Subido por Arancha Ortiz Herencia.

CUADERNO DE LITERATURA 1º BACH (3ª Evaluación)

CUADERNO
DIGITAL DE
LITERATURA
3ª EVALUACIÓN
1º BACHILLERATO B. Curso 21-22
TERCERA
EVALUACIÓN
SIGLO XVIII
TOMÁS DE IRIARTE
LOS DOS CONEJOS
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente
amigo, ¿qué es esto?».
«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».
«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
EL BURRO FLAUTISTA
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«¡Oh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!».
Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
EL GALÁN Y LA DAMA
Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,
celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.
«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»
Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen».
FELIX Mª DE SAMANIEGO
Fábula II
La cigarra y la hormiga
Fábula V. Libro III.
¿Quién no ha oído alguna vez este fábula?
Puedes escucharla una vez más en este enlace.
FABULA XI. Libro I.
Las moscas
A un panal de rica miel dos mil
dos mil moscas acudieron,
que por golosas murieron,
presas de patas en él.
Otras dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
El jardín de Venus.
No todas las fábulas tienen
como protagonistas un par
de animalitos inocente,
algunas fábulas recogidas en
El jardín de Venus tiene un
toque picante y descarado.
Una Zorra, cazando,
de corral en corral iba saltando;
a favor de la noche, en una aldea
oye al gallo cantar: maldito sea.
Agachada y sin ruido,
a merced del olfato y del oído,
marcha, llega, y oliendo a un agujero,
-Este es-, dice, y se cuela al gallinero.
Las aves se alborotan, menos una,
que estaba en cesta como niño en cuna,
enferma gravemente.
Mirándola la Zorra astutamente,
la pregunta: -¿Qué es eso, pobrecita?
¿Cuál es tu enfermedad? ¿Tienes pepita?
Habla, ¿cómo la pasas, desdichada?
La enferma la responde apresurada:
-Muy mal me va, señora, en este instante;
muy bien, si usted se quita de delante.»
Cuántas veces se vende un enemigo,
como gato por liebre, por amigo.
Al oír su fingido cumplimiento,
Respondiérale yo para escarmiento:
«Muy mal me va, señor, en este instante;
Muy bien si usted se quita de delante.»
FELIX Mª DE SAMANIEGO
Érase una gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
ACTIVIDADES.
Matóla, abrióla el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló la mina.
¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos
que solo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones!
1. Expresa las características del subgénero literario al que pertenece este
poema.
2. ¿En qué estrofa se encuentra la enseñanza de este poema?
3. ¿Cómo se llama esta enseñanza?
4. ¿Qué comportamiento es criticado en el texto de Samaniego?
RESPUESTAS. Félix Mª de Samaniego.
RESPUESTAS.
G. MELCHOR DE JOVELLANOS
MEMORIA SOBRE EDUCACIÓN PÚBLICA
(…) Y h e aquí el último punto a que hemos procurado conducir el estudio de la ideología. Si solo tratásemos de instruir a los jóvenes en el buen uso de
su razón, nos hubiéramos contentado con darles algunos principios de lógica; pero era necesario que preparásemos sus ánimos para las importantes
verdades de la moral, sin cuyo conocimiento no podrá decirse buena ni completa su educación. Importa ciertamente mucho ilustrar su espíritu, pero
importa mucho más rectificar su corazón. Importaba mucho dirigirlos en el uso de sus ideas, pero mucho más en el de sus sentimientos y afecciones;
porque si, como decía Cicerón, toda virtud consiste en acción, no bastará que conozcamos la norma que debe regular nuestra conducta, si no se
dispone nuestra voluntad para que se conforme a ella y conozca y sienta que en esta conformidad está su dicha. Tal es el objeto de la ética o ciencia de
las costumbres.
Antes d e tratar de esta preciosa parte de educación, no puedo dejar d e d eplorar el abandono con que ha sido mirada hasta ahora. Si volvemos los ojos
a nuestras escuelas generales, vemos que hasta nuestros días no fu e contada en el círculo de los estudios filosóficos; y si bien la enseñanza de la
teología abraza muchas cuestiones de la ética cristiana, cualquiera que conozca sus planes echará de m enos una enseñanza separada y metódica de
este ramo importantísimo de la ciencia de la r eligión. Es cierto que al fin la ética natural, o filosofía moral, fue admitida en nuestras universidades; pero
¿se enseña en todas? ¿Se enseña a todos? ¿Se enseña en el orden, por el m étodo y con la extensión que su objeto requiere? Lo dicho hasta aquí, y lo
que resta por decir acerca de ella, hará ver cuánto falta para llenarle dignamente.
Pero es todavía más doloroso ver cuán olvidado está el estudio de la moral en la educación doméstica, la única en que la mayor parte d e los ciudadanos
recibe su instrucción; porque, sin hablar de aquellos que no reciben educación alguna, ni de aquellos en cuya educación no se comprende ninguna
enseñanza literaria, los cuales por d esgracia componen la gran masa de nuestra juventud, ¿cuál es el plan d e enseñan za doméstica que haya abrazado
hasta ahora la ética; y quiénes los que la estudian, aun en aquellos seminarios establecidos para suplir los defectos d e esta educación? Se cuida mucho
de enseñar a los jóvenes a pr esentarse, andar, sentarse y levantarse con gracia, a hablar con modestia, saludar con afabilidad y cortesanía, comer con
aseo, etc.; se consume mucho tiempo en enseñarles la música, la danza, la esgrima, y en cultivar todos los talentos agradables o inútiles; y entretanto se
olvida la ciencia de la virtud, origen y fundamento de sus deber es naturales y civiles, y se les d eja ignorar aquellos principios eternos de donde procede
la honestidad; esto es, la verdadera decencia, modestia, urbanidad; en una palabra, los que enseñan la verdadera honestidad, fuente de las sublimes
virtudes que hacen la gloria de la especie humana.
Estoy muy lejos por cierto de condenar aquellas enseñan zas; pero ¿quién no se dolerá de ver cifrada en ellas toda la doctrina de la buena crianza? No
hay ya que temporizar con este error, no hay ya que d espreciar sus consecuencias, que por desgracia son demasiado funestas, así como demasiado
generales, porque este abandono, esta imperfección, estos vicios de la educación pública y doméstica son más o menos d e todos los tiempos y todos los
países. En ellos, si no la única, está la primera causa d e los males y desórdenes que inficionan y debilitan todas las sociedades. La ignorancia es el
verdadero origen de ellos; pero la ignorancia en este artículo, la ignorancia moral, si así decirse puede, es el más fecundo y poderoso, porque los demás
estudios ilustran la razón, y este solo perfecciona el corazón; los demás disponen la juventud a recibir la luz de las ciencias y las artes, este dispone e
inclina sus ánimos al ejercicio de la virtud; este solo forma, este solo reforma, este solo mejora y perfecciona las costumbres. Los demás forman
ciudadanos útiles, este solo útiles y buenos. Los demás, en fin, pueden atraer a los estados la abundancia, la fuerza y cuanto lleva el nombre de
prosperidad; este solo la paz, el orden, la virtud, sin los cuales toda prosperidad es precaria, es humo, es nada. (…)
ACTIVIDADES.
Gaspar Melchor de Jovellanos.
ACTIVIDADES.
1. ¿Cuál es la opinión de Jovellanos acerca de la educación que deben recibir los jóvenes? ¿Qué critica de la educación pública?
RESPUESTAS.
JOSÉ CADALSO.
CARTAS MARRUECAS.
CARTA I
Gazel a Ben-Beley
He logrado quedarme en España después del regreso de nuestro embajador, como lo deseaba muchos días ha, y te lo escribí varias veces
durante su mansión en Madrid. Mi ánimo era viajar con utilidad, y este objeto no puede siempre lograrse en la comitiva de los grandes
señores, particularmente asiáticos y africanos. Éstos no ven, digámoslo así, sino la superficie de la tierra por donde pasan; su fausto, los
ningunos antecedentes por donde indagar las cosas dignas de conocerse, el número de sus criados, la ignorancia de las lenguas, lo
sospechosos que deben ser en los países por donde caminan, y otros motiv os, les impiden muchos medios que se ofrecen al particular que
viaja con menos nota.
Me hallo vestido como estos cristianos, introducido en muchas de sus casas, poseyendo su idioma, y en amistad muy estrecha con un
cristiano llamado Nuño Núñez, que es hombre que ha pasado por muchas vicisitudes de la suerte, carreras y métodos de vida. Se halla ahora
separado del mundo y, según su expresión, encarcelado dentro de sí mismo. En su compañía se me pasan con gusto las horas, porque
procura instruirme en todo lo que pregunto; y lo hace con tanta sinceridad, que algunas veces me dice: «De eso no entiendo»; y otras: «De
eso no quiero entender». Con estas proporciones hago ánimo de examinar no sólo la corte, sino todas las provincias de la Península.
Observaré las costumbres de este pueblo, notando las que le son comunes con las de otros países de Europa, y las que le son peculiares.
Procuraré despojarme de muchas preocupaciones que tenemos los moros contra los cristianos, y particularmente contra los españoles.
Notaré todo lo que me sorprenda, para tratar de ello con Nuño y después participártelo con el juicio que sobre ello haya formado.
Con esto respondo a las muchas que me has escrito pidiéndome noticias del país en que me hallo. Hasta entonces no será tanta mi
imprudencia que me ponga a hablar de lo que no entiendo, como lo sería decirte muchas cosas de un reino que hasta ahora todo es enigma
para mí, aunque me sería esto muy fácil: sólo con notar cuatro o cinco costumbres extrañas, cuyo origen no me tomaría el trabajo de
indagar, ponerlas en estilo suelto y jocoso, añadir algunas reflex iones satíricas y soltar la pluma con la misma ligereza que la tomé,
completaría mi obra, como otros muchos lo han hecho.
Pero tú me enseñaste, oh mi venerado maestro, tú me enseñaste a amar la verdad. Me dijiste mil veces que faltar a ella es delito aun en las
materias frív olas. Era entonces mi corazón tan tierno, y tu voz tan eficaz cuando me imprimiste en él esta máxima, que no la borrará la
sucesión de los tiempos.
Alá te conserve una vejez sana y alegre, fruto de una juventud sobria y contenida, y desde África prosigue enviándome a Europa las
saludables advertencias que acostumbras. La voz de la virtud cruza los mares, frustra las distancias y penetra el mundo con más excelencia
que la luz del sol, pues esta última cede parte de su imperio a las tinieblas de la noche, y aquélla no se oscurece en tiempo alguno. ¿Qué
será de mí en un país más ameno que el mío, y más libre, si no me sigue la idea de tu presencia, representada en tus consejos? Ésta será
una sombra que me seguirá en medio del encanto de Europa; una especie de espíritu tutelar que me sacará de la orilla del precipicio; o como
el trueno, cuyo estrépito y estruendo detiene la mano que iba a cometer el delito.
ACTIVIDADES. José Cadalso.
ACTIVIDADES.
1. ¿Quiénes son los tres protagonistas principales de Cartas marruecas? Escribe unas líneas con el perfil que se hace de ellos en el texto.
2. ¿Por qué crees que José Cadalso decide poner como protagonista a un extranjero para describir las virtudes y defectos de su nación y
sus compatriotas? Lee la introducción de la obra de Cadalso para que te ayude en la reflexión.
3. Investiga y redacta un breve texto expositivo sobre la estructura de la obra completa y sus características literarias.
4. Para que puedas entender mejor la primera carta, pincha en este enlace y ve directamente al minuto 13:15.
RESPUESTAS.
José Cadalso.
RESPUESTAS.
Leandro Fernández de Moratín.
El sí de las niñas.
Resumen de la obra.
Don Diego es un hombre mayor que va a casarse con la jovencísima doña Paquita
y que intenta saber la opinión de la muchacha, pero la madre de esta no la deja
hablar. Una noche se descubre que doña Paquita tiene un novio de su edad al
que quiere y por el que es correspondida. Deciden fugarse esa noche, pero
cuando el muchacho se entera de que su “oponente” es su tío y protector desiste
en su empeño y los dos se resignan y despiden. Don Diego les sorprende en la
despedida. Se aclara la situación. Los jóvenes expresan sus sentimientos y don
Diego, comprensivo y benevolente, les concede su perdón y su consentimiento.
Leandro Fernández de Moratín.
El sí de las niñas.
PRIMER ACTO
La acción –que dura desde las siete de la tarde hasta las cinco de la madrugada– transcurre en la sala de paso de una posada en Alcalá ́ de
Henares. Allí ́ están el viejo Don Diego y doña Irene, de regreso de Guadalajara, adonde han ido a buscar a doña Francisca (la cual se estaba
educando allí en
́ un convento) porque ha sido pedida en matrimonio por el primero.
Al comenzar la acción, don Diego habla con su criado Simón, y deja traslucir que va a haber pronto boda. Simón no puede sospechar que don
Diego vaya a casarse con una jovencita de dieciséis años, y piensa que su amo la ha pedido para casarla con don Carlos, sobrino del caballero,
el cual es teniente coronel por méritos de guerra en Zaragoza. Don Diego lo saca de su error: él es quien va a casarse con la joven doña
Francisca.]
FRAGMENTO 1
DON DIEGO.– (...) Mira, Simón, por Dios te encargo que no lo digas... Tú eres hombre de bien, y me has servido muchos años con deidad... Ya
ves que hemos sacado a esa niña del convento y nos la llevamos a Madrid. (...) Yo, la verdad, nunca había visto a la tal doña Paquita. Pero,
mediante la amistad con su madre, he tenido frecuentes noticias de ella; he leído muchas de las cartas que escribía; he visto algunas de su tía
la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos informes pudiera desear acerca de sus inclinaciones3 y su
conducta. Ya he logrado verla; he procurado observarla en estos pocos días y, a decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen
escasos.
SIMÓN.– Sí, por cierto... Es muy linda y...
DON DIEGO.– Es muy linda, muy graciosa, muy humilde... Y, sobre todo, ¡aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se
encuentra por ahí ...
́ Y talento... Sí señor, mucho talento... Conque4, para acabar de informarte, lo que yo he pensado es...
SIMÓN.– No hay que decírmelo.
DON DIEGO.– Dices bien... ¿Y sabes tú lo que es una mujer aprovecha- da, hacendosa5, que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en
todo?... Siempre lidiando6 con amas, que si una es mala, otra es peor, regalonas7, entremetidas8, habladoras, llenas de histérico, viejas, feas
como demonios... No señor, vida nueva. Tendré ́ quien me asista con amor y deidad, y viviremos como unos santos... Y deja que hablen y
murmuren y... SIMÓN.– Pero, siendo a gusto de entrambos9, ¿qué pueden decir?
DON DIEGO.– No, yo ya sé lo que dirán; pero... Dirán que la boda es desigual, que no hay proporción en la edad, que...
SIMÓN.– Vamos, que no parece tan notable la diferencia. Siete u ocho años a lo más…
Leandro Fernández de Moratín.
El sí de las niñas.
DON DIEGO.– ¡Qué, hombre! ¿Qué hablas de siete u ocho años? Si ella ha cumplido dieciséis años pocos meses ha.
SIMÓN.– Y bien, ¿qué?
DON DIEGO.– Y yo, aunque gracias a Dios estoy robusto y... Con todo eso, mis cincuenta y nueve años no hay quien me los quite.
SIMÓN.– Pero si yo no hablo de eso.
DON DIEGO.– Pues ¿de qué hablas?
SIMÓN.– Decía que... Vamos, o usted no acaba de explicarse, o yo lo entiendo al revés... En suma, esta doña Paquita, ¿con quién se casa?
DON DIEGO.– ¿Ahora estamos ahí?́ Conmigo.
SIMÓN.– ¿Con usted?
DON DIEGO.– Conmigo.
SIMÓN.– ¡Medrados quedamos!
DON DIEGO.– ¿Qué dices?... Vamos, ¿qué?...
SIMÓN.– ¡Y pensaba yo haber adivinado!
DON DIEGO.– Pues ¿qué creías? ¿Para quién juzgaste que la destinaba yo?
SIMÓN.– Para Don Carlos, su sobrino de usted, mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias... Para
ese juzgué que se guardaba la tal niña.
DON DIEGO.– Pues no señor. (...). Yo soy el que me caso.
SIMÓN.– Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no le asusta la diferencia de la edad, si su elección es libre...
DON DIEGO.– Pues ¿no ha de serlo?... (...) Mira, Simón, si los matrimonios muy desiguales tienen por lo común desgraciada resulta, consiste en
que alguna de las partes procede sin libertad, en que hay violencia, seducción, engaño, amenazas, tiranía doméstica... Pero aquí no
́ hay nada de
eso. ¿Y qué sacarían con engañarme? (...) No pienses tú que, a pesar de tantas seguridades, no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir
ganando su amistad y su confianza, y lograr que se explique conmigo en absoluta libertad... Bien que aún hay tiempo... Solo que aquella doña
Irene siempre la interrumpe; todo se lo habla... Y es muy buena mujer, buena...
SIMÓN.– En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.
DON DIEGO.– Sí; yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto...
ACTIVIDADES.
1.
2.
3.
4.
¿Qué le gusta a don Diego de doña Paquita?
¿Cuáles son las virtudes que se destacan aquí ́ como deseables en una mujer?
¿Coinciden con las que predominan en la actualidad?
¿Cuáles son los temores de don Diego?
RESPUESTAS.
Leandro Fernández de Moratín.
RESPUESTAS.
Leandro Fernández de Moratín.
El sí de las niñas.
FRAGMENTO 2
[... el papel termina en manos de don Diego...]
DON DIEGO.– ¿Y a quién debo culpar? (Apoyándose en el respaldo de una silla.) ¿Es ella la delincuente, o su madre, o sus tías, o yo?... ¿Sobre quién...
sobre quién ha de caer esta cólera, que por más que lo procuro no la sé reprimir?... ¡La naturaleza la hizo tan amable a mis ojos!... ¡Qué esperanzas tan
halagüeñas concebí!́ ¡Qué felicidades me prometía!... ¡Celos!... ¿Yo?... ¡En qué edad tengo celos!... Vergüenza es... Pero esta inquietud que yo siento, esta
indignación, estos deseos de venganza, ¿de qué provienen? ¿Cómo he de llamarlos? Otra vez parece que... (Advirtiendo que suena el ruido en la puerta
del cuarto de DOÑA FRANCISCA, se retira a un extremo del teatro.) Sí.
FRAGMENTO 3
[Sin embargo, después don Diego cuando ve llorar a doña Francisca (escena VIII), se emociona y al mismo tiempo razona y toma la decisión final de
sacrificarse a cambio de la felicidad de los jóvenes enamorados]
DON DIEGO.– Pues ¿qué llanto es ese? ¿De dónde nace esa tristeza profunda, que en tan poco tiempo ha alterado su semblante de usted, en términos
que apenas le reconozco? [...] ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para
emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.
DOÑA FRANCISCA.– ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.
DON DIEGO.– ¿Por qué?
DOÑA FRANCISCA.– Nunca diré ́ por qué.
DON DIEGO.– Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!...(...) Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa a icción5 y esas lágrimas son
voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será ́ usted mi mujer.
DOÑA FRANCISCA.– Y daré ́ gusto a mi madre.
DON DIEGO.– Y vivirá ́ usted infeliz.
DOÑA FRANCISCA.– Ya lo sé.
DON DIEGO.– Ve aquí los
́ frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más
inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el
temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las
gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se
presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la
que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo. DOÑA FRANCISCA.– Es verdad... Todo eso es cierto... Eso exigen de nosotras, eso
aprendemos en la escuela que se nos da... Pero el motivo de mi aflicción es mucho mas grande.
Leandro Fernández de Moratín.
El sí de las niñas.
FRAGMENTO 4
DOÑA FRANCISCA.– ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?
DON DIEGO.– Sí, prendas de mi alma... Sí (Los hace levantar con expresión de ternura)
DOÑA IRENE.– ¿Y es posible que usted se determine a hacer un sacrificio...?
DON DIEGO.– Yo pude separarlos par siempre gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre. ¡Carlos!...
¡Paquita! ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil.
DON CARLOS.– Si nuestro amor (besándole las manos), si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida...
DOÑA IRENE.– ¡Conque el bueno de don Carlos! Vaya que...
DON DIEGO.– Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras usted y las tías fundaban castillos en el aire y me llenaban la cabeza de ilusiones
que han desaparecido como un sueño...Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece, estas son las seguridades que
dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe dar en el sí de las niñas...Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba...¡Ay de
aquellos que lo saben tarde! [...] Paquita hermosa (abraza a doña Francisca), recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre...No temo ya la soledad
terrible que amenazaba mi vejez... Vosotros (cogiendo de las manos a doña Francisca y a don Carlos) seréis la delicia de mi corazón; y el primer
fruto de vuestro amor...Sí, hijos, aquel...No hay remedio, aquel es para mí. Y cuando lo acaricie en mis brazos podré decir: a mí debe su existencia
este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa.
ACTIVIDADES.
1. Moratín tiene un afán de reforma de la educación y las costumbres que aparece expresado de forma muy clara aquí,́ y que
resume el espíritu de la obra. Localízalo y resume con tus palabras lo que está censurando.
2. Después de todo lo leído, ¿cómo describirías a don Diego? ¿Crees que representa el prototipo de hombre ilustrado? Justifica
tu respuesta con ejemplos del texto.
3. La acción empieza tarde y termina al amanecer del día siguiente. La escena está oscura, pero se va iluminando. ¿Ves algún
símbolo en este tratamiento de la luz, teniendo en cuenta que estamos en el siglo XVIII, el Siglo de las Luces?
4. Explica las siguientes normas, propias del teatro neoclásico, a partir de ejemplos de los textos anteriores: regla de las tres
unidades (tiempo, espacio y acción) y respeto del decoro.
RESPUESTAS.
Leandro Fernández de Moratín.
RESPUESTAS.
ROMANTICISMO
JOSÉ DE ESPRONCEDA. (1808-1842)
Canción del pirata.
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, si no vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo el mar conocido
Del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en una lona gime el viento,
y al alza un blando movimiento
Olas de plata y azul;
y va el capitán pirata.
cantando alegre en la popa
Asia a un lado, al otra Europa,
y allá a su frente Estambul.
«Navega, velero mío,
Sin temor,
Que ni enemigo navío,
Ni tormenta, ni bonanza
Tu rumbo a torcer alcanza,
Ni a sujetar tu valor.
»Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi Dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el viento,
Mi única patria la mar.
A la voz de ‘¡barco viene!’
Es de ver
Cómo vira y se previene
A todo trapo a escapar:
Que yo soy el rey del mar,
Y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual.
Solo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del ronco mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
GUSTAVO A. BÉCQUER. (1836-1870)
Rimas.
IV
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció ́ la lira;
podrá ́ no haber poetas, pero siempre
habrá ́ poesía.
Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían,
mientras se llore, sin que el llanto
acuda a nublar la pupila;
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá ́ poesía!
mientras el aire en su regazo lleve
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá ́ poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá ́ poesía!
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá ́ poesía!
XI
—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena;
¿a mí me buscas? —No es a ti, no.
—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas? —No, no es a ti.
—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz.
Soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte. —¡Oh ven; ven tú!
GUSTAVO A. BÉCQUER. (1836-1870)
Rimas.
XXI
- ¿Qué es poesía? – dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul-.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía…eres tú.
XXIII
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!
XLI
Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!
LII
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
esas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas,
sus flores se abrirán.
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!
Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
nadie así te amará.
EN LAS ORILLAS DEL SAR.
ROSALÍA DE CASTRO.
[ VII ]
VII [ I ]
Ya que de la esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría,
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.
Contenta el negro nido busca el ave agorera;
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
y mi alma en su desierto.
Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.
¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.
No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitar el polo.
EN LAS ORILLAS DEL SAR.
ROSALÍA DE CASTRO.
[ IX ]
Moría el sol, y las marchitas hojas
de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros
sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieron a la vida.
Ya era el otoño caprichoso y bello.
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.
Extinguióse la luz: llegó la noche
como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
[X ]
Del rumor cadencioso de la onda
y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben.
[ XI ]
Margarita
I
¡Silencio, los lebreles
de la jauría maldita!
No despertéis a la implacable fiera
que duerme silenciosa en su guarida.
¿No veis que de sus garras
penden gloria y honor, reposo y dicha?
Prosiguieron aullando los lebreles... ¡los malos pensamientos homicidas!
-y despertaron la temible fiera... –
-¡la pasión que en el alma se adormía!Y ¡adiós! en un momento,
¡adiós gloria y honor, reposo y dicha!
ACTIVIDADES.
J. Espronceda, G. A. Bécquer y Rosalía de Castro.
ACTIVIDADES.
1. Después de leer la canción del pirata de Espronceda te propongo una actividad: visionado del video “Que el viento sople a tu
favor”, del grupo Mago de Oz http://www.youtube.com/watch?v=0mKjof0jT0k&feature=related. Explica qué similitudes hay
con la canción del pirata de Espronceda y qué elementos del Romanticismo encuentras en el video, tanto en la letra de la
canción como en la historia que se nos cuenta.
2. ¿Podrías explicar las similitudes y las diferencias que ves en los poemas de Rosalía, Bécquer y Espronceda?
3. Bécquer: explicar qué es el simbolismo en Bécquer y qué le diferencia del los románticos prototípicos.
RESPUESTAS.
J. Espronceda, G. A. Bécquer y Rosalía de Castro.
RESPUESTAS.
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
Vuelva usted mañana
Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo
que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos
que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha
cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano.
Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener
siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de estos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y
caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se
conserva intacto como nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y pregunta si son los ladrones que los han de despojar los individuos de
algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países.
Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo compararíamos de
buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de
sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa
determinante en las cosas nos hace creer que debe de haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que
más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza.
Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos
derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar.
Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia,
reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran
los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no
encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima
traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue
preciso explicarme más claro.
-Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus
libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me
dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el
caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán
buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el
décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.
Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi
inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban
al rostro mal de mi grado.
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
-Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en
Madrid.
-¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia.
Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían
mucho los hechos en hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en
conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y
por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos.
-Vuelva usted mañana -nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana -nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está
en limpio».
A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas
pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.
Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.
Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los mismos
pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente
para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias,
sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país.
No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a
comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala,
le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!
-¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? -le dije al llegar a estas pruebas.
-Me parece que son hombres singulares...
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
-Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.
Presentose con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.
A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.
-Vuelva usted mañana -nos dijo el portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy.
«Grande causa le habrá detenido», dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro,
ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:
-Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
-Grandes negocios habrán cargado sobre él -dije yo.
Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al
brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar.
-Es imposible verle hoy -le dije a mi compañero-; su señoría está en efecto ocupadísimo.
Dionos audiencia el miércoles inmediato, y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de
monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar.
Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los
cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.
Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este
pequeño error; pasose al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente,
como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y
nunca llegó al otro.
-De aquí se remitió con fecha de tantos -decían en uno.
-Aquí no ha llegado nada -decían en otro.
-¡Voto va! -dije yo a monsieur Sans-délai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado
como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?
Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio!
-Es indispensable -dijo el oficial con voz campanuda-, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.
Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio.
Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver
siempre mañana, salió con una notita al margen que decía:
«A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado.»
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio.
Pero monsieur Sans-délai se daba a todos diablos.
-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: «Vuelva usted
mañana», y cuando este dichoso «mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es
que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
-¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran
causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.
Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
-Ese hombre se va a perder -me decía un personaje muy grave y muy patriótico.
-Esa no es una razón -le repuse-: si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia.
-¿Cómo ha de salir con su intención?
-Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse, ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa?
-Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere.
-¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor?
-Sí, pero lo han hecho.
-Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener
consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
-Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
-Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
-En fin, señor Fígaro, es un extranjero.
-¿Y por qué no lo hacen los naturales del país?
-Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre.
-Señor mío -exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de
empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y
no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más
que ellas.
»Un extranjero -seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la
sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos
proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone;
necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le
ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y
sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento,
que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una
mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y
prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el
mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser
las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted -concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es
muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas!
Concluida esta filípica, fuime en busca de mi Sans-délai.
-Me marcho, señor Fígaro -me dijo-. En este país «no hay tiempo» para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.
-¡Ay, mi amigo! -le dije-, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.
-¿Es posible?
-¿Nunca me habéis de creer? Acordaos de los quince días...
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
-Vuelva usted mañana -nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.
-Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.
Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentose con
decir:
-Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!
Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente,
después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y
dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo que en seis meses no
había podido hacer otra cosa sino «volver siempre mañana», y que a la vuelta de tanto «mañana», eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había
podido hacer bueno, había sido marcharse.
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y
de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás
cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para
hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces,
llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las
esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita
justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda
hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o
roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de
pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas
noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado,
ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones,
el título de este artículo, que llamé «Vuelva usted mañana»; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las
noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: «¡Eh!, ¡mañana le escribiré!». Da gracias a que llegó
por fin este mañana que no es del todo malo: pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!
El Pobrecito Hablador, n.º 11, enero de 1833. 1
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
-Vuelva usted mañana -nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.
-Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.
Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentose con
decir:
-Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!
Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente,
después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y
dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo que en seis meses no
había podido hacer otra cosa sino «volver siempre mañana», y que a la vuelta de tanto «mañana», eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había
podido hacer bueno, había sido marcharse.
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y
de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás
cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para
hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces,
llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las
esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita
justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda
hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o
roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de
pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas
noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado,
ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones,
el título de este artículo, que llamé «Vuelva usted mañana»; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las
noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: «¡Eh!, ¡mañana le escribiré!». Da gracias a que llegó
por fin este mañana que no es del todo malo: pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!
El Pobrecito Hablador, n.º 11, enero de 1833. 1
ARTÍCULOS.
MARIANO JOSÉ DE LARRA.
En atención a que no tengo g ran memoria, circuns tancia que no de ja de contribuir a es ta especie de fe licidad que de ntro de mí m ismo me he formado, no
tengo muy presente en qué artículo escribí (en los tiempos en que yo escribía) que vivía en un pe rpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se
presentaban. Pudiera sucede r también que no hubiera escrito tal cosa en ninguna pa rte , cues tión en verdad que deja remos a un lado por harto poco
importante en é poca e n que nadie pa rece acorda rse de lo que ha dicho ni de lo que otros han hecho. Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos
de 1836, declaro que si tal dije , es como s i nada hubie ra dicho, porque en la actualidad maldito s i me asombro de cosa alguna. He visto tanto, tanto,
tanto... como dice alguien en El Califa. Lo que sí me suce de es no comprende r claramente todo lo que veo, y así es que al amanecer un día de difuntos no
me asombra precisamente que haya tantas gentes que vivan; sucédeme, sí, que no lo comprendo.
•En esta duda estaba deliciosamente entrete nido el día de los Santos, y fundado en el antiguo refrán que dice: Fíate en la Virgen y no corras (refrán cuyo
origen no se concibe en un país tan eminenteme nte cristiano como el nues tro), encomendábame a todos ellos con tanta espe ranza, que no tardó en cubrir
mi frente una nube de melancolía; pero de aquellas me lancolías de que sólo un liberal español en es tas circunstancias puede formar una idea aproximada.
Quiero dar una idea de esta melancolía; un hombre que cree en la amistad y llega a verla por dentro, un inexperto que se ha enamorado de una mujer, un
herede ro cuyo tío indiano m uere de repente sin testar, un tenedor de bonos de Cortes, una viuda que tiene asignada pens ión sobre el tesoro español, un
diputado e legido en las pe núltimas ele cciones, un militar que ha pe rdido una pierna por e l Es tatuto, y se ha quedado sin pie rna y sin Estatuto, un g rande
que fue libe ral por ser prócer, y que se ha quedado sólo liberal, un general cons titucional que persigue a Gómez , imagen fie l del hombre corriendo siempre
tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte, un re dactor del Mundo en la cá rcel en virtud de la libe rtad de impre nta, un ministro de España y un rey,
en fin, cons titucional, son todos se res alegres y bulliciosos , comparada su melancolía con aquella que a m í me acosaba, me oprimía y me abrumaba en el
momento de que voy hablando.
Volvíame y me revolvía en un sillón de estos que pa recen camas, sepulcro de todas mis meditaciones , y ora me daba palmadas e n la frente, com o si fuese
mi mal de casado, ora se pultaba las manos en mis faltriqueras , a guisa de buscar mi dinero, como si m is faltriqueras fueran el pueblo español y m is de dos
otros tantos gobiernos, ora alzaba la vista al cie lo como si en calidad de libe ral no me quedase más es peranza que e n é l, ora la bajaba avergonzado como
quien ve un faccioso más, cuando un sonido lúgubre y monótono, semejante al ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia.
–¡Día de Difuntos! –exclamé.
Y el bronce herido que anunciaba con lamentable clamor la ause ncia ete rna de los que han sido, parecía vibrar más lúgubre que ningún año, como si
presagiase su propia muerte. Ellas también, las campanas , han alcanzado su última hora , y sus tristes acentos son el este rtor de l moribundo; e llas también
van a morir a manos de la libertad, que todo lo vivifica, y ellas serán las únicas en España ¡santo Dios!, que morirán colgadas. ¡Y hay justicia divina!
La melancolía llegó entonces a s u té rmino; por una reacción natural cuando se ha agotado una s ituación, ocurriome de pronto que la melancolía es la cosa
más alegre del mundo para los que la ven, y la idea de servir yo entero de diversión...
ACTIVIDADES. Mariano José de Larra
ACTIVIDADES.
“Vuelva usted mañana.” (14 de enero de 1833)
1. ¿Cómo introduce Larra el tema de este artículo?
2. Según el narrador del artículo, ¿qué idea tiene el extranjero del español?
3. ¿Por qué vino el señor Sans-Délai a España? ¿Qué planes tiene? ¿Cómo piensa realizarlos?
4. ¿Cómo reacciona el narrador cuando se entera de los planes del señor francés? ¿Por qué invita al señor Sans-Délai a comer para el
día en que éste lleve quince meses en Madrid?
5. ¿Qué pasa cuando el narrador y el señor Sans-Délai intentan llevar a cabo el proyecto de este?
6. ¿Qué razones se le dan al narrador para explicar por qué se negó la petición del señor Sans-Délai? Según el narrador, ¿cuál es la
razón verdadera por la cual se negó la petición?
7. Después de dirigirse directamente al "perezoso lector," ¿qué revela de sí mismo el narrador? ¿Cómo cambia la interpretación del
artículo con estas revelaciones?
8. ¿Qué efecto tiene la "nota" al final del artículo?
RESPUESTAS.
Mariano José de Larra.
RESPUESTAS.
DON JUAN TENORIO.
JOSÉ ZORRILLA.
ESCENA XII.
DON JUAN:
Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos.
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé, entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.»
De aquellos días la historia
a relataros renuncio:
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas, caprichosas,
las costumbres, licenciosas,
yo, gallardo y calavera:
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma, por fin,
como os podéis figurar:
con un disfraz harto ruin,
y a lomos de un mal rocín,
pues me querían ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él .
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba;
y a cualquier empresa abarca,
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.»
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hay escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió:
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.
DON JUAN TENORIO.
JOSÉ ZORRILLA.
ESCENA XII.
DON JUAN:
¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí. bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
DOÑA INÉS:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.
ACTIVIDADES.
José Zorrilla.
ACTIVIDADES.
ACTO I. ESCENA XII
1. Busca en tu diccionario las palabras donjuán y tenorio, y escribe el significado de cada una.
2. Como habrás podido observar por el significado de los dos términos anteriores, don Juan Tenorio es un reñidor y un seductor.
¿Qué significan estas palabras?
3. ¿Quiénes hicieron la famosa apuesta y en qué consistió?́
4. ¿Quién gana la apuesta? ¿Qué cantidad de muertos y de conquistas presenta cada uno?
5. No contento con su derrota, don Luis echa en cara a don Juan que le falta un tipo de mujer en la lista de sus conquistas. ¿Cuál?
ACTO CUARTO. ESCENA III.
1. Los versos de la “escena del sofá”́ han sido muy celebrados por el público desde el estreno del Tenorio. ¿Qué metáforas
emplea don Juan para lograr la rendición de doña Inés?
2. La respuesta de doña Inés marca el clímax de la obra. Puede que sean (como critcó el propio Zorrilla) unos versos inoportunos
pero nadie puede negar que son unos versos muy hermosos, especialmente desde: No, don Juan, en poder mío / resistirte no
está ya hasta o arráncame el corazón / o ámame, porque te adoro. ¿Qué efectos producen en el seductor?
RESPUESTAS.
José Zorrilla.
RESPUESTAS.
REALISMO Y NATURALISMO
FORTUNATA Y JACINTA.
BENITO PÉREZ GALDÓS.
CAPÍTULO VIII, de la primera parte.
Pasaban meses, pasaban años, y en aquella dichosa casa todo era paz y armonía. No se ha conocido en Madrid familia mejor avenida que
la de Santa Cruz, compuesta de dos par ejas; ni es posible imaginar una compatibilidad de caracteres como la que existía entre Barbarita y
Jacinta. He visto juntas muchas veces a la suegr a y a la nuer a, y por Dios que se manifestaba muy poco en ellas la diferencia d e edades.
Barbarita conservaba a los cincuenta y tres años una fr escura maravillosa, el talle perfecto y la dentadura sorprendente. Verdad que
tenía el cabello casi enteramente blanco; el cual más par ecía empolvado conforme al estilo Pompadour, que encanecido por la edad.
Pero lo que la hacía más joven era su afabilidad constante, aquel sonreír gracioso y benévolo con que iluminaba su rostro.
De veras que no tenían por qué quejarse de su destino aquellas cuatro personas. Se dan casos de individuos y familias a quienes Dios no
les debe nada; y sin embargo, piden y piden. Es que hay en la naturaleza humana un vicio de m endicidad; eso no tiene duda. Ejemplo los
de Santa Cruz, que gozaban de salud cabal, eran ricos, estimados de todo el mundo y se querían entrañablemente. ¿Qué les hacía falta?
Parece que nada. Pues alguno de los cuatro pordioseaba. Es que cuando un conjunto de circunstancias favorables pone en las manos del
hombre gran cantidad de bienes, privándole de uno solo, la fatalidad de nuestra naturaleza o el principio de descontento que existe en
nuestro barro constitutivo le impulsan a desear precisamente lo poquito que no se le ha otorgado. Salud, amor, riqueza, paz y otras
ventajas no satisfacían el alma de Jacinta; y al año de casada, más aún a los dos años, deseaba ardientemente lo que no tenía. ¡Pobre
joven! Lo tenía todo, menos chiquillos.
FORTUNATA Y JACINTA.
BENITO PÉREZ GALDÓS.
ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA OBRA
Cuando la fundadora entró, la enferma continuaba en el mismo estado. Segunda, llena de consternación, no hablaba ya de asesinato, y aunque
no acababa de comprender el robo del chiquillo, no se atrevió a mentarlo ante la señora casera. Había intentado hacerle tomar a Fortunata
fuertes dosis de ergotina; pero no pudo conseguirlo. Apretaba los dientes, y no había medio de traerla a la razón. Guillermina tuvo más suerte o
puso en ejecución mejores medios, porque logró hacerle beber algo de aquel eficaz medicamento. Hubo gran barullo, aplicación precipitada de
remedios diferentes, externos e internos. La santa y la placera, ambas con igual ardor, trabajaron por atajar la vida que se iba; pero la vida no
quería detenerse, y ante la ineficacia de sus esfuerzos, las dos mujeres se pararon rendidas y desconsoladas. Fortunata miraba con expresión de
gratitud a su amiga, y cuando esta le cogía la mano, trataba de hablarle; pero apenas podía articular algún monosílabo. Calladas, se hablaron
mirándose.
- El Padre Nones va a venir -dijo la santa-; le mandé r ecado al salir de casa. Prepárese ust ed, hija mía, poniendo el pensamiento en Nuestro Señor
Jesucristo; y como le pida perdón de sus pecados con verdadera contrición, se lo dará. ¿Se lo ha pedido usted?
Fortunata dijo que sí con la cabeza.
- Mi amiguita se ha enterado del regalo que usted le ha hecho, y está tan agradecida. Ha sido un rasgo feliz y cristiano.
En las nieblas que envolvían su pensamiento, la infeliz joven, al oír aquello del rasgo, se acordó de Feijoo y de sus prohibiciones; pero este
recuerdo no la hizo arrepentirse de su acción.
- Jacinta me encarga que dé a usted las gracias. No le guarda ningún rencor. Al contrario; usted ha sabido arreglarse para dejar buena memoria
de sí. Además, ella es de las pocas personas que saben perdonar. Imítela usted ahora, que no le vendría mal en este instante sofocar sus
pasiones, amar a sus enemigos y hacer bien a los que la aborrecen. Hija mía (abrazándola), ¿ha perdonado usted al hombre que tiene la culpa de
todos sus males y que la ha arrastrado tantas veces al pecado?
Fortunata dijo que sí con la cabeza, y sus miradas daban a entender que aquel perdón era de los fáciles, porque el amor andaba de por medio.
ACTIVIDADES.
Benito Pérez Galdós.
ACTIVIDADES.
1. Pincha en este enlace y podrás ver una escena de la versión cinematográfica de Fortunata y Jacinta. En el vídeo se observa la
desesperación de Jacinta por ser madre. Redacta un texto argumentativo sobre el tema.
2. ¿En qué tiene que imitar Fortunata a Jacinta?
3. Elabora el resumen e indica el tema de ambos fragmentos.
RESPUESTAS.
Benito Pérez Galdós.
RESPUESTAS.
EMILIA PARDO BAZÁN
LOS PAZOS DE ULLOA.
Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el
cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico. Julián creyó al pronto que se había aumentado el
número de canes, tres antes y cuatro ahora; pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego, advirtió que lo que
tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo de tres a cuatro años, cuyo vestido, compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca
estopa, podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros, en quienes parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más
estrecha fraternidad. Primitivo y la moza disponían en cubetas de palo el festín de los animales, entresacado de lo mejor y más grueso del pote; y
el marqués –que vigilaba la operación–, no dándose por satisfecho, escudriñó con una cuchara de hierro las profundidades del caldo, hasta sacar
a luz tres gruesas tajadas de cerdo, que fue distribuyendo en las cubetas. Lanzaban los perros alaridos entrecortados, de interrogación y deseo, sin
atreverse aún a tomar posesión de la pitanza; a una voz de Primitivo, sumieron de golpe el hocico en ella, oyéndose el batir de sus apresuradas
mandíbulas y el chasqueo de su lengua glotona. El chiquillo gateaba por entre las patas de los perdigueros, que, convertidos en fieras por el
primer impulso del hambre no saciada todavía, le miraban de reojo, regañando los dientes y exhalando ronquidos amenazadores: de pronto la
criatura, incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó
una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre
las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales. Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y,
bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo. –¡Pobre!
–murmuró cariñosamente–. ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra
nosotros. ¡Pícara, malvada! Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se contrajo su fisonomía: sus
cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía
mordidas o lastimadas. Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido, soltó la risa. –¡Farsante! –gritó–. Ni siquiera te ha tocado la Chula. ¿Y
tú, para qué vas a meterte con ella? Un día te come media nalga, y después lagrimitas. ¡A callarse y a reírse ahora mismo! ¿En qué se conocen los
valientes? Diciendo así, colmaba de vino su vaso, y se lo presentaba al niño que, cogiéndolo sin vacilar, lo apuró de un sorbo. El marqués aplaudió:
–¡Retebién! ¡Viva la gente templada! –No, lo que es el rapaz…, el rapaz sale de punta –murmuró el abad de Ulloa. –¿Y no le hará daño tanto vino?
–objetó Julián, que sería incapaz de bebérselo él. –¡Daño! ¡Sí, buen daño nos dé Dios! –respondió el marqués, con no sé qué inflexiones de orgullo
en el acento–. Déle usted otros tres, y ya verá… ¿Quiere usted que hagamos la prueba? –Los chupa, los chupa –afirmó el abad. –No, señor; no,
señor… Es capaz de morirse el pequeño… He oído que el vino es un veneno para las criaturas… Lo que tendrá será hambre. –Sabel, que coma el
chiquillo –ordenó imperiosamente el marqués, dirigiéndose a la criada.
ACTIVIDADES.
Emilia Pardo Bazán.
ACTIVIDADES.
1. ¿Qué descubre Julián entre los perros?
2. ¿Cómo está caracterizado el niño?
3. ¿Cuántas tajadas saca el marqués del pote? ¿Qué te llama la atención de este hecho?
4. ¿Cómo reacciona don Julián ante el mordisco del perro al niño? ¿Y el marqués?
5. ¿A qué crees que obedece esta actitud diferente?
6. ¿Qué valoración general harías de la escena?
RESPUESTAS.
Emilia Pardo Bazán.
RESPUESTAS.
LA REGENTA.
LEOPOLDO ALAS, CLARÍN.
CAPÍTULO I
Tal vez las casadas, algunas por lo menos, podrían entenderle mejor. La primera vez que pensó esto tuvo remordimientos para una semana;
pero volvió la idea a presentarse tentadora, y como en las novelas que saboreaba sucedía casi siempre que eran casadas las heroínas,
pecadoras sí, pero al fin redimidas por el amor y la mucha fe, vino en averiguar y dar por evidente que se podía querer a una casada y hasta
decírselo, si el amor se contenía en los límites del más acendrado idealismo. En efecto, don Saturno se enamoró de una señora casada; pero le
sucedió con ella lo mismo que con las solteras; no se atrevió a decírselo. Con los ojos sí se lo daba a entender, y hasta con ciertas parábolas y
alegorías que tomaba de la Biblia y otros libros orientales; pero la señora de sus amores no hacía caso de los ojos de don Saturno ni entendía
las alegorías ni las parábolas; no hacía más que decir a espaldas de Bermúdez:
-No sé cómo ese don Saturno puede saber tanto: parece un mentecato.
Esta señora que llamaban en Vetusta la Regenta, porque su marido, ahora jubilado, había sido regente de la Audiencia, nunca supo la ardiente
pasión del arqueólogo. Este joven sentimental y amante del saber se cansó de devorar en silencio aquel amor único y procuró ser veleidoso,
aturdirse, y esto último poco trabajo le costaba, porque nunca se vio hombre más aturdido que él en cuanto una mujer quería marearle con una o
dos mir adas. Cuatro años hacía que no perdía baile, ni reunión de confianza, ni teatro, ni paseo, y todavía las damas, cada vez que le veían
bailando un rigodón (no se atrevía con el vals ni con la polka) repetían:
-¡Pero este Bermúdez está desconocido!
¡Todos, todos empeñados en que era un cartujo! Esto le desesperaba. Cierto que jamás había probado las dulzuras groseras y materiales del
amor carnal; pero eso ¿le constaba al público? Cierto que primero faltaba el sol que don Saturnino a mis a de ocho; pero esta devoción, así como
el comulgar dos veces al mes, en nada empecía (su estilo) a los títulos de hombre de mundo que él reclamaba. ¡Y si las gentes supieran!
¿Quién era un embozado que de noche, a la hora de las criadas, como dicen en Vetusta, salía muy recatadamente por la calle del Rosario,
torcía entre las sombras por la de Quintana y de una en otra llegaba a los porches de la plaza del Pan y dejaba la Encimada aventurándose por
la Colonia, solitaria a tales horas? Pues era don Saturnino Bermúdez, doctor en teología, en ambos derechos, civil y canónic o, licenciado en
filosofía y letras y bachiller en ciencias: el autor ni más ni menos, de Vetusta Romana, Vetusta Goda, Vetusta Feudal, Vetusta Cris tiana, y
Vetusta Transformada, a tomo por Vetusta. Era él, que salía disfrazado de capa y sombrero flexible. No había miedo que en tal guisa le
reconociera nadie. ¿Y adónde iba? A luchar con la tentación al aire libre; a cansar la carne con paseos interminables; y un poco también a
olfatear el vic io, el crimen pensaba él, crimen en que tenía seguridad de no caer, no tanto por esfuerzos de la virtud como por invencible pujanza
del miedo que no le dejaba nunca dar el último y decisiv o paso en la carrera del abismo. Al borde llegaba todas las noches, y solía ser una
puerta desvencijada, sucia y negra en las sombras de algún callejón inmundo. Alguna vez desde el fondo del susodicho abismo le llamaba la
tentación; entonces retrocedía el sabio más pronto, ganaba el terreno perdido, volv ía a las calles anchas y respiraba con delicia el aire puro;
puro como su cuerpo; y para llegar antes a las regiones del ideal que eran su propio ambiente, cantaba la Casta diva o el Spirto gentil o el Santo
Fuerte, y pensaba en sus amores de niño o en alguna heroína de sus novelas.
¡Ah, cuánta felicidad había en estas victorias de la virtud! ¡Qué clara y evidente se le presentaba entonces la idea de una Providencia! ¡Algo así
debía de ser el éxtasis de los místicos! Y don Saturno apretando el paso volvía a su casa ebrio de idealismo, mojando los embozos de la capa
con las lágrimas que le hacía llorar aquel baño de idealidad, como él decía para sus adentros. Su enternecimiento era eminentemente piadoso,
sobre todo en las noches de luna.
LA REGENTA.
LEOPOLDO ALAS, CLARÍN.
CAPÍTULO III
Ana corrió con mucho cuidado las colgaduras granate, como si alguien pudiera verla desde el tocador. Dejó caer con
negligencia su bata azul con encajes crema, y apareció blanca toda, como se la figuraba don Saturno poco antes de
dormirse, pero mucho más hermosa que Bermúdez podía representársela. Después de abandonar todas las prendas que
no habían de acompañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hundiendo los pies desnudos, pequeños y rollizos en
la espesura de las manchas pardas. Un brazo desnudo se apoyaba en la cabeza algo inclinada, y el otro pendía a lo largo
del cuerpo, siguiendo la curva graciosa de la robusta cadera. Parecía una impúdica modelo olvidada de sí misma en una
postura académica impuesta por el artista. Jamás el Arcipreste, ni confesor alguno había prohibido a la Regenta esta
voluptuosidad de distender a sus solas los entumecidos miembros y sentir el contacto del aire fresco por todo el cuerpo a
la hora de acostarse. Nunca había creído ella que tal abandono fuese materia de confesión.
Abrió el lecho. Sin mover los pies, dejose caer de bruces sobre aquella blandura suave con los brazos tendidos. Apoyaba
la mejilla en la sábana y tenía los ojos muy abiertos. La deleitaba aquel placer del tacto que corría desde la cintura a las
sienes.
-«¡Confesión general!» -estaba pensando-. Eso es la historia de toda la vida. Una lágrima asomó a sus ojos, que eran
garzos, y corrió hasta mojar la sábana.
Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados.
«Ni madre ni hijos».
Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado desde la niñez. -Una mujer seca, delgada, fría,
ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las noches antes de tener sueño. Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre
la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando,
tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella
blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña.
ACTIVIDADES.
Leopoldo Alas, Clarín.
ACTIVIDADES.
La Regenta.
1. ¿Quién es La Regenta? ¿Cómo es este personaje?
2. ¿Quién es Fermín de Pas, el Magistral?
3. ¿Quién es Víctor Quintanar?
4. ¿Qué relación existe entre Víctor Quintanar, el Magistral y Ana Ozores?
5. ¿Cuál es el tema central de La Regenta?
RESPUESTAS.
Leopoldo Alas, Clarín.
RESPUESTAS.
BATERÍA
DE
PREGUNTAS
Batería de preguntas para examen.
LITERATURA DEL SIGLO XVIII.
1. ¿Quiénes eran los ilustrados?
2. Define el fenómeno de ilustración y da sus principales rasgos.
3. ¿Para qué sirve la educación según los ilustrados?
4. ¿Dónde surge este movimiento? ¿Cuáles son sus principales vías de introducción?
5. ¿Por qué fueron importantes los enciclopedistas?
6. ¿Qué instrucciones promovieron los ilustrados para difundir el conocimiento?
7. ¿Cuál piensan los ilustrados que es el género literario más adecuado para conseguir la utilidad y el didactismo de la obra literaria?
8. Menciona dos obras de Benito Jerónimo Feijoo.
9. Menciona dos obras de Gaspar Melchor de Jovellanos.
10. Menciona dos obras de José Cadalso.
11. ¿Qué es una fábula? ¿Qué dos autores españoles del siglo XVIII son famosos por escribir fábulas?
12. ¿En qué consiste la regla de las tres unidades aristotélicas en teatro?
13. Menciona dos obras de Leandro Fernández de Moratín.
14. ¿Cuáles son los nombres de los enamorados protagonistas de El sí de las niñas?
15. Actividades del cuaderno de literatura.
Batería de preguntas para examen.
ROMANTICISMO.
1. ¿En qué países tiene su origen el Romanticismo? ¿Quiénes trajeron este movimiento literario a España? ¿Qué es el Sturm und Drang?
2. Frente al orden y a la tradición del período Neoclásico (siglo XVIII), período que antecede al Romanticismo, ¿qué valor destacan los románticos?
3. ¿Cuáles son los temas tratados en la literatura romántica?
4. ¿Cuáles son las características del Romanticismo?
5. ¿Cómo es considerado el amor? ¿Cómo ven a la mujer?
6. ¿Por qué el tratamiento de la métrica es diferente en esta época?
7. ¿Qué figuras literarias predominan en este periodo literario?
8. ¿Cuáles son las características más relevantes de Espronceda? Menciona dos obras de José de Espronceda.
9. ¿Por qué razón se exilió la familia de Mariano José de Larra? ¿A qué se dedicó Larra?
10. Menciona el nombre de tres artículos de costumbres de Larra.
11. Menciona tres características fundamentales del teatro romántico. Nombra los dos principales autores teatrales del Romanticismo español y
comenta sus obras principales.
12. ¿Cómo le fue posible el reconocimiento como poeta a Bécquer?
13. ¿Cuáles son los temas sobre los que escribe Bécquer? ¿Cuáles son sus obras en verso y en prosa?
14. ¿A qué se debe el temperamento triste, amargo y melancólico de Rosalía de Castro? ¿Cuáles fueron sus obras más importantes?
15. Actividades del cuaderno de literatura.
Batería de preguntas para examen.
REALISMO Y NATURALISMO.
1. Definición de Realismo.
2. Temas tratados en la novela realista.
3. Definición de Naturalismo.
4. ¿En qué época surge el Realismo en Europa?
5. ¿En qué época surge el Realismo en España?
6. ¿En qué época surge el Naturalismo en Europa?
7. ¿Cuál fue la primera novela realista española? ¿Quién fue su autor?
8. La novela realista tiene seis características muy destacadas. ¿Cuáles son?
9. ¿Qué son las novelas de tesis?
10. Algunos escritores españoles rechazaron el Naturalismo. ¿Por qué lo hacían?
11. ¿En qué etapas se suele dividir la obra de Galdós? Enúncialas y pon un título por cada etapa.
12. ¿Cómo se llamaba en realidad “Clarín”? Menciona las principales características del estilo de “Clarín”
13. Menciona el título de dos obras de Emilia Pardo Bazán. Menciona el tema principal de la obra de Emilia Pardo Bazán.
14. ¿Quién es la Regenta? ¿Cómo es el personaje? ¿Cuál es el tema central de La Regenta?
15. Actividades del cuaderno de literatura.
ANEXOS
GUÍA PARA EL COMENTARIO DE UN TEXTO LITERARIO
PASO 1: LOCALIZACIÓN
PASO 2: TEMA
PASO 3: RESUMEN
PASO 4: ESTRUCTURA
PASO 5: ANÁLISIS FORMAL
PASO 6: VALORACIÓN PERSONAL
PASO 7: REVISIÓN
PASO 1.- LOCALIZACIÓN
Los textos pueden ser fragmentos u obras íntegras, y, por lo general, pertenecen a un autor que ha escrito otras obras a lo
largo de su vida. Por eso es imprescindible localizar el texto que se comenta, es decir identificar algunos datos externos
como los siguientes:
• Autor, obra, fecha, periodo.
• Relación del texto con su contexto histórico.
• Características generales de la época, movimiento literario al que pertenece el texto. Relación con otros movimientos
artísticos y culturales del momento.
• Características de la personalidad del autor que se reflejan en el texto.
• Relación de esa obra con el resto de la producción del autor.
• Situación del fragmento analizado respecto a la totalidad de la obra.
PASO 2.- TEMA
¿Cuál es la idea básica que ha querido transmitir el autor del texto?
Se trata de identificar la idea principal o central del fragmento. Ésta debe ser condensada en pocas palabras. Ha de
poseer los siguientes rasgos: claridad, brevedad y exactitud. Muchas veces se puede decir con una sola frase, por
ejemplo: “el dolor ante la ausencia del amado”, etc.
Al analizar el tema de un texto habrá que señalar también los tópicos y motivos literarios que puedan aparecer en
el texto: locus amoenus, beatus ille, etc…
PASO 3.- RESUMEN
¿Qué nos cuenta el autor?
Debemos ser precisos y objetivos. Jamás expresaremos nuestras opiniones personales.
Nos expresaremos con nuestro propio lenguaje, no copiando textualmente expresiones del texto.
Identificaremos a los personajes que aparecen en el fragmento, con referencias a su papel dentro de la obra en
general.
Identificaremos el tiempo interno (momento en que se desarrollan los hechos) y el tiempo externo (momento en el
que escribe el autor) y si son coincidentes o no.
Comentaremos la ambientación física (lugar o escenario concreto donde se desarrolla la acción y si juega un papel
relevante en la obra) y la ambientación anímica (tensión, monotonía, angustia... de los personajes).
Y aludiremos al punto de vista del narrador: sea subjetivo (el narrador cuenta en primera persona), sea objetivo (el
narrador cuenta en tercera persona).
PASO 4.- ESTRUCTURA
¿Cómo organiza el autor lo que quiere decir en unidades coherentes relacionadas entre sí?
El autor expondrá el tema principal y los temas secundarios en un orden determinado. Nuestro objetivo es descubrir
los lugares precisos en que se encuentra cada uno de estos temas y cómo el autor los ha relacionado entre sí.
En este apartado también realizaremos el análisis métrico de los textos en verso (ritmo, medida, rima, pausas,
encabalgamientos,
tipos
de
versos
y
estrofas
utilizadas,
etc.).
PASO 5.- ANÁLISIS FORMAL
¿Qué herramientas literarias y lingüísticas utiliza el autor para expresar sus emociones, sentimientos y
pensamientos?
El fondo y la forma de un texto están íntimamente unidos. Por eso, en esta fase del comentario se ha de poner al
descubierto cómo cada rasgo formal responde, en realidad, a una exigencia del tema. En este apartado habremos
de analizar el uso que el autor hace de las diferentes figuras retóricas y con qué intención, relacionándolo en todo
momento con el tema del texto.
Atenderemos el análisis formal en tres niveles: fónico, morfosintáctico y semántico.
* Plano fónico: figuras retóricas basadas en sonidos (aliteración, onomatopeya, paronomasia, etc…).
* Plano morfosintáctico (determinantes, sustantivos, adjetivos, verbos, tipos de oraciones, figuras retóricas de este
nivel (pleonasmo, asíndeton, polisíndeton, anáfora, concatenación, retruécano, hipérbaton, etc.).
* Plano semántico (formas diatópicas (rasgos lingüísticos propios de la época), diastráticas (rasgos propios de una
determinada zona), neologismos, arcaísmos, vulgarismos, cultismos...; figuras retóricas que inciden en este plano
(metáfora, metonimia, símil o comparación, paradoja, eufemismo, ironía, hipérbole, prosopopeya, etc.);
connotaciones/denotaciones).
PASO 6.- VALORACIÓN PERSONAL
En esta última fase del comentario impera la valoración crítica, es decir, nuestra opinión reflexiva.
Asociaremos el texto con los supuestos doctrinales o ideológicos de su autor, la relación que guarda con otras
tendencias o corrientes literarias semejantes o diferentes.
Nos preguntaremos por el interés del texto (ya sea en la actualidad o en la época en el que se inscribe); por su
originalidad de enfoque o por su originalidad formal...
Podemos hacer una valoración de las ideas que expone el autor; resaltar las experiencias o los ejemplos que le
llevan a pensar así...
Podemos ver puntos débiles en las argumentaciones del autor; destacar faltas de coherencia o contradicciones.
La conclusión debe acabar con una opinión sincera del fragmento.
PASO 7.- REVISIÓN
Ten en cuenta que una buena expresión, ausencia de errores ortográficos y una correcta disposición de tu
esquema, resumen y comentario crítico supone el 50% de tu éxito. Por tanto, te sugerimos volver a revisar tu
redacción antes de pasarla a limpio, y tengas en cuenta lo siguiente:
* En la expresión escrita: organización del escrito, fluidez verbal, manejo del vocabulario con propiedad, variedad
en el uso de las estructuras sintácticas, etc.
* Corrección lingüística: signos de puntuación, sintaxis, acentuación, ortografía, etc.
* Aspectos formales: limpieza en la presentación, letra legible, márgenes apropiados, sangrados, etc.
Aliteración
Simbolismo fónico
(onomatopeya)
Paranomasia
Repetición de un sonido o de varios
Tañen mis dedos, y mis dientes restañan. Y mis uñas, una a una, de añil se van
iguales o parecidos
tiñendo…
Aliteración que produce algún sonido
En el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba
de la naturaleza
Similitud entre dos palabras diferentes Dulcísima Dulcinea…
Anáfora
Repetición de una misma palabra al
inicio de varios versos
Anadiplosis
Repetición de una palabra al final de
un verso y principio del siguiente
Epanadiplosis
Asíndeton
Plano morfosintáctico
RECURSOS LITERARIOS
Plano fónico
RECURSOS LITERARIOS
Polisíndeton
Hipérbaton
Paralelismo
Quiasmo
Elipsis
Epíteto
Temprano levantó la muerte el vuelo,
Temprano madrugó la madrugada,
Temprano estás rodando por el suelo.
(…)
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Un verso se inicia y acaba con la misma
Verde que te quiero verde
palabra
Supresión de conjunciones para dar
sensación de rapidez, viveza
Descaminado, enfermo, peregrino, en tenebrosa noche, con pie incierto,
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino
Uso abundante de conjunciones
Soy un fue, y un será, y un es cansado
En el hoy y mañana y ayer, junto
Pañales y mortaja, y he quedado
Presentes sucesiones de difunto
Alteración evidente del orden
sintáctico de una frase
Repetición de una misma estructura
sintáctica
De ti me van mil gracias refiriendo
Tus himnos canta y tus virtudes reza
Paralelismo en el cual la distribución
de elementos es cruzada
Los montes éstos y ésta la ribera
Supresión de algún elemento
Fue sueño ayer, mañana será tierra
Poco antes, nada; y poco después, humo
Adjetivo que designa una cualidad
inherente al sustantivo al que
acompaña
Este despedazado teatro,
Impío honor de los dioses, cuya afrenta
Publica el amarillo jaramago,
Ya reducido a trágico teatro
RECURSOS LITERARIOS
Derivación
Gradación
Varias palabras en escala ascendente o descendente
Hipérbole
Exageración, visión desmesurada de un hecho
Personificación
Plano semántico
Símil
RECURSOS LITERARIOS
Repetición de palabras con un mismo lexema
Metáfora
Metonimia
Atribución de cualidades humanas a seres animados o
inanimados
Comparación de dos elementos
Pura (sólo imagen)
Coged de vuestra alegre primavera
Imagen y término real
La vida es sueño
Identificación de un término real y una imagen
Cambiar una palabra por otra por relaciones de cercanía,
causa-efecto, parte-todo
Antítesis
Contraposición de dos pensamientos, expresiones o palabras
Paradoja
Contradicción tras la que se esconde un sentido lógico
Símbolo
Palabras del lenguaje normal que en el poético connotan algo
distinto, imposible de expresar de ninguna otra forma
Sinestesia
Mezcla de sensaciones visuales, olfativas, auditivas y táctiles
Apóstrofe
El autor se dirige directamente a algo o alguien generalmente
ausente
Interrogación retórica
Créeme, Juana, y llámate Juanita
Mira que la mejor parte de España,
Pudiendo Casta, se llamó Castilla
Decidle que adolezco, peno y muero
No miréis más, señora,
Con tan grande atención esa figura,
No os mate vuestra propia hermosura
Corrientes aguas puras, cristalinas,
Árboles que os estáis mirando en ellas,
Verde prado de fresca sombra lleno
Tras tanto acá y allá yendo y viniendo
Cual sin aliento inútil peregrino
Pregunta que carece de respuesta
¡oh, siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.
en una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada
El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
He de contar, sus quejas imitando;
Cuyas ovejas al cantar sabroso
Estaban muy atentas, los amores,
De pacer olvidadas escuchando.
¡oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡oh mudos pasos traes, oh muerte fría!
¿no ha de haber un espíritu valiente?
¿siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?