“El Espíritu lo llevó al desierto” (Mc 1,12) Homilía en la primera profesión religiosa de Fr. Ariel Padilla OP, Fr. Jonathan Maciel OP, Fr. Gonzalo Irungaray OP Mar del Plata, Convento San Martín de Porres, 22 de febrero de 2015 Querido Padre provincial, Fray Pablo Sicouly OP, querida Comunidad del convento San Martín de Porres, queridos novicios y hermanos en el Señor: Todos los años, el primer domingo de cuaresma nos hace meditar sobre los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, antes de dar inicio a su ministerio público. Este año escuchamos el relato de las tentaciones de Jesús en la versión más breve que se encuentra en el evangelio de San Marcos. Estos cuarenta días de Jesús en el desierto nos recuerdan los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto, desde la salida de la esclavitud en Egipto hasta el ingreso en la tierra prometida. El tiempo cuaresmal nos lleva a meditar en los acontecimientos del éxodo y en la estadía de Jesús en el desierto de Judá. Mientras que Israel ante las pruebas cedió a las murmuraciones y rebeldías, y quiso volver a Egipto, Jesús permaneció fiel. Se encontraba debilitado por un riguroso ayuno, pero bajo la asistencia del Espíritu Santo quedó sujeto a la voluntad del Padre. En la cuaresma recordamos los acontecimientos de la marcha de Israel para sacar la lección que encontramos en el libro del Deuteronomio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt 8, 2-3). En este tiempo, también nosotros vamos al desierto con Jesús para orar con Él y para recordar que debemos prepararnos para combatir contra el espíritu del mal con la oración y las privaciones voluntarias, con la escucha más atenta de las lecciones de 1 la Palabra de Dios, el acceso al sacramento de la reconciliación y las prácticas enseñadas por la tradición espiritual de la Iglesia. La cuaresma litúrgica nos debe ayudar a pensar en la cuaresma existencial. Por eso, afirma San Pablo en su primera carta a los corintios: “Todo esto les sucedió simbólicamente, y está escrito para que nos sirviera de lección a los que vivimos en el tiempo final. Por eso, el que se crea muy seguro, ¡cuídese de no caer! Hasta ahora, ustedes no tuvieron tentaciones que superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (1Cor 10,11-13). En el inicio de su vida pública, Jesús anuncia la Buena Noticia, el Evangelio del Reino de Dios, y dice: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). Jesús nos llama a convertirnos y a creer. La conversión implica un cambio, una decisión de volver al camino recto. Volver a Dios es encontrar nuestro origen y tender hacia nuestro destino, rectificando siempre el rumbo; es encontrarnos con nuestra pequeñez, con nuestras miserias y mezquindades, pero más profundamente es hallar a Alguien que nos ama y no puede dejar de amarnos. Creer es entregarle la vida a Dios, obedecer a Cristo que nos dice la verdad que nos salva; vivir en la certeza de que siguiéndolo no nos equivocamos, aun cuando no vemos con nuestros propios ojos, pues sabemos que los ojos de Cristo iluminan nuestra vida. A través del apóstol San Pedro, la Palabra de Dios nos habla hoy del Bautismo como arca de salvación que lo mismo que a Noé y los suyos nos salva de las aguas torrenciales del diluvio: “Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo …” (1Pe 3,21). El relato del diluvio es seguido por el establecimiento de la alianza entre Dios y Noé, extensiva a su descendencia (cf. Gen 9,8-15). Sabemos que Dios fue conduciendo a los hombres con pedagogía hacia la Alianza “nueva y eterna”. Los votos que pronuncian los religiosos son una radicalización del compromiso de santidad que todos contraemos por el Bautismo. El Bautismo es la forma esencial de Alianza con Dios y comienzo de nuestra vida en Cristo, bajo la guía del mismo Espíritu que impulsó toda la vida de Jesús. Pero esta forma de vida es muy apreciada por toda la Iglesia, porque en respuesta a una especial vocación, los religiosos 2 recuerdan a todos los miembros de la Iglesia que la obediencia a Dios nos hace libres, la castidad nos vuelve fecundos y la pobreza nos capacita para la riqueza decisiva de poseer a Dios. Obediencia, castidad y pobreza, son valores evangélicos que en diversa forma de expresión deben ser vividos por todos. Pero en esta forma específica y más perfecta es carisma para algunos. Agradecemos a la Orden de los dominicos por su testimonio. Pedimos hoy por los novicios Fray Ariel, Fray Jonatahn y Fray Gonzalo, a quienes he conocido, tratado y apreciado durante este período, y los encomendamos al Señor. Se trata de la primera profesión. El discernimiento aún seguirá bajo la mirada atenta y paternal de los Superiores. Que la Santísima Virgen, invocada con el nombre de Ntra. Sra. del Rosario, los ayude con su ejemplo y su intercesión a ser plenamente fieles a Cristo, a fin de que se cumpla la oración del Ritual: “Dios de bondad (…) que su entrega glorifique tu nombre y contribuya a la redención de las almas”. ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 3