Boletín Provincial - Las Hijas de la Caridad en Perú

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“DEJÉMONOS TRANSFORMAR POR EL ESPÍRITU”.
MONICIÓN: La vocación de la Hija de la Caridad es el
AMOR. “Cuando una persona sirve a Dios por los
caminos del amor, todo lo que hace, todo lo que piensa y
todo lo que dice le agrada tanto a Dios que no hay
ningún padre que sienta tanto gusto en ver lo que hace
su hijo como Dios al contemplar a una Hija de la Caridad
que le ofrece todo lo que va a hacer desde las primeras
horas de la mañana”. (San Vicente, VII, 90).
CANTO (escuchado):
CORAZÓN DE FUEGO.
DANOS SEÑOR, UN CORAZÓN DE
FUEGO
DANOS
SEÑOR
UN
CORAZÓN ENAMORADO DE TU
PADRE Y DE TU REINO, DANOS
SEÑOR, DANOS UN CORAZÓN DE
FUEGO (bis).
Para mirar con ternura, para acoger con amor,
para sentir compasión, ante el hermano que sufre,
para sanar las heridas, para saber perdonar,
para poder construir un mundo de fraternidad.
DANOS SEÑOR, UN CORAZÓN DE FUEGO…
Para buscar la justicia, para decir la verdad,
para gritar por el mundo que el amor es posible.
Para buscar con audacia caminos de libertad,
para sembrar por el mundo semillas de amor y de paz.
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DANOS SEÑOR, UN CORAZÓN DE FUEGO…
Para dar alegría, para saber consolar,
para llevar esperanza, al que se siente perdido.
Para apostar por la vida, para saberla entregar,
para vivir con pasión, con sueños que se hagan verdad.
DANOS SEÑOR, UN CORAZÓN DE FUEGO…
“Dejémonos sorprender por el Espíritu que quiere hacer
nuevas todas las cosas” (DIA. página 8).
Ant. “Se realiza en nosotras el hacer de nuestra vida
una prolongación de la de Cristo. ¡Qué felicidad para
toda la eternidad!”. (Sta. Luisa, C. 384).
BIENAVENTURANZAS (proclamadas espontáneamente y de
manera pausada).
Dichosas, quienes mantienen sus
lámparas encendidas y las
comparten y llevan bien altas para
que alumbren y guíen a quienes
andan a ras de tierra, sin ellas,
perdidas entre laberintos, heridas
y quejas.
Dichosas, quienes permanecen en vela,
con el espíritu en ascuas y el cuerpo en forma,
y están siempre despiertas y atentas para quien llega
a medianoche, de madrugada o cuando el sol calienta.
Dichosas, quienes se comparten y entregan,
y son fieles a mi deseo y palabra más sincera
y saben vivir como hijas y hermanas,
tengan cargos o no, en su haber humano.
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Dichosas, quienes no buscan quedar bien,
ni excusa en el cansancio, la edad y la dignidad,
ni en el tiempo que pasa, ni en el premio que se retarda,
y mantienen su entrega para quienes los necesitan.
Dichosas, quienes, estén dentro o fuera,
no tienen miedo a tormentas ni a sequías,
ni a huracanes, ni a calmas sin brisa,
y mantienen abierta su choza o su casa solariega.
Dichosas, quienes no les importa tener poco
y, menos aún, quedarse sin nada,
porque saben que el Padre está con ellas y les ama,
y les regala cada día lo necesario para el camino.
Dichosas, quienes respetan y sirven sin queja
a sus hermanos, aunque les sean extraños,
y quienes ni comen, ni engordan sus cuentas
a costa de otros pueblos y de sus ciudadanos.
Dichosas, quienes se saben enviadas
y se sienten, sin agobio, responsabilizadas,
y aceptan ser hijas y hermanas de todos,
y al servir no se sienten humilladas.
¡Dichosas, mis Hijas de la Caridad!
¡Dichosas, ustedes que me reconocen en el que sufre!
¡Dichosas, quienes necesitan su servicio!
Todas: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…
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Ant. “Se realiza en nosotras el hacer de nuestra vida
una prolongación de la de Cristo. ¡Qué felicidad para
toda la eternidad!”. (Sta. Luisa, C. 384).
“…para proseguir nuestro camino conducidas por el
Espíritu” (DIA, página 3).
Lectura 1 Jn. 4, 7-11
Dios es amor. Queridos míos, amémonos los unos a los
otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha
nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos
manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para
que tuviéramos vida por medio de Él. Y este amor no
consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como
víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos
míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos
amarnos los unos a los otros.
Reflexionemos algunas orientaciones de Aparecida que
pueden iluminar nuestro tema de las Asambleas.
¿Dónde nos encontramos?
Necesitamos una formación en la espiritualidad de la acción
misionera.
285. Cuando el impulso del Espíritu impregna y motiva
todas las áreas de la existencia, entonces también
penetra y configura la vocación específica de cada uno…
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Así, la vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad
cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y
creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero.
Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la
realidad y capaces de encontrarle un profundo significado
a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el
mundo.
Misión de los discípulos: la Vida plena para todos.
356. La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano
entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en
su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Para
ello, hace falta entrar en un proceso de cambio que
transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo
así, se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro
salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así,
manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y
humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a
nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los
acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y
de la fiesta”. La vida en Cristo incluye la alegría de comer
juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y
de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el
contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los
proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad
vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre
nos regala como signos de su amor sincero. Podemos
encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra
limitada existencia y, así, brota una gratitud sincera.
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358. Pero, las condiciones de vida de muchos
abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su
dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a
los creyentes a un mayor compromiso a favor de la
cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer
es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si
pretendemos cerrar los ojos ante estas realidades no
somos defensores de la vida del Reino y nos situamos en
el camino de la muerte: “Nosotros sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los
hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn
3, 14). Hay que subrayar “la inseparable relación entre
amor a Dios y amor al prójimo”, que “invita a todos a
suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes
diferencias en el acceso a los bienes”. Tanto la
preocupación por desarrollar estructuras más justas
como por transmitir los valores sociales del Evangelio, se
sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida
digna.
359. Descubrimos, así, una ley profunda de la realidad: la
vida sólo se desarrolla plenamente en la comunión
fraterna y justa. Porque “Dios, en Cristo, no redime
solamente a la persona individual, sino también las
relaciones sociales entre los seres humanos”. Ante
diversas situaciones que manifiestan la ruptura entre
hermanos, nos apremia que la fe católica de nuestros
pueblos latinoamericanos y caribeños se manifieste en
una vida más digna para todos. El rico magisterio social
de la Iglesia nos indica que no podemos concebir una
oferta de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación
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integral, de humanización, de reconciliación y de
inserción social. Una misión para comunicar vida.
360. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el
aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más
disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la
orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los
demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un
cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la
calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive
mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo
todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12,
25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad:
que la vida se alcanza y madura a medida que se la
entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la
misión.
361. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su
Padre. Por eso, pide a sus discípulos: “¡Proclamen que
está llegando el Reino de los cielos!” (Mt 10, 7).
Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de
Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental
de esta misión, es la oferta de una vida más digna, en
Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América
Latina y de El Caribe.
362. Asumimos el compromiso de una gran misión en
todo el Continente, que nos exigirá profundizar y
enriquecer todas las razones y motivaciones que
permitan convertir a cada creyente en un discípulo
misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión
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misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una
fuerte conmoción que le impida instalarse en la
comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen
del sufrimiento de los pobres del Continente.
Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta
en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo.
Tiempo para orar y luego compartir en pequeños grupos…
DAMOS GRACIAS UNIDAS.
(Pausadamente)
Gracias, Señor, por tu gran
amor para conmigo, por la
paz, la alegría y entusiasmo
con
la
que
me
has
caracterizado.
Gracias, Señor, por estos días de encuentro y
convivencia, por los momentos de reflexión, oración y el
compartir, que me animan a tomar conciencia de mi ser
de Hija de la Caridad.
Gracias Señor, por llenarme de energía y creatividad, por
fortalecerme y renovarme en mi vocación, a través de la
vivencia de nuestras Asambleas.
Gracias, Señor, por el éxito que me estimuló, por la salud
que me sostuvo, por la diversión y recreaciones que me
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descansaron. Gracias también por la enfermedad porque
cuando soy débil Tú me fortaleces.
Gracias, Señor, por nuestra Provincia y la Compañía, por
la unión entre las hermanas, que me ha brindado
confianza, apertura y respeto, gracias también por su
cercanía en los momentos más difíciles que vivimos
juntas, por su amor y su perdón, por ese corazón de
amistad, cariño y amor que me dieron.
Te pido por cada una de ellas, por su generosidad
incondicional. Por su apertura, disponibilidad y espíritu de
fe en la reorganización de las nuevas Provincias.
Gracias, Señor, por el regalo de poderte servir en los
más pobres, donde experimento tu presencia, donde te
pude escuchar con el corazón, puedo verte y puedo
tocarte con mis manos. Gracias por todos los hermanos
que pasaron frente a mí.
Gracias, Señor, porque también puedo experimentar tu
mirada, esos ojos que con ternura y comprensión me
miraron, por esa mano oportuna que me levantó, por
esos labios cuyas palabras y sonrisas me alentaron, por
esos oídos que me escucharon.
Gracias, Señor, por esa protección con que siempre me
has preferido y te suplico muy encarecidamente por tu
amor, disculpes mi silencio y cobardía.
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Gracias, Señor, no abandones la obra de tus manos,
llena mi vida de esperanza y generosidad.
Señor, hágase tu voluntad y no la mía. Amén.
CANTO A MARÍA (escuchado)
CÓMO NO AMARTE MADRE.
CÓMO NO AMARTE MADRE, AL
VERTE DE PIE JUNTO A LA CRUZ,
CÓMO ESTAR CONTIGO, SIN
QUERER
CONSOLAR
TU
CORAZÓN,
DÉJAME LLORAR
CONTIGO. DÉJAME SENTIR TU
DOLOR, QUIERO CONSOLAR TU PENA
ACOGIÉNDOTE EN MI CASA, EN MI CORAZÓN.
Quiero consolarte también junto a la Cruz, de todo aquel
que sufre soledad, junto a la Cruz de tantos pueblos
oprimidos por la guerra, la miseria, por el mal. Quiero
consolarte en los rostros maltratados, donde contemplas
a Jesús desfigurado, en aquellos hombres que completan
en su cuerpo la pasión de tu Hijo tan amado. CÓMO NO
AMARTE MADRE… Quiero consolarte en los niños
maltratados, en aquella madre a su suerte abandonada,
en el que trabaja sin tregua ni descanso y sobrevive en la
lucha y la esperanza. Quiero consolarte en el anciano
abandonado, y en todo aquel que ha perdido la
esperanza, en aquellos que por su cultura diferente no se
escucha su clamor ni su palabra. CÓMO NO AMARTE
MADRE…
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