El maestro Don Justo Sierra Grandiosa fue la obra del maestro D. Justo Sierra en beneficio de la educación nacional. Actuó en el campo de la política como liberal y en el de la filosofía como positivista. El ingeniero Agustín Aragón decía sobre esto último: Don Justo Sierra defendió el método positivo en el diario La Libertad, en la tribuna de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, en juntas de profesores de la Preparatoria para la aprobación o designación de textos: año de 1885. Fue hombre bueno por excelencia; sus padecimientos manaron de su bondad sincera y de sus ahincos revolucionarios de mejorarlo todo sin la reflexión debida. (Declaración hecha al Lic. Alberto Bremaunt, en enero de 1942). Desde 1881 luchó por la transformación de la educación nacional; contribuyó activamente en la reforma iniciada por D. Gabino Barreda, pese a no haber estado de acuerdo en algunos de los puntos sostenidos por el educador y filósofo; presidió e inauguró el II Congreso Nacional de Instrucción Pública, reunido en México en 1900, pronunciando un gran discurso de clausura. A cargo de la Subsecretaría de Instrucción Pública desde 14 de junio de 1901, inauguró, en 1902, el Consejo Superior de Educación Pública, en el que se pugnó por la obligatoriedad de la instrucción primaria y pidió se le facultara para crear la Universidad Nacional. Don Justo fue quien estableció, en 1902, los llamados desayunos escolares que tanto han servido a la niñez proletaria. Ministro de Instrucción Pública, en 16 de mayo de 1905 estableció la unidad de la enseñanza, reformó métodos, procedimientos y programas, dando un gran impulso a la educación nacional. Los puntos más salientes de su labor como ministro de Instrucción fueron: la creación de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, en mayo de 1905; la nueva ley de instrucción pública, expedida en 1908, en la que se dió importancia primordial a la educación con respecto a la instrucción; la reunión del Congreso Nacional de Educación Primaria (13 de septiembre de 1910) y la creación de la Universidad Nacional de México, el 22 de septiembre de 1910. La producción literaria, política, histórica y educativa de D. Justo Sierra es enorme. Por ello es difícil problema seleccionar entre sus brillantes discursos, proyectos, intervenciones, etc., aquellos que deban darse a conocer preferentemente. Sin embargo, estimamos que, en materia educativa, tres históricos discursos pronunciados por el maestro Sierra pueden contener las ideas fundamentales que sostenía con respecto a este importante ramo; éstos son: el del II Congreso Nacional de Instrucción Pública, el del Congreso de Educación, en 1910, y el que produjo al inaugurarse la Universidad Nacional de México. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/pedagogia/laicismo/9.html Evolución política del pueblo mexicano. Justo Sierra (Fragmento) . . . Nuestra personalidad nacional, al ponerse en relación directa con el mundo, se ha fortificado, ha crecido. Esa evolución es incipiente sin duda: en comparación de nuestro estado anterior al último tercio del pasado siglo, el camino recorrido es inmenso; y aun en comparación del camino recorrido en el mimo lapso por nuestros vecinos, y que debe ser virilmente nuestro punto de mira y referencia perpetua, sin ilusiones, que serían mortales, pero sin desalientos, que serían cobardes, nuestro progreso ha dejado de ser insignificante. Nos falta devolver la vida a la tierra, la madre de las razas fuertes que han sabido fecundarla, por medio de la irrigación; nos falta, por este medio con más seguridad que por otro alguno, atraer al inmigrante de sangre europea, que es el único con quien debemos procurar el cruzamiento de nuestros grupos indígenas, si no queremos pasar del medio de civilización, en que nuestra nacionalidad ha crecido, a otro medio inferior, lo que no sería una evolución, sino una regresión. Nos falta producir un cambio completo en la mentalidad del indígena por medio de la escuela educativa. Esta, desde el punto de vista mexicano, es la obra suprema que se presenta a un tiempo con carácter de urgente e ingente. Obra magna y rápida, porque o ella, o la muerte. Convertir al terrígena en un valor social (y sólo por nuestra apatía no lo es), convertirlo en el principal colono de una tierra intensivamente cultivada; identificar su espíritu y el nuestro por medio de la unidad del idioma, de aspiraciones, de amores y de odios, de criterio moral; encender ante él el ideal divino de una patria para todos, de una patria grande y feliz; crear, en suma, el alma nacional, esta es la meta asignada al esfuerzo del porvenir, ese es el programa de la educación nacional. Todo cuanto conspire a realizarlo, y sólo eso, es lo patriótico; todo obstáculo que tienda a retardarlo o desvirtuarlo es casi una infidencia, es una obra mala, es el enemigo. El enemigo es íntimo; es la probabilidad de pasar del idioma indígena al idioma extranjero en nuestras fronteras, obstruyendo el paso a la lengua nacional; es la superstición que sólo la escuela laica, con su espíritu humano y científico, pude combatir con éxito; es la irreligiosidad cívica de los impíos que, abusando del sentimiento religioso inextirpable de los mexicanos, persisten en oponer a los principios, que son la base de nuestra vida moderna, los que han sido la base religiosa de nuestro ser moral; es el escepticismo de los que, al dudar de que lleguemos a ser aptos para la libertad, nos condenan a muerte. Introducción al ensayo Cuando usamos los términos literarios de narrativa, poesía o teatro, todos comprendemos su significado. La palabra ensayo, sin embargo, parece que se usa para todo aquello que no es poesía, teatro o narrativa. Cuando un profesor asigna un “ensayo” como trabajo final para una clase, normalmente no se refiere a un “ensayo literario” sino a un trabajo de investigación. Aquí vamos a estudiar el ensayo como uno de los géneros literarios. También incluimos una “Guía para una lectura crítica del ensayo” y, como ejemplo, una propuesta de análisis de un ensayo de [Autor, Título]. Vamos a comenzar con una definición que empiece a establecer el marco del género: El ensayo es un escrito en prosa de extensión moderada que se caracteriza por ser una cala profunda sobre un tema que no se pretende agotar. El ensayo es una reflexión desde la perspectiva personal de un autor implícito que se presenta como proyección artística del autor real. El ensayo es un género literario en el que el fin estético surge entrelazado con el proceso reflexivo sin sacrificarse el uno al otro. El ensayo muestra las ideas en el proceso de su formación, por lo que el juicio que se articula es tan importante como el proceso mediante el cual se conciben y organizan las ideas. Como todo escrito, nace en tensión con el ambiente cultural en que se concibe, pero busca trascenderlo al hacer del ser humano punto de partida y destino a la vez. La ensayística procura alejarse del dogmatismo que aporta el pensamiento hecho –del tratado, por ejemplo– al presentar la idea en su gestación y como invitación, implícita o explícita, al lector a participar y a continuar las reflexiones en su propio pensamiento. 1. Esta definición tiene muchos aspectos que necesitan más explicación para poderla comprender. ¿Desde qué perspectiva se ha escrito la definición? En la sección “introducción a la literatura” hemos hablado de tres momentos: el autor, el texto y el lector. Los tres momentos se relacionan en el acto de la comunicación y son a la vez independientes en cuanto al proceso de codificación y decodificación. El autor produce el texto siguiendo los principios de la comunicación que hemos estudiado al hablar de géneros naturales e históricos de la comunicación. El lector, al leer el texto reconoce dichos principios de la comunicación. La definición anterior está escrita desde la perspectiva de los géneros literarios. 2. ¿En qué sentido es el ensayo un género natural y cuándo se empieza a formar como género histórico? Como uno de los cuatro géneros naturales –los otros: lírica, narrativa, dramática– la ensayística representa un modo de comunicación: la comunicación persuasiva mediante la reflexión. Como género literario histórico, el ensayo surge como forma de pensar sin una retórica precisa; es decir, sin una serie de características formales que lo limiten. En este sentido podemos remontarnos a la Grecia clásica y hablar de la ensayística de Platón en sus Diálogos, o de los ensayos de Séneca en lo que él denominó Epístolas. El término ensayo lo fija Michel Montaigne en 1580 al publicar la primera edición de sus Essais. Dentro del mismo siglo XVI, en 1597, comienzan a publicarse los primeros ensayos de Francis Bacon. Ambos escritores fijan los principios históricos del nuevo género literario. 3. ¿Qué quiere decir que la definición anterior del ensayo está escrita desde la perspectiva de los géneros literarios? Queremos decir que para construir esa definición hemos usado la percepción del ensayo como género natural –cuyo objetivo principal es la persuasión en la comunicación–, junto con las construcciones históricas. Podemos estudiar el ensayo considerando sucesivamente sus características desde la perspectiva del autor, desde la perspectiva del texto y desde la perspectiva del lector (las características que se anotan en el siguiente gráfico tienen enlace a textos más amplios). 4. ¿Cuáles son las características del ensayo desde la perspectiva del autor? Cuando un escritor decide comunicar sus ideas a través de un ensayo, acepta también de modo implícito comunicarse según ciertos principios de la retórica del ensayo: El ensayista busca influir en la opinión del lector; pero no lo hace dando ideas hechas (como en un tratado o como en las obras didácticas). El ensayista desea que el lector adopte su modo de pensar (o lo comprenda como un posible modo de pensar). El ensayista exterioriza su subjetividad en el ensayo; es como una confesión intelectual del autor, al expresar una forma de pensar. El autor se proyecta en el texto, por eso es frecuente el uso de la primera persona. La estructura del ensayo se aproxima a la comunicación oral, en el sentido de incluir frecuentes digresiones y de seguir una estructura interna (unas ideas sugieren otras). El ensayista prefiere temas de actualidad en conexión con la condición humana. Por eso, en los mejores ensayos, lo actual transciende lo temporal. Muestra diversas perspectivas que transcienden lo particular cultural. El ensayista reflexiona sobre un tema; no pretende ser exhaustivo, sólo desea profundizar en alguno de los aspectos del tema tratado. El ensayista escribe para la generalidad de los cultos. Es decir, no escribe para profesionales; usa muy pocos términos técnicos y cuando los usa, lo hace en un contexto para que pueda se comprendido por la generalidad de los lectores. 5. ¿Cuáles son las características que nos permiten reconocer el texto ensayístico? La forma de un poema o de un cuento es por lo general suficiente para reconocer el poema o el cuento. Para diferenciar un artículo de un ensayo publicados en el mismo periódico, necesitamos leerlos y conocer las características del ensayo y del artículo. En el ensayo lo importante son las reflexiones, en el artículo nos interesan los datos. El ensayo es un escrito en prosa de extensión moderada (raramente supera las 30 páginas de extensión). Por eso hablamos de libros de ensayos; o sea, de libros donde se recogen varios ensayos que pueden leerse de modo independiente. La extensión del ensayo y los objetivos de tratar sólo un aspecto del tema, no significa que el ensayo sea un fragmento. Un fragmento es una parte de un todo (un capítulo de un tratado, por ejemplo). El ensayo es una forma de pensar, un modo de presentar una perspectiva diferente, y como éste es su objetivo, el ensayo es también completo auque sea breve y no pretenda ser exhaustivo. La publicación original de los ensayos suele ser en la página de opinión de los periódicos, en los suplementos culturales o en revistas. Como forma de diálogo, el ensayo busca un público inmediato que pueda responder al contenido del ensayo (muchas de las cartas al editor son parte de ese diálogo entre el ensayista y sus lectores). El texto del ensayo omite la documentación propia del artículo (notas a pie de página, bibliografía, etc.), pues lo importante del texto no son los datos sino la perspectiva del ensayista. En el contenido, el ensayo cuestiona los contextos culturales de su momento al presentarlos desde una perspectiva personal. http://www.ensayistas.org/curso3030/genero/ensayo/ "Las doctrinas y los hombres" (Eugenio María de Hostos) 1. Uno de los deberes más sagrados del escritor de buena fe y de todo aquel que con ánimo recto y desinteresados propósitos aspira a ser útil a sus semejantes y servir la noble causa de la verdad consiste, sobre todo en épocas en que, como la presente, la anarquía moral lo invade todo, en poner de manifiesto con esa entereza que sólo la convicción y la lealtad pueden inspirar lo que hay de verdadero o de imaginario en las declamaciones con que los explotadores de las calamidades públicas se proponen en todas épocas extraviar el juicio de la multitud, siempre más impresionable que reflexiva. 2. Error muy grave y sistemáticamente difundido por los que en la involucración de las nociones de lo bueno, lo justo y lo útil cifran su medro es creer presto que los males públicos no se remedian, antes bien, van en aumento, y de día en día parece más difícil su correctivo; esto consiste únicamente en la maldad intrínseca de las ideas que se proclaman en el orden científico, o se aplican a la gobernación de los estados, confundiendo así lastimosamente lo que en las doctrinas hay de provecho con lo que en los hombres hay de egoísmo, torpeza o mala voluntad. 3. Las ideas pueden ser, y muchas lo son realmente, saludables y salvadoras, al paso que los hombres pueden ser, y en efecto muchos lo son, indignos representantes de ellas, o notables únicamente por su incapacidad de concebirlas en su recta significación, o por el insidioso empeño que ponen en desnaturalizarlas haciéndolas infecundas para el bien. 4. En ninguno de ambos casos puede ni debe atribuirse a las doctrinas la esterilidad de que las hieren la ignorancia, la estrechez de entendimiento o la perfidia de los que se llaman sus más genuinos intérpretes, y que en concepto de tales aspiran a ocupar los primeros puestos del estado, o los asaltan a favor de las luchas que por desgracia dividen a los hijos de una misma nación y a las naciones entre sí. 5. No, pues, en la conducta de los hombres, no siempre ajustada a la razón severa y al estricto deber, sino en el detenido, en el concienzudo estudio de las ideas en sí mismas y en sus relaciones con el estado actual de la inteligencia, de la cultura, del desarrollo social y político de los pueblos, y en el claro conocimiento de sus necesidades debe buscarse la clave de la diferencia que existe entre lo aceptable y lo que debe ser rechazado, entre lo beneficioso y lo nocivo, entre lo bello y lo deforme, entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. 6. Si la conducta de los hombres hubiese de ser la norma para apreciar los grados de bondad de las diferentes escuelas que se disputan el dominio del mundo religioso, filosófico y político, grande sería la incertidumbre, extraña la confusión que se apoderaría del ánimo de quien a tan falsa norma acudiese. 7. Si porque la conducta de los hombres es en la generalidad de los casos ininteligente, exclusivista o perversa fuese licito inferir y afirmar que las doctrinas de que respectivamente se proclaman apóstoles o caudillos son en el mismo grado a propósito para inducir a la ceguedad del alma, al exclusivismo o a la perversidad, ¿cuál sería, cuál, el criterio a que debiesen subordinar sus juicios, absolutos o comparativos, el hombre honrado, el político amante de su patria, el que desea la felicidad de sus semejantes, el que rinde culto a la verdad, el que se propone, en fin, el triunfo de la justicia? 8. Aun cuando fuese cierto, que no lo es, por fortuna, que los hombres fuesen igualmente idólatras de sus intereses y ambiciones, igualmente ciegos o indiferentes al cumplimiento de sus deberes políticos no seria razonable, sino tan temerario como absurdo, el raciocinio que dedujese la maldad de todas las doctrinas de la maldad de todos los hombres. 9. Juzgar así y así inferir sería destruir por su base todo el orden moral, negar la Providencia que, en su infinita sabiduría, ha dado al bien condiciones de perpetuidad y de triunfo independientes de las pasiones y miserias humanas; sería, en una palabra, sumir el mundo intelectual en la profunda noche del caos. 10. Juzgar e inferir así sería, además, condenar indistintamente a todos los partidos a un idéntico anatema; sería quitarles todo medio de defensa, toda razón para ejercer su respectiva propaganda, todo título para creerse mejores o más sabiamente inspirados que sus adversarios, puesto que no habiendo en ninguna agrupación política hombres impecables, ni caudillos infalibles, ni seres privilegiados, y debiendo juzgarse de las doctrinas por los actos de sus partidarios, resultaría, en definitiva, dado que éstos no aciertan a labrar la felicidad pública, que las doctrinas proclamadas por los bandos militantes son igualmente erróneas e igualmente ineficaces para el engrandecimiento, la gloria o la salvación de las naciones en sus días de prueba. 11. ¿Hay algún partido, desde los más retrógrados hasta los más avanzados, que acepte de buen grado esta terrible consecuencia? No lo hay, no puede haberlo, no lo habrá nunca. Y, no obstante, esa consecuencia, que concluirá irremisiblemente por hacer del estúpido escepticismo y del triste abandono de todo estudio un código y una religión, es lo único que lógicamente se desprende del empeño que algunos muestran en hacer cómplices, si así puede decirse, a determinadas doctrinas, de la necia o maquiavélica conducta de determinados individuos. 12. Al expresarnos como lo hacemos nada prejuzgamos, porque no es llegado aún el día del examen detallado de la bondad de tales o cuales ideas y de su superioridad sobre las contrarias, y respetamos, por lo demás, el derecho que a cada parcialidad asiste de abogar por la supremacía que en su concepto debe darse a las que constituyen su credo político; derecho a que, por nuestra parte, jamás renunciaremos. Lo que deseamos, lo que pedimos, es que no se mida el valor de una idea o del proceder de sus intérpretes en la vida pública o en la privada. 13. Queremos que se estudie y se comprenda a fondo la significación de las doctrinas en sí mismas; estudio que, al paso que desarrollará eficazmente la educación política del pueblo, porque le pondrá en el ventajoso caso de formar por sí mismo exactos juicios acerca de las diferentes doctrinas que se disputan su favor y apoyo, dejará reducidos a muchos hombres a su verdadero valor, a su justa importancia, despojándoles de la falsa que en su orgullo se atribuyen o de que la torpe lisonja los reviste. 14. Y no hay para qué decir si esto es indispensable y hasta salvador en un país, víctima desde hace muchos años de las ambiciones personales y de demasías que han acarreado la deplorable turbación que hoy se advierte en las ideas y aspiraciones generales. La Nación, diario progresista, Madrid, 11 de febrero de 1866