En «Jinetes de la luz», Frank Bowman se someterá por primera vez al novedoso sistema de teletransporte instantáneo. En «Cien maneras de morir» un joven estudiante en prácticas del CERN consigue idear una manera de viajar al pasado. El problema es que cada vez que intenta cambiar algo, la realidad parece desdoblarse en dos universos diferentes. Su única oportunidad de realizar cambios es quedarse en la nueva realidad creada y suplantarse a si mismo… Francisco García Bernal Jinetes de la luz y otros relatos ePub r1.6 Titivillus 10.10.2021 Título original: Jinetes de la luz Francisco García Bernal, 2014 Diseño/Retoque de cubierta: Francisco García Bernal Editor digital: Titivillus Corrección de erratas: isytax, Taarna, Hati, kalsby_ y FranVega ePub base r2.1 A mi familia, María, Lucas y Emma, que merecerían les dedicara una trilogía entera en vez de un par de míseros relatos. Jinetes de la luz —Señor Bowman, ¿está seguro de que ha entendido correctamente todo el procedimiento? —preguntó el doctor Fowler. —A la perfección, doctor. Después de todo, el proceso de teletransporte instantáneo no es nada nuevo. Hoy en día se considera prácticamente un proceso rutinario. —El proceso no es difícil de entender —dijo el doctor—, lo que quiero estar seguro de que entiende son las implicaciones… como diría yo… éticas. No, «éticas» no es el término más adecuado. En realidad no sé muy bien cómo expresarlo, señor Bowman,… —Ya sé a qué se refiere, doctor. Esas implicaciones «éticas» o filosóficas si me permite decirlo, han estado en boca de todo el mundo durante años. Multitud de grupos antiteletransporte han surgido a lo largo de los últimos tiempos, intentando advertir al público general sobre «ese hecho». Pero tarde o temprano todo el mundo estaba abrazando este nuevo medio de transporte, y ni una sola persona que lo hubiera probado ha vuelto a los métodos convencionales. —En efecto señor Bowman. Pero la compañía de transportes me obliga a informarle de todas estas circunstancias. El proceso es sencillo de entender; mediante la máquina transcodificadora que vio antes durante su visita a las instalaciones, haremos una especie de resonancia magnética de todo su cuerpo. No se trata de una simple resonancia médica, sino que es un proceso de una resolución mucho más alta. »Este escáner captará la posición exacta y el estado cuántico de cada uno de los átomos individuales que forman su cuerpo. No solo de los átomos, sino de las partículas subatómicas que los integran. Esta información se codificará digitalmente y se enviará en un rayo de luz hasta su destino, en su caso, la estación transcodificadora de Solis Lacus, en Marte. Allí se aplicará el proceso inverso y se regenerará su cuerpo en exactamente la misma configuración cuántica que tenía en origen. »El problema es que para alcanzar tan alta resolución y poder captar todos los detalles de su cuerpo, hemos de usar una radiación de energía extremadamente alta. Esto causará la desintegración del sujeto de origen conforme avance el escáner. Pero no se preocupe, pues el proceso no toma más de unos microsegundos y usted no notará nada en absoluto. —¿Pero el cuerpo que aparecerá en Marte seré yo mismo? —A nivel cuántico será completamente indistinguible. Teniendo en cuenta las leyes de la Física conocidas actualmente, será exactamente usted. —¿Y no recordaré nada del proceso de transporte? —En absoluto, señor Bowman —dijo el doctor—. La configuración de su cuerpo que se envía a Marte es justamente la que existe antes de la desintegración. Bajo su punto de vista, Marte aparecerá alrededor suya de manera instantánea. —Entonces no hay ningún problema, ¿no? Todos mis colegas que llevan años viajando como jinetes de la luz me han referido que el proceso es totalmente indoloro. —Así es señor Bowman. Pero existe la posibilidad de que… usted realmente muera en el proceso. —¿Qué quiere decir, doctor? No le entiendo, estaba convencido de que el proceso era 100% seguro. —Verá señor Bowman. No me refiero a la fiabilidad del proceso. Hasta ahora no hemos tenido ni una sola incidencia en los procesos de transporte. Me refiero a lo que especulan todos los charlatanes anti-teletransporte. Realmente no sabemos a ciencia cierta si la persona que aparece en el punto de destino es usted o es una copia idéntica a usted. —Pero, tenía entendido que en efecto se trata de la misma persona. —En teoría sí. El cuerpo es exactamente igual que el de origen hasta los niveles que la física nos permite discernir. Y el sujeto en origen es desintegrado durante el proceso. Si usted le pregunta al sujeto de destino, le asegurará que se trata de él, de la misma persona que viajó en un rayo de luz apenas unos segundos antes. Poseerá todas las vivencias y recuerdos, y a todos los efectos será él. Pero,… ¿cómo podemos asegurar que es la misma persona? —¿Me está usted insinuando la existencia de un alma inmortal que no se teletransporta? —Es más sencillo que eso, señor Bowman. Es perfectamente posible que se trate de una copia idéntica a usted, pero que en efecto sea otra persona. —¿Como un hermano gemelo? —Más que eso. Pues él estará completamente seguro de que es usted. —Pero la copia de origen es destruida en el proceso de escaneo, con lo cual no debería haber problema, ¿no? —A eso me refiero, señor Bowman, cuando le hablo de las implicaciones filosóficas del proceso. Hay quien piensa que realmente usted muere en el proceso, y lo que aparece al otro lado es un duplicado exacto. Frank Bowman salió de las oficinas de LightRiders con cierta sensación de desasosiego. No podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con el doctor, paso obligatorio en el proceso de inscripción como jinete de la luz. Una vez finalizado este trámite y realizado el primer viaje, éste sería su medio de transporte en sus futuros desplazamientos. Se terminaron las incontables horas de espera en espaciopuertos, meses de tránsito para un simple viaje a las lunas de Júpiter, incluso los viajes intraplanetarios serían ahora un placer. Podría ir de Nueva York a Sidney en el tiempo que dura un parpadeo, y por un precio mucho más económico. Con razón, el teletransporte era el medio más usado en la actualidad. Poco a poco los detractores iban cediendo a las delicias de esta nueva forma de viajar. Tras varias conversaciones con usuarios regulares de este método, era inevitable tarde o temprano replantearse su uso. Llegó a su pequeño apartamento en la periferia de Washington prácticamente a la hora de la cena. Tomó dos o tres platos con sobras que quedaban en el frigorífico y dio cuenta de una rápida cena antes de irse a dormir. Después de todo, iba a pasar al menos tres meses destinado en la división marciana de su compañía, con lo que la casa estaba virtualmente vacía. Una maleta previamente empacada con las pocas pertenencias que se llevaría consigo le esperaba a un costado de la puerta. La decisión estaba tomada. Le había costado mucho, pero esta vez había resuelto que haría su primer viaje telepórtico. Estaba cansado de pasar meses en naves incómodas, hastiado de las náuseas y efectos secundarios de la hibernación, cuando la longitud del vuelo lo requería. Además, la empresa premiaba con vacaciones extra a los operarios que decidían viajar mediante teletransporte, ya que el ahorro y aumento de productividad para ellos también era significativo. Esa noche apenas pudo conciliar el sueño. Seguía teniendo cierta inquietud interior causada por la conversación con el doctor. ¿Sería cierto que el transportado al punto de destino no sería él, sino una copia idéntica? Sin embargo, ninguna de las conversaciones que había tenido con sus compañeros usuarios regulares del sistema le hacía inclinarse a considerar esta opción. Todo parecía seguro y fiable, y buena cuenta de ello era que este método no hacía más que popularizarse cada vez más. No había vuelta atrás. A partir de mañana sería un Jinete. Finalmente se rindió al cansancio del intenso día y quedó sumido en un profundo sueño. A las 9:30 a.m., tal como habían convenido el día anterior, Frank Bowman se presentó en las instalaciones de LightRiders para ultimar los trámites de su viaje. Sus compañeros en Solis Lacus le esperaban dentro de unas horas para la reunión de seguimiento semestral. Las distancias interplanetarias hacían imposible el tener reuniones fluidas mediante holoconferencias, tal como solía hacerse de manera habitual en la Tierra. Debido a la velocidad finita de la luz, una simple conversación con la base lunar tenía un desfase de varios segundos entre los interlocutores, soportable para una conversación rápida, pero totalmente desquiciante durante una conversación larga. Ya no digamos una conversación con Marte, que según la época del año y la posición relativa de los planetas, ¡podía tener más de 20 minutos de desfase! Eso imposibilitaba cualquier tipo de conversación fluida, lo que requería constantes viajes interplanetarios para tratar asuntos importantes. Bowman pasó a la antecámara donde debía desvestirse y enfundarse un ceñido mono de vuelo. Tanto su equipaje como él mismo serían desinfectados para evitar un posible transporte de gérmenes a Marte. Una vez finalizados los preparativos, entró en la cámara de escáner, donde le esperaban unos operarios vestidos con lo que parecían trajes de cirujano. —Bienvenido, señor Bowman —dijo uno de ellos—. Tengo entendido que es su primera vez, ¿no? —Así es —manifestó sin demasiado entusiasmo—. La verdad es que llevo unos días un tanto nervioso por todas las implicaciones del proceso. —No se preocupe señor Bowman, es algo completamente normal. Por favor, túmbese en la camilla del escáner. Antes de iniciar el proceso le inyectaremos un sedante muy suave que hará que se sienta mucho mejor. Uno de los operarios se acercó con una jeringuilla hipodérmica, y tras hacerle un torniquete en el antebrazo, le inyectó una pequeña cantidad de líquido transparente. Tras unos segundos empezó a encontrarse mucho más tranquilo y relajado. —¿Ve como ya está mucho mejor? —dijo el operario jefe—. En unos segundos procederemos al inicio del escáner. No se preocupe, no sentirá absolutamente nada. Aparecerá en la estación de destino como si nada hubiera pasado. —Eso espero, doctor —dijo el señor Bowman. —Confíe en mí. Todos los días pasan decenas de personas por aquí, y nunca hemos tenido una sola incidencia. Los operarios se retiraron a la sala de control, y el señor Bowman cerró los ojos. «Señor Bowman, en breve vamos a dar comienzo al proceso. Que tenga usted una buena estancia en Marte» —dijo una voz a través de un altavoz. El escáner se puso en marcha con un rugido y Bowman sintió un tremendo dolor por todo su cuerpo. Sintió cómo se deshacía rápidamente, conforme los campos magnéticos recorrían los entresijos de su ser. Se sintió morir, y supo que su mayor pesadilla era cierta. No reaparecería en Marte. Simplemente moriría y una copia se haría cargo de su vida. Su consciencia se fue desvaneciendo rápidamente, pero aún le quedó tiempo para un último y aterrador pensamiento. Y de esta manera, Frank Bowman fue consciente durante unos microsegundos de un hecho mucho más aterrador. Se estaba condenando a morir una y otra vez, en cada uno de los procesos de teletransporte a los que se sometería en adelante, ahora que oficialmente era un Jinete. Su copia no recordaría nada de esto. Finalmente perdió la consciencia y desapareció. Frank Bowman vio cómo a su alrededor aparecía una sala de teletransporte ligeramente diferente. Se incorporó en la camilla y notó extrañeza en sus movimientos. Parecía más liviano que hacía unos segundos. En ese momento recordó que ya se encontraba en Marte y que su peso corporal se había reducido a un tercio del peso terrestre. Comenzó a caminar hacia la puerta cuando ésta se abrió de repente y unos operarios accedieron al interior. —Bienvenido señor Bowman —dijo uno de ellos—. ¿Ha tenido un viaje placentero? —La verdad es que sí. Solo recuerdo que hace unos segundos estaba en la Tierra tumbado en una camilla similar a ésta, y ahora de repente estoy aquí. Parece increíble, ¿verdad? —Ya lo creo, señor Bowman. Es increíble pensar que aún hay personas que deciden pasar meses hacinadas en naves interplanetarias para hacer el mismo trayecto que usted ha hecho de manera instantánea. —Yo era uno de ellos, doctor. He hecho esta ruta en al menos diez ocasiones. Pero afortunadamente eso ya terminó. A partir de ahora seré un fiel usuario de su sistema de teletransporte. —Siempre nos es grato que nuestros clientes estén contentos con el servicio. Que tenga usted una buena estancia, señor Bowman. ¡Y esperamos verle de vuelta pronto! Frank Bowman salió de la estación transcodificadora y se dirigió a las oficinas centrales de su compañía para asistir a la reunión que le había traído hasta Marte. «Está listo señor Bowman» —preguntó uno de los operarios por el intercomunicador —Cuando quiera, doctor. Se disponía a regresar a la Tierra tras su corta estancia en Marte. Nuevamente el gran electroimán del escáner se puso en marcha con gran estrépito y Bowman fue nuevamente (por primera vez) consciente de su inevitable muerte. Intentó moverse y escapar de la camilla de escáner, pero le fallaban las fuerzas. Se desvaneció una vez más (la primera vez para él) y supo que se estaba condenando a morir sin remedio una y otra vez. Frank Bowman (copia) emergió en la estación de transcodificación de Washington. Salió de las instalaciones de LightRiders y se dirigió a su casa para descansar. Había sido una semana intensa y mañana debía estar en la oficina a primera hora. En un par de semanas tenía planeado un nuevo viaje al cinturón de asteroides para supervisar las obras de ampliación de la estación de repostaje. Cien maneras de morir Prólogo Una de la madrugada. Oscuridad total en el interior de un apartamento en Ginebra. Todo ha quedado completamente en silencio. Mi nombre es Daryl Richardson, y acabo de cometer mi propio asesinato. Observé con pavor cómo mi cuerpo se estremecía mientras una almohada se aplastaba contra mi cara impidiéndome respirar. Brazos y piernas se agitaban frenéticamente en un intento desesperado de zafarse de su presa, pero todo era inútil. Poco a poco el cuerpo fue perdiendo fuerzas hasta que se apagó por completo. Me levanté y observé mi propio cadáver yaciendo en la cama, con los ojos inyectados en sangre y una mirada de horror en el rostro. Arrojé la almohada hacia un lado y tras este shock inicial, me dispuse a continuar con el plan. Ahora tenía que deshacerme de mi cadáver, y tenía que hacerlo rápido. No sería la última vez que tendría que hacerlo. En los últimos años ya me había asesinado decenas de veces. Llegó un momento en que dejé de contarlas, en un intento de no pensar demasiado en el asunto. Pero era necesario e inevitable, si quería continuar con mi plan. Tiempo 1. Presente Les contaré mi historia y las razones que me llevaron a quitarme la vida a mí mismo, una y otra vez, a través de diferentes tiempos y realidades. El viaje en el tiempo era posible. No sólo era algo factible teóricamente, sino que yo llevaba haciéndolo casi diez años. Esta historia comenzó una tarde lluviosa en Ginebra. Yo estaba trabajando en el CERN, mientras finalizaba mis estudios de posgrado, donde podía dar rienda suelta a mi fascinación por las partículas subatómicas. Todo el mundo ha oído hablar del bosón de Higgs, la partícula divina, o como quieran llamarla. Decenas de libros y documentales sobre él hacían de ella una de las partículas subatómicas más conocidas, aunque prácticamente nadie sepa de qué demonios se trata. Pero más interesante que la partícula en sí, es el campo en el que ésta se encuentra inmersa. El campo de Higgs es un campo cuántico que llena por completo el universo. La interacción de la materia con este campo es lo que hace que las cosas tengan masa. En cierto modo se asemeja al éter luminífero, el fluido imponderable que los científicos de hace unos siglos pensaban que llenaba el universo y por el que se desplazaban las ondas de luz. Pero a diferencia del éter, el campo de Higgs es real. Visualizar el campo de Higgs no es tarea fácil, es algo tan anti-intuitivo que nuestra pobre mente humana no puede imaginarlo. De hecho, en 1993, el por aquel entonces ministro británico de ciencia desafió a los científicos del país a contestar en una sola página y de una manera sencilla la pregunta «¿Qué es el bosón de Higgs y por qué queremos encontrarlo?». El físico David J. Miller se alzó con la victoria, obteniendo como premio una simple botella de champán. Miller describía el campo de Higgs como una especie de «hierba alta» que llena por completo el universo y que siempre crece en la misma dirección. Debemos entender que esta «hierba» no es algo tangible, y que cuando hablamos de «dirección» no nos estamos refiriendo a una de las direcciones espaciales a las que estamos acostumbrados, sino más bien se trata de una dirección imaginaria, como una dimensión extra. Las partículas tienen una onda asociada que oscila en determinada dirección. Si resulta que esa dirección es la misma en la que crece la hierba, las partículas apenas notarán el campo al pasar a través de él y se moverán a la máxima velocidad. Por ejemplo el fotón es una de este tipo. Hay otras que oscilan en un determinado ángulo respecto a la hierba. Cuando se mueven a través del campo, encontrarán hojas en su camino que las frenarán, mientras más pronunciado sea este ángulo, más les costará moverse ya que encontrarán más oposición a su movimiento. En una de las tardes lluviosas que había pasado en casa jugueteando con las ecuaciones del campo de Higgs, había descubierto algo interesante. Al parecer, bajo ciertas condiciones, cuando aplicamos una onda electromagnética de una determinada frecuencia a un espacio vacío, se producía una interacción entre el campo electromagnético y el campo de Higgs que los anulaba a ambos. Era como si pudiésemos segar la hierba imaginaria que formaba el campo, de manera que era posible construir una especie de receptáculo que contenía espacio completamente vacío, sin ningún campo para que la materia interactuara. Cualquier objeto introducido en este campo segado, carecería por completo de masa. Esto tenía consecuencias muy interesantes. Un objeto en el interior de la jaula de Higgs, como yo la había llamado, podía ser acelerado a la velocidad de la luz sin esfuerzo alguno, ya que carecía por completo de masa. Esto, según las ecuaciones de la relatividad de Einstein, lanzaría al objeto hacia atrás en el tiempo. Todo parecía correcto. Por más vueltas que le di a los cálculos, no encontré ningún error. La única cuestión que quedaba, era probarlo experimentalmente. Alquilé un pequeño trastero en las afueras de la ciudad, con la intención de aprovechar el poco tiempo libre que me quedaba tras la jornada de trabajo en el acelerador, para construir un prototipo de la jaula de Higgs. No eran necesarios costosos materiales ni alta tecnología. Podía adquirir todo lo necesario en una tienda de bricolaje normal, y tomar prestados algunos aparatos e instrumentos de medida del laboratorio sin levantar mayor sospecha. Trabajé en el prototipo durante dos semanas. Una vez terminado, el artefacto era poco más grande que un microondas. En su interior, albergaba espacio suficiente para contener pequeños objetos no mucho mayores que un puño. El primer experimento que puse en marcha fue intentar enviar una pelota de tenis unos minutos hacia el pasado. Introduje la pelota en la jaula de Higgs y empecé a manipular los controles para iniciar el proceso de anulación de la masa. Una vez finalizado, di paso a la aplicación de la vibración que causaría el desplazamiento temporal. Pulsé el botón y …el objeto desapareció instantáneamente. ¿Qué había pasado exactamente? ¿El objeto se había desintegrado? ¿Había funcionado la máquina? Mientras le daba vueltas a las posibles interpretaciones del experimento, me pregunté cómo sabría si el experimento había funcionado o no. Es decir, si la pelota había viajado efectivamente hacia el pasado…, ¿cuáles serían las consecuencias en el presente? ¿Debería recordar una pelota como esa hace unos minutos en mi propio laboratorio? Una no… ¡dos!, porque hace unos segundos la pelota original todavía estaba en el laboratorio. Pero no recordaba nada de aquello. Por más que busqué en el laboratorio, no encontré la pelota de tenis por ningún sitio. La situación era del todo frustrante. Tenía una, en teoría, máquina del tiempo que permitía viajar al pasado, pero no había forma de comprobar si funcionaba o no. Cualquier objeto que introducía en su interior desaparecía de nuestro universo sin dejar rastro, pero no tenía idea de a dónde lo había mandado. Una posible solución que se me ocurrió fue plantearme el problema desde la perspectiva de los múltiples universos. Pensándolo bien, ésta era la única manera en la que el universo podía protegerse a sí mismo de la aparición de paradojas temporales. Además era la interpretación más sencilla de los resultados del experimento. Después de cada desplazamiento temporal, el universo se desdoblaba en dos a partir del punto de destino en el pasado. En una de las líneas temporales, el desplazamiento se había producido y en otra no. Tomando como ejemplo el caso de la pelota de tenis, yo había enviado ésta efectivamente hacia el pasado, pero el universo se había separado en aquel punto del pasado, un universo en el que había llegado una pelota de tenis desde el futuro, y un universo en el que todo seguía igual que antes. Yo por desgracia me encontraba en el segundo, el universo inalterado, y no había forma de enviar información de uno a otro. La única manera de verificar su funcionamiento era utilizar la máquina para viajar yo mismo al pasado. Este arriesgado experimento requería, además de armarse de valor, la construcción de un prototipo mucho más grande. No era una tarea especialmente difícil. La nueva máquina sería esencialmente igual que la inicial, pero más grande. El otro gran problema, éste sin solución aparente, era que una vez desplazado al pasado, no podría volver nunca a mi línea temporal original. Si bien viajaba dos días al pasado, siempre podría esperar esos dos días para encontrarme de nuevo en el tiempo presente, pero no sería este presente, sino el tiempo presente alternativo creado en el momento del desplazamiento. Realmente ambos presentes serían iguales, salvo por las modificaciones que hubiera hecho en el pasado, así que no habría mayor problema. Pero había un detalle importante. En ese pasado habría otro yo. A partir de ese momento tendría que convivir con una copia exacta de mi mismo, con todas las consecuencias y dificultades que esto acarrea. Al menos por un periodo de tiempo, hasta que mi otro yo se introdujera en la máquina y se marchara al pasado. Ya improvisaría algo. De momento estaba obsesionado con demostrar de cualquier forma el funcionamiento de la máquina, y no quería dedicar demasiado tiempo a estas cuestiones. Tiempo 2. Pasado0 Había planificado el desplazamiento como un viaje de 48 horas al pasado. Quería a toda costa evitar encontrarme conmigo mismo en este primer experimento temporal y para ello, ideé el siguiente plan: En los siguientes dos días me abstendría de ir a mi laboratorio y sus alrededores. Intentaría permanecer en casa todo el tiempo posible, completamente apartado de la sociedad. No contestaría el teléfono, no consultaría internet y dejaría un detallado registro de mis movimientos en un cuaderno. El viernes 12 de Octubre de 2018, la máquina estuvo lista y revisada, así que me dispuse a comenzar con el plan de aislamiento. Cerré el laboratorio con llave y me dirigí a casa, pasando primero por el supermercado, y haciendo acopio de todo lo que iba a necesitar durante el fin de semana que pasaría recluido en mi apartamento. Llegué a casa, desconecté el teléfono, apagué el teléfono móvil y me dispuse a pasar el tiempo viendo películas y leyendo. En todo momento tuve el cuaderno conmigo, en el que anotaba sin escatimar en detalles todos y cada uno de mis movimientos: «a las 9:30 comienzo a cocinar la cena», «de 10:30 a 10:50 tomo una ducha», … Aparte de mis movimientos, también estuve registrando cualquier información interesante que veía en la televisión, datos que después me ayudarían a verificar si efectivamente la nueva línea temporal a la que esperaba desplazarme era en todo idéntica a la actual. Noticias, resultados deportivos, previsión meteorológica, … El lunes 15 a última hora de la tarde, me dirigí al laboratorio y programé la jaula para provocar un desplazamiento de 48 horas al pasado. Me introduje en su interior llevando conmigo únicamente algunos objetos personales y la pequeña libreta en la que había estado anotando información sobre el pasado. En el momento de anulación del campo de Higgs, noté una sensación de náusea, parecida a la que se tiene al caer en una montaña rusa, y cuando se puso en marcha el vibrador vi cómo todo a mi alrededor se volvía borroso por unos instantes. En pocos segundos todo cesó y el laboratorio quedó completamente en silencio. Tiempo 3. Pasado1 Tras abrir la compuerta de la jaula, no noté nada especialmente extraño, el laboratorio estaba exactamente como lo recordaba. ¿Era posible que el experimento hubiese fallado? Me dirigí al ordenador y comprobé la fecha. Sábado, 13 de Octubre de 2018. ¡Había funcionado! En ese momento, un ruido ensordecedor me sobresaltó. ¡Maldita sea! Había olvidado dejar desconectada la alarma al cerrar el laboratorio el viernes. Ahora por seguro la compañía de seguridad intentaría ponerse en contacto conmigo. El problema era que mi otro yo tendría el teléfono desconectado y estaría completamente aislado todo el fin de semana. Tenía que salir de allí rápidamente y buscar un lugar seguro donde establecerme los próximos días, antes de que un agente de seguridad pasara por allí a verificar que todo estaba en orden. Incluso era posible que mandaran a alguien a mi casa en persona a informarme. Si eso llegaba a suceder, podría dar al traste con todos mis planes. Me dirigí a un hotel de las afueras donde tenía la certeza de que no encontraría a ningún conocido. Salvo el incidente de la alarma, todo estaba sucediendo tal como lo había imaginado. Ahora sólo quedaba verificar que el resto de acontecimientos se desarrollarían tal y como había previsto. Mi otro yo, el yo oriundo de esta realidad temporal, debía estar ahora mismo en casa cenando mientras miraba la televisión y anotaba todo lo que ya estaba anotado en el cuaderno que yo portaba. Salí del hotel y me dirigí a una administración de loterías para hacer una apuesta al sorteo de mañana domingo. Nada que llamara la atención de momento, apostaría sólo para ganar unos cientos de euros. Después volví al laboratorio y pasé allí el resto del día mirando la televisión. Todo parecía estar sucediendo exactamente como recordaba, los resultados deportivos eran los mismos, las noticias eran exactamente las mismas. El domingo transcurrió también sin incidentes. Mi boleto de la lotería resultó premiado con 250 euros, se produjo el mismo terremoto en Tokio, y todos los sucesos volvieron a ocurrir tal como ya habían ocurrido, no encontré ninguna diferencia entre el tiempo original y la nueva realidad. ¿Era posible que el incidente de la alarma hubiera desencadenado algún giro inesperado de los acontecimientos? Si la compañía de seguridad finalmente había informado a mi otro yo, era muy posible que éste se hubiese visto obligado a pasar por el laboratorio y constatar que había sido una falsa alarma. Este percance por seguro le haría posponer el plan o incluso cancelarlo de manera indefinida. De repente, cabía la posibilidad de que tuviera que convivir con mi otro yo más tiempo de lo inicialmente planeado. Incluso podría sucecer que mi otro yo decidiera no realizar el viaje. Era hora de enfrentarse con el problema de cómo permanecer en esta nueva realidad sin llamar la atención. La máquina no servía para viajar al futuro, y aunque lo hiciera, viajaría al futuro de esta nueva realidad, en la que seguiría existiendo otro yo, el yo original de este universo. Fue llegado a este punto cuando se me ocurrió por primera vez el monstruoso plan. Deshacerme de mi otro yo y suplantar su identidad. Podéis pensar que es una solución desproporcionada, pero siendo analíticos era la única solución posible en ese momento, la única que me aseguraba poder seguir con mi vida como antes. Convivir con otra persona idéntica en el mismo universo daría problemas tarde o temprano. Eliminar a uno de los sujetos era la forma más sencilla de solucionar el dilema. Pero yo ahora habitaba un universo de múltiples realidades. Quizás ésta siempre había sido la naturaleza real del universo y yo simplemente lo había descubierto ahora. El hecho de asesinarme me causaba cierto rechazo, pero la certeza de que yo seguiría existiendo en múltiples realidades me reconfortaba en cierta manera. Jugaba con cierta ventaja, pues recordaba claramente todos los movimientos de mi otro yo el domingo por la noche. Esa noche había cenado en el sofá viendo la televisión y me había ido a la cama sobre las 23:00. Recordaba haber dormido profundamente toda la noche. Albergaba la esperanza de que, aunque los acontecimientos hubiesen sido modificados por el desafortunado incidente de la alarma, mis acciones de esa noche no se vieran demasiado alteradas. Aun así, no había manera de estar seguro y no podía confiar ciegamente en mi diario, por lo que debía esperar hasta una hora a la que estuviese seguro de que mi otro yo estaría durmiendo. Entrar en mi propia casa no era gran problema, pues tenía las llaves y no causaría ningún recelo en cualquier vecino que me viera. Me dirigí al portal a eso de las 00:30 y accedí al interior. Subí al ascensor mientras buscaba las llaves nerviosamente en el bolsillo. Entré sigilosamente en el apartamento, me quité los zapatos y me dirigí con cuidado a la habitación. Allí estaba yo, tumbado en la cama profundamente dormido sin sospechar en absoluto lo que estaba a punto de suceder. Sin pensarlo más agarré una almohada y… Tiempo 4. El plan Tras deshacerme de mi cadáver en un pantano cercano, comencé a plantearme qué hacer a partir de ahora. Ya tenía la certeza de que la máquina funcionaba. ¿Debía por tanto hacer público mi descubrimiento a la comunidad científica? El funcionamiento de la jaula seguía siendo indemostrable en una determinada realidad temporal. La única manera de demostrar que funcionaba era haciendo que el observador viajara en ella, pero éste era un viaje de solo ida, como ya había podido comprobar. Todo intento de demostrar que mi teoría era cierta sería ridiculizado y nadie me tomaría en serio. Sólo yo podía usar la máquina, y debía decidir para qué quería usarla. Podía continuar con mi vida como si tal cosa, el universo era esencialmente el mismo que había dejado atrás dos días antes, solo que yo era 250 euros más rico. Pero este sutil cambio en la realidad me había dado una idea. Podía continuar haciendo saltos temporales, esta vez de más de dos días, para que me diera tiempo de acumular más información útil, con idea de moldear poco a poco una realidad cada vez más óptima. Podría hacerme más rico, evitar desastres y accidentes, y en general mejorar la vida de las personas y construir un mundo mejor. Un salto para hacer una oportuna inversión bursátil, prevenir un atentado terrorista, o incluso evitar un accidente aéreo. Estaba decidido, utilizaría mi máquina para mejorar el mundo. El único problema era que me enfrentaría a la misma situación violenta tras cada salto. No podía bajo ningún concepto, permitir la posibilidad de que existieran dos yos en la misma realidad. Matarse a sí mismo era extremadamente sencillo, siempre que dejaras a tu asesino información suficiente y ocasiones oportunas. Continué llevando mi registro detallado de acciones y movimientos diarios, y me aseguraba de pasar cada pocos días algún tiempo solo en lugares apartados. Paseos por el bosque o la montaña mientras escuchaba música a todo volumen con mis auriculares, cruzar descampados solitarios en las noches más oscuras…, había cientos de posibilidades. Esto me permitiría disponer de oportunidades suficientes para deshacerme de mi otro yo del pasado cuando me decidiera a dar mi siguiente salto. Tiempo 5. Pasado6 El plan estaba funcionando a la perfección, llevaba ya seis saltos, y seis asesinatos. Apuñalado por la espalda en un bosque solitario, o golpeado en la cabeza por una gran roca, sólo eran algunas de las formas en las que había muerto. En esta nueva realidad había amasado una considerable fortuna ganando el primer premio del euromillón e invirtiendo las ganancias en valores que sabía iban a obtener fuertes beneficios. Utilizaba mis ganancias para crear empresas que se dedicarían exclusivamente a la investigación de nuevas tecnologías. Energías alternativas, física de partículas, medicina, cualquier cosa que considerara que podía ser beneficioso para la humanidad. Había espaciado cada vez mas mis saltos, transcurriendo semanas e incluso varios meses entre algunos de ellos. De esta manera me daba tiempo a acumular más datos con los que modelar la nueva realidad. Había evitado atentados terroristas, pero había ciertos desastres naturales con los que poco podía hacer, era inútil intentar advertir, por ejemplo, de un inminente terremoto porque nadie te tomaría en serio. Ya se me ocurriría algo. Tiempo 6. Pasado20 Llevaba más de diez años saltando entre realidades, y cada vez estaba más satisfecho con mi gran proyecto. Poseía una de las empresas más importantes de investigación científica del planeta. En los últimos cinco años se había avanzado muchísimo en investigación médica, disponíamos de vacunas para casi todas las enfermedades que preocupaban a la sociedad del siglo XXI. Malaria, SIDA, dengue, ya no eran un problema, y estos nuevos tratamientos eran asequibles para todo el mundo. Habíamos progresado también en exploración espacial. Los nuevos prototipos de cohetes de impulsión electromagnética eran muy prometedores. Gracias a los nuevos materiales que se estaban desarrollando, los ensayos que se estaban haciendo con velas solares estaban dando muy buenos resultados. En 10 o 15 años dispondríamos de una forma barata de transporte interplanetario y podríamos empezar a explotar e incluso colonizar los planetas exteriores del sistema solar. Otro gran avance había sido la forma en la que me deshacía de mis otros «yos». Había cambiado mi método de asesinatos violentos por uno nuevo mucho más ingenioso de accidentes fortuitos. Cada pocos días debía escenificar una situación altamente beneficiosa para causarme una muerte aparentemente accidental. Conducir un coche a toda velocidad hacia un precipicio y frenar en el último momento era mi preferida. Mi otro yo no tendría más que volver al pasado y cortar el cable del freno unos minutos antes de que yo me subiera en el coche, para que de esta manera me despeñara por el precipicio y muriera calcinado. Pero había muchas otras, sólo había que ser imaginativo. Otras de mis preferidas eran un revolver previamente descargado, que disparaba contra mi sien en un lugar apartado, o adentrarme en cuevas en las que una pequeña explosión en la entrada me dejaría atrapado para siempre. Una pequeña intervención de mi yo del futuro, podía acabar con mi vida, y en la mayoría de los casos ni siquiera tenía que mancharse las manos de sangre, ni deshacerse del cadáver. Tiempo 7. Pasado100 Estaba contemplando desde lo más alto del edificio el gran imperio que había creado. Y esto era sólo el principio. La humanidad jamás había prosperado tanto en tan poco tiempo. Había curado el cáncer, la colonización de Marte estaba en marcha, prevención de desastres naturales para reducir al mínimo sus consecuencias. Se podía decir que la humanidad era al fin feliz. Es cierto que mis contemporáneos comenzarían a notar que envejecía rápido, a veces a saltos repentinos, pero la mayoría de ellos lo achacaban a mi obsesión por el trabajo. No me importaba, pues estaba haciendo tanto bien por la humanidad como nadie había hecho antes. Las posibilidades eran… Súbitamente, noté una presión en la espalda, como si alguien me empujara. Perdí el equilibrio y caí hacia delante. Agité los brazos desesperadamente intentando agarrar la barandilla o algo que frenara en algún modo la caída, pero ésta se me escurrió entre los dedos. Mi cuerpo giró sin control y cuando quedé mirando hacia arriba una imagen horripilante se grabó en mi retina durante los pocos segundos que me quedaban de vida. Me vi a mi mismo mirando hacia abajo, observando impasible al hombre que se precipitaba sin control desde el rascacielos. Y en ese momento lo comprendí todo. Me encontraba en una de esas realidades subóptimas, que debían ser suplantadas para completar mi plan maestro. FRANCISCO GARCÍA BERNAL (Sevilla, 1982) estudió ingeniería informática y lengua japonesa en la universidad de Sevilla. Su pasión por los idiomas orientales le hizo desplazarse a la ciudad china de Guangzhou, donde estudió mandarín y actualmente reside y trabaja con su familia desde 2006.