Miguel Borja ESPACIO Y GUERRA Colombia Federal 1858 - 1885 4 ->t l UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA INSTITUTO DF ESTUDIOS PULÍ TICOS Y RELACIONES INTERNACIONALES, IEPRI Miguel Borja es investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia; catedrático de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de esa institución, y profesor de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP). Sociólogo, magíster en Estudios Políticos y doctor en Historia. Autor de obras pioneras como Estado, sociedad y ordenamiento territorial en Colombia (2002), Enfoques sobre el espacio- tiempo (2004) y Políticas públicas y organización territorial (2005). Coautor de El gobierno en Colombia: territorio y cultura (2005); El gobierno en los Andes centrales: la metrópoli en la sabana (2007), y Justicia sin rostro: estudio sobre la justicia regional (1996) ESPACIO Y GUERRA Colombia Federal 1858-1885 MIGUEL BORJA ESPACIO Y GUERRA Colombia Federal 1858-1885 UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA INSTITUTO DE ESTUDIOS POLITICOS Y RELACIONES INTERNACIONALES IEPRI ESPACIO Y GUERRA Colombia Federal 1858-1885 © Universidad Nacional de Colombia Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales - Iepri © Miguel Borja Primera edición, 2010 ISBN: 978-958-719-425-8 Revisión de texto Martha Elena Reyes Diseño de portada Camilo Umaña Preparación editorial e impresión: Editorial Universidad Nacional de Colombia Luis Ignacio Aguilar Zambrano, Director [email protected] Bogotá, D.C., Colombia Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Borja Alarcón, Miguel Antonio, 1954Espacio y guerra : Colombia Federal 1858-1885 / Miguel Borja. - Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), 2010 306 p.: il. Incluye referencias bibliográficas ISBN: 978-958-719-425-8 1. Conflicto armado - Historia - Colombia - Siglo XIX 2. Geografía histórica 3. Geografía económica 4. Colombia - Historia - Guerra Federal, 1858-1885 1. Tít. CDD-21 303.609861/ 2010 A mis padres, colonos del valle y el cañón del Cauca El presente libro es resultado de mi tesis doctoral presentada en el Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Fabio Zambrano fue mi director de tesis y sin su ayuda no hubiera sido posible comenzar y terminar el trabajo. Estuvo pendiente de los pasos que fui dando y de la manera en que poco a poco tejí el texto final, me reveló el mundo de la historiografía contemporánea del país y la importancia del tema que estaba investigando. Su ge­ nerosidad para compartir los amplios conocimientos que tiene del trabajo historiográfico y de la historia de Colombia, su vocación por la cartografía histórica y la geohistoria y su apoyo en los momen­ tos difíciles fueron un aliciente permanente y una fuente de inspi­ ración en el camino que emprendí. Igualmente, los profesores del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colom­ bia constituyeron una fuente de conocimiento que fortaleció mis pasos como estudiante. Con ellos y mi grupo de estudio establecí diversos diálogos creativos a partir de los cuales alcancé a conocer y dominar el ámbito de la historia. Orlando Fals Borda me honró con su compañía intelectual y su amistad en los últimos años. El me orientó inicialmente por las investigaciones alrededor del espacio-historia y me mostró la importancia de analizar los asuntos relacionados con la sociedad, el tiempo y el territorio. Su preocupación por el análisis de la vio­ lencia y el ordenamiento territorial me encauzaron por el estudio de las relaciones entre espacio y guerra. La profesora Mary Roldán y los profesores Augusto Javier Gómez López y Heraclio Bonilla tuvieron la amabilidad de leer la tesis como jurados. Sus observaciones y recomendaciones fueron una gran ayuda para la redacción final del texto. Un reconocimiento especial merece de mi parte quienes la­ boran en el Archivo General de la Nación (AGN) en donde prácti­ camente desarrollé la tesis. Allí el doctor Mauricio Tovar y Carlos Puentes me orientaron en el trabajo de archivo. Asimismo, debo destacar la ayuda que se me prestó en los archivos regionales, en particular en el Archivo Histórico de Cartago, y en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Igualmente, gracias al doctor Víctor Zuluaga, histo­ MIGUEL BORJA AGRADECIMIENTOS 9 riador regional, con el cual forjé un diálogo alrededor del tema y quien me facilitó parte de sus documentos, los archivos correspon­ dientes al Fondo Mosquera del Archivo Central del Cauca. Gracias también a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia y a la Escuela Superior de Administración Pública por su colaboración. Agradezco a mi hija, Sonia Margarita Borja, geógrafa de la Universidad Nacional de Colombia, la elaboración de la cartografía que acompaña el libro, a mi hermano Hernán Borja, guía incansa­ ble por los caminos del lenguaje, la revisión de estilo y la corrección inicial de los textos, a mi compañera de viaje por la vida, Margarita Quintero, y a mis hijos Miguel Fabián y Sonia Margarita su decidi­ do apoyo. Finalmente, guardo gratitud con las amigas, amigos y cole­ gas del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, con ellos he ve­ nido discutiendo los asuntos aquí tratados. Su actual director, el doctor Gabriel Misas Arango, brindó el soporte necesario para la discusión académica del documento en el Instituto y su posterior publicación. 10 CONTENIDO Introducción................................................................................................ 17 Primera parte El problema.......................................................................... 51 1.2 El escenario geohistórico de la Guerra Federal.................................................................................... 64 1.3 La guerra en los valles: el valle del Cauca................................................................................ 67 1.3.1 Los acontecimientos armados de 1860 en el valle del Cauca......................................................... 71 Los acontecimientos armados de 1876 en el valle del Cauca......................................................... 87 Los sucesos armados de 1885 en el valle del Cauca......................................................... 95 1.4 La guerra en las montañas........................................... 104 1.4.1 La guerra en el cañón del Cauca, las Tierras de Arma.......................................................... 104 La guerra en el Páramo de Los Mellizos................................................................... 119 1.3.2 1.3.3 1.4.2 1.5 Los limitantes del entorno geográfico para las actividades de la guerra.............................. 126 1.5.1 La geografía fragmentada y tropical...................... 127 1.5.2 El clima y la guerra.......................................................... 128 1.5.2.1 Los inviernos........................................................................ 128 1.5.2.2 Los veranos, las tierras calientes............................... 130 1.5.3 Los ríos de la guerra........................................................ 132 1.5.4 Los caminos de la guerra.............................................. 142 Conclusiones parciales................................................... 157 MIGUEL BORJA EL PROBLEMA 1.1 11 Segunda parte GEOHISTORIA DE LA GUERRA FEDERAL 2.1 La distribución y estructura territorial de la guerra........................................................................... 161 La tendencia hacia la conformación de Estados nacionales: la internacionalización del espacio de la República.................................................................... 161 El papel de la guerra en la génesis de las comunidades y los Estados políticos en la Colombia Federal................................ 175 2.4 La Colombia Federal........................................................ 184 2.5 Las disputas por la soberanía política.................... 192 2.6 El impacto de los Estados nacionales en la tipología de la guerra........................................... 202 2.7 Los problemas de la organización territorial de los Estados-nación de la Colombia Federal y su impacto sobre la guerra.................................................................... 209 2.7.1 Las tendencias separatistas........................................ 210 2.7.2 La defensa del territorio del Estado........................ 213 2.7.3 Las tensiones en las zonas fronterizas.................. 216 2.7.4 El sentido del espacio, las tendencias expansionistas.................................................................... 222 Los problemas de la división territorial y su impacto sobre la guerra........................................ 225 Los problemas por límites, su impacto sobre la guerra.................................................................... 229 2.9 El espacio geohistórico de la guerra........................ 243 2.9.1 Elementos de geografía histórica............................. 243 2.9.2 Situación geohistórica.................................................... 248 2.9.3 Las colonizaciones de frontera: su impacto sobre los conflictos armados............. 250 Conclusiones parciales................................................... 259 Conclusiones generales.......................................................................... 263 Bibliografía.................................................................................................. 271 Anexos: cuadros........................................................................................ 287 2.2 2.3 2.7.5 2.8 12 1 2 3 Estadísticas de la Guerra Federal, según Gustavo Arboleda............................................... 53 Niveles de hostilidad en Colombia, 1810-1960............................................................................ 55 Datos generales de población y territorio de la Nueva Granada, según Elíseo Reclus y los censos de 1851 y 1870......................................... 162 MIGUEL BORJA ÍNDICE DE TABLAS 13 ÍNDICE DE CUADROS 1 Datos generales del Estado Soberano de Antioquia......................................................................... 289 2 Datos generales del Estado Soberano de Boyacá............................................................................... 290 Datos generales del Estado Soberano del Cauca................................................................................ 291 Datos generales del Estado Soberano de Cundinamarca incluida Bogotá........................... 292 5 Datos generales del Estado Soberano de Panamá............................................................................. 293 6 Datos generales del Estado Soberano de Santander........................................................................ 294 Datos generales del Estado Soberano del Tolima.............................................................................. 295 8 Datos generales de la región del valle y el cañón del Cauca......................................................... 296 9 Datos generales de las principales ciudades de Antioquia y Cauca.................................. 297 Datos del tamaño del territorio de la Nueva Granada, según Codazzi, Esguerra y Reclus.............................................................. 300 11 Censos generales de población de la Nueva Granada........................................................ 300 12 Estadísticas de los combatientes en la guerra de 1876, según Manuel Briceño.................................................................................... 301 Levantamientos armados 1857-1885 de acuerdo con las estadísticas de Gustavo Arboleda....................................................... 302 Estadísticas de algunas batallas de la Guerra Federal, según datos de Manuel Briceño............................................................ 302 15 Estadísticas de territorio y población, según Joaquín Esguerra................................................ 303 16 Estadísticas de la revolución de 1876. Batallas................................................................................... 304 3 4 7 10 13 14 14 1 El espacio geohistórico de la Guerra Federal......................................................... 51 2 Ámbito espacial de la Guerra Federal..................... 58 3 Los Estados Soberanos según los estudios de Agustín Codazzi y el territorio actual de Colombia y Panamá................................................... 60 4 Regiones geográficas según Ernesto Guhl........... 67 5 Teatro de operaciones de la campaña del Cauca, 1876................................................................... 88 6 Escenario Batalla de Garrapata................................. 115 7 Las superficies lisas de la Guerra Federal............ 133 8 Caminos principales........................................................ 143 9 Camino del Quindío........................................................ 145 MIGUEL BORJA ÍNDICE DE MAPAS 15 ABREVIATURAS 16 AGN: Archivo General de la Nación, Bogotá, Colombia. ACC: Archivo Central del Cauca, Popayán, Colombia. AS: Archivo de Salento, Salento, Colombia. AHC: Archivo Histórico de Cartago, Cartago, Colombia. BLAA: Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá, Colombia. INTRODUCCIÓN El estudio de los escenarios de la guerra en Colombia en el siglo XIX permite descubrir una serie de hechos históricos y pers­ pectivas analíticas importantes para la comprensión de la guerra y la sociedad de la época. Una primera revelación tiene que ver con el papel desempeñado por la región del valle y el cañón del Cauca y sus tierras aledañas, convertida en el principal teatro de los con­ flictos armados durante dicho siglo, el cual persiste como escenario de la violencia y las disputas bélicas. La región ha sido a su vez el asiento de una de las economías más dinámicas de la nación. Diferentes ciclos de la economía del país se han desarrollado en el área: la minería del oro y la plata du­ rante la Colonia y buena parte del siglo XIX; la economía cafetera, fundamento de la internacionalización y el despegue de la industria y el comercio; finalmente, el desarrollo de una industria y una agri­ cultura modernas. Las actividades económicas mencionadas dieron lugar al surgimiento y a la consolidación de ciudades tan importan­ tes como Medellín, Popayán, Cali, Manizales, Pereira y Armenia; igualmente, obligaron a Bogotá y a la sabana a salir de su parroquialismo y a mirar hacia los núcleos geoeconómicos de la nación, que comenzaron a mostrarle el norte de la sociedad burguesa. Dichos centros urbanos y sus áreas circundantes conforma­ ron lo que algunos autores han denominado el triángulo de oro, el centro geoeconómico del país. Núcleo cuyas raíces vienen desde la Colonia y que en los años de la Colombia Federal entre 18581885 adquirió inusitada fuerza. Periodo en que empieza la coloni­ zación de las laderas de las cordilleras, donde se dieron diferentes procesos de ocupación del espacio. Colonización que pasó de una agricultura de subsistencia a la del café, y compensó la baja de los ingresos provenientes de las minas de oro, desmedro que se venía produciendo por lo menos desde finales del siglo XVIII. Las tierras del oro se transformaron en las tierras del café, hecho social y eco­ nómico dinamizador de la región, tanto en su infraestructura físi­ ca como institucional, y que arrastró en su dinámica a las ciudades que habrían de delimitar el nuevo triángulo de oro: Medellín, Bo­ gotá y Cali. De esta forma, la triada de la Colonia, Bogotá, Popayán MIGUEL BORJA El espacio geohistórico de la Guerra Federal 17 y Cartagena, se convirtió en un vestigio del pasado. Además de la nueva trinidad, existía en su interior otro triángulo constituido por Manizales, Pereira y Armenia, ciudades formadas en la época y que conocieron un crecimiento económico acelerado en dos fases: la Guerra Federal del siglo XIX y la Violencia de 1948-1964. Manizales fue fundada en 1848 como una ciudad de fronte­ ra en el extremo sur del Estado de Antioquia, posición estratégica que le permitía incidir sobre los dos grandes valles fluviales, el del Cauca y el del Magdalena, y sobre la red de caminos de la región, un emplazamiento que la colocaba en el centro de la economía minera en las Tierras de Arma y en el pivote de la colonización antioque­ ña desplegada en la vertiente oriental y occidental de la cordillera Central. Esta posición le posibilitó un rápido desarrollo en la Co­ lombia Federal. Pero así como allí se movían los mineros y los colo­ nos, también se diseminaban los actores de la guerra. La ciudad fue escenario permanente de los conflictos armados, y su hegemonía en el espacio circundante siempre estuvo en disputa por parte de antioqueños y caucanos. Estos últimos trataron de colocar fronte­ ras de contención territorial alrededor de Manizales. Lo intentaron a partir de la fundación de Villamaría, Pereira y Cartago. La guerra habría de mostrar que la verdadera frontera se encontraba más al sur, entre Buga y Los Cerrillos. En todo caso, durante la Colombia Federal, Manizales fue centro de las disputas armadas, el comer­ cio, la minería y la agricultura. La región del valle y el cañón del Cauca constituye una fron­ tera abierta, dinámica, en donde los colonos y los comerciantes an­ tioqueños construyeron un paisaje cultural en consonancia con sus tradiciones económicas y sociales. Con anterioridad, la minería ha­ bía dado lugar incluso al asentamiento en la región de una colonia europea, única en el país. Ella se estableció en Marmato durante el siglo XIX y pronto se extendió a Supía y Riosucio. Allí estuvo Boussingault trabajando con 150 mineros ingleses: “Hombres turbulen­ tos, aficionados al licor en su mayoría”1. Llegaron del extranjero mé­ dicos, ingenieros, capataces y mineros expertos, contratados por las 1 18 Jean Boussingault, Memorias. Tomo 2. Bogotá. Banco de la República, 1985, p. 189. 2 Alvaro Gártner, Los místeres de las minas. Crónica de la colonia europea más gran­ de de Colombia en el siglo XIX, surgida alrededor de las minas de Marmato, Supía y Riosucio. Manizales, Universidad de Caldas, 2005. 3 Para el caso de González, Salazar y &, véase Marco Palacios, El café en Co­ lombia, 1850-1970. Una historia económica, social y política. Bogotá, El Áncora, 1983; Otto Morales, Testimonio de un pueblo. Bogotá, Banco de la República, 1962. Para el caso de la compañía Burila, véase: Olga Cadena, Procesos de colonización en el Quindío. El caso Burila, 1884-1930. Tesis de Maestría en Historia. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1988. MIGUEL BORJA compañías inglesas que explotaban los yacimientos2. Esta es una de las causas por la cual Tomás Cipriano de Mosquera consideraba a la región como ‘la joya de la corona’ del Cauca y los antioqueños busca­ ran anexionarla a su Estado. La economía de la minería y su impacto en la agricultura y el comercio llevaron a que Antioquia abandonara sus veleidades de los primeros años de la Independencia por buscar una salida al mar y orientara sus esfuerzos expansionistas hacia su frontera sur, con el fin de llegar a dominar el cañón del Cauca, en donde estaban Supía, Marmato y Riosucio, poblaciones pertene­ cientes al Estado del Cauca. Por tanto, el sentido del espacio de las clases dirigentes de la sociedad antioqueña cambió de norte, asunto favorecido por cuanto el entorno natural de las tierras aledañas al cañón del Cauca formaba parte de la región de las montañas antioqueñas. El rompecabezas para Antioquia era que la región con la economía más dinámica en su ámbito espacial pertenecía política­ mente al Cauca. De ahí la importancia geoeconómica que adquirió la fundación de Manizales al frente del triángulo minero del cañón del Cauca, relevancia acrecentada con el tiempo cuando la economía regional, que le marcaba el paso a la economía de la República, entró a ser dominada por la producción cafetera. De acuerdo con los imaginarios de la colonización, los cam­ pesinos se movían en territorios considerados baldíos, por lo cual la propiedad de la tierra no parecía constituir una traba para el de­ sarrollo de una agricultura dinámica y para la creación de formas comunitarias de socialización y organización política. Es cierto que en diversas ocasiones los colonos entraron en disputas violentas con grandes propietarios como González, Salazar y & y la Sociedad Burila3; pese a ello, se logró consolidar en algunas partes una eco­ nomía campesina pujante. Además, liberada la economía minera de las trabas señoriales de la Colonia, fue fundamento de procesos 19 de acumulación de capital que habrían de complementarse con los resultados de la economía cafetera y con otras actividades: la agri­ cultura de ‘pan coger’, la antigua guaquería, la ganadería, la porcicultura, la arriería y el comercio, actividades impulsadas por los procesos de fundación de pueblos y ciudades, de transformación de los paisajes geográficos en paisajes culturales. Un movimiento de ocupación del espacio regional dinamizador de la economía de los Estados de la Confederación que sentó las bases primigenias para el desarrollo del núcleo histórico que habría de contener las nuevas formas de sociedad y economía conducentes al establecimiento del capitalismo a partir de la segunda mitad del siglo XX, a la integra­ ción del espacio de la República y, como derivación, a la creación de un mercado nacional. Deler ha indicado que el movimiento de colonización de las vertientes andinas inició el acercamiento de es­ pacios anteriormente separados. Pero más que un acercamiento, la región en realidad se convirtió en una frontera de tensión. Una lí­ nea de contacto de los Estados integrantes de la República y de rela­ ción entre los diferentes grupos sociales de una Colombia diversa, en donde coexistían múltiples comunidades. Frontera de tensión, lugar de partida hacia los cuatro puntos cardinales, que “suscita la modernización, el desarrollo de diversas redes de comunicación y estimula el despegue de una urbanización multipolar, dentro de un contexto de acumulación capitalista”4. En la región, como corola­ rio, se puede fijar el lugar en donde el capital comienza a expresarse e inicia “la gran transformación” de la sociedad y la nación. Paralelas a estas actividades económicas y de poblamiento emergieron la guerra y la violencia como en ninguna otra parte del país; la violencia, que acompaña a los procesos de acumulación ori­ ginaria de capital. De tal modo los procesos de acumulación, desde la guaquería hasta el narcotráfico, han estado ligados a la violencia. El valle y el cañón del Cauca y sus tierras aledañas vieron correr no sólo el capital sino también la sangre, vertida en las disputas por la tierra, los recursos del oro y de la plata, la economía del narco­ tráfico, las fricciones entre los partidos y sus diferentes facciones, y en el enfrentamiento entre los portadores de diversos proyectos 4 20 Jean-Paul Deler, Estructuras y dinámicas del espacio colombiano. En: Cua­ dernos de Geografía, X(l). Bogotá, Departamento de Geografía, Universidad Nacional de Colombia, p. 165. de construcción de la sociedad y la economía. Desde las tempranas horas del siglo XIX hasta la Guerra de los Mil Días, la región fue un espacio geohistórico de los enfrentamientos armados, el semillero en el cual se forjaron “los viejos odios” desencadenadores de los torbellinos de la violencia y de la guerra. Posteriormente, el área fue escenario de la Violencia y los conflictos bélicos de la Colombia contemporánea. De modo que si en alguna parte del país se puede constatar que la guerra es la partera de la historia, es precisamente en la región del valle y el cañón del Cauca. Frente a la realidad enunciada, esta investigación buscó com­ prender por qué la región mencionada fue un escenario recurren­ te de la guerra y la violencia durante la Colombia Federal entre los años de 1858-1885. Con este propósito se acudió en primer lugar a la geohistoria, como marco explicativo, pues el trabajo es una indaga­ ción sobre el espacio-historia de Colombia. Se apoyó en la teoría del medio y sus diferentes versiones en el contexto de la historiografía. Se consideró oportuno partir de las orientaciones metodológicas de los fundadores de la Escuela de los Annales. Así, la investigación se inscribe en el amplio campo de la geohistoria, tal y como fue traza­ do por dicha escuela, que borró las falsas fronteras entre la historia y la geografía. A partir de la Escuela de los Annales, y en especial desde la obra de Fernand Braudel, se ha precisado la importancia de los tiempos geográficos, la cultura material y la construcción de los espacios y de los factores fisiogeográficos como el clima, la vegeta­ ción y el relieve, entre muchas de las variables que ayudan a diluci­ dar la trama de la historia. Los Annales resaltaron la necesidad de estudiar las relaciones entre sociedad, espacio y tiempo, el impera­ tivo de ubicar en el tiempo y el espacio los fenómenos sociales. En definitiva, se ponderó la urgencia de no dejar a los actores históricos “flotando en el aire”, es decir, la necesidad de estudiar las interrela­ ciones entre medio y sociedad, entre población y naturaleza. Las orientaciones de la geohistoria fueron básicas para el presente libro, pues desde ellas se puede vislumbrar que las carac­ terísticas fisiogeográficas del valle y el cañón del Cauca, su posición en el contexto de los diversos Estados-nación existentes entre los MIGUEL BORJA La geohistoria y los espacios geohistóricos de la guerra 21 años de 1858-1885 y las dinámicas económicas y sociales que allí se daban favorecían que dicho espacio se convirtiera en un teatro de los conflictos armados de la Guerra Federal. La geohistoria de la región la muestra como una frontera de tensión, una “línea de contacto”, una región encabalgada entre los Estados Soberanos, ruta del comercio y de la guerra, encrucijada de los puntos geoeconómicos del país y estrella andina de las naciones en formación de la Colombia Federal. Este hecho histórico permite formular, con el objetivo de estudiar la dinámica de la guerra en la Colombia Fede­ ral durante los años de 1858-1885, una teoría histórica de alcance intermedio, “la teoría de los espacios geohistóricos de la guerra”, la cual se esboza a continuación y se desarrolla a lo largo del texto. Se propone que se entienda por espacios geohistóricos de la guerra aquellos contenedores territoriales de los sucesos bélicos en donde los conflictos armados son de larga duración, de repetición y de alta intensidad. Espacios que se delinean como procesos históri­ cos a partir de la acción de diversas comunidades, adyacentes o no, que se vuelcan sobre unas áreas regionales ricas en oportunidades de desarrollo social y económico, y en los que se busca dirimir los conflictos económicos, sociales y políticos, a partir de la guerra y la violencia. Espacios que se forjan debido a sus características fisiogeográficas pero, ante todo, como consecuencia de su ubicación espacial y de las posibilidades económicas y sociales que generan para diferentes comunidades y pueblos históricos. Estos espacios se diferencian de los núcleos geohistóricos de las naciones porque en ellos no se da lugar al surgimiento de Estados nacionales, a identidades societarias definidas como uno de los prerrequisitos básicos de la conformación de la ciudadanía moderna, manteniéndose como los contenedores espaciales de una amalgama de comunidades históricamente enfrentadas, separadas en su cultura y estilos de vida, pero unidas geográficamente. Si la sociedad precomunista mantiene una rivalidad permanente de cla­ ses sociales, abierta o soterrada, como señaló Marx, en los espacios geohistóricos de la guerra se presenta igualmente una lucha con­ tinua entre diferentes Estados nacionales, protoestados, grupos y comunidades económicas o políticas, formales e informales. En el caso colombiano, uno de los rasgos centrales de la or­ ganización social de los espacios geohistóricos tiene que ver con su 22 impronta de frentes de colonización, de fronteras de avanzada, de grupos campesinos desarraigados de sus terruños, de poblaciones en entredicho, forjadoras de nuevos tipos de economía y contene­ dores territoriales. Esto evidentemente es favorecido por las diná­ micas de la construcción del espacio como frontera de la guerra y de la colonización, lo cual induce a que los conflictos y las tensiones sociales se resuelvan por fuera de los marcos del Estado político. Los espacios geohistóricos de la guerra son territorios enca­ balgados entre diversas formaciones y organizaciones nacionales e internacionales, y a pesar del reconocimiento formal de sus lími­ tes, están permanentemente en entredicho o, al menos, son “fron­ teras de fuego”. La paz no es más que el tiempo durante el cual se incuban los nuevos enfrentamientos: una tregua en una guerra de larga duración. Zonas de tensión, áreas de frontera, territorios de colonización, líneas de contacto, son conceptos que se aproximan a lo que se entiende por espacios geohistóricos de la guerra. Pero existen diferencias; basta con saber que no siempre una zona de tensión es un hecho permanente en el tiempo, y que las áreas de frontera, los territorios de colonización y las líneas de contacto no están siempre acompañadas de guerra y violencia. Para una mejor comprensión de lo que se entiende por es­ pacios geohistóricos de la guerra y las dinámicas de la Guerra Fe­ deral, en el libro se realiza un ejercicio de historia comparada con la región del Mediterráneo. Con este fin, se acude a los trabajos de Fernand Braudel e Yves Lacoste, quienes han mostrado que el Mediterráneo es un área de tensión entre Oriente y Occidente, un teatro de la guerra recurrente, en fin, uno de los espacios geohistó­ ricos más importantes de los conflictos bélicos. Igualmente, el trabajo se apoya en las teorías de Charles Tilly sobre el papel de la guerra, el capital y las ciudades, en la formación de los Estados modernos5. En la región encontramos dicha trinidad, favorable no sólo a la consolidación del valle y el cañón del Cauca 5 Charles Tilly, Coerción, capitalylos Estados europeos, 990-1990. Madrid, Alian­ za, 1990. MIGUEL BORJA Discusión sobre el papel y la naturaleza de la Guerra Federal 23 como una zona de tensión fronteriza, sino también a la formación de las protonaciones y los Estados integrantes de la Colombia Fede­ ral. La asociación de las variables de la guerra, la formación de ca­ pital y las ciudades, como antecedentes de la génesis de los Estados políticos, permitió convalidar uno de los postulados centrales del trabajo: la tendencia hacia la conformación de múltiples Estadosnación en el país, postulado que, a su vez, allanó el camino para considerar a las guerras de 1859-1862,1876-1877,1884-1885 y las “revoluciones locales” como acontecimientos dentro de una guerra de larga duración: la Guerra Federal, y la clasificación de ella como una guerra interestatal. Con esta perspectiva, fueron importantes los aportes de Norbert Elias y Eric Hobsbawm sobre la sociogénesis de los Estados y las naciones. Igualmente, el libro bebe en la litera­ tura que postula el papel axial de la violencia en los cambios socia­ les y económicos, literatura dominada por la sociología alemana, cuyos máximos representantes siguen siendo Marx y Weber, quie­ nes estiman la violencia como una variable básica para estudiar la génesis de la sociedad, el Estado y sus instituciones. De otra parte, se emplearon las herramientas propias de la historia regional y los avances que en torno al estudio de las regio­ nes del país durante el siglo XIX existen en la historiografía colom­ biana. Las anteriores tradiciones académicas ayudaron a construir la teoría de los espacios geohistóricos. Paralelamente, permitieron dilucidar una de las grandes anacronías de las ciencias sociales en el país: la consideración como regiones de las naciones y los Esta­ dos en formación del siglo XIX. Tal falencia no ha permitido expli­ car el surgimiento de un espacio geohistórico de la guerra en el área objeto de estudio, ni las dinámicas de violencia concomitantes a las tendencias de construcción de diferentes Estados-nación a lo largo y ancho de la República6. 6 24 En sus escritos sobre la región andina, Heraclio Bonilla ha planteado las vicisi­ tudes de la construcción del concepto de región. De acuerdo con él, la región se puede definir de múltiples maneras: “En función de la perspectiva de análisis y de los objetivos que se quieran lograr. En términos económicos por ejemplo, es el flujo de bienes y hombres el que diseña una región. En términos cultu­ rales, es la extensión de los mismos patrones el que señala sus fronteras o la adhesión a un conjunto de normas y valores específicos. En términos políticos, la región está definida por el ámbito de poder y autoridad que ejerce el grupo dominante. En cambio, la definición histórica de una región es mucho menos precisa y al mismo tiempo más incluyente. La conciencia histórica compartida de pertenecer a una región por parte de los grupos sociales que viven en ella es, tal y como Pierre Vilar (1962) lo demostrara para la Cataluña moderna, el elemento central en la caracterización de una región desde una perspectiva histórica. Una conciencia histórica de ese tipo es la condensación de un con­ junto de fuerzas, desde las materiales hasta las simbólicas, que motivan la ac­ ción de los hombres y que les permite la identificación de sus intereses con un territorio”. Heraclio Bonilla, Los Andes: la metamorfosis y los particularismos de una región. En: El futuro del pasado. Las coordenadas de la configuración de los Andes. Tomo II. Lima, Instituto de Ciencias y Humanidades, Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2005, p. 586). La condensación de fuerzas indicadas por Heraclio Bonilla que dan lugar a una región en un territorio determinado es precisamente la que no se da en las diferentes partes integrantes del país durante el siglo XIX, lo que incluso explicaría por qué las clases dirigentes de los Estados Soberanos no pudie­ ron controlar su ámbito territorial y buscaron la conformación de regiones políticas, protoestados. En el presente libro se prefiere utilizar el término de Estado, en vez del de región, indicando con el mismo la existencia de tenden­ cias a conformar Estados políticos en los diferentes espacios de la República en Colombia entre 1858-1885. Pues en realidad lo que encontramos es una propensión a organizar asociaciones políticas en ámbitos territoriales que se presentaban como Estados, de acuerdo con los modelos de la revolución po­ lítica. Las clases dirigentes de la época enfocaron su catalejo hacia el mundo de Occidente. Por eso su énfasis en el reclamo de la soberanía territorial y sus intentos por establecer el monopolio de la violencia legítima y el recaudo fiscal en cada uno de sus ámbitos geográficos. Entre los años de 1858-1885 se encuentra un conjunto de clases dirigentes en los Estados Soberanos, uno de cuyos proyectos políticos era la construcción de Estados que les permitiera consolidar ámbitos de gobiernos propios y autónomos. Nótese que mientras la región se construye frente a la nación -una dialéctica que no podía surgir en el siglo XIX, pues como han indicado varios historiadores aún se estaba en el camino hacia la nación-, los Estados Soberanos se construían frente a la Confederación. Por esto a lo largo de los años mencionados se asiste a múl­ tiples tensiones entre los gobiernos de los Estados y el de la Confederación, fricciones que fueron ampliamente estimuladas por el hecho de que la elec­ ción del presidente de la Confederación, a partir de la Constitución de 1863, se hacía a partir del voto de los Estados; de ahí que las interferencias con la autonomía política de cada uno de los Estados fuera constante y se convirtie­ ra en leit motiv de la guerra. En todo caso, cuando en el presente documento se emplee el término Estado para referirse a los nueve Estados Soberanos del siglo XIX, es necesario entender con el mismo los proyectos que durante dicha época surgieron en Colombia encaminados a la construcción de Esta­ dos políticos, de comunidades imaginadas (Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Traducción del inglés, Eduardo Suárez. México, Fondo de Cultura Económica, 1993). MIGUEL BORJA El énfasis en la región y no en la existencia de diversas forma­ ciones sociales y económicas protonacionales, ha obstaculizado la 25 mirada sobre las rivalidades y enfrentamientos dados en la zona de tensión fronteriza entre los dos tipos de sociedad predominantes en el país en dicho periodo: la de las llanuras y la de las montañas. El valle y el cañón del Cauca fueron línea de fricción entre ambas sociedades, y en la Guerra Federal se asiste al enfrentamiento per­ manente entre los hombres de las llanuras y los de las montañas. Habitantes de dos mundos que se miraban con recelo, trenzados en luchas por el poder y el territorio. La llanura y la montaña fueron entornos contenedores de diferentes civilizaciones, estilos de vida, sociedades y políticas, generadores de la bipolaridad central que lleva a la guerra: enemigo-amigo. La llanura y la montaña se constituyeron en asiento de diver­ sos imaginarios económicos y sociales. La llanura, los valles fluvia­ les y las costas fueron lugares donde se ubicaron los portadores de imaginarios vinculados con cánones de ruptura de los imaginarios de la Colonia. En estos espacios, hacia la época de la Colombia Fe­ deral, se asentaron tendencias ligadas al imaginario generado en Occidente por la revolución política y la revolución de La Comuna en Francia. El espejo del jacobinismo fue de buen recibo por parte de algunos sectores políticos y amplios grupos sociales, como el li­ beralismo radical del altiplano de Popayán. Liberalismo radical do­ minante en el Estado-nación del Cauca, Santander y la costa caribe, y aliento de las luchas de quienes estaban por fuera de “la sociedad mayor”7. Existía una tendencia hacia la construcción de un Estado moderno, de un Estado político, de un Estado laico. Allende las llanuras, en la región de las montañas se habían establecido los principales centros del poder hierocrático y habían configurado una dominación espiritual basada en los imaginarios de una civi­ 7 26 No obstante, desde otro ángulo Hermes Tovar realiza observaciones de aná­ lisis divergentes: “Ciudadanos y observadores de la época describieron los vacíos y la fortaleza de las retóricas y prácticas de quienes, desde el partido liberal condujeron la economía, la sociedad y la política, a un proceso de mo­ dernización, con resultados magros Y la razón de su fracaso radicaba en la oposición entre los deseos y el conocimiento de la realidad. Esta disociación se convirtió en un abismo a donde fueron a parar de cabeza todos los proyec­ tos radicales Aunque hay que reconocer que de este atropello a la realidad algo bueno pudo resultar”. (Hermes Tovar, Colombia: imágenes de su diversidad (1492 a hoy). Bogotá, Educar, 2007, p. 197). 8 Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII. Traducción del francés, Jorge Ferreiro. México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1991. MIGUEL BORJA lización cristiana, que hacían, por ejemplo, del Estado antioqueño un Estado que reconocía privilegios a la religión católica, aun cuan­ do ya la Constitución de 1863 había dejado de lado la referencia a dios. Antioquia, el altiplano de Pasto y la sabana de Bogotá cons­ tituían las zonas geográficas herederas de lo que Gruzinski llama La colonización de lo imaginario8. En el caso especifico de las tierras caucanas, hacia el sur se encontraba el núcleo geohierocrático del altiplano de Pasto, en donde la iglesia vivía a sus anchas y había tomado las armas desde tempranas horas de la República con el fin de defender sus privilegios. Hacia el norte se encontraba otro núcleo geohierocrático en el Batolito Antioqueño, en donde existía también un clero guerrero y misionero, que venía orientando bajo el marco del imaginario católico la colonización antioqueña. De manera tal que el valle y el cañón del Cauca, asiento de “insumisos” y de portadores de otras fabulaciones entre dios y el hombre, como las civilizaciones negras e indígenas, fácilmente podía convertirse en un escenario del enfrentamiento de dos imaginarios culturales y religiosos: el del jacobinismo en la versión del liberalismo radical del Cauca y el del catolicismo en la versión del conservatismo doc­ trinario. Las pretensiones del liberalismo radical no iban más allá de la construcción del Estado moderno, del Estado que no reconoce pri­ vilegios a la religión. Pero en este camino habría de chocar con una confesión religiosa que no sólo era el mayor poder espiritual, sino también el mayor poder temporal. Así, pues, lo material se conjugó con lo espiritual, generándose un torbellino diabólico que habría de ayudar a hacer saltar por los aires cualquier remanso de paz. El nú­ cleo central del liberalismo radical en Bogotá se adelantó a su tiem­ po, y el 5 de julio de 1853 estableció la separación de la Iglesia y del Estado; el 21 de julio de 1861 expidió el decreto de tuición de cultos y el 9 de septiembre de 1861 decretó la desamortización de bienes de manos muertas. Quienes orientaban al liberalismo radical en Bo­ gotá no alcanzaban a percibir que poco a poco se estaban despertan­ do las pasiones que habrían de llevar a una guerra de larga duración: “Múltiples conflictos suscitó en la sociedad colombiana esta afirma- 27 ción del Estado como Estado; desde las simples polémicas hasta la guerra civil. Lo cierto es que la iglesia recibió del liberalismo radical lecciones que la encaminaron [...] hacia una actitud de hostilidad y de condena permanente del liberalismo”9. En este contexto, la so­ ciedad de la montaña no tardó en enarbolar la bandera religiosa, de manera que las sociedades de la llanura y los valles fluviales, desde 1860 se vieron inmersas en confrontaciones armadas. Pero si en la Guerra de los Conventillos y de los Supremos se había dado una guerra civil, en el año de 1876 se estaba frente a una guerra interes­ tatal entre el Cauca y Antioquia, Estados portadores de imaginarios y proyectos de construcción de la sociedad y del Estado diferentes. En estas luchas se reafirmaron las facciones políticas y los Estados; la iglesia católica, derrotada y avasallada, terminó cada vez más por refugiarse en las montañas, desde donde no volvería a salir hasta la época de la Violencia; los insumisos continuaron desterrados en las periferias territoriales, en las tierras calientes, en las llanuras, en los valles fluviales y en las costas. Establecida la existencia de los Estados, el siguiente paso fue desmontar la consideración de las guerras mencionadas como gue­ rras civiles. En el texto se demuestra su carácter de guerras inter­ estatales, conflictos armados acompañados por guerras civiles, en cada uno de los Estados. El haber encontrado una serie de Estados refundidos en la historiografía nacional, y diferentes civilizaciones de acuerdo con las teorías de Fernández-Armesto10, viabilizó el uso de la historia comparada para el estudio del problema de investigación. Con esta dirección, se partió del supuesto de que en la Colombia Federal de la segunda mitad del siglo XIX, el país se encontraba dividido en una serie de Estados rivales enfrentados por múltiples motivos, entre ellos los relacionados con la definición y organización de su territo­ rio, lo que tornaba un ruedo de guerra el escenario de la República. Los Estados eran formaciones sociales y económicas con autonomía territorial y política que rivalizaban por el poder, los recursos eco- 28 9 Miguel Borja y Margarita Quintero, Religión y violencia en Colombia. Tesis de grado en Sociología, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, mayo 26 de 1987. 10 Felipe Fernández-Armesto. Civilizaciones. La lucha del hombre por controlar la naturaleza. Bogotá, Taurus, 2003. 11 Actualmente en la literatura histórica se abre paso la tesis de Kónig que indica que durante buena parte del siglo XIX Colombia ni siquiera estaba en el ca­ mino hacia la nación. (Hans-Joachim Kónig, El camino hacia la nación. Nacio­ nalismo en el proceso de formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750-1856. Traducción del alemán, Dagmar Kusche y Juan José de Narváez. Bogotá, Banco de la República, 1988). Las dificultades para la formación de la nación y la consolidación de las re­ giones como una realidad estructural del país llevaron a María Teresa Uribe y Jesús Alvarez, en su libro Poderes y regiones: problemas en la constitución de la nación colombiana, 1810-1850, a orientarse por una apuesta metodológica que no presupone la existencia de la nación sino que intenta ver el proceso de la gé­ nesis de ella como parte constitutiva del proyecto político de una fuerza social comprometida con la emancipación, unificada frente al objetivo de lograr la independencia, pero escindida en lo relativo con el ejercicio de la dominación y el control político. Una fuerza social que enfrentó su tarea en un espacio económico heterogéneo y desarticulado, y que en lugar de un pueblo histórico que se propusiera su tránsito hacia formas más definidas de autodetermina­ ción política, se encontró con varios pueblos que presentaban particularidades muy marcadas, sobre las cuales se consolidaron regionalidades unificadas ar­ tificialmente por la Guerra de Independencia, pero profundamente diferen- MIGUEL BORJA nóinicos, y dirimían las tensiones religiosas, las luchas bipartidistas y los roces entre las facciones de un mismo partido. En definitiva, a pesar de que durante la época se habla de un periodo federal en el país, con mayor propiedad analítica se puede indicar que es una etapa confederal, como lo reconoció la Constitución de 1858 y la ile 1863, a partir de las cuales los Estados, considerándose libres e independientes, se organizaron en una confederación. La fuente de estos Estados proviene de la búsqueda de solui ion a uno de los principales problemas que recorren la vida de la República durante el siglo XIX, el vinculado con la definición de la organización social y política del virreinato de la Nueva Granada después de los años de la dominación colonial. En la definición de dicha cuestión los granadinos habrían de encontrarse -debido al vacío de poder generado por las abdicaciones reales- frente al sur­ gimiento de diversos dilemas. En primer lugar, estaba el de la cuesl ión nacional: ¿Existían los fundamentos sólidos para la construci ión de una nación, o por el contrario habían múltiples naciones, o ninguna? ¿Podían servir como marco para el ejercicio de gobierno? I )icha situación genera una pregunta para el investigador: ¿Era la nación una preocupación de las elites dirigentes, o aún su noción no formaba parte del vocabulario político, y mucho menos de sus metas como gobernantes?11 Situación que no es sólo del país, pues 29 ciadas por la forma propia de ejercer el poder y con dificultades objetivas para llevar adelante un proyecto político nacional. Uribe y Álvarez estudian la frag­ mentación del espacio económico interno y la formación de una pluralidad de centros mercantiles dispersos relativamente autónomos que van configuran­ do regiones. De esta manera, hallan en el territorio colombiano varios pueblos históricos identificados con su región geográfica y separados por relaciones de poder y prácticas sociales distintas, y por historias particularmente vividas que les lleva a plantearse la autonomía política o la fragmentación total en la creación del nuevo Estado. Señalan los autores que "las particularidades del desarrollo en el periodo colonial posibilitaron la formación de pueblos históri­ cos distintos que tenían muy poco en común, salvo quizás los intercambios y el uso de una misma moneda, de una lengua, religión y un culto más o menos compartido”. Se diferenciaban “en sus prácticas sociales, en las formas de asu­ mir sus relaciones con los otros hombres y con la naturaleza, en las relaciones de poder y dominación que se instauran, en la apropiación y formas de orde­ namiento territorial”. (María Teresa Uribe y Jesús Álvarez, Poderes y regiones: problemas en la constitución de la nación colombiana, 1810-1850, Medellín, Uni­ versidad de Antioquia, 1987, pp. 15-68). Con una orientación similar, Alonso Valencia ha indicado que durante el siglo antepasado el desarrollo económico, político y social se da en medio de una serie de conflictos que obedecían ante todo a intereses regionales. Para Valencia, el objeto de estudio adecuado de la historia y las otras ciencias sociales son los Estados Federales o Soberanos, lo que nos da una idea del alcance de la cuestión regional durante dicha época. Esta realidad lleva al autor a considerar al Cauca como una región política, diferente de las otras que conformaban los Estados Unidos de Colombia. Este es uno de los más significativos aportes de la escuela de historia regional del Cauca, para estudiar las dinámicas de las guerras civiles durante el siglo XIX (Alonso Valencia. El Estado Soberano del Cauca. En: Historia del Gran Cauca. Historia regional del suroccidente colombiano. Cali, Universidad del Valle, 1994, p. 109). Quien también observó la importancia de las formaciones regiona­ les para el análisis de la historia de las guerras y dinámicas sociales del siglo XIX fue Gonzalo España. En su obra sobre los acontecimientos armados de 1885, observa: “La Convención de Rionegro, en 1863, refrendó la existencia de los Estados Soberanos, amplió sus poderes y dividió al país en nueve sec­ ciones: Antioquia, Cauca, Santander, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar, Magda­ lena, Tolima y Panamá. El gobierno central no tenía territorio, siendo más bien un huésped obligado del Estado de Cundinamarca. Las rentas nacionales dependían de las aduanas y salinas, y todas las demás rentas fueron arbitra­ das a la larga por los Estados, que con el correr del tiempo poseyeron más recursos que la nación misma. Consignado en el texto primario o impuesto por interpretaciones posteriores y leyes complementarias, la verdad es que los Estados fueron soberanos absolutos para darse sus propias constituciones, para establecer su propio régimen civil y penal, para expedir su código fiscal, para levantar milicias domésticas para impugnar y desconocer los mandatos de la Unión. Como si esto fuera poco, podían realizar sus propias revoluciones internas alegando 'asuntos domésticos’, amenazar con las armas al resto de la República, asilar conspiradores de otras regiones o subvertir el orden en el vecindario. A partir de aquel momento fueron piezas vitales alrededor de cuya 30 corno ha indicado Hobsbawm: "El gobierno, no va unido específi­ camente al concepto de nación hasta 18H4”1'' 1'. En el contexto de América Latina en general, y en particular en Colombia, todo parece indicar que se jugaba más con la noción de patria y patriotismo que r on la de nación y nacionalismo, como referentes de los imaginarios políticos: “Es sabido que en el discurso de la Independencia, y en los sentimientos colectivos que ella movilizó, el término clave no í ue tanto el de nación como el de patria”* 14. Un término que para la 13 12 época remite al más clásico de la nación entendida bajo la palabra nasci, los nacidos en un mismo lugar, la denominada dimensión te­ rritorial de la nación, estrechamente vinculada al concepto tradi­ cional de “patria”15. Para la época, la patria era entendida “como una lealtad ‘filial’, localizada y territorializada”16, la tierra donde uno ha nacido. Monguió indica que en los siglos XVI y XVII la palabra pa­ tria señalaba dos ámbitos restringidos: “el pueblo o ciudad natal, y 12 Eric Hobsbawm. Naciones y nacionalismo desde 1780. Traducción del inglés, Jordi Beltrán. Madrid, Grijalbo, 1998, pp. 23-24. 13 Es Hobsbawm quien ha llamado la atención sobre los problemas de la defi­ nición de la nación y la nacionalidad: “Han sido frecuentes los intentos de determinar criterios objetivos de nacionalidad, o de explicar por qué ciertos grupos se han convertido en naciones’ y otros no, basándose en criterios únicos tales como la lengua o la etnicidad, o en una combinación de criterios tales como la lengua, el territorio común, la historia común, rasgos cultura­ les o lo que fuera. La definición de Stalin es probablemente la más conocida entre estas, pero en modo alguno la única (“Una nación es una comunidad estable, fruto de la evolución histórica, de lengua, territorio, vida económica y composición psicológica que se manifiesta en una comunidad de cultura”, I. Stalin, Marxism and the national and colonial question, p. 8. El original fue es­ crito en 1912). Todas estas definiciones objetivas han fracasado [...]. A decir verdad, ¿cómo podría ser de otro modo, dado que lo que tratamos de hacer es encajar unas entidades históricamente nuevas, nacientes, cambiantes, que, incluso hoy día, distan mucho de ser universales, en una estructura de per­ manencia y universalidad?”. Hobsbawm, óp. cit., pp. 13-14. 14 Mónica Quijada, ¿Qué nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoamericano. En: Antonio Annino y Fran^ois-Xavier Guerra (Coords), Inventando la nación. Iberoamérica. SigloXIX. México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 291. 15 Ibíd., p. 296. 16 Loe. cit. MIGUEL BORJA posesión giró la política y la guerra durante casi veinticinco años” (Gonzalo España. La guerra civil de 1855. Núñez y la derrota del radicalismo. Bogotá, El Áncora, 1985, p. 55). 31 la provincia, país o reino en que se ha nacido”17. Es casi a finales del siglo XIX cuando ya comienza a aparecer con alguna fuerza en las palabras del discurso y la acción política, la de nación. Con anterio­ ridad: “Nadie habla en nombre de un virreinato, de una goberna­ ción, de una intendencia o de una audiencia, sino en nombre de los ‘pueblos’: de un reino, de una provincia, de una ciudad”18. Casi nadie habla a nombre de una nación. Durante la segunda mitad del siglo XIX, lo que está en juego no es una nación granadina envolvente, sino una serie de Estados que estaban tratando de organizar formas de gobierno en los di­ ferentes espacios de la República. La nación surge en el discurso político, por tanto, en forma tardía hacia el final del siglo XIX, aun­ que ella se menciona esporádicamente en los discursos de las clases dirigentes y en algunos textos constitucionales. A lo largo del siglo XIX, en Colombia se asiste a la forja de identidades políticas con diferentes referentes, identidades en­ cargadas de trazar la manera de considerar los vínculos sociales, “su extensión y su eventual territorialidad, el modo de concebir el origen, naturaleza y atributos de sus autoridades, los valores que estructuran el grupo, etc.”19. El caldero de estos imaginarios políti­ cos, sus contenedores territoriales fueron, en primera instancia, las provincias herederas de las divisiones administrativas coloniales, y en un segundo momento, los Estados Soberanos de la Colombia Fe­ deral. A lo largo de los discursos políticos y de actividades como la guerra se asiste a la construcción de imaginarios políticos y cultu­ rales centrados en la delincación de los contornos del territorio de cada uno de los Estados en formación existentes hacia la segunda mitad del siglo XIX. El énfasis está orientado hacia la consolidación de los Estados políticos, más que en el problema de construir una nación o naciones separadas a partir de la herencia colonial. Las diversas identidades colectivas tenían raíces en los aspectos insti- 32 17 L. Monguió, Palabras e ideas, patria y nación en el virreinato del Perú. Revista Iberoamericana, 104-105, 1978, pp. 451-470. En Mónica Quijada, óp. cit., p. 295. 18 Franfois-Xavier Guerra, Las mutaciones de la identidad en la América his­ pánica. En: Antonio Annino y Franfois-Xavier Guerra (Coords.), óp. cit., p. 205. 19 Ibíd., p. 186. 20 Felipe Pérez, Geografía física y política de los Estados Unidos de Colombia. Escrita por orden del Gobierno General. Tomo I. Bogotá, Imprenta de la Nación, 1862, p. 367. 21 Felipe Pérez, óp. cit., p. 126. 22 Ibíd., p. 50. 23 Ibíd., Tomo II, p. 186. MIGUEL BORJA tucionales de la administración colonial, en sus divisiones admi­ nistrativas y en las identidades culturales. Identidades forjadas, en parte, por la construcción de civilizaciones alternas en cada uno de los entornos naturales del país. Una fue la respuesta que se dio •i las relaciones entre sociedad y naturaleza en las costas y otra en los Andes, una en las llanuras y otra en las montañas, etc. El Cauca, vinculado formalmente por casi toda la Colonia al virreinato del Perú -pues el virreinato de la Nueva Granada sólo se creó en el año de 1717- miraba más hacia el sur que hacia el norte y el centro de la República. La costa caribe miraba más hacia el mundo del Atlán­ tico, por donde ya corría la vida social y económica del planeta, que hacia las lejanas y frías tierras de la sabana de Bogotá. El problema para el Estado de Santander era establecer vínculos con el comercio internacional, más que con el área cundiboyacense. En estos proce­ sos de génesis de diferentes civilizaciones se fueron formando las bases que habrían de dar lugar a los proyectos de creación de los Estados de la Colombia Federal y a las naciones y repúblicas que trataron de establecer. La forja de identidades políticas con fundamento en los Es­ tados soberanos e independientes fue el norte de cada una de las partes integrantes de la Confederación. Así lo registraba Felipe Pé­ rez en 1862 y 1863: “El Estado del Cauca es soberano e indepen­ diente y forma parte integrante de la Unión Colombiana, conforme al pacto federal vigente”20. “El Estado de Panamá es soberano e in­ dependiente y forma parte integrante de la Unión Colombiana”21. “El Estado del Tolima es soberano e independiente y forma parte integrante de la nación”22. “El Estado de Cundinamarca es sobera­ no e independiente y forma parte integrante de los Estados Unidos de Colombia, creados y organizados por el pacto de Unión, liga y confederación perpetuas”23. “El Estado de Boyacá es como todos los de la Unión, soberano e independiente y forma parte integrante de 33 la nación”24. El Estado de Santander es soberano e independiente y forma parte integral de la Unión”25. “El Estado del Magdalena es soberano e independiente”26. Las anteriores definiciones de cada uno de los Estados que firmaron el pacto federal del 20 de septiembre de 186127 muestran la tendencia a la conformación de Estados, que habría de forjar identidades políticas a partir de la organización de gobiernos pro­ pios, del establecimiento de imaginarios culturales y económicos diversos, e incluso de las guerras interestatales. En sólo dos de los Estados se menciona la pertenencia a una nación envolvente; en los demás se habla de la Unión, la Confederación o la República. Durante la Colombia Federal, los Estados reivindicaron el derecho a la autodeterminación que “en último término, significaba el de­ recho a un Estado aparte, soberano e independiente para su terri­ torio”28. Dichos Estados son los que se unen en una Confederación: “Los Estados de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamar­ ca, Magdalena, Panamá y Santander se confederan a perpetuidad; forman una nación soberana, libre e independiente, bajo la deno­ minación de ‘Confederación Granadina’”29. “Los Estados Soberanos de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima [...] se unen y confederan a perpetui­ dad, consultando su seguridad exterior y recíproco auxilio, y for­ man una nación libre, soberana e independiente, bajo el nombre de ‘Estados Unidos de Colombia’ ”30. Por consiguiente, entre los años de 1858-1885, más que a una forma federal del Estado, a lo que se asiste es a la existencia de una Confederación. Se puede recordar que: “La Federación es una unión permanente, basada en libre convenio, y al servicio del fin común 24 34 Ibíd., p. 335. 25 Ibíd., p. 441. 26 Ibíd., p. 602. 27 Ibíd., p. 186. 28 Hobsbawm, óp. cit., p. 112. 29 Uribe, Diego. Las constituciones de Colombia. Volumen II. Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1985, p. 997. 30 Diego Uribe, óp. cit., p. 1037. <!<• l.i autoconservación de todos los miembros, mediante la cual se cambia el total estatus político de cada uno de los miembros en .Mención al fin común” *1. El pacto federal implica que los miembros que ingresan en él reforman su Constitución, y a pesar de ser un acto libre, el mismo no implica la regulación de relaciones parciales tú no que el Estado, por el hecho de pertenecer a la Federación, “que­ da inordinado en un sistema político total... La Federación com­ prende a todo Estado-miembro en su existencia total como unidad política, y le acopla como un todo en una asociación políticamente existente”31 32. A esto es a lo que no se someten los Estados Soberanos de la Colombia Federal, pues sus dirigentes consideran que primero está la Constitución del Estado que la de la Unión, esto es, juzgan que no están inordinados en un sistema político general33. El fede­ ralismo ha sido concebido de la siguiente manera: Un medio de unir a un pueblo, ya ligado por vínculos de nacionalidad, mediante la distribución del poder político entre las unidades constitutivas de la nación. En estos ca­ sos, los Estados que integran el sistema federal son partes del todo nacional, y el federalismo conduce invariablemen­ te al desarrollo de un gobierno nacional fuerte que coopera en contacto directo con el pueblo al que sirve, lo mismo que los gobiernos constitutivos34. 31 Cari Schmitt, Teoría de la Constitución. Traducción del alemán, Francisco Ayala. Madrid, Alianza, 1982, p. 348. 32 Cari Schmitt, óp cit., p. 347. 33 Véanse las polémicas sobre el Cauca en el apartado 2.4. 34 D. Elazar, Federalismo. En: Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Volumen 4. Madrid, Aguilar, 1974, p. 749. MIGUEL BORJA En la Colombia Federal encontramos todo lo contrario: la tendencia de los Estados Soberanos por tratar de debilitar militar y económicamente al gobierno general, y la inexistencia de la nación y el nacionalismo. Por otro lado, la Confederación es considerada como un me­ dio de unificar a pueblos diversos para el logro de propósitos impor­ tantes pero limitados, sin quebrantar sus vínculos primarios con las unidades políticas que componen el sistema federal; en tales casos las funciones y los poderes del gobierno federal suelen estar restrin­ gidos, y este opera a través de los gobiernos constitutivos, que con­ 35 servan su plena autonomía, y en gran medida depende de ellos35. En suma, la Confederación se caracteriza por la existencia de Estados Soberanos unidos para realizar algunas tareas comunes, casi lo que Schmitt denominaba alianza: Una relación contractual por la cual un Estado que­ da obligado a la guerra para un caso determinado. Como quiera que la guerra abarca al Estado como totalidad en su existencia política, siendo la última y decisiva expresión del agrupamiento político específico, esto es, de amigos y enemigos, esta obligación tiene un carácter singular y se distingue de cualesquiera otras regulaciones contractuales o asociaciones, por valiosas e importantes que sean. Sin em­ bargo, el estatus político de un Estado y su Constitución no cambian porque se concierte una alianza36. El tránsito hacia la Confederación se da entre las constitu­ ciones de 1853, 1858 y 1863. La primera, establece que el antiguo virreinato de la Nueva Granada, que hizo parte de la antigua Re­ pública de Colombia, y posteriormente había formado la República de la Nueva Granada, se organiza en una república democrática, mientras que la segunda instituye que los Estados Soberanos se unen y confederan a perpetuidad y se obligan a auxiliarse y defen­ derse mutuamente contra toda violencia que dañe la soberanía de la Unión o de los Estados. Esta misma Constitución garantiza la soberanía territorial de los Estados, al fijar que cada uno de ellos debía contar con una Carta Política propia, y que los límites de los Estados no podían alterarse ni variarse sino de acuerdo y por con­ sentimiento de los Estados interesados y con aprobación del go­ bierno general37. Asimismo, se estipulaba que: “No se permitirá en ninguno de los Estados de la Unión enganches o levas que tengan o puedan tener por objeto atacar la libertad, la independencia, o perturbar el orden público de otro Estado o de otra nación”38. Así, una revisión de las teorías y realidades sobre el federalis­ mo y la Confederación da como resultado que la Colombia Federal 36 35 Loe. cit. 36 Schmitt, óp. cit., p.347. 37 Diego Uribe,óp. cit., p. 1038. 38 Ibíd., 1040. estaba dominada por la figura típica de las formas de organización confederal. Para la época existía una serie de Estados que en oca­ siones se asociaban sin renunciar a su soberanía, hecho empírico que se puede comprobar si se estudian las relaciones entre ellos, en la paz o en la guerra, las cuales muestran la existencia de unidades políticas independientes que entraron en conflictos armados inter­ estatales por defender la soberanía y sus intereses: Interestatal significa, en contraste con internacio­ nal, que los Estados, es decir, las unidades políticas se en­ cuentren situados unos frente a otros, cerrados hacia fuera con firmes fronteras, impenetrables, “impermeables”, y que conservan en sí mismos la decisión sobre el problema de su propia existencia (esto precisamente es lo que significa “so­ berano”: que no decide un extraño sobre la existencia polí­ tica). “Internacional”, por el contrario, significa (en buena terminología alemana) la supresión y abolición de las dis­ tinciones nacionales; una interpenetración y asociación por encima de las fronteras de los Estados. La Iglesia católica es una organización internacional, no interestatal; sindicatos internacionales, carteles internacionales, etc., lo son, en la misma medida en que no son interestatales39. 39 Schmitt, óp. cit., p. 346. 40 Es debido a esta ambivalencia que en el texto llamamos a los acontecimientos armados entre 1858-1885 Guerra Federal y no Guerra Confederal. MIGUEL BORJA En consecuencia, en Colombia se estableció un ruedo del po­ der donde se desplegaron diferentes soberanías que habrían de es­ tablecer relaciones interestatales en los tiempos de la guerra y de la paz. Estados que colocándose el uno frente al otro hicieron de la Guerra Federal una confrontación interestatal, una guerra clásica y llevaron a que la República se organizara como una confedera­ ción. Una confederación ambivalente, pues algunas de sus partes integrantes e incluso el gobierno general consideraban a veces que estaban en un Estado federal y en otras ocasiones en una Confede­ ración40. De ahí que se desatara un dilema entre federación y confe­ deración, que para el momento fue incluso más importante que la disyuntiva entre centralismo y federalismo. En últimas, el proceso de formación de cada uno de los Estados explica en parte la génesis 37 de la Guerra Federal y el cúmulo de guerras civiles que sobrevino en los años de 1858-1885. Inicialmente se podría afirmar que dichas guerras surgen en el contexto de la búsqueda de la construcción de diversos Esta­ dos, un objetivo de los pueblos históricos existentes en la geogra­ fía colombiana. Existían en el territorio de la República diversas “comunidades imaginadas”41 que buscaban convertirse en nación y conformar Estados propios. En el periodo de 1858-1885, las clases dirigentes de estas naciones en formación lideraron la conforma­ ción de los Estados Soberanos como forma política que las diferen­ tes partes componentes del entramado de la República adoptaron para la época. Durante este lapso, el país “internacionalizó” el es­ pacio interior, haciendo que los enfrentamientos armados entre los Estados Soberanos, y entre estos y el Estado central, se movieran en el terreno de las guerras interestatales, de las guerras clásicas entre Estados. Estamos frente a lo que Iván Orozco Abad planteó con claridad: Exótico resulta a quien ha vivido bajo el imperio de la guerra de guerrillas moderna con su omnipresencia irregu­ lar en la geografía y en el tiempo colombianos de las últimas décadas, constatar el espíritu y los modales de guerra clási­ ca y regularizada, que a pesar de la pobreza, acompañaron a los bandos enemigos en la serie de los enfrentamientos que se sucedieron entonces en las goteras de Bogotá y que preludiaron la caída del gobierno de Ospina [...] Disueltas las imágenes de un pasado, por lo menos aparente, que ape­ nas si nos pertenece, le queda, en todo caso, a nuestro modo abstracto de pensar una idea clara y distinta: la guerra civil de 1860-1861 y con ella la generalidad de las grandes gue­ rras civiles del siglo XIX colombiano estuvieron dominadas por la idea de la guerra clásica, como guerra interestatal, y por la realidad del espacio rural como escenario dominante [...]. La estrategia del general Mosquera durante la guerra del 60, orientada hacia el derrocamiento del gobierno con­ servador, debió desarrollarse, a la manera de un contra-Es- 41 38 Anderson, óp.cit. tado, por medio de la ocupación y acumulación progresiva de territorios4243 4’’. 42 Iván Orozco, Combatientes, rebeldes y terroristas: guerra y derecho en Colombia. Bogotá, Temis, 1992, p. 95. 43 En el estudio sobre la tipología de las guerras del siglo XIX colombiano, in­ cluso, se puede seguir a Andrés Bello, quien afirma: “Cuando en el Estado se forma una facción que toma las armas contra el soberano, para arrancarle el poder supremo o para imponerle condiciones, o cuando una república se divi­ de en dos bandos que se tratan mutuamente como enemigos, esta guerra se llama civil, que quiere decir guerra entre ciudadanos. Las guerras civiles em­ piezan a menudo por tumultos populares y asonadas que en nada conciernen a las naciones extranjeras; pero desde que una facción o parcialidad domina un territorio algo extenso, le da leyes, establece en él un gobierno, adminis­ tra justicia, y en una palabra ejerce actos de soberanía, es una persona en el derecho de gentes; y por más que uno de los dos partidos dé al otro el título de rebelde o tiránico, las potencias extranjeras que quieren mantenerse neu­ trales deben considerar a ambos como dos Estados independientes entre sí y de los demás, a ninguno de los cuales reconocen por juez de sus diferencias”. Andrés Bello, Principios de Derecho de Gentes. París, Imprente de Bruneau, 1840, pp. 398 y ss. En: Orozco, óp. cit., p. 96. MIGUEL BORJA Si se tienen en cuenta los trabajos de Orozco y Bello, en las grandes confrontaciones del siglo XIX estamos, por tanto, frente a unas guerras interestatales, en donde el Estado central no es reco­ nocido como primus interpares sino como un jugador más. Dichas guerras aparecen en el contexto de la erosión del monopolio de la violencia legítima por parte de las instituciones nacionales, las cua­ les dejan en manos de los Estados Federales dicho monopolio. De esta manera, la capacidad del Estado central para usar la fuerza de modo unilateral contra los Estados Soberanos se encontraba debili­ tada, residiendo en estos últimos el ejercicio de dicha violencia y la facultad y capacidad para declarar la guerra. Los escritos de Mary 39 Kaldor reafirman la necesidad de analizar las guerras del siglo XIX colombiano como guerras clásicas o de viejo tipo44 4\ Siguiendo a Clausewitz, se puede definir la guerra como “un acto de violencia destinado a obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad”46. Esta definición implica que nosotros y nuestro 44 1. 2. 3. 4. 5. 6. 40 Para Mary Kaldor, a finales del siglo XVIII era posible definir la actividad so­ cial específica que denominamos guerra. Indica que ella se podía situar en el contexto de toda una serie de nuevas distinciones características del Estado en desarrollo. Eran las siguientes: La distinción entre lo público y lo privado, entre el ámbito de actividad del Estado y el de la actividad no estatal. La distinción entre lo interno y lo externo, entre lo que ocurría dentro del territorio claramente definido del Estado y lo que ocurría afuera. La distinción entre lo económico y lo político, unida al ascenso del capi­ talismo, la separación de la actividad económica privada de las actividades públicas del Estado y la eliminación de la coacción física de las actividades económicas. La distinción entre lo civil y lo militar, entre la relación interna legal y no violenta y la lucha externa violenta entre la sociedad civil y la barbarie. La distinción entre el portador legítimo de armas y el no combatiente o cri­ minal. La distinción entre la guerra y la paz. Mary Kaldor, Las nuevas guerras: violencia organizada en la era global. Barcelo­ na, Tusquets, 2001, p. 27. 45 Hardt y Negri anotan: “En opinión de Clausewitz, la guerra es un instru­ mento del arsenal estatal que puede ser utilizado en el terreno de la política internacional. Por lo tanto, es totalmente externa a las luchas y conflictos po­ líticos que existen en el interior de una sociedad. Lo mismo se cumple para el postulado más general, también sostenido por muchos pensadores políticos realistas, en especial por Cari Schmitt, según el cual todas las acciones y mo­ tivaciones políticas se basan fundamentalmente en la distinción amigo/enemigo. También aquí puede parecer a primera vista que la política y la guerra son inseparables, pero una vez más la política en cuestión no es la que se da en el seno de una sociedad, sino la que se plantea entre entidades soberanas. Desde esta perspectiva, el único enemigo real es el enemigo público, es decir un enemigo del Estado, que la mayoría de las veces es otro Estado. Así pues, el propósito de la soberanía moderna era desterrar la guerra del territorio interior, civil. Todas las líneas predominantes del pensamiento moderno, liberales o antiliberales, comparten este concepto: puesto que la guerra se limita a los conflictos entre entidades soberanas, la política interna dentro de cada sociedad estará exenta de la guerra, al menos en las circunstancias normales. La guerra era un estado de excepción limitado”. Michael Hardt y Antonio Negri, Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio. Traducción del inglés, Juan Antonio Bravo. Barcelona, Mondadori, 2006, p. 27. 46 Cari Clausewitz, De la guerra. Traducción del alemán, Carlos Fortea. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 17. enemigo somos Estado, y que la voluntad de un Estado se puede definir con claridad. Por tanto, la guerra, en la definición de Clau­ sewitz, es un conflicto entre Estados por un objetivo político defi­ nible, es decir, por intereses de Estado, que es lo que encontramos en las guerras del siglo XIX en Colombia: un conjunto de Estados Soberanos luchando por seguir su camino para conformarse como entidades políticas. Por consiguiente, la Guerra Federal está mar­ cada por una serie de confrontaciones armadas interestatales, las de 1859-1862, 1876-1877 y 1884-1885, y un abanico de guerras dentro de los Estados Soberanos, guerras civiles o domésticas. Los antecedentes de la investigación tienen relación con la larga tradición de estudio de la guerra y la violencia en el país. Una I radición volcada en una amplia literatura que ha buscado expli­ cación y solución a uno de los fenómenos centrales de la vida de la nación: la guerra. Las preocupaciones de los historiadores de los conflictos bélicos han estado vinculadas ante todo a las variables económicas y sociales, a las memorias y recuerdos de los acontecimientos, dejan< lo de lado los problemas de la geohistoria de la guerra. Es induda­ ble la realización de algunas cartografías del fenómeno, pero no se ha resuelto la relación entre entorno geográfico y conflicto armado. Es más, dichas cartografías se reducen casi siempre al ámbito de la guerra contemporánea, y se han dedicado especialmente a respon­ der la pregunta inicial de la geografía histórica: ¿Dónde y cuándo ocurren los fenómenos? Falta avanzar, por ejemplo, en el estudio de los procesos y las estructuras espaciales determinantes de la guerra y la violencia. Es cierto que ya comienzan a avizorarse trabajos con esta orientación, como los de Marta Herrera sobre ordenamiento espacial y control político, los de Mary Roldán sobre la violencia en Antioquia y los de Fabio Zambrano sobre la geografía de las guerras en Colombia. Uno de los limitantes de la historiografía del siglo XIX tiene que ver con el hecho de que todavía son escasas las indagaciones desde la geohistoria para dar cuenta de las relaciones entre espacio, guerra y violencia. Si se detiene la mirada sobre la literatura que se MIGUEL BORJA Antecedentes de la investigación 41 ha producido alrededor de las guerras civiles durante el siglo XIX en Colombia, se puede comprobar que entre los campos menos estu­ diados esta la geohistoria de dichos conflictos. Casi se podría decir que con los trabajos realizados en el contexto de la historiografía francesa, los de Marta Herrera Ángel, Steinar Saether, Juan Carlos Vélez Rendón y Fabio Zambrano, se agota la lista relacionada con la perspectiva geohistórica para el análisis de los conflictos armados durante el siglo XIX. En una revisión de la literatura se puede constatar que las guerras civiles no han recibido un tratamiento geohistórico ade­ cuado47. Aún es precaria la utilización de las variables y herramien­ tas propias de la geohistoria para comprender las dinámicas de las disputas armadas durante el siglo XIX. Propósito central de esta obra es abrir dicha perspectiva de análisis, pues en la literatura his­ tórica y social del país la guerra aparece como un juego en donde las interrelaciones entre sociedad, espacio y tiempo están ausentes. 47 42 De acuerdo con el estado de arte, se puede señalar que dos son las grandes ca­ racterísticas de la historiografía de las guerras civiles en la Colombia del siglo XIX. En primer lugar, ellas han sido el dominio privilegiado del ensayo, como lo muestran diversas publicaciones. Ensayos que se inscriben casi siempre en los parámetros de la historia social y económica y la historia política de viejo cuño, y que consideran tanto el contexto nacional como el regional. A diferen­ cia de la Guerra de Independencia y de la Violencia, que cuentan con investi­ gaciones que van más allá de la labor del ensayista, las guerras civiles del siglo XIX aún parecen estar esperando que los historiadores se dediquen a realizar trabajos de largo aliento sobre ellas. Quizás donde más se ha avanzado sobre su estudio es en el espacio de la historia regional y en las monografías y tesis universitarias. A la tendencia de escribir la historia bajo los parámetros del ensayo escapa el reciente trabajo de María Teresa Uribe y Liliana López, estudio sistemático y de largo alcance sobre las palabras de la guerra. Otros intentos investigativos de gran alcance han estado dominados por la historia narrativa. Tal el caso de las obras de Rafael Pardo y Gonzalo España, y una serie de monografías escritas sobre cada uno de los diferentes acontecimientos de la Guerra Fe­ deral. El predominio de la historia narrativa ha sido forjado por la "historia tradicional”, dedicada a continuar la obra iniciada por quienes escribieron las memorias de la guerra. Una historia descriptiva, rica en detalles y pormeno­ res y en fuentes empíricas, algunas veces mostrada como una historia oficial de gobiernos y partidos. Véase: Gonzalo España, óp. cit.; Rodrigo Pardo, La historia de las guerras. Bogotá, Ediciones B, 2004; Alvaro Tirado, Aspectos so­ ciales de las guerras civiles en Colombia. Bogotá, Colcultura, 1976; M.n la Teresa Uribe de Hincapié y Liliana López, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia. Medellín, l.a ('.irruía, 2006. De esta situación se deriva que el tratamiento de la informa­ ción y las estadísticas de la guerra se realicen a partir de unidades territoriales poco adecuadas. Es lo que se puede observar en las escasas cartas geográficas que tratan de mostrar las dimensiones espaciales de las guerras civiles durante el siglo XIX. En dicha lite­ ratura no existe un esfuerzo por cartografiar los escenarios de la guerra para enmarcar en ellos las cifras y los análisis de los con­ flictos armados y la violencia y su impacto social. No se tiene, por ejemplo, un buen mapa de los diferentes territorios regionales que en un momento determinado se convierten en escenarios de la gue­ rra. La mayoría de quienes vienen trabajando los asuntos atinentes a la guerra durante el siglo XIX se han limitado a recopilar una serie de mapas y de esquemas elaborados durante dicha época, los cua­ les contienen diversas falencias debido al escaso desarrollo de las técnicas cartográficas del momento. Dichos mapas, si bien son un punto de partida, son insuficientes y existe la urgencia de una re­ construcción de los escenarios de la guerra de acuerdo con el avance del conocimiento geográfico del país y sus regiones. Como ilustración, se puede señalar que aún no se han iden­ tificado con precisión las zonas de tensión fronteriza entre los Estados Soberanos del siglo XIX, las cuales se convirtieron en los espacios geohistóricos de la guerra. Como han registrado quienes analizan los elementos más generales de la guerra, los actores sue­ MIGUEL BORJA La ausencia de la geohistoria no permite a los analistas te­ ner en cuenta las cartografías adecuadas y reales de los conflictos armados, con el fin de comprender la manera como dichos sucesos impactan la organización social y sus ordenamientos espaciales. Diversos estudios parten de un supuesto falso: que la cartografía de los conflictos armados es el territorio nacional o el de los depar­ tamentos y municipios. Esta es una de las principales fallas en los análisis sobre la guerra, debido a que ella se juega en diferentes es­ pacios regionales aún no reconocidos, y adquiere dinámicas diver­ sas de acuerdo con las particularidades de cada área geográfica. Los actores tienden a redefinir o a manejar cartografías por fuera de los mapas oficiales, desconociendo así los límites políticos y guián­ dose más por las fronteras naturales y culturales, y las facilidades o dificultades que las formaciones sociogeográficas ofrecen para el conflicto. 43 len enfrentarse por fuera de sus áreas centrales, llevando la con­ frontación hacia las periferias territoriales. Estas périferias al ca­ lor de la guerra comienzan a convertirse en regiones que terminan por configurar formaciones sociales de la mayor importancia. El mal manejo de las estadísticas y la información ha lleva­ do también a que en algunos estudios y cartografías se presente a Colombia como una nación en guerra, cuando en la realidad única­ mente algunas regiones entran en conflicto; por lo menos, esta es la experiencia que se puede constatar en la segunda mitad del siglo XIX. Asimismo sucede con los departamentos y municipios, pues generalmente son partes de ellos los que entran en las dinámicas de la guerra. ¿Podremos entrar a precisar estos espacios? A lo largo del escrito se deslinda uno de ellos, el valle y el cañón del Cauca. Por otro lado, uno de los problemas en el campo de la geohis­ toria de la guerra tiene que ver con los proyectos políticos de los diferentes actores armados y la manera como ellos se traducen en nuevas realidades espaciales que delimitan zonas de expansión y control territorial, de contención, anillos de seguridad y dominio de vías de comunicación, y geografías especiales para los asuntos de la guerra. La ubicación y posición de los actores armados define, en muchos casos, la viabilidad de los proyectos de los protagonistas bélicos y la gobernabilidad de los Estados. En particular, los actores armados tienden a trazar nuevos contenedores territoriales favorables para las actividades propias de la guerra: las líneas transversales y longitudinales de las cordi­ lleras, las zonas de alta montaña, los ríos y los valles intercordille­ ranos conforman espacios de proyección y consolidación geohistórica. Usualmente, los proyectos geoestratégicos de las fuerzas en contienda trazan una serie de geografías para la guerra en las que se delimitan no sólo los santuarios militares, sino también las ten­ dencias crecientes de construcción de los que se consideran espacios necesarios para los actores: el medio geográfico y social en donde es urgente “moverse como pez en el agua”. Asimismo, se dibujan los escenarios de la guerra, uno de los elementos de la geohistoria del conflicto armado que adquiere la mayor importancia a medida que la guerra se intensifica. En la mayoría de los libros e informes presentados, cuando las variables geohistóricas no son desconocidas, a lo máximo que 44 se llega es a una cartografía realizada a las carreras y, por consi­ guiente, llena de diversos errores. Como se ha señalado, la falencia habitual es tomar las entidades territoriales de la nación para pre­ sentar y cartografiar los conflictos. En general, con pocas excepcio­ nes, no existe un esfuerzo para mostrar los mapas regionales del conflicto; los actores armados no suelen respetar los límites de las entidades territoriales, y no sólo los desbordan sino que definen nuevas cartas geográficas para la guerra. Un artículo de Pissoat y Gouéset sobre la representación carto­ gráfica de la violencia en las ciencias sociales colombianas, señala: Entre los numerosos estudios sobre la violencia, las aproximaciones de tipo geográfico, en particular las repre­ sentaciones cartográficas, fueron relativamente escasas has­ ta una fecha reciente, cuando, paradójicamente, la dinámica propiamente territorial de los hechos sociopolíticos y de los actores involucrados aparecía, de golpe, como una evidencia para todos los investigadores que han abordado el tema48. 48 Oliver Pissoat y Vicent Gouéset, La representación cartográfica de la violen­ cia en las ciencias sociales colombianas. En: Análisis Político, 45 (ene.-abr., 2002), Bogotá, Iepri, Universidad Nacional de Colombia, p. 3. 49 Ibíd., p. 4. 50 Loe. cit. MIGUEL BORJA Para estos autores, el desdén por la cartografía en el país ha venido cambiando a partir de la década de los ochenta, lo cual ha contribuido a una difusión del uso de mapas, de croquis y de otras representaciones gráficas en el estudio de la violencia: “Tal trivialización, ligada especialmente a los avances de la informática y a las facilidades que ofrece la cartomática, se observa tanto en el campo de las ciencias sociales como en la gran prensa, o en los textos y documentos oficiales”49. Pissoat y Gouéset indican que si bien exis­ ten aproximaciones gráficas al fenómeno de la violencia, ellas se limitan a una localización de los hechos en el mapa, sin tratar de mostrar en qué medio, con quién, en qué tejido de relaciones, de en­ tornos y de determinaciones se inscriben los actos presentados50. De este modo se constata la inexistencia de análisis geohistóricos. También señalan las siguientes carencias en el trazado de los ma­ pas: se agrupan bajo la misma denominación de violencia hechos diferentes; a veces no se establecen jerarquías entre los hechos y no 45 se deja en claro si ellos se refieren a enfrentamientos que se tradu­ cen en una presencia pasajera de los grupos o, por el contrario, en un control permanente de una región51. Pissoat y Gouéset, asimis­ mo han puesto de presente que fue Alejandro Reyes el primero en diferenciar los espacios de presencia de la guerrilla: zonas de refu­ gios, zonas de producción de recursos y zonas de enfrentamientos armados52. Finalmente, muestran de qué manera en las monogra­ fías regionales -como las realizadas para algunas ciudades, Urabá, el Tolima y el sur de Bolívar- se ha abierto un nuevo frente de tra­ bajo cartográfico, el cual presenta falencias similares a las que se encuentran en las cartografías de alcance nacional53. En consecuencia, y sin querer desconocer los trabajos reali­ zados, se podría afirmar que el tratamiento que la ciencia social en el país le ha dado al espacio corresponde a una visión limitada, pre­ ocupada principalmente por la ubicación de los fenómenos, lo cual se traduce en las denominadas geografías de la violencia. En el ám­ bito de la historia del siglo XIX, las ausencias todavía son mayores; sólo se encuentran mapas como los de Rafael Pardo, los cuales son inadecuados desde los criterios mínimos de las técnicas cartográfi­ cas y sólo sirven como esquemas de indicación. Es Mary Roldán, en sus estudios sobre la violencia en Antioquia, quien viene señalando una perspectiva diferente para trabajar el tema de las geografías de la violencia y la guerra. Sus estudios son importantes, entre otras cosas, por el hecho de haber trabajado con diferentes regionalizaciones de Antioquia. Una de ellas dividió el territorio entre zonas periféricas y centrales, lo cual le permitió establecer: “La violencia demostró ser mucho más severa en las zonas periféricas de Antio­ quia, donde la tenencia de la tierra, las formas de producción, la mano de obra y la autoridad del Estado fueron significativamente diferentes al paradigma predominante en los municipios de la zona central del departamento”54. Mary Roldán llama la atención sobre el hecho de que sus in­ vestigaciones refuerzan la necesidad de reconsiderar en los estu­ 46 51 Ibíd., p. 6. 52 Ibíd., p. 15. 53 Ibíd., pp. 21-26. 54 Mary Roldán, A sangre y fuego. La violencia en Antioquia. Colombia, 1946-1953. Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003, p. 23. dios sobre la violencia, la definición y el uso de ciertas categorías analíticas como región, Estado y ciudadano. Señala que por lo re­ gular, región, como categoría de análisis, se define con relación a unos límites físicos y administrativos aparentemente transparen­ tes, dejando de lado las complejas implicaciones culturales, econó­ micas, étnicas y sociales que inciden en las diversas percepciones de identidad regional, y definen la exclusión o inclusión en las es­ tructuras de poder en los ámbitos departamental y central. Para Mary Roldán, el caso antioqueño apunta a la necesidad de reestruc­ turar las tipologías y cartografías analíticas mediante las cuales tradicionalmente se han conducido los estudios sobre la violencia. Esto implicaría reconstruir los mapas de la violencia en Colombia, lo cual muy probablemente revelaría ciertos nodos de conflicto que comparten características y similitudes, y transcienden los límites de los departamentos y municipios55. Este trabajo propugna el estudio de los procesos espaciales de la Guerra Federal en un espacio geohistórico particular: el va­ lle y el cañón del Cauca, lugar donde se puede evidenciar que los procesos territoriales de la guerra determinan estructuras espa­ ciales; región donde el entorno natural y económico facilitaba el surgimiento y despliegue de los hechos bélicos, en razón de ser, entre otras cosas, una frontera de colonización. Por esto la inves­ tigación también se apoya en la literatura sobre las sociedades de frontera y de colonización. En particular, se hace referencia a los estudios sobre la denominada colonización antioqueña, un labo­ ratorio permanente para la ciencia social, por lo menos desde los tratados pioneros de Alvaro Toro, Antonio García, James Parsons y Ernesto Guhl. En este estudio se da espacio a una nueva generación de estudiosos del tema, que desde la región vienen explicando los problemas asociados con la colonización y la guerra, entre quienes se encuentran Víctor Zuluaga, Alfredo Cardona y Alonso Valencia. El libro se compone de dos partes. En la primera se realiza una disquisición sobre el problema de investigación y los desafíos teóricos y empíricos que implica. Des55 Ibíd., pp. 362-365. MIGUEL BORJA Organización del libro 47 pues de argumentar y presentar evidencias empíricas para mostrar que el valle y el cañón del Cauca constituyen el principal escenario de la Guerra Federal, se indica que la indagación apunta a respon­ der la siguiente pregunta: ¿De qué manera podemos explicar que la región del valle y el cañón del Cauca sea un escenario recurrente de la guerra y la violencia en Colombia? A continuación se estudian las relaciones entre espacio y guerra en la Colombia Federal (1858-1885). Se examina la manera como los actores armados se ubicaban en el terreno, delimitaban zonas de expansión y control territorial, de recursos económicos y políticos, anillos de seguridad y teatros de enfrentamiento. Se revisa la forma en que las fuerzas en contienda se desplazaban y actuaban en el espacio geohistórico de la guerra y los limitantes del entorno geográfico para las actividades de la lucha armada, la geografía fragmentada, las condiciones climáticas y las rutas de la guerra. En la segunda parte se explica por qué el valle y el cañón del Cauca se convirtió en el escenario privilegiado de la Guerra Fede­ ral, para lo cual se realizan las siguientes actividades: En primer lugar, se estudia la tendencia de las regiones a constituirse como Estados nacionales en el espacio de la República; luego se analiza el sentido del espacio que exhiben los diferentes Estados Soberanos, sus elites dirigentes y comunidades, y la for­ ma como dicho sentido impacta las dinámicas de la guerra; poste­ riormente, se reflexiona sobre la naturaleza de la Guerra Federal, para probar la hipótesis de que ella tendía a ser una guerra clásica, un enfrentamiento entre Estados políticos; por último, se explica cómo los factores geohistóricos favorecían que la región del valle y el cañón del Cauca se convirtiera en un escenario privilegiado de los sucesos bélicos, en el espacio geohistórico de la Guerra Federal. El libro es una contribución al estudio de la geohistoria de la guerra y la violencia en Colombia, a la comprensión de la formación de los Estados-nación de la Colombia Federal y del Estado-nación posterior. Aporta elementos sustanciales para el entendimiento de uno de los problemas centrales de la sociedad y el Estado: la guerra y sus implicaciones para el desarrollo social y económico de la na­ ción y sus partes integrantes. 48 Primera parte EL PROBLEMA í.i EL PROBLEMA -75,8 ■76,5 -75.1 Leyenda O Cabeceras -------- Ríos principales Alturas 1:1.963.864 Valué High . 5289 Low. 1 El espacio geohistórico de la Guerra Federal. MIGUEL BORJA MAPA 1. Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas: GCS_Internacional_1924 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000,1.000.000 51 Cuando se analizan las cartografías y las estadísticas de la guerra civil y la violencia en la Colombia Federal entre 1858-1885, hay un hecho que sobresale: la frecuencia con que la región del valle y el cañón del Cauca aparece como un escenario de las contiendas bélicas. Ninguna otra región del país presenta esta frecuencia de par­ ticipación en la guerra y la violencia durante el siglo XIX, pues si bien casi todas las regiones se vieron involucradas en los conflictos bélicos, muchas de ellas lo hicieron arrastradas por determinadas coyunturas y por las dinámicas del contexto nacional; sin embargo no conocieron la intensidad de la violencia que vivió el valle y el cañón del Cauca entre 1858-1885. Es más, algunas sólo conocieron conflictos domésticos, sin que hubieran participado de las guerras interestatales y, en otros casos, frente a las coyunturas del orden nacional resolvieron los problemas sin acudir a la fuerza. Por ejem­ plo, durante la Guerra de los Supremos, aunque Panamá y Veraguas participaron de los movimientos separatistas en las provincias, lo hicieron sin necesidad de empuñar las armas1. Por otra parte, la región de la costa atlántica entra con firmeza en el escenario de las guerras en el año de 1860 y no vuelve a tomar parte en los conflictos hasta 1885; Antioquia emprende la guerra de 1876; los Andes centrales fueron teatro de las guerras hasta media­ dos del siglo XIX y no vuelven a participar en ellas hasta nuestros días. Es cierto que en las regiones nombradas se dieron diversos con­ flictos internos, pero dichas regiones no se involucraron con igual frecuencia e intensidad en los grandes sucesos armados de la época, como sucedió con el valle y el cañón del Cauca. Si se toman algunas estadísticas de los acontecimientos armados de la Guerra Federal, se puede comprobar que el valle y el cañón del Cauca están a la cabe­ za de las mismas. Por lo menos -es lo que resulta de un análisis de las estadísticas presentadas por Gustavo Arboleda- nueve de las re­ voluciones locales se dieron allí. Un análisis más detallado del estudio de Arboleda indica que de las 50 revoluciones por él mencionadas, 26 se tramitaron a partir de las armas y 7 de las mismas ocurrieron en la región del valle y el cañón del Cauca, esto es, el 28%, seguida 1 52 Alvaro Ponce, La rebelión de las provincias. Relatos sobre la Revolución de los Con­ ventillos y La Guerra de los Supremos. Bogotá, Intermedio, 2003, p. 179. de Santander, 16,6%, Bolívar, 12,5% y Boyacá, 12,5%. Por otro lado, los eventos armados de 1859-1862 y 1876-1877 surgieron y se de­ sarrollaron en buena medida en el valle y el cañón del Cauca o en su ámbito de influencia. Recordemos que de dicho espacio hacían parte zonas de los Estados Federales del Cauca, Antioquia, Tolima y Cundinamarca. Igualmente, en la región se batalló durante los en­ frentamientos de 1885 y se continúa combatiendo. TABLA 1 Estadísticas de la Guerra Federal según Gustavo Arboleda. Revoluciones locales armadas Estados Revoluciones locales Antioquia 4 1 3,84 Bolívar 4 3 11,5 Boyacá 5 3 11,5 Cauca 6 1 3,84 Cundinamarca 6 3 11,5 Magdalena Porcentaje 6 3 11,5 16 0 0 4 4 15,3 3 1 3,84 *Valle y cañón del Cauca (9) 7 26,9 SUMA 54 26 99,72 Panamá Santander Tolima 2 De ellas hay que descartar dos, por cuanto se cuentan en Bolívar y en Mag­ dalena dos revoluciones comunes a esos Estados. Sin contar las de 1828 y 1829, resultan 50 revueltas seccionales. Las revoluciones que se desarrollaron en el espacio geohistórico de la guerra fueron las de enero 28/1860 en Cauca, septiembre 27/1865 en Cauca, octubre 25/1865 en Tolima, junio de 1872 en Cauca, enero de 1879 en Antioquia, abril de 1879 en Cauca, noviembre de 1879 en Tolima, enero 28 de 1880 en Antioquia y septiembre 24 de 1884 en Cundinamarca. Gustavo Arboleda, Revoluciones locales de Colombia, Popayán, Imprenta del Departamento, 1907, p. 60. MIGUEL BORJA ‘Cálculos de Miguel Borja, realizados de acuerdo con la obra de Gustavo Arboleda, Las revoluciones locales... se tomaron como levantamientos armados aquellos en que se presentaron acciones militares significativas. Fuente: Gustavo Arboleda, Revoluciones locales de Colombia. Popayán, Imprenta del Departamento, 1907, p. 602. 53 Hay dos casos que parecerían ir en contr.ivía del planteamien­ to central del problema: el de Santander y el de Panamá. En la litera­ tura y los imaginarios corrientes, Santander es presentado como un territorio de guerra y violencia. ¿Pero es realmente así? Existe una amplia posibilidad de que en Santander también se pueda ubicar un espacio geohistórico de la Guerra Federal, aunque menos signi­ ficativo que el del valle y el cañón del Cauca, como lo señalan las estadísticas presentadas. Arboleda sólo registra cuatro revoluciones locales en Santander, y tres de ellas, las de 1859, 1860 y 1884, son conflictos auspiciados por el gobierno de la Confederación: “27 de agosto de 1859, se vuelven a levantar los conservadores con apoyo de Bogotá [...]. El 7 de julio de 1860 comienza de nuevo la guerra contra el gobierno de Santander, hecha con fuerzas del gobierno nacional a órdenes del general Pedro Alcántara Herrán [...]. Agos­ to 20 de 1884, Núñez movilizó tropas desde Tunja y Bogotá”3. Por otra parte, la participación de Santander en la guerra de 1876 revela que la intensidad de los conflictos armados allí era menor que en la región del valle y el cañón del Cauca. De acuerdo con los datos de Briceño (cuadro 12, anexos), Antioquia, Cauca, Tolima y Cundi­ namarca presentan los mayores porcentajes de combatientes, 3,27, 2,29,1,73 y 1,69, respectivamente, Santander ocupa el quinto lugar, 1,15, incluso por debajo del porcentaje total de la República, 1,53. En la batalla de La Donjuana de comienzos de 1877 se enfrentaron 5.620 combatientes, frente a 9.961 que se dieron cita en el campo de Garrapata, o 7.500 que se encontraron en la batalla de Los Chancos. Mientras en La Donjuana murieron 750 combatientes, en Garrapa­ ta fallecieron 1.500 (cuadro 14, anexos). En la de 1859 sólo registra una batalla importante, la del Oratorio y, en su gran guerra, la de 1885, que se podría denominar “La Guerra de Santander”, se limitó a un juego de movimientos por los escenarios marginales de la gue­ rra, y sus tropas fueron vencidas rápidamente. Las estadísticas de la guerra tienden a indicar que el conflic­ to armado surgido en Santander durante la Guerra Federal fue el de menor intensidad (Tabla 2). Santander realizó su campaña por fuera del territorio del Estado, preservando de esta forma su econo­ mía y sociedad; si bien fue ocupado por las fuerzas del enemigo, no 3 54 Ibíd., pp. 1-60. TAIII.A 2 Nlvalas de hostilidad en Colombia, 1810-1960 1 'ert’nio que ( timen!’,ó en enero de Muerfes por hostilidades notificadas o estimadas en la columna 2 Bajas por acción, no incluidas Ejecuciones militares y políticas Duración de los conflictos en meses 1810 10.200 7.300 800 62 1820 5.800 5.000 270 63 1HHO 2.200 30 17 10 1840 7.100 18 25 1850 4.000 1860 6.000 14 26 38 1870 9.000 13 1880 3.000 10 1890 2.000 11 1900 100.000 37 100.000-200.000 99 1910 1920 1930 1940 1950 Fuente: William Paúl McGreevy, Historia económica de Colombia, 1845-1940. Traducción, Haroldo Calvo. Bogotá, Tercer Mundo, 1971, p. 89. 4 James Henderson, Cuando Colombia se desangró. Un estudio de la Violencia en metrópoli y provincia. Traducción del inglés, Luis Fernández. Bogotá, El Anco­ ra, 1984, p. 315. MIGUEL BORJA estuvo sometido al trajín de los enfrentamientos y desplazamientos de tropa. Es posible que Santander, como otro polo de la guerra y la violencia, haya comenzado su génesis entre la guerra de 1885 y la de los Mil Días, eventos en que su participación fue relevante. Asimismo sucedió durante la Violencia, época para la cual registra altas tasas de homicidio, 87 por 100.000 habitantes en el año de 1949, pero lejos de las tasas del Tolima 164 en 1956, del Valle 97 en 1958 y de Caldas 117 en 19584. Recuérdese que el valle y el cañón 55 del Cauca están conformados por territorios pertenecientes a estos tres últimos departamentos. En las estadísticas de Arboleda, llama la atención, eso sí, el caso de Panamá. Pero allí, ¿no estamos también frente a otro espa­ cio geohistórico de la guerra? O es necesario retomar la perspectiva de Malcolm Deas sobre los conflictos en Panamá: “Algunos de ellos fueron simplemente golpes que implicaron poca lucha: la lista de Arboleda se reduce en por lo menos dieciséis rebeliones, si se exclu­ yen los cambios de gobierno en Panamá [...]. A pesar de la tradición inestable de sus gobiernos, Panamá no era un lugar violento”5. La frecuencia de los conflictos armados en la región fue in­ cluso percibida por los contemporáneos de las guerras civiles, quie­ nes llegaron a señalar durante los acontecimientos de 1895: “Nues­ tra historia nos enseña que revolución que no incendia el Cauca pronto se apaga, y por cierto que, de tejas para abajo, el actual go­ bernador de aquel departamento ha sido el salvador de la sociedad y las instituciones: el pueblo del interior se olvida de esta verdad porque el sangriento sol de los combates no iluminó con sus rayos deslumbradores las praderas del Valle”6. “En toda acción de resis­ tencia interviene el caucano [...]. Aquí está el foco de las revolucio­ nes; aquí, de ordinario, su último reducto. El Cauca da el principal contingente de luchadores en todos los choques sangrientos, y los más de los combates se libran con tenacidad y heroísmo dignos de mejor causa”7. Con anterioridad, en el año de 1863, Pedro Berrío había rea­ lizado una observación similar sobre la tendencia del Cauca a con­ vertirse en un escenario de conflictos armados: Desgraciadamente [refiriéndose al Cauca] no es en esa importante sección de la República tan compacta la opi­ nión en favor del orden. Los principios disolventes que los apóstoles de una falsa democracia han estado inculcando 56 5 Malcolm Deas, Canjes violentos: reflexiones sobre la violencia política en Co­ lombia. En: Malcom Deas y Fernando Gaitán Daza. Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia. Bogotá, Tercer Mundo, 1995, pp. 11-12. 6 Para la historia de 1895, comunicación enviada al director de El Telegrama. AGN, Sección Colecciones, Vergara y Velasco, 2, ff. 57-58. 7 Ernst Rothlisberger, El Dorado; estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana. En: Alvaro Tirado, óp. cit., pp. 269, 357 y ss. allí en las masas en los últimos 1(> artos, y la guerra devas­ tadora y casi incesante que por espacio de medio siglo ha sido teatro aquel hermoso país, han mantenido enconados los ánimos, y han hecho huir de ese suelo la tranquilidad y la confianza. Allí las cuestiones políticas se agitan con un calor, con una exacerbación de la cual sólo vemos ejemplos en la antigua República francesa y en las últimas guerras de Italia8. 8 Pedro Berrío, Informe que el Secretario de Gobierno presenta al Ciudadano Gobernador del Estado. Medellín, 1863, pp. 7-8. 9 Este teatro de la guerra fue claramente determinado para quienes observaron los acontecimientos armados de 1876 y 1877: “Concentrada como lo está hoy la guerra en los cerros de Manizales, y habiendo tomado éstos, por lo mismo, un gran interés, pues todo lo que pasa allá es decisivo; y en la expectativa de una gran batalla en que los héroes de Los Chancos sellaron con su valor y pericia la ansiada paz de la República, nada más oportuno que la formación y publicación de un mapa del teatro; y así se ha hecho. Dicho mapa comprende el territorio desde Cartago hasta Salamina, y desde Honda hasta la cordillera Occidental, con todas las poblaciones, caminos, trochas, cordilleras, ríos y de­ más accidentes geográficos de esa parte de los estados del Cauca, el Tolima y Antioquia, especialmente Manizales, con los lugares cercanos en que se han librado los combates de La Cabaña y en los que se librará la batalla final en la presente guerra. Este trabajo ha sido hecho sobre datos completos enviados de los campamentos, y viéndolo puede formarse una idea exacta cualquier perso­ na de las posiciones que ocupan los generales Trujillo, Delgado, Peña, Acosta, Vélez, Arboleda y Casabianca, y seguir el curso de las operaciones militares”. El Estado de Guerra. Bogotá, 13 mar., 1877, p. 96. MIGUEL BORJA En definitiva, en el Estado del Cauca se encontraban las tiei tas caucanas y en ellas la región del valle y el cañón del Cauca y üiis tierras aledañas, el principal escenario de la Guerra Federal9. I licha región se convirtió en la zona de tensión entre los Estados que componían la Confederación, en la “línea de contacto” de los pueblos históricos que habitaban el país. Llegó a conformarse como un espacio geohistórico contenedor de los diversos procesos espa< lales de la guerra. La región era el núcleo del ámbito espacial de la guerra que estaba constituido por cuatro áreas diferenciadas: el altiplano de Popayán, el valle alto del Cauca, el cañón del Cauca y el Batolito Antioqueño. Al sur se encontraba una cuña geopolítica en el altiplano de Pasto, en continua interacción con el Ecuador. Por el norte existía otra cuña geopolítica, que se originaba cuando las 57 77‘0-0-W 76*0‘0-W 1:4.274.479 75*0'0"W Leyenda • Cubacaraa —* Rb.-j prirvip.a»« Altura» Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas; GCS_Internacional_1924 Origen: Bogotá Observatorio 1.000.000,1.000.000 MAPA 2. ÁMBITO ESPACIAL DE LA GUERRA FEDERAL. 58 Valúa I nerzas de la costa atlántica intervenían en los sucesos de la Guerra Federal y se desplazaban a la frontera norte de Antioquia. Incluso, mientras en otros espacios se definían los asuntos de la guerra, aquí se continuaba batallando “en la imaginación”, realizando diversas parodias de movimientos armados, un juego teatral de representación de la guerra. Esto se puede constatar en la dinámica impuesta a la región por José María Obando al frente de las fuerzas que combatían al gobierno de Mariano Ospina, du­ rante la confrontación empezada en 1859. La estrategia de Obando contempla un manejo del espacio geohistórico de la Guerra Fede­ ral y sus zonas adyacentes, a los cuales convierte en los territorios de una guerra de movimientos y de representaciones en donde los enemigos se amenazan, pero no se tocan. En sus planes militares de comienzos del año de 1861 en el espacio geohistórico de la gue­ rra, Obando describe a grandes rasgos la cartografía del conflicto y la forma como moviliza las fuerzas del Patía en las contiendas armadas, e incluso deja conocer sus tensiones con Mosquera. Oban­ do muestra las vicisitudes de sus tropas y las de algunas partidas que se encargaron de hostigar a Manizales, ciudad ocupada por las fuerzas leales a Mariano Ospina y que Obando no se atreve a atacar. Da vueltas por la región yendo al Otón, visita a Santa Rosa, acuerda actuar sobre Manizales, atiende las hostilidades que surgen en Riosucio, establece fuerzas en Ansermanuevo con el fin de abrir movi- MIGUEL BORJA Si se estudia la cartografía de los Estados Soberanos del siglo XIX, se puede observar que la mayoría de ellos tenían límites polil icos sobre la zona de tensión fronteriza, y que allí confluían las diversas rutas de la guerra y el comercio. Así, los pobladores de los listados de la costa usualmente pasaban por el Magdalena Medio para comunicarse con el resto del país, e igual hacían las gentes de Panamá, quienes también utilizaban la ruta entre Buenaventura y Cali. En consecuencia, durante la segundad mitad del siglo XIX, en el valle y el cañón del Cauca se daban cita los protagonistas de la economía, la sociedad y la política. Igualmente, era el espacio privilegiado de los actores armados, como se puede constatar en el hecho de que allí sucedieron los principales encuentros y accio­ nes bélicas de la Guerra Federal. Se combatía alrededor de la larga “cinta urbana” que recorría de sur a norte la región, de Popayán a Medellín, como se analiza posteriormente. 59 4S0CC0,000000 000000,000000 N 450000,000000 Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenadas geográficas: CGS_WGS_1984 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000,1.000.000 1450000 oooooo 1:10.895.665 MAPA 3. Los Estados soberanos según los estudios de Agustín Codazzi y el territorio actual de Colombia y Panamá. mientos sobre la Vega de Supía y hacerse a los pasos del Cauca para presionar a Caramanta. En fin, da vueltas y planea estrategias, esta­ blece de nuevo la guerra sobre Manizales y amaga sobre el enemigo por la Vega de Supía, con el fin de entretener a Antioquia, mientras Mosquera busca triunfar sobre Mariano Ospina en Bogotá. Obando es en este momento un militar dedicado a planificar la victoria final 60 10 Carta de José María Obando a Tomás Cipriano de Mosquera, Cartago, 22 de febrero de 1861, ACC, Fondo Mosquera, 625, sig. 49568. 11 Manuel Briceño, óp. cit., 1878, p. 154. MIGUEL BORJA desde la distancia; recomienda que las fuerzas rebeldes se dirijan hacia Bogotá, para luego volver sobre Antioquia y el Cauca. Está, entonces, frente a un dilema: no se encuentra en los teatros béli­ cos donde se está definiendo la guerra: los alrededores de Bogotá. Y, para el colmo de cosas, debe soportar la presión de gentes que sólo piensan en los problemas limítrofes entre Antioquia y el Cauca, que lo instan a que se tome a Villamaría [Caldas], sin contar que no i iene las fuerzas necesarias para dicha misión10. Guerras reales y guerras “virtuales” copan, por consiguiente, el espacio geohistórico de la guerra y los imaginarios de los coman­ dantes durante la Guerra Federal. La zona se volvió un escenario recurrente de los enfrentamientos armados entre los Estados So­ beranos de la segundad mitad del siglo XIX, y, a la vez, el territorio donde se generaban diversas tensiones entre las colonizaciones de avanzada de los Estados, las fuerzas políticas y los movimientos de negros y campesinos. Así, el conflicto armado de 1859-1862 arrancó y terminó en el espacio geohistórico de la guerra. La guerra comenzó en el suroccidente del país, se extendió hacia el centro y desde allí al nororiente, para terminar finalmente en el norte del Cauca y el sur de Antioquia. En otro acontecimiento armado, la llamada guerra de 1876, las acciones bélicas se extendieron desde el occidente hacia el centro y el oriente del país, para volver al foco inicial en la frontera antioqueño-caucana y culminar con el ingreso de las tropas caucanas en el Estado de Antioquia. De acuerdo con los cronistas de la época, la guerra comenzó alrededor de Palmira el 11 de julio del año de 1876, cuando una partida de conservadores atacó la ciudad, y finalizó prácticamente con la toma de Manizales por parte de las fuerzas caucanas al mando de Julián Trujillo11. Por consiguiente, la guerra empezó en el extremo sur de la zona de tensión fronteriza y vino a terminar en el extremo norte de dicha región. Las fuerzas combatientes se movieron por el escenario principal de la Guerra Federal, a lo largo y ancho de la región que hoy encierra el valle del Cauca y el macizo volcánico central. En 1885, la Colombia Federal inaugurada en 1858 enfrentó de nuevo un acontecimiento armado que llevó a los Estados a participar en él, quizás sin saber que se 61 jugaban su existencia como Estados. La guerra comenzó en octubre de 1884 como una rebelión por parte de los radicales contra el pre­ sidente de Santander, Solón Wilches, liberal independiente. El en­ frentamiento habría de involucrar el resto del país. Los escenarios iniciales de la guerra fueron Santander y Boyacá. Posteriormente, las fuerzas rebeldes se movilizaron hacia la costa atlántica, anima­ das por los éxitos de Gaitán Obeso en el control del río Magdalena y parte de la costa atlántica. El gobierno general organizó su defensa desplegando una tenaza militar cuyos brazos se extendieron desde el Cauca y el centro del país. Esta vez, de nuevo, en la zona de ten­ sión fronteriza se volvió al estado de guerra; allí se llevaron a cabo las confrontaciones que posibilitaron las campañas de la costa con el fin de derrotar a los levantados en armas. Esta guerra, terminada con la derrota de las fuerzas radicales, tuvo como escenarios inicia­ les los Andes centrales y orientales, y como teatros finales parte de la costa atlántica. De acuerdo con algunos observadores, el enfren­ tamiento militar decisivo de la guerra de 1885 fue la batalla de San­ ta Bárbara, en cercanías de la actual Cartago. Desde ese momento, las fuerzas de la Unión tuvieron vía libre para entrar en Antioquia, cortar las líneas de comunicación de los ejércitos rebeldes con el in­ terior del país e iniciar la campaña de la costa, la cual le puso punto final a la confrontación12. Igualmente, si se indaga en los primeros sucesos bélicos en la República de Colombia cuando se inicia la denominada “Revolución Federal”, el momento prebélico de la Guerra Federal, encontramos que la zona de tensión fronteriza aparece como el principal teatro de los acontecimientos armados. Así sucedió durante la Guerra de los Supremos, entre 1839-1841, como se puede registrar en diver­ sos documentos13. Durante los acontecimientos armados del con­ flicto iniciado en 1839 la ciudad de Cartago comenzó a definir su rol como frontera de tensión, como llave de entrada al Cauca. Por esto, los antioqueños cuando se levantaron en armas en contra del 62 12 Foción Soto. Memorias sobre el movimiento de resistencia a la dú tadura de Rafael Núñez, 1884-1885. Tomo 1. Segunda Edición. Bogoth, Int iin.iblra, 1986, pp. 272-273. 13 AGN, Revolución Federalista, 48, ff. 338r y v-339r. 14 Alfredo Cardona, Indígenas, curas y maiceros. Manizales, Hoyos Editores, 2004, p. 99. 15 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 1221, ff. 67-68. MIGUEL BORJA gobierno de la República, liderados por Salvador Córdoba, tras una ■ orla campaña se apoderaron de Cartago y allí se acuartelaron14. Comenzó a dibujarse así el núcleo central del Cauca, alrede­ dor de Popayán y el Batolito Antioqueño, como espacios de poder económico y político para los actores de la guerra. A partir de estos .oíos, la denominada zona de tensión fronteriza tendería a converl irse en el principal escenario de los conflictos armados, y se irían dibujando los diferentes espacios de la guerra: las zonas de recur­ sos económicos y políticos, los núcleos urbanos de Popayán, Cali y Medellín, las zonas de enfrentamiento armado y los territorios de refugio, entre ellos el suroccidente caucano, la región de Barragán, etc.; tres espacios que contaron además con rutas de la guerra bien < lelineadas: las riberas de los ríos Cauca y Magdalena, y los caminos del Quindío y de Guanacas, entre otros. La estructura territorial de la guerra mencionada funciona­ ba no solamente en los grandes acontecimientos armados, sino que también se colocaba en marcha en las guerras civiles, dentro de cada uno de los Estados. Así sucedió a comienzos de 1879, cuando el Cau­ ca militarizó su frontera norte y sur en prevención de un desborda­ miento de los sucesos armados en Antioquia y posibles movimientos desde el Ecuador hacia el Cauca15, pero también con la intención de participar en los hechos armados que se desataron en Antioquia. En febrero de 1879, el presidente del Cauca procedió a organizar fuer­ zas militares, las cuales se pusieron en marcha hacia Antioquia con el fin de intervenir en la revolución radical que habría de llevar al liberalismo al poder en Antioquia. Por los días que corrían, el jefe del Estado del Cauca se desplazó hacia los municipios del norte del Es­ tado y dispuso la conformación de milicias. Se organizó, incluso, por disposición del poder ejecutivo nacional, una división al mando de los generales Elíseo Payán y Francisco Antonio Escobar, con el fin de ocupar la frontera antioqueña. Rápidamente se hicieron contratos por telas y hechura de vestuarios, cartucheras, morrales, caballerías, toldas y todos los demás elementos de equipo que la guerra deman­ daba. Se tomaron armamento y municiones de los parques naciona­ les y del Estado y se realizaron contratos para la compra de armas. En fin, se organizó la parafernalia de la guerra16. Igualmente, se die­ ron instrucciones a los jefes municipales del sur del Cauca para que vigilaran la frontera y declararan turbado el orden público en caso de que fuerzas ecuatorianas o colombianos residentes en esa República pretendieran invadir el Estado. Se puede ver, entonces, cómo el Cauca frente a las contiendas armadas en Antioquia trataba de blindar sus fronteras al norte y al sur, las cuales, desde tiempos atrás, eran, en términos geopolíticos de hoy, “fronteras calientes”17. Se deduce que ante un movimiento armado en alguno de los Estados, los Estados vecinos reaccionaban moviendo tropas, a veces con el fin de promover los desórdenes, otras, con el propósito de contener el desborde de las revoluciones sobre sus territorios. 1.2 EL ESCENARIO GEOHISTÓRICO DE LA GUERRA FEDERAL Si la geohistoria de la guerra muestra la existencia de un área peculiar donde se desarrollaban los conflictos armados, ¿cuáles eran las principales características fisiogeográficas de dicha zona y cómo ellas influían en los sucesos de la guerra? En primer lugar, es necesario indicar que la mayor parte del territorio estaba comprendido entre los cordones magistrales de las cordilleras, de elevadas montañas que conformaban diversas áreas paramunas importantes por su cercanía a los poblados de la época y a los valles longitudinales del Cauca y el Magdalena. El territorio nombrado corresponde a lo que durante los tiempos de la Comisión Corográfica dirigida por Agustín Codazzi era aproximadamente la provincia del Cauca y el Cantón de Salamina al sur de Antioquia, o las partes del valle del Cauca y las Tierras de Arma, de acuerdo con la regionalización de Vergara y Velasco18. La provincia del Cau­ ca perteneciente al Estado Soberano del Cauca para mediados del siglo XIX, de acuerdo con los trabajos de la Comisión Corográfica, 64 16 Ibíd., ff. 69-70. 17 Ibíd., ff. 67-68. 18 Francisco Vergara y Velasco, Nueva geografía de Colombia. Escrita por regiones naturales. Bogotá, Banco de la República, 1975? limitaba con las Provincias de Ant ioqui.i, Mariquita, Popayán, Bue­ naventura y Chocó19. Esta provincia y el Cantón de Salamina, perteneciente a la provincia de Córdova del Estado de Antioquia; son territorios que a lo largo del siglo XIX generaron tensiones por problemas de límites entre el Estado antioqueño y los otros Estados de la Confederación Granadina, como se estudia posteriormente. El Cantón de Salami­ na limitaba al norte con el cantón de Rionegro, separado por el río Buey, y con el de Marinilla, dividiéndolos una cordillera. Al este limitaba con la provincia de Mariquita, por unas lomas desiertas y < asi desconocidas, por el curso del río La Miel y luego por las cum­ bres de los páramos de Herveo y del Ruiz, hasta el límite de las nieves perpetuas. Al sur con el río Chinchiná desde su origen has1.1 su desembocadura en el río Cauca, división con la provincia de este nombre. El Cauca cerraba los límites al occidente, separando el campo de Supía y una parte del de Anserma de la provincia del Cauca, así como una sección de la de Medellín20. Señalaba Codazzi sobre las características fisiogeográficas de esta región, las cuales habrían de constituirse en innumerables obstáculos para los actores de la guerra: 19 Agustín Codazzi, (Director), Geografía física y política de la Confederación Gra­ nadina. Volumen I. Estado del Cauca. Tomo II. Provincias del Chocó, Buenaventu­ ra, Cauca y Popayán. Tomo III. Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas. Edi­ ción, análisis y comentarios: Guido Barona Becerra, Camilo Domínguez Ossa, Augusto Javier Gómez López y Apolinar Figueroa Casas. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2002, p. 168. 20 Agustín Codazzi, (Director), Geografía física y política de la Confederación Gra­ nadina. Volumen IV. Estado de Antioquia. Antiguas provincias de Medellín, Antioquiay Córdova. Edición, análisis y comentarios: Guido Barona Becerra, Augus­ to Javier Gómez López, Camilo Domínguez Ossa. Investigadores invitados: Andrés Guhl Corpas, Óscar Almario García, Orián Jiménez Meneses. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005, p. 323. MIGUEL BORJA Estando la parte llana en clima cálido y húmedo, es malsana, se halla desierta y la cubren extensos cañaverales de guadua, teniendo algunos pedazos de monte. Las faldas altas de las cordilleras están inhabitadas y cubiertas de es­ pesos bosques; las medianías de éstas son las que el hombre empieza, puede decirse, a descuajar por la parte occidental de la cadena de los Andes, mientras que la oriental está casi desconocida y solamente la atraviesan tres malas trochas. 65 Los páramos están desiertos casi en su totalidad, excepto los valles altos de San Félix y cerca de Sonsón. La población del cantón era de 40.759 habitantes y los nombres de sus ciuda­ des, villas y distritos parroquiales eran: Sonsón, Abejorral, Salamina, Manizales, Aguadas, Neira, Pácora y Arma21. Según Vergara y Velasco, allí era donde las cordilleras Occi­ dental y Central realmente merecían ese nombre. Presentaban la apariencia de largos murallones de flancos bastantes uniformes que descansaban en los extremos sobre tierras dobladas y en el centro sobre dilatada llanura, alzada un kilómetro sobre el mar, de suerte que el conjunto constituía una larga faja de mediana an­ chura, que no excedía de 12 leguas, por casi 4 grados de longitud, o sea de las ásperas tierras del Patía a la acrópolis antioqueña y del Chocó (del Izcuandé al istmo de San Pablo) al valle del Tolima (alto Magdalena), guardando en su interior el alto curso del Cauca22. La conformación fisiogeográfica de montaña y valle habría de desempeñar un papel destacado en las dinámicas de la guerra, en un tiempo en que los factores geográficos tenían un papel impor­ tante en la estrategia de las diferentes fuerzas enfrentadas, máxime cuando, para la época, los valles longitudinales y los valles interan­ dinos constituían más paisajes naturales que culturales. De esta manera, en la zona de tensión fronteriza las fuerzas en contienda encontraban o manejaban el espacio geográfico trazando zonas de refugio, teatros de guerra y áreas de economía para la guerra, ade­ más de territorios de lucha por el poder político. Hoy se puede indicar con mayor precisión que el accidentado territorio de la geografía andina se divide allí en diversas subregio­ nes, las cuales, debido a sus particularidades de clima, orografía e hidrografía, determinan una morfología y un paisaje con condi­ ciones especiales para el establecimiento de reductos geopolíticos que permitían dominar la región. Estas subregiones se concentra­ ban alrededor de un núcleo geohistórico central delimitado por la región del valle y el cañón del Cauca. Alrededor de dicho núcleo giraban al oriente la vertiente y el valle del Magdalena Medio; al oc­ cidente, el eje de la cordillera Occidental y la región de Roldanillo; 66 21 Ibíd., p. 324. 22 Vergara y Velasco, óp. cit., p. 508. MAPA 4. Regiones geográficas, según Ernesto Guhl. Fuente: Guhl, Ernesto (Director), Caldas. Estudio de su situación geográfica, económica y social, como base para el establecimiento de un régimen de seguridad regional. Bogotá, Ministerio del Trabajo, 1955. 23 Ernesto Guhl, (Director), Caldas. Estudio de su situación geográfica, económica y social, como base para el establecimiento de un régimen de seguridad regional. Bogotá, Ministerio del Trabajo, 1955, p. 2. MIGUEL BORJA al norte, el Macizo de los Mellizos y la región de San Félix, al igual que la región del páramo de Sonsón. Por otro lado, la región era una formación social encabalgada entre el Batolito Antioqueño, el núcleo geohistórico de la sociedad antioqueña, al norte, y la formación andina de Popayán, al sur, polos económicos y políticos a partir de los cuales pasaban los conflictos armados. Finalmente, la región recibía influencia directa del Chocó biogeográfico y del sur del país, como zonas de recursos y refugio23. 67 1.3 LA GUERRA EN LOS VALLES: EL VALLE DEL CAUCA Para Clausewitz, la forma más sencilla de hacer la guerra se practica en un país llano y moderadamente cultivado24. Esto es bá­ sicamente lo que sucede en los teatros bélicos de la Guerra Federal, en donde dominan el valle del río Cauca y el encajonamiento cordi­ llerano. Tales factores fisiogeográficos habrían de favorecer la orga­ nización de la guerra en la región y la victoria recurrente de aque­ llos que dominaran dicho escenario. En el escenario mencionado no se encuentran dificultades como las que se pueden hallar, por ejemplo, en los territorios de bosques, donde la visión del enemigo se obstaculiza, o en los países montañosos, donde existen dificul­ tades para acceder a los diferentes puntos del territorio, como era el caso del Macizo Central andino. Durante el siglo XIX, en las llanuras, en este caso las pla­ nicies occidentales del valle del Cauca, la alta visibilidad permitía hacer uso de todos los medios defensivos y de ataque. En un terri­ torio con estas características era fácil concentrar las fuerzas en el combate, evitando la división de ellas; habría que agregar el hecho de que dichas llanuras estaban rodeadas por cordilleras, cuyos ra­ males caían sobre el valle formando una serie de colinas que per­ mitían la ubicación estratégica de los combatientes en torno a las planicies y ciudades. El uso del espacio, teniendo en cuenta la di­ námica de las geoformas planas y los ramales montañosos, fue uno de los factores que determinaron la suerte de las batallas acaecidas a lo largo de la parte occidental del valle del Cauca. El valle, ade­ más de servir como vía de tránsito de los actores armados, brindó diferentes lugares para las batallas de la Guerra Federal, como fue el caso del valle de Sonso y la loma de Santa Bárbara, que se estu­ diarán más adelante. El valle y cañón del Cauca, eje geoeconómico y geohistórico de la región, el cual es la prolongación hacia el norte del valle del río Cauca en las zonas de Apía y Risaralda, podía ser dominado desde las áreas de alta montaña de las cordilleras Central y Occi­ dental. Por este valle corría no solamente la vida económica de la región, sino que también era el semillero, corredor y escenario béli­ co central de la guerra. El valle del Cauca fue el entorno geográfico 24 68 Clausewitz, óp. cit., p. 342. fii donde se desarrolló la economía minera, cafetera y, posterior­ mente, la industria moderna. En las tierras aledañas al cañón del ('auca estaban asentadas las principales minas de oro y plata. Po­ blaciones como Marmato, Supía, Cartago y las del Chocó se distin­ guían por la explotación y la comercialización de dichos metales. Más adelante se desarrolló allí la colonización antioqueña, la cual habría de colocar en marcha el cultivo del café, fundamento de la posterior industrialización e inserción internacional del país. En l.i región se dieron los primeros fenómenos de acumulación origi­ naria de capital, factor que explica, en parte, la persistencia de la violencia y la guerra. Hacia finales del siglo XX, fue el lugar donde habrían de nacer los carteles de la droga, recreadores de la violencia sobre la región. Cabría, al respecto, citar a Marx: “En la historia real tienen, como es sabido, papel de protagonistas la conquista, el sometimiento, el asesinato, la violencia, dicho brevemente”25; contemporáneamente, las teorías de Paúl Collier y Anke Hoeffler, quienes establecen una relación directa entre recursos económicos y violencia26. 25 Carlos Marx, El Capital. Libro primero, volumen 2. Traducción, Manuel Sa­ cristán. Barcelona, Grijalbo, 1976, p. 360. 26 Paúl Collier y Anke Hoeffler, Greed and Grievance in Civil War. Washington, Development Research Group. Banco Mundial, 2001. 27 Vergara y Velasco, óp. cit., pp. 514-525. MIGUEL BORJA Uno de los mejores trabajos de geografía regional sobre la si­ tuación del valle del Cauca en la segunda mitad del siglo XIX fue el realizado por Vergara y Velasco, basándose en los materiales de la Comisión Corográfica27. Vergara y Velasco resalta la riqueza de un paisaje formado por cuestas y montes, valles y llanos, campos cultivados y tierras incultas, bosques y praderas, un suelo que se presta para la ganadería y la agricultura. Destaca el aspecto unifor­ me del valle en su constitución física, el cual presenta una planicie que “forma horizonte”, encajonada entre las altas cumbres de las cordilleras. Allí árboles frondosos cubren grandes espacios, pero dejando siempre ver la prolongación de las sabanas y de los bosques que se confunden entre sí. El ganado crece y se multiplica casi sin la intervención del hombre; tras los pastos vienen las labranzas y haciendas. Los bosques hacen que las ciénagas conserven sus aguas 69 durante el año28. Vergara y Velasco observa que la parte llana es la más habitada, pues para la época, las partes altas de las cordilleras permanecían despobladas y eran hábitat de “animales salvajes”. Indica que los bosques caucanos en la época de las lluvias se inun­ daban en muchas partes hasta la altura de dos metros29. Es tal la abundancia de esta tierra, que “en los fértiles terrenos del valle el plátano dura un siglo, el cacao más de medio, el maíz da en el año dos abundantes cosechas, y la caña de azúcar produce por muchos años sin necesidad de renuevo”30. Según Vergara y Velasco, caminando por el valle es como se pueden apreciar los detalles de esta región, e indica que desde San­ tander [de Quilichao en el actual departamento del Cauca] se ve la gran llanura estrechada frente a Buga. “Avanzando hacia el norte, los cerros azulados de aquella ciudad; y de Buga, mirando hacia Car­ tago desde alguna pequeña eminencia, el cerro de Anserma Nuevo, junto con la elevada mesa que queda entre los ríos Consota y Otún, la que estrecha el valle hasta formar la garganta por donde al pa­ recer se abrieron paso las aguas”31. Encuentra este autor al oriente una enorme masa de rocas cubierta con una vegetación densa, “la cual forma las crestas de la cordillera del Quindío, o Central, cuyos gruesos y altos estribos avanzan hacia el valle, desnudos de mon­ taña”32. Allí, “las sabanas se presentan con planos ligeramente in­ clinados, revestidos de muchas reses y crías de caballos, y con una que otra choza adornada de árboles frutales y cercada de hermo­ sas y colosales guaduas, cuyo ornato uniforme da al paisaje cierto aspecto encantador”33. Por otro lado, señala que la banda derecha hasta Buga está llena de pueblos, haciendas, labranzas y ganados. “De Buga hasta Cartago la perspectiva se modifica, pues del lado de la cordillera los cerros parecen sucederse en alturas diferentes y como en anfiteatro, dejando ver el pico llamado Pan de Azúcar, que señala el punto de la primitiva fundación de Buga, que estuvo a sus 70 28 Ibíd., p. 515. 29 Loe. cit. 30 Ibíd., p. 516. 31 Ibíd., p. 517. 32 Ibíd., pp. 517-518. 33 Ibíd., p. 518. pies, en tierra fría”34. Del río La Paila a Cartago no es la cordillera l.i <]tie domina el valle, sino el ramal denominado Serranía de los 11 ijaos o de Yarumal. Por esto, los cerritos y pequeñas colinas llegan hasta las orillas del Cauca, y el terreno presenta partes llanas y partes combadas35. Vergara y Velasco encuentra que Cartago, remate occidental . leí famoso camino del Quindío, está situado en “una bella planicie ii orillas del sin igual río de La Vieja, dominada en lontananza por i’l Nevado del Quindío ó San Juan”36. Adelante de Cartago encuenI ra algunos caseríos, a los que sigue “la floreciente población de I 'ereira, a orillas del Otún, establecida sobre la primitiva fundación de Cartago”37. En un llanito de clima templado está la población de Santa Rosa de Cabal, al pie del Nevado Cisne, luego están San Prancisco y la Villa de María, hasta el río Chinchiná, límite no sólo del departamento sino del valle, “pues en su margen derecha ya las colinas y cerritos se convierten en verdaderos estribos; allí princi­ pian las Tierras de Arma”38. 1.3.1 Los acontecimientos armados de 1860 en el valle del Cauca 34 Ibíd., p. 519. 35 Ibíd., pp. 520-521. 36 Ibíd., p. 521. 37 Loe. cit. 38 Loe. cit. 39 Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua República de ese nombre hasta la época presente. Bogotá, Banco Cen­ tral Hipotecario, 1990, Tomo XI, p. 212 y ss. MIGUEL BORJA En el valle del Cauca arrancó el conflicto armado el día 18 de mayo de 1860, fecha en la cual el Cauca se declaró en guerra debido a que sus dirigentes consideraron lesionada la soberanía del Estado por parte del gobierno de la Unión. Arboleda registra que a fines de diciembre de 1859 habían vuelto a esparcirse en el Cauca los rumores de una próxima alteración del orden público que todos los caucanos veían estallar39. Da cuenta de la presencia en el norte del Cauca del comandante Pedro Carrillo, agente del gobierno nacional encargado de recoger las armas de propiedad de la Confederación 71 que estaban en manos de particulares. Con Carrillo contaban los enemigos del gobierno caucano, en cabeza de Tomás Cipriano de Mosquera, en el caso de un conflicto armado. Desde la Unión, en el antiguo cantón de Toro, escribió el 26 de diciembre de 1859 lo siguiente a un correligionario del Estado de Antioquia: “El presi­ dente Ospina me dice que las fuerzas de Nieto han triunfado en Barranquilla [...] que despliegue todo celo y actividad en el Cauca, porque los rojos de Santander están de acuerdo con Mosquera para un levantamiento general [...] que la guerra está declarada”40. Ramón Espina registró en septiembre de 1859 los sucesos iniciales de la revolución de Nieto en la costa atlántica y su impacto en el resto del país41, hechos que constituyeron el primer instante de la guerra y mostraron la forma cómo se fueron conjugando en el tiempo y el espacio los elementos que habrían de llevar al conflicto: “Vino la noticia de que la revolución de Cartagena se ha extendi­ do a desconocer el gobierno de la Confederación”42. El gobernador de Bolívar escribió al gobierno de la Unión manifestándole que no tenía recursos ni modo de contener los progresos de la revolución. “Del general Posada se dice que la mayor parte de la gente que te­ nía, se le pasó a los revolucionarios, o se le dispersó y con la poca que le quedó regresó a Mompós”43. Por otra parte, informa que el gobernador de Santa Marta había abandonado su cargo con el fin de secundar la revolución de Nieto en Bolívar. Frente a estos suce­ sos, el gobierno de la Confederación ordenó al de Cundinamarca reclutar mil personas para mandar a la costa. Con el propósito de cumplir la orden, en las calles cogieron a cuanta gente encontraron y la condujeron al cuartel; lo mismo se mandó a hacer en los pue­ blos44. Daba cuenta también de los triunfos de los revolucionarios de Santander, quienes habían logrado batir al gobierno de dicho 72 40 Ibíd., p. 213. 41 Ramón Espina, carta a Tomas Cipriano de Mosquera, Bogotá, 6 de septiem­ bre de 1859. En: J. León Helguera y Robert Henry Davis, (Editores), Archivo Epistolar del General Mosquera. Correspondencia con el General Ramón Espina. 1835-1866. Biblioteca de Historia Nacional. Volumen CVIII. Bogotá, Kelly, 1966, pp. 315-317. 42 Ibíd., p. 315. 43 Loe. cit. 44 Loe. cit. 45 Ibíd., p. 316. 46 Tomás Cipriano de Mosquera, carta a Ramón Espina. Popayán, Io de febrero de 1860. En: Helguera y Davis, óp. cit., p. 329. 47 Loe. cit. 48 Ibíd., 330. MIGUEL BORJA Estado, ante lo cual se temía en Bogotá que las tropas de Santander invadieran a Boyacá, máxime cuando se habían levantado fuerzas rebeldes en Sogamoso y Santa Rosa'1’. Para el general Mosquera la guerra ya había comenzado en el norte de su Estado: quienes se habían levantado contra su gobierno no querían entregar las armas y, por el contrario, no sólo habían cortado las comunicaciones con Cartago, sino que tenían alrededor de doscientos hombres armados, hostilizando al gobernador del Quindío45 46. Ante esta situación bélica, Mosquera ordenó organizar tropas en Cali, Tuluá, Buga, Roldanillo y Palmira. Según él, se al­ canzarían a reunir 2.000 soldados: “Ahora verá el señor Sanclemente que más fácilmente movilizo yo dos mil hombres que lo que él ha hecho en un año. Nadie ha sido obligado por fuerza y van todos con sus armas propias”47. Mosquera nombró como comandante al general de la Independencia, Pedro Murgueitio Conde, quien a una avanzada edad no se echó para atrás, sino que salió a buscar la vic­ toria o la muerte en “los campos de sangre”. A Mosquera la guerra no le preocupaba, y consideraba que el Cauca sería el baluarte de la Confederación. De hecho, respiraba tranquilo, debido a que Maria­ no Ospina no contaba con los recursos necesarios para enfrentar a sus enemigos, como habría de verse más adelante. Además Mos­ quera estaba ad portas de ser el presidente de la Confederación: “En el Cauca también me tienen por candidato todos los federalistas nacionales y liberales; pero si no se derogan las leyes no votaremos, no habrá elecciones en este Estado”48. En consecuencia, Mosquera renunció a llegar al poder por los canales legales, a pesar del con­ senso que lo rodeaba y, hábilmente, jugó la carta de la guerra como el camino hacia la presidencia de la Confederación. Por las mismas fechas, Carrillo dirigente político-militar del norte del Cauca, quien fue uno de los líderes iniciales de la contra­ rrevolución a la revuelta iniciada por Nieto en la costa atlántica, afirma que sus coterráneos se levantan en armas motivados, entre otras cosas, por el hecho de que Mosquera comenzó a organizar 73 un levantamiento general en contra del gobierno de la Unión, en cabeza de Mariano Ospina49. Como era usual cuando se entraba en guerra, Carrillo considera que lo único que estaba haciendo Mos­ quera era levantar los palenques, las guaridas de bandidos existen­ tes en el Cauca. Estos “facinerosos”, según él, son los que se pre­ sentan armados y organizados en cuadrillas como defensores de la administración de Mosquera. Para Carrillo, son ellos quienes se lanzan armados sobre las propiedades para destruirlas. Anota que cada noche desaparece el ganado de las fincas cercanas a Palmira, “a vista y paciencia” de las autoridades. Además, allanan las casas de los campos cercanos, y en el pueblo de Candelaria roban cuanto les place y asesinan en las goteras de la ciudad. Muchos habitantes de Candelaria se vieron en la necesidad de huir y buscar refugio en la provincia del Quindío, pero hasta allí llevaban el terror los comi­ sionados de Palmira50. Carrillo señala que las sociedades democráticas predicaban públicamente el exterminio de los conservadores, y que los asesi­ natos seguían a sus discursos. Protesta por el hecho de que Mos­ quera se empeñó en desarmar a quienes eran sus rivales, los cuales se encontraban en poder de un buen número de armas. Desde 1851 hasta 1854 las armas de la República en el sur vi­ nieron a parar a manos de particulares debido a que algunas fueron distribuidas por los gobernadores y otras simplemente se las roba­ ron51. El gobierno del Cauca no tenía conocimiento alguno del para­ dero de las armas en el valle, y creyó conveniente, para adquirir da­ tos seguros y recobrar esa propiedad casi perdida, comisionar para esa tarea a algunos de los que en 1854 comandaron fuerzas, y que por lo mismo tenían mayor facilidad para ubicarlas y reclamarlas. Para los opositores del gobierno del Cauca esta acción tenía como objetivo desarmar a los que Carrillo llamaba “hombres de bien”, esto es, a los conservadores, y armar a “las turbas democráticas” que rodeaban a Mosquera, con el propósito de preparar el terreno para pronunciarse contra el gobierno general. 74 49 Pedro Carrillo, La revolución del Cauca. AGN, República, Archivo Histórico Restrepo, 27, 32, ff. 243 r y ss. 50 Ibíd., f. 248v. 51 Ibíd., f. 249r. 52 En una carta, Mosquera dio cuenta de los anteriores sucesos de la siguiente forma: "Después que escribí a Usted por el correo, he recibido un posta oficial de los gobernadores de Tuluá y Cali en que me avisan que el 29 de enero atacó Carrillo al gobernador de Cartago antes que se hubieran reunido las fuerzas que le iban de las otras provincias. El general Murgueitio, con la poca fuerza que tenía, sin más que 50 fusileros, salió a resistirlos en el ejido de la ciudad y en el principio del combate el arrojo del general lo hizo perecer y fue batida su pequeña fuerza y mataron 60 hombres en la persecución. Este hecho lamen­ table ha causado una impresión de indignación en el Cauca. He llamado a las armas a todos los cuerpos de la milicia del Estado y ayer se han presentado a tomar las armas los cuerpos de la capital. Nombré comandante en jefe al general Obando y hoy se están organizando fuerzas para marchar al Valle. He dado la proclama que le acompaño y los decretos del caso. Muy pronto estará todo el Estado en una actitud imponente. No me faltarán recursos porque to­ dos se prestan a darlos voluntariamente. ¿Qué dirá el gobierno general ahora con sus agentes o comisionados de confianza? La muerte del ilustre general Murgueitio ha sido la señal del combate en todo el Estado. Logró Ospina ensangrentar el país. No vencerá la revolución porque hay un entusiasmo extraordinario. Muchísimos conservadores honrados están unidos con los nacionales y liberales. Dentro 24 horas estarán 300 hombres del Quindío acuartelados en Antonmoreno para marchar el lunes para Cali. He llamado los escuadrones de Quilcase y Patía que Ud. sabe lo que valen. La reacción será imponente y el Cauca se mostrará a la altura de su posición. Todos los habitantes están construyendo municiones y vestuarios, y ha sobrado la caja y se aumenta con buen éxito. Doy cuenta al gobierno no para pedir auxilio sino para que conozcan lo que hacen sus agentes. Si se enciende la guerra será terrible. Este país belicoso se levanta en masa a sostener la Constitución del Estado y la de la Confederación. La legalidad es nuestra causa. Mi posición es MIGUEL BORJA Encargado por el gobierno general de preparar la guerra en el Cauca, Carrillo trataba de recoger las armas que existían en la provincia del Quindío en manos de los conmilitones de Mosquera. Se produjo así un estado prebélico, en el cual los adversarios trata1011 de armarse y desarmarse mutuamente. El Quindío se conviri ió en un reservorio inicial de las fuerzas conservadoras donde los p.irtidarios de Carrillo se sentían cómodos, pues allí Mosquera, a l.i sazón presidente del Estado del Cauca, no contaba con un gober­ nador adicto a sus causas. Como se puede ver, el armamento estaba en manos de los habitantes de la región. Aún en la Constitución se mantenía el precepto de la libertad deportar armas; esto es, existía la posibilidad de que la violencia estuviera por fuera del monopolio de las instituciones estatales. Si Weber tuviera razón cuando defi­ ne al Estado a partir del monopolio de la violencia legítima en un l erritorio determinado, para la época de la Confederación existiría una constelación de microestados52. 75 Después de las escaramuzas iniciales alrededor de la ciudad de Cartago, que ya llevaban en su cuenta a un general de la Inde­ pendencia (Pedro Murgueitio), se echó a rodar la “bola de nieve” de la guerra. A continuación de su victoria en Cartago, Carrillo mar­ chó con sus fuerzas sobre Buga y la ocupó el 4 de febrero de 1860. Contaba con el levantamiento de los pueblos del Cauca en contra de Mosquera, algo que no sucedió; pasó lo contrario y Mosquera organizó sus fuerzas y pudo disponer para atacar, no sólo de todo su ejército, sino también de su partido en masa53. La necesidad de apoyar el levantamiento de los pueblos del sur de Buga obligó a Carrillo a dividir su fuerza y enviar una parte a Cali. Frente a la debilidad de sus fuerzas, sin saber qué hacer, dejó descuidadas algunas de sus posiciones, sobre las que avanzaron sus enemigos. Iniciados los combates, los contingentes conservadores pronto se vieron obligados a abandonar el campo de Sonso. En esa batalla el manejo del entorno natural representó un papel impor­ tante, debido a la dinámica que adquirió la interrelación entre lla­ nura y montaña, como muestra el relato de Rivera y Garrido54. En la narración de la batalla se puede destacar la dinámica entre colinas y planicies, su combinación en la estrategia de uso del territorio con fines bélicos. Se deja ver la manera como el terreno facilitaba su accionar a quienes ocupaban los lugares estratégicos, la altura de las colinas, ríos, quebradas, lomas, rastrojos, etc. Recuérdese que el sitio escogido por el gobernador del Cauca, el general Mosquera, para establecer su campamento fue el valle de Sonso; encajonado por los ramales de las cordilleras Occiden­ tal y Central, compuesto por un conjunto de llanuras y collados. La táctica de Mosquera fue llevar a los confederados, liderados por Carrillo, hacia las faldas de El Derrumbado, ramificación inferior del gran ramal que se desprende del macizo de la cordillera Cen­ diflcil pero hermosa. Salvaré la patria o moriré con gloria. Comunique esta carta mis amigos y si quiere déla a los editores de El Tiempo y de El Porvenir para que la publiquen con mi proclama y la gaceta”. Tomás Cipriano de Mos­ quera, carta a Ramón Espina. Popayán 3 de febrero de 1860. En: Helguera y Davis. óp. cit., pp. 331-332. 76 53 Carrillo, óp. cit., f. 254 v y 255 r. 54 Luciano Rivera y Garrido, Soledad. En: Narrativa de las guerras civiles colombia­ nas. Volumen 1, 1860. Barrancabermeja, Universidad Industrial de Santan­ der, 2003, pp.122-134. 55 Ibíd., p. 125. 56 Ibíd., p. 126. 57 Ibíd., pp. 127-128. 58 Ibíd., p. 127. 59 Ibíd., p. 128. MIGUEL BORJA tral, para dividir, prolongándose h.u i.i el sur, el valle que sirve de asiento a la ciudad de Buga, del extenso territorio de Sonso55, un territorio formado por un conjunto de llanos y colinas, cerrado hacia el levante por la cordillera Central. “Desde la noche anterior Frías y Carrillo, quienes defendían el go­ bierno de Mariano Ospina, dispusieron que sus fuerzas formaran una línea de batalla desde las colinas inferiores de la ramificación de El De­ rrumbado y los callejones del camino público hasta el paso del puente, en el sitio en que la vía común atravesaba el río para entrar en la pobla­ ción”56. Mosquera y Obando movieron “a escondidas” parte de sus tropas hacia las alturas, donde se ubicaron estratégicamente. La batalla comenzó al pie del llano el 22 de febrero de 1860 a las 7 de la mañana: “El tiroteo fue espaciado al principio y los legitimistas avanzaron hacia el enemigo con prudencia suma, aprovechando las sinuosidades del terreno, los ár­ boles, las piedras, los matorrales y los barrancos, en una palabra, cuanto podía servir de abrigo para disparar sin descubrir el cuerpo al adversario que, a su vez, procedía con la misma cautela, ocultándose en las fragosi­ dades y bosquecillos de la serranía baja”57. El entorno natural favoreció los movimientos iniciales de ambas fuerzas, pero es indudable que las de Mosquera se ubicaron mejor en el terreno. El fuego se generalizó rápida­ mente, y la infantería de Carrillo, esparcida por los cerros, avanzaba tratando de ganar las alturas, llave del combate. Pero allí ya estaban los contingentes de Mosquera, que habían alcanzado la cima de la cuchilla que sigue a El Derrumbado, sin que la gente conservadora hubiera adver­ tido el movimiento58. Las fuerzas de Mosquera que estaban en las alturas de la cuchilla nombrada se ubicaron en una zanja, desde la cual observa­ ban los movimientos de sus rivales, los cuales combatían con quienes se habían quedado al pie de las colinas59. Los hombres en las alturas recibieron la orden de abrir fuego y defender la altura ocupada: “De repente resonó una descarga cerrada, el espacio se llenó con el humo gris azulado de la pólvora, silbaron los proyectiles al cruzar el vacío y cinco o seis soldados de los legitimistas agitaron en el aire los brazos, soltaron las armas y rodaron por la falda, dando vuelcos de algunos metros hasta caer en la llanura. 77 Casi todos habían sido heridos”60. Se trabó el combate entre quienes as­ cendían y aquellos que estaban estratégicamente ubicados en las cimas. Pero finalmente los legitimistas tuvieron que “retirarse, retrocediendo en zigzag, perdiendo palmo a palmo del terreno y bajando casi de espaldas la cuesta. Así pudieron llegar al pie de la altura. Mientras que tales hechos se cumplían en la parte elevada del teatro del combate, no se combatía con menos ardor en lo que denominan callejones del camino real”61. Por estos lados, “las caballerías de ambos ejércitos se habían dado repetidas y sangrientas cargas sin resultado definitivo, dejando en cada una de ellas algunos hombres y caballos muertos y no pocos heridos”62. Sólo había transcurrido una hora, y el combate ya se había generalizado por completo. Las huestes liberales lidiaron al principio en el centro del llano y después por los lados del Charco del Burro. El irresistible empuje con que se lanzaron esas gentes por aquellos breñales dio por resultado el que las fuerzas conservadoras situadas allí fueran desalojadas y obligadas a pasar el río y a replegarse hacia los ejidos de la ciudad. Quinientos hombres atacaban por aquellos riscos, y durante más de una hora los confederados soportaron el fuego nutrido e incesante del enemigo, sin ceder un palmo de terreno. Pero apenas si en esa parte alcanzaban ellos a sumar dos­ cientos soldados; y el mayor número de los contrarios y la pericia del jefe de operaciones decidieron la suerte del combate que se libraba por los lados de la hacienda de El Molino. Así, pues, toda la porción oriental de la ciudad fue ocupada definitivamente por los liberales antes de las diez de la ma­ ñana. Una hora después, los jefes legitimistas comprendieron que estaban perdidos, y ahogados sus hombres por el sol de fuego del mes de febre­ ro, que derramaba sobre el campo torrentes de llamas, abrumados por el número superior de los contendientes y la mejor calidad de las armas que diezmaban sus batallones, la derrota no se hizo esperar63. Las fuerzas en retirada fueron asediadas por cerca de mil hombres que las seguían “a tiro de pistola” sobre la ribera del río. Después de este hecho, entraron en Buga y se retiraron en seguida, hacia Cartago. Allí el terror se había apoderado de la población. 78 60 Loe. cit. 61 Ibíd., pp. 129-130. 62 Ibíd., p. 130. 63 Ibíd., pp. 122-134. 64 Carrillo, óp. cit., ff. 255vy 256r. 65 Orlando Fals Borda, Historia doble de la Costa. El presidente Nieto (2a. ed.). Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2002, p. 146B. MIGUEL BORJA Alrededor de seiscientas personas habían emigrado a buscar refu­ gio en la montaña, la mayor parte a pie y sin recursos de ninguna especie. Ante esto, Carrillo y sus tropas también decidieron huir. El (ontexto geográfico de los desplazados y las fuerzas conservadoras era un territorio de “desiertos”, hábitat de animales “salvajes”, cu­ bierto de bosques y profundos pantanos. Este era uno de los efectos sociales de las guerras durante el siglo XIX: el despoblamiento de las ciudades y villas y el poblamiento de las montañas64. Las monl añas eran un mejor territorio de refugio. Posteriormente, las fuerzas caucanas se concentraron en el norte del Cauca, hoy norte del Valle, y lanzaron una ofensiva hacia el Estado de Antioquia, el cual era el principal baluarte conserva­ dor y apoyo del gobierno de Ospina. De esta manera se dio inicio a las hostilidades entre el Cauca y Antioquia, enfrentamiento que habría de marcar las dinámicas de la Guerra Federal. El gobierno de la Unión movilizó sus tropas hacia Manizales, en apoyo del ejér­ cito antioqueño, y hacia Santander, donde el liberalismo dominaba y había decidido entrar también en la guerra. Inicialmente las tro­ pas de la Confederación vencieron a las fuerzas rebeldes en San­ tander, y Mosquera casi es derrotado en Manizales. Pero en un giro inesperado tanto en el espacio como en las dinámicas de la guerra, Mosquera, desplazándose por el camino de Guanacas, logró entrar triunfante a Bogotá y se tomó el poder de la Unión; no obstante, la guerra continuaría por un año y medio más. A mediados de 1860, sólo el Cauca estaba en guerra; en el Magdalena y Bolívar, donde se había alzado Juan José Nieto, se mantenían algunas alteraciones. Allí Nieto, con anterioridad a la llegada a Bogotá de Mosquera, alcanzó a proclamarse presidente de la Unión y se hizo al poder en el Estado de Bolívar65. Para julio de 1860, se mantenía el estado bélico a lo largo del espacio geohis­ tórico de la Guerra Federal. Pedro Murgueitio Conde, hijo del gene­ ral Murgueitio, continuó armando tropas en Cartago con el fin de combatir las partidas guerrilleras que se encontraban en las mon­ 79 tañas aledañas a Manizales, las cuales eran hostiles al gobierno de facto de Mosquera66. Posteriormente, el 6 de febrero de 1861, José María Obando, quien se encontraba al frente de las operaciones en el Cauca encar­ gado directamente por Mosquera, informaba que sus adversarios, dirigidos por el general Henao al frente de 1.400 hombres, se ha­ bían estacionado inicialmente en Chapas67. Manifestaba Obando que de allí partieron en gran desorden, a pesar de lo cual no pudo perseguirlos con el grueso de su ejército68. Sin embargo, había de­ cidido mandar un escuadrón de caballería tras ellos. El escuadrón alcanzó a coger unos trece bueyes con carga de pertrecho, una car­ ga con los archivos de Henao y algunos prisioneros69. Obando aún no sabía si Manizales había sido ocupada o no por fuerzas rebeldes. Hacia este lugar se dirigía Henao con sus hombres, quienes tenían tras de sí a las avanzadas de Obando, las cuales estaban ya en la región del Otún70. Obando tenía dudas sobre la conveniencia de enfrentar a las fuerzas acantonadas en Manizales, y decide rebajar el ritmo de la marcha de sus tropas, argumentando falta de infor­ mación sobre las posiciones del enemigo, falta de recursos, etc. A su paso por Cartago, logra comprobar que la ciudad “está sin más habitantes que el ejército”71, que sus contingentes han disminui­ do considerablemente, “pues con lo que robaron los soldados, han desertado en gran número”72. Obando no ve claras las cosas en la región: el sur aún está en poder de los revolucionarios que se han levantado contra Mosquera, y todavía Antioquia no ha tomado car­ tas en el asunto; y, como si fuera poco, el eje de la guerra ha virado hacia otra geografía, el centro del país73. Para dar fin al estado de guerra -el cual se mantenía en la zona de tensión fronteriza en cercanías de Cartago-, en el sitio de 80 66 ACC, Fondo Mosquera, 561, sig. 38301. 67 ACC, Fondo Mosquera, 621, sig. 40565. 68 Loe. cit. 69 Loe. cit. 70 Loe. cit. 71 Loe. cit. 72 Loe. cit. 73 Loe. cit. 74 Pardo, óp. cit., pp. 284-286. MIGUEL BORJA Santa Bárbara tuvo lugar la que es considerada como una de las bat alias más importante de la guerra de 1859-1862. En ella se enfren­ taron las fuerzas antioqueñas con las del gobierno provisional de Mosquera, quien ya estaba al mando del país. El 18 de septiembre de 1861 se iniciaron los fuegos en Santa Bárbara, y al final del día los antioqueños habían perdido a su comandante y a más de ocho­ cientos combatientes, entre muertos, heridos y prisioneros. Esto llevó a que se firmara un pacto a través del cual el gobernador de Antioquia sometía pacíficamente el Estado al gobierno general y, en consecuencia, colocaba a su disposición las armas, municiones y demás elementos de guerra que tenía a su cargo. Por otra parte, el presidente de facto de los Estados Unidos de Colombia [Mosquera] se comprometía a no llevar al territorio de Antioquia sino las fuer­ zas que estimara necesarias para conservar el orden público74. De esta manera, en Santa Bárbara con el triunfo militar de las fuerzas mosqueristas se selló la guerra. Las armas de los dos bandos eran rudimentarias, seguían siendo escopetas de carga por el cañón, bastante populares, pues la vida rural de la época no sólo exigía permanecer armado, sino que las técnicas de fabricación y reparación de fusiles y munición eran conocidas, las fórmulas de fabricación de pólvora eran públicas, y existía el libre porte de armas. Si se sigue a Weber para analizar a los actores de la guerra, se puede comprobar que ellos eran “diletantes”, pues no existía aún la profesión militar. Había un conocimiento técnico basado en el mundo empírico de la guerra de Independencia y los conflictos de la primera mitad del siglo XIX, los cuales sirvieron como “escuela de formación” de aquellos que exhibían el título de generales, ofi­ ciales y soldados; los dos primeros títulos, otorgados por el arbitrio de quienes dirigían la guerra y sus epígonos en los parlamentos. Pero la principal ocupación de los combatientes estaba por fuera de los oficios de la guerra; la mayoría de los dirigentes, quienes se encargaron de “sembrar de odios a la nación y sus regiones”, fueron curas, terratenientes y escritores de periódicos y panfletos. Algu­ nos pocos eran líderes políticos y se constituyeron, junto con los anteriores, en los principales “fogoneros” de la Guerra Federal. Fá­ 81 cilmente pasaban del ejercicio de la política, de la prédica religio­ sa o de la actividad proselitista, al ejercicio de la guerra, o bien se veían obligados a realizar la guerra para poder estar en los ruedos de la política y la religión. Existía, por tanto, una puerta giratoria entre la guerra y la paz. Si la guerra era la situación usual, por otro lado, la políti­ ca, como nunca antes, fue la continuación de la guerra por otros medios. Generalmente se pasaba de los campos de la guerra a las jefaturas de los Estados y al poder de la Unión. El poder político durante el siglo XIX tenía así como escenario privilegiado el ruedo de la guerra. Esto ayudó a que se viviera en un permanente “estado de guerra”, según la expresión hobbesiana. Los políticos de profesión y de vocación contaban como par­ te de su utillaje las destrezas militares de la época, y buena parte de sus actividades tenían relación con la guerra. La mayoría de los dirigentes políticos regionales, y aquellos que tenían ínfulas de ser caudillos nacionales, fueron a la guerra, a excepción de los líderes de los Andes centrales, región en donde encontramos estadistas como Miguel Antonio Caro, que si bien ayudaban a organizar los conflictos armados, no tomaban parte directa en ellos. Entre quienes utilizaban la puerta giratoria entre la guerra y la política, es un buen ejemplo el caso de Rafael Uribe Uribe, quien cuando contaba con apenas 17 años, se dedicaba, en las vísperas de la guerra de 1876, a entrenar las tropas liberales del Cauca75. Desde ese momento, Uribe Uribe no sólo participó de los conflictos arma­ dos, sino que fue uno de sus mayores dirigentes. Él se destacó tanto en los campos de batalla como en el parlamento, y fue uno de los es­ critores políticos que hizo época en los tiempos en que el liberalismo se encontraba en la oposición durante la larga República conserva­ dora de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Como buen dirigente del siglo XIX, recibió su bautismo en los “campos de sangre”. En tiempos de la Guerra Federal, la guerra se convirtió en una actividad social de renombre para las clases dirigentes. La ha­ cían no sólo los políticos, sino también los curas, los poetas, y todo aquel que se consideraba con derecho a participar de los destinos 75 82 Julián Uribe, Memorias. Prólogo y notas de Edgar Toro Banco de la Repúbli­ ca. Bogotá, 1994, p. 142. 76 Ibíd., p. 260. 77 McGreevy, óp. cit., p. 85. 78 Véase Miguel Urrutia y Mario Arrubla. Compendio de estadísticas históricas de Colombia. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1976. MIGUEL BORJA ilc los listados Soberanos y del gobierno de la Unión. Las ideas y lo* intereses sociales, políticos y económicos se defendían en los i .1 nipos de batalla, hacia los cuales se arrastraba a los desposeídos, I>i4 peones y artesanos, fundamento popular de la sociedad, la eco­ nomía y la guerra. Las tropas oficiales -que se comportaron durante la guerra i lr 1859-1860 dejando a un lado los principios básicos del militar, pues algunos observadores han indicado que facilitaron la derrota <lcl gobierno de la Unión a cuyo servicio estaban- eran quizás uno de los últimos nichos en los que se refugiaron los militares de la In­ dependencia76. Parte de las fuerzas del Cauca era “el ejército person.-il de Mosquera”, quien solía enviar a sus “peones” a la guerra, en < onjunto con milicias formadas al calor del barullo de la guerra. Ya es una tradición historiográfica indicar que los ejércitos se forma­ ban por medio del reclutamiento forzoso entre jóvenes agregados de las haciendas y reclutas de pequeños pueblos. ¿Qué porcentaje de la población participaba directamente en la guerra? Si se cruzan los datos de Briceño sobre el número de com­ batientes en la guerra de 1876 y el censo de población de 1870, se puede establecer que entró en combate el 1,53% de la población (45.000) (cuadro 12, anexos). De acuerdo con este mismo censo, en la Nueva Granada existían 2.625 personas dedicadas al oficio mi­ litar (0,0009% del total de la población). “En 1842, su tamaño real era de poco menos de 5.000 hombres. No obstante, en 1854, el pie de fuerza legal fue reducido a 800 hombres y, hacia 1858, solamen­ te 511 soldados hacían parte de la milicia a disposición del gobier­ no nacional”77. Nótese, entonces, que el grueso de combatientes en 1876 (42.375) era reclutado al calor de la guerra. Las personas que ejercían otros oficios y que estaban dispuestas a participar de los combates, o que eran arrastradas hacia ellos, superaba 16 veces a quienes tenían el oficio de las armas. Los denominados “vagos”’ (20.896) sobre quienes se trataba de hacer recaer el reclutamiento, representaban menos de la mitad de la población directamente in­ volucrada en los conflictos armados78. 83 Los agricultores (796.482, 27%) y los artesanos (319.858, 11%) en su conjunto formaban el 38% de la población, y es muy probable que ellos fueran las canteras de las levas militares, ante todo los primeros, quienes eran el objetivo principal de los recluta­ dores, de acuerdo con las memorias de la guerra. Una estadística de las fuerzas participantes en los acontecimientos armados de 1876, detallada por lugares de combate, indica que en la región participa­ ron 32.300 combatientes en los principales sucesos armados. Si se parte del supuesto de que ellos no participaron en varios combates, se podría afirmar que los combatientes representaron el 1,1% de la población de la República, el 8,57% del Estado del Cauca y aproxi­ madamente el 29,07% de las gentes de la región del valle y el cañón del Cauca, lo que nos da una idea del impacto social de los sucesos bélicos79. También de los datos de Briceño se puede destacar la alta participación en el conflicto armado de 1876-1877 de Antioquia, Cauca, Tolima y Cundinamarca, así como la baja participación de los Estados de la costa caribe. Los datos estadísticos de la guerra de McGreevy difieren de los de Briceño y otras fuentes. Para McGreevy en el año de 1877 había 24.000 combatientes, el 0,73% de la población total80 (ver ta­ bla 2, pág. 55). La tabla 2 indica que entre los años de 1850-1890, murieron en los conflictos armados 24.000 colombianos, el 0,73% de la población, cifra muy inferior a la guerra de los Mil Días en que falleció aproximadamente el 2.5% de la población. Al cruzar los datos de extensión territorial, población y parti­ cipantes en la guerra de 1876 (cuadro 10,11 y 12, anexos), se puede verificar que las tres variables parecen marchar en forma indepen­ diente. La población antioqueña presenta la más alta tasa de par­ ticipación (3,27%) seguida del Cauca (2,29%), el Tolima (1,73%) y Cundinamarca (1,69%). Antioquia, uno de los Estados pequeños (según Reclus, 4,56% del territorio de la República), participó ac­ tivamente de la contienda. Algo similar hicieron las gentes de otro Estado pequeño, el Tolima. Llama la atención la baja participación de la costa atlántica (Panamá ni siquiera registra datos de comba­ tientes) y Boyacá. 84 79 Véanse cuadros 11-12 y 16, anexos. 80 Véase: McGreevy, óp. cit., p. 89 y cuadro 12, anexos. 81 Pardo, óp. cit., pp. 286-290. 82 Ramón Espina, carta a Tomas Cipriano de Mosquera, Bogotá, 5 de Enero de 1860. En: Helguera y Davis, óp. cit., p. 323. MIGUEL BORJA Volviendo al estudio de l.i guer ra de 1859 1862, Pardo ha inili< ado que durante dicha guerra el ejército gubernamental era su|u't ior al de los rebeldes liberales. Su preparación, la calidad de sus ■ ■li< riles, muchos veteranos de la Independencia, mejores fusiles, superior artillería y mayor pie de fuerza pesaban a favor del gobier­ no legítimo de Ospina. Sin embargo, su débil voluntad de lucha los derrotó. El prestigio de Mosquera y su autoridad ante los oficiales enemigos, que habían sido sus subalternos, la indefinición de la lí­ nea de mando gubernamental y las rivalidades entre altos oficiales derrotaron a un ejército aparentemente superior81, a lo cual habría que agregar lo que anotaban algunos observadores de las cuestiones militares, quienes señalaban que era muy difícil para el gobierno de la Unión emprender operaciones sobre los Estados, y particu­ larmente sobre el Cauca, pues no contaba ni con la opinión pública ni con los recursos necesarios para la guerra. Se consideraba que el gobierno trataba de aparentar firmeza, sin tener bases suficientes para ello, por lo cual desde los comienzos se estimaba que estaba condenado al fracaso82. Lo cierto del caso es que finalmente los rebeldes lograron controlar el país. Para legitimar la revolución triunfante se convo­ có a una convención en Rionegro (Antioquia) a la que asistieron 61 delegados escogidos por los Estados. Dicha convención se encargó de redactar la Constitución del año de 1863, Carta Política que ter­ minó la obra de las de 1851,1853 y 1858. Durante esta guerra, la zona de transición fronteriza desem­ peñó un papel en dos tiempos. Inicialmente fue el escenario del levantamiento armado de Mosquera, y posteriormente el teatro de la contrarrevolución de Julio Arboleda. Éste, al mando de 1.550 hombres en 1862, se alzó en armas y se encaminó a Pasto. Popayán estaba dominada por las fuerzas de Julio Arboleda, lo que llevó a que algunos comandantes entonces “gobiernistas” se atrincheraran alrededor de la ciudad con el fin de obstaculizar el dominio militar de los contrarrevolucionarios y su marcha hacia el sur y norte del Cauca. El 17 de julio de 1862, desde el cuartel general de Chiribío, 85 se hizo avanzar una guerrilla hasta el ejido de Popayán; algunos oficiales y soldados entraron hasta las calles. Esta avanzada gue­ rrillera fue rechazada hacia el interior de la ciudad, en donde con­ tinuaron las escaramuzas. Para quienes trataban de obstaculizar los movimientos de los ejércitos de la resistencia a Mosquera, era oportuno evitar su paso hacia el sur del Estado; en el sur, las tropas podían situarse estratégicamente en el río Mayo y ocupar a Bar­ bacoas. Francisco Martínez señala que estando ubicadas las fuer­ zas de Arboleda al sur del Estado, podían llevar a cabo operaciones militares por la costa del Pacífico o por el páramo de Las Papas83, hecho estratégico, ya que en el valle del Cauca no existían ejérci­ tos formales que garantizaran el orden público y, por el contrario, había un fuerte movimiento guerrillero contrarrevolucionario que penetraba con alguna facilidad la ciudad de Cali84 85. Finalmente 86 83 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 1095, ff. 852r y v-853r y v. 84 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 1095, ff. 853r y v. 85 Ya para el 16 de enero de 1862, el general Tomás Cipriano de Mosquera pudo escribir la siguiente carta a uno de sus hermanos, para dar cuenta del estado de guerra: “En el Norte, Canal con su ejército de 3.000 hombres ha sido ven­ cido por el ejército al mando del General Santos Gutiérrez y Gabriel Reyes y por la División ‘Colombia’ al mando del General Santos Acosta. Esta división obtuvo un espléndido triunfo por medio de las armas en (Lusacón?) pueblo al Norte de Tunja el día 23 del mes pasado con lo que quedó despejado de ene­ migos el Estado de Boyacá y a la parte Norte del Estado de Santander ha ve­ nido Canal con movimientos estratégicos y algunos tiroteos de poca duración y hoy los enemigos están reducidos a dos columnas o guerrillas, una de 800 hombres que aún comanda Canal y ha emprendido su retirada hacia Cúcuta, la cual persigue Gutiérrez con 1.500 hombres de su ejército; la otra de 500 hombres con tres de sus mejores jefes, Mendoza, Miras y Monsalve, empren­ dió marcha hacia Piedecuesta, la persigue el Coronel Jacinto Hernández con 500 hombres, también del 3o ejército y el General Santos Acosta con la fuerza a su mando ha marchado de Soatá a atacar por el frente a dicha guerrilla y a la fecha estará todo concluido de una manera muy favorable y muy espléndida para nosotros y Colombia. En el sur el General López habrá ya pasado la Cordillera del Guanacas con un ejército de 2500 hombres. El General Elíseo Payán se ha hecho dueño de las costas del Pacífico habiendo tomado los buques que los contratistas tenían en aquellos mares, ha mandado sobre Cali, ha derrotado a Madriñán, teniente de Arboleda e indudablemente se estará hoy dominando el Valle a tiempo que el General Policarpo Martínez emprende su marcha por el Quindío con más de mil hombres con que inmediatamente debe ocupar a Cartago. Aun antes de esas operaciones ya nuestro sobrino Julio estaba desconcerl ado, los crímenes que ha cometido en todo el Cauca le han aterrado y le han quitado sus prosé­ litos ya que me ha escrito recomendándome y exclamando por la prosperidad Arboleda fue sometido, dándose asi, por segunda vez, terminada la guerra iniciada en 1859. 1.3.2 Los acontecimientos armados de 1876 en el valle del Cauca en Colombia, y no se ha conformado con esto sino que ha hecho venir a Silvia al señor obispo de Popayán a interceder por él, creyendo que yo estaba allí. No me encontró pero me escribió una carta en que horrorizado de todos los escándalos cometidos por Julio y su tropa me da cuenta de su misión y me dice que Popayán quedó destruida cual otra Jerusalén, él se entregará o hui­ rá a Europa y esto, querido hermano, sería lo que más me convendría... En Antioquia tengo al mando de los generales Carazo, Mendoza y Llanos y Rías­ eos, una división de 1.500 hombres que estando el 4 presente al frente del enemigo que solamente tiene 1.000 hombres con 700 fusiles, debe haberlo ya batido y aunque ha llegado en cartas particulares la noticia de una acción ganada por nuestras fuerzas, hasta el día de hoy no ha llegado todavía el parte oficial. Las guerrillas del centro son perseguidas abiertamente y pronto las tendremos destruidas, éstas no hacen daño al gobierno directamente, sino a los particulares, a quienes roban, saquean y matan, y cuando sienten tropas huyen a los páramos. En el transcurso de uno o dos meses estará concluida la guerra y restituida Colombia”. ACC, Fondo Mosquera, 586, sig. 42486. 86 Briceño, óp. cit., p. 158. MIGUEL BORJA Otro acontecimiento armado durante la larga Guerra Federal, l.i llamada guerra de 1876-1877, comenzó, al igual que la de 18591862, en la región del nororiente del Estado del Cauca, aproxima­ damente en el área del actual departamento del Valle, un espacio < entral para la geografía del Cauca, ámbito de diversas tensiones entre los Estados, y donde constantemente surgían alzamientos en < ontra de las autoridades centrales de dicho Estado. En 1876, di­ versos comités conservadores se alzaron contra el gobierno liberal del Cauca. Dicha rebelión se dio inicialmente en Palmira y luego en el Quindío, y en la margen occidental del río Cauca. Se levanta­ ron los municipios de Palmira, Buga y Tuluá. En Cali se formaron algunas guerrillas y el Quindío rápidamente quedó en poder de la insurrección; en la banda occidental, desde los límites del distrito de Cali hasta la frontera con Antioquia, los pueblos desconocieron la autoridad del Cauca. Por otra parte, en el sur la insurrección se extendió desde los ejidos de Popayán hasta las fronteras con Ecua­ dor86. Este acontecimiento armado, por tanto, comenzó como una lucha interna en el Cauca, pero habría de transformarse en una 87 0357 ■ ■ 14 mh 21 28 Kílometers Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas: GCS_Internacional_1924 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000, 1.000.000 MAPA 5. Teatro de operaciones de la Campaña del Cauca 1876. guerra interestatal entre Antioquia y el Cauca, y finalmente termi­ naría por comprometer a buena parte del país. Después de iniciada la revolución, el gobierno de Antioquia anunció la guerra contra el gobierno federal, pero en realidad envió sus ejércitos al Cauca y al Tolima, acción que puede ser vista como una estrategia de contención de los aliados más fuertes de quienes en ese momento detentaban el poder en la Confederación. Tam­ bién puede ser considerada como el enfrentamiento directo entre dos Estados que habían emprendido el camino de construcción de naciones a partir de modelos diferentes; de esta forma la guerra se internacionalizó. 88 87 Luis Ortiz, Guerras civiles e Iglesia Católica en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX. En: Luis Javier Ortiz, (Editor), Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1840-1902. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005, p. 61. MIGUEL BORJA En dicha época, el Cauca estaba dominado por el liberalismo i.i<lical y Antioquia por el conserva!¡sino, lo cual no era más que una etiqueta para designar en realidad dos proyectos diferentes de ..... strucción del Estado y la sociedad. Existía mayor claridad para diferenciar a un caucano de un antioqueño, que a un liberal de un ■a mservador. En Antioquia la insurrección encontró un terreno férlil, pero especialmente en los pueblos del departamento del sur, hoy Antiguo Caldas, que en realidad conformaban parte de la zona de tensión fronteriza entre los Estados, puestos de avanzada de la ♦oí.¡edad antioqueña sobre el sur y centro del país. A finales de julio de 1876, los caucanos alcanzaron a darse i. uenta de que Antioquia se estaba preparando para la guerra, pues l< >s movimientos de armas y municiones por las fuerzas antioqueii. is en el departamento del sur hacia el noreste del Estado del Caui .1 eran un hecho evidente. El presidente del Cauca, César Conto, se vio en la necesidad de pedir armas y apoyo al debilitado gobierno i entral. El gobierno de la Unión envió por la ruta del puerto de Bue­ naventura hacia el Cauca los batallones de la Guardia Colombiana ücantonados en Panamá. Los aliados de los antioqueños no se que­ daron atrás y, viendo factible iniciar una rebelión general, salieron a respaldar el gobierno de Antioquia, que venía adquiriendo arma­ mento desde hacía más de diez años al amparo de la Carta Política de 1863. Eran estimulados por los clérigos, quienes consideraban que más allá de Antioquia, Colombia era una tierra de misiones87. El plan de los conservadores consistía en crear un bloque con Antioquia, Tolima y parte del Cauca, con el apoyo de los Estados de la costa, donde Rafael Núñez y sus copartidarios podrían respal­ darlos. Además, se esperaba que las guerrillas conservadoras de la sabana cundiboyacense y los ejércitos formados por conservadores de los Estados del centro oriente del país obstaculizarían el trán­ sito de los ejércitos oficiales hacia el río Magdalena, el occidente y el Tolima. Con ello, facilitarían el ingreso de las tropas conserva­ doras en la capital de la República, pondrían en jaque al gobierno general en Bogotá y controlarían los Estados mencionados. Toda 89 una estrategia encaminada a hacerse al poder de la Confederación, estratagema que no habría de dar los resultados esperados. La subregión del sur de Antioquia, frontera con el Cauca, fue, entonces, el epicentro inicial de la guerra, lugar donde se había dado una expansión de la frontera antioqueña sobre el norte caucano desde los inicios del siglo XIX. De esta manera, quienes ejercían la hegemonía conservadora en Antioquia esperaban dar solución a sus necesidades de expansión económica, política y cultural. Iniciada la contienda de 1876, las fuerzas en lucha se movi­ lizaron hacia el valle del Cauca y se encontraron en la batalla de Los Chancos (Buga, Cauca), el 31 de agosto de 1876. Los Chancos se convirtió en el primer teatro de operaciones de la guerra88. El valle se estrecha en el punto donde está situada la ciudad de Buga y concluye al pie de la elevada mesa que queda entre los ríos Con­ sota y Otón. Las sabanas se presentan con planos ligeramente in­ clinados, cortados en todas direcciones por los lechos de los ríos y quebradas que llevan sus aguas al Cauca, que baña el extenso valle, recostándose sobre la cordillera Occidental89. Estas sabanas se ven interrumpidas por ligeras ondulaciones del terreno, y de trecho en trecho se hallan pequeños montes y algunas quiebras profundas por donde dirigen sus aguas los torrentes de la cordillera. Entre las poblaciones de Buga y Tuluá está Los Chancos. Lleva este nombre un valle dominado por dos colinas que se extiende de sur a norte, desde el poblado de San Pedro hasta las lomas de La Polonia. Las cimas de aquellas lomas forman una serie de planos horizontales, ligeramente inclinados al occidente. Dominando el valle se encuen­ tran dos empinadas cuchillas llamadas “La Horqueta” y “Loma Gor­ da”, y a espaldas de estas se levanta la gran cordillera Central90. El ejército del Cauca se había movido de Cartago sobre la banda occidental del río Cauca y estaba acampado cerca de Roldanillo. El ejército del sur de Antioquia marchó de Manizales y avan­ zó hasta San Vicente, a una legua delante de Bugalagrande. Aquella población fue señalada como punto de reunión de los ejércitos, y la concentración de las fuerzas se efectuó el día 25 de septiembre de 90 88 Briceño, óp. cit., p. 236. 89 Loe. cit. 90 Loe. cit. 91 Loe. cit. 92 Ibíd., p. 238. 93 Ibíd., pp. 238-239. 94 Uribe, óp. cit., p. 147. MIGUEL BORJA I 876. Los dos ejércitos siguieron sobre Tuluá y acamparon a orillas del río Tuluá en el sitio de Morales. Allí permanecieron del 28 al 30, para finalmente entrar en combate el 31 de agosto de 187691. Briceño ha indicado que Trujillo, jefe de las fuerzas de la I Inión, se encontraba en una posición poco favorable para el cóm­ bale, no tenía buenas líneas de defensa, ni su ubicación podía ser­ vil de centro a su línea de operaciones. Poseía al frente un terreno abierto donde los movimientos de las fuerzas antioqueñas y sus aliados eran fáciles. Dominaban su flanco derecho lomas eleva­ das, a donde podían dirigirse los antioqueños para envolverlo, y bien podían cortarle sus líneas de comunicación con la base de sus i iperaciones, que era por entonces la ciudad de Cali, que cubría los i a minos de Buenaventura y Popayán92. Ubicado Trujillo en aquella posición, estaba perdido si lo aislaban, ocupando su retaguardia. I .o único que podía salvarlo era una confrontación directa, y para ello había preparado, estudiado y fortificado su campamento con la debida anticipación. Con este propósito ocupó las lomas del Ta­ blón, colinas que dominan el camino público de Buga a Tuluá. Tenía una reserva en inmediaciones de San Pedro, que conformaba una línea de algo más de media legua, defendida por 3.200 hombres. Las fuerzas del Cauca ocuparon entonces los puntos clave y estu­ diaron minuciosamente el terreno, fortificaron sus partes débiles y adquirieron así una gran ventaja sobre sus adversarios93, hechos que contribuyeron finalmente a su victoria. Los derrotados en Los Chancos no se detuvieron en su preci­ pitada marcha hasta Pereira, y muchos siguieron hasta Manizales. De acuerdo con Julián Uribe Uribe, “Tal fue la carrera que pegaron mis paisanos, que algunos [...] entraron a Manizales el viernes por la noche, anticipándose así medio siglo al ferrocarril que habrá de unir algún día el valle del Cauca con la Perla del Ruiz [Manizales], y eso que nadie los perseguía”94. El pánico que se apoderó de los combatientes produjo sus efectos de contaminación -onda de terror que se suele difundir 91 en los teatros de guerra- en las fuerzas estacionadas en el Tolima, que se dirigieron hacia Antioquia con el fin de encontrar refugio en Manizales. Las fuerzas que estaban en Ibagué se movieron por la trocha de Condina, por el camino de Salento. Al mismo tiempo que se abandonaba a Ibagué, la columna acantonada en Santo Domingo se retiró bajo iguales miedos a Manizales. “La fuerza antioqueña se concentraba en sus fronteras, y de ellas no debía alejarse sino para acariciar de lejos la victoria, y sucumbir más tarde, después de inmensos y estériles sacrificios”95. En tanto, Trujillo avanzó sus fuerzas sobre Manizales, y ha­ biendo encontrado abandonada la línea del Otún, su vanguardia acampó en Santa Rosa de Cabal. Allí fueron derrotadas las tropas antioqueñas. Los vencidos, decididos a cambiar de escenario, se traslada­ ron primero a Manizales y luego al norte del Tolima, por los lados aledaños al Macizo Central andino, y se ubicaron en la Serranía de Lumbí, en donde se atrincheraron a esperar las fuerzas arma­ das que venían del centro de la República, comandadas por Santos Acosta. Asumió el comando de los rebeldes el general Marceliano Vélez, se incorporaron a las tropas del Tolima al mando de Cuervo y Casabianca, se concentraron alrededor de Mariquita, y entraron en combate en la llanura de Garrapata el 20 de noviembre de 1876. De estos eventos se informó, en el periódico El Estado de Gue­ rra, de la siguiente manera: El ejército de Antioquia que había ocupado algunos pueblos del norte del Cauca, lleno de amarga sorpresa al ver que una parte del ejército del sur que manda el general Trujillo había ocupado la importante posición del Alto del Nudo, que era la llave de su campamento, abandonó las afa­ madas fortificaciones de Otún, obra de más de un mes de trabajo en un radio de cerca de 16 leguas, y se dirigió en des­ orden hacia Manizales, pretendiendo hacer allí su última desesperada resistencia. En efecto, el 21 de los corrientes, a las tres de la tarde, varios cuerpos de la primera d ¡visión del Ejército del sur ocuparon sin resistencia alguna el pueblo de Santa Rosa de Cabal distante siete leguas de Manizales. El mismo día a las siete la mañana, el general Bohórquez 95 92 Briceño, óp. cit., pp. 249-250. ocupó el alto de Vázquez, y el coronel N.ivarrete había lle­ gado al sitio de Frailes. Según los informes de estos mismos jefes, las fuerzas invasoras de Antioquia estaban entrando Manizales en el mayor desconcierto, sufriendo grandes deserciones; y lo que es todavía peor, soportando la indis­ ciplina y desaliento de sus soldados. El general Trujillo dice al señor Presidente de la Unión, desde su cuartel general de Pereira, que pronto se hallará al frente de Manizales, y que próximamente se promete anunciarle que el Estado de An­ tioquia ha depuesto su audaz [...] temeridad para someterse sin condiciones al imperio de las instituciones patrias96. 96 El Estado de Guerra. Bogotá, 25 nov. 1876, p 1. 97 AGN, República, Gobernaciones Varias, 24, ff. 297r-304r. MIGUEL BORJA Los acontecimientos armados en 1876 muestran la dinámica ».ur norte que adquirió el manejo geoestratégico del territorio, en i’l valle y cañón del Cauca. Algunos documentos detallan la lógica territorial que alcanzaban los diferentes espacios regionales de la zona de tensión fronteriza en momentos de guerra. Así en las co­ municaciones entre el Estado del Cauca y la Secretaría del Interior v Relaciones Exteriores con motivo de la confrontación armada del año de 1876, se evidencia la forma como se organizaba un núcleo < entral entre Popayán y Tulúa, y dos regiones, una al norte y otra al sur97. La región al norte del Cauca era uno de los espacios estratégi­ cos para la guerra, pues ella no sólo facilitaba los desplazamientos hacia Antioquia, sino que también permitía cortar las comunicacio­ nes entre el núcleo central caucano alrededor de Popayán, el centro del valle del Cauca y los otros Estados. La región del sur facilitaba los desplazamientos hacia Ecuador, territorio que fue una de las principales zonas de refugio para diferentes fuerzas combatientes durante la Guerra Federal. Usualmente, las fuerzas en guerra se desplazaban más allá de las fronteras de los Estados, con el fin de eludir la persecución de que eran objeto y poder apertrecharse en mejor forma para la guerra. Por tanto, el límite entre los Estados, por no hablar del límite con Ecuador, actuaba como una frontera cerrada que garantizaba la inmunidad a quienes huían de las fuer­ zas oficiales de los Estados, las cuales no tenían fuero para traspa­ sar las fronteras interestatales. 93 Uno de los desafíos de las fuerzas enfrentadas cuando se iniciaban las hostilidades armadas era cortar las comunicaciones entre las fuerzas aliadas en diferentes territorios de Colombia. Así lo hicieron los alzados del norte del Cauca durante la guerra de 18769899 , hecho que llevó al gobierno caucano a quejarse constante­ mente de la lentitud de la correspondencia postal entre la capital de la República y Popayán, lo que impedía un conocimiento cabal de la situación de la guerra, la coordinación de actividades bélicas y el aprovisionamiento de recursos. Por esto, el gobierno del Cauca sugirió que la comunicación se realizara por la vía de Neiva, y pidió al gobierno de la Unión hacer esfuerzos en este sentido, compro­ metiéndose el Cauca a garantizar las comunicaciones en su terri­ torio". Los rebeldes trataron de tender una tenaza militar sobre el corredor Popayán-Tuluá.Los alzados en armas del nororiente del Cauca bloquearon las comunicaciones de la capital de la República con el gobierno del Cauca por la vía del norte, lo cual obstaculizaba la coordinación de las acciones militares del gobierno de la Unión y el del Cauca100, ambos en manos del liberalismo radical. El ejército del Cauca recibió armas, por la vía de Buenaven­ tura, una dotación que se consideró suficiente para una larga cam­ paña de un ejército móvil que obraba sobre el norte, con más de cuatro mil hombres. Se esperaba abrir operaciones decisivas, si era que los rebeldes no recibían de Antioquia un fuerte auxilio de gente y armas. El gobierno caucano controlaba el ámbito espacial de la guerra desde el sur de Popayán hasta el municipio de Tuluá, el cual se encontraba despejado de enemigos101. Esta campaña del norte era necesario resolverla cuanto antes, pues de esto dependía que se pudiera hacer frente a los levantamientos al sur de Popayán, en donde el gobierno del Cauca había tenido que acudir a la guerra de guerrillas102. Por la vía del Quindío se informó al gobierno de la Unión que desde la batalla de Los Chancos, la causa de los rebeldes no tenía 94 98 Ibíd., f. 303r. 99 Loe. cit. 100 Ibíd., f. 303v. 101 Ibíd, f. 303v. 102 Ibíd., f. 298v. ningún soldado armado entre Cartago y Ant ioquia. Pero la rebelión ■ li-l sur desde la cuchilla del Tambo hast a Pasto, aunque tambaleanu», subsistía con notable perjuicio para los intereses económicos del Cauca y de la República, situación que se consideraba se debía a la Lilla de recursos para emprender operaciones decisivas sobre los irbeldes de esa región del Estado103, por lo cual se solicitaba al go­ bierno de la Unión recursos para que las fuerzas caucanas pudieran u< upar a Pasto. Entre Barbacoas, Popayán y parte de los municipios il<' Obando, Pasto y Caldas, la causa constitucional contaba con 3.000 hombres poco más o menos sobre las armas104. Finalmente, los alzados en armas fueron derrotados en la Bai. 11 la de Garrapata y en Manizales, y el liberalismo radical continuó gobernando la crisis social y económica de la nación, impulsada, entre otros factores, por una recesión de la economía internacio­ nal, lo que dio al traste con las esperanzas puestas en las exporta< iones de tabaco, quina y otros productos. Los sucesos armados de 1885 marcarían el rumbo de la na­ ción y sus regiones hasta nuestros días, pues quienes resultaron vencedores en los campos de batalla habrían de constituir una he­ gemonía política en el Estado y la sociedad, sobre la base de la cons­ trucción de un Estado-nación encaminado a desdibujar o reunir los Estados Soberanos del siglo XIX en una sola entidad política. Se buscaba iniciar el monopolio de la violencia y los recursos fiscales, como prerrequisito para la conformación del Estado. De este modo, la Confederación y sus partes integrantes, los Estados Soberanos, dejaron de existir políticamente, mas no económica y socialmente. Tal hecho fue consagrado por la centenaria Constitución de 1886, la cual despojó a los Estados Soberanos de su autonomía y los dejó como simples correlatos del poder central. Por consiguiente, los nueve ruedos de la política regional desaparecieron formalmente y quedaron en manos del arbitrio del presidente de la República. La mayoría de las instituciones de cada uno de los Estados de la segunda mitad del siglo XIX fueron borradas de un plumazo, aun­ 103 Ibíd., f. 308r. 104 Ibíd., f. 308r y v. MIGUEL BORJA 1.3.3 Los sucesos armados de 1885 en el valle del Cauca que pervivieron las elites dirigentes regionales; estas, encabezadas por el liberalismo, hicieron de nuevo dos intentos en 1895 y 1899, cuando se alzaron en armas contra el régimen conservador. Pero ya fue imposible regresar al pasado y Colombia comenzó a vivir una contradicción en su organización política, pues las regiones geohistóricas y la oposición política fueron acalladas por la violencia, aunque continuaron como realidades estructurando la vida social y económica de los diferentes espacios del país. La guerra dio pábulo a un Estado unitario altamente centralizado, así como había dado lugar a la Colombia Federal. Durante los sucesos armados de 1885 se enfrentaron los libe­ rales radicales -quienes eran los artífices principales de la Colom­ bia Federal- a un conjunto de fuerzas conservadoras y liberales que conformaron el “Segundo Frente Nacional en armas”. El primero había sido el organizado contra la revolución de Meló. Se inauguró así una tradición de dominio político a partir de la cual las elites dirigentes comenzaron a repartirse el poder entre ellas, a pesar de la existencia de la larga República conservadora entre 1885-1930, y el interregno liberal de los años treinta del siglo pasado. En 1885, en el Cauca las fuerzas gobiernistas del presidente del Estado, Elíseo Payán, organizaron una contraofensiva frente al levantamiento liberal en Santander y otros sucesos armados regio­ nales. En Cali, las tropas de la Guardia Colombiana se habían rebe­ lado y habían liberado a los presos; de esta manera, desconocían y desafiaban al gobierno de Payán. Los rebeldes caucanos contaban con 1.300 hombres, cuando en el sitio El Sonso, cerca de Buga, de­ bieron enfrentar a las tropas que el gobierno general de la Unión había enviado al mando del general Ulloa. Los rebeldes caucanos, pertenecientes al liberalismo radical, fueron sucesivamente derro­ tados por las fuerzas del gobierno general de la Unión. No solamen­ te perdieron en El Sonso, sino que también fueron doblegados en otros dos combates: uno en Vijes y otro en Roldanillo, sitios donde triunfó el general gobiernista Rafael Reyes, quien posteriormente llegaría a ser presidente de la República. De acuerdo con la narrativa anterior, una primera consi­ deración sobre los diversos escenarios de los acontecimientos ar­ mados de 1885 indica que parte de los sucesos bélicos principales sucedieron de nuevo en la región que se ha señalado constituía el 96 Pero nadie había previsto tan obtusas capacidades militares por parte del general Márquez, quien sin medir las dificultades del terreno ni las ventajas enemigas com­ prometió todos sus efectivos exclusivamente en un ataque frontal, rechazado una y otra vez por Ulloa, sin que el ata­ cante ensayara ningún envolvimiento ni asalto de flanco. Tres arremetidas, lanzadas con la totalidad de la fuerza, fueron quebradas en el curso de cuatro horas de combate, y MIGUEL BORJA «•< nnario geohistórico de la Guerra Federal, la zona de tensión lionieriza entre los Estados Soberanos, pues allí prácticamente decidió la suerte de la revolución. En el Cauca, que permanecía bel al gobierno bajo el mando de Elíseo Payán, se presentaron pro­ nunciamientos locales a favor del Estado de Santander, Estado que venia siendo agredido por parte del gobierno general, en cabeza de Halael Núñez. Los rebeldes de la hora lograron el apoyo de contin­ gentes llegados de Panamá y Cali. De esta manera, el Cauca quedó iluminado por fuerzas favorables a quienes se habían levantado en Santander. Quedaban leales a Núñez los Estados de Panamá y Cun­ dí i lamarca. Antioquia aún no se había decidido, pero pronto lo hizo nn contra del gobierno. Las tropas gubernamentales, con sede en Bogotá, tuvieron que partirse en dos columnas. Una de ellas se desi i nó a recuperar el Tolima; la otra fue dirigida a bloquear la entrada i i’belde por Boyacá. Como ya se señaló, la primera batalla importante de los aconlecimientos armados de 1885 en la región del valle y el cañón del Cauca habría de presentarse en el sitio denominado El Sonso, cerca de Buga; allí se enfrentaron los alzados en armas a las tropas de la Unión, al mando de Ulloa, quien a la postre resultó triunfador. La escogencia del campo de El Sonso obedeció a la debilidad de las fuerzas de Ulloa, pues sólo contaba con quinientos soldados de infantería y doscientos jinetes armados de lanzas; también a la configuración geográfica del terreno que permitía atrincherarse en lomas cercanas al escenario de los enfrentamientos. En esta oca­ sión, las características del entorno natural favorecieron las estra­ tegias de lucha. Ulloa estratégicamente se ubicó en las lomas que rodean a El Sonso, lo cual le permitió compensar la superioridad de Márquez, jefe militar del liberalismo radical, quien atacó violen­ tamente a las ocho de la mañana del 23 de enero con más de mil hombres. 97 cuando, finalmente, las filas de la guardia estuvieron lo su­ ficientemente anonadadas, Ulloa lanzó contra ellas su caba­ llería, que las despedazó por los flancos y envolvió su reta­ guardia. Para mayor confusión, Márquez no tenía acordado ningún plan de retirada. Más de cien de sus hombres fueron muertos, el triple herido, trescientos capturados y el parque tomado por el enemigo. Cali, donde se esperaba con ansie­ dad el regreso de los veteranos, los vio retornar con menos de la tercera parte de sus tropas, cabizbaja y aniquilada, y a partir de este momento toda posibilidad de victoria quedó cancelada para los radicales105. El resultado fue el triunfo de las fuerzas nuñistas, las cuales hicieron que el ejército liberal saliera en retirada, derrotado hacia la banda occidental del Cauca por el camino de La Torre. “Parte de esa fuerza, con el general Escobar a la cabeza, tomó la vía de Pavas y fue a estacionarse en el Boquerón del Dagua; y el resto, con Már­ quez y el coronel Rosas, triunfó en Vijes sobre una pequeña fuerza del gobierno y siguió para el norte por esa banda del río”106. Advertido muy pronto de que se hallaba bajo la doble amena­ za de ser atrapado entre Ulloa y Payán, que avanzaban desde el sur, Márquez, líder levantisco, decidió abandonar a Cali para unirse al ejército antioqueño, que había llegado a Cartago. Mientras tanto, Payán, al frente de 1.200 hombres, se dirigía hacia Cali. En la mar­ cha una sección de sus tropas batió en un combate sangriento a un grupo de rebeldes en el Alto de Hatoviejo, obligándolos a replegarse rumbo a Silvia. Márquez, en su retirada, tomó el mismo camino por el que Ulloa avanzaba hacia Cali. Ambas fuerzas marchaban a la descubierta, sin avanzadillas de exploración, y chocaron en la tarde del 7 de febrero, en las cercanías del pueblo de Vijes. Márquez llevó de nuevo la peor parte. Entonces continuó su repliegue por la banda occidental del río Cauca. El 8 de febrero entró Ulloa a Cali y unas horas después lo hizo Payán. Este último dispuso rápidamen­ te la movilización de todo su ejército rumbo a Cartago en busca de la fuerza antioqueña. Dicho desplazamiento se llevó a cabo por las dos franjas del río Cauca, correspondiéndole a Rafal Reyes avanzar con quinientos hombres por la occidental y a Ulloa con el resto de 98 105 España, óp. cit., pp. 153-154. 106 Ibíd., 261. I.i Iropa, por la oriental. El ejército radical antioqueño dejó a su paso por Manizales una guarnición de poco más de mil hombres destinada a enfrentar el ejército de Mateus (quien estaba a cargo de l.is fuerzas del gobierno general llegadas del centro del país) que i Irspués de haber triunfado en el Tolima ascendía la cordillera rum­ bo a Antioquia. Mateus había asegurado a Honda con una parte de mis tropas y emprendió viaje a Manizales. Mientras tanto, Payán unió sus columnas en Buga, y con un total de 2.181 hombres bajo nu mando avanzó hacia Cartago, donde habría de librarse la batalla decisiva de 1885, que pasó a la historia con el nombre de Batalla de ¡<i nta Bárbara107. El manejo geoestratégico de determinados puntos de la geo­ grafía regional como escenarios de guerra se puede estudiar tamI lien en el caso del sitio de Santa Bárbara. Allí se combatió en 1839, 1860 y 1885. El sitio de Santa Bárbara presenta las siguientes característii as de ubicación y fisiogeografía: La cuchilla de La Cabrera, que corre de sur a norte, se une con la que limita la cuenca del río La Vieja, al entrar a la llanura del valle, en el sitio de Santa Bárbara, por esta últi­ ma sube el camino de Cartago a Piedra de Moler (camino del Quindío) que no tiene en parte ninguna más de 4 metros de ancho, porque la configuración de los terrenos donde se desarrolla no permite darle una mayor sin entrar en obras costosas, como muro de sostenimiento, etc. Ese fue el cam­ po de batalla escogido por el general Ángel para aguardar a Payán, como si la suerte de un glorioso partido que allí iba a jugarse no demandara de él ni siquiera cinco minutos de meditación108. 107 España, óp. cit., pp. 154-162. 108 Uribe, óp. cit., pp. 262-263. MIGUEL BORJA En la batalla de Santa Bárbara de 1885, los antioqueños se atrincheraron en las estribaciones de la cordillera del Quindío, al oriente de Cartago, sobre los montes llamados Cerro Gordo y Santa Bárbara, taponando la vía hacia Manizales y rebasando el camino que conducía hacia el Tolima. Las fuerzas caucanas se atrinchera­ ron sobre el valle en los predios de la hacienda “Piedras”. Cuando 99 los antioqueños trataron de enfrentar a sus enemigos, los encon traron atrincherados en el camino de Piedra de Moler, ocupando posiciones estratégicamente superiores. “En ese estrecho frente de batalla, que sólo en un punto mediría 20 metros, merced a una estribación de la cuchilla, se trabó la lucha con ventajas de todo género para las fuerzas caucanas que defendían al gobierno de Núñez”109. En un momento del combate, quien dirigía las fuerzas antioqueñas se equivocó en el manejo geoestratégico del territo­ rio y envió una fuerza de caballería con el propósito de atacar a los caucanos por la espalda, entrando por la trocha de Las Piedras, algo que resultó inútil, pues por tal trocha no podían entrar jine­ tes en son de combate. Cuando los contingentes liberales fueron destrozados, se declaró la derrota. “De los que escaparon, muchos perecieron ahogados en el río, otros cayeron prisioneros y un resto de fuerza verdaderamente insignificante logró tomar el camino de Manizales”110. En consecuencia, se demostró que las fuerzas antioqueñas no conocían el terreno de Santa Bárbara. Las fuerzas caucanas, conocedoras del terreno, habilitaron una trocha abandonada, que los antioqueños no conocían, y que los condujo directamente a las espaldas de sus enemigos, en la estrecha loma de Santa Bárbara. Fue el acierto geoestratégico en el manejo y conocimiento del territorio el que facilitó la victoria caucana: Toda la noche se trabajó limpiando la selva y tras los macheteros se metió el grueso de la tropa, que vino a salir en la madrugada del 23 por un punto llamado Morro Ga­ cho, de mayor altura que las posiciones ocupadas por los antioqueños. Al frente de los antioqueños, en un lugar muy visible, se dejó situado un escuadrón de caballería, de modo que éstos continuaran esperando un ataque de frente, pero con los primeros rayos del sol les vinieron a los antioqueños las balas sobre sus cabezas. Desconcertados por completo, se vieron obligados a cambiar su plan defensivo, convenci­ dos de que a través del camino del Quindío estaban siendo atacados; a partir de entonces la lucha se cifró en el esfuer­ zo por apoderarse de ese camino, buscando los antioqueños armar uno y otro muro de contención que impidiera el arro- 100 109 Ibíd., p. 263. 110 Ibíd., p. 262. Ilamiento con que se les amenazaba desde las alturas. Las filas de los alzados, ahora orientadas al contrario, hubieron de soportar durante nueve horas las cargas caucanas, lo que les impidió estabilizarse. Los cuadros fueron rebasados, quedando centenares de soldados muertos uno al lado del otro, hasta que el ejército antioqueño abandonó derrotado el campo y se replegó hacia Manizales. Se perdió el parque, las guarniciones, la caballería, las banderas y seiscientos hombres entre muertos y prisioneros111. 111 España, óp. cit., pp. 159-160. 112 Uribe, óp. cit., p. 260. 113 “En capilla” tuve las reses destinadas para racionar a mis paisanos, pero no hubo lugar a ello porque el general Ángel no quiso salir de Cartago, según unos, porque tenía ordenes terminantes del Dr. Villegas para no avanzar; y según otros, por temor de ser atacado por la espalda por fuerzas conserva­ doras que pudiera mandar el Gobierno por el camino del Quindío. Por su parte Márquez y Rosas, en vez de seguir con su fuerza a marchas forzadas para unirse con las del general Ángel, permanecieron dos días en Roldani11o completamente desprevenidos, dando así tiempo al coronel Rafael Reyes para que los alcanzara y volviera pedazos en un combate de minutos. Rosas cayó prisionero y Márquez logró escapar con unos cuantos soldados, dejando en poder del enemigo un parque de consideración. El general Ángel, al tener conocimiento del desastre de Sonso y de la marcha atrevida de Márquez por la banda occidental, destacó hasta el Naranjo una fuerza para proteger lo que él suponía una retirada en completo orden. Ibíd., pp. 260-261. MIGUEL BORJA El manejo geoestratégico del territorio permitió vencer fuer­ zas numéricamente superiores. Julián Uribe Uribe fue uno de los primeros críticos de la actuación de las fuerzas liberales que llevaron a cabo la campaña por el valle del Cauca en 1885. Narra los errores y la indisciplina generalizada de quienes se levantaron en contra del gobierno de Núñez, “una formidable hecatombe que aseguró quizá para siem­ pre la dominación conservadora en este infortunado país”112. Uri­ be Uribe consideraba que era necesario para las fuerzas rebeldes, en esta ocasión los liberales, conquistar rápidamente el valle del Cauca: “Con verdadera impaciencia aguardé en el Caimo la subida de las fuerzas liberales antioqueñas porque, sabiendo que los con­ servadores tenían en el valle ejército organizado que oponerles, me parecía lo indicado ocupar rápidamente esa rica región, asiento de una población netamente liberal en esa época”113. 101 En síntesis, en inmediaciones de Cartago se encontraron las fuerzas del Cauca con las de Antioquia, y se llevó a cabo la que, a la postre, ha sido considerada la batalla decisiva de la guerra de 1885. Las fuerzas del gobierno central derrotaron a las tropas liberales de Antioquia. El resto del ejército antioqueño se retiró a Manizales donde capituló. En la costa atlántica las fuerzas del liberalismo radical fue­ ron rápidamente controladas, debido en parte al desacierto de una campaña “sin ton ni son” por parte de quienes las dirigían, a todas luces los viejos dirigentes del radicalismo cometieron un error de estrategia, cuando condujeron sus contingentes hacia la costa ca­ ribe y no hacia donde estaban sus enemigos: en Bogotá. Es Foción Soto quien narra en sus memorias las vicisitudes de la campaña del liberalismo radical en 1885 y la forma como los veteranos generales del liberalismo se equivocaron en la dirección de la guerra al esco­ ger como escenario un territorio marginal para el control político y militar del país. Además, en la costa atlántica no sólo se debieron enfrentar a las fuerzas nuñistas, sino que también fueron obstacu­ lizados por la presencia de actores de otras nacionalidades114. La Batalla de Santa Bárbara y los sucesos posteriores en la costa atlántica definieron la guerra y el curso de la política nacio­ nal. Cuando supo el resultado, Núñez salió al balcón de San Carlos y dio el famoso “golpe de Estado”, que habría de trazarle el rumbo al país y sus regiones hasta el día de hoy. Le habló a la multitud que había acudido a palacio, y señaló: “La Constitución de 1863 ha dejado de existir”115. En consecuencia, la Confederación como una realidad en la organización política llegó a su fin, y comenzó una contradicción entre los intentos de conformación de un Estado-nación y la per­ sistencia de las formaciones sociales regionales, contradicción que atraviesa la vida institucional, social y económica de Colombia a lo largo de los siglos. En resumen, el estudio de los diferentes conflictos armados de la Guerra Federal indica que existía un espacio geohistórico en donde la guerra no solamente brotaba, sino que se definía al calor 102 114 Soto, óp. cit. Tomos I y II. 115 Pardo, óp. cit., p. 328. ■ le los enfrentamientos armados. Dicho espacio estaba conforma. I. > en primer lugar por el valle del Cauca, lugar donde los actores .o inados se encontraron a lo largo de los años de la Guerra Federal. 11111 re Buga, al sur, y Los Cerrillos (entre Cartago y Pereira) al norte, »»!• dieron numerosos enfrentamientos y algunos lugares se conviri irron en teatros de la guerra recurrentes como el valle de Sonso (Buga) y la cuchilla de Santa Bárbara (Cartago). Aquí los actores I n.'l icos contaban con valles y montañas que posibilitaban trazar las diferentes estrategias de la guerra. Entre los años de 1858-1885 las ■ iudades del valle se fueron configurando como campos de batalla. L*n especial, Cartago se convirtió en una frontera militar del Caui .i. El norte del Cauca, hoy norte del Valle, fue uno de los espacios ■•n donde se generaban enfrentamientos armados dentro del EsI .ido del Cauca, y el espacio privilegiado de aquellos que buscaban desafiar a dicho Estado. El núcleo geopolítico de la guerra situado en Popayán fue un centro de partida para confrontaciones como l.i de 1859-1862. En Popayán residía una clase dirigente que, acosI umbrada al ejercicio del poder durante la Colonia, venía siendo desafiada por las de otras ciudades que le disputaban el poder eco­ nómico y social. ¿Encontraron en la guerra una salida desesperada .i su situación? En fin, el valle del Cauca fue un escenario de la mayor impor­ tancia para las actividades de la Guerra Federal. ¿Pero qué sucedía al norte del valle alto del Cauca, en el cañón del Cauca, las que Vergara y Velasco llamaba Tierras de Arma?116 1.4 LA GUERRA EN LAS MONTAÑAS 1.4.1 La guerra en el cañón del Cauca, las Tierras de Arma 116 Vergara y Velasco, óp. cit., p. 509. 117 Guhl, óp. cit., p. 2. MIGUEL BORJA Ernesto Guhl indica que la cordillera Occidental se particula­ riza por tres eminencias, unidas por depresiones que no alcanzan los 2.500 metros de altura, la de Tatamá, en el sur, y la de Caramanta en el norte originan ramales occidentales que por su magnitud y altura hacen dudar de la dirección que generalmente se atribuye al eje de la cordillera117, dichos ramales circundan una amplia zona 103 que forma las cabeceras del río San Juan, del elidiéndola de las in­ clemencias del clima chocoano, tornándola así menos húmeda, lo cual estimuló el avance de la colonización espontánea hacia esta región del territorio y favoreció las estrategias territoriales de los grupos armados118. Al situarse en el borde del Chocó biográfico, la subregión de la cordillera Occidental garantizaba la seguridad de las fuerzas en contienda y una alta movilidad sobre el Antiguo Caldas y sus te­ rritorios aledaños. Además, era una puerta de entrada al centro geopolítico de la Federación. La cordillera Occidental era el asen­ tamiento de actores armados, quienes constantemente realizaban acciones militares sobre el borde occidental del Antiguo Caldas. Desde allí se construían nichos de seguridad y de proyección de do­ minio territorial por parte de grupos armados que actuaban desde el Chocó, el Cauca y el valle del Cauca. Igualmente, al frente del páramo de Los Mellizos se encuen­ tra la prolongación del Macizo Central volcánico hacia el norte, con un relieve menos acentuado en la parte alta, que baja suavemente formando mesetas escalonadas. A la altura del páramo de Sonsón y de la altiplanicie del mismo nombre, en el clásico territorio antio­ queño, el Macizo Central desciende bruscamente por cañones pro­ fundos, provocados por ramificaciones transversales de la misma cordillera119. Al igual que el macizo volcánico de la cordillera Cen­ tral, el macizo de Los Mellizos modifica hacia el norte el ritmo del levantamiento occidental e influye en la configuración del relieve. Realzado transversalmente, este promontorio origina la divisoria de aguas entre Antioquia y la sección de La Montaña, que se apro­ vecha como límite arcifinio entre los dos departamentos y como corredor y refugio de los actores armados que se movían entre An­ tioquia y el Cauca. Tanto el macizo de Los Mellizos como el páramo de San Félix son regiones de alta montaña que permitían no sólo estrategias de dominio de las Tierras de Arma, sino también de buena parte del territorio antioqueño. Por esto, los grupos arma­ dos trataban de colocar santuarios militares en estas dos subregio- 104 118 Loe. cit. 119 Ibíd., p. 3. con el fin de dominar la región y const ruir corredores hacia el i 'íiiii a, Antioquia y las costas. iu' i, Desde un punto de vista de la geohistoria de la guerra, el in.u izo volcánico de la cordillera Central constituye la región cul­ minante de la zona de tensión fronteriza, y concentra las mayores elevaciones dando lugar a la formación de zonas paramunas altas. Iluta configuración geográfica, sumada a su posición y ubicación ion relación a los valles del Cauca y Magdalena, hacía del macizo v< >l( ánico un área pivotal a partir de la cual los actores armados poilian establecer su poder sobre la zona fronteriza de los Estados. En la región, Manizales fue elevada a la categoría de santua­ rio militar por parte de Antioquia. Situada en la periferia del Esta­ do y considerada como un baluarte geoestratégico por su ubicación sobre las montañas centrales del país, hacia allí corrían las fuerzas antioqueñas cuando eran derrotadas en los valles interandinos. La percepción que para la época existía de Manizales era la de que la ciudad y su área circundante constituían una fortaleza militar, una marca antioqueña al extremo sur de su territorio. MIGUEL BORJA Así lo entendía Antioquia, que hizo del macizo su fortaleza 111 i I itar, un punto de partida para llevar la guerra hacia los otros Esi .idos, y a la vez colocó en él las zonas de refugio militar. Igualmen11? lo comprendieron quienes dirigían el Cauca. Para ellos y otros estrategas, la clave del poder se encontraba en el dominio de dicha subregión, a partir del control de la ciudad fronteriza de Manizales, considerada una marca militar frente a otros Estados y una coloni­ zación como avanzada de frontera por parte de Antioquia. Este he­ cho obedecía a que la alta montaña, por sus condiciones climáticas y fisiogeográficas propias para la guerra de guerrillas y la guerra de posiciones, se convertía en el caso del macizo volcánico en el espa­ cio a partir del cual se podían dominar los principales poblados y sitios de la frontera entre Cauca, Antioquia, Tolima, Cundinamarca y Santander. La movilidad hacia las otras ciudades y regiones era favorecida por la cercanía entre ellas y el hecho de que en la región existen profundas hondonadas, debido a la geografía de vertiente, que facilita la construcción de trincheras y “taponamientos territo­ riales”, hace de la región un territorio de la mayor importancia para los asuntos bélicos. 105 Durante el siglo XIX se consideraban las posiciones que ro­ dean a Manizales de primer orden para la guerra defensiva y des­ ventajosas para quienes pretendían tomarse la ciudad y forzar la puerta de entrada hacia la región de Antioquia, del Tolima, de los Andes centrales y las costas. Los antioqueños enemigos de los cau­ canos por las diferencias políticas que marcaban a los dos pueblos, juzgaron que debían fundar en los linderos de su territorio con el Estado vecino una especie de plaza de armas, y eligieron aquellos lugares con tal propósito. Sin embargo, desde el punto de vista de la teoría de la guerra estaban equivocados, y quizás por esto casi siempre fracasaron en el ejercicio de la guerra de montañas. Como indica Clausewitz, al contrario de las planicies, en las montañas las dificultades del acceso predomi­ nan y actúan de una doble manera, porque no se puede pa­ sar por todas partes y allá donde se puede hay que moverse más despacio y con mayor esfuerzo. Por eso la velocidad de todos los movimientos es moderada y su eficacia necesita mucho más tiempo. Pero, además, el suelo montañoso tiene frente a los otros la peculiaridad de que un punto supera en altura al otro120. Particularidad que motiva la gran división de las fuerzas en el terreno, “porque los puntos no sólo son importantes por sí mismos, sino también por la influencia que ejercen sobre otros”121. Debido a la dificultad de concentrar fuerzas en las montañas, “los ejércitos tratan de evitar los terrenos accidentados. Sólo que evitar un terreno accidentado raras veces es una elección y, en la mayoría de los casos, se encuentra que los ejércitos, que por su naturaleza encuentran ventaja en la unión de masas, aplican todo su arte en imponer este sistema contra la naturaleza del terreno siempre que sea posible”122. La anterior era la condena de Antioquia, que no poseía ni va­ lles ni llanuras para hacer la guerra. Por esto hicieron de las monta­ ñas en su frontera sur su campo de batalla y el lugar de donde par­ tían a combatir en los escenarios del valle del Cauca y del norte del 106 120 Ibíd., p. 343. 121 Loe. cit. 122 Ibíd., p. 344. 123 Carta de José María Obando a Tomás Cipriano de Mosquera, Cartago, 22 de febrero de 1861, ACC, Fondo Mosquera, 625, sig. 49568. 124 Clausewitz, óp. cit., pp. 433-434. 125 Ibíd., p. 434. 126 Ibíd., p. 442. 127 Loc.cit. 128 Loe. cit. MIGUEL BORJA Tolima. Hicieron de las montañas de Anl ioquia su zona de refugio: "(¡ente antioqueña y para Manizales no la alcanza nadie, aunque vuele”123. Pero estaban condenados a la más decidida pasividad: mía defensa inútil frente a los ejércitos caucanos, los cuales tenían una alta movilidad, acostumbrados a combatir en las llanuras y las < olinas. Lo único que hacían los antioqueños era buscar protección 11 .is los accidentes del terreno, y si bien no hay ninguno tan general y eficaz como el suelo montañoso, finalmente esto los llevaba a la I >érdida de libertad de movimientos y a la derrota, como sucedió en diversas ocasiones124. En la montaña, el atacante puede dirigir sus inasas contra un punto y romper de esta forma las líneas de defen­ sa. Así, el ataque vuelve a tomar la iniciativa, a partir de una movi­ lidad cada vez mayor. Sólo en la movilidad puede buscar ayuda la defensa, pero el terreno montañoso es contrario por naturaleza a rila, y por eso quienes aspiran a defenderse a partir de la montaña están sujetos a sufrir derrotas constantes125. Esto les sucedió a los antioqueños durante la Guerra Federal, cuando pretendieron de­ fenderse a partir de las montañas del Macizo Central Andino, en particular desde la ciudad de Manizales. La influencia que la posesión de los terrenos montañosos tiene sobre otras zonas es determinante, pues quien domina la montaña tiene una autonomía mucho mayor, su posesión es más decidida y menos modificable, sobre todo si ella se combina con la ubicación en los valles y planicies laterales126, dinámica que está presente en la Batalla de Garrapata durante la guerra de 1876. Es necesario añadir que la montaña ofrece una buena visión del cam­ po abierto desde los bordes de la misma, “mientras ella se mantie­ ne siempre como envuelta en la más oscura noche”127. Por esto, la montaña es contemplada como una fuente inagotable de influen­ cias desventajosas para aquel que no la tiene, y sin embargo está en contacto con ella, como un oculto taller de fuerzas enemigas128. 107 Estos enunciados de la teoría general de la guerra se registran en las memorias: Tomada esta determinación se puso en marcha el ejército al amanecer del día 31 de octubre para emprender la subida del cerro. Se ignoraba si el enemigo nos espera­ ba en alguna posición ventajosa de las muchas que hay en toda la subida, o si seguía en su retirada, pues lo espeso del bosque y una niebla que cubría la cima nos impedía ver si estaba o no ocupando las alturas [...] como las posiciones enemigas eran formidables por la naturaleza del terreno y estaban erizadas de soldados, que aún no habían sufrido descalabro, era muy arriesgado el ataque a viva fuerza por el frente, donde no se podían desplegar sino pocas fuerzas, mientras que el enemigo tenía la ventaja de que aún des­ pués de ser rechazado de escalón en escalón, al llegar a los últimos podía hacer un fuego de flanco sobre los agresores con fuerzas numerosas. Se propuso flanquearlo por su lado derecho por dentro de la montaña a fin de salir a retaguar­ dia en la cumbre que ocupaba129. Las dificultades del suelo montañoso las tenían que enfren­ tar los caucanos y otras fuerzas cuando entraban en guerra en contra de los antioqueños. Existió durante la segunda mitad del siglo XIX un teatro bélico de montaña por excelencia: las Tierras de Arma, lugar hacia donde se dirigían los ejércitos en su tránsito ha­ cia el Batolito Antioqueño, recorrido donde debían tener en cuenta las vicisitudes y características de la guerra en las montañas, si no querían ser derrotados, como aconteció con las fuerzas de Acosta durante la guerra de 1876 en la Batalla de Garrapata. La crónica señala que los diversos acontecimientos armados que se dieron durante la Guerra Federal de 1858-1885 pasaron por Manizales y el Macizo Central. En 1860, Mosquera orientó inicial­ mente sus esfuerzos hacia la toma de Manizales cuando comenzó la guerra. No escapaba a “los señores de la espada” la importancia geoestratégica y simbólica que tenía el dominio de Manizales, po­ blación que era una puerta de entrada a los Estados y a los diferen- 129 108 Agustín Codazzi, Resumen del Diario Histórico del Ejército del Atlántico, Istmo y Mompos. Llamado después Ejercito del Norte. Bogotá, Imprenta del Neogranadino, 1855, p. 22-23. i<;;! territorios de la zona de tensión Iront eriza. A pesar del prestimilitar de Mosquera y sus tropas, en vano trataron de tomarse Im < iudad durante la revolución triunfante de 1860. Durante dicho conflicto, las fuerzas del Cauca atacaron el 28 de agosto de 1860 a Manizales. En este intento el ejército caucano •je vio obligado a solicitar una tregua, y se firmó un pacto de paz, «i«-1 lerdo que no fue aceptado por el presidente de la República, y en rl mes de noviembre se reanudaron las hostilidades. Ante esto, las i ri ipas caucanas se movieron hacia el sur y atravesaron la cordillera ('cutral por la zona de Tierra Adentro130. En 1876, Manizales y su zona aledaña de nuevo se convirlieron en uno de los escenarios privilegiados de la Guerra Federal. Julián Trujillo, comandante de las tropas caucanas, quien contuvo una avanzada de tropas en Ansermanuevo en el valle del Cauca, viendo la inmovilidad de los antioqueños en Manizales, que tenían allí ocho mil soldados, desplazó sus fuerzas hacia esta localidad con ■ ■I fin de atacarlos y poder iniciar la marcha que lo llevara hacia el núcleo central antioqueño131. Recibió refuerzos del Tolima y organi­ zó el ataque por cuatro flancos. Los antioqueños llevaban seis meses fortificando Manizales, construyendo trincheras, lo que unido a las dificultades que el terreno alrededor de la ciudad presentaba para el ejercicio de la guerra, hacía más difícil su ocupación132. Manizales fue atacada el Io de abril de 1877. Durante tres días se combatió, y las fuerzas caucanas comandadas por Trujillo batieron las defensas antioqueñas133. Durante esta misma guerra, en la toma de Maniza­ les, Trujillo, quien se acercó a la ciudad por la parte suroccidental, mostró sus conocimientos del terreno. El conocimiento del entor­ no geográfico le facilitó el dominio militar de los diferentes pun­ tos estratégicos que posibilitaban superar las fuerzas antioqueñas, “clavadas, inmovilizadas” en el territorio134. Trujillo tuvo en cuenta la forma como la conformación y configuración del territorio podía ayudarle en su intento de vencer las fuerzas antioqueñas acantona­ 130 Pardo, óp. cit., pp. 275-276. 131 Ibíd., p. 297. 132 Loe. cit. 133 Ibíd., p. 300. 134 Constancio Franco, Apuntamientos para la historia. La guerra de 1876 y 1877. Bogotá, La Época, 1877, p. 189. MIGUEL BORJA h'hj 109 das en la ciudad. En primer lugar, pasó el río Chinchiná, tomándose el Alto del Caballo, distante unos cuatro mil metros de Manizales. Los antioqueños trataron de defender esta posición, pero su resis­ tencia fue inútil ante el empuje de la fuerza que los atacaba, y aban­ donaron el Alto pasándose al pequeño cerro del Tablazo135. La idea de Trujillo era rodear a Manizales para obligar a los antioqueños a entregarse. Con esta estrategia en mente, y como conocedor del terreno donde se movía, resolvió tomar a los rebeldes sus posicio­ nes del Alto de la Cabaña, al oeste de Manizales, y acercar más el ejército, en dirección norte y sur, al campo enemigo. Daniel Delgado atravesó el río Chinchiná por el paso de la Inquisición, quedando al frente de los rebeldes que estaban atrincherados en el sitio de­ nominado Morro-caliente. Los contingentes ubicados en los altos del Zarzo, el Naranjo y el Caballo abrieron operaciones por el cen­ tro; otras fuerzas avanzaron por la vía que conduce de Villamaría a Manizales. A pesar de que el enemigo estaba bien parapetado y no era reducida su línea de batalla, el combate, al cuarto de hora de ha­ ber empezado se hizo general y sangriento en todas las trincheras de los revolucionarios. A las pocas horas de pelea, el enemigo fue desalojado de sus posiciones y se puso en retirada haciendo fuego sobre los soldados acometedores, prevalido de los sitios montuosos que lo favorecían y las quiebras del terreno136. En resumen, en la llamada guerra de 1876, Trujillo empren­ dió la ocupación de Manizales desde el Alto de San Julián y movió su ejército hacia el este de Villamaría. Pudo ocupar esta aldea sin inconveniente alguno y establecer una línea de media circunvala­ ción sobre Manizales, al frente de las posiciones enemigas, en el largo trayecto comprendido de Villamaría a Palestina. Muchas de las serranías que rodean a Manizales, teatro de las operaciones, estaban a larga distancia de la ciudad, y otras más en sus inme­ diaciones, siendo las de mayor importancia geomilitar los altos del Perro, la Cabaña, el Tablazo, el Caballo, San Antonio, Morro-gordo, Morro-gacho, el Arenillo, la Florida, el Canasto y la Linda. De nuevo, durante los acontecimientos armados de 1885, Manizales vio pasar, el 25 de febrero, las fuerzas de la Unión que se 110 135 Ibíd., p. 99. 136 Ibíd., pp. 98-102 137 España, óp.cit., pp. 162-163. 138 Franco, óp. cit., p. 197. 139 Loe. cit. 140 Loe. cit. 141 Loe. cit. 142 Loe. cit. 143 Ibíd., pp. 194-195. MIGUEL BORJA oponían al ejército de la Antioquia liberal. Entre 1 y el 6 de marzo se cumplió un itinerario a paso rápido desde Manizales para ocu­ par a Medellín137. La percepción que durante el siglo XIX se tenía sobre la ciu­ dad era del siguiente tenor: “Las posiciones de Manizales son in­ tomables, cuando los que las ocupan hacen el deber de defender­ las; de modo que 5.000 fusileros hábiles pueden defenderse de un número triple de acometedores y vencerlos”138. Se consideraba que bastaba ocupar las crestas de las serranías, pues ellas presentaban un relieve de montaña lleno de precipicios y desfiladeros139. Por esto, parecía sencillo “fusilar a mansalva al que tenga el arrojo de pretender trepidar la montaña en el arranque de su heroísmo”140. “Supóngase ahora que a las ventajas naturales se agreguen obras de fortificación, y que en lugar del fusil común antiguo se tengan bue­ nas armas de precisión del método moderno y piezas de artillería adecuadas. ¿Cómo llegar a Manizales?”141 Los factores fisiogeográficos, sumados a buenas posiciones en el terreno, eran el juego geoestratégico en la guerra de los antio­ queños, quienes fortificaban la ciudad y se atrincheraban en “pa­ rapetos de tierra, cercas de piedra y madera de bastante espesor, fosos profundos. Donde quiera que, como en Garrapata, tenían que poner un centinela o colocar un batallón, lo resguardaron a su aco­ modo”142. La Manizales de la época estaba ubicada sobre un plano lige­ ramente inclinado hacia el sureste, el cual estaba bañado por infi­ nidad de pequeños riachuelos que corrían en todas direcciones, y circunvalado por infinidad de serranías quebradas que formaban caprichosas ondulaciones, como sucede en los terrenos montaño­ sos143. A la ciudad de Manizales se entraba por cuatro vías princi­ pales: por la de Neira que queda al norte, por la de Palestina que 111 está al este, por la de Villamaría que queda al sur y por la del Ruiz al oeste. De estos caminos principales se desprendían otros trans­ versales que, atravesando en distintas direcciones las serranías, conducían a la ciudad. En Manizales se daban cita los ejércitos de Antioquia, Cun­ dinamarca, Cauca, e incluso fuerzas de Panamá y la costa caribe. Existía la leyenda de que en la ciudad y sus alrededores se definían los rumbos de la paz y de la guerra. La discusión sobre su importan­ cia geoestratégica para la Guerra Federal fue planteada por Mora­ les Benítez de la siguiente manera: Algunos alegan que en la fundación de Manizales, tuvo viva importancia el factor de su posición guerrera. La época estaba signada por lo bélico [...]. Manizales, que sólo era un caserío, se vio envuelta en todas las contiendas de su tiempo. Era natural que ello sucediese así, si observamos, además, que la habían establecido en punto estratégico, que, a la vez, era sitio de tránsito obligado entre el Cauca Grande y Antioquia. Por ello esta última siempre apelaría a este “Gibraltar antioqueño”, como alguien que conocía de estos achaques resolvió bautizar a Manizales144 145. 112 144 Otto Morales, Testimonio de un pueblo. Bogotá, Banco de la República, 1962, p. 147. 145 Para Otto Morales las guerras de 1860 y 1876 tuvieron una importancia cen­ tral en la vida de Manizales. Estas guerras, como se ha indicado, tuvieron actos culminantes en la aldea incipiente, “Y el alcance de ellos, radica, en sus ulteriores desarrollos, en el pensamiento político colombiano. Lo que une indefectiblemente a Manizales a episodios de la República de la mayor reso­ nancia ideológica. Allá, pues, se gestaron grandes transformaciones, a través de dos guerras. Quizás algunos hallen ligeramente optimista nuestro juicio, pero las conclusiones nos favorecen en el balance ñnal [...]. Estas dos guerras, la del 60 y la del 76, que ocuparon sitio tan señalado en la historia de Mani­ zales, iban a incubar hechos antagónicos. Es precisamente por esto por lo que ese distrito parroquial, que simplemente era un modesto villorrio, se une a la gran historia de Colombia... Esas dos contiendas le dieron cauces al país, en forma tal que aún todavía hay instituciones que nacieron en el final de ese fragor bélico... El triunfo de Trujillo en 1877, nos lleva en pocos años a la Re­ generación. De allá, de Manizales, arranca también el estatuto de 1886, que aún rige en muchas partes, y cuya vigencia desató dos guerras civiles, a finales del pasado siglo... El mismo señor Caro, su inspirador y su autor, declaraba socarronamente orgulloso: 'hemos establecido una monarquía, desgraciada­ mente electiva’. Esa es otra de las repercusiones de los hechos cumplidos en Manizales. De tal suerte que las guerras han llevado el nombre de la ciudad a vincularse estrechamente con sucesos vitales del país”. Ibíd., pp. 157-159. 146 Franco, óp. cit., p. 229. 147 Clausewitz, óp. cit., p. 430. MIGUEL BORJA Desde allí y desde el Macizo Volcánico, se podían desplegar dominios hacia el valle del Magdalena y el valle del Cauca, y se po­ dían establecer corredores territoriales hacia el Chocó, Antioquia, ( undinamarca, el Tolima y el Cauca. Por esto es necesario reiterar i nte una de las metas de estrategia militar era la toma o la defensa de la ciudad, pues ella, además de ser la frontera de avanzada de Antioquia, constituía la llave para dominar los diferentes Estados que conformaban la Federación. Quienes se proponían tomarse a Manizales, lo hacían casi siempre desde el valle del Cauca. Cuando intentaban por el oriente de la región, los guerreros se enfrentaban a un difícil camino que atravesaba el Páramo de Herveo y las estribaciones orientales de la cordillera Occidental, lugares donde aquellos que defendían la ciudad podían tender estratégicamente sus fuerzas para rechazar a sus enemigos. Así aconteció durante la guerra de 1876, cuando en el valle del Magdalena, en la región aledaña al macizo de la cordillera Cen­ tral, se dio uno los principales enfrentamientos armados: la Batalla de Garrapata, ocurrida del 20 al 22 de noviembre de 1876, batalla que fue señalada por algunos testigos de la época como “el aconte­ cimiento más desastroso que se registra en los anales de la guerra en América”146. “A través de los tiempos siempre se ha teorizado sobre la ven­ taja de la solidez de los puntos de defensa en donde suelen atrinche­ rarse quienes llegan primero a las montañas. Ventaja que es mayor cuando alguna parte de los combatientes habita las montañas y no tienen necesidad inmediata de movilizarse”147, factor decisivo en la Batalla de Garrapata. En esta confrontación, las fuerzas al man­ do de Santos Acosta no lograron vencer la resistencia antioqueña atrincherada en varios anillos, en las cadenas montañosas cerca­ nas a la llanura de Garrapata (mapa 6). La llanura de Garrapata, territorio del Tolima, pero en el ám­ bito de influencia del Macizo Central Andino durante la segunda mitad del siglo XIX, es de una considerable extensión y está cercada por el lado norte con elevadas serranías que prologándose indefini- 113 5,24 5,18 5,11 5,04 1:331.751 Leyenda • Cabeceras ------- Ríos y quebradas Alturas Valué Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas: GCS_Internacional_1924 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000 1.000.000 MAPA 6. Escenario batalla de Garrapata. 114 Low 147 (Límente se enlazan con varios ramales de montañas transversales 111 te entran al Estado de Antioquia. Franco la describe de la siguienle manera: Hoy desde la lejanía de los tiempos se puede considerar que en Garrapata se dio un “empate mutuamente doloroso”. Lo cierto del caso es que se constata que la defensa de montaña, a partir de trincheras, se convirtió en el factor decisivo que impidió la derro­ ta antioqueña, frente a las urgencias de quienes necesitaban llegar rápidamente a Manizales. Acosta y su ejército fueron rendidos, en parte, por las dificultades que el terreno presentaba por la vertiente oriental de la cordillera Central, alrededor de la mesa de Herveo, y por el manejo geoestratégico que del territorio hicieron los antio­ queños. Acosta fue aparentemente derrotado, entre otras cosas, por el clima y la naturaleza del terreno, hechos geohistóricos que impi­ dieron que el Ejército de Occidente avanzara sobre la ciudad, y que en el combate definitivo, la Batalla de Garrapata, tuviera que “mor- 148 Franco, óp. cit., pp. 233-234. MIGUEL BORJA De esta cadena de montañas que hace parte de la cordillera Central desciende de norte a sur hacia la parte izquierda de la llanura una serranía montuosa, que corta el valle por este lado en una extensión de dos a tres mil me­ tros, deslizándose al pie del cerro, por la derecha, el río Cuamo que, después de un largo trayecto, se une con la quebra­ da de Morales y luego con el Sabandijas, para desembocar los tres en copioso raudal en el Magdalena. Frente a la parte superior de este cerro, se destaca de nordeste a sureste una serranía abrupta y escarpada, que recorre una extensión de siete mil metros y que lleva por nombre Lumbí. Esta serra­ nía era prácticamente infranqueable por la parte occiden­ tal. De la serranía, casi al centro, se destaca sobre la llanura de Garrapata, una colina o corto contrafuerte que tiene en su extremidad la figura de un morro. Esta llanura cuyo pe­ rímetro, de norte a sur, es de considerable extensión, y de este a oeste, de quinientos a seiscientos metros, especial­ mente en la parte que sirvió de teatro para el combate, está cortada casi la por mitad por el camino que va de Santa Ana al distrito de Guayabal, de cuya vía salen sendas que condu­ cen a distintos lugares y casas de campo148. 115 der el polvo”. Acosta era un general surgido en una época en donde el arrojo contaba más que la estrategia y el conocimiento militar, cuando el manejo del teatro bélico no era valorado en su importan • cia para las acciones de la guerra. En definitiva, se puede afirmar que la forma de hacer la guerra estaba cambiando y los generales de la Independencia aún no se habían dado cuenta de ello: El valor temerario de nuestros Jefes ha sido causa de numerosas desgracias [...]. Conocida ya la táctica de los clericales, de encerrarse en sus fortificaciones, aguardar a sus adversarios y no exponer al peligro sino a las masas fa­ natizadas y embrutecidas por los clérigos, es natural que nuestros generales mediten muy despacio sus operaciones, repriman la impaciencia de sus subalternos, y ahorren así la sangre que con tanta prodigalidad se derrama en los com­ bates149150 15°. 116 149 N.N. La Batalla de la Esperanza y la Esponsión. En: El Estado de Guerra, Bogo­ tá, 26 nov., 1876, p. 5. 150 En el periódico El Estado de Guerra se encuentra una carta de alguien que presenció la batalla y la describió de la siguiente manera: “El croquis que le acompaño, y que he dibujado a la ligera, hará comprender a usted el curso que ha ido llevando este famoso hecho de armas, que la historia de la civili­ zación registrará en sus páginas como monumental y salvador de la causa del derecho y de la razón humana, que tan villanamente ha pretendido profanar el partido godo - fanático de nuestro país... Nuestro ejército ocupó la casa y el llano de La Esperanza y los dos cerritos aislados que dan contra la vuelta del río Cuamo. En el más occidental se situó el impávido Acosta con su estado mayor general... El enemigo ocupó la casa de San Felipe, de Mr. Poules, la cerca de piedra que viene hasta la mitad del llanito hacia el oriente, el cerrito y monte que le queda casi en línea recta, la casa de Zúñiga, las casas de Garrapa­ ta, la casa de John, en el camino de Santa Ana, una chamba y fosos trabajados por el enemigo, que parte del Cuamo atraviesa por la cabecera del llano de Garrapata, el camino de Honda, y va hasta el bordo en línea recta al cerrito del pie de la cordillera de Lumbí; y continúa el campamento y trincheras de los enemigos, que con bastante propiedad se les ha dado el tremendo nombre de Fuerte de Sebastopol, por todo el pie de la roca de Lumbí. Todos los puntos que en el croquis llevan una Cruz, estaban ocupados por las fuerzas católicas. Los de gallardete, son los nuestros en su campamento, y los de banderola ancha, son las señales de las posiciones arrebatadas al enemigo a fuego y san­ gre... El general Dussán atacó el cerrito y monte, que tomó a costa de su vida y de algunas vidas más... El general Reyes atacó por el llano las casas de Ga­ rrapata, y las tomó... El general Camargo, cargó con un arrojo sin igual contra las cercas de piedra, poderoso atrincheramiento enemigo, y con el costo de alguna sangre, lo desalojó de allí... El general Estrada, con nuestro valeroso amigo Isidro Parra, atacaron la casa de San Felipe, que tomaron a viva fuerza, El comandante Ricardo Lesmes, jefe del batallón La Popa, esi t ibió desde las trincheras las siguientes líneas: con pérdida de algunas vidas; y continuaron el ataque sobre la casa de Zúñiga, que tomaron, pero que tuvieron que volver a desocupar, porque quedaba en el centro en medio de los fuegos del enemigo y de los nuestros. Allí perdimos al valiente coronel José María Echevarría, jefe del batallón Santander. La mis­ ma fuerza continuó su ataque sobre la casa de Mr. John, que está a orillas del camino de Santana, que fue tomada, pero que también fue incendiada. Una caballería de 400 hombres del enemigo, que atacaba al Voltijeros por el camino de Garrapata a Guayabal, fue destrozada por este cuerpo, y el valiente coronel Gaitán avanzó con su escuadrón por el camino bajo hasta cerca de la chamba o foso del enemigo, y de allí tuvo que retroceder... Nuestra ametralla­ dora fue situada sobre el cerrito que tomó el nunca bien sentido general Dus­ sán, y el cañón se colocó en la extremidad oriental de la cerca de piedra que arrebató al enemigo el general Camargo. La ametralladora del enemigo está colocada en los cerros de Lumbí, pero ya no funciona. Los enemigos fueron desalojados de todas sus posiciones y concretados desde el lunes en la tarde a la chamba de la cabecera del llano de Garrapata y a su atrincheramiento que ellos llaman Fuerte de Sebastopol... Desde dicho día hasta la fecha de esta carta, las cosas permanecen en el mismo estado en cuanto que el enemigo no avanza ni adquiere la más leve ventaja sobre el ejército, y antes sí pierde gente por la deserción y siempre que asoma la cabeza por encima de sus parapetos... Hubo una tregua para enterrar muertos... Como nuestro ejército ha quedado dueño de los parapetos que arrebató al enemigo a pecho descubierto, pelea hoy con más seguridad para el soldado y de igual a igual; así, pues, ya no será tanto el derramamiento de sangre por nuestra parte". En: El Estado de Guerra. Bogotá, 28 nov., 1876, pp. 5-8. MIGUEL BORJA El 20 a las 10 de la mañana empezó el combate: nues­ tra fuerza avanzó con brío [...]. El ala izquierda convertida en centroizquierda, tomó la primera y más formidable trin­ chera enemiga, y avanzamos hasta las fosas de sus últimas posiciones, y aquí fuimos rechazados a la primera trinchera donde estamos. Al tomar esas segundas trincheras fuimos casi diezmados; el batallón Santander sufrió mucho: muer­ to el coronel Echeverría y algunos de sus oficiales. Los gene­ rales Camargo y Sarmiento, que mandaban este lado, viven de balde; yo al lado de ellos los veo, me siento, y no lo creo. ¡Qué mortandad! El quinto de Bogotá tuvo muchas pérdi­ das. El capitán ayudante mayor Jesús María Tovar murió como héroe. El general Dussán, Trino Forero y algunos no­ tables muertos: no bajan de 150 nuestros muertos y de 300 los heridos. Los enemigos sí están despedazados. El comba­ te hasta ahora no ha cesado; pero el triunfo es nuestro sin disputa, si no nos acosa el hambre. Tres días sin comer; pero 117 moriremos al pie de esta trinchera que sostenemos a las ór­ denes del más impávido de nuestros generales, Sarmiento. Mateus con el Boyacá ocupa el centro; es él quien más ha combatido. Es imponderable el valor del general Acosta; Enrique Mejía, segundo jefe de mi batallón, es un héroe, lo mismo Antonio Lesmes, secretario del general Sarmiento. Nos asfixia tanto muerto que no se ha podido enterrar [...]. Felizmente he salido sano y salvo de la batalla del 20. Los godos en número de más de 5.000 hombres fueron batidos en esa memorable fecha por nuestro ejército. Del llano de La Garrapata, donde me tocó pelear, los barrimos, y en cua­ tro horas de combate perdieron sus primeras posiciones, y fueron a refugiarse a una trinchera formidable que habían hecho [...]. Las pérdidas de los clericales exceden de 1.000, y las nuestras no bajarán de 500. El 21 por la noche tuvimos otro agarrón, y al día siguiente ellos solicitaron un armis­ ticio para enterrar a sus muertos, que les fue concedido y que termina mañana; pero según voz general, los godos no podrán resistir una nueva embestida nuestra151. La batalla de Garrapata, “la madre de todas las batallas”, en­ frentó dos concepciones diferentes de hacer la guerra: la guerra de montañas y la guerra de las llanuras. Asimismo, fue un aconteci­ miento armado que reveló la importancia de saber combinar mon­ taña con llanura en la guerra, en el caso del ejército antioqueño. Igualmente mostró las ventajas de quienes en los conflictos arma­ dos se ubicaban estratégicamente y preparaban el terreno para el combate, a partir por ejemplo de las trincheras. Por otro lado, esta batalla mostró las desventajas de aquellos que sólo concebían la guerra como una guerra de llanuras152. 118 151 Loe, cit. 152 En consecuencia, cuando se analizan los hechos armados de la Guerra Fede­ ral en el Macizo Central Andino, se comprueba el papel de Manizales en las contiendas armadas de la segunda mitad del siglo XIX. Como ha indicado Cardona: "De Manizales salieron los ejércitos antioqueños que invadieron al Cauca y allí se atrincheraron las fuerzas que repelieron los ataques de los radicales sureños. La aldea fronteriza se convirtió en la llave de Antioquia y era la fortaleza que aseguraba el control del centro-occidente colombiano. El manizaleño se acostumbró a vivir entre el fusil y la azada, entre la ruleta y los altares... [...] Las guerras trajeron el negocio de las armas, las expropiaciones y los remates de bienes de los vencidos. Tras cada incursión bélica se arreaban muías, bestias y vacunos desde el Tolima o el valle del Cauca y las numerosas 1.4-2 La guerra en el páramo de Loa Mellizos revoluciones que se agitaron dentro y fuera del Estado llevaban refugiados, desplazados y aventureros que tramaban nuevos conflictos o tomaban a Ma­ nizales como puente para buscar la seguridad en las tierras abiertas, donde no les alcanzara el dolor de otra guerra. Por la aldea montañosa pasaron ge­ nerales famosos, ciñeron coronas presidenciales los guerreros victoriosos, se estrellaron con el invicto Tomás Cipriano de Mosquera, entonó cantos bélicos el Tuerto Echeverri y se convirtió en libelista el poeta Jorge Isaacs. Medellín declaraba las guerras y a Manizales le tocaba enfrentarlas, sostenerlas y su­ frirlas [...]. Los paisas del sur combatieron en casi todas las guerras civiles de la República, unas veces en las trincheras de Abejorrral, Salamina o Manizales y las más en los campos de muerte de Santander, Bolívar, Cauca, Chocó y Panamá”. Alfredo Cardona, Los caudillos del desastre. Guerras civiles en el siglo XIX. Manizales, Universidad Autónoma, 2006, pp.79-80. 153 Alvaro Gartner, Guerras civiles en el antiguo cantón de Supía. Relatos de episodios armados acaecidos entre el siglo XVIy el XI. Luchas por las Tierras del Oro. Mani­ zales, Universidad de Caldas, 2006. MIGUEL BORJA Las poblaciones ubicadas en el páramo de Los Mellizos partici11.1 r< >n en la guerra entre los años de 1858-1885. El páramo de Los Me­ llizos no solamente fue un lugar de paso para las tropas antioqueñas < 11 it > se desplazaron hacia el Cauca, sino también escenario de diferentes .ii ontecimientos bélicos. Los enfrentamientos armados en la región de I ,< >s Mellizos, de acuerdo con Gartner153, presentaban una característica que se repetiría en casi todas las guerras civiles que estallaron durante i • I.' áglo XIX: desafíos entre antioqueños y caucanos. Gartner indica que a partir de la Guerra de los Supremos, todas las guerras civiles que se sucedieron a lo largo del siglo XIX tendrían en la región de Su­ pía el carácter de enfrentamientos entre caucanos y antioqueños. Por tanto, fue un territorio en permanente disputa entre los dos Estados. Se puede constatar que desde la Guerra de los Supremos, el can­ tón de Supía se convirtió en un espacio de recursos económicos para los combatientes. Tanto los caucanos como los antioqueños buscaron la oportunidad de hacerse al dominio del cantón, con el propósito de obte­ ner los recursos mineros, entre otros. Gartner ha señalado que cuando estalló la Guerra de los Supremos, el cantón tenía más relaciones de tipo económico y social con Antioquia que con Popayán. Se debía no sólo a que la distancia entre este territorio y Medellín es menor que la que hay con Popayán, sino a los negocios con los antioqueños, así como al he­ cho indudable de que, para la época, la región comenzaba a ser asiento 119 de la colonización antioqueña al sur, situación que llevó a que las p<> blaciones adquirieran el carácter de comunidades fronterizas entre los dos Estados. La región del páramo de Los Mellizos era una de las vías poi las cuales circulaban hombres y recursos para los teatros de la guerra en la zona de tensión fronteriza, el sur del país y el Batolito Antioqueño. Ade más, el páramo de Los Mellizos constituía una zona de refugio para los desplazados por la guerra. Estos desplazados son los que un tal Montaño, quien participó de los acontecimientos armados regionales y escribió un importante dia­ rio de ellos154, encuentra por los lados de Caramanta en el año de 1860. Con ellos se organiza para atacar las fuerzas liberales que había en Riosucio. Durante este conflicto bélico, las fuerzas antioqueñas que se habían salvado de la derrota en Santa Bárbara y se hallaban acantonadas en Riosucio se dedicaron a contener los movimientos de los pueblos hostiles del noroccidente del Cauca, es decir, a hostilizar a los pueblos liberales, en especial, a San Juan de Marmato, Supía y Quinchía, propósito que coincidía con el de los colonizadores antioqueños, quienes contaban con el respaldo de dirigentes conservadores locales155. Después de la derrota de las fuerzas antioqueñas y de la Unión en la guerra de 1859-1862, y firmada la paz, se pudo comprobar que la guerra estaba lejos de terminar. El 10 de marzo de 1864 se le­ vantaron de nuevo en armas los habitantes de Riosucio, Supía, Ansermaviejo, San Juan de Marmato y Arrayanal [Hoy Mistrató] para protestar contra el gobierno liberal del Cauca. Buscaban llamar la atención en la lejana Popayán, que por siglos se había desentendido de su extremo septentrional. La situación política rápidamente des­ embocó en un estado prebélico en toda la comarca, lo que llevó al párroco de Riosucio a escribir alarmado al obispo de Popayán dán­ dole cuenta de las duras circunstancias que acaecían en su pueblo, así como en Supía y Marmato156. 120 154 Saturnino Montaño, Diario. Manuscrito inédito que se halla en poder de su biznieto Gustavo Montaño en Cali. En: Gártner, óp. cit., p. 145. 155 Anónimo. Acontecimientos en Riosucio (Cantón Supía) después de la batalla de Sta. Bárbara. AC, Sala Arboleda, signatura 184. En: Gártner, óp. cit., 2006, p. 122. 156 APP, Tomo II del Estante VI, Legajo 733, año 1864. En: Gártner, óp. cit., 2006, p. 134. 157 Abel Cruz, Economía y hacienda pública. Historia Extensa de Colombia. Tomo XV. Bogotá, Lerner, 1965, p. 288. 158 Gártner, óp. cit., p. 153. MIGUEL BORJA Posteriormente, en 1876 estallaron de nuevo las pugnas en11 e I iberales y conservadores en el cantón de Supía. Dos factores adii i< niales contribuían a enrarecer más el ambiente político: la enemistad declarada de los Estados del Cauca y de Antioquia, que se reflejaba con mas fuerza en el cantón por su condición de región fronteriza entre «inbas entidades territoriales, y los celos de la dirigencia caucana por < <;n iservar su autonomía y mantenerse al margen de injerencias del Gobier­ no nacional157. En el cantón de Supía existía “un malestar en la vida cotidiana”, agudizado por su condición limítrofe con Antioquia, donde manda­ ban los conservadores. Los conservadores en el cantón mantenían prof usa actividad, preparándose para recibir a los antioqueños y marchar juntos a la guerra. Desde la posesión del presidente de la Unión, Aquileo Parra, en 1876, estaban mandando armas y pertrechos para equipar a sus aliados en el norte caucano. Estos eran especialmente campesinos -indígenas y mulatos- y colonos antioqueños, a quienes mandaban y fustigaban algunos dirigentes de Riosucio158. Si los conservadores “se movían como pez en el agua” por las Tie­ rras de Arma, los liberales tampoco estaban quietos. Durante la época de la Guerra Federal, a su favor tenían los recursos de los gobiernos de la Unión y del Cauca, y estaban guiados por reconocidos líderes foguea­ dos en otras guerras y decididos a contrarrestar las prédicas de los cu­ ras. Los liberales en el poder promovían la formación de milicias que se concentraban en Marmato, núcleo principal del liberalismo. Marmato era la población caucana más cerca de Antioquia, por el norte caucano, y desde sus faldas se podían divisar los movimientos de tropa enemiga al otro lado del río Cauca, ya en territorio antioqueño. La importancia como, región de tensión fronteriza de las Tierras de Arma tenía que ver con el hecho de que ellas reunían dos formaciones montañosas, divididas por el profundo y estrecho cañón del río Cauca, que pertenecían al Cauca (Riosucio) y Antio­ quia (Manizales). Por esto, en el macizo de Los Mellizos, durante el siglo XIX se presentaron diversas confrontaciones y movimientos armados que constantemente aprovecharon las características fi- 121 siogeográficas del entorno natural para adelantar la guerra en las montañas, sobre todo de corte guerrillero. Durante la Guerra Federal se organizaron allí guerrillas con­ servadoras, que se desplazarían constantemente por las poblacio­ nes del sur antioqueño y las del norte caucano, como parte de una estrategia para cortar el paso al enemigo hacia Antioquia y esta­ blecer conexión con los ejércitos legitimistas del sur del país. Estas guerrillas llegaban en sus desplazamientos hasta las ciudades de Cartago y Honda. En las Tierras de Arma desempeñó un papel cen­ tral Riosucio, que en ocasiones fue sede de gobiernos revoluciona­ rios, alternos a los mandatarios del altiplano de Popayán159. Supía era el único cantón dominado por los conservadores en el Cauca160. Allí se organizaban los antioqueños para el combate; con este propósito fortifica­ ban el Alto de Varillas. Igualmente, establecían campamentos en los altos del Cedrito y La Honda en el sector de Chápata, desde los cuales se divisa el valle del Risaralda y permiten una retirada sin desbandarse en caso de un ataque por fuerzas superiores; además, por tratarse de una al­ tura considerable, se podía atacar con facilidad al enemigo. Asimismo, se ubicaban espías en los sectores de Arauca, La Habana y La Hermosa, puntos por donde podrían pasar las fuerzas acantonadas en Palestina y San Francisco [Hoy Chinchiná, Caldas]113. En consecuencia, los actores armados solían ubicarse bien en el terreno montañoso y manejaban geoestratégicamente no sólo el relie­ ve, sino la situación y ubicación geopolítica de cada uno de los espacios que conformaban las Tierras de Arma. En especial buscaban taponar las “llaves de entrada” a los territorios de los Estados, ubicarse en las alturas y hacer uso de la alta movilidad que para la guerra partisana ofrecía la región. Los episodios armados del año de 1885 muestran la forma como se desenvolvían las lógicas espaciales de la guerra en las Tie­ rras de Arma, tanto en la banda occidental del río Cauca como en la oriental. Un documento escrito por Pedro Estrada, en el cual se narran las vicisitudes de la campaña de Rafael Uribe Uribe en la 122 159 Luis Londoño, Manizales. Manizales, Imprenta Departamental, 1936. En: Gartner, óp.dt., p. 87. 160 Rómulo Cuesta, Tomás. Manizales, Imprenta Departamental, 1982, p. 224. En: Gart­ ner, óp. dt., p. 170. 161 Pedro Estrada, Episodios de la guerra de 1885. Manuscrito. AGN, Rafael Uribe Uribe, Academia Colombiana de Historia, Caja 1, rollo 1, ff. 227-258. 162 Ibíd., f. 227. 163 Loe. cit. 164 Ibíd., f. 228. 165 Loe. cit. MIGUEL BORJA legión, permite al historiador reconstruir dicha lógica161. Estrada mmienza por señalar que desde el 1° de ahril de 1878, cuando ocu­ pó el solio presidencial el general Julián Trujillo, hasta el primero de enero de 1885, cuando empezó de nuevo la guerra, quien dirigió el gobierno de la Unión fue Rafael Núñez, siempre declarándose ..uno un liberal irrevocable. Ya para ese entonces, los dirigentes liberales estaban convencidos de lo contrario. Para ellos Núñez planeaba entregar el gobierno general a los conservadores, lo que rlectivamente sucedió después de los acontecimientos armados de IH85, que llevaron a la derrota al liberalismo y al inicio de la larga República conservadora162. Por esto, los liberales decidieron derroi ar a Rafael Núñez por la fuerza de las armas, para lo cual se levanlaron los gobiernos de los Estados que le eran adversos y algunos jefes que contaban con elementos de guerra163. Estrada señala que, como era natural, se contaba en primer lugar con el gobierno de Antioquia, donde para la época gobernaba el liberalismo y era el que mayores recursos tenía. Antioquia de­ claró turbado el orden público el Io de enero de 1885 y procedió a la organización de un ejército. Para esto se nombró como delegado con facultades presidenciales a Luis Eduardo Villegas164. Uno de los primeros que se presentaron a tomar las armas fue el entonces coronel Rafael Uribe Uribe, quien fue comisionado para que orga­ nizara un batallón con el nombre de Legión de Honor. Así lo hizo, y tomó la vía del suroeste para reunirse con las fuerzas que se esta­ ban organizando en aquel departamento. Planeó invadir al Cauca por la vía de Riosucio, en donde ya se había organizado un batallón dispuesto a defender el gobierno de Núñez, contra quien se habían alzado los liberales radicales165. Mientras tanto, Villegas siguió al sur con su Estado Mayor, y con el grueso del ejército se dispuso a invadir el Cauca por la vía de Cartago, que era la que traía el general Payán con la Guardia Colombiana y el ejército del Cauca. Al paso por Salamina, dejó allí al coronel Ramón Ramírez Uribe, primo de 123 Rafael Uribe Uribe, con el fin de defender el listado de Antioquia de cualquier invasión que viniera de Bogotá o del Tolima por la vía del páramo de Herveo166. Fueron, por consiguiente, tres las rutas estratégicas que se delimitaron para los asuntos de la guerra poi parte de Antioquia: la de Riosucio, la de Cartago y la de Herveo. Los Uribe se encontraron en la cuchilla de Quiebralomo con el batallón que se había organizado en la región para defender al gobierno de Núñez167. Rápidamente estos derrotaron a sus enemi­ gos, a pesar de que ellos ocupaban posiciones muy ventajosas y que conocían su tierra palmo a palmo. Por consiguiente, en esta escara­ muza la posición y el conocimiento del terreno no fueron factores definitivos para la suerte de los contendores168. La conflagración en las Tierras de Arma se generalizó con rapidez en la banda occidental del Cauca. Desde la parte oriental se recibieron noticias de que al otro lado de la cordillera Central de los Andes venía un gran ejército de Bogotá con el propósito de invadir a Antioquia por la vía de Manzanares y Herveo. Ante esto, el coro­ nel Ramírez Uribe abandonó su cuartel de la ciudad de Salamina y se trasladó con sus oficiales y soldados al histórico campo del alto de La Palma, en donde aguardó al enemigo en un espacio poco fa­ vorable para la guerra: “Pues aquí no había rocas ni desfiladeros, sino que eran extensas sabanas, en donde podía ser encerrado y atacado por los cuatro costados”169. El martes 17 de febrero de 1885, en Salamina empezaron los rumores de alarma y se divisaron campamentos en el Alto de la Montañita por la vía de Herveo. En la población existía la confu­ sión propia de los estados prebélicos. Nadie tenía noticias de que por aquella vía viniera la Guardia Colombiana. Los conservadores de La Barra tomaron la vía de Los Molinos para reunirse con sus copartidarios en La Montañita, sin que en la ciudad hubiera quién los contuviera, y los demás se ocultaron, quedando la población de­ sierta170. 124 166 Ibíd., ff. 228-229. 167 Ibíd., f. 230. 168 Loe. cit. 169 Ibíd., f. 232. 170 Ibíd., ff. 232-233. 171 Ibíd., f. 238. 172 Loe. cit. 173 Ibíd., f. 241. 174 Ibíd., f. 245. 175 Ibíd., ff. 245-249. MIGUEL BORJA En la mañana del miércoles <le ceniza, 18 de febrero, se divil.iion desde Salamina combates en l,a Montañita y La Palma. En la . alie real se comenzaron a oír cornetas de guerra con música de 11 ninfo acompañadas de los siguientes gritos: “¡Viva el general Maictiu, Viva el general Piñeros, Viva el general Briceño, Viva el doc11 >i Núñez!”171. Apenas entonces se vino a comprender que se había dado un combate con un ejército de línea [La Batalla de Santa Bár­ bara, en inmediaciones de Cartago, Valle, el 23 de febrero de 1885] i mnandado por el general Juan Nepomuceno Mateus, compuesto de una división liberal independiente a cargo del general Marco Aurelio Piñeros y de una división conservadora a cargo del general Manuel Briceño172. Mientras ocurrían aquellos acontecimientos, ik* había dispuesto que el coronel Gregorio Uribe se trasladara a Sonsón para contener la invasión que con razón se esperaba por la vía de Pensilvania; y que Rafael Uribe Uribe viajara a Salamina a unirse con Ramírez Uribe para atender el ataque que pudiera venir por la vía de Herveo. Así fue como Uribe Uribe regresó de Riosucio y salió a Pácora, en donde al llegar supo que sus copartidarios también habían sido derrotados en Salamina173. Después de que las fuerzas de ocupación se marcharon de Salamina hacia Manizales, Uribe Uribe se movió de Pácora hacia Salamina174. Allí se dedicó a prepararse para la defensa, pues no sabía quién ni por dónde sería atacado. A la región comenzaron a llegar los derrotados de Santa Bárbara, entre ellos el jefe militar de Antioquia, Luis Eduardo Vi­ llegas. Villegas le informó a Uribe Uribe la rendición del Estado de Antioquia, después de la derrota de Santa Bárbara. El tratado de rendición contemplaba la entrega del gobierno del Estado a las fuerzas nacionales y daba por terminada la guerra en Antioquia. Uribe Uribe consideró esto una alta traición y manifestó: “Pues por mi parte no la doy por terminada. ¿Y donde está Fidel Cano para que me diga que no ha habido venta?”175 Posteriormente, Uribe Uri­ be, con un puñado de valientes, trató de sostener la guerra, pero 125 fue derrotado y llevado como prisionero de guerra a la cárcel d« Medellín. En síntesis, las Tierras de Arma, divididas entre Antioqui.i y el Cauca por la delgada línea del cañón del río Cauca, constituyeron un escenario permanente de las diferentes confrontaciones arm.i das durante la Guerra Federal. Un entorno geográfico de montaña en el que convivían gentes que venían como colonos de los diferen tes Estados. Allí no solamente surgieron fuerzas de resistencia y ataque, sino que también sus poblaciones eran de las más dinámi­ cas en los asuntos de la guerra. Solían desconocer las autoridades del Cauca y de Antioquia, y constituían una comunidad con tenden­ cias centrífugas, separatistas de los núcleos centrales de Popayán y Medellín. En definitiva, se trataba de un territorio encabalgado entre dos Estados, que vivía en permanentemente tensión en sus fronteras. Tanto los antioqueños como los caucanos encontraban apoyos que se traducían en recursos económicos para la guerra y hombres, así como espacios de refugio y corredores estratégicos ha­ cia el Cauca y Antioquia. 1.5 LOS LIMITANTES DEL ENTORNO GEOGRÁFICO PARA LAS ACTIVIDADES DE LA GUERRA Para conocer los limitantes que les imponía el medio a los actores armados, además de los factores de conformación fisiogeográfica analizados antes, es indispensable estudiar los que tienen que ver con el clima, e incluso la flora y la fauna. Con este fin se in­ daga, en primer lugar, por la influencia de los elementos generales del entorno natural, como la fragmentación geográfica y el clima. Igualmente, se estudian los caminos y ríos como escenarios y rutas que influyen en las dinámicas de la guerra, ya sea obstaculizando o favoreciendo los desplazamientos y las estrategias en los conflictos bélicos de la Colombia Federal. 1.5.1 La geografía fragmentada y tropical El primer limitante que el entorno natural colocaba a los ac­ tores armados tenía que ver con una geografía desconocida para la mayoría de ellos, en donde se sentían por fuera de su espacio de vida. Unicamente los grupos originarios, los indígenas, las comu126 176 Agustín Codazzi, Memorias. Bogotá, Banco de la República, 1973, p. 360. 177 Ibíd., p. 353. 178 Ibíd., pp. 353-354. MIGUEL BORJA iihl.ides negras y los campesinos alcanzaron a establecer relaciones ilr identidad con sus ambientes espaciales, esto es, construyeron ■ilUiü civilizaciones. Las dificultades que encontraban los otros gru|hm eran de tal naturaleza que Codazzi pudo concluir que “en este país el cielo y la tierra han declarado la guerra al hombre”176. Codazzi realizó una travesía a comienzos del siglo XIX por ■•I Al rato y comprobó las dificultades de los entornos naturales. La llevó a cabo en una piragua dirigida por un indígena y, en el reco11 ido por el río, atravesaron bosques y selvas, pantanos, valles y lagos. Codazzi registra las dificultades de navegar por un río sobre el cual llueve durante todo el año torrencialmente, con truenos es11 epitosos y continuos rayos, que son la música de estas regiones177, además de la combinación entre continuas lluvias y calor excesivo. I’ero no son sólo los factores de relieve y clima los que enfrentó (’odazzi en su travesía, sino que también tuvo que vérselas con una launa y flora hostiles: el tormento de los insectos, los mosquitos, los zancudos, los vampiros, los chinches, las cucarachas, las avis­ pas, los tábanos, etc. A estas incomodidades se agregaba también la imposibilidad de dar un paso en tierra y el temor de dormir en las barcas cerca de las orillas, siempre pantanosas y llenas de hier­ bas muy altas, entre las cuales se escondían culebras venenosas y caimanes178. La segunda dificultad que el entorno natural oponía a los actores armados tenía que ver con la fragmentación del territorio colombiano, no superada aún por las condiciones materiales de la sociedad del siglo XIX. El país se divide en primer lugar de acuerdo con una triple realidad fisiogeográfica: las costas, los Andes y las llanuras orientales. En cada uno de estos grandes espacios regiona­ les se pueden señalar diferencias de orden geográfico que dan lugar a múltiples regiones naturales. Las regiones geográficas obligan a la sociedad a realizar enor­ mes esfuerzos para superar el carácter fragmentado del paisaje y construir las regiones geohistóricas, con el fin de establecer lazos 127 de unión a partir de la creación de paisajes culturales. Durante la segunda mitad del siglo XIX, la geografía fragmentada obligaba a los actores de los conflictos armados a preparar largas marchas por el territorio nacional y a enfrentar diversas adversidades en sus desplazamientos; una de ellas, el problema de la escasez de recur­ sos. Es el caso evidente de la mayoría de los teatros de la guerra diferentes al valle y cañón del Cauca, región en donde los despla­ zamientos por el valle fluvial del río se facilitaban y la economía regional era una de las más sólidas de la Colombia Federal. 1.5.2 El clima y la guerra 1.5.2.1 Los inviernos En la Nueva Granada se combatía en invierno; así fue regis­ trado durante la guerra de 1854: “Fue necesario [...] formar ejérci­ tos a largas distancias entre sí, y combinar los medios con los pocos recursos, los malos caminos y las inmensas distancias que había que recorrer; con todo, se puede decir que en tres meses y en la es­ tación más cruda del invierno, fueron batidos los enemigos y echa­ dos de diez provincias”179. Los combatientes de las guerras estaban expuestos a las dificultades que creaban los fuertes inviernos de la época: “Llegó la noche y un fuerte aguacero mortificó hasta el ama­ necer desde el general en jefe hasta el último soldado”180. “El plan era cortar la comunicación entre San Diego y San Francisco, lugares en que estaba situada la mayor parte de la fuerza del enemigo. Un fuerte aguacero impidió los movimientos y fue preciso hacer alto en las colinas a donde llegó el ciudadano general Herrán”181. “Una fuerte lluvia nos anegó el campamento, y la sufrimos toda la noche. El gobernador señor A. M. Pradilla mandó carne y panela desde Mogotes a espalda de algunos hombres, y unos barriles de guarapo [...]. La noche fue cruel por la lluvia y el frío”182. Los inviernos afectaban de manera directa el desplazamien­ to, por los diversos caminos del espacio geohistórico de la guerra, 128 179 Agustín Codazzi, Resumen del Diario Histórico del Ejército del Atlántico, Istmo y Mompos. Llamado después Ejercito del Norte, p. 34. 180 Ibíd., p. 25. 181 Ibíd., p. 32. 182 Ibíd., p. 144. de los combatientes y las gentes: "Mi querido general Mosquera, .lyer salí de Roldanillo muy tarde y llegué a esta (Cabuyales) como « inedia noche después de andar por un camino pésimo debido al gr.in aguacero que me cogió desde El Naranjo”183. En carta de José María Obando, se lee: “Solano sacó de Cartago 216 reclutas por el teemplazo que se ha pedido. No sé cómo le habrá ido, pues el ca­ mino está infernal. Llueve sin descanso y el páramo muy bravo. I intiendo que muchos se han emparamado y no lo extraño”184. Asimismo, Gabriel Montaño, al dar cuenta de la necesidad de aplazar operaciones militares en el valle del Cauca, informaba: “Con motivo del crudo invierno que estamos experimentando en este municipio, las avenidas de La Vieja han sido horribles y han producido ya un pequeño daño en el dique que no ha podido re­ pararse por el mismo motivo, esto es, por las lluvias constantes y porque las aguas del río impidieron el trabajo”185. 1.5.2.2 Los veranos, las tierras calientes 183 ACC. Fondo Mosquera, 544 signatura 38293. 184 ACC, carta de José María Obando a Tomás Cipriano de Mosquera, Fondo Mosquera, 638 sig. 40569. 185 ACC, carta de Gabriel Montaño a Tomás Cipriano de Mosquera, Fondo Mos­ quera. 736, sig. 54249. 186 Agustín Codazzi, Resumen del Diario Histórico del ejército del Atlántico, Istmo y MIGUEL BORJA De acuerdo con la geografía general del país, Colombia tiene dos veranos y dos periodos de lluvia. Sin embargo, aquí los invier­ nos son muy diferentes a los de países con estaciones; básicamente corresponden al estado primaveral de ellos. Cuando se hace rela­ ción al verano como uno de los limitantes de la guerra, se debe en­ tender que se está hablando de “las tierras calientes”, una clasi­ ficación topográfica que a mediados del siglo XIX fue usada para referirse básicamente al valle fluvial del Magdalena. A comienzos del siglo XIX, Codazzi sufrió los rigores de las tierras calientes en su travesía del país: “Llegamos a una monta­ ña que llaman Calva, la cual por estar toda cubierta de grandes hierbas y sin un árbol, por lo que no se puede uno defender de los ardientes rayos del sol que aquí hieren casi perpendicularmente, la pasamos de noche a la luz de la luna”186. 129 Codazzi registró las dificultades que la tierra caliente impll caba para quienes no eran de dicho entorno. Así lo indicó cuando reseñó la orden que fue dada, durante la guerra de 1854, a los jet*i de la División de Occidente, de que se replegasen hacia Honda y sr situasen en un punto militar que pudiesen defender o repasasen el Magdalena para defender dicha ciudad, punto estratégico que <le bían sostener a todo trance. Mientras tanto Codazzi, seguiría para La Mesa o iría a cubrir la línea del Magdalena. Se puso en marcha por el camino del Chircal. Allí pudo comprobar que la caballería de un coronel Ardila no podía obrar con buen suceso en la montaña y en países cálidos, a cuyo clima temían los habitantes de la sabana. Por esto, Codazzi dispuso que se quedara en la explanada de Bogo tá hostilizando al enemigo con guerrillas. El coronel Ardila marchó con un considerable contingente, pero, al entrar a la boca del monte hacia la sabana por la parte del sur, pudo comprobar que sus fuer zas habían disminuido en aproximadamente 100 hombres, quienes habían desertado por temor a los efectos del clima caliente, “cuya insalubridad es fatal para los habitantes de la cordillera”187. Con esta pérdida se redujo la columna a poco más de 400 hombres, casi todos de infantería, pues apenas quedó un pequeño número de hombres montados, que podían aguantar el clima caliente188. Las condiciones geográficas de las diferentes regiones del país no sólo ponían trabas al desplazamiento de los grupos arma­ dos, sino también al traslado de los recursos de la guerra y entor­ pecían las comunicaciones: Mover por esas agrias montañas un batallón de arti­ llería con un cargamento de balas, granadas, palanquetas, cureñas, cañones, ruedas y demás objetos embarazosos, es otra cosa que heroísmo, es tontería suprema: se necesita­ ban más de cien muías escogidas, con sus correspondientes arrieros, aparatos complicados para llevar a lomo las cu­ reñas y cañones [...]; por añadidura, como los aparatos no eran muy adecuados que digamos, hacían a las muías crue­ les mataduras, y por consiguiente había que llevar repuesto de ellas, so pena de dejar tirada la carga. En aquellos sen- Mompos. Llamado después Ejercito del Norte, p. 57. 130 187 Loe. cit. 188 Loe. cit. ilcros que asustan a las mismas cabras, ora se atollaban los animales en un lodazal, ora se incrustaban en las angostu­ ras o se despeñaban en las laderas; los muleros maldecían, renegaban y al fin acababan por escabullirse robándose dos o tres muías: con esto los infelices soldados quedaban al fin solos con tan desastrosa faena189. 189 Ángel Cuervo, Como se evapora un ejército. Bogotá, Cosmos, 1953. En: Tirado, óp. cit., p. 352. 190 AGN, República, Miscelánea de la República, 242, ff. 0636r. 191 Soto, óp. cit., Tomo II, p. 18. 192 Cuervo, óp. cit., p. 71. MIGUEL BORJA Igualmente, los correos que enviaba el encargado del ejército 11 x I * 11 r durante la confrontación de 1863 con el Ecuador no llegaban n «r retrasaban por el invierno y también porque a las tropas que li.ii escoltaban desde Bogotá no se les podía exigir que marchasen al paso del correo, debido a las fuertes temperaturas que se tenían que soportar desde La Mesa [Cundinamarca], que insolaban a las Hopas190. La influencia del clima sobre la guerra fue señalada por Foi ion Soto como una de las causas de la derrota del liberalismo radii . 11 durante los acontecimientos armados de 1885. Al explicar por qué se oponía a la campaña de la costa, señalaba como uno de sus motivos: “Porque el clima de la costa ha probado siempre ser mori ifero para gentes del interior”191. Por su parte, durante la disputa armada de 1859-1862, en Bogotá se esperaba que las condiciones ■ limáticas ayudaran a derrotar a Mosquera: “ ‘Ojalá salga a la Sa­ bana, que no le ha de quedar un solo negro: con el frío se van a em­ paramar’. Y como llovía con el tesón que suele en abril, ya creíamos que Mosquera iba a acudir a nosotros para que le ayudásemos a enterrar su negros. ‘Para su mal, continuábamos, le nacieron alas a la hormiga. En la Sabana va a quedar el Ogro del Cauca y su en­ demoniada chusma’. Esta opinión se convirtió en evidencia cuando supimos que había sentado sus reales en un páramo desierto, frígi­ dísimo, lluvioso e inhospitalario. Hasta sus partidarios de Bogotá repetían temerosos: ‘¡Adiós de negros! ¡No le va a quedar uno!’ ”192. De manera que a la geografía fragmentada del país es necesa­ rio agregar, dentro del conjunto de obstáculos para los actores de la 131 guerra, los que tenían que ver directamente con el régimen climá tico de las regiones naturales. Entornos en los que se desarrollaba la vida de cada una de las áreas del país, cuyas gentes se sentían por fuera de su espacio de vida cuando debían emprender marchas hacia otras regiones en pos de la guerra. 1.5.3 Los ríos de la guerra Uno de los factores fisiogeográficos que generaba mayores dificultades para las tareas de la guerra eran los ríos, algo que se puede constatar en los obstáculos que los combatientes enfrenta­ ban en un río como el Chicamocha. Codazzi narró de la siguiente manera estas dificultades durante la campaña de 1854 en el Estado de Santander: El río Chicamocha estaba con tanta agua a conse­ cuencia de las lluvias, que no me permitía vadearlo, como lo hicimos el general Herrán y yo en enero de 1841, y era necesario verificar el movimiento por medio del puente portátil de cuerdas que mandé construir, o de cabuyas. Esta operación me sería fácil protegiéndola con las tres piezas de artillería que llevaba; pero tenía que vencer las fuertes po­ siciones naturales de Macaregua, Corregidor y Aratoca, de­ fendibles desde el río, aprovechando unos enormes paredo­ nes con desfiladeros, que sólo permiten el paso de una carga. Desde San Miguel hasta la confluencia del Chicamocha con el Suárez, tenía el enemigo varios destacamentos, que podía reforzar con la fuerza situada en Aratoca, Barichara y San Gil, desde donde podía moverse en 24 horas. No era pues, mi mayor dificultad pasar el río, sino vencer las expresadas posiciones en donde no podía hacer obrar a la artillería, con ventaja, pues no tenía obuses ni bombas para hacer uso de fuegos curvos, únicos que podrían ser útiles según la confi­ guración del terreno, que puede considerarse como una ciudadela natural. Determiné distraer al enemigo para pasar por el punto de Felisco a 50 kilómetros de la cabuya del Sube en la parte superior del río Chicamocha. Consideraba cuál posición podía llenar el objeto que me proponía: los acciden­ tes o detalles del terreno, sus comunicaciones, el local de su frente y flanco y su extensión proporcionada al número de tropas destinadas a ocupar la posición, el modo de ser ata­ cada y defendida, como los obstáculos que podía encontrar 132 11)00000 o o o o o zt o O o § OOOOOOl s Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas: GCS_Internacional_1924 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000,1.000.000 1:1.963.864 1000000 MAPA 7. Las superficies lisas de la Guerra Federal. 133 y el modo de vencerlos. Debía tener presente el modo como las tropas pudiesen conocerse fácilmente en todo sentido y sostenerse recíprocamente, y los grandes intervalos que se representaban para obligarme a hacer rodeos de que el ene­ migo podía aprovecharse, e impedirme que yo estableciera mi artillería de modo que dominara el frente de la posición que pudiera tomar el enemigo193. Pero los ríos también podían facilitar las tareas de la guerra, como fue el caso del Magdalena. En el siglo XIX, el río Magdalena era la principal vía de comunicación entre Colombia y el exterior, y quizás entre las diferentes regiones geohistóricas que conforma­ ban el país. Se asiste a la tendencia a la construcción de un Estado nación fluvial. Su navegabilidad y el desarrollo de puertos impor­ tantes en su trayecto -Girardot, Nare, Honda, Mompós, etc.-, ha­ cían que el río fuera un escenario de la vida social y económica, e igualmente de la guerra; de ahí que constituyera uno de los corre­ dores centrales de los conflictos armados. La zona de tensión fronteriza, escenario de la Guerra Federal, se puede delimitar por el amplio valle del Magdalena y el estrecho valle del Cauca. Por esto, otro de los escenarios de la Guerra Federal llegó a ser la región contenida por las áreas de Nare, Honda y Ma­ riquita, principales puertos interiores sobre el Magdalena para la época. El dominio de dichos puntos permitía establecer el control del río y cortar las comunicaciones entre la mayoría de los Estados. Por Honda usualmente se desplazaban las fuerzas que se dirigían hacia el Cauca, Antioquia y el Tolima. El valle del Alto Magdalena fue escenario de sucesos arma­ dos durante la Guerra Federal. En el caso de los acontecimientos armados de 1859-1862, esto es evidente. Al rechazarse la “Espon­ sión de Manizales” por el presidente de la Confederación, las tropas del gobierno caucano se movieron hacia el sur del Cauca, atravesa­ ron la cordillera Central por la zona de Tierra Adentro y atacaron a las tropas confederales que se encontraban en La Plata. Después de varias escaramuzas, las tropas del Cauca cruzaron el río Magda­ lena por la zona de Ambalema y ocuparon varios sitios en la mar­ 193 134 Codazzi, Resumen del Diario Histórico del ejército del Atlántico, Istmo y Mompos. Llamado después Ejercito del Norte, pp. 133-134. 194 Quijano Otero, p. 501. En: Pardo, óp. cit., p. 278. 195 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 914, f. 233. 196 Loe. cit. 197 Ibíd., f. 772. MIGUEL BORJA gen occidental del río. Las tropas se dirigieron hacia la sabana de Bogotá por el occidente, por la ruta de Villeta y La Vega, y el 18 de abril se concentraron en el cerro de Santa Bárbara en las afueras de Subachoque. “Ante estos movimientos bélicos y las dificultades cre­ cientes para mantener el orden público, el presidente de la Unión abandonó Bogotá con rumbo a Antioquia”194. Igualmente, en las postrimerías de la guerra de 1859-1862, en la región del Alto Magdalena se atrincheraron las fuerzas de la Unión con el fin de impedir el desplazamiento de los rebeldes hacia Bogotá. Los contingentes gobiernistas aprovecharon la configu­ ración del terreno y encaminaron sus esfuerzos hacia los puntos estratégicos. Una de las facciones rebeldes, la de “Los Lozano”, de aproximadamente 200 combatientes, se atrincheró en el remolino de Patá, desfiladero estrecho que forma el río Magdalena al recos­ tarse sobre la serranía occidental y distante de El Pedregal 30 ki­ lómetros, lugar donde se encontraba el cuartel general de los ejér­ citos oficiales195. Prevenidas las autoridades del Tolima, ordenaron emprender al ejército una marcha sobre el Alto Magdalena, con el fin de contener el avance de los enemigos. Para esto tuvieron que remontar el Magdalena en canoas y bongos, con el fin de facilitar la pasada del río por el sitio de San Borja196. La aparente decisión de Julio Arboleda de llevar por el sur del Cauca las tropas hacia el centro del país en 1861 tuvo como consecuencia que el alto y medio Magdalena se convirtieran en es­ cenarios de la guerra. Se combatió, entre otros puntos, en Pitayó, donde murieron soldados y oficiales de las fuerzas rebeldes en una escaramuza el 31 de octubre de 1861, y se decomisaron 8 fusiles, 2 lanchas y una espada; las fuerzas oficiales tuvieron cuatro ba­ jas y un herido197. Quien comandaba las fuerzas gubernamentales dispuso que la llamada División Obando se concentrara en Inzá, con destacamentos escalonados desde Corrales, en donde también se ordenó la permanencia de unos 30 ó 35 indígenas de Tierra Adentro. Con esta medida se trató de aprovechar las condiciones 135 geográficas de la región, pues se aseguraron mejores condiciones a las tropas, encargadas de defender un solo desfiladero, desde el referido punto de Corrales hasta la Ceja del Guanacas, con el fin de detener al enemigo. Se aprovecharon así las ventajas otorgadas por el terreno para ubicar estratégicamente las tropas. De esta mane­ ra, se esperaba que las fuerzas caucanas retrocedieran o se dejaran vencer en las otras posiciones que ocupaban a lo largo del camino de La Plata. También se buscaba despejar las rutas con el propósito de que llegaran recursos para las tropas gubernamentales198. En consecuencia, se llegó a considerar que quienes lideraban la resistencia surgida en el Cauca en contra del gobierno de facto de Mosquera tenían la intención de atravesar la cordillera Central por el sur. Frente a esta situación, el encargado de las operaciones militares en el alto Magdalena advirtió al gobierno la intención de los nuevos rebeldes de abandonar el Cauca y atravesar la cordillera, y de sus planes de resistir por los lados de Cancoracines y la ribera izquierda del río Negro de Narváez, posiciones consideradas estra­ tégicas por presentar ventajas militares, entre ellas la de permitir establecer una línea de fácil comunicación con el fin de hacer posi­ ble el deseo del gobierno central de guardar la frontera del Tolima y la defensa del Cauca. Para el comandante de Pedregales, el enemigo llegaría con no menos de 2.500 hombres, los cuales debían ser con­ tenidos por una fuerza de 900 hombres armados de fusiles199. El comandante de las fuerzas en Pedregales informó a la Se­ cretaría de Guerra y Marina que el enemigo estaba concentrando su ejército en Pitayó, con la resolución de pasar la cordillera. Por esto, consideraba que se debían preparar para la defensa agotan­ do todos los medios que tenían a su disposición. Entre las medi­ das adoptadas se ordenó a un militar de apellido Cuéllar que se trasladara con sus fuerzas hasta las colinas del río Negro, para dar una carga por el lado de Carnicerías. Asimismo, se le indicó que tomara posiciones ventajosas para defenderse en la orilla izquierda de dicho río. Debía, igualmente, construir fuertes trincheras y las demás obras de fortificación que fueran necesarias para detener al enemigo, excavando el terreno con el fin de dificultar el tránsito de 136 198 Loe. cit. 199 Ibíd., ff. 783-784. las tropas enemigas. De la misma manera, se recomendó inutili­ zar los caminos, quitar los puentes o tabaritas que hubiera sobre el < itado río, para impedir la toma de esas posiciones. Por otro lado, se ordenó que las milicias de Tierra Adentro persiguieran al ene­ migo por todas partes. El comandante de Pedregales contaba con que el enemigo sería derrotado y no trataría de salvar sus restos por medio de una retirada, la cual estimaba imposible debido a las dificultades que presentaba el territorio. Estaba seguro de que la invasión se daría a un mismo tiempo por ambas vías, la de Puracé y Guanacas. En este caso se encargarían de la defensa de su territorio y de “disputar palmo a palmo” el terreno200. Finalmente, frente a la derrota de las fuerzas contrarrevolu­ cionarias en el Cauca en diciembre de 1861, el comandante de Pe­ dregales se propone obstaculizar a los derrotados en su búsqueda de refugio en la zona del alto Magdalena. Considerando que para él no era lícito realizar un movimiento al otro lado de la cordillera, había dado órdenes al comandante general de Tierra Adentro para que las fuerzas estacionadas en Pitayó fueran reforzadas con los indígenas de la región, con miras a sorprender a las partidas y des­ tacamentos enemigos201. Aquí actuaba, por consiguiente, el fetiche de los límites políticos como exceso o realidad, los cuales servían de argumento para que los comandantes no emprendieran acciones en el territorio de otro Estado. El valle del Magdalena vuelve a ser un teatro bélico en la gue­ rra de 1885, cuando se enfrenta el liberalismo radical al gobierno de Núñez y sus conmilitones, gesta narrada por Foción Soto y Ra­ fael Pardo, a quienes se sigue a continuación en sus relatos202. El general Ricardo Gaitán Obeso había salido pocos días antes de la capital y “se dirigió a Honda, adonde llegó sin mayor obstáculo a la cabeza de unos pocos ciudadanos. Ocupó ese lugar sin resistencia y se apoderó de dos vapores que allí se encontraban, los cuales armó como pudo en guerra y bajo inmediatamente en ellos por el Magda­ Ibíd., ff. 785-786. 201 Ibíd., f. 879. 202 Soto, óp. cit. Tomos I y II. Véase también Malcolm Deas, Ricardo Gaitán Obe­ so y su campaña en el río Magdalena, en Colombia 1885. En: Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. Bogotá, Tercer Mundo, 1993, pp. 121-174. MIGUEL BORJA 200 137 lena”203. A partir de allí controló el trafico fluvial por el río y lontífl el dominio de la principal vía de comunicación del interior del |>.u« ■ El Estado del Tolima declaró su apoyo a la revolución. En Boy.u ;i, quienes firmaron el armisticio de La Colorada lo declararon nulo, lo que motivó que se reanudaran los fuegos. Allí los rebeldes din un el mando de la guerra a Sergio Camargo, y Boyacá entró form.il mente en guerra contra Núñez204. Una parte de las fuerzas de la Unión se destinó a recupera i el Tolima. Otra columna fue dirigida abloquear la entrada rebelde por Boyacá. La expedición al Tolima cruzó el Magdalena por dos sit ii 4», Honda y Girardot, por donde pasaron el 15 de enero y encontran >n cierta resistencia en un combate de tres horas al mando del gener.il Casabianca, quien se dirigió hacia el norte y entró en Honda, mien tras Briceño atacaba la ciudad de Ambalema. Los rebeldes trataron de retomar a Honda, pero tuvieron grandes pérdidas. Casabianca, nuñista, fue nombrado jefe civil y militar del Tolima, y a mediados de febrero emprendió una campaña hacia el sur del Estado, [Hoy departamento de Huila], donde se había formado una fuerza re­ belde de unos mil beligerantes. Cerca de Neiva, en Cogotes, ocu­ rrió el primer combate, en el que Casabianca derrotó a los rebeldes. Luego los radicales intentaron un ataque a Neiva, pero fracasaron también con grandes bajas. En Santander las tropas del gobierno lograron el control de la zona de frontera y de Cúcuta205. Los restos de las fuerzas rebeldes de Santander derrotadas se habían desplazado hacia la costa atlántica y se habían unido al ejército comandado por Ricardo Gaitán Obeso, que dominaba la vía fluvial del Magdalena y parte de la costa atlántica. Gaitán Obeso retornó a Barranquilla después de su infructuoso viaje río arriba para aprovisionar a otros cuerpos rebeldes206. La revolución contro­ laba la costa y el valle fluvial del Magdalena. Gaitán Obeso concen­ tró sus esfuerzos en tomar a Cartagena. El 25 de febrero comenzó el asedio, que duraría tres meses. Concentrados los esfuerzos de la revolución en el ataque a la ciudad, el plan del gobierno fue orien- 138 203 Soto, óp. cit., Tomo I, p. 212. 204 Pardo, óp. cit., p. 313. 205 Ibíd., p. 315. 206 Ibíd., p. 316. 207 Ibíd., p. 317. 208 Ibíd., pp. 318-319. 209 Ibíd., pp. 319-320. 210 Ibíd., p. 321. 211 Loe. cit. MIGUEL BORJA Ini todas sus fuerzas disponibles hacia esa ciudad207. Desde HontU marcharon hacia Cartagena dos divisiones que atravesaron las •rlvas de Antioquia con el fin de rodear a quienes cercaban a sus Amigos. Desde Panamá, una vez develada la rebelión en ese Estado, M.ilael Reyes puso rumbo por mar hacia Cartagena, y desde SanI antier, por el río Magdalena, las tropas del general Quintero Cal­ do ón desembarcaron en Tamalameque, en el costado oriental del i In, para esperar el armamento que venía de Honda por vía fluvial. 1'1 ejército comandado por Mateus, que había retomado el Tolima, up dirigió hacia la costa en dos columnas o divisiones. El general Hi k eño tomó las poblaciones de Chinó, Sincelejo, Corozal, Carmen de Bolívar y San Juan Nepomuceno. Luego pasó el canal del Dique y sus tropas controlaron todo el costado de este canal desde Cala­ mar, sobre el río Magdalena, hasta Turbaco, cerca de la bahía de Cartagena. Reyes se había sumado a los sitiados208. Las tropas del general Daniel Hernández bajaron por el río y arribaron a Cartagena en apoyo a Gaitán Obeso; al mando venía Gabriel Vargas Santos. A su llegada, Gaitán Obeso dejó el mando al jefe del partido liberal y director supremo de la guerra. Vargas Santos se reunió con todos los generales y, contra la opinión mayoritaria, ordenó, el 7 de mayo, un ataque a la ciudad amurallada con todas las fuerzas disponibles. Los radicales fueron rechazados y se retiraron a Barranquilla por el litoral marítimo209. En Barranqui11a quedó el grueso de las fuerzas radicales. Camargo, ahora nuevo director supremo de la guerra, viendo venir la derrota no quería quedarse en la costa, donde estaba aislado, y trató de desandar los pasos, con el propósito de llevar la guerra al centro del país210. En nueve buques embarcó la mayor parte de las tropas, armas y mu­ niciones, y surcaron Magdalena arriba. Buscaba atacar a las tropas estacionadas en Tamalameque, que se convertiría en el “Rubicón” de la guerra de 1885, y seguir hacia el centro del país, que creía in­ defenso por estar el grueso de las tropas oficiales en Cartagena211. Las tropas oficiales salieron de Cartagena y buscaron bloquear a los 139 rebeldes y reducirlos a Barranquilla e impedir su paso al interior. Sin embargo, cuando alcanzaron el río, la mayor parte de las fuer zas al mando de Camargo había subido ya río arriba y en Barran quilla sólo quedaba un batallón. Falto de buques para transpon ai las tropas del gobierno, el trayecto entre Cartagena y el río se hizo por tierra. Días antes, en su camino de subida, los buques de la re­ volución navegaban con precaución, puesto que estaban advertidos de una emboscada que tenía preparada una fuerza gobiernista en algún punto río arriba, al sur de El Banco212. A escasos diez kilómetros de El Banco, los gobiernistas, acan tonados en espera de provisiones, emplazaron los cañones a lo largo de la orilla del río, en espera de la subida de los barcos rebeldes. Los siete buques de los rebeldes superaron el estrecho de la emboscada. y un kilómetro arriba desembarcaron los dos mil hombres para rea­ lizar un ataque combinado, desde río y orilla. Los buques, luego de dejar las tropas, volvieron disparando sus ametralladoras sobre las posiciones de artillería a lo largo del río. Las tropas del gobierno es­ taban atrapadas en una lengua de tierra, entre el río y los pantanos a sus espaldas, y recibían fuego por ambos lados, de manera que en tan desventajosa posición la derrota no demoró en llegar. Los radicales habían ganado la batalla de El Hobo o La Humareda. A pesar de esto, un accidente dejó sin provisiones ni armas al ejército rebelde, porque ardió el buque que las llevaba. Fue un hecho for­ tuito que para algunos, como el comandante Foción Soto, inclinó la guerra a favor de las fuerzas gubernamentales. Desconcertados, sin armas ni provisiones, los generales de la revolución trataron de volver a Barranquilla, pero en Calamar encontraron una fuerte resistencia, la cual trataron en vano de superar durante un mes. Al no poder pasar por Calamar, los buques rebeldes tomaron río arriba. Desembarcaron en el puerto de Ocaña y allí, desilusionados por haber perdido el norte de la guerra y del poder, terminaron la revolución. Esta fue la que se puede denominar “La guerra del río” o de las superficies lisas213. En consecuencia, el río Magdalena adquirió su mayor im­ portancia como teatro bélico en la guerra de 1885, acontecimiento 140 212 Ibíd., pp. 332-326. 213 Ibíd., p. 327. 214 AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, f. 330. MIGUEL BORJA rtiiii.ulo en el cual se llevaron a cabo los últimos enfrentamientos iuIik' sus riberas cercanas a las ciudades de la costa atlántica. Durante la Colombia Federal el Magdalena constituía parte •Ir» l.i» redes de comunicación entre los diferentes Estados y nacioim». y en tiempos de guerra se convertía en uno de los corredores iim r.it égicos, en una ruta de la guerra. En su valle fluvial convivían luí elementos de la guerra y de la paz; la economía y la sociedad se fueron acostumbrando a la irrupción constante de los conflictos iirmados. Igualmente, el río Magdalena era la ruta privilegiada para 11. i nsportar elementos de guerra, como sucedió durante la contiend.i que se presentó en 1863 entre Colombia y Ecuador. En estas ten­ dones fronterizas, el gobierno del Tolima, al tratar de acompañar .•i I gobierno general en la defensa de la llamada región del sur y dar respuesta a las solicitudes de ayuda del gobierno general, utilizó la vía del Magdalena como la ruta apropiada para el envío de elemen­ tos de guerra. En forma similar, cuando se presentaban tensiones en los listados de la costa, los territorios aledaños al río Magdalena se convertían en teatros de la guerra. Así aconteció en 1879, durante el cual Rafael Núñez, a la sazón presidente de Bolívar, teniendo en cuenta la perturbación del orden público en el Magdalena y con el objeto de que las autoridades tuvieran medios suficientes para impedir que fuera violada la neutralidad de Bolívar con el envío de recursos de guerra a cualquiera de los beligerantes, declaró en “situación de guerra” el territorio que comprendía las provincias de Barranquilla, Sabana Larga y Mompós, y todos los puntos ribe­ reños del Estado en la línea del río Magdalena de las provincias de Cartagena y El Carmen. De la misma manera, dispuso que se orga­ nizara el servicio naval destinado a impedir y reprimir cualquier tentativa de remisión de recursos de guerra al vecino Estado del Magdalena214. 141 1-5-4 Los caminos de la guerra En este contexto, la guerra necesariamente había de disco rrir por los caminos donde corría la sociedad y la economía, los cuales tenían un punto de encuentro en la región que aquí hemos señalado como el teatro geohistórico de la guerra. La cartografía de la guerra muestra que quizás ningún territorio como las tierras caucanas poseía caminos y corredores de movilidad que asegura sen la comunicación entre sus diferentes espacios y entre los ac­ tores de los conflictos armados. Se ha indicado que “los caminos del sur eran la puerta entre los Estados Soberanos de Antioquia y el Cauca [...]. En épocas de guerra civil durante el siglo XIX, el camino servía de corredor por donde transitaban las tropas de los diferentes bandos”215. El siguiente mapa muestra los principales caminos existentes en la época. Entre ellos se pueden mencionar los que aseguraban las conexiones entre el Magdalena y el Cauca, como el de Nare-Rionegro-Medellín-Santa Fe de Antioquia, Mariquita-Sonsón, Mariquita-Herveo-Supía, el camino del Quindío, el camino de Guanacas, Cuencas-Atrato-San Juan, Magdalena-alti­ planicie oriental (camino de Honda a Bogotá) y los de la altiplanicie oriental- Llanos orientales. La forma usual en la época era el transporte con animales, los cuales debían recorrer caminos y trayectos generalmente con innumerables dificultades. Una comunicación de Elíseo Payán, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores, muestra las dificulta­ des de orden topográfico y climatológico que se debían enfrentar para atender los conflictos armados. En el documento fechado en diciembre de 1863, se plantea que, en general, las condiciones geo­ gráficas generaban enormes dificultades al movimiento no sólo de los ejércitos, sino también de los recursos necesarios para la gue­ rra. Hacia finales de 1863, se debieron movilizar tropas y pertre­ chos hacia el suroccidente desde el Tolima, con el fin de controlar los movimientos de fuerzas ecuatorianas sobre el territorio colom­ biano. En ese momento se consideró urgente que se remitiera hacia el suroccidente del país el armamento que se encontraba en Ambalema y otros recursos con los que habría de contribuir el Estado del 215 142 Pedro Hoyos, Café. Caminos de herradura y el poblamiento de Caldas. Bogotá, Tercer Mundo, 2001, p. 9. nM ' t i 6S0 900 1:3.500.000 Leyenda • catatwaL» ------ IÍO3 Alturas Valué MAPA 8. Caminos principales. Higfi : 5380 Low 32767 ¡VELBORJA Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas: GCS_Internacional_1924 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000,1.000.000 143 Tolima para rechazar la invasión ecuatoriana '16. El encargado de la operación, Eliseo Payán, miembro del poder ejecutivo provision.il de la Unión, narra las vicisitudes de orden geográfico y de otro tipo que se presentaban para cumplir con dicha remisión; en razón Ji­ la geografía fragmentada del país, las dificultades para traslada i los diferentes insumos que la guerra requería eran innumerables. Algunas veces el transporte de armas y municiones se hacía útil i zando muías e incluso las “espaldas de los cargueros”216 217. En este orden de ideas, un problema para los actores arma dos tenía que ver con las condiciones de los caminos y con el estado siempre cambiante y agreste del clima, dificultad que era relativa mente menor en el valle del Cauca, pues allí: El empleo de arrias había empezado tan pronto hubo animales suficientes, probablemente en la década de 15501560. Para el último cuarto del siglo XVI, las recuas de ca­ ballos y muías eran comunes. El transporte de Cali a Buga, una vez que esta ciudad fue trasladada al plan del Valle en 1561, también fue establecido, aunque por su facilidad y ba­ ratura, para los viajes de bajada se utilizaban de preferencia las balsas por el Cauca. Parece que el comercio entre ambas ciudades era reducido... Una información de 1628 habla de que en el camino entre Popayán y Cali había muchos anima­ les de carga; esta actividad debía de ser remuneradora, pues hasta algunos curas tenían arrias... Por la banda derecha del Cauca hubo también transporte para Popayán, vía Cartago-Buga-Caloto... Esto sólo desapareció al terminarse la construcción del ferrocarril Cali-Popayán218. Los caminos nacionales y los ríos de la patria presentaban enormes dificultades para quienes emprendían su recorrido. Así lo pudo constatar Vergara y Velasco: En vista del relieve, geognóstica, régimen de las aguas, clima y anterior ocupación del territorio por los in­ dígenas, nadie extrañará que Colombia carezca de caminos: 144 216 AGN, Sección República, Miscelánea de la República, 242, f. 0637r y v. 217 Loe. cit. 218 Víctor Manuel Patino. Historia de la cultura material en la América Equinoccial. Vías, transportes, comunicaciones. Tomo III. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1991, p. 184. N 0 5 10 20 30 40 ■ Kilometers Proyección cartográfica: Transversa Mercator Sistema de coordenada geográficas: GCS_Internacional_,1924 Origen: Bogotá-Observatorio 1.000.000,1.000.000 MIGUEL BORJA MAPA 9. Camino del Quindío. 145 en efecto, para salvar las altas cumbres, los caminos cruzan deleznables rocas siempre húmedas y algunas azotadas por el frío que mata; dondequiera abundan torrentes de gran­ des avenidas, difíciles de salvar con puentes fijos, y que de otro modo detienen horas y aún días al viajero; las faldas de las serranías son abruptas y su selva es bravia; en la llanura son frecuentes o periódicas las inundaciones y anchurosos los ríos, con frecuencia innavegables por los bancos y los rápidos; la selva de la zona tropical crece pujante e indoma­ ble; poca es aún la población, grandes las zonas desiertas, y hasta las mesas donde mejor se ha establecido el hombre, los cañones han recortado el suelo de un modo tal, que con frecuencia es jornada de un día franquearlos, bien que los barrancos superiores no disten un tiro de cañón. Únase a lo dicho que el suelo, doble casi en su totalidad, consiste en cuencas orográficas, perfectamente cerradas y escalona­ das, por lo cual es imposible construir caminos que no sean una serie interminable de subidas o bajadas, salvo darles desarrollo extraordinario o llevarlos por las cumbres aún solitarias, ya que las poblaciones se han aglomerado en el fondo de los valles. Con frecuencia esas sendas de subidas y bajadas existen al lado de otras que surcan llanuras o suelo apenas ondulado: ¿Por qué? Por evitar el clima mortífero de ciertos lugares bajos, que yacen casi solos a pesar de su fera­ cidad y que están al lado de otros menos ricos pero llenos de habitantes por su salubridad219. Uno de los limitantes para las acciones bélicas estaba rela­ cionado con el problema de los desplazamientos de las tropas y sus ayudantes por los escasos y difíciles caminos que para la época existían, vías de una geografía agreste. A pesar de las dificultades, el camino del Quindío era el pre­ ferido por los actores de la guerra, para atravesar la cordillera Cen­ tral, ya que encontraban en él ventajas con las cuales no podían contar en los caminos alternos. Por ejemplo, el 23 de mayo de 1862, una comunicación pone de presente lo que se consideran graves e insuperables inconvenientes que se enfrentarían para llevar a cabo una invasión a Cundinamarca que tuviera lugar por la vía del cami­ 219 146 Vergara y Velasco, óp. cit., pp. 828 y 829. 220 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, Tomo, 1095, f. 229r y v. 221 Ibíd., 229v. 222 Ibíd., ff. 229v-230r. 223 Ibíd., f. 235r. MIGUEL BORJA no de Guanacas220. Quienes suscriben l.i comunicación, los generiles Henao y Canal, argumentan en primer lugar la existencia de una actitud de rechazo a tomar dicha vía por parte de las tropas y mis comandantes, lo cual llevaría incluso a que se produjeran grani i« deserciones. Se argumenta que si se les da la orden de marchar hacia Cundinamarca por la referida vía, se habrían de reducir sus contingentes, factor que sería de mayor significado en el ejército íintioqueño, sin que ello indique que no habrían de presentarse de­ serciones en el ejército contrarrevolucionario del Cauca221. Los co­ mandantes argumentan que los soldados del bajo Cauca han mosI rado su amplio rechazo a permanecer en el sur, lo cual ha generado I recuentes y numerosas deserciones, inconveniente que incluso po­ dría llevarlos a no poder realizar con éxito la proyectada invasión ■il Estado de Cundinamarca, con el fin de derrocar a Mosquera, para así restablecer la legitimidad del gobierno de Ospina222. La dificultad, anotan, podría quedar allanada si la invasión se llevara a cabo por cualquiera de las vías del Quindío o del Ruiz, esto daría moral a sus tropas, llevándolas no sólo a marchar con voluntad y decisión, sino que se les incorporaría una buena canti­ dad de voluntarios, en especial de Antioquia. Para Henao y Canal era de absoluta necesidad cambiar la vía del Guanacas y tomar las que consideraban les brindaba mayor seguridad en el camino hacia Cundinamarca, a pesar de que para Arboleda la de Guanacas era la vía más fácil. Henao y Canal son prolijos en razones: se podría contar con un mayor número de soldados y contribuir al buen éxito de las operaciones militares. Además, existía otro inconveniente, el relacionado con la subsistencia del ejército en su tránsito por la cordillera, tomando la vía del Guanacas: “Por las dificultades que se tocan diariamente para conducir con oportunidad a nuestro cam­ pamento, de pueblos inmediatos a él, unas pocas cargas de víveres no más, podréis calcular cuáles serían esas dificultades para reunir las caballerías necesarias para trasmontar la cordillera por la vía del Guanacas”223. 147 Esas dificultades serían mucho menores tomando una de las vías del Quindío o del Ruiz, pues “a las caballerías que el Cauca puede suministrar, podrían agregarse las que de Antioquia pueden tomarse, porque allí hay abundancia de bueyes”224. El paso por Guanacas apenas cuenta con los recursos de seguro insuficientes del sólo Estado del Cauca, “cuyas caballerías no alcanzarían a rendir el largo viaje que por dicha vía tendrían que hacer, mientras que por el Quindío o por el Ruiz se cuenta con los recursos de ambos Estados, Antioquia y Cauca, y sus caballerías; tomando una de las dos últimas vías, no tendrán que rendir un viaje tan largo como por la primera”225. A dicha razón se agregaba que los recursos de víveres aportados por el Cauca podían embarcarse hasta Cartago. Un incon­ veniente más que bien merecía tenerse en cuenta era el siguiente: Para llegar a pueblos de Cundinamarca que puedan suministrarnos parte siquiera de la subsistencia de nuestro ejército tendríamos que hacer un viaje más largo, toman­ do la vía de Guanacas, y por consiguiente habría que llevar más víveres desde el centro del Cauca, lo cual aumentaría la escasez de caballerías; mientras que verificándose el viaje por el Quindío o por el Ruiz, se sale más pronto a pueblos que nos proporcionarán recursos de víveres, puesto que el tránsito por el valle desde Popayán a Cartago o Manizales se hará con los recursos del mismo valle, sin tener que tocar con los embarazos que habrían de presentarse necesaria­ mente desde La Plata a Neiva, por lo menos. Tomando, pues, una de las dos vías que dejamos indicadas, nos colocaremos a una misma distancia de la capital de la Confederación, con muchos menos gastos y con menos inconvenientes que si tomáramos la vía del Guanacas226. ¿Qué tanta razón tenían los socios de armas de Julio Arbole­ da? Patiño ha indicado que: El camino de Guanacas fue construido por Andrés del Campo en 1627, en tiempos del presidente Juan de Borja, a cambio de ciertos privilegios que le otorgó la Audiencia de Santa Fe, como el de cobrar algunos portazgos durante vein­ 148 224 Ibíd., f. 230r. 225 Ibíd., ff. 230r y v. 226 Ibíd., ff. 230v-231r y v. te años. Lo hizo en ocho meses. Comunicaba en doce jorna­ das de recuas ’l'imaná con Popayán. Desde el siglo XVIII otro camino, más corto que el anterior, el ¿Nuevo por la Hacienda de Laboyos? (Isnos-Mazamorras-Paletará) llevaba de Timaná en ocho días a Popayán. El concesionario de Guanacas, desde un principio abrió potreros en la ruta. Desde 1715 em­ pezó el transporte de ganado de Neiva a Cali por este con­ ducto. El registro conservado de las cabezas que pasaron por allí en 1778, indica que fueron 1.519. Así, no es de extrañar que se mantuviera en malas condiciones. Hay una descrip­ ción del camino de Guanacas debida al misionero Juan de Santa Gertrudis, en el último cuarto del siglo XVIII. “En la parte del páramo propio, no se andaban diez pasos sin que se encontrara una muía muerta, y la gente perecía con frecuen­ cia” (Serra, 1956,1,1234-129), cosa confirmada por viajeros del siglo XIX, como el coronel Joaquín Acosta en diciembre de 1822, y Hamilton, que pasó por allí en 1824227. 227 Patiño, óp. cit., pp. 93-94. 228 ACC, Fondo Mosquera, 552 sig. 38299. 229 Federico Aguilar, Matilde. En: Narrativa de las guerras civiles colombianas. Volumen 4, tomo 2. Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2006, pp. 520-525. MIGUEL BORJA Se puede vislumbrar que realmente el camino de Guanacas ofrecía mayores dificultades que el del Quindío, a pesar de lo cual fue el camino que recorrió Tomás Cipriano de Mosquera cuando en 1860 se dirigió hacia la toma de Bogotá. Como lo recuerda Pedro Murgueitio Conde en una carta a Mosquera fechada el 29 de mayo de 1860 en Cartago: “Se asegura aquí que usted marchará sobre Bogotá por Guanacas; hoy se dice que seguirán para Neiva con el señor general López 900 hombres; que usted seguirá después por esa misma vía”228. Agonía en una montaña229 es un relato histórico de los comba­ tes que sostuvieron las fuerzas de Casabianca y Delgado a lo largo del camino del Quindío, durante la guerra de 1876. Esta gesta fue narrada de la siguiente manera. En primer lugar, se hace referencia a las dificultades que representan para los combatientes la flora y la fauna, las alturas de la cordillera Central y las selvas tupidas, “entrelazadas de lianas y cargadas de parásitas, ofrece segura ma­ driguera a los osos, a los jaguares y al inmenso güío constrictor; 149 ya desgarrada en todas direcciones por hondos barrancos, forma estrecho cauce a multitud de ríos que, espumosos y atronadores, se lanzan de cascada en cascada por entre peñas y riscos, buscando las corrientes del Cauca o del Magdalena”230. Delgado y Casabianca sostienen un combate “en aquellas co­ losales montañas, una marcha por en medio de aquellas alpestres soledades”231. Casabianca se internó en la montaña del Quindío con 1.400 hombres, siguiendo la ruta hacia Manizales. “Tenía delante de sí un océano de bosques solitarios, poblados de fieras y alimañas ponzo­ ñosas; precipicios insondables, en los que se hace sentir atronador el eco de la tempestad; peñas escabrosas cubiertas de malezas, y riscos escarpados que le cerraban el paso con sus gigantescas barreras de granito” 232. Tenía a sus espaldas al general Delgado, quien le seguía con las legiones veteranas de la Nueva Colombia. Esta fue una mar­ cha precipitada, con un numeroso ejército, a través de obstáculos y peligros, en el corazón del invierno de la zona intertropical, y con un aguerrido, fuerte y bien provisto enemigo a la espalda. El hambre, el cansancio, las privaciones, las fiebres, las deshechas tormentas de la zona tórrida y la fragosidad del camino iban sembrando de cadáveres el paso de los regeneradores y dejando en pos de ellos una indeleble huella de horror y de muer­ te. Aquí y allí se veían, a lo largo del camino, los sangrientos restos de hombres y animales desgarrados por el adunco pico y aceradas uñas de las águilas y cóndores, o medio roídos por el colmillo de hambrientos chacales233. Después de luchar con un entorno natural hostil durante diez días, Casabianca hizo alto en el río Toche para hacer frente a los sol­ dados de la Guardia Colombiana: “Con todo, en una serie de colinas escarpadas, que principian en la confluencia de éste con el Tochecito, principió a parapetarse el 12 de septiembre. El general Delgado llegó al tercer día, reconoce la ventaja de las posiciones católicas, se detuvo a estudiar el lugar cuidadosamente y se decide al combate”234. Lanzó 150 230 Ibíd, p. 520. 231 Ibíd, p. 521. 232 Loe. cit. 233 Ibíd, pp. 521-522. 234 Ibíd, pp. 522. sus tropas contra las trincheras de Casabianca, y después de doce ho­ ras de lucha, Casabianca se vio obligado a retirarse hacia Maniza­ les por el camino de Condina: En la azarosa retirada de Casabianca por senderos in­ transitables, al borde de oscuras y profundas cimas, se vieron es­ cenas de horror. Cuando cerró la noche, la espesa arboleda que ceñía la orilla de los precipicios, aumentaba la medrosa oscuri­ dad de aquellas soledades; la estrecha senda, poblada de lagartijas y culebras, perdíase en la espesura de los matorrales, y el agua, que a torrentes desgajábase de nubes preñadas de truenos y rayos, araba la tierra con impetuosos torrentes, reblandecía la greda, haciendo imposible fijar la planta en los empinados res­ baladeros [...]. Aquellos hombres enfermos, fatigados, hambrien­ tos, sentíanse desfallecer, eran arrastrados hasta el fondo de los barrancos con las ramas o raíces de que se asían en su angustia­ da y precipitada carrera235. 235 Ibíd., p. 523. 236 Víctor Zuluaga, “Colonización y guerra en el Quindío’’, ponencia presentada en el II Simposio de Historia Regional y Local, Pereira, septiembre de 2007. 237 Zuluaga, óp. cit. MIGUEL BORJA Además de los testimonios literarios, el estudio del camino del Quindío como una de las rutas de la Guerra Federal puede ser llevado a cabo a partir de los escritos de Víctor Zuluaga, en especial su trabajo Colonización y guerra en el Quindío236. Zuluaga presenta y demuestra la novedosa tesis de que las guerras civiles del siglo XIX fueron el principal obstáculo para que colonos procedentes de Antioquia o de otros Estados se ubicaran entre Cartago e Ibagué, a orillas de los distintos ramales del camino del Quindío. De este modo, el autor polemiza con los planteamientos más corrientes de que los principales obstáculos para la colonización fueron la pre­ sencia de la Compañía Burila y el clima malsano de la hoya del río Quindío237. Para Zuluaga, en la medida en que el camino del Quindío era el paso más importante de comunicación del occidente colombiano con la capital del país, era de esperarse que se convirtiera en el pun­ to clave para el desplazamiento de tropas, elementos de guerra y correo. En su trabajo indica que el primer enfrentamiento que hace 151 mover tropas por el camino del Quindío y por el de Guanacas fue vi de 1830 durante la Guerra de los Supremos: A pesar de haber sido un enfrentamiento breve, lo cierto es que hubo movilización de tropas por el camino del Quindío y ello traerá consecuencias funestas para sus pobladores toda vez que se producen en las poblaciones los reclutamientos forzosos y los préstamos obligatorios para apoyar el gobierno de turno o la protección de semovientes y recursos por parte de los rebeldes238. Por la época en la que se produce dicha guerra, la única pobla ción existente en el trayecto de Cartago e Ibagué era la de La Balsa, y los otros puntos a los cuales se hacía alguna referencia (Alto del Roble, Toche, El Moral, Gallego y Boquía) eran sitios en donde exis­ tía un tambo destinado a albergar a los transeúntes239. Asimismo, durante la guerra de 1854 se presentaron confrontaciones con es­ cenario en algunas rutas del camino del Quindío240. Igualmente, Zuluaga indica que durante la guerra de 1860, los grupos humanos asentados a lo largo el camino del Quindío, en el trayecto entre Ibagué y Cartago, hubieron de sufrir grandes penalidades durante el desarrollo de dicha confrontación241. Inclu­ so, los pocos colonos que ya desde 1828 se habían asentado en el área conocida como Cartago viejo, también se verían afectados por dicha guerra: “Tenga la bondad de dar alguna providencia sobre el abuso que están cometiendo de mantener el destacamento de Bo­ quía, con el ganado de esos pobres pobladores, todos patriotas. Así destruyen esa población, hacen desertar los actuales pobladores, retrayendo los que vengan”242. En el mes de marzo de 1860, tropas comandadas por Julián Trujillo se movilizaron entre Cartago e Ibagué. A partir de su ex­ periencia en este recorrido, Trujillo consideró estratégico enviar tropas de la Unión para establecerse en Boquía e impedir el paso de 152 238 Zuluaga, óp. cit. 239 Zuluaga, óp. cit. 240 A. Galindo, En: Zuluaga, óp. cit. 241 Zuluaga, óp. cit. 242 ACC, carta de Ramón Elias Palau al general Tomás Cipriano de Mosquera, Cartago, 8 de mayo de 1860, Fondo Mosquera, 575, sig. 38511. las tropas aliadas al general Mosquera2'* ’. Para la época, igualmente se registró la presencia de tropas lideradas por militares como Peña y Pedro Murgueitio Conde. Este último estaba acantonado con el batallón Quindío en el sitio de La Palmilla, desde donde escribe una carta a Mosquera en la cual le manifiesta que está esperando a las tropas comandadas por el gobernador del Quindío, Lino Ruiz, con los batallones Quindío y Tuluá243 244. Dicha carta manifestaba lo siguiente: En este momento que son las tres y media de la tarde acabo de llegar a este punto donde se encuentra la vanguar­ dia de nuestras fuerzas que han atravesado el Quindío. Muy temprano llegará aquí el resto de la vanguardia que trae el gobernador Dr. Lino Ruiz. Dentro de dos días lo más tarde llegará a este punto el coronel Olimpo García que viene atrás con el resto de la división. Esta se compone del batallón Quindío, el de Tuluá y un regimiento de caballería, gente crecida, muy decidida y valiente. No sabemos en donde está usted ni tampoco hasta qué punto han avanzado las fuerzas que perseguían a los derrotados de Segovia. Deseamos pues saber de usted y que nos diga los movimientos que debemos ejecutar, para obrar en combinación. La fuerza que ocupaba a Ibagué se ha retirado para el Guamo o Espinal, menos una compañía de 50 hombres que dicen está situada a 4 leguas de Ibagué. El espléndido triunfo de Segovia ha salvado a mi modo de ver la Federación245. 243 ACC, Mosquera, 39 T. 1860. En: Zuluaga, óp. cit. 244 ACC, M 2 1862. En: Zuluaga, óp. cit., V. 245 ACC, Fondo Mosquera, 565, sig. 38305. 246 ACC, Fondo Mosquera, abril 30 de 1862. MIGUEL BORJA En el año de 1862, el coronel Pedro Murgueitio Conde, como gobernador de la provincia del Quindío, solicitó víveres para sus soldados, acantonados en La Balsa246. En 1864, la jefatura muni­ cipal del Quindío le envía un comunicado al corregidor de la Aldea de Boquía con el fin de informarle que el doctor Ramón Elias Palau está encargado de impedir que las comunicaciones entre el Tolima y Cundinamarca fueran interrumpidas, y de la ubicación de espías 153 en Condina para controlar las operaciones de los rebeldes antio queños247. Según Zuluaga, durante la guerra de 1876, los hechos que se pueden destacar, de acuerdo con los documentos históricos, son la presencia de tropas en el trayecto del camino del Quindío, los comunicados en donde se hace evidente el espíritu partidista ex tremo, los impuestos de guerra y las expropiaciones248. Indica que una vez estalla la guerra de 1876, el general Perea ocupó a Cartago y se dirigió a Ibagué por el camino del Quindío. El objetivo que perseguía era impedir que entraran refuerzos procedentes del To lima al Cauca, que servirían para reforzar el levantamiento de los conservadores contra el gobierno liberal249. A pesar de esto, “no se pudo impedir que las tropas procedentes del Tolima, comandadas por Casabianca, se tomaran el pueblo de Salento y destruyeran va rias casas y muchas sementeras como informaría luego el alcalde de dicha localidad a Cartago”250. Esta acción de arrasamiento de Ca­ sabianca fue una reacción tardía a la agonía que sufrió en el camino del Quindío, acción que llevó al alcalde de Salento a manifestar al concejo municipal: “Ya el Estado se encuentra en completa paz y la administración pública de ese lugar ha vuelto a su normalidad en que se hallaba el 16 de junio del año pasado, en el transcurso de esa guerra, la casa consistorial la dejaron en estado ruinoso las fuerzas del general Casabianca”251. Por otra parte, Zuluaga indica que durante la guerra de 1885 se presentaron varias acciones bélicas en el trayecto del camino en­ tre Cartago y Salento: En una nota fechada el 15 de marzo de 1885, el en­ tonces alcalde de Salento, Ramón Cárdenas, le comunica al comandante general del departamento militar del Norte del Valle que ha cumplido una comisión de carácter militar. Al salir de Cartago llegó a Pereira y luego se dirigió hacia Finlandia en el sitio conocido como Tinajas. Al llegar a Fin­ landia procedió a capturar a Luis Aguilar y Juan de Jesús 154 247 AHC. Jefatura Municipal, enero 1864. En: Zuluaga, óp. cit. 248 Zuluaga, óp. cit. 249 Diario oficial, 1876, No. 3833. En: Zuluaga, óp. cit. 250 Loe. cit. 251 A.S. Libro 1877. TIL En: Zuluaga, óp. cit. Ocampo, vecinos de Salento, de quienes se tenía certeza de que pertenecían a las fuerzas insurgentes. Luego le dio la orden al coronel Ramón Isaza para que con sus 16 hombres se tomara la vía de San José a Circasia, y la atacara en las horas de la noche, pues se tenía noticia de la existencia de enemigos en dicho poblado. De manera simultánea le dio la orden al capitán Ramón Tascón para que tomara el cami­ no nacional hasta llegar al punto de Arrayanal, en donde se decía, había un campamento enemigo. Por último hace alusión al incumplimiento de las órdenes por parte del ca­ pitán Ramón Tascón y la aprehensión de varios presos po­ líticos252. 252 A.S. Libro 1885. T.V, f. 46. Citado en Zuluaga, óp. cit. 253 A.S. Telegramas recibidos, 1899. En: Zuluaga, óp. cit. 254 Zuluaga, óp. cit. MIGUEL BORJA También de 1877 se encuentra una comunicación que da cuen­ ta de la presencia de tropas en el trayecto del camino del Quindío: “El coronel Flórez fue emboscado cerca de Salento por un grupo de rebeldes, debido a que ignoró las órdenes impartidas por las autori­ dades militares superiores. Anuncian dichas comunicaciones la lle­ gada a Salento del coronel Pompilio Gutiérrez con 250 hombres”253. De los anteriores documentos se puede deducir que la parte del camino del Quindío ubicada alrededor de Salento fue un esce­ nario de guerra que hizo de él un corredor de los actores armados y teatro de enfrentamientos, al igual que zona de recursos económi­ cos. Zuluaga indica que en la región existía un gran temor por parte de los campesinos por los reclutamientos, la confiscación de anima­ les y productos como la sal, maíz, fríjoles y panela, entre otros254. En consecuencia, los actores de la Guerra Federal circulaban por los caminos y valles de las tierras caucanas y de sus regiones aledañas, sorteando innumerables dificultades debido a la con­ formación fisiogeográfica de los entornos naturales, el clima y la fauna. En especial, se movilizaban a lo largo del valle del Cauca, concentrándose en el actual norte del Valle y el Antiguo Caldas, que para la época constituía el denominado departamento del sur, perteneciente al Estado Soberano de Antioquia. También se des­ plazaban a lo largo del valle del Magdalena, y el dominio del río constituía uno de los objetivos militares buscados por parte de 155 quienes entraban en combate. Por ot ro l.xlo, utilizaban los camino. que unían a Cali con Buenaventura, Popayán con Cartago, Maniz.i les y Medellín, etc. Iban y venían por los pasos que permiten cruzai las cordilleras Occidental y Central, las montañas que comunican al Cauca, Tolima y Antioquia. Utilizaban en especial las rutas que corrían paralelas y transversales al valle y el cañón del Cauca. La cartografía de la época muestra cómo en el valle y el ca­ ñón del Cauca los actores armados contaban con la mejor red de caminos que existía en la República. En su conjunto estos caminos formaban un eje vial con centros en las principales ciudades de la región. Tal eje vial abarcaba los cuatro puntos cardinales, por lo cual la orientación y el desplazamiento y el uso del espacio por par­ te de quienes hacían la guerra estaban garantizados. Hacia el norte del espacio geohistórico de la guerra se encontraba el camino entre Manizales y Medellín; hacia el sur el que iba de Manizales a Pasto y que llegaba incluso hasta Quito; hacia el occidente se hallaban las rutas que desembocaban en Buenaventura, la del Dagua, Muíalo y Cali; por el oriente estaban los importantes caminos del Quindío, Guanacas y el de Nare. Además el río Cauca permitía su navegabilidad casi a todo lo largo del teatro de la guerra. El río Magdale­ na era navegable en el área de influencia de los actores armados, y permitió, incluso, llevar el alzamiento armado de 1885 hasta la costa atlántica. A pesar de las dificultades que presentaban algu­ nos trayectos, entre Popayán y Manizales, Buenaventura y Cali, se contaba con facilidades para el desplazamiento de los actores que participaban en la Guerra Federal. Por esto se ve constantemen­ te a las fuerzas armadas del Cauca y Antioquia desplegándose a lo largo y ancho del teatro de la Guerra Federal. Además de poder establecer el dominio a lo largo de la cinta territorial que iba de Po­ payán a Manizales, quienes se movían en el valle y cañón del Cauca podían desplegar sus dominios en los caminos aledaños del Quin­ dío, Guanacas, Buenaventura-Cali, Manizales-Salamina y Manizales-Líbano. En consecuencia, podían establecer dominios armados de control de los principales caminos y rutas, y aun de los valles fluviales del Cauca y el Magdalena. Esta ventaja era manejada es­ tratégicamente por las fuerzas caucanas que se encontraban como “pez en el agua” haciendo la guerra a su acomodo, la guerra en las llanuras y colinas. Los antioqueños y las fuerzas de otros Estados debían realizar enormes esfuerzos de desplazamiento para llegar 156 «il espacio geohistórico de la guerra; tenían que enfrentar un entor­ no natural hostil, una geografía fragmentada, la dureza del clima ile los páramos y las tierras calientes y una fauna agresiva. En esta parte se han estudiado las dinámicas de la Guerra Federal en su espacio geohistórico: el valle y el cañón del Cauca. Un ■í rea que en las lógicas de la guerra iba entre el altiplano de Popa­ yán y el Batolito Antioqueño, comprendiendo las regiones geohist óricas del altiplano de Popayán, el valle alto del Cauca, las Tierras de Arma, el cañón del Cauca y, finalmente, el Batolito Antioqueño. listos fueron los principales escenarios geográficos de la Guerra Fe­ deral. Al sur, la ciudad de Popayán constituía un núcleo geohistóri­ co por el cual pasaban los diferentes conflictos armados. Allí se ge­ neraban estos sucesos y la ciudad tuvo que acostumbrarse no sólo a ver desfilar fuerzas armadas por sus calles, sino a presenciar y participar de innumerables enfrentamientos. Al norte en el Batolito Antioqueño se encuentra el valle de Aburrá y la ciudad de Medellín, región de la cual partieron los ejér­ citos antioqueños hacia el sur, y que proporcionaba buena parte de los recursos para la guerra. En este espacio existía otro núcleo geohistórico de la guerra, pues allí surgieron algunos de los enfren­ tamientos de la época y la colonización antioqueña como una avan­ zada de frontera sobre el sur. El valle y el cañón del Cauca (el valle medio del Cauca y las Tierras de Arma) constituyeron el escenario bélico primordial, la geografía en la cual se dieron los principales combates y acciones militares, como ya se ha descrito: Manizales fue considerada como el núcleo geohistórico de la avanzada antio­ queña, la frontera de colonización, la marca territorial de Antio­ quia, en tanto que el Cauca colocó una marca territorial para la guerra, la ciudad de Cartago. Finalmente, se puede indicar que el espacio geohistórico de la guerra era una de las regiones en donde los actores armados con­ taban con las fuentes de recursos necesarios para sus actividades y con caminos y condiciones fisiogeográficas favorables. MIGUEL BORJA CONCLUSIONES PARCIALES 157 GEOHISTORIA DE LA GUERRA FEDERAL 2.1 LA DISTRIBUCIÓN Y ESTRUCTURA TERRITORIAL DE LA GUERRA La Guerra Federal contó con un espacio geohistórico en don­ de se dieron las principales batallas y acciones militares. Dicho espacio estuvo rodeado por una serie de áreas aledañas, zonas de refugio y de recursos económicos para los actores armados. El es­ cenario geohistórico de la guerra estaba delimitado por el área que corresponde al valle y el cañón del Cauca al norte de Popayán y el sur de Antioquia, lugar en donde, en buena medida, se definió la Guerra Federal. La evidencia empírica y la importancia de dilucidar la relación entre espacio y Guerra Federal conduce al siguiente interrogante: ¿Por qué se daba la anterior estructura territorial de la guerra? Con el fin de encontrar una respuesta desde la geohistoria a la pregunta enunciada, se analiza primero lo que tiene que ver con los procesos de formación de los Estados Soberanos de la Colombia Federal y con la definición de su estructura y organización terri­ torial; luego, se estudia el impacto de la guerra en la construcción de las identidades regionales, en la tendencia a la conformación de Estados durante la Colombia Federal; por otra parte, se realiza una indagación para dilucidar la forma como la organización espacial de los Estados llevó a la génesis de una zona de tensión fronteriza entre ellos, que a la postre se convirtió en el ruedo privilegiado de la guerra, en un espacio geohistórico hacia donde fluían las diná­ micas armadas en la República. Con este último fin, se estudian los geofactores de la región, su sociedad y organización política como zona de frontera y colonización. Un hecho básico para la génesis de un espacio geohistórico de la guerra, una zona de tensión fronteriza, era que la República se organizaba como una serie de Estados políticos que impulsaban la creación de naciones. Existía en la geografía colombiana una ten­ dencia hacia la conformación de Estados, los cuales buscaban ser MIGUEL BORJA 2.2 LA TENDENCIA HACIA LA CONFORMACIÓN DE ESTADOS NACIONALES: LA INTERNACIONALIZACIÓN DEL ESPACIO DE LA REPÚBLICA 161 los contenedores de diferentes pueblos historíeos con raíces colo­ niales. TABLA 3 Datos generales de población y territorio de la Nueva Granada, según Elíseo Reclus y los censos de 1851 y 1870 Estados Población Censo 1851 % Población Censo 1870 % Territorio Kilómetros -cuadrados Reclus % Antioquia 240.301 9,51 365.974 12,48 58.125 4,56 Bolívar 205.607 8,14 241.704 8,24 69.535 5,46 Boyacá 475.821 18,84 498.541 17,00 79.725 6,26 Cauca 377.155 14,93 435.078 14,84 630.100 49,5 Cundinamarca 373.874 14,80 413.658 14,11 196.490 15,52 82.255 3,26 88.928 3,03 65.805 5,17 Panamá 138.375 5,48 224.032 7,64 82.675 6,49 Santander 433.178 14,77 41.610 3,27 Magdalena 445.742 17,65 Tolima 186.578 7,39 230.891 7,87 47.950 3,76 TOTAL 2.525.708 100 2.931.984 100 1.272.015 100 Fuentes: Miguel Urrutia y Mario Arrubla, Compendio de estadísticas históricas de Colombia. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1970; Eliseo Reclus, Colombia. Traducción, Francisco Javier Vergara y Velasco, Bogotá, Presidencia de la República, 1958, p. 325. El Cauca era el Estado que poseía mayor área en la Repúbli­ ca, con el 14,84% de la población. Le seguía en tamaño territorial Cundinamarca, con el 15,52% y una población del 14,11%. Si se realiza una clasificación de los Estados por su tamaño territorial (de acuerdo con los datos de Reclus) se encuentra que existía un Estado grande (El Cauca) uno mediano (Cundinamarca) y siete pe­ queños (el resto de los Estados). Sin embargo, es necesario tener en cuenta que los Estados del Cauca y Cundinamarca contenían los extensos territorios del Caquetá y San Martín, territorios no sólo en litigio con los países vecinos, sino también débilmente integra­ dos a la vida de la República y de los Estados. Por esto, quizás sea mejor tomar en consideración los datos de Codazzi, quien no tiene en cuenta dichos espacios en las cifras que presenta sobre exten­ sión territorial. De acuerdo con Codazzi, existía también un Estado grande (El Cauca), dos Estados medianos (Boyacá y Panamá), cinco 162 1 Véase cuadro 10, anexos. 2 Véase tabla 3, p. 162. 3 María Teresa Uribe y Jesús Alvarez, óp cit., 1998, p. XV. 4 Ibíd., pp. XV-XVI. MIGUEL BORJA Estados pequeños (Antioquia, Bolívar, Magdalena, Santander y To­ lima) y un microestado (Cundinamarca)1. Teniendo en cuenta el censo de 18702, se encuentra que Boyacá tenía la mayor población de la República (17%), mientras que Cauca, Santander y Cundinamarca ocupaban los lugares siguientes. Antioquia aparece en el quinto lugar, siguiéndole Bolívar, Tolima y Panamá. Finalmente se encontraba Magdalena con un 3,03% del total de la población. No existía, entonces, una relación directa en­ tre poblamiento y tamaño del territorio. Por ejemplo, Boyacá, con sólo 6,26% del territorio, tenía la mayor población. Igualmente, el Cauca, con el territorio más extenso, 49,5%, ocupaba el segun­ do lugar, pero muy cerca de las cifras poblacionales de Santander (14,77%) y Cundinamarca (14,11%). Un ejemplo claro de la tendencia hacia la conformación de Estados fue el caso del territorio antioqueño, el cual fue el conte­ nedor de una formación social y económica que a lo largo del siglo XIX trató de consolidarse como una entidad política diferente de las otras partes componentes del país. Esto ha sido estudiado re­ cientemente por Uribe y Alvarez, quienes han indicado que “para el momento de la Independencia existía en la región antioqueña una elite económico-social bastante cohesionada, nucleada en tor­ no a la forma parental de sociabilidad, que controlaba muchos de los recursos de poder y que se proponía fundar un Estado propio y distinto”3. Diversos autores distinguen con claridad la comunidad ima­ ginada de Antioquia, la cual corresponde a la Antioquia históri­ ca, “la que se constituyó política y culturalmente desde la Colonia temprana [...] la Antioquia cordillerana, decimonónica y mestiza, cohesionada en torno a un ethos sociocultural claramente identifi­ care para propios y extraños”4. Es en este espacio antioqueño en donde surge la tendencia hacia la construcción de un Estado terri­ torial que habría de fomentar la organización de una nación con fundamento en un conservadurismo social y político, sumado a un 163 pragmatismo económico creciente, en donde la religión católic.i vn a legitimar los poderes gubernamentales y va a brindar la base ñor» mativa y valorativa integradora de las tendencias hacia la confor­ mación de la nación antioqueña. En el caso antioqueño, el conservadurismo se puede definir como una actitud de oposición al cambio que desde la segunda mi­ tad del siglo XIX venía implementando en el orden social, econó­ mico, jurídico, religioso, político y cultural de la República el libe­ ralismo radical. Frente a la llamada “Revolución de medio siglo”, Antioquia se convirtió en la fortaleza social y política guardián a de las tradiciones: de la religión católica y de la familia nuclear, de las relaciones verticales y unas formas y maneras de conducir la vida social por fuera del marco de las nuevas propuestas que para la época se estaban ventilando. Antioquia fue el baluarte de las for­ maciones políticas de corte conservador que buscaban preservar y mantener el orden existente. El rasgo distintivo de este conserva­ durismo antioqueño fue el temor al cambio en las instituciones y costumbres sociales, al torbellino de la revolución. La algarabía de los liberales radicales con la libertad de cultos, la laicización de la escuela, la desamortización de bienes de manos muertas y la adop­ ción de los modelos surgidos en la revolución política de finales del siglo XVIII en Francia, una microrrevolución en las formas ances­ trales de concebir la vida y las relaciones sociales y económicas en una sociedad que aún no salía de la Colonia, fueron ingredientes que llevaron a que el conservadurismo arraigara en buena parte de la sociedad colombiana y en particular en la región antioqueña. Para finales del siglo XIX, el conservadurismo se fue convirtiendo en pauta y norma de comportamiento social, en un conjunto de actitudes y prejuicios sociales, en una fuerza actuante en la esfera de la política, en un fenómeno incorporado por individuos, grupos y partidos, que se agruparon en el movimiento de la Regeneración. El conservadurismo, como un conjunto de normas y valores que orientaban la acción de los actores, fue la filosofía política que con­ dujo a la República por los senderos de la tradición, la religión cató­ lica y el autoritarismo político, el conservadurismo ayudó a echar por la borda los intentos de creación de la ciudadanía y el Estado moderno, con el conjunto de libertades e igualdades soñadas por el liberalismo radical. El conservadurismo se caracterizó por la insis­ tencia en la existencia de un orden moral y universal, sancionado y 164 5 Berrío, óp. cit., pp.7-8. 6 C. Rossiter, Conservadurismo. En: D. Sills, (Director), Enciclopedia Internacio­ nal de las Ciencias Sociales. Madrid, Aguilar, 1977, volumen 3, pp. 74-77. 7 Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1870, p. 80. MIGUEL BORJA ¡iiistentado por una religión organizada, la desigualdad natural de los hombres, la necesidad de clases y categorías sociales, el papel de la propiedad privada para la realización de la libertad personal y la defensa del orden social, el alcance limitado de la razón humana, v la importancia de tradiciones, instituciones y símbolos, ceremo­ nias e incluso la falibilidad y tiranía potencial del gobierno de la mayoría, la falsa democracia que señalaba Pedro Berrío: “Los prin< ipios disolventes que los apóstoles de una falsa democracia han estado inculcando allí en las masas”5 6. En el caso antioqueño, se estaría frente a una situación análoga a la que se dio en la Rusia del siglo XVII, donde los iconos santos “representaban los símbolos y los rituales o prácticas colectivas comunes que por sí solas dan una realidad palpable a una comunidad por lo demás imaginaria”7. Un Estado que otorgaría privilegios políticos a la Iglesia católica, con un alto sentido del espacio y de su misión en el mundo, que lo lle­ varía a confrontaciones permanentes con sus vecinos. Una socie­ dad cerrada, que a partir de los procesos de colonización buscaría tender anillos de seguridad en una República altamente inestable y dominada por corrientes de pensamiento laico. Por otra parte, para la segunda mitad del siglo XIX se pue­ de distinguir con claridad el Estado del Cauca. Era la entidad po­ lítica que mayor territorio de la Confederación abarcaba, efecto de arrastre de la importancia que tenía en el conjunto de la socie­ dad colonial. Extendía sus límites desde las costas del Pacífico y el Atlántico, hasta las ondas tranquilas del Amazonas. El Estado del Cauca no presentaba el alto grado de integración social y territorial que mostraba Antioquia. Estaba formado por espacios disímiles, con tendencias centrífugas como eran las provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca, Barbacoas, Popayán, Pasto, Túquerres y el territorio del Caquetá. Como señala Valencia Llano, dicho Estado contenía cuatro subregiones socioeconómicas diferentes e interre­ lacionadas. La primera era la formada por la provincia del Cauca, dominada por la producción hacendaría del valle del Cauca y carac­ terizada por unidades productivas dedicadas a la producción mixta 165 de ganado, azúcar y granos, con la presencia de pequeños producto* res de cultivos tradicionales como tabaco y cacao. La característica principal del valle fue la presencia de un comercio relativamenúj desarrollado con base en un eje urbano de varias ciudades, el cual era relativamente especializado: Cali y Palmira estaban dedicados a la exportación e importación por el puerto de Buenaventura* Buga estaba rodeada de haciendas tradicionales dedicadas a la ga­ nadería. Tuluá se convirtió en el principal centro comercializador de cacao. Finalmente, Cartago, ciudad situada en el cruce de cami­ nos, era el principal distribuidor de los productos del valle (carnes, mieles, aguardiente, cacao) hacia los mercados del Quindío, del Pa­ cífico, Antioquia y parte del Tolima8. La provincia de Popayán, ubicada en la parte norte del al­ tiplano, era una zona de economía tradicional dominada por ha­ ciendas señoriales trabajadas con mano de obra indígena y mestiza bajo diversos grados de sujeción (terraje, aparcería), las cuales esta­ ban dedicadas a una producción tradicional con pocos excedentes comercializables. La provincia encontró un medio de vincularse al auge agroexportador con la extracción en los grandes bosques de los latifundios y en las selvas aledañas de quina, tagua y caucho. Económica y políticamente fue dominada por Popayán, capital del Estado, “que mantenía relaciones comerciales con el valle del Patía en el suroccidente, con Silvia y Tierradentro en la cordillera Central, y con las poblaciones del Huila y el sur del Estado del To­ lima”9. Las provincias de Barbacoas, Pasto y Túquerres formaban una zona de haciendas y pequeñas propiedades especializadas en la producción de alimentos, tanto para el consumo interno como para el intercambio con el Ecuador y las poblaciones costeras de Barbacoas y Tumaco. Esta subregión “se caracterizó por un impor­ tante comercio de contrabando con el Ecuador a través de la adua­ na de Carlosama, por la extracción de quina, tagua y caucho en el Putumayo, y por la producción aurífera de Barbacoas”10. Por otra parte, se integraba al comercio externo a través de la aduana de Tumaco. La provincia del Chocó, productora de oro en la vertiente 166 8 Alonso Valencia, Estado Soberano del Cauca. Federalismo y Regeneración. Bogo­ tá, Banco de la República, 1988, pp. 22-23. 9 Ibíd., p. 23. 10 Ibíd., p. 24. 11 Loe. cit. 12 Anderson, óp.cit. MIGUEL BORJA occidental de los Andes, era abastecida de carnes, mieles y aguar­ dientes desde el valle del Cauca, a través de Buenaventura y los municipios de Cartago y Toro. Además contaba con Turbo, sitio de paso del contrabando desde el Atlántico. Finalmente, el territorio del Caquetá desempeñó un papel importante en la explotación del caucho y de la quina11. De las anteriores líneas generales sobre la organización terri­ torial y económica de los diferentes espacios del Estado del Cauca, se puede concluir que para la segunda mitad del siglo XIX en dicho territorio pervivían diferentes pueblos históricos que constante­ mente generaron tensiones entre el centro político y administrativo y las diferentes partes componentes del Estado, y habrían de termi­ nar por hacer saltar la unidad política de la región. Hacia la segunda mitad del siglo XIX, la importancia de estos pueblos radicó en que a partir la hegemonía del liberalismo radical, el Cauca impulsó con fuerza la conformación de una “comunidad imaginada”12, rival de las otras partes integrantes de la República. El Cauca, orientado por caudillos político-militares, mostró la for­ ma más acabada de construcción del Estado territorial a partir de la hegemonía política que la guerra otorgaba a los vencedores en los campos de batalla. La fuerza política del Cauca era tal, que incluso en diversas ocasiones separaron al Estado del resto de la Confede­ ración y proclamaron la existencia de otra República. Allí el libe­ ralismo radical impulsó la creación de una nación contrapuesta a las tendencias clericales de sus vecinos antioqueños. La soberanía política fue defendida no sólo en los parlamentos y en la prensa, sino también en “los campos de sangre”. Portadores del imaginario jacobino las clases dirigentes del Cauca buscaron integrar sus terri­ torios bajo los moldes del republicanismo, e incluso de la comuna de París. Algo análogo sucedía en Santander. El Estado Soberano del Cauca fue un intento de construir un Estado moderno, basado en una ciudadanía ideal, la heredada de la Revolución Política de 1789. En el Cauca, se estaría frente “al más decisivo criterio de protonacionalismo: la conciencia de pertenecer o de haber pertenecido 167 a una entidad política duradera"1'. Pero allí debieron los r.idii ni*** contar con la presencia de corrientes tradicionalistas de gr.m 141 gambre histórica, como el altiplano de Pasto, una sociedad < ,il ó|i4 4 y “realista”. El mismo altiplano de Popayán era asiento de 1111.1 «ti ciedad de castas heredada de la Colonia, y en muchas de las h.u ion das del pasado aún se percibían los aires de dicha época. En los dos ejemplos analizados se puede constatar que ex I» tía una tendencia en los diferentes espacios de la República a < >1 nizar Estados, asociaciones políticas que aparecieron con firnmn» durante la Colombia Federal y que se encargaron de fomentar pin tonacionalismos, que alcanzaron a prefigurar diversas comunidad* imaginadas13 14. Al norte de la República encontramos los Estados de Pana má, Bolívar y Magdalena; en el centro, el de Cundinamarca y T<> lima; en el oriente, Santander y Boyacá, Estados que presentaban pluralidad de formas sociales y económicas, y algunos de ellos en pugna entre sí por asuntos como la construcción y organización del Estado territorial y por presentar nacionalismos diversos, maneras alternas de forjar las comunidades imaginadas15, como ya se ha ejem plificado con los casos de Antioquia y del Cauca. Los Estados Soberanos constituyeron fuerzas centrífugas en el conjunto de la República, y habrían de dar lugar a diversas con­ frontaciones interestatales. La intensidad de las tendencias cen­ trífugas y la diversidad nacional, impulsadoras de la desintegra­ ción de la Confederación, se manifestaba constantemente en los procesos políticos y en la guerra. Es más, la guerra era uno de los calderos donde se formaban dichas fuerzas. Eran corrientes con un trasfondo histórico: la larga tradición de la autonomía otorgada a los gobiernos municipales durante la administración colonial y los diferentes procesos de poblamiento por parte de los españoles y de las civilizaciones indígenas. Si se sigue a Norbert Elias, se podría afirmar que los intentos por organizar el poder central fracasaron entre 1858-1885, pues el poder central no estaba en capacidad de cumplir sus tareas más importantes: ejercer el monopolio de la vio- 168 13 Hobsbawm, óp. cit., p. 81. 14 Anderson, óp.cit. 15 Ibíd. legítima sobre el territorio de l.i Confederación, contener a |im enemigos exteriores y controlar la imposición de tributos16. Por iiiiiüigniente, los Estados ejercían el monopolio de la violencia leÍ|ii iin.i hasta el punto de que la intromisión del frágil gobierno de ,i Unión en los asuntos internos de los Estados era considerada (imio una ingerencia extranjera, por no hablar de los movimientos imlii.ires de un Estado sobre otro o del ejército de la Unión sobre ■«I territorio de los Estados. Las acciones mencionadas eran conkli leí adas ocupaciones de los Estados por fuerzas extranjeras. En i oí secuencia, la propensión hacia la conformación de Estados polil i< os se puede estudiar en los debates alrededor del problema de In violencia legítima, una discusión permanente entre los Estados y el gobierno de la Unión. Para los dirigentes de los Estados era cía­ lo que ellos ejercían el monopolio de la violencia, mientras que el gobierno de la Confederación era estimado como un “convidado de piedra” en los asuntos del orden público. Durante la Guerra Federal i .ida Estado contó con su ejército propio, con sus fuerzas armadas, mientras los gobiernos de la Confederación veían cada vez más re­ ducidos sus contingentes militares. A lo largo de la Colombia Federal se repiten las mismas ten­ dencias y figuras en esta organización del poder: “Los señores que dominaban una parte del territorio del poder central, los jefes y caudillos locales suponen un peligro para este poder central”17. En la Colombia Federal se puede comprobar que la Unión no tenía la capacidad para contener a los señores que ejercían el poder en cada uno de los Estados nacionales en formación. Así lo muestra el con­ flicto armado entre 1859-1862, en el que uno de los señores de la espada y de la tierra, quien ejercía la hegemonía política en el Cau­ ca, no sólo se alzó con el poder de la Unión, sino que separó al Es­ tado de la Confederación e incluso organizó otra Confederación de facto. Se fueron borrando los rasgos centralistas de la organización política, y buena parte de las funciones y competencias del poder central pasó a los señores territoriales, a las clases dirigentes de los Estados en formación18. De este modo, las tendencias centrífu­ 16 Norbert Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 1977, pp. 265 y ss. 17 Ibíd., p. 268. 18 Ibíd., p. 269. MIGUEL BORJA Ibih i.i 169 gas adquirieron estatus político a partir de la soberanía otorgada a cada uno de los Estados por la Constitución de 1863. En el conflicto armado de 1876, la Confederación prácticamente tuvo que delegar en los ejércitos regionales del Cauca la guerra, para poder someter a los señores levantados en Antioquia y el Tolima. Es solamente alrededor de 1885 cuando se encuentra un po­ der central que ha logrado establecer las alianzas necesarias para contener las tendencias centrífugas. Las diferentes facciones de los partidos y de las regiones, lideradas por Rafael Núñez, se unen para entrar a dirimir los asuntos del poder con las tendencias federalis­ tas, las cuales terminan derrotadas: la Colombia Federal deja de existir. La presencia de Estados nacionales en formación durante los años de 1858-1885 es el fundamento empírico para proponer una revisión sobre temas como la naturaleza de la guerra durante la se­ gunda mitad del siglo XIX y la formación del Estado nacional en las postrimerías de dicho siglo y los albores del siguiente19. La perspec­ tiva de análisis enunciada es básica para explicar por qué surgió un espacio geohistórico de la guerra, debido a que dicho espacio fue el 19 170 Es posible que la situación anterior, entre otras, haya sido la que llevó a Jaime Jaramillo Uribe a plantear que en el caso colombiano el proyecto del Estadonación es todavía un proyecto. Según Jaramillo Uribe, en lo que tiene que ver con uno de los fundamentos de la nación, un territorio sobre el cual se ejerce la soberanía y del cual se tiene un cierto grado de control, sólo podemos constatar una falencia permanente: "Al iniciarse nuestra vida republicana, me refiero a nuestro caso después de la disolución de La Gran Colombia, tenía­ mos un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados, compuesto por un mosaico de regiones geográficas, aisladas o por lo menos de muy defi­ ciente y difícil comunicación dado el escaso desarrollo de nuestro sistema de transporte. Si aún hoy, inmensas regiones como nuestra Amazonia o varias de nuestras zonas periféricas no están suficientemente incorporadas a la vida nacional, podemos pensar en lo que ocurriría en el siglo XIX. Únicamente a partir de 1850 se regulariza, con dos modestos vapores, la navegación a vapor en el río Magdalena, que nuestro desarrollo ferrocarrilero se inicia en 1870 y que a fines del siglo apenas llegamos a tener 500 kilómetros de vías férreas. Las dificultades y grandes costos del transporte no sólo retardaron nuestra incorporación a la economía mundial, sino que fueron un factor de disgre­ gación y localismo que daba bases reales a la fuerte tendencia federalista que caracterizó a nuestro siglo XIX”. Jaime Jaramillo Uribe, Regiones y Nación en el siglo XIX. En: Aspectos polémicos de la historia colombiana del siglo XIX. Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1983, pp. 189-190. 20 Aspecto estudiado por Marco Palacio, quien recuerda: "En el siglo XVII por ejemplo, el trabajo de Marzhal muestra cómo la élite de Popayán era una élite independiente hasta cierto punto: ya tenía la riqueza, el poder, el prestigio social, la legitimidad regional, etc.; además dispensaba la ideología, proveía los grandes puestos burocráticos y así sucesivamente. Su problema era convertir la autoridad en poder. Marzhal usa lenguaje weberiano, con lo que quiere decir que la élite payanesa del siglo XVII no tenía la legitimidad del poder; la legi­ timidad estaba en La Corona; pero aún así era una élite muy independiente, rival de Santa Fe. En Cartagena también se había formado otra élite regional y todas, a pesar de que competían entre sí, tenían intereses relativamente con­ trapuestos con La Corona... 'Surge entonces el problema de la conformación de una élite regional, de una clase dominante regional. En la Nueva Granada estaban constituidas desde fines del siglo XVIII con identidades muy específi­ cas y muy definidas [...]. Por ejemplo, es muy claro que Antioquia, en el siglo XIX, es una región fuerte. Don Luis Ospina dice cómo ya en 1800, y creo que sobre eso no hay gran controversia, la disputa entre Antioquia, Rionegro y Medellín se resuelve a favor de Medellín. La élite se concentra en Medellín; allí se va formando esa élite regional que le permite a Antioquia ser, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, un polo económico alternativo de Bogotá tal como lo definió Safford. Antioquia tuvo una clase regional y fue una región fuerte [...]. Por otro lado, se encuentra San­ tander. En Santander fue muy difícil la emergencia de una clase dominante regional porque hubo muchas ciudades fuertes y muchas élites locales fuertes y muchos grupos intermediarios que impidieron el proceso de consolidación de una clase dominante regional. Estaban San Gil, Socorro, luego Bucaramanga, Cúcuta y en un grado menor Ocaña. Se puede ver que en este conglome­ rado santandereano, los intereses se tejieron en las subregiones e impidieron la consolidación de una clase dominante regional fuerte [...]. Dentro de este panorama federal es curioso que Cundinamarca casi no exista. Existe Boyacá. Bogotá es el centro de una gran región y sin embargo es interesantísimo que la élite bogotana no sea una élite regional en sentido estricto". Marco Palacio, MIGUEL BORJA principal teatro bélico del enfrentamiento entre los entes políticos existentes durante la Colombia Federal. Simultáneamente con la fragmentación de la sociedad y la economía, existía una partición de los ruedos de la política, que afectaba no solamente las relaciones de la nación internamente, sino también los vínculos en el contexto más amplio de América Latina, como era el caso recurrente de fricciones diplomáticas y mi­ litares con Ecuador. La fragmentación de los ruedos de la política llevó a la conformación de unas elites regionales, obstáculos per­ manentes de la conformación imaginada de una nación que fuera el respaldo social y político de la República, debido a que ellas se mostraron inclinadas a la organización de Estados en cada uno de sus espacios regionales20. 171 Lejos estaba la sociedad del siglo XIX de la perspectiva de construcción de una República unitaria, y aún más lejos de un Es­ tado único nacional, como entidades centralizadoras de las dinámi­ cas políticas y sociales. Para la época, se tiende a la conformación de una serie de naciones y Estados, enmarcados en el territorio y las instituciones de los Estados Soberanos de la Colombia Federal. Lo anterior permite vislumbrar no sólo una explicación para comprender la Guerra Federal, sino también las guerras civiles den­ tro de los Estados. Es posible plantear que ellas respondían a la di­ námica de conformación de los poderes centrales en los Estados. Se enfrentaban aquellos señores territoriales que buscaban monopo­ lizar el poder político, militar y fiscal, o que tendían a separarse de cada uno de los centros geoeconómicos de los Estados, con el fin de establecer un dominio territorial y político en un área determinada. Se puede afirmar que la interdependencia de las regiones y la pene­ tración de las instituciones económicas y sociales todavía no esta­ ban tan adelantadas como para permitir a los principales señores de una zona constituir un cuerpo de funcionarios pagados exclusiva o predominantemente por ellos que posibilitara una centralización del gobierno. Todavía fue necesario rendir muchas e interminables batallas hasta que los caudillos lograran imponer su fuerza social dentro de su propio territorio, dentro de cada uno de sus espacios21. Se está frente a una situación similar, guardadas proporciones, a la que Elias esbozó de la siguiente manera: Hemos visto cómo la disminución de la amenaza ex­ terior, al menos en la zona franco-occidental, y la corres­ pondiente reducción del entramado económico provocan, en los siglos IX y X un grado muy elevado de desintegración de las funciones políticas. Toda posesión, por pequeña que sea, es un ámbito de gobierno, un “Estado” en sí; cada ca­ ballero, por poca importancia que tenga, es un señor y pro­ pietario independiente. El panorama social de la época sólo nos muestra una multiplicidad de unidades políticas y eco­ nómicas mezcladas, cada una de las cuales es autárquica en lo esencial, independiente de las demás, con excepción de Intervención. En: Aspectos polémicos de la historia colombiana del siglo XIX. Bo­ gotá, Fondo Cultural Cafetero, 1983, pp. 214-221. 21 172 Elias, óp. cit., p. 314. algunos enclaves de comerciantes extranjeros, de monaste­ rios o de abadías que a veces establecen una conexión más amplia, que supera los límites de la localidad22. 22 Ibíd., p. 331. 23 Véase Fabio Zambrano y Olivier Bernard, Ciudad y territorio. El proceso de poblamiento en Colombia. Bogotá, Academia de Historia de Bogotá/Instituto Francés de Estudios Andinos, 1993. MIGUEL 0ORJA Enfrentamientos como los que sostuvieron Obando y Mos­ quera, Arboleda y Mosquera, ¿responden a la lógica anterior?, ¿se puede por esta vía entrar a explicar las guerras civiles en los Esta­ dos de la Colombia Federal? Un estudio de la organización territorial de los Estados puede ser la puerta de entrada para el tratamiento de este tema. Sin em­ bargo, es necesario anotar que algunos de ellos rotaban alrededor de un núcleo económico, como lo muestran los estudios sobre los epicentros urbanos de Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX. La mayoría poseía diversos centros que organizaban espacios nacionales a su alrededor, con el surgimiento de caudillos que se colocaron al frente de la guerra. Este es el caso del Cauca, como se puede ver cuando se estudian sus diferentes provincias, las cuales solían desatar conflictos internos. En las cartografías elaboradas en el país23, se puede consta­ tar que Antioquia giraba alrededor de Medellín, pero que el Estado del Cauca tenía diversos epicentros urbanos: Popayán, Cali, Pasto, Cartago, etc. En cada uno de los Estados se encontraban formacio­ nes urbanas incipientes que trataban de centralizar las activida­ des económicas y políticas. Pero también se puede observar que los Estados contenían en su territorio una serie de ciudades alternas, rivales contra el centralismo regional de sus capitales. Era el caso del Cauca, en donde se presentaban tensiones entre las ciudades del valle y del sur con Popayán; en Santander, eran fuertes ciudades como Vélez, Socorro, Bucaramanga y Cúcuta. ¿No fue este uno de los factores que más contribuyó a que la República finalmente no se fraccionara? En cada uno de los Estados existían rivalidades que no permitían la centralización y monopolización del poder, camino posible hacia la separación de la Confederación. Es probable que los poderes estatales debieran apoyarse en el gobierno de la Unión, así 173 fuera sólo en búsqueda de legitimidad, para contener las tenden­ cias autonomistas presentes en sus territorios. A finales del siglo XIX, la existencia del abanico de naciones que convivían en el territorio de la República fue señalada como uno de los factores que atentaba contra la unidad republicana, con ■ tra la conformación de una gran nación: Ahora bien: todas las naciones trabajan por llegar a la unidad nacional cuya falta fue la causa eficaz de la ruina de la gran monarquía española, y nosotros que gozamos un momento de ese inapreciable don, trabajamos hace medio siglo por destruirlo Hoy en vez de nacionalidad colom­ biana tenemos unas pequeñas y ruines nacionalidades en ciernes, como son antioqueños, caucanos, costeños etc., que por ahora inconscientemente y más tarde, si no se corta el mal, con plena conciencia, nos llevarán a ser segunda copia del original que encontramos en la América Central24. Francisco Javier Vergara y Velasco encuentra que un campe­ sino de Antioquia no se llama colombiano sino antioqueño a se­ cas. Además, recuerda que hacía ya 20 años se escribía en un libro extranjero: “El Estado de Panamá puede considerarse como una pequeña República independiente que no hace parte de la Federa­ ción”25. Anotando que Colombia es una heterogeneidad con capa de unidad, Vergara y Velasco achaca todos los males a la Federación, y se pregunta por qué prendió tanto el federalismo en el país: La respuesta es clara: la inmensa extensión del vi­ rreinato y su escasa población relativa obligó a España a dividirla en provincias que, por su lejanía y por los espacios intermedios desiertos, tendían a adquirir vida propia, en parte acentuada por las distintas producciones y negocios que daban el sustento a sus hijos; tampoco debe olvidarse la diversidad de grupos etnográficos base del mesticismo, y el funesto ejemplo que la madre patria daba con la existencia de fueros locales. En fin, los pequeños grupos de población aislada o poco menos favorecen el alma de la ciudad, que 174 24 AGN, Vergara y Velasco, folio 21v. 25 Loe. cit. aunque fecunda es siempre menos grande que el alma de la patria2627 . Los Estados-nación en formación fueron los contenedores geográficos que albergaron los pueblos históricos del país durante la Colombia Federal. La herencia indiana y colonial marcaba unida­ des territoriales conformadas como países y espacios sociogeográficos que alojaron las diferentes comunidades imaginadas21. 2.3 EL PAPEL DE LA GUERRA EN LA GÉNESIS DE LAS COMUNIDADES Y LOS ESTADOS SOBERANOS EN LA COLOMBIA FEDERAL ¿Cómo explicar, desde la teoría social, las relaciones entre la Guerra Federal y la conformación de una serie de Estados? Ade­ más de los elementos de orden económico y social que favorecían la fragmentación, ¿se pueden aplicar los planteamientos de Tilly, para mirar la manera en que se fue organizando territorialmente Co­ lombia a partir de la guerra?28 Existe dicha posibilidad, ya que un examen inicial sobre los procesos de organización espacial muestra la forma como las diferentes partes integrantes de la República, en los albores de la Independencia y durante gran parte del siglo XIX, se reclamaron como Estados a partir de las formaciones provincia­ les heredadas de la Colonia, hecho favorecido por los conflictos bé­ licos, a partir de los cuales se aumentó la cohesión social y política en las regiones. Los procesos de fragmentación territorial inicial que moti­ varon rivalidades entre las ciudades y provincias y las primeras guerras federales, habrían de llevar a una serie de conflictos en donde las regiones entraban a jugar como Estados políticos. Uribe y López han podido constatar que durante el conflicto armado de 1859-1862: 26 AGN, Vergara y Velasco, f. 22. 27 Anderson, óp.cit. 28 Véase Charles Tilly, Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990, óp. cit. MIGUEL BORJA La disputa estuvo centrada en la definición y los alcances de la soberanía, la competencia por los atributos soberanos entre los Estados federales y el Estado central; 175 es decir, en la estrategia del poder cent ral para ejercer efec­ tivamente un dominio directo sobre todo el territorio y la resistencia de los Estados federales, encarnada en sus in­ termediarios más representativos, para mantener el con­ trol político en sus regiones y contar con recursos institu­ cionales y fuerzas suficientes para negociar competencias y autonomías con el poder central29. Además de las motivaciones de los actores, la preparación para la guerra con el fin de enfrentar las rivalidades interestatales ayudó a definir las identidades regionales y la formación de estruc turas de tipo administrativo y político, sustentos del federalismo a lo largo del siglo XIX. Las guerras no debilitaron a las comunidades; en muchos ca­ sos salieron reforzadas políticamente. Junto a cada formación ar­ mada se movía una sociedad que se movilizaba con armas de todo tipo y que se orientaba por la distinción clásica de los enfrenta­ mientos armados entre enemigos y amigos. Los documentos ilus­ trativos de dicha situación son abundantes: “La primera prueba de que había estallado una revolución se nos ofreció en el puebleci11o de Victoria, cuya población masculina se agrupa íntegramente en las guerras en una temida tropa conservadora de caballería”30. Igualmente, en una carta dirigida a Mosquera, se le plantea la difí­ cil situación del Cauca frente la declaratoria de guerra que le había hecho Antioquia, y la necesidad que tenían los caucanos de unir­ se como un todo para enfrentar dicha problemática31. La manera como se cohesionaban las comunidades en torno a las tareas de la guerra se puede evidenciar también en el siguiente documento: Quiere Usted que le dicte brevemente cuál es el esta­ do de la opinión en el Cauca y cómo se halla el Ejército del Sur. Le diré a usted que una visita al campamento del ge­ neral Trujillo y el Cauca, en estos momentos hace provecho 176 29 María Teresa Uribe y Liliana López, La guerra por las soberanías. Memorias y relatos en la guerra civil de 1859-1862 en Colombia, Medellín, La Carreta, 2008, p. 39. 30 Ernst Rothlisberger, El Dorado: estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana, pp. 357 y ss. En: Tirado, óp. cit., p. 270. 31 ACC, Fondo Mosquera, 628, sig. 40633. De este modo, se ve cómo la guerra despertaba climas socia­ les favorables a ella contribuyendo a reforzar la autonomía política de los pueblos y a consolidar en el nivel local vínculos de lealtad 32 El Estado de Guerra. Bogotá, 9 ene., 1877, pp. 45-46. MIGUEL BORJA al espíritu. En el Cauca el partido liberal se halla dotado de tal virilidad y abnegación, que la fe se recalienta a su contac­ to. En el Cauca todos los liberales son soldados; todos están en el campamento, nadie ha vuelto a pensar en bienes ni en familia; la cuestión suprema, la cuestión absorbente y pode­ rosa es vencer. Cuando se supo que Cali había sido tomada por los conservadores, no crea usted que hubo un momento de terror ni duda, a pesar de lo importante de la posición, el inmenso parque existente y de los notables prisioneros rescatados. Lo que hubo fue furia. En el camino de María [Hoy Villamaría, Caldas] a Cartago, que yo recorrí el 22 y 23, había qué delirio de furia: las mujeres vociferaban en las calles, los hombres se ponían en marcha precipitadamente. Alrededor de Cali se juntaron 2000 hombres en tres días; y el 24, después de la ocupación de Cali por el general David Peña, llegaron mil voluntarios más de todos los alrededores. Aquel pueblo ha sentido tan hondamente el talón conserva­ dor y clerical sobre su cuello, que puedo expresar sin temor de equivocarme que para que triunfen allí los conservado­ res, será preciso aniquilar materialmente las tres cuartas partes de los liberales. Allí las mujeres animan al combate a sus esposos y hermanos, las madres devuelven al campa­ mento a sus hijos desertores. Cuando los batallones cuarto y quinto de Cali partieron de esa ciudad para María, gran número de mujeres salieron a despedirse de sus deudos: se derramaban lágrimas es cierto, pero a través de ellas, la voz general de las mujeres a los hombres que partían al combate, era esta: “Si no vuelven vencedores, no vuelvan”. No acaba­ ría si siguiese extendiéndome sobre este punto: tal vez en otra ocasión lo haré. Bástele saber que el pueblo del Cauca en vez de conversar, obra; que en vez de desalentarse corre al peligro; que sabe bien que la cuestión es de vida o muerte, y que está resuelto a vencer, y vencerá; él, el pueblo por sí, todos, sea que los dirija el general cual, todos obran, ayudan, vigilan, persiguen al enemigo, lo acosan y por eso lo tienen subyugado32. 177 personal entre los señores de la guerra y las comunidades. Lazos reforzados a través de diferentes llamados, pronunciamientos, co­ municados, textos, periódicos y memorias, cuyo fin era motivar 1.1 participación comunitaria en la guerra. Como ilustración se pueden retomar las siguientes líneas escritas por el presidente del Estado de Antioquia, Recaredo de Villa, el 8 de agosto de 1876, en vísperas de la guerra que comenzó dicho año: Pocos días ha que os dirigí, conciudadanos, la palabra para manifestaros si acaso necesitaría el gobierno vuestra eficaz cooperación a fin de salvar la patria [Antioquia] de los males de la guerra. Hoy tengo que indicaros, con pena, que mis previsiones se cumplen, y que ha llegado la terrible eventualidad que os anunciaba. Por el telégrafo ha recibido el gobierno aviso de que fuerzas nacionales se dirigen por la vía del sur con el fin de atacar el Estado, entregándolo de hecho, y sin previa declaratoria de guerra, a los horrores de una lucha salvaje y brutal, con violación de la Constitución de la República y de los más claros principios del derecho de gentes, que practican los gobiernos de los pueblos cris­ tianos y civilizados, agregándose por este medio una pági­ na negra más a la triste historia del gobierno de la Unión. Hay, pues, conciudadanos, urgente necesidad de que sin pérdida de tiempo prestéis vuestra cooperación al gobierno del Estado, para salvar la propiedad, la persona, las creen­ cias y todo lo que constituye la patria común nuestra y de nuestros deudos y amigos. Seguro estoy que en tan solemne ocasión no desoiréis la voz del patriotismo que os llama a las armas, ni la del gobierno que os anuncia la necesidad de volar a combatir en defensa del Estado y de la libertad. Un esfuerzo simultáneo de los denodados hijos de Antioquia, bastará para detener la osadía de los que pretenden hollar con planta sacrilega el territorio del Estado, como agentes de un gobierno que, traidor y pérfido, nos ataca furtiva y sigilosamente33. En igual sentido, procedió a llamar al pueblo del Tolima su gobernador, con palabras del siguiente tenor: “Tolimenses: la gue­ rra toca a nuestras puertas; el territorio sagrado de la patria ha sido hollado por los enemigos de nuestra soberanía: volemos a de33 178 Recaredo de Villa, Alocución. En: Briceño, óp. cit., pp. 196-197. fenderlo l...]. Los invencibles soldados antioqueños serán nuestros aliados; sed tan valerosos como ellos”34. Las luchas armadas, consecuentemente, contribuían en la construcción de la relación enemigo-amigo. Las tensiones también colaboraban en la unidad y la conformación de las comunidades ima­ ginadas35, las cuales tendían a nuclearse alrededor de los dirigentes de las guerras. Innumerables son las proclamas que para motivar a la población se dieron durante la Guerra Federal. Así, por ejemplo, en diciembre de 1860, cuando las tropas de Mosquera se aproxi­ maban a la frontera sur del Estado de Antioquia, el general Braulio Henao hace un llamado a sus conciudadanos en los siguientes tér­ minos: Según las noticias que se tienen, el caudillo rebelde y traidor del Cauca trata de hacer una nueva ofensiva con el objeto de invadir nuestro territorio [...]. Si esto es cierto, nos atrevemos a pensar que no habrá ni un solo antioqueño que consienta que su suelo sea hollado por la planta impura de esa banda de forajidos asesinos [...]. Los más degradados que se registran en la historia granadina [...]. La sola idea de una invasión a mano armada de los caribes del Cauca que hoy son el oprobio de este país, debe llenar de indignación a todo antioqueño que ame de veras el suelo de su nacimiento [...] hagamos que el tirano que pretende hoy robarnos nuestro amor y nuestra dicha, que impunemente no atravesará nues­ tras fronteras y que un pueblo libre y altivo que combate por el suelo de su patria, por su riqueza y su propiedad, por su hogar y por su familia es invencible [...]. Y que sabrá morir con gloria36. 34 Ángel Cuervo. En: Briceño, óp. cit., pp. 200-201. 35 Anderson, óp. cit. 36 Braulio Henao, Un llamamiento al pueblo de Antioquia. Medellín, Imprenta la Sociedad, diciembre de 1860. Sala de patrimonio documental. Universidad de Antioquia, hojas sueltas. En: Uribe y López, óp. cit., p. 200. 37 Anderson, óp.cit. MIGUEL BORJA De la misma forma, el juego de palabras y sentimientos en las comunidades imaginadas37 se trasluce en comunicaciones como la fechada el 15 de enero de 1879 en Popayán, dirigida al secretario de Guerra y Marina de la Unión. En la misiva se informaba sobre la 179 llegada al valle del Cauca de un batallón de las fuerzas del gobierno general, hecho que se pensaba habría de producir un estado prebé­ lico, debido al celo de independencia y soberanía que existía en los pueblos del Cauca. Para tratar de contrarrestar esto, el gobernador del Valle consideraba que era necesario darle claridad a los cau­ canos de que dicha fuerza no habría de intervenir en los asuntos electorales e internos del Estado. El presidente del Estado del Cau­ ca planteaba que lo conveniente sería que las fuerzas enviadas se desplazaran por la vía del Guanacas y se estacionaran en Popayán a órdenes del gobierno del Estado, debido a que estimaba que el des­ plazamiento de las tropas por las poblaciones del valle podía dar lugar a acontecimientos funestos, pues la exaltación de los círculos políticos allí era ardiente y peligrosa: “En previsión de todo conflic­ to, y consecuente con mis propósitos de paz y conciliación es que os intereso vivamente a que ordenéis la marcha del Batallón por la vía del Guanacas y su radicación en esta ciudad hasta tanto cese la exaltación de los ánimos con motivo de la lucha eleccionaria”38. Pero no eran solamente los roces entre Antioquia, el Cauca y la Unión Federal los que generaban movimientos sociales para enfrentar los problemas de la guerra, sino que también en los otros Estados se presentaban situaciones similares. Por ejemplo, una comunicación dirigida a la Secretaría del Interior y Relaciones Exteriores del TI de septiembre de 1879, muestra de qué manera el Estado del Tolima se cohesiona frente a la guerra con el fin de defender su soberanía y autonomía. En dicha comunicación se da cuenta de que el presidente del Tolima ha recibido informes sobre la preparación de una revolución contra dicho Estado en su conjunto, no contra su gobierno, apoyada en auxilios preparados en Cundi­ namarca. El presidente del Tolima afirma que algunos jefes nacio­ nales manifestaron públicamente en Tocaima que derrocarían al gobierno del Tolima y que tenían todo preparado para dar un golpe seguro39. A pesar de que el presidente del Estado no daba completo crédito a estas aseveraciones, esperaba que se cumplieran las pro­ mesas hechas por el gobierno de la Unión de respetar la integridad territorial del Estado, “pero si burlándose de los gobiernos general 180 38 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 1221, ff. 62-63. 39 Ibíd., ff. 228-229. 40 Ibíd., ff. 45-46. 41 Ibíd., ff. 89-90. MIGUEL BORJA y de Cundinamarca se verifica la invasión del Estado del Tolima, desde ahora, espera que los gobiernos aprobarán la decisión que se tiene de sostener la soberanía del Tolima hasta agotar el último recurso de que se pueda disponer”40. Las dificultades entre los gobiernos de la Unión y los de los Estados se exacerbaban en los momentos prebélicos, cuando am­ bos niveles de gobierno buscaban reorganizar sus fuerzas armadas. Así aconteció en diciembre de 1878 en Popayán, fecha en la cual se presentaron tensiones debido a los aprestos militares anteriores a las elecciones regionales. El malestar surgió por cuanto la Secreta­ ría de Guerra y Marina de la Unión mandó organizar una guardia en la ciudad de Cali, con el fin de custodiar el armamento allí exis­ tente. El problema era que dicha guardia debía estar a cargo de un funcionario del gobierno general, quien activamente estaba inter­ viniendo en la lucha política con motivo de las elecciones. El jefe municipal de Cali consideraba que ante la difícil situación de orden público que solía presentarse en la ciudad y en otras poblaciones del Cauca con motivo de las luchas electorales, era inconveniente e incluso peligroso la existencia de dos guardias organizadas para custodiar el parque, una a las órdenes de la primera autoridad del municipio y otra al servicio de los funcionarios del gobierno gene­ ral. Por esto solicitaba que se retirara el mandato dado al guardaparque nacional para la organización de la guardia, ya que de lo contrario toda responsabilidad en los conflictos que surgieran en Cali a consecuencia de la existencia simultánea de esas dos fuerzas armadas recaería en el gobierno de la Unión41. Incluso las memorias muestran que las representaciones sociales, las representaciones colectivas, estaban presentes en los campos de batalla, en donde cada Estado formaba sus contingentes por separado y consideraba a las fuerzas de los otros Estados como simples aliados. Quienes lideraban las tropas de un Estado conce­ bían a las de otros Estados como “el enemigo”. De esta manera, los estereotipos fueron definiendo la construcción del otro como uno 181 de los prerrequisitos básicos de la conformación de las comunidades imaginadas*2, y estimularon la violencia entre unas y otras. HernánClavijo es uno de los historiadores que ha registrado la manera como la guerra ayudó a la construcción de las identida­ des regionales. Para el caso de Antioquia, señala: “La guerra civil de 1860-1862 puso a prueba la fortaleza de la identidad regional de Antioquia. El sentimiento regional se alentó contra los caucanos y contra los costeños, de donde resultó la fama militar de los comba­ tientes de Salamina y Marinilla”42 43. Debido a que la guerra era una de las actividades sociales por excelencia, detrás de cada fuerza militar se movían las comunida­ des, movimientos que llevaron a la unificación de las sociedades regionales, camino donde fueron labrando su identidad. La guerra, y los miedos y penurias que ella conlleva, envolvían a buena parte de las sociedades regionales no combatientes. El apoyo a los levan­ tados en armas o a los defensores de cada uno de los Estados era una problemática de índole colectiva que despertaba amplios sen­ timientos de solidaridad comunitaria. El tipo de enfrentamiento que quizás con mayor fuerza contribuyó a la formación de las co­ munidades imaginadas44 fue el suscitado por la defensa del territorio de los Estados. La existencia de estos conflictos se puede ver en las polémicas por límites territoriales entre Antioquia y el Cauca, que se estudian posteriormente. Muchas veces se entremezclaban diferentes perspectivas de la construcción del otro como un enemigo: el partido centralista y el partido federalista, antioqueños y caucanos, conservadores y li­ berales, etc. Algunos liberales establecían una ecuación entre con­ servadores y bandidos, y viceversa: Dentro de dos días mandaré para Cali para que sean remitidos a Panamá, veinte y un rebeldes, malísimos [...]. La persecución de los godos sigue, pues me he propuesto cogerlos o hacerlos morir de hambre en los bosques pues no 182 42 Anderson, óp.cit. 43 Hernán Clavijo, Colonización, fronteras, justicia y política local en el sur de Antioquia y norte del Tolima: 1845-1892. Los procesos judiciales a Francisco Antonio Marulanda. Bogotá, Tesis de Maestría en Historia, Universidad Na­ cional de Colombia, Departamento de Historia, 1996, p. 33. 44 Anderson, óp.cit. quieren presentarse alimentados con la esperanza de que el lobo carnicero de Julio [Arboleda] tiene mil hombres. Todos los que coja serán remitidos a Panamá dándole parte inme­ diatamente con excepción de los muy asesinos que esos creo deben tener otra suerte45. Por otro lado, la barbarización de la guerra llevaba a que se reforzaran las imágenes del otro como enemigo: El Cauca es el escenario de la más ñera crueldad; y lo será de la desolación... Casi por todas partes se encuentran huellas de ruda devastación y las heridas de las guerras ci­ viles no han cicatrizado todavía. De esto nos damos cuenta ya la noche de nuestra primera escala, alojados por el se­ ñor Rentería, un conservador cuya magnífica hacienda fue incendiada el año 1877. Le mataron el ganado, sin utilizar para nada la carne y le arrasaron de tal modo los pastos, que al cabo de ocho años no había conseguido alcanzar el nivel anterior de sus bienes y desarrollo... No es por libre convicción por lo que la mayoría militan en éste o en el otro partido, sino porque en uno de ellos tienen que vengar al­ gún hecho de atrocidad. A éste le han matado el padre, al de más allá se le llevaron un hermano, a un tercero le ultra­ jaron madre y hermanas; en la próxima revolución han de vengar las afrentas. Así ocurre que entre los conservadores encontramos gente librepensadora y entre los liberales, ca­ tólicos fanáticos. Cada cual se rige por la ley de la venganza de sangre46. 45 ACC, 609, sig. 42443 y 610, sig. 42444. 46 Rothlisberger, El Dorado: estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana. En: Tirado, óp. cit., p. 270. MIGUEL BORJA Diversos procesos coadyuvaron en la construcción de la serie de naciones incipientes, existentes a lo largo y ancho de la Repú­ blica. Las elites regionales plantearon modelos de sociedad, nación y Estado, que generaron procesos de identidad y llevaron a la con­ formación de sólidas representaciones sociales, las cuales consti­ tuyeron el fundamento en el que se afincó la organización de las naciones y sus respectivos Estados. Una de las variables que mayor influencia tuvo fue la guerra, pues ella puso en juego las identida­ des y las lealtades regionales; además, a través del terror y el miedo, 183 construyó los odios que alimentaron la dualidad enemigo-amigo. La guerra llegó a ser un juego en el que se enfrentaban los Estados, hecho que llevaría a la profundización de la fragmentación de la República y a la generación de “los viejos odios”. 2.4 LA COLOMBIA FEDERAL Cuando se instaura el federalismo, tiene lugar la consolida ción de las corrientes geohistóricas que trataban de construir las diversas formaciones nacionales y estatales asentadas en el terri­ torio de la República. El proyecto de construcción de una república caucana, antioqueña, atlántica, bolivarense, boyacense, cundinamarquesa, magdalenense, panameña, santandereana y tolimense, fue una de las constantes de la vida nacional a lo largo del siglo XIX, concretada entre los años de 1858-1885 como expresión de los pueblos existentes en la geografía colombiana. Quizás el mejor ejemplo de la tendencia a la génesis de diver­ sas naciones fue el caso del Cauca, Estado en donde en los albores de la guerra de 1859-1862 se presentaban corrientes de opinión favorables a su separación de la Confederación y la organización de otra nación. Así lo deja ver Manuel Camacho, antiguo secreta­ rio de Estado de la Nueva Granada y uno de los liberales de mayor prestigio en el Cauca47. Camacho afirmaba que la Federación sólo había producido para el Estado el envilecimiento de las elecciones populares, aumento de los agentes del poder ejecutivo, concentra­ ción del poder y nuevas contribuciones. Consideraba insuficientes las facultades otorgadas por la Carta Federal a los Estados, y era de la opinión de que el Estado del Cauca debía formar una nación independiente si quería progresar: Esta parte de la República necesita ejercer plenamen­ te su soberanía para proveer en entera libertad al desarrollo de la industria, para arreglar sus relaciones exteriores en el sentido de sus conveniencias. Pertenecemos al mar del Sur, y poco o nada tenemos que ver con el mar del Norte. Unido el Cauca al Estado del Istmo, las aduanas, los prove­ chos del ferrocarril y el monopolio de las quinas ejercido 47 184 Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Tomo X, pp. 56-59. por el gobierno, nos darían recursos abundantes para pa­ gar los intereses de la deuda que nos tocara reconocer. Los gastos que hoy se hacen en los gobiernos de Panamá y Po­ payán alcanzarían para cubrir los del gobierno de la nueva nación. Como estoy persuadido de que la independencia del Sur llegará tarde o temprano por la fuerza irresistible de las condiciones que la rodean, doy poca importancia a la fede­ ración, que sólo alcanza a contentar pequeñas ambiciones, y resolver cuestiones subalternas y de limitado influjo en la suerte del país48. 48 Ibíd., p. 57. 49 Ibíd., p. 58. 50 Loe. cit. 51 Ibíd., pp. 361-362. MIGUEL BORJA De acuerdo con diversos observadores, en el Cauca tenía am­ plio eco la idea separatista. Un corresponsal de El Porvenir, perió­ dico bogotano, informó que en una reunión realizada en cercanías de Popayán, se había propuesto la candidatura del general Obando para la presidencia de la futura República del Cauca49. Igualmente, El Porvenir hizo el siguiente comentario: “El general Tomás Cipriano de Mosquera aspira, ya que no logró la presidencia de la Nueva Gra­ nada, a ser el amo de algún estadito en el cual pueda mandar sobe­ ranamente para satisfacer su vanidad. Le empujan en esta empresa ridicula algunos hombres inquietos de aquellos que no pueden vivir sino de las revueltas”50. Otro observador de las corrientes separatistas del Cauca diri­ gió a Mosquera una carta abierta con el fin de prevenirlo de las con­ secuencias de proclamar la nueva República del Cauca. En primer lugar, le manifestaba la necesidad de permanecer en la Confedera­ ción, con el fin de enfrentar las posibles agresiones de los Estados Unidos de Norteamérica: la falta de recursos, de crédito y fuerzas militares; advierte al general, además, que si el Cauca se separa de la Confederación, se presentarán tendencias separatistas al sur y al norte de su propio Estado: “¿No habéis oído los gritos de separación dados al sur y al norte del Estado? El ejemplo que nos diera el Cauca sería seguido luego por las secciones que lo componen. ¿Y con qué derecho os opondríais entonces, ni cómo os atreverías a emplear la fuerza contra ellos?”51 Se le advierte también al general sobre 185 los problemas de unirse al Ecuador para conformar una nueva na­ ción, un proyecto que algunos blandían para la época: “¿Y quién ha dicho que hay homogeneidad de intereses entre esta nación y el Cauca? ¿Convendría al Cauca unirse con una República que se halla bajo el imperio estúpido del sable, que tiene instituciones contra­ rias a nuestras ideas de libertad, y que está, en fin, amenazada de una terrible catástrofe?”52 Por otra parte, “¿Convendría al Ecuador recibir un pueblo rebelde, agobiado por ingentes deudas y que sin embargo tendría pretensiones de manejar la política y convertirla en su provecho? ¿No temería Quito perder su influencia teniendo a Popayán por rival, y Guayaquil no vería con celo la que tomara nuestra comerciante Cali?”53 La tendencia hacia la conformación de naciones y Estados po­ líticos en cada uno de los espacios sociogeográficos de la República, venía desde la Independencia y tenía raíces coloniales e indígenas. De esta manera, las tradiciones favorecieron la delimitación de las identidades nacionales y de sociedades políticas, que se reunieron bajo la fórmula de la Confederación. Hubo un intento inicial du­ rante los años posteriores a 1810, cuando las diferentes provincias se organizaron como Estados independientes y saltó a la vista la imposibilidad de conformar un Estado nacional que abarcara las provincias existentes. Por eso se acudió a la Confederación como forma política de unidad, en la cual cada uno de los espacios pro­ vinciales llegó a ser un proto-Estado. Este movimiento incipiente fue interrumpido por el proyecto de la Gran Colombia, el cual llevó a la unión de las tres naciones. Pero pasadas las necesidades geopo­ líticas de la guerra de Independencia, las provincias volvieron por sus fueros y retomaron el recorrido histórico en busca de la sobera­ nía, recobrada plenamente durante la Colombia Federal. El federalismo del siglo XIX tenía fundamentos en la confi­ guración sociogeográfica de Colombia. Los analistas de la época re­ saltaban la fragmentación geográfica, social y económica del país. Los escritores y su público no hablaban de la situación de la nación en general, sino de la de cada uno de los Estados54. McFarlane es 186 52 Loe. cit. 53 Loe. cit. 54 Véase Felipe Pérez, Geografía física y política de los Estados Unidos de Colombia. 55 Anthony McFarlane, Colombia antes de la Independencia. Economía, sociedad y política bajo el dominio Borbón. Traducción del inglés, Hernando Valencia Goelkel y Nicolás Suescún. Bogotá, Banco de la República, 1997. 56 John Phelan, El pueblo y el rey. La revolución comunera en Colombia, 1871. Bo­ gotá, Carlos Valencia, 1980. 57 Ibíd., pp. 14-16. MIGUEL BORJA uno de los historiadores que más ha insistido en las raíces colonia­ les de la tendencia a la fragmentación de los espacios de las repúbli­ cas latinoamericanas. Considera que en la historiografía latinoa­ mericana existe un consenso en torno al hecho de que los Estados federales, departamentos y provincias, en los cuales se subdividió el continente y las nuevas repúblicas, son en su mayoría de origen colonial. Antecedente que favoreció que los Estados, herederos de las provincias con sus raíces antiguas, precedan y dominen el po­ der central, en esa época de una fragilidad extrema. Debilidad que es la de un país arruinado por las guerras de Independencia y la cri­ sis del Estado provocada por la desaparición de la administración peninsular. Decaimiento producido por la incapacidad de estable­ cer un sistema fiscal eficiente y la existencia de un poder central con funciones mal definidas que tenía que gastar sus recursos en el mantenimiento del ejército55. Phelan en su trabajo sobre la revolución de los comuneros contribuye a dilucidar los orígenes del federalismo en Colombia56. Muestra de qué modo los ciudadanos se movían en el universo de la descentralización, fruto de lo que denomina la Constitución no escrita, la cual establecía un compromiso entre las autoridades cen­ trales y las locales, que es desafiada a fin del siglo XVIII. A pesar de los esfuerzos de la administración colonial, nunca se alcanzó un Estado unitario. La rica y creciente vinculación de los criollos a su tierra natal y a la patria de los reinos y audiencias donde habían nacido, y su conciencia cada vez más coherente de ser distintos de los españoles de Europa, los llevó a no responder al ideal de un pa­ triotismo imperial57. Además de los trabajos de McFarlane y Phelan, un estudio como el de Gilmore sobre el federalismo comprobó que el senti­ miento predominante en el virreinato de la Nueva Granada entre los partidarios de la independencia era republicano, y la mayoría prefería el sistema federal. Esto sucedía en un contexto social y 187 político en donde existían comunidades imaginadas58 de corte regio­ nal, las cuales buscaban organizarse como formaciones políticas. La minoría no aceptó pacíficamente la preferencia de la mayoría y sus estilos de vida económica y cultural signados por las dinámicas locales y regionales, lo que llevó a que durante el siglo XIX el fede­ ralismo fuera desde un principio objeto de un fuerte debate y causa de guerras civiles. El fracaso del régimen federalista en el manteni­ miento de la independencia contra la oposición de España trajo el desprestigio del sistema y ayudó al establecimiento de un sistema centralista. Sus partidarios, sin embargo, fueron un desafío cons­ tante para la nación, hasta que a mediados del siglo lograron res­ tablecer el federalismo. ¿De dónde vino el federalismo a Colombia? Gilmore considera que hubo una propensión inherente al sistema en el área. La conformación geográfica fue de gran importancia a este respecto. Además, el conocimiento del sistema federal estaba ampliamente difundido a través del país desde 181059. En América Latina, como muestra el investigador Fran^oisXavier Guerra para México, el problema de las relaciones entre el poder central y los poderes regionales es estructural, y desborda ampliamente el de una querella entre liberales federalistas y con­ servadores centralistas. Estos últimos, cuando llegaron al poder en 1885, no hicieron más que sustituir el nombre de Estado por el de departamento, sin atentar contra la división territorial ni el poder regional. En el caso mexicano, el único régimen que en el siglo XIX intentó romper esas divisiones regionales, marco del poder de las elites regionales, fue el de Maximiliano con su división territorial en cincuenta departamentos. No le fue bien: el poder regional de los caudillos liberales fue una de las causas de su derrota, como lo había sido antes para sus aliados, los conservadores60. ¿No le suce­ dió así a Rafael Reyes entre 1905-1909, y su división territorial en 34 departamentos, 95 provincias y un distrito capital, prontamen­ te fracasada? 188 58 Anderson, óp. cit. 59 Robert Gilmore, El federalismo en Colombia, 1810-1858. Tomo 1. Traducción del inglés, Anthony y Connie de Ternent. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1995, pp. 3-4. 60 Fran^ois-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la revolución. (2a. ed.), Tomo I. México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 47. 61 Felipe Pérez, Anales de la Revolución. Escritos según sus propios documentos. Bo­ gotá, Imprenta del Estado de Cundinamarca, 1862, pp. 6-7. 62 Ibíd., p. 11. MIGUEL BORJA La comparación con los procesos seguidos en América Lati­ na, estudiados por Guerra, puede arrojar como resultado que los cambios en el mapa político muestren ante todo la permanencia de las divisiones indígenas y coloniales. Se está frente a un ordena­ miento espacial de larga duración, en el cual Colombia se organiza territorialmente a partir de sus geografías regionales, que busca­ ron establecerse como Estados. En consecuencia, por lo menos desde el año de 1858, se pre­ sentan en el escenario republicano un conjunto de fuerzas con­ solidadas que buscan organizar diversas naciones y Estados, co­ rrientes de acción política tornadas hegemónicas entre los años de 1858-1885. Por un acto adicional a la Constitución de la República de 1853, el 23 de febrero de 1855 se creó el Estado federal de Panamá; el 11 de junio de 1856, el de Antioquia; posteriormente, por ley del 13 de mayo de 1857, el Estado de Santander, y el 15 de junio, los Estados federales de Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca y Magdalena61. El del Tolima fue creado en 1862, en medio de la gue­ rra. La organización federal dada a la Nueva Granada no fue obra de una convención ni tampoco de una constitución especial. Fue el resultado de una ley (del 15 de junio de 1857) que disponía, de conformidad con el artículo 12 del Acto adicional a la Constitución de 1853 de fecha 27 de febrero de 1855, la creación del Estado de Panamá y la división del resto del territorio de la República en Es­ tados federales. Los Estados podían ser creados a partir de una ley ordinaria, dependían del gobierno de la Unión en lo relativo a las relaciones internacionales, el ejército y la marina de guerra, el cré­ dito nacional, la naturalización de extranjeros, las rentas y gastos nacionales, el uso de los símbolos patrios, las tierras baldías que quedaron como propiedad de la nación, los pesos, pesas y medidas oficiales62. De resto, los Estados eran formalmente competentes para fijar lo que consideraran como más conveniente para orientar sus asuntos internos, lo cual se estableció claramente en el artículo 4o 189 de la mencionada ley del 15 de junio: "En todos los demás asuntos de legislación y administración, los Estados estatuyen libremente lo que a bien tengan, por los trámites de su propia Constitución”. Para un observador de la época, Felipe Pérez, esto significaba que “la República se desprendía por entero de su soberanía inmanente o interior, de la cual había hecho uso durante el régimen central o unitario, y la pasaba íntegra a los Estados federales para su propia administración”63. Una vez dividido el territorio en Estados, se hizo indispen­ sable la expedición de otra Constitución Nacional, pues la de 1853 aún conservaba rasgos de corte centralista. El 22 de mayo de 1858 se expidió la nueva Carta. En ella se estableció que el gobierno de los Estados sería popular, representativo, alternativo y elegido de­ mocráticamente. Se prohibía a los Estados enajenar a potencias extranjeras parte de sus territorios, la esclavitud, la intervención en asuntos religiosos, impedir el comercio de armas y municiones, etc.64. De acuerdo con este pacto, los Estados se confederaron a perpetuidad formando una unión soberana, libre e independien­ te, bajo el nombre de Confederación Granadina. Posteriormente, se expidió la Constitución de Rionegro, en el año de 1863; dicha Constitución establecía la más amplia soberanía para cada uno de los Estados, terminando así con las veleidades centralistas. El clima social de la República estaba conformado por un conjunto de unidades sociogeográficas que luchaban por la auto­ nomía territorial y la soberanía política. En definitiva, se conside­ raban como protonaciones en busca de la mayoría de edad política, a partir de la construcción de Estados en el contenedor territorial más amplio, la Confederación: La federación estaba de moda en la República. Pana­ má la pedía porque se prometía mil prosperidades materia­ les, que creía que el resto de la Nación no le dejaba gozar, no sabemos por qué, y la pedía Antioquia para concentrarse en su fuerza y en sus grandes miras industriales, y la pedía Santander para soñar con la República. El viento soplaba de 190 63 Ibíd., p. 12. 64 Ibíd., pp. 17-18. ese lado y soplaba recio; afrontarlo era provocar un naufra­ gio seguro65. 65 Ibíd., p. 21. 66 Ibíd., p. 23. 67 Ibíd., p. 44-45. MIGUEL BORJA Quienes consideraban que la federación era conveniente, es­ grimían diversos argumentos. Indicaban que cada uno era el mejor juez de sus propios intereses, que la reforma se venía haciendo paso a paso, creando un Estado primero, en vía de ensayo, y después los siguientes; que a dicha reforma habían concurrido ambos par­ tidos de común acuerdo, y que en ella intervinieron tres congresos, los de 1855, 1856 y 1857. Finalmente, que ningún Estado pedía la derogatoria del régimen federal, lo que igualmente pasaba con la mayoría de los neogranadinos66. La transición del centralismo al federalismo se realizó en su momento definitivo entre 1853-1858, sin que ella suscitara movi­ mientos armados. Un observador de la época registró el entusiasmo con que fue acogida la reforma. Las elecciones y la instalación de las asambleas constituyentes del Cauca, Cundinamarca, Bolívar, Boya­ cá, Magdalena y Santander, se hicieron sin mayores contratiempos y en completa paz. De esta forma, quedaba “probado otra vez con hechos incontestables que la masa general de los granadinos era fe­ deralista, como lo es hoy mismo; y que en la gran reforma tuvieron parte todos los partidos, pues de no haberlo sido así, la República habría tenido graves y hasta ensangrentados tropiezos”67. Desde el punto de vista de la teoría sociológica, se puede constatar que los Estados Soberanos constituían realmente Esta­ dos políticos. Basta con indicar que contaban con las facultades y la organización de los modernos Estados occidentales. Tenían la facultad de expedir constituciones, y de hecho lo hicieron, deter­ minar códigos y leyes, en fin, el andamiaje jurídico e institucional correspondiente a la tradición legal de Occidente. Se gobernaban por autoridades propias, tenían cuerpos legislativos (congresos) y sistemas propios de justicia y de elecciones. Tendían a establecer en sus espacios geográficos los monopolios de la violencia legal y el re­ caudo fiscal. Es más, en el contexto de la Colombia Federal, incluso 191 el hacer cumplir la Constitución general se consideraba que estaba en manos de los Estados: No es el presidente de la Confederación quien está encargado de cumplir y hacer que se cumpla y ejecute la Constitución nacional. Esta atribución es propia de los Estados, quienes la ejercen por medio de sus respectivas autoridades, una vez que ellas son las entidades morales y políticas que forman la Confederación, y como soberanos celebraron el pacto que la constituye68. De acuerdo con la tradición historiográfica, el federalismo era una corriente política cuyas raíces venían desde la Colonia, ten­ dencia que siempre estuvo presente en las polémicas y la acción política y gubernamental a lo largo del siglo XIX. Dicho federalis­ mo se fue convirtiendo en confederalismo a partir de los sucesos de la Independencia, como ya se ha estudiado, momento en que surge la Confederación y la República como formas organizativas de la unión de aquellos protoestados que trataron de organizar el gobierno y la administración pública en cada una de las partes in­ tegrantes del antiguo Virreinato. 2.5 LAS DISPUTAS POR LA SOBERANÍA POLÍTICA En los tres grandes conflictos armados de la Guerra Federal, la defensa de la soberanía territorial de los Estados fue argumen­ tada como una de las causas de la guerra. El Cauca y Bolívar, entre otros, se sintieron agredidos en 1859; Antioquia en 1876 y Santan­ der en 1885. Quienes emprenden la guerra de 1859 argumentaban que la denominada ley de orden público abría las puertas para la intervención del gobierno de la Confederación en los Estados. Pues dicha ley, si bien señalaba que correspondía al gobierno de cada Estado mantener el orden público y restablecerlo cuando fuere tur­ bado, igualmente indicaba que cuando el gobierno de un Estado no estuviera en capacidad de restaurar el orden o cuando la continua­ ción de la subversión amenazara la seguridad o la conservación del orden en otro Estado, podía el poder ejecutivo de la Confederación usar la fuerza para restablecer en el Estado el orden alterado. Asi- 68 192 Ibíd., p. 284. mismo, la ley de orden público disponía que cuando un Estado o su gobierno turbara el orden público, bien para desconocer la autori­ dad del gobierno general e independizarse, bien para oponerse a lo mandado por la Constitución y las leyes generales, el poder ejecu­ tivo de la Confederación podía usar la fuerza pública para mante­ ner la integridad de la República o hacer cumplir su Constitución y sus leyes. Esta fue la forma como la administración del presidente Ospina trató en 1857 de legitimar su intervención en los asuntos internos de los Estados federales. La reacción no se hizo esperar: la asamblea del Magdalena ordenó la organización de la fuerza pú­ blica y la adquisición de armamento y pertrechos para sostener la soberanía estatal69. Dicha asamblea autorizó igualmente al presi­ dente del Estado a nombrar una comisión que se entendiese con los otros Estados de la República, a fin de aliarse para sostenerse y defender su integridad territorial, su soberanía y su existencia política70. De modo que los Estados federales fueron a lo largo de la Confederación celosos defensores de la autonomía y la soberanía política, máxime cuando se escuchaban “cornetas de guerra”. La reacción a la ley de orden público indica que en realidad cada uno de los Estados federales se estimaba como titular de la so­ beranía. Los Estados reclamaban la derogatoria de dicha ley, pues consideraban que atentaba contra su estatus como Estados. Opi­ naban que la Confederación para intervenir en los Estados necesa­ riamente debía contar con el visto bueno y la solicitud por parte de ellos. Además, estimaban necesario que se estableciera el derecho legal de unión contra el gobierno de la Confederación, “cuando este faltase a sus deberes de tal, o conspirase contra los derechos de uno o más Estados”71. 69 Ibíd., p. 242. 70 Ibíd., p. 243. 71 Ibíd., pp. 42-43. MIGUEL BORJA El escenario político del siglo XIX en Colombia muestra la permanente lucha entre fuerzas de raigambre local en busca de la autonomía, conformándose como una multitud de soberanías te­ rritoriales, enfrentadas con los gobiernos de la Unión y entre ellas mismas, con el fin de preservar sus fueros como naciones en géne­ sis. La defensa de la soberanía westfaliana de los Estados llevó a di- 193 versos enfrentamientos armados a lo largo de la segunda mitad dvl siglo XIX, pues a pesar de que las constituciones de 1853, 1858 y 1863 consagraron la federación, las tendencias centralistas perm.i necieron a la sombra del Estado tratando de regresar al pasado del centralismo político, y aún estaban pendientes diversas cuestionen entre los Estados Soberanos que fueron motivos para la generación de conflictos armados. Las discusiones sobre el federalismo fueron en diversas oca siones polémicas que coadyuvaron a la generación de la guerra, pues ellas motivaron persecuciones políticas y estados prebélicos: “En Manizales se ha empezado a perseguir los federalistas [...] Se me olvidaba decirle que los de Madriñán ya vinieron a La Virgi nia. Asesinaron al señor Cristóbal Valencia, mayor de 60 años, sólo por el hecho de ser federalista”72. “Es lamentable la antipatía que el presidente Ospina tiene a la Federación y mucho más los medios que emplea para centralizar el poder. Se recibió una carta del co­ mandante Torrente que vive en Villamaría, en que me dice que está pronto a estallar en Antioquia una revolución que tiene por objeto echar por tierra la Federación”73. La Guardia Nacional del Gran Visir Carrillo anda ar­ mada casi todas las noches por las calles y plazas a vista de las autoridades [...] y dan culatazos con los fusiles del Gobierno General, palos y machetazos a los infelices fede­ ralistas que se encuentran desarmados. Se dice que aquí será el cuartel general de los centralistas y que hay que con­ quistarlos a balazos; tenemos que abandonar el campo los federalistas para que no nos asesinen un día de estos mise­ rablemente74. “La propuesta de la ley de elecciones va a dar en tierra con la Federación [...]. Con semejante ley estaremos envueltos en una sangrienta guerra civil y habrá desaparecido la Federación”75. 194 72 ACC, comunicación de Elíseo Payán a Tomás Cipriano de Mosquera, Cartago, enero 5 de 1861, Fondo Mosquera, 648, sig. 40669. 73 ACC, comunicación de Ramón Rubiano a Tomás Cipriano de Mosquera, Car­ tago, mayo 4 de 1859, Fondo Mosquera, 910, manuscrito 11, sig. 37073. 74 ACC, carta de Pedro Murgueitio Conde a Tomás Cipriano de Mosquera, Fon­ do Mosquera, Manuscrito 58, sig. 36712, 457. 75 ACC carta de Manuel Murillo a Tomás Cipriano de Mosquera, 9 de febrero de 1859, Fondo Mosquera, Manuscrito 67, sig. 36718, 468. 76 El Comercio. Bogotá, 20 de septiembre, 1860. En: F. Pérez, óp. cit., p. 268. 77 C. Rodríguez, En: Briceño, óp. cit., p. 194. 78 Loe. cit. MIGUEL BORJA Por consiguiente, la lucha por la soberanía es uno de los motivos más fuertes de la guerra. Así sucedió también durante el 11 inflicto armado de 1885, conflicto que arrancó en Santander, en donde dominaba el liberalismo radical, y que se consideraba agre­ dido desde el Estado central por Rafael Núñezy sus aliados: “El jefe del partido gobiernista, encargado por la Constitución de impedir i ualquier agresión armada contra un Estado, jura la muerte al Estai lo donde gobiernan sus adversarios, apresta pólvora y municiones, convierte a Boyacá en arsenal revolucionario, busca militares de la República, les ordena que rompan el fuego contra Santander”76. Es evidente que existía una tensión entre fuerzas que abo­ gaban por la formación de un Estado central y aquellas fuerzas políticas cuyo norte era la confederación. Quienes querían colo­ car cortapisas a la soberanía de los Estados consideraban que la soberanía de ellos no era total, puesto que estaba restringida por la Constitución federal, ley contra la cual no podían prevalecer las leyes locales. Por ende, debían obediencia al gobierno general, pues formaban una sola nación “bajo el amparo de un gobierno general a quien deben obediencia: sus relaciones son de familia para favo­ recerse, no para adueñarse, muy diversas de las que sostienen entre sí las potencias independientes y plenamente soberanas, que son las únicas a quienes se atribuye la soberanía”77. Se estimaba que los Estados no eran personas políticas ante las demás naciones, ni a los habitantes de cada Estado se les reconocía ciudadanía especial: “Todos son colombianos, y de sus agresiones sobre territorio ex­ tranjero es responsable el gobierno de Colombia”78. Los observadores de la época consideraban que en Colombia existía una tendencia a exagerar el carácter político de los Estados, que incluso podía conducir a la anarquía o la disolución de la unión nacional. Se recordaba que si bien los Estados eran entidades con gobierno doméstico propio, no por esto dejaban de ser miembros de una misma familia y componentes de una sola nacionalidad repre- 195 sentada y regida por el gobierno general7 ’. Se planteaban así los dos polos de la controversia que habrían de animar la vida política de la República, y su ir y venir entre las formas de organización federal y no federal del Estado, confederal y no confederal. Son numerosos los documentos que muestran las fricciones entre los Estados y el gobierno general de la Unión en torno al ejer­ cicio de la soberanía, en un contexto donde coexistían múltiples soberanías. Por ejemplo, en los albores de los acontecimientos ar mados de 1859, una comunicación enviada el 14 de septiembre de1 1858 al presidente Ospina por parte del gobernador del Estado del Cauca, Mosquera, deja ver el desacuerdo con algunas de las orien­ taciones del gobierno de la Unión que buscaban ejercer un control sobre las administraciones de los Estados. Mariano Ospina, a la sa­ zón presidente de la República, había enviado una circular en la que calificaba a los gobernadores de los Estados como simples agentes del poder ejecutivo y sujetos al gobierno de la Unión79 80. Ante esto, Mosquera, en su comunicación del 14 de septiembre, protestaba por lo que consideraba una violación al principio de la soberanía de los Estados, “pues el presidente no podía menguar en nada la au­ toridad constitucional ni la representación de los Estados”81. Argu­ mentaba que en ninguna disposición constitucional se establecía que los gobernadores de los Estados fueran agentes del presidente de la República, ni que los empleados nacionales tuvieran una re­ presentación superior a la de los jefes de los Estados, “que tiene el poder supremo ejecutivo en sus respectivos territorios y en este ramo ejercen una parte de la soberanía del Estado”82. De acuerdo con Jonni Giraldo: Este enredo legislativo dejaba sin autoridad al gobier­ no general, el cual tendría que supeditarse a los mandatos de la Constitución del Cauca. Esa prioridad de la Constitución 196 79 Loe. cit. 80 Comunicación de Tomás Cipriano de Mosquera, gobernador del Estado So­ berano del Cauca al presidente de la Confederación Granadina, 14 de sep­ tiembre de 1858. En: Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Tomo X, p. 49. 81 Loe. cit. 82 Ibíd., p. 50 seccional sobre la nacional era la defensa y motivo para Mos­ quera desobedecer al gobierno general toda vez que, soste­ nía éste, había “jurado defender y sostener la Constitución del Estado, debía hacerlo hasta con el sacrificio de su vida, si fuere necesario, y esta Constitución no podía ser deroga­ da por ningún poder sobre la tierra, si no emana del mismo pueblo que se la dio, por medio de sus representantes”83. 83 Jonni Giraldo, La guerra civil de 1860, un aporte descriptivo y documental. Monografía de grado para optar al título de historiador. Medellín, Universi­ dad de Antioquia, 2003. 84 Ibíd., p. 51. MIGUEL BORJA Mosquera terminaba manifestando al presidente Ospina en la referida comunicación, que “la orden llevaría explícitamente un peligro de guerra civil ya que con sus medidas se pretendía invadir la soberanía de los Estados”84. En suma, la verdadera Carta Políti­ ca para Mosquera y sus seguidores era la Constitución del Estado del Cauca, la cual debía prevalecer sobre la Constitución Federal de 1858 y la legislación de la República. En última instancia, el Esta­ do del Cauca era el Estado real, mientras la Unión no era más que una organización “al garete”, sin capacidad para ordenar la vida del país. La soberanía residía en los Estados federales hasta el punto de que el decreto del 8 de mayo de 1860, por el cual el gobierno de Mosquera separaba el Estado del Cauca de la Confederación Grana­ dina, era en realidad una acción encaminada a romper los lazos con el gobierno general y desconocía la Constitución federal de 1858 y las reformas de 1859. Decreto que significaba la declaratoria de guerra explícita, a la cual se sumaron los Estados de Santander, Bolívar y Magdalena, los que “al calor de la guerra” habrían de con­ formar una nueva unión federal. En resumen, los intentos de las tendencias centralistas por monopolizar el ejercicio de la violencia legítima y de la gobernabilidad, que iban en contra de los intereses de los Estados y atacaban directamente su soberanía, están en el origen de la guerra. Una guerra que se incendia con la declaratoria de separación del Cauca, y que para el 3 de julio de 1860 conoce otro desarrollo importante: el general Juan José Nieto decreta la separación de Bolívar de la Confederación Granadina y se une a 197 Mosquera en la empresa restauradora de la República, contando con la cooperación decidida del Magdalena y de Santander85. Si la soberanía implicaba la delegación de la seguridad y la defensa de la vida en manos de un “Leviathan”, esta concepción ani­ maba a los diferentes Estados a levantarse en armas para garantizar la seguridad pública dentro de su territorio cuando los vecinos se al­ zaban en armas. De esta manera, en los albores de los acontecimien­ tos armados de 1859-1862, el gobernador de Antioquia, después de la separación del Estado del Cauca de la Confederación Granadina, al sentir amenazado el Estado y ante la guerra que ya se veía venir, decidió prohibir el comercio de armas y municiones, la libre circu­ lación de antioqueños hacia otros Estados, y de las gentes de otros Estados hacia Antioquia. En la legislación expedida con el propósito de enfrentar el Estado de guerra, el gobierno de Antioquia indica­ ba, igualmente, que quienes invadieran el territorio del Estado, “a mano armada, con el objeto de promover alguna rebelión, sedición o asonada, serán aprehendidos y remitidos inmediatamente con las seguridades necesarias a la capital del Estado para que sean juzga­ dos y penados en ella conforme a la ley”86. Igual procedimiento se emplearía con aquellos que inva­ dieran el territorio con el propósito de ejercer violencia sobre las personas o sus propiedades. Los invasores serían juzgados como cuadrilla de malhechores, conforme a la ley87. De esta manera, An­ tioquia actuaba como un Estado-nación frente a las urgencias de la guerra: cierre de fronteras y legislación especial para tratar a quie­ nes invadieran el territorio estatal. En los albores de los acontecimientos armados, los Estados Soberanos estaban reclamando su autonomía, su territorio, sus fronteras y la capacidad para organizar fuerzas militares encami­ nadas a mantener sus estructuras como Estados. El reclamo de la soberanía es permanente, así como el lla­ mado a la aplicación del derecho internacional y el derecho de gen­ tes, textos jurídicos orientados a regular las relaciones entre los 85 198 Fals Borda, Historia doble de la Costa, óp. cit., p. 141B. 86 Giraldo, óp. cit., p. 51. 87 Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Volumen XII, pp. 81-84. 88 AGN, República, Gobernaciones Varias, 23, folio 112r-120v. 89 Ibíd., f. 112r y v. 90 Ibíd., ff. 12v-113v. 91 Ibíd., f. 113v. 92 Ibíd., f. 114r. MIGUEL BORJA modernos Estados nacionales. Como ilustración se pueden traer a la memoria los acontecimientos políticos y armados suscitados en 1864 con motivo del cambio de gobierno en Antioquia, sucesos que muestran la tendencia de cada uno de los Estados a considerarse como un ente político autónomo. En dicha ocasión, uno de los do­ cumentos que señala con claridad meridiana la tendencia a confor­ mar Estados es el redactado por el gobierno de Antioquia con mo­ tivo de las tensiones que se suscitaron por el cambio de gobierno durante 1864, después de la guerra civil de 1863 en Antioquia88. El gobernador provisorio del Estado antioqueño dirigió una comunicación al presidente de Bolívar para protestar por la deten­ ción de unos comisionados enviados ante los gobiernos de la costa, y por las actividades conspirativas de los derrotados antioqueños, que venían usando el territorio bolivarense para planear acciones armadas en contra del gobierno de Antioquia. Para las autoridades de Antioquia, Bolívar no podía mantener retenidos a los comisio­ nados y permitir, sin incurrir en una abierta violación de la Consti­ tución Nacional y del derecho de gentes, que algunos antioqueños se organizaran para atentar contra la seguridad del Estado89. Para el gobierno antioqueño, quienes venían desafiando desde Bolívar el gobierno de Antioquia debían ser desarmados90. Lo anterior por­ que los Estados estaban obligados a guardar estricta neutralidad en las contiendas que llegaran a presentarse entre los habitantes de un Estado diferente, así estos se hubieran desplazado más allá de las fronteras de su Estado de origen. Se reclamaba que quienes se habían armado en contra de Antioquia fueran obligados a ubi­ carse dentro de las fronteras antioqueñas y no en los territorios de otras entidades políticas91. El gobierno de Antioquia protestaba igualmente porque de acuerdo con el derecho de gentes, “sus emba­ jadores” gozaban de inmunidad; se aducía su detención como una violación al mencionado marco jurídico92. 199 Para Antioquia los hechos lesionaban la soberanía y autono mía de los Estados, pues Bolívar demostraba de esta forma que no re­ conocía el resultado de las luchas internas en los Estados, a pesar de que Antioquia había permanecido neutral en las luchas por el poder acaecidas en Bolívar en 1859. Durante dichas disputas Antioquia, se argumentaba, había permanecido neutral, como era su deber, y después había reconocido el nuevo gobierno93. En estos reclamos y argumentos se hace énfasis en la soberanía de tipo westfaliano y en el reconocimiento que se suele dar a un Estado en el derecho de las naciones, en el marco de una clara internacionalización del espacio interior de la República. El gobierno de Bolívar había sostenido que era el Congreso el que debía disponer de la suerte de los representantes de Antioquia frente a los Estados de la costa; pero los antioqueños insistían en que ninguna disposición legal, doctrina o práctica, autorizaba la detención de dichos comisionados; es más, que el congreso de la Confederación carecía de facultades para disponer de los asuntos internos de los Estados, y en tanto que estos no violaran la base de la Unión y la Constitución Nacional, tenían la autonomía suficiente para cambiar sus gobiernos y obrar en consecuencia. Este asunto se agravaba por el silencio político y administrativo de Bolívar, lo cual ponía en peligro el orden público entre los dos Estados94. A la detención de los comisionados y las actividades de facciones antioqueñas que habían tomado como base territorial a Bolívar, se agre­ gaba la existencia de movimientos armados en las otras fronteras antioqueñas. Por esto el gobierno de Antioquia había protestado, a través de comunicaciones, no sólo contra Bolívar, sino también contra el Tolima95. Con relación a las fuerzas llegadas de otros Estados al de An­ tioquia, se indicaba que a pesar de que el gobierno pudo acabar con ellas desde un principio, no lo había hecho por no dar ningún paso que pudiera comprometer las buenas relaciones entre los Estados; tales fuerzas finalmente se retiraron, aunque llevándose elementos de guerra pertenecientes a Antioquia. Se anota, además, que dichas 200 93 Ibíd., f. 113v. 94 Ibíd., f. 114r. 95 Ibíd., f. 114v. 96 Ibíd., f. 114r. 97 Ibíd., f. 115 r y v. 98 Ibíd., f. 117v-120r. MIGUEL BORJA acciones militares habían empezado a obstaculizar el comercio, im­ pidiendo el tráfico de mercancías entre los Estados96. Ante esto, se indicaba que bien podía el gobierno de Antioquia decretar la pri­ sión de las personas nacidas en Bolívar y confiscar sus propiedades en el territorio antioqueño, pero que fiel a sus propósitos de paz se había abstenido de hacerlo y esperaba no tener que llegar a es­ tos extremos. El gobierno de Antioquia solicitaba la libertad de los presos políticos antioqueños en Bolívar, de “sus embajadores”, que siguiera el “Estado de paz” entre Antioquia y los otros Estados de la Unión, especialmente entre los Estados vecinos y amigos, y que se restablecieran las comunicaciones oficiales entre los Estados, con el fin de asumir el reconocimiento del nuevo gobierno de Antioquia y poder llevar a cabo su cambio interno en uso de su autonomía, con miras últimas de evitar la guerra. Si así no se procedía, Antioquia estaba, por tanto, en libertad de continuar armándose para hacer respetar su soberanía y para afianzar la paz exterior97. Finalmente, se señalaba que el hecho de que Antioquia hubie­ ra efectuado un cambio político interno no era razón alguna para declararle la guerra, pues debía imperar la justicia y el derecho, por lo cual Antioquia esperaba que su soberanía fuera respetada, como la de los demás Estados. Ahora bien, si existía algún motivo para declararle la guerra era preciso, en primer lugar, apelar a los medios de conciliación, la transacción, la mediación, el arbitraje, medios previstos por el derecho internacional, el cual hacía parte de la legislación colombiana. En todo caso, ni el congreso ni los Es­ tados podían entrar en el territorio antioqueño ni hacer la guerra a dicho Estado98. Además, se estimaba que para hacer la guerra era necesario declararla, y declararla bajo motivos ciertos y reales que obligaran a emplear la fuerza. Nada de esto se daba en la situación de la época, a pesar de lo cual Antioquia había empezada a ser tra­ tada como un enemigo, sin que se le hubiera declarado la guerra. Para Antioquia era urgente que se pusiera término a la ilegitimidad en que se había colocado al nuevo gobierno; por eso demandaba que se hiciera explícito el reconocimiento del gobierno antioqueño 201 por parte del gobierno de la Unión y los de los otros Estados. Ante el no reconocimiento del gobierno de Antioquia por parte de los Estados, no debían extrañarse sus aprestos militares, los cuales no tenían por objeto llevar la guerra a los demás Estados ni turbar l.i paz de la Unión, sino prepararse para su legítima defensa". 2.6 EL IMPACTO DE LOS ESTADOS NACIONALES EN LA TIPOLOGÍA DE LA GUERRA Si se parte del hecho de que las diferentes regiones de Co­ lombia durante el siglo XIX tendían a organizarse como Estados políticos, como Estados nacionales, podemos darle una mirada di­ ferente a las llamadas “guerras civiles” de dicha época y constatar que en realidad en el territorio colombiano se presentaron por lo menos dos tipos de guerra, civiles e interestatales, como ya se ana­ lizó. Incluso, si se toma el espacio de la República como un espaciomundo, se podría hablar de “guerras internacionales”, cuando los Estados Soberanos se enfrentaban al gobierno general. Durante la Guerra Federal se percibe el enfrentamiento en­ tre los Estados Soberanos, que se reclaman como Estados para ha­ cer la guerra. Así, en una carta dirigida a Mosquera el 3 de enero de 1861, se muestran las tensiones entre el Cauca y Antioquia que llevan a conflictos armados con motivo de los juegos políticos. En la misiva se informa que se viene preparando un ataque al Estado del Cauca por parte de Antioquia, para lo cual ya se han empren­ dido movimientos marciales, cuyo objetivo “casi se puede asegurar que es el de atacar al Cauca, pues como he dicho, cuentan con que allí no hay fuerzas, y que se pondrán en posesión del Valle con las mayores facilidades”99 100. Se sostiene que el Cauca no debe confiar en Antioquia, máxime cuando allí se ha dado orden de “tomar las armas” con el fin de sostener el gobierno de Mariano Ospina, en dificultades con el del Estado del Cauca: “En el Cauca deben estar siempre alertas y prevenidos pues Antioquia no es digna de con­ fianza en las actuales circunstancias y es muy probable que tenga el plan de atacar [...]. En verdad se nos amenaza por los antioqueños 202 99 Ibíd., f. 118r. 100 ACC, carta de Vicente Gutiérrez de Celis a Tomás Cipriano de Mosquera, Fon­ do Mosquera, 643, sig. 39987. 101 Loe. cit. 102 ACC, carta de Vicente Gutiérrez de Celis a Tomás Cipriano de Mosquera, Fon­ do Mosquera, 646, sig. 39988. 103 ACC, comunicación de Eliseo Payán a Tomás Cipriano de Mosquera, Cartago, enero 5 de 1861, Fondo Mosquera, 648, sig. 40669. 104 AGN, La neutralidad de Antioquia, Medellín, 13 de mayo de 1869. República, Archivo Histórico Restrepo, 32, f. 241v. 105 Ibíd., f. 241v. 106 Ibíd., f. 242r y v. MIGUEL BORJA enemigos de la libertad y de los santos derechos de la soberanía de los Estados”101. Igualmente se anota: “Siempre he manifestado mi desconfianza respecto a Antioquia Ellos se organizan y no desperdician un momento para atacarnos, pero nosotros también estamos vigilantes para no dejar atropellar la soberanía del Esta­ do”102. En el mismo sentido se pronunció en Cartago Elíseo Payán el 5 de enero de 1861: “Es un hecho que el círculo oficial de Antioquia se esfuerza por invadir al Cauca”103. Situación similar se vivía en Antioquia, Estado en donde se consideraba que la actitud amenazante del Cauca hacía necesario prepararse para la guerra. Se estimaba que Mosquera para poder declarar la guerra contra el gobierno federal debía conseguir los recursos necesarios para sostener su ejército. Recursos que no po­ día suministrarlos el Cauca, por lo cual se preveía que Mosquera pretendería conseguirlos en Antioquia: “Es natural que aprove­ chándose de nuestra imprevisión, invada al Estado para proporcio­ nárselos”104. Se aseguraba igualmente que “en el Cauca se hablaba de pagar con el dinero que dará Antioquia el importe de esas depre­ daciones que el gobierno llama expropiación; y bien sabido es que Antioquia no dará dinero sino por la fuerza. Todo esto convence de que no sólo hay posibilidad sino probabilidad de que Antioquia sea invadida por el Cauca”105. En todo caso, se opinaba que el Estado debía declararse en guerra para impedir la pretensión del Cauca de invadirlo: era necesario armarse, prepararse para la guerra106. Estas tensiones entre el Cauca y Antioquia eran recurrentes. Así, en una carta fechada en Cartago el 7 de febrero de 1861, se informa que ya se había invadido el Cauca: “Una vez rotas las hosti­ lidades contra nosotros por el círculo oficial de Antioquia, el honor 203 del Cauca está comprometido y el listado se halla en el debri <lc humillar dicho círculo”107. La diferenciación entre guerras civiles y guerras interest al ti­ les se puede comprobar en un mensaje del gobierno de Antioquia, fechado el 22 de octubre de 1865. La comunicación plantea la m utilidad de enviar fuerzas armadas antioqueñas al Tolima, pues considera que los levantamientos armados en el Cauca son de ca rácter interno, esto es, guerras civiles. Para quien escribe la nota, se trata de una equivocación del presidente de la Unión, motivada por las exageradas noticias recibidas de los movimientos en el Cao ca, exageración que llevó a que se dudara del verdadero caráctei de la revolución del Cauca, hecho derivado de las circulares de In Secretaría del Interior y Relaciones Exteriores, que hicieron crecí que la revolución se proponía atacar al gobierno de la Unión. Esta creencia se vio consolidada por las tensiones en Antioquia, Magda lena, Bolívar y Panamá, Estados en donde se llevaban a cabo levan tamientos armados que indujeron cambios en la esfera del poder. Para el redactor del documento señalado, aunque era verdad que las crisis del Magdalena, Bolívar y Panamá no habían alarmado al gobierno nacional, dicha calma tenía fundamento en el hecho de que las guerras civiles en esos Estados habían tenido lugar entre dos fracciones del partido dominante en la República (el liberal) y al cual pertenecía el gobierno nacional, por lo que ninguno de los dos partidos contendores estaba interesado en presentar a su anta­ gonista como sospechoso de perturbación de la paz. Frente al caso del levantamiento del Cauca, se insistía en que no afectaba sino al gobierno de ese Estado, situación considerada similar a la que se presentó con la revolución en Antioquia que llevó al poder a Pedro Berrío. Se recuerda cómo, a pesar de que el gobierno conservador en Antioquia manifestó su obediencia al gobierno de la Unión, tuvo en su contra adversarios interesados en desatar la guerra, bajo el pretexto de que el Estado se había rebelado o pretendía rebelarse contra el gobierno nacional, y de que los revolucionarios eran miem­ bros del partido conservador. Se argumentaba que en ese año de 1865 probablemente le pasaba al Cauca lo que en 1864 le sucedió a 107 204 ACC, carta de Elíseo Payán a Tomás Cipriano de Mosquera, Cartago, febrero 7 de 1861, Fondo Mosquera, 661, sig. 40679. Ant ioquia, pues eran los conservadores quienes se habían pronun< i.ido contra el gobierno local, y esto bastaba para que mil voces se levantaran en toda la República tratando de persuadir al gobierno nacional de que se le quería hacer la guerra. Por ello era necesario que el presidente de la Unión y sus copartidarios fueran prudentes I >a ra no dejarse azuzar por las partes contendoras en el Cauca y adinitieran como lícitas las guerras civiles en los Estados108. En el documento se insistía en que el verdadero carácter de la revolución del Cauca era la de un movimiento puramente local, como se manifestaba oficialmente por parte del jefe de la revolución en una nota que había visto la luz pública en el Boletín Oficial de Antioquia109. Por otro lado, se indicaba que la guerra del Cauca no había perturbado la situación interior de Antioquia, donde se gozaba de paz. Para no romper esta situación, se planteaba que no era oportu­ no atender los llamados del gobierno de la Unión para levantar una fuerza armada, pues esto haría que cundiera la alarma a lo largo y ancho de Antioquia, creándose una situación de guerra que llevaría a que las empresas se paralizaran, se introdujera la desconfianza en el comercio y en todas las industrias, y los ciudadanos se pregun­ taran unos a otros cuál sería la causa de una medida tan grave y de tanta trascendencia, puesto que en el Cauca no existía sino una guerra local, que no amenazaba ni al orden interior de Antioquia ni la paz general de la República: 108 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 966, Folio 138r. 109 Ibíd., f. 138v. MIGUEL BORJA Y es de advertirse que por la índole de sus habitantes, por la naturaleza de las especulaciones, por la organización social de este Estado, por lo ímprobo del trabajo con que la generalidad de sus habitantes tienen que derivar su subsis­ tencia de un suelo en su mayor parte ingrato, ninguno se resiente más ante cualquier alarma de guerra. Este es un verdadero mal de todas las partes, pero este mal es mayor en Antioquia. Cierto es que cuando las libertades públicas peligran o han perecido ya, o cuando la salud de la patria lo exige, todos aquellos inconvenientes deben posponerse, y los pueblos se ven en el caso de sacrificar a la causa na­ cional su tranquilidad y aun su existencia; pero aquí aún 205 no ha llegado ese caso. No existe en la actualidad sino una guerra doméstica en un Estado vecino, semejante a las que han ocurrido en los Estados de la costa, con la sola diferen­ cia de que en el Cauca la lucha es de conservadores contra liberales, y en la costa ha sido y es de liberales contra libe­ rales: una guerra idéntica a la de Antioquia en 1863 y enero de 1864, en que luchaban conservadores contra liberales, y que no se tocó para nada con el gobierno general110. En términos generales, se termina señalando que Antioquia se rehúsa a colaborar con el gobierno de la Unión, armando un ejército para atender la insurrección de 1865 en el Cauca. En su respuesta, la Secretaría de Guerra y Marina enfatiza en que con forme al artículo 9o de la Constitución Nacional, las autoridades de los Estados tienen el deber de cumplir y hacer que se cumplan y ejecuten las órdenes y los decretos del presidente de la Unión, sin que en ninguna parte se les haya autorizado para suspender la ejecución de ellos; también recalca que no podrá formarse admi nistración federal estable si el presidente de la Unión ha sentido contrariada su confianza al ver que el gobierno de Antioquia por sus recelos no correspondía a la exigencia que en un momento se le hizo; que el contingente pedido al Estado de Antioquia, que tenía por objeto completar el pie de fuerza para el tiempo de paz, no era un contingente de guerra, pero el mantenimiento de la paz lo hacía indispensable; que era necesario tomar las más obvias previsiones para que las turbaciones del orden en los Estados no perdieran el carácter puramente local; que era al poder ejecutivo de la Unión a quien le incumbía decidir, por los antecedentes de todo género que pueda tener a su alcance, cuándo una conspiración o rebelión afec­ taba el orden general o local; que respecto del carácter de la lucha que inició el pronunciamiento de Cartago, al cual correspondió el ataque de Zipaquirá y Honda, debía tenerse presente que no sólo el asalto a las fuerzas de la Unión, sino las vociferaciones de los sublevados, el carácter banderizo de todos ellos, la simultaneidad y el número de los pronunciamientos, demostraba que se tramaba una formal conspiración contra el orden general establecido por la Constitución de Rionegro111. 206 110 Ibíd., ff. 139v-140r. 111 Ibíd., ff. 133v-134r. 112 Ibíd., ff. 226r-228v. 113 Loe. cit. MIGUEL BORJA De la misma manera, el gobierno de Cartagena planteó la ait nación de orden público que se vivía a lo largo de la costa atlánI ica. De acuerdo con él, desde Cartagena se estaba planeando una invasión a Panamá, situación que había llevado al presidente de Bolívar a tratar de impedirla, a pesar de lo cual venían ocurrien­ do eventos perturbadores de la tranquilidad pública en los Estados litorales vecinos. Estos hechos hacían imperiosa la necesidad de adoptar medidas para salvaguardar la Constitución, en particular el inciso 11 del artículo 66 de la Carta Federal, que ordenaba al go­ bierno general impedir cualquier agresión armada de un Estado de la Unión contra otro de la misma, o la agresión contra una nación extranjera112. Para quien suscribe la comunicación, los esfuerzos mancomunados de los líderes expulsados del poder público en Pa­ namá, Magdalena y Bolívar, con la intención de recuperar el poder perdido y “sojuzgar a los pueblos”, era ya un hecho notable. El pro­ blema era que las tentativas de los rebeldes obligaban al gobierno general a entrar a considerar su participación en la contención de dichos levantamientos, ya que ellos desbordaban el ámbito de la guerra civil debido a que no estaban encaminados a luchar en con­ tra del gobierno propio de cada Estado, sino que al mismo tiempo que se atentaba contra la autonomía de los Estados, se desafiaba al gobierno nacional. Era lo que se comprobaba con la invasión a Panamá por parte del Cauca. De esta forma, se creía que una parte importante de los Estados Unidos de Colombia se encontraba en estado de guerra, ya no interna, sino también interestatal113. Al mismo tiempo, se informaba que venían dándose movi­ mientos insurreccionales en la ciudad de Riohacha, asunto que reclamaba la atención del gobierno nacional, puesto que dichos movimientos tendían a desbordar el territorio del Magdalena, amenazando la tranquilidad del Estado de Bolívar. Es más, se ha­ bía podido comprobar que el levantamiento en Riohacha apoyaba la agresión caucana ya consumada en Panamá. Lo que se estimaba de mayor gravedad eran los planes para invadir el Estado de Maracaibo, en la República de Venezuela, apo­ yando las pretensiones y aspiraciones de un general de aquella Re- 207 pública, asilado en el Magdalena. Estos intentos de llevar la guerra más allá de “las fronteras” de la Unión motivaron que fuera en­ viado desde Venezuela un funcionario público cuya misión estaba relacionada con los actos que el supuesto general venía realizando desde el Magdalena; al parecer, la formación de un contingente in­ vasor en contra del gobierno de Maracaibo114. Esta última tensión muestra de qué manera la inexistencia formal del trazado de lí­ mites entre las dos Repúblicas daba lugar a que se emprendieran “aventuras insurreccionales” desde ambas partes de la frontera, la cual, de acuerdo con los imaginarios geohistóricos de la época, era una frontera abierta donde circulaban con facilidad los actores de la guerra. Otros documentos de la época también indican la existencia de guerras interestatales entre los Estados Soberanos de la Confede­ ración: “Antioquia no levantó la vieja bandera de los partidos, sino la de la ‘soberanía de los Estados’ ”115. También se puede mencionar una comunicación fechada el 15 de febrero de 1879 en Buga, en la cual se afirma que el Estado del Cauca se encuentra de nuevo en si­ tuación de guerra con Antioquia116. Que los intereses de los Estados estaban por encima de otros, lo muestran las siguientes palabras de Emiro Kastos: Ya que hablamos de guerras civiles, viene a cuen­ to indicarle a usted que sería altamente ventajoso que los hombres que dirigen y encabezan la opinión en Antioquia popularicen el siguiente principio: no intervenir ni tomar cartas en los negocios, ni en las disensiones de los otros Es­ tados federales. ¿Que hay revoluciones en Bogotá, en Pasto, en el Cauca, en el Magdalena o en cualquier otra parte? Pues que se arreglen como puedan. Antioquia no debe gastar un escudo ni derramar una gota de sangre sino por los intere­ ses de Antioquia, y guardar neutralidad absoluta mientras no ataquen sus fronteras. En gran manera le conviene a este Estado el aislamiento para no ligarse con el porvenir de dis­ cordia, anarquía y disolución que le espera a la Nueva Gra­ nada. Su situación excepcional y su territorio montañoso 208 114 Ibíd., ff. 227r-228v. 115 Carta de Marceliano Vélez al Comité Central del Partido Conservador, Palen­ que, diciembre 7 de 1876. En: Tirado. Op. cit., p. 158. 116 AGN, República, Secretaría de Guerra y Marina, 966, ff. 242r-244v. e inexpugnable lo autorizan para vivir tranquilo y sereno, aunque el país esté entregado a las mayores agitaciones117. En definitiva, es necesario tener en cuenta a Felipe Pérez, quien sostenía que la guerra civil de 1859-1862 no puede ser considerada como una guerra común de partidos, sino como una guerra de gobiernos hecha por los trámites establecidos en la ley de las naciones entre be­ ligerantes de un mismo carácter, de iguales fuerzas y con toda la justicia de parte de los Estados. No eran partidos aislados los que se defendían: eran ejércitos de los Estados. No eran caudillos los que peleaban: eran los gobiernos de los Estados118. Este tipo de guerra era el que Angel Cuervo buscaba evitar en 1860 a través de la convocatoria de “una Convención, como un ar­ bitrio extraordinario para salvar la unidad nacional y librar al país de los horrores a que lo condujeran una guerra de Estados contra Estados y de supremos contra supremos”119. En síntesis, estamos frente a guerras interestatales entre los Estados de la Colombia Federal. 2.7 LOS PROBLEMAS DE LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL DE LOS ESTADOS-NACIÓN DE LA COLOMBIA FEDERAL Y SU IMPACTO SOBRE LA GUERRA 117 Emiro Kastos, Artículos escogidos. Bogotá, Banco Popular, 1972, p. 282. En: Tirado, óp. cit., p. 160. 118 F. Pérez, óp. cit., p. 264. 119 Cuervo, óp. cit., p. 53. MIGUEL BORJA Uno de los problemas centrales de la conformación de los Es­ tados de la Colombia Federal tenía que ver con la delimitación y la organización de sus territorios, asuntos que en diversas ocasiones favorecieran el desencadenamiento de conflictos armados en el es­ pacio geohistórico de la guerra. Los ejemplos más evidentes son cuando alguno de los Estados decide abandonar la Confederación y crear un nuevo Estado en alguna parte de la República, y los mo­ mentos en que los Estados se disponen a enfrentar las posibles o reales invasiones a su territorio y las tendencias separatistas de 209 sus partes. Lo primero ocurrió en la Guerra de los Supremos y <>l conflicto de 1859-1862; lo segundo y lo tercero se presentaron en diversas ocasiones, a lo largo de los años de 1858-1885. En consecuencia, para comprender la génesis de la guerra y sus espacios geohistóricos, es apropiado tratar de establecer la reía ción entre organización territorial y conflicto bélico, cuestión <|ii<; además permitirá dar respuesta a interrogantes como los siguien tes: ¿Cuáles eran los sentidos del espacio, los proyectos geopolíl icos de las elites y los pueblos que portaban dichos ideales?, ¿hacia dón de se orientaban?, ¿cómo ellos influían sobre los actores armados?, ¿de qué manera coadyuvaban a la génesis de los conflictos bélicos y de un teatro geohistórico de los mismos? 2.7.1 Las tendencias separatistas Uno de los mayores problemas de la organización territoria I de la Colombia Federal tenía que ver con las manifestaciones sepa ratistas de algunos Estados, corrientes que en diversas ocasiones iniciaron movimientos de fragmentación del territorio de la Con federación, haciendo que surgieran separaciones territoriales que amenazaban con hacer añicos el mapa de la República, y que gene­ ralmente se resolvían a partir de la guerra. Así ocurrió durante la Guerra de los Supremos y los acontecimientos armados entre 18591862. Si no se tiene en cuenta la guerra que comienza en 1812 y finaliza en 1814, y que corresponde a esta misma lógica, el primer movimiento de amplio espectro en este sentido se llevó a cabo des­ de los años cuarenta, como preámbulo a la Colombia Federal. En noviembre de 1840 circuló un pronunciamiento por me­ dio del cual se desconoció al gobierno de la Nueva Granada y se declaró a la provincia de Cartagena como Estado Soberano120. Los rebeldes se reunieron el día 19 de octubre de 1840 en la casa muni­ cipal, y con el supuesto fin de remediar los males del país y consi­ derando la falta de fuerza física y moral del gobierno, la guerra del sur con Ecuador y los pronunciamientos de muchas provincias del interior, de la de Santa Marta y de algunos cantones de la provincia de Cartagena; teniendo en cuenta que en tal situación el gobierno 120 210 AGN, República, Archivo Histórico Restrepo, Revolución Federalista, 48, f. 55r. 121 Loe. cit. 122 Loe. cit. 123 Loe. cit. 124 Ibíd., f.334. MIGUEL BORJA no podía realizar sus tareas, ni cumplir sus compromisos, y que los errores graves de la administración ejecutiva habían motivado el general descontento que anunciaban los referidos pronunciamien­ tos; asimismo, mirando que era necesario que la provincia de Car­ tagena se procurara por sí misma las garantías que ya el gobierno no podría darle, convinieron en separar a la provincia del gobier­ no de la Nueva Granada121. Los rebeldes organizaron un gobierno compuesto por un jefe superior militar, un gobernador político y cuatro consejeros122, quienes quedaron encargados de nombrar a las autoridades judiciales, políticas y municipales necesarias, y de organizar el gobierno del Estado. Se estipulaba que los ciudadanos quedaban con la posibilidad de aceptar o no dichas condiciones, y en el último caso quedaban en libertad para trasladarse a otro lugar con sus haberes y familia; pero igualmente, se dejaba en claro que aquellos que se quedaran en el nuevo país y Estado, se compro­ metían a obedecer al gobierno provisional123. Tendencias separatistas se vivieron igualmente en otros lu­ gares del país frente al desespero de la guerra de 1841. Por ejemplo, en Popayán se reunieron el 13 de mayo de dicho año en la sala del concejo municipal los habitantes de la ciudad por convocatoria del jefe político del cantón, con el fin de discutir medidas para conse­ guir la paz pública frente a la guerra que se había extendido hasta agotar las rentas públicas en todas las provincias de la Nueva Gra­ nada, desgastando los campos por todas partes, disminuyendo la población y sumiendo a la República en un abismo de males124. De acuerdo con el jefe político del cantón, la lucha de los dos partidos en que se había dividido la nación daría sin duda triunfos alterna­ tivos para uno y otro bando, pero las armas no dejarían tras de sí otra cosa que desolación y muerte. Se hizo hincapié en que el go­ bierno de Bogotá, por obstinado que estuviera en llevar adelante la guerra civil, no podía desconocer el derecho de estos pueblos a con­ sultar en paz su seguridad, puesto que sus intereses particulares no tenían nada en común con Bogotá ni con otras poblaciones de 211 la Nueva Granada, para que hubiera de insistirse en mantencrliw unidos bajo un mismo gobierno, que no les convenía125. Después de las discusiones, se aprobó por unanimidad m viar una comisión ante el gobierno de Bogotá para negociar un <:<;•« al fuego y facilitar las tareas de una comisión de paz. Esta acción, encaminada a tratar de suspender el conflicto armado por parir de la sociedad del Cauca, no fue bien vista por los encargados del gobierno del cantón y de las fuerzas militares del sur del país. Asi, el envío de la comisión no fue autorizado, bajo el argumento de que separadas como estaban ya las provincias del sur, constituyendo un nuevo régimen, el gobierno de Bogotá no tenía derecho alguno para continuar el bárbaro sistema de una guerra irregular y desas trosa. Se señalaba que el concejo municipal podía, sin obstáculo por parte del gobierno caucano, realizar gestiones ante Bogotá por medio de comunicaciones oficiales, pero que no se autorizaba man dar comisionados, pues la experiencia indicaba que los caudillos de la facción de Bogotá que se burlaban de la Nueva Granada dándose el nombre de gobierno constitucional no respetaban el derecho de gentes. Se temía, por consiguiente, que cualquier persona destinada a llevar a Bogotá documentos o proposiciones que se opusieran al sistema de exterminio instaurado en la guerra, iría para ser sepul­ tada para siempre o cuando menos destinada a las mazmorras126. Como se ha ilustrado, en el camino hacia la construcción de comunidades políticas imaginadas no se dudaba en separarse de la Confederación cuando se consideraba amenazada la soberanía te­ rritorial. Un Estado como el del Cauca no tuvo problema alguno en proclamarse como nación independiente, separándose del resto del país, al calor de la guerra. Durante la confrontación de 1860 se ex­ pidió en Popayán el célebre decreto del día 8 de mayo de 1860, por el cual el Estado se separaba de la Confederación. El decreto dispo­ nía que desde esa fecha el Cauca asumía la plenitud de su soberanía y no continuaba en relación con los poderes nacionales127. De esta manera, se abrió paso la orden para que se dejaran escuchar las 125 212 Ibíd., f. 334ry v. 126 Ibíd., ff. 334v-335r. 127 Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Tomo X, p. 323. “cornetas de la guerra”128. Nació así otro Estado al sur del país, y la Confederación perdió la mayor parte de su territorio, hasta que los vencedores en la guerra restablecieron la unidad de la República. 2.7.2 La defensa del territorio del Estado 128 Ibíd., p. 336. 129 Felipe Pérez, Geografía física y política de los Estados Unidos de Colombia. Escrita por orden del gobierno general, p. 52. 130 Ibíd., p. 50. MIGUEL BORJA Por otra parte, es posible vislumbrar que el sentido del espa­ cio exhibido por quienes dirigían la guerra estuvo orientado a for­ talecer la defensa del territorio de cada uno de los Estados, como garantía del ejercicio de la soberanía. Se defendía el territorio fren­ te a las tendencias expansionistas de los vecinos y ante la posibili­ dad de que las guerras civiles se desbordaran de sus contenedores territoriales. Las tensiones generadas por la defensa de los que eran con­ siderados como espacios de cada una de las naciones integrantes del país fueron sucesos constantes a lo largo del siglo, y en diver­ sas ocasiones motivaron movimientos armados. Así sucedió, por ejemplo, entre Antioquia y sus vecinos, y entre Cundinamarca y el Tolima. El Tolima fue creado al calor de la guerra el 12 de abril de 1861 por un decreto especial del presidente de facto de los Estados Unidos de la Nueva Granada, general Tomás Cipriano de Mosque­ ra129. ¿Al sentido de defensa del espacio podemos achacar la crea­ ción del Estado del Tolima? El Tolima era un Estado que Felipe Pé­ rez consideraba sin historia y creado como un tapón entre el Cauca y Cundinamarca, después del triunfo de las fuerzas caucanas en la guerra de 1859-1862130. Para las elites dirigentes del Cauca, la mejor manera de colocar una talanquera entre Cundinamarca y el Cauca era organizar un Estado tapón que permitiera contener los desplazamientos cundinamarqueses y facilitar los de los caucanos en las largas marchas por el poder de la Unión. La creación del Toli­ ma fue el mayor desmembramiento territorial de la segunda mitad del siglo XIX, Cundinamarca perdió buena parte de su margen oc­ cidental, y además muestra cómo la guerra crea Estados. 213 De ahí, en parte, que existieran tensiones permanentes y movimientos de violación de la soberanía territorial entre Tolim.i y Cundinamarca; Cundinamarca consideraba al Tolima su “tierra caliente”, una parte de su territorio pérdida en las confrontaciones político-militares de la Guerra Federal. Una de ellas se dio a finales de 1879 cuando desde Cundinamarca se pretendió invadir al Toli • ma. Por lo menos desde el 24 de septiembre de 1879, el gobierno del Tolima recibió informes de la preparación de una revolución contra su gobierno por los lados de Tocaima, apoyada en auxilios prepara­ dos en Cundinamarca, ante lo cual el presidente del Tolima decidió declarar el estado prebélico131. En el orden de ideas anterior, el 9 de noviembre de 1879 se registraron varios hechos. En primer lugar, se hicieron pronuncia­ mientos en el centro del Estado, desconociendo el régimen legal en el distrito de Natagaima. También se dieron levantamientos en Pu­ rificación, el Guamo y Ortega. Asimismo, una expedición organiza­ da en la capital de la República invadió por el distrito de Melgar al Estado en son de guerra. Los invasores se dirigían a Purificación, en donde debían reunirse con los pronunciados de Ortega, Natagai­ ma y el Guamo. Ante esto, el prefecto del departamento, con más de 400 hombres y en cumplimiento de las órdenes del gobierno, se trasladó a Coello para ponerse en comunicación con las fuerzas del norte. La mayor parte de los propietarios de El Espinal y pueblos circunvecinos, comprendiendo que dicha revolución no tenía por objeto principal sino “saquear las poblaciones”, se apresuraron a ponerse a disposición del prefecto. El gobierno del Estado abrigaba plena confianza en que el orden público se restablecería pronto, pero juzgaba que el Tolima debía mostrarse lo más fuerte posible, con el fin de que en lo sucesivo dejará de considerarse al Tolima como un Estado débil, cuya tranquilidad podía ser turbada por “una partida de aventureros”132. Ya el 7 de noviembre de 1879, el presidente del Estado informaba a los tolimenses la declaratoria de guerra, de la siguiente manera: 214 131 AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, ff. 482-483. 132 Estados Unidos de Colombia, Estado Soberano del Tolima, Boletín Oficial número 13, Neiva, 9 de septiembre de 1879, AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, f. 489. Una expedición organizada en la capital de la Repú­ blica, compuesta de individuos que en su mayor parte no son tolimenses, ni tienen intereses, ni motivos de afección, ni causa alguna que los ligue a la suerte del Estado, ha invadido su territorio rebelándose contra el gobierno legítimamente constituido. La guerra, con su cortejo de males, traída por gentes extrañas, viene por una vez más a asolar los fértiles valles del Tolima [...] ¿Qué pretexto, qué programa político, qué aspiraciones guían a los enemigos gratuitos del Estado para venir a turbar su marcha próspera y entrabar el pacífi­ co y legal mantenimiento de nuestras instituciones? Sólo la ambición desmedida de poder, contra la mayoría de la opi­ nión de los tolimenses; la tendencia filibustera de los incon­ gruos de la capital de la República; y hasta el predominio de criminales reclamados por los tribunales de justicia La necesidad de llamaros a las armas para defender no sólo la soberanía y la dignidad del Tolima, sino también vuestros hogares, vuestras familias y vuestros intereses seriamente amenazados por una revolución que tiene todos los carac­ teres de una guerra social [...]. Tolimenses: la campaña que os veis obligados a emprender será corta, pero con ella se establecerá el precedente de que no se violan impunemente los derechos de un pueblo pacífico y honrado133. 133 Estados Unidos de Colombia, Gaceta del Tolima, Órgano del Gobierno del Estado, Neiva, noviembre 7 de 1879, AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, f. 490. MIGUEL BORJA Cada uno de los Estados tendía a defender su soberanía terri­ torial, su espacio geográfico, el ámbito espacial que consideraban el contenedor natural de sus proyectos como sociedad y como entidad política. Los gobiernos fueron celosos guardianes de los núcleos centrales de su marco geográfico y concebían como una agresión inadmisible los movimientos que se daban en sus territorios por los otros Estados, e incluso por parte del gobierno general. Dichos movimientos eran estimados como una declaratoria de guerra. 215 2.7-3 Las tensiones en las zonas fronterizas Los problemas de la delimitación del territorio de los Estados y su organización llevaron a la existencia de tensiones en las zonas fronterizas. Estas zonas, en particular la frontera entre el Cauca y Antioquia, eran proclives al desarrollo de conflictos armados, y en ellas se jugaba constantemente con la guerra. La frontera ent-re Antioquia y Cauca era un lugar donde muchas veces se organizaban fuerzas que invadían los territorios de los Estados, con el propó­ sito de tratar de generar enfrentamientos interestatales. Así fue entendido en la Antioquia de Pedro Justo Berrío, cuando se trató de apagar estratégicamente cualquier conato de disturbio que se presentara en la frontera sur, con el objetivo de no dar motivos que llevaran a confrontaciones armadas con el Cauca y así mantener en el poder el gobierno conservador, surgido en la guerra civil de 1863. Con este fin, en enero de 1864, el comandante de operacio­ nes sobre el norte del Cauca tomó medidas para impedir que en los pueblos y lugares fronterizos se secundaran los movimientos revolucionarios que habían tenido lugar en Antioquia. En dicha co­ yuntura, y con el fin de consolidar el nuevo gobierno de Berrío, se decretó que no se podía pasar a los pueblos del antiguo cantón de Supía sin pasaporte de las autoridades de los distritos fronterizos. Se colocaron destacamentos en los caminos de tierra y pasos del río Cauca para exigir el pasaporte. Igualmente, se prohibió el comercio de elementos de guerra, como pólvora, plomo y armas, con los pue­ blos del antiguo cantón y, por último, se ordenó reclamar a los re­ volucionarios los asilados que estaban en territorio antioqueño134. El problema se debía a que en el cantón de Supía, al extremo nororiental del Cauca, se presentaron movimientos secesionistas que buscaron desprenderse de dicho Estado y entrar a ser parte de Antioquia135. Ya en 1851, algunos conservadores de Supía se pro­ nunciaron a favor de sus copartidarios antioqueños y declararon la anexión del cantón al Estado Federal de Antioquia136. 216 134 Luis González, Ocupación, pohlamiento y territorialidades en la vega de Supía, 1819-1950. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2002, p. 161. 135 AGN, República, Gobernaciones Varias, 23, f. 124. 136 Cardona, Los caudillos del desastre, óp. cit., p. 191. En 1861, los vecinos de Riosucio suscribieron un acta que en una de sus partes contenía la siguiente propuesta: La junta encarece tanto al gobernador del Estado como a la Asamblea Constituyente el que atendiendo a la si­ tuación topográfica de este distrito, a su comercio y relacio­ nes exclusivas con los pueblos de Antioquia y la incapacidad en que se hallaron siempre legisladores y gobernantes que no conocen ni el territorio, ni el carácter, índole y necesi­ dades de sus habitantes, soliciten al Congreso Nacional la segregación tanto de este distrito como los que forman el Cantón de Supía, para ser anexados al Estado de Antioquia, siquiera en premio de ser los primeros en el norte del Esta­ do que, sacudiendo la opresión que se ha hecho sobre él, han enarbolado también la bandera de la unión federal137. 137 Diario Oficial de los Estados Unidos de Colombia. Bogotá, octubre de 1861. En: Cardona, óp. cit., p. 116. 138 Loe. cit. 139 AGN, República, Gobernaciones Varias, 23, ff. 123vy 124r. 140 Ibíd., f. 124v. MIGUEL BORJA Igualmente, los vecinos del distrito de Ansermaviejo solici­ taron la anexión de dicho distrito al Estado de Antioquia, “a quien la naturaleza y nuestras relaciones nos tiene ya unidos”138. Las tensiones que se daban entre el cantón, de colonización antioqueña, y las autoridades del Cauca y de la Unión, había lleva­ do a que las gentes se levantaran de nuevo en armas, con toda la parafernalia de la guerra: robos, crímenes, allanamientos, etc., a lo largo y ancho del cantón y el valle del Cauca. Situación, que de acuerdo con los observadores de la época, era la misma que había vivido Antioquia bajo el anterior gobierno liberal. Para los observa­ dores, la situación que se inicia al nororiente del Cauca respondía a una serie de retaliaciones por sus nexos con Antioquia, situación que cada día tendía a empeorar, pues el gobierno del Cauca no oía el clamor de los pueblos del cantón de Supía y, por el contrario, había desplazado tropas desde el valle del Cauca con el fin de agredir a la población139. Ante dicha situación, los pueblos se alzaron el 9 de marzo de 1864 contra lo que consideraban una “guerrilla que los ti­ ranizaba”, haciendo retroceder las fuerzas del Cauca hacia el centro del Valle140. Paralelamente, se iniciaron movimientos separatistas 217 que argumentaron causa común con Antioquia y lanzaron la con­ signa de anexión a Antioquia e independencia del Cauca. En conse­ cuencia, los movimientos armados se fundamentaban, en parte, en problemas de organización territorial. Es precisamente lo que lleva al jefe civil y militar del cantón de Supía a proponer al gobernador de Antioquia que anexara dicho territorio y dispusiera la organi­ zación política conveniente a sus pueblos y el envío de una fuerza militar con los elementos y recursos necesarios a fin de defender­ se del gobierno del Cauca. Supía esperaba encontrar en Antioquia una “mano protectora” para separarse definitivamente del Cauca. La posición antioqueña fue ambivalente: no se comprometió con los movimientos seccionistas, pero tampoco cerró la puerta141. La posi­ ción de Antioquia en ese momento era de una fragilidad extrema: acababa de arrojar del poder del Estado a los vencedores de la guerra de 1859-1862, y además se enfrentaba al gobierno general y a los de los otros Estados en donde gobernaba el liberalismo; esos factores la obligaban a actuar estratégicamente frente al desbalance de poder. En su respuesta a los alzados en armas de Supía, las autori­ dades del Estado de Antioquia manifestaron que a partir del triun­ fo de la revolución en Antioquia se había instalado desde el 15 de diciembre de 1863 un gobierno provisional, asunto conocido por el gobierno de la Unión y el de cada uno de los Estados. Los go­ biernos nombrados sabían que el conflicto armado en Antioquia era una guerra civil y respondía a las luchas internas por el poder político. Por esto, se consideraba que los gobiernos debían recono­ cer el nuevo orden institucional antioqueño. Entretanto, se argu­ mentaba, no se podía, sin faltar a su deber, violar la Constitución ni entrometerse en las contiendas entre los habitantes y los gobier­ nos de los otros Estados. Por el contrario, debía guardar la estricta neutralidad que para estos casos prescribía la Constitución de la Confederación Granadina. Por las anteriores razones, el gobierno de Antioquia no podía aceptar los pronunciamientos de los pueblos del antiguo cantón de Supía de anexarse al Estado de Antioquia142. Se dejaba en claro que Antioquia miraba estos pueblos como hermanos, y estaba unida a ellos por estrechos vínculos de comer­ 218 141 Ibíd., ff. 125v-130r. 142 Ibíd., ff. 125v-126r. 143 Ibíd., f. 126r y v. 144 Ibíd., ff. 126v-127r. 145 Ibíd., ff. 128ry v-129r. MIGUEL BORJA ció, amistad y "sangre"; que ellos por sus relaciones y situación geo­ gráfica, además de que su población era antioqueña, debían de ser más antioqueños que caucanos. Por esto, Antioquia celebraría que pudiese llegar el día que por los trámites constitucionales y por las vías pacíficas quedaran incorporados dichos pueblos a ese Estado143. Por consiguiente, se consideraba que por el momento no era posible aceptar los pronunciamientos realizados en el cantón de Supía de anexión a Antioquia, pues no podía intervenir en los asuntos in­ ternos del Cauca. Su deber era permanecer neutral mientras no se le obligara a variar de conducta. Se dejaba eso sí en claro, que si el gobierno general o el Estado del Cauca atacaran la soberanía de Antioquia y le hicieran la guerra, y si continuaba por algún tiempo el desconocimiento legal en que se mantenía al Estado, entonces, en uso de sus derechos y consultando su propia seguridad y su exis­ tencia, obraría de acuerdo con los principios del derecho de gentes y optaría por los medios más apropiados para garantizar la seguridad interna, y no sólo atendería a ella, sino que iría a otros Estados con sus huestes aguerridas para “dar la mano” a los simpatizantes de su causa. Por esto se anunciaba que uno de los pueblos que recibirían cooperación y apoyo sería el antiguo cantón de Supía. En el momen­ to se comprometía Antioquia a ofrecer a los habitantes un asilo hos­ pitalario, sin distinción de colores partidistas144. Antioquia trataba de obtener el reconocimiento de su legiti­ midad y buscaba mantener la paz, pese a los proyectos que circula­ ban en el Congreso para declararle la guerra, al aislamiento en que se le mantenía con relación a los otros Estados, las fuerzas desple­ gadas en sus fronteras y la detención arbitraria de sus representan­ tes145. No eran, entonces, solamente tensiones políticas y religiosas las que existían entre Antioquia y otros Estados. Los problemas del poblamiento antioqueño del territorio del Cauca generaban movi­ mientos encaminados a reformar los límites interestatales, los cua­ les contribuían a caldear los ánimos prebélicos. Para los años de la Guerra Federal, el límite norte del Cauca era una frontera de tensión debido a las presiones militares desde 219 el distrito de Marmato: “La misma fuerza de Supía ha tenido In imprudencia de pasar al Cauca a ejecutar actos hostiles [...] fuerza» que invadieron nuestro territorio por el lado de Supía, comet iendo en él varios hechos atroces de hostilidad [...] mas la situación mi llegó a las hostilidades entre los Estados”146147 . Las fricciones entre quienes atizaban el fuego de la guerra en la frontera eran talen, que en algunos documentos se han señalado por lo menos cual n> incursiones desde el norte del Cauca a territorio antioqueño11 Igualmente, se registró que “un exiliado caucano en Antioquia, in vadió el Cauca por Villamaría y se proclamó jefe de la insurrección, respaldado por Buga y Toro. Las fuerzas conservadoras del antigiu > cantón de Supía, al mando de Lorenzo Villa, suscribieron un acta de apoyo y se mantuvieron en rebelión hasta noviembre”148 149. Una situación similar se presentó en 1879 en la misma fron tera, cuando el gobierno de Antioquia se vio obligado a reforzar sus anillos de seguridad: Con motivo de la situación de guerra en que se ha­ lla aquel Estado [...] y de la excitación de los ánimos que se notan en toda la República, es de temerse una conmoción general, y los gobiernos todos están en el deber de percibirse de esa situación y tomar las medidas preventivas necesarias para evitar la guerra. Por estas consideraciones [...] el gobier­ no de Antioquia ha dictado las providencias que ha estimado convenientes para poner a cubierto la autonomía del Estado, y al efecto ha cubierto con fuerza armada las fronteras sur y norte de su territorio, estacionando en el sur sus batallones 220 146 González, óp. cit., p. 158. 147 Loe. cit. 148 Ibíd., pp. 161-164. 149 "El permanente enfrentamiento entre el Cauca y Antioquia por motivos po­ líticos llevó a convertir los límites de ambas entidades territoriales en sitios apetecidos para la fundación de ciudades en tanto que ello representaba una fuerza para contener los avances del enemigo en caso de guerra. Antioquia impulsarla la fundación de Manizales en tanto que el Cauca favorecería la fun­ dación de Santa Rosa de Cabal, Chinchiná, Palestina y Condina. En todas estas poblaciones la mayoría de los colonos procedía de Antioquia, pero el Cauca se apresuraba a mantener el control político, religioso y militar para evitar que en determinado momento estas nuevas poblaciones se convirtieran en fuerzas que apoyaran al gobierno de Antioquia en contra del Cauca”. Víctor Zuluaga, La nueva historia de Pereira: Fundación. Pereira, Litoformas, 2005, p. 63. de Manizales a Abejorral y situando uno al frente de Marmato y otro en la ciudad de Jericó, y en el norte colocando un batallón en Remedios, otro en Yarumal y otro en Cam­ pamento. El jefe del ejército permanece en esta capital con las fuerzas de reserva. Hallándose en guerra un Estado ve­ cino y no presentando el resto de la República un aspecto de completa paz y seguridad, las providencias del gobierno de Antioquia tienen por objeto escudar la soberanía del Estado e intervenir normalmente en favor de la paz en general, para que se salven las instituciones del país150. 150 AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, f. 524. 151 AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, f. 531. 152 Ibíd., f. 330. MIGUEL BORJA En una nota posterior, fechada el 6 de mayo de 1879 en Me­ dellín y dirigida de nuevo al Secretario del Interior y Relaciones Ex­ teriores, se reafirma la manera como se desplegaban las fuerzas ar­ madas para defender el territorio de un Estado: “Me permito decir a usted nuevamente que el gobierno de Antioquia ha cumplido su deber, guardando la más estricta neutralidad en la actual guerra del Cauca, y si ha cubierto la frontera sur del Estado con fuerza armada, ha sido con el objeto de impedir una invasión a su territorio”151. De igual forma se pueden valorar las acciones que emprendió Rafael Núñez, a la sazón presidente del Estado Soberano de Bolívar, el 2 de junio de 1879. Núñez expidió un decreto para declarar en situación de guerra el territorio que comprendía las provincias de Barranquilla, Sabanalarga y Mompós, y todos los puntos ribereños del Estado en la línea del río Magdalena, de las provincias de Car­ tagena y El Carmen. Dispuso la organización de un servicio naval destinado a impedir cualquier tentativa de remisión de recursos de guerra al vecino Estado del Magdalena. El decreto se hizo teniendo en cuenta que el orden público había sido turbado en el Magdalena; el objetivo era impedir que fuera violada la neutralidad del Estado de Bolívar con el envío de recursos de guerra a cualquiera de los beligerantes152. Por la misma época, el secretario general de Bolívar indicaba que se habían comenzado a tomar medidas de defensa del Estado, ante las actividades en poblaciones vecinas de Antioquia de un di- 221 rigente partidario de la invasión de Bolívar por fuerzas antioque ñas. En consecuencia, la frontera norte del Estado de Antioquia era también una “frontera caliente”. Para el susodicho secretario, las actividades encaminadas a invadir a Bolívar habían reforzado el estado prebélico, por lo cual el gobierno estaba en la obligación de prestar una atención más cuidadosa al asunto de la “seguridad del territorio bolivarense”153. En los dos últimos casos, son diáfanas las acciones tendien­ tes a defender el territorio de los Estados y su soberanía cuando se daban conflictos armados en los Estados contiguos. Por consi­ guiente, allí donde se presentaban fronteras mal delimitadas o aún no demarcadas, existía la tendencia a que ocurrieran tensiones li­ mítrofes. Esta fue una situación permanente en la frontera entre Antioquia y el Cauca, donde el límite estatal era ambiguo. Se daban así diferentes fricciones fronterizas que fácilmente desembocaban en contiendas armadas o que ayudaban a alimentar los ánimos de la guerra. 2.7.4 El sentido del espacio, las tendencias expansionistas Asimismo, se encuentra que los diferentes Estados tenían en sus imaginarios la noción de espacios crecientes, una noción que implicaba la búsqueda de territorios en donde expandir la influen­ cia social y económica de cada uno de los Estados-nación en forma­ ción. Un ejemplo de las tendencias expansionistas lo constituyó la colonización antioqueña, la cual en los términos de la lógica de la guerra puede llegar a ser vista como una avanzada de frontera de Antioquia sobre los demás Estados, como el punto de partida de construcción de la Gran Antioquia, sueño de su clase dirigente. Los intentos de Antioquia por consolidarse como una nación llevaron a que desde los años de la Independencia surgieran fricciones con sus vecinos, como las ocurridas con el Chocó. Antioquia, a lo largo del siglo XIX, reclamó dominios sobre la margen derecha del río Atratc y el golfo de Urabá. La clase dirigente antioqueña fundamentó sus 153 222 Ibíd., f. 340. reclamaciones sobre la base de un proyecto de nación154. Fue agre­ siva la política expansionista que puso en marcha después de los sucesos de 1810: “Antioquia desarrolló una política expansionista hacia el norte del Cauca y el centro del Chocó con el objetivo de institucionalizar un espacio jurídico que correspondiera al espacio económico controlado por las relaciones mercantiles”155. Juan del Corral, en los inicios de la República, argumentaba que Antioquia necesitaba expandir su territorio por las fronteras de occidente con fines comerciales y de seguridad. Estas razones llevaron a que se enviara un comisionado a la provincia de Citará para negociar su anexión al territorio antioqueño. Los diputados de Citará y Novita rechazaron dichas pretensiones156. También se presentaron tendencias expansionistas en el caso del Cauca. Para buena parte de la clase dirigente del Cauca, su imaginario geopolítico los llevaba a tratar de expandir su esfera de influencia a lo largo y ancho de la nación. De hecho, el Estado del Cauca llegó a dominar más del 50% del territorio de la actual Colombia. Es más, buscó expandirse hacia el Ecuador, hecho condu­ cente a tensiones fronterizas de larga duración entre las dos nacio­ nes, fricciones expresadas en numerosos litigios que se arreglaron en conferencias, encuentros de ministros plenipotenciarios, diver­ sos arbitrajes o guerras (1832, 1862-1863). La frontera definitiva no se fijó sino a partir de 1916157. Las necesidades de expansión del Cauca se ligaban a las urgencias de la guerra, como se observó en las vísperas de la contienda de 1859-1862: “A nadie puede ocultarse que está en los intereses del general Mosquera, una vez lanzado en la senda revolucionaria, ensanchar el territorio de su dominación, no sólo para procurarse recursos más abundantes para la guerra, sino para privar de ellos a sus contrarios”158. María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Álvarez, óp. cit., p. 295. 155 Ibíd., p. 333. 156 José Mosquera, Historia de los litigios de límites entre Antioquia y Chocó. Siglos XVl-XXI. sn. 2006, p. 72. 157 Michel Foucher, L’invention des frontiéres. París, Fondation pour les Etudes de Défense Nationales, 1986, p. 199. 158 AGN, La neutralidad de Antioquia, Medellín, 13 de mayo de 1860. República, Archivo Histórico Restrepo, 32, f. 242r. MIGUEL BORJA 154 223 Hilando más delgado, se encuentra que las fronteras de los Estados del siglo XIX de la Colombia Federal eran en realidad fron teras porosas, facilitadoras de poblamientos por gentes provenien tes de otros Estados. Tal situación generó colonizaciones como avanzadas de frontera y la tendencia de los Estados a tratar de re­ unir en su territorio “la población propia” situada en otros espa cios. Además del ejemplo ya analizado de la colonización antioque ña al sur, en el siglo XIX existía también una frontera de tensión al norte del Estado de Antioquia, que favoreció la Guerra Federal por las estrategias de contención por parte de sus rivales. Este asunto fue presentado de la siguiente manera, para los acontecimientos armados de 1859-1862: “Las tropas rebeldes que penetraron por Zaragoza y el nordeste [...] al parecer encontraron un gran apoyo en sus pobladores, que vivían en zonas fronterizas entre Antioquia y Bolívar, muchos de los cuales no se sentían pertenecientes a la cultura antioqueña”159. Durante los sucesos armados de comienzos de 1860, Pedro Carrillo derrotó a los mosqueristas en Cartago y declaró anexadas al Estado de Antioquia las provincias de Quindío, Tuluá y Buga160. Carrillo se había ocupado durante los tres últimos días del mes de enero de 1860 en equipar fuerzas para marchar al sur, con la meta de someter a su voluntad todo el territorio comprendido entre el Chinchiná y el Amaime, territorio que declaró anexado al Estado de Antioquia161. En general, se puede afirmar que existían tendencias sepa­ ratistas permanentes que generaron diferentes fricciones fronteri­ zas entre los Estados-nación en formación. Se intentaron secciones territoriales a lo largo y ancho de las fronteras. En algunos momen­ tos de la historia de la Confederación, el mapa de Colombia se vio afectado, quedando como una realidad virtual. 159 224 Giraldo, óp. cit. 160 Cardona, óp. cit., p. 105. 161 Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Tomo X, pp. 222-223. 2.7-5 Los problemas de la división territorial y su impacto sobre la guerra La experiencia de las naciones ha probado constan­ temente que aun en las más antiguas, con gobiernos mejor consolidados, una mala división territorial, que ha mante­ nido la desunión y estorbado la fusión de los pueblos en uno solo, ha sido una fuente funesta de guerras civiles y de otros gravísimos males. Mientras en la República subsistan esas grandes unidades, que rivalizan entre sí, y aun con la Na­ ción misma, esta no formará un todo estrechamente unido; será apenas la agregación forzada de miembros que tien­ den de continuo a formar un todo independiente. Este mal abandonado a sí mismo, lejos de atenuarse con el tiempo, debe ir en crecimiento; y según se desarrollen los medios de poder de esas fracciones se desenvolverán también los 162 Uribe y López, Las palabras de la guerra, óp. cit., p. 308. MIGUEL BORJA Uno de los elementos básicos de la conformación del Estado tiene que ver con su organización y división territorial, un proceso que indudablemente está acompañado de diferentes tensiones. Du­ rante el siglo XIX, los gobiernos centrales trataron de implementar políticas de organización territorial encaminadas a desbaratar los poderes regionales a partir de subdividir el espacio de cada una de las entidades territoriales. Tal hecho favorecía el surgimiento de conflictos armados. Esta tendencia se encuentra desde los años de la presidencia de José Hilario López (1849-1853), quien tuvo que enfrentar un levantamiento armado en Antioquia en el marco de la guerra de 1851, cuando los intentos del gobierno central por cambiar la organización territorial de Antioquia fueron esbozados como uno de los motivos que llevaron al conflicto bélico. López se vio obligado a aclarar que la intención gubernamental de dividir la provincia en tres más pequeñas fue la de acercar la administración pública al ciudadano, “que Antioquia era muy extensa y había vivido un intenso proceso de colonización y poblamiento durante los últi­ mos años; de allí la necesidad de otorgarle representación política a zonas territoriales que carecían de ella”162. Entre los motivos que llevaron al levantamiento armado en Antioquia durante el año de 1851 se encuentra el intento de establecer una nueva división terri­ torial, como lo entendía el secretario del Interior de la época: 225 deseos de separación. Es de tenerse muy presente que en los pueblos de América la vanidad de figurar como Nación es una pasión ardiente y ciega, capaz de atropellar los más sólidos y palpables intereses; que cien veces ha bañado en sangre el nuevo continente, y que es poderosa para encen­ der el entusiasmo y la saña hasta con lo más inerte y pací­ fico de nuestras poblaciones [...]. Es uno de los fines de la división territorial atender con facilidad al mantenimiento del orden público. No se presta ventajosamente a este obje­ to la división actual de la República. Las capitales ejercen en todas partes un gran poder moral sobre los pueblos de su dependencia, y en la Nueva Granada esto es muy notable; basta que los trastornadores del orden se apoderen de la ca­ pital de una de las grandes provincias, o que un gobernador o que un jefe militar cometa en ella una traición, para que la provincia entera quede a merced de los sediciosos, que sacan de ella abundantes recursos para extender el desor­ den; porque sometida la capital no queda un centro activo de resistencia y el hábito de obedecer a la autoridad que allí manda somete a ella los pueblos. Las provincias pequeñas inmediatas sucumben desde luego, y el desorden se propaga con poca o ninguna resistencia163. Igualmente, en una comunicación al Congreso de la Repú­ blica solicitando reformas en la división territorial, aparece como argumento de los peticionarios la relación entre división territorial y movimientos armados. Quienes elaboran la petición sostienen que en 1840 se dieron en Antioquia conmociones políticas que cau­ saron grandes pérdidas que se hubieran evitado: “Si la división de esta provincia se hubiera efectuado antes de aquella época, la gue­ rra fratricida no habría tenido lugar ni causado tantos males”164. Por consiguiente, para los observadores de la época, la or­ ganización territorial era una de las variables que echaba fuego al caldero de la guerra. Existían diversas tensiones en los Estados fe­ 226 163 AGN, Exposición del Secretario de lo Interior en 1844. República, Archi­ vo Histórico Restrepo, Vías de comunicación, límites y división territorial (1829-1858), 43, f. 341 r y v. 164 AGN, Representación de la ciudad de Antioquia. República, Archivo Histórico Restrepo, Vías de comunicación, límites y división territorial (1829-1858), 43, folio 338r y v. derales por este motivo. Así, en 1858, cuando se trató de definir la organización territorial del Estado de Cundinamarca, no habiendo podido conciliarse las diversas pretensiones locales sobre división territorial, se formó una mayoría de ambos partidos que aprobó un proyecto que establecía tres departamentos, poco más o menos, como estaban las antiguas provincias de Bogotá, Mariquita y Neiva165. Rojas Garrido, durante el debate, presentó una moción para que se pidiese al Congreso la separación de las antiguas provincias de Mariquita y Neiva, con el objeto de formar otro Estado. “Se negó, no porque los bogotanos tengan interés en conservar la unión, sino porque la mayoría de Neiva y Mariquita la quiere”166. Entre 1858-1885 se presentaron roces debido a la organiza­ ción territorial del Estado del Cauca. Arboleda ha señalado que: “En abril se acentuaron temores de revuelta a mano armada en el valle del Cauca [...] Se presentaban problemas de índole adminis­ trativa, como el de cambio de capital, que algunos hablaron de que sería trasladada a Cali, y la anexión de la provincia de Atrato al Estado de Antioquia”167. A este respecto se leía en un semanario bogotano: 165 Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Tomo X, pp. 122. 166 Ibíd., p. 122. 167 Ibíd., pp. 355 y ss. MIGUEL BORJA El Atrato pretende agregarse al Estado de Antioquia. No se oculta a ningún hombre racional que los pueblos de la Nueva Granada y especialmente los que hoy forman el Estado del Cauca, han perdido bajo todos los aspectos con la federación. Cinco provincias homogéneas, consideradas separadamente, como eran las de Buenaventura, Popayán, Cauca, Pasto y Chocó, que tenían gobierno propio, liberal, por emanación de la Constitución del 21 de mayo de 1853, unidas hoy, formando el Estado el Cauca, son completa­ mente desgraciadas; porque encontrándose centralizada la administración pública, y siendo el conjunto heterogéneo, la federación, por cuya causa se encuentra así, ha venido a ser para todas ellas una verdadera calamidad. Buenaventu­ ra y el Cauca podrían haber formado un Estado, Popayán y Pasto otro, y el Chocó debió dejarse como provincia con el régimen que tenía antes del 15 de septiembre de 1857, 227 dependiente del gobierno general hasta que tuviese la po­ blación suficiente para erigirse en Estado. El Chocó, perte­ neciendo hoy a Popayán, está tan distante de él como Bogo­ tá; el Chocó, que es un territorio especialísimo bajo todos los aspectos, que desde el tiempo del gobierno español ha tenido administración propia, el Chocó ha sido asesinado con la agregación a este Estado, y más, si es que puede serlo, con la constitución y leyes que rigen el Cauca. No es pues un despropósito el que pretenden los atratenses con la anexión a Antioquia168. Uribe y López han indicado que las diversas guerras regio­ nales suscitadas antes de la confrontación de 1859 tuvieron como casus belli la inclusión o exclusión de provincias y distritos en el territorio de los Estados y la fijación de las sedes del gobierno regio­ nal169. Esto no se dio solamente antes de 1859, pues como se ha in­ dicado anteriormente, las tensiones por la división y organización territorial se presentaron también durante la Colombia Federal. Las tensiones fueron evidentes cuando se discutieron los asuntos relacionados con los distritos electorales en las vísperas de la gue­ rra de 1859-1862; igualmente, cuando se buscó definir los límites de los Estados, como se estudia en el apartado siguiente. En síntesis, las tendencias separatistas y expansionistas, la defensa del territorio y los problemas de la división y organización territorial ayudaron a la generación de tensiones y conflictos arma­ dos interestatales, de manera tal que en ocasiones parecía que se estuviera luchando por conquistar o defender territorios. Las pre­ tensiones “imperiales” de un Estado como el de Antioquia, que se consideraba “insatisfecho territorialmente”, generó fricciones con sus vecinos, las cuales ayudaron a forjar los motivos de la guerra. Algo similar pasaba con los intentos de separación del Cauca, o los intentos de intervención en los asuntos internos de los Estados por parte de otro Estado o del gobierno de la Unión. 228 168 Ibíd., p. 355. 169 María Teresa Uribe y Liliana López, La guerra por las soberanías, óp. cit., p. 96 2.8 LOS PROBLEMAS POR LÍMITES, SU IMPACTO SOBRE LA GUERRA El año pasado solicité la nulidad de la ley sobre di­ visión territorial del Cauca con cuya resolución quedaron falseados los límites al norte de nuestro Estado y respecto de la cual me parece muy conveniente legislar en la veni­ dera Legislatura. Desde ahora llamo la atención de ellos al siguiente hecho notable que afecta profundamente los in­ tereses del Cauca y cuya consumación se viene preparando desde hace dos años y acerca del que he sorprendido aquí muchas intrigas. El Cantón de Supía, por sus muchísimas y variadas riquezas naturales y por el progreso en que ha entrado, debe considerarse como la joya y el territorio más valioso del Estado. Mas por la pésima administración que se le ha dado, sujetándola a ser parte del desorganizado municipio de Toro, trabaja incansable y decididamente por pertenecer a Antioquia, y últimamente, según me lo ha referido el doctor Montoya, senador por ese Estado, se ha dirigido a aquel gobierno, por conducto de sus hombres más notables, proponiéndole que pida del Cauca su anexión 170 Arboleda, Historia contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente. Tomo XI, p. 359. MIGUEL BORJA En el siglo XIX, los problemas por la delimitación del terri­ torio de los Estados llegaron a ser motivos para la guerra. Así su­ cedió en las vísperas de los acontecimientos armados que arran­ caron en 1859, cuando se esgrimieron como argumentos para la confrontación no sólo las leyes sobre elecciones y competencias de los funcionarios del gobierno general, sino también un proyecto de ley que pretendía segregar a Villamaría y el Atrato del Estado del Cauca170. Durante la Colombia Federal se dan permanentes discusio­ nes sobre los problemas de los límites de cada uno de los Estados, los cuales constituían fronteras porosas, pues muchas de ellas no se conocían o todavía no se habían trazado. Las tensiones eran cons­ tantes, como fue el caso entre los Estados de Antioquia y el Cauca, que se disputaban los territorios situados en sus zonas de frontera, como ya se ha estudiado. Estas fricciones se despertaban cuando se hacían propuestas de nuevos ordenamientos territoriales, como se puede ver en las polémicas de 1871: 229 ofreciendo una fuerte suma, que ellos darían. Creo pues, muy conveniente que dicho Cantón se agregue al Quindío y que se hagan los mayores esfuerzos por mejorar la vía que comunica esos pueblos171. De hecho, los roces, los conflictos armados y los estados pre bélicos entre el Cauca y Antioquia por el cantón de Supía, Villanía ría y sus territorios aledaños venían, por lo menos, desde la mitad del siglo XIX. Esta parte de la frontera interestatal fue disputada por ambos Estados a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Aquí el gobierno nacional tuvo una posición ambivalente sobre la delimitación de dicha frontera, lo cual llevó a que Villamaría en algunos momentos perteneciera al Cauca y en otros a Antioquia. Existía una tensión y una lucha que llevaba a aprestamientos bé­ licos, pues tanto Antioquia como el Cauca estaban dispuestos a emplear la fuerza armada para hacer valer su soberanía sobre el territorio en disputa. Antioquia le quería arrebatar al Cauca aproximadamente trescientos kilómetros cuadrados que incluían a Villamaría y es­ taban comprendidos entre los ríos Claro y Chinchiná172. Ante esta situación, se recurrió a una medida que comenzó a hacer carrera en la organización territorial del país: el Cauca expidió una ordenanza erigiendo a Villamaría como aldea, esto es, como entidad territorial del Estado, elemento jurídico que era esgrimido por los pobladores de Villamaría para defenderse de las pretensiones de Antioquia y sus aspiraciones de expansión hacia el sur del río Chinchiná. Los funcionarios antioqueños argumentaban que el riachuelo de río Claro [situado al sur del límite tradicional] era el río Chinchiná, y con tal de lograr su propósito estimulaban con documentos ofi­ ciales a la sociedad González, Salazar y & para que extendiera sus reclamaciones hacia el sur del verdadero río Chinchiná173. Los colo­ nos antioqueños, por ende, estaban más seguros de la propiedad de sus tierras por los lados del Cauca. 230 171 ACC, carta a Tomás Cipriano de Mosquera, Fondo Mosquera, 709, sig. 53146. 172 Hernando Henao, Villamaría y su historia. 1849-1998. Manizales, Editextos, 1998, p. 66. 173 Loe. cit. La erección de Villamaría en aldea generó malestar entre las autoridades de Antioquia: Se produjeron documentos oficiales de la mayor vi­ rulencia, la mayoría contra los habitantes de la citada al­ dea, afirmando entre otras cosas, que por esa fundación las autoridades de Córdova [provincia de Antioquia] no podían administrar justicia, ya que quienes cometían allá toda clase de delitos, pasaban a refugiarse en la vecina aldea, prevalidos, además, de estar en otra provincia donde se les protegía y escondía. En verdad, eso pudo ocurrir en casos aislados, mas no fue generalizado. El fondo de la verdad es que las autoridades de Córdova tenían qué recurrir a toda clase de subterfugios para evitar la pérdida de territorios que poseía la provincia desde hacía algún tiempo sin pertenecerle y sin perturbación alguna, los cuales perdía ahora irremediablemente174. Las permanentes presiones y amenazas de las autoridades de la provincia de Córdova alimentaban a diario las malquerencias de los habitantes de Villamaría, quienes se consideraban pertenecien­ tes a la provincia del Cauca desde su fundación y más aún desde el 19 de octubre de 1852, cuando se expidió la ordenanza de su creación como entidad territorial. Por la extrema vecindad con Manizales, se presentaron numerosos enfrentamientos, con víctimas fatales en­ tre los pobladores de uno y otro lado, en forma tal que la situación era insostenible. En consideración a dicha situación, se levantaron mapas de la provincia y documentación suficiente con destino a la presidencia de la República para reclamar la pertenencia de la aldea al Cauca. Igual tarea llevaron a cabo las autoridades de Córdova. Fi­ nalmente, la presidencia de la República ratificó los límites de las antiguas provincias175. Sin embargo, el ambiente en la provincia era tal, que fueron diversas las comunicaciones que circularon entre las autoridades de los poblados bajo el siguiente tenor: 174 Ibíd., p. 67. 175 Ibíd., p. 81. MIGUEL BORJA He dado órdenes al Comandante de Salamina para que dé á Ud. los auxilios necesarios á efecto de hacer cumplir mis providencias. Obre Ud. con mucha actividad, pero con 231 suma prudencia. Emprenda la recogida de las armas hasta que tenga la fuerza suficiente para hacerse obedecer inme­ diatamente y castigar ejemplarmente a los insolentes que se atrevan a desobedecer a la autoridad y a trastornar el orden público. Respecto de lo que suceda en Villamaría, limítese a vigilar la línea divisoria, no ataque, ni permita que los pro­ voquen; pero si van a invadir el territorio de la provincia, levante su pueblo en masa, llénelo de entusiasmo y rechace la fuerza con la fuerza. Considere a los invasores como una banda de salteadores, y trátelos como a tales; obre Ud. de acuerdo con el Comandante de Salamina. No hay que alar­ marse con las falsas noticias que probablemente esparcirán sobre llegada de fuerzas del Cauca176. Igualmente, la Registraduría de Villamaría envió una nota el 21 de junio de 1855 al alcalde de Manizales, en la cual le advertía que debían abstenerse de pisar el territorio del Cauca, porque las autoridades de la aldea estaban prestas a resistir de manera for­ mal cualquier ataque o desconocimiento del gobierno municipal del Cauca: “Las autoridades públicas de una provincia no pueden ejercer funciones legales en ninguna porción del territorio de pro­ vincia extraña”177. Frente a estos problemas, los sucesivos gobiernos de la Unión de la época no tenían claridad, lo cual ayudó a aumentar la con­ fusión y la violencia en la frontera, como se ha señalado. Pastor Ospina decidió que el límite entre las provincias de Córdova y el Cauca sería el río que nace en el Páramo de Ruiz y pasando por el sur de Lagunetas y Villamaría desagua en el Cauca con el nombre de río Chinchiná178. De esta manera, el territorio en disputa fue segregado del Cauca. Sin embargo, el gobierno de la provincia del Cauca continuó levantando mapas de la región y documentación adecuada y suficiente con el fin de que se corrigiera lo que conside­ raba una injusticia con Villamaría. Los encargados por el gobierno del Cauca, aclararon que “el río Chinchiná, por su mayor caudal que 232 176 Archivo de la Alcaldía de Manizales, 1854, f. 280. En: Hernando Henao, óp. cit., pp. 82-83. 177 Archivo de Manizales, 1855, f. 226. En: Henao, óp. cit., pp. 104-105. 178 Archivo de la Alcaldía de Manizales. Gaceta Oficial. Bogotá, 11 de ene. 1855, p. 405. En: Henao, óp. cit., p. 89. el de su tributario el río Claro y el de todos los ríos que a este le si­ guen al sur, fue el límite entre las antiguas provincias y que con ese mismo límite fueron creadas las provincias de Antioquia y Cauca, y por lo tanto, debería conservarse ese límite arcifinio por el río de mayor caudal y no por el río Claro, su afluente”179. La actividad de las autoridades del Cauca llevó a que el 10 de mayo de 1855 se modificaran los límites entre las provincias del Cauca y Antioquia, tomando “el río que corre al norte de Villamaría, desde sus vertientes en el Páramo de Ruiz hasta su confluencia en el río Cauca”180. Con esta ley Villamaría reaparece como entidad político-administrativa dependiente de la provincia del Cauca, la cual recobra la superficie territorial existente entre los ríos Claro y Chinchiná, más sus territorios hacia el sur, después de que ellos pertenecieron legalmente a la provincia de Córdova, adscrita al Distrito Parroquial de Manizales en el Estado de Antioquia. El 11 de mayo de 1855, la Legislatura Constituyente de An­ tioquia elevó la siguiente petición sobre reforma de límites al Con­ greso Nacional, en la cual solicitaba que se modificara la del 10 de mayo último, que señalaba parte de los límites del territorio de Antioquia con el del Cauca181. Para los legisladores, la ley se funda­ mentaba en un error de cartografía, pues según ellos: 179 Ibíd., p. 102. 180 Loe. cit. 181 El Constitucional de Antioquia. Medellín, 16 de ene., 1856, p. 55. En: Henao, óp. cit., pp. 118-120. MIGUEL BORJA El río que corre al norte de Villamaría tiene sus ver­ tientes en el páramo de Ruiz: El río que pasa al lado norte del Caserío de María llamase Manizales, como se ha llama­ do siempre, ó llamase Chinchiná, como de poco tiempo a esta parte lo han llamado la mala fe y la codicia, no tiene sus vertientes en el páramo de Ruiz. Nace, como puede verse en las cartas geográficas y como lo han visto todos los que conocen las localidades, en el páramo del Aguacatal, situa­ do por lo menos, cinco leguas al norte del páramo de Ruiz. El río que nace en la parte alta de este último páramo, que corre al sur de la referida aldea, y del cual es afluente el que corre al norte, es el que ha llevado siempre el nombre de Chinchiná ó río Claro. Por este río se han reconocido los 233 límites entre las dos provincias desde tiempo inmemorial: por él se señaló, hace más de un siglo, por el gobernador Silvestre, comisionado por el Gobierno español para hacer una aclaratoria en las materias; por él se fijaron los límites del distrito de Neira, cuando se creó esta nueva población; y últimamente el mismo río situado al sur de Villamaría, fue el límite meridional dado por la Cámara Provincial de Antioquia a Manizales, cuando en 1849 se creó este distri­ to. Estos diversos actos específicos de dominio y posesión ejecutados en distintas épocas no fueron contradichos ni disputados por nadie. Fue más tarde que malas pasiones y peores fines, hollando todo principio de justicia y descono­ ciendo toda razón de conveniencia, arrebataron a Antioquia esta parte de su territorio182. Para los legisladores, además del error cartográfico cometí do, el territorio en disputa debía pertenecer a Antioquia por razo­ nes de conveniencia pública, como las siguientes: en primer lugar, indicaban que Villamaría distaba de la cabecera del distrito de Ma nizales máximo dos millas; del distrito de Santa Rosa de Cabal en el Cauca, de donde dependía, estaba a por lo menos seis leguas y se comunicaba con él por un camino de no muy fácil tránsito183; estimaban que era indispensable tener en cuenta que la población estaba poblada por antioqueños; por otro, lado, el camino de Ma­ nizales hacia la provincia de Mariquita y que pasaba por el páramo del Ruiz atravesaba en su mayor parte por el territorio en litigio, y su apertura estaba paralizada por mandato del regidor de la aldea, a pesar de su importancia184; igualmente, no dejaban de existir ra­ zones de tipo económico directo, que tenían que ver con las tran­ sacciones celebradas en 1853 entre el poder ejecutivo y la compañía de González, Salazar y 8t para terminar los problemas relacionados con la propiedad de la tierra en Salamina, Neira y Manizales, nego­ cios que encontraban obstáculos debido al litigio entre Antioquia y el Cauca por Villamaría185; incluso los legisladores consideraban que la frontera sur de Antioquia se había convertido en el “refugio 234 182 Ibíd., pp. 118-119. 183 Ibíd., p. 119. 184 Ibíd., pp. 119-120. 185 Ibíd., p. 118. de casi todos los reos prófugos, de todos los hombres perseguidos por las autoridades de todo el sur de esta provincia. Desde allí se han burlado y se burlan de la ley y de la moral, pues la autoridad de esta fracción, lejos de perseguirlos, los acoge y aun a veces los protege”186. En definitiva, para los legisladores la administración de justicia y la gobernabilidad hacían necesario que el territorio en litigio continuara perteneciendo al Estado de Antioquia187. Sobre este tema, Codazzi conceptuó lo siguiente: Por intereses particulares de tierras y con el pretexto de Villamaría de nueva formación, se suscitó una cuestión de límites, y el Congreso decretó que el Manizales sirviera de lindero y no el Chinchiná, haciendo creer que este río viene del páramo del Ruiz, cuando no es así; yo puedo ase­ gurarlo por haber visitado la cabecera del Chinchiná en la época en que examiné la mesa de Herveo y el páramo del Ruiz. [...] Así pues, en las cabeceras del río Manizales que nace en el páramo de Herveo termina el límite de Antio­ quia, cuya extensión es de 23 leguas188. Los problemas de Antioquia con sus vecinos fueron constan­ tes a lo largo del siglo XIX. Así, en un informe de Reinales189 sobre la demarcación de límites entre Antioquia y Cauca de 1886 -en el cual se pide se declaren como límites entre los departamentos de Antioquia y el Cauca las aguas del Murrí hasta su confluencia con el Atrato, la ribera oriental de este río hasta su desembocadura en el golfo de Urabá y la ribera oriental de este, hasta el mar de las An­ tillas-, se argumenta que desde la Conquista se había considerado que estos son los límites de Antioquia con la provincia de Chocó, perteneciente al Cauca190. Este informe fue motivado por una pe­ tición de Antioquia al Consejo de Delegatarios Constituyente de la República en 1886, con el fin de que se cediera a Antioquia parte Ibíd., p. 120. 187 Loe. cit. 188 Agustín Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina. Vo­ lumen I. Estado del Cauca. Tomo II. Provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca y Popayán. Tomo III. Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas, pp. 168-171. 189 B. Reinales, Demarcación de límites entre Antioquia y Cauca. Bogotá, Vapor, 1886. 190 Ibíd., p. 26. MIGUEL BORJA 186 235 del territorio caucano. Los antioqueños basaban sus peticiones en un supuesto despojo que hizo José Hilario López a la provincia <l« Antioquia de sus antiguos territorios. Antioquia pretendía ex ten der sus límites hasta la parte oriental del golfo de Urabá. Para «I Cauca esta petición no tenía fundamento, pues le asistía el derecha de conservar los límites que desde la Conquista hasta 1886 no ha­ bían sufrido más alteración que la causada por el decreto de Mos­ quera, dictado como presidente de la República en 1848, derogado por José Hilario López en 1850. Fue por el decreto de Mosquera que la provincia de Chocó se vio despojada de los límites que ha­ bía conservado hasta entonces desde los tiempos de Vasco Núñez de Balboa. José Hilario López dictó el decreto de 16 de abril d« 1850, disponiendo que los límites de la provincia del Chocó con la provincia de Antioquia fueran los mismos que tenían cuando s« dictó el decreto ejecutivo de 15 de julio de 1848; por consiguien­ te, el distrito parroquial de Turbo quedó incorporado al cantón del Atrato. Los interesados consideraron entonces, que no se trataba de un acto de despojo, sino el reconocimiento de una verdad his­ tórica incontrovertible lo que sancionó el decreto mencionado, por el cual quedó virtualmente derogado el de Mosquera191. En 1856, hallándose en ejercicio del poder ejecutivo nacional Manuel María Mallarino, se creó el Estado de Antioquia, y sus representantes y senadores aceptaron como límites los mismos que en la fecha te­ nían las provincias de que fue formado. En 1857 se creó el Estado del Cauca con los límites que tenían antes las provincias que lo for­ maron, y nada opusieron entonces los representantes del Estado de Antioquia contra la delimitación del Cauca. En 1858 se sancionó la Constitución que organizó la Confederación Granadina, y ninguna observación se hizo respecto a la delimitación entre los Estados de Antioquia y el Cauca. En 1859 la asamblea legislativa del Estado del Cauca expidió una ley sobre división territorial, en la cual demarcó sus límites con Antioquia, y no hubo reparos por parte de los antio­ queños192. En la Constitución sancionada entonces, ninguna alte­ ración se hizo sobre límites; y aunque la asamblea del Cauca volvió a legislar en ese año sobre la delimitación del Estado, a ningún an­ tioqueño se le ocurrió denunciar como contraria a los intereses de 236 191 Loe. cit. 192 Ibíd., p. 27. Antioquia aquella demarcación193. “Esto en lo que hace relación a la cuestión de derecho. Ahora, si se examina bajo el punto de vista de los hechos, encontraremos que desde los tiempos de Jorge Robledo hasta la hora presente siempre que Antioquia ha agredido al Cauca con el deliberado propósito de imponerle nueva demarcación de lí­ mites, ha encontrado la vigorosa resistencia de un pueblo que tiene la conciencia de sus derechos”194. Estos problemas por límites no sólo involucraban a Antioquia y el Cauca, sino que también estaban en juego los intereses territoriales de Bolívar195. El documento de Reinales sobre la demarcación de límites entre Antioquia y Cauca, muestra no solamente los roces entre los Estados por sus límites territoriales, sino también el hecho de que ellos tendían a conformarse en Estados nacionales, camino en el cual las disputas fronterizas se convertían en motivos para la guerra. Recientemente autores como José Mosquera y Gártner se­ ñalan que Cauca y Antioquia desde el comienzo del siglo XIX, por ser regiones contrapuestas, propiciaron por lo menos cinco guerras durante dicha centuria. El Cauca se convirtió en un territorio de mayoría liberal con fuertes corrientes anticlericales; Antioquia, de mayoría conservadora, con sólidos nexos religiosos, con grupos ca­ tólicos y curas envalentonados. Dos grupos sociales y económicos que se enfrentaban por diversas cuestiones de índole política y eco­ nómica. Antioquia y Cauca eran regiones enfrentadas, por diversos asuntos, y constituían comunidades políticas con tendencias expansionistas: 193 Ibíd., pp. 27-28. 194 Ibíd., p. 28. 195 Ibíd., p. 30. MIGUEL BORJA Los caucanos anexando territorios con las luchas políticas en acciones militares; y los antioqueños, de una manera laboriosa y silenciosa, a través del desmonte de grandes extensiones de selvas y la fundación de pueblos, iban modificando, paso a paso, los límites naturales con el Cauca. Cada avance de los colonizadores antioqueños al sur era una franja territorial que perdían los caucanos en su frontera norte. En otras palabras, los antioqueños con la colonización y el comercio, iban, con paso lento pero firme, 237 tendiendo dominios jurisdiccionales y económicos sobre las tierras del norte del Cauca. Esta fue una de las mejores armas que emplearon los antioqueños en las disputas terri­ toriales con el Cauca196197 . Asimismo, en la parte nororiental de la zona de tensión í ron teriza fueron constantes los roces entre las comunidades por l.i indefinición de límites. Clavijo Ocampo registró las tensiones poi límites que se presentaron entre los municipios de la colonización antioqueña al suroriente. En dicho caso, él encuentra que la crón h i de la vida de Francisco Marulanda, su objeto de estudio, nos des cubre “aspectos inéditos de la colonización de la frontera entre l.i¡. regiones de Antioquia y Tolima en la segunda mitad del siglo XIX, particularmente sus rivalidades regionales, de las cuales fueron una clara expresión las disputas territoriales entre los alcaldes de Manzanares, Pensilvania y Victoria”137. En el marco de las anteriores polémicas, el 26 de octubre de 1878 se presentaron fricciones entre autoridades del Estado del To lima y de Antioquia por cuestiones limítrofes198. Uno de los funcio narios del Tolima entró en discusión con los encargados de Antio quia cuando, encargado por su gobierno, trató de llevar a cabo una serie de diligencias en la aldea de Manzanares. Sintiéndose obliga­ do a informar al Estado de Antioquia sus diligencias, los antioque­ ños le enviaron una nota en la cual le informaron que en realidad ellos esperaban que fueran funcionarios nacionales y no tolimenses quienes ejercieran jurisdicción sobre la aldea de Manzanares, debido a que en ese momento aún estaba pendiente la definición de los límites entre los dos Estados. Además, los antioqueños ar­ gumentaron que la adjudicación de territorios baldíos a los vecinos de Manzanares, por parte de la nación, si bien era un título justo y legal siempre que el terreno fuera baldío al tiempo de las adjudica­ ciones, no implicaba necesariamente que esos “derechos privados” justificaran que el territorio involucrado perteneciera al Estado del Tolima. Esta pretensión surgía cuando el Tolima enviaba a uno de sus funcionarios a proteger a los vecinos de Manzanares. Para los 238 196 Mosquera, óp. cit., p. 142. 197 Clavijo, óp. cit., p. 249. 198 AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, ff. 199v-201v. MIGUEL BORJA antioqueños, la línea divisoria de los dos Estados señalada por las disposiciones nacionales, reconocida por varios actos de los dos go­ biernos, trazada en varios documentos oficiales, era el río La Miel desde su desembocadura en el río Magdalena hasta su nacimiento en los valles altos del páramo de San Félix, en cuya altura nacía, al lado opuesto, el río Arma. El río La Miel se originaba en los valles mencionados, corría primero al este y luego se desviaba al noroeste hasta su desagüe en el Magdalena. Para los antioqueños dicho río había sido confundido con el río Jordán, que distaba más de 12 le­ guas de los valles altos de San Félix, por lo cual el límite se confun­ día y se buscaba más al norte en los territorios de Pensilvania. Así, se exigía que se tomara como límite entre Antioquia y Tolima el río La Miel, y desde su desembocadura en el Magdalena se siguiera su curso, sin atender a sus afluentes, hasta hallar su origen en los valles altos del páramo de San Félix. Según los antioqueños, la propiedad de los vecinos de Man­ zanares, en el terreno que quedaba al norte del verdadero río La Miel, era cuestión enteramente secundaria, que no debía afectar la armonía entre los Estados, amenazada por los reclamos de los vecinos de Pensilvania, ni los intereses de las dos partes; el hecho de que ese terreno hubiera sido adjudicado por el gobierno nacio­ nal a los vecinos de Manzanares, sólo implicaba que estos ciuda­ danos del Tolima tenían propiedades en territorio antioqueño, de las cuales gozarían al amparo de las leyes de dicho Estado, pero de cuyo hecho no podía jamás justificarse la segregación de esa parte del territorio antioqueño y su agregación al del Tolima. De acuerdo con lo anterior, los agentes del gobierno antioqueño solicitaban a los funcionarios del Tolima abstenerse de ejercer jurisdicción en la aldea de Manzanares, hasta tanto el poder ejecutivo y la asamblea legislativa del Estado decidieran la conducta a seguir. Para el encar­ gado del asunto por parte del Tolima, el que se hubiesen otorgado terrenos a los vecinos de Manzanares por el gobierno de la Unión implicaba que dichos habitantes debían obedecer no solamente a la Unión, sino también al Estado del Tolima. El conflicto por la posesión de los terrenos entre Manzanares y Pensilvania debía resolverse teniendo en cuenta, además de la posesión del terreno, que la gente de Manzanares era tolimense. El funcionario del Tolima estaba de acuerdo en que la desavenencia 239 ostensible entre los límites de los dos Estados no era un motivo que pudiera afectar los derechos territoriales, porque habiendo trans­ mitido sus derechos el dueño del terreno, esto no implica que se encuentre en tal o cual Estado; pero felizmente el terreno cercado a los vecinos de Manzanares se encontraba en el territorio del Tolima, cuyos límites con Antioquia habían sido señalados por dispo­ siciones nacionales, en este caso, el río La Miel. Ese límite natural reconocido y aceptado por el gobierno de Antioquia llevó al Tolima a corroborar su jurisdicción sobre los terrenos de Manzanares199. El anterior conflicto por límites llegó hasta la Secretaría del Interior y Relaciones Exteriores de la Unión, que comisionó a uno de sus funcionarios para estudiar el tema. Este funcionario tenía como tarea central amparar a los vecinos de la aldea de Manzanares en la posesión de los baldíos que les había cedido el Congreso Nacional. Para la Secretaría del Interior y Relaciones Exteriores, los límites entre los dos Estados no estaban bien claros, y los vecinos de la al­ dea de Manzanares, los poseedores de baldíos, eran los que estaban sufriendo los perjuicios derivados de dicha situación. Consideraba, además, que el medio más adecuado para arreglar este asunto era llevarlo a la Corte Suprema Federal, entidad encargada de resolver dichas dificultades200. En definitiva, los problemas por límites mal trazados o todavía no demarcados fueron una preocupación constante de los Estados, como lo muestran las inquietudes que sus dirigentes planteaban en la Legislatura de Antioquia. En 1868, el presidente del Estado de Antioquia, Pedro Berrío, señaló en su mensaje a la asamblea legis­ lativa el problema de los confusos límites de Antioquia201. Estos problemas por límites venían ocasionando una serie de problemas tales, que “en diciembre de 1867, en Villamaría, los gobiernos del Cauca y de Antioquia establecieron un convenio de paz, amistad y comercio, con el ánimo de contribuir a afianzar la paz pública, y bo­ rrar así los mutuos temores y desconfianzas que desgraciadamente ha habido entre los pueblos de Antioquia y Cauca”202. 199 240 Ibíd., ff. 199v-201ry v. 200 Ibíd., 26, f. 107. 201 Clavijo, óp. cit., p. 69. 202 González, óp. cit., p. 165. Así, Retiro Berrío, al constatar que los límites de Antioquia aún estaban confusos, hizo énfasis en la necesidad de su demarca­ ción para el ejercicio de la soberanía del Estado, evitar problemas limítrofes con los Estados vecinos, desarrollar el comercio e, inclu­ so, para conocer cuál era el territorio que les correspondía. Infor­ tunadamente, señalaba Berrío, la guerra y las disensiones políticas no habían permitido adelantar nada sobre dicho asunto: “No dudo que más tarde, cuando el tiempo haya hecho desaparecer completa­ mente las malas impresiones que ha producido la política enconada, será fácil la demarcación clara y precisa de nuestro territorio”203. En 1873, Berrío volvió a insistir en que uno de los asuntos de mayor importancia para el Estado de Antioquia tenía que ver con las fronteras del Estado. Todavía estaban confusos los límites de Antioquia con los Estados del Cauca, Bolívar y Tolima: Con el gobierno del Cauca se ha proyectado un arre­ glo sobre límites por el lado del Chocó y de Manizales, y de esto tendré el gusto de dar cuenta oportunamente a la ac­ tual legislatura. Esta confusión de linderos es el engendro de graves males, que pueden evitarse haciendo un sacrificio de parte de los interesados, pues no veo razón plausible para que ellos dejen de prestarse a un arreglo amigable y justo204. Posteriormente, en 1875, Recaredo de Villa, presidente del Estado de Antioquia, volvió sobre el tema. Indicó que con los Esta­ dos del Cauca, Bolívar y Tolima aún estaban pendientes arreglos de límites. Consideraba que la solución a esta cuestión “era de urgente necesidad con el fin de evitar más adelante disputas que, acaso, pu­ dieran influir en las buenas relaciones que se cultivan con ellos”205. 203 BLAA, Libros raros y manuscritos, Miscelánea-Colecciones, 1421/4. Pedro Berrío, Mensaje que el Presidente del Estado Soberano de Antioquia dirige a la legislatura en sus sesiones ordinarias de 1869. Medellín, Imprenta del Estado, julio 20 de 1869, p. 8. 204 BLAA, Libros raros y manuscritos, Miscelánea-Colecciones, 1421/5. Pedro Berrío, Mensaje que el Presidente del Estado Soberano de Antioquia dirige a la legislatura en sus sesiones ordinarias de 1873. Medellín, Imprenta del Estado, julio 20 de 1873, p. VIL 205 BLAA, Libros raros y manuscritos, Miscelánea-Colecciones, 1421/6. Reca­ redo de Villa, Mensaje que el Presidente del Estado Soberano de Antioquia dirige a la legislatura en sus sesiones ordinarias de 1875. Medellín, Imprenta del Estado, 20 de julio de 1875, p. 5. 241 Recaredo de Villa emprendió la tarea de recoger documentos y da tos, con el propósito de conocer “perfectamente la línea precisa de los límites del Estado, con el fin de promover y obtener, luego que se reúnan, arreglos convenientes en virtud de la autorización que varias leyes del Estado han conferido para ello al poder ejecuti­ vo”206. Para Recaredo de Villa, no podía el Estado: Aceptar sin reclamación la desmembración de su te­ rritorio, hecha de manera inconsulta e inmotivada a virtud de algunas disposiciones del gobierno de la República, y seguramente al discutir y verificar arreglos de límites tie­ ne necesidad de reclamar aquellos territorios de que se le privó en época anterior sin razón ni justicia de ninguna es­ pecie207208 . Era algo que consideraba necesario sobre todo con relación a la zona del territorio ubicada entre el río Atrato y la cordillera que al oriente de aquél se dirige desde el río Arquía hasta el mar de las Antillas, “territorio que ha pertenecido a Antioquia y de que el Estado no puede desprenderse ni ser despojado con justicia, toda vez que necesita un punto marítimo que sólo aquél puede propor• »nna . cionar Además de las tensiones por límites mal demarcados, las fronteras también daban lugar a disputas cuando eran utilizadas como espacios para la organización de la guerra o como zonas de refugio para los combatientes. Múltiples son los casos. Durante la guerra de 1789 en Antioquia, el presidente del Estado del Tolima decretó en peligro el orden público al considerar que en Antioquia se había alterado la paz pública como consecuencia de una revolu­ ción contra el gobierno de ese Estado, encabezada por los mismos jefes y miembros del gobierno vencido en 1877209. Lo que revela la importancia de las zonas de frontera, los es­ pacios que basculaban entre dos o más Estados, es el hecho de que el presidente del Estado del Tolima tenía en cuenta para declarar el 242 206 Loe. cit. 207 Loe. cit. 208 Recaredo de Villa, óp.cit.,p. 5. 209 Gaceta del Tolima, Neiva, 21 de feb., 1879. AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, f. 453r. estado prebélico que los pueblos de la cordillera central del Tolima, limítrofes con Antioquia, habían servido de núcleo a los revolucio­ narios antioqueños; que la amistad entre los anteriores gobiernos de Antioquia y el Tolima hacía temer que la revolución no se diera sola­ mente en Antioquia, sino que se extendiera también al Tolima; “que por los datos adquiridos se tiene conocimiento de que los trastornadores del orden público en Antioquia prestarán inmediatamente todo el contingente de esfuerzos de que sean capaces, si llegaren a triunfar, a los jefes y miembros del extinguido gobierno del Tolima para derrocar el gobierno constitucional en él establecido”210. El tema de los límites interestatales causó polémicas y accio­ nes violentas que, en ocasiones, coadyuvaron a la génesis de la gue­ rra y determinaron la configuración del valle y el cañón del Cauca como el espacio geohistórico de los conflictos armados, lugar donde la frontera entre Antioquia y el Cauca no estaba bien delimitada, lo que motivó diversos roces y enfrentamientos. Algo similar se dio en la frontera entre Tolima y Antioquia. 2.9 EL ESPACIO GEOHISTÓRICO DE LA GUERRA El valle y el cañón del río Cauca constituyeron el espacio geohistórico de la Guerra Federal. ¿Qué factores hicieron de esta región el principal teatro de las confrontaciones armadas? Para responder dicha pregunta, a continuación se hace una reflexión so­ bre las variables geohistóricas que favorecieron la conformación de la región como una zona privilegiada para los sucesos bélicos. Los cuadros estadísticos elaborados por Agustín Codazzi de Antioquia, el Cauca y la región del valle y el cañón del Cauca per­ miten vislumbrar la importancia de la región en el marco de ambos Estados y de la República, lo que explica en parte su significado geopolítico y el hecho de que llegara a ser el espacio geohistórico de la Guerra Federal. Territorialmente representaba el 37,1% de Antioquia y el 16% del Cauca (sin tener en cuenta el territorio del Caquetá). Con relación al número de población, representaba, por 210 Loe. cit. MIGUEL BORJA 2.9.1 Elementos de geografía histórica 243 lo menos, el 46,26% de Antioquia y el 29,4% del Cauca. Tenía un mayor número de habitantes que cualquiera de las provincias <l<Antioquia y del Cauca. Poseía más población que el Magdalena v mayor extensión geográfica que Boyacá (sin tener en cuenta el le rritorio de Casanare) y Cundinamarca (sin considerar el territorio de San Martín y a partir de la creación del Estado del Tolima). Ade más, de la región hacían parte las mayores ciudades del Estado del Cauca, las cuales superaban en población a las de Antioquia: P.d mira (16.176), Buga (14.970), Cartago (14.572), Medellín (13.755), Cali (11.848), Sonsón (11.104), Santafé de Antioquia (8.637), Supi.i (8.434) Rionegro (8.099) y Salamina (7.559). Así, de las diez prime­ ras ciudades de Antioquia y el Cauca, seis de ellas se encontraba 11 en el valle y el cañón del Cauca211. Cuando se habla de la geografía de la guerra, se suele mirar hacia otros espacios como el centro de la nación, en particular haci.i Bogotá; pero para la época era un territorio marginal, situado en le­ janas cordilleras, en la periferia de la vida económica y social del país, que se desenvolvía en las costas y en la región indicada. Bogotá y sus alrededores no constituían un centro geoeconómico desde donde se pudiera dominar el país. En cambio, quienes llegaran a vencer en la región del valle y el cañón del Cauca, podían cortar la vía principal del comercio internacional, los vínculos entre la economía caucana, antioqueña y cundinamarquesa, entre la costa pacífica, el centro y Antioquia, entre el sur y parte del norte del país, y otros lugares de la geografía de la República. En segundo lugar, el dominio del área abría las puertas de entrada a los núcleos centrales de cada una de las partes componentes de la nación. La sociogeografía de un país y sus regiones determina un conjunto de nodos que marcan los espacios territoriales en los cua­ les se define la guerra y la economía. La característica de estos es­ pacios es que los actores armados que logran dominarlos pueden llegar a controlar el poder político y económico. En consecuencia, se convierten en los escenarios centrales no sólo de la economía, sino también de la guerra, hecho que se refleja empíricamente en la intensidad que adquiere el conflicto armado en dichas zonas. 211 244 Vease cuadros 1, 2, 3, 8 y 9, anexos. El valle y el cañón del Cauca y sus zonas aledañas consti­ tuyeron un corredor geográfico de la mayor importancia para la vida social y económica de la Colombia Federal. Desde el punto de vista de la geohistoria de la Guerra Federal, los elementos domi­ nantes del paisaje regional, las montañas y los valles, dieron lugar al surgimiento de dos formaciones sociales y económicas perma­ nentemente enfrentadas en el área. Por un lado, la sociedad de las montañas, cuyo centro geoeconómico se encontraba en el Batolito Antioqueño; por otra parte, la sociedad de las llanuras, que se ex­ tendía, aproximadamente, desde Popayán hasta Cartago. Durante la Guerra Federal se va a asistir a la pugna entre estas dos forma­ ciones y las otras de la República, ubicadas en áreas fisiogeográficas diferentes. En el espacio del valle y el cañón del Cauca, las cordilleras terminan por estrechar y encerrar al valle, desde la ciudad de Buga hasta el norte en el llamado cañón del Cauca. De ahí que los fenó­ menos asociados con la Guerra Federal estén marcados por la fuer­ te interacción que las poblaciones y los combatientes establecían entre llanura y montaña, para trazar sus estrategias de guerra y combate. La estrechez del valle, su encajonamiento entre las cordille­ ras, hizo permanentes los intercambios entre las poblaciones de las montañas y las del valle, y los desplazamientos entre el valle y la montaña. En las diferentes regiones del espacio geohistórico de la guerra se encontraban tropas y población de lado y lado, refu­ giándose en las montañas y colinas que rodean al valle. Las tropas y gentes se desplazaban de las montañas hacia los valles, y de estos hacia las montañas. Así lo hicieron los contingentes armados que durante la segundad mitad del siglo XIX llegaban de Antioquia por la vía de Manizales hacia el teatro de la guerra, o los ejércitos en­ viados desde el centro del país a contener las fuerzas caucanas o antioqueñas que recorrían el camino del Quindío o las otras rutas de la guerra. De la misma manera, los ejércitos caucanos se despla- MIGUEL BORJA Las formaciones montañosas usualmente sirvieron como áreas de refugio a la población y a los combatientes, mientras que el valle alto del río Cauca constituyó la región donde se dieron los principales enfrentamientos armados. 245 zaban por el valle fluvial del Cauca hacia las montañas antioqueñas y hacia el centro de la República. El dominio de las montañas fue una preocupación constante de los actores de la política y de la guerra, quienes buscaban contro • lar las posiciones estratégicas no sólo para la guerra sino también para la economía: las cordilleras y los valles interandinos, asunto central para una sociedad de montaña como la antioqueña, que te­ nía al sur el límite siempre poroso y en disputa con el Cauca. Por esto, los antioqueños trataron de blindar su frontera sur y busca­ ron implantar el modelo de la sociedad antioqueña a lo largo de sus fronteras. Algo similar trató de hacer el Cauca, que tendió diversos anillos de seguridad en su frontera norte: Villamaría, Santa Rosa, Pereira y Cartago. Fundada Manizales, los caucanos trataron en segui­ da de detener el avance antioqueño hacia el Cauca grande. Este es el aspecto político de la fundación de Villamaría: mantener la presencia caucana hasta el río Chinchiná [...] Villamaría no detuvo la penetración del campesinado an­ tioqueño, tolimense y caldense hacia el sur, y los caucanos trataron de levantar otro límite. Este es el significado po­ lítico de la fundación de Pereira, hábilmente utilizado con fines meramente especulativos, por una familia que preten­ día salvar así un latifundio212. En la región norte de las tierras caucanas, las Tierras de Arma, se está frente a lo que Margarita Serje considera el sentido más fuerte de frontera, “el que se hereda de la experiencia del do­ minio imperial romano y se refiere a la confrontación. Estas dos palabras tienen, por lo demás, el mismo origen en el término latín frons-frontis, en su sentido de frente militar de combate”213, y este es el sentido que adquiere la colonización antioqueña, como una colonización de avanzada de frontera. La permanencia de la guerra en la región se vio favorecida por la creencia, a la postre falsa, de que las dificultades que las formas de relieve imponían al movimiento de las fuerzas venidas del Cauca 246 212 Jacques Aprile-Gniset, La ciudad colombiana. Siglos XIX y XX. Bogotá, Banco Popular, 1992, pp. 144-146. 213 Margarita Serje, El revés de la nación. Territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie. Bogotá, Uniandes, 2005, pp. 118-119. 214 Yves Lacoste, 'Montagnes et géopolitique’, en Hérodote, Revue de géographie et de géopolitique, No. 107-Geopolitique en montagnes (quatriéme trimestre, 2002). Extraído el 21 de abril de 2008, desde www.herodote.org 215 Loe. cit. 216 Loe. cit. MIGUEL BORJA y otros lugares, harían casi imposible vencer a las sociedades de la montaña214. En los diferentes conflictos armados de la Guerra Fe­ deral, los antioqueños casi siempre fueron vencidos en su zona de frontera, en las montañas antioqueñas al sur del batolito central. ¿Pero cuáles son las características de una montaña que apa­ rentemente favorecían que la frontera sur fuera considerada un lí­ mite de contención de la guerra que venía del Cauca? Usualmente, la montaña se define como una región geográfica que permite inte­ grar y combinar los más diversos territorios, grandes valles y plani­ cies interiores, ejes de circulación con los puertos, zonas de poblamientos, ciudades, etc.215. En términos de acción y de paisajes, una montaña es la combinación, tanto en tamaño como en altitud, de diversas formas de relieve. El conocimiento de la guerra de monta­ ñas debe tener en cuenta que la montaña hace parte de un paisaje, de un conjunto espacial con diversos factores fisiogeográficos, en los cuales se asientan grupos humanos216. En el valle y el cañón del Cauca se daba un juego entre paisajes naturales y culturales, entre llanura y montaña. Si se vuelven a mirar con atención las manifestaciones tác­ ticas de la guerra que se trató de practicar desde las montañas an­ tioqueñas y las llanuras caucanas, aparecen dos elementos básicos. En primer lugar, la defensa de las cordilleras a partir de su fortifi­ cación; en segundo lugar, el manejo estratégico de los teatros de las confrontaciones armadas en los valles del Cauca y Magdalena. Antioquia no sólo fortificaba los alrededores de Manizales, sino que tendía anillos de protección en las regiones del Otón y de Ga­ rrapata. Por su parte, el Cauca se ubicaba en los puntos estratégicos del valle alto del Cauca, los sitios en donde podía combinar llanura y montaña para el juego de la guerra: el valle de Sonso, Los Chancos y Santa Bárbara, entre otros. Las afamadas posiciones de los antioqueños durante la Gue­ rra Federal en el macizo central no tenían en cuenta que para la segunda mitad del siglo XIX las cumbres de los Andes eran a tal 247 punto intransitables e inhóspitas, que se hacía casi imposible ocu parlas con masas de tropa significativas, y mucho más difíciles aun eran sus movimientos por las cordilleras, como lo narraron lo.-; viajeros que recorrieron la región. En consecuencia, si se querían tener fuerzas en la montaña para ser dueño de ella y poder gene rar amplios movimientos armados, no quedaba más remedio que desplegarlas en los valles. El problema para Antioquia era que su.': fuerzas armadas no dominaban la guerra en las llanuras. Además, las cumbres de las cordilleras únicamente eran accesibles por unos pocos caminos y sendas, y con raras excepciones sólo con infante­ ría. De manera que allí no podían tener lugar batallas decisivas. La mayoría de las rutas transitables estaban y terminaban en los va­ lles, de ahí que los ejércitos que manejaban la guerra en las llanuras tuvieran ventajas ostensibles sobre los acostumbrados a la guerra en las montañas217. Quizás, por esto, los antioqueños perdieron en el valle casi todas las acciones militares, mientras que los caucanos, hombres de colinas y llanuras, lograron vencer en los principales acontecimientos bélicos de la Guerra Federal. Los hechos de geografía física analizados, sumados a la situa­ ción de la región en el contexto nacional, la tornaban un escenario importante no sólo para la economía, sino también para la guerra. Quien dominara el área descrita podía tomar posesión del centro geoeconómico del país. En una Colombia en donde los Estados y las regiones latentes admitían la clásica demarcación de territorios centrales, semiperiféricos y periféricos, los Estados se encontraban vinculados en una zona que llegó a conformar un núcleo geográfi­ co desde donde era posible dominar la economía, la sociedad y el territorio. 2.9.2 Situación geohistórica Si a los factores de conformación fisiogeográfica se suman las variables que tienen que ver con la situación del espacio regional, se puede entender por qué el área descrita era el principal teatro de la guerra. 217 248 Clausewitz, óp. cit., 430 y ss. 218 Guhl, óp. cit., p. 2. MIGUEL BORJA La región est udiada fue, como ya se ha establecido, una zona de tensión fronteriza entre los Estados Soberanos del siglo XIX. En primer lugar, la mayoría de los límites políticos de los Estados con­ fluían hacia dicho espacio, y en segundo lugar, los límites natura­ les, sociales y económicos de los Estados se dirigían hacia la zona. Incluso, Panamá y los Estados de la costa caribe, cuando querían comunicarse con el interior del país debían utilizar caminos y vías de navegación de la región. Los puertos de Buenaventura, Nare, Honda y Girardot, entre otros, estaban en la zona de influencia re­ gional. Circunstancias como las mencionadas hicieron que las di­ námicas del desarrollo regional quedarán atadas a los vaivenes del comercio internacional, y que el área se proyectara hacia el exterior y hacia el resto de la nación, contribuyendo a la inserción regional y del país en el contexto mundial. Esto fue favorecido porque por allí pasaban los principales caminos de la época y los valles fluviales del Cauca y el Magdalena. La región constituía la estrella de las comunicaciones terres­ tres y el comercio del país. Las Tierras de Arma y los valles fluviales del Cauca y el Magdalena integraban los diferentes Estados Sobera­ nos, y conformaban el nodo de comunicaciones que unía los cuatro puntos cardinales entre sí y con el exterior. La región era un paso obligado entre el suroccidente del país y las otras áreas de Colom­ bia, entre el centro y el Pacífico, entre el suroccidente y el norte. Asimismo, las comunicaciones de Cali con Medellín y Bogotá pasa­ ban por las rutas regionales. Con relación a las comunicaciones entre el occidente y el cen­ tro-oriente del país, su posición estratégica derivaba de la disminu­ ción del amplio valle del Magdalena hacia esta parte del territorio nacional, lo que llevaba a que el paso por la región redujera consi­ derablemente las distancias entre los puntos localizados en una y otra zona del país. Igualmente, la cordillera Central presenta aquí, en el sitio denominado La Línea, una de sus más bajas depresiones, facilitando el paso de la región andina218. En la región se está frente a lo que Clausewitz estudia y cri­ tica bajo el título de llave de un país. Él señala que hablar de la llave de un país responde a un concepto impreciso y confuso, una 249 antigua metáfora militar que ha significado el terreno en el que un país está más abierto, o aquel en el que es más fuerte: “Si hay una región sin cuya posesión no se puede osar penetrar en territorio enemi­ go, se le llama con razón la llave del país”219. En el caso de la Guerra Federal, si los caucanos querían penetrar en Antioquia, tenían que tratar de dominar la región del macizo volcánico, y el resto de las montañas al sur del Batolito Antioqueño, tanto para poder acceder, como para establecerse en Antioquia con aceptable seguridad. A su vez, si alguien quería dominar al Cauca, debía dominar el valle alto del río, en particular su puerta de entrada en Cartago; esto es, la posesión del Cauca o de Antioquia, pasaba por el dominio de estas regiones, en las cuales encontramos diversos puntos estratégicos. Para Clausewitz era evidente que aunque se quisiera abandonar el concepto del punto clave, “había en cada país puntos de importan­ cia predominantes en los que se reúnen muchas carreteras, en los que se reúnen cómodamente sus medios de manutención, desde los que se puede ir cómodamente aquí o allá; en pocas palabras: cuya posesión satisface varías necesidades, da algunas ventajas”220. Esta era precisamente la situación del valle y el cañón del Cauca. 2.9.3 Las colonizaciones de frontera: su impacto sobre los conflictos armados Para la época, en el área se desenvolvían los actores sociales que posteriormente habrían de configurar la economía moderna del país: los mineros de las Tierras de Arma y los colonos cultiva­ dores de café, quienes impulsarían no sólo la inserción internacio­ nal de la República, sino que también contribuirían en los proce­ sos de acumulación originaria conducentes al surgimiento de una economía capitalista. Para los colonos, las faldas occidentales de la cordillera Oriental y las orientales de la Occidental constituían una frontera abierta, dinámica. Paradójicamente, la configuración sociogeográfica hacía de la región estudiada no sólo la parte más activa del país desde el punto de vista de la economía, sino también de la sociedad. 250 219 Clausewitz, óp. cit., p. 483. 220 Ibíd., p. 484. 221 Mercedes Molina, Herencia Caucana-Herencia Antioqueña. Introducción al estudio del Gran Caldas Siglo XIX y XX. Ponencia presentada en el II Simposio Colombiano de Historia Regional y Local. Academias y Universidades. Perei­ ra, septiembre 5, 6, 7 y 8 de 2007. 222 Fernán González, La guerra de los mil días. En: Martha Segura (editora), Las guerras civiles desde 1840 y su proyección en el siglo XX. Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 2001, p. 159. 223 “Poco a poco nos fuimos haciendo a las armas: a las comidas, con base obliga­ da de plátano; a los toldillos, para defendernos del zancudo; en una palabra, a la vida caucana en todos sus detalles, tan distinta de la antioqueña a que estábamos acostumbrados”. Uribe, óp. cit., p. 111. MIGUEL BORJA Además, buena parte de los Estados tenían allí colonizacio­ nes como avanzadas de frontera, de manera que la región cons­ tituía un espacio en donde se reunían gentes procedentes por lo menos de Antioquia, el Cauca, Boyacá, Cundinamarca y el Tolima. Mercedes Molina, en sus estudios sobre las herencias caucanas y antioqueñas de los caldenses, nos recuerda que fue James Parsons quien comenzó a desmontar el mito de la colonización antioqueña. Parsons indicó que realmente lo que se dio fue una confluencia de colonos antioqueños y caucanos221. Hacia la segunda mitad del siglo XIX, “en estas zonas, sobre todo en el Tolima, la confluencia conflictiva de los movimientos colonizadores provenientes de Antioquia, Cundinamarca y Boya­ cá también se va a expresar frecuentemente en las adscripciones y enfrentamientos bipartidistas, y entre los Estados”222. Pero, no era solamente en el Tolima donde se ubicaban gentes provenien­ tes de los diferentes Estados. En la zona de tensión fronteriza, ya para la segunda mitad del siglo XIX, se encuentran colonizadores antioqueños y caucanos, sobre todo en las vertientes occidentales de la cordillera Central, en las vertientes orientales de la cordillera Occidental y en el valle y cañón del Cauca; tal el caso de la familia de Rafael Uribe Uribe223. En estas regiones se dieron fricciones debido al encuentro de gentes portadoras de diferentes identidades políticas y sociales, roces de identidad que se exacerbaban en los momentos en que se desataba la guerra. Las disputas revelan la manera como los Esta­ dos se consideraban entidades políticas cuya soberanía se ejercía sobre un territorio y una población. Los roces en la zona fronteriza daban lugar a comunicaciones como la fechada el 22 de julio de 251 1879 y dirigida al secretario del Interior y Relaciones Exteriores y al secretario de Gobierno del Estado del Cauca, por parte de Carlos Vélez224. En ella, Vélez manifiesta: Sabe el ciudadano presidente del Estado, y me ordena poner el hecho en conocimiento de Ud., para que lo haga saber a su gobierno, que las autoridades tanto civiles como militares del municipio del Quindío en ese Estado están hostilizando de una manera verdaderamente irregular a los antioqueños residentes allí, que son muchos y forman la mayoría de las poblaciones fronterizas. Los ganados y caba­ llerías de estos individuos, así como todos los valores a ellos pertenecientes y que son de fácil realización, se toman por las autoridades sin fórmula ninguna y dando para ello la sola razón de que son antioqueños. Tan desatento proceder debe ser conocido del ejecutivo caucano para ponerle algún remedio, pues hechos de esa naturaleza son prohibidos tan­ to por la Constitución y las leyes como por la conveniencia de ese Estado, que no puede menos que hacer una grande e irreparable pérdida cuando por falta de garantías se priva del concurso de capitales, hábitos de laboriosidad y brazos para el trabajo, cosas todas que los inmigrantes antioque­ ños han llevado siempre al Cauca. Siendo el gobierno de Antioquia deferente como ninguno por los hijos del Estado vecino, no habiendo entre los dos gobiernos asunto algu­ no que pueda turbar sus amistosas reclamaciones y siendo, como son, los antioqueños residentes en el Quindío ajenos del todo a la política por la naturaleza de sus ocupaciones, no ve el ciudadano presidente de Antioquia en qué pueda fundarse la ociosidad que sobre ellos quieren echar encima personas mal intencionadas. El ciudadano presidente de Antioquia aguarda fundadamente que el ejecutivo del Cau­ ca procederá cuanto antes a dictar las providencias del caso para impedir que se repitan los atentados de que he hablado a Ud., pues confía en el interés que ese gobierno tenga en mantener, sin relajarlos, los lazos que deben unir a los pue­ blos hermanos225. 252 224 AGN, República, Gobernaciones Varias, 26, ff. 545-546. 225 Loe. cit. Las querellas entre caucanos y antioqueños incluso se pre­ sentaban entre copartidarios. Parte de ellas fueron registradas por Sergio Arboleda, quien en sus memorias narra los roces de los dirigentes militares de la contrarrevolución de 1860 con las fuer­ zas antioqueñas en la campaña del sur. Arboleda trató inútilmen­ te de enfrentar la indisciplina militar de los antioqueños, quienes abandonaron la guerra en Silvia [Cauca] y azotaron el valle alto del Cauca: “La permanencia del Ejército de Antioquia en Silvia fue funesta, pues esta tropa sin disciplina cometió muchas violencias, dedicándose especialmente a robar muías que trasladaban sus oficiales a Antioquia, como de su propiedad, con pasaporte de los Jefes”226. 226 Sergio Arboleda, Diario de operaciones del ejército del sur de la Confederación Granadina. Bogotá, Banco de la República, 1994, p. 54. 227 Morales, Testimonio de un pueblo, óp. cit., p. 83. MIGUEL BORJA Las fronteras no sólo dinamizan la economía, sino que ellas también, en ocasiones, son un espacio de violencia. Este aspecto en el caso colombiano adquiere la mayor importancia para explicar por qué la zona de tensión fronteriza entre los Estados devino en un teatro bélico de la Guerra Federal. Poblaciones que conforma­ ban sociedades de frontera, en donde la violencia y la guerra eran permanentes, como muestran diversos analistas de los espacios de las fronteras, en ellas se presentaron tensiones, usualmente resuel­ tas a partir de la violencia. Una de las fricciones usuales tiene que ver con la propiedad de la tierra, tema típico de los enfrentamien­ tos en la zona de colonización antioqueña entre los grandes propie­ tarios de tierras con títulos coloniales y los campesinos pobres que llevaron a cabo la colonización. Asunto investigado, entre otros, por Otto Morales Benítez, quien ha indicado que ya para 1817, la violencia comienza a desatarse contra los colonos, violencia que los fue empujando hacia las tierras del sur, ubicadas en el Estado del Cauca227. En este contexto las disputas políticas se fueron mez­ clando con la lucha por los bienes terrenales, y el pleito entre la Compañía González, Salazar y & y los colonos llevó a situaciones de alta violencia: “Nadie podía estar ausente de la disputa. Todas las fuerzas vivas de los caseríos se confundían en la aspiración de tomar partido [...] uno de los medios que utilizó la Compañía para 253 hacer desocupar a los colonos fue el de poner fuego a las habitado nes y mejoras”228. Las relaciones entre frontera y violencia han sido estudiadas, para el caso colombiano, además de Benítez Morales, por Palacio, Arocha, González y Zambrano. Palacios, en sus estudios sobre el café en Colombia, afirmó: “La competencia, por surgir en una so­ ciedad de fronteras en donde todas las instituciones eran endebles e imprecisas y las relaciones sociales estaban cargadas de ambi­ güedad, pavimentaba el camino a un tipo de violencia individual registrada en los índices de criminalidad y en las crónicas de algu­ nos fundadores”229. Es Fernán González quien recuerda que, en esa misma línea, Jaime Arocha sugiere: La violencia quindiana de mediados del siglo XIX representa una magnificación de una criminalidad ya pre­ sente en las etapas iniciales de la colonización. Esta crimi­ nalidad está asociada, según Palacios, a la atmósfera de incertidumbre producida por el problema central de las so­ ciedades de frontera: la inseguridad de la titulación jurídica que dejaba a los colonos pobres a merced de gamonales y fonderos locales230. Posteriormente, fueron Fabio Zambrano y González quie­ nes trabajaron este problema en geografías más amplias, las zonas marginales fronterizas. Zambrano ha indicado que uno de los fe­ nómenos de mayor significado en la temática de la historia de los conflictos en Colombia es el de la persistencia de ciertos espacios de nuestra geografía como territorio de conflictos. En efecto, seña­ la que en distintos momentos de nuestro pasado, algunos lugares aparecen como escenarios de las guerras civiles en el siglo XIX y lue­ go como lugares de violencia en el siglo XX. En sus escritos coloca de presente que es evidente la coincidencia “entre los territorios de frontera agraria de fines de la Colonia, donde se dio un poblamiento a cargo de mestizos, mulatos y negros libertos, y la presencia de 254 228 Ibíd., p.109. 229 Palacios, óp. cit., p. 269. 230 Jaime Arocha, La violencia en el Quindío: determinantes ecológicos y económicos del homicidio en un municipio caficultor. Bogotá, Tercer Mundo, 1979. En: Fer­ nán González, óp. cit., p. 158. distintos tipos de conflictividad política en el siglo siguiente”231. Para Zambrano, en estos espacios el poblamiento estuvo a cargo de aquellos que se pueden agrupar como los excluidos de la sociedad mayor, es decir, de cimarrones, indios insumisos, blancos pobres, fugitivos de la justicia y mestizos. Al respecto, afirma lo siguiente: Fueron ellos los que adelantaron una colonización aluvional, donde había un bajo control moral, a causa de la poca o nula presencia de la Iglesia católica, y donde la ha­ cienda ejercía una débil influencia. Allí, las jerarquías socia­ les y las intermediaciones políticas que existían en la socie­ dad mayor, donde precisamente la Iglesia, la hacienda y los poderes locales aseguraban el orden, estaban ausentes232. ¿Qué es lo que caracteriza a una frontera y a una frontera de tensión, como el espacio geohistórico de una guerra? Para respon­ der el anterior interrogante, es necesario tener presente que uno de los principales elementos conceptuales que permiten explicar las relaciones entre sociedad, espacio y tiempo, y su relación con los conflictos armados, tiene que ver con la teoría de las fronteras. Usualmente, las fronteras se definen como las líneas que envuelven los territorios de los Estados-nación, como las formas lineales cuya función principal, tanto real como simbólica, es la de establecer discontinuidades geopolíticas entre las naciones y mar­ car los territorios que sirven como ámbito de jurisdicción y compe­ tencia del Estado. Por otro lado, las fronteras son las líneas que van señalando los contenedores en los cuales se da la vida social y polí­ tica de cada una de las comunidades nacionales, esto es, demarcan los ámbitos espaciales de las comunidades imaginadas233. Las fronte­ ras, al delinear los espacios, establecen los límites territoriales de la soberanía y del control del dominio de los Estados, los cuales se consideran en el marco de la comunidad internacional como entes dotados de autonomía dentro de su geografía234. Fabio Zambrano, La geografía de las guerras en Colombia. En: Museo Nacio­ nal de Colombia/Ministerio de Cultura. Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XIX, p. 225. 232 Loe. cit. 233 Anderson, óp. cit. 234 Foucher, Michel. L’invention des frontiéres. París, Fondation pour les Etudes de Défense Nationale, 1986, p. 22. MIGUEL BORJA 231 255 La frontera es uno de los result ados del movimiento del poder estatal en sus espacios adyacentes, desde el cual se estructura terri torialmente el Estado político. Además, se conceptúa que ella más que una línea es una región, en la cual se van conformando nuevas formas sociales y políticas. Lugar en donde la violencia se desat.i, en el momento en que diversas organizaciones estatales inciden sobre un mismo territorio, sobre una región natural, convirtiendo así el espacio de la frontera en una zona de tensión fronteriza. Este era el caso de la región del valle y el cañón del Cauca y sus tierras aledañas durante la Colombia Federal235 236. En los países en guerra, como es el caso de Colombia, estas regiones de frontera devienen en zonas de tensión, en los contene­ dores privilegiados de los conflictos armados, en los lugares donde se define la paz o la guerra; son los espacios geohistóricos de los asuntos bélicos. Si se quisiera hacer un ejercicio de historia comparada, un territorio similar, guardadas proporciones, es el que nos describe Braudel y Lacoste en el caso del Mediterráneo. Para Braudel, el Me­ diterráneo durante el siglo XVI es la superficie líquida en la cual se encuentra Occidente y Oriente, el lugar en el que chocan y se reúnen 256 235 "Es indispensable indicar que el término ‘frontera’, recibe diversos significa­ dos de acuerdo con los contextos políticos y regionales. En el marco europeo significa ante todo la línea de separación entre dos países, que es fija, conti­ nua, más o menos permanente, que marca el límite de soberanías y sirve de puerta -o de muralla- entre naciones vecinas; es a lo que los norteamericanos denominan border o boundary. En cambio, denominan ‘frontiére’ a un espacio que se halla dentro del país en vez de marcar sus límites, que es discontinuo, movedizo y no permanente, que invita a penetrar y a no detenerse, que está vacío y puede ser ocupado”. Guillermo Céspedes, Prólogo. En: Frederick Turner, La frontera en la historia americana. Madrid, Castilla, 1961, pp. 9-10. 236 Turner, ahondando en esto, indicó que “la frontera americana se distingue claramente de la europea, que es una línea fronteriza fortificada que corre a través de territorios densamente poblados. El elemento más importante de la frontera americana es el hecho de que va por el límite de las tierras abiertas a la expansión. En los informes del censo se la considera como el margen de una comunidad de colonos con una densidad de dos o más habitantes por milla cuadrada. El término es elástico, y para el objeto que nos proponemos no necesita una definición precisa. Se considera toda la faja fronteriza, inclu­ yendo al país habitado por los indios y el margen externo del ‘área colonizada’ de los informes del censo”. Frederick Turner, óp. cit., p. 22. sus economías, sus formas sociales y culturales; es también el espa­ cio donde se dan los conflictos armados entre ambos mundos. En última instancia, el Mediterráneo puede considerarse como una amplia zona de tensión fronteriza entre Occidente y Oriente en el siglo XVI, como el espacio líquido que constituyó el principal escenario bélico de las guerras en ese momento. A pesar de que Braudel estudió la forma como el Mediterráneo fue per diendo importancia ante el advenimiento del siglo del Atlántico, actualmente renace la polémica sobre dicha área y su papel en los conflictos armados. Así, Lacoste ha llamado la atención sobre la relevancia del Mediterráneo para la guerra, considerándolo como la principal zona de tensión en el mundo237. Desde el punto de vista geohistórico, se puede decir que el Mediterráneo es un conjunto marítimo alrededor del cual se encuentran hoy en día un gran nú­ mero de Estados, cuyas interrelaciones son particularmente nume­ rosas y complejas, puesto que cada uno de ellos está potencialmen­ te en contacto con todos los otros238 239. Un análisis de larga duración mostraría que el valle y el cañón del Cauca viven una guerra permanente, desde mediados del siglo XIX, hasta nuestros días. En la actualidad, los actores armados han venido sentando allí sus reales convirtiendo la región en uno de los 237 Lacoste, La Mediterranée. En: Herodote, N° 103, Quatriéme trimestre. París, 2001. Extraído el 21 de abril de 2008 desde www.herodete.org 238 Loe. cit. 239 “¿Por qué el Mediterráneo deviene en la principal zona de tensiones?, se pre gunta Lacoste, e indica que para comprender las razones por las cuales la zon.i mediterránea deviene después de algunos años en la principal zona de tensio­ nes del mundo, los hechos geofísicos han desempeñado un papel central. Es tima que la civilización egipcia no se hubiera podido desarrollar sin el entorno natural del valle del Nilo. Lacoste resalta la importancia del hecho de que la placa arábiga se desplace a lo largo del rift del mar Rojo y se encuentre sobre la placa iraní, para formar el golfo Pérsico, lo cual tiene para la geohistoria del Mediterráneo una importancia muy grande. En efecto, la civilización egipci. , por razones desconocidas, no ha remontado el valle del Nilo para establecer contacto con el Africa negra; por el contrario, lo ha hecho con el istmo sirio, un eje de importancia milenaria de intercambios comerciales y culturales con Persia y sobre todo con el mundo indio: 12.000 kilómetros de recorrido fácil por una gran parte a lo largo del Éufrates entre la costa de Siria y de Fenicia y el fondo del golfo Pérsico. Es en este istmo sirio en donde se encuentran las civilizaciones de Mesopotamia y egipcia, y el lugar donde se han formado las religiones monoteístas". Loe. cit. 257 escenarios del conflicto. Poco después de los enfrentamientos cu tre los Estados-nación de la Colombia Federal, las luchas arm.ul.m del bipartidismo hicieron del área un escenario de la guerra y Iji violencia. Desde ese instante arranca una serie de enfrentarme ni < que habría de llevar al desbarajuste de la sociedad de la antigua ni Ionización antioqueña, creándose una cultura, unas formas y unos estilos de vida ligados a la violencia. Las luchas del bipartidismo durante los años cincuenta inauguran una violencia política y eco nómica de nuevo tipo. A partir de dichos años la violencia liberal conservadora azotó la región y generó cinturones territoriales en donde se recrearon culturas locales favorables a la solución armada de las diferencias políticas y económicas. Esta tradición de violen cia, adicionada al hecho de que la región se construyó a partir de difíciles procesos de colonización que llevaron a que los colonos en traran en pugna con terratenientes que buscaban desalojar a los campesinos de sus parcelas, generó estilos de vida de avanzada de fronteras, una de las matrices estructurales que habría de favore­ cer los enfrentamientos desde el siglo XIX. La cultura de fronteras, la larga violencia de 1948-1964 y las dinámicas impuestas por las mafias, crisoles en los que los conflic­ tos sociales y políticos se resolvieron por fuera del marco del dere­ cho, llevaron a que en la región faltara el desarrollo de las formas estatales que dieran lugar al uso de la violencia legítima. Por tanto, la solución de los conflictos sociales discurrió por caminos no polí­ ticos, por las rutas no institucionales inicialmente trazadas por los validos del régimen y con posterioridad por las mafias. El amplio desconocimiento de las formas de Estado y de los acuerdos sociales para encauzar los conflictos indujo al surgimien­ to de mediadores y poderes locales poco interesados en establecer las maneras políticas para resolver los asuntos de la vida cotidiana. En la primera mitad del siglo XX, la región se fracturó en torno al liberalismo y al conservatismo, -antes lo había hecho entre caucanos y antioqueños-, división que favoreció, en primera instancia, el establecimiento de poderes territoriales a partir de micropoderes armados, casi siempre de origen local o veredal, y posteriormente del narcotráfico. Es en un contexto de quiebre del Estado y del poder social en donde vienen a inscribirse los nuevos actores del conflicto. Las guerras entre los diferentes carteles y grupos mañosos, en par­ 258 ticular las mafias vallecaucanas y antioqueñas, retomaron la curva de violencia que el bipartidismo sembró en los años cincuenta y se­ senta, y que para los setenta ya comenzaba a superarse. Actualmente, la congruencia de múltiples factores de violen­ cia: las guerras del narcotráfico, del paramilitarismo, de las guerri­ llas y de las mafias han elevado ostensiblemente las cifras de cri­ minalidad en el área cafetera. Las estadísticas muestran la forma como el crimen viene creciendo, los departamentos que conforman la región presentan altos índices de violencia. En consecuencia, si se tiene en cuenta que las periferias terri­ toriales de la región son espacios relativamente violentos, se puede deducir que el valle y el cañón del Cauca se están transformando de nuevo en el espacio con las mayores tasas de violencia de la nación y, por tanto, en el lugar donde se presentan los peores niveles de gobernabilidad y los mayores niveles de inseguridad. Esto se expli­ ca, en parte, por el hecho de que en su espacio los actores armados no han buscado establecer vínculos societarios, sino que a partir de ocupaciones territoriales están transformando la región en un escenario de la guerra, en una geografía de la economía de los con­ flictos armados y en una punta de lanza de los enfrentamientos del futuro. Con el fin de responder la pregunta que guió el libro: ¿De qué manera podemos explicar que la región del valle y el cañón del Cau­ ca sea un escenario recurrente de la guerra y la violencia en Colom­ bia?, se ha expuesto la geohistoria de la Guerra Federal en Colom­ bia. De este modo, se buscó comprender por qué en el país se formó un teatro bélico, una elíptica de la guerra que demarcaba una zona de tensión entre los Estados-nación de la Colombia Federal. Existía un conjunto de Estados nacionales en formación, con una serie de fronteras internas porosas, no delimitadas ni demarcadas. La exis­ tencia de unas “fronteras imaginadas” llevó a que los diferentes Estados trataran de delimitar sus territorios, realizando esfuerzos por trazar contenedores sociohistóricos que permitieran envolver y defender las identidades políticas y sociales de los diferentes es- MIGUEL BORJA CONCLUSIONES PARCIALES 259 pacios o mallas territoriales organizadoras de la vida de cada unn de las naciones existentes dentro de la República. Como muestran diversos documentos, una de las preocupa­ ciones centrales de los dirigentes y gobiernos de los Estados tenía que ver con el problema de la determinación de las fronteras poli ticas. En ese entonces, aún no se había dado lo que Raymond Aron llamaría “la legitimidad de la época”, entendida como aquella que surge cuando las fronteras se delimitan con claridad y son reco nocidas como tales por las naciones circunvecinas, y por tanto su trazado constituye un factor de estabilidad en las relaciones entre las naciones240. Los Estados Soberanos todavía estaban dudosos del control de su territorio y del espacio geográfico donde podían ejercer dominio y competencia. Esta ambivalencia, sumada a otros factores, como el desconocimiento de la geografía nacional y regio­ nal, daba lugar no sólo a tensiones y luchas entre los dirigentes de cada uno de los Estados, sino a la existencia de una zona que ha­ bría de convertirse tanto en una región de tensión fronteriza, como también en el núcleo geohistórico de la guerra. Los dirigentes de los Estados Soberanos no disponían aún de una carta de su territorio que les permitiera hacer coincidir su soberanía y los sentimientos de pertenencia de las comunidades con el contenedor territorial de sus Estados. Dicha situación tenía un efecto doble. Por una parte, a pesar de los trabajos de Agustín Codazzi, existía un vacío cartográfico que no facilitaba la construc­ ción territorial del Estado. Por esto, los líderes eran conscientes de la importancia estratégica de delimitar sus territorios y de la nece­ sidad de una carta geográfica que permitiera afianzar la concien­ cia comunitaria de pertenencia a cada uno de los Estados. Por otro lado, posibilitaba la ambivalencia de la pertenencia a las comunida­ des territoriales y políticas, facilitando a las poblaciones escapar de los dominios políticos hacia las áreas grises de las fronteras. De ahí surgieron diversas formas de poblamientos que permanecieron al margen de la vida institucional de los Estados Soberanos; los más relevantes fueron los poblados indígenas, los palenques y las colo­ nizaciones de fronteras. 240 260 Raymond, Aron. Paz y guerra entre las naciones. 1. Teoría y Sociología. Traduc­ ción del francés al español: Luis Cuervo. Madrid, Alianza, Editorial, 1985, p. 255. MIGUEL BORJA El valle y el cañón del Cauca pueden ser caracterizados como una región de frontera dinámica para los diferentes Estados Sobe­ ranos del siglo XIX, una “línea de contacto”, un espacio geohistórico de la guerra. En aquellos lugares se daban diferentes procesos de acumulación de capital que venían desde la Colonia, con toda la carga de violencia que implica la formación originaria del capital, en particular lo que tiene que ver con la economía aurífera y la or­ ganización primigenia del campo bajo el mandato de “los señores de la tierra y de la espada”. Los principales centros mineros de la Colonia se encontraban en un corredor geográfico que iba desde Popayán hasta las minas de Antioquia, pasando por Cartago, Marmato, Supía, etc. De esta manera, el dominio de la región se convertía en uno de los elementos que permitía definir los diferentes acontecimien­ tos de la Guerra Federal, como sucedió durante los conflictos arma­ dos entre 1858-1885; allí los combatientes no sólo contaban con los recursos necesarios para hacer la guerra, sino que podían dominar el centro del poder territorial. Se puede afirmar que las características geohistóricas de la región hicieron que ella se convirtiera en una frontera de ten­ sión entre los Estados Soberanos. Esta región constituía el centro geopolítico de la República, y era “la llave” que permitía a los ejérci­ tos vencedores avanzar en la toma del poder, tanto en los Estados como en la Confederación. Así sucedió en las contiendas que lleva­ ron inicialmente al país por los caminos del federalismo y, poste­ riormente, por los senderos del centralismo. 261 CONCLUSIONES GENERALES La revisión de la literatura correspondiente a las guerras civi­ les en Colombia entre 1858-1885 arrojó como resultado la ausencia de la geohistoria en esos estudios y la falta de preocupación por los aspectos geográficos de los conflictos armados. Para tratar de sub­ sanar esta insuficiencia, en el libro se propone una teoría de alcance intermedio: la teoría de los espacios geohistóricos de la guerra. A partir de la geohistoria, se pudo comprobar que la guerra es un fenómeno espacial que impacta en forma desigual a los territo­ rios, y que existen teatros de la guerra tradicionales como lo es en Colombia el valle y cañón del Cauca; en el contexto internacional, el Mediterráneo. Desde los trabajos de la historiografía regional y las teorías generales sobre la nación y la formación de los Estados-nación, se mostró que durante el siglo XIX en la República existía una tenden­ cia hacia la conformación de diversos Estados políticos, los cuales fomentaban la construcción de múltiples sociedades y naciones y diferentes tipos de civilización. Desde esta perspectiva se alcanzó a desmontar una de las anacronías tradicionales en la ciencia social colombiana: considerar a dichos Estados como regiones. Así que, más que un país de regiones, en el siglo XIX existía un país de nacio­ nes en formación. Por consiguiente, se alcanzó a delinear una nueva mirada para el pasado colombiano a partir del hecho heurístico de que para comprender la historia de Colombia en el siglo XIX, es ne­ cesario tener en cuenta que en la República no existía la búsqueda de una sola nación, sino de un abanico de naciones, cuyas fuentes de origen se encuentran en las civilizaciones indígenas, en la Colonia y en las tendencias a la conformación de Estados por parte de los pueblos históricos existentes en la geografía republicana. MIGUEL BORJA En este escrito se mostró la complejidad de las relaciones entre espacio y guerra, tomando como referente el caso de la Guerra Fe­ deral en Colombia durante 1858-1885. La investigación se propuso señalar las interacciones entre historia y geografía, entorno natural y sociedad, territorio y conflicto armado. Con este propósito se iden­ tificó y delimitó un escenario recurrente de la guerra y la violencia en el país: el valle y el cañón del Cauca y sus tierras aledañas. 263 El examen de los conflictos armados permitió comprobar que los Estados entraron, en diversas ocasiones, en guerra entre ellos. Guerras que fueron desde las interestatales e internacionales has­ ta las civiles. A las clases dirigentes de los Estados les incumbía resolver múltiples problemas en su forja de la nación y del Esta do. Debían luchar por establecer el monopolio de la violencia y de la fijación y recaudo de los tributos públicos, les correspondía fijar y demarcar los límites de su espacio geográfico y, además, tenían que definir la organización territorial de sus Estados; asimismo, enfrentaban los dilemas de la orientación política y cultural de sus comunidades y los asuntos de la tenencia de la tierra y del desa­ rrollo económico. En cada uno de los Estados existía también una preocupación permanente relacionada con la defensa de la sobe­ ranía territorial y la autonomía gubernamental y administrativa, frente a los otros Estados y al gobierno de la Unión. Se estaba ante la génesis de un conjunto de Estados que al compartir un espacio común fácilmente entraban en lucha, y uno de cuyos calderos de formación fue el continente de la guerra. Igualmente, el estudio de la formación de los Estados políti­ cos hizo viable observar cómo la guerra ayudó a reforzar la identi­ dad de las comunidades imaginadas241, delineadoras del abanico de naciones que, en última instancia, eran los contenedores culturales de los diferentes pueblos históricos existentes en la República. En este juego de la mirada sobre el “otro” para reafirmar la identidad, nacieron una serie de rivalidades que habrían de hacer saltar por los aires la paz en la República: surgió la guerra y ella se convirtió en otra variable cohesionadora de las comunidades imaginadas242. La exploración permitió comprobar que la guerra desempeñó un papel importante en la definición y conformación de las dife­ rentes identidades regionales, en la consolidación de los Estados Soberanos y sus clases dirigentes. Es más, diversos caminos, luga­ res geográficos, ciudades y poblaciones adquirieron relevancia por el papel representado en los conflictos armados. Además, la socio­ logía histórica mostró que existían núcleos societarios y políticos 264 241 Anderson, óp. cit. 242 Ibíd. detrás de la guerra, garantes de su continuidad, pues sus motivos y fines no se satisfacían ni con la victoria ni con la derrota. La evidencia de la existencia de diferentes proyectos para la formación de asociaciones estatales llevó a otro resultado bien interesante: la anacronía heurística que implica considerar al con­ junto de las guerras del siglo XIX como guerras civiles. Se pudo hacer palpable la presencia de por los menos tres tipos de guerra: las guerras interestatales, las guerras civiles e, incluso, las guerras del sistema-mundo que era la República. El resultado es concluyente: en muchos de los conflictos armados se está no frente a guerras civiles, sino ante guerras clásicas entre Estados. Una realidad que MIGUEL BORJA El hallazgo de estos núcleos societarios allanó el camino para estudiar el modo como los entornos naturales daban lugar a di­ ferentes civilizaciones enfrentadas a lo largo del siglo XIX, entre ellas, las sociedades de los valles fluviales y las sociedades de la montaña, conformadas por hombres de las llanuras y de los Andes, constructores de diversas estructuras económicas que rivalizaron a través de la guerra por defender su economía, territorio y cos­ tumbres sociales y culturales. La mirada sobre la interacción lla­ nura-montaña abre espacio a futuras averiguaciones que analicen las tendencias hacia la construcción de Estados fluviales y Estados andinos en la Colombia Federal. Esta mirada también hizo posible comprobar que las friccio­ nes entre las sociedades de los valles fluviales y de la montaña se manifestaron en la guerra y ayudaron a encender el fuego de los conflictos armados. La observación de las diferentes civilizaciones existentes llevó a señalar que ellas determinaban estilos diversos de hacer la guerra, en particular, la guerra de las llanuras y la de las montañas. Existían referentes sociogeográficos que ayudaban o condicionaban a los actores en sus estilos de enfrentar los conflic­ tos armados. Estas civilizaciones también fueron importantes en la construcción de la bipolaridad enemigo-amigo, pues proporcio­ naban parte de las palabras motivantes de los conflictos bélicos. En consecuencia, los factores geográficos, al influir la respuesta social al entorno natural, ayudaron a moldear las diferencias surgidas cuando comienzan a encontrarse los hombres de la montaña y de los valles en los escenarios del poder y en “la línea de contacto” de los Estados-nación. 26S reafirmó dicho punto de vista es que en cada uno de los Estados se dieron enfrentamientos internos, estos sí guerras civiles, “domés­ ticas”, “revoluciones locales”. Las indagaciones sobre el fenómeno de la guerra llevaron a considerar a los conflictos armados entre 1858-1885 como suce­ sos encadenados que respondían a lógicas similares y, por tanto, como una sola guerra, la que se ha denominado en este estudio Guerra Federal. Una guerra surgida en el contexto de la propensión de cada una de las comunidades regionales por formar Estados na­ cionales; con esta mira, se enfrentan entre ellas y con el gobierno de la Confederación. Lo que alcanza a demostrar la investigación es que la Guerra Federal puede ser vista como una coyuntura en la cual los colombianos se desgarraban tratando de conformar dife­ rentes Estados políticos y en su búsqueda de la nación. Lo anterior es patente en las tensiones originadas cuando los Estados-nación tratan de expandir sus territorios, en los roces por la delimitación de los Estados y por la índole de la organización territorial. Usualmente la historiografía colombiana suele presentar di­ ferentes guerras: la de 1859-1862, 1876-1877 y 1884-1885, y se esfuerza por diferenciarlas, pero en definitiva, durante la época se puede comprobar que la paz y los armisticios eran básicamente puntos de partida para reiniciar de nuevo la confrontación. Una confrontación enlazada a procesos históricos de larga duración, a partir de los cuales se formaron los Estados integrantes de la Co­ lombia Federal. De ahí que la guerra hubiera sido también un pro­ ceso de larga duración: los motivos para entrar en confrontación se repitieron circularmente. Con relación a una de las preguntas básicas de la geohistoria: ¿Dónde y cuándo ocurrían las acciones armadas?, la indagación arrojó como resultado que la guerra impactaba determinadas par­ tes de la geografía republicana con intensidades y tiempos diferen­ tes. Por dar un ejemplo, Popayán, Manizales y Cartago sufrieron con mayor severidad los rigores de la guerra que Cúcuta, Cartagena y Bogotá. La respuesta a la anterior pregunta también produjo como resultado la ubicación del primordial espacio geohistórico de la guerra: el valle y el cañón del Cauca. Con base en la geohistoria y la historia económica, se pudo caracterizar esta región como una 266 MIGUEL BORJA frontera de tensión, una zona de colonización, un escenario recu­ rrente de las contiendas armadas y, a la vez, un centro de desarrollo económico y social. La región era un “cruce de caminos” y guerre­ ros, un “cruce de comunidades”, “de identidades regionales”, de for­ mas y estilos de vida, de proyectos políticos y sociales y de econo­ mías dinámicas: la de la minería y la de la agricultura capitalista. En estos diversos cruces se generaron tensiones que desemboca­ ron en disputas armadas, llevando a la región a convertirse en el teatro principal de la Guerra Federal. También se pudo demostrar que las oportunidades económicas, políticas y sociales regionales, los recursos existentes y la red de ciudades, poblaciones y cami­ nos, atraían no sólo a las gentes, sino también a los combatientes. Este “Caldero del diablo” en donde se forjó la Colombia moderna no podía pasar desapercibido para quienes dirigían los Estados de la Confederación, quienes movieron sus gentes y sus ejércitos hacia el área con el fin de dominar un territorio que ya para la segunda mitad del siglo XIX se anunciaba como el núcleo geohistórico de la República. En este orden de ideas, surge una serie de interrogantes para los investigadores del futuro: ¿Cuáles de los Estados fueron exitosos en dicho núcleo? ¿Antioquia, el Cauca? ¿Explica esto el de­ sarrollo económico de Cali y Medellín? ¿De las ciudades cafeteras? ¿Qué implicó para Cundinamarca haber perdido los territorios ale­ daños a este centro? ¿Para Bogotá, la costa, Panamá y el gobierno de la Unión, estar lejos? Por otra parte, haber utilizado la geohistoria para compren­ der un fenómeno social tan importante como la guerra abrió la ruta hacia la realización de un estudio del entorno natural y de los paisajes culturales; mostró la forma como los factores geográficos influían en las dinámicas de los conflictos armados, e hizo entendible el hecho de que la región del valle y cañón del Cauca se convir­ tiera en un espacio geohistórico de las luchas bélicas. Fue factible evidenciar que la geografía fragmentada y “tro­ pical” de la época dificultaba el desplazamiento y la subsistencia de las tropas por los caminos y las rutas interestatales de la guerra. Asimismo, los limitantes que para la guerra presentaba una natu­ raleza, un clima y una fauna hostiles coadyuvaron a la permanen­ cia de los conflictos armados y al hecho cierto de que quienes domi­ naban su entorno natural tuvieran ventajas en los combates y las 267 campañas. Los antioqueños, hombres de la montaña, difícilmente podían guerrear en los valles fluviales del Cauca y el Magdalena, lugares en donde casi siempre fueron derrotados por los habitantes de las llanuras. Se confiaban en su entorno, que si bien les ofrecía algunas ventajas para la defensa, no les permitía pasar a la ofensi­ va. Los santandereanos, también hombres de la montaña, fueron derrotados en la guerra de 1885, entre otras cosas, por haber lleva­ do el conflicto armado por la vía del río Magdalena a las ardientes llanuras de la costa atlántica. Como corolario, la geohistoria faci­ litó establecer que los combatientes se encontraban en un periodo en donde las condiciones del entorno natural eran un factor básico para el éxito en la empresa bélica. El examen de los diferentes acontecimientos armados de la Guerra Federal permitió analizar que en contravía con un marco geográfico difícil, como eran las formaciones andinas, las costas y el valle del Magdalena, en el valle y el cañón del Cauca existían algunas facilidades para el desplazamiento de contingentes mili­ tares y las estrategias de la guerra, lo cual, agregado al hecho de que el valle está encajonado entre las cordilleras, posibilitaba el de­ sarrollo y manejo espacial de los combates. Se constató cómo los dirigentes de la guerra y sus tropas podían con facilidad trazar allí los espacios clásicos de los conflictos armados: las zonas de refu­ gio, de recursos económicos y políticos, y los teatros de la guerra; contaban, además, con los mejores caminos y rutas, por ejemplo los que existían entre Buga y Los Cerrillos, y con ciudades y pueblos de entrada al dominio de los núcleos geohistóricos de los Estados. La indagación sobre las relaciones entre espacio y guerra logró concluir que donde hay disputas armadas de larga duración tienden a surgir los espacios geohistóricos de la guerra. Estos espa­ cios que conforman teatros bélicos de larga duración corresponden a las “líneas de contacto”, a las zonas de tensión fronteriza entre las naciones, las sociedades, las comunidades y los Estados políticos. En el libro se han discutido dos casos: el del Mediterráneo y el del valle y el cañón del Cauca, apoyándonos en los trabajos que desde la geohistoria realizó Braudel y continuó en nuestros tiempos Lacoste. Esta discusión permitió deducir que el Mediterráneo aún conti­ núa siendo una zona de tensión de la mayor importancia para los asuntos relacionados con los conflictos armados contemporáneos, 268 e involucra buena parte de los desafíos que para la paz mundial se presentan en el cercano y medio Oriente; incluso todavía subsisten allí parte de las tensiones entre Oriente y Occidente sobre las cua­ les reflexionó Braudel. Paralelamente, la revisión de los procesos económicos y so­ ciales que se dieron en el valle y el cañón del Cauca, a través de la literatura sobre la colonización, mostró que la región fue un espacio forjado en la dinámica de interacción de los diferentes Estados-na­ ción y algunos grupos sociales emergentes. En él se desarrollaban las principales actividades económicas de la época, como la minería, y comenzaba a brotar una agricultura de subsistencia que habría de dar lugar a la caficultura y a la fundación de pueblos y ciuda­ des. Diversas eran las actividades conexas, entre ellas la arriería y el comercio; posteriormente, la banca y los servicios financieros, la industria y la agricultura capitalista. El examen de los aspectos so­ ciales y económicos comprobó que en la región existían los recursos necesarios para la guerra, y se validó el vínculo entre recursos y con­ flicto armado. La historia económica de la zona ha permitido vis­ lumbrar que ella fue el lugar donde se dieron los principales proce­ sos de acumulación originaria de capital, fundamentos materiales del surgimiento de la economía industrial y la agricultura de corte capitalista. Tales procesos corrieron paralelos con un desarrollo de las ciudades y poblaciones y de rutas y caminos, reafirmación de la región como incipiente núcleo geoeconómico del país. MIGUEL BORJA Por otro lado, se ha mostrado que el valle y el cañón del Cauca constituye uno de los escenarios principales de la violencia y los conflictos bélicos del país. Si en el caso del Mediterráneo el encuen­ tro de Oriente y Occidente, del islam y el cristianismo, hacen del área una zona de tensión fronteriza, en el caso del valle y el cañón del Cauca, las dificultades que exhibe el país durante el siglo XIX para conformar una República unitaria, la tendencia de los diferen­ tes espacios regionales por conformar naciones y Estados políticos, y el encuentro de las civilizaciones de los valles fluviales y las mon­ tañas, llevaron a que la región se conformara como una frontera de tensión entre los Estados y sus respectivas comunidades societales, en el espacio geohistórico en donde los conflictos habrían de afluir y resolverse. 269 El estudio de los procesos de la colonización en la región alla­ nó el camino para afirmar que estas actividades económicas eran dirigidas desde “lejanas capitales”, las cuales desparramaban por los ejes cordilleranos centenares de colonos y trabajadores, formán­ dose una amalgama social que no alcanzó a conformarse como un núcleo societario que definiera nuevas identidades, dificultándose así la conformación de la ciudadanía. Los boyacenses, los antioqueños, los cundinamarqueses, los tolimenses, etc., siguieron bajo los moldes de sus pueblos de origen, y heredaron sus rivalidades, por lo que la ciudadanía se vio desgarrada en por lo menos dos de sus componentes: la pertenencia a una comunidad territorial y la co­ munidad en el ejercicio de derechos y deberes. Un caldero inequí­ voco de la guerra. Finalmente, la indagación mostró que no son sólo los facto­ res sociales, políticos y económicos los que explican que el valle y el cañón del Cauca devinieran en un “espacio geohistórico de la gue­ rra”, ya que también intervinieron su conformación fisiogeográfica y su posición espacial y estructura territorial. Esta última posibi­ litaba la combinación valle-llanura para el manejo de los asuntos militares, la delimitación de espacios de recursos económicos para la guerra, de teatros bélicos, de núcleos de irradiación de la guerra y de santuarios militares, e incluso fortalezas militares, como fue­ ron consideradas las ciudades de Manizales y Cartago. También se pudo mostrar la existencia en la zona de sitios especiales para los encuentros armados: el valle de Sonso, Los Chancos, Santa Bárbara en cercanía de Cartago, Manizales, la región del Otún y la llanura de Garrapata. Se evidenció su rol de escenarios recurrentes de las acciones bélicas. La revisión de la literatura de las fronteras hizo patente que por su ubicación espacial la región era la zona de en­ cuentro, el lugar por donde pasaba la economía y la sociedad de la época: era la “línea de contacto” y la frontera de tensión entre los Estados. En ella se confundían los caminos de la guerra y de la paz, paso obligado para quienes durante el siglo XIX se veían competi­ dos por sus actividades a desplazarse de sus regiones. En este orden de ideas, se espera haber conjugado las va­ riables propias de la geohistoria para explicar por qué el valle y el cañón del Cauca devinieron en el principal espacio geohistórico de la Guerra Federal. 270 BIBLIOGRAFÍA Fuentes de archivo y prensa 1. 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CO rH en un un oen en QJ X-i X-i QJ zJ er '2 H .2 ’C o ’C 'rt <D Zí cr ni eu xl MTPUE ’ CUADRO 3 Datos generales del Estado Soberano del Cauca. en 291 CUADRO 4 Datos generales del Estado Soberano de Cundinamarca (incluido Bogotá). en CN CN LH un o en 292 O o un [>• 00 ai O O O en en ’5 cr <D Z to e© i—i ó eD en o CD un en o o- o in <d en CUADRO 5 Datos generales del Estado Soberano de Panamá. OI OI OI en CD CN O» o- O en en in to rH o o en xT (D oo en en oj rH oo O oí LO Oen oó en MIGUEL BORJA CN 293 CUADRO 6 Datos generales del Estado Soberano de Santander . 294 oo en CN CN run un un eo <x> > en un 00 o CN co OJ 1—1 OI t> >■ en br-l un r* un un en CM cn r00 oí un o en CX| Oun CN LO MIGUEL BORJA CUADRO 7 Datos generales del Estado Soberano del Tolima PQ Ctí Ert _C O QJ o nj rt CO pq 295 296 CUADRO 8 Datos generales de la región del valle y el cañón del Cauca. 00 <D O“ co rH CN 50 t> CO O O O ó LD 50 00 00 O CUADRO 9 Datos generales de las principales ciudades de Antioouia y Cauca. Estad, i Soberano del Cauc a Principales ciudades Provincias Cabecera de provincia F’obht ion 5 049 Barbacoas Barbacoas Buenaventura Cali 11.848 Catu a Ruga 14.970 Choce) Quibdo Tasto Pasto Popayan Popayan 7 010 I uque’1 res 1 piales 6 104 Territorio del Caquela ()tras ciudades Cartago 14 572 Palmita 16 176 Supia 8 434 Rolda ni lio 5.462 Toro 7.203 i ontinua.. 297 Datos genemles^stado Soberano de Antioquia Principales ciudades Provincias Capitales Población Antioquia Santafé de Antioquia Medellín Medellín 13.755 Córdova Sonsón 11.104 8.637 Otras ciudades Antioquia Medellín Córdova Anza 5.046 Urrao 2.204 Santa Rosa 4.496 Carolina 4.735 San Pedro 4.666 Sopetrán 4.573 San Jerónimo 3.174 Medellín 13.755 Envigado 4.705 Copacabana 4.073 Belén 3.805 Amagá 4.717 Fredonia 6.814 Itagui 5.182 Titiribí 4.593 Rionegro 8.099 Ceja 4.101 Guarne 3.331 Retiro 6.115 San Vicente 5.369 32.526 Total Marinilla Marinilla 3.314 Peñol 3.361 Bahos 3.034 Total continúa... 298 Salamina Sonson Abejorral 6.301 Salamina 7.559 Manizales 2.909 Aguadas 5.237 Neira 3.606 Pacora 3.610 Arma Total 11.104 433 40.759 Fuente: Geografía Física y Política de la Confederación Granadina. 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Estados Codazzi km' Reclus krrk Esguerra km' Antioquia 59.025 59.000 58.125 Bolívar 70.000 70.000 69.535 Boyacá 86.300 86.300 79.725 Cauca 630.100 666.800 630.100 Cundinamarca 15.000 206.400 196.490 Magdalena 69.800 69.800 65.805 Panamá 82.675 82.600 82.675 Santander 49.875 42.200 41.610 Tolima 37.500 TOTAL 1.100.275 47.950 1.283.100 1.272.015 Dato actual del Instituto Geográfico Agustín Codazzi: 1.141.748 km' Fuente: Joaquín i.sguerra. Di ''onario geográfico de los Estado «nidos de C olumbia. Bogotá, Caitln, 1879. Agustín oodozzi. Ge rafia física y p <tii k ifederación Grana fia. Diez volúmenes. Bogotá, Univer udad Nacional de "olombi. yotrr ,2^91 2005. Elíseo Ke ’i , Colombia. Traducción, Francis o Javier Vergara y Velasco. Bogotá, Presidencia de la Republi, a, 1 CUADRO 11 Censos generales de población de la Nueva Granada. [•Estados Tasa de credniierrto geométrico 1 1851 1870 Antioquia 243.388 365.974 2,1 Bolívar 205.607 241.704 0.8 Boyará 379.682 498.541 1,4 Cauca 323.574 435.078 1,6 Cundinamarca 317.351 413.658 2,4 67.764 88.928 2,4 Panamá 138.108 224.032 2,5 Santander 360.148 433.178 1,0 Magdalena Tolima 208.108 230.891 0,5 TOTAL 2.243.730 2.931.984 1,4 Fuente: MigueHTrrui a y Merio Arrublo, c imp di te estadísticas his. Bogotá, Universidad Nacional de .olombia, 1970. 300 :a. de ''alombia, 301 MIGUEL BORJA CUADRO 12 Estadísticas de los combatientes en la guerra de 1876, según Manuel Briceño. CUADRO 13 Niveles de hostilidad en Colombia. Levantamientos Levantamientos Porcentaje Antioquia 3 1 3,84 Bolívar 3 3 11,5 Boyacá 3 3 11,5 dl)S Cauca 4 1 3,84 Cundinamarca 3 3 11,5 Magdalena 3 3 11,5 Panamá 0 0 0 Santander 4 4 15,3 Tolima 3 1 3,84 7 26,9 26 99,72 Valle y cañón del Cauca Total 26 1 Levantamientos armados: aquellos en los que se presentaron acciones militares significativas. En la segunda columna los levantamientos disminuyen debido a que se introduce el valle y el cañón del Cauca, conformado por territorios de los Estados de Antioquia, Cauca y Tolima. Fuente: Gustavo Arboleda, Revoluciones locales. Popayán, Imprenta del Departamento, 1907. CUADRO 14 de las principales batallas de la Guerra Federal, SEGÚN DATOS DE MANUEL BRICEÑO Y EL ESTADO DE GUERRA. Estadísticas | .atajía Participantes Muertos Heridos Los Chancos-1876 7.500 412 617 Donjuana-1877 5.620 750 980 Garrapata-1876 9.961 Garrapata (Estado de Guerra) 11.500 1.500 Fuentes: Manuel. Briceño, La revolución de 1876-1877. Recuerdos para la historia. Bogotá, Biblioteca de Historia Nacional, 1878; Rodrigo Pardo, La historia de las guerras. Bogotá, Ediciones B, 2004; El Estado de la Guerra, No. 4, Bogotá, diciembre 2 de 1876, p. 20. 302 1 CUADRO 15 Estadísticas de territorio y población, según Joaquín Esquerra. gstado“ Territorio miriámetros cuadrados Baldíos miriámetros cuadrados Población Antioquía 590 260 Bolívar 700 400 241.704 Boyacá 863 558 482.874 Cauca 6.668 6.038 435.078 Cundinamarca 409.602 365.974 2.064 1.833 Magdalena 698 448 82.255 Panamá 826 465 220.542 Santander 422 237 425.427 Tolima 447 114 230.891 Totales 13.278 10.353 2.894.347 Fuente: Joaquín Esguerra, Diccionario geográfico de los Estados Unidos de Colombia. Bogotá, Gaitán, 1879. 303 CUADRO 16 Estadísticas de la Rbvolución de 1876. Batallas. Fuerzas participantes Lugares de los combate: Totales Constitucionales Rebeldes CAUCA La Granja (Cauca) Los Chancos Cucillo 400 900 1.300 3.200 6.580 9.780 200 400 600 El Tambo 2.000 1.500 3.500 Totales 5.800 9.380 15.180 1.500 2.000 3.500 15.180 TOLIMA Toche Ignacito 300 250 550 Garrapata 5.500 6.000 11.500 Albadan 1.000 600 1.600 Totales 8.300 8.850 1.7150 17.150 CUNDINAMARCA 500 400 900 Soacha 1.000 800 1.800 Corales 2.000 1.500 3.500 Guadalupe Tequendama Totales 800 700 1.500 4.300 3.400 7.700 180 200 380 15 150 165 195 350 545 7.700 BOYACÁ Sus acón Ramiriquí Totales Fuente: El Estado de Guerra, N° 4. Bogotá, diciembre 2 de 1876, p. 20. 304 545 ESPACIO Y GUERRA Colombia Federal 1858-1885 Se terminó de imprimir en la Editorial Universidad Nacional de Colombia en mayo de 2010, se utilizaron caracteres Chaparral Pro 11.5/13.5 cm en un formato de 16.5 cm x 24 cm. Los planteamientos y reflexiones de esta obra modifican las perspectivas desde las cuales se han descrito y analizado las batallas, las acciones militares y los conflictos armados ocurridos entre 1858 y 1885 en el espacio geohistórico principal de la Guerra Federal, el valle y el cañón del Cauca al norte de Popayán y al sur de Antioquia. Con base en la geohistoria, este texto propone una nueva lectura de dicha guerra. En el desarrollo de sus planteamientos, aporte de datos y conclusiones, el autor recurrió a la obra de Agustín Codazzi, a la de Vergara y Velasco; así como a una vasta documentación sobre la organización territorial y económica de los diferentes espacios de los Estados territoriales que trataron de gestarse en el siglo XIX. La tesis central del libro es la concepción de los conflictos bélicos en Colombia entre 1858 y 1885 como “guerras con nombre”; en consecuencia, se argumenta que ellas respondían a las lógicas de las guerras clásicas y se libraban a partir del derecho de gentes. Constituían enfxealamientoG entre diferentes formaciones políticas con tendencia a considerarse Estados; eran “comunidades imaginadas”, naciones en formación, las concurrentes a la guerra. Ingredientes fundamentales de esta nueva visión de la Guerra Federal es la descripción y el análisis minuciosos de la geografía y del espacio; de la geopolítica de las fronteras y los intereses, conflictos y tensiones que allí convergen. En el extenso recorrido de los hechos, el conjunto de la geografía, del clima, del temple y del temperamento, como diría Codazzi, cobra vida. Más allá del determinismo geográfico, el autor dibuja los mapas de la guerra y advierte dónde estaban los recursos necesarios para proveer las tropas, dónde se hallaban las zonas de refugio y los frentes de batalla, por qué unos espacios eran-más-propiciosque otros a determinados contendientes, cuáles eran los dirigentes y su influencia en las diversas regiones; es así cómo.ün últimas, confronta los factores que decidieron los resultados en las campos de Marte. El análisis de las interrelaciones entre espacio e historia, así como entre guerra y geohistoria, permite la comprensión del pasado y del presente de un área donde el conflicto y la violencia parecen ser endémicos. AUGUSTO JAVIER GÓMEZ LÓPEZ Este estudio basado en archivos departamentales y nacionales, correspondencia, memorias y estudios geográficos, aporta novedosos elementos para repensar problemáticas del siglo XIX; a la vez, inaugura fructíferos filones de investigación con la perspectiva de la geohistoria. Constituye una significativa contribución al conocimiento de hitos de la historiografía colombiana como La Violencia, la construcción de Naciones-Estados en el siglo XIX, la articulación de procesos de desarrollo económico con proyectos políticos e ideológicos, e ilumina los posibles orígenes de patrones de comportamiento identificados con determinadas “regiones” colombianas; temáticas todas muy relevantes para entender el problema de la violencia actual y buscar senderos para su solución. MARYROLDÁN Las tesis que Miguel Borja sugiere están sustentadas en un amplio conocimiento de la literatura teórica de la geohistoria; al igual que de los hechos de la histpri3.de Colombia. Acompañaa las_ anteriores condiciones, una familiaridad muy grande con las características del espacio sobre el cual elabora sus argumentaciones. Así valido, formula una explicación de la fragmentación espacial y política, característica del pasado y el presente del país, una de las particularidades más significativas del proceso nacional. El autor pone en entredicho las explicaciones previas sobre el carácter civil de las guerras colombianas del siglo XIX, al presentarlas como guerras interestatales, pues considera los agentes del conflicto como^Estados”, dotados de toda la parafernalia ijidisBeHgable para identificarse como tales;.los cuales peleaban contra sus similares para - - - - afirmar una identidad estatal y un dominio territorial, cuando los consideraban amenazados o vulnerados. Este proceso retroalimentaba su singularidad. La geografía era otra dimensión que fortalecía la fragmentación, y la región del valle y el cañón del Cauca, como consecuencia de la especificidad de su proceso histórico, fue el espacio por excelencia para el desarrollo de esta conflictividad. HERACLIO BONILLA