amor el que estrecha la santidad del
matrimonio
con la más casta ternura.
Es el amor el que promulga las leyes
de la más fiel amistad.
¡ Oh, feliz género humano,
si el Amor que rige los cielos
gobernara también los corazones37!
37. S e puede ver aquí la síntesis del libro II: el amor e s la fuerza que
empuja y une todos los seres: a los hombres, a los pueblos, a las fa­
milias . El amor es el que dicta las leyes de la amistad. Es el que detie­
ne la guerra. El poema termina con un deseo: ¡ Oj alá que el amor que
rige los delos gobierne los corazones! Boecio combina aquí elemen­
tos de d iversas escuelas y filósofos, como los estoicos y los presocrá­
ticos Heráclito y Emp édocles. En conclusión: el mundo no está
sometido a los vaivenes de la Fortuna; el Amor mantiene el orden y
la permanencia en el cosmos.
LIBRO III
Todos los hombres buscan la felicidad, que n o se encuentra
en los bienes particulares, sino en D ios, bien u niversal y su­
p rem o.
l.
Ya había ella terminado su canto, pero yo, ávido de
escu charla, seguía absorto, pendientes nlis o ídos de la
dulzura de sus versos. Pasado un instante, me dirigí a ella:
-Oh, tú, el mayor cons iielo de los espírit».{> abatidos -le
dij e - . Cómo me han confortado la c adencia de tu voz y la
solidez de tus consej o s . Desde ahora ya no m e sentiré in­
capaz de arrostrar los golpes de la desigual for tuna. Me
hablaste de remedios demasiado ásperos. Pero no sólo no
los aborrezco, sino que estoy dispuesto a o ír te 1nás, y te lo
pido fervientemente.
-Lo adivinaba -respondió ella- al ver con qué silencio
y atención captabas mis p alabras. Te diré más: esperaba
de ti esa tu actitud de esp íritu. O, m ej or d icho, yo la des­
p erté en ti. Quizás lo_ que me queda por d ecirte te amar­
gue al paladearlo, pero, una vez asimilado, experimenta­
rás dulzura.
» Decías que estabas ávido de escucharme. Lo estarías
más si supieras a dónde quiero llevarte.
-¿A dónde? -le dij e.
-A la felicidad verdadera -contestó ella-. A esa felici85
86
LA CONSO LACIÓ N DE LA FILOS
OFíA.
dad con la que sueñ a s , p ero que no puedes ver p orqu e tu
mente está ofuscada p o r sombras engañosas.
-El afán de los mortales, atizado p o r múltiples pasio­
n es , discurre por caminos diferentes, pero todos tratan
d.e llevar a un único fin, la felicidad, un bien que, una vez
-Háblame, por favo r -repliqué yo- y muéstram e sin
ro deos cuál es y dónde está la verdadera felicidad.
conseguido, no p ermite desear otra cosa. Es la suma de
-Lo haré con g u s to por ti -prosiguió ella-. Pero antes
trataré de describir y representar con palabras una ide a de
todos los bienes y los encierra to d o s . Si le faltara algu n o ,
felicidad que te sea más conocida. D e este modo, con un a
v isión clara de la misma, al volver tu mirada hacia atrás p o ­
drás reconocer en qué c onsiste la verdadera felicidad.
I.
limpia primero la maleza de la tierra
y corta con l a hoz las zarzas y helech o s
p_ara abrir e l c amino a Ceres,
.
que vendrá c argada de cosech a abundante.
La lengua que ha gustado antes algo amargo
encuen tra más dulce la miel de las abejas;
y los astros p a recen tener una luz nueva
cuando el Noto ha pasado con sus trueno s y
el nuevo día s uelta los caballos de la rosada
aurora.
1ambién tú, p ara ver primero l o s falso s bienes)
tendrás que empezar a sacu dir el yugo de tu
cuello
y llegarán a t u alma los bienes verdade ros .
2.
Por u n instante, la Filosofía quedó c o n los oj os fij os
en el suelo, como recogida en su santuario interior. D es­
pués habló así:
ya n o sería el bien supremo, p u e s quedaría excluido algo
que puede ser obj eto de deseo. De donde resulta que la fe­
licidad es un estado perfecto del alma, causado por la reu­
n ión de to dos los b ienes. Un estado que, como hem o s di ­
cho , todos los n1o rtales se esfuerzan por alcanzar, si bien
por sendas diferentes . Porque el deseo del verda ero bien
e stá implantado p o r la naturaleza en el corazon de los
hombres y sólo el error los desvía hacia falsos bienes.
» Hay hombres que creen que el bien supremo consiste
en no carecer de nada y se afanan p o r acabar nadando en
la riqueza. Otro s piensan que el verdadero bien está en
llegar a los n1ás altos honores y dignidades, y luchan p or
_
ser acreedores del respeto y estima de sus ciudadanos. Es­
tos apuestan por el sumo bien cifrándolo en el poder su­
premo y quieren mandar a toda costa o tratar de engan­
charse a los que lo o s tentan . Aquéllo s sueñan con la fam a
y corren para ver su nombre esclarecido c o n las hazañas
de la guerra o de la paz. Y son incontables los que miden
la dicha suprema por la alegría y el gozo que ésta reporta.
Para éstos la máxima felicidad e s n adar e n delicia s . Y
cuántos confunden los fines con l o s medios hasta el p un­
to de llegar a desear las r iquezas p o r el p oder y los place­
res que traen consigo. Otros, en c ambio, ansían el p o der
�
» Quien des e a sembrar un campo virgen
torm e ntas.
Cuando el lucero del alba ahuyen ta l as
tiniebl as,
87
JJBRO III, 2
·,. ¡
por el dinero o por la fama. En estos y otros fines s eme­
jantes se centra la actividad y el deseo de los hombre s : �e
desea la fama y la popularidad p o rque parecen conferir
una especie de renombre, o se b u scan una mujer e h ij o s
por el placer que dan . En cuanto a l o s am igos, don divino,
88
los mej ores habrá que atribuirlos no al dinero sino a la
virtud. To do lo demás se b usca o por el placer o por el po­
honores? No, porque no p uede ser v il y despreciable la
p oses ión de aquello a cuya consecución tienden todos los
esfuerzos de los hombres. ¿Habrá que tener en cuenta el
der.
pod er entre los bienes superiores? Ciertamente, p orque
lo que consideramos como superior no p uede sustentarse
bases débiles y tambaleantes. ¿No habrá, entonces, que
estar atento a la fama? S í, porque las cosas de más exce­
» Por lo que se refiere a los bienes corporales, es cla r o
que se refieren a otros más altos. Así, la fuerza fís ica y el
tipo exterior parecen llevar al dominio s obre los dem ás ·
la b elleza y la agilidad, a l a fama; l a salud, al placer.
·�n
D�
le n cia no pueden dej ar de ser famo s ís imas . ¿ Habrá que
decir que la felicidad es un estado que no conoce la ansie­
dad, l a tristeza, y que no está suj e t a al dolor y al s ufri­
to d o esto e s lógico concluir que l o único que los homb res
desean es la felicidad. Y to do lo que el hombre desea por
encima de lo demás es s u b ien supremo. Más arriba he­
miento , ya que aun en las cosas n1enores se busca lo que
p ropo rciona el placer de poseerlas y disfrutarlas?
» É stos son, por tanto, los bienes que los homb res de­
m o s defin ido la felicidad como la poses i ó n del sumo
bien . En consecuencia, l a felicidad consistirá e n ese esta­
do que cada hombre prefiere a to dos los demás. Tienes,
sean alcanzar. Y si quieren riquezas, honores, po der, glo ­
ria y placeres, es porque están convencidos de que a tra­
pues, ante tu vista, todas las formas de felicidad humana:
riquezas, honores, p o der, fama, placeres. Al recono cer
vés de ellos alcanzarán i n dependencia, respeto, po der,
tan s ólo estas formas de felicidad, Epicuro, con perfecta
lógica, llamó surno bien al p lacer, pues, en última instan­
cia, todos los demás biene s proporcionan placer38•
·
» Pero volvamos a las aspiracio nes de los hombres,
cuyo espíritu no cesa de buscar una y otra vez, s i b ien en­
tre s ombras, su propia fe li cidad. En esto s e s emej an al
89
LillRO Ill, II
LA CONSOLACIÓN D E LA FILOSOF fA
·
celebridad y alegría. El bien es, por consigqiente, lo que
lo s hombres buscan por tan diversos caminos. Y no es di­
fícil ver la fuerza de la naturaleza, y� que , a pesar de la di­
versidad y diferencia de las opiniones, los hombres coin­
ciden en la elección del b ien como meta.
ebri o que no encuentra el c amino p ara volver a casa. ¿ D i­
remos acaso que la gente que lucha por n o c arecer de
nada se equivoca? A este respecto hay que recordar que la
felicidad perfecta cons iste en la plenitud de to dos los bie­
nes, un estado de carencia de necesidades y autosuficien­
te . ¿ Podemos decir también que se equivoc a n los que
piensan que el bien perfecto se alcanza con los máximos
38. Epicuro (341-274 a. C. ) : filósofo de la épo ca helenística, funda­
dor de la escuela ep i cúrea de filosofía. Preocupado por la dirección
sabia de la vida, su doctrina p uede quedar reducida a este principio:
«afirmamos que el placer es el principio y el fin de una vida feliz» .
II.
» Me agrada cantar,
al son de m i bien templada lira,
el po derío con que la naturaleza
dirige las riendas de las cosas;
y cómo con sus l eyes mantiene providente
la estabilidad d el infinito mundo,
uniendo todas las cosas y estrechándolas
con lazo indisoluble.
Aunque el leó n púnico
arrastre precios a cadena
90
L A CONSOLACIÓN D E LA FILOSO FíA.
y torne su alimento de la rn'a no del temido
domador,
receloso del golpe del látigo,
si la s angre llega a teñir sus fauces salvaj es,
despertará su dormida fiereza de león.
Y, reconociendo quién es, con sus rugidos
lanzará al v iento la cadena de su cuello
y con afilados dientes desgarrará a su dueñ o,
pri m era víctima de su rabia enfu recida.
El ave canora que, desde las altas ramas,
lanza al aire su inagotable m elodía,
se ve ahora encerrada en una jaula.
Aunque haga las delicias del hombre,
que la cuida con mimo, le da comida regalada
y abundante
y bebida e n tazas endulzadas con miel,
si a través de las rej as de su j aula
divisa la: placentera sombra del bosque,
dejará la conlida desparram ada en el suelo
con la s ola ansia de retornar al bosque,
pues al b o sque sólo canta con su meliflua voz.
Obligada p o r una mano fuerte,
se doblega hacia el suelo la rama vigorosa;
si la s uelta la mano que la dobló ,
se erguirá d e repente
y seguirá de nuevo mirando al cielo.
. Febo se hunde cada día en las aguas de
Hesperia,
pero por ca1nino descono cido conduce su
carro
hasta su acostumbrada s alida por Oriente.
Todas las cosas vuelven a encontrar su curso.
y todas se alegran cuando lo han encontrado.
LJBRO
Ill, 3
91
No hay orden establecido duradero
más que el que une su p rincipio con su fin
y lo convierte en un círculo inmutable
�
3. » También vosotros soñáis con vuestro origen, ¡ oh
moradores de la t ierra ! , a pesar de tener de él una vaga
im agen. Tenéis una cierta idea, aunque no clara, sí real,
del obj eto verdadero de vues t r a felicidad. S in duda por
eso os guía un natural sentido de orientación hacia la feli­
cidad verdadera, de la que os desvían múltiples errores.
»Medita, pues, si los hombres pueden alcanzar el obje­
tivo que buscan por los medios con que pretenden conse­
guir la felicidad. Si el dinero, los honores y demás bienes
señal ados arriba fueran capaces de crear una situación en
que no faltase nada, po dría admitir que la posesión de ta­
les bienes hace felices a algunos. Pero si no pueden dar lo
.
qu e prometen, y de hecho aun c o n ellos siguen faltando
otros muchos, ¿cómo no concluir que es falsa y engañosa
la apariencia de felicidad que transmiten?
» Q uiero, p ues, hacerte en p r imer lugar alg unas pre­
guntas , ya que hace p o co nadabas en la abundancia. En
medio de tan gran cúmulo de r i quezas, ¿no te sentiste
turb ado por la inquietud fruto de alguna contrariedad?
-Sí -le dij e yo - . Y no puedo recordar día en que mi espíritu estuviera libre de preocup ació n .
.
- ¿No se debía a que te faltaba algo que tú no querías
perder, o a que estaba presente algo que tu querías alejar?
-Sí, así es.
-Entonces, ¿deseabas la presencia de lo uno y la ausen-
cia de lo otro?
-Eso es -contesté.
-Pero deseamos aquello mismo que nos falta -afi.adió
la Filosofía.
92
LA CONSOLA CIÓN DE LA F ILOSOFfA
-Cierto.
-¿Y si uno carece de algo, se p ue de considerar to t a ln1e nte suficiente?
-De ningún modo.
-¿Sentiste tú esta m i s ma insuficiencia cuando vivías
ro deado de riquezas?
·
-Por qué negarlo.
-Resulta, pues, que las riquezas no p ue den imp e d ir
que el hombre se vea libre de deseos y no se b aste a s í mis­
n10, como p arecían p rometer. Y pienso, además, que e s
muy iinportante saber q ue el dinero no s e d ej a arrebatar
fá cilmente contra la voluntad de los que lo p o seen.
..:.... s í, lo confieso.
-¿Y cómo no confesarlo, si el más fuerte lo arrebata
diario de las manos del p o seedor? ¿De dónde,
a
si no, esas
reclamaciones tan frecuentes del foro, p idiendo a voce s el
dinero sustraído o p or l a violencia o por la as tucia?
-Sí, así es -le dij e .
-Necesitamos, p o r tanto, d e ayuda extei;ior para pod er
resguardarlo.
¡JBRO III, 4
93
Jllen totalmente. Porque esta acuciante y siempre exigen­
te necesidad se pued e satisfacer con las riquezas, pero,
una vez satisfecha, p ide más. No hay por qué insistir en
que la naturaleza s e s atisface con p an, mientras que la
ambición no se s atisface con nada. Por tanto, s i las riqu e ­
zas, lej os d e ahuyentar la necesidad, la p rovocan, ¿ que ra­
ión hay para p ensar que ellas s olas son suficientes?
llI.
»Aunque la desenfrenada fiebre del oro
empuj e al rico a amontonar tesoros
que no habrá de disfrutar,
aunque cuelguen de su cuello
perlas del Mar Roj o39
y labre sus campos con cien yuntas de bueyes,
no le dejará tranquilo
el cuidado mordedor de sus riqu,.ezas
ni, una vez muerto, le acompañará al sepulcro
la fugaz fortuna.
·
-¿Y quién po dría n egarlo?
-A p esar de ello, no s e necesitaría tal ayuda si no pu-
diera perderse la posesión del dinero.
-Sin duda alguna - afirmé.
-La lógica, pues, nos ha llevado a un resultado contrario. La riqueza, p ensada para que el p obre pueda bastarse
a sí mismo, le convierte e n dependiente de la ayu da ajena.
¿ Cuál es en tal caso el p o der de las riquezas p ar a alej ar la
n ecesidad? ¿Es que los ricos ya no tendrán hambre, no
»Hablemos · ahora de los cargos que prop orcionan
4.
honorabilidad y respetabilidad al que ha accedido a ellos.
¿Tienen acaso los altos cargos fuerza suficiente para hace r
virtuosos a aquellos que los ej ercen? ¿ O p ara ap artarlos
de sus vicios? Más b i en lo contrario, y a que, e n vez d e
erradicar el mal, l o p onen de manifiesto. Por eso nos i n ­
digna ver que l o s altos cargos caen muchas veces en m a ­
.
nos d e los más viles. El mismo Catulo llama a Nonio una
p adecerán sed ni sufrirán ya los rigores del invierno? Di­
rás que los ricos tienen medios para saciar el hambre-y
p ara calmar la sed y el frío. Fíj ate, no obstante, en que si
las riquezas p ueden satisfacer la necesidad, no la supri-
39. Los romanos llamaban Mar Rojo al Golfo Pérsico, conocido e n ­
tonces como Mare Rubrum, n o a l que nosotros conocemos como tal
y del que habla la Biblia ( Éxodo, 14- 15).
/
LA CONSOLACIÓN
94
DE
LA FTLOSOFfA
e s p ecie de ('forúnculo m al igno", a p esar de sentarse en la
silla curul4°.
» ¿No ves la deshonra que los altos cargos acarrean a lo s
corruptos? Su indignida d sería menor s i no estuvi er a n
investidos de tales honores . ¿Cómo p udiste tú mis m o
a r r iesgarte a entrar en el consulado con D ecorato4 1 , vien­
do e n él un espíritu malvado, el bufón y delator n1ás
infa­
m e ? No podemos C'Onsid erar digno s de respeto po r s u
c a r go a los que j uzgamo s i ndignos de tales honores. A un
h on1bre dotado de sabiduría, ¿po drías no consider arl o
digno de respeto y de la sabiduría que demuestra?
-No.
- Porque la virtud lleva s iempre su dignidad propia y l a
transmite a cuantos la p o seen. Pero, como los cargos
pú­
blicos no tie.q_�,n. ese don , e s claro que carecen de la b elle za
p ropia de la dignidad.
» Hay que tener en cuenta al resp ecto lo sig uiente: un
hombre es tanto más despreciable cuanto mayor es el des­
he ­
p recio del común de la gente. D e la misma manera, el
cho de estar investido de un cargo p úblico no hace a na­
d i e digno de tal honor. Lo pone al alcance de todas las
m iradas, pero no p uede hacer de él un hombre digno de
respeto, al contrario, lo h ace más despreciable. Y no sin
impunidad, porque el m alvado envil ece los cargos que
ostenta y los contagia con su contacto.
» Un ejemplo te hará ver cómo esas fugaces sombras de
\
-��·�t
,,·r RO Ill,
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95
IV
��-.:·.
-'{1-f�·l'
:>.:< ·
�
' eces se presenta en un país extranj ero. ¿Se hará respetaa los extranj eros por sus funciones? Si el honor fuera
ún producto natural de los altos cargos, s e vería s iempre
'.ple
�n cualquier parte del mundo, del m ismo modo que el
fuego no dej a de calentar en cualquier parte de la tierra.
pero, como los cargos no tienen de por s í más valor que el
que les atribuye la erró nea opini ó n de los hombres, tan
pronto como alguien accede a ellos, se desvanece su pres­
tig io ante quienes no ven su carácter honorífico.
» Esto, por lo que respecta a los extr anj eros. Pero ¿ tales
cargo s van a durar para s iempr e en s u lugar de origen?
Hubo un tiempo en que la dignidad de pretor era un ofi­
cio de gran po der, pero ahora no es 1nás que un nombre
vacío y una pesada carga para el o rden senatorial. D ígas e
lo misrno del que antiguamente ej ercía como delegado d e
abastos, tenido por un gran hombre y ahora considerad o
como el rr1ás baj o de los oficios. Pues, como acabamos de
decir, s i algo carece de valor en sí, s u precio varía o desa ­
parece según l a opinión.
»Los altos cargos , por tanto, no p ueden hacer a los que
los ej ercen personas dignas de respeto. Si, además, se ven
'ro.anchados al contacto de homb res viles; si con el cambio
del tiempo pierden todo su esplendor; y si, finalmente, s e
deprecian según e l gusto de l a gente, ¿ qué belleza o b on ­
dad apetecible e n s í nüsma pueden e ncerrar y mucho me­
nos dar a otros?
d ignidades no pueden o torgar el verdadero honor. Supón
que alguien que ha desempeñado la m agistratura varias
40. Catulo, Poemas, 52.
4 1 . Abogado y c u estor romano a quien -en contraste con las pala­
bras de Boecio- Casio doro y Emodio al ab a n por sus cualidades.
IV.
»Aunyue el tirano Nerón llevara
vestidos de púrpura de Tiro
y diamantes resplandecientes,
to dos veían con malos ojo s
su luj o desenfrenado.
96
LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFfA
Y aun cuando el malvado sobornara
con despreciables sillas curules
a venerables padres de la patria,
¿quién podría seguir llamando felices
a quienes hombres viles colman de honores?
»¿Acaso el rey o un amigo del rey puede hacer po de­
roso a alguien? ¿Y por qué no, dirás, si su felicidad se pro­
longa a lo largo de los años? Sin embargo, tanto la e dad
antigua como la presente están llenas de ejemplos de re­
yes que pasaron del esplendor a la ruina. ¿Y qué clas e de
poder es ese que no se siente capaz de sostenerse a sí mis­
n10?
»Porque, si el poder regio es origen de felicidad , ¿no .
habrá que pensar que cuando falte aquél disminuirá tam­
bién ésta y sobrevendrá la desgracia? Por muchos que
sean los súbditos de un rey, lógican1ente serán más los
que escapan a su dominio. En consecuencia, allí donde
no llegue ese poder que da la felicidad sobrevendrán el
desorden y la ausencia de poder, que hace desgraciados.
De donde se deduce que a los reyes les espera un mayor
número de desdichas. Sin duda por eso, un tirano que
nocía bien los peligros de su condición simbolizó el mie­
do del gobernante con una terrible espada que pendía so­
bre su cabeza42•
»¿Qué poder es ese, entonces, que no puede alejar los
embates de las preocupaciones ni el aguijón de las inquie5.
co­
42. Al usi ó n a Dionisio J, tirano de Siracusa (Sicil ia) ( 430-467 a.C.),
q uien invitó a su consejero Damocles a un ban qu ete y lo mandó sen­
tar baj o una espada desnuda s uspendida sobre su cabeza por un
simple cabello. Quiso así simbolizar la naturaleza precaria de la feli­
cidad.
�K
.:�
lfhRO
·t¡f;
�.'
�T.�, ,·
Ill, 5
97
:�des? ¡Cómo quisieran los reyes vivir libres de preocupaciones y no pueden! ¡Como para jactarse de su poder!
¡�rees que un hombre es poderoso si ves que le falta algo
que no puede alcanzar? ¿Poderoso quien camina con un
guardaespaldas porque tiene más iniedo que aquellos
quienes aterroriza y quien, por parecer poderoso, depen­
de de sus mismos cortesanos?
Jn>¿Y qué puedo decir de los amigos del rey, habiendo ya
dem ostrado tanta inconsistencia como hay en los inis­
reyes? Los aplasta el poder real, aunque muchas ve­
ces éste siga incólume, y otras, después de haber caído.
Nerón obligó a Séneca, su amigo y preceptor, a elegir la
�uerte que más le agradara. Y Antonino entregó a la es, pada de sus soldados a Papiniano, cortesano poderosísi­
rno43. Ambos estuvieron dispuestos a renunciar a su po"4er, y Séneca trató incluso de entregar su dinero a Nerón
y así poder retirarse a la vida privada. Emp:i:ijados a la rui­
na por su propio peso, ninguno de los dos pudo lograr lo
que pretendía.
»¿Qué clase de poder es este que es temido por los que
fo detentan, que no da seguridad cuando lo quieres man­
tener y que no puedes evitar cuando deseas dejarlo? ¿Hay
alguna ayuda en los amigos que depara la fortuna y no la
Virtud? El amigo que se acercó en el tiempo de la prospe­
ridad se tornará enemigo en la hora de la desgracia. ¿y
qué peste hay más mortífera que un amigo convertido en
enenligo?
a
IllO S
iii·
• :' ,;
43 . Referencia
al emperador Caracalla (Aurelio Antonino) , quien
ordenó la muerte de su he r man o Geta y posteriormente mandó de­
capitar a Papiniano p or negarse a ju stificar ante el Senado ese asesi­
nato.
LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOFfA.
98
'!it'
'�RO
' ;
��ropio n ombre, habrá que juzgar vergonzoso no darlo
'i'conocer. Pero, como acabamo s de demostrar, habrá ne­
�es. ariamente p ueblos a los que no llegará nunca la fam a
99
III, VI
��·� .
·t
<M: ·
V.
» Quien quiera ser poderoso
deberá don1 inar sus fieras p asiones
y no doblar j amás su cuello vencido
al yugo innobl e del plac�r.
Pues aunque hagas temblar a la India lej ana
baj o el peso de tu ley
y tus dom i nio.s se extiendan hasta los confin es
de Tule44,
si eres presa de negras p reo cupaciones
y no logras ahuyentar quej as vanas,
no eres un ser poderoso .
6.
» j L a fama! ¡ Qué engañosa e s a menudo, y qué decep­
cionante ! C �p razón pudo exclamar el trágico Eurípides:
¡Oh gloria, gloria! A cuántos y cuátitos
has h ech o gran des, sin mérito alguno de su parte45•
de un individuo. D e lo que resulta que ese hombre a quien
consideras famoso no llegará nunca a serlo ni siquiera
fo
én las zonas vecinas de la tierra. N o considero, pues, dig­
no de atención ese carisma popular que no tiene b ase s ó ­
}ida ni firmeza suficiente p ara mantenerse estable.
.,: »Por lo que se refiere a los títulos de n obleza, ¿quién n o
-ve s u
popular, sino por la voz de su conciencia? Si se ha de tener
por algo honroso y halagador ver difundido por doquier
.i
44. Tule o Thulé, identificada como Islandia
o Mainland, en las is­
las Shetland, era el l ímite norte más lejano del mundo conocido, lo
mismo que la India era el límite más lejano del este.
45. Eurípides, Andrómaca, 3 1 9. Aquí, como en otros lugares de la
Consolación, Boecio transcribe el texto griegó original.
futilidad? Si hablamos d e s u fama, e s algo que n o les
. p ertenece. Parece más bien una n obleza heredada de l o s
antepasado s . Porque s i l a fama e s producto d e l a alaban­
ia, es j usto pensar que sean famosos aquellos de quienes
�e habló bien . No puede, por tanto, hacerte noble la glo ­
,da aj ena, si tú n o la mereces. Pues, si algún b ien hay e n la
. nobleza, pienso que es éste: que l a condíción heredada
.por los nobles n o desmerezca de la virtud de sus mayores.
VI.
» Sí, en efecto, son muchos los hombres que deb en su
renombre a la falsa opinión del vulgo. ¿Puede concebirse
algo más vergonzoso? Gente que es alabada s in m erecerlo
no puede menos de avergonzarse de las alabanzas recibidas. En el caso de que fueran merecidas, ¿ tendrían algún
valor para el sabio, que mide su felicid<}.d no por el rumor
.
» To do el género humano surge de un n1ismo
origen .
Uno es el padre de todas las cosas.
f
Uno solo lo dispone todo.
D io su luz al sol y sus fases a l a luna,
puso a los hombres s obre la tierra
y a los astros en el cielo.
Traj o el al ma del cielo
y la encerró en el cuerpo) dando así a todos los
mortales
un n oble origen .
¿ Por qué, pues, os j actáis de vuestro linaj e ?
Si m iráis a vuestro origen
y veis a Dios como Creador,
ltmRO
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
1 00
.t
�·r�.-
t:'
a no ser que reniegue de su origen
-8� » Es, por tanto, indudable que estos caminos de la felicidad son muy tortuosos e incap aces de llevar a nadie
donde prometen. En p o c as palabras te mos traré los mu­
chos males que encierran. ¿Sueñas con amontonar dine­
ro ? Tendrás que quitárselo a sus dueño s . ¿Quieres el bri­
llo de las dignidades? H abrás de suplicar al que las otorga.
y, en tu deseo de destacar sobre otros en los honores, te
rebaj arás y humillarás en su búsqueda. ¿ B uscas el poder?
Te expondrás a las zancadillas de tus s ub o rdinado s, co­
rriendo graves peligro s . Si lo que anhelas es fama, entras
p or un ca1nino difícil y, perdido, dej a s de estar seguro.
enfangándos e en los vicios.
» ¿ Qué decir de los placeres del cuerpo, cuya apeten­
cia está llena de ansiedades y su satisfacdón termin a en
remordimientos? ¡ Qué de enfermedades y dolores inso ­
p o rtables, frutos del vicio, suelen acarrear a los que a ell os
se e ntregan! Ignoro qué atractivo existe en tales excesos,
pero el resultado de todos eilos es la t r i s teza. Lo pue d e
co1nprobar quien quiera recordar los suyos propios . Pero1
si el placer puede hacer felices, nada impide afirmar que
las bestias lo son también, pues la única inclinación de su
vida se dirige a satisfacer l as necesidades corporales.
¿Quieres llevar una vida desenfrena da? Pero ¿ quién no te
·
» Nobilísimo, pues, s e r ía el placer de la muj er y de l os
rechazará con desprecio como a esclavo de algo tan vil y
deleznable como es el propio cuerpo?
h ij o s . Pero con bastante verdad se ha dicho, no sé de
» Fíj ate en qué cosa tan exigua y tan frágil se apoyan los
quién, que en los hij o s hab ía encontrado sus verdugos. Su
situación es preocupante, cualquiera que ésta sea. Y no e s
que convierten su vida en los placeres del.cuerpo. ¿Acaso
te p uedes comparar a los elefantes por el t amaño, superar
necesario que yo te lo recue rde, pues lo has experimenta ­
a los toros por la fuerza y adelantar a los t igres en su velo­
cidad? ¡ Levantad vuestra m irada a la b óveda del c ielo y
contemplad la maj estad y la rapidez de sus movimientos,
y dej ad ya de admirar las cosas viles que o s deslumbran !
Pero, más maravilloso aún que el cielo y sus movimien­
tos , es el que los mueve47• El esplendor de la b elleza desa­
parece veloz y más fugaz que el de las flores de primavera.
Si, como dijo Aristó teles, lo s hombres t uvieran los oj os
do en otras ocasiones y e n este momento n o dej a de in­
quietarte. E n esto coi n c i do con m i discípulo Eurípides>
que llamaba dichoso en su desdicha al hombre sin hijos46,
VII.
101
!
ningún hombre será un degenerado,
7.
IIJ, 8
» Todo placer ofrece esto :
clava su aguij ó n a los que lo disfrutan
y, como abej a voladora,
que ha dej ado s u rica miel,
huye y h iere con implacable p icadura
los corazones vulnerados.
4 6 . Eurípides, Andrómaca, 420.
47.
1
1
Reflej a aqu í Boecio la te o ría geocéntrica de Ptolomeo, vigente
desde el siglo n d.C. hasta C opér nic o. La tierra es el centro del uni­
verso y en torno a ella giran las distintas esferas de los planetas. Más
allá de las estrellas fij as está el Primum mobile que pone en fun c io
namiento todo lo que se mueve.
-
1 02
LA
CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFíA
tJBRO III, 9
1 03
de Linceo48 y p udieran ver a través de las cosas, el mismo
y las aguas más ricas en nacaradas p erlas
c u e rpo de Alcibíades49, tan hermoso a la vista, ¿no resul­
taría feísimo y hasta repugnante si se vieran sus entrañas ?
las que abundan en peces más exquisito s
No es tu naturaleza la que deja ver tu hermosura, sino la
misma debilidad de los oj os que te. contemplan . Por mu­
cho que exhibáis l a bell e za de] cuerpo, s ab e d que u n as
u ofrecen ásperos erizos .
Pero, todos los hombres, ciegos como están,
»De todo esto podemo� sacar una c�:mclusión, que es
ést a : las cosas que no pueden dar l a felic::i dad que prome­
Rastrean en lo hondo de la tierra
o las que brillan con púrpura,
se empeñan en ignorar
dónde se o culta el bien que buscan.
s imples fiebres tercianas pueden dar al traste con ella.
lo que está más allá de las estrellas.
te n , ni todas ellas j untas llevan a la perfección, ni s o n el
¿ Qué imprecaciones hacer ante mentes tan
feliz a nadie.
¡ Vayan en buena hora tras las riquezas y los
estólidas?
camino para la felicidad, ni pueden p o 'r sí mismas hac er
h onore s !
Y que, cuando tras dura brega,
VI I I .
h ayan encontrado falsos bienes,
» ¡ Cµán desdichado aquel
a quien arrastra la ignorancia:por fals o s
caminos !
No buscáis el oro en el verdor de los árboles
ni recogéis p erlas entre las vides.
No tendéis las r edes e n los altos montes
para gustar ricos pescados
ni llegáis al mar Tirreno
si preferís cazar las cabras s alvaj es.
Por el contrario, el hombre s ensato conoce
bien
los lugares secretos b aj o las olas del mar
48. Uno de los argonautas, cuyos ojos eran capaces de ver en la os­
curidad y descubrir los tesoros escondidos.
49. General ateniense de finales del s. v a.C. Famoso por su riqueza
y su belJeza, y especialmente por el uso que hizo de ellas; se puede
hallar un retrato de este hombre brillante y disoluto en el Banquete
de Platón .
.
sepan reconocer los verdaderos.
9� » Hasta aquí, creo haber hablado ya bastante sobre la
falsa felicidad. Te mostraré ahora, si te fij as con atención,
dónde está la verdadera.
-Veo con claridad -le dij e- que la indep endencia no
tiene nada que ver con las riquezas, el poder con la reale­
za, el respeto con los honores, la gloria con la fama, ni la
felicidad con los placeres.
has captado las razones de por qué es así?
-Creo h aberlas visto como a través de una rendija,
. pero me gustaría conocerlas m ás claramente por ti.
-La razón es muy clara. Lo que por naturaleza es simple e indivisible, el error hun1 an o lo separ a , llevándolo
.. desde la verdad y la perfección a la falsedad e imperfec­
� tión. ¿Piensas acaso que quien no necesita de nada carece
jle po der?
-De ninguna tnanera -contesté.
-¿Y
·
..
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOS üFf;\
104
- Razonas bien , p ues s i a un ser le falta algo en cu al­
quie ra de sus aspectos, p o r fuerza necesitar á valers e de
otra cosa.
- Así es, en efecto - dij e yo.
- ¿ Consideras, por tanto, que la suficiencia y el p o d e r
son de una misma e idéntica naturaleza?
·
- Así parece.
- ¿ Tendrías por desp r e ciable a un ser de esta clase,
0
por el contrario, d igno de m ayor consideración?
-Sobre esto último n o puede caber duda.
- Aüadamos ahora la r espetabilidad a la in dep endencia y al poder. ¿Juzgaremo s por ello que las tres cualida ­
des son una sola?
-Debemos hacerlo, si q ueremos aceptar la verdad.
-¿Y te parece, ento n ce s , que un ser así dotado tendría
q u e quedar en la o s c u r i d ad, s i n renombre, o m á s bien
tener fama y celebridad? Conceda1nos que no carece d e
nada, que es todopo deroso y es digno del más alto ho­
n o r. Pero carece de fam a , que él no se p u e de dar, y p o r
e s o mismo aparece de alguna manera c o m o algo infe­
rior.
- No puedo dejar de c o nfesar -respon dí- que un ser
así, tal cual lo hemos s upuesto, sería famosísimo.
- Hemos de concluir, p or tanto, que la fama no se dife­
rencia de las tres primeras cualidades.
- Concluido, pues -le d ije.
-¿Y no sería fdicís i m o el ser autosuficie nte, capaz de
conseguirlo todo por sus propios recurso s , famoso y dig­
no de reverencia?
-Es inconcebible imaginar que el más p equeño pesar
pueda afectar a un ser así. Hay, pues, que admitir que si
las demás cualidades o atributos son estables será plena­
mente feliz -asentí yo.
1 05
IJBRO III, 9
-Y por la misma razón es inevitable concluir que la au­
tosuficiencia, el p o der, la gloria, la reverencia y la felici­
dad difieren en el nombre, no en la realidad.
-Así es -le contesté.
-La maldad hum a n a divide en partes lo que es uno y
simple por naturaleza. Por eso, al tratar de obtener p arte
de algo que no tiene par tes, termina no consiguiendo ni
la p arte, que no es nada, ni el todo, que no se busca.
-¿De qué manera? -pregunté.
-El que persigue la riqueza -me contestó - huye de la
p obreza sin intentar llegar al p o der. P refiere p asar p o r
descono cido y sin nombre e incluso se priva de muchos
plac eres naturales a true que de n o per der el di � ero acu.
. mulado. De esta manera no se alcanza la suficiencia, y�
que le falta el poder, le oprime la ansied ad, vive en la ab­
yección y camina en la o scuridad.Y quien sólo persigue el
p oder derrocha riquezas, desprecia los placeres y hono ­
res s in poder, y no l e importa la misma gloria.
» Ves cómo a éste le faltan tan1bién muchas cosas. I n ­
cluso, a veces, carece d e l o necesario. Le consume la a n ­
siedad que n o puede quitarse d e encima.
Y p o r eso, n o
llega a l o que siempre h abía apetecido, s e r poderoso. Un
razo namiento similar podríamos hacer de los h onores,
de la gloria, de los placeres, ya que, siendo una y misma
cosa to dos esos bienes, el hombre que persigue uno de
ellos con exclusión de los demás, no consigue siquiera lo
que más apetecía.
- ¿Y si uno quisiera conseguir todas e stas cosas al mis­
mo tiempo?
- Buscaría, cier t amente, la felicidad suma. Pero ¿la e n ­
contraría e n aquellas cosas que, según demostramos, n o
;
pueden dar lo que prometen?
-En modo alguno.
LA CONSOLACIÓN DE LA FIL OSOFIA
1 06
-No hay, pues, que buscar la felicidad en las cosa s p a r­
ticulares que creemos prometen lo que apetecemos.
- D e acuerdo, y nada más cierto se puede decir.
- Aquí tienes, pues, la naturaleza y la cau s a de la fa l s a
felicidad. Vuelve ahora los ojos de tu mente en direcció n
contraria y verás al instante l a verdadera felicida d que te
p rometí.
-Hasta un ciego podría verla -le dij e -.-: .
Y tú a c abas de
!�RO III, IX
\
1 07
�r
!t -Si, como dice mi discípulo Platón en su Timeo, debe­
jnos implorar el auxilio divino, incluso en las cosas pe­
'fiueñas50, ¿qué piensas deb emos hacer para encontrar la
sede de ese supremo bien?
·:
-Invocar -contesté- al Padre de todas las co s as : si s e
prescinde de Él, n o puede haber principio sólido.
., . - C ierto - dij o la Filosofía, e inmediatamente recitó el
siguiente h imno-:
revelárn1ela al intentar mostrarme las caus as de l a falsa
felicidad. Si no n1e engaño, la verdadera y p erfecta felici­
dad es aquella que hace al h o mbre s uficiente, p o deroso
p ar
hono rable, digno de respeto , célebre y ·dichoso.
Y
�
demostrarte que he entendido tus enseñ anzas, te dir é sin
s o mbra de duda que veo con claridad que uno solo de es­
tos b ienes sea.la felicidad total, ya que todos ellos son una
y misma cosa.
-Mi querido discípulo, eres en verdad feliz, p ero no
has de olvidar una precaución.
·
- ¿Cuál?
.
-¿Crees que hay algo en estas cosas m,o rtales y p erece-
IX.
» Oh Tú, que con leyes e ternas gobiernas el
mundo,
. Creador de la tierra y del cielo,
que mandaste surgir el tiempo desde la
eternidad.
Tú, Motor inmóvil, p ones en movimiento
todas las cosas,
s in que causas externas te obliguen a moldear
una materia siempre variable,
consumando así la idea del Bien Supremo
deras que pueda proporcionar este tipo de felicidad?
que en ti llevas, aj eno a la lividez de la envidia.
die.
s egún el arquetipo celeste. Tú, la b elleza
hombre una semblanza de la felicidad ' verdadera o, si
llevas en tu mente la imagen de un mundo
-No, no lo creo. Y tú lo has demostrado m ej o r que na­
-Por consiguiente, todas estas cosas s ó lo ofrecen al
quieres, s atisfacciones imperfectas, p ero nunca l a dicha
'
verdadera y p erfecta.
-De acuerdo -le dije.
-Y puesto que has comprendido la naturaleza de la
verdadera felicidad y sus falsas imitaciones, sólo te queda
Tú diriges todas las cosas
suprema,
hermoso
y haces que éste lleve su perfección y b elleza
a todas sus parte s ,
Tú sometes l o s elementos a la armonía d e los
números:
saber dónde se puede encontrar la verdadera feli cidad.
-Es lo que vengo deseando ardientemente
des de hace
.
mucho tíe1npo.
50. Platón, Timeo, 27c.
1 08
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
el frío se templa con el calor
y la sequía con la lluvia;
el fuego más s util no se disipa
y el peso de la tierra no se ve arrastrado al
fon do de los mares.
Tú haces del alma de triple esencia puente del
mundo,
que uniendo todas l as cosas a to das las mueve,
y dejas sentir su i nflujo a través de los
arn1oniosos miembros del universo.
Cerrado el ciclo de sus movimientos, después
de haberse dividido en dos,
retorna sobre sí m isma y gravita e n torno al
espíritu profundo,
dando así al cielo un movimiento s imilar al
suyo.
Tú, de igual manera, haces brotar las almas y
las vidas de naturaleza inferior
y las elevas en carros ligeros que las sembrarán
por el cielo y por la tierra.
por la ley b enigna que las guía retornarán
después a Ti,
gracias al fuego que las devuelve a su casa.
Concede, Padre, que nuestro espíritu se eleve
hast a tu augusto trono.
Haznos ver la fuente del verdadero bien.
Haz que, recuperada la luz, fij emos en ti la
clara mirada del alma.
D isipa las nubes y aligera el lastre de esta m asa
terrena
y brilla con todo tu esplendor.
Porque tú eres el cielo sereno.
Tú el descanso y la paz p ara los j ustos.
Y
1 09
JJBRO III, 1 0
Porque verte es nuestro norte, a Ti, que eres
nuestro principio,
nuestro s ostén y guía. T ú, el c amino y la meta
final5 1 •
JO. »Has visto yá en qué consiste tanto el bien imperfec­
to como el bien perfecto y total. C re o que ha llegado el
momento de demostrarte en qué estriba la verdadera feli, Ciclad.
, » Pero lo primero que se ha de investigar es si puede dar­
se en el mundo un bien de esta naturaleza, esto es, perfec­
to, según la definición que diste un p o co más arriba. De lo
contrario, po dría engañarnos una fals a idea del espíritu,
alejándonos de la verdad que tenemos delante. Porque no
se puede negar que un bien como éste existe y es como el
hontanar de to dos los demás. Todo lo que llamamos im­
p erfecto es tal por la ausencia de perfecció�y.;t De donde se
sigue que si percibimos cierta imperfe c ción en una deter­
minada clase de s eres, necesariamente ha de existir en la
misma clase el ser perfecto. Si suprimimos la idea de p er­
fección, no es imaginable siquiera lo que nos p arece im­
p erfecto. El mundo natural no comenzó por lo disminuí-
5 1 . En este poema Boecio p resenta una cos m ovisión de corte plató­
nico, inspirada en sus aspectos fundamentales en el Timeo. A pesar
'
de las dificultades que comporta su interpretación, todos los estu­
diosos están de acuerdo en que este diálogo es clave en la Consola­
ción. De los argumentos negativos de la primera parte se pasa ahora
a los p ositivos; de la moral estoica se p asa a la teología e incluso a la
judeocristiana. A partir de ahora Dios aparece como el ser perfectí­
sirno y la felicidad plena que llena las aspiraciones de todos los hom­
bres: «Creo que ha llegado el momento de demostrarte en qué estri­
ba la verdadera felicidad», dice seguidamente a Boecio la Filosofía.
Tal es el objeto de las últimas partes del libro III y de todo el libro IV.
I
1 10
LA
CONSOLACIÓ N DE LA Fl LOSOFfA
•
\
t,IBRO III, 1 0
lo ha recibido del exterior, p odrías concebir al dador su­
d o e incompleto. Por el contrario, partiend o de lo inta cto
1
de l o perfecto, degenera en lo baj o y deficiente. Si, co rn o
vimos arriba, existe una felicidad imp erfecta, b asa da e n
u n bien perecedero, est o nos lleva a pensar sin lug a r
duda que existe una felicidad verdadera y p erfecta.
p erior al receptor. Pero esto no es compat ible con lo que
'1rriba afirmamos: que Dios es infinit am ente superior a
a
todos los seres.
» Pero, si el bien estuviera en D io s p o r naturaleza,
- Conclusión solidísima e irrefutable -le dije.
como algo distinto de él, al hablar de D ios, c reador de to­
-Examinexnos ahora nosotros dos dónde s e encue ntra
esa felicidad. Dios, el primero de todos los seres, es ta m­
das las cosas, ¿po dríamos imaginar sin evidente contra­
dicción la existencia de un ser que uniera estos dos prin­
b i é n Bueno. Asi lo confirma el unánime consentimie nto
de todos los homb res . P ues ¿quién puede dudar que, si
nada se puede concebir mejor que Dios, éste n o sea bu e­
n o ? La razón nos demuestra que D ios es B ueno, y nos
convence también de que Él es Sumo Bien. De n o ser así,
D ios no podría ser el Creador de todos1os s eres . Tendría
que hab er O}!.º ser superior en po sesión del bien sumo,
.
que sería an ie rior y superior a Dios. Todas las cosas p er­
fec tas son evidentemente anleriores a fas imperfectas. En
. consecuencia y para n o alargar este razon amiento, hay
que admitir que Dios, S er supremo, posee e n s í mismo el
sumo y perfecto bien. Ahora bien, si la felicidad está en el
bien supremo, como ya demostramos, necesariamente la
fel icidad reside en D io s Supremo.
·¡
-Lo entiendo -le dij e- y n o hay nada razonable que
p ueda obj etarse.
:
-Te ruego -prosiguió ella- que te cohvenzas de lo pro­
funda y definitiva que es nuestra afirm�ción : D ios Sumo
es la plenitud de todo bie n .
-¿En qué sentido?
111
cipios, Dios y el bien sumo?
» Finalmente, todo lo que es distinto de o tro ser, cual­
quiera que sea, no es el ser del que lo consideramos dis­
tinto. En consecuencia, lo que es distinto del Bien sumo
.
no p uede ser el B ien supremo, algo que n o p o demos p ensar de Dios, de quien ya hemos afirmado que no hay nada
•
superior a él. Nada, en efecto, puede ser p o r su naturaleza
mej or que su principio. Con toda lógica; p ues, he de con­
cluir que lo que es el origen de to das las c o s as es asimis-
• : mo
el sumo B ien .
-Totalmente cierto.
- Pero hemos concedido que la felicidad se identifica
con el Bien sumo.
-Sí, así es.
-Hemos de concluir, por consiguiente, que D ios es la
felicidad misma.
-Nada que oponer a tus premisas anteriores.
Y veo cla­
ran1ente que esta conclusión se deduce l ó gicamente de
ellas.
- Veamos ahora -prosiguió ella- si p odemos llegar a
-No en el sentido de que el Padre de la c reación haya
otra conclusión más firme: es imposible que existan dos
recibido el sumo bien que posee en plenitud desde fuera
bienes supremos distintos entre sí. Si dos bienes son dis­
de sí 1nismo, ni que lo p o sea por naturaleza, de tal forma
tintos, es claro que el uno no puede ser el o tro. Por tanto,
que pienses que hay en él dos naturalezas distintas, la de
D ios poseedor o la de la felicidad pose1da. Si piensas que
ni uno ni otro po drían ser perfecto s , ya que al uno le fal­
taría el otro. Y lo que no es p erfecto no puede ser sumo.
112
LA CONSOLACIÓN D E LA FlLOSOFfA
Es, pues, imposible que haya dos bienes sumos distinto s
entre sí. Concluimos antes , sin embargo, que la felicida d y
D io s son bienes s upremos. Luego la suma felicida d s e
identifica con la divinidad suprema.
- Ninguna conclusión n1ás cierta se p o dría sacar -le
dije-. Ni n1ás sólida por su razonamiento rti más digna de
D io s .
-Añadiré algo m á s -prosiguió ella- . Y así como los
g e ómetras infieren de un teorema lo que ellos llaman po­
risma en griego o corola rio en iatín, así yo te haré una es­
p e ci e de corolario. Si la consecución de la felicidad hace al
hombre feliz, y si la felicidad es la divinidad misma, es
evidente que la posesión de la divinidad le hace feliz. Y de
l a m isma manera que el j usto llega a serlo porque ha ad­
q u i rido la justicia, y el s abio porque ha alcanzado la s abi­
duría, el que alcanza la d ivinidad se convierte en dios.
To do hombre feliz es, por tanto, D i o s . Por esencia, D ios
n o hay más que uno. Por particip ación, sin embargo ,
nada impide que puedan ser muchos.
-Una hermosa y valiosa conclusión -le dije-, llámese
porisma o corolario.
- Pero hay otra conclusión que p o den1os enhebrar con
t o d a lógica a la anterior.
- ¿ Cuál?
-Muchas son las cosas que se engloban baj o la pal abra
felicidad, como p artes distintas que se unen para formar
un s olo cuerpo. Ahora b ien, ¿hay alguna de estas partes
que encierre en sí misma l a esencia de la felicidad y de la
que dependan las demás?
- :tvie gustaría -le dij e- que 1ne aclararas la pregunta,
exp l icitando esos elementos.
- ¿ No quedamos ya en que la felicidad era el bien?
- S í, el bien sumo.
··
pl3RO III,
10
1 13
-Extiende esto mismo a to dos los bienes. Porque la s u ­
ficiencia, el po der, los honores, l a gloria y el placer e n s u
Jllá S alto grado s e identifican con l a felicidad. Pero e l pro­
blema es éste: ¿todos estos bienes ( la suficiencia, el p oder
y demás) se han de considerar corno m iembros o p ar tes
de la felicidad, o s e han de tener com o peldaños que con­
ducen a la cumbre, cuyo punto más elevado es el bien?
- Comprendo tu pregunta -añad í - , pero espero tu res­
p uesta.
-Aquí la tienes. Si todos estos b ienes fueran partes de
la felicidad, diferirían entre sí. Lo p ropio de las parte s es
integrarse p ara formar un to do. Ahora bien, ya demo s ­
tramos que todos estos bienes s o n u n a y misma cosa.
Luego no son p ar tes. Si no fuera a s í, la felicidad constaría
de un solo m iemb ro o parte, cos a que es imposible.
·
-De esto no hay duda, pero quiero ver cómo sigue.
-Es claro, por lo demás, que to das esta_;;, ��osas están reJacionadas con el bien. Si, en efecto, b uscarn os· la suficien­
cia, es porque la consideramos como un b ien. Por idénti­
ca razón pensamos que el po der e s un b ien. Y lo mismo
:
nos es permitido pensar de los honores, la fama y el pla­
cer. El bien es, p or tanto, la esencia y razón de todos los
deseos. No se puede desear aquello que no contiene b ien
alguno, real o ap arente. Por el c o nt rario, apetecem o s
aquellas cosas que n o son buenas p o r naturaleza, p ero
que también nos p arecen buenas de verdad.
»Es, pues, j usto creer que el bien es la esencia, el funda­
. mento y el motivo d e to dos nuestros deseos. Dese a m o s
aquello que nos motiva a l a conse cución de una c o s a . S i
; u n hombre, por ej emplo, quiere nlontar a caballo porque
es b ueno p ara su salud, no es tanto el montar a caballo lo
que desea cuanto su propia buena s alud. Si, pues, todas
las cosas son deseadas por el bien que nos proporcionan,
114
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
µBRO 111, 11
n o e s tanto la cosa en sí como el bien lo que los hum an
os
deseamos.
» Concluyo : la felicida d e s el motor, s egún h emo s
d i­
cho, de todo deseo. Ella e s , por consigui ente, lo úni
co
apetecible cuando deseam o s una cosa. Es evidente , p ues
,
que el bien y la felicidad s o n una y misma cosa.
- No veo razón alguna para que alguien no est é d
e
acuerdo.
- Pero ya hen1os demost rado que D io's y la verdad era
felicidad se identifican.
-Así es.
- Podemos, por tanto, concluir con s�guridad que la
esencia de Dios reside en el bien y no en otra cosa.
X.
»Ll egaos aquí, todos vosotros a quienes
el placer engañ o s o tiene cautivos con viles
cadenas,
siendo dueño de vuestras almas terrenas .
Aquí encontr aréis alivio para vuestra s fatiga s,
el puerto de la plácida calma,
el único asilo abierto a los que sufren.
Ni el Tajo de auríferas arenas,
ni el Hermo de risueñas riberas,
o el Indo, que, ve cino de la zona tórrida,
esmalta sus o rillas de verde esmeral da
y piedras preciosa s,
pueden iluminar a los espíritu� ciegos,
y los sumerge n más en la oscurida d de sus
sombras52•
El Taj o, e l Herma ( en Anato l ia, h oy Turquía ) y el Ind o fueron
ríos proverb ial es en l a A ntigüe d a d por l a riqueza que arrastrab an
sus aguas o se po día h al lar en sus orill as.
52.
115
La tierra alimenta en sus profundos senos
cuanto excita y seduce a la m ente humana.
Sólo la luz, que gobierna los cielos y la vida,
impide a las almas volver a las t inieblas.
Y quien llegue a ver esta luz radiante
negará hasta d esplendor d e l o s rayos de Febo.
1 1.
-Estoy de acuerdo -le dij e- ya que lo que has dicho
se basa en solidísimos argumento s .
-¿Apreciarías mucho -prosiguió e l l a - sab er en qué
consiste el mismo bien?
-Sí -le contesté-. Para mí sería de infinito valor, si ello
me permitiera cono cer también a D i o s , Bien Supremo.
-Te lo mostraré con razones irrebatibles, con tal de que
no olvides las conclusiones a que antes llegamos. ·
-Las tendré en cuenta.
-¿No hemos probado ya que l as d i stintas cosas que
apetece la mayoría de los hombres no son perfectas ni
buenas, porque difieren entre sí y p orque carecen de l o
que las demás tienen, y que ninguna de ellas puede pro­
p orcionar el bien total y absoluto? Por o tro lado, ¿no se da
el verdadero bien en la suma y agregación de to dos l o s
bienes particulares, que así integrad o s no tendrán sino
una forn1a y un efecto, de modo que la suficiencia, por
ej emplo, será al inismo tiempo el p oder, el honor, la fama
y el placer? Si todos ellos no son una y misma cosa, no tie­
nen nada de apetecible.
-D emostrado queda y no hay lugar a duda alguna.
-Si, pues, estos diferentes bienes ai slados no son verda-
deros más que cuando constituyen una misma cosa, ¿ n o
indica esto que p ara que sean buenos tienen que alcanzar
la unidad?
-Así parece.
1 16
LA CONS OLAC IÓN DE LA FILO
SOF L<\
- Pero, ¿estás o n o de acuerd o en que todo lo qu
e
bueno es tal porque partic ipa del bien?
�J;iBRO
- ··
l·
r
áe las plantas, árboles y de seres inanimados.
};� -Tampoco e n esto has de estar indeciso. Mira cómo las
- Sí, lo estoy.
- Has de conce der, por tanto, que la unidad y el bie
n se
identifi can. Las cosas cuyo efecto natural es idéntic o han
de tener la misma sustanc ia.
plantas y los árboles nacen en lugares propicios a su natu­
raleza y donde no puedan secarse y morir pronto. Uno s
n acen en el llano, otros e n l o s montes y otros en t ierras
-No puedo negarlo.
mientras es u n o , p ero p erece y se disuelve inmediata­
mente cuando deja de ser uno?
- ¿Cón10 así? - respondí.
, p antanosas. Algunos se agarran a las ro cas. Para o tros las
arenas estériles resultan fecundas , de m an era que si al­
guien los cambiara de lugar se marchitarían .
. i:
- Sucede como en. los s eres vivo s . Cuando cuerpo y
al m a se unen y p ermanecen unido s , hablamos de un
ción de amb os elemento s , el ser vivo muere y desap are­
ce. De igual m o do, el c u e rpo mismo, mientras p e rma­
nece su forma orgánica por medio de la unión de los
miembro s , se presenta c o mo figura hum ana. Si, p o r el
contrario, se disgregan y separan l a s p artes del cuerpo,
la unidad desapa rece y d eja de s e r lo que era. B asta ha­
cer un recorrido p o r todos los seres p ara ver meridia­
namente que cada uno d e ellos subs i s te mientras p er­
m anece en la unidad y s e dest ruye c uando cesa en s u
unidad.
-Tengo presentes en nli memoria muchos otros s eres
en
ellos excep ción alguna a esta ley.
-¿Pero no habrá alguno que, actuando según su naturaleza, pierda su deseo de vivir y quiera su muerte y co­
rrupción? -repuso la Filos ofía.
-Si me fijo en los seres vivos dotados de libertad de ac­
ción , no encuentro uno que por sí mismo y sin compul­
sión alguna externa ab o rrezca la v i d a y se precipite es­
pontáneamente a la muerte. Todo animal se esfuerza p or
» La n aturaleza da a cada ser lo que le conviene, y mien­
tras las condiciones de vida lo penn itan , se esfuerza por
s er
vivo. Pero cuando esta u nidad s e r o mp e por la separa­
-contesté- y no veo
117
antener su salud y evita su deterioro y su muerte. Dudo
Jnucho, no obstante, si he de estar de acuerdo en el caso
es
- ¿No sabes que todo lo que existe permanece y subs iste
III, 1 1
evitar que mueran. Fíjate cómo to dos los vegetales se ali­
1
mentan a t ravés de las raíces, hundiendo sus b o ca s en la
tierra, y cómo se robustecen ·p or medio de su médul a ' y
corteza. ¿No observas cómo la parte m ás blanda, c ual es
la médula, siempre va oculta por dentro, m ientras que la
corteza que l a recubre con el vigor de la m adera va al exterior para hacer frente como escudo protector a las incle­
mencias del t iempo? Además, po drás comprender la ge­
nerosidad de la naturaleza al p rop agar to das las especies
multiplicando las semillas. ¿Q uién no sabe que éstas son
como una especie de máquina dotada no s ólo para asegu­
rar su propia vida, sino p ara propagar la especie p erp e­
tuamente?
» D escendiendo ahora a lo s seres que creemos inani­
mados, ¿ no desean también lo que es más propio de ellos?
¿Por qué, s i no, las l ianias ascienden por su levedad y las
tierras s o n arrastradas hacia abaj o por su peso? ¿ No es,
acaso, porque estos movimientos y posiciones se adaptan
a sus propios elementos? En consecuencia, cada ser s e
mantiene por aquello que le es conveniente y perece p o r
l o que le es contrario. Cosas duras como las piedras s o n
118
LA CONSOLACIÓN D E LA FIL OS OFfA
muy compactas por la firme cohesión de sus partes y difí­
cilmente se rompen. Los cuerpos fluidos, por el contra­
rio, como el aire y el agua, ceden fácilmente ante cual­
quier fuerza que trata de dividirlos, pero vuelven pronto
a su estado natural cuando desaparece la causa de su des­
composición. El fuego, sin embargo, re � iste a toda sep a­
ración.
»No hablan1os ahora de los movimientos voluntarios
del alma consciente, sino de los movimientos instintivo s,
como es la manera en que digt:rimos el alimento sin dar­
nos cuenta de ello y respiramos durante el sueño estando
inconscientes. Pero tampoco en los seres animados el
amor a la vida procede de los deseos de su alma, sino de
las tendencias de la naturaleza. Sucede n�uchas veces que
por causas externas la voluntad quiere morir, a pesar del
horror y del r�chazo de la naturaleza misma. y que asi­
mismo la voluntad frena el instinto de, procreación, el
único que da a los mortales su perpetuación y que la na­
t.u raleza no deja de reclamar. Por tanto, el amor a uno
mismo no procede de un movimiento consciente del
alma, sino de un instinto natural. La Providencia ha dado
a sus criaturas un gran motivo para vivir, el instinto, que
las impulsa a desear existir hasta que sea posible. No hay,
pues, razón para dudar de que todas las cosas que existen
apetecen por naturaleza n1antener su existencia y evitar
su destrucción.
-Admito -le dije- que lo que hasta ahora me parecía
incierto lo veo en este instante con toda tlaridad.
-Ahora bien -repuso ella-, lo que tr�ta de subsistir y
durar sólo desea la unidad. Quitemos la unidad de un ser
y dejará de existir.
-Cierto.
-Por consiguiente, todas las cosas anhelan la unidad.
�Jxs RO
�:\�.
119
I II, XI
. y el bien
. se iden.
unidad
la
que
demostramos
ya
-Pero
!·tifican.
.
� -Sí, concedido.
.
;. -Aceptado.
-Luego todos los seres aspiran al bien, que podemo&
:j definir
como aquello que todos desean por sí mismo.
-Nada más cierto se puede pensar -respondí-. Porque
0 todos los seres tienden hacia la nada y, como carentes de
cabeza, navegan sin piloto merced de las olas, o por el
contrario, hay algo hacia lo cual todos se dirigen, y eso se­
. rá la suma de todos los bienes.
-Mucho me alegra, querido discípulo, vei; que has he­
cho tuya la verdad, al tiempo que afirmas conocer ahora
· lo que no mucho ha decías ignorar.
-¿Y qué es eso? -pregunté.
.
-¿Que cuál es el fin de todos los seres? -respond10-.
Aquello , en efecto, lo que todos aspiran; y, co� o con­
clui1nos que el bien es aquello a lo que todos aspiran, es
: preciso reconocer que el fin de todas las cosas es.e l bien53•
a
·
,
a
XI .
»Quien con toda su alma busca la verdad
y no quiere perderse por caminos tortuosos
habrá de dirigir la luz de su mirada interior
hacia sí mismo.
Y, concentrando sus errantes pensamientos
sobre su propio espíritu, podrá comprender
53. Repare el l ector en la co nci s i ó n y precisión de las defi � icion � s
de Bo ecio sobre conceptos fundam entales tales como etermdad, je­
licidad y otros que se han hecho i mp rescindibles en las esc�el � s.
Aquí define el bien como «lo que todos los seres desean » . Y as1m1s­
mo: «Bien es el fin de todos los seres:» .
1 20
r
m' , -¿Qué cosa? -pregunté.
� -� Quién es el timonero que dirige el mundo? -me con­
i7>':
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF fA
RO lII, 12
121
que lo que intenta buscar fuera
se halla encerrado en los tesoros de su alma .
ella.
Lo que la oscura nube del error
Ú�·testo
-Recuerdo haber confesado mi ignorancia y, aunque
veló durante un tiempo
!intuyo lo que vas a decir, quiero oírlo más claramente de
le parecerá más claro que la luz de Febo.
Pues la pesada masa del cuerpo� que empuj a al '.tu boca.
-Hace un m01nento pensabas sin lugar a duda que este
olvido,
mundo era gobernado por Dios.
no desvaneció del todo la luz de la mente
-Y lo sigo creyendo sin dudar, y siempre lo creeré. Te
y en lo más hondo de nuestro interior
expondré los argumentos que creo más convincentes en
no hay duda de ello.
esta materia.
¿Por qué, entonces, respondéis recta y
»Este mundo nuestro, formado por elementos tan di­
espontáneamente
versos y opuestos, nunca habría adquirido una sola for­
cuando se os pregunta, si no es porque está
ma de no existir un ser único que unificara elementos tan
viva en vosotros
-dispares. Su misma diversidad de naturaleza los separa­
la llama de la verdad?
ría y enfrentaría, si no existiera un ser que unificara pa�­
Si la musa de Platón dice la verdad, el hombre
tes tan diversas. Tampoco veríamos en el inundo un or­
aprende
den tan estable, ni tan diversas clases de c�,tp.bios podrían
lo que antes conoció y ha olvidado54•
explicar movimientos tan ordenados en- lugar, tiempo,
1 2.
-Me adhiero con fuerza al pensamiento de Platón. 'eficacia, sucesión y formas, si no hubiera un poder inmó­
Por dos veces me has recordado esta verdad. La primera, -vil y estable que los regulara. A este ser, cualquiera que
cuando perdí la memoria por la afección del cuerpo. La sea, por el que la creación se mantiene en la existencia y se
mueve, yo le llamo Dios, con el vocablo usado por todos.
segunda, cuando caí abrumado por el peso de mi dolor.
-Puesto que así piensas -concluyó ella-, poco me que­
-Si recapacitas sobre lo dicho -prosiguió ella-, no tar­
darás en recordar lo que ha tiempo ignorabas, según tu da que añadir para que, radiante de felicidad, puedas
volver a tu patria sano y salvo. Pero volva1nos a las con­
confesión.
clusiones que ya formulamos. ¿No enumeramos la inde­
pendencia como uno de los elementos de la felicidad mis­
ma?
54. Este pen s am i ento se en c ue n t ra desarrollado en dos diálogos de
-Sí, ciertamente.
Platón Protágor s y !vienón- princip almente. En el Fedón vuelve
sobre el mismo tema. El pen s mi e n to de Platón puede resumirse di­
-Pues bien, Dios no necesita ayuda externa para diriciend ? que aprender �s disponer o, má s bien, recordar o recuperar
gir
el mundo. Si necesitara de algo, su suficiencia no sería
l ': olvidado. No podnamos responder a ciertas preguntas si no tu­
completa.
viéramos la respuesta en un conocimiento previamente adquir id o .
.
:
�
'1
·
-
a
a
1 22
LA CONSOLACIÓN DE LA
FILOSOFfA
-Fuerza es reconocerlo.
-¿Hemos de concluir, por tanto, que él lo gobi er n a
todo por sí mismo?
-No podemos negarlo.
-También hemos demostrado que Dios es el bien.
-Lo recuerdo.
-Él es, en consecuencia, quien dirige todas las co s as
por y para el bien, y ya demostran1os q'ue Él es el Su m o
Bien. Él es el timón y el gobernalle por el que la máqu ina
del mundo se mantiene estable e incorrupta.
-Totalmente de acuerdo -le dije-, y es lo que yo suponía ibas a decir poco antes de hablar.
-Te creo -dijo ella-, pues veo que ahora abres tus ojos
con más diligencia para conocer la verdad. Y lo que te voy
a decir lo con1prenderás con más claridad.
-¿Qué es eJl�?
-Como te enseñé, debemos pensar que Dios dirige todas las cosas con el timón del bien y que todas ellas tienen
una inclinación natural al mismo bien. ¿Se puede dudar,
entonces, de que todas las cosas se dejan gobernar libremente y que todas ellas obedecen espontáneamente en
armonía y acuerdo con su timonero?
-Es necesario que así sea. De lo contrario, un gobierno
que se convirtiera en yugo impuesto y no en salvación li­
bremente aceptada, ya no sería feliz.
-¿No hay, por tanto, nada que sin destruir su propia
naturaleza pueda ir contra Dios?
- Y si Jo hubiera, ¿qué podría conseguir contra aquel
que, según hemos convenido, es poderosísima fuente de
felicidad? -arguyó ella.
-Nada.
-No hay nada, por consiguiente, que pueda o quiera
oponerse a ese Bien Supremo.
t
·
_
'
'
·
·
·
0ÍJB RO I I I, 1 2
��
\� -No lo creo.
1 23
�· -Hay, pues, un bien sumo -concluyó ella- que todo lo
�ige con suavidad y firn1eza.
j -Cómo me agrada �añadí yo- sentir que he llegado a
·
.esta suma de conclusiones. Y aún más oír estas mismas
palabras que acabas de pronunciar, para confusión de mi
·ignorancia, a veces tan jactanciosa.
-Has leído, sin duda, las fábulas de la guerra de los gi­
gantes contra el cielo, y cómo con toda justicia fueron re­
ducidos y sometidos al orden por una firmeza benigna.
Pero ¿quieres que acun1lilemos los argumentos, enfren­
tándolos unos contra otros? Quizás de su colisión pueda
saltar alguna chispa de verdad.
-Tú decides.
-Nadie podría dudar -afinnó ella- que Dios es omnipotente.
-Nadie -respondí- que esté en sus cabales puede abri­
gar duda semejante.
, -¿Y para quien es omnipotente no habrá nada impo­
'fsible?
'., -Nada -respondí
-Entonces, ¿Dios puede hacer el mal?
-No.
.
-Luego el mal no existe, ya que el Todopoderoso no
puede hacerlo.
-Te burlas de mí -le dije-. Tejes un laberinto de razo­
nes que impiden dar con el camino. De pronto entras por
donde sales y, a la inversa, sales por donde entras. ¿No es­
tás con1plicando así el círculo maravilloso de la simplici­
dad divina? Acabas de hablar de la felicidad por la que co­
menzaste y decías que estaba en el Sumo Bien y que se
encontraba en Dios. Pasaste luego a afirmar que Dios era
el Bien supremo y la perfecta bienaventuranza para llegar
1 24
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF L<\
1
a esta especie de pequeño regalo como conclusión: nadie ' �­i
puede ser feliz si no participa de Dios. Nuevamente afir­ )ji
maste que el bien se identificaba con Dios y con la felici ­ . �-r··
dad, para enseñar a continuación que la unidad es el bien ii
mismo al que tiende toda la naturaleza. Razonabas des­ :�)
pués que Dios rige el universo con el timóri de su bondad·
que todas las cosas le obedecen de buen grado y que el
mal no existe. Todo esto lo expusiste sin ayuda exte rio r
alguna, sjno valiéndote de pruebas internas perfec ta­
mente encadenadas de manera que la credibilidad de
cada una nacía de la precedente.
-No pienses que me burlo -respondió ella-. Con la
ayuda de Dios , a quien invocamos hace un instante , he­
mos llevado a cabo la mejor de las obras. Es tal la esencia
divina, que no se diluye en las cosas externas, ni recibe
nada exterior a ella, sino que, como dice Parménides, es
.
.
•
::¡
•
• .
�.�
.
,
;., 1
como una esfera perfectamente redonda55
que hace girar la esfera móvil del mundo , mientras ella
permanece inmóvil. No te ha de sorprender, pues, que las
pruebas expuestas las hayamos tomado de la misma ma­
teria que hemos tratado. Platón mismo te enseña que he­
mos de usar el lenguaje más afín a los temas tratados.
XII .
»Feliz aquel que llegó a ver
la fuente clara del bien.
¡Feliz el que rompió las cadenas pesadas de la
tierra!
5 5 . Pfatón, Sofista,
244e.
125
. :irBRO II!, XII
:< ·
Cuando en otro tiempo el poeta tracio Orfeo
lloró la muerte de su esposa,
su trémulo canto hízo saltar a los montes
y detuvo la corriente de los ríos.
Hizo que la cierva viviera sin estremecerse
junto a los feroces leones
y que la liebre respirara tranquila
ante el lebrel, amansado por la armonía del
canto.
Pero él, ardiendo en su corazón por llama
evocadora,
y sin que su canto, que había aniansado a todos
los seres,
pudiera calmar a su autor,
quejándose de la crueldad de los dioses del
cielo,
se asomó a las moradas infernales.
Allí ensayó suaves canciones
al son de su lira.
Cuanto había aprendido en las fuentes
nutricias de su n1adre, la diosa;
cuanto le inspiraba un dolor sin medida
y un amor que superaba su dolor,
lo expresó en elegías tristes
que estre1necieron al Ténaro ,
pidiendo así perdón a los señores de las
sombras
con humilde plegaria.
Estupefacto e inmóvil quedó el carcelero de
tres cabezas,
absorto en aquella jamás oída melodía.
De los ojos de las diosas vengadoras, que antes
hostigaban con el terror a las almas culpables,
·
1
ll1
(, m
LA CONSOL ACIÓN DE LA FILOS()Ff
A
126
.�
corren a torrentes lágrimas de ternura y
t:'(
LIBRO IV
compasión;
'f :
la rueda veloz ya no arrastra la cabeza de
Ixión;
t:�i· Dios es bueno, ¿po r qué la existen cia del mal? Dios, Proaborrece Tántalo el agua de los ríos,
�idencia, Destin o.
atormentado como está de ' larga y doloros a
sed;
tampoco el buitre devora el hígado de Ticio,
arrebatado como está por aquella música
divina.
Apiadado, el árbitro de las sombras
exclamó tembloroso: "Estamos vencidos;
que este hombre saque a su esposa,
l.
Cuando la Filosofía, con semblante digno y palabra
a quien ha rescatado con su canto.
solemne , hubo recitado versos tan dulces y suaves,. yo ,
Una condición le imponemos, que ha de
presa todavía de un profundo dolor, la detuve cuando se
cumplir:
�sponía a hablar.
que niientras abandona el Tártaro
,,
.
J'. . -¡Oh , tú -le dije-, pregonera de la luz verdadera!
no ha de volver su vista atrás .
ifodo lo que tu palabra m.e ha enseñado hasta aquí me
Pero, ¿quién puede dar leyes a los amantes?
parece irrefutable, gracias tanto al fulgor divino que la
El amor es para sí mismo su ley suprema.
Pero, ¡ay!, en las mismas frbnteras de la noche �nvuelve como a tus claros razonamientos. Has hablado
:ªe cosas que yo había olvidado a causa de la injusticia
Orfeo miró a su Eurídice, la perdió y dio
;sufrida y que , como decías, no ignoraba del todo ante­
n1uerte.
:í:iormente.
Esta fábula se dirige a vosotros,
»Pero mi mayor tristeza se cifra precisamente en que a
los que tratáis de dirigir vuestro espíritu
pesar
de existir un Ser supremo, lleno de bondad, que
hacia la luz de los cielos.
todo lo gobierna , siga existiendo el mal y pueda quedar
Pues quien, vencido, vuelve a mirar
µnpune en el mundo. Que un hecho corno éste me resulte
hacia el antro del Tártaro
�xtraño,
espero no te deje indiferente. Pero he de añadir
pierde lo más valioso que lleva consigo
todavía algo más inquietante: mientras impera y florece
cuando fija sus ojos en el mundo inferior.
:�1 mal, no sólo no se premia a la virtud, sino que es piso­
Jeada por los malvados y sufre los castigos que el crimen
:tn.erece. Que esto suceda en el reino de un Dios omnis;¡f.·
¡
·
.,._>
·
·
•
·
·
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:�.1
1ll�
127
1
128
129
LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFfA
ciente y todopoderoso, que sólo quiere el bien, a nadie ,
puede dejar indiferente y sin lamentarlo.
-Sería digno de inmenso estupor y la más horr ible
monstruosidad pensar, como tú lo haces, que en una ca sa
tan bien organizada como la del gran Padre de fam ilias
fueran más valorados los utensilios más bajos que la vaj illa de lujo. Pero no es así.
»Pues, si tienes en cuenta las conclusiones a las que
acabarnos de llegar y las tienes como inconcusas, el mis­
mo Creador de cuyo reino estamos hablando te enseñará
que los buenos son siempre preciosos y los malvado s ba­
jos y despreciables. Él te enseñará también que el pec ad o
nunca queda impune ni la virtud sin premio, y que la
prosperidad acompaña los buenos y el infortunio sigue
a los malvados. Y otras muchas consideraciones al res­
pecto, que apaciguarán tus quejas, te harán más firme y
seguro.
»Viste ya en qué consiste la verdadera felicidad, tal
como lo de1nostré arriba. Ahora, tras unas consideracio­
nes que creo necesarias, te mostraré el camino que te lle­
vará a tu casa. Daré alas a tu espíritu, para que se pueda
elevar. Desaparecerá toda inquietud y podrás volver sano
y salvo a tu patria. Yo seré tu guía, tu camino y tu vehículo�
)
.
'
'
.�·
j:
a
l.
»Pues yo tengo leves y raudas alas
para ascender lo más alto del cielo,
y cuando tu espíritu veloz se haya revestido de
ellas
podrá mirar con desprecio la tierra.
Traspasará la esfera del aire infinito,
dejará atrás las nubes,
ascenderá por encima de las llamas
a
a
,¡
l·
·r
que atiza el éter volátil
hasta tocar la región de las estrellas.
Unirá así su carro al de Febo,
y, como soldado de la estrella deslumbrante,
hará compañía en su trayecto al gélido y viejo
planeta Saturno,
y lo seguirá hasta que la noche se torne
resplandeciente.
Y, terminada su carrera, dejará el último cielo,
cabalgando sobre el ligero éter
entrará en posesion de la luz sagrada.
El Rey de reyes os ten ta allí su cetro,
desde allí maneja las riendas del Orbe
y el árbitro inmóvil del mundo
guía su alado carro, rodeado de esplendor.
Si algún día das con el camino olvidado que
ahora buscas,
dirás alborozado: "Sí, ahora lo recuerdo,
ésta es mi patria., De aquí salí. Aqiií me
que dare,, .
Y si desde allí prefieres volver los ojos a la
tierra que dejaste,
verás a los tiranos de torva mirada
ante quienes tiemblan los pueblos en su
desgracia 56•
56. En este poema se describe el ascenso del alma al cielo. El alma
arte de la tierra a través del aire a la esfera de la luna. Deja la parte
�el universo por los cuatro elemento s -tierra, aire, agua y fuego- y
llega al quinto elemento o éter. Sigue su movimiento ascendente a
avés de las estrellas y planetas, de las que enumera el sol ( Febo) y
J,úpiter. Llega finalmente a D ios, centro de la luz. Desde allí la tierra
aparece oscura en el eje central del universo. El alma vuelve a Dios
e donde salió. Su ascenso es, por tanto, un retorno a su origen. En
sta descripción aparecen elementos de Platón, P tolomeo y Plotino.
p
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LA CONSOLACIÓN DE L A FILOSOFf.'\
130
JV, 2
131
�
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2.
i'. -Recuerdo que también esto fue demostrado.
-¡lvlagnífico! -le dije yo-. ¡Qué grandes cosas pro­ if, -Y recordarás también que la felicidad es el bien mis-
metes! No dudo de que las realizarás. Pero no me dej es a
la espera después de haber despertado mi apetito.
-Lo primero que has de tener en cuenta -dijo- es que
los buenos siempre son fuertes y que los 1nalos siempre
carecen de fuerza y de valor. Estas afirmaciones tienen
una demostración recíproca, una por otra. El bien y el
mal son cosas contrarias. Si probamos lo débil del mal,
demostrarernos la fuerza del bien. Y si se prueba que el
bien es fuerte, queda demostrada la debilidad del mal. Y
para lograr mejor nli intento) seguiré los dos caminos al­
ternativamente, to do mis pruebas, ' o ra del bien, ora
del mal.
»Dos son los elementos o factores que constituyen los
actos humanps:
la voluntad y el poder. Si uno de ellos fa­
lla, nada pue·d� llevarse efecto. Si falta la voluntad, el
hombre es incapaz de hacer nada, ya que ni siquiera lo
quiere. Y cuando no hay fuerza o poder para hacerlo, la
voluntad es inútil. Resulta, pues, que cuando vemos que
alguien pretende y quiere una cosa siri conseguirla, no
dudamos en afirmar que le falta poder.
-Es claro -dije- y no se puede negar.
-Por el contrario, cuando vemos que realiza lo que
quiere, ¿podemos dudar de su poder?
-De ningún modo.
-El poder, por tanto, o la habilidad de los hombres se
ha de juzgar por lo que pueden hacer.
-De acuerdo.
-¿Recuerdas, ahora, que anteriormente llegamos a la
conclusión de que el impulso de la voluntad humana se
dirige siempre hacia la felicidad, a través de sus distintas
apetencias?
rn a n
a
·
''ino, y que cuando el hombre aspira a la felicidad, no bus­
�ca otra cosa más que el bien.
f' -No tengo que esforzarme, pues lo guardo bien en mi
: memoria.
-En consecuencia, todos los hombres, los buenos y los
malos, buscan el bien.
'. -Sí, lógico.
-¿Y estás seguro de que nos hacemos buenos con la
consecución del bien?
-Sí.
-¿Consiguen, pues, los buenos lo que buscan?
-Así parece.
-Y, si los . m alos alcanzaran el bien que desean, no podrían ser malos.
-Es evidente.
-¿Hemos de concluir, entonces, que si buenos y malos
: fispiran al bien, y los unos lo alcanzan y los otros no, los
!prin1eros son fuertes y los segundos, débiles?
} -Quien lo ponga en duda -contesté- se muestra inca­
'paz de comprender tanto la realidad de las cosas como la
inferencia lógica del razonamiento.
-Supónte -matizó ella- que hay dos hon1bres que por
naturaleza tienden a una misma meta. Uno de ellos, con su
propio pie, llega a ella. El otro, en cambio, no consigue rea­
lizar su propósito según lo dispuesto por la naturaleza, sino
que se sirve de un recurso contrario a la naturaleza para ·
imitarle. ¿A cuál de los dos considerarás tú más capaz?
-Sospecho a dónde quieres llegar, pero te ruego que tú
misma me lo expliques con más claridad.
.¡ -¿Negarás que caminar es el movimiento natural del
hombre?
·
.
·
.
<
'
132
L A CONSOLACIÓN D E LA FILOSOF fA
-No, en modo alguno.
-¿Dudas, acaso, que tal acción es función natural de
los pies?
-No, tampoco esto.
-En consecuencia, si uno puede andar valiéndo se de
sus pies y otro, inválido de sus pies, no puede camin ar y
se sirve para ello de las manos, ¿a cuál de los dos conside­
raremos más capaz?
-Prosigue -le dije-, pues nadie duda que el hombre
que puede realizar su función natural es más capaz que el
que no lo hace.
-Ahora bien, el bien supremo es la meta tanto para los
buenos como para los tnalos. Sólo que los buenos tienden
a ella por el ejercicio natural de las virtudes. Los malos,
en cambio, se esfuerzan por conseguir lo mismo siguien­
do sus pasiones. Y ése no es el medio para adquirir el
bien. ¿Piensas tú lo mismo?
-Sí, porque la consecuencia es obvia. Y, una vez admi­
tida, he de concluir que los buenos son fuertes y los mal­
vados, débiles.
-Ciertamente. Y te anticipas a mis palabras, lo cual,
con10 dicen los médicos, es síntoma de que tu estado de
salud se va recuperando y se robustece.
»En vista, entonces, de tu buena disposición a enten­
der mejor mi razonamiento, aduciré nuevas razones. Fí­
jate, por ejemplo, en la debilidad de los viciosos, que
pueden conseguir su finalidad a pesar de sentirse impeli­
dos y como arrastrados a ella por una tendencia natural.
¿Qué sería de ellos si carecieran de esa ayuda tan podero­
sa y casi invencible que les muestra el camino?
»Considera también la gran debilidad que atenaza a los
malvados. Lo que está en juego no son premios de poca
monta, como los de las competiciones. Es el bien esencial,
no
�RO IV, 2
'.'.11
133
��l más alto, lo que ellos pretenden alcanzar y no pueden
�onseguir. Fracasan en la única tarea a la que se entregan
{día y noche, la consecución del bien, algo en que se desta­
[ca precisamente el poder y la capacidad de los buenos.
i: »Juzgaríamos, en efecto, como el más fuerte y capaz
!para la marcha a aquel hombre que por su propio pie lle. !gara hasta un lugar más allá del cual no hay acceso. De la
misma manera, se ha de proclamar vencedor y más fuerte
al ho1nbre que llega hasta la meta del deseo, más allá de la
cual no hay nada apetecible. El razonamiento contrario
también es cierto: todos los que no alcanzan el bien care­
cen obviamente de toda capacidad.
. »Y ahora pregunto: ¿por qué, dejada la virtud, se entre­
gan al vicio? ¿Por ignorancia? Pero ¿hay algo más débil que
la ceguera de la ignorancia? ¿Afirmas que conocen el biet;i,
pero que la pasión los arrastra? También aquí la intempe­
arrastra a los frágiles que no pueden oponerse al vi­
. rancia
do. ¿Dices, acaso, que a pesar de saber y qµ.�rer el bien, lo
dejan y van tras el vicio? Pero de esa manera no sólo de­
muestran que no son fuertes, sino que dejan de serlo total­
:"mente. Los hombres que abandonan la meta y fin último de
\ todo lo que existe dejan de existir como tales. A alguien le
parecer extraño afirn1ar que los malvados no exis­
.. 'puede
ten, cuando en realidad son los más numerosos y, sin em­
bargo, la realidad es así. No trato de negar que los malvados
·. son lo que son, malvados. Simple y llanamente niego que
· existan, pues así como a un hombre muerto le llamamos cadáver, y no lo podríamos calificar simplemente de hombre,
de la misma manera he de conceder que los viciosos son vi­
ciosos, pero n1e niego afinnar absolutamente que existan.
. Una cosa existe sólo en tanto guarda y respeta el orden de la
Lo que se aparta de ella deja también de existir,
' naturaleza.
pues abandona lo que constituye su propia naturaleza. ,
a
· ..
134
r RO IV, 2
LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOF fA
»Dirás, no obstante, que los malvados son pod ero ­
sos. Tampoco yo lo pongo en duda. Pero reconoc er ás
que su poderío no les viene de su fuerza, sino de su de­
bilidad. No tendrían poder semejante si hubieran con ­
servado la facultad de hacer el bien. Este poder sólo de­
n1uestra que no pueden hacer nada, pues si el m al,
corno ya demostramos, no es nada, y si ellos sólo pue­
den hacer el mal, es evidente que no pueden ha cer
nada.
-Evidente.
-Pero quiero que entiendas la verdadera naturaleza del
poder de que hablamos. Para ello basta con que tengas en
cuenta lo que dijimos más arriba: nada más
potente que
el Sumo bien.
-Cierto.
-Pero este-,SJ.lmo bien -añadió ella- no- puede hacer el
mal.
-De ningún modo.
. -Ahora bien, ¿podría pensar alguien que el hombre lo
puede todo?
-Sólo un loco.
-Sí, pero los hombres pueden hacer el mal.
-Ojalá no fueran capaces -concluí.
-Se deduce, por tanto, que si el poder que sólo puede
hacer el bien es todopoderoso y los que hacen el mal no lo
pueden todo, estos últimos son menos poderosos. Afia­
damos a esto lo ya den1ostrado, a saber, que todo poder se
ha de contar entre los bienes apetecibles. Ahora bien, to­
dos estos bienes, según demostramos, se reducen al bien
sumo, que es como síntesis de todos ellos.
»La capacidad, sin embargo, de cometer el crimen no
puede incluirse en la categoría de bien. Luego, no es ape­
tecible. Pero como todas las formas de poder son apeteci-
135
�:�-
b: les, resulta obvio concluir que la capacidad de hacer el
¡µial no es una forma de poder.
�-- »De todo lo que acabo de exponer se deduce claramen­
!e que el poder de los buenos es grande. No hay lugar a
,dudas
tampoco de la debilidad de los malos. Aparece
�también la verdad de aquella sentencia de Platón según la
cual sólo los sabios pueden hacer lo que quieren57• Los
malvados, en cambio, nunca realizarán sus deseos. Pue­
den, en efecto, hacer lo que les plazca. Imaginan así que
consiguen el bien que desean en aquellas cosas que les
causan placer. Pero no lo consiguen, porque el mal no
puede llevar a la felicidad.
\!"
·
II.
a esos reyes que ves en alto trono,
deslutnbrantes en el fulgor de su púrpura,
parapetados tras armas terribles,
de cara torva y de corazón colérico,
los despojas del vano atuendo que los arropa,
verás cómo los llan1ados señores arrastran
interiormente pesadas cadenas.
La lujuria invade su corazón con venenos
insaciables.
Azota la ira como mar agitado su nlente,
el pesar los fustiga y agota
y una esperanza incierta los tortura.
¡Tantos tiranos como mandan sobre un solo
corazón
no dejarán que el rey pueda hacer lo que
quiera!
»Si
·'f
-'� !
f:57.
�i
Platón, Gorgias, 466-48 1 b.
136
3.
L A CONSOLACIÓN D E L A FILü SOF fA
tJBRO
IV, 3
.
137
�
dioses58• Siendo esto así, el sabio no podrá dudar
-¿Ves el cieno en que se revuelca el vicio y la luz en !��lleeleninevitable
castigo de los 1nalos. El bien y el mal, lo
que resplandece el bien? De lo que se deduce claramente
que el bien nunca queda sin premio y el crimen nun c a
escapa al castigo. Se puede ver con claridad que el pre­
mio de una acción buena está en el fin u objeto con que
se hizo, como los que corren en el estadio tienen su pre­
mio en la corona de laurel prometida. Ya demostramos
que la felicidad se identifica con el bien por el que todos
nos movemos. De lo que se deduce que el bien es como
el premio o recompensa común de toda actividad hu ­
mana. Pero el bien no puede separarse de los bue n os,
pues el que careciera de él no podría llamarse con justi­
cia bueno. En consecuencia, los actos virtuosos siempre
tienen reco1npensa. Porque, hagan lo que hagan los
malvados, la corona de los buenos nunca caerá, nunca
se marchitará. La maldad de los ímprobos nunca an1en­
guará la gloria del sabio. Si se jactara de una gloria q ue
le ha venido de fuera, otro individuo o el mismo que se
la prestó, podría quitársela. La misma virtud sería su
propia recompensa, que perdería cuando dejara de ser
honrado.
» Finaln1ente, si creemos que el premio apetecido
un b ien, ¿quién puede pensar que carece de premio el
que siendo bueno está en posesión del bien? ¿Y cuál es
su premio? El más hermoso y grande de todos. Recuer­
da, si no, aquel gran corolario al que llegarnos un poco
más arriba, y después razona; "Siendo el bien la felici­
dad nüs ma, es claro que los buenos, precisamente por
serlo, son felices". Demostramos además que todo el
que es feliz se convierte en dios. El prenlio de los bue­
nos, que nunca desaparecerá y ningún poder podrá
amenguar, ni malicia alguna ensombrecer, es convertires
?:mismo que el premio y el castigo, son contrarios. Al pre­
ínio debido al buen obrar se opone el castigo correspon­
diente al mal. Por tanto, si el premio de los buenos es su
mis1na bondad, el castigo de los malvados será su propia
maldad. Y todo el que sufre un castigo no duda que pade­
ce un mal. Si, pues, se examinan con imparcialidad, ¿po­
drán los malos considerarse libres de todo castigo, siendo
que sufren el mayor de los males, ya que la maldad no
sólo
les afecta sino que les infecta profundamente?
. »Advierte
ahora el castigo que atenaza a los malos des­
de el punto de vista de los buenos. Hace un instante apren. . diste que cuanto existe es uno y que todo lo uno es bueno.
b e lo que se deduce que todo lo que existe es bueno. Sig­
;hifica
que todo aquello que se aleja del bien deja de existir
. y que, por tanto, los malvados dejan de ser � o q1:1 e eran.
Que
eran hombres lo revela la misma apariencia de su
,�uerpo,
que todavía les queda. Pero al entregarse al mal
"p erdieron también su naturaleza. Con lógica podemos
pensar que si sólo la bondad puede elevar al hombre por
encima del nivel de la especie humana, de la misma ma­
nera el mal hunde por debajo de un nivel huniano a quie­
nes destronó de su condición de hombres.
»El resultado es que quien se ha dejado transformar
por el mal no puede ser tenido por hombre. Al que se ha
·
58. Esta frase puede pare � er extraña, pero es bie � conocida �e los
. cristianos. Quien se une a D ios se hace uno c o n El, se hace hlJO de
Dios. La argumentación de Boecio es: s ó lo l a � onsec ución del S 1:1mo
_
Bien nos hace fel ices; ahora bien, D ios es el B1e i: Sumo y la felicidad
erfecta; quien con_oce y ama a D ios se une a E l y se identifica con
Dio s : es feliz como El. .
·•
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¡��.
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138
139
L A CONSOLACIÓN D E L A FILOS OFíA
Éste, recién convertido en lobo,
quiere llorar, pero aúlla.
Aquél, ya tigre de la India,
merodea el poblado solitario.
El dios alado de Arcadia60 se apiada en vano
del jefe de los navegantes, agobiado de mil
calamidades,
liberándolo de la maldición de Circe.
Pero los remeros han llevado ya a la boca
las ponzoñosas copas y, transformados en
cerdos,
dejan el pan de Ceres
para correr tras las bellotas.
Nada queda intacto. No les queda ni la voz ni el
cuerpo que tenían.
Sólo permanece el espíritu inmutable
que llora el sortilegio monstruoso que padece.
¡Oh mano de Circe por demás débil!
III. »El Euro empuja las velas del señor de Itaca5C)
¡Oh hierbas mentirosas,
y sus naves perdidas en el mar
que si bien transforman el cuerpo,
son llevadas a la isla en que reside Circe,
no pueden transformar el corazón!
la bella hija del sol.
El
vigor del hombre está en su interior,
Para los nuevos huéspedes
oculto en el secreto alcázar del alma.
su mano experta en hierbas
Estos venenos tanto más destruyen al hombre
prepara copas con encantan1ientos,
cuanto más penetran en su interior.
logrando transformar de diversas formas a los
No
dañan el cuerpo,
visitantes.
pero se ensaüan hiriendo la mente.
Uno toma la forn1a de jabalí.
Otro, transformado en león de Mármara,
4.
-Lo entiendo -dije entonces a la Filosofía-. Y no sin
ve crecer sus uñas y colmillos.
: razón se les puede llamar viciosos, pues, aunque manten­
gan la apariencia exterior del cuerpo, los malvados se
hecho ladrón, el corazón le arde en codiciosos deseo s del
bien ajeno. Diríamos que es un lobo. El matón y pen den ­
ciero que con su lengua levanta pleitos sin cuento, p o­
dríamos compararlo con un perro callejero. Al astuto
tramposo que se oculta en la emboscada de sus fraudes le
compararemos al zorro. Al intemperante q�e ruge de ira,
le atribuiremos el corazón del león. El cobarde tembloro­
·s o y fugitivo, aterrado por un miedo imaginario, se pare­
ce al ciervo. El hombre esclavo de la molicie y estupidez
yive como los asnos. El débil e inconstante que cambia
incesantemente de gustos no se diferencia de los pájaros.
El que está enfangado en pasiones lascivas vive atrapado
por el placer del cerdo repugnante. Sucede, entonces, que
abandona la virtud, deja de ser hombre e, incapaz de ser
dios, desciende a la condición de la bestia.
59. S e refiere a O diseo o Ulis es, rey de esta isla. Para el relato que
sigue, cf. Odisea, X.
t
�·
J 60. Hermes-1\'lercurio
-�;·
J
140
r....
LA CONSOLACIÓN DE LA FlL OSOFfA
convierten interiormente en bestias. No quisiera, sin em­
bargo, que estas mentes tenebrosas y criminales pudieran
llevar a la ruina a los hombres de bien.
-No pueden hacerlo -repuso ella-, cpmo se demo stra­
rá en su momento, pero si momentáneamente careciera n
de ese poder que se les atribuye, su castigo sería mu cho
inás llevadero. En efecto, por increíble que te parezca, lo s
malvados son más desgraciados cuando consigue n s us
propósitos qu e cuando no pueden realizar sus dese o s.
Porque, si desear el mal es triste, lo es más poder hacerlo,
ya que el efecto de una mala voluntad quedará fallido. y
si cada instante tiene su grado de desgracia, hemos de
concluir que los inalvados sufren un triple grado de infortunio: desear el mal, poder hacerlo y finaln1ente realizarlo.
-De acuerdo -le respondí-. Pero mi sincero deseo es
que pronto carezcan del poder de hacer el mal.
-Carecerán -respondió ella- antes quizás de que tú lo
desees ellos lo piensen, pues, dada la brevedad de la
vida humana, nada puede tardar tanto en llegar con10 un
espíritu inmortal cree que tarda. Su gran esperanza y el
monstruoso proyecto del crimen quedan con frecuencia
destruidos por un fin repentino e inesperado. Esto men­
gua, ciertamente, su desgracia, ya que si la maldad es la
causa de su desgracia, es lógico pensar que son tanto más
desgraciados cuanto más dure aquélla. Si la muerte no
acabara con su maldad, el infortunio de los malvados se­
ría infinitamente inayor. Porque si llegamos a la conclu­
sión de que la maldad es un infortunio, cualquier desgra­
cia que sabemos eterna será infinita.
-Sorprendente conclusión -respondí yo- y de difícil
aceptación. Pero también veo que es conforme a nuestras
anteriores conclusiones.
-Pero concederás que quien juzga difícil aceptar una
o
1�0 !V, 4
141
tonclusión habrá de den1ostrar o que las premisas son
falsas o que la inferencia lógica de las proposiciones no
,peva necesariamente a la verdad final. Ahora bien, si ad­
;·
!J.
}nitimos que las premisas son correctas nada impide lle­
'gar a una deducción correcta.
?: »No m.enos sorprendente juzgarás lo que te voy a decir.
'pero después de lo ya demostrado resulta una conclusión
necesaria.
-¿Y qué es? -le dije yo.
-Que los malvados son más felices sufriendo el castigo
que si se vieran libres de una pena justa. Y al decir esto no
,estoy pensando lo que alguien pudiera pensar: que los
'.m alvados se corrigen por el castigo y que la vuelta al ca­
mino recto se debe al miedo al castigo, además de ser
:eje1nplo para que otros huyan de actos punibles. No, yo
'.creo que hay otra forma para pensar que el malvado
'.impune es desgraciado, sin tener en cuenta el correctivo
!del castigo o su sentido del ejemplo.
¡ -¿Y cuál es esa otra manera?
:, -¿No apunta1nos ya que los buenos son felices y los
·malvados desgraciados?
-Sí.
¡,¡ -Ahora bien, si a la desgracia de uno le aüadimos algo
de bien, ¿no es más feliz que otro cuya nliseria es total y
'absoluta, sin mezcla de bien alguno?
-Así parece.
-Y si a este infeliz falto de todo bien le aüadimos otro
mal además de los que le hacen desgraciado, ¿no será su
infortunio superior al de quien ve aliviada su miseria por
j�a participación de un bien?
J -¿Por qué no?
¡.; -Ahora bien, es obvio que el castigo del malvado es
tiusto y quedar impune es inicuo.
'.f .
,,
f. ----
142
LA CONSOLACIÓN DE L A FILOSOF fA
- ¿ Quién puede negarlo?
-Y nadie negará tampoco que lo justo es bueno y que,
por el contrario, lo injusto e s malo.
- Es obvio -respondí.
- Por tanto, cuando los malvados son castigado s re cib e n algo bueno, el castigo mismo, que es bueno po r s er
justo. De la misma manera, cuando quedan impune s h ay
un mal añadido, la misma impunidad, que, según tú co n·­
fesaste, es una inj usticia.
-No puedo negarlo.
- Los malvados, por tanto, s o n m á s desgraciad os por
su i nj usta impunidad que cuando se les castiga con u na
pena justa.
- To do esto -respondí yo- es consecuencia de nues tra s
conclusiones anteriores. Pero din1e: ¿no dejas ningún cas­
tigo de las al .lp aS para después de la inuerte de los cu erpos?
.
-Y grande, p o r cierto - respondió-. Pienso que estos
castigos se irr1ponen a veces, unos en forma de p enas se­
veras, otros como medio de clemencia purgativa. Pero no
es momento para hablar de ello.
» Hasta aquí he tratado de hacerte comprender que ese
poder de los inalvados, que a ti te p arecía tan indigno, n o
existe. Quería que vieras tú mismo cómo esos de quienes
te quej abas habían salido impunes, nunca se verán libres
de los castigos de su perversidad. Intentaba que supieras
que su libertad de hacer el mal y p ara la que pedías un fin
inmediato s erá más miserable c u anto más prolongada y
que será fatal si llega a ser eterna. D e to do lo cual se dedu­
ce que los malos son más desdichados cuando quedan in­
justamente impunes que cuando se les impone una san­
ción justa. La conclusión lógica es que se ven cargados con
mayores suplicios cuando creen haber salido impunes.
'fIBRo
�
'
IV, 4
1 43
-Al considerar tus argumentos -respondí yo- pienso
(;que nada hay más cierto. Pero cuando pienso en las opi­
! n iones del vulgo, ¿ quién tendría tus opiniones, no ya por
aceptables, sino siquiera por dignas de atención?
-As í es - a s intió ell a - . S u s oj o s n o pueden m irar de
l
�
l
¡frente a la luz de la verdad, a c ostumbrado s como están
! a las t inieb l a s . S e as ernej an a las aves n o ct u r n a s , a las
�que ilum i n a la no che y ofu s c a el d í a . No se fij an en la
' realidad y en el orden de las cosas, s ino en s u s prop ias
impresiones y sentimien tos, lo que les lleva a im aginar
:que p erpetrar el m a l y quedar imp u nes les hace felices.
' Pero o b s erva ahora cuál es l a sanción q.e la ley eterna.
Para hacerlo no necesitas la p resencia de j uez alguno, tú
, mismo te has elevado a la esfera suprerna del bien, que
'. es la m ej or recompensa. Pero si i n clinas tu corazón ha­
!:cia el rnal, no busques fuera de ti u n castigo , tú mismo
\te hab rá s reb aj ado al nivel m ás b aj o . E s como si alter­
lnativamente mi raras a l a t i e rr a s ó r dida y al cielo, y,
desaparecidas las demás c o s a s , te p areciera estar p o r un
¡ mon1ento en el cielo y por otro e n las estrellas, s ó lo por
efecto de tu vista. Pero el v ulgo no ve estas cosas. ¿Y ha­
:f bremo s de coro.pararnos con aquello s que, com o ya vi­
r\mos, se asemej an a las bestias? ¿ Qué decir, p o r ej emplo,
de aquel que, hab iendo p erdido la vista olvidara haber
tenido oj o s y pensara que tiene todo lo que pertenece a
jla perfección humana? ¿Po dríamos a ceptar que los que
[iten ernos vista pensamos lo m i s m o que el c iego ? Tarn­
\!p o co a c e ptarían otra ver d a d b a s a d a en s ó l i d o s argu1'ment o s , c omo, p or ej emplo , que l o s que cometen una
!;inj usticia son más desdichados que a quello s que la su­
/jfren .
-Me g ustaría o ír las razones de e sta afirmación -le
!
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· · e.
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1 44
LA CONSOLACIÓN DE LA FIL OSO FfA
-¿Puedes negar que todo malvado es digno de cas tigo?
-No, en absoluto.
-Y es sobradamente claro que los malvados son desgraciados -añadió ella.
-Sí.
-¿No dudas, entonces, que el digno de castigo es desgraciado?
-Por supuesto que no.
-En consecuencia, si te sentaras en un tribunal de justicia, ¿a quién sancionarías? ¿ A quien injurió o a quien
padeció la injuria?
-No dudo en afirmar que satisfaría al injuriado y
inclinaría por el castigo al ofensor.
-¿Pensarías, pues, que el que perpetra la injuria es más
desgraciado que su víctima?
-Es lógico pensar así.
-Por esta razón y por otras , basadas en el hecho de que
el mal por su naturaleza lleva a la desgracia, cuando se
inflige una injuria, el desdichado no es la víctima, sino el
que la ejecuta.
»Pero los abogados siguen el método contrario. Tratan
de suscitar la compasión del tribunal a favor de quienes
han sufrido una ofensa grave y dolorosa, cuando en rea­
lidad son más dignos de compasión los culpables. Éstos,
en efecto, tendrían que ser tratados con más clemencia y
dulzura por los acusadores, y ser presentados ante el tri­
bunal como un enfermo ante el médico, a fin de que su
enfermedad quedara curada por el castigo. De esta suer­
te , la labor del defensor o sería innecesaria o quedaría re­
ducida (si se prefiere que sea útil a los hombres) a una
simple acusación. Y los mismos malvados, si a través de
una rendijilla pudieran intuir el valor de la virtud que
han abandonado y así ver que, sometiéndose al castigo,
nie
¡,LIBRO IV, IV
1 45
J quedar�0n lib�es de la sor�ide,z de su� vicios y recob,rando
�
i ª camb 1 su hon :adez, n 1 r:� un castig � l es parecena exa­
_ de la defensa ,
f gerado. Rehusanan tarnb 1 en los servicios
! hasta el punto de ponerse a disposición de jueces y acusa­
! dores.
f »Sin duda por eso no cabe el odio en los sabios. ¿Quién
l sino el más loco de los hombres podría aborrecer a los
;: buenos? Pero tampoco hay razón alguna para odiar a los
.'. malos. Pues, así con1 0 la debilidad es una enfermedad del
cuerpo, así el vicio es una enfermedad del alma. Y si no
odiamos a los que padecen una enfermedad física , sino
.· que más bien los compadecemos, mucho más merecen
' compasión y no odio los que son víctimas del vicio, algo
peor que cualquier enfermedad física.
IV.
¡:
i
.1
f.
í
¡
¡
'
¡
:·
>>¿Qué os lleva a suscitar tan grandes pasiones,
tentando con vuestra mano suicida.aj destino?
Si buscáis la muerte , pensad que viene sola,
sin retener nunca la carrera de sus alados
caballos .
Presas son los hombres de los dientes del león,
de la serpiente, del tigre, del oso y del jabalí.
¿Serán también presa del hombre?
¿Por qué esas luchas intestinas y guerras
feroces,
buscando la muerte de los otros?
¿Acaso porque sus costumbres s_on diferentes?
Ninguna causa puede justificar semejante
crueldad.
¿Quieres dar a cada uno lo que merece?
Ama a los buenos, que es justo,
compadécete de los malos.
1 46
LA CONSOLAClÓN DE LA FILO SOFi A
f
IBRO IV, V
5. -Sí, puedo ver -dije yo - una especie de felicidad de �/
desgracia inherente a los actos tanto de los buenos c� mo
de los malos. Pero advierto también que en la azarosa for­
tuna de la gente se mezclan el bien y el mal. Ningún hom­ fi
bre sensato prefiere el exilio, la pobreza, la infamia, a un a
vida de opulencia, rodeado de honores·, con reconocido
poder e influencia viviendo tranquilo en su ciudad. Por­
que la sabi<luría se manifiesta más clara y contundente ­
mente cuando de una forma u otra el bienestar de los go­
bernantes pasa a los ciudadanos que le han sido confiados.
Y, de manera particular, cuando la cárcel y otros castigos
legales quedan reservados a los ciudadanos peligrosos
para los que fueron promulgados. ¿Por .qué, entonces, se
cambian las tornas? ¿Por qué los castigos del crimen re­
caen sobre lo�J;menos? ¿Y por qué los malos arrebatan los
premios de la virtud?
ȃste es mi profundo estupor y quisiera saber de ti la
razón de una confusión tan injusta. Mi asombro sería
menor si creyera que tan gran desorden se debe a los
cambios caprichosos del azar. Pero mi admiración se
agranda al saber que es Dios el que rige el mundo. Con
frecuencia se muestra complaciente con los buenos y se­
vero con los malos. Pero otras veces somete a los prime­
ros a duras pruebas y escucha los des,e os de los otros.
¿Qu é razón hay, entonces, para distinguir entre Dios y los
caprichosos efectos del azar?
-No te sorprenda -contestó ella- si el desconocimien­
to del orden del mundo lleva a pensar a la gente algo te­
merario y confuso. Por lo que a ti respecta, aunque igno­
res el plan del mundo, no has de dudar de que un rector
bueno dirige el universo y que todo sucede de acuerdo :l
1 61.
con un orden.
v
t
'
l. .
. ·
�
v.
147
»Si no sabes que la constelación de Arturo na­
vega con lentitud alrededor del polo;
si ignoras por qué el Boyero conduce sin prisa
su carro
y no corre para fundir su luz en el mar
y, en cambio, aligera su orto al amanecer,
quedarás deslu1nbrado ante la ley que rige
las altas esferas del cielo.
Si el disco de la luna llena palidece
a medida que la noche lo invade con sus
sombras;
y si Febe oculta las estrellas con su luz
resplandeciente
y las descubre poco después de haberse
eclipsado,
la muchedumbre impelida por la ignorancia
llena el aire de lamentos mientras bate los
timbales.
Nadie a4mira a Coro6t cuando azotan sus olas
bravías el acantilado
ni cuando bloques de hielo se funden
bajo el calor tórrido de Febo:
fácil es descubrir aquí las causas.
Pero las causas ocultas turban los ánimos.
Lo que sucede raras veces o aparece de repente
hace temblar de miedo al vulgo.
¡Que se disipen, pues, las tinieblas de la
ignorancia
y todos estos hechos ya no se verán como
maravillosos!
.
Cf. nota 3 .
.
rRO IV, 6
LA CONSOLACIÓN DE LA FILO SO FfA
1 48
6.
�
es tán envueltas en tinieblas, te p ido que me aclare s t u
pens amiento sobre este tem a. Este m isterio me pertu rb a
'l.
en relación c o n las cosas que mueve y controla, l o s anti­
- As í es -le dij e - . Pero, s iendo tu misión descubr ir las
causas de las cosas o cultas y explicar la r azón de las qu e
tuo s lo llamaron Destino. Cual quiera que examine con
;os oj os del e � píritu �a fuerza de �mbo � , compr: nderá cla­
,
iramente la diferencia entre Providencia y D estino.
sobremanera.
» Providencia es la misma razón divina que to do lo dis­
pone y que reside en el origen último de to das las c o s as .
Ella, haciendo una pausa, dibuj ó una leve sonrisa antes
D estino, p o r su parte, es el orden establecido inherente a
de contestar:
-Me llevas - d ij o - a una cues t i ó n que difícilmen te
1 49
las cosas some tidas a cambio y el nexo por el que la Pro ­
se
videncia une to das las cosas y las s itúa en su propio lugar.
gen o t ras ínnurnerables como cab ezas de la hidra. No hay
.infinito s que sean. El Destino, e n cambio, regula l o s mo­
del espíritu. Has de saber que en e sta materia se suele in­
tiemp os diversos. Así, el desarrollo en el t ien1po de este
puede agotar.
Un tema en que, s olventada una duda, s ur­
La Provide n c i a incluye a to dos l o s seres, por dive r s o s e
o tro m edio de sofo carlas m ás que con el fuego vivísimo
ves t igar sobre la simplicidad de l a Providenc ia, s ob re el
curso del destino y los casos fortuitos , sobre la ciencia y la
predestinación divinas y el l ibre albedrío, de cuya impor­
tancia tú mismo eres consciente.
» Como, no obstante, el conocimiento de estos proble­
mas forma parte de tu tratamiento m édico, me esfo rzaré
por tratarlos, aunque sea someran1ente, a pesar del tiem­
po limi tado de que disp onemos.
Y si el deleite de l a m úsi­
ca del verso te encanta, refren a un p o co tu deseo mientras
exp o ngo mis argumentos e n su debido orden.
vimientos de los diferentes s eres p articulares e n lugares y
·
plan divino, visto
en su unidad p o r la inteligencia divina,
.es la Providencia. Se llama D estino al mismo plan unifi­
.cado, tal como se presenta y se desarrolla sucesivamente
'en el tiemp o .
!
» Providencia y D estino, aunque diferent:�' d e p e n den
uno de otro. El orden del Destino depende de l a sirnplici­
:.dad de la Providencia. Pues así como el artista concib e e n
· su mente l a idea d e l a obra q u e va a plasmar y l a lleva a
:efecto después en interval o s de tiemp o , de la misma m a­
E ntonces ella, como quer iendo exponer nuevos argu­
: nera D ios con su P rovidencia dispone cuanto ha de suce­
. der en su único y estable plan. El D estino, en ca mbio , es la
.
realización del plan de Dios e n sus diversas for m as y
-To da generación y to da evolución e n los seres someti­
la ayuda de los esp íritus celestes al s ervicio de l a P rovi­
y sus fonnas en la inmutabilidad d e l a inteligencia divina.
. e l alma del mundo, p o r l a obediencia d e la naturale za,
na ha trazado un plan para poner en marcha los múltiples
de los ángeles , por la complej a astucia de los demonios o
gencia de Dios, se llania Providencia. Si lo contemplarnos
la Providencia es el p lan simple e i nmutable de cuanto su-
-Con10 tú quieras.
mentos, pro sigui ó :
dos a diferentes cambios tiene sus causas, su disp osición
D esde la ciudadela de su simplicidad, la inteligencia divi­
acon tecinüentos . Visto este plan en la puridad de la inteli­
tiempos. Así, ya sea que la obra del Destino se realice con
dencia, ya que la red de los acontecimientos sea tej id a p o r
por el movimiento de los astro s e n el cielo, por el p o der
por alguno de ellos o por todos junto s , una cosa es clara:
�
·-
�
1 50
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
cede. El Destino, en cambio, es la red s iempre camb ia
n te
y la disposic i ó n a través del tiemp o de cuanto D i o s
ha
planeado en su s implicidad.
» D e esta manera, todo lo que está suj eto al D estino de­
p ende de la Providencia a la que está suj eto el mis m
o
D estino. Hay, sin embargo, cosas que escapan al D estin
o
y se r igen sólo por la Providencia. S o n aquellas q u e, es­
t an do por encima de lo cambiante, p ermanecen p róxi­
mas a la D ivi nidad en inmutable es tabi Fdad. Ima g i n e­
mos una serie de esferas o círculo s c o ncént r icos que s e
mueven e n torno a u n ej e. E l más interior p articipa m á s
e
t
!LIBRO
'--�
!� u
IV, 6
151
a ctos y la suerte de los hombres valiéndose de una indis o ­
l b le cadena de c ausas que, por fuerza, han de ser 1nmu­
hables, del mismo modo que la Providencia, donde tienen
isu
origen, es inmutable. Así, pues, las cosas funcionarán
! de modo p erfecto si la simplicidad inmanente de la mente
. l divina despliega un inmutable o rden de c ausas que dirij a
1 con s u i nvariab ilidad todas las
l
¡
cosas sujetas a camb i o y
que, de otro modo, fluctuarían sin rumb o .
,
,
» Por eso advertirás que vo sotros, los hombres, no solo
l no estáis en dis p o s i ción de contemplar e ste p lan divino,
l:sino que además veis todas las c os as confusas y alteradas .
inten samente de la simplicidad d el c entro comú n y s e
. : Pero no es m enos cierto que to do t iene su propia manera
conv i erte a su vez en centro de los que giran más alej ado s.
[ de ser y norma que l o dirige al b ien . Nada existe que tenga
El círculo más externo describe una ó rb ita mayor, tanto
como fin el m al, ni siquiera el pro ceder de los malvados .
nlás amplia c uanto m ás a l ej ada está del punto céntr ico
Como ya dem o stramos ampliamente, es el error el que
único e indivi�,i l;:>le.
de la misma manera que todo lo qu e
1 los ciega y desvía en su búsqueda del bien . Es impensable,
!
i:
Y
s e une al centro se aproxim a a la sin1plicidad y escapa a la
dispersión, así, c uanto más se alej a u n o de la prime ra y
sQma inteligencia, más atrapado se ve en las redes del
Destino. Por el contrario, cuanto 1nás se acerca al centro
o eje, más libre se ve del Destino.
si alcanzara la estabili ­
Y
dad del espíritu divino, se vería libre de t o do movimiento
y e s c aparía a la necesidad impuesta p o r el D estino. La re­
lación entre el cambiante cu rso de éste y la estable simpli­
ci_d ad de la Providencia es l a misma que exi ste entre el ra­
zonamiento y la inteligencia, entre la criatura y el Ser por
esencia, entre el t ien1po y la eternidad o entre el círculo y
el p u nto en torno al cual gira.
»El curso del Destino p one en movimiento el cielo y las
1,
¡ pues , que el o rden que dinrnna del centro universal, que
!. es el b ien supremo, se ap arte de su propio principio.
l
» ¿ Puede hab er mayor confusió n , obj etarás, y más con­
[ traria a la justicia que ver cómo la fortuna de los hombres
� buenos, lo mismo que la de l o s malos, varía cont i n ua ­
� mente entre la adversidad y la prosperidad? Ahora b ie n ,
!'.
pregunto, ¿tienen los hombres u n a intel � gencia t an
f íntegra con10 p ara ju zgar quién es bueno y quién es m alo?
I No. Los j uicios d e los hom bres e n esta materia s e c o ntra­
�· dicen, ya que los que unos juzgan dignos de recompensa,
·
otros los consideran merecedores de castigo.
»Sup ongamos , por ejemplo, que hubiera alguien c apaz
de distinguir a lo s buenos de los malos. ¿Podría, s i n em ­
es trellas, regula la mutua relación entre lo s elementos y
b argo, conocer su temperament o o l a compo sició n ínti­
dos los seres que nacen y mueren p or medio de sucesivas
disp osición de los c uerp o s ? No es diferente ta1np o co la
los transforma a través de 1nucho s cambio s . Renueva to­
generaciones de animales y plantas. Dirige tamb ién los
n1a de sus alm a s , por emplear un t é rmino aplicable a la
admiración del qu e, no con o c i e n d o las causa s , n o s ab e
1 52
LA CONSOLACIÓN DE LA FIL OSO FfA
por qué a u n o s con cuerp o sano les va bien lo dulc e y
otro s lo anrnrgo, y por qué unos enfermos s e curan c on
medicinas suaves y otros, en cambio, con otras más enér­
a
t 1BRO
�
IV, 6
�9 tro
hombre, dechado de t o das l as virtudes, u n santo,
V
1 53
ib erándole de lo que no p o dría s op o rtar. Imaginemos
¡muy cerca de Dios. Quizás la Providencia no crea conve­
gica s . Pero el médico que conoce el pro ceso de l a salud y J niente p ara él ningún tipo de adversidad, de suerte que se
¡vea l ibre hasta de las enfermedades cor p o r al es . Como
de la enfermedad no se extrañará de nada de esto. Ahora
\ dij o alguien más ilustre que yo :
bien, ¿no es la virtud la salud d e las almas? ¿Y qué signifi­
ca el vicio, sino la enfermedad? ¿Y quién, sino D ios , es e l
prote ctor del b ueno y cas tigador del malvado, guía y mé ­
dico de las a lmas? Desde la atalaya de su P rovidencia con ­
templa el mundo y sab e lo que conviene a cada uno y le
apli ca lo que s ab e le conviene. Y aquí está el plan del Des­
tino : un D i o s sab edor que actúa y unos hombres igno­
rantes que quedan estup efactos.
El cuerpo de un santo h a sido edificado p o r el cielo63 •
» Sucede tamb ién con frecuen cia que a los ho1nbres
buenos la Providen cia les da el po der supremo p ara redu­
.cir la exuberancia del mal .
A o tros concede una mezcla de
buena y mala fortuna, según la disp o sición de su espíritu.
» Echemos s ólo una mirada a los p o cos dato s que la ra­
A unos l o s aguij onea unas veces p ara que una p rosperi­
Por el lo s entenderás que quien a tu j uicio es gran defen­
ba con duros golpes p ara fortalecer su virtud con el ej er­
zón humana p uede captar de la divinidad i n s o n dabl e.
dad demasiado larga no los adormezca.
A o tro s los prue­
sor d e la j usticia y celo s ís imo de la equidad, p ar a D ios
_cicio y la práctica de la p ac iencia. H ay quien se presenta
causa del vencedor, pero a C atón le agradó la del vencido,
puede superar. O tros, en cambio, se burlan de sufrimien-
omnisciente ap arece lo con trario.
A los dioses agradó la
según cantó n uestro p o eta Lucano62• Cuando veas, por
tanto, que algo sucede en el mundo distinto de lo que es­
excesivamente tímido a'nte una p rueba q ue,.,t�_n realidad
, tos que n o po drían aguantar.
A ambo s lo s lleva al descu­
brimiento de sí mismos a través de circunstancias difíci­
perabas, recuerda que e_stá dentro del orden de las cosas.
les . O t ro s homb res alcanzaron un nombre inmortal al
» P e ro s upongan1os que e xiste alguien tan íntegro que
bles frente a las torturas , d ieron ej emplo a los demás de
Tiene , sin embargo, un e s p íritu débil y a la primera ad­
tanto, d e que todo esto s u c e dió, fue planificado y dis­
fortuna. En tal s ituación la P rovi dencia sabia s e compa­
mente.
La confusión y el error están en tu manera de ver.
precio de una muerte gloriosa. Alguno de ello s, indoma­
sobre él co inciden el juicio de Dios y el de los h ombres.
que la virtud no se doblega ante el mal. No hay duda, por
versidad dej a s u virtud que no le permitiría mantener su
puesto en beneficio de quienes se p ortaron tan ejemplar­
decerá de aquel a quien la adversi d a d p o dría hacer p eor,
» El hecho de que los malvados tengan también altiba­
62. Lucano, Farsalia, I, 1 28 . « El vencedor» hace refe rencia a Julio
César; «el vencido», a Pompeyo.
jos de fortuna se debe a las m ismas causas. Su sufrimien-
63. Texto sin contrastar.
�ra.
LA CONSOLACIÓN DE LA F I L OSOF iA
1 54
i
e ha sido asignado vuelve al orden, aunque sea diferente,
p ara que en el reino de la Providencia n ada que d e al azar.
f
se lo han m erecido. Pero t ambién su desgracia puede
ap artar a otros d el crimen y corregir a los rni s m o s que
�'
ti
es una razón poderosa p ar a que los buerios p uedan for­
¡
r
son sus víctimas . Por otra p arte, la felicidad de que gozan
los p e rversos.
:;
» Creo que deb emos deten ernos un poco en este p unto.
P ie n s a, por t=>j c mplo, en un h o mbre orgullo s o y tan im­
pulsivo que la pobreza le p o d ría precipitar más fá cilmen­
te e n el crimen. La Providencia cura la epfe r m e d a d
una c antidad de dinero como remedio.
con
» Ü tro, e n cambio, adv i erte que su conc i e n c ia está
manchada y la comp ara con el bien estar de su fo rtuna.
Quizás tema perder su placentero disfr u t e . Camb i ará,
1 55
�
to no puede sorprender a nadie, ya que todos p iensan que
mars e un juicio de una felicidad que tan al alcance está de
·
RO IV, VT
Es difícil para m í ha blar como
j
j
un
dios64 •
» Ningún hon1bre puede comprender con su inteligen­
!Cia n i explicar con su palabra los caminos de D i o s . Báste!te por ahora haber vislumbrad
o que D io s', Creador de to ­
. d as la cosas, las ordena y dirige hac a el bien. Y a e te fin
�
�
. �
'esta disp uesto lo que ha creado a su imagen y s erneJ anza.
lPara ello h ace desaparecer de sus dominios toda s uerte de
1males , val iéndose de la necesaria cadena de aconteci­
•
!
'mientos suj etos al D estino. D e todo lo cual s e deduce que,
!Cu ando a primera vista la tierra p arece estar invadida por
\ei mal, no obstante, si atendemos al plan de la Providen­
pues, de costuQJ.b res y, ten1 i endo perder su fortuna, deja­
!
castigar para probar a los b uenos y sancionar a l o s malva­
!aire fresco te permitirá aplicar tu n1ente a lo que va a venir.
cia� el m al no existe en p arte alguna. Pero te
fatigado y
A uno s , su m al a dquirida riqueza l o s l anzó rabrumado con el peso y c o mplejidad del p.rheoblen1a.
Un
un d esastre merecido. A o tros se les concedió el p o der de [p oema b ello y agradable t e p uede aliviar. Un respiro
de
rá el vicio.
a
dos. P ues así como no hay p ac to entre bue'n o s y m alos, de
la m i s ma manera éstos nunca llegan a enten derse entre
�.
�f
fi
sí. ¿ Podría ser de otro m o do si, hecha j irones s u concien­
¡!¡
cen cosas que más tarde quisieran no haber h e ch o ?
l
cia por el vicio, les enfrenta a sí mismos y a menudo ha­
» D e este modo la altísima Providencia lleva a c ab o con
,.
t·
frecuencia un insigne prodigio: que los m alos hagan bue­
ellos , emprenden el camino de la virtud, deseosos de no
pare c erse a los que han o diado. Sólo el p o de r de D ios
puede conver tir e] mal en b ien, valiéndose de él p ara p ro­
ducir un buen e fecto. Existe un orden que ab arca todas
las cosas, y to do lo que se ap arta del lugar estab l e ci do que
» Si quieres ver y entender con la mente lin1pia
las leyes del que e n los cielos
despierta el trueno y la ten1p estad,
dirige tu m irada hacia lo más alto6 5 .
U n a perpetua armonía mantiene allí
nos a otros malos. Pues algunos que se creen víctimas de
la inj usticia de otros más p erversos, ardiendo e n ira hacia
VI.
a los astros fieles
¡,
¡
l
a
su justo p acto.
El sol envuelto en su llama rutilante
�4. Homero, Ilíada, XII,
1 76 .
�S. , Las leyes del que en los cielvs: E n latín celsi Tonantis, que muchos
lnterpretan como «Júpiter ton a nte » . B i e n puede i nterpretarse del
pios cristiano que dirige y coordina todas las cosas.
L A CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFÍA ·
156
n o impide el curso de la gélida F eb e .
Y l a O s a que corre veloz alrededor del Polo
altísi m o
no se hunde j amás en el profundo Poniente
mientras ve sumergirse él a las demás estrellas,
jtIBRO
IV, 7
l
157
en el seno d e la muerte .
i
f
Mientras t a nto, el Señor de todas las cosas,
sentado en alto trono, lleva las riendas del
¡
Universo
.!"
r
como Rey y S eñor, fuente y origen, ley y juez
sabio d e to da j usticia .
ni quiere ap aga r su fuego en el O céano.
El lucero vespertino anuncia siempre
Sostiene a todos los vacilantes , a quienes
y el lucero del a lba vuelve a traer
y cuando s e extravían los detiene para atraerlos
mueve a caminar,
con regularidad las sombras de la n o che,
hacia sí.
la luz blanca del día.
Pues, si no los llevara al cam i n o recto
Un amor recípr o co renueva
y los obligara a entrar en las ó rbitas fij as,
el eterno curso de las estrellas:
las cosas que el o rden estable m antiene unidas,
en aquellas regi ones está ausente el o dio de la
desgaj adas de su origen, terminarían
guerra.
dispersándose.
Esta concordia dispone to do s los elementos
Éste es el amor verdadero, común a to dos los
con m e didas iguales:
sere s .
la humedad da p aso a la seque d ad,
el frío hostil p acta con la llama el ascenso del
To dos ansían unirse a Él, sumo bie_n y fin
y el descens o de las t ierras arrastradas por
porque no tienen otra manera de subsistir
Por las m ismas caus as, la tibia primavera
hacia la causa que les dio el s er66•
universal,
fuego sutil por los aires
más que retornando, conducidos por el amor,
su peso.
viste el año con flores perfumad as,
el ardiente estío hace madurar l o s frutos de
Cere s ,
e l oto ño vuelve con l a exuberancia d e sus
frutos
y la lluvia incesante anega el invierno.
Este equilibrio de las estacio nes da vida y vigor
a cu an to exh a l a
mundo ;
un
» ¿ Ves ahora las consecuencias de cuanto he ido di­
ciendo?
- ¿ Cuáles?
!:-
-To da fortuna es siempre buena.
·
-¿Y cómo puede ser esto?
h álito de vida en el
y este mismo e quilibrio hace des ap arecer todo
lo nacido
7.
:,66.
Es
éste uno de los poemas más hermoso s de Boecio. El orden, la
�rmonía y la concordia del universo son fruto del amor. Dios dirige
:y atrae hacia sí a todas las cosas.
,l
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
1 58
-Escucha -prosiguió ella-. Toda fortuna, favorab le
adversa, está dirigida a premiar o probar a los bueno s, 0
castigar o corregir a los malos. De este modo, hem os de
concluir que es justa o al menos útil.
-Tu argumentación -le dije- es muy correcta, apoyada
como está en sólidas razones, si tenemos en cuenta lo que
acabas de enseñarme sobre la Providehcia y el D estino.
Pero me permitirás que incluya entre las opiniones ina ccptables misrr1a afirmación que acabas de hacer.
- ¿y por qué?
-Porque es una expresión común usa...ia por algun o s
cada mon1ento el quejarse de que tjenen mala fortuna.
-¿Acaso quieres que nos ajustem9s al lenguaje del
vulgo para evitar que parezca que nos apartamos del
pensar c01nún?
-Como t-Q_quieras.
.
-Pues bien, ¿aprovecha la fortuna que pone a prueb a
corrige?
- S í.
-Luego es buena.
-Sí, tan1bién.
-Pues ésa es la fortuna de hombres que ya están en la
senda de la virtud y luchan contra la adversidad, o la de
aquellos que vuelven al buen camino después de haber
abandonado el mal.
-No puedo negarlo.
- ¿ Y qué podré decir, entonces, de la buena fortuna que
llega como recompensa a los buenos?; ¿El vulgo la consi<lera mala?
-No, en manera alguna. Por el contrario, la tiene por
sumamente buena, como así es.
-Finalmente, ¿piensa la gente que es buena la fortuna
que se muestra severa y castiga a los malvados?
0
a
·
esa
a
·
o
.,_
r·
IBRO IV, VII
1 59
, -No, la juzga. como la mayor desgr":cia imaginable.
-Pues ten cuidado, no sea que s1gu1endo las op1n1on es
!
[del pueblo lleguemos a formular algo inaceptable.
} -Entonces, ¿qué?
j -De todo cuanto hemos hablado , se deduce que todos
¡aquellos que están en posesión de la virtud tienen siem­
!pre buena fortuna , cualqui era que ésta sea,. trátese de
1
perfecto s, proficie ntes o incipien tes. Por el contrar io, la
' fortuna de los que siguen en sus vicios es sien1pre mala.
. -Es cierto, aunque nadie quiere admitirlo . .
-Consec uentemente, el sabio no debería alarmarse
;cuando se enfrenta con la fortuna , de la misma manera
'que el esforza do soldado no se alarma cuando suena el
' grito de combate . Para ambos el riesgo es su oportun iJlad: para el soldado, la de conquistar más gloria, y para el
,sabio la de afianzar se en la virtud. Por eso mismo se Haµia virtud, que significa valor, fuerza. Se apoya en su mis'ma fuerza y no se deja vencer por la adversidad. Y vosotros
los que progresáis en la virtud no penséis en nadar en delicias o en dormitar en el placer. La lucha que mantené is
todo tipo de fortuna es dura: que no os oprima la
,¡tcon
risteza ni os reduzca el placer. Mantened el justo medio
fcon todas vuestras fuerzas. Tanto lo que se queda corto
(como lo que pasa de la raya os lleva al desprecio de la feli'.c iclad y no tiene el pren1io de la virtud. Está, pues, en
·vuestra mano la clase de fortuna que queráis forjar: todo
:lo que nos parece adverso, o perfeccio na, o corrige o cas'tiga.
:
� ..
VII.
»Durante una guerra de diez aüos
el vengador hijo de Atreo
sembró de ruinas Frigia
1 60
LA
CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF!A
a;.iBRO IV, VII
l
para castigar el rapto de la mujer de su
{.
hermano.
Fue él quien lanzó al mar la flota de Grecia,
l.
pero pagó los vientos al precio de su propia
l
sangre:
1
(
dejando a un lado su condición de padre,
hizo de funesto sacerdote al ofrecer a la diosa
el cuello de su desgraciada hija67•
El héroe de !taca lloró a sus desaparecidos
compañeros
cuando Poliferno, recostado en su inmenso
antro,
los engulló en su rnonstruoso vientre.
Pero el cíclope, furioso por haber perdido la
vista,
pagó con lágrimas la alegría del festín68•
Los duros trabaj os celebran la gloria de
' Hércules:
don1ó los soberbios centauros,
arrebató la piel del león feroz de Nemea,
atravesó con sus flechas certeras a las aves del ¡t
í
Estínfalo,
se apoderó del fruto dorado de las Hespérides, ¡
custodiado por el dragón de los cien ojos;
�
arrastró al Cerbero atado con triple cadena,
venció a Diomedes y le robó sus yeguas,
echándoles a su dueño como pasto69; .
I'
a
161
dio muerte a la hidra, quemando en las llamas
su veneno;
obligó a Aqueloo70 a hundir su desfigurado
rostro en las aguas de un río,
derribó a tierra Anteo en las arenas de Libia;
por Hércules, Caco fue víctima de las iras de
Evandro71;
los hombros del héroe que había de sostener el
mundo
fueron manchados con los espumarajos del
jabalí72•
Su último trabajo fue sostener los cielos
sin doblar la cerviz.
Y como premio por él mereció el cielo.
Id, pues, vosotros los fuertes,
por el elevado camino de los grandes ejemplos.
¿Por qué volvéis las espaldas?
Superada la tierra, os esperan las estrellas.
a
1
l
67. Hijo de Atreo: Aga m e n ó n , j e fe del ejér�ito
en �el as�dio de Troya.
Referencia a la guerra de Tr o ya y al sacnficw de lb gema.
.
6 8 . Para este epis o dio de O disea - «héroe de Itac � » - , cf. Odzs�a,
IX.
69 . L as yeguas de D iomedes, rey legendario de Tracia, se
alimentaban de carne humana.
"º· D io s fluvial, pers o n ificac i ó n del río más l argo de Grecia, que
uchó con Hércules por la mano de Deyan i r a .
, l . S egún una tradición, Caco robaba el g a na do de la aldea de
:alanteo (situada en el m onte Palatin o ) , que gobernab a Evan dro.
:2. Se refiere al terrorífico j abalí de Erimanto.
·
,.
t" '-�
¡, '
f
t
!LIBRO V
'
l
\
¡ ,,
fProv idencia y omnisciencia de D ios versus lib ertad hu­
\mana. ¿Existe e l azar?
¡�. ,;
•i
...' . .
..
;� '·
Dejó de hablar la Filosofía, y ya se disponía a dar un
!nuevo giro a su conversación, cuando la interrumpí yo
. �para decirle:
} -Tu exhortación es muy adecuada y digna de la autori­
;aad de que gozas. Pero acabas de decir que el problema de
)a Providencia va vinculado a otros muchos, y ahora lo
reo con mayor claridad. Quiero saber, pues, si existe el
¡¡.izar y, en caso de existir, de qué naturaleza es.
1 -Lo prometido es deuda y enseguida quiero abrirte el
�amino para que puedas volver a tu patria. Pero, por útil
que sea conocer todos estos temas, me temo que puedan
pesviarnos un poco del ca1nino seguido. Me horroriza
pensar que, agobiado por tales digresiones, no seas capaz
Üe alcanzar la meta.
�, -No temas -le contesté-. Será un alivio para mí llegar a
tonocer cosas que t�nto me gustan. Al mismo tiempo,
una vez explicados todos los aspectos del problema con
ru habitual competencia, quedarán despejadas las dudas
que puedan surgir.
�l .
·
t..
r
1 63
LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOF fA
1 64
- S e rás complacid o - dij o ella. Y p r o s iguió de e st e
modo-:
» S i por azar entende n1 o s un acontecimiento fortui t o ,
s in ningún nexo causal, hay que afir mar que el a zar n o
existe y, de igual m a n era, que e s t a p al ab_ra, apart e de
apuntar al tema que n o s ocupa, carece c o mpletamente de
! LIBRO V, I
I
¡ ;
1 65
�
s�
d� que s e ha p r o du c do algo ca s u al.
el labrador de
_
¡ dicho can1po n o hubiera removido
l a tierra y s i el que
escondió el tesoro n o lo hubiera enterrado en aquel lugar,
t
r el oro no habría sido encontrad o. Estas s o n las causas del
� hallazgo fortuito, resultado de la c o nj unción de diferen[,
t
¡ tes causas y no de la intención del agente. Ni el que escons e ntido. En efe cto, si D ios ha estab le cido el orden de to­ ¡· dió el oro ni el que removió el campo se propusie ron des­
das l a s cosas , ¿ qué lugar hay p ara l o for tuito? De la nad a,
en efect0, no se s i gue nad a . Es é s ta u n a s entencia muy
cierta que ninguno de los antiguo s filós o fo s se atrevió a
p on e r en duda, aunque ello s la emplearon como un p rin­
;
cubrir el tesoro, p ero, repito, sucedió por una coinciden cia
' de causas que h izo que lo enterrad o por uno lo encontra ­
ra el otro.
» Po demos, pues, definir el azar como un hecho o acon..i
cipio de filosofía natural que aplicaban a los obj etos ma­ ¡tecimiento inesperad o, producto de la conj unción de cau­
teriales, no a las c ausas eficientes . Y si un acontecimiento
,
}
sas que actúan en la realizació n de un fin . La conjunci ón y
s uce de s in causa, lóg ica1nente es como si saliera de la ¡ coinciden cia de causas procede del orden inmutabl e del
nada.
si esto es imp o s ible, también lo será la existencia j universo, que tiene su origen en la P rovidenci a y ordena
Y
del azar, según lo acab amo s de definir.
\·
mar con verdad casual o fortuito ?
¡
¡ todas las cosas en su tiempo y lugar74•
O, p o r el contrar io, ¡-
- Entonces - p regunté- ¿no hay nada que po damos lla­
¿hay algo, aun qu e lo desconozca el vulgo, que se aj uste
e s ta p alabra?
a
-La definición de mi discípulo Aristóteles en su Fís ica
es sucinta y muy c ercana a la verdad73•
-¿En qué s entido? -pre gunté.
V'
¡,
[
l
¡¡'
t
- S e habla de azar s iemp re que se hace algo con un fin
lo previsto. Así, p o r ej emplo, cuando alguien remueve la
das de oro. S e cree , enton ces, que e sto s e ha debido al azar !.:
·
73. Aristóteles,
Física, ll, 4-5.
donde los s oldados que p ersiguen al enemigo
caen atravesados por las flech a s de un ejército
que huye en retirada, nacen de la misma fuente
el Tigris y el Éufrates
Si luego volvieran a juntars e y formaran una
t ierra para explotarla y e ncuentra una vasij a con mone- ¡
cuya conjunci ó n imprevista e ines p erada da la impresión
»Entre las rocas d e l o s montes d e Aquemenia,
para corre r después por lech o s d i stinto s .
determinado y p or ciertas razones sucede algo distinto a
y que proviene de la nada. Pero tiene sus propias causas,
l.
¡;
¡74.
única corriente ,
chocarían las embarcaciones y l o s troncos
Es digna de n o tar l a definición que B o ecio da del a zar en este
párrafo. Es otra de las muchas definicion es m agistrales que han
_q uedado para siempre e n los libros de texto, como son las de
Destino, Libertad, Persona, Eternidad. Éste ha sido su mej or legado
y la razón de su p e rmanenci a en las escuelas de _Filosofía y Teología.
1 66
ir1fao
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
arrastrados por las olas, encrespadas de form a
caprichosa.
Pero estos movimientos que parecen fortuitos
pueden estar producidos por el declive del suelo
y por leyes que dirigen el fluir de las aguas.
De la misma manera, el azar parece deambular
perdidas las riendas,
pero está son1etido a un freno y se mueve por
la nüsma ley.
2.
-Comprendo lo que dices y estoy conforme con lo
que afirmas. Pero pregunto: ¿En esta concatenación de
causas hay lugar para nuestro libre albedrío? ¿O, por el
contrario, una cadena fatal sujeta los movimientos del es­
píritu humano?
-Sí -me contestó-. Existe el libre albedrío. No hay un
ser dotado de razón falto de libertad. Todo aquel que por
su mis1na naturaleza puede servirse de la razón tiene la
facultad de poder juzgar y discernirlo todo. Por sí mismo
distingue lo que ha de rechazar y lo que ha de elegir. Cada
uno busca lo que estima apetecible y huye de lo q�e considera rechazable. Así, quien está dotado de razón tendrá
ta1nbién la libertad para querer o no querer, si bien ad-vierto que no todos los seres tienen el mismo grado de liberta d.
»Los seres celestiales y divinos poseen un juicio clarí­
simo, una voluntad inquebrantable y uri poder eficacísi­
rno para llevar a cabo sus deseos. Los seres humanos, en
cambio, son necesariamente tanto más libres cuanto
más se aplican a la contemplación de la mente divina, y
u
e
e
��::�r:::1:��� �:�:�í� :i��:��a����:e�a: :��:p:l�:
en las redes de la tierra. Alcanzan, por último, la máxi-
V, II
1 67
ma esclavitud cuando se entregan al vicio y pierden la
p osesión de su propia razón. Sucede que cuando han
apartado sus ojos de la luz de la verdad superior para fi­
jarlos en el mundo inferior y tenebro so, se ven ensegu i­
, da envueltos en la nube oscura de la ignoran cia. Se ven
turbado s por pasione s funestas y, al ceder a ellas y con­
sehtirlas , no hacen más que fomenta r la esclavitud con­
traída, haciénd ose, por decirlo así, prisioneros de su li­
bertad. Aun así, el ojo de la Provide ncia ve desde la
eternidad todas las cosas y tiene predesti nado para �ada
cual su merecido.
\
II.
\:
t
[
¡
¡.
¡1. ·
Í
�
!
r
j75.
»La voz meliflua de Homero canta a Febo:
resplandeciente en su luz pura,
que ve todas las cosas y a todas escucha75•
Y, sin embargo, sus rayos son demasiado
débiles
para llegar a las entrañas de la tierra
o a lo profundo del mar.
¡Cuán diferente el Creador del mundo!
Nada se resiste a su mirada
desde lo más alto del cielo:
ni la tierra con su mole
ni la noche con sus oscuros nubarrones.
Lo que es, lo que fue y lo que será,
todo lo ve en una sola mirada de su
inteligencia.
Es el único que ve todas las cosas.
¡Sólo a Él puedes tener por verdadero Sol!
Cf. Homero, Ilíada, III, 2 77.
L A CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA
168
1
1 69
LIBRO V, 3
, 1 »Si, por ejemplo, un hombre está sentado, el juicio que
perplejidad
youna
y
dije
¡ hacemos de este hecho es necesariamente cierto. Inver­
-le
-Experim ento ahora
3.
¡ samente, si aceptamos la afirmación de que este hombre
confusión todavía mayor.
-¿De qué se trata? -contestó-. Aunque ya intuyo lo que ' está sentado, necesariamente está sentado. En ambas afirmaciones existe una necesidad: en la primera, que el
te turba.
ni
contraión
oposie
hay
no
hombre esté sentado; en la segunda, que el juicio sea cier­
-Me parece -le dije- que
n
prescie
la
cia
entre
existe
que
to. Pero que el hombre esté sentado no se debe a que el
la
como
dicción tan grande
universal de Dios el libre albedrío. Si Dios prevé todas juicio sea cierto, sino más bien al acto precedente de ha­
las cosas y no puede equivo carse, habrá de suceder cuan- berse sentado. Así, pues, aunque la verdad procede de
to la Provid encia ha previs to que suceda . Por tanto, si una causa exterior, en an1bos casos existe una necesidad
desde toda la eternidad prevé no sólo los actos sino tam- común.
»El mismo razonamiento se aplica a la Providencia y a
bién los pensamientos y los deseos , no existe el libre albeque
más
los " los hechos futuros. Pues, aun cuando sean previstos por­
drío. No sería posible acto o deseo alguno
la
De
inisDios.
de
le
' que han de suceder (y no que sucedan porque han sido
previstos por la presci encia infalib
Y
,
sí
futuro
del
encia
presci
la
' previstos), es necesario, no obstante, que Dios prevea lo
firme
m a manera no sería
una siniple conjetura incier ta, si los aconte cimien tos pu- , que ha de suceder, y que todo lo previsto suceda. Y esto
dieran discurrir por una vía distinta a la previs ta. Y no es : sólo es suficiente para eliminar todo libre albedrío.
»Pero ¡qué absurdo sería afirmar que la··evolución de
justo pensar esto de Dios.
argulos
con
nué-conti
los
acontecimientos en el tien1po es causa de la prescien­
o
»Tamp oco estoy de acuerd
mentos con que algunos pretenden cortar este nudo gor- cia divina! Creer, por tanto, que Dios prevé cosas futuras
diano. Afirman que no porque la Providencia haya previs- �porque han de suceder equivale a suponer que los hechos
qt�e l o acontecimientos pasados son la causa de esta suprema
to algo como futuro ha de suceder, sino al contra rio,
porque ha de suceder, no puede quedar º,culto � la Pr?v1- ]Providencia. Añádase, además, que si yo sé que una cosa
ciencia divina . De este modo no hacen mas que invertir la ¡existe es necesario que exista. Y cuando sé que algo va a
cuestión s i n resolverla. No es necesario , afirman, que se . � existir, necesariamente habrá de existir. De donde se si­
haya de realizar lo previsto, sino que se prev:ea lo que_ ha �ea \ gue que es inevitable la existencia de algo previsto.
suceder. Esto equivaldría a preguntarnos s1 la presc1enc1 - \ »Finalmente, si alguien pensara que una cosa es <listin­
es la causa de la necesidad de que ocurra un acontecimien 'ta de lo que en realidad es, no sólo no tendría cono ci­
to, 0 más bien si esta necesidad es la causa de la presciencia. ; �miento de ella, sino que su idea sería falsa y totalmente
Pero lo que se trata de demostrar es que, cualquiera que sea talejada de la verdad del conocimiento. ¿Quién podría
el o rden de las causas, los acontec imientos respondenpres- . : t'prever, en consecuencia, el cumplimiento de un hecho
c uya realización no es cierta y necesaria? Pues, así como
ce sariamente a lo previsto, si bien esta previs ión o
la ciencia excluye el error, de la misma manera lo que se
ciencia no implica la necesi dad de su realización.
v
·
n e-
'
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.fí>r'"'' _,,. '
. -
.
LA CONSOLACIÓN DE LA FI LOSOFÍA
1 70
sab e por un conocimiento verdadero ha de existir tal cual
se conoció . Si la ciencia carece de falsedad es porque las
cosas son necesar iamente como ella entiende que son.
» El problema es, por tanto: ¿cómo puede Dios prever
las cosas que han de suceder, si son incierta s? Pues se
equivoca si piensa que es inevitable la realizac ión de co ­
sas que tambié n pueden dejar de produeirse. Y pensar y
más aún afirmar tal cosa de Dios es algo impío. Y si cree
que las cosas han de suceder tal cual son en sí, que lo mis­
mo pueden suceder que no suceder) ¿qué clase de pres­
ciencia es la suya que no sabe nada cierto y estable? ¿En
qué se diferenc ia de aquella ridícula profecía de Tiresias:
Cuanto yo diga sucederá o no sucederá76?
»¿En qué sería superior la divina Providencia a la opi­
nión de los hombres si juzgara como ciertos los eventos
inciertos? Si, pues, en esa fuente certísima de todas las co­
sas no cabe incertid umbre alguna, debemos concluir que
se realizarán los hechos que Dios prevé como ciertos. No
existe, por tanto, libertad alguna ni en los pensam ientos
ni en los actos humanos. La inteligencia divina, que prevé
todas las cosas sin error ni falsedad, los encadena y dirige
a un fin determinado.
»Admitido esto, es fácil adivinar el fracaso de los pro­
pósitos humanos. Es vano prome ter recomp ensas a los
buenos y amenazar con castigo s a los malos, ya que sus
espíritus carecen de libertad y de voluntad. Lo que ahora
se juzga como lo más equitativo, a saber, el castigo de los
malos y el premio de los bueno s, parecerá lo más injusto.
76.
Horado, Sátiras, II, 5, 59.
r LIBRO
·
V, III
1 71
Pues los hombres son llevados al bien o al mal no por la
propia voluntad sino por una incoercible necesidad de lo
que ha de suceder. No hay vicios ni virtudes, sino una
confusion informe y desordenada de méritos. Nada más
perverso se puede pensar. Si el orden del uniyerso depen­
de de la Providencia y no hay sitio para la libre elección
humana, habremos de concluir que también nuestros vi­
cios derivan del Autor de todos los bienes.
»No tiene sentido, por consiguiente, esper�r nada ni pe­
.
dtr nada en la oración. ¿Qué puede esperar un hombre, o
pedir a Dios, si todo lo que apetece está sometido a leyes in­
flexibles? Por la misma razón desaparecerá el único medio
de comunicación del hombre con Dios, cual es la esperanza
y la oración, a menos que por el precio de una humildad
justa consigamos el don inestimable de la gracia divina y
sea éste el único medio para que los hombres puedan ha­
blar con Dios y unirse a su luz inaccesible, incluso antes de
alcanzarla n1ediante una oración suplicante. Pero si admiti, mos la necesidad de los acontecinlientos futuros y excluimos la fuerza de estos medios, ¿con qué lazo podremos
cercarnos y unirnos al Supremo Señor del mundo? Desga­
�
¡ 3ado y separado el género hwnano d� su origen, como poco
: antes cantabas, terminará por quedar débil y exhausto.
1
III.
»¿Qué razón discordante rompe
la unión y armonía de las cosas?
¿Qué Dios promueve la guerra entre dos
verdades,
solidísimas por separado, pero imposibles de
uncir al misn10 yugo?
¿O es que no hay discordia entre ellas,
que siempre van cogidas de la mano?
1 72
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF fA
•.
dBRO V, 4
1 73
¿No será más bien incapacidad de la
4.
Habló entonces la Filosofía:
inteligencia,
-Es ésta una vieja queja contra la Providencia. Ya Cice­
que, sumergida en la ceguera del cuerpo,
rón la expuso con vigor en su tratado de la Adivinación 77•
no puede distinguir con su pobre luz
Tú mismo la has estudiado de una manera seria y exten­
los débiles lazos que unen las cosas?
sa. Te diré, sin embargo, que hasta ahora ninguno de
¿Y por qué nuestro espíritu arde apasionado
vosotros la ha tratado con solidez y solvencia. La razón de
buscando las secretas huellas de la verdad?
esta ceguera hay que encontrarla en la misma forma de
¿Conoce ya lo que tan ansiosamente quiere
operar del entendüniento humano, incapaz de captar disaber?
rectamente la presciencia divina. Si se pudiera entenderla
Pero ¿quién se afana por conocer lo que ya
• de algún modo, desaparecería toda incertidumbre. Trata­
sabe?
; ré primero de disipar las dudas que te asaltan, para desY si no lo sabe, ¿qué es lo que busca en la
pués explicar y aclarar esta cuestión.
oscuridad?
»ivle pregunto por qué consideras poco concluyente el
¿Puede desearse lo que no se conoce?
razonamiento de los que piensan que la presciencia no
Pues ¿quién podría buscar algo que
implica necesidad sobre los acontecimientos futuros y
desconoce?
que el libre albedrío no es incompatible con ella. ¿No es,
¿Y dónde podría encontrarlo?
acaso, tu argumento a favor de la necesidad,. �e los acon¿Y una vez encontrado, podría reconocerlo?
Cuando llegue el alma a la contemplación de la ' tecimientos futuros que lo que ha sido previsto no puede
dejar de suceder? Por tanto, si, como acabas de afirmar, la
inteligencia divina,
presciencia no implica necesidad en los futuros contin­
¿percibirá la suma y las partes de la verdad?
gentes, ¿por qué los actos voluntarios habrían de estar ne­
Sumergida ahora en el espesor del cuerpo
cesariamente predestinados?
no se olvida totalmente de sí misma.
»Con el fin de aclarar mejor mi razonamiento y para
Ha perdido el sentido de las partes, pero
que puedas comprender mejor lo que sigue, supongamos
guarda el del conjunto.
que la presciencia no existe. En este supuesto, ¿los actos
Quien busca la verdad se mantiene en un
voluntarios serían fruto necesario de la predestinación?
estado intermedio:
-En modo alguno.
no sabe, pero no es ignorante del todo.
-Digamos ahora que existe la presciencia, pero que no
Vuelve sobre lo contemplado en lo alto
implica necesidad o predestinación alguna sobre los hey lo guarda en su mente.
Piensa en lo que vio en lo alto
para poder añadir lo ya olvidado
77. Cicerón,
a lo que todavía retiene.
·.
De Divinatione, Il, 5, 5 9 .
1 74
LA CONSOLACIÓN · DE LA FILOSO FÍA
chos futuros. Creo también que seguirá existiendo la
misma libertad intacta y absoluta de la voluntad.
»Pero dirás: Aunque la presciencia no i1I1plique la pre­
destinación de los hechos que habrán de suceder, es, no
obstante, una señal de que sucederán necesariamente. En
este caso, aun cuando no existiera ptesciencia, debería­
n1os convenir en que sería necesaria la realización de los
hechos futuros, porque los signos indican lo que repre­
sentan, pero no causan lo que representan,,
»Lo primero que hay que demostrar, por tanto, es que
todo sucede por necesidad, de modo que la presciencia
aparezca corno señal de esta misma necesidad. Si la nece­
sidad no existe, tampoco la presciencia podrá ser signo
de algo irreal. Pero, para que una prueba esté sólidamente
basada en la razón, no se ha de fundar en signos o argu­
mentos extríns�s:os, sino en unos que sean intrínsecos y
necesarios.
»¿Qué puede suceder para que los acontecimientos
previstos no lleguen a suceder? Sería como creer que los
aconteci1nientos que la Providencia prevé como futuros
no se han de realizar, o mejor, que aun cuando se realiza­
ran no había nada intrínseco en su naturaleza que los hi­
ciera necesarios. Tú mismo encontrarás fácilmente la res­
puesta. Ante nuestros ojos suceden multitud de cosas,
como por ejemplo el espectáculo de los aurigas que se
emplean a fondo para controlar y dirigir sus cuadrigas, y
otros parecidos. Pregunto: ¿hay alguna causa que les obli­
gue a desarrollarse en la forma que los vefl:los?
-No, ninguna, ya que el ejercicio del arte sería vano si
todo se hiciese obligado por la fuerza.
-Por tanto, todo cuanto sucede sin estar sometido a
necesidad alguna en el momento de producirse, tampoco
existió necesariamente antes de producirse. Luego hay
LIBRO V, 4
·
1 75
acontecimientos que deben realizarse, pero cuya ejecu­
ción está libre de toda necesidad. Nadie podrá decir que
un hecho que se ha realizado no podía realizarse antes de
que sucediera. Tenemos, pues, un hecho previsto y su
re.alización libre. Por ta.nto, todas las cosas que suceden
sin necesidad son, antes que sucedan, acontecimientos
frtturos que habrán de suceder, pero no necesariamente.
Pues así como el conocimiento de las cosas presentes no
supone necesidad alguna sobre lo que está sucediendo,
de la misma manera la presciencia no determina lo que va
a suceder.
»Pero dirás: éste es precisamente el problema: saber si
p 1;1-ede haber presciencia de cosas cuya realización no sea
ne cesaria. Aquí parece darse una contradicción. Piensas
que la presciencia implica la necesidad, y que la no nece­
sidad excluye la presciencia, y asimismo crees que no se
da conocimiento cuando no hay verdadera' ciencia. Si los
hechos de realización incierta se prevén como si fueran
ciertos, se llega a una conjetura caliginosa, no a la verdad
de la ciencia. Pensar que las cosas son distintas a como
son va contra la integridad del conocimiento.
»La razón de este error estriba en que todos pensamos
que todo conocimiento depende exclusivamente de la
esencia y naturaleza de los objetos que se conocen. Y su­
cede totalmente lo contrario. Todo lo que se conoce se en­
tiende, no según su naturaleza, sino según la capacidad
del sujeto cognoscente. Sirva para explicarlo un breve
ejemplo: una misma forma redonda de un cuerpo es re­
conocida de una manera por la vista y de otra por el tacto.
L� vista, desde lejos, ve todo el conjunto a través de los ra­
yos de luz. El tacto, en cambio, acercándose y tocando el
cµerpo en todas sus partes percibe su esfericidad. De
igual manera, el hombre es visto de forma distinta por los
1 76
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
sentidos, la imaginación, la razón y la inteligencia78• Lo s
sentidos captan una figura plasmada en materia, mien­
tras que la imaginación se detiene en la figura desprovista
de materia. La razón, por su parte, trasciende la imagina­
ción y valora, fija la especie o forma. Y está también el ojo
supei;-ior de la inteligencia que, trascendiendo la esfera de
lo universal, penetra las formas simples con la aguda mi­
rada de la mente.
»En todo esto se ha de considerar de modo especial
que la forma superior de conocimiento incluye también
la inferior, pero que ésta no puede elevarse a la superior.
Los sentidos no pueden percibir nada más allá de la mate­
ria. La imaginación no atiende las ideas o especies uni­
versales. Y la razón no capta las formas simples. Por su
parte, la inteligencia, como mirando desde arriba, perci­
be primero la forma y distingue después todas las cosas
que están incluidas en ella, pero de la .misma manera que
comprende las formas simples, que solamente ella puede
captar. La inteligencia conoce las ideas o especies univer­
sales que capta la razón, las formas que percibe la imagi­
nación, las impresiones que suministra la naturaleza. Y lo
hace sin necesidad de la razón, dé la imaginación y de los
sentidos, sino con la simple mirada de la mente con la que
todo lo ve a través de la forma. Tampoco la razón, cuan­
do conoce lo universal, necesita de la imaginación y de
a
7 8 . L a idea central es que conocimiento depende de la capacidad
del suj e to cognoscente y n o del objeto que se ha de cono cer. Boecio
elab ora esta teoría, tomándola de sus maestros Aristóteles, Platón,
Yámblico, A mmonio y Pro clo. S igue muy de cerca a san Agustín.
Sobre lo& conceptos que maneja -idea, forma, particular, universal,
sens ible, imaginable, inteligencia, razJn y otros que aparecen en este
mismo capítulo-, rerµit imos a los textos de filosofía que tratan de
explicar las distintas teorías sobre el cono cimiento humano.
1 77
LIBRO V, IV
los sentidos para comprender los objetos imaginables y
sensibles de ambos. La razón es la que define así el uni­
versal: el hombre es un animal bípedo racional. Al ser
ésta una noción universal, nadie ignora que se trata de
algo imaginable y sensible, pero que la razón no la
entiende través de la imaginación y de los sentidos, sino
de la abstracción. La misma imaginación se sirve al prin­
cipio de los sentidos para ver y formar las imágenes. Pero,
en ausencia de los sentidos, tan1bién es capaz de repre­
sentar objetos sensibles, valiéndose de la facultad imagi­
nativa.
»¿Ves ahora cómo en este proceso del conocimiento se
despliega toda la capacidad cognitiva del sujeto y no la de
los objetos conocidos? Por lo demás, es natural que así
sea. Pues, siendo el juicio un acto del que juzga, necesa­
riamente éste lo habrá de realizar por su propia capaci­
dad y no por la de otros.
a
IV.
»El Pórtico enseñó en un tiempo a oscuros
maestros
que las sensaciones e imágenes de los objetos
externos
se imprimen en el alma como si con un rápido
punzón
se recorriera la limpia y encerada página,
grabando y fijando en ella los caracteres79•
7 9 . Se refie re a l o s estoicos ( d e esto a, p órtico ) . Z e n ó n de C i t i o
(ca. 3 3 3 -262 a.C. ) , s u fundador, enseñaba e n la Plaza Porticada d e
Atenas. En este p o ema B oecio no acepta la teoría del conocimien t o
de los estoicos, p a ra quienes e l alma era mero receptor pasivo d e los
impulsos del exterior.
1 78
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
Pero si la mente, sin fuerza ni movimiento
propios,
es incapaz de aprender
y se limita a recibir pasivamente
las impresiones de los cuerpos de fuera;
si, como espejo, refleja sólo imágenes vacías,
¿de dónde surge la inteligencia, fuerza de la
mente,
cuya mirada lo ve todo?
¿Qué fuerza es esa que ve todas y cada una de
las cosas
y las analiza, una vez conocidas?
¿La que, después de analizarlas, hace su
síntesis
y por caminos alternativos,
ya levanta su cabeza por encima de las
cumbres,
ya desciende hasta lo más profundo,
o vuelve sobre sí misma
para destruir el error con la verdad?
Es una fuerza más activa y más potente
que la que espera pasivamente a recibir
impresiones de la materia.
Y, sin embargo, es necesario un in1pulso de la
materia
que excita y pone en movimiento las fuerzas
del espíritu,
como cuando la luz hiere los ojos o cuando la
voz llama al oído.
Entonces se despierta el poder activo de la
mente
y pone en movimiento las ideas innatas
y, aplicándolas a los estímulos externos,
·
, - . LIBRO V, 5
1 79
funde las imágenes con las tormas que en su
interior esconde el alma.
S.
»Si para percibir los objetos, los órganos de los senti­
dos externos han de recibir los estímulos o impresiones
de fuera, es necesario que una sensación corporal esti­
mule la actividad mental y despierte las formas dormidas
de la inteligencia. Pero en esta percepción la mente no
queda informada por las sensaciones, sino que se sirve de
los datos suministrados por éstas para juzgar con su pro­
pia luz. Con cuánta n1ayor razón podemos constatar esto
en los seres que en su forma de percibir están libres de
toda influencia corporal. Pueden levantar su espíritu sin
tener que obedecer a estímulos externos para percibir las
cosas. Por esta razón, se han atribuido a los distintos seres
diversas clases de conocimiento. Así, la sensación, sin
ninglín otro tipo de conocimiento, se ha asignado a los
animales que no tienen capacidad de movimiento, como
son los moluscos y otros que crecen en las rocas del mar.
A las bestias, capaces de movimiento y que parecen po­
seer la facultad de rechazar o apetecer cosas, se les ha atri­
buido imaginación. La razón es exclusiva de la especie
humana, así como la inteligencia pertenece sólo a la divi­
nidad. De donde se deduce que la inteligencia supera a los
demás conocimientos, ya que por su misma naturaleza
no sólo conoce las cosas de su ámbito, sino los objetos de
otras formas de conocimiento.
»Puestos a suponer, ¿qué sucedería si los sentidos y la
imaginación se opusieran a la razón y dijeran que ese
universal que ella percibe no es nada, ya que ni lo sensible
ni lo imaginable puede ser universal? En consecuencia, o
' el juicio de la razón sería verdadero y entonces no es sen­
sible, o al contrario (ya que la razón afirma que muchos
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
1 80
de sus juicios parten de los sentidos y de la imagina­
ción), cabría pensar que la forma de conocimiento de la
razón es inútil, pues hace de lo sensible e individual
algo universal. Si, por su parte, la razón contestara di- ·
ciendo que contemplaba el dato sensible desde el punto
de vista de lo universal (in u niversita tis ra tione), una
forma de conocimiento qu e no pueden aspirar ni los
sentidos ni la imaginación porque su conocimiento no
va m á s allá d e las formas corporales; y si añadiera que
en relación al modo de conocer las cosas se ha de seguir
el más seguro y perfecto, ¿en una disputa de esta natu­
raleza, nosotros, que somos personas con capacidad de
razonar, sentir e iniaginar, no aprobaríamos la causa de
la razón?
»Algo semejante acaece cuando la razón humana cree
que la inteligencia divina sólo puede ver el futuro como la
razón lo conoce. Tu razona1niento con10 sigue: no pue­
den ser previstos aquellos acontecimientos que no se
han de cumplir de forma cierta y necesaria. En conse­
cuencia, no se da presciencia de éstos, y caso de existir,
todo sucede de forma necesaria. Si, así como poseernos
la razón, pudiéramos disponer del juicio de la inteligen­
cia divina, consideraríamos justísimo someter la razón
humana a la inteligencia divina, como anteriormente
juzgamos oportuno someter lós sentidos y la imagina­
ción a la razón.
»Levantemos, si es posible, nuestro espíritu hasta la
altura de la suprema inteligencia. Desde allí, la razón po­
drá ver lo que no es capaz de ver por sí misma. Entonces
comprenderá cómo incluso los acontecimientos cuya
realización no es segura pueden entrar en la presciencia
divina, que es verdadera y exacta y no simple conjetura,
sino un conocimiento simplicísimo y sin límites.
á.
t'S
LIBRO V, 6
1 81
»¡Qué variedad de formas ofrecen
los vivientes que pueblan la tierra!
Unos, de cuerpo alargado, se arrastran por el
polvo
mientras avanzan reptando por el suelo,
dejando el surco de su l)uella.
Otros, de leves alas, dan vueltas sin cesar
y hienden el aire flotando en un vuelo finísimo
mientras cruzan el alto cielo.
Otros dejan sus huellas en el s elo
y paso a paso se dirigen presurosos a los verdes
campos
o se internan en espesos bosques.
Y aunque veas las distintas formas que les
distinguen,
todos llevan la cabeza inclinada hacia el suelo,
lo que embota sus torpes sentidos.
Sólo el hombre lleva la cabeza erguida
y derecho y esbelto mira la tierra a sus pies.
Esta imagen te advierte,
si es que no has perdido la razón,
a ti que levantas la cabeza y diriges la frente
hacia el cielo:
«Eleva tu espíritu,
que no se hunda en la tierra tu inteligencia
con el peso de la materia,
que no quede por debajo de tu cuerpo,
mientras él canlina erguido".
6.
»Si, pues, como quedó demostrado más arriba, la
aprehensión de las cosas no depende tanto de la naturale­
za de éstas como de quien las conoce, examinemos en lo
V.
u
1 82
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
posible la naturaleza divina, para así poder entender su
forma de conocimiento.
»El consentimiento unánime de todos los seres dota­
dos de razón es que Dios es eterno. Considere1nos, pues,
qué es la eternidad. Ésta nos descubrirá tanto la naturale­
za de Dios como la ciencia o conocimfento divino. La
eternidad es la posesión total y perfecta d� una vida inter­
minableªº. Una definición que resultará más clara si la
comparamos con las cosas temporales. Todo lo que vive
en el tiempo está presente y discurre desde el pasado al
futuro. Y nada en el tiempo puede abarcar de forma si­
multánea toda la duración de su existencia. No ha alcan­
zado todavía e] día de mañana, cuando ya ha perdido el
día de ayer. En la vida actual no se vive n1as que el presen­
te fugaz y transitorio. Todo cuanto está sometido a la ley
del tiempo, at,p}que no haya tenido comienzo y su vida se
prolongue a lo largo de la infinitud del tiempo (como
Aristóteles sostiene del mundo) no puede considerarse
p.ropiamente eterno. No abarca ni comprende simultá­
neamente todo el espacio de su vida aunque sea infinito,
pues no tiene todavía el futuro y ya ha dejado el pasado.
»Aquel que abarca y comprende de forma simultánea
toda la plenitud de la vida interminable y a quien no le
falta nada del futuro ni se le ha escapado el pasado, podrá
calificarse con toda propiedad de eterno. Y necesaria­
mente está siempre presente a sí mismo,. 'es dueño de s� y
tiene sie1npre presente la infinitud del tiempo que fluye.
Yerran, por tanto, los que afirnian que, el mundo creado
8 0 . La eternidad es « l a p o s e s i ó n total y p e rfe ct a de u n a vida
intermi nable» , definición que sirve siempre d e referente para
explicar el misterio de la eternidad y, de rechazo, del tiempo, que es lo opuesto a la eternidad.
LIBRO V, 6
·
!
t
1 83
es coeterno con el Creador. Creen haber oído que Platón
afirmó que el mundo no había tenido principio en el
tiempo y que jamás tendrá fin81• Pero una cosa es alargar
indefinidamente una existencia sin límites, como la del
mundo en la teoría de Platón, y otra abarcar toda la vida
eterna en un presente simultáneo. Esto, naturalmente,
pertenece a la inteligencia divina. No debemos, pues, juz­
gar que Dios es anterior a las cosas creadas por razón del
tiempo, sino más bien en razón de la simplicidad de su
misma naturaleza.
»El fluir infinito de las cosas temporales es un intento
de imitar, de algún modo siempre actual la quietud, una
vida inmóvil. Pero como no puede alcanzar y menos
igualar ese estado, de la inmovilidad desciende al movi­
miento, de la simplicidad del presente pasa a Ia infinita
extensión del pasado y del futuro. Y co1no no puede po­
seer simultáneamente toda la plenitud de su vida, pues no
posee en su totalidad la plenitud de su existencia, parece
como si quisiera rivalizar con Aquel al que no puede lle­
gar, ni menos comprender o expresar. Lo hace asiéndose
a la actualidad, breve y fugaz del momento presente. Y
como esta actualidad presenta cierta semejanza con el
presente eterno, da a quien la tiene la apariencia de ser
aquello que imita.
»Y, como no podía pararse, emprendió el viaje sin fin a
través del tiempo. De esta manera le fue posible avanzar
hacia esa vida cuya plenitud no podía abarcar permaneciendo quieto. Por eso, si quere1nos llamar a las cosas por
8 1 . E l mundo, según Plató n , respo n de a l a idea eterna q u e D io s
tiene de las cosas. P o r e s o mismo e s u n cosmos - algo herm o s o y
ordenado- no un caos, una masa informe y si n sentido. El demiurgo
plasmó fielmente la idea eterna de D io s .
1 84
LIBRO V, 6
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
su nombre, sigamos a Platón y digamos que Dios es eter­
no y el mundo perpetuo.
»Si, pues, todo juicio abarca a todas las cosas que son
su objeto, según su propia naturaleza cognitiva, y si Dios
es un eterno presente, su ciencia trasciende ta1nbién todo
cambio temporal y se mantiene en la simplicidad del es­
tado presente. Abarca el curso infinito del pasado y del
futuro y los ve en l a sin1plicidad de su conocimiento
como si sucedieran en el presente.
»En consecuencia, si se quiere considerar la prescien­
cia por la que conoce todas las cosas, se habrá de concebir
ésta no como una especie de conocimiento del futuro,
sino como una ciencia de un presente interminable. Por
ello, es mejor llamarla providencia y no previdencia o
presciencia. Alejada de las cosas inferiores, ve todo como
desde una cumbre.
»¿Por qué, entonces, insistes en que todas las cosas que
caen bajo la mirada de Dios se convierten en necesarias,
cuando ni siquiera los hombres las ven como necesarias?
¿Es que lo que ves ahora se hace necesario por el simple
hecho de que lo estás viendo?
-No.
-Si, pues, se me permite hacer una cierta comparación
entre lo divino y lo humano, así como vosotros veis una
serie de hechos que suceden en el momento en que vivís,
así Dios los contempla todos en un eterno presente. Por
eso, esta divina presciencia no cambia la naturaleza ni las
propiedades de las cosas. Simplemente, Dios las ve pre­
sentes tal cual sucederán un día como hechos futuros.
Tampoco hace juicios equivocados de las cosas, sino que
con una simple mirada de su inteligencia distingue todo
lo que va a suceder por necesidad de lo que sucederá no
necesariamente. Ocurre lo mismo que cuando ves al mis-
·
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¡·
1 85
mo tiempo a un hombre que camina por la tierra y al sol
que se levanta en el cielo. Aunque contemples simultá­
neamente dos hechos, sin embargo los distingues, juz­
gando al uno como libre y al otro como necesario. Así, la
mirada divina contempla desde arriba todas las cosas sin
alterar su naturaleza. Para él todas las cosas están presen­
tes, pero en relación al tiempo son futuras. El resultado es
que cuando Dios conoce algo como futuro no necesario,
esto no es una conjetura, sino un conocimiento basado
en la verdad.
»Si a esto me dices que lo que Dios ve como futuro no
puede menos de suceder y que lo que no puede menos de
suceder, sucede necesariamente, aprenüado por esta pa­
labra de necesidad, admitiré que se trata de la verdad nlás
sólida, pero que casi nadie más que un teólogo pueQ.e
descubrir82• Contestaré, pues, que el mismo hecho futu­
ro, considerado en relación con la presciencia divina,
aparecerá como necesario y completameJ;l{e libre e independiente en su inisma naturaleza. Has de saber que hay
dos clases de necesidad: una simple, como por ejemplo el
hecho de que todos los hombres son mortales. Y otra
condicionada, como es el caso del que, si sabe que alguien
está caminando, carnina por necesidad. Conocer un he­
cho no hace que éste sea distinto a como es conocido.
Pero esta necesidad condicionada no implica una necesi82. La relación de la presciencia de D ios con la libertad humana o
libre albedrío -y con el destino y el azar- es uno de los misterios y
secretos más difíciles, p o r no decir más imposibles, de conj ugar.
Nada de extraño que el autor termine diciendo: « Casi nadie más que
un teólogo (divini speculato r) [lo] puede descubrir». No obstante,
Boecio termina afirmando que hay lugar para creer que el hombre
es libre y p ara confiar en Dios. Sólo hay una neces idad, la de ser
buenos.
1 86
LIBRO V, 6
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
dad absoluta o s imple, p orque no existe en virtu d de su
sensible es universal considerada en relación c o n la ra­
propia naturaleza, sino por una condición añadida . Así,
zón, pero en sí misma es p ar t icular.
ninguna fuerza obliga a avanzar a quien camina p o r pro­
» Po drás replicar que si yo tuviera la facultad de cam­
pia voluntad, s i b ien es necesario que avanc e c uando
biar de p ropósito, p o dr_ía anular la Providencia, p ues al­
camina.
teraría cosas que la Provid encia p revé. Mi respuesta es
» D e la misma manera, si la Providencia ve algo como
que puedes cambiar de p ro p ó sito. Pero advierte que la
presente, s e h a de dar tal hecho necesariamente, aunque
Providencia en su certidu1nbre eternamente p resente
por su naturaleza no irnplique necesidad. Ahora b ien,
sab e que tú tienes esa facultad, y por ello prevé también si
Dios ve los h ed1o s futuros, frutos del libre albedrío, como
tú vas a hacer uso de ella y en qué sent ido. No puedes, en
hechos presentes . Ésta es la razón de que tales h e ch os ,
consecuencia, escapar
considerados s egún l a visión que D ios tiene de ellos, su­
varias acciones.
b ertad absoluta de su naturaleza. No hay duda, por tanto,
»Responderás, entonces: ¿ puede ir camb iando la cien­
de que se han de verificar to das las cosas previs t as p o r
cia divina según mi disp osición p ersonal, de m anera que
Dios. Pero algunas d e ellas son fruto del libre albedrío y,
si yo quiero esto o aquello, deberá c ambiar también su co­
a.pesar de suceder, su existencia no les priva de s u verda­
nocimiento?
dera naturaleza, ya que antes de pro ducirse p odrían n o
la condición de la presciencia divina o currirán de todas
las m aneras, con10 si fuese n necesarias? Te recordaré s o ­
lan1ente lo q u e y a t e adelanté m á s arriba: e l ej emplo del
s ol que sale y del hombre que camina. Mientras s uceden
no p ueden dej a r de suceder. Pero uno de ellos , aun antes
de existir, debía producirse por necesidad, y el segundo
no e staba sujeto a tal necesidad. D e modo semejante, las
cosas que Dios tiene presentes existirán sin duda alguna,
pero unas son producto de la necesidad, y otras del poder
su p rescienc i a divina, de la mis­
ahora te está viendo, aunque seas libre para real izar otras
divina. Pero considerados en sí mismos n o pierden la li­
»¿Y qué impo rta, dirás, que no sean necesarias, si por
a
ma manera que no puedes escap ar a la mirada del que
cedan necesariamente, por s er conocidos por la c iencia
haber ocurrido.
1 87
- De n inguna 1nanera.
r
-To do aconteciiniento fut uro va precedido de la m ira-
da de D ios, que lo atrae y lo reclama a su s iempre actual
conocimiento. Su presciencia no c ambia la manera de co­
nocer, con10 tú crees. Más bien prevé y abarca en una sola
mirada todos los can1bios p osibles, voluntarios o no, en
un mismo presente eterno. Dios posee esta forma de co­
no cimiento y visión actual de las cosas no en virtud del
desenvolvimiento de los h e chos futuros, s i n o de su pro­
pia naturaleza. Queda así resuelta la dificulta d que pro­
pusiste anteriormente) a s ab er, que no era dign o de D ios
afirmar que nuestros actos e ran la causa deterrn in ante de
de lo s que las realizan. No sin razón te dij e que, si consi­
la p resciencia divina. La fue rza de esta cienc i a que lo
n ecesarias, p ero consideradas en sí mismas están exentas
forma propia a las cosas y no está sujeta a los hechos futu­
deramos estas cosas a la luz de la presciencia divina, s o n
rl P t{)1h
n ecesidad. De üzual manera que la percepción
abarca to do en su conoc imiento p resente no impone su
ros. Y puesto que esto es así, el libre alb e dr ío del hombre
1 88
LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
permanece intacto y las leyes no imponen castigos ni pre­
mios injustos, porque la voluntad del hombre se ve libre
de toda nececesidad.
»Un Dios provisor conte111pla desde arriba todas las
cosas. Y la siempre presente e,ternidad de su mirada coin­
cide con la futura calidad de liluestros actos, premiando a
los buenos y castigando a los malos.
»No es vana, entonces, nuestra esperanza en Dios, ni
nuestras oraciones inútiles, pues, si son rectas, no pue­
den ser ineficaces. Dejad, pues, los vicios; practicad las
virtudes. Levantad vuestros corazones a la más alta espe­
ranza y dirigid al cielo vuestr�s humildes oraciones. Tenéis
sobre vosotros una gran necesidad, si no queréis engaña­
ros a vosotros mis�m os: la necesidad de ser buenos, pues
vivís bajo la mirada del juez que todo lo ve.
ÍNDICE
· Introducción , por Rafael Rodríguez Santidrián .
Bibliografía .
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Cronología
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7
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :· · · · · · · · · · · · · . . . . . . . . . . . . . .
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26
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33
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.....
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LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
Libro 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :
. . . .
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. . . . . . . .. . .. . . .
. . .. . . .
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. . . . . . _. . . . .
,��,._. . . . . . . . . . . . .
.
. . . .. . . . . . . . . .
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.
...
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. . .
Libro I I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
.
57
.
85
..
127
. .. . . ....... . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . .. . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . .. . . .. . . . . ........
1 63
Libro I I I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Libro IV . . ...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Libro V
29
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