Juicios de brujas de North Berwick Suceso https://www.documentalium.com/2015/03/los-juicios-por-brujeria-de-north.html https://www.niusdiario.es/internacional/europa/brujas-escocesas-reclaman-justiciadespues_18_3083070361.html Entre 1563 y 1736 se produjo una caza de brujas brutal en Escocia y más de 2.500 personas, la mayoría mujeres, fueron ejecutadas por magia negra Las inculpadas no tenían derecho a defenderse en los juicios y acababan confesando relaciones inventadas con Satán al no poder soportar más las torturas se produjo entre 1563 y 1736. Más de 4.000 personas fueron acusadas de magia negra y torturadas y 2.500 fueron ejecutadas según la ley de brujería de la época. El 85 por ciento fueron mujeres PUBLICIDAD El miedo a la brujería se adueñó de Europa en los siglos XVI y XVII. Se estima que entre 40.000 y 60.000 personas fueron ejecutadas durante este período oscuro de la historia. En Escocia, donde había un millón de habitantes, la proporción de personas ejecutadas por estas prácticas fue hasta cinco veces mayor que en el resto de Europa. La ley de brujería fue aprobada por el parlamento de Edimburgo en 1563, tres años después de la conversión de Escocia al protestantismo, en pleno fanatismo religioso. Pero no fue hasta que Jacobo VI subió al trono en 1567 que se inició la verdadera caza de brujas. En 1589, Jacobo VI viajó a Dinamarca para casarse con la princesa Ana, que era la hermana del rey Cristián IV. En el viaje de vuelta fueron sorprendidos por una serie de tempestades que les obligaron a refugiarse en las costas noruegas. De regreso a Escocia, el rey relacionó las tormentas con un acto de magia negra y, en concreto, con un aquelarre celebrado en la iglesia de Auld Kirk Green, en el puerto del pueblo de North Berwick, en el sureste de Escocia. Se desató el delirio, la paranoia, una terrorífica cacería. Fueron arrestadas varias mujeres y se iniciaron los llamados juicios de North Berwick entre 1590 y 1592. Los juicios de North Berwick La primera mujer que arrestaron fue la anciana Agnes Sampson, partera y sanadora. Se negó a confesar su delito y fue sometida a terribles torturas. La desnudaron y le afeitaron la cabeza y todo el vello corporal. Le pusieron una máscara de hierro con puntas afiladas y cuchillos dentro de la boca y la ataron por el cuello a un palo hasta que acabó confesando los delitos que no había cometido y delatando a otras doscientas personas. Después fue estrangulada y quemada. Hubo hombres acusados de brujería, pero en su mayoría fueron mujeres porque se las consideraba más débiles y creían que era más fácil de que les entrara el demonio dentro. PUBLICIDAD Las mujeres eran detenidas en su mayoría por comités parroquiales de la Iglesia protestante que las torturaban hasta que confesaban. El método más común de tortura era mantenerlas despiertas durante días y clavarles punzones hasta que sufrían alucinaciones y realizaban confesiones fantásticas como que llegaban en cedazos o en espinos a los aquelarres y facilitaban los nombres de otras mujeres. Entonces eran entregadas a tribunales penales. Algunas no sobrevivían a las torturas y no llegaban al juicio. Y las que llegaban, no tenían derecho a defenderse. Únicamente asistían para escuchar los cargos contra ellas. Algunas eran condenadas a morir estranguladas, otras a ser quemadas vivas, otras a ser aplastadas lentamente por tablas con rocas cada vez más pesadas encima. Todos los cuerpos eran quemados. Los rituales y las delirantes confesiones descritas en los juicios fueron recogidos en el planfleto ‘Newes from Scoltland’ en 1591. Aquellos relatos y su atmósfera opresiva tuvieron una enorme influencia en William Shakesperare a la hora de escribir 'MacBeth', donde se describen rituales mágicos citados en los juicios. En los dos años que duraron los juicios de North Berwick fueron ejecutadas 70 personas. Ese fue solo el principio de una serie de procesos contra brujas. Pánico satánico El rey Jacobo VI se obsesionó con la brujería tras la ejecución en 1587 de su madre, la reina María I de Escocia, que fue decapitada acusada de planear un complot para asesinar a Isabel I de Inglaterra y tras pasarse 19 años en un calabozo. En 1597 Jacobo VI publicó un tratado sobre la nigromancia titulado ‘Demoniología’, que consistía en tres libros donde explicaba la historia de la magia negra. Esta obsesión provocó que se esparciera por el territorio el pánico satánico. En 1603 fue también proclamado rey de Inglaterra y extendió y endureció aún más la ley de brujería. Tras los juicios de Berwick, la caza de brujas se prolongó durante 150 años más. En 1704, en el pueblo de Torryburn, Lilias Adie, de 64 años, fue acusada por un vecino de enfermar a su hijo. Fue llevada ante el reverendo y torturada durante un mes hasta que acabó confesando que había fornicado con el diablo en un trigal y que Satán le hizo renunciar al baptismo. Describió al diablo como un ser de piel fría y pálida, que llevaba sombrero y tenía pezuñas de vaca en los pies. Cualquier mujer que reivindicara algún derecho o que tuviera alguna habilidad curativa o artística podía ser acusada por un vecino. Durante los sesenta años de reinado de Jacobo VI fueron ajusticiadas 2.150 mujeres por brujería. La cacería terminó en 1736, cuando se promulgó una nueva ley que abolía la persecución y las ejecuciones de brujas y que tipificaba como delito no a las personas que eran acusadas de hechicería sino a las acusadoras, que eran castigadas con un máximo de año de cárcel. La última mujer ejecutada en Escocia por bruja fue Janet Horne, en 1727, en un pueblo de los Highlands. La mujer tenía síntomas de demencia y la hija deformidades en manos y pies. Los vecinos la acusaron de utilizar a su hija como poni para que la montara el diablo. El sheriff la condenó a muerte. La desnudaron, la untaron con alquitrán, la hicieron desfilar por las calles y la quemaron viva. Errores judiciales “Fue un período triste en la historia de las mujeres —contó la reconocida abogada Claire Mitchell a la revista ‘Scottish Legal News’—. Esas mujeres no tuvieron voz, no las permitieron defenderse. Necesitamos que se repare el terrible error que se cometió con ellas”. Mitchell explicó que cuando llegó a Edimburgo para estudiar vivió en la parte vieja y cada día pasaba por el castillo, donde fueron ejecutadas 300 mujeres. “Había estatuas a los héroes de todas las guerras, incluso al oso Wojtek [condecorado por el ejército polaco en la Segunda Guera Mundial], y me parece bien, pero no había ninguna estatua de ninguna mujer”, explicó. “Cientos de mujeres sufrieron errores judiciales en ese parque y no tenían tan siquiera una mención”, dijo. Mitchell y Venditozzi ponen como ejemplo la resolución de 1992 de la Cámara de Representantes de Massachusetts, en Estados Unidos, honorando a las treinta mujeres y hombres que fueron ejecutados en el pueblo de Salem en 1711 por brujería. Y se creó un memorial en Salem. También recuerdan la ley aprobada por el parlamento británico en 2017 que perdonaba póstumamente a todos los ciudadanos criminalizados en la historia por homosexualidad, entre los que estaban el matemático Alan Turing y el escritor Oscar Wilde. En Reino Unido y en Escocia, hasta la fecha, no ha habido perdones oficiales por parte del gobierno ni homenajes a las víctimas de la caza de brujas. Es un capítulo olvidado de la historia. Sin embargo, parece que la campaña está empezando a tener impacto, al menos a nivel local. En el pequeño pueblo medieval de Culross, a treinta kilómetros de Edimburgo, donde 32 mujeres fueron acusadas y ejecutadas en el siglo XVI y XVII, se han destapado tres placas recordar a las víctimas. También se ha rendido homenaje a Lilias Adie, la anciana que confesó haber fornicado con el diablo con sombrero y pezuñas de vaca. Temas / Inq uisición LA SOMBRA DEL DEMONIO Entre los siglos XV y XVIII, las autoridades de muchos lugares de Europa desencadenaron una brutal represión contra los supuestos adoradores del diablo. Miles de ellos fueron condenados y murieron en la hoguera BRIDGEMAN / INDEX 1 / 6 El Aquelarre de Goya El diablo, bajo la forma de un macho cabrío, es adorado por un grupo de brujas que le ofrecen niños en sacrificio, alusión quizás a la práctica del aborto. Óleo de Francisco Goya. 1797-1798. Museo Lázaro Galdiano, Madrid. 2 / 6 Aquelarres y hoguerasEn esta ilustración, procedente de un manuscrito suizo, se representa a la izquierda la celebración de un aquelarre, y a la derecha una quema de brujas en Baden. 3 / 6 La doncella de hierro Instrumento de tortura también conocido como la virgen de Núremberg. Siglo XVII. BRIDGEMAN / INDEX 4 / 6 El aquelarre de las brujas Óleo realizado por el pintor flamenco Frans Francken II el joven. 1606. Museo Victoria y Alberto, Londres. 5 / 6 El transporte de una bruja La tradición siempre ha sostenido que las brujas se trasladaban a los aquelarres montadas en una escoba. En la imagen, bruja en su escoba. Ilustración del siglo XV. Biblioteca Nacional, París. 6 / 6 Las brujas de Berwick El rey Jacobo VI, preside un tribunal para examinar la culpabilidad o inocencia de las presuntas brujas de Berwick. Grabado de la obra Newes from Scotland. 1591. afinales del siglo XVIII, un historiador alemán calculó que a lo largo de un milenio habían sido ejecutados en Europa nueve millones de supuestos brujos y brujas. En realidad, el número fue muy inferior: los estudiosos actuales estiman que entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII se produjeron entre 40.000 y 60.000 condenas a la pena capital por ese concepto. Aun así, se trata de una cifra muy considerable, a la que cabe añadir aquellos que murieron como consecuencia del trato infligido durante la detención y, asimismo, los muchos que sufrieron linchamiento como sospechosos de brujería, al margen de cualquier proceso formal y que, por tanto, no fueron debidamente registrados. No hay duda de que la brujería fue uno de los fenómenos más dramáticos de la Europa moderna y sus consecuencias fueron terribles: decenas de miles de personas acusadas de connivencia con el diablo, la mayoría humildes mujeres, fueron objeto de terribles oleadas de persecución en las que salió a relucir la radical intolerancia de su época. Aunque la creencia en la brujería está documentada desde épocas muy remotas de la historia de Europa, fue a partir del siglo XIII cuando la idea se convirtió en una auténtica obsesión y empezaron a desencadenarse persecuciones organizadas por la Iglesia. La razón de ello se encuentra, seguramente, en la aparición, precisamente en ese tiempo, de un poderoso movimiento herético en amplias zonas del continente, sobre todo en el sur de Francia: los cátaros. Para reprimirlos, la Iglesia de Roma puso a punto una institución de gran poder, la Inquisición, que con el tiempo se encargaría de controlar a quienes realizaban prácticas mágicas. DE LAS HEREJÍAS A LA BRUJERÍA La identificación entre magia y herejía fue un proceso gradual. En 1233, el papa Gregorio IX promulgó la bula Vox in Rama, en la que se acusaba a una imprecisa secta de herejes alemanes de adorar a animales monstruosos, cometer sacrilegios y practicar rituales orgiásticos. Acusaciones semejantes se vertieron a principios del siglo XIV contra los templarios, en el gran proceso que se organizó contra ellos tras la supresión de la orden militar. Posteriormente, en 1326, la bula Super illius specula, de Juan XXII, equiparó definitivamente las prácticas o las creencias mágicas con la herejía, permitiendo que se aplicasen también a estas últimas los procedimientos inquisitoriales normales. Por último, en 1484 el papa Inocencio VIII, en la bula Summis desiderantes affectibus, formuló una condena radical de todos aquellos que cometieran actos diabólicos y ofendieran así la fe cristiana: «Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado a niños aún en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir; y, sobre todo, reniegan blasfemamente de la fe que es la suya por el sacramento del bautismo, y a instigación del Enemigo de la Humanidad no dudan en cometer y perpetrar las peores abominaciones y excesos más vergonzosos para peligro mortal de sus almas». La lucha contra la herejía sirvió, pues, de pretexto para los episodios de caza de brujas que surgieron con creciente frecuencia a partir del siglo XV. Esto ocurrió en la Suiza franco- provenzal, así como en el norte de Francia. En 1459, en la ciudad de Arras, entonces bajo soberanía de los duques de Borgoña, la condena de un ermitaño por magia demoníaca provocó una serie de confesiones en cadena, ayudadas por la tortura, que terminaron con 29 acusaciones y 12 ejecuciones. El episodio fue conocido como vauderie de Arras, en referencia a los vaudois, «valdenses», una corriente herética surgida en los siglos XII y XIII. El eco del asunto provocó la intervención del duque Felipe el Bueno, que logró frenar lo que ya parecía una psicosis colectiva. Los condenados fueron rehabilitados muchos años más tarde, en 1491. El período más intenso de caza de brujas se sitúa, en cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XVI y se prolongó hasta 1660. Sin duda, no es casualidad que esta fase se corresponda, en parte, con la llamada «pequeña era glacial»: un empeoramiento climático que trajo malas cosechas y carestías; fenómeno que parece haber afectado a varias áreas de Europa en diferentes momentos entre 1580 y 1630, al que siguió la trágica oleada de peste de 1630. La posterior mejoría económica se correspondió igualmente con una disminución generalizada de los procesos, aunque en algunas zonas fue a finales del siglo XVII cuando se produjeron los peores casos de caza de brujas. MASACRES EN ALEMANIA La caza de brujas no tuvo el mismo alcance ni la misma intensidad en toda Europa. Sin lugar a dudas, el territorio en el que se desarrollaron las persecuciones más virulentas y numerosas fue Alemania. La gran mayoría de los procesos se produjeron entre los siglos XVII y XVIII, y la cifra total de víctimas oscila entre 22.000 y 25.000 –aunque hay autores que la elevan a 30.000–, lo que representa la mitad del total europeo. En las primeras décadas del siglo XVII, en particular, estalló una auténtica psicosis colectiva en el suroeste del país, en torno a ciudades como Bamberg, Maguncia, Eichstätt o Würzburg, donde se desarrollaron procesos masivos, en los que condenados y ejecutados se contaban por centenares. Una causa de ello fue la fragmentación política del Sacro Imperio Romano Germánico: al no haber un poder central fuerte, cada ciudad se enfrentaba al problema con cierto grado de autonomía, lo que propiciaba abusos y actuaciones discrecionales. Asimismo, la coexistencia de grupos de católicos y reformados, como ocurría en el suroeste de Alemania, creaba graves tensiones que desembocaban con frecuencia en acusaciones recíprocas de brujería. Los procesos de brujería en las ciudades alemanas alcanzaron cotas inusitadas de dramatismo. Un testimonio de los procesos de Würzburg explicaba en una carta a un conocido en 1629: «Hay niños de tres y cuatro años, hasta 300, de los que se dice que han tenido tratos con el Diablo. He visto cómo ejecutaban a chicos de siete años, estudiantes prometedores de 10, 12, 14 y 15 años. También había nobles». Sin embargo, el mismo testimonio estaba convencido de la realidad de las acusaciones: «No hay duda de que el Diablo en persona, con 8.000 de sus seguidores, mantuvo una reunión y celebró misa ante todos ellos, administrando a sus oyentes cortezas y mondaduras de nabos en lugar de la Sagrada Hostia. Se pronunciaron blasfemias tan horribles que tiemblo de escribirlas». COMBATIR AL DIABLO Y SUS ACÓLITOS En otros puntos de Europa no faltaron los procesos masivos, generalmente en regiones periféricas, fuera del control de los gobiernos centrales. Por ejemplo, en el suroeste de Francia, un juez de Burdeos, Pierre de Lancre, lanzó una pesquisa que llevó a la hoguera a 80 supuestos brujos, mientras que otros 500 sospechosos fueron absueltos, debido principalmente a su corta edad. Lancre estaba convencido de haber visto 3.000 niños con la marca del demonio y de que en el País Vasco francés había una secta diabólica con 30.000 miembros; «todos los habitantes de la Navarra son brujos», escribió. En Lorena Nicolas Rémy, otro magistrado firmemente convencido de la existencia del demonio, envió a la muerte a cientos de brujas entre 1586 y 1595. En cambio, el Parlamento de París, tribunal supremo de Francia, raramente ratificaba las condenas a muerte. En Inglaterra, hasta 1640 se ha calculado que no se quemó a más de 44 personas. Sin embargo, durante el período de guerra civil iniciado en 1640, cuando el poder central era débil y los conflictos religiosos estaban exacerbados, se produjeron persecuciones terribles. Por ejemplo, entre 1644 y 1648 el juez Matthew Hopkins condenó a muerte a 200 personas. En la península escandinava la brujomanía llegó más tarde, pero cuando lo hizo causó estragos. En 1668, un juicio que llevó a la hoguera a 30 personas, acusadas de secuestrar niños y de tener tratos con el diablo, dio lugar a una caza de brujas generalizada por todo el país. Trescientas personas fueron ejecutadas, casi todas mujeres. Cabe señalar que sólo una fue quemada viva, pues la costumbre era decapitarlas antes. En 1675, en tres pequeñas aldeas del centro de Suecia que sumaban 670 habitantes mayores de 15 años, fueron ejecutadas 71 personas: 65 mujeres, dos hombres y cuatro chicos. La base principal de la acusación fueron las «confesiones» de niños que contaban historias fantásticas sobre cómo las brujas los habían llevado a Blockulla, la residencia del diablo en la mitología nórdica. EL SUR DE EUROPA, MENOS CONTUNDENTE Al contrario de lo que podría creerse, la muy católica España quedó libre en buena medida de las explosiones de violencia contra las supuestas brujas, de modo que el número de víctimas resultó muy bajo si lo comparamos con el de la Europa central y septentrional. El mérito de ello corresponde a la tan difamada Inquisición, que aquí era especialmente eficaz. La decisión clave en este sentido se tomó después de una redada en los valles de Navarra en 1525, que terminó con la ejecución de entre 30 y 40 personas. Al año siguiente, una junta de juristas en Granada determinó que en adelante los casos de brujería serían competencia de la Inquisición y poco después se establecieron una serie de normas estrictas para los inquisidores, que debían comprobar si los acusados habían sufrido torturas, en cuyo caso las confesiones serían rechazadas. Aun así, también se produjeron episodios de persecución masiva, como el bien conocido de las brujas de Zugarramurdi, la localidad navarra en la que, en 1609, fueron apresadas decenas de personas, la mayoría en base a las acusaciones realizadas por niños. De ellas, treinta resultaron condenadas en un auto de fe, once a muerte, aunque sólo se quemó a seis, pues las otras habían fallecido en prisión. En Italia los procesos, aunque empezaron pronto, no fueron frecuentes y las condenas a muerte no fueron muchas, gracias, como en España, a las instrucciones de la Inquisición. Por ejemplo, en 1589, coincidiendo con un período de carestía y de elevada mortalidad infantil, dio inicio en Triora, cerca de Génova, un proceso en el que se encausó a un considerable número de mujeres. Las diligencias se prolongaron largo tiempo y algunas prisioneras murieron en la cárcel a causa del trato sufrido, pero la Inquisición romana puso fin al episodio. En las áreas alpinas de Italia también hubo oleadas de persecución, especialmente en la década de 1630, propiciadas por la situación de tensión confesional entre católicos y protestantes así como por las condiciones de pobreza en la zona, agravadas por la peste de 1630 que mató a la mitad de la población. EL TRIUNFO DE LA RAZÓN Al tiempo que arreciaba la caza de brujas en numerosas regiones de Europa, surgieron voces críticas que ponían en cuestión la realidad de las acusaciones sobre posesiones diabólicas. Por ejemplo, cuando en la primera mitad del siglo XVI se pidió al jurista milanés Andrea Alciati su parecer sobre unos procesos en el valle alpino de la Valtelina, quedó impresionado por la dureza del trato infligido a los acusados y por el número de ejecuciones, y argumentó por escrito sus opiniones críticas. Más tarde, el médico brabanzón Johann Wier afirmaba en dos tratados que el demonio ejerce su poder confundiendo las mentes de las presuntas brujas, pero también induciendo en la sociedad mucha credulidad hacia el fenómeno. En España, el humanista Pedro de Valencia afirmó, en un informe sobre el caso de las brujas de Zugarramurdi, que éstas fueron «juntas de hombres y mujeres que tienen por fin el que han tenido y tendrán todos los tales en todos los siglos, que es torpeza carnal […] Siguiendo estos vicios y guiados por estos espíritus se van los brujos y brujas por sus pies a las juntas y procuran meter en el juego niños y niñas, como más fáciles de cazar». Según Valencia, no había que dar crédito a las confesiones de los acusados, pues éstos «dicen de propósito disparates increíbles para encubrir la verdad y porque los dejen». El jesuita alemán Friedrich von Spee, por su parte, que había sido testigo de numerosos procesos por brujería, publicó en 1631 un libro en el que denunciaba que en estos procesos se consideraba culpable al imputado antes de que se presentasen pruebas válidas. En el siglo XVIII, las críticas contra la creencia en las brujas se hicieron aún más insistentes. Por ejemplo, el noble veronés Scipione Maffei negó en numerosos escritos la realidad de todas las creencias mágicas. Montesquieu y Voltaire fueron igualmente radicales en tachar de supersticiones tanto las creencias en las brujas como las de sus acusadores; para ellos, la caza de brujas no había sido otra cosa que un gran fraude, facilitado por la ignorancia y el oscurantismo, que sólo el Siglo de las Luces era capaz de superar. PARA SABER MÁS La caza de brujas en la Europa moderna. Brian P. Levak. Alianza, Madrid, 1995. El martillo de las brujas. Maxtor, Valladolid, 2004. Las brujas de Salem. Arthur Miller. Tusquets, Barcelona, 2013. Los instrumentos de tortura de la Inquisición https://www.muyhistoria.es/edad-media/fotos/los-instrumentos-de-tortura-de-la-inquisicion El tribunal del Santo Oficio utilizaba diferentes métodos de tortura para obtener las confesiones de los encausados. Cada uno de estos objetos refleja el grado de crueldad que imperaba en la época. La Edad Media es uno de los periodos más convulsos y oscuros de la historia de la humanidad, caracterizada por las constantes guerras, las persecuciones religiosas y, en última instancia, el olvido o rechazo a todos los avances que se habían logrado durante la Edad Antigua. Si nos centramos en las persecuciones por cuestión de credos y creencias no podemos dejar de mencionar a la Inquisición, un organismo que surgió en Europa en estas fechas para controlar la fe de la población. Mientras que en Francia apareció en 1184 debido a la creciente influencia que los llamados herejes cátaros estaban ganando en el territorio, en España no sería hasta 1478 cuando el Tribunal de la Santa Inquisición Española se establecería. Se trataba de un órgano ligado al poder de Roma pero independiente del mismo, ya que respondía directamente a las coronas de Castilla y Aragón. Su primer objetivo era controlar la tendencia judaizante y asegurarse de que no existieran falsos conversos que siguieran practicando otras religiones distintas al cristianismo. El Tribunal de la Santa Inquisición Española contó con el apoyo total de los Reyes Católicos y ostentaría un gran poder durante el reinado de los Austrias y, en menor medida, de los Borbones. Sin duda una de las figuras más importantes de la Inquisición Española fue Tomás de Torquemada, nombrado inquisidor general de Castilla en 1483 por Isabel la Católica y responsable de la expansión de los tribunales a otros territorios de la península (Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid) e incluso a los de la Corona de Aragón, que habían mostrado sus reticencias. Entre 1480 a 1530 se produjo una de las etapas de persecución contra judeoconversos más intensas de la Inquisición y las cifras varían, según a qué historiador o estudio se recurra, entre 2.000 y 10.000 muertos. Conforme su fuerza y presencia crecían, también lo hacían sus tareas. La Inquisición Española amplió su vigilancia a cualquier persona que pudiese desviarse de la ortodoxia clásica cristiana y llegó incluso a crear el Índice de libros prohibidos en 1551, que contaba con bastantes más títulos que el hecho por Roma. La Inquisición Española sería disuelta en 1808 por orden de Napoleón Bonaparte y otra vez en 1813 por las Cortes de Cádiz, pero el regreso de Fernando VII trajo con sigo su restauración. Volvió a prohibirse tras el pronunciamiento de Rafael de Riego, durante el Trienio Liberal, se restauró en la Década Ominosa y terminó siendo abolida definitivamente por la reina regente María Cristina el 15 de julio de 1834. Es probable que se haya exagerado el sadismo de la Inquisición, pero existen pruebas y testimonios suficientes como para poder definir algunas de sus prácticas como “brutales”. A continuación exponemos algunos de los instrumentos de tortura más utilizados por el Tribunal del Santo Oficio. Maquinaria del pánico Sobre la Inquisición española reina una leyenda negra procedente del exterior, especialmente del mundo anglosajón, que generó una imagen cruel que no responde a la realidad. A partir de un estudio del Tribunal Inquisitorial de Toledo entre los años 1485 y 1516, la profesora de la Universidad Complutense de Madrid María del Pilar Rábade Obradó afirma que no se recurría de forma demasiado habitual a la tortura. La explicación resultaba bastante simple, ya que si la Inquisición buscaba una confesión, a la mayoría de los condenados les bastaba con entrar en las cámaras de tortura y ver los instrumentos con los que iban a ser atormentados para declarar. Hay que añadir, además, que en esta época justicia y tortura iban de la mano, y todos los tribunales empleaban el tormento para lograr confesiones. Pese a ello, no hay que olvidar la crueldad que empleó el Santo Oficio con muchos de los procesados, y la pesadilla que supuso para los judeoconversos que lograron escapar de sus garras. La sangrienta doncella de hierro Este aparato de tortura, que parece tener sus orígenes en Alemania, se relaciona también con el Santo Oficio. Se trata de una especie de ataúd vertical con rostro femenino que debía aterrorizar nada más verlo. En su interior se alojaban un montón de clavos de hierro puntiagudos que se clavaban en diferentes partes del cuerpo del condenado, incrementando su angustia y martirio. El aplastacabezas La forma y el nombre de este instrumento de tortura medieval no dejan lugar a la imaginación. El condenado apoyaba la barbilla en la base y la cabeza quedaba encajada en el casquete. Empleado para lograr confesiones, los verdugos hacían girar el tornillo causando en primer lugar la rotura de dientes y mandíbula. Si el torturador seguía apretando, el tornillo podía llegar a destrozar el cráneo de la víctima, expulsando su cerebro por la cavidad ocular. El potro de tortura Este aparato es uno de los instrumentos de tortura más conocidos. Con el objetivo de que el procesado confesase, se le colocaba boca arriba en esta tabla en la que era atado de pies y manos; después, se estiraban sus extremidades mediante una polea hasta dislocarlas. La horquilla del hereje Los encausados por la Inquisición debían abjurar de sus errores, y con los herejes se utilizó esta especie de tridente con cuatro puntas afiladas que se clavaban bajo la barbilla y en el esternón. Este sistema no permitía moverse, por lo que era casi imposible pronunciar una sola palabra, y de las pocas que lograban decir entre susurros los que lo padecieron estaba el abiuro con el que renegaban de sus creencias. Ruedas de despedazar Empleada para delitos muy graves, fue una de las torturas más desmedidas y espantosas. El penado era colocado desnudo en el suelo y con la misma rueda se le rompían los huesos y articulaciones de las extremidades, incluídas cadera y hombros. Posteriormente se le ataba a la rueda, que era colocada sobre un poste, y se le daba comida y bebida hasta que moría, quedando su cuerpo a merced de las aves carroñeras. Cuna de Judas Este método estaba pensado para obtener una confesión rápida. El reo era suspendido por la cintura con una abrazadera de hierro y quedaba colgado justo encima de una puntiaguda pirámide sujetada por un trípode. Si el condenado se dormía o relajaba, se clavaba la afilada punta en los genitales. Además, si no confesaba, eran los propios verdugos los que bajaban al procesado suavemente o con todo el peso del cuerpo. El garrote vil Utilizado por la Inquisición con los reos arrepentidos para que no sufrieran los padecimientos de la hoguera, era visto como una forma de muerte menos dolorosa. A pesar de ello, muchos de los condenados sufrieron lentas agonías, muriendo por estrangulamiento y no por la rotura del cuello. Este artilugio para administrar la pena capital alcanzó en España su máximo esplendor, sobre todo, a partir del reinado de Fernando VII, que lo institucionalizó en 1832. Toro de Falaris Empleado ya por los romanos y rescatado por el Santo Oficio, imitaba a una olla con forma de bovino. Se introducía al acusado en su interior y se encendía una fogata debajo, hasta que el reo quedaba totalmente calcinado. Los gritos de dolor del prisionero salían por la boca del animal. La picota en tonel Los borrachos debían tener mucho cuidado en tiempos de la Inquisición. Algunos de ellos tuvieron que enfrentarse al escarnio público portando este pesadísimo tonel de madera por las calles. Pero lo peor no era eso, si no el propio cóctel de excrementos y orines que se encontraba dentro de este artilugio, que llevaba a muchos a morir por la insalubridad del mismo. La garrucha Era una práctica común en Europa que consistía en atar al prisionero por las muñecas, ponerle peso extra en los pies y elevarlo a través de un sistema de poleas. Cuando estaba en el punto más alto posible se le dejaba caer pero la cuerda tenía una longitud medida para que no chocase contra el suelo. El dolor no venía del impacto sino de la violenta sacudida que el preso sufría al quedar sin cuerda y que normalmente provocaba que se dislocasen los brazos. La pera vaginal, oral o anal Se trata de un artilugio metálico con forma de la fruta que le da nombre, estrecho por un lado y más grueso por el otro, que se introducía en la cavidad vaginal, oral o anal según el delito del que estuviese acusado el torturado. Una vez dentro, la pera incluía un tornillo o manivela que hacía que se abriese al girarlo, provocando un desgarro muy doloroso. Existía una variante que además desplegaba púas metálicas. https://es.wikipedia.org/wiki/Caza_de_brujas Se conoce como caza de brujas al fenómeno histórico sucedido principalmente en Europa y América entre el siglo XV y el siglo XVII, en el cual decenas de miles de personas, principalmente mujeres, fueron ejecutadas por practicar la "brujería", incluyendo en ese término una amplia serie de actos y circunstancias, desde la medicina practicada por mujeres, la elaboración de brebajes y medicamentos, la adivinación y la magia, hasta conductas sexuales y sociales rechazadas por las autoridades religiosas,1 e incluso marcas en el cuerpo.2 El término se usa hoy metafóricamente para referirse a la persecución de un enemigo percibido (habitualmente un grupo social no conformista) de forma extremadamente sesgada e independiente de la inocencia o culpabilidad real. Otras persecuciones masivas de la brujería, antiguas y presentes, han recibido el mismo sobrenombre. Índice 1Antecedentes: magia, adivinación, hechicería y brujería en el mundo antiguo y medieval 2Aparición en Europa de la palabra “bruja” (siglo XIV) 3El inicio de la caza de brujas (siglo XV) 4La caza de brujas en la Europa moderna o 4.1La imagen de la bruja o 4.2La bula Summis desiderantes o 4.3La definición del delito de brujería o 4.4La posición de Lutero frente a la caza de brujas o 4.5Desarrollo de los procesos o 4.6Procesos célebres o 4.7Las víctimas o 4.8Distribución geográfica 5La lucha contra la caza de brujas 6Historiografía 7La caza de brujas en la actualidad 8Referencias 9Bibliografía o 9.1Fuentes históricas o 9.2Ficción 10Véase también 11Enlaces externos o 11.1Fuentes Antecedentes: magia, adivinación, hechicería y brujería en el mundo antiguo y medieval[editar] La magia, la brujería y en general la invocación de fuerzas y seres sobrenaturales para obtener determinados resultados, está presente en la cultura humana desde sus mismos inicios y aún sigue presente en prácticamente todas las culturas actuales. Desde muy antiguo las diversas culturas establecieron castigos para las personas a las que se atribuía causar daños mediante la invocación de fuerzas y seres sobrenaturales, como sucedía con la llamada magia negra. Tanto en el Código de Hammurabi (la prueba del agua) de Babilonia, como en el Antiguo Egipto se castigaba a los magos malignos. Sin embargo, nunca se llegó a una persecución masiva de presuntas brujas. Muchas culturas, tanto antiguas como modernas, han reaccionado de forma puntual a las acusaciones de brujería con miedo supersticioso o religioso, y han castigado, o incluso asesinado, a los presuntos practicantes. Diversos pueblos nativos de regiones como Europa, Asia, la América anterior y posterior a la conquista europea, África y Oceanía creen o han creído que chamanes, brujos, sacerdotes, nigromantes, y en general individuos con supuestos poderes pueden provocar o invocar a seres sobrenaturales, diabólicos o demoníacos, para causar daños a distancia. En algunas de estas culturas toda desgracia, enfermedad o muerte es atribuida a los dioses, al diablo, a los demonios, o al mal causado por un tercero (brujo). La Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, prohíbe la magia y la adivinación: «No realizaréis adivinación ni magia» (Levítico 19:26) y establece la pena de muerte para los magos: «Los magos no los dejarás vivir» (Éxodo 22:18). Esta formulación fue traducida en género femenino por Lutero, de forma gramaticalmente correcta, como «Las magas no las dejarás vivir». La palabra "brujo" no aparecen en la Biblia, pero ello no evitó que los teóricos de la brujería usaran estas menciones como prueba de su existencia y para su persecución. En otros lugares de la Biblia, encuentros con magos y adivinadores se relatan de forma algo más positiva. El rey Saúl busca consejo en la Bruja de Endor (I Samuel 28,5-25), a pesar de que él mismo había prohibido la adivinación, por su desesperación ante los filisteos. En cambio, los Reyes Magos que rinden homenaje al niño Jesús (Evangelio de Mateo 2,1-2) no son realmente hechiceros o adivinos; el original griego utiliza la palabra magi, que en ese entonces designaba más bien a sabios y científicos, más que a brujos. Los magos, nigromantes y brujos habían existido en toda Europa, Asia y África sin ser perseguidos. Su magia era considerada magia blanca y no una herejía. El Código Teodosiano promulga, por primera vez, una ley en contra del ejercicio de la magia, en 429. En 534, el segundo Código de Justiniano prohíbe consultar a los astrólogos y adivinos por ser una «profesión depravada». El Concilio de Ancira o Concilio de Elvira, en 306, declara que matar a través de un conjuro es un pecado y la obra del demonio. El Concilio de Laodicea solicita, en 360, la excomunión de todo aquel que practique la brujería o la magia. La Iglesia primitiva en general no participa en estas persecuciones, aunque ya la Iglesia primitiva rechazaba las prácticas y el pensamiento de la brujería al verlos como una superstición (Canon episcopi). Los germanos, antes de su conversión al cristianismo, conocían la quema de los magos que realizaban encantamientos perjudiciales. Tras su conversión, el Concilio de Paderborn del año 785 castigaba tanto la creencia en brujas como su persecución: Quien, cegado por el Demonio, cree como los paganos que alguien es una bruja y come a personas, y la queme por ello o deja comer su carne por otros, será castigado a pena de muerte.3[cita requerida] Carlomagno lo validó con una ley, probablemente relacionada con las prácticas paganas de los sajones, contra los que el rey luchaba en la década de los años 80 del siglo VIII. En Hungría se refieren a ellas en latín como strigis, y a principios de la Baja Edad Media, el rey Colomán de Hungría (1095-1116) sancionó en una de sus recopilaciones de leyes un artículo que rezaba: "De strigis vero, quae non sunt, nulla quaestio fiat" ("Sobre las brujas, ya que éstas no existen, no se harán pesquisas indagando por ellas")[cita requerida]. Además de con las supuestas brujas, los posteriores monarcas húngaros fueron de hecho en extremo flexibles con los judíos, cumanos y uzbecos musulmanes, así como con las otras etnias (croatas, serbios y eslovacos) que habitaban dentro de las fronteras del reino, respetando sus idiomas y particularidades culturales. Aparición en Europa de la palabra “bruja” (siglo XIV)[editar] En Alemania se encuentran las constancias más antiguas de la aparición de la palabra "bruja" (hexe). En Suiza la palabra “bruja” aparece en los Frevelbüchern (Libros de delitos) de la ciudad de Schaffhausen a finales del siglo XIV (1368/87), como ha demostrado Oliver Landolt. En Lucerna aparece la palabra por primera vez en 1402. El inicio de la caza de brujas (siglo XV)[editar] El proceso de caza de brujas más conocido y difundido en la literatura de Occidente es el fenómeno generalizado que ocurrió en la Europa Central a inicios de la Edad Moderna. Base para la persecución masiva de mujeres (y menos frecuentemente también niños y hombres e incluso animales) por la Iglesia y sobre todo por la justicia civil, fue la idea, extendida entre teólogos y juristas, de una conspiración del Demonio para acabar con la Cristiandad. Como ha destacado Michel Porret, «desde el final de la Edad Media, los demonólogos teorizan esta figura de la bruja, enemiga del género humano, capaz de interceder por el mal, encarnación del pecado original. Ahora bien, durante la caza de brujas, nadie fue nunca detenido en flagrante delito de sabbat. Ni caldero ni escoba figuraron como pruebas. Ningún juez vio el vuelo nocturno de las brujas. Sin embargo, según la gramática pecaminosa del desorden social, del miedo del mal y del crimen de lesa majestad para Jean Bodin (De la démonomanie des sorcier, 1580), los crímenes "detestables" imputados a los satánicos bajo tortura justifican su expiación penal por el fuego y la soga».4 La «caza de brujas», un término que fue acuñado mucho después, comienza en el siglo XV, más concretamente entre los años 1420-1430. Es en ese momento cuando se extiende la creencia de que ha aparecido un nuevo enemigo de la Cristiandad: la brujería, que se diferencia de la hechicería tradicional por la intervención del diablo, de ahí que también sea conocida en francés como hechicería o brujería demoníaca (sorcellerie démoniaque en francés, a diferencia del inglés o del castellano, existe una única palabra, sorcellerie, para designar tanto a la brujería como a la hechicería). Como ha destacado Martine Ostorero, a partir de ese momento «las brujas son el nuevo chivo expiatorio de la Cristiandad, después de los herejes, los leprosos y los judíos». De hecho en algunos documentos se les llama los «nuevos herejes» y el tratado Flagellum haereticorum fascinariorum de Nicolas Jacquier los denomina «encantadores heréticos». Son la nueva encarnación del mal que hay que extirpar para purificar la Cristiandad ―son herejes; idólatras, en tanto que demonólatras; y apóstatas, en cuanto que reniegan de Dios y blasfeman―, y esa es la justificación de su persecución.5 Son una «nueva secta de apóstatas y de infieles», afirma el tratado La Vauderye de Lyonois escrito para combatirla por los dominicos de Lyon hacia 1440. En el Traité contre le crime de vauderie del canónigo de Tornai Jean Taincture, escrito hacia 1465, se considera a los brujos como más execrables que los herejes, los musulmanes o los paganos.6 Vuelo de las brujas de Vaud (Suiza). Miniatura en un manuscrito de Martin Le France, Le champion des dames, 1451. Es la primera mención que hay documentada sobre la creencia de que las brujas vuelan en escobas.7 Según Martine Ostorero, el comienzo de la caza de brujas hay que relacionarlo con una nueva concepción del Diablo que se desarrolla en la Cristiandad latina como consecuencia de la crisis económica, social y cultural provocada por la Peste Negra y de la crisis religiosa que trajo consigo el Cisma de Occidente. «Todo eso hace que Satán ya no sea pensado como el tentador que instiga malos pensamientos o posee a las personas: a partir de ese momento, él interviene físicamente, realmente, en el mundo por medio de la seducción de fieles para construir una antisociedad en el seno de la Cristiandad, una anti-Iglesia y un reino del diablo sobre la tierra; peligros a combatir».8 Así, los brujos o las brujas son definidos por la adoración al diablo y por el hecho de que su objetivo es perjudicar a la sociedad cristiana. «Los documentos judiciales y los tratados describen una secta adoradora del diablo, que profana en una anti-Iglesia los sacramentos cristianos y que comete los sacrificios más infames como matar y comerse a los niños ―una acusación ya lanzada contra los judíos—», afirma Martine Ostorero.9 Las miniaturas medievales representan escenas del sabbat en el que las brujas y los brujos aparecen adorando al diablo, metamorfoseado en macho cabrío, con el que copulan y celebran un banquete nocturno en el que se bebe, se baila y se comen niños. Este estereotipo aparece ya completamente elaborado hacia 1430. En ese año un cronista de Lucerna relataba que en el cantón de Valais se había perseguido en 1428 a más de cien hombres y mujeres que iban a elegir un rey entre ellos para derrocar a la Cristiandad.10 El principal elemento de la caza de brujas es la delación, pues se trata de actuar contra un grupo clandestino (de hecho imaginario).11 Los curas y los predicadores, además de advertir del peligro de la brujería, alientan a los habitantes de cada localidad a que delaten al vecino del que crean que es responsable por sus hechizos de algún mal que les haya afectado ―la pérdida de ganado, la muerte de un niño, la cosecha destruida por una helada, etc.―. Los denunciados, como mínimo por tres personas o como resultado de un rumor público ―la mala fama permite abrir un procedimiento―, son entregados al Tribunal de la Inquisición integrado por un inquisidor papal y un representante del ordinario local (en general el obispo).12 Entonces son interrogados bajo tortura para que confiesen su crimen y para que delaten a sus pretendidos cómplices.13 El proceso podía durar desde varios días a varios meses, durante los cuales el acusado permanecía en prisión. Al considerarse la brujería un crimen de lesa majestad ―una forma por parte de los príncipes de afirmar su justicia y su poder―,7 los condenados son quemados en la hoguera, siendo ejecutada la sentencia por las autoridades civiles porque los hombres de la Iglesia lo tienen prohibido. Se les condena preferentemente a la hoguera porque así el castigo no es solo físico, sino también espiritual, ya que el condenado privado de sepultura no podrá participar en el juicio final. Según las investigaciones más recientes, en las regiones más afectadas por la caza de brujas en aquella época ―las estribaciones de los Alpes y de los Pirineos, junto con algunas poblaciones del Ducado de Borgoña― entre el 40% y el 70% de los procesados fueron condenados a muerte. En unas regiones fueron procesados más hombres que mujeres, mientras que en otras ocurrió al contrario, por lo que, según Martine Ostorero, «en el siglo XV la caza de brujas no puede ser considerada como un feminicidio: ninguna condena fue pronunciada por una cuestión de género».14 La caza de brujas en la Europa moderna[editar] La llamada caza de brujas por excelencia se llevó a cabo a comienzos de la Edad Moderna sobre todo en la Europa Central. Se basaban en la denuncia a supuestos seguidores de la llamada ciencia de las brujas. La persecución de 1450–1750 (con un máximo entre 1550 y 1650) era solo en parte una acción eclesiástica contra la herejía, principalmente se trataba de un fenómeno de histeria colectiva contra la magia y la brujería, que convirtió la magia en un delito y tuvo como consecuencia recriminaciones, denuncias, procesos públicos en masa y ejecuciones. Investigaciones recientes muestran que solía sospecharse de brujería en mujeres viejas y en las personas socialmente más débiles. A menudo bastaban rumores o denuncias para poner en marcha la maquinaria judicial, que llevaba a conseguir confesiones falsas a través de la tortura. De parte de las iglesias católica y protestantes hubo críticas aisladas a la caza de brujas: Johannes Brenz, Johann Matthäus Meyfart, Anton Praetorius, Friedrich von Spee. Silvia Federici (Italia, 1948), en su libro Caliban y la bruja15 defiende la teoría según la cual "La caza de brujas está relacionada con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confinó a las mujeres al trabajo reproductivo" y en concreto con los inicios del capitalismo que requería acabar con el feudalismo y aumentar el mercado de trabajo, eliminando la agricultura de subsistencia y cualquier otra práctica de supervivencia autónoma ligada en ocasiones a tareas agrícolas en terrenos comunales. Federici sostiene que la irrupción del incipiente capitalismo fue "uno de los periodos más sangrientos de la historia de Europa", al coincidir la caza de brujas, el inicio del comercio de esclavos y la colonización del Nuevo Mundo. Los tres procesos estaban relacionados: se trataba de aumentar a cualquier coste la reserva de mano de obra.16 Durante el siglo de las Luces aparecieron historiadores europeos que acusaban a la Iglesia y a la Inquisición de la caza de brujas porque las persecuciones habían sido en nombre de Dios y habían sido sacerdotes quienes inventaron la imagen de la bruja maléfica. Autores católicos, posteriormente, reivindicaron el papel de la Iglesia aduciendo que la creencia en las brujas no fue una invención de la Iglesia y que fue la justicia de los príncipes la que había asesinado a miles de hombres y mujeres con la acusación de brujería. La controversia se mantiene.17 Al comienzo la caza de brujas fue dirigida por los tribunales eclesiásticos, es decir, los jueces inquisidores, pero en el siglo XVI estos son reemplazados por los tribunales laicos, o sea, los jueces civiles.18 No fue sino hasta 1657, cuando ya habían muerto miles de personas, que la Iglesia condenó las persecuciones, en la Bula Proformandis. La imagen de la bruja[editar] Véase también: Malleus maleficarum A finales de la Edad Media empezó a configurarse una nueva imagen de la bruja, que tiene su principal origen en la asociación de la brujería con el culto al Diablo (demonolatría) y, por lo tanto, con la idolatría (adoración de dioses) y la herejía (desviación de la ortodoxia). Si en fechas anteriores los principales interesados en el castigo de los delitos de brujería habían sido los propios convencidos de la existencia de brujos, que sufrían directamente sus supuestas acciones maléficas, una vez que se estableció la relación de la brujería con el culto diabólico pasó a ser un asunto de interés directo tanto para la Iglesia del reino, encargada de mantener la ortodoxia, como para las autoridades civiles.[cita requerida] Aunque el primer proceso por brujería en que están documentadas acusaciones de asociación con el Diablo tuvo lugar en Kilkenny, Irlanda, en 1324-1325,19 solo hacia 1420-1430 puede considerarse suficientemente consolidada la imagen de la bruja presente en la inmensa mayoría de las "cazas de brujas" de la Edad Moderna en Europa[cita requerida]. Aunque existen variantes regionales, pueden ser descritas una serie de características básicas, reiteradas tanto en las actas de los juicios como en la abundante literatura culta sobre el tema que se escribió en Europa durante los siglos XV, XVI y XVII. Se atribuía a los acusados de brujería un pacto con el diablo. Se creía que al concluir el pacto, el Diablo marcaba el cuerpo del brujo o bruja, y que una inspección detenida del mismo podía permitir su identificación como hechicera.20 Mediante el pacto, la bruja o brujo se comprometía a rendir culto al Diablo a cambio de la adquisición de algunos poderes sobrenaturales. Entre estos poderes estaba, lógicamente, la capacidad de causar maleficios de diferentes tipos, que podían afectar tanto a las personas como a elementos de la naturaleza; en numerosas ocasiones, junto a estos supuestos poderes se consideraba también a las brujas capaces de volar (en palos, animales, demonios o con ayuda de ungüentos), e incluso el de transformarse en animales (preferentemente lobos y gatos). No todos los teólogos de la época creyeron en la realidad física de los vuelos y metamorfosis de brujas y brujos: algunos los atribuían a ilusiones o ensueños inducidos por el Diablo. Según estas creencias, las brujas y brujos acudían en determinadas fechas a reuniones nocturnas denominadas "aquelarres", o más generalmente "sabbats", a las que se desplazaban en ocasiones por medios ordinarios y otras veces de forma sobrenatural. En los aquelarres tenían lugar ceremonias que eran básicamente una inversión sacrílega de aspectos de la liturgia cristiana, reinaba la promiscuidad sexual y se realizaban actividades repulsivas (las acusaciones más frecuentes eran las de infanticidio y canibalismo infantil). El Diablo (descrito de muy diferentes formas: a veces con forma humana, pero también frecuentemente de macho cabrío u otro animal) era adorado por las brujas y brujos (con ceremonias como el llamado "osculum infame"), y a veces se unía sexualmente en orgías. No todos los acusados de superstición y brujería eran mujeres, pero se consideraba a la mujer más inclinada al pecado, más receptiva a la influencia del Demonio, y, por tanto, más proclive a convertirse en bruja. El concepto de brujería en la Edad Moderna tenía un fuerte carácter misógino[cita requerida]. Este estereotipo negativo de la bruja tiene estrechos puntos de contacto con las imágenes igualmente negativas adjudicadas históricamente a herejes y a judíos. Muy revelador es el nombre de "sabbat" (el sábado hebreo) para designar las reuniones de brujas. De gran significado era la idea de una confabulación de brujas. De la transformación de prejuicios que se había tendido contra los judíos durante siglos, se formó la imagen de una «Synagoga Satanae», Sinagoga de Satanás, que más tarde se llamaría sabat de las brujas o aquelarre. Se pensaba que se trataba de una reunión orgiástica en la que se escarnecía a Dios y a su Iglesia. La misma existencia de la Cristiandad estaría amenazada por esta secta de brujas. Portada del Malleus maleficarum en una edición de 1669. Este concepto de brujería se difundió por toda Europa mediante una serie de tratados de demonología y manuales para inquisidores que se publicaron desde finales del siglo XV hasta avanzado el siglo XVII. El primero en alcanzar gran repercusión, gracias a la reciente invención de la imprenta, fue el Malleus Maleficarum ("Martillo de las brujas", en latín), un tratado filosófico-escolástico desapasionado y racional publicado en 1486 por dos inquisidores dominicos, Heinrich Kramer (Henricus Institoris, en latín) y Jacob Sprenger. El libro no solo afirmaba la realidad de la existencia de brujos y brujas, conforme a la imagen antes mencionada,21 sino que afirmaba que no creer en brujas era un delito equivalente a la herejía: «Hairesis maxima est opera maleficarum non credere» (La mayor herejía es no creer en la obra de las brujas). El Malleus maleficarum llegaría a ser el manual más utilizado en la caza de brujas en los Estados católicos del Sacro Imperio Romano Germánico. El Malleus maleficarum explicaba que la mayoría de los hechiceros eran mujeres porque la superstición se encontraba ante todo en las mujeres, y la mayor cantidad de los brujos eran del sexo frágil porque las mujeres eran más crédulas, más propensas a la maliginidad y embusteras por naturaleza.22 El estereotipo de la bruja como una mujer mayor, que vuela en una escoba acompañada por un gato, que participa en aquelarres nocturnos adorando al diablo, que forma parte de un grupo clandestino que realiza sacrificios humanos y ritos sacrílegos y que conoce todo tipo de pociones mágicas y maleficios se remonta a la antigüedad. Los cristianos fueron acusados de realizar este tipo de actos en la época del Imperio Romano: durante el siglo II fueron acusados de celebrar reuniones clandestinas en las cuales degollaban niños y mantenían relaciones sexuales no convencionales y adoraban animales. En otras épocas fueron los judíos los acusados de practicar este tipo de aquelarres. Siempre se trataba de grupos minoritarios vistos con malos ojos por la mayoría y los gobernantes. El Malleus maleficarum era un compendio de todas estas fantasías. Las brujas, en su gran mayoría mujeres, eran allí acusadas de ser responsables de todos los males de la sociedad.23 Gran importancia tuvo también el Tractatus de Hereticis et Sortilegiis, publicado en 1524 por Paolo Grillandi. La bula Summis desiderantes[editar] En un decreto papal del 5 de diciembre de 1484, la bula Summis desiderantes affectibus, reconoció la existencia de las brujas, derogando así el Canon Episcopi de 906 donde la Iglesia sostenía que creer en brujas era una herejía.24 Esta bula papal contra la brujería redactada por Heinrich Institoris en 1484 y firmada por el Papa Inocencio VIII, la Summis desiderantes, solo tuvo una influencia duradera en los territorios católicos, pero fue apoyada y aceptada por las demás iglesias occidentales: luteranos, reformados, anglicanos y puritanos. Solo las iglesias orientales no participaron en la caza de brujas. Durante el siglo XV la Inquisición se dedicó a quemar más herejes que brujas y cuando lo Estados feudales se organizaron como monarquías independientes del Papa, el poder punitivo se trasladó de la Inquisición a los jueces laicos de estas monarquías, quienes continuaron la tarea de la Iglesia de quemar brujas hasta el siglo XVIII.25 Los efectos del Malleus Maleficarum se esparcieron mucho más allá de las fronteras de Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y en menor grado en Inglaterra. Los cálculos de la cantidad de mujeres quemadas como brujas es difícil de establecer, como se explicará más adelante. La Iglesia católica prohibió en 1657 las persecuciones a brujas en la bula Pro formandis.26 La definición del delito de brujería[editar] El delito de brujería tomó su forma definitiva en Francia gracias fundamentalmente a la obra de Jean Bodin De Demonomanie des Sorciers editada en París en 1580 y en la que se determina que los brujos y brujas son culpables de quince crímenes: renegar de Dios; maldecir de Él y blasfemar; hacer homenaje al Demonio, adorándole y sacrificando en su honor; dedicarle los hijos; matarlos antes de que reciban el bautismo; consagrarlos a Satanás en el vientre de sus madres; hacer propaganda de la secta; jurar en nombre del Diablo en signo de honor; cometer incesto; matar a sus semejantes y a los niños pequeños para hacer cocimiento; comer carne humana y beber sangre, desenterrando a los muertos; matar, por medio de venenos y sortilegios; matar ganado; causar la esterilidad en los campos y el hambre en los países; tener cópula carnal con el Demonio.27 Grabado del Compendium maleficarum (1608) de Francesco Maria Guazzo que muestra la preparación del banquete del sabbat. Dos años después Piérre Grégoire publica un tratado en el que compendia las leyes civiles y eclesiásticas sobre la brujería y da noticia de la caza de brujas llevada a cabo en el Languedoc donde en el año 1577 fueron quemados cuatrocientos brujos y brujas. Pero los que acabaron de perfilar el delito de brujería fueron tres jueces civiles. El primero, Nicolas Rémy, publicó en Lyon en 1595 su experiencia como magistrado en el ducado de Lorena que durante los quince años que actuó allí, entre 1576 y 1591, mandó quemar a unas novecientas personas, acusadas de ser brujos o brujas. El segundo fue Henri Boguet, "gran juez de la ciudad de Saint Claude", que escribió un libro en 1602 en el que cuenta su actuación en la zona del Jura, y en el que describía cómo descubría a los brujos buscando señales características en sus cuerpos o en sus cabezas, que mandaba rapar, y a los que no dudaba en aplicar la tortura para que confesaran. El tercer juez fue Pierre de Lancre que mandó quemar a unas ochenta brujas en el país del Labourd, en el país vasco francés, y cuya actuación tuvo sus consecuencias al otro lado de la frontera con el famoso proceso de las brujas de Zugarramurdi, y que también publicó su experiencia en dos libros muy famosos.28 Tratadistas de otras partes de Europa también contribuyeron a la definición del delito de brujería. Destacan el flamenco Peter Binsfeld, que en 1591 publicó Tractatus de confessionibus maleficorum et sagarum; el castellano Martín del Río con su Disquisitionimum magicarum libri sex publicado en 1599 —según Julio Caro Baroja, "da una versión del Sabbat, tomando elementos de aquí y allá, citando ora a Rémy, ora a Binsfield mismo, ora a los inquisidores antiguos franceses e italianos, etc."—; y el milanés Francesco Maria Guazzo con su Compendium maleficarum.29 La posición de Lutero frente a la caza de brujas[editar] Lutero, Zuinglio y Calvino estaban convencidos de la posibilidad del pacto con el Diablo, de copular con el Demonio y de la magia negra, y apoyaban la persecución judicial de magos y brujas. La afirmación del Antiguo Testamento «los brujos no deberás dejar con vida» tenía toda la validez para Lutero. La cuestión está clara en su prédica del 15 de mayo de 1526 sobre la frase en la que muestra su profundo rechazo al mal de la brujería y justifica el implacable enjuiciamiento de las mujeres sospechosas:30 Es una ley muy justa que las brujas sean muertas, porque producen muchos daños, lo que ha sido ignorado hasta el presente, pueden robar leche, mantequilla y todo de una casa... Pueden encantar a niños... También pueden generar misteriosas enfermedades en la rodilla, que el cuerpo se consuma... Daños los producen al cuerpo y alma, dan pociones y encantamientos, para generar odio, amor, tormentas y destrozos en las casas, en el campo, que nadie puede curar... Las magas deben ser ajusticiadas, porque son ladronas, rompedoras de matrimonios, bandidas, asesinas... Dañan de muchas formas. Así que deben ser ajusticiadas, no sólo por los daños, sino también porque tratan con Satanás Lutero era un claro partidario de la pena de muerte para la magia negra, con un fuerte acento misógino. En su prédica del 6 de mayo de 1526, Lutero afirma cinco veces «deben ser ajusticiadas».31 Sin embargo, Lutero no era un cazador de brujas celoso. Innumerables teólogos, predicadores y juristas luteranos se refirieron más tarde a las contundentes afirmaciones de Lutero. Hasta la actualidad existen referencias a la brujería y a la magia en el Catecismo Menor de Lutero y en el Catecismo de Heidelberg. Desarrollo de los procesos[editar] La persecución contra la brujería se realizaba, al contrario que en el caso de la Inquisición, por juzgados civiles y en muchos casos por denuncias populares. Un ejemplo conocido es el de la madre de Johannes Kepler, que fue acusada de brujería en una zona alemana protestante por una vecina en 1615 a causa de una disputa entre ambas. Estuvo presa más de un año, amenazada de tortura, pero fue finalmente liberada gracias a los esfuerzos del hijo. Los procesos en caso de brujería se hacían según el siguiente sistema: Prueba del agua, portada del escrito de Hermann Neuwalt, Helmstedt, 1581. 1. Acusación. A menudo precedía a la acusación una fase de rumores que podía durar años. La acusación podía ser debida a una denuncia de una bruja o brujo que ya había sido detenido, posiblemente bajo tortura. Rara vez se permitía a las presuntas brujas una defensa. 2. Detención. Las cárceles, en el sentido moderno, todavía no existían, por lo que se mantenía a los presos en mazmorras o torres. Las llamadas torres de brujas, que todavía se conocen en muchos lugares, no eran exclusivamente 3. 4. 5. 6. 7. 8. para brujos, sino para todo tipo de prisioneros. A menudo eran simples torres de las murallas de la ciudad. Interrogatorio. Normalmente se distinguían tres fases: el interrogatorio por las buenas, el interrogatorio con explicación y muestra de los instrumentos de tortura y el interrogatorio doloroso, en el que se empleaba la tortura. En los casos de procesos por brujería, la limitación a una hora no era respetada, ya que se trataba de crimen exceptum (crímenes excepcionales), lo que exigía una dureza especial. A menudo se utilizaban las empulgueras, la rueda, el potro y la bota española. Tampoco se respetaba la regla habitual de que solo se podía torturar a un preso tres veces y, si hasta ese momento no se había producido una confesión, liberar al preso. En el Malleus maleficarum se recomendaba declarar la retoma ilegal de la tortura con pruebas nuevas como una continuación. Pruebas a las brujas. Los procesos oficiales no preveían las pruebas de brujas, de hecho estaba prohibido su uso. Sin embargo, muchos tribunales en diversos lugares usaron este elemento. La valoración de las pruebas era tan distinta como su empleo. A veces servían como prueba fuerte, a veces como prueba débil. Las siguientes son las más conocidas: o Prueba del agua (judicium aquae, también llamada baño de la bruja), de la que existían dos variantes. Con agua caliente, el acusado debía sacar un objeto del agua hirviendo. Con agua fría, se descendía a la víctima atada a un pozo y si se hundía resultaba inocente (proceso en el que podía morir ahogada). o Prueba del fuego (empleada rara vez) agrupa a diversas pruebas en las que la bruja o brujo tenía que andar sobre o transportar hierro candente o meter la mano en el fuego. o Prueba de la aguja. Si se encontraba una marca del Demonio, se pinchaba con un hierro. Si la zona sangraba se consideraba buena señal. o Prueba de las lágrimas, puesto que se creía que quien ejercía la brujería no podía llorar. o Prueba del peso, porque se afirmaba que una bruja o brujo no podía pesar más de 5 kg, ya que tenía que poder flotar (prueba del agua) y volar. Confesión. A comienzos del Renacimiento, nadie podía ser juzgado sin confesión – lo que también era válido para los casos de brujería. Pero, debido a que se ignoraban las habituales reglas durante la tortura, la probabilidad de obtener una confesión se multiplicaba enormemente con respecto a los procesos normales. Interrogatorio para obtener cómplices. Según la ciencia de la brujería, las brujas debían encontrarse en aquelarres y por lo tanto una bruja debía conocer a otras. En un segundo interrogatorio se preguntaba a las acusadas por los nombres de otras brujas o brujos, a veces bajo nuevas torturas. Así se alargaba siempre más la lista de sospechosas, ya que, bajo tortura, siempre se acusaba a más personas. El resultado eran procesos en cadena. Condena. Ajusticiamiento. Al delito de brujería le correspondía muerte por fuego, es decir, la hoguera, en la que eran quemadas vivas. A veces, como acto piadoso se consideraba la decapitación o ahorcamiento previo y quemar el cadáver, o colgar un saco de pólvora al cuello. Procesos célebres[editar] En Francia, un caso muy representativo es el conocido como el de "los demonios de Loudun" (1634), en el cual el sacerdote Urbain Grandier fue acusado de brujería por las monjas ursulinas del convento de Loudun, localidad cercana a Poitiers. En este caso hubo claras motivaciones políticas, ya que Grandier era un conocido opositor al cardenal Richelieu. El acusado murió en la hoguera tras haber sido torturado. Otro caso en Francia fue el de Juana de Arco. Acusada de brujería por oír angelicales voces en su cabeza y tener visiones, supuestamente enviadas por el mismo Dios, o por algunas vírgenes o santos. Juana no fue solamente acusada de herejía, sino también de blasfemia (por negar ser una bruja), y travestismo, puesto que, estando presa en una torre en Ruan, los ingleses la despojaron de sus ropas, la violaron y la obligaron a vestirse con una armadura. Luego llamaron a uno de los que cuidaba su celda y le dijeron que Juana había hecho aparecer la ropa de hombre con ayuda demoníaca. En Inglaterra, las persecuciones de brujas más famosas fueron las llevadas a cabo por Matthew Hopkins en los condados de Suffolk y Essex, entre los años 1644 y 1646, en plena Guerra Civil Inglesa. Se calcula que Hopkins envió a la muerte a unas 200 mujeres. En las colonias inglesas de América (futuros Estados Unidos), alcanzó gran celebridad el caso de las "brujas de Salem" (1692), que se saldó con la ejecución de 25 personas, en su mayoría mujeres. Este caso fue llevado al teatro por el dramaturgo Arthur Miller en su obra Las brujas de Salem, o en inglés, The Crucible (1957). En Friuli, en el norte de Italia, tuvieron lugar entre los años 1575-1580 varios procesos por brujería a miembros de una secta conocida como los "benandanti", que afirmaban que, mientras dormían, sus espíritus salían a combatir contra las brujas. Los benandanti se consideraban a sí mismos buenos cristianos. Sus prácticas, sin embargo, según su principal estudioso, Carlo Ginzburg, parecen estar relacionadas con antiguos ritos de la fertilidad. Las víctimas[editar] El número total de víctimas de la caza de brujas no puede ser establecido de modo completamente fiable, debido a que una gran cantidad de actas de juicios se han perdido y muchos procesos no se registraron nunca de forma oficial. Los cálculos de la cantidad de personas quemadas por brujos o brujas varía según los distintos autores.32 En un estudio publicado en febrero de 2019 por Michel Porret, de la Universidad de Ginebra, se afirma que sobre los 110.000 procesos conocidos entre 1580 y 1640, el momento álgido de la caza de brujas en Europa, los jueces laicos sentenciaron a muerte de 60.000 a 70.000 justiciables sobre todo en los medios rurales. De ellos alrededor del 75% fueron mujeres. Según este historiador cerca de la mitad de la población europea fue afectada por la caza de brujas.33 Los primeros cálculos que se hicieron tomaban literalmente algunas declaraciones de los cazadores de brujas en que se vanagloriaban del número de brujos y brujas que habían enviado a la muerte.34 En la actualidad no existe consenso, pero basados en las cifras parciales de que se dispone, algunos creen que el número total de procesos en Europa para toda la Edad Moderna podría llegar a ser 110.000, que habrían producido unas 60.000 ejecuciones.35 La mayoría de los delitos que se les achacaban a los brujos eran imposibles según las leyes de la naturaleza. Es muy probable que en la mayoría de las víctimas, las acusaciones respondieran únicamente al hecho de haber sido delatadas por otros procesados sometidos a tortura, o a la reacción de la comunidad ante un hecho aparentemente inexplicable.36 La mayoría de las personas procesadas por brujería fueron mujeres, especialmente en Inglaterra, aunque también se juzgó a bastantes hombres. En la mayor parte de las regiones de Europa, la proporción de mujeres sobrepasó el 75% y en algunas llegó incluso al 90%. Esto se explica en gran medida por el fuerte carácter misógino de muchos de los tratados sobre la brujería escritos en la época (como el antes mencionado Malleus maleficarum), que consideraban a las mujeres moralmente más débiles y presas más fáciles para el Diablo. Muchas de estas mujeres eran curanderas, aunque también cocineras y comadronas, así como las encargadas de cuidar niños, fueron objeto de la caza de brujas. Gran parte de ellas eran de edad avanzada, mayores de 50 años, lo que se ajusta al estereotipo tradicional de la bruja. La mayoría de las mujeres acusadas de brujería eran solteras o viudas, y en general pertenecían a los niveles más bajos de la sociedad. No quiere esto decir que todas las personas ejecutadas en las cazas de brujas se ajustaran a este perfil. Muchos hombres fueron también ajusticiados bajo las mismas acusaciones, y en algunas regiones (en España, por ejemplo) el número de víctimas masculinas y femeninas fue bastante parejo, y en otros (como en Rusia) los hombres fueron mayoría. En Suiza hubo dos casos en los que se acusó y se llevó ante el juez a grupos de niños. En el primer proceso, los niños no fueron liberados hasta que intervinieron inquisidores de Roma. En el segundo, el tribunal civil obligó a los padres a elegir entre expulsar de casa a los niños y presentar un certificado de su muerte o envenenar ellos mismos a sus hijos. Parece ser que muchos padres efectivamente envenenaron a los hijos. Sobre todo durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) causó estragos la caza de brujas. La guerra, que se dirigía hacia su punto álgido, había devastado los campos, destruido las casas y diezmado a la población. El hambre y las enfermedades cobraban muchas vidas. Precisamente en este tiempo de guerra, mucha gente sospechaba de brujería y las denunciaba ante tribunales. Una de las últimas mujeres acusadas de brujería fue Anna Schnidenwind, que fue ajusticiada el 24 de abril de 1751 en Endingen am Kaiserstuhl (Alemania). Posiblemente la última muerte de una bruja en territorio del Sacro Imperio fue en 1756 en Landshut. El 4 de abril de 1775 se procesó a Anna Schwegelin en la colegiata de Kempten en el Allgäu. La sentencia del príncipe abad Honorius von Schreckenstein, al que gracias a un privilegio imperial le correspondía sentenciar en temas religiosos y civiles, no se llevó a cabo por razones desconocidas. En Suiza, la última bruja, Anna Göldin, fue ajusticiada en junio de 1782. La última muerte documentada de una bruja en Centroeuropa fue en 1793 en el Gran Ducado de Posen. Pero aún en 1836 una presunta bruja fue sometida a la prueba del agua por los pescadores de la península de Hel. Ya que la bruja no se hundía, la ahogaron a la fuerza. Distribución geográfica[editar] Véase también: Brujería en España Los territorios que sufrieron con mayor intensidad la caza de brujas fueron los sometidos a la autoridad del Sacro Imperio Romano Germánico, para los cuales se barajan cifras de entre 20.000 y 30.000 ejecuciones,37 lo que supone un altísimo porcentaje del total (alrededor de un 40%). Dentro del Imperio, la persecución se centró fundamentalmente en los Estados del sur y del oeste, en una zona de unidades políticas muy fragmentadas, que incluye lugares como Wurzburgo, Bamberga, Eichstätt, Wurtemberg y Ellwangen, entre otros. Se trata de Estados de pequeño tamaño, que gozaban de una alta autonomía jurisdiccional: un ejemplo muy significativo es la Fürstprobstei de Ellwangen, un territorio diminuto en el que fueron ejecutadas 400 personas solo entre los años 1611 y 1618.38 Los Estados de mayor tamaño, como Austria, Baviera o Bohemia, fueron, en cambio, bastante más moderados en la caza de brujas.39 Un territorio del nordeste de Alemania que sufrió intensamente la persecución de la brujería fue el Ducado de Mecklemburgo, protestante, donde tuvieron lugar aproximadamente 4.000 juicios, que causaron unas 2.000 ejecuciones.40 La Confederación Helvética fue otro de los lugares en los que se realizó una caza de brujas particularmente intensa. Se ha calculado que dentro de sus fronteras fueron ejecutadas unas 10 000 personas.41 Solo en el cantón de Vaud el número de ejecuciones superó las 3.000 (se trata, además, del lugar de Europa en el que se ha constatado un porcentaje más alto de ejecuciones con respecto al total de procesados (alrededor de un 90%). La persecución fue también muy intensa en algunos territorios que nominalmente formaban parte del Imperio, pero que en la práctica gozaban de un elevado grado de autonomía: el Ducado de Lorena, el Franco Condado y los Países Bajos. En Lorena, Nicolas Rémy envió a la muerte a 800 brujas entre 1586 y 1595, y a más de 2.000 a lo largo de toda su carrera. En Francia, el número de ejecuciones, con ser elevado, fue significativamente menor que en los territorios del Imperio, aun cuando la población del país galo era solo ligeramente menor que la del Imperio. Levack sugiere una cifra de alrededor de 4.000 ejecuciones para los territorios efectivamente sometidos a la autoridad real,42 de las cuales la mayoría tuvieron lugar en la fase inicial de la caza de brujas, durante el siglo XVI. Debe tenerse en cuenta que en Francia las zonas más afectadas por la caza de brujas fueron regiones periféricas que se distinguían también por su resistencia al centralismo de la monarquía absoluta, lo cual se ha explicado de dos formas: bien porque la caza de brujas fue un modo de consolidar el poder central, bien porque la mayor independencia de estos territorios con respecto a la autoridad estatal posibilitó una mayor libertad en la actuación de los tribunales locales.43 En las Islas Británicas (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda) y en las colonias inglesas de América, la caza de brujas conoció una intensidad bastante menor que en los territorios alemanes. Su incidencia fue bastante menor que en los territorios centroeuropeos e incluso que en Francia. Para el conjunto de estos territorios, las cifras oscilan entre las 1.500 y las 2.500 ejecuciones. Debe destacarse, sin embargo, el caso particular de Escocia, donde hubo dos grandes cazas de brujas en los períodos 1590-1592 y 1661-1662. En Irlanda apenas hubo persecuciones. En cuanto a las colonias americanas, solo en Nueva Inglaterra puede hablarse de una auténtica caza de brujas, ya que en el resto de las colonias apenas hubo ejecuciones o no se produjeron en absoluto. La mitad de las 234 víctimas44 en Nueva Inglaterra corresponde al año 1692, fecha de los conocidos juicios de Salem. Para Escandinavia, Levack ha calculado un número total de alrededor de 5.000 procesos, de los cuales habrían resultado entre 1.700 y 2.000 ejecuciones.45 La parte del león corresponde a Dinamarca, donde hubo, según los cálculos más fidedignos, un total de 2.000 procesos y unas 1.000 ejecuciones.46 Bastante menor fue la cifra de ejecuciones en Suecia (unas 300), Noruega47 (sobre 350) y Finlandia (115),48 que en la época formaba parte de Suecia. La incidencia de la caza de brujas en Escandinavia fue bastante menor que la que tuvo en Centroeuropa; es bastante superior, en cambio, a la de los territorios británicos, si tenemos en cuenta que en los países escandinavos la población era algo menos de la mitad que en estos. En el este de Europa, el fenómeno de la caza de brujas fue bastante tardío (la mayor parte de los procesos tuvo lugar en el último tercio del siglo XVII y el primer cuarto del XVIII). En líneas generales, puede decirse que la mayoría de los procesos tuvo lugar en zonas fronterizas con Alemania, o con una importante población alemana. La inmensa mayoría de las cazas de brujas de los países del este de Europa se concentró en Polonia. Aunque los procesos de Polonia no están todavía bien estudiados, algunos especialistas han cifrado las ejecuciones en 10 000,49 de las cuales la mayoría corresponden a la parte occidental del reino, con una fuerte influencia de Alemania, por lo que Levack se inclina a considerar la caza de brujas en Polonia como una extensión tardía de la alemana. En Hungría hubo un total aproximado de 1.500 procesos, de los cuales al menos 450 terminaron en ejecuciones.50 La mayor parte de los procesos se llevaron a cabo en el siglo XVIII. En cuanto a Rusia, la persecución de la brujería parece haberse desarrollado al margen de las teorías predominantes en Europa acerca de la asociación de las brujas con el Diablo, y el número de víctimas no parece haber sido tan elevado. Algo similar ocurrió en Transilvania y en las regiones de Valaquia y Moldavia, entonces bajo el dominio del Imperio otomano. En términos generales, puede decirse que en el Este de Europa la incidencia de la caza de brujas fue bastante menor en los territorios de religión ortodoxa. En los territorios europeos del Imperio Otomano, a excepción de los casos antes citados de Valaquia y Moldavia, no se llevaron a cabo cazas de brujas. Si exceptuamos estos últimos, la zona de Europa en la que hubo menos ejecuciones por brujería fue la región mediterránea. Si se excluyen las regiones alpinas de lengua italiana, entre Italia, España y Portugal (incluyendo los territorios ultramarinos en América de estos últimos), la cifra es muy baja: alrededor de 500.51 Esto no quiere decir que la brujería no se persiguiese en estos territorios: el número de procesos fue bastante elevado, pero el porcentaje de ejecuciones sobre personas encausadas fue muy bajo. Esto significa que en los países mediterráneos los procesos de brujería fueron tratados con bastante templanza, a diferencia de lo que ocurrió en otros lugares de Europa. La mayoría de los delitos juzgados en España, por ejemplo, fueron castigados con penas menores. Destaca especialmente la templanza con que la Inquisición llevó a cabo estos juicios, ya que la proporción de ejecuciones en procesos juzgados por los tribunales inquisitoriales es bastante menor que la de los juzgados por tribunales civiles. Además, en España no llegaron a existir cazas masivas, con la posible excepción de los procesos de Zugarramurdi (1610), en los que fue precisamente la Inquisición la que extinguió la psicosis que se había desencadenado por la intervención de los tribunales ordinarios. La lucha contra la caza de brujas[editar] Las críticas a la caza de brujas comenzaron prácticamente al mismo tiempo que las persecuciones de la Edad Moderna. Al principio había sobre todo recelos por parte de los jueces y la administración por la creación de un sistema de juicios extraordinarios paralelo a los órganos jurídicos estatales. La crítica contra la superstición que representaba la creencia en brujas apareció más tarde. Anterior a la Ilustración fue el jesuita Friedrich Spee von Langenfeld, catedrático en la Universidad Alma Ernestina en Rinteln, que escribió Cautio Criminalis en 1631. Fue el más influyente, aunque no el único, entre los que atacaron los procesos de brujería. Su libro era la respuesta a la obra estándar de la teoría de la brujería Processus juridicus contra sagas et veneficos, escrita por su colega en la universidad Hermann Goehausen en 1630. El pastor protestante Anton Praetorius, predicador en la corte del Príncipe en Birstein, se comprometió en 1597 con la causa de las brujas y abogó por su liberación. Atacó de tal forma a los torturadores que paralizó el proceso y la última presa que seguía viva fue liberada. Es el único caso documentado en el que un religioso haya conseguido paralizar un proceso y la tortura a una bruja. En las actas aparece en antiguo alemán52 porque el cura local se ha opuesto de forma contundente a que se torture a las mujeres, se ha abandonado esta vez. Como primer pastor reformado, Praetorius publicó bajo el nombre de su hijo Johannes Scultetus en 1598 el libro Von Zauberey vnd Zauberern Gründlicher Bericht (Informe exhaustivo de magia y magos) contra la locura de la caza de brujas y las torturas inhumanas. En 1602 se atrevió a poner su propio nombre en la segunda edición. En 1613 apareció la tercera edición con un prefacio escrito por él. En 1635, el pastor Johann Matthäus Meyfart, catedrático en la facultad de Teología luterana de Erfurt, se opuso a la caza de brujas y a la tortura con su libro Christliche Erinnerung, An Gewaltige Regenten, vnd Gewissenhaffte Praedicanten, wie das abscheuwliche Laster der Hexerey mit Ernst außzurotten, aber in Verfolgung desselbingen auff Cantzeln vnd in Gerichtsheusern sehr bescheidlich zu handeln sey (Recuerdo cristiano a poderosos regentes y predicadores con conciencia de cómo eliminar en serio la falta de la brujería, pero cuya persecución en cancillerías y juzgados debe ser manejada con modestia). El Hochnötige Unterthanige Wemütige Klage Der Frommen Unschültigen (Muy necesaria y sumisa lamentación de los piadosos inocentes) de Hermann Löher se editó en 1676, al finalizar la ola más dura de la persecución. Es relevante porque el autor ejerció en las décadas de 1620 y 1630 como voluntario en el sistema de persecución y a través de esa experiencia llegó a oponerse a la caza de las brujas. Por ello da la visión desde dentro del proceso y las luchas de poder que lo acompañan, lo que no se encuentra en textos de otros opositores. En 1700, cuando los procesos a brujos ya se habían hecho escasos, el estudioso de Halle Christian Thomasius publica sus escritos contra la creencia en brujos. Sin embargo, el conocido médico Friedrich Hoffmann, también de Halle, estaba convencido todavía a principios del siglo XVIII en la posibilidad de que las brujas pudiesen causar enfermedades con encantamientos, en relación con los poderes sobrenaturales que les daba el Demonio. Historiografía[editar] La caza de brujas ha sido tratada una y otra vez, tanto en los círculos de historiadores como en los políticos. Durante el Kulturkampf (lucha cultural) de los prusianos, se acusó a la iglesia católica como única culpable de la persecución de las brujas y se daba como número de muertos 9 millones, cifra a todas luces exagerada. Durante el Tercer Reich, la NSDAP y otros estamentos estimulaban los estudios sobre la brujería. Se intentaba convertir a las brujas en representantes de la primitiva religión germana, que había sido atacada por la Iglesia, pero, sobre todo en las SS, se formó un núcleo de oposición para el que las brujas eran Volksschädlinge, parásitos sociales, que habían sido eliminadas por una liga de hombres con la que se identificaban ellos mismos. Artículo principal: Interpretaciones feministas de la caza de brujas en la Edad Moderna Bajo el manto del feminismo, se trató el tema de forma intensa en la década de 1980. En el siglo XXI, el estudio histórico se centra principalmente en la historia local y regional del fenómeno. La caza de brujas en la actualidad[editar] También en regiones no cristianas o que han sido cristianizadas recientemente aparece una y otra vez la persecución de brujas, la brujería o de la magia. Causaron revuelo los casos de los niños brujos del Congo. En el norte de Sudáfrica, sobre todo en regiones donde persisten las religiones tradicionales animistas, se acusa cada año a cientos de hombres y mujeres de brujería, personas que son a menudo asesinadas por las masas enfurecidas. La situación es particularmente prevalente en Tanzania, donde cada año entre 500 y 1.000 personas, en su mayoría mujeres, son acusadas de brujería y luego asesinadas, quemadas o mutiladas.535455 El caso también se da en Kenia.56 En algunos estados africanos existen incluso leyes específicas contra la brujería. Actualmente en las tribus indígenas de Papúa Nueva Guinea se han registrado casos de hombres acusados de causar la muerte de otras personas mediante brujería. Tales "brujos" son asesinados y comidos por los aldeanos, el canibalismo es considerado una forma de defensa frente al posible mal que pueda continuar haciendo el alma del brujo.[cita requerida] Las cazas de brujas todavía ocurren en la actualidad en algunos países en desarrollo. El proceso más generalizado actualmente es la acusación y asesinato masivo de mujeres ancianas acusadas de practicar la brujería en Tanzania. Entre 500 y 1.000 personas, en su mayoría mujeres, son asesinadas, quemadas vivas o mutiladas tras ser acusadas de ser brujas cada año en ese país.535455