Subido por Gregorio Urriola

agropenurias

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Agropenurias y otras calamidades nacionales
Gregorio A. Urriola Candanedoi
Las protestas de los productores agropecuarios del país fueron noticia
la semana pasada y corren el peligro de ser rápidamente sepultadas
por las de otros sectores, igualmente descontentos de la falta de de
una atención sistemática a sus demandas. Desde el punto de vista
político, lo que tenemos por delante es el típico ciclo de cierre de un
gobierno que pasará a la historia como más de lo mismo, esto es, más
de lo creado por la ola de gobiernos fundados en los principios de una
economía neoliberal, cuyas bases fueron sentadas en ya previamente
a la debacle del noriegato y que se inauguró con la entrada de
Panamá a la OMC bajo el gobierno del señor Pérez B.
Desde entonces y con muy ligeras variantes, la política económica ha
sido sustantivamente la misma, y lo novedoso viene por la política
social de corte compensatorio que ha crecido merced la bonanza
macroeconómica y fiscal que supusieron la ampliación del Canal y las
generosas entregas de la ACP al multimillonario presupuesto del
Estado que ronda los 24 mil millones de dólares. Llegados al fin del
ciclo expansivo, en un marco de alta incertidumbre en la economía
mundial, con los EEUU enfrentados a sus principales aliados y a China
en temas de apertura y comercio, la urgencia de definir nuevas bases
para enfrentar los tiempos que corren superan la torpeza y la lentitud
de los administradores de la cosa pública. Nuestros gobernantes como
los aldeanos vanidosos de los que hablaba Martí “creen el mundo
entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al
rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya
da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan
siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la
pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido
engullendo mundos.”
La caída del sector agropecuario es crónica de una muerte lenta
administrada con desidia e incapacidad. Como varios analistas han
puesto de relieve, la menor importancia del PIB agropecuario en el
marco de la generación de riqueza general es fiel reflejo un proceso
histórico ligado a un fenómeno de refundación del capitalismo agrario
que es ineluctable, a no ser que se acometa una transformación
productiva y social para la cual el Estado poco o nada hace, sobre
todo en materia de formación de recursos humanos y de inversión
tecnológica de base.
La cadena de frío, la propia AUPSA y un sin número de iniciativas
aisladas no logran re-direccionar lo que pueda ser el agro panameño,
cuyo destino no será el de elevar sustancialmente la producción de
nuestros rubros tradicionales – sino en algunos muy contados,
esenciales o selectos como arroz y cafés especiales, por dar dos
ejemplos conspicuos- sino lo de constituirse en el eje transformación
de productos que agregue valor a nivel regional y supla de alimentos a
buen precio a la mega urbe que concentra ya el 80% de nuestra
población y el 85% de la actividad económica nacional. El pequeño
productor será cada vez más un suplidor de las cadenas
agroalimentarias existentes –internas y externas- o un innovador en
esos pocos rubros de exportación a los que el soporte de inteligencia
comercial y logística alumbre.
Es obvio que muchos elementos son propios de la política
agropecuaria, pero los verdaderos retos están en macro-decisiones
que nos reusamos como sociedad a estudiar, valorar y poner en
ejecución. La transformación productiva no puede decidirse por
empresarios aislados ni por la mano invisible del mercado. Eso sólo
profundizará el sufrimiento, la frustración y la rabia. Urge planificar y
tomar decisiones sobre bases científicas o, al menos, informadas.
Puestos en clave martiana, recordemos que: “Los pueblos han de
tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para
quien no les dice a tiempo la verdad.”
Otros han empezado a tomar las decisiones por nosotros y, lo que es
más grave, sin nosotros. No tenemos la capacidad nacional de
negociar un buen TLC con China y los 800 mil dólares de consultoría
que pagaremos por asesorarnos a los norteamericanos es un apenas
una hoja de parra con la que cubrimos nuestras vergüenzas y pagar
las consecuencias de dejar al garete a una escuela de economía
decente en las universidades públicas, ni de agronegocios, ni de
diplomacia económica y derecho internacional a la altura de los
requerimientos de nuestro tiempo. Y así con el agro y sus centros de
producción de capacidades humanas, los institutos agropecuarios, y la
desintegración de la planificación derivando competencias en al
menos seis instituciones distintas –MIDA, IMA, BDA, INA IDIAP,
AUPSA - parceladas, inconexas y administradas no siempre con
competencia.
Algo similar ocurre con los centros técnicos con nula o precaria
coordinación con el grueso del MEDUCA, el INADEH y las
universidades públicas. Allí están las líneas que deberemos afrontar
montándonos en hombros de gigantes, imitando buenas prácticas, y
metiendo el acelerador en inversión en educación de alto nivel para
contingentes considerables y no a cuentas gotas mandando a
universidades de élite a decenas de panameños, cuando necesitamos
miles, y decenas de miles. Y esto es lo realmente esencial: Una
educación que permita romper con prácticas seculares incapaces de
darnos el nivel de competitividad que precisa un mercado feroz que no
espera y un ciudadano diferente que ejerza críticamente su poder
ciudadano.
Lo que tenemos de aldea ha de terminar. Elijamos cuerdamente. Los
locos ya no pueden ser más. Ni los que robaron antaño ni los que
coluden esperando un milagro de Roma. Si no reaccionamos
fácilmente se acrecentarán nuestras calamidades y penurias, y el día
menos pensado nos habremos quedado sin país.
Panamá, 03/8/2018
i
Economista y docente universitario
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