SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA No hay mejor manera de vivir el camino de cristiano que haciendo una opción constante de fe. Sin embargo, Dios en su infinita misericordia, a través de la revelación nos ha mostrado en María lo que es realmente el hombre, es decir que, “Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor” (Ef 1, 4). Por eso, el significado esencial de esta fiesta es que la Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada por la infinita misericordia del Padre, como primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo. En este día especial, el evangelio nos recuerda el sí de María que cambia el curso de la historia de la humanidad, y por medio del ejemplo de la Virgen, estamos llamados también nosotros a renovar nuestro sí a Dios. El que María sea la Inmaculada Concepción, significa que estaba inscrita en el designio de Dios, como fruto del amor de Dios que salva al mundo con iniciando con la encarnación del Hijo de Dios. En María, existe una actitud que debemos tener en cuenta en estos tiempos, se trata de la capacidad de escuchar y acoger la Palabra de Dios, ya que el Señor nos habla siempre. María ante el anuncio del Ángel deja que Dios haga su designio de amor en ella, por eso ella dice Hágase en mí. El papa Francisco nos recuerda algo muy bello en torno a esta fiesta, él dice que nosotros podemos vivir a plenitud lo que María logró, es decir, la unión con Dios. Él menciona que “María fue pre-servada de toda mancha de pecado, mientras que nosotros fuimos salvados gracias al Bautismo y a la fe”. Esto significa que en virtud del Bautismo nos unimos a Cristo, y desde Él somos colmado de toda gracia. Ella, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada inmune de toda mancha original y redimida, antes que cualquier otra criatura, de manera excepcional y única. Con ese singular acto de predilección, Dios la hizo capaz de aceptar plenamente su proyecto de amor, y la preparó para convertirse en digna morada de Cristo y figura ejemplar de la Iglesia. Nosotros, por la gracia del Bautismo nos hacemos también capaces de Dios y convertirnos en templos vivos del Espíritu Santo y ofrenda agradable a Dios. En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor, ser transformados por la belleza de Dios. Por tanto, dejémonos transformar por la gracia del Señor. En el clima del Adviento, tiempo de ferviente espera de la Navidad, esta solemnidad nos recuerda que también nosotros estamos llamados a ser «santos e inmaculados» (Ef 1, 4). Nos ayude la Virgen a realizar nuestra vocación a la santidad. Nos sostenga, de manera especial, al confiar cada vez con mayor generosidad nuestra vida al Señor para ser capaces de ofrecer al mundo signos concretos de esperanza y de amor.