El Concilio Vaticano II - Misioneros del Espíritu Santo en Morelia

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Tema 2 El Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II
1
Participantes
Teniendo en consideración las 4 sesiones, participaron más de 2450 obispos de la
Iglesia católica. El único grupo que fue excluido fue el de los obispos del bloque comunista
chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Existía un convenio con los
soviéticos para permitir a los obispos salir de y entrar a sus países sin problemas. Así, fue
el concilio más grande en cuanto a cantidad (a los efectos de comparar, el concilio de
Calcedonia contó con unos 200 participantes y el concilio de Trento, unos 950) y en
cuanto a catolicidad, pues fue la primera vez que participaron de modo sustancial los
obispos no europeos (sobre todo africanos y asiáticos). En los primeros dos años,
predominaron las intervenciones de los obispos europeos, pero las siguientes sesiones
fueron más participadas. Incluso participaron algunos cardenales que no eran obispos,
pero por insistencia de Juan XXIII fueron ordenados obispos (hasta antes de este
concilio diáconos y presbíteros también eran elegidos para ser cardenales sin necesidad
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de ser elevados al rango de obispo). Además participaron algunos abades, superiores o
maestros de grandes órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, etc.).
Teólogos invitados del Papa como consultores, no como miembros plenos (Yves
Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng, Gérard Philips). Podían escuchar aunque
no hablar en el aula, pero mantenían influencia en las diez comisiones ya mencionadas. Al
inicio del Concilio se dio el nombramiento de las comisiones conciliares (dos tercios
nombrados por los obispos y un tercio por el Papa) teniendo como tarea guiar y escribir
aquellos decretos ya discutidos en el aula.
Consultores de Iglesias ortodoxas e Iglesias protestantes.
Observadores, y católicos laicos (cf. Mary Goldic, Ospite a casa propia, ed. en
inglés)
Periodistas. Se dio participación como observadores a periodistas de muchas
publicaciones, en especial el Times; Raniero La Valle para L'Avvenire d'Italia; Caprile
para La Civiltà Cattolica; el redentorista Francis X. Murphy, bajo el pseudónimo de Xavier
Rynne, para The New Yorker; y enviados de otras publicaciones como Frankfurter
Allgemeine Zeitung, Le Monde, Assomptionisti La Croix, etc. En este sitio puede también
incluirse el diario personal que llevó el teólogo Yves Congar, conocido como Mon Journal
du Concile (París: du Cerf, 2002), de gran valor histórico-documental.
Los 17 Documentos del Concilio
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Cuatro Constituciones.
Constitución: es un documento que posee un valor teológico o doctrinal permanente.
A. La Iglesia, "Luz de las naciones" (Lumen Gentium).
21 de noviembre de 1964.
La Iglesia es el pueblo de Dios, en el cual todos los cristianos son responsables y solidarios.
María es madre en la Iglesia.
Nació de un deseo de la Iglesia misma para renovarse en su misión de salvación. En la
constitución el Pueblo de Dios está presente en primer lugar; no interviniendo la jerarquía
más que en segundo lugar y al servicio del primero. Todos misioneros, todos responsables.
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La autoridad: un servicio.
El obispo: pastor querido por Cristo.
La colegialidad de los obispos: solidaridad y responsabilidad universales.
La Iglesia: comunión, institución, misión.
B. La Sagrada Liturgia (Sacrosantum Concilium).
4 de diciembre de 1963.
Oración litúrgica y sacramentos piden la participación activa de todos.
La renovación litúrgica se remonta hasta Pío X. Toma su base y prolonga la Encíclica de Pío
XII "Mediador Dei" (1947) sobre la liturgia. Afirma que en la liturgia, Jesucristo mismo obra
como sacerdote, unido a todos los bautizados. El fin esencial de la reforma litúrgica es
obtener la participación activa de todos, la cual es "la fuente primera e indispensable
donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano". La liturgia tiene
una parte inmutable, la que es institución divina y otras partes sujetas a cambios que
pueden variar en el curso del tiempo, incluso deben, si se han vuelto inadaptadas. (art.
21). El misterio Pascual es el corazón de la liturgia. La Constitución insiste sobre el lugar
primordial que debe dársele a la Palabra de Dios. La Constitución revisó la liturgia de todos
los Sacramentos.
C. La Iglesia en el mundo actual (Gaudium Et Spes).
7 de diciembre de 1965.
La comunidad cristiana se reconoce solidaria del género humano y de su historia. Quiere
salvar al hombre en su totalidad.
En esta Constitución la Iglesia ha querido hoy considerar al mundo en todas sus
expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente
solidaria con el género humano. Constata que ante los formidables cambios que sacuden
a este mundo, muchos hombres se interrogan. Afirma que se debe reconocer la
"igualdad" fundamental de los hombres. Explica lo que la Iglesia puede hacer para ayudar
a los hombres.
Aborda cinco problemas que cree urgente: 1. la familia; 2. la cultura; 3. la vida económico
– social; 4. la vida política; y 5. La vida internacional.
D. La Revelación Divina (Dei Verbum).
18 de noviembre de 1965.
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Los impulsos escriturísticos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y
más tarde Pío XII. Se pasó de un excesivo apegamiento a la palabra material del texto a
una penetración más profunda de los hechos y dichos de Dios como portadores de un
mensaje de salvación para los hombres. Se propuso una interpretación desde un ángulo
contextual y no meramente textual de la palabra escrita.
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Los nueve decretos.
Decreto: es una decisión o un conjunto de decisiones que tienen un alcance práctico
normativo o disciplinar.
A. La actividad misionera de la Iglesia (Ad Gentes).
7 de diciembre de 1965.
La Iglesia debe insertarse en todos los grupos humanos respetando sus condiciones
sociales y culturales.
B. Vida y ministerio de los sacerdotes (Presbyterorum Órdinis).
7 de diciembre de 1965
.
Los sacerdotes, cooperadores de los obispos, son servidores de Cristo y de sus hermanos
para la palabra de Dios, el don de los sacramentos y la constitución de la Iglesia.
C. Renovación de la vida religiosa (Perfectae Caritatis).
28 de octubre de 1965.
Retornó a las fuentes evangélicas y participación en la vida de la Iglesia son las condiciones
de vitalidad de las órdenes religiosas.
D. Los medios de comunicación social ( Inter Mirífica).
4 de diciembre de 1963.
Prensa, cine, radio, TV, deben contribuir a la justicia y a la verdad.
E. La misión de los obispos ( Christus Dominus)
28 de octubre de 1965
.
Los obispos participan en el cuidado de todas las Iglesias.
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F. Formación de los sacerdotes (Optatam Totius).
28 de octubre de 1965.
A toda la comunidad cristiana incumbe el deber de suscitar vocaciones.
G. Apostolado de los seglares (Apostolicam Actuositatem)
18 de noviembre de 1965.
Los laicos tienen, por su unión con Cristo, deber y derecho de ser apóstoles.
La vocación cristiana es por su misma naturaleza, vocación también para el apostolado. El
deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza.
Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidas por la confirmación
en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Las
circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio.
H. Las Iglesias Orientales Católicas (Orientalium Eclesiarum)
21 de noviembre de 1964.
La variedad en la Iglesia no daña su unidad, sino que manifiesta su riqueza espiritual.
I. El ecumenismo (Unitatis Redintegratio)
21 de noviembre de 1964.
Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos.
Las primeras iniciativas nacieron de los protestantes. El impulso decisivo por parte católica
vino de Juan XXIII, que en 1961 creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos.
Frutos del movimiento ecuménico son: la revalorización católica de la lectura de la
Escritura, la revisión de la Institución demasiado autoritaria y uniforme y el uso de obras
escritas por teólogos protestantes.
4
Las tres declaraciones
Declaración: es la expresión de una etapa en la investigación y la aclaración.
A. La libertad religiosa (Dignitatis Humanae)
7 de diciembre de 1965.
La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad.
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B. La educación cristiana (Gravissimum Educationis).
28 de octubre de 1965.
Todo hombre tiene derecho a educación. La familia es la primera responsable.
C. Las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra Aetate)
28 de octubre de 1965
.
La Iglesia mira con estima las demás religiones, porque contienen una parte de verdad.
Rechaza toda discriminación racial o religiosa.
5
La clausura del Concilio
CLAUSURA DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
PABLO VI
MENSAJE A LOS PADRES CONCILIARES
7 de diciembre de 1965
Venerables hermanos:
La hora de la partida y de la dispersión ha sonado. Dentro de unos instantes vais a
abandonar la asamblea conciliar para ir al encuentro de la humanidad y llevarle la buena
nueva del Evangelio de Cristo y de la renovación de su Iglesia, en la que hemos trabajado
juntos desde hace cuatro años.
Momento único éste, de una significación y de una riqueza incomparables. En esta
asamblea universal, en este punto privilegiado del tiempo y del espacio, convergen a la vez
el pasado, el presente y el porvenir. El pasado, porque está aquí reunida la Iglesia de Cristo,
con su tradición, su historia, sus concilios, sus doctores, sus santos. El presente, porque nos
separamos para ir al mundo de hoy, con sus miserias, sus dolores, sus pecados, pero
también con sus prodigiosos éxitos, sus valores, sus virtudes... El porvenir está allí, en fin,
en el llamamiento imperioso de los pueblos para una mayor justicia, en su voluntad de paz,
en sus sed, consciente o inconsciente, de una vida más elevada: la que precisamente la
Iglesia de Cristo puede y quiere darles.
Nos parece escuchar cómo se eleva de todas partes en el mundo un inmenso y confuso
rumor: la interrogación de todos los que miran al Concilio y nos preguntan con ansiedad:
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«¿No tenéis una palabra que decirnos... a nosotros los gobernantes..., a nosotros los
intelectuales, los trabajadores, los artistas..., y a nosotras las mujeres, a nosotros los
jóvenes, a nosotros los enfermos y los pobres?».
Estas voces implorantes no quedarán sin respuesta. Para todas las categorías humanas ha
trabajado el Concilio durante estos cuatro años. Para todas ellas ha elaborado esta
constitución de «La Iglesia en el mundo de hoy», que Nos hemos promulgado ayer en
medio de los entusiastas aplausos de la asamblea.
De nuestra larga meditación sobre Cristo y su Iglesia debe brotar en este instante una
primera palabra anunciadora de paz y de salvación para las multitudes que esperan. El
Concilio, antes de terminarse, quiere cumplir esta función profética y traducir en breves
mensajes y en un idioma más fácilmente accesible a todos la «buena nueva» que tiene para
el mundo y que algunos de sus más autorizados intérpretes van a dirigir ahora en vuestro
nombre a la humanidad entera.
MENSAJE A LOS GOBERNANTES
En este instante solemne, nosotros, los Padres del XXI Concilio Ecuménico de la Iglesia
católica, a punto ya de dispersarnos después de cuatro años de plegarias y trabajos, con
plena conciencia de nuestra misión hacia la humanidad, nos dirigimos, con deferencia y
confianza, a aquellos que tienen en sus manos los destinos de los hombres sobre esta tierra,
a todos los depositarios del poder temporal.
Lo proclamamos en alto: honramos vuestra autoridad y vuestra soberanía, respetamos
vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas, estimamos a los que las hacen y a
los que las aplican. Pero tenemos una palabra sacrosanta que deciros. Hela aquí: sólo Dios
es grande. Sólo Dios es el principio y el fin. Sólo Dios es la fuente de vuestra autoridad y el
fundamento de vuestras leyes.
Es a vosotros a quienes toca ser sobre la tierra los promotores del orden y de la paz entre
los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios, el Dios vivo y verdadero, el que es Padre de los
hombres. Y es Cristo, su Hijo eterno, quien ha venido a decírnoslo y a enseñarnos que
todos somos hermanos. El es el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra, porque es El
quien conduce la historia humana y el único que puede inclinar los corazones a renunciar a
las malas pasiones que engendran la guerra y la desgracia. Es El quien bendice el pan de la
humanidad, quien santifica su trabajo y su sufrimiento, quien le da alegrías que vosotros no
le podéis dar, y la reconforta en los dolores, que vosotros no podéis consolar.
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En vuestra ciudad terrestre y temporal construye El misteriosamente su ciudad espiritual y
eterna: su Iglesia. ¿Y qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de casi dos mil años de
vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, las potencias de la tierra, qué os
pide hoy? Os lo dice en uno de los textos de mayor importancia de su Concilio; no os pide
más que la libertad: la libertad de creer y de predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y
servirle; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No temáis: es la
imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, pero que
salva a todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de
verdad, de belleza.
Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis de
nuevo; eso sería sacrilegio, porque es Hijo de Dios; sería un suicidio, porque es Hijo del
hombre. Y a nosotros, sus humildes ministros, dejadnos extender por todas partes sin trabas
la buena nueva del Evangelio de la paz, que hemos meditado en este Concilio. Vuestros
pueblos serán sus primeros beneficiarios, porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos
leales, amigos de la paz social y del progreso.
En este día solemne en que ella clausura las reuniones de su XXI Concilio Ecuménico, la
Iglesia os ofrece por nuestra voz su amistad, sus servicios, sus energías espirituales y
morales. Os dirige a vosotros todos un mensaje de saludo y de bendición. Acogedlo como
ella os lo ofrece, con un corazón alegre y sincero, y transmitirlo a todos vuestros pueblos.
MENSAJE A LOS HOMBRES DEL PENSAMIENTO
Y DE LA CIENCIA
Un saludo especial para vosotros, los buscadores de la verdad; a vosotros, los hombres del
pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; a
todos vosotros, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado
en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda.
¿Por qué un saludo especial para vosotros? Porque todos nosotros aquí, Obispos, Padres
conciliares, estamos a la escucha de la verdad. Nuestros esfuerzo durante estos cuatro años,
¿qué ha sido sino una búsqueda más atenta y una profundización del mensaje de verdad
confiado a la Iglesia y un esfuerzo de docilidad más perfecta al Espíritu de la verdad?
No podíamos, por tanto, dejar de encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros
senderos no son nunca extraños a los nuestros. Somos los amigos de vuestra vocación de
investigadores, aliados de vuestras fatigas, admiradores de vuestras conquistas y, si es
necesario, consoladores de vuestros desalientos y fracasos.
También, pues, para vosotros tenemos un mensaje, y es éste: Continuad buscando sin
cansaros, sin desesperar jamás de la verdad. Recordad la palabra de uno de vuestros
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grandes amigos, san Agustín: «Busquemos con afán de encontrar y encontraremos con el
deseo de buscar aún más». Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a
fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que, no habiéndola
encontrado, caminan hacia ella con un corazón sincero: que busquen la luz de mañana con
la luz de hoy, hasta la plenitud de la luz.
Pero no lo olvidéis: si pensar es una gran cosa, pensar ante todo es un deber; desgraciado de
aquel que cierra voluntariamente los ojos a la luz. Pensar es también una responsabilidad:
¡Ay de aquellos que oscurecen el espíritu por miles de artificios que le deprimen, le
ensoberbecen, le engañan , le deforman! ¿Cuál es el principio básico para los hombres de
ciencia sino esforzarse por pensar bien? Para ello, sin turbar vuestros pasos, sin ofuscar
vuestras miradas, queremos ofreceros la luz de nuestra lámpara misteriosa: la fe. El que nos
la confió es el Maestro soberano del pensamiento, del cual nosotros somos los humildes
discípulos; el único que dijo y puedo decir: Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino y la
verdad y la vida.
Esta palabra se aplica a vosotros. Nunca, quizá, gracias a Dios, ha aparecido tan clara como
hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, una
y otra al servicio de la única verdad. No impidáis este preciado encuentro. Tened confianza
en la fe, esa gran amiga de la inteligencia. Alumbraos en su luz para descubrir la verdad,
toda la verdad. Tal es el deseo, el aliento, la esperanza que os expresan, antes de separarse,
los Padres del mundo entero, reunidos en Roma en Concilio.
MENSAJE A LOS ARTISTAS
A todos vosotros ahora, artistas, que estáis prendados de la belleza y que trabajáis por ella;
poetas y gentes de letras, pintores, escultores, arquitectos, músicos, hombres de teatro y
cineastas... A todos vosotros, la Iglesia del Concilio dice por nuestras voz: Si sois los
amigos del arte verdadero, vosotros sois nuestros amigos.
La Iglesia está aliada desde hace tiempo con vosotros. Vosotros habéis construido y
decorado sus templos, celebrado sus dogmas, enriquecido su liturgia. Vosotros habéis
ayudado a traducir su divino mensaje en la lengua de las formas y las figuras, convirtiendo
en visible el mundo invisible.
Hoy como ayer, la Iglesia os necesita y se vuelve hacia vosotros. Ella os dice por nuestra
voz: No permitáis que se rompa una alianza fecunda entre todos. No rehuséis poner vuestro
talento al servicio de la verdad divina. No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu
Santo.
Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza.
La belleza, como la verdad, es quien pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto
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precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse
en la admiración. Y todo ello por vuestras manos.
Que estas manos sean puras y desinteresadas. Recordad que sois los guardianes de la
belleza en el mundo, que esto baste para libertaros de placeres efímeros y sin verdadero
valor, para libraros de la búsqueda de expresiones extrañas o desagradables.
Sed siempre y en todo lugar dignos de vuestro ideal y seréis dignos de la Iglesia, que por
nuestra voz os dirige en este día su mensaje de amistad, de salvación, de gracia y de
bendición.
MENSAJE A LAS MUJERES
Y ahora es a vosotras a las que nos dirigimos, mujeres de todas las condiciones, hijas,
esposas, madres y viudas; a vosotras también, vírgenes consagradas y mujeres solas. Sois la
mitad de la inmensa familia humana.
La Iglesia está orgullosa, vosotras lo sabéis, de haber elevado y liberado a la mujer, de
haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los
caracteres, su innata igualdad con el hombre.
Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud,
la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás
alcanzado hasta ahora.
Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las
mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no
decaiga.
Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guarda del hogar, el amor a las
fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la vida que
comienza. Consoláis en la partida de la muerte. Nuestra técnica corre el riesgo de
convertirse en inhumana. Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo
suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un
momento de locura intentase destruir la civilización humana.
Esposas, madres de familia, primeras educadores del género humano en el secreto de los
hogares, transmitid a vuestros hijos y a vuestras hijas las tradiciones de vuestros padres, al
mismo tiempo que los preparáis para el porvenir insondable. Acordaos siempre de que una
madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir que ella no verá probablemente.
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Y vosotras también, mujeres solitarias, sabed que podéis cumplir toda vuestra vocación de
entrega. La sociedad os llama por todas partes. Y las mismas familias no pueden vivir sin la
ayuda de aquellas que no tienen familia.
Vosotras, sobre todo, vírgenes consagradas, en un mundo donde el egoísmo y la búsqueda
de placeres quisieran hacer la ley, sed guardianes de la pureza, del desinterés, de la piedad.
Jesús, que dio al amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese
amor humano cuando se hace por el Amor infinito y por el servicio a todos.
Mujeres que sufrís, en fin, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de María;
vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza
para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a
conservar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido
de los comienzos humildes.
Mujeres, vosotras, que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer
penetrar el espíritu de este Concilio en las instituciones, las escuelas, los hogares, y en la
vida de cada día.
Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a quienes os está confiada la vida en
este momento tan grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo.
MENSAJE A LOS TRABAJADORES
A lo largo del Concilio, nosotros, los Obispos católicos de los cinco continentes, hemos
reflexionado conjuntamente, entre muchos temas, sobre las graves cuestiones que plantean
a la conciencia de la humanidad las condiciones económicas y sociales del mundo
contemporáneo, la coexistencia de las naciones, el problema de los armamentos, de la
guerra y de la paz. Y somos plenamente conscientes de las repercusiones que la solución
dada a estos problemas puede tener sobre la vida concreta de los trabajadores y de las
trabajadoras del mundo entero. También deseamos, al término de nuestras deliberaciones,
dirigirles a todos ellos un mensaje de confianza, de paz y de amistad.
Hijos muy queridos: estad seguros, desde luego, de que la Iglesia conoce vuestros
sufrimientos, vuestras luchas, vuestras esperanzas; de que aprecia altamente las virtudes
que ennoblecen vuestras almas: el valor, la dedicación, la conciencia profesional, el amor
de la justicia; de que reconoce plenamente los inmensos servicios que cada uno en su
puesto, y en los puestos frecuentemente más oscuros y menos apreciados, hacéis al
conjunto de la sociedad. La Iglesia se siente muy contenta por ello, y por nuestra voz os lo
agradece.
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En estos últimos años, la Iglesia no ha dejado de tener presentes en su espíritu los
problemas, de complejidad creciente sin cesar, del mundo y del trabajo. Y el eco que han
encontrado en vuestras filas las recientes encíclicas pontificias ha demostrado cómo el alma
del trabajador de nuestro tiempo marcha de acuerdo con la de sus más altos jefes
espirituales.
El que enriqueció el patrimonio de la Iglesia con sus mensajes incomparables, el papa Juan
XXIII, supo encontrar el camino hacia vuestro corazón. Mostró claramente en su persona
todo el amor de la Iglesia por los trabajadores, así como por la verdad, la justicia, la
libertad, la caridad, sobre las que se funda la paz en el mundo.
De este amor de la Iglesia hacia vosotros los trabajadores, queremos también, por nuestra
parte, ser testigos cerca de vosotros y os decimos con toda la convicción de nuestras almas:
la Iglesia es amiga vuestra. Tened confianza en ella. Tristes equívocos en el pasado
mantuvieron durante largo tiempo la desconfianza y la incomprensión entre nosotros;
Iglesia y la clase obrera han sufrido una y otra con ella. Hoy ha sonado la hora de la
reconciliación, y la Iglesia del Concilio os invita a celebrarla sin reservas mentales.
La Iglesia busca siempre el modo de comprenderos mejor. Pero vosotros debéis tratar de
comprender, a vuestra vez, lo que es la Iglesia para vosotros los trabajadores, que sois los
principales artífices de las prodigiosas transformaciones que el mundo conoce hoy, pues
bien sabéis que, si no les anima un potente soplo espiritual, harán la desgracia de la
humanidad en lugar de hacer su felicidad. No es el odio lo que salva al mundo, no es sólo el
pan de la tierra lo que puede saciar el hambre del hombre.
Así, pues, recibid el mensaje de la Iglesia. Recibid la fe que os ofrece para iluminar vuestro
camino; es la fe del sucesor de Pedro y de los dos mil Obispos reunidos en Concilio, es la
fe de todo el pueblo cristiano. Que ella os ilumine. Que ella os guíe. Que ella os haga
conocer a Jesucristo, vuestro compañero de trabajo, el Señor, el Salvador de toda la
humanidad.
MENSAJE A LOS POBRES, A LOS ENFERMOS,
A TODOS LOS QUE SUFREN
Para todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados por el dolor en sus mil modos, el
Concilio tiene un mensaje muy especial.
Siente fijos sobre él vuestros ojos implorantes, brillantes por la fiebre o abatidos por la
fatiga, miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que
preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo.
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Hermanos muy queridos, sentimos profundamente resonar en nuestros corazones de padres
y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en
nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros
dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se
esfuerzan en aliviar lo más posible.
Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz
de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al
Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra
salvación.
Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelarnos enteramente su
misterio: El lo tomó sobre sí, y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su
valor.
¡Oh vosotros que sentís más pesadamente el peso de la cruz! Vosotros que sois pobres y
desamparados, los que lloráis, los que estáis perseguidos por la justicia, vosotros sobre los
que se calla, vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo; sois los preferidos del reino
de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de
Cristo paciente, y con El, si queréis, salváis al mundo.
He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis
solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y
transparente imagen. En su nombre, el Concilio os saluda con amor, os da las gracias, os
asegura la amistad y la asistencia de la Iglesia y os bendice.
MENSAJE A LOS JÓVENES
Finalmente, es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el
Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la
antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más
gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del
ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros, vais a formar la
sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.
La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder
mejor a los designios de su Fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final
de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a vosotros. Es para vosotros los jóvenes,
sobre todo para vosotros, por lo que la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz,
una luz que alumbrará el porvenir, vuestro porvenir.
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La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la
libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras.
Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y
siempre nuevo: la fe, y por que vuestras almas se puedan sumergir libremente en su
bienhechoras claridades. Confía en que encontraréis tal fuerza y tal gozo, que no estaréis
tentados, como algunos de vuestros mayores, de ceder a la seducción de las filosofías del
egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada, y que, frente al ateísmo,
fenómeno de cansancio y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da
sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno.
En el nombre de este Dios y de su Hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros
corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a
poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo. Negaos
a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su
cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo
un mundo mejor que el de vuestros mayores.
6. La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y
marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la
historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el
encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin
recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en
ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del
amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Precisamente en hombre de Cristo os
saludamos, os exhortamos y os bendecimos.
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