Perdónanos como perdonamos

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Seminario/retiros/Padrenuestro
PERDÓNANOS COMO PERDONAMOS
Retiro en el Seminario San Luis 30 de Setiembre de 2012
1. No llames a juicio a tu siervo pues no hay quien sea justo en tu presencia (Sal 43,2)
El Padre nuestro como el modelo de oración del cristiano nos muestra que siempre que nos dirigimos
a Dios debemos hacerlo desde nuestra conciencia de ser pecadores, y no desde la dignidad de nuestra
propia justicia y de nuestros propios méritos.
En la parábola del fariseo y el publica no, fue rechazada la plegaria del fariseo que se apoyaba en su
propia justicia y sus buenas obras ("Te doy gracias porque no soy como los demás hombres" Lc 18,11), y
fue escuchada la oración del publicano ("Ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18,13).
En la escena del banquete en casa del Simón el fariseo, vemos la diferente actitud de Simón que no
tuvo detalles ningunos para con Jesús y el contraste con los gestos de amor de la prostituta. Jesús enuncia
al final su juicio. "A quien mucho sede perdona, mucho ama", es decir, "a quien es consciente de que
Dios tiene mucho que perdonarle".
"Mi delito yo lo reconozco. Mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé. Cometí
la maldad que aborreces... Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,5-7). El justo
cae siete veces (Prov 24,16). Nuestra condición de pecadores es estructural, es por el mismo hecho de ser
hombres.
"Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios. Y son justificados por el don de su gracia, en
virtud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Rm 3,23-24).
2. Pero no solo ante Dios el hombre debe presentarse como pecador, sino también ante sus hermanos
Nuestra condición pecadora nos arrastra a cometer injusticias también contra nuestros semejantes.
Los padres a los hijos, y los hijos a los padres, el esposo a la esposa y la mujer al marido, el hermano al
hermano, el amigo al amigo, el jefe al subordinado y el subordinado al jefe, el maestro al discípulo y el
discípulo al maestro. Todas las relaciones humanas, aun las más hermosas, están todas picadas por este
gusano: mentira, traición, vanidad, cólera, chismes, envidia, calumnias, zancadillas, indiscreción,
avaricia, dureza de corazón, intransigencia, desconfianza, competitividad, ambición de poder, altanería,
manipulación de los demás, robo, lujuria, cobardía, carácter pendenciero, abusos, hipocresía, injusticia,
ingratitud. Ver listas, de pecados en el NT: Col 3,5-8; Efes 4,22-32; 2 Timoteo 2.3-4.
La parábola del siervo endeudado (Mt 18,23-35) pone de manifiesto esta incoherencia. El siervo a
quien su señor le había perdonado diez millones, fue incapaz de perdonar mil soles a su compañero.
3. Tenemos una distinta vara de medir las ofensas de los demás y las nuestras.
Pero recuerda que con la vara con la que mides, serás medido (Lc 6,38). Invariablemente en las
encuestas todos los encuestados consideran que su comportamiento ético es superior al del conjunto de la
población. Pero si la muestra para la encuesta es representativa del conjunto de la población, esto es
imposible. La realidad es que alimentamos sentimientos de autocomplacencia y autojustificación que nos
lleva a ver enseguida el mal que hacen los demás y raramente el que hacemos nosotros. "¿Cómo es que
miras la pajita en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu ojo? (Mt 7,3-5).
El hijo fiel se negó a recibir a su hermano pródigo a la vuelta a casa. La fantasía engañosa de su
propia fidelidad y de su virtud, le impedía perdonar y acoger a su hermano. Pero el evangelio nos
denuncia que en realidad era peor que su hermano el juerguista. El hijo "fiel" era duro de corazón,
intransigente, soberbio, envidioso, rencoroso. "Tendrá un juicio sin misericordia quien no tuvo
misericordia, pero la misericordia se ríe del juicio" (Sant 2,13). Dice S. Juan Crisóstomo: "¿Quieres
juzgar? Tienes la posibilidad de un juicio muy provechoso y que no está sometido a ningún castigo.
Sienta como juez a tu conciencia y pon en medio todos tus pecados".
4. Por eso en el Padrenuestro, la petición de perdón a Dios, nos comprometemos a perdonar
Perdónanos como nosotros perdonamos. Ese "como" no significa que le pidamos a Dios que siga
nuestro ejemplo. Es un compromiso de nuestra parte de imitar en nuestro comportamiento a Dios. "Sean
misericordiosos como es misericordioso el Padre celestial" (Lc 6,36). "El Señor les ha perdonado, hagan
ustedes lo mismo" (Col 3,13). Nada nos ayuda tanto a perdonar como el considerar cómo nos perdona
Dios a nosotros.
En el Padrenuestro la palabra "como" tiene el sentido de condición. Pedimos a Dios que nos
perdone a condición de que perdonemos nosotros a los demás (Mt 6,14-15). A veces pensamos que para
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obtener el perdón de Dios debemos ante expiar nuestros pecados y hacer grandes penitencias. Pero Santa
Teresa nos hace notar que "no decimos "perdónanos, Señor, porque hacemos mucha penitencia, o porque
rezamos mucho y ayunamos, sino solo porque perdonamos". Es la única condición.
Esto no quiere decir que Dios espera a perdonamos hasta ver si nosotros también perdonamos. El
perdón de Dios, como su amor se anticipa siempre al nuestro. Lo que ocurre es que Dios nos concede su
perdón provisionalmente: la ratificación definitiva del perdón será lugar en el juicio final sólo si nosotros
hemos perdonado a nuestros hermanos, como lo ilustra la parábola del siervo endeudado.
5. Perdonar no quiere decir que no haya habido ofensa. La ha habido y quizás muy grave.
Hay quien piensa que perdonar es dar la razón al otro, o culparse uno a sí mismo, o quitar
importancia a la ofensa que se me hizo, o estar dispuesto a seguirme dejando ofender. Perdonar no es lo
mismo que reconciliarse. Para reconciliarse hacen falta dos. Si el otro no quiere reconciliarse conmigo,
yo no puedo reconciliarme con él, pero siempre puedo perdonarle.
Perdonar es ante todo no buscar la venganza, no desear mal al ofensor. Perdonar es no demonizarlo,
no convertirlo en un monstruo, no ser ciego para sus posibles virtudes, no negar los posibles beneficios
que también nos ha hecho.
Perdonar es una manera de amar al enemigo, al que nos ha hecho daño o sigue haciéndolo. Ese
amor se muestra en nuestra oración a Dios por él, no para que lo castigue, sino para que se convierta,
para que reconozca su error, para que no siga haciendo daño, para que un día reconozca el daño que me
hizo y me pida perdón y pueda así librarse de la maldad con la que carga. Jesús perdonó en la cruz y
buscó una disculpa para sus verdugos en que no sabían lo que estaban haciendo (Lc 23,34).
Cuando David huía de Jerusalén perseguido por su hijo, uno se puso a tirarle piedras e insultarle.
David no quiso impedirlo, sino que pensó que en algo lo habría merecido, y esos insultos le podría servir
para redimir sus culpas (2 Sm 16,5-14).
6. Perdonar al otro es limpiar nuestra alma del veneno del rencor que solo nos perjudica a nosotros.
Te lastimas a ti mismo cuando no perdonas, mientras que el ofensor no se percata de tus
sentimientos. Tu falta de perdón hacia otros te mantiene preso y atado a esa persona. ¡Sé libre
perdonando! Ese rencor te enferma, te paraliza, te llena de amargura. Escúpelo fuera de una vez.
Ejercicio 1: Perdonar
¿Quiénes son las personas a quienes se te hace más difícil perdonar? Nómbralas. Cuando estás
seguro de estar listo para perdonar, empieza nombrando a la primera persona a quien quieres perdonar y
haz una lista de todo lo que hayas ganado, aprendido o agradezcas en él. Sólo anota lo positivo.
Ahora haz otra lista imaginando lo mejor que pudiera sucederle a esa persona, que incluya las cosas
bonitas que te gustaría que te pasaran a ti. Respira hondo y relájate. Imagina que una o más de estas
cosas agradables le pasan a la persona que estás perdonando. Todos los días durante cinco minutos,
piensa en cosas buenas para esa persona. Hazlo hasta que realmente te dé gusto que esto suceda.
Continúa con el ejercicio hasta que cada vez que pienses en esa persona, te sientas tranquilo.
Ejercicio 2: Pedir perdón
Hay algo aún más difícil que perdonar y es precisamente pedir perdón. La mayor dificultad está en
que normalmente no valoramos las ofensas que hemos hecho a los otros. Tenemos una' doble vara de
medir. Siempre encontramos disculpas, excusas, atenuantes para minimizar muestra conciencia del daño
que hemos hecho a los demás.
¿Quiénes son las personas a quienes más has ofendido: familiares, amigos, enamoradas, maestros,
formadores, compañeros seminaristas? ¿Quiénes crees que son las personas que te guardan mayor rencor?
Nómbralas. ¿Cómo crees que se sienten?
Siéntalas imaginativamente junto a ti primero una, luego otra, y pídele perdón. Recuerda con detalle
cuáles fueron las ofensas que le hiciste. Dile que reconoces que no fuiste justo con él o ella, que no fuiste
agradecido, que la engañaste, que te aprovechaste de él, que no se merecía el trato que le diste, que tiene
razón en sentirse agraviado. Dile que te gustaría de algún modo reparar ese daño. Pregúntale qué le
gustaría que hicieras para repararlo, qué espera que le digas o que le hagas qué detalles podrías tener para
mostrar la sinceridad de tu arrepentimiento.
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