SPAL MONOGRAFÍAS XIX HIJAS DE EVA Mujeres y religión en la Antigüedad Eduardo Ferrer Albelda Álvaro Pereira Delgado (coords.) EDITORIAL UNIVERSIDAD DE SEVILLA HIJAS DE EVA Eduardo FErrEr albElda Álvaro PErEira dElgado (coordinadorEs) HIJAS DE EVA Mujeres y religión en la Antigüedad SPAL MONOGRAFÍAS Nº XIX Sevilla 2015 Colección: Spal Monografías Núm.: XIX comité Editorial: Antonio Caballos Ruino (Director de la Editorial Universidad de Sevilla) Eduardo Ferrer Albelda (Subdirector) Manuel Espejo y Lerdo de Tejada Juan José Iglesias Rodríguez Juan Jiménez-Castellanos Ballesteros Isabel López Calderón Juan Montero Delgado Lourdes Munduate Jaca Jaime Navarro Casas Mª del Pópulo Pablo-Romero Gil-Delgado Adoración Rueda Rueda Rosario Villegas Sánchez Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de la Editorial Universidad de Sevilla. Motivo de cubierta: Variaciones sobre “La Pepona”. © Editorial Universidad de Sevilla 2015 c/ Porvenir, 27 - 41013 Sevilla. Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] web: <http://www.editorial.us.es> © Eduardo Ferrer Albelda, Álvaro Pereira Delgado (coords.) 2015 © De los textos, los autores 2015 Impreso en España-Printed in Spain Impreso en papel ecológico ISBN: 978-84-472-1608-6 Depósito Legal: SE 518-2015 Maquetación e Impresión: Pinelo Talleres Gráicos, Camas-Sevilla. ÍNDICE Prólogo Eduardo Ferrer Albelda ...................................................................................... 9 Diosas, reinas y profetisas. Mujeres liderando historias en la Biblia Miren Junkal Guevara Llaguno .......................................................................... 13 Más allá de la Ašerah. Estatuillas en terracotas del Levante meridional en los siglos VIII-VI a.C. Josef Mario Briffa .............................................................................................. 25 “… es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Oir” (Salmos 45, 10). Tradición y simbología religiosa en la orfebrería fenicia María Luisa de la Bandera Romero.................................................................... 39 La reina Apolonis y Afrodita: divinidad, poder y virtud en la Grecia helenística María Dolores Mirón Pérez ................................................................................ 69 Los espacios femeninos en la iconografía ibérica y su relación con algunos rituales Trinidad Tortosa Rocamora ................................................................................ 97 La mujer en la religión romana: entre la participación y la marginación Pilar Pavón ......................................................................................................... 115 La maternidad protegida. Cultos y ritos públicos y privados en torno a la maternidad en el mundo romano Mercedes Oria Segura ........................................................................................ 143 La mujer en la Iglesia naciente según el Nuevo Testamento María Dolores Ruiz Pérez .................................................................................. 163 Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? Puriicación Ubric Rabaneda.............................................................................. 175 Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? Puriicación Ubric Rabaneda Universidad de Granada* En las comunidades cristianas de los primeros siglos existieron numerosas mujeres que sobresalieron por sus profundos conocimientos, sabiduría y perfección espiritual. Acercarnos a su vida y enseñanzas, sin embargo, requiere de un arduo ejercicio de indagación histórica, ya que apenas contamos con testimonios procedentes de ellas mismas. En efecto, cuando en las fuentes nos encontramos con mujeres y sus atribuciones espirituales estas suelen ser representadas bajo el imaginario masculino que nos ha transmitido su legado, bajo fórmulas e ideas estereotipadas de lo que se considera correcto, virtuoso y modélico en una mujer, esto incluso en los escasos escritos atribuidos a mujeres que han llegado hasta nosotros1. Se trata, en consecuencia, de una óptica totalmente masculina, en la que es difícil discernir entre lo real y lo estereotipado y extraer las verdaderas voces de mujer (Cloke 1995; Elm 1994). Entre los escritos de mujeres que se han conservado destacan las enseñanzas atribuidas a tres ammas o madres espirituales egipcias, Teodora, Sinclética y Sara, que iguran en las colecciones de los Apophthegmata Patrum (Dichos de los Padres) 2. Estos Dichos * Departamento de Historia Antigua, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada, Campus de Cartuja s/n, 18071, Granada. Correo electrónico: [email protected]. 1. Aunque hubo muchas mujeres cristianas letradas y de impresionantes capacidades literarias, como Macrina, Melania la Vieja, Melania la Joven, Marcela, Paula, Eustoquia y Olympias, apenas conocemos sus escritos, a excepción del Itinerario de Egeria, el Cento de Faltonia Betitia Proba, el martirio de San Cipriano de la emperatriz Eudocia y el Diálogo sobre la muerte y la resurrección entre Gregorio de Nisa y su hermana Macrina. Sabemos asimismo que algunos eclesiásticos, como Jerónimo o Juan Crisóstomo, mantuvieron una prolija correspondencia con mujeres. Sin embargo, sólo han llegado hasta nosotros las cartas de ellos. Al parecer, de las procedentes de mujeres no se hicieron copias ni fueron consideradas dignas de transmisión. Esto es lo que parece que ocurrió con unas cartas de Macrina que llegaron a un copista del siglo XIV, quien, al juzgarlas obra de un theosophos, decidió no copiarlas (MS Vaticanus Graecus 578.11; f. 189). 2. Los Apophthegmata Patrum nos han llegado en diversas versiones y manuscritos, escritos en diferentes idiomas. Las principales son la alfabética, donde iguran ordenados alfabéticamente por el nombre de los padres y madres (Guy 1968) y la sistemática, en la que aparecen recogidos por temáticas (Guy 1993-2005). Sobre las 176 PuriFicación ubric rabanEda recogen las enseñanzas espirituales de una serie de ascetas que vivieron en el desierto egipcio entre los siglos IV y V y que alcanzaron fama de santidad por su modélica forma de vida (Brown 1971; Burton-Christie 2007). Sin embargo, el contenido y la manera en la que están presentados los Dichos atribuidos a las ammas, muy similar y en la línea ediicante de los Apophthegmata de los Padres, unido a los inconvenientes, diicultades y oposiciones que una vida espiritual en el desierto tendrían para una mujer, hace a algunos investigadores dudar de su veracidad y de que realmente procediesen de mujeres (Wypszycka 2009: 596-606). A lo largo de estas páginas trataremos de desentrañar si existieron estas mujeres de afamada maestría espiritual y, si lo hicieron, en qué medida sus enseñanzas relejan una espiritualidad propia, al margen de los estereotipos. 1. TEODORA, SARA Y SINCLÉTICA, LAS AMMAS DEL DESIERTO La búsqueda de la santidad y de la perfección espiritual cristianas generaron formas diversas y peculiares de vivir la ascesis (Brown 1971; Colombás 1998). El desierto egipcio desempeñó un papel crucial en este fenómeno (Burton-Christie 2007; Wypszycka 2009). En él surgieron las primeras comunidades cenobíticas y monásticas y también maneras singulares de vivir el anacoretismo. Se trataba de un mundo totalmente alejado del boato y el lujo de los intereses mundanos, que ofrecía a los renunciantes un lugar ideal para retirarse y centrarse plenamente en conseguir la paz interior y la unión con Dios. Sin embargo, al mismo tiempo, era un caldo de cultivo para la manifestación de las pasiones humanas más indomables, presentadas en forma de tentadores demonios (Chitty 1991). El modo de vida de algunos de los primeros monjes que optaron por la vivencia anacorética, muy en particular el de Antonio Abad, alcanzó pronto una enorme popularidad y fueron muy numerosos quienes lo imitaron o se inspiraron en él para practicar la ascesis a través del ayuno, la meditación en las Escrituras, el trabajo manual y el celibato y la virginidad. Es en este contexto donde hemos de enmarcar a las ammas del desierto Teodora, Sinclética y Sara. Algunos datos sobre sus vidas han llegado hasta nosotros a través de diversas tradiciones. Éstas, sin embargo, fueron alteradas a lo largo del tiempo y se encuentran plagadas de topos hagiográicos típicos de la literatura del desierto, que diicultan enormemente discernir entre lo real y lo imaginario. De sus Dichos podemos asimismo extraer alguna información personal. La más conocida de ellas es Sinclética, nombre que signiica asamblea celestial, gracias a una biografía que fue atribuida a Atanasio (Ps. Ath. Vita Sanctae Syncleticae: PG 28. 1485-1558; Bernard 1972). Según esta fuente Sinclética, que vivió en el siglo IV, procedía de una familia muy rica originaria de Macedonia que se había asentado en Alejandría. Era sumamente bella, pero desde pequeña mostró un enorme interés por llevar una vida ascética tomando como ejemplo a Tecla y rechazó a varios pretendientes. Al morir sus padres lo vendió y lo repartió todo, se cortó el pelo y se trasladó con su hermana ciega, que tenía las mimas inquietudes que ella, a vivir de forma eremítica, en silencio y austeridad, a una tumba a las afueras de Alejandría que era propiedad de versiones, transmisión y problemáticas de su investigación, con bibliografía más especializada, ver BurtonChristie (2007: 77-99). Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 177 su familia. Aunque su propósito era pasar totalmente desapercibida, pronto su fama se extendió y acudieron a ella otras mujeres que querían llegar a la perfección espiritual. Sinclética se negó a dirigirlas pero aceptó guiarlas con su ejemplo. Tuvo una larga vida. Los últimos momentos los pasó soportando una dolorosa enfermedad en los pulmones, que le deformó el rostro y la dejó sin habla. Anunció su muerte tres días antes de que aconteciese y murió rodeada de otras vírgenes, consolando ella en vez de ser consolada. A su muerte recibió la corona celestial. Se le atribuyen treinta apotegmas (Apophthegmata Patrum, colección alfabética, Amma Sinclética 1-30; Albarrán 2010: 102). La identidad de Teodora es controvertida. Se ha identiicado con varias mujeres ascetas del mismo nombre. Una de ellas, que vivió en el siglo IV, procedía de una familia noble alejandrina. No disfrutó, sin embargo, de su herencia ni riqueza ni se casó, sino que vendió sus propiedades y las repartió entre los necesitados, fundó una iglesia en la ciudad e ingresó en un monasterio. Tuvo una larga vida, en la que conoció y se relacionó con varios obispos de Alejandría y escribió varios tratados espirituales (Albarrán 2010: 121-122). Otros investigadores identiican a la Teodora de los Dichos con otra mujer de nombre Teodora, también de Alejandría, que vivió en tiempos del emperador Zenón, en la segunda mitad del siglo V. Tras haber cometido adulterio se arrepintió y, disfrazada con la ropa de su marido y haciéndose llamar Teodoro, consiguió ser aceptada en un monasterio masculino, donde llevó una vida ascética ejemplar. En un determinado momento fue acusada de haber dejado encinta a una joven, fue expulsada del monasterio y se ocupó de criar al niño llevando una vida solitaria. Unos años después fue readmitida en el monasterio junto al niño en una celda apartada. En el momento de su muerte el superior del monasterio tuvo una visión de una bellísima mujer que era conducida al cielo y se convertía en esposa de Cristo. Cuando fue preparada para la sepultura se descubrió que en realidad era una mujer. Se avisó a su marido, que, conmovido, ocupó su celda hasta su muerte. También el niño al que había cuidado abrazaría la vida monástica y se convertiría en superior del monasterio (Vida de Santa Teodora: PG 115, cols. 665-689; Albarrán 2010: 123-125). En realidad de la vida de la Teodora que aparece en los Dichos no tenemos apenas noticias. Al parecer vivió como anacoreta en la zona desértica de Nitria o Esceté en torno a los siglos IV-V. Según se deduce de sus Dichos era muy culta y tenía un sólido conocimiento teológico de las Escrituras y las controversias teológicas, como el maniqueísmo. Uno de sus Dichos (Teodora 1) hace referencia al obispo Teóilo de Alejandría, con quien quizá tuvo una estrecha relación espiritual. Su perfección espiritual y sabiduría la hicieron digna de ser consultada por otros monjes de la zona, que iban a pedirle consejo. Su experiencia del mundo era asimismo mucho más amplia que la de muchos Padres, ya que se reiere, por ejemplo, a una mesa con varios platos para elegir, lo que parece indicar que procedía de una familia pudiente. De Teodora nos han llegado diez apotegmas (Apophthegmata Patrum, colección alfabética, Amma Teodora 1-10; Albarrán 2010: 122-123; Elm 1994: 263-265). La tercera amma, Sara, hija única de una familia acomodada, que viviría en el siglo V (para otros investigadores en el III), había mostrado desde temprana edad un enorme interés en la vida de los Padres y deseaba seguir su ejemplo y modo de vida. Comenzó su vida ascética en un monasterio, en el que estuvo trece años. Más tarde se retiró al desierto de Pelusium o Esceté (también existen divergencias sobre este punto) a vivir en soledad en una celda al borde del Nilo, de la que nunca salió. Allí vivió durante sesenta 178 PuriFicación ubric rabanEda años. Su condición de mujer no sería del agrado de los numerosos monjes que seguían esta vida en celdas probablemente cercana a la suya. Para ella tampoco sería fácil tenerlos cerca, pues alude en dos de sus Dichos a la tentación de la fornicación y a cómo la superó gracias a Cristo tras trece años de dura lucha. Su vida de extrema virtud y visión clara y realista del camino ascético le granjeó el reconocimiento y el aprecio de muchos de sus contemporáneos. Se conservan nueve de sus Dichos (Apophthegmata Patrum, colección alfabética, Amma Sara 1-9; Albarrán 2010: 93). Como podemos observar, los escasos datos que tenemos de las vidas de estas tres ammas obedecen a algunos topos hagiográicos que las hacen parecer legendarias: mujeres ricas y bellas, que renuncian a un buen matrimonio y a una buena vida y que lo venden y lo reparten todo para vivir una vida ejemplar eremita de pobreza, soledad y silencio. Otros elementos, sin embargo, sí parecen responder a una realidad en sus historias de vida, especialmente lo que sus Dichos relejan en particular de cada una de ellas. Independientemente de lo real y lo estereotipado que rodea sus vidas lo que ponen de maniiesto estos testimonios es que, fuesen Sinclética, Teodora, Sara u otras, existieron mujeres que llevaron una vida anacorética siguiendo el ejemplo de los padres del desierto, igual que muchos hombres habían hecho estimulados por la lectura de sus vidas. A su vez estas mujeres anacoretas se convertirían en fuente de inspiración para quienes quisieran llegar a la perfección espiritual a través de este camino. De hecho, el término amma, como madre espiritual, que junto al de appa o padre espiritual comienza a documentarse como tal a partir del siglo IV, no sólo se aplica a Teodora, Sara y Sinclética, sino que también se encuentra atestiguado en otras fuentes para referirse a mujeres que desempeñaron un papel signiicativo de guía y dirección espiritual, tanto en Egipto, como en otros lugares de Oriente (Albarrán 2010; Elm 1996; Hausherr 1955). 2. LA ENSEÑANZA ESPIRITUAL DE LAS MUJERES EN EL CRISTIANISMO ANTIGUO Numerosos testimonios nos ponen de maniiesto que en las comunidades cristianas primitivas las mujeres desempeñaron un papel crucial en la transmisión de las enseñanzas espirituales. Baste citar el caso de María Magdalena, cuyas enseñanzas, autoridad y sabiduría le valieron el título de Apóstol de los Apóstoles (Graham Brock 2003) o la enorme popularidad alcanzada por Tecla, la discípula de Pablo que lo abandonó todo por Cristo, que se bautizó a sí misma y enseñó la Palabra (Piñero y Cerro 2005: 209-226; Dagron 1978). Esta posición relevante de las mujeres fue, de hecho, uno de los temas más controvertidos y candentes en la conformación de lo que a la postre llegaría a ser la Iglesia institucional. Así, a medida que la Iglesia se fue conigurando y pasó de ser una institución de carácter privado y familiar a tener un carácter público y político, con una jerarquía eclesiástica consolidada, las mujeres fueron perdiendo paulatinamente potestades, prestigio y autoridad, hasta que se las apartó por completo del ejercicio de los ministerios eclesiásticos y su espiritualidad fue coninada al espacio privado y al control masculino. No es este lugar para tratar pormenorizadamente el desarrollo de este proceso, que ha sido objeto de numerosos y valiosos estudios (Daniélou 1960; Gryson 1972; Nürnberg 1988; Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 179 Torjesen 1996). Simplemente apuntaremos someramente algunos puntos claves para comprenderlo y que son de interés asimismo para el objetivo que nos compete en este trabajo. El argumento por antonomasia, al que se recurrirá para justiicar la prohibición de la enseñanza a las mujeres, es 1 Tim. 2: 11-15, atribuido al apóstol Pablo, cuya autoría niegan hoy día la mayor parte de los investigadores, y que dice así: «La mujer ha de aprender en silencio y sumisa. No acepto que la mujer dé lecciones ni órdenes al varón. Estése callada, pues Adán fue creado primero y Eva después» (1 Tim. 2: 11-13; cf., por ejemplo, Juan Crisóstomo, Homilía 9 sobre 1 Tim.: 1). En consonancia con estos presupuestos, de los que se hace eco un pasaje espurio, 1 Cor. 34-35, atribuido también a Pablo3, Orígenes (185-254) señalará: «Es, en efecto, impropio de la mujer hablar en una asamblea, sin que importe lo que diga, aún en el caso de que pronuncie cosas admirables o incluso santas, pues nada de esto tiene mayor importancia por el hecho de proceder de la boca de una mujer» (Orígenes de Alejandría en su comentario a 1 Cor 14, 34-35; traducción en Torjesen 1996: 115). Muchos de los testimonios, procedentes fundamentalmente de inales del siglo II y comienzos del III, que tratan de despojar a las mujeres del prestigio que poseían y de la facultad de enseñar, están profundamente ligados a la consolidación de la jerarquía eclesiástica y a la pugna de los diversos grupos cristianos por deinirse y por deinir la autoridad. Para ello hubieron de contrarrestar y hacer frente a argumentos a favor de las mujeres, como pone de maniiesto el siguiente texto de Tertuliano (ca. 160-220): «Pero si ciertos Hechos de Pablo, que son en falso así designados, invocan el ejemplo de Tecla para permitir a las mujeres enseñar y bautizar, sepan los varones que en Asia el presbítero que compiló este documento, creyendo así acrecentar por su cuenta la reputación de Pablo, fue descubierto y, si bien reconoció que lo había hecho por amor a Pablo, fue depuesto de su cargo ¿Cómo íbamos a pensar nosotros que Pablo iba a otorgar a una mujer este poder de enseñar y bautizar cuando ni siquiera permitió que una mujer aprendiera por su cuenta? “Que guarden silencio –dice– y pregunten a sus maridos en casa”» (De baptismo 17, traducción en Torjesen 1996: 153)4. Es asimismo en el marco del intento de fortalecer la autoridad y la posición del obispo, atribuyéndole con exclusividad los ministerios de gobernar, evangelizar, enseñar, catequizar y bautizar y la pugna generada por ello donde han de interpretarse las apreciaciones en torno a las mujeres y al ministerio de las viudas que aparecen en la Didascalía y en las Constituciones Apostólicas. Sus sentencias tratan de desprestigiar la gran consideración y respeto que tenía el ministerio de las viudas en las comunidades cristianas, 3. Los especialistas sostienen que el pasaje 1 Cor. 34-35: «las mujeres deben callar en la asamblea, pues no se les permite hablar, sino que han de someterse, como prescribe la ley: Si quieren aprender algo, pregúntelo a sus maridos en casa. Es vergonzoso que una mujer hable en la asamblea» es una extrapolación añadida con posterioridad (Stark 2009: 103-106). 4. Esta interpretación de Tertuliano sobre la procedencia de los Hechos de Pablo y Tecla, que fue aceptada sin más durante mucho tiempo, es negada por la historiografía actual, particularmente por la enorme popularidad de la igura de Tecla, cuya historia llevaba tiempo circulando en su tradición oral antes de plasmarse por escrito. 180 PuriFicación ubric rabanEda circunscribiendo su actividad al ámbito privado. Con este propósito se alaban las virtudes que han de poseer las viudas “buenas”, que se quedan tranquilas en sus casas orando por la Iglesia, frente a los vicios de las viudas “malas”, las que imparten enseñanza espiritual, que son charlatanas, chismosas, gruñonas y aicionadas a discutir (Const. Ap. III: 6-9: Metzger 1986: SC 329.132-145, Did. Apost. Cap. 15, Torjesen 1996: 143-147). La oposición al ministerio público de las mujeres y la concepción de las viudas “buenas” y “malas” están intrínsicamente ligadas a otro punto crucial que ha de tenerse muy en cuenta para comprender la postura hacia las mujeres en el seno de la Iglesia y que a veces ha pasado desapercibido por muchos investigadores, que se han centrado fundamentalmente en cuestiones de índole teológica. Esto es, la posición de la mujer que acabó imponiéndose en la Iglesia no puede entenderse ni desvincularse del contexto histórico y social en el que se conformó el cristianismo, el de los mundos judío, griego y romano, donde la mujer ocupaba un lugar inferior al del hombre y tenía un papel ligado al ámbito doméstico privado, siempre bajo el control de algún varón. De acuerdo a esta concepción, la prohibición de las mujeres cristianas de hablar o enseñar en público era fundamentalmente una cuestión de pudor con claras connotaciones sexuales. Así, una mujer que aparecía en público y, cuando la Iglesia se consolida e institucionaliza deja de ser privada para ser pública, era considerada libertina porque escapaba del ámbito privado y del control que debían ejercer sobre ella sus parientes masculinos5. Esta concepción explica igualmente las acusaciones que desde la Iglesia institucional se harán a las mujeres de los grupos considerados heréticos, que son caliicadas como procaces, desvergonzadas o libertinas, precisamente por el hecho de no respetar el espacio público reservado a los hombres y enseñar y ejercer los ministerios libremente, al mismo nivel que ellos (Torjesen 1996). Así Tertuliano se queja de que «Las mujeres heréticas mismas, ¡qué procaces!, pues se atreven a enseñar, disputar, realizar exorcismos, prometer curaciones, acaso hasta bautizar» (Tertuliano Prescripciones contra todas las herejías, 41, 5; traducción de Vicastillo, 2001; sobre esta concepción ver además Epifanio Panarion). Por su parte, Alejandro, obispo de Alejandría, señala a las mujeres como las principales causantes de las disputas con sus oponentes: «promueven pleitos mediante las acusaciones de unas mujercillas desvergonzadas a las que han engañado y desacreditan al cristianismo al permitir que las mujeres jóvenes que hay entre ellos anden rondando desvergonzadamente por todos los lugares públicos» (Torjesen 1996: 114; ver además Jer. Ep.133: 4). Al parecer, con la consolidación de la Iglesia lo que se prohibió a las mujeres fue la enseñanza en público pero no en privado a otras mujeres. Esto es lo que apunta un edicto de Licinio de 324, que prohíbe a las mujeres recibir instrucción por parte de los obispos y asistir a las escuelas de virtud, relegándolas a la instrucción de su propio sexo (Eusebio de Cesarea Vit. Const I.53; ver además Ambrosio Exposición sobre el Evangelio de Lucas 10.157: PL 15.1937; Paulino de Nola Ep. 23: 24 y Tertuliano Adversus Marcionem: 5. En consonancia con esta concepción judeo-grecorromana se pedirá asimismo a las mujeres y se presentará como modélico y virtuoso el ser modestas, silenciosas y puras y guardar obediencia, lealtad y idelidad. Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 181 v. 8.11). En consonancia con ello, las dos Melanias, abuela y nieta6, así como Marcela y Olympias, instruyeron y convirtieron a mujeres notables y a sus sirvientas, las catequizaron y las prepararon para el bautismo, sin que ello fuese causa de discrepancias por parte de la Iglesia (Paulinus Natalicia 21.60; Paladio Historia Lausiaca 54-56 y 61; Gerontius Vida de Melania la Joven 22-30, 40-49 y 54-56; Jer. Ep. 127: 5, Vida de Olympias Diaconisa 6: 15). También Macrina, la hermana de Gregorio de Nisa, es caliicada como didaskalos (maestra, doctora) y paidagogos (Greg. Nyss. Vida de Macrina 12, 2; 19, 1 y 26, 2, Diálogo sobre el alma y la resurrección: PG 46.11-160, Ep. 19.4; otras referencias de este caliicativo las encontramos en Theod. Ciro Hist. Ecl. 3.14.1 y 19.4: GCS 44.190, 192, 198 y en un papiro egipcio que lo atribuye a Kyria; Torjesen 1996: 116). Cabe subrayar que la mayoría de estos testimonios proceden de Oriente, ámbito también de actuación de las madres del desierto que aquí nos ocupan. La prohibición de enseñar a las mujeres no estuvo de hecho reñida con que pudiesen estudiar la Biblia y las Escrituras y adquirir una sólida formación en ellas, ni tampoco con que pudiesen alcanzar una perfección espiritual. Es más, la concepción eclesiástica de la virginidad y todo lo que llevaba consigo esta opción de vida ofreció a las mujeres cristianas la oportunidad de vivir una vida libre de las restricciones que suponía el matrimonio, la crianza y el cuidado de los hijos, ofreciéndoles la posibilidad de llevar una vida que ni siquiera las ilósofas paganas más reconocidas e ilustradas pudieron nunca tener (Clark 1993). Así las dos Melanias llegaron a alcanzar una amplísima erudición y dedicaban un tiempo asombroso al estudio de las Escrituras, vidas de santos y homilías (Paladio Historia Lausiaca 55; Gerontius Vida de Melania la Joven, 23, 26). Paula y Eustoquia, del círculo de Jerónimo, tuvieron un amplísimo conocimiento de las Escrituras y del hebreo, que hablaban mejor que él, y con sus preguntas lo incitaban continuamente al debate y a la profundización teológica (Jer. Ep.108: 26; ver además 127: 7). Sabemos igualmente que algunas de estas mujeres de sólida formación estuvieron muy implicadas y participaron vivamente en los debates teológicos más candentes de su época. Sus aportaciones, sin embargo, permanecían en la sombra, silenciadas o atribuidas a las autoridades eclesiásticas masculinas, a las que servían y admiraban. «Todo lo aprendió e hizo suyo, de forma que, tras mi partida, cuando surgía una disputa sobre algún texto de las Escrituras, a ella acudían como árbitro. Era Marcela muy discreta y sabía lo que llaman los ilósofos to préton, es decir, lo decente o decoroso en el obrar; y así, de tal forma respondía a lo que se le preguntaba, que aun lo suyo lo vendía por no suyo, airmando ser o mío o de cualquier otro. De este modo, aun en lo que enseñaba, confesaba ser discípula –sabía, en efecto, lo que dice el Apóstol: A la mujer no le permito enseñar (1 Tim 2,12)–, con lo que evitaba dar la impresión de agraviar al sexo viril y, a veces, hasta a sacerdotes u obispos que la consultaban sobre puntos oscuros y ambiguos» (Jer. Ep. 127: 7). 6. Llama la atención una divergencia existente en las versiones latina y griega de la Vida de Melania respecto a su cuestionamiento del nestorianismo. Mientras que en la versión latina su discusión contra el nestorianismo se dirige sólo a mujeres, en la griega su audiencia incluye también hombres (Clark 1993: 128). Este dato, unido a que la mayoría de los testimonios de mujeres con funciones de enseñanza proceden de Oriente, podría indicar una mayor apertura en Oriente a esta faceta de magisterio de las mujeres. 182 PuriFicación ubric rabanEda Hubo, en in, otras mujeres que paliaron su ausencia del ámbito público eclesiástico con un protagonismo a través del patrocinio de eclesiásticos varones o del patrimonio de la Iglesia, o de la educación y promoción de sus hijos o parientes para que ocupasen puestos relevantes en la Iglesia (Cloke 1995). En suma, de acuerdo con estos presupuestos, una mujer, aunque fuese profundamente letrada y conocedora de las Escrituras y hubiese alcanzado un alto grado de perfección espiritual, no podía enseñar ni compartir sus conocimientos en un ámbito público que incluyese a hombres. Sin embargo, las fronteras entre lo público y lo privado no estaban siempre del todo claras, especialmente en contextos que escapaban al estricto control eclesiástico, como ciertos ambientes ascéticos (Elm 1994: 248-249). Es aquí, en el radicalismo del modo de vida del desierto, donde habría que contemplar a las ammas del desierto y sus enseñanzas, unas enseñanzas dirigidas tanto a hombres como a mujeres, que en numerosas ocasiones fueron expresamente buscadas y pedidas por hombres e ilustradas con ejemplos masculinos (por ejemplo, Teodora 3, 5,7 y 9). 3. MUJERES EN EL DESIERTO «El discípulo de Apa Sisoes le dijo, “Padre, te has vuelto viejo. Vamos a trasladarnos a un lugar más cercano a la tierra habitada”. El anciano dijo, “Donde no haya ninguna mujer, allí es donde debemos ir”. El discípulo le dijo, ¿Qué otro lugar hay sin ninguna mujer que no sea el desierto? El anciano le dijo, “Llévame al desierto”» (Sisoes 3) 7. Ciertamente el desierto implicaba unas condiciones de vida muy duras, tales como una extrema aridez, una precaria subsistencia o el peligro de ataques de animales salvajes, bandidos y proscritos. Ser anacoreta suponía además una vida en soledad y aislamiento, así como una renuncia absoluta a los bienes materiales y a los apegos familiares. Era además un mundo que en su sentido ascético cristiano había sido fabricado para huir de los demonios y tentaciones interiores y exteriores, que en muchas ocasiones se presentaban en forma de una bellísima mujer (Abraham 1; Ciro 1; Daniel 2; Lot 2, N 172, N 593; Olympios 1; Paphnut. 5; Poemen 11, 13, 14, 59, 115, 154; Teodoro Ferme 17)8. Estos inconvenientes climáticos, sociales, culturales e ideológicos, sin embargo, no fueron óbice para evitar la presencia de mujeres en el desierto. Su existencia, en efecto, está atestiguada en testimonios de diversa índole: a) Como consecuencia de la presión de los impuestos del isco, muchas personas se veían obligadas a huir al desierto (CTh. 12, 1, 63=CI 10, 32.26; N. 66, N. 566). Entre ellas había también mujeres (Historia Monachorum in Aegypto 14.5-6). b) Las madres y otras familiares de los ascetas habitantes del desierto iban en muchas ocasiones a visitarlos y procurarles víveres y cuidados (Carion 2; Marcos 3, 4; Poemen 5; Timoteo 1; Borias 1978). 7. Las referencias de los apotegmas citadas en este trabajo corresponden a la serie alfabética. Por otra parte, los textos de los Dichos de los padres y madres del desierto en su traducción castellana aquí citados proceden de la edición de la Vida y dichos de los Padres del desierto de Luciana Mortari (1996). 8. A este respecto es muy representativa la imagen del demonio en forma de mujer que aparece en la película de Luis Buñuel, Simón del Desierto, magistralmente encarnado por la actriz Silvia Pinal. Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 183 c) Conocemos asimismo diversos testimonios de mujeres que vivían con los Padres, algunas sirviéndolos como vírgenes, pero otras claramente eran sus esposas o concubinas, sobre todo en las generaciones más tardías, las llamadas vírgenes sub introductae (Ammonas 10; Anonymus 55; Casiano 2, N 32; Elm 1994: 261-262). d) La fama de santidad de muchos padres del desierto llegó a ser tan notoria que algunas mujeres no temieron en absoluto emprender un duro viaje que las llevara al desierto para conocerlos, ignorando por completo la oposición de los Padres a tales visitas: «¿Cómo te has atrevido a emprender semejante viaje? ¿No sabes que eres una mujer? No debes salir cuando te plazca ¿O acaso querías volver a Roma a decir a las otras mujeres que has visto a Arsenio, para después convertir el mar en una vía para mujeres que vengan a mí?» (Arsenio 28, ver además Evagrio Pontico Epp. 7-8). Muchas de estas mujeres eran peregrinas que iban a Tierra Santa. Alejandría se encontraba en la ruta que llevaba a Jerusalén y era una estupenda parada para completar la peregrinación con una visita a los Padres egipcios, ejemplos vivientes de virtud9. Las mujeres que visitaban a los Padres eran de alta alcurnia y solían ir acompañadas e introducidas a ellos por personajes eclesiásticos, obispos o ascetas reconocidos. Entre las que conocemos que emprendieron esta peregrinación se encuentran una virgen romana de rango senatorial (Arsenio 28), Egeria (Itinerarium), Paula y Eustoquia (Jer. Ep. 108: 6-14), Melania la Vieja y Melania la Joven (Paladio Historia Lausiaca 46; Gerontius Vida de Melania la Joven). También sus capacidades taumatúrgicas atrajeron a algunas mujeres a los Padres. Así Macario el Egipcio curó al hijo poseso de una mujer (Macario el Egipcio 6) y Longinus el cáncer de pecho de otra mujer (Longinus 3). e) El desierto aparece asimismo con frecuencia como un lugar de expiación y redención para las mujeres pecadoras. Son numerosas las historias en las que mujeres prostitutas son redimidas por la intercesión de los Padres (Efrén 3; Juan Colobos 16; Juan de las Celdas 1; Serapion 1; Timoteo 1) y acaban ingresando en una comunidad de vírgenes o viviendo una vida solitaria, ocultando su identidad. Son muy conocidas las historias de María la Egipcia, que de prostituta pasó a ser una santa ejemplar (Albarrán 2010: 65) y de Pelagia, actriz y cortesana de gran fama en Antioquía que se convierte por la intercesión del Padre Nonnus y se recluye en una celda en el monte de los Olivos como si fuese un hombre. La que una vez fue enormemente admirada por su belleza pierde por completo sus atributos femeninos por las durezas de la vida ascética y queda irreconocible (Cloke 1995: 193-194). Cabe mencionar asimismo a Paesia, quien al quedar huérfana decide emplear su herencia para crear un hospicio para los Padres. Más tarde se ve sin recursos y acaba en la prostitución. De allí la saca Juan Colobos y al ingresar en el desierto, lugar de redención y puriicación, muere (Juan Colobos 47)10. 9. La imitación de los modelos de vida de los santos era concebida como una de las mejores vías para alcanzar la propia perfección espiritual (Basilio de Cesarea Ep. 2). 10. En la tradición del Sinaxario árabe jacobita, Paesia, llamada Anastasia, marcha con Juan Colobos al desierto, donde se convierte en una anacoreta (Albarrán 2010: 82). 184 f) PuriFicación ubric rabanEda Aunque a las mujeres se les recomendaba crear su propio “desierto” en la privacidad de su casa y la mayoría de prácticas ascéticas femeninas se realizaron en el ámbito de una comunidad o una familia, también se documenta la presencia de mujeres en el desierto con el propósito de llegar a la perfección espiritual a través del ascetismo. Así sabemos que había mujeres que vivían en comunidades de vírgenes o mixtas de monjes y vírgenes y que algunas de ellas llegaron incluso a dirigir estas comunidades. Éstas , sin embargo, no solían estar en el desierto en sí, si no, más bien, en los márgenes, cerca de ciudades (Albarrán 2011; Elm 1994; Wypszycka 2009). Algunas fuentes, como Sinclética 6 (ver además Evagrio Pontico Epp. 7-8) parecen sugerir que había asimismo vírgenes errantes, que iban de un lugar a otro en busca de su perfección espiritual (Elm 1994: 277-282; en contra de esta idea Wypszycka 2009: 600). Este modo de vida, no obstante, sería muy criticado y tendría mala reputación, tanto para hombres como para mujeres, sobre todo porque suponía un enorme descontrol, ya que quienes así vivían escapaban de las normas y la ortodoxia eclesiásticas. Era, además, un peligro contra la pureza y la castidad. La cuestión que más nos interesa para el objeto de nuestro estudio es si existieron mujeres anacoretas que llevasen una vida en solitario en el desierto, al igual que los hombres. Diversos testimonios parecen indicar que sí. De hecho es de este modo como son presentadas las madres del desierto. Sin embargo, el que una mujer llevase este tipo de vida fue profundamente cuestionado. Así, varios Dichos de amma Sara están dedicados precisamente a contrarrestar estos ataques. En uno de ellos dos monjes se acercan a ella para reírse y humillarla porque es una mujer: «Ten cuidado, no te vayas a volver engreída pensando: “Mira cómo los anacoretas vienen a verme a mi, una simple mujer». Sin embargo, es ella quien los deja a ellos en evidencia (Sara 4). Es muy revelador, asimismo, Sara 5, donde declara que «si le pidiese a Dios que todos los hombres aprobasen mi conducta, me encontraría a mi misma haciendo penitencia en cada puerta, mejor oraré para que mi corazón sea puro ante todos ellos». En un Dicho de Paphnutius se observa además el desprecio de los monjes a ser retados por una mujer asceta: «(Sara) envió alguien a decirle al padre Paphnutius ¿Has hecho realmente el trabajo de Dios dejando que tu hermano sea menospreciado?». A lo que Paphnutius respondió airado, «¡Paphnutius está aquí con la intención de hacer el trabajo de Dios y no tiene nada que ver con nadie más!» (Paphnutius 6). En el desierto en el que vivió Sara sabemos que hubo una enorme cantidad de monjes eremitas. La presencia entre ellos de una mujer no sería bien recibida. La misma Sara, de hecho, llega a airmar en sus apotegmas que cuando se retiró al desierto hubo de luchar duramente durante trece años contra la tentación de la fornicación (Sara 1 y 2). Para Elm (1994: 266-267) es sumamente signiicativo que Sara sea cuestionada, máxime cuando en los Dichos apenas se encuentran referencias sobre controversias provocadas por la legitimidad de las prácticas ascéticas en el desierto, ni siquiera en un asunto tan controvertido y espinoso como el conlicto entre la jerarquía eclesiástica y los monjes carismáticos. Sin lugar a dudas las críticas a Sara se deben al hecho de ser mujer. El argumento utilizado por Sara en su defensa es el de haberse convertido en un monje perfecto, que ha superado por completo los límites del cuerpo y la sexualidad, el ser hombre o mujer, «Según mi naturaleza soy una mujer, pero no según mis pensamientos» Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 185 (Sara 4) (ver además Abraham 1; Basilio de Ancira De virginitate, N. 23 (Guy 326); Brown 1993). También se autoairma declarando «soy yo quien soy un hombre, vosotros quienes sois mujeres» (Sara 9). De hecho, cuando una mujer demostraba virtus, andreia indicaba que había superado las trabas limitantes de su feminidad y se había transformado en varón: «No digáis “mujer”, sino “¡qué varón!” Pues ésta es un varón, a pesar de su apariencia física» (Vida de Olimpias 3; ver además Basilio de Cesarea Homilía 5, 2; Gregorio de Nisa Vida de Santa Macrina; Paladio Historia Lausiaca 41). Entonces adquiría las cualidades que la convertían en un verdadero atleta de Cristo, dispuesto para alcanzar la perfección espiritual (Clark 1993, Elm 1994: 268-269 y 311-330). Esta visión de la excelencia espiritual como algo exclusivamente masculino, ajeno a la feminidad (Torjesen 1996: 198), explica asimismo la profusión de relatos acerca de mujeres que viven su ascetismo de forma oculta, haciéndose pasar por hombres. Su ejemplar vida de riguroso ascetismo nada hace sospechar de su condición femenina, es sólo en el momento de su muerte cuando se descubre su verdadera identidad de mujer (Anson 1974; Patlagean 1976). En una de estas historias, del año 391, Besarion y su discípulo Doulas van a visitar al famoso appa Juan de Lycópolis. Por el camino entran en una cueva en la que encuentran a un anciano trenzando, que permanece totalmente centrado en su labor, sin mirarlos ni dirigirles la palabra. A la vuelta entran de nuevo y se dan cuenta de que ha muerto. Mientras preparan su cuerpo para la sepultura descubren que en realidad es una mujer: «El padre, estupefacto, me dijo: –Mira cómo también las mujeres vencen a Satanás, mientras nosotros, en la ciudad, tenemos un aspecto tan mezquino» (Besarion 4; ver además Anon. Apoph. 63). Es esta una manera de llamar la atención a los hombres e incitarlos a profundizar más en su ascesis. Si una mujer, que parte de una naturaleza más débil, lo ha conseguido, ellos habían de hacerlo también. Estos relatos, junto a otros en los que las mujeres superan con creces en el rigor de las prácticas de su ascesis a los hombres, nos muestran asimismo la lucha de muchas mujeres por ser reconocidas y valoradas en un mundo varonil (Sinclética 14, Vita Sync. 26, Paladio Historia Lausiaca 20 y 41). Aunque al parecer Teodora, Sinclética y Sara llevaron una vida anacorética en el desierto sin tener que negar u ocultar su feminidad, con el paso del tiempo este hecho se edulcoró. En efecto, conforme los Apophthegmata fueron experimentando cambios y modiicaciones a lo largo de doscientos años se transformó el modo en el que presentaban a las Padres en relación a su modo de vida ascético. Así Sinclética vive como anacoreta, pero en una tumba en las afueras de Alejandría y pronto se convierte en la guía espiritual de mujeres a las que dirige sus Dichos. En la misma tónica, una versión armenia tardía presentará a Sara viviendo con otras vírgenes (Elm 1994: 270)11. 4. LA MAESTRÍA ESPIRITUAL DE LAS MADRES DEL DESIERTO Las enseñanzas atribuidas a Teodora, Sinclética y Sara se encuentran en la línea de la sabiduría espiritual recogida en los Dichos de los padres del desierto y siguen los mismos presupuestos, sentencias con relexiones radicales y profundas, preguntas y respuestas 11. Llama asimismo la atención cómo se recogen las enseñanzas en un escrito destinado a mujeres: Matericon 2001. 186 PuriFicación ubric rabanEda sobre la vivencia espiritual, ilustradas con ejemplos prácticos y ediicantes, que no dejan indiferentes a quienes las escuchan. La enseñanza de las ammas del desierto es, por tanto, fruto de una maestría viva, nacida de la experiencia de una vida anacorética ascética en extrema soledad, donde la Palabra que rompe el silencio tiene un enorme poder de sanación, redención y expiación y sólo se da a quien verdaderamente la busca y la va a poner en práctica (Burton-Christie 2007). Uno de los rasgos más signiicativos de esta enseñanza es que no nace de la especulación o del intelecto, sino de la experiencia propia: «es muy peligroso para cualquiera enseñar a quien no ha sido educado primero en la vida práctica» (Sinclética 12). Quien enseña, además, como maniiesta Teodora: «debe ignorar el amor al poder y a la vanagloria, no debe dejarse engañar por las adulaciones ni cegar por los regalos, no debe dejarse vencer por la gula ni dominar por la ira. Al contrario, debe ser indulgente, manso, sobre todo humilde, probado, solícito y amante de las almas» (Teodora 5). Alcanzar la maestría espiritual que garantiza la enseñanza sincera requiere, asimismo, el haber integrado dentro de sí una serie de cualidades, entre las que destacan el amor y la humildad (Sinclética 25 y 26; Teodora 6). Pues es sólo cuando estas virtudes son parte indisociable de uno mismo cuando es posible responder y hacer frente a los retos más difíciles: «una vez fue insultada una persona piadosa por alguien, y le dijo: –También yo podría responderte cosas semejantes, pero la ley de Dios me cierra la boca» (Teodora 4). Estas virtudes, sin embargo, no han de ser ostentadas, ya que al igual que un tesoro que se expone corre el riesgo de perderse, una virtud que se muestra puede desaparecer como el humo (Sinclética 21). Tampoco se ha de caer en la vanagloria y atribuirse los logros conseguidos a uno mismo porque por encima de quien ha alcanzado la perfección espiritual está el Maestro que alienta e inspira cada paso, Cristo. Por eso, cuando el demonio tienta a Sara para que se atribuya a sí misma la victoria de su laboriosa lucha contra él, ella lo calla respondiéndole que no es mérito suyo sino de su Maestro Cristo (Sara 2). Cristo, en efecto, es el verdadero Maestro y ejemplo a seguir: «Como promesa, ejemplo y prototipo tenemos al que murió por nosotros y resucitó, Cristo nuestro Dios» (Teodora 10). Es, sin embargo, la práctica de la maestría espiritual un arduo camino, lleno de diicultades. Numerosas tentaciones y pasiones acechan a quien busca la perfección espiritual, debilitándolo, enfermándolo e intentando apartarlo de su camino. De sus efectos, síntomas y consecuencias son plenamente conscientes las ammas. Así habla Teodora sobre la acedía, un mal muy común en el desierto, que afecta a la persona en los niveles psicológico, corporal y espiritual12: «Es buena cosa buscar la unión con Dios en el sosiego, el hombre sabio persigue esta quietud (…) Pero has de saber que, apenas la buscamos, el Maligno viene enseguida a lastrar el alma con la pereza, el desaliento, los pensamientos. Y lastra también el cuerpo con la enfermedad, la debilidad, el alojamiento de las rodillas y de todos los miembros, y quita la fuerza del alma y del cuerpo» (Teodora 3). 12. Sobre la acedía ver además, Evagrio Póntico Tratado Práctico y Espejo de monjes. Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 187 Pero todo puede superarse gracias a la determinación y la constancia en la recitación de las Escrituras: Había un monje que era presa de iebre, escalofríos y dolores de cabeza cuando quería ir a la liturgia; y se decía de este modo a sí mismo: –Mira, estoy enfermo, y una de estas veces moriré ¡Pues bien, me levantaré antes de morir para ir a la liturgia! Con este pensamiento se daba fuerzas e iba a la liturgia. En cuanto terminaba la liturgia, terminaba también la iebre. Este hermano resistió más veces, repitiéndose este pensamiento y asistiendo a la liturgia. Y venció al Maligno (Teodora 3, ver además Sinclética 27). «Mantener en los labios las dulces palabras» de las Escrituras es, de hecho, un remedio eicaz contra cualquier tribulación, no sólo por el poder intrínseco de la Palabra, sino también por el aliento y el apoyo que ya han conferido a otros (Sinclética 7, BurtonChristie 2007: 191-192).Experimentar y afrontar estos desafíos, que «nos atacan desde fuera, y también nos provocan desde dentro» (Sinclética 12) es clave y necesario para lograr la perfección espiritual: «Sucede como con los árboles: si no pasan a través de los inviernos y las lluvias, no pueden dar fruto» (Teodora 2). Y para ello una gran dosis de comprensión es siempre un aliento: «No es bueno encolerizarse, pero si sucediera, el Apóstol no os permite estar un día entero dominados por esta pasión, pues dice: “Que no se ponga el sol” (Ef. 4,26) “¿Queréis esperar a que vuestro tiempo haya terminado?» (Sinclética 13, traducción en Burton-Christie 2007: 255). Los sonidos y las atracciones del mundo siempre estarán al acecho, pero pueden ser superados si quien se enfrenta a ellos se encuentra en una buena disposición interior, con su corazón centrado sólo en Dios: «Así como cuando te sientas a la mesa y hay muchos alimentos exquisitos, y tomas de ellos ciertamente, pero no voluntariamente, así también, aunque lleguen a tus oídos discursos mundanos, ten el corazón dirigido hacia Dios y en esta disposición no los escucharás y no te dañarán» (Teodora 8). La vida retirada en el silencio del desierto no es de hecho garantía de éxito, se requiere mucho más: «Muchos viven en las montañas y se comportan como si viviesen en la ciudad…Es posible ser un solitario viviendo entre la multitud y para un solitario vivir en la multitud de sus propios pensamientos» (Sinclética 19). Como podemos observar, las enseñanzas y la sabiduría de las madres del desierto se encuentra en sintonía con la de los padres del desierto, así como con la de muchos otros que han logrado la perfección y maestría espiritual a través de diversos caminos, no sólo el cristiano13. Lo que las individualiza y les da originalidad es su manera propia 13. La esencia de las enseñanzas de los padres y madres del desierto las encontramos también, expresadas de un modo similar, en los místicos de otras tradiciones espirituales, como los monjes zen o los sufíes. Los Padres del desierto han servido de hecho de puente para el diálogo cristianismo-zen (Merton 1994 y 2004). 188 PuriFicación ubric rabanEda de presentarlas, que es índice de su propia vivencia y experiencia personal, un requisito básico para poder realmente enseñar: «Uno ha de estar limpio antes de limpiar a otros; convertirse en sabio, para poder hacer a otros sabios; convertirse en luz y entonces dar luz; aproximarse a Dios para acercar a otros a Dios; ser santo para santiicar; ser poseedor de manos para llevar a otros de la mano; de sabiduría para dar consejo» (Gregorio de Nacianzo, Oratio 2.71). Determinar hasta qué punto estas enseñanzas responden ielmente al magisterio de Sara, Teodora y Sinclética es, sin embargo, una tarea imposible de realizar con las fuentes y métodos con que contamos en la actualidad. Lo esencial es, no obstante, que los hombres que pusieron por escrito las enseñanzas orales del desierto consideraron dignas de igurar entre los grandes maestros a estas mujeres, lo que denota el reconocimiento alcanzado por su maestría espiritual. CONCLUSIONES Las vidas de Teodora, Sara y Sinclética están ciertamente plagadas de componentes legendarios y hagiográicos. El análisis de sus enseñanzas y del contexto histórico en el que vivieron nos pone, sin embargo, de maniiesto que, fuesen ellas u otras, existieron mujeres que llevaron una vida de perfección espiritual en el desierto y se convirtieron en maestras espirituales de reconocido prestigio. La búsqueda de la perfección espiritual estuvo, en efecto, entre los objetivos de algunas mujeres cristianas de la Antigüedad Tardía. Emprenderla, sin embargo, no fue una tarea fácil, ya que hubieron de hacer frente no sólo a las diicultades y retos propios de la ascesis y la vida en el desierto, sino también a fuertes críticas y oposiciones por el hecho de ser mujeres. Para ser aceptadas y valoradas, además, tuvieron que amoldarse a los patrones masculinos, imitarlos, seguirlos y realizarlos en sí mismas, negando su feminidad, con todo lo que eso llevaba consigo. Ciertamente los cristianos de la época fueron incapaces de saltar las barreras de la concepción tradicional de la mujer de la sociedad en la que vivieron, superar los prejuicios misóginos y concebir una espiritualidad que contase y honrase las cualidades y aportaciones femeninas y complementase y enriqueciese las masculinas. Pero ninguno de estos obstáculos fue óbice para silenciar por completo la voz de las mujeres ni impedirles la consecución de una maestría espiritual que ha llegado hasta el presente a través de algunas de sus enseñanzas. Agradecimientos Este trabajo ha sido posible gracias a los proyectos de investigación, Libertad, convivencia e integración religiosa, social y cultural: propuestas desde el cristianismo tardoantiguo del plan propio de investigación de la Universidad de Granada e I+D, La Iglesia como sistema de dominación en la Antigüedad Tardía (HAR2012-31234). Ammas, las madres del desierto: ¿Maestras espirituales con voz propia? 189 BIBLIOGRAFÍA ALBARRÁN MARTÍNEZ, M. J. (2010): Prosopographia asceticarum aegyptiarum. Madrid, CSIC. ALBARRÁN MARTÍNEZ, M. J. (2011): Ascetismo y monasterios femeninos en el Egipto tardoantiguo. Estudio de papiros y ostraca griegos y coptos. Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat. ANSON, J. (1974): “The Female Transvertite in Early Monasticism: The Origin and Development of a Motif”, Viator 5: 1-32. BERNARD, O. (1972): La Vie de Sainte Synclétique: Discours de Salut à une vierge. Bégrolles-enMauge, Abbaye de Bellefontaine. BORIAS, A. 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El saldo ha sido positivo en lo que respecta a los estudios históricos, porque no sólo se han hecho aportaciones cualitativa y cuantitativamente signiicativas sino también, y quizás más importante, porque se ha conseguido corregir, o al menos relativizar, la visión androcéntrica de la construcción del relato histórico, y con ello aumentar la visibilidad de las mujeres como sujetos de la historia. Hijas de Eva. Mujeres y religión en la Antigüedad responde plenamente a este objetivo, pues constituye una selección de nueve estudios que tienen en común el interés por el papel de la mujer en diversas religiones del Próximo Oriente y del Mediterráneo antiguo, en diferentes facetas, como entes divinos femeninos, la antropomorización de fenómenos de la naturaleza, o en sus roles de reinas divinizadas, profetisas, sacerdotisas o simples ieles. De los nueve trabajos que articulan el índice, tres se pueden enmarcar geográica y cronológicamente en el Próximo Oriente durante la primera Edad del Hierro, uno en la Iberia prerromana, concretamente en la cultura ibérica; otro en la Pérgamo helenística; dos en Roma y otros dos en el Cristianismo naciente, que se desarrolla de manera paralela a los cultos paganos de la Roma imperial. En todos, el protagonismo de las mujeres en los ámbitos oiciales fue inversamente proporcional a su presencia en el ámbito doméstico y de la religiosidad popular. 9 78 8447 216086