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El rol de la mujer en la Edad Media Mas

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Licenciatura en Letras Hispánicas
Literatura europea: Medieval y renacentista
José Alejandro Martínez Amante
El rol de la mujer en la Edad Media: más allá de la ficción
literaria
Las mujeres han jugado un papel decisivo en la historia de la literatura.
Muchas de las más bellas creaciones literarias han sido inspiradas por las
mujeres. Es cierto que muchas de ellas han sido parte de textos profundamente
conmovedores; sin embargo, no han sido ellas quienes los han escrito. La mayoría
de textos que conservamos hasta ahora han sido redactados por hombres. A
través de la historia se les ha considerado fuentes de inspiración así como
enemigas mortales. Muchos poetas hablan de ellas y muchos lectores se han
deleitado con sus descripciones. El papel que han desempeñado en la sociedad
ha cambiado constantemente con el paso de los años. Hoy en día, las mujeres
siguen en la lucha por obtener igualdad de derechos frente al hombre. Algunas
luchas se han radicalizado y han puesto de cabeza la concepción del hombre
acerca del papel de la mujer. Son luchas nuevas, continuación de luchas pasadas.
A pesar de han existido épocas en que se las ha menospreciado, hubo un tiempo
en que se “valoraba mucho a las mujeres porque proporcionaban una red de lazos
de parentesco en tanto esposas y madres y también inspiraban respeto como
nodrizas y puntos de apoyo.” (Fonay Wemple, S. 2001)
Así pues, para hablar sobre las mujeres en la literatura, hay que elegir una
época en concreto, yo he optado por la época medieval. Luego de la lectura del
Cantar de los Nibelungos, de las exposiciones de Abelardo y Eloísa, Tristán e
Isolda y el Caballero de la carreta en clase, he decidido centrar mi atención, en
ese periodo que nos ha ofrecido relatos en los que el papel de la mujer parece tan
diferente y a la vez tan similar: La Edad Media, ese tiempo del cual se ha
investigado tanto, inicia en mí su encanto. Así pues, ahí vamos a describir que
labor desempeñaba la mujer en aquellos lóbregos tiempos.
Las mujeres en la literatura medieval
La literatura medieval, llena de aventuras de caballeros, honor y monstruos
fantásticos, nos presenta también a mujeres destacadas. Krimhild, Brunhild,
Eloísa, Isolda y muchas más. Sin embargo, todas ellas son representaciones
masculinas sobre la figura de la mujer. ¿Cuál era entonces el papel real de la
mujer durante la Edad Media?
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El modelo cortés
Las representaciones literarias que tenemos de la mujer durante la Edad
Media son asociadas primordialmente al amor cortés o fine amour. El modelo es
simple, en el centro del mismo aparece una dama, que deriva del latín y significa
domina. Así pues, la mujer ocupa una posición dominante y al mismo tiempo
define su situación: está casada. Es percibida por un “joven” (en aquella época el
significado es célibe) y entonces una mirada furtiva provoca en él una herida de
amor (para la adecuada interpretación de acuerdo a la época hemos de considerar
al “apetito carnal” como la definición correcta). Esta locura, este deseo sexual
necesita una táctica para verse realizado. Por ello el hombre decide humillarse
ante la dama. Esta dama es la esposa de un señor, frecuentemente la esposa de
su propio señor (hay que recordar a Lancelot y Genevive o a Tristán e Isolda)
Socialmente hablando, la mujer está por encima del hombre, de ahí que este deba
concordar con gestos de vasallaje si pretende obtener lo que anhela. Da todas las
muestras de obediencia hacia su señora que le son posibles, comprometiendo
hasta su fe. Incluso hace entrega de sí mismo, franqueándose con esto la voluntad
de la fuente de concupiscencia. El hombre deja de poseerse para quedar a
merced de la decisión de la mujer, no obstante, es la mujer quien de aceptar las
dulces palabras y el juego engañoso que le propone el hombre termina por
abandonar su poder y su libertad para depositarla en la voluntad del hombre.
Hay que remarcar que se trata de un juego y como todo juego las
esperanzas están cifradas en obtener un premio al momento de ganar. Los
hombres son los jugadores maestros en este tipo de encuentros. La mujer no se
posee a sí misma (disponer libremente de su cuerpo), sino que, pasa de ser una
posesión de su padre a la posesión de su marido. El cuerpo femenino, es el
depósito de la honra y el honor del esposo; y por ende, es fuertemente vigilado.
Cualquier indicio o sospecha de desviación de una recta conducta, precipitarán a
la mujer por el tobogán de la culpabilidad y acompañándola irá el vasallo del que
se sospecha. El juego consistía entonces en el peligro de ser descubiertos, la
aventura de consumar en un espacio cerrado, las delicias de un fine amour. El
caballero sabía lo que arriesgaba y sabía también cuál era el precio a pagar por
cometer el delito. Obligado pues a la discreción y a la prudencia debía
comunicarse mediante signos que le permitieran consumar en terreno tan hostil la
mortal hazaña. Confiado pues de sus habilidades, esperaba la recompensa que su
amiga debía de entregarle una vez consumado el ritual de enamoramiento. Al
aceptar, la fémina, debía de corresponder a las gracias entregadas por el amante,
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pero nuevamente tomaba la iniciativa. Si se entregaba, lo debía de hacer por
partes. De tal suerte que, consentía primero que se la abrazara, ofreciendo tiempo
después los labios para un beso concupiscente que exacerbara el deseo del otro
para ir progresivamente, desbloqueando zonas privadas de su cuerpo. Una vez
recostado junto a su dama, piel en piel, el vasallo, debía mostrar dominio de sí
mismo, no entregarse por completo en el primer instante, sino, paulatinamente
realizar sus más soñadas aspiraciones. Los poetas cantaban a ese momento
futuro, a esa acción venidera que dominaba al hombre a tal punto de hacerlo
perder la respiración. El placer culminaba en el deseo mismo. La naturaleza
verdadera del modelo cortés será pues la onírica. Ese amor cortés concedía a la
mujer un poder indudable pero sólo se manifestaba confinado en el interior de un
campo bien definido: el de lo imaginario y el del juego.
Esta descripción del que fungió como el modelo unificador de la visión de la
mujer en la literatura medieval occidental, permitía a la sociedad cortesana
alimentar sus sueños, alejarlos del tedio y las insidias de la vida cotidiana. Los
poetas, eran esos creadores de fantasía encargados de proporcionar la diversión
necesaria que permitiera evadirse del mundo real. Por ende, al intentar describir
de manera certera el papel de la mujer dentro de la sociedad medieval debemos
de considerar a este fenómeno como un divertimento que lejos de aclarar el rol de
las mujeres, suele oscurecerlo aún más. Es preciso observar que las señoras de
los reyes no mostraban este comportamiento, sino que, se trata de escritos de
hombres para hombres. Son escritos creados para jóvenes guerreros, caballeros
que cifran sus esperanzas y sus anhelos en conquistar a sus señoras. Estos
“jóvenes”, estaban dispuestos a pagar a hombres con el ingenio adecuado, para
que recrearan en líneas sus más oscuros pensamientos en los que se realzaban
sus cualidades viriles. Además, hay que aclar que se elegía a aquellos “poetas”
capaces de apropiarse del “discurso” de las mujeres. Dichos discursos se
esmeraban en reproducir los sentimientos y actitudes que por convención le eran
atribuidos al compañero del otro sexo. Estos poemas no muestran a la mujer, sino
que muestran la imagen que los hombres se hacían de ella.
Una vez que se ha aclarado este punto hay que decir que si bien es cierto
que no eran totalmente ciertos, tampoco eran totalmente falsos. “Lo que los poetas
registraban, no carecía de relación con lo que las gentes, cuya atención ellos
trataban de capturar, conducían su existencia”. (Duby, G. 2001) La popularidad de
este modelo, se debe en gran parte a las reuniones que, los príncipes de la
Francia feudal, llevaban a cabo periódicamente. Durante dichas reuniones, el
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señor de la casa convocaba a todos aquellos que le rendían homenaje. El no
asistir a estas reuniones podría levantar sospechas de traición a su compromiso.
En ellas se demostraba el gran poderío y se proveía a todos los invitados con lo
necesario para el deleite de los sentidos. Asimismo, dentro de estas reuniones se
apoyaba el mantenimiento del orden y la paz en la aristocracia. Hay que resaltar
que la división social en ese momento era binominal, tanto hombres como mujeres
se dividían en “villanos/as”; trabajadores campesinos que vivían en la aldea, y
“señores/as”; quienes se mantenían del trabajo popular y se reunían en las cortes.
Esta división fundamental, separaba la manera de acercarse al sexo opuesto, ya
que entre los aristócratas era mal visto cortejar a una “señora” del mismo modo
que se haría con una “villana”, a la cual podían acceder salvajemente, sin la
delicadeza y refinamiento que exigía el trato con las mujeres de la aristocracia. Así
pues, el modelo cortés resultó tan llamativo para los caballeros por la dulzura de
las palabras y el encanto que debía de utilizarse para acercarse a las mujeres,
separándolos así de la “bestialidad” de la clase inferior.
Dentro la aristocracia había una división más entre los hombres: caballeros
y clérigos. A la edad de siete años el infante era separado de la figura femenina
para ser instruido en las artes de la guerra o de la religión. De esta forma se
impedía la comunicación entre el universo masculino y el femenino, favoreciendo
el florecimiento de conductas homosexuales. Muchas veces pasaba que esta
separación creaba en la mente de los “jóvenes” caballeros llamados a jugar el
juego del amor “la nostalgia de la mujer inaccesible, y consoladora”. (Duby, G.
2001) Lo cual los atemorizaba, y los hacía sospechar sobre lo que ellas tramaran
contra ellos, de tal suerte que les asignaban “un poder misterioso y temible que los
fascinaba y los inhibía” (Duby, G. 2001) Debido a este temor, inspirados por las
teorías lacanianas, autores como Dragonetti, Rey-Flaud o Houchet, proponen
interpretar al fine amour como uno de los instrumentos que en determinado
momento utilizaron los hombres para vencer ese temor de ser incapaces de
satisfacer a esos seres extraños que todo el sistema de valores reputaba en ese
entonces de insaciables y poseedores de una fundamental perversidad. Además
de este modelo, hicieron uso de pesadas bromas misóginas, jactancias y
fanfarronadas que les concedían algún poder frente al mortal enemigo.
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La mujer en las sociedades medievales
Una vez descrito el modelo cortés, vamos a revisar cual fue auténticamente
el papel que desempeñó la mujer dentro de las sociedades medievales europeas.
Para iniciar la descripción me gustaría explicar brevemente cual era la idea que se
tenía acerca de las mujeres respecto a su condición diferente a la del hombre.
La “naturaleza” de la mujer en la Edad Media.
En la legua francesa de la Edad Media, los órganos genitales recibían
generalmente el nombre de “naturaleza”, en los dialectos románicas se ha
aplicado ese mismo concepto a la mujer y sobre todo a la hembra en general. De
ahí que los religiosos intenten aislarse de la materia y por ende de la mujer. Todos
los conocimientos o representaciones que en la Edad Media se tenían de la mujer
son legado de la ciencia antigua y fueron transmitidos por sabios árabes. Estos
hombres pertenecen a una ley moral diferente y por lo tanto sus conocimientos se
ajustan a ella.
La anatomía del cuerpo humano era descrita de acuerdo a la utilidad de
cada una de sus partes de acuerdo a su etimología. Se creía que el creador era
quien le había dado el significado a las palabras y que por ende estas encerraban
en su definición una verdad divina. Isidoro de Sevilla con sus Etimologías se
convirtió en el referente fundamental de esta época. Así pues, para describir los
órganos que conforman al cuerpo humano sólo utilizaba una o a lo sumo dos
definiciones indiscutibles. Dentro de sus definiciones hacía latente la condición de
la mujer como continuadora de la raza, de tal suerte que se le consideraba como
un ser secundario, que era regido por sus órganos sexuales y que por lo tanto
debería permanecer por debajo del hombre. Además, razonamientos desviados
utilizaban el Génesis como base, para decir que la mujer había sido creada a partir
de una costilla del hombre y que debido a ello, la mujer debía obediencia y
sumisión al hombre por ser el co-creador de su existencia. Nada más alejado de la
verdad; sin embargo, algo muy normal en esa época.
A pesar de estas tendencias misóginas, Aristóteles y también Galeno se
inclinaban más por una similitud inversa de los órganos masculinos y femeninos.
De hecho, en el Canon de Avicena se establece que la matriz es el instrumento de
la generación de la mujer y se equipara al aparato sexual del hombre. La analogía
se precisa órgano por órgano, de suerte que los ovarios son el equivalente de los
testículos y la vagina lo es del pene. Sin embargo, los médicos medievales se
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encontraban con tres dificultades para ir más allá en sus investigaciones. La
primera es el principio riguroso de la analogía que somete el cuerpo de la mujer al
del hombre, el principio absoluto de finalidad establecido por el juego etimológico y
en el pensamiento teológico y el principio de sometimiento a la autoridad. Todo
aquel que intentara desarrollar pensamientos fuera de estos tres, sería
considerado extravagante y no se le tomaba en cuenta. Se afirmaba además que
la mujer era fría y húmeda y que el hombre por su parte era seco y caliente. Se
tenían creencias de que en el lado derecho de la matriz se gestarían los hombres
y en el izquierdo las mujeres. Se hablaba de combinaciones que arrojarían
machos bien formados o mujeres virtuosas, pero sobre todo se mantenía un temor
a lo desconocido. El hombre se sentía excluido del mundo de las mujeres y se
manifestaba desesperado por no poder acceder al conocimiento del que sólo las
mujeres gozaban acerca de su manera de vivir la vida. Es esta ansiedad por
conocer lo prohibido lo que lo motivará a descalificar a la mujer y a decir que debe
someterse al hombre, pues son seres imperfectos. Como podemos apreciar, el
miedo a lo que no comprendían les impedía aceptar a la mujer y por lo tanto la
consideraban como su enemiga.
La mujer como enemiga del hombre
“¡Hay de ese sexo, en el que no hay ni temor ni bondad, ni amistad y al que
más hay que temer cuando se lo ama que cuando se lo odia!” expresión de R.
Manselli que finaliza una enumeración de sucesos deleznables ocurridos a
hombres importantes de la religión católica y que está basada en la biblia. Durante
la Edad Media, la mujer a ojos de los clérigos será el enemigo por excelencia del
género humano. La mayoría de estos clérigos destacados son hombres que
fueron puestos en monasterios a edades muy tiernas, en los cuales el recuerdo de
la madre a la cual han sido separados les servirá de inspiración para alabar a la
virgen María y para calumniar a todas las otras mujeres. Es el miedo de lo
desconocido lo que los lleva a crear insultos soeces, a sobajar a la mujer al papel
más bajo de la sociedad. Los poetas goliardos, los cantores del estilo cortés o los
poetas del Dolce Still nuovo, no hacen sino cosificar a la mujer. Presentarla como
enemiga del hombre para de esta manera depositar en otro la responsabilidad de
las propias emociones. Es la mujer la que induce al hombre al pecado, la
portadora de todos los males de la humanidad y en última instancia la portadora
de los deseos del Diablo.
Para los hombres de la Edad Media el imaginario en torno a la mujer se
convierte en un lugar prohibido que se debe evitar a toda costa si se desea la
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salvación eterna. El hombre medieval es capaz de crearse un mundo después de
la vida como consuelo de las infinitas tentaciones que debe enfrentar al estar en
contacto directo con la mujer. Para él, la belleza de las mujeres sólo es la
cobertura de un cúmulo de desperdicios que habitan debajo de su piel. ¿No es lo
mismo el hombre? Ese furor religioso que invade sus mentes atemorizadas los
obliga a crear una encarnación del mal en la tierra contra el cual deben combatir.
Niegan para sí mismos la posibilidad de trascender su propia experiencia del
mundo al negar la importancia de la mujer dentro de la vida de los seres humanos.
Alaban únicamente a la “santa madre de Dios” y observan con repulsión y asco al
resto del segundo sexo. Es sólo una compañera, un accesorio creado para
satisfacer las necesidades del hombre. Que visión más absurda; sin embargo, aún
existen hombres que siguen pensando así.
Así pues, al revisar tan sólo algunos de los aspectos referentes a la mujer
medieval podemos darnos cuenta de cómo el hombre, motivado por un miedo a lo
desconocido la ha colocado en un sitio muy horrible. Cuando leemos literatura
medieval y nos conmovemos por los sucesos descritos, pocas veces nos
cuestionamos sobre la realidad detrás de la ficción. Las cartas que Eloísa le
escribe a Abelardo van llenas de una pasión fulgurosa, revelan el alma de la mujer
enamorada, abandonada y fuera de sí por causa del amor, y las respuestas que
da Abelardo no son más que construcciones racionales que demuestran el temor
que tiene de lo desconocido. Las aventuras de Genevive con Lancelot, muestran
un ideal que se crea el caballero para exaltar su poder y su virilidad, pero es sólo
un poder perene, fruto de la imaginación de un poeta. La mujer ha sido
desvalorizada a través de los siglos y es en la época medieval en donde nuestro
imaginario de género se empieza a construir. Muchos apuntan a la Edad Media
como un periodo oscuro de la humanidad, otros en cambio, lo consideran uno de
los más brillantes. ¿Cuál es la aseveración más acertada? Desde mi óptica ambas
son acertadas, la Edad Media conjuga mucho esplendor en cuanto a la literatura y
las nuevas creaciones, pero también genera una época oscura para las mujeres.
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Bibliografía:
Bertini, F. (1991) La mujer medieval. Madrid: Alianza Editorial
Del Moral, C. (1993) Árabes, judías y cristianas: Mujeres en la Europa medieval. Granada:
Feminae
Duby, G. y Perrot, M (2001) Historia de las mujeres: 2. La Edad Media. Madrid: Taurus
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