Capítulo 8 Cuando él aparezca 1. Introducción En el capítulo seis, esbocé la imagen general de la redención cósmica que el Nuevo Testamento nos invita a convertir en nuestra propia redención. Dios redimirá a todo el universo. La resurrección de Jesús es precisamente el inicio de esa nueva vida, es la grama fresca que crece e irrumpe a través del concreto de la corrupción y de la descomposición del viejo mundo. Esa redención final será el momento en el que el cielo y la tierra se unan finalmente en una verdadera explosión de la energía creativa de Dios de la que la Pascua de Resurrección es el prototipo y la fuente. ¿Cuál es el resultado, qué obtenemos cuando reunimos esta imagen general con lo que ya hemos mencionado en el capítulo anterior acerca de la ascensión de Jesús? Claro está que se trata de la presencia personal de Jesús, en contraposición a su ausencia actual. Sin lugar a dudas, la presencia que conocemos en el momento —la presencia de Jesús con su gente en la palabra y en el sacramento, por medio del Espíritu, a través de la oración y la que se refleja en los rostros de los pobres—, se relaciona con aquella presencia futura, aunque la distinción que existe entre estas manifestaciones es importante y, a la vez, llama poderosamente la atención. Para aquellos de nosotros que lo hemos conocido y lo hemos querido aquí en esta tierra, la aparición de Jesús será como encontrarse cara a cara con alguien a quien sólo habíamos conocido por carta, por teléfono o quizás por medio del correo electrónico. Los teóricos dela comunicación insisten en que para tener una comunicación humana plena no sólo se necesitan las palabras que aparecen en una página, sino también un tono de voz. Esa es la razón por la que una llamada telefónica puede decirnos mucho más que una carta, no en términos de cantidad, aunque sí de calidad. Sin embargo, para que exista una comunicación plena entre los seres humanos, no sólo se necesita el tono de la voz, sino también el lenguaje corporal, la expresión facial y las miles de pequeñas maneras a través de las cuales nos relacionamos unos con otros, sin siquiera darnos cuenta. En estos momentos, el Jesús ausente está presente en nosotros mediante el Espíritu, la palabra, los sacramentos y la oración, así como también se encuentra en aquellos que tienen necesidades y a quienes estamos llamados a servir en su nombre. No obstante, un día, él estará aquí con nosotros en un encuentro cara a cara. La señora Alexander lo capta en cierta medida, aunque dentro del marco de un compromiso clásico del siglo XIX: Y nuestros ojos finalmente lo verán, Por medio de su propio amor redentor, Puesto que ese niño tan amado y tan dulce Es nuestro Señor que está en los cielos". A menos que sintamos verdaderamente la fuerza y el anhelo de esas líneas, no habremos aprendido todavía a conocerlo como pudiéramos hacerlo en el presente o a sentir la tensión entre la forma en la que lo conocemos en el presente y aquello que se nos promete para el futuro. Sin embargo, en el himno se incurre en un error considerable al sugerir que para tener este conocimiento tenemos que ir a encontrarlo: Y él conduce a sus hijos Al lugar adonde él ha partido. Como veremos más adelante, esto es verdaderamente lo que le sucedió a su gente después de la muerte, en una etapa interina. Sin embargo, no es la verdad fundamental que nos enseña el Nuevo Testamento, ni tampoco refleja el énfasis básico que le dieron los primeros cristianos y en el que ellos insistieron una y otra vez. La verdad fundamental es que él vendrá de nuevo a estar con nosotros. Esto es precisamente de lo que tenemos que hablar ahora, a la luz de dos aspectos principales. Él vendrá de nuevo y él vendrá de nuevo como nuestro juez. 2. La venida, la aparición, la revelación y la presencia real En nuestra cultura, aún seguimos hablando de que el sol «sale» y «se pone» incluso cuando sabemos que en realidad somos nosotros, o más bien, nuestro planeta el que se está moviendo en relación con el sol y no todo lo contrario. De la misma manera, los primeros cristianos se referían con mucha frecuencia a la «venida» o al «regreso» de Jesús. En realidad, cuando menos en el evangelio según san Juan, es el propio Jesús quien nos habla en esos términos. Sin embargo, la imagen global más amplia que ellos utilizan sugiere que para que nosotros los podamos entender de forma adecuada y precisa, esa forma de hablar, por común y corriente que sea, incluso por ser la que se utiliza en el Credo, pudiera no ser el medio más útil que tengamos hoy en día para captar la verdad que afirma. En efecto, el Nuevo Testamento utiliza una variedad bastante amplia de formas de hablar y de imágenes para expresar la verdad que indica que Jesús y su gente estarán algún día presentes, personalmente, unos frente otros como seres humanos nuevos, plenos y renovados. Quizás sea un accidente de la historia que la frase «la segunda venida», la cual, por cierto, es muy poco común en el Nuevo Testamento, sea la que haya terminado por dominar toda esta discusión y la que más se mencione. Cuando se identifica esta frase, tal como se ha hecho con frecuencia, especialmente en Norteamérica, con una visión en particular de tal «venida» como un descenso literal, para encontrarse a medio camino con los redimidos que están al mismo tiempo en su jornada de ascenso, surgen problemas de todo tipo, los cuales pueden evitarse si abordamos de forma global los múltiples testimonios que contiene el Nuevo Testamento. El primer aspecto que tenemos que poner muy en claro es que, a pesar de la opinión generalizada que apunta hacia lo contrario, durante su ministerio en la tierra, Jesús no mencionó nada acerca de su regreso. Yo he discutido y defendido esta posición ampliamente y con vasto grado de detalle en los diversos libros que he escrito sobre Jesús y en este libro no podemos darle el espacio que se requiere para fundamentarla una vez más. Simplemente, quisiera decir dos cosas, francamente y sin rodeos. En primer lugar, cuando Jesús habla del «hijo del hombre que viene en las nubes», no está hablando acerca de la segunda venida sino que, muy a tono con el texto de Dn 7, que él está citando, de lo que nos habla es acerca de su reivindicación después de haber sufrido. La «venida» es un movimiento ascendente y no descendente. En contexto, los textos clave quieren decir que, aunque Jesús se esté dirigiendo hacia su muerte, él será reivindicado por los acontecimientos que van a tener lugar más adelante. Cuáles son esos eventos sigue siendo algo críptico desde el punto de vista de los pasajes a los que estamos haciendo mención, lo cual constituye una muy buena razón para pensar que son auténticos, aunque, por cierto, incluyen, por un lado, la resurrección de Jesús y, por el otro, la destrucción del Templo, el sistema que se ha opuesto a él y que se ha opuesto a su misión. Más aún, es por demás significativo que el lenguaje sea precisamente el lenguaje y la forma de hablar que utilizaba la iglesia primitiva como la manera menos inapropiada de hablar acerca de aquel acontecimiento extraño que sucedió luego de la resurrección de Jesús: su «ascensión», su glorificación, su «venida» no a la tierra, sino al cielo, al Padre. En segundo lugar, el propósito original que tenían las historias de Jesús que nos hablan de un rey o de un maestro, que se aleja y desaparece por un tiempo y deja a sus súbditos o discípulos encargados para que comercien con su dinero mientras él está ausente, no era el de referirse a un Jesús que se marchaba dejando a la Iglesia con tareas a realizar hasta que tuviera lugar en algún momento su segunda venida, aun cuando así se han leído estas historias desde los primeros tiempos. Estos relatos pertenecen al mundo judío del primer siglo cuando todo el mundo, al oír la historia, la «escucharía» como relativa al propio Dios que se había ido de Israel y del Templo en la época del exilio y que iba a regresar finalmente a Israel, que volvería a Sión y al Templo, tal como los profetas del postexilio habían dicho que lo haría. En su ambiente original, el sentido de estas historias es que el Dios de Israel, YHWH, en realidad va a venir por fin a Jerusalén, va a regresar al Templo en la persona humana de Jesús de Nazaret. En ese sentido, las historias no tienen que ver con la segunda venida de Jesús sino, más bien, con la primera venida. Están explicando, aunque de manera bastante críptica, la propia creencia de Jesús, en otras palabras, que lo que él estaba haciendo al venir a Jerusalén para instituir, tanto el juicio, como la salvación, era precisamente lo que YHWH había dicho en las Escrituras que él haría en persona. Estas dos alusiones históricas a los relatos del «hijo del hombre» y de las parábolas del regreso del maestro o rey, me han dejado indefenso y mis argumentos están sujetos a ataques, especialmente de los lectores americanos, quienes podrían pensar que he dejado de creer en la segunda venida y de plantearla como cierta. Pero esto es absurdo, tal como se podrá apreciar claramente en este capítulo. El hecho de que Jesús no lo enseñara no quiere decir que esto no sea cierto. (De igual manera, el hecho de que yo haya escrito libros sobre Jesús sin mencionarlo, no quiere decir en lo absoluto que no crea en ello. Cuando un comentarista de fútbol narra todo el partido sin mencionar para nada el cricket, esto no quiere decir que él no crea que exista el cricket o que no considere que sea un deporte importante y digno de mención). Para Jesús ya era lo suficientemente difícil explicarles a sus discípulos que él tenía que morir. En realidad, ellos nunca llegaron a captar lo que les decía y, sin lugar a dudas, simplemente tomaron sus palabras acerca de su propia resurrección como la esperanza general de todos los mártires judíos. ¿Cómo podrían haberlo entendido cuando él les mencionaba algo sobre acontecimientos posteriores en lo que hubiera sido para ellos un futuro aún más impensable? Claro está, cuando Jesús viene a Sión durante el primer siglo como el Señor en pleno derecho de Israel, sin lugar a dudas ese evento apunta a su futuro subsiguiente como el verdadero y legítimo Señor de todo el mundo. Esto quiere decir que, si somos lo suficientemente cuidadosos con lo que estamos haciendo, podemos leer las parábolas que yo les he mencionado de esta nueva manera y bajo esta nueva luz, si así lo deseamos. Sin embargo, la razón por la que tenemos que ser cuidadosos es porque ellas no van a encajar a la perfección. En ningún lugar del Nuevo Testamento podemos leer que alguno de los escritores mencionen que en el momento de la venida final de Jesús, habrá algunos de sus servidores, algunos cristianos realmente creyentes que serán juzgados de la misma manera que fue juzgado el siervo infame por esconder el dinero de su Señor en una servilleta. Tampoco bastará con decir, como han pretendido algunos de los que han captado en parte este punto, aunque no lo han analizado y desarrollado lo suficiente, que los acontecimientos del año 70 d.C. constituyen en sí mismos la «segunda venida» de Jesús, de manera que, desde entonces, hemos estado viviendo en la nueva era de Dios y que no tenemos por qué esperar por ninguna otra «venida». Para muchos lectores, y yo me sumo a ellos, esto pudiera parecer una posición bastante extraña de sostener, pero hay algunos que no sólo la defienden, sino que están muy dispuestos a propagarla, e incluso recurren a algunos de mis argumentos para respaldarla. Éste no es más que el resultado de una confusión a la que quisiera hacer referencia: si bien los textos que hablan del «hijo del hombre que viene en las nubes» se refieren al año 70 d.C., como yo he sostenido que es el caso (en parte), esto no quiere decir que en el año 70 d.C. tuvo lugar la «segunda venida» porque los textos del «hijo de Dios» no son los textos de la «segunda venida» en lo absoluto, a pesar de que se han interpretado frecuentemente de forma errónea y se les ve como si lo fueran. Más bien, son los textos sobre la reivindicación de Jesús. Y cabe mencionar que la reivindicación de Jesús, en su resurrección, ascensión y juicio en Jerusalén, aún requiere de un evento subsiguiente para estar completa. Permítanme decirles algo con todo el énfasis que esto se merece y en beneficio de aquellos que están confundidos con respecto a este punto (y, sin duda, para regocijo de aquellos que nunca lo estuvieron): todavía no ha ocurrido la «segunda venida». Por lo tanto: si los recuentos del Evangelio sobre las enseñanzas de Jesús no se refieren a la segunda venida, ¿de dónde proviene, entonces, esta idea? En realidad, es muy sencillo, proviene del resto del Nuevo Testamento. Tan pronto como Jesús fue reivindicado, tan pronto como resucitó, subió a los cielos y fue exaltado, la Iglesia creyó firmemente que él volvería y así lo enseñó. Tal como el ángel les dice a los discípulos: «Este Jesús, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir», Es más, aunque Hechos no se refiere de nuevo con frecuencia a esta creencia, no hay duda de que la totalidad del libro se desarrolla bajo esta línea; ésta es la rúbrica que lo distingue. Esto es lo que están haciendo los discípulos para lograr que se conozca ampliamente el señorío de Jesús en todo el mundo hasta el día en el que él vuelva una vez más para renovar todas las cosas. Ahora bien, está claro que el testigo principal es Pablo. Las cartas de Pablo están llenas de la venida futura o de las apariciones de Jesús. Su visión del mundo, su teología, su práctica misionera, su devoción, todo ello sería inconcebible sin esta venida futura. Sin embargo, lo que él ha dicho acerca de este gran evento ha sido malentendido con mucha frecuencia y no menos por aquellos que proponen la teología del «rapto». Ya casi ha llegado el momento de abordar este tema directamente, aunque primero diremos unas cuantas palabras sobre otro término técnico importante y que a menudo se ha malinterpretado también. Tanto los eruditos, como las personas comunes y corrientes, pueden equivocarse y dejarse llevar por el uso de una sola palabra creyendo que se refiere a algo, cuando esa palabra en su sentido original significa, bien sea más, o menos, que el uso que se le atribuye posteriormente. En este caso, la palabra en cuestión es el término griego parousia. Por lo general, éste se traduce como «venida», aunque literalmente quiere decir «presencia». En otras palabras, se refiere a «presencia», en contraposición a «ausencia». La palabra parousia aparece en dos de los pasajes clave de Pablo (1 Te 4,15 y 1 Cor 15,23) y se encuentra también con frecuencia en otros escritos de Pablo y del Nuevo Testamento. Resulta bastante claro que los primeros cristianos conocían bien la palabra y sabían lo que ésta significaba. En términos generales, la gente supone que la iglesia primitiva utilizaba el vocablo parousia simplemente para referirse a «la segunda venida de Jesús» y que en este evento todos concebían, de una manera bastante literal, el escenario de 1 Tes 16-17 (la venida de Jesús en una nube mientras la gente vuela hacia las alturas para encontrarse con él). En realidad, ninguna de esas suposiciones es correcta. Por una parte, la palabra parousia tenía dos significados vívidos en el discurso no cristiano de esa época. Ambas acepciones parecen haber determinado el significado que le daban los cristianos. El primer significado era la presencia misteriosa de un dios o divinidad, específicamente cuando el poder de este dios se revelaba en la sanación. La gente, de pronto, tenía conciencia de una «presencia» sobrenatural y poderosa y la palabra obvia para definir esta sensación no era otra que parousia. Flavio Josefo a veces utilizaba esta palabra cuando hablaba sobre YHWH que venía al rescate de Israel. La presencia poderosa y salvadora de Dios se revela en la acción. Este es el caso, por ejemplo, cuando el pueblo de Israel, bajo el Rey Ezequías, fue defendido milagrosamente de los asirios. El segundo significado se aplica cuando una persona de alto rango hace una visita a un estado súbdito, especialmente cuando un rey o emperador visita alguna de sus colonias o de sus provincias. La palabra que se usa para describir tal visita es «presencia real», que en griego es parousia. Cabe destacar, aunque sea obvio y no por ello menos importante, que en ninguno de estos dos escenarios o sentidos hay la más ligera sugerencia o alusión a alguien que esté volando por los cielos en una nube. Tampoco existe indicio alguno del colapso o de la destrucción eminente del universo, del espacio y el tiempo. Ahora bien, supongamos que Pablo y, como él, todos los demás miembros de la iglesia primitiva, pudieran haber querido decir dos cosas. Supongamos, por una parte, que quisieron decir que el Jesús que ellos adoraban estaba cercano en espíritu, aunque ausente en el cuerpo, pero que, algún día, él estaría presente en el cuerpo y, entonces, todo el mundo, incluidos ellos mismos, conocerían el súbito poder transformador de esa presencia. Una palabra natural que utilizarían para describir esto sería parousia. Por otro lado, supongamos que lo que ellos querían decir era que el Jesús que había resucitado de entre los muertos y había sido exaltado a la diestra de Dios era el Señor por derecho propio del mundo, el verdadero Emperador ante el cual se pondrían a temblar todos los otros emperadores, inclinando sus rodillas con temor y con asombro. Supongamos, así mismo, que lo que querían decir es que, tal como César podría visitar algún día una de sus colonias, como podría ser el caso de Filipos, Tesalónica o Corinto (el emperador, aunque normalmente ausente de la provincia, era el emperador gobernante y aparecía para gobernar en persona), de igual manera el Señor ausente, pero siendo aún aquel que rige el mundo, algún día aparecería y regiría en persona este mundo con todas las consecuencias que esto pudiera acarrear. Una vez más, la palabra natural que se utilizaría para definir esto sería parousia. (Esta acepción adquirió importancia específica, ya que Pablo y los demás estaban muy interesados en decir que Jesús era el verdadero Señor y que César era un impostor). Ahora bien, cabe destacar que todo esto no es una simple suposición. Esta es exactamente la manera en la que se desarrollaron los acontecimientos. Pablo y los demás utilizaron la palabra parousia porque querían evocar estos mundos. Pero ellos los evocaron dentro de un contexto diferente. No es ni la primera, ni la última oportunidad, en la que el relato o guión judío y las alusiones y confrontaciones grecorromanas se encuentran como dos placas tectónicas que generan la formación de una cadena de montañas escarpada a la que hoy en día conocemos como la teología del Nuevo Testamento. Claro está que el argumento del guión judío en cuestión era, sin lugar a dudas, la historia del Día del Señor, el Día de YHWH, aquel Día en que YHWH vencería a todos los enemigos de Israel y rescataría a su pueblo de una vez por todas. Pablo y los otros evangelistas hacen alusión regularmente «al Día del Señor» y, sin duda, se refieren a ese Día del Señor en el sentido cristiano, queriendo decir lo siguiente: «el Señor aquí es el propio Jesús». En este sentido y tan sólo en este sentido, existe un antecedente judío sólido para la doctrina cristiana de la «segunda venida» de Jesús. Sin lugar a dudas, nada podría haber tenido un impacto más fuerte, ya que el judaísmo precristiano, que incluye a los discípulos de la época en la que Jesús vivió entre ellos, nunca imaginó siquiera la muerte del Mesías. Esa es precisamente la razón por la que ellos nunca pensaron en su resurrección y, menos aún, en un período interino entre dichos eventos y la consumación final cuando él asumiría como el verdadero Señor del mundo, etapa provisional en la que seguirían esperando aún a que dicho reinado soberano se hiciera plenamente realidad. Pareciera que lo que sucedió fue lo que procedo a relatarles. Los primeros cristianos habían vivido dentro del marco de ese guión judío tradicional, verdaderamente habían respirado y orado en virtud de lo que éste les dictaba. Con la resurrección y ascensión de Jesús, a pesar de lo sorprendentes e inesperadas que éstas fueron, ellos lograron captar que, de esta manera, el Dios de Israel había hecho verdaderamente lo que siempre se había supuesto que haría, aunque todo indicaba que ellos no pensaban que de verdad lo haría. Como resultado de estos acontecimientos fue que ellos empezaron a darse cuenta de que Jesús, como el Mesías de Israel, ya era el verdadero Señor del mundo y que su presencia secreta mediante su Espíritu en estos tiempos nos dejaba apenas entrever lo que estaba aún por venir, cuando él se revelaría finalmente como aquel cuyo poder triunfaría sobre todos los demás poderes, tanto los terrenales, como los celestiales. Por lo tanto, la historia de Jesús llevó a una intensificación y transformación radical de la historia judía desde su interior mismo y el lenguaje que surge como resultado para describir el acontecimiento de ese Jesús que está aún por venir es el mismo lenguaje que nos dice en relación con el futuro que Jesús es el Señor y que César no lo es. En realidad, la palabra parousia en sí misma es uno de los términos con los que Pablo tiene la capacidad de decir que Jesús es la realidad de la que el César es tan sólo una parodia. Su teología de la segunda venida es parte de esta teología política de Jesús como el Señor. En otras palabras, tenemos el lenguaje de parousia, de presencia real, lado a lado, en una yuxtaposición típicamente paulina, del lenguaje judío apocalíptico. Soy de la opinión que esto no le habrá planteado mayores problemas a los primeros que escucharon a Pablo. Sin lugar a dudas sí ha generado ese tipo de problemas en el caso de aquellos que lo leyeron de allí en adelante y éste ha sido el caso, indiscutiblemente, de quienes lo hicieron durante el último siglo, más o menos. Este es especialmente el caso cuando leemos 1 Te 4,16-17: ... porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los que murieron en Cristo; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos llevados juntamente con ellos al cielo sobre las nubes, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor. El punto fundamental que debemos notar en estos versículos que nos pueden confundir, es que no se les debe tomar como una descripción literal de lo que Pablo cree que va a suceder. Simplemente, son una manera diferente de relatar lo que él nos dice en 1 Cor 15,23-27 y 51-54, así como y en Flp 3,20-21. Para empezar, es menester que entendamos con toda claridad esos otros pasajes de la Biblia. En 1 Cor 15, 23-27, Pablo nos habla de la parousia del Mesías como el tiempo de la resurrección de los muertos, el tiempo en que su reinado actual, aunque secreto, se pondrá de manifiesto en la conquista de los últimos enemigos, especialmente la muerte. Más adelante, en los versículos 51 al 54, él nos habla de lo que sucederá con aquellos que no hayan muerto todavía para el momento de la venida de Jesús. Ellos se verán cambiados, transformados. Éste es, sin lugar a dudas, el mismo evento que aquel del que él está hablando en 1 Te 4. En ambos se menciona la trompeta, al igual que la resurrección de los muertos. Sin embargo, mientras que en 1 Te, él dice que aquellos que estén vivos en ese momento serán llevados «al cielo sobre las nubes», en 1 Cor, él dice que ellos van a ser «transformados». Lo mismo sucede en Flp 3, capítulo en el que el contexto es más explícito cuando clasifica a Jesús por encima de César, y especialmente en el versículo 21, en el que Pablo habla de la transformación del cuerpo miserable presente en un cuerpo glorioso como el de Jesús, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Nos podemos preguntar entonces, ¿por qué Pablo habla de esta manera tan extraña en I Te, al referirse al Señor que desciende y a los santos vivos que son arrebatados en nubes? Yo me animaría a sugerir que lo que él ha encontrado aquí son maneras ricamente metafóricas de hacer alusión a otras tres historias que está reuniendo deliberadamente en una sola. Pablo tenía grandes dotes para combinar con mucha excelencia y detalles las metáforas: en el siguiente capítulo, en I Te 5, menciona que el ladrón vendrá en la noche, y la mujer de pronto sentirá los dolores del parto, por lo tanto no hay que embriagarse sino más bien mantenerse despiertos y ponerse la coraza. (Como advierten en los programas de televisión, no vaya a intentar hacer esto en su casa). Debemos recordar una vez más que todo el lenguaje cristiano acerca del futuro no es más que una serie de señales y avisos que apunta hacia una nebulosa. Por lo general, las señales y los avisos no nos dan «contactos» fotográficos de las imágenes que encontraremos al final del camino, aunque esto no quiere decir que no estén apuntando hacia la dirección correcta. Están contándonos la verdad, aquel tipo específico y especial de verdad que se puede relatar acerca del futuro. Las tres historias que Pablo está reuniendo y combinando en una empiezan con la historia de Moisés cuando baja de la montaña. Suena la trompeta y se escucha una voz muy potente y, después de una larga espera, aparece Moisés y desciende de la montaña para percatarse de lo que ha venido sucediendo en su ausencia. Luego, está la historia de Dn 7, en la que el pueblo perseguido de Dios es reivindicado por encima de su enemigo pagano al ser elevado en las nubes para sentarse con Dios en la gloria. Esta «elevación en las nubes» que Jesús se aplica a sí mismo en los evangelios, ahora la aplica Pablo a los cristianos, quienes están sufriendo en el momento la persecución 13• Al fusionar estas dos historias en una combinación bastante extravagante de metáforas, Pablo tiene la capacidad para incorporar la tercera historia, a la que ya hemos hecho alusión. Cuando el emperador visitaba una colonia o una provincia, los ciudadanos del país salían a saludarlo, dándose el encuentro a cierta distancia de la ciudad. Hubiera sido una señal de falta de respeto permitir que él llegase a las puertas de la ciudad, sin que sus súbditos se hubieran siquiera tomado el trabajo de salir a darle la bienvenida en la forma adecuada. Al llegar hasta donde él se encontraba, no solían quedarse simplemente en campo abierto, más bien lo escoltaban hasta la ciudad con toda la dignidad y la pompa que él se merecía. Cuando Pablo habla de «encontrarse» con el Señor «en el aire», no se trata precisamente, como es el caso en la teología popular del rapto, de que los creyentes salvados se vayan a quedar como suspendidos en algún lugar en el aire, alejados de la tierra. Más bien, el punto es que una vez que hayan salido al encuentro de su Señor que está retornando, lo escoltarán con toda dignidad y pompa hasta su dominio, que no es otro que precisamente el lugar del que ellos provienen. Incluso cuando nos percatamos de que ésta es una metáfora de mucha carga subjetiva y no una descripción literal, el significado es el mismo que el que tiene el paralelismo que se establece en Flp 3,20. Como bien lo saben los filipenses, el ser ciudadanos del cielo no quiere decir que uno vaya a estar esperando que va a volver a la ciudad principal, a la capital del reino, sino, más bien, que uno está esperando que el emperador vuelva de la ciudad principal a darle a la colonia toda su dignidad plena, a rescatarla en caso de que esto sea necesario, a subyugar a los enemigos locales y poner todo en su santo lugar. Por lo tanto, estos dos versículos de i Te 4 han estado sujetos a un grave abuso por aquellos que los han utilizado como base para construir la imagen global del supuesto «rapto». Esto tuvo impacto no sólo sobre el fundamentalismo popular, sino también en cierta medida sobre los eruditos del Nuevo Testamento, quienes han supuesto que Pablo hacía referencia verdaderamente a lo que los fundamentalistas creen que él se refería. La verdad surge sólo cuando fusionamos los diferentes comentarios que él hace sobre el mismo tema. Esta es una pieza típica de alta carga subjetiva y una retórica plena de múltiples alusiones y referencias. La realidad a la que se alude no es otra que la siguiente: Jesús estará presente en persona, los muertos resucitarán y los cristianos que están vivos para entonces sufrirán una transformación. Tal como ahora veremos, esto es en gran medida lo que también nos dice el resto del Nuevo Testamento. No obstante, cabe destacar algo más y de gran importancia sobre la totalidad de la teología cristiana de la resurrección, la ascensión, la segunda venida y la esperanza. Esta teología nació de la confrontación con las autoridades políticas, así como también de la convicción de que Jesús era en realidad el verdadero Señor del mundo y que algún día se manifestaría como tal. La teología del «rapto» evita esta confrontación, puesto que sugiere que los cristianos serán retirados de forma milagrosa de este mundo malvado. Quizás ésta sea la razón por la que tal teología a menudo es gnóstica en su tendencia hacia una espiritualidad dualista privada y hacia un quietismo del laissez—faire liberal político. De igual manera, quizás ésta sea en parte la razón por la que tal teología, con sus sueños de fin de mundo, haya respaldado de forma callada el statu qua político de un modo que Pablo nunca lo hubiera hecho. Antes de seguir adelante y dejar a Pablo, cabe destacar especialmente un par de pasajes muy importantes. El primero de ellos lo encontramos al final de I Cor cuando Pablo, de pronto, escribe una frase en arameo: Maranatha. Esta frase quiere decir «¡Venga nuestro Señor!» y se remonta (como en el caso de la palabra Abba, «Padre») a la iglesia primitiva de los primeros años que hablaba en arameo. No hay razón alguna para que esta iglesia que habla en griego haya inventado una oración en arameo. Debemos estar en contacto en este punto con una tradición muy anterior, de los primeros tiempos, definitivamente anterior a Pablo. Desde un principio, la iglesia primitiva le rezó a Jesús para que volviera. En segundo lugar, leemos un pasaje muy diferente en Col 3. En el mismo, vemos en muy pocas palabras la teología de Pablo acerca de la resurrección y la ascensión, aplicada a la vida cristiana presente y a la esperanza cristiana futura: Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es vida de ustedes, entonces también ustedes aparecerán con él, llenos de gloria. Sin lugar a dudas, éste sigue la misma línea que los otros textos que hemos estado analizando. Sin embargo, cabe destacar el aspecto clave: en vez de la «venida» o la palabra bendita parousia, aquí Pablo puede utilizar la frase «se manifieste», aparezca. Es exactamente lo mismo, aunque desde un ángulo diferente y esto nos ayuda a desmitificar la idea de que la «venida» de Jesús quiere decir que él va a venir como un hombre del espacio que desciende de los cielos. En estos momentos, Jesús está en el cielo. Sin embargo, tal como vimos con anterioridad, el cielo, por ser el espacio de Dios, no está en algún lugar dentro del espacio de nuestro mundo, sino que es, más bien, un espacio diferente, aunque estrechamente relacionado. La promesa no es que Jesús simplemente reaparecerá dentro del orden del mundo actual. Más bien, cuando el cielo y la tierra se unan en la nueva manera en la que Dios lo ha prometido, entonces él se aparecerá ante nosotros y nosotros apareceremos ante él y ante nosotros mismos en nuestra propia y verdadera identidad. En realidad, este pasaje se asemeja de manera muy destacada a un pasaje clave dela primera carta de Juan (1 Jn 2,28; 3,2): Ahora, hijitos, permanezcan con él, y así, cuando se manifieste, [ean phanerothe], tendremos confianza y no nos avergonzaremos de él en el día de su venida [parousia] ... Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado [oupo ephanerothe] lo que seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es. Aquí, apreciamos más o menos de forma exacta la misma imagen que en Colosenses, aunque esta vez tenemos los términos manifestado (aparecer) y venida (parousia) uno al lado del otro sin problema alguno. Claro está, cuando se «manifieste» él estará «presente». Sin embargo, el punto a resaltar del término «aparecer» en este versículo es que, aunque, en un sentido, pareciera como que él estuviera «viniendo», en realidad él estaría «apareciendo» ahí mismo donde se encuentra presente, no en un lugar distante dentro de nuestro propio mundo espacio-temporal, sino más bien en su propio mundo, en el mundo de Dios, el mundo que nosotros denominamos «cielo». Ese mundo es diferente al nuestro («la tierra»), aunque se intercepta con éste de innumerables maneras y lo hace también sin duda en las vidas internas de los mismos cristianos. Un día, los dos mundos se integrarán completamente y estarán visibles el uno al otro, produciendo aquella transformación de la que nos hablan tanto Pablo como Juan. Claro está que Pablo y Juan no son los únicos escritores que mencionan todo esto. El Apocalipsis de san Juan también habla de la venida de Jesús y aquí encontramos la palabra «venir» en sí misma. El Espíritu y la Novia dicen «Ven» y la oración final del libro, como en el caso de i Cor, nos dice que el Señor Jesús vendrá y vendrá pronto. El mismo tema se encuentra en otros pasajes del libro>. Este capítulo no es el más indicado, ni tenemos aquí el espacio para analizar esto en detalle, así como tampoco para analizar en detalle pasajes relevantes que aparecen en los otros libros más pequeños del Nuevo Testamento. Uno de los más conocidos de ellos es 2 Pe 3, la carta del Nuevo Testamento en la que se aborda de manera frontal el problema del retraso y cabe destacar que aquellos que consideran que éste es un problema, son precisamente, dentro de este contexto, aquellos que están abogando por una forma del cristianismo más bien diferente y no histórica. De lo que se trata en este caso, aunque con diferencias mínimas y variaciones del mismo tema, es de una visión sorprendentemente unánime que se aprecia en todo el cristianismo primitivo tal como nosotros lo conocemos. Llegará el momento, lo cual puede suceder en cualquier instante, en el que, como parte de la gran renovación del mundo que tan sólo ha anunciado la Pascua de Resurrección, el propio Jesús esté presente en persona y sea el agente y el modelo de la transformación que les sucederá tanto a todo el mundo como a los creyentes. Esta expectativa y esta esperanza, que se expresan con tanta claridad en el Nuevo Testamento, permanecen inalteradas en el siglo dos y en los siglos posteriores. Los cristianos de la corriente dominante de todo el primer período no estaban en lo absoluto preocupados por el hecho de que el evento no hubiera sucedido dentro del lapso de una generación. La idea que propugna que el problema del «retraso» que se establece en 2 Pe 3 fuera algo generalizado en el cristianismo de la segunda generación es un mito de los académicos modernos, más que una realidad histórica. De igual manera, la idea que sostiene que la «aparición» o la «venida» de Jesús no fueron simplemente parte de la tradición que se fue transmitiendo sin cuestionar y sin que las generaciones subsiguientes sintonizaran con lo que ésta decía. Lo que se aprecia en el caso de la ascensión, también se evidencia con respecto a la aparición de Jesús: se le consideraba un aspecto vital de una presentación completa del Jesús que fue, del que es y del que está porvenir. Sin la aparición, la proclamación de la Iglesia no tiene sentido alguno. Si la dejamos de lado, comenzaría a derrumbarse una serie de creencias. Los primeros cristianos vieron esto con una claridad que nadie antes de ellos había tenido y bien valdría la pena aprender de ellos en este sentido. Sin embargo, ya es el momento de analizar el segundo aspecto de la aparición o de la venida de Jesús. De conformidad con la misma tradición que tiene su base en la Biblia, cuando él venga, tendrá un rol específico que desempeñar: aquel de un juez.