Subido por Sheila Barahona

Lectura07 (1)

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Tema 7
Economía y Entorno de los Proyectos Mineros
Posición fiscal y deuda
pública
© Escuela de Postgrado Neumann
Índice
Ideas clave
3
7.1. Ingresos y gastos de gobierno
3
7.2. Ahorro, inversión y déficit fiscal
9
7.3. Algunas razones que llevan a los gobiernos a
gastar en exceso
13
Ideas clave
7.1. Ingresos y gastos de gobierno
Ingresos del sector público
Las fuentes más importantes de ingresos públicos son los distintos tipos de impuestos
aplicados en la economía. Estos impuestos se pueden clasificar en tres categorías
amplías: los impuestos a la renta de personas y empresas, que incluyen el impuesto
previsional sobre los salarios; los impuestos al gasto, que incluyen el impuesto a la
compraventa, los impuestos específicos y los aranceles a las importaciones; y los
impuestos a la propiedad, que abarcan una amplia variedad de gravámenes a casas
y edificios, terrenos agrícolas y residenciales, y herencias.
Los impuestos también se dividen entre directos e indirectos, aunque estos términos
son algo imprecisos. La clasificación de «directo», por lo general se refiere a los
impuestos que se aplican directamente a las personas naturales y jurídicas, en tanto
los indirectos son los aplicados a bienes y servicios. El impuesto a la renta y el
impuesto a la propiedad caen en la primera categoría, mientras el impuesto a la
compraventa y los aranceles a las importaciones caen en la segunda.
Los países desarrollados tienden a tener estructuras tributarias muy diferentes de las
de los países en desarrollo. Las economías desarrolladas, por lo general, derivan una
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proporción mayor de los ingresos fiscales de sus impuestos directos. En Estados
Unidos, por ejemplo, la principal fuente de ingreso fiscal son los impuestos directos
(más de 89 % del total), cuya mayor proporción es pagada por los individuos. Los
países en desarrollo, por el contrario, tienden a percibir la mayor parte de sus
ingresos por la vía de los impuestos indirectos, que incluyen los impuestos a las
transacciones.
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En Brasil, por ejemplo, solo alrededor de la mitad del total de ingresos del gobierno
proviene de impuestos directos. Una razón por la que los impuestos indirectos son
tan importantes como fuente de ingresos en los países en desarrollo es simple: por
lo regular, son más fáciles de cobrar que el impuesto a la renta. Sin embargo, un
sistema tributario que se basa en los impuestos indirectos tiende a ser regresivo, pues
los impuestos que pagan los pobres representan una porción mayor de su ingreso
que los impuestos que pagan los más ricos.
En los últimos años, ha habido una tendencia generalizada a aplicar el impuesto al
valor agregado (IVA). Este es un impuesto porcentual que se cobra al valor que
agrega cada unidad de negocio. Así, una empresa puede restar el impuesto que pagó
por los insumos que compró, del impuesto que cobra por sus ventas, y pagar solo la
diferencia a la tesorería. Muchos países, en especial en el mundo en desarrollo, han
adoptado el impuesto al valor agregado en los últimos veinte años. Estados Unidos
es una excepción notable a esta tendencia, ya que mantiene el impuesto tradicional
a la compraventa, que se aplica como porcentaje de la transacción, pero no permite
usar como crédito tributario el impuesto pagado sobre los insumos. El IVA es un
impuesto muy eficiente, pues entrega un incentivo para las empresas a pagar y
conservar el comprobante de venta, ya que le sirve para deducirlo de su propio
impuesto.
Otra fuente de ingresos del sector público son las utilidades de las empresas y
agencias estatales que venden bienes y servicios. Aunque las empresas públicas no
tienen mayor importancia cuantitativa en la mayoría de los países de alto ingreso, sí
la tienen en los países en desarrollo. En muchos países en desarrollo ricos en recursos,
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los ingresos de las empresas productoras de recursos de propiedad estatal suelen
representar una proporción sustancial de los ingresos públicos. Por ejemplo, en
Venezuela, el petróleo pertenece al Estado, y ha proporcionado regularmente más
de las tres cuartas partes de su ingreso al gobierno en las décadas de 1980 y 1990.
Existe hoy la tendencia generalizada, sin embargo, a privatizar las empresas estatales,
de modo que la proporción de los ingresos proveniente de las utilidades de empresas
públicas está disminuyendo.
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La tabla 1 muestra los patrones generales de recaudación y describe las fuentes de
ingreso fiscal en una selección de países, clasificadas en cuatro categorías de
desarrollo económico: ingreso alto, medio alto, medio bajo y bajo. Claramente,
mientras más desarrollado es un país, mayor es la proporción de sus ingresos que
deriva de los impuestos directos; mientras más pobre es, más ingresos deriva de los
impuestos indirectos y de ingresos no tributarios como son las utilidades de las
empresas estatales.
Tabla 1. Composición de los ingresos fiscales para países seleccionados (porcentaje de los ingresos totales).
El gasto público
El gasto público también se puede clasificar, a conveniencia, en cuatro categorías: 1)
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consumo de gobierno, que representamos por G, incluye los salarios que el gobierno
paga a los empleados públicos así como el pago por bienes y servicios adquiridos para
el consumo corriente; 2) inversión de gobierno (Ig), que incluye una variedad de
formas de gasto de capital, tales como la construcción de caminos y puertos (en la
práctica, algunas partidas que figuran en las cuentas nacionales de muchos países
como consumo de gobierno deberían incluirse en Ig); 3) transferencias al sector
privado (Tr) incluye las pensiones de retiro, el seguro de desempleo, beneficios a
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veteranos de guerra y otros beneficios de bienestar; 4) intereses sobre la deuda
pública (rD9) es el último tipo de desembolso gubernamental. En ocasiones, se suele
dividir el gasto fiscal en solo dos grupos: los gastos corrientes, que comprenden el
pago de salarios y la compra de bienes y servicios (G), intereses pagados (rD9), y
transferencias (Tr), por una parte; y los gastos de capital o inversión, por la otra (Ig).
Como veremos, para los efectos del análisis macroeconómico, es importante
distinguir las cuatro categorías.
La tabla 2 presenta la estructura de los egresos del gobierno en varios países
desarrollados y en desarrollo. Obsérvese que una porción enorme va a partidas de
gasto corriente, en tanto la inversión se lleva una porción muy pequeña del gasto,
por lo general inferior a 10 % (recordemos, sin embargo, que más de una categoría
de inversión probablemente esté clasificada, de manera errónea, como consumo). Es
especialmente notable que los cuatro países industrializados de la tabla (Francia,
Alemania, Reino Unido y Estados Unidos) destinan solo 5 %, o menos, del gasto de
gobierno a la inversión, sí bien la participación del gasto de capital aumentó en forma
significativa en Alemania inmediatamente después de la reunificación. Adviértase
también que varios países en desarrollo (entre ellos, Tailandia, la Argentina y Hungría)
dedican una alta proporción de su presupuesto al servicio de la deuda, tanto externa
como nacional, aunque este es un elemento importante del gasto público también
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en Estados Unidos.
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A través del mundo, el gasto de gobierno total relativo al PIB aumentó drásticamente
durante el siglo XX. Como se aprecia en la tabla 3, muchos países industrializados han
visto duplicarse (o más) la razón de gasto gubernamental a PIB desde 1938. En
Holanda, por ejemplo, la proporción de gasto público a PIE casi se triplicó hasta
comienzos de la década de 1980, pero cayó en 14 puntos porcentuales en los
siguientes 26 años. Sin embargo, para 2010, el gasto público se había incrementado
en 5 %, debido a las medidas contracíclicas tomadas por la crisis de 2009, lo que
ocurrió en la mayoría de los países del mundo. En Francia, la razón más que se duplicó
y en Estados Unidos fue poco más del doble. El único país que ha desafiado la
tendencia es Alemania, donde el tamaño del gobierno, medido tal como en la tabla
15,3, en 2010 es solo levemente superior al que tenía casi setenta años antes. Nótese,
sin embargo, que la fuerte tendencia ascendente parece haberse detenido a fines de
la década de 1980. En general, la participación del gasto público en el PIB se mantuvo
estable o cayó durante la década de 1990 en este grupo de países, con algún
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incremento tras la crisis de 2009.
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El economista alemán del siglo XIX Adolph Heinrich Wagner predijo el aumento a
largo plazo de la participación del gasto de gobierno en el PIB, y su formulación se
conoce desde entonces como la Ley de Wagner. La explicación más acostumbrada
del fenómeno es que los servicios de gobierno son un «bien superior»; esto es, que
la elasticidad ingreso de la demanda familiar por gasto de gobierno es mayor que 1.
Dicho de otro modo, cada incremento de 1 % en el ingreso familiar provoca un
aumento mayor que 1 % en la demanda de G. Por lo tanto, a medida que aumenta el
ingreso per cápita, la participación de G en Y tiende a aumentar también. Otras
explicaciones apuntan a las políticas de gasto de gobierno, con el argumento de que
el aumento de G / Y es el resultado de presiones de los grupos de interés, así como
de las decisiones de los políticos para maximizar los votos o el poder político.
Antes de estudiar el ahorro y la inversión de gobierno, es necesario agregar una
advertencia al significado económico de los términos «gobierno» y «sector público».
El término «gobierno» puede tener significados bien distintos según el contexto en
que se use. En la mayoría de los países es importante distinguir entre el gobierno
central, el gobierno general, el sector de empresas públicas no financieras, y el
sector público financiero. El «gobierno central» se refiere a las agencias
gubernamentales y administrativas a escala nacional. El término «gobierno general»
incluye al gobierno central y a los diversos gobiernos locales y regionales, así como a
las instituciones descentralizadas, como el fondo público de pensiones y las
universidades estatales. La consolidación del gobierno general y el sector de
empresas públicas no financieras recibe el nombre de sector público no financiero.
Por último, sumando las cuentas del banco central y de las instituciones financieras
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de propiedad del Estado, tenemos el sector público consolidado.
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7.2. Ahorro, inversión y déficit fiscal
Cuando el gasto y el ingreso del gobierno no son iguales, este se endeuda o presta
dinero, al igual que el sector privado. Supongamos que el gobierno tiene una deuda
pendiente de monto D al comenzar el presente año. Gasta G en consumo, Ig en
inversión, y rD en pago de intereses. El gobierno recauda T en ingresos. Al final del
año, la deuda aumentará si el gasto excede los ingresos. La brecha entre gasto e
ingreso total es el déficit fiscal (o déficit presupuestario), que representamos como
DEF. Por lo tanto, la variación de la deuda es igual a:
ΔD = (G + 19 + rD) - T = DEF
A veces, conviene reformular el déficit fiscal en términos de ahorro e inversión de
gobierno. El ahorro del gobierno es igual al ingreso del gobierno (T) menos sus
egresos por gastos corrientes (G + rD):
Sg = T - (G + rD)
Luego, combinando las ecuaciones anteriores, tenemos que el déficit es igual al
exceso de la inversión del gobierno sobre el ahorro del gobierno:
DEF = Ig - Sg
El déficit presupuestario o fiscal es una variable macroeconómica crucial y recibe
atención de todos los sectores. A comienzos de la década de 1990, por ejemplo, y
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como parte del proceso de unificación monetaria de Europa, los países europeos
acordaron reducir sus déficit, reduciendo el gasto fiscal entre otras medidas. Los
términos específicos del acuerdo conformaron el famoso Tratado de Maastricht, que
puso a la Unión Europea en la ruta hacia la unificación monetaria.
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El déficit fiscal, la deuda pública y el Tratado de Maastrich en Europa
En 1957, el Tratado de Roma dio inicio al proceso de unificación económica europea.
Este proceso comenzó corno un acuerdo de libre comercio entre seis países y culminó
en enero de 1999 con la implementación de la Unión Monetaria Europea (UME). A
partir de entonces, los países miembro de la UME usan la misma moneda —el euro—
y sus políticas monetarias son decididas por el Banco Central Europeo. Una piedra
angular de la unificación monetaria es el Tratado de Maastricht, firmado por los
países miembro de la Unión Europea (UE) en diciembre de 1991. Uno de los
principales objetivos del tratado fue lograr una cierta convergencia de las políticas
económicas de los países que componen la UE, de manera de facilitar la
implementación de una política monetaria común. Así, se establecieron varios
criterios de convergencia en el Tratado de Maastricht corno requisitos de admisión a
la moneda única. Tales criterios fueron, esencialmente, cuatro: inflación, deuda y
déficit fiscal, tipos de cambio e intereses nominales.
En cuanto a la política fiscal, el criterio fue que el déficit del gobierno, planeado o
efectivo, nunca debe sobrepasar 3 % del PIB; además, la deuda pública no debe
superar 60 % del PIB, o deberá acercarse a ese límite. Para fines de 1999,
prácticamente ninguno de los miembros potenciales de la UME tenía una deuda
pública bruta inferior al valor de referencia.
La tabla 4 muestra la gran divergencia de las cifras de deuda pública para 2010, que
va desde 143 % del PIB en Grecia, hasta 18 % del PIB en Luxemburgo. Aunque durante
un tiempo el cumplimiento con los criterios referidos al déficit fue mejor, y varios
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países redujeron los déficits fiscales respecto de sus valores al momento de la firma
del Tratado, estos han vuelto a aumentar con fuerza en varias economías europeas.
Muchos consideran que el Tratado de Maastricht fue la principal influencia en la
mejora de los indicadores fiscales europeos durante la década de 1990, y que
desempeñó un papel preponderante en detener la creciente proporción del gasto de
gobierno en el PIB, como vimos en la tabla 3.
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Sin embargo, lograr poner el déficit en vereda se hizo especialmente arduo por el
creciente desempleo europeo, sumado a los generosos esquemas de beneficios a los
desempleados, al envejecimiento de la población y a los sistemas de pensiones
estatales. Estos factores, más la necesidad de realizar políticas contracíclicas para
enfrentar la crisis de 2009, llevaron a que la mayoría de los países miembro
infringieran los límites establecidos por el Tratado. En varios, se generó una crisis
fiscal, cuyas consecuencias a la fecha son todavía inciertas, amenazando con una
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recesión en Europa y poniendo en duda incluso la supervivencia de la UME.
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Sostenibilidad de la deuda pública
Además del déficit fiscal, otro elemento observado por los analistas para evaluar la
salud de las finanzas públicas es la sostenibilidad de la deuda de gobierno. Un criterio
comúnmente utilizado para determinar si la situación fiscal de un país es sostenible
consiste en calcular el déficit primario (esto es, sin considerar los intereses pagados)
que estabiliza la razón deuda pública a PIB. Si dividimos la ecuación ΔD = (G + 19 + rD)
- T = DEF por el PIB (denotado por Q) se obtiene:
ΔD / Q = (G + Ig) / Q - T / Q + rD / Q
Por otra parte, el cambio en la razón deuda pública a PIB se puede expresar como:
Δ(D / O) = ΔD / Q - (ΔQ / O) (D / O)
Combinando las ecuaciones anteriores, reordenando términos y denotando el
crecimiento del producto por g, se puede expresar el cambio en la razón deuda
pública a PIB como:
Δ (D/0) = (G + Ig - T) / Q + (r - g) (D/0)
En consecuencia, para estabilizar la razón deuda pública a PIB se requiere que Δ(D /
O) = 0. Por lo tanto, la condición de sostenibilidad de la deuda pública está dada por:
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(G + Ig - T) / Q = (r - g) (D / O)
Esta ecuación nos señala que si la tasa de interés que paga el gobierno por su deuda
es superior a la tasa de crecimiento económico (esto es, r > g), entonces el país
requiere un superávit primario para estabilizar la razón deuda pública a PIB. El
superávit requerido será mayor mientras más elevada sea la razón deuda pública a
PIB. Si, por el contrario, r < g, entonces la sostenibilidad de la deuda es compatible
con un déficit primario.
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La condición de sostenibilidad es importante, ya que nos muestra la importancia del
crecimiento económico para fortalecer la posición fiscal de un país. Desde este punto
de vista, no resultan sorprendentes los graves aprietos por los que están pasando las
economías europeas con crisis de deuda soberana. Aunque tras la crisis financiera
internacional de 2008-2009, la gran mayoría de las economías de la región se
recuperó, en 2011 se registró una fuerte desaceleración seguida por una recesión.
Grecia, por ejemplo, tuvo cuatro años consecutivos de recesión entre 2009 y 2012, lo
que dificulta aún más evitar que el peso de la deuda pública siga creciendo en ese
país.
Sin embargo, cabe hacer una advertencia con respecto al uso de este indicador para
evaluar la sostenibilidad fiscal de un país. Hay ocasiones, como la vivida en los países
altamente endeudados de la zona euro, en que la situación de las finanzas públicas
de un país es tan crítica que no basta con estabilizar el coeficiente deuda pública a
PIB, sino que se requiere disminuirlo para lograr recuperar la confianza del público
en que el país será capaz de cumplir sus compromisos.
7.3. Algunas razones que llevan a los gobiernos a
gastar en exceso
Hasta aquí hemos tratado la política fiscal como si fuera exógena. Hemos tomado los
niveles de G y T simplemente como dados, sin intentar explicarlos dentro de nuestros
modelos. Podemos, sin embargo, usar diversos modelos político-económicos del
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comportamiento del gobierno para explicar las políticas que conciernen a G y T.
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El ciclo político-económico
Los economistas se interesan cada vez más en estudiar cómo se relaciona el ambiente
político que enfrenta un gobierno, con las decisiones económicas que toma en la
práctica. Hoy es ampliamente reconocido, por ejemplo, que los gobiernos en ejercicio
tienen una alta probabilidad de estimular sus economías en vísperas de elecciones y
de implementar costosos ajustes cuando las elecciones están lejos, un proceso
conocido como el ciclo político-económico. Para Estados Unidos, se ha encontrado
una correlación positiva entre el ingreso disponible y los periodos previos a las
elecciones, durante los cuales el gobierno en ejercicio intenta ayudar a su partido en
las urnas a través de aumentos de las transferencias, recortes de los impuestos y/o
aumentos del gasto de gobierno.
Por lo general, cuando se necesita aumentar un impuesto o rebajar el gasto para
equilibrar el presupuesto, el gobierno en ejercicio espera hasta que pase la elección.
Un ejemplo ilustrativo es Israel en 1973. Cuando una comisión recomendó introducir
el impuesto al valor agregado (IVA) junto con una reducción del impuesto a la renta,
fue fácil implementar esta última, pero el IVA solo se pudo aplicar después de la
siguiente elección. Otro ejemplo fue la reforma tributaria de Chile en 1990, que
aumentó el ingreso público en alrededor de 2 % del PIB apenas asumió un nuevo
gobierno.
Frente a un aumento inesperado de sus ingresos, aunque sea transitorio, muchos
gobiernos tienen dificultades para resistir las presiones políticas a gastarla. Y si las
condiciones les permiten tener acceso a créditos blandos, muchos gobiernos se
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endeudan, incluso si los términos para pagar en el futuro resultan arduos. Tomemos
el caso de México. En 1979-1980, este país exportador de petróleo aprovechó el alza
del precio del crudo, que provocó un fuerte aumento del ingreso público. El gobierno
del presidente López Portillo gastó todo el ingreso extra y hasta se endeudó
fuertemente en el mercado mundial en anticipación a los futuros ingresos petroleros.
El resultado fue una crisis de deuda grande y dolorosa.
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Algunos estudios han encontrado que el contexto institucional es un factor clave en
determinar el ámbito para la manipulación política a través de las finanzas públicas.
La evidencia muestra, por ejemplo, que en aquellos estados de Estados Unidos con
reglas fiscales estrictas que limitan el déficit fiscal no se observa el patrón tradicional
del ciclo político-económico.
Los partidos políticos y el déficit fiscal
Los estudios teóricos sugieren que en los países donde el poder político cambia con
frecuencia de manos, de un partido político a otro rival, cada administración gasta
mucho cuando está en el poder, dejando una sustancial deuda pública a su sucesor,
que la mayoría de las veces pertenece a un partido opositor. Este alto nivel de deuda
restringe el gusto de los gobiernos posteriores, pero eso a la administración actual
poco le importa.
Los estudios empíricos del déficit del presupuesto fiscal en los países industrializados
han hallado que los gobiernos divididos en muchos partidos políticos (como son los
gobiernos de coalición multipartita en Italia, por ejemplo) tienden a mostrar los
déficits más grandes. Presumiblemente, con muchos partidos en la coalición
gobernante, es muy difícil formar un consenso respecto de medidas de austeridad
que pueden resultar dolorosas. Los gobiernos de un solo partido, como los de Reino
Unido y Japón, o bipartitos como el de Alemania, han demostrado ser mucho más
eficaces para mantener un déficit fiscal bajo control que los gobiernos multipartitos
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de otros países de Europa, como Italia.
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La deuda pública en los países industrializados y la crisis de deuda en
Europa de 2010-2011
La tabla 5 muestra la evolución de la deuda fiscal como proporción del PIB, para varias
democracias industriales entre 1960 y 2010. En todas, menos Italia, la razón de la
deuda pública al PIB cayó o aumentó lentamente entre 1960 y 1970. Fueron años de
gran crecimiento para la economía mundial. Los ingresos tributarios aumentaron
rápidamente gracias al fuerte crecimiento, y a los gobiernos les resultaba bastante
fácil mantener el déficit bajo control. Cuando comenzó a frenarse el crecimiento
económico mundial después de 1973, los déficits fiscales tendieron a aumentar (al
igual que lo hizo la deuda pública como proporción del PIB) en la mayoría de los
países.
Los aumentos de la deuda pública tendieron a ser máximos en países como Italia y
Bélgica, donde gobernaban coaliciones multipartitas. Más moderados fueron los
aumentos en Estados Unidos y Alemania; la unificación, sin embargo, cambió las
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cosas para Alemania en 1990, y la razón deuda/PIB se duplicó en cuatro años. La
deuda pública cayó como porcentaje del PIB hasta comienzos de la década de 1990
en Reino Unido, que siempre tuvo un gobierno de un solo partido en ejercicio durante
todo el periodo.
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En la década de 2000, la deuda pública se elevó en forma importante en Estados
Unidos, de la mano con un empeoramiento del balance fiscal. Con el estallido de la
crisis financiera internacional en 2008, los países desarrollados llevaron a cabo
fuertes aumentos del gasto público para amortiguar la caída de la economía. Así
abultaron la deuda y el déficit fiscal, llegando a niveles ¡peligrosos en varios casos, en
particular en algunos países europeos. La figura 1 muestra el fuerte aumento del
gasto público, el deterioro del balance fiscal y el incremento ele la deuda de gobierno
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de cinco países de la zona euro.
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Aunque durante la década de 1990 el Tratado de Maastricht logró, en general, frenar
el aumento del gasto público, durante la última década una parte importante de los
países de la UME no respetó los límites establecidos por el Tratado en términos de
disciplina fiscal; esto es, mantener el déficit del gobierno en un nivel inferior a 3 %
del PIB y la deuda pública hasta un máximo de 60 % del PIB. Así, la situación se tomó
especialmente crítica en algunas economías de la periferia europea. A fines de 2009,
el recién asumido gobierno de Grecia anunció que la situación de las finanzas públicas
del país era alarmante y que el déficit fiscal de dicho año estaría en torno a 12,5 %
del PIB, en lugar de la cifra de 3,7 % que habían informado las autoridades del
gobierno precedente. También hizo público que se habían buscado formas de
falsificar las cuentas fiscales ante la Comisión Europea, para mostrar un nivel de
endeudamiento y de déficit menor al efectivo durante alrededor de una década.
Finalmente, el déficit fiscal de 2009 fue 15,4 % del PIB.
Con el propósito de recuperar credibilidad (y presionado por el resto de los países de
la UME, que veían amenazada la estabilidad del euro), el gobierno griego anunció, a
comienzos de 2010, medidas de austeridad fiscal para llevar el déficit a cerca de 3 %
del PIB en 2012. Estas incluían recortes salariales a funcionarios públicos, aumento
de la edad de jubilación y alzas tributarias. Sin embargo, estas medidas generaron
violentos enfrentamientos en el país, con huelgas generales y un fuerte descontento
social. Esto generó dudas en los mercados con respecto a la capacidad del país de
realizar un ajuste fiscal de la magnitud necesaria para estabilizar las cuentas públicas.
Aunque, inicialmente, las autoridades griegas esperaban solucionar la delicada
situación sin necesidad de recurrir a un rescate financiero, las cosas empeoraron y
los rumores de cesación de pagos se incrementaron. El riesgo país se disparó y pronto
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se hizo evidente que el país iba a requerir ayuda financiera externa para hacer frente
a sus compromisos.
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En abril de 2010, las agencias calificadoras hicieron fuertes rebajas a la deuda griega.
Sumado a la incertidumbre respecto del rescate, ello generó importantes
turbulencias en los mercados internacionales. Los temores se extendieron a otros
países ele la zona euro, cuyas finanzas públicas se encontraban frágiles, entre ellos
Irlanda, Portugal y España, como se puede apreciar en las figuras anteriores. En vista
de que la situación se agravaba, finalmente se aprobó un rescate por 110 000
millones de euros en mayo de 2010, de los cuales 80 000 serían aportados por otros
miembros de la zona euro y los otros 30 000, por el FMI.
Sin embargo, los temores sobre la situación fiscal de los países de la periferia europea
continuaron. Solo seis meses después, en noviembre de 2010, se concretó un rescate
para Irlanda por 85 000 millones de euros, cuyo fuerte aumento de la deuda pública
y el enorme déficit fiscal de 2009 y 2010 se debieron, principalmente, al rescate
hecho por el gobierno al sector financiero del país. Este último se vio en serios
problemas al estallar la burbuja inmobiliaria en 2008, dejando en una frágil situación
a los bancos que habían realizado grandes préstamos basados en el incremento del
valor de los inmuebles antes del reventón de la burbuja.
Más tarde, en mayo de 2011, se aprobó un rescate para Portugal por 78 000 millones
de euros, cuando la deuda pública ya había escalado hasta 93,3 % del PIB en 2010,
en conjunto con un déficit fiscal de 9,8 % del PIB.
España se encontraba en mejor pie que los países rescatados, en especial porque su
nivel de deuda pública es considerablemente más bajo que el promedio de los países
de la zona euro. Sin embargo, su déficit fiscal en 2009 se ubicó en 11,2 % del PIB, por
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lo que surgieron rumores de que el país también podría necesitar un rescate para
sanear sus finanzas públicas. España emprendió un programa de ajuste que permitió
llevar el déficit a 9,3 % del PIB en 2010 y el gobierno espera que dicha cifra baje a
cerca de 6 % en 2011.
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Los temores, que estaban inicialmente circunscritos a la periferia europea, luego se
extendieron a Italia, lo que significaba un riesgo mayor para la estabilidad de Europa,
debido a la importancia de la economía italiana en la región. La deuda pública del país
se incrementó hasta un alarmante 118,4 % del PIB en 2010 y a mediados de 2011
surgieron dudas respecto de la capacidad del país para realizar un ajuste fiscal. El
costo de financiamiento a Italia subió con fuerza, generando una espiral de
desconfianza, ya que a su vez esto implicaba un mayor desembolso fiscal por el pago
de intereses, generando más dudas sobre la sostenibilidad fiscal. Un nuevo gobierno
debió aplicar duras medidas de ajuste fiscal en 2011; pero, a la fecha, la
incertidumbre continúa, con una economía en recesión.
Francia y Alemania también han visto aumentar sus niveles de riesgo y aunque sus
niveles de deuda no son tan elevados como los de Grecia, Italia o Irlanda, también
son considerables y han debido implementar medidas de ajuste fiscal, al igual que
países como Reino Unido, que no pertenecen a la zona euro.
Una de las lecciones más importantes de esta crisis es que los aumentos insostenibles
del gasto público implican drásticos ajustes posteriores, con el consiguiente daño en
el bienestar de la población. Los planes de ajuste fiscal europeos han incluido tanto
incremento de ingresos públicos, como recortes de gasto. Para mejorar sus ingresos,
los gobiernos han recurrido a aumentos del IVA y de los impuestos a la renta, a los
alcoholes y/o los cigarrillos, a la gasolina y a privatizaciones de empresas públicas. Sin
embargo, las medidas de recorte del gasto han sido las más dolorosas en términos de
su impacto sobre los habitantes de estos países. Entre ellas se cuentan el despido o
congelamiento de contrataciones y la disminución o mantenimiento de salarios en el
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sector público, reducciones o congelamiento de pensiones, aumento en la edad de
jubilación y recortes en el gasto social, entre otras.
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