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LA VIDA FRATERNA EN LA COMUNIDAD SCALABRINIANA

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LA VIDA FRATERNA EN LA COMUNIDAD SCALABRINIANA
PRESENTACIÓN
“El Vademécum del superior y de la comunidad mantiene su relevancia. El Secretariado general para la vida
religiosa es responsable de su actualización. Para el primer CdC útil, el mismo secretariado general prepare un
borrador para actualizar el Vademécum con los aportes ofrecidos por las secretarías regionales/provinciales de
la vida religiosa” (XV CG, 27).
El proceso de actualización del texto “La comunidad Scalabriniana y el superior local”, comúnmente conocido
como Vademécum de la comunidad, comenzó en 2019 con el envío a los miembros del Secretariado general para
la vida religiosa, algunas indicaciones sobre cómo organizar la reflexión sobre el Vademécum con los respectivos
Secretariados regionales/provinciales de vida religiosa. Las observaciones enviadas por los secretariados se
recopilaron y se debatieron en una reunión online del Secretariado general, llevado a cabo el 30 de enero de 2020.
Se había programado un encuentro del mismo Secretariado para la redacción del texto actualizado (Roma del 5
al 8 de mayo de 2020). La reunión no pudo realizarse debido a la pandemia del Covid-19. En el Consejo de
Congregación organizado online el 9 de octubre de 2020, se decidió que la Dirección General preparara el
borrador del texto actualizado.
Este borrador presenta un texto que:
-
refleja las instancias recopiladas por los secretariados regionales/ provinciales;
respeta en gran medida la primera versión del Vademécum, considerada aun válida también por el
Capítulo;
mantiene referencias a las enseñanzas del Fundador;
utiliza referencias más recientes a documentos del Magisterio;
busca dar claridad a la tipología de comunidad religiosa scalabriniana y simplificar su creación y
supresión;
introduce algunos párrafos sobre la dinámica de la vida fraterna en común, con la convicción de que será
posible crecer en la vida fraterna a través de la participación efectiva a la vida de comunidad;
mantiene la importancia del rol del superior local, pero simplifica la descripción.
El texto también propone un título diferente, que no contiene el término “Vademécum”, que incluso no estaba
presente en el primer texto - y que se refiere esencialmente a la vida fraterna en comunidad, sin enfatizar el papel
del superior local, como lo solicitaron algunos. Se mantuvo sin embargo el término “superior local” porque se
trata de un término canónico contenido en las Reglas de la Vida (RV) y porque el término se refiere a un rol, no
a la superioridad de algunas personas respecto de otras.
El texto sigue siendo rico en las referencias a los fundamentos teológicos y a las motivaciones de fondo que
subyacen a nuestra elección de vivir juntos como hermanos. Por esto es útil considerarlo personalmente y en los
encuentros de comunidad, para profundizar las convicciones que ya tenemos y ayudarnos en la conversión que
siempre necesitamos. Nuestro crecimiento en la vida fraterna en común será tan fuerte como fuerte será nuestro
crecimiento en la fe en Cristo que nos ha llamado a hacerlo presente entre los migrantes, una llamada que nos
obliga a ser “expertos de comunión”, «testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que está en la cima
de la historia del hombre según Dios» (Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares,
Religiosos y promoción humana, 12 de agosto de 1980, 24).
Que María, Consuelo de los migrantes y de los exiliados, nos acompañe, para que, ayudándonos a declinar los
verbos de la acogida y del amor, nos haga alegres y convencidos servidores del vino nuevo en la Iglesia de su
Hijo Jesús.
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Capítulo I: LA VIDA DE LA COMUNIDAD
“Ningún tipo de hombre, por más rico que sea de fuerzas individuales, si no se sujeta a la gran ley de la unidad,
podrá hacer cosas grandes; mucho menos lo lograrán los Misioneros que, obrando en las almas como simples
instrumentos de Jesucristo, reciben toda su eficacia de este soberano principio que los informa”.
(Scalabrini, A los misioneros en las Américas, 15 de marzo de 1892).
1. Dimensión teologal y apostólica de la comunidad
«La comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se
puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado. Esto sucede merced al amor recíproco de cuantos
forman la comunidad, un amor alimentado por la Palabra y la Eucaristía, purificado en el Sacramento de la
Reconciliación, sostenido por la súplica de la unidad, don especial del Espíritu para aquellos que se ponen a la
escucha obediente del Evangelio» (Vita Consecrata, 42).
Llamados por el Espíritu, nosotros Scalabrinianos vivimos este espacio teologal en el contexto de la dispersión
causada por las migraciones. Por tanto, la comunidad scalabriniana, nacida y fundada en el Espíritu Santo, actor
de unidad y comunión, es profecía y testimonio del Reino justamente donde son más fuertes los signos de la
división y de la injusticia y donde las personas experimentan la presencia del mal, la exclusión, la explotación,
la desilusión y la muerte.
Conscientes de que el hombre viejo no ha muerto en nosotros y de que nosotros mismos somos a menudo autores
del pecado de exclusión, que humilla e instrumentaliza a nuestros hermanos, queremos ser solidarios con el
hombre contemporáneo que busca formas de convivencia que respeten y valoren la diversidad. Nuestra vida
comunitaria se convierte en un “signo de liberación y salvación” por su forma de acoger la diversidad y reconocer
al otro, porque está fundamentada sólo sobre la palabra y el amor de Cristo. Si el paso de la diversidad a la
división es diabólico, obra del pecado, el paso de la diversidad a la unidad que asume, pero no confunde, puede
ser sólo obra de la dinámica de muerte y resurrección propia del misterio pascual.
Unidos por el Espíritu, los scalabrinianos continuamos la misión de Jesús para reunir en una sola familia de Dios
a los hermanos migrantes dispersos, asumiendo como norma de vida el estar juntos entre hermanos que tienen la
misma vocación como signo y anticipación de la unidad que anunciamos. “La fraternidad es el primer y más
creíble Evangelio que podemos narrar” (Alégrense, 9)
Siendo la vida comunitaria y la vida apostólica don y manifestación del amor de Dios, se llaman entre sí y se
edifican recíprocamente.
Consagrados y convocados en comunión por el Espíritu, hemos sido enviados a hacer don de nuestra comunión
a los migrantes a fin de que sean profetas y testigos en la Iglesia-comunión en camino hacia la fraternidad del
Pentecostés.
2. Corresponsabilidad y apoyo recíproco en la vida de fe y consagración
“Unión, pues, oh, queridísimos hermanos e hijos, unión con Jesucristo, ante todo. Vosotros obtendréis esta unión
alimentando la fe en vosotros, mediante ejercicios constantes de piedad y manteniendo viva la gracia en vuestro
corazón.
Fruto de dicha unión será luego la unión entre vosotros mismos, aquella unión que Jesucristo invocó de manera
tan ardiente para sus discípulos y que sigue siendo tan necesaria”.
(Scalabrini, A los misioneros en las Américas, 15 de marzo de 1982)
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Nosotros los scalabrinianos, «llamados por Dios a la santidad en virtud del bautismo, tendemos a la perfección
de la caridad para con Dios y el prójimo, viviendo nuestra vocación misionera en comunidad de vida y en la
práctica de los consejos evangélicos. En la comunión íntima con Cristo y con los hermanos, podremos alcanzar
una madurez personal, humana y cristiana más completa y una acción apostólica más eficaz» (RV 38).
Es por tanto necesario alimentar la consagración con una vida de fe y caracterizar la fe con la especificidad de la
consagración. Esto sucede si fe y consagración son vividos no sólo individualmente sino en comunidad. Nos lo
recuerda también el Papa: “Siempre en comunidad, porque vuestra vocación es precisamente para los migrantes
que se les unen” (Francisco, Discurso a los capitulares, 30 de octubre de 2018).
Cada scalabriniano es ante todo para los cohermanos memoria de la presencia del Señor y de la propia
consagración. Esto tiene lugar principalmente sintiéndose «cada uno responsable de la oración de todos y todos
de la de cada uno», cultivando con frecuencia «el espíritu de oración en la vida comunitaria y personal» (RV 41),
y encontrando en la Eucaristía la expresión más elevada de la vida comunitaria y el manantial del compromiso
de evangelización (cfr. RV 42, 43, 44).
3. Proyecto misionero y mandato
“Para lograr esto os ruego, queridos míos, os suplico por las entrañas de Jesucristo y por el bien de nuestros
hermanos, no disgregar vuestras fuerzas empleándolas cada uno por cuenta propia y sin otra guía que la
voluntad personal: mas sed unidos todos como una cosa sola: ut unum sint. Unidos de pensamientos, de afectos,
de aspiraciones, como sois unidos por un único fin”.
(Scalabrini, A los misioneros en las Américas, 15 de marzo de 1892)
La Congregación tiene su proyecto misionero que, de conformidad con las Reglas de Vida, es delineado en los
Capítulos Generales (cfr. RV 192/e), verificado constantemente en las Asambleas de los Superiores Mayores
(cfr. RV 233 § 1/b) y puesto en marcha por la Dirección General (cfr. RV 280 §1). A este proyecto global se
inspiran las elecciones programáticas de las Provincias que, a su vez, cada una de las comunidades traduce con
fidelidad creativa, adaptándolas a su realidad y a las necesidades locales. Al mismo tiempo, las intuiciones de las
comunidades locales inspiran el proyecto misionero de las Regiones/Provincias y convergen en el proyecto
misionero del Capítulo General. Se trata de un proyecto único que, en diferentes niveles, se realiza de manera
armonizada y coordinada, se desarrolla dinámicamente en una interacción constante, y es verificado y actualizado
periódicamente por las comunidades. El garante de este proyecto orgánico en el ámbito de la Congregación es el
Superior general; en el ámbito de la Provincia, el Superior provincial; en el ámbito local, el Superior local.
El proyecto misionero scalabriniano incluye también, como parte integrante y fundamental, el proyecto de la
comunidad hacia sí misma: la forma concreta de convivencia, los tiempos y las modalidades para el crecimiento
comunitario, el ejercicio de la autoridad y de la corresponsabilidad. Como instruye el XV Capítulo General, “El
proyecto misionero de cada comunidad ordene también en la vida interna de la comunidad, precisando
prioridades, compromisos e instrumentos concretos y adecuados” (XV CG, 22.3).
La fidelidad al proyecto requiere, en todos los niveles, continuidad y corresponsabilidad. Para que esto tenga
lugar, el religioso vive su servicio como un envío misionero, de conformidad con un mandato, otorgado por
escrito por el Superior Mayor. En él se indican la naturaleza, los objetivos y el ámbito del servicio por
desempeñar, ya sea dentro de la comunidad religiosa, lugar del primer testimonio misionero (cfr. can. 673), como
fuera de ella. Los términos del mandato estén especificados en cada asignación del religioso. El mandato se
inserta en el proyecto misionero de la comunidad local y pone en evidencia el sentido de pertenencia del religioso
a la Congregación y es garantía de organicidad y de continuidad de la misión que debe desempeñar. Del mandato
derivan derechos y deberes recíprocos entre el religioso, la comunidad local y el superior mayor que lo envía. La
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eficacia del mandato depende también de la calidad de las relaciones interpersonales y de la plenitud y
transparencia de la comunicación.
No obstante que la responsabilidad de las obras y actividades pastorales esté confiada a cada uno de los
cohermanos, el Superior sigue siendo el promotor y el coordinador de las diferentes actividades (cfr. RV 174),
que se insertan en la globalidad del proyecto misionero. El Superior, en efecto, representa a la Congregación y
es garante del proyecto confiado a su comunidad. Bajo su responsabilidad recae, pues, no sólo la vida religiosa
interna, sino también el ejercicio del apostolado externo (cfr. can. 678 § 2).
4. Servicio pastoral de la Congregación
“Recordad, queridos míos, que ejercéis el sagrado ministerio en el campo reservado a su inmediata
jurisdicción...No emprendáis nunca algo sin el beneplácito de Aquel que el Espíritu Santo ha colocado para
dirigir la diócesis en la que os encontráis. Humildes y devotos, reconoced en él a vuestro padre, a aquel que
debe hacer que derramen las bendiciones de Dios sobre vuestras fatigas y, como tal, rodeadle de un amor
reverencial y del respeto más afectuoso”.
(Scalabrini, A los misioneros en las Américas, 15 de marzo de 1892)
La Congregación es una comunidad apostólica que, fiel a la inspiración de los orígenes, lee constantemente el
fenómeno migratorio, interpretándolo a la luz de la Palabra de Dios y del carisma del Fundador y traduciéndolo
en iniciativas evangelizadoras concretas.
Mediante las diferentes comunidades locales, ella ejerce su apostolado:
-
ofreciendo su servicio en obras o cargos pastorales que le son confiados por los Obispos diocesanos o por
otros Organismos eclesiales;
realizando y dirigiendo obras y actividades propias, en línea con el carisma específico, con la aprobación
de los Obispos diocesanos.
Los criterios de discernimiento fundamentales para asumir una obra o una función pastoral, son las exigencias
de la Iglesia y la respuesta al carisma scalabriniano, en sintonía con el proyecto de la Congregación y de la
Región/Provincia.
La aceptación de cada servicio pastoral debe estar precedida siempre por el diálogo y por una convención suscrita
por las partes, en la que se especifique claramente: la naturaleza de la obra o cargos y las formas para desarrollar
el servicio; el número de los religiosos nombrados; los recíprocos compromisos de carácter financiero; las formas
y las obligaciones referentes al cese del servicio; eventuales cláusulas y reservas.
La asunción de una nueva obra o actividad pastoral en nombre de la Congregación es deliberada por el Superior
general con el parecer de su Consejo, bajo propuesta del Superior provincial interesado, previa consultación con
los cohermanos de la Provincia. Asimismo, el cese del servicio es de competencia del Superior general con el
parecer de su Consejo y luego de haber consultado al Superior regional o provincial. (cfr. RV 188)
El nombramiento de los religiosos para los oficios y actividades pastorales es hecho por la Autoridad Eclesiástica
competente, con la presentación o, por lo menos, con el parecer del Superior Mayor, de conformidad con las
normas del derecho (cfr. can. 681, 682).
El nombramiento a los cargos y actividades en las casas, residencias y comunidades religiosas, es conferido por
el Superior Mayor de conformidad con las normas del derecho propio.
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5. Comunión fraterna y coparticipación de los bienes
“¡Lejos del Misionero las vanas celosías, las palabras injuriosas, las contiendas y las competiciones! Cada uno
sea tranquilo y tolerante en el cumplimiento de los propios deberes, cada uno compadezca los defectos del otro,
cada uno vea el modo para conservar la unidad del espíritu gracias al vínculo de la paz”.
(Scalabrini, A los misioneros en las Américas, 15 de marzo de 1892).
“En una sociedad de enfrentamiento, de la difícil convivencia entre diferentes culturas, de la opresión de los más
débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, mediante el
reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir del don del que cada uno es portador, permita
vivir las relaciones fraternas” (Francisco, A todos los consagrados, 2014).
a) Comunión de los bienes espirituales
Es una exigencia propia y cada vez más sentida de la vida fraterna en comunidad, la comunicación de los bienes
espirituales. En la comunidad scalabriniana esta comunicación acontecerá a través de momentos dedicados, con
la periodicidad que se retendrá más acorde por los miembros, a:
-
El compartir en comunidad la palabra de Dios y la propia experiencia de fe;
La oración en común (celebración eucarística, liturgia de las horas, adoración);
El diálogo sobre la implementación y verificación del proyecto misionero;
La revisión de vida y la corrección fraterna.
Cada religioso debe trabajar activamente para construir la comunidad, sin pretender encontrarla adecuada para
él. Por tanto, la calidad de las relaciones interpersonales adquiere una gran importancia.
“La fraternidad no produce la perfección de las relaciones, sino que toma el límite de todos y lo lleva en el
corazón y en la oración como una herida infligida por el mandamiento del amor: un lugar donde el misterio
pascual produce la curación y fermenta la unidad” (Escrutad, 13).
Las comunidades scalabrinianas deben distinguirse “por la cordialidad de su acogida y por la hospitalidad” (RV
59), especialmente hacia sus cohermanos, que, en cada hogar o residencia, deben encontrar una acogida cordial
y gratuita.
b) El compartir de los bienes materiales
El compartir de los bienes materiales en la comunidad scalabriniana es testimonio del desapego requerido por la
secuela de Jesús y en vista a la realización del proyecto misionero y el apoyo a las necesidades de los religiosos
y de la comunidad.
El efectivo compartir de los bienes se implementa de acuerdo con los principios y las normas del Directorio
Económico de la Congregación
6. Comunidad abierta
“Tened siempre y únicamente como objetivo la gloria de Dios y el bien de las almas. Sed dignos del amor de los
buenos, del odio y de la persecución de los tristes. Mostrad cada vez más que vuestro celo es igual sólo a vuestro
desinterés, que en Dios y sólo en El ponéis toda vuestra esperanza, que de Dios y sólo de Él esperáis la
recompensa y que nunca abandonaréis las fatigas mientras haya infelices por consolar, ignorantes por instruir,
pobres por evangelizar y almas por salvar”.
(Scalabrini, Discurso a los misioneros que estaban por partir, 10 de diciembre de 1890)
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“Estamos entonces llamados como Iglesia a salir para ir a las periferias geográficas, urbanas y existenciales - las
del misterio del pecado, del dolor, de las injusticias, de la miseria - a los lugares ocultos del alma donde cada
persona experimenta la alegría y el sufrimiento de vivir” (Alégrense, 2014, 11)
“Se pide, pues, a los consagrados un renovado y vigoroso testimonio evangélico de abnegación y sobriedad, en
un estilo de vida fraterna inspirado en criterios de sencillez y hospitalidad, también como ejemplo para quienes
permanecen indiferentes a las necesidades del prójimo. Este testimonio, naturalmente, irá de la mano del amor
preferencial por los pobres y se manifestará de manera especial en el compartir las condiciones de vida de los
más desposeídos. No son pocas las comunidades que viven y trabajan entre los pobres y marginados, abrazan su
condición y comparten sus sufrimientos, problemas y peligros” (Vita Consecrata, 90).
“Las Regiones/Provincias pongan a disposición las diferentes estructuras scalabrinianas, tanto de carácter social
como religioso, para responder de manera oportuna y temporal a las necesidades de la migración que ‘viene a
nosotros’, especialmente en países donde no existan condiciones para establecer estructuras apropiadas” (XV
CG, 13.3).
Todo scalabriniano debe ser “experto en la acogida y la comunicación” y cada comunidad scalabriniana debe
transformarse en una “casa abierta” donde todos los migrantes y aquellos que trabajan o pretenden trabajar para
ellos, puedan encontrarse para proyectar, construir y celebrar la fraternidad de los hijos del mismo Padre. Por
eso, sean reservados y garantizados lugares y horarios adecuados en el proyecto de la comunidad, para que se
desarrolle correctamente la vida personal y la dinámica comunitaria, especialmente para los tiempos de oración,
estudio, descanso y reuniones de formación y verificación. Cada comunidad sabrá ofrecer toda su “historia”: las
estructuras, las realizaciones, las experiencias, los modelos, las metodologías, el espíritu... como “memorial”,
como lugar concreto donde se actualiza el servicio de caridad del samaritano y el acontecimiento del lavatorio
de pies para los migrantes viejos y nuevos y para la comunidad local.
En el ejercicio de su misión específica, las comunidades se sirven, siguiendo el ejemplo del Fundador, de la
colaboración de todos aquellos que son sensibles a las situaciones y las necesidades de los migrantes, y quieren
comprometerse con ellos, sea en el ámbito eclesial como en el civil. Las casas y residencias scalabrinianas deben
ser puntos de referencia y animación de estas fuerzas, para servir a los migrantes (ver RV 33).
7. Comunidad vocacional
“La multiplicación de los sacerdotes es lo mismo que dar vida a todas las obras buenas imaginables”.
(Scalabrini, Istituzione dell’Opera S. Opilio, 1892). “Es difícil conservar el espíritu de la vocación durante
mucho tiempo viviendo aislado”.
(Scalabrini, Carta a Gherardo Pio di Savoia, 1894).
“Es necesario, por tanto, promover una cultura vocacional que sepa reconocer y acoger esa profunda aspiración
del hombre, que le lleva a descubrir que sólo Cristo puede decirle toda la verdad sobre su vida” (Juan Pablo II,
XXX Jornada Mundial de las Vocaciones, 1993).
“La llamada del Señor a servirle en el mundo de la migración se dirige a todos. Es necesario que se cree una
cultura vocacional en nuestros puestos pastorales. Esto significa suscitar vocaciones con nuestra oración,
testimonio y trabajo pastoral, sin delegar esta misión sólo para algunos hermanos. Todas nuestras realidades
pastorales están llamadas a promover iniciativas encaminadas a la promoción vocacional” (XV Capítulo General,
35.1).
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La comunidad scalabriniana está llamada a ser una comunidad vocacional, porque es una comunidad en la que
la vocación se vive con alegría, en la que la consagración se testimonia y la alegría y el testimonio se comparten
con la invitación: Ven y verás.
Es una comunidad que tiene una cultura vocacional, hecha de conciencia del don recibido y de la capacidad de
compartirlo con los migrantes que anhelan más de la vida y con los jóvenes que están en búsqueda y con los
cuales sabemos cultivar “la semilla delicadísima” de la vocación, como la llamó Scalabrini.
Capítulo II: TIPOLOGIA DE LA COMUNIDAD LOCAL
“Ustedes Bien sabes que la columna vertebral de toda comunidad es la concordia y la disciplina. Y estas dos
cosas las recomendaréis a vuestros cohermanos de una manera muy especial. Sin ellos, incluso si fueran un
ejército, tendrían poco éxito; con ellos, aunque sean pocos, harán maravillas”.
(Scalabrini, Carta al P. Novati, 2 de abril de 1905).
“En estas casas los Misioneros tendrán vida común, y cuando tengan que ir a las Colonias por orden del
Superior, volverán allí tan pronto como se cumplan sus compromisos, para preservar el espíritu de la
Congregación y retomar fuerzas en torno a la vida común y a la disciplina”.
(Reglamento 1888, cap. VIII, n. 3)
Nuestra Congregación está presente en el mundo de la movilidad humana a través de comunidades capilarmente
distribuidas, ágiles y capaces de insertarse fácilmente en contextos de marginación. Incluso en estas situaciones
de vida, fuertemente caracterizadas por la experiencia de la dispersión y la división, queremos vivir y testimoniar
el signo de comunión propio de una vida fraterna en común, más legible aun cuando la comunidad está formada
por religiosos de origen y de cultura diversa.
Nuestra vida fraterna se articula en diferentes formas:
1. La comunidad en la casa religiosa
“La comunidad constituida por al menos tres religiosos, con su propio superior en su sede: forma que mejor que
ninguna otra responde al proyecto de vida fraterna en común” (RV 53§1). Esta forma de comunidad se erige
ordinariamente en una casa religiosa, por decreto del Superior General, con el consentimiento de su Consejo, a
propuesta del Superior regional / provincial, con el consentimiento previo por escrito del Obispo diocesano (can.
609).
Los elementos constitutivos de una casa religiosa son: el decreto de erección, una comunidad de al menos tres
religiosos; una sede determinada; un superior local; un lugar de oración donde se celebra y se conserva la
Eucaristía (cf. can. 608).
La supresión de la casa religiosa es competencia del Superior general, con el consentimiento de su consejo, a
propuesta del Superior regional/provincial, previa consulta al Obispo diocesano (can. 616, § 1).
Los criterios para proceder a la erección canónica de una casa religiosa son (cf. can. 610): la utilidad de la Iglesia
y de la Congregación; la previsión de una suficiente estabilidad con respecto a la sede y el número de miembros;
la posibilidad efectiva de vivir según el carisma y la índole propia de la Congregación; medios de subsistencia
suficientes para los religiosos.
La casa religiosa erigida tiene personalidad jurídica según el can. 115, párrafo 2.
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Cualquier modificación de la finalidad para la que se erigió la casa está regulada por el c. 612.
2a. La comunidad de varias residencias
“La comunidad constituida por religiosos que residen, por motivos pastorales, en varias residencias con un único
superior” (RV 53§2).
La constitución de dichas comunidades debe realizarse “sólo por las razones de ministerio que exige el proyecto
comunitario y con la garantía de una efectiva dinámica comunitaria, que prevé: la presencia-acompañamiento de
un superior capaz de realizar eficazmente su rol hacia los miembros de su comunidad; la organización sistemática
de momentos de oración, de revisión de vida, de programación pastoral; el compartir de los bienes” (Documento
Final de la XI ASM, nº 1/b).
La constitución de más residencias en una única comunidad religiosa y la agregación de una residencia a una
determinada comunidad se deliberan por decreto del Superior mayor competente, obtenido el consentimiento del
propio Consejo y después de haber informado al superior general.
2b. La comunidad en la residencia religiosa
La comunidad en la residencia religiosa, mencionada en 2a, está formada por dos religiosos y no tiene un superior
propio, sino un responsable (RdV 263). Cada residencia religiosa pertenece a una comunidad con varias
residencias o depende directamente del superior mayor (cf. XI Asamblea de Superiores Mayores, 1.c). A
diferencia de la casa religiosa, la residencia religiosa no tiene personalidad jurídica.
Las residencias religiosas son abiertas o cerradas por el Superior regional/provincial interesado, con el
consentimiento de su consejo, tras informar al superior general. Para la apertura se requiere el consentimiento
previo del Obispo diocesano; para el cierre, basta con informarle con antelación.
3. La “presencia” scalabriniana
Religiosos solos que, por válidas razones, no pueden hacer una referencia efectiva a una comunidad local y que
están a las directas dependencias del superior general, regional o provincial (cf. RV 53§3).
En tal caso se habla de “presencia” scalabriniana, motivada por la voluntad de la Congregación de asegurar
determinados servicios misioneros de carácter temporal, precario o de emergencia o para responder a peticiones
particulares en línea con el carisma, sin crear estructuras como una casa religiosa. o la residencia. Son situaciones
aprobadas de manera excepcional, porque faltan aspectos esenciales de la vida fraterna en común.
Para responder a particulares exigencias pastorales, de animación o de actualización de los religiosos, cada
Provincia puede formar agrupaciones de varias comunidades o residencias a nivel de área. El funcionamiento de
estas agrupaciones está determinado en los respectivos directorios regionales/provinciales.
Capítulo III: LAS DINÁMICAS DE LA VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD
“En la comunidad se está juntos no porque nos hemos elegido los unos a los otros, sino porque hemos sido
elegidos por el Señor” (VFC n. 41)
El XI Capítulo General señaló el camino para el crecimiento de la vivencia de la misión como comunidad de
consagrados cuando estableció que la misión debe ser un proyecto de comunidad (la comunidad que proyecta)
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pero también que la construcción de la comunidad (comunidad como proyecto) es inherente a la misión. La
distinción de los dos aspectos es conceptual, no existencial, porque la misión tendrá eficacia y continuidad sólo
si es la misión de la comunidad, y es en la misión que se construye la comunidad. “Nuestras comunidades tienen
un significado eminentemente apostólico, ya que en la unidad de los hermanos manifiestan la venida del Señor y
son una fuente de gran energía para el apostolado” (RV 10). “Nuestra primera acción evangelizadora es nuestra
vida misma” (XV CG 9).
La conceptualización del capítulo no formuló las dinámicas necesarias para construir la vida fraterna en común.
Estas dinámicas deben ser formuladas e implementadas, en la libertad de realización propia de cada contexto
diferente. Se trata de una explicitación de aspectos ya señalados en el Capítulo I, n. 5.
a. El compartir de la consagración. Vivimos “en una comunidad de vida en la práctica de los consejos
evangélicos” (RV 9). La vida fraterna en común encarna el carácter comunitario de la consagración y favorece
el apoyo mutuo en la fidelidad a las promesas. Esto implica sabernos ayudar:
-
-
en la conducta de una vida sobria y en caridad hacia los pobres, evitando retener o utilizar sumas personales
y cultivando la responsabilidad hacia los demás a través de rendición de cuentas fieles y correctas;
en el respetar el trabajo e invertir nuestras energías especialmente en la misión, manteniendo la corrección en
las relaciones interpersonales, permaneciendo abiertos en las amistades y ayudándonos en tiempos de
dificultad;
en el participar activamente del diálogo y discernimiento que se desarrolla en la comunidad, aceptando sus
conclusiones.
b.
El compartir de la oración. “Como la Iglesia, de la que forma parte viviente, la nuestra es ante todo una
comunidad de fe y de culto: se construye y persevera en la oración, que culmina en la Eucaristía, signo eficaz del
amor a la unidad” (RV 10). “Nos convertimos en el lugar del Evangelio cuando nos aseguramos para nosotros y
a favor de todos, el espacio del cuidado de Dios, impedimos que todo el tiempo esté lleno de cosas, de actividades,
de palabras” (Escrutad 13). “El misionero debe ser un contemplativo en acción. Si el misionero no es
contemplativo, no puede anunciar a Cristo de forma creíble” (Redemptoris Missio 91).
La corresponsabilidad en la oración brota del ejemplo y, si es necesario, del llamado recíproco. Sea en los
ambientes de formación como en aquellos de pastoral directa, será de particular utilidad la práctica de la lectio
divina.
c.
El compartir de la misión a través de la programación, actualización y evaluación del proyecto
misionero. Cada religioso en la comunidad, en la diversidad de roles y competencias, contribuye a la
programación, la realización y evaluación del proyecto misionero. Para que sea vivido como un proyecto
comunitario, es necesario preparar y adherirse a modalidades de intercambio frecuente, donde la programación
brota de la contribución de todos y la evaluación contribuye al camino en común. Es sobre todo esta dinámica la
que favorece el encuentro y el diálogo, que son la premisa del anuncio, como nos ha recordado el XV Capítulo
General. Es sobre todo en esta dinámica donde se relacionan tradición y renovación, los componentes necesarios
para ser creativamente fieles al carisma del Fundador y a la misión que la Iglesia nos ha confiado. “En la vida
consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos, entre la observancia y la profecía. ¡No las
veamos como dos realidades opuestas! Dejemos más bien que el Espíritu Santo las anime a ambas, y el signo de
esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida; y la alegría de ser guiados por el
Espíritu, nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que guía, que nos
invita a ir hacia el horizonte” (Francisco, XVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, 2 de febrero de 2014).
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La verificación del proyecto misionero debe tener siempre presentes los criterios de ejemplaridad, especificidad
y significatividad recomendados por el XIV Capítulo General.
d.
El compartir del perdón. Al menos una vez al año, en el contexto de un retiro espiritual o en otro momento,
se debe dar espacio a la revisión de vida y la corrección fraterna en común. Somos nosotros los que en primer
lugar necesitamos del perdón del Salvador y del perdón mutuo, y lo que predicamos a los migrantes debemos
primero saberlo vivir entre nosotros. El compartir del perdón nos ayuda a crecer en vigilancia. “Vigilar es mirar
el corazón. Debemos ser dueños de nuestro corazón” (Francisco, Discurso a los rectores y alumnos de los colegios
pontificios e internados de Roma, 12 de mayo de 2014). Permanecemos vigilantes si nos confrontamos con
alguien y si nos acercamos con frecuencia al sacramento de la reconciliación.
e.
El compartir de la alegría en el encuentro. “No estamos llamados a realizar gestos épicos o a proclamar
palabras altisonantes, sino a dar testimonio de la alegría que proviene de la certeza de sentirnos amados, de la
confianza de ser salvados” (Alégrense 3). Con realismo, pero con confianza, se nos invita a vivir la experiencia
de la vida fraterna en común no como una “maxima poenitentia” sino como el contexto en el que nos sentimos
realizados, nos sentimos felices, nos sentimos como en casa. “La alegría se consolida en la experiencia de la
fraternidad” (Alégrense 9). Para que esto suceda es necesario participar en el encuentro con los demás en la mesa,
en la fiesta, en el entretenimiento y en el compartir de la amistad.
Capítulo IV: ROLES ESPECÍFICOS DENTRO DE LA COMUNIDAD
Llevar a la comunión las diversidades para que se destaque la fraternidad pentecostal de la Iglesia, es la finalidad
de la comunidad scalabriniana: una finalidad que no sólo es anunciada, sino que quiere ser anticipada por el modo
en que se viven las relaciones en la misma comunidad. Es un desafío que requiere un alto precio, una constante
crítica evangélica hacia los valores y los disvalores de la propia cultura y la disponibilidad de morir a las propias
convicciones y expresiones culturales y a la propia autoafirmación para reconocer al otro y entrar en comunión
con él.
Todo esto debe conducir a desempeñar un papel o un oficio en la comunidad simplemente como un servicio al
bien de la comunidad misma.
A. El Superior
“Para mi gran disgusto he llegado a saber algo que me parece apenas creíble, y es que algunos de nuestros
sacerdotes misioneros consideren al Superior de cada casa, más como un Superior de título y honor, que como
un Superior efectivo.
Para erradicar este error que tiende nada menos que a la confusión y destrucción de nuestra pequeña y humilde
Congregación, debo aclarar que el Superior de cada casa es verdadero, efectivo Superior de todos los
Misioneros, Sacerdotes y hermanos que se encuentran en la misma casa”.
(Scalabrini, Circular a los superiores locales, 15 de febrero de 1893)
Exhortamos a una guía que no deje las cosas como están, que “aleje la tentación de dejar pasar y considere inútil
cualquier esfuerzo por mejorar la situación. Se perfila entonces, el peligro de convertirse en gestores de la rutina,
resignados a la mediocridad, inhibidos para intervenir, faltos de coraje para señalar las metas de la auténtica vida
consagrada y corriendo el riesgo de perder el amor de los orígenes y el deseo de testimoniarlo. “(CIVCSVA, El
servicio de la autoridad y la obediencia, 2008, p. 28).
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Para conocer la voluntad de Dios en nuestra vida y acción misionera, nos colocamos en una actitud de búsqueda
común, a la luz de la Revelación, de las orientaciones de la Iglesia y de nuestro carisma. “El superior, signo y
vínculo de comunión, anima y guía esta búsqueda y, cuando sea necesario, la concluye con una decisión” (RV
14).
En otros números, las Reglas de vida destacan los siguientes elementos propios de la figura del superior: está al
servicio de la vida religiosa y de la misión apostólica (cf. RV 172); es signo y promotor de unidad en la caridad
(cf. RV 174); ejerce la autoridad con espíritu de servicio, en la docilidad a la voluntad de Dios (cf. RV 175);
promueve y coordina las actividades de los cohermanos (cf. RV 174), actuando corresponsablemente con ellos
(cf. RV 176); es el responsable inmediato de la observancia de las Reglas de vida y el primer animador de la vida
religiosa (ver RV 264).
El rol del superior es, por tanto, ante todo de naturaleza pastoral, como bien se expresa en el can. 619 y como ha
sido desarrollado por el IX Capítulo General (Documento Final, n. 11, 1986).
Nuestra historia sugiere que sean dos las dificultades que encontramos en las comunidades en lo que respecta al
rol y a la relación con el superior: quien ejerce el rol no cumple con todas las dimensiones que el rol conlleva;
quien se relaciona con el superior no reconoce en él todas sus funciones, recurriendo en algunos casos a la
autogestión, en otros casos recurriendo a la autoridad superior.
Para poder mejorar la corrección de la relación entre el superior y los demás religiosos, es por lo tanto necesario
que:
-
el superior actúe no por sí solo, sino en comunión con los hermanos, con el fin de realizar un servicio
apostólico en el ámbito del proyecto comunitario;
pueda contar con la aceptación, la ayuda y el sentido de corresponsabilidad de los cohermanos;
pueda contar con el apoyo de la autoridad superior, de conformidad con el principio de subsidiariedad.
Para facilitar el aprendizaje del rol de superior local, se deben establecer iniciativas de formación, dirigidas sobre
todo a los superiores locales de primer nombramiento.
En el gobierno de la Región/Provincia, se valorice la asamblea de los superiores locales “para tratar cuestiones
relativas a la vida religiosa de la comunidad y la verificación del proyecto misionero en las residencias y
comunidades religiosas” (RdV 254bis). En la realización de la asamblea se reserve un tiempo para la
profundización de lo que implica el rol de superior.
B. El Ecónomo
Las Reglas de Vida establecen que cada casa o residencia religiosa tiene su propio ecónomo, designado de
acuerdo con el art. 271 § 1, “en la medida de lo posible distinto del superior local” (can. 636, § 1).
A cada religioso se le asegure durante el tiempo de formación una adecuada instrucción para adquirir los
conocimientos básicos de contabilidad y poder actuar correctamente como ecónomo o administrador de obras.
En las comunidades formadas por religiosos residentes en varias residencias, los ecónomos de residencia hacen
referencia directamente al único superior local.
Es deber de cada religioso elaborar el informe personal que debe entregarse al superior local y no al ecónomo.
La fiel rendición de cuentas es signo de corresponsabilidad en la administración de bienes al servicio de la misión.
El rol del ecónomo local no coincide con el del administrador de obras, aunque los dos cargos puedan estar
ocupados por la misma persona. El ecónomo realiza su tarea en relación a la comunidad religiosa; el
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administrador, en cambio, en relación con una determinada obra y sus funciones se rigen por el derecho eclesial
o civil según sea el caso.
La administración de la comunidad religiosa debe mantenerse cuidadosamente separada de la de las obras,
evitando cualquier forma de mezcla y superposición.
El ecónomo local y el administrador de obras presentan informes administrativos periódicos al superior local,
que los transmite al superior provincial, en la forma y en los plazos previstos por las Reglas de Vida (art. 297,
298).
Para que los cohermanos puedan sentir como verdaderamente propio el proyecto comunitario, será
responsabilidad de los superiores locales, con la colaboración de los ecónomos y de los administradores de las
obras, informar periódicamente a la comunidad también sobre los aspectos económicos y los datos contables, sea
de la comunidad religiosa como de las obras a ella encomendadas.
Para los aspectos relativos al compartir y a la administración de los bienes, se haga referencia al Directorio
económico.
CONCLUSIÓN
El Fundador ha dado mucha importancia a la vida fraterna en común, como atestiguan las numerosas referencias
a sus palabras contenidas en estas Orientaciones. El hecho de que nuestra historia esté llena de referencias a la
vida en común indica que nos resulta difícil vivirla. A menudo, esta dificultad se atribuye a la naturaleza de
nuestro apostolado. Somos pequeñas comunidades dispersas, enviadas al mundo de la movilidad humana, que
tiende a fragmentarse y desintegrarse, pero que también sienten la necesidad de agregación y encuentro. Tenemos
que encontrar nuestro estilo de vida fraterna y estas Orientaciones están destinadas a ser una pequeña ayuda en
esto. Pero no debemos tapar nuestros límites con la motivación del apostolado. “En la vida religiosa, la vida
fraterna en comunidad, vivida con sencillez y alegría, es la primera y fundamental estructura de la
evangelización” (CIVCSVA, La vida fraterna en comunidad, 2 de febrero de 1994, 55). Y tampoco podemos
utilizar las diferencias étnicas y culturales como excusa. “Estamos llamados a reconocernos como fraternidad
abierta a la complementariedad del encuentro en la convivencia de las diferencias, para proceder unidos”
(Escrutad, 13).
Recordemos siempre las motivaciones que están a la base de nuestra consagración y recordemos que
“Precisamente en la simple vida cotidiana, la vida consagrada crece en progresiva maduración para convertirse
en el anuncio de un modo de vida alternativo al del mundo y al de la cultura dominante” (Caminar desde Cristo:
un renovado compromiso de la vida consagrada en el Tercer Milenio, 6).
Si nos parece que no estamos progresando lo suficiente, no nos cansemos. “No pierdan nunca el impulso de
caminar por los caminos del mundo, ni la conciencia de que caminar, incluso con paso inseguro, cojeando, es
siempre mejor que quedarse quietos, cerrados en las propias preguntas o en las propias seguridades” (Francisco,
Audiencia, 10 de mayo de 2014).
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