Subido por Daniel Avechuco Cabrera

Recepción de Santa

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA
Año XL, No 80. Lima-Boston, 2do semestre de 2014, pp. 395-410
¿CÓMO SE LEYÓ S ANTA , DE FEDERICO GAMBOA?
ALGUNOS APUNTES SOBRE SU RECEPCIÓN
Yliana Rodríguez González
El Colegio de San Luis
Resumen
Si bien Santa, de Federico Gamboa, es una de las novelas más estudiadas en
México, en el período que va de fines del siglo XIX a principios del XX, hay
que admitir que hace falta, todavía, acercarse a sus lectores contemporáneos.
En este trabajo me propongo, pues, apuntar algunas ideas con respecto a la lectura de la novela en el Porfiriato, a la modernidad de Santa y al divorcio entre la
crítica y la literatura en el período.
Palabras clave: recepción literaria, Porfiriato, Federico Gamboa, modernidad.
Abstract
Though Santa, by Federico Gamboa, is one of the most analyzed novels in
Mexico, in the period that goes from the end of the nineteenth century to the
beginning of the twentieth, one has to admit that an approach to his contemporary readers is still necessary. In this article, I propose some ideas with regards to the reception of the novel during the Porfiriato, as well as to the modernity of Santa and the divorce established between the critique and the literature in the period.
Keywords: literary reception, Porfiriato, Federico Gamboa, modernity.
Llevo algún tiempo entregada a rastrear los testimonios de los
lectores decimonónicos mexicanos, bajo la divisa de tres nociones
que enumero: que “un texto sólo despierta a la vida cuando es leído”1 (de ahí parto como principio); que la historia de los lectores
implica “la proliferación, diseminación y sedimentación de un cuer1
Tengo que admitir, sin embargo, que reconozco que es difícil mirar dentro
del proceso lector, “y queda por saber si acaso se pueden hacer afirmaciones
sobre las interacciones más diversas que ocurren entre texto y lector sin caer en
especulaciones” (Iser 99).
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po específico de ideas, ideales y creencias (que se hallan en los…
textos) [pero también que esta] experiencia… se modifica sin cesar
inscrita en el mundo de la interpretación y, sobre todo, en el de la
interacción” (Semo 132), y, finalmente, que “los lectores son una
élite, pero una élite a la cual todo el mundo puede pertenecer”
(Manguel en Núñez s. p.). Si bien no se puede negar la idea generalizada de que los lectores siempre constituirán, en la sociedad, un
grupo reducido, y que la cantidad de lectores y las prácticas lectoras,
en períodos determinados, son variables y elusivas, esto no anula la
hipótesis de que es posible conocerlos en su especificidad y acercarse a ellos.
No es un secreto que éste es un trabajo ingrato: esquivos por naturaleza, los testimonios de lectura hacen de esta búsqueda una labor prácticamente infructuosa (la huella lectora suele ser silenciosa y
permanecer en el anonimato). Los caminos para dar con ellos deben
ser, por tanto, creativos. En los trabajos destinados a la recepción
de la literatura en el siglo XIX, generalmente se acude a las reseñas
que sobre las obras estudiadas se ofrecieron en la prensa periódica
de la época; es decir, se hace un examen del rastro de los lectores
“profesionales”, si se quiere. Algunos estudiosos con suerte consiguen tener acceso a los archivos personales de los autores, de modo
que pueden ilustrar, además, la comunicación epistolar entre los lectores “ordinarios” y el autor. Hay también rutas alternas, indirectas,
para llegar a estos últimos lectores.
El estudio de la recepción de la narrativa realista de finales del
siglo XIX tiene que pasar, obligatoriamente, por la revisión del modo en que Santa, de Federico Gamboa, se leyó en su momento, pues
funciona como un laboratorio para diseccionar a los lectores de la
narrativa de fin de siglo. Si bien Santa es una de las novelas mexicanas más estudiadas del período que va de fines del siglo XIX a principios del XX, hay que admitir que hace falta, todavía, acercarse a
sus lectores contemporáneos. Si se precisara de alguna justificación
para estudiar la recepción contemporánea de Santa, baste con decir
que es, como dijo José Emilio Pacheco, no sólo el primer best-seller
mexicano, sino también “su contrario: el long-seller, el libro que continúa leyéndose a lo largo de muchos años” (Pacheco xvi). Fue de
tal magnitud su éxito, que Gamboa pudo ver transfigurada su nove-
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la en alguna de las cinco adaptaciones cinematográficas2, y en la teatral, en 1931, para la que Agustín Lara compuso su célebre canción
homónima. Para un país en el que se afirma que se leía muy poco,
Santa es un fenómeno editorial que pone en crisis esta aseveración.
En este trabajo me propongo, pues, apuntar algunas ideas con respecto a la lectura en el Porfiriato, a la modernidad de Santa y al divorcio entre la crítica y la literatura en el período.
La vida editorial de Santa 3
Con la fundación de El Imparcial en 1896, el periódico que inauguraba el “diarismo moderno” en México, se empezaron a ofrecer
tirajes de publicaciones periódicas de entre 65,000 y 125,000 ejemplares (cf. Bazant 209-225). Durante el Porfiriato, entonces, entre
1876 y 1910, “circularon en el país 2,579 periódicos, y en la capital
576 publicaciones… En 1895, 14% de la población del país sabía
leer y en 1910, 20%” (cf. Toussaint Alcaraz, “Los periódicos político-literarios del porfiriato y Ángel de Campo, Micrós” 385 y 388)4;
los profesionistas constituían 0.55% de la población, aunque los intelectuales quizás representaban un porcentaje mayor porque no todos ellos eran necesariamente profesionistas (Bazant 211). Esto
quiere decir que había un universo pequeño de lectores, la mayoría
de los cuales estaba más interesado en leer periódicos o revistas que
novelas, y si acaso las leía, generalmente prefería las francesas o las
españolas, antes que cualquiera mexicana. Rubén M. Campos compartía esta idea de los lectores porfirianos: “Todo lo demás se compra, menos el libro… y un libro mexicano tiene que salir mal impre2
Con respecto a las versiones cinematográficas que pudo haber visto
Gamboa, me refiero a la primera, de 1918, dirigida por Luis G. Peredo (para
cine mudo); y a la segunda, de 1932, dirigida por Antonio Moreno y que es
considerada la primer película sonora en la historia del cine mexicano (cf. Olea
Franco 33, n. 21, donde ofrece un recuento detallado de las versiones cinematográficas que ha tenido la novela).
3
Algunos de los números que presento ahora, los ofrecí también en Rodríguez González, “La recepción endogámica entre los decadentes mexicanos:
Ciro B. Ceballos, José Ferrel y El caso de Pedro” n. 8.
4
Para más datos, véase Toussaint Alcaraz, Escenario de la prensa en el Porfiriato.
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so, mal presentado, porque no se quiere aventurar dinero en un libro que no se sabe si se venderá o no se venderá” (Campos 163164). Los textos más exitosos de la época, como Suprema ley o Santa,
ambos de la autoría de Gamboa, por cierto, tuvieron tirajes de entre
4,000 y 5,000 ejemplares (en sus primeras ediciones), y aún así, el
autor jamás pudo vivir de la venta de sus libros.
Como se ve, estos datos sobre la lectura y el libro en México son
confusos y no permiten afirmaciones tajantes en ningún sentido: lo
que es evidente es que, por extraño que parezca, había una gran
cantidad de publicaciones periódicas para una supuesta mínima población lectora. En 1896, Aurelio Horta proclamaba, en medio de
una polémica con los modernistas, la existencia de lectores competentes, basado justamente en las cifras que nos inquietan ahora:
“Nuestro pueblo no es el de hace veinte años. Ya sabe leer y comprende lo que lee, por más que El Nacional lo crea embrutecido. La
circulación que tienen los periódicos de a centavo lo demuestra”
(Horta 173). Sin embargo, para Campos este dato constituía, más
bien, la evidencia que le permitía declarar lo contrario: la muerte del
periodismo intelectual frente a la irrupción de una prensa para mozos de cordel y cocineras; es decir, para “las gentes que jamás han
leído ni leerán jamás” (Campos 163).
Los datos editoriales de Santa evidencian, sin embargo, que Horta tenía algo de razón: la primera edición de Santa (en 1903) tuvo
5,000 ejemplares, la segunda, 3,000 (Gamboa, Mi diario IV [19051908] 38). José Emilio Pacheco añade que, en 1926, Santa había
producido siete ediciones, lo que hacía un total de 40,000 ejemplares, y trece años más tarde, en 1939 –año en que Gamboa murió–,
la novela registraba 60,000 ejemplares (Pacheco xvi); cifra cercana a
los tirajes casi obscenos de El Imparcial. Si nos atenemos a las estadísticas de lectura del período, que resumí antes, estos números representarían una excepción, pero es posible que no sea así. En 1906,
por ejemplo, El Demócrata publicó una serie de artículos en los que
se reflexionaba sobre el daño que producía la lectura en exceso. El
autor exploraba “las incurables neurosis que propiciaba la lectura de
textos durante más de cuatro horas diarias” (Sergio Galindo Quiñones, El Demócrata, 8 de julio de 1806, cit. en Semo 147); discutía, entonces, a propósito del vicio de la lectura, de una suerte de “frenesí
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lector” que no es común diagnosticar en México y, mucho menos,
ubicar en el Porfiriato.
Santa, la crítica y los lectores
De Santa hubo pocos juicios críticos, y ese poco ha sido analizado por pocos5. Gamboa fue un autor de éxito, es verdad, pero sobre
todo entre sus lectores “comunes”; Rafael Olea Franco hace una
excursión por los Diarios de Gamboa para rastrear los comentarios
que éste hizo con respecto a la composición, publicación y recepción de su Santa. A la vista de una deseable “victoria literaria”,
Gamboa “registra la recepción ambivalente de la obra; por un lado
su éxito entre el público común, a pesar de quienes se escandalizaban por su escabroso tema; por otro, las prevenciones de la crítica
literaria” (Olea Franco 20).
La magnitud de su éxito fue inversamente proporcional a la que
tuvo con la crítica. Esto lo sabemos gracias a que nuestro autor se
ocupó de registrar en su Diario las reseñas que su obra recibía6. Allí,
se lamenta de no hallar para su obra y su figura, eco en los periódicos de su país (a la sazón, Gamboa se encontraba en Guatemala), al
tiempo que anuncia y celebra los juicios críticos favorables que le
llegan de París, el Salvador, Barcelona, e incluso de Estados Unidos
(una nota en la que, por cierto, le atribuyen la nacionalidad guatemalteca). Gamboa escribe, por ejemplo, en 1903: “Halagüeñas noticias acerca del lento triunfar de Santa en México. Sin embargo, El
Correo Español aparte, no hay periódico que me mencione. La conju5
Entre los que destaco a José Luis Martínez con su “Génesis y recepción
contemporánea de Santa: 1897-1904”.
6
Dato que constata A. Sandoval: “Un aspecto de mucho interés para los
escritores en activo es la aparición de críticas, ya sean positivas o negativas.
Gamboa refiere, obviamente con placer, la publicación de las positivas. Transcribe algunas. Practicante de la antigua costumbre de llevar un libro de autógrafos –en los que su dueño pedía un pensamiento a las personas notables que
conocía– copia en el Diario aquellos que le complacen más. Seguro de su escritura, achaca una mala nota (durante la primera etapa, entre 1892 y 1896) a la
falta de interés por la literatura en América Latina. Ya en el ostracismo político,
se explica algunos de los malos comentarios por inquinas políticas o envidias.
Algo hay, pues, del género griego enkomion de los romanos, que luego llevó a las
memorias con fines igualmente auto-laudatorios” (Sandoval 11-12).
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ración del silencio”; en otra entrada, en 1904, apunta: “de México,
ni un solo periódico que siquiera mencione el título de la nueva novela”; en una más, reflexiona: “¿Para qué empeñarme en escribir libro tras libro, si mientras más avanzo en mi obra, más intentan los
periódicos y los críticos (?) de mi tierra, un desconsolador vacío alrededor de ella y al de mi nombre literario?... Ahí está Santa, que no
sólo ha sido muy leída, sino muy gustada por profesionales, por
amateurs y por el vulgo” (Gamboa, Mi diario III [1901-1904] 214,
221, 250-251).
Es claro que Gamboa estaba obsesionado con sus lectores y con
su juicio, en tanto que su objetivo último como escritor era el reconocimiento por parte de sus lectores, pero sobre todo de sus críticos: veía en ellos el texto censor que deja huella histórica, que valida
y otorga autoridad, que inmortaliza. Por medio de la crítica, Gamboa vislumbraba su admisión a la historia de la literatura nacional.
Esta obsesión dejó marca en su escritura, lo que constituye una
buena fuente para configurar su poética. Si bien abre su Diario
–dedicado a un lector exclusivo, su hijo– negando esta conciencia
suprema del lector: “Nunca, lo que se llama nunca… me preocupé
del público para mis actos o para mis escritos” (Gamboa, Mi diario I
[1892-1896], 3), lo cierto es que la conciencia que tenía de su recepción es manifiesta (y él la atribuye, en más de una ocasión, a pura
vanidad). Aquí, algunos ejemplos: un registro de 1903 en el que dice
de Santa: “Por lo demás, ¡Dios sea loado!, que me devoren y despedacen, qué importa, pero que lean la obra, de principio a fin. Ya sé
que ha de amargar; y si fuese hacedero, la vendería con sendos
ejemplares del famoso ¡Trágala!” (Gamboa, Mi diario III [1901-1904]
213). Otro ejemplo, su anhelo de ser traducido al inglés, lengua que,
según sus propias palabras, se leía en medio universo7. Y, para terminar, los epígrafes alusivos a los lectores que saludan cada entrega
de su Diario, de los que transcribo apenas uno, de Eça de Queiroz:
“…¡oh, lector!, criatura improvisada por Dios, obra mala de mala
arcilla, mi semejante y mi hermano…” (cit. Gamboa, Mi diario II
[1897-1900] 9). No debemos ir más lejos, el epígrafe de Édmond de
Goncourt que Gamboa reproduce para el público en la introduc7
Esto dicho por el propio Gamboa, Mi diario III (1901-1904) 222. Anhelo
que, por cierto, no se cumple (259).
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ción a Santa es, sin duda, el indicio más contundente de la conciencia que el autor tenía de sus lectores (“Ce livre, j’ai la conscience de
l’avoir fair austère et chaste, sans que jamais la page échappée á la
nature délicate et brûlante de mon sujet, apporte autre chose á
l’esprit de mon lecteur qu’une méditation triste”8).
La redundancia en el mensaje, de parte de Gamboa como autor,
y su intromisión en sus textos de ficción, son características de lo
que conocemos como novela de tesis. Sin la redundancia, el texto
literario, polisémico por naturaleza, indeterminado, sería recibido de
manera “errónea” o, por lo menos, no del modo en que el autor se
obstinaba en que fuera hecho. La figura del lector es, pues, primordial para este tipo de textos, pues le impone un papel que depende,
ciertamente, de su voluntad: le pide actuar como si no estuviera al
tanto de los recursos de manipulación del autor sobre el lector9. Se
entiende entonces que cuando Reconquista, otra novela exitosa de
Gamboa, se halló, durante un incidente violento en la casa de los
hermanos Serdán10 –justamente en el escritorio de Aquiles, con indicios de haber sido leída–, la noticia haya sido para nuestro autor
motivo más de preocupación que de orgullo. Si bien se hallaba satisfecho “como autor leído” –lo hemos dicho ya, uno de sus mayores
orgullos–, su “desazón [se] la dicta[ba] el temor de que voces oficiosas siempre prontas a desnaturalizar hechos, [fueran] y [lo]
pint[aran] en ‘las alturas’, vistiendo traje de funcionario infidente
que, so capa de ‘hacer literatura’, escribe libros subversivos o cultiva
relaciones con desafectos” (cit. en Uribe 44).
8
“Este libro tengo la conciencia de haberlo hecho austero y casto, y al copiar de la naturaleza el asunto delicado y peligroso de mi novela, sólo llevo al
ánimo de mi lector una meditación triste” (trad. de Gamboa, Santa 66, n. 5).
9
Suleiman explica que aquel lector que Boris Tomashevsky calificó de “naïve”, para designar el papel ideal que el lector debería desempeñar en el acto de
la lectura, es de hecho un lector sofisticado, experimentado, “who is aware of
the devices, but who, for the duration of his reading, ‘acts as if’ he were not
aware of them” (Suleiman, “Ideological Dissent from Works of Fiction” 169).
10
Los hermanos Serdán –Aquiles, Carmen y Máximo– fueron reconocidos
seguidores de Francisco I. Madero y miembros activos del Partido Antirreeleccionista (por el que Madero participó en las elecciones de 1910). Son considerados los iniciadores de la Revolución mexicana de 1910 –pues pretendieron,
sin suerte, adelantar la rebelión para el 17 de noviembre–, y también sus primeros mártires.
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Estas palabras revelan su gran temor a la posible interpretación
“equivocada” de sus textos. En todo caso, Gamboa debió estar
consciente de que su mensaje iba vestido de ambigüedad, y de que
esa ambigüedad le multiplicaba lectores, pero podía restarle simpatía
entre sus pares. Gamboa jugaba con fuego y lo sabía. La modernidad de sus textos se ubicaba en la naturaleza transgresora de su novela que, sorprendentemente, él no reconocía, aunque admitiera que
se regía por la divisa de los Goncourt (“el novelista es el historiador
de la gente sin historia”11); sus personajes, por tanto, fueron siempre
marginales. ¿Cómo, entonces, se leía esta Santa tan problemática?
¿Lo hacían de la misma forma los lectores “comunes” que los críticos “profesionales”? ¿Se puede decir que, en el caso de Santa, hay
una escisión entre la crítica y los lectores “comunes”?, esto es, ¿los
“lectores comunes” leen en Santa algo que los “profesionales” no
pueden ver?
Opongamos un fragmento de dos reseñas que, me parece, representan dos posibles vertientes de la lectura “profesional” que tuvo
Santa en su recepción contemporánea. La primera que reproduzco
apareció en el Diario del Hogar firmada por José P. Rivera, en su columna “Borrones”; la segunda se publicó en la Revista Moderna de
México bajo la rúbrica de J.J.T. (que corresponde a José Juan Tablada). No voy a hacer aquí la disección de estas reseñas –trabajo que
ya llevó a cabo José Luis Martínez–, simplemente me limito a señalar un elemento que ambas comparten y que sirve a mi propósito.
Obsérvese este fragmento de la primera:
Santa es un libro casto; y no por lo que el autor escribe en esas primeras
páginas… sino por cada una de las líneas que informan el volumen.
Lo asevera el autor copiando estos renglones de Goncourt… Empero,
si no lo aseverase con tan gran autoridad, aseveraríalo con el texto íntegro
(Rivera 1).
Enfréntese a este otro, de Tablada: “el autor, por boca de Ed. de
Goncourt, nos dice que su novela es casta. ¡Puede ser!, en todo caso, que lo sea o no, es punto que ni me inquieta ni me importa. Más
me importan ciertas faltas de observación que llegan a crímenes tratándose de un autor naturalista…” (J.J.T. [José Juan Tablada] 417419). En principio, lo que llama la atención es que ambas recensio11
Epígrafe que abre Apariencias, cit. por Uribe 27.
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nes se refieren a un asunto nodal de la novela, es decir, al tema moral. En un caso, el autor despacha pronto la cuestión “espinosa”,
pero la trae a cuento para justificarla porque evidentemente le parece indispensable hacerlo (la moral y la estética no están divorciadas
en su lectura); en el otro, el reseñista simplemente la desdeña, porque ese gesto lo define estéticamente y lo aleja de Gamboa. Ambas
actitudes son significativas y, sorpresivamente, se repetirán también
en la recepción de los lectores “comunes”. Ilán Semo nos ofrece un
vistazo de la comunicación epistolar entre esos lectores y Federico
Gamboa:
Las cartas provienen de todos los rincones de la República; algunas celebran la obra, otras la critican; hay también las que la denostan. Pero en su
conjunto constituyen un raro testimonio de las creencias y las mentalidades
que garantizaban la lectura puntual de una obra y, sobre todo, la capacidad
de reaccionar frente a ella con un texto propio. Baste aquí con mencionar
dos posiciones extremas. La primera festejaba “el arrojo, la valentía y el arte” de Gamboa para exhibir el “desmoronamiento moral” por el que
atravesaba la sociedad. La otra actitud no era necesariamente la contraria,
sino que atacaba a Santa por contribuir a ese “desmoronamiento moral”, al
mostrar tan sólo los aspectos “patológicos” de la vida social. Pero en su
mayoría, las cartas coincidían en una suerte de decepción sobre el estado de
lo que la opinión pública llamaba “vida moral”12 (Semo 138).
Es decir, enfrentados así, no parecen lejanos los lectores “profesionales” y los “comunes”: ambos reproducen y actualizan, en sus
propios juicios, las ideas que gobiernan al texto y la mentalidad de
su época (quiero decir, regeneración moral; castidad en el tratamiento de un asunto difícil; la utilización de un discurso médico que alimenta y otorga significado al tema moral; la necesidad de reconocer
en el texto un valor estético y, por tanto, de validar un discurso estético, etc.). Al acercarnos a la recepción de Santa, debemos hacernos
cargo de que estos conceptos que he citado reiteran el principio que
gobierna, asimismo, la escritura de Gamboa: la regeneración moral y
política del país (cf. Ordiz 322). Un precepto de esta naturaleza espera del lector una interpretación correcta que en algún momento lo
12
Desgraciadamente, no he tenido acceso al Archivo Personal de Gamboa
y me es imposible hacer un estudio detenido de esta comunicación epistolar; no
puedo, por tanto, sino aprovechar estos pocos datos que nos ofrece Semo y
acudir a otras fuentes para seguir alimentando la historia de la lectura de Santa.
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obligue a modificar su conducta (un texto que construye un “modelo a imitar”) (Suleiman, “Le récit exemplaire. Parabole, fable, roman
à thèse” 469-470) no cabe en su horizonte un lector rebelde o apático (cf. Urra 63), de modo que la diversidad de recursos de los que el
autor echa mano están dirigidos todos a una misma intención: impedir la ambigüedad. Sin embargo, la temida –y desde luego muy
acotada por Gamboa– indeterminación de su texto se verificará, a
su pesar, justo en el centro de su novela: en la convivencia entre el
afán moral didáctico y un tema audaz, en extremo escandaloso.
Una lectura de Santa en 1914
Para terminar, acudo a un reportaje que inicia sus entregas el 2
de marzo de 1914 en El Diario. El autor de estos textos se propone
investigar el origen del personaje protagónico de Santa; le interesa
averiguar si fue producto de la invención de Gamboa o si éste se
basó, para su creación, en una persona de carne y hueso. La investigación nace, según el cronista, de otra, llevada a cabo por un inglés,
quien estaba convencido de la existencia real de Santa y que vino a
México a probarla. El autor de esta serie de artículos afirma no pretender con ellos zanjar la cuestión, y dedica algunas entregas a narrar sus pesquisas, describir sus descubrimientos (es decir, que una
tal Eufrasia, supuesta amiga de Gamboa en la infancia, originaria
también de Chimalistac, pudo ser el antecedente de Santa), para
concluir con más dudas que certezas13.
¿En qué contexto se publican estos artículos y por qué son importantes para nuestro tema? Ciertamente, los artículos salen a la luz
en un período poco favorable para Gamboa. En 1913, nuestro autor acepta participar en el gobierno de Victoriano Huerta como Secretario de Relaciones Exteriores, cargo en el que se sostuvo poco
más de un mes porque renunció para aceptar la candidatura a la
13
Según el Diario de Gamboa, el nombre de esta mujer no es Eufrasia sino
Emeteria, 21 de mayo de 1927: “En Chimalistac, me llego hasta la casa de Emeteria, mujer en quien me inspiré para realizar el personaje de Santa provinciana”
(Gamboa, Mi diario VII [1920-1939] 190). Hay, incluso, un reportaje aparecido
en El Universal Ilustrado en el que Gamboa, acompañado de Lupita Tovar, visita
y se fotografía con Emeteria (“Una evocación de Santa muy a lo 1930”, 18 de
diciembre de 1930).
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Presidencia de la República por parte de Partido Católico Nacional.
Huerta traiciona a la nación al disolver el Congreso y, con ello, permitirse también ser candidato a la Presidencia. Gamboa, entonces,
sufre ataques en la prensa: “Su detractor más virulento es el poeta
Salvador Díaz Mirón, quien desde el Imparcial lo llama el excomulgado, el masón, el soberano príncipe rosacruz, el caballero del águila
y el pelícano, el pornógrafo novelista [que] elevado a la presidencia
movería a risa” (Uribe 93).
Para ese momento, los calificativos de autor pornográfico, inmoral o perverso no le eran desconocidos a Gamboa; valga como
ejemplo la defensa que, en 1909, Victoriano Salado Álvarez hizo de
nuestro autor en un texto que tituló “Sobre la inmoralidad en la literatura”14. Aquí, Salado Álvarez argumentó en contra del padre Nicolás Serra y Caussa, quien escribió una diatriba feroz contra Victoriano Agüeros, Federico Gamboa y José López Portillo y Rojas. Entre los juicios negativos que el padre Serra expresó, destaca precisamente el referido a la inmoralidad de la obra de Gamboa. Salado
Álvarez argumenta en su defensa: “Desnudas y todo, pues, las pinturas de Gamboa no incitan al desorden, no son inmorales ni dañosas, sino por el contrario, sirven para meter el corazón en un puño,
acoquinar a los pecadores y recordarles aquel fatídico de ‘morir tenemos’” (Ronda 22). La insistencia en la mala práctica lectora de Serra está desarrollada ampliamente en el texto de Salado Álvarez.
Al mismo tiempo, sin embargo, los lectores de Santa han hecho
de su protagonista un mito, sobre el que pueden bordar historias.
Por boca del cronista, nos enteramos, por ejemplo, de la incómoda
relación entre Santa y la gente de Chimalistac:
En ciertas épocas del año, van al cementerio parvadas de mozos y
mozas alegres que, escandalizando a las buenas gentes lugareñas, saltan las
tapias y se ponen a invocar el espíritu de la muerta, llamándola por su
nombre.
Todas estas cosas han vuelto hoscos a los vecinos de Chimalistac, y la
labor de investigación se hace más difícil, pues ninguno quiere hablar del
asunto, temeroso de dar ocasión a un desacato, lo que nos hace pensar que
la verdad se sabe allí (Farfanetto, “¿Santa, la heroína de Gamboa…?” 1 y 6).
14
El texto aparece recogido en Salado Álvarez 77-109. Fue publicado en
edición privada de 150 ejemplares y firmado por don Querubín de la Ronda.
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El caso en este punto podría alcanzar tono de gacetilla –hecha,
además, con la conciencia de un éxito asegurado–, pero el autor de
la serie se impone una premisa ética basada en un interés puramente
literario, y esto también es novedoso. Para no dar fin a la serie, insiste en que prefiere no acudir al autor para resolver el enigma porque
está persuadido de que “el autor de un libro, al darlo por terminado,
ha dicho la última palabra, lo demás pertenece a la investigación”
(Farfanetto, “Nuestras investigaciones nos llevan hasta dar con la
interesante figura de Eufrasia” 1). Sin duda, una concepción muy
moderna del texto y de la propia lectura. La crítica está en proceso
de convertirse en un acto de escritura, operación que, en todo caso,
los lectores llevamos a cabo cada vez que nos enfrentamos a un discurso; es decir, crear otro discurso15.
Nuestro cronista insiste, muy a la manera de Gamboa, en dirigir
nuestra lectura, y se asegura de que en su segunda entrega quede clara una precisión: no es la suya una búsqueda de la verdad ni un remedo de gacetilla ni un divertimento:
…hemos procurado no sólo hacer fantasías, sino recoger datos curiosos,
coincidencias sugestivas, afinidades inesperadas, y circunstancias no conocidas hasta ahora, para que estas páginas sin trascendencia se aparten siquiera sea un palmo, del vulgar folletín trágico, y espantante, y del reporte truculento y torturante, que cada día, afortunadamente para el lector, va cayendo en desuso (Farfanetto, “Nuestras investigaciones nos llevan…” 1).
Es posible que la aclaración fuera, para 1914, indispensable ante
los repetidos ataques, desde hace algunos años, a la figura de los reporters; que constituyera una suerte de declaración de independencia
de ese tipo de periodismo. Todavía más, en la primera entrega, el
cronista anuncia su intención al ofrecer la pieza “para que el público, a quien ya obsede la visión roja de estos tiempos, tenga ocasión
de un esparcimiento ameno, que servirá también para que se estudie
15
“…cada vez más, la crítica ya no se interesa en absoluto por el momento
psicológico de la creación de la obra, sino por lo que es la escritura, por el espesor mismo de la escritura de los escritores, esa escritura que tiene sus formas,
sus configuraciones… la crítica deja de querer ser una lectura mejor o más de
primera hora, o mejor armada: la propia crítica está convirtiéndose en un acto
de escritura. Una escritura, no cabe duda que segunda en relación con la otra,
pero una escritura, a pesar de todo, que forma con todas las demás una malla,
una red, un encabalgamiento de puntos y de líneas” (Foucault 83).
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un poco sobre nuestra literatura nacional” (Farfanetto, “¿Santa, la
heroína de Gamboa, fue sólo una creación del novelista?” 1).
Este reportaje demuestra cómo, once años después de publicada
Santa, su protagonista era ya un fenómeno cultural, lo cual quiere
decir que antes de alcanzar los 60,000 ejemplares, sus lectores eran
lo suficientemente numerosos como para reconocer al personaje y
participar en la confección del mito16. Es posible reconocer, asimismo, la persistencia de una manía verista en la literatura, a la que los
lectores eran adictos, y que los modernistas creyeron aniquilada al
finalizar el siglo XIX. Me explico: en un trabajo dedicado a De
Campo (Rodríguez González, “La inestabilidad de los géneros…”)
hacía notar cómo los periódicos –reporters incluidos–, habían prostituido la literatura al tomar de ella los recursos que les eran útiles y
efectistas para vender sus historias; en consecuencia, los habían vaciado de sentido. Los lectores de este moderno periodismo, por lo
tanto, dejaron de distinguir entre realidad y ficción en la prensa
(sumado esto a una realidad que había ganado una importancia insospechada); pero, lo más importante, no discernían entre literatura
y reportaje, pues su “horizonte de expectativas” variaba de modo
absoluto, debido a la inestabilidad de los géneros literarios en el período. Gamboa, por el contrario, experimenta algo muy diferente: la
realidad ha adquirido tanto peso que lo obliga a volverse hacia la literatura para aligerar la carga; los géneros empiezan a adquirir cierta
definición (probablemente debido al medio en el que se difunden;
es decir, el libro como objeto), y el verismo alcanzado en la obra de
Gamboa lo devora como autor, pero le rinde frutos en lectores, alimentando el mito.
Santa es una novela moderna, de eso no hay duda –en el sentido
en que rompe, como he dicho arriba, con las prácticas de lectura anteriores a su aparición–; y es posible que aquí se explique el vacío
crítico que generó. No olvidemos que cuando Gamboa tuvo la intención de llevarla al inglés, el agente adujo, para negarse a traducirla, que “aunque interesante en su asunto y en el modo de tratarlo,
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Numerosas entradas del Diario de Gamboa lo demuestran. Acá, un ejemplo del 22 de agosto de 1927: “Intempestiva invitación telefónica de Excélsior
para llevarme a Chimalistac, y allí les puntualice la génesis de Santa” (Gamboa,
Mi diario VII [1920-1939] 192).
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no lo resistiría sin hacerle ascos el pudibundo público norteamericano, y su nombre [el del traductor] se perjudicaría” (Gamboa, Mi
diario III [1901-1904] 259); ascos que, sorpresivamente, el público
mexicano produjo en mucho menor medida. Valga como ilustración
la carta bien conocida y multicitada de una lectora de Santa, en la
que la mujer confiesa a Gamboa que gracias a la lectura de su novela, abandonó la prostitución. El acuse de recibo del mensaje de su
texto llegó, finalmente; Gamboa, después de todo, pudo entrar a la
historia de la literatura, aunque por la puerta de atrás, de la mano de
sus lectores “comunes”.
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