Subido por GABRIELA SUZETTE TITO RUIZ

(4) Ciudad-y-Las-Masas-Castells [ordenado]

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Las ciudades son sistemas vivientes, hechos, transformados y experimentados por seres humanOs. Las formas y funciones urbanas son producidas y dirigidas por la interacción del espacio y la sociedad, esto es, la relación histórica entre la conciencia humana, la materia, la
energía y la información.
Pero mientras que la estructura de toda la dinámica urbana puede, en última instancia,
describirse en esos términos, el aporte decisivo de la acción social deliberada en la conformación del espacio y de las condiciones materiale$ de la vida dinria ha sido puesto de relieve
por la experiencia histórica reciente en dos niveles distintos.
Por una parte, la nueva división espacial del trabajo en el plano internacional e interregional, la creciente importancia del consuma colectivo a través de los servicios urbanos, yel
hecho de que los bienes públicos, con ser sumamente necesarios, no resulten aún rentables
para el capital privado, han" Hevado a la intervención sistemática del Estado en los problemas
urbanos. En consecuencia, éstos se hallan en primera línea de los conflictos políticos contemporáneos, y la política ha venido a ser el elemento medular del proceso urbano.
Por otra parte, la búsqueda del sentido espacial y de la identidad cultural, la demanda de
bienes y servicios sociales y la exigencia de autonomía local han provocado en el último
decenio una serie de movimientos de protesta urbana que, en contextos muy diferentes, exigían reformas y aspiraban a un nuevo tipo de ciudad: las comunidades de ocupantes ilegales
en Alemania, Holanda y Dinamarca; el movimiento juvenil en Zurich; las asociaciones de vecinos en España; las luchas reivindicativas sobre los servicios públicos en Italia; las luchas de los
inquilinos en Francia; la revuelta de los barrios pobres en las ciudades de Inglatena; la creciente
movilización urbana en las metrópolis de los países recientemente industrializados -Caracas,
Río de Janeiro, Sao Paulo, México--; los asentamientos autónomos de ocupantes ilegales de!
Tercer Mundo, desde Lima a Manila; el nuevo y generaliz<ldo movimiento de vecinos surgido
en las ciudades norteamericanas de las cenizas de las revueltas urbanas de los años sesenta y
enmarcado en un espectro social mucho más vasto, y el movimiento ecologista extendido por
todo el mundo. Pese a su evidente diversidad, todos estos movimientos proponen una nueva
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La ciudad y las masas
relación entre el espacio y la sociedad. Y LOdos ellos se oponen a los vahHcs culturales y las
instituciones políticas dominantes: rechazan las formas espaciales. piden servicios públicos
y exploran nuevos significados sociales de la ciudad. Aún no está claro el sentido histórico de
estos movimientos urbanos, pero han producido ya un gran impacto en la política pública y
las estructuras espaciaíes. Sin ernbargo, es muy poco jo que sabemos sobre ia orientación y
e! alcance de ese efecto, y desconocemos también las intrIncadas relaciones que existen entre
el Estado, el espacio y la ~ociedad.
De hecho, existe un desfase creciente entre la investigación urbana y los problemas ur~
banos. En los 30 últimos años hemos hecho considerables progresos en economía espacial, planificación del medio ambiente, geografía cuantitativa, desarrollo regional, simbólica de bis formas espaciales y urbanismo. Tan impresionante avance ha servido para ~)yudarnos a comprender mucho mejor el hábitat urbano y su entorno; pero, a la hora de actuar sobre las ciudades
y regiones, no sabemos todavÍ<l cómo hacerlo porque ignoramos los orígenes de su cambio
sodal y no logramos determinar con preclsión suficiente los procesos polítícos subyacentes a
la gestión urbana.
Con todo, ante la apremiante presión de los hechos ele actualidad y de los organismos oficiales, los investigadores urbunos han venido cumpliendO su misión en los últimos Jños. Disponemos ahora de un cierto número de estudios sobre la crisis urbana, así C01110 de una serie
de monografías sobre la protesta url~ana. Pero la mayor parte de las investigaciones realizadas sobre J;J organización de la comunidad y los movimientos sociales (incluidas las del autor
de la presente obra) combinan las descripciones románticas con la ideología populista. siú ofrecer explicación fidedigna del cómO y el porqué de esos movimientos.
Además, las interpretaciones de la crisis urbana suelen formularse en términos estrictamente cconomicistas, at.ribuyéndose el origen de nuestroS problemas a un solo factor, que (según la inclinación ideológica del autor) va dc:;dc la lógica inherente de! capital monopolista
a 18 inevitable incompetencia ele la burocracia pública. y así, pese a la considerable labor de
acopio de datos y la elaboración teórica que ha venido haciéndose bajo el impulso de las crisis
y protestas urbanas, nos queda aún un largo camino por reCOrrer para llegar a comprender
los procesos fundamentales q'ue intervienen en la creaóón de la base material ele la mayor
parte de nuestra experiencia: la ciudad.
Las razones de ese fracaso intelectual radican en los propios fundamentos teóricos de la
mayoría de las investigaciones sociales. Creemos que la dificultad surge precisamente de la separación entre el análisis de la crisis y el análisis del cambio social. En otras palabras, de la
distinción entre el sistema urbano y los movimientos sociales. La acción colectiva suele considerarse COrno una reacción ante la crisis creada por una lógica estructural económicamente
determinada. Otras veces, se da por sentado que ciertas decisiones personales fortuitas influyen en la política pública según una racionalidad abstracta destinada a optimizar los beneficios o el poder. En ambos casos, individuos y Estado, economía y sociedad, y ciudades y ciudadanos se consideran entidades separadas: puede que una predomine sobre la otra, o que
las dos actúen independientemente, pero la lógica del análisis nunca integra su interacción
en una estructura significativa. La consecuencia es que nos encontramos con sistemas urbanos
escindidos de las experiencias personales; con estructuras sin actores y actores sin estructuras;
con ciudades sin ciudadanos y ciudadanos sin ciudades.
Por el contrario, en este libro se parte de la base de que únicamente mediante el análisis
de las relaciones entre la gente y la urbanlzación podremos entender las ciudades y a los ciudadanos al mismo tiempo. Es cuando estos últimos se movilizan para transformar la ciudad
y, a través de ello, la sociedad, cuando esas relaciones son más patentes. Así pues, por razones metodológicas, nos concentraremos en el estudio de los movimientos sociales urbanos: las
acciones colectivas conscientemente destinadas a transformar los intereses y valores sociales
Introducción
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insertos en las formas Ji funciones de una t:iuc!ad históricamente delcrminada. Mas, aun cuando el proceso de producción de la ciudad por la sociedad es particularmente obvio en el caso
de la revuelta social y la innovación t:spacial, no se limita d estos hechos excepcionales. Todos
los días, en todos los contextos, los ciudadanos, obrando individual o colectivamente, producen o reproducen las reglas de su sociedad y las plasman en su expresión espacial y en su gestión institucional. Como la sociedad está estructurada en torno a posiciones opuestas que
defin(;n valúres G intereses alternativos, también lo estarú la producción de! espacio y las ciudades. Las estructuras urbanas serán siempre expresión de alguna dominación institucionalizada, y las crisis urbanas, resultado de un reto lanzado por los nuevos actores de la historía
y la sociedad.
Por lo tanto, si la investigación urbana ha de responder a los interrogantes de nuestro tiempo --crisis urbana. función del Estado, desafío de la protesta urbana--, habremos de integrar
nuestros an<i!ísis de la estructura y los procesos, de la crisis y el cambio. Nos proponemos construir c<)U[c]osamente una nueva teoría del cambio urbano qUe pucela alumbrar el c8mino hacia una nueva ciudad.
Intentamos aquí contribuir al desarrollo de esa teoría cCluníndonos en el estudio de los
movimientos sociales urbanos, considerados COmO núcleo esencial de una teoría más amplia
del cambio social urbano. Sirviéndonos de una serie de estudios de caJso que se sitúan en diferentes contextos socioculturales, trataremos de comprender la interacción de los movimientos urbanos con las formas y funciones urbanas; cómo evolucionan esos movimientos; por qué
producen efectos sociales y espaciales distintos, y qué elementos explican su estructura interna y su trayect.oria histórica. Mas al exponer varios estudios empíricos detallados, no solamente desearnos aportar datos, sino también construir una teorÍJ de los movimientos sociales urbanos ---aun cuando esta teoría haya de quedar necesariamente limitada por el estado actual de los cOflocimicnros---. C.~on todo, este objetivo teórico se inspira en una perspec~
tiva metodológicü recelosa de las experit:ncias anteriores que conllevan la construcción estéril
de grandes teorías abstractas: al tratar de elaborar la nuestra, estamos resueltos a fundarnos
en investigaciones concretas y a evitar cualquier formalización apresurada del marco conceptual que nos hemos propuesto.
Con esta estrategia cautelosa, intentaremos rectificar los excesos del formalismo teóríco
que han aquejado a las ciencias sociales en general y a parte de nuestra labor anterior en particular. En los últimos años, los teóricos de la ciencia social --en una saludable reacción contra el empirismo miope que proscribía la retlexión sobre cualquier fenómeno que no pudiera
medirse rnediante instrumentos estadísticos muy rudimentarios-- han tratado de construir sistemas de categorías y proposiciones que nos permitieran recodificar las observaCIones en una
forma significativa y acumulativa. Pero sus modelos teóricos (desde el funcionalismo al
estructuralismo, desde el interaccionismo simbólico al marxismo) han resultado tan inútiles
como sofisticados. En la práctica de la investigación, estos marcos conceptuales exigían
una ardua recodificación de la experiencia y no aportaban nuevos conocimientos. Al observar estos fracasos (que, a nuestro juicio, obedecían a los aventurados intentos de remedar
las ciencias naturales), nos pareció que si aspirábamos a comprender la sociedad --y, por lo
tanto, las ciudades-, 10 más acertado sería adoptar un método mucho más paciente para obtener la información y elaborar las teorías. Hemos seguido la pauta de los estudios de ciencias
sociales más fructuosos, sean cuales fueren sus supuestos teóricos y sus instrumentos técnicos,
y hemos avanzado y retrocedido con libertad entre la experiencia histórica, nuestras propias
investigaciones sobre Jos movimientos urbanos contemporáneos, y diversas metodologías y tradiciones intelectuales, en un intento deliberado por plantear nuevos interrogantes sobre e!
cambio .social urbano y hallar medios nuevos y satisfactorios de darles respuesta. En consecuencia, el problema metodológico --cómo construir una teoría- ha ocupado un lugar tan
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La ciudad y las masas
destacado en nuestra labor investigadora como el estudio del propio fenómeno de los movimientos sociales urbanos. Como desde el principio suponíamos. las circunstancias particulares
de cada estudio de caso modificaron el perfil de nuestra teoría provisional, llevándonos a ajustar el argumento.
y aSÍ, ai construir nuestra teoría hemos recurrido a una secuencia articulada de qperacio~
nes de investigación. Empezamos por formularnos algunas preguntas fundamentales, derivadas de las opciones soci;:des que plantea !a experiencia histórica: ¿cómo producen y reproducen la ciudad los actores estructuralmente definidos a través de sus conmctos, dominación,
alianzas y compromisos? ¿Cómo se combinan las formas espaciales, las funciones económi~
cas, las instituciones políticas y el significado cultural en un proceso de urbanización que, a
nuestro entender, es resultado de las luchas sociales y de! pacto social? ¿Cómo contribuyen
la clase, el sexo, la raza, los orígenes étnicos, la tradición cultural y la ubicación geográfica a
la formación de los actores sociales que intervienen en la escena urbana? ¿C6mo varía ese
modelo de relaciones en los diferentes contextos históricos'? ¿Qué papel desempeíían los mo~
vimientos urbanos en el cambio socíal urbano? ¿En qué medida está vinculado el destino de
las ciudades y las sociedades al proceso de desarrollo histórico? ¿Cómo y por qué expresa la
crisis urbana contemporánea algunas de nuestras más profundas contradicciones sociales'? ¿De
qué manera contribuyen los movimientos urbanos contemporáneos a la formación de nuevos
actores históricos y, por ende, al proceso general del cambio social?
Formulamos las preguntas en un plano muy general y provisional, sirviéndonos de con~
ceptos y enfoques de diferentes tradiciones intelectuales. (En la parte .6 damos cuenta detallada de las variadas fuentes a las que hemos acudido.) Mas como no existe un corpus teórico
que aborde estas cuestiones, tuvimos que elaborar un marco provisional y teórico que, sin ser
una teoría general de la sociedad, fuera lo bastante amplio como para estimular nuestro pensamiento, proponer casos específicos de movimientos urbanos como temas de estudio, y aportar la base necesaria para interpretar nuestras observaciones.
Hemos optado por presentar ese marco teórico provisional en !J última parte del libro,
después de modificar su perfil y afinar el argumento, basándonos en las investigaciones históricas y empíricas realizadas bajo su inspiración. La razón de este método de presentación
es que nuestra teoría no sólo se contrasta mediante la interpretación de los estudios de caso
expuestos, sino que además es fruto de ella. Por eso, el análisis de cada movimiento urbano
observado dará pie para una detenida elaboración de los elementos particulares de nuestra
teoría, con lo que se comprendenín mejor todos los elementos reunidos en la parte final, a
la luz de las exposiciones precedentes. Así pues, el lector paciente observafÚ cómo va com~
pletándose nuestro marco teórico, cuyos diferentes focos de atención corresponden a los sucesivos procesos sociales estudiados. Esperamos que, de esta forma, nuestro análisis resulte
más claro y quede más explícitamente vinculado a nuestra investigación empírica.
Sin embargo, como la propia selección de Jos casos de movilización urbana estaba ampliamente determinada por nuestro método de investigación, es importante subrayar las principaies hipótesis en las que se basa toda eUa. De una forma muy esquemática, nuestra argumentación puede resumirse como sigue:
1. La ciudad es un producto social resultante de íntereses y valores sociales en pugna.
2. Como los intereses socialmente dominantes han sido institucionalizados y se oponen al
cambio, las innovaciones principales de la función de la ciudad, de su significado y su estruc~
tUTa suelen ser consecuencia de la movilización y [as exigencias de las bases populares. Cuando estas movilizaciones culminan en la transformación de la estructura urbana, las llamarnos
movimientos sociales urbanos.
3. No obstante, el proceso de cambio social urbano no puede reducirse a los efectos pro-
Introducción
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ducidos en la ciudad por los movJmientos sociales victoriosos. Por lo tanto, una teoría del cam~
bio urbano debe explicar la transformación que obedece tanto a la acción de los intereses dominantes como a la resistencia y el desafío que oponen las bases populares a esa dominación.
4. Por último, aunque las relaciones entre las clases y la propia lucha de clases son fundamentales para entender el proceso de los conflictos urbanos, no son, en modo alguno, la
única causa, ni siquiera la causa principal del cambio social urbano. Nuestra teoría ha de admitir otras: la función autónoma del Estado, las relaciones entre los sexos, los movimientos
étnicos y nacionales y los movimientos que específicamente se definen a sí mismos como movimientos ciudadanos.
Hemos establecido un nexo entre estas hipótesis generales y los principales temas que la
crisis y la protesta urbanas plantean en diversos contextos sociales. Nuestro estudio se apoyará esencialmente en la interacción de estos elementos teóricos generales con las tendencias
históricas que hemos observado.
En la sociedad contemporánea, los movimientos de protesta urbana parecen surgir y po~
larizarse en torno a tres temas fundamentales:
1. Las demandas centradas en el consumo colectivo, esto es, los bienes y servicios directa
o indirectamente proporcionados por el Estado.
2. La defensa de la identidad culturaL asociada con un territorio concreto y organizada alrededor del mismo.
3. La movilización po!üica en relación con el gohierno locaL.
Por último, hemos de tener presente en todo momento un hecho esencial: un movimiento
no sólo se desarrolla en relación con su propia sociedad, sino también con un sistema socia!
de ámbito mundial. En esta obra hemos tenido que excluir el análisis de las (,sociedades de
planificación estatal» por carecer de datos fidedignos sobre los movimientos urbanos en ese
contexto. Pero podernos y debemos estudiar el proceso diferencial de la movilización urbana
en las sociedades dominantes y dependientes en el seno del sistema capitalista.
Por lo tanto, nos proponemos, ante todo, comprender la interacción de las ciudades y el
cambio social, pero esta investigación ha de formar parte de otra más amplia en la que se abordarán los temas siguientes:
1. La nueva relación entre producción y consumo a través del creciente papel que desempeña el Estado en ambos procesos.
2. El pape! de la territorialidad en la definición de la identidad cultural y el significado
simbólico.
3. Las fuerzas que intervienen en la redefinición de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil mediante las exigencias populares de autogestión y de autonomía local.
Hemos organizado nuestra construcción de la teoría en torno a cuatro estudios empíricos
que ofrecen la mayor oportunidad de observar la lógica subyacente en los tres temas funda~
mentales de nuestra investigación --consumo colectivo, identidad cultural y poder político--en relación con las formas espaciales y los movimientos urbanos.
Estudiaremos, en particular:
- La relación entre los movimientos urbanos y el COnyumo colectivo que revela la apari~
ció n de! sindicalismo urbano en las viviendas públicas suburbanas del Area metropolitana de
París.
- El desarrollo de movimientos urbanos en torno a la cuestión de la identidad cultura!,
en dos versiones diferentes: la comunidad latina y la comunidad gay de San Francisco.
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Introducción
La ciudad y fas masas
La subordinación de los movimientos urbanos al sú'tema polúico según la experiencia
del populismo urbano en los asentamientos de ocupantes ilegaLes de América Latina y, en es~
pecial, en el movimiento de Pobladores de Santiago de Chile, En este eswdio se presentarjn
asimismo las características de la ciudad dependiente.
- La interacción deL consumo colectivo, la cuLtura y la palifica a través de los movimientos
urbanos, observada en el análisis del movimiento que, durante los años setenta, trató de articular más claramente esas tres dimensiones en su lucha: el movimiento ciudadano de Madrid.
¿\demás de analizar los movimientos de protesta urbana contemporáneos, hemos intentado incorporar otro elemento que es esencial para nuestra teoría. Los movimientos sociales urbanos han sido uno de los orígenes de las formas y estructuras urbanas él lo largo de la historia (como se dirá en la parte final de este libro), pero las condiciones históricas peculiares de
nuestras sociedades hacen que sus efectos sean mucho más evidentes que nunca. Iniciamos,
pues, nuestro análisis con una rescria histórica general que, aun estando limitada a los modos
de producción recientes de las sociedades occidentales, revelará quizás la variación de! significado urbano a través de distintos contextos históricos, Hemos escogido cinco ca$()S históri~
cos para seguir una $ecuencia bien defínida de la evolución social: la revolución de las Comunidades de Castilla en el siglo XVI nos $irve para examinar la transición de! feu~la¡¡smo al Estado absolutista; la Comuna de París en 1871 viene a ejemplificar la transición del Anden Régime al capitalismo; el advenimiento de 1<1 ciudad industrial capitalista subyace a nuestrO aná~
lisis de la Huelga de Alquileres de Glasgow de 19l5; las peculiares condiciones de la ciudad
capitalista-dependiente se muestran mediante el estudio de los lnquifinarios de Veracruz (México) en 1922, y los nuevos problemas urbanos de la ciudad posjndustrial capitalista quedan
de manifiesto por la revuelta de las ciudades centrales norteamericanas de los años sesenta.
Hay que señalar que, si bien los análisis de los movimientos urbanos contemporúneos se basan en trabajos de campo realizados por el autor, las rescl1as históricas presentadas én la pri~
mera parte del libro son tributarias del trabajo de otros investigadores. Han de considerarse
simplemente como un medio útil para introducir el tema de nuestras tesis sobre la relación
entre las ciudades y los movimientos sociales.
Pero ¿qué exactitud puede tener una demostración fundada en un número !imitado de estudios de caso? De hecho, si el método de los estudios de caso parece el más acertado, es
precisamente porque nos hemos propuesto profundizar en la construcción de la teoría. Los
estudios de caso se han elogiado siempre porque permiten hacer un análisis en profundidad,
pero se han censurado a causa de su singularidad, que impide toda extrapolación de los hallazgos. No obstante, se ha de recordar que, desde el punto de vista histórico, todas las situaciones sociales son únicas, y que también 10 son los hallazgos de la investigación empírica.
Una muestro. representativa de los residentes de Madisoll, Wisconsin, en 1977, o incluso de
los obreros de Estados Unidos en 1980, es un universo tan singular como el de las organizaciones de vecinos del Mission Distríct de San Francisco en 1971. La validez general de cualquier observación depende de la finalidad de su empleo. Si queremos pred~cir el resultado
de unas elecciones políticas, un medio adecuado para ello (al menos en ocasiones) consiste
en efectuar una encuesta de opinión entre los votantes potenciales basándose en una muestra
representativa, Si desearnos comprender las nuevas pautas culturales introducidas por los emigrantes, habremos de establecer una tipología de las comunidades étnicas y evaluar su evolución diferencial con relación a la socied~ld en general, fundándonos en una observación antropológica, Y si deseamos construir una teoría de los movimientos sociales urbanos con arreglo a la experiencia histórica, tendremo$ que observar situaciones únicas en las que quede amplificado un fenómeno determinado que se considera esencial para nuestra teoría, Esta ha
sido la idea rectora en que se ha sustentado nuestro diseño de investigación, Sólo cuando he-
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mos logrado establecer una fundada teoría de los movimientos sociales urbanos y comprender
cuán relacionados están con la evolución de las ciudades, sólo entonces, podemos comparar
los vecindarios movilizados y pasivos en cuanto al efecto diferenciai que producen en las funciones y formas urbanas. Así pues, aun cuando los estudio!:> de caso no Dermiten hacer una
verificación sistemática de las proposiciones establecidas, son inapreciabies en los esfuerzos
innovadores por alumbrar nuevas teorías,
La complejidad de las operaciones metodológicas que conlleva esta investigación y la pro~
pia diversidad de las fuentes empíricas podrían sumergir las principales líneas del argumento
bajo un diluvio de datos, descripciones de técnica$ y razonamiento$ epistemológicos. En consecuencia, todos los elementos epistemológicos y técnicos que no son necesarios para comprender los contextos socides y la esencia de la teoría los hemos remitido a un apéndice me~
todológico detallado. El lector interesado hallará en él explicada la lógica de la demostración
e información especifica sobre la investigación empírica que sirve de base a cada estudio de
caso.
Pero es irnportallte señalar aquí que, desde el principio, hemos evitado la construcción oe
una teoría formal del cambio social urbano. Por teoría formal entendemos una teoría cuyos
principales objetivo$ son la comprehensión transhistórica y la consistencia lógica. Para lJS cien~
cías sociales ......-cuyo carácter histórico y experimental difiere netamente del de las ciencias formales, como las matem,íticas- la prueba crucial de unJ teoríJ es su'idoneidad, y no su coher~ncia, Entendemos por idoneidad la cualidad por la que una serie de instrumentos intelectuales pueden aportar nuevos conocimientos sobre un fenómeno dado. Crecmo$ que, como
enseña Gaston BachelarcJ, los conceptos más útiles son aquéllos lo bastante flexibles como
para dejarse deformar y rectificar al utilizarlos como instrumentos de conocímiento, Es esta
cualidad de pennitirnos comprender 10$ procesos y situaciones sociales, y no el interminable
ejercicio de recodificar la experiencia en un paradigma global, lo que constituye la verdadera
prueba de la fecundidad de una teoría.
Lo que ahora necesitamos no son teorías transhistóricas de La sociedad, sino historias teo-
rizadas de los fenómenos sociales.
Esta no es, ni debe ser, una posición epistemológica general. Tal vez lleguemos algún día
a establecer un paradigma teórico acumulativo y global de la historia y las sociedades, pero
aún es pronto para ello. Mientras tanto, habremos de adoptar estrategias humildes pero eficaces para construir nuestra teoría, de manera que, apartándonos del empirismo miope, no
nos extraviemos en los paraísos artificiales de la gran teoría. Con este libro nos proponemos
avanzar cautelosa pero tenazmente por ese camino.
Así pues, lo iniciamos con un estudio de la evolución histórica del procc$o por el cual los
actores sociales crean la$ ciudades y el significado urbano, Sigue un análisis de las demandas
urbanas en cuanto elementos del consumo colectivo en los suburbios de París. Se plantea la
cuestión de las relaciones entre cultura y espacio tornando como base la experiencia de San
Francisco. Se examinan los efectos de la subordinación de Jos movimientos urbanos al sistema
político, sintetizándose los datos disponibles -y, entre ellos, los nuestros- sobre las comunidades de pobladores urbanos de América Latina. Y se estudia la relación entre consumo
colectivo, cultura y política en el caso del movimiento ciudadano de Madrid. Con arreglo a
una serie de modelos analíticos ad hoc, sustentados, en cada estudio de caso, por nuestras
observaciones empíricas, se integran todas las conclusiones en una parte final en la que se formula una teoría del cambio social urbano.
El propósito de esta labor de investigación desborda el marco de nuestro trabajo académico, pues únicamente si podemos comprender cómo la gente crea la ciudad podremos crear
ciudades para la gente.
La historia urbana es una disciplina con solera, Los historiadores han- podido reconstruir la
forma de la ciudad y la vida urbana de nuestro pasado, a veces basándose solamente en los
vestigios de descubrimientos arqueológicos, pero, a menudo, con mayor exactitud que la lograda por los sociólogos urbanos en la descrípción de las ciudades contemporáneas. l
Sin embargo, existe un gran vacío en el registro histórico: los ciudadanos. Contamos, por
supuesto, con descripciones de la vida de la gente, análisis de su cultura y estudios sobre su
participación en los conílictos políticos que han caracterizado a una ciudad determinada. 2 Pero
sabemos muy poco sobre los esfuerzos de los pueblos por alterar el curso de la evolución urbana. Existe un cierto supuesto implícito de que la tecnología, la naturaleza, la economía, la
cultura y el poder se aúnan para formar la ciudad, que, entonces, se impone a sus habitantes
como algo ya establecido. 3 Sin duda, así ha ocurrido en general. Mas si bien es cierto que
durante la mayor parte de la historia la vida de los campesinos ha transcurrido en el trabajo
dominado, los historiadores no oor ello han ignorado las revueltas campesinas y su decisivo
impacto en la estructura social ~graria.4 En nuestra opinión, un proceso similar ha ocurrido
en las ciudades; los ciudadanos han creado las ciudades: directamente, cuando vencían, o ¡n~
directamente, por el impacto de su derrota sohre la formas sociales aún dominadas por los
¡ Véase, por ejemplo, Robert MacAdams, The EI/oiwion 01 Urbun Sociel)' (Londres: Wcidcnfeld and Nicolson,
1966).
1. Véase, por ejemplo, WiUiam M. Bowsky, A íHedieval ¡!alian Commune: Siena Under Ihe Nine /287-1355 (Berkeley: University of California Press, t981); Jacques LeGoff, La Civilisalion de {'oeciden! Medieval (París: Arthaud,
1946); José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas (Buenos Aires: Siglo XX!, 1976); 1. Lapidus, lvluslim
Ciries ín the later Middle Ages (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1967), y la obra clásica de Frito: Rórig,
The Medieval Town (Berkdey, UnÍvcrsity of Calífornia Press, 1967. Plimcr" edición en alemán en 1955 por Propymen Verlag).
3 Cj, T. Chand!er y G. Fox, 3.000 Years 01 Urban Growth (Nueva York, Academic Press, 1974).
4 En la perspectiva de la obra clásica de Barrington Moore, Social Origins 01 Dictalorship and Democracy.' Lord
and Peasant in the Making 01 the Modern World (Londres: Peregrine Books, 1969, primera edición en 1966).
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La ciudad y las masas
poderes establecidos de cada época. El ámbito de este libro impide emprender tal investigación. Nuestro objetivo se ¡imita a observar a través de toda la evolución histórica reciente 'la
continua interacción del cambio social con la forma urbana, determinando los temas, los ac~
tares y los valores de esos movimientos sociales urbanos, cuya huella histórica hallaremos probablemente en nuestras investigaciones contemporáneas. Deseamos, además, establecer una
cierta distancia con respecto a nuestro mundo para poder precisar las tendencias específicas
de nuestro cOntexto en relación con el marco teórico más general que tratamos de construir
a fin de comprender el cambio urbano.
Para situar nuestra labor analítica en una perspectiva histórica, hemos escogido cinco casos sobre otros tantos movimientos sociales importantes, conscientemente orientados hacia la
transformación de la ciudad en muy diferentes contextos históricos. Las Comunidades de Castilla fueron unO de los principales intentos revolucionarios, en Eu rop<l. , de bacer frente a la
monarquía absolutista en la contrucción del Estado nacional. La Comuna de París fue una
revolución municipal que marcó para siempre el movimiento obrero. La Huelga de AJqui!eres de Glasgow en 1915 fue una lucha de la clase obrera que dio origen a la política de viviendas públicas del Estado capitalista. La huelga de los inquilinarios de Veracruz (México)
de 1922, aunque menos universalmente conocida, fue quizá la müs importante lucha social desencadenada por problemas urbanos que tuvo lugar en América Latina antes de la Segunda
Guerra Mundial. La revuelta de las ciudades centrales norteamericanas en los años sesenta
vino a desafiar a la naciente sociedad «postindustrial», con las viejas exigencias históricas de!
control comunitario y la igualdad racial. Nuestro análisis se basará en !as irwesiigaciones existentes, presentadas en cada uno de los estudios de caso históricos.
A diferencia del punto de vista adoptado en los capítulos siguientes, nos dedicaremos aquÍ
a formular las preguntas adecuadas más que a proporcionar respuestas definitivas. Estas preguntas estarán principalmente relacionadas con la interacción de clases sociales, formns urbanas, roles sexuales e instituciones políticas en la producción simultánea de ciudades y sociedades. Puede ser útil declarar desde el principio que nuestro modelo analítico no presupone
la preeminencia de uno de los factores sobre los otros, sino que examina su interacción y sus
diferentes resultado~ sociales de acuerdo con contextos históricos específicos. Si hay LIn tema
subyacente en el análisis presentado en la Primera Parte de este libro, es precisamente nuestra convicción de que el análisis de clase es un método insuficiente para comprender el cambio urbano a lo largo de la historia. Aunque es preciso respetar la importante contribución
de la perspectiva de un análisis de clase, su enfoque particular debe ser integrado en un modelo más vasto de la causalidad social, capaz de explicar la diversidad de la experiencia huma~
na.
Por último, las conclusiones de los análisis presentados en la Primera Parte sólo pueden
ser provisionales, pues la información en que se apoyan, con ser fidedigna y considerable, no
ha sldo producida para satisfacer nuestros intereses específicos de' investigación. Con todo, examinando la interacción ele las ciudades y las masas populares en una perspectiva histórica, lograremos detectar algunos mecanismos básicos subyacentes en la producción social de la vida
y las formas urbanas.
Introducción
Las ciudades castellanas que se rebelaron en 1520-1522 contra la autoridad real d~ Cá~los V
dieron vida a uno de los más significativos movimientos sociales urbanos de la hlstona. Al
mismo tiempo, fue éste un movimiento ciudadano en pro de la autonomía local, un movimiento social que desafió el orden feudal y un movimiento politico que aspir6 a crear un Es~
tado constitucional moderno.
Nuestro análisis no pretende ser una contribución a las investigaciones históricas existentes sobre este importante suceso ni brindar una explicación sistemática del movimiento. De
hecho, nOs hemos basado en la importante síntesis de Joseph Pérez, La RévoLution des C?munidades de Castilte (1520-1521)1. Otro análisis de excepcional calidad, el de José AntonlO
Marava!! en Las Comunidades de Casti!la'2, ha proporcionado a nuestro pensamiento algunas
hipótesis fundamentales. Nuestro fin es situar los hallazgos de los historiadores ?entro del marco de una teoría general de los movimientos sociales urbanos. No desearno~ !lustrar nuest~a
teoría, sino construirla sobre la base de la experiencia histórica, a fin de evitar la tendencl3.
etnocéntrica implícita en la mayoría de las investigaciones urbanas.
Nuestro principal interés al analizar la experiencia de los comuneros castellanos es determinar los valores, los objetivos y las característícas sociales del movimiento, y comprender su
intento de proponer una nueva forma de ciudad, una nueva forma de Estado y, por ende,
una nueva sociedad. Estamos menos interesados en abordar lo que probablemente sería la
principal preocupación del historíador o del analista político, esto es, las razones de su derro\ Joscph Pérez, La révo!utioll des Comunidades de Caslilfe (1520-1521) (Burdeos: lnstitut d.·Etudes Ibe~jqu:~ et
Ibero-Amcricaines de l'Université de Bordeaux, 1970. Leído en la traducción espaf¡()la actuahzada: Madnd: SIglo
XXI, 1977),
Z José Antonio Maravall, Las Comunidades de Castilla (Madrid: Alianza Universidad, 1979; primera edición, Madrid: Revista de Occidente, 1963).
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La finalidad esencia! de este libro es profundizar en nuestra comprensión de las rclnciones tntre las ciudades y el cumbio sociaL Como se ha dicho en la Introducción, las principales hipótesis que han inspirado nuestro an¡-Ílisis son las siguientes:
1. La ciudad es un producto ::;ocial resultante de los intercs~s y valores sociaks en pugna.
2. Dada la institucionalización de ¡os intereSes socialmente dorninanlcs las grandes innovaciones en el papel, significado y estructurJ de la ciudad tienden el ser el resultado de la movilización y las reivindicaciones de las masas populares. Cuando estas movilizaciones provocan la transformación de la estructura urbanJ, las llamamos movimientos sociales urbanos.
3. Sin embargo, el proceso del cambio social urbano no puede reducirse él los erectos producidos en la ciudad por los movimientos sociales victoriosos. Por lo tanto una teoría del cambio social urbano debe explicar tanto los efectos espaci3Jes y sociales derivados de la acción
de los intereses dominantes, como los resultados de la alternativa de la base popular a esa
dominación.
4. Por último, aunque las relaciones entre las clases y la luchJ de clases son fundamentales para comprender el cont1icto urb,tno, no son, en modo alguno, !a única fuente primaria
de! cambio social urbano. El papel autónomo del Estado, las relaciones entre los sexos, los
movimientos étnicos y nacionales, y 10$ movimientos que se definen a .sí mismos corno c¡uda~
danos, son algunas de las demás fuentes alternativas de! cambio social urbano.
Lo que se afirma según nuestra perspectiva, y lo que revela la investigación empírica, es
que la tecnología per se o la propia estructura de la economía no son la fuerza impulsora del
proceso de urbanización!. Los factores económicos y el progreso tecnológico desempeñan un
i-:
"
,
i.i
I'j
j:
il,
I Véase la crítica de! d~t~nnirlismo tecnológico y economicista <':11 David Harv<.:y. Socia! Jusrice (/11(/ ¡he Ciry (Londres: EJward Amold, 1973); John friedm¡¡nn y Roben WulfL The Urbafl Tra!lSüiOI1 (Londr~s: Edward Amold.
1976); Stephen Gale, ed., rile Manipuiated City (Chicagü: Maaroufa Press. 1(77); Peter Sauoders, Urban Polidcs:
A Sociological Interpretation (Londres: Hutchiosor.. 1979): Michae! Barloe, <:d., Caprive Ciries (Chiches!er: Joho Wi-
389
r
1,
390
¡:,
La ciuda.d y fas masas
papel de primer orden a la hora de establecer la configuración y el significado del espaclO.
Pero este papel viene determinado, al igual que la economía, y la tecnología propiamente dichas, por el proceso social a través del cual la humanidad se apropia del espacio y el tiempo
y construye una organización social, a la que se opone sin cesar la producción de nuevos valores y el surgimiento de nuevos intereses socia!es2 .
Ya hemos examinado en nuestra serie de estudios de caso la relación entre sociedad y urbanización desde diversos ángulos. En particular, nos hemos centrado en la movilización de
la base popular en lo que atañe a las formas y funciones de la ciudad y frente a la política del
Estado en la gestión del sistema urbano. Nuestras observaciones no han sido estrictamente
monografías empíricas. En cada capítulo, hemos intentado ya teorizar la mayoría de nuestros
hallazgos, y hemos abordado un cierto número de cuestiones analíticas para la explicación de
determinados procesos. Y de ese modo, a medida que avanzábamos, ha ido cobrando formn,
de manera semiorganizada, una teoría del cambio urbano, haciéndose particular hincapié en
los movimientos sociales urbanos. Sin embargo, una vez que hemos fundado suficientemente
nuestra principal interpretación en la experiencia histórica, y verificado algunas de las hipó~
tesis cruciales sobre la base de nuestra inyestigación empírica, nos parece conveniente organizar el análisis en una forma más sistt:mática y teórica. Pero, como se dijo Gil la introducción
y se justificará en el Apéndice Metodológico, no nos proponemos construir una teoría formal
cuyos conceptos y relaciones se supongan válidos para todas las sociedades y ciudades, y que
excluya las adaptaciones importantes de su marcO general que pudiera dictar la singularidad
de cada contexto social. Lo que intentamos es aportar una visión general de la interacción de
las ciudades, las socicda(lcs y el cambio histórico, de manera que pueda daborarsc una pcrs~
pectiva fecunda de investigación con arreglo il la experiencia de nuestra labor investigadora.
Por consiguiente, trataremos de situar dicha perspectiva dentro de un marco analítico lo bas~
tante amplio como para apreciar debidamente la riqueza de la experiencia urbana.
Para emprender esta tarea, hemos intentado apoyar nuestra elaboración t.:n el corpus de
conocimientos teóricos existente. Pero, como suele ocurrir con las investigaciones exp¡orato~
rias, hallamos escasos fundamentos que ofrecieran una utilidad directa para nuestro propósito
teórico, a pesar de la existencia de algunos trabajos de calidad excepcional, de los que hemos
obtenido algunas ideas básicas, y que nos han inspirado la prudencia necesaria para enfocar
nuestro tema. Cuando buscamos estudios de cuso sobre los rnovimientus urbanos o la orga~
nización vecinal, hallamos un enorme número de monografías, muchas de las cuales hemos
incorporado a la información empírica básica de este libro" Mas cuando tratamos de explorar
de manera más sistemática la conexión entre las ciudades y el cambio social en las aportacio~
I
!
ley, 1977); Ray Pah!, WhO.l'e Ciry? (H<lrrnonJsworth: Penguin, 1975); Joe R. feagin, eJ., TJI/: Urball Scene: ¡\¡tylh
alld Reali!y (Nueva York: Random House, 2.' edición revisada, 1979); Nonnan Fainstcin y Susan Fainstcin, eds.,
UrDan Poficy <mder CapÍ/alism (13cvcrlcy Hi!!s: Sage, Urbl.ln Affairs Annual Review. 1(82); Michacl Hurto.:: y Eli·
zabeth Lebas, eds., City, Clos:r and Capiw[ (Londres: Edwurd AmolJ, l~tl1, particularmente pp. 83-113. 161-90,
215-60 Y277-3(0) Y G1enn Yago. The Decline oI P¡¡btic 'fmllsil in ¡h.: US l/mi Germany (Mndison: University of Wisconsin, tcsis doctOfU! en filosofía, 19S0. inédita) donde da d ejemplo sorprendent<e: de cómo la polític<l cid transporte
en Estados Unidos y Alemania ha venido determinada por factores sociales y políticos, y no tecnológicos.
:> La crítica de la teoría tradicional del espado urbano ha sido des<lrroHada el1 Castc!!s. The UrbO!1 Qtlestioft, particularmente en los capítulos 5 y 8. q: también ulla crítica m,ís reciente de la antigua tradición en un claro enfoque
sociopolítico de In producdón de! espado. EJward W. Soja, "Thc Soeio-Spatial Dia!ectic>l·. AI1!1(l!s oI ¡he AssociatiOll
af American Geograplters, 70 (1980), pp. 207-25; John r:riedman y Clydc Weavcr, Territory and FunOíO!1: Tire E.vo/wion ol Regional Plal1lling (Londres: Edwurd Arnold, 1(79); Enzo Mingione, Sodal Conflie! ami Ihe Cúy (Oxford:
BasH muckweH, 1981); Chris Pickv<lncc, «Marxi$\ Approaches ro the Sludy of Urb<lIl Polit!cs».::n ln!enwlional ¡()!//'lIa[ oi Urban alld Regional RescaTe/¡, l, 1 (1979), pp. 218-55, e ,Ivan Szeleny, «(Structural. Changes and ~ltcrnatives
to Capitalist Development in the Contcmporary Urbun and Reg!onal System» en huernatlOlUIl ¡Ol/mal oJ Urban alld .
Regional Researeh, 5, 1 (1981), pp. 1-15.
Una teoría del cambio social urbano
391
~es t~óri~as de las ciencias S.OClaJeS, sólo. ~~dimos COntar con unas cuantas referencias, cUyil
cont,nbUClón a nuestro propio marco qUIS¡eramos poner en claro antes de presentar nuestra
teona, que es, a su vez, producto de la interacción de nuestras investioaclones con el inter~
cambio de ~deas y análisis aportados por otros autores de tradiciones inrelectuales diferentes.
Hasta c:erto punto, la precariedad de un corpus teórico de interés para nuestro tema es
con.S?CllCnCJ3 ele nuestra perspcr:tiva específica, que lleva a plantear interrogantes de investi~acl~n que apenas atañían a la tradición sociológica o no solían ser temas importantes en el
am~¡to de los estudios urbanos. Por ejemplo, sabemos que la sociología urbana clásica, organizada en tor~o a la tradición de la Escuela de Chicago, se ocupaba (y se ocupa) más del
problema de la IOtegración social que del problema del cambio social, considerado, las más
de las veces, como causa de desintegración del orden moral establecido. Esta perspec'tiva pued~ entender~e en el contexto del rápido crecimiento urbano y de las transformaciones econó~
mIcas c:penmentadas por las ciudades norteamericanas en el primer tercio de nuestrO siglo.
En esa epoca: l~ aculturación de una clase trabajadora formada, en gran parte, por ínmigrantes, ~ra el pnn~lpal problema social para la estabilidad de una sociedad que trataba de'- des~
cUb:lr ~llS propws reglas de coexistencia en una cultura marcada por la inflexible competencia
capltalJsta.
P?ro e: J e~foque integracionista clásico de la sociología urbana, propenso a considerar el
confl!c.t? socwl como una forma de desviación, ya no es defendible e'n ulla situación en que
la ,gestlon :~tat~l de todo el sistema urbano ha politizado los problemas urbanos, plasmando
aSl .Ia 1!lOvl]¡zaclón ele las comunicladc: locales en una forma nueva y significativa ele desafío
soc:a.J frente a los valores establecidos". En estas condiciones, la teoría p!uraJíst<l de la ciencia
~~htlca desar~olló un nuevo enfoque del problema urbano y empezó a ocuparse de la euestlOn del contlJCto y la protesta, aun Cl.li.mdo tales procesos se considerilban COmO pasos hacia
la n~g,~)ciación ínexor~b¡e que reequilibraría el sistema en un nuevo nivel sin alterar su sustanclil . Pero, como (llec Gal1lson en una de la,s obras c!üsicas sobre los movimientos de protesta norteamericanos:
~ara funcionar debidament,;:. las instituciones políticas plura¡¡stas prcci."an una estructura socia! plUfélItsta ,subyacente
..
t·IpO (P . 6·) ... E-s un Juego
.
.
, )' uno~. V'l!ore'
,
~ (1 e'1 mismo
al que todos pueden ju!!ar. la únic.a regla,el,e ~ntr¡)da es que d grupo contestatario debe acceder a comportarse (p. 9) ... La t;oría p!ur<\llsta esta mtlmamente conectada a la tradición del comportamiento colectivo; est,) es la otra cara de la
?~~{nc~a. :us ~ct~re<; .:~r,l. gr~p~n;. q;IC ~<1rti.cipan. en ~egociacion:s pMa ab:nzar UllOS obJetivós. El proces? Centl di. (it; la püllt¡Cd plUrd!Jsta es el l!ltercdmblO ... Adcmi1s de este tlpO d,~ política esencialmente
raCIonal: one.nta~~. hacia los ~ntercs~s, hay el otro tiro: una política irracional, cxtrembta, que opera
e~l u~ !llve] s!n:b~¡!co con ?bJctos dlstantcs y altamente abstractos. El anülisis de este tipo de política
s~ deja a los pSH.:ofogos socwlcs. cuyos insrrumentos intelectuales les preparan para comprender lo irraCIOnal (p. 133)5.
,~or nuestrll pa:te, hemos desarrollado en obras anteriores una crítica de los supuestos mctafIslcos del paradIgma p!uralista (concretamente, el individuo racional orientado hacia el be.. M<l!lUel ~~<l$tel!s. «-~héorie et idéologie en so<:.:iologie urbaine" en Sociologie.el Sociélés, 2 (1969); véase desarrollQ mas reclcnte ,:n Mlchacl Dear y Alkn Scott, eds., Urbaniztl/iOIl Gnd Vrban Plarming in Capiralis! Sociely (Londres: Methucn, 1981).
.'~
LJ, por
ej~~lp!O,~ en
c':sos clási'.:o$ de !a teoría p!uraJista de la política urbana, Edward Banfic!d y James R.
~llson, Cay Potriles (Cambndge. MU$s.: Harvard Univcrsity Press, 1963); Banfic!d, Tlle Unhe(/ven[v CiIy (Boslon:
Lntle, Br{)~n, 1~7?); Te~y C!ark,.Community Powerand Polilical Theory (New Huven: Yak: University Press. 19(3),
y Ala!} :,-:tshule¡, fhe Cay Planmng Process (!thaca: Cornel! Universily Prcss, 1965).
WJiham A. Gamsoo, The Stralegy ofSocial PrOleS! (Homewood, lllinois: The Dorsey Press, 1975, pp. 6, 9, 133).
392
La ciudad y fas masas
neficio, comO base de todJ la organizacíón social), así como de la f;:¡lacia histórica de considerar el proceso político corno un juego abierto donde Jos actores pueden jugar, y perder o
ganar, sin tener en cuenta (excepto de una manera muy remota) !¡J conexión de las reglas del
juego COn las reglas estructurales y las instituciones de la sociedad 6. Como dice con cierta ingenuidad David O'Brien (uno de los representantes mús coherentes de! análisis pluralista en
el campo de la ciencia política urbana), <da unidad básica de análisis es la persona interesada
en sí misma. La larea primordial del organizador es hallar incentivos para inducir a ese individuo a pagar bienes colectivos no divisibles (esto es, bienes públicos»>!.
En este punto del anúlisis, las socieuaJes han desaparecido, y lo qUe nos quedan son mercados. Pero, debido a las condicionl:s cambiantes de la economía v al necesario reconocimiento de la importancia crecient.e de l.os objetivos públicos o cOlcc;ivos s (cuyo valor, y, por lo
tanto, cuyo precio, son indivisibles), la teoría neoclúsica, en vez de modificar los postulados
filosóficos de la racionalidad persona! y dé la búsqueda del benel'icío cOmo motivos de Comportamiento, prefiere ampliar su irnpcrio aportando un marco explic:Jtivo para los procesos
no mercantiles y colectivos, bajo los mismos $upuestos ahistórict)s de ia competencia del libre
mercado.
La mejor expresi6n de esta perspectiva t-::órica es ~I elegante í1lod,~lo construido por ManCUf Olson para explicar el comportamiento colectiv() en el iibro quc se ha convertido, con razón, en una joya ele la teoría neoclásica de !a cconomf¡j pública: The Logic o)' CoLleclive Action'), Es particularmente interesante en su análisis lo que se ha dado en llamar el dilema del
«aprovechado>:.. (ji"ee-rider). Dice textualmente:
s~ define aquí el bien común. colectivo D público corno cualquier bien de cuyo consumo nü se pu(:(le
excluir <) aquéllos que no io comprnn () pagan. al contrario de lo que ocurre con los bienes no co]ectivl>s.
Sin embargo, los eSlUdiosos ele las rin,lnzas públicas IH\n p,lsm!o por ;;rJt() el hecho oe que el logro de
cualquier objerivo común o la sarisfacci6t1 de cl/alquier ¡meré."} común s(!jfliji"ul/"I q/le (i ese grupo se le ¡lO
proporcio/lado [In bien público () colectivu.. De ello se sigue que la provisión de bienes públicos o CO"
lectivos es. en términos generales, la ¡'unción I'unchlmcntal de las organizaciones. Un Estado es, ante
todu, una organización que propn!"c¡ona bienes públicos a sus miembros, los ciudadanos; v, del mismo
modo. otros tipos de organizaciones proporcionan bienes colectivos a sus miembros .. El 'rniémbro individua! de In grtln organización típica está en unn posición an;j!oga i1 la de la empres~j en un mercado
perfectamente competilivo. o a la del contribuyente ellO respecto al Estado: sus propios esfuerzos no
tendn.ín un efecto apreciable $übre la siwución Jo.::: sU organización. y él puede disfrutar ele todas {as rnejoras logradas por los demás, haya trabajado o no ~n favor de su organizacitSn lll .
¡
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1,
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1, d
(, Cf. una crítica de los supuestos ideológicos de la lGoría pluralista en Castdls. Tlu: Urball Qllesriun, capitulo t l.
También. Castdls, (/l'owards II Polítical Urbnn Sociology" en Micbad Harloc, eJ., Ca{)liVi: Cities. De hecho, 1" ma.
yor parte de los argumentos ya han $ido desarroliado$ en Castells. "Vers une théofie SOciQlogique de la planification
urbaine" en Sociologie da Travai!, ..J- (1969).
7 David O'Bricn, Neighborhood Orgulli,::wioll {Inri {meresl Group Proce.I'.~(~s (Princeton: Princeton University
Prcss, .1975, p. 175).
,~ Véase un análisis de las raíces estructurales de la crecicnt.:: impt)rtancia del consumo colectivo en Jan Gouoh,
The Potirica[ Ecollomy o/ ,he We~rare S/{lIe (Lonures: tvÍ<lcmilJan, 1979); una pGnetrantc presGntación uel C()!Hin~lO
debate ~obre la relación entre el consumo colectivo y los probk1l1as urbanos en Pete)" Saunucrs, Social T/¡eory and
the Urban Qw;slio!l (Londres: Hutchinson, 1981, capítulo 6); una prese!ltacióo de la conexión cntre el consumo colectivo y la política urbana en Castells, "Collectivc Coosumption <lnd UrDan Contradictions in Adv<lI)C(:d Capitalislll)
en L. Lindberg el. at., cJs., Srress ami COl1tmdicriOt/ in ¡Hadan Capitalism (Lexingtoli: Hcath, 1975); una inteligente
crítica de nuestras tesis en Ray Pahl, «C<tsteils ami Collcctivc CO!1sU!nption,', Sociólogy, 12 (1978), pp. 309-15; II
también Roge!" Benjamín, The Umirs of Polírics: Collee/lv!! Goods ond Politícal CJumge in Post-industrial Soeieties
(Chicagü: Chicngo Univcrsity Prcss, 1.980).
<) Mancur 0Is'on, Tlle Logie of Coflectivc Aerio/!: Pu!Jlic Goods ami ¡he Thevry o)' Grol/ps (Cambridge, Mass.:
Hnrvard Univert>ity Prcss, 1965).
10 Op. cir., pp. 14-16.
Una teoría del cambio sociai urbano
393
En otr,¡s pabbras, el '<í.lprov\:chaclo» es el individuo que saca provecho lk lo que hacen
los grupos u organizaciones, mientras reduce ,¡I mínimo su intervención personal. Por eso, el
principal problema par<l Obon y O'13ricn es el de córno pueden las organizaciones inducir él
sus miembros a participar proporcionándoles individualmente incentivos ext.raordinarios.
El problema de Olson no es desacertado; simplemente, está, teóricamente habl<lnuo, en
las antípodas con respecto a las cuestiones que plantcamos en nuestra investigación. Lo que
nos interesa c:s comprender cómo cambian las ciudades y las sociedades en función de proyectus colectivos y de conflictos societaks gcncr~¡dos a lo largo de la historia. A Olson le in~
teresa la manera en que el individuo racional puede beneficiarse ele la movilización colectiva
sin intervenir demasiado en ella. De hecho, e:xisten tres tipos de actores en la historia: la élite
dominante, los creadores de un nuevo orden social y los rentistas de cualquier organización
social. A noúHros nos incumbe la cuestión de cómo y por qué se oponen los creadores a los
dominantes, y dejamos el e.studio de! comporultlliento de los rentistas a los economistas neoel,hicos.
Sin embargo, b mayoría de lUs li,.~óricos pluralistas no planl(;élfl este supuCSlO metafísico
extremo de lél racionalidad (definida en terminos económicos) e individualidad de los jugadores que intervienen en un juego establecido. Es más. los más perceptivos de ellos, C0l110 Mic!1¡¡t::! Lipsky" O John MoHenkopf i .:, consideran que un elemento irnportantc en la transfornl<.¡ción de! sistema po!ílico és b protesta socia!, precisamente el proceso i.l través del cual se
i1lllplfa y, en cierto grado, se modifica el sistema. Desde este punto de vista, la tkxibilidacl y
apertura del sistema se tienen por un rango fundamental, necesario p;.ll"a preservar --empleando los términos de Ga!llson~- la lcgirimidad de las illstituciones y su capacidad de respuesta
para con los nuevos oponentes.
Sin emb<lrgo, con esta perspectiva no se puede explicar la transforma.cíón social sino es a
través ek una modificación gradual de las instituciones establecidas, hipótesis que vienen a rcchazar la m;¡yor parte de las experiencias histórü:;as u . El problema de ::::sta perspectiva, CU<1ndo aborda los movimientos sodak:s en gencn¡j y los movimientos urbanos en particular. es
que los cnt1sidcr¡¡ en función del impacto que pueden ejercer en e! si:stcma político. en el que
se loman por una especie de b<1samcmo en la visión jer3rquica y arquitcctónic<1 de las instituciones políticas. En realidad, el elemento teórico crucial que s~'; ha de destacar aquí es la
distinción de niveles en la organización social entre los movimientos socialés y el sistema po!íticO I <l. El sistcl11i.l político está dirigido al Estado, depende del Estado y forma parte del Estado l ). Por lo tanto. hasta cierto punto, ¡nstitucionaliza aigunas formas ele dominación social
y acepta las rcglas de negociación qUe existen dentro de esas formas l6 . En el otro extremo de
11
i'vltdwd Llpsky, «Prol<:::st as a Politicai
lambién Lipsky.
ReS(lllI"CC>' <:::11
American Politica! Sóencc ¡:<evicw. 62."¡' (1968): véase
I1mll/u: PowO" of r!l(' POOl" (Chicago' Rand McNally.
PrOle.\"{ in Ciry PO{ilÍl.:S: Re/JI Slrikes. F!ol/sing
1970.
i.~ Johll MOlknkopf. The Poli/ies of Ur/l(/!l D,:ve!opmenr in /he Uni/ed Sr(l!cs (Princdon: Princ'::lOll University
Press. 19(3).
1.1 Cl por ejemplo: Th.::da Skocpol, S!l/les ami Social «evolurian)": A CO¡¡¡fHlralive Amt!ysis of Francé'. f{l/ssi,¡ am!
C!tilla (Nueva York: Cambridge Univ(:rsi¡y Prelis. 1979): Alain Touraine. ProduclÍotl de la société (París: Seui!. 1(73):
Maurice Zeitlin, ..:u., Classes, C/as'\" ConfliCl ami (he State (EnglewooJ Cliffs: Winthrop, 1')80); Seymour Martín LipSe(, Polilical Mal! (13altimore: Tbe Johns Hopkins Univcrsity Prcss, 19S1. nueva cdición ampliada): Colin Cl"Ouch y
Alessandro Piuor!lo, eds .. The Rcsurgenu: of Class Conjlin in Europe since 1968 (Londres: Mannillan, 1977.2 vo·
lúmenes).
1,1 Véallse los argumentos pura la distinción en niveles de ."ln3lisis entre los movimientos sociak:s y el sistema político ..;:n Alain Tourainc, La voix el le regllrd, capítulo 5.
u Nicos Pou!untzas, L'éral, le pOUl'oÍl", le socialisme (París: PUF, 1978).
16 Pierre Birnbuum, La logique de l'éllll (París: Fayard, 1982).
Una teoría del cambio social urbano
394
395
La ciudad y las masas
la escala, [os movimientos sociales existen, se desarrollan y se relacionan COn la socicdi.1d civil,
sin estar necesariamente limitados o sujetos a las reglas del juego y la institllcionalizadón ele
los valores y normas domini.1ntes. Por esta razón, los movimientos sociales son las fuentes de
la innovación socia!, en taMo que los ptlrtidos políticos o coaliciones son los instrumentos de
la negociación social. Cuando un movimiento social es, al mismo tiempo, un partido, forma
un partido revolucionario. En tal caso, o se produce la revolución, o el partido sólo es revo~
lucionario en su ideología 17. No hay jerarquía entre los dos tipos ele actores en el cambio so~
cia!. Sin movimientos sociales, la sociedad civil no opondrá una resistencia capaz de sacudir
las instituciones del Estado, mediante las cuales se hacen aplicar las normas, se predican va~
lores y se preserva la propieclad l8 . Sin partidos políticos, y sin un ~istema político abierto, los
nuevos valores, reivindicaciones y deseos originados por los rnovirnientos sociales no sólo se
desvanecen (Jo que, de todos modos, siempre sucede), sino que no culminan en la producción
de la reforma socia! y el cambio institucional 1').
La teoría pluralista adolece, pues, de un Joble dcfcct( 2 1):
1. Tiende a pasar por alto que los actores políticos cstún ancladt)s en la estructura, generalmente contradictoria, de los intereses sociales. Por lo tanto, la teoría no puede tomar en
consideración los :-;esgos de la negociación, los poderes diferenciales en juego y las relaciones
establecidas entre los diferentes actores.
2. Aun cuando el ámbito del análisis pluralista csté separado' de los supuestos metafísicos
de la racionalidad económic,l individual, y las fronteras de! slsterna político se extiendan hacia
la protesta social, el punto de referencia sigue siendo el Estado y la posibilidad de compartir
el poder dentro de una estructura social dada. De ese modo, la teoría pluralista no puede, o
nO le interesa, comprender la transformación de la estructura social y sus valores, y, por ende,
no nos puede aportar una teoría para el estudio de los movimientos sociales.
Esta necesid<lJ de distinguir analíticamente los movimientos sociales elel sistema político
c:-; sólo un argumento teórico, sino también el resultado de las investigaciones reunidas sobre [os movimientos y la política, incluso en Norteamérica. Dice, a c::;tc respecto, Seyrnour
Martin Lipset:
nO
Concentrándonos en la función de la táctica y los movimientos --como algo distinto de los partidos-,
se ha de !legar a la conclusión de que el recurso a métodos ajenos al juego político normal ha desc11l-
9"----fe;i*~~;¿~fj;+:,~~,:I~~e;; en la consecución del cambio durante una gran parte de la historia norV
la mayofÍ<i de los movimientos no han empicado la violencia como tal, algunos de
los cambios importantes acaecldos en la socicd<ld norteamericana han sido el producto de tácticas vio~
lentas debidas a la predisposición de quienes creían defender una causa moralmente justa a tomarse la
ley por su ITmno para hacerla progresar. Con acciones extrema::;, violentas o no, las minorías radicales
17 Cf. el análisis de la rc!ación entre los movimientos rcvolucionMjos y los partidos políticos en Christine BuciGlueksman y Góran Therborn, Le déjl ~·()cia¡"democrate (París: Maspero. 1981).
18 Sobre el reconocimiento de la necesidad de los movimientos sociales autónomos para abrir el camino a la transformación del sistema político, vé<lse el valeroso libro de PielTo Ingrao, Crisi e terza vía (Roma: Editori Riuni¡i, 1978).
19 Sobre las posibilidades y los límites de la reforma socia! en el Estado capitalista, véase Ralph Miliband, 7'he
$tate in Capiralist Sociely (Nueva York: Basie Books, 1969), y Norberto Bobbio, "Esistc una dOtrina marxista deBo
sta lo"?" en Rome; Mondoperaio (mayo 1976); también, Erik O. Wright, Class, Crisis (lnd {he State (Londres: New
Left Books, 1978), y Allan Wolfe, Yhe limits o/ {egitimacy (Nueva York y West Drayton: Co!lier Macmillan, 1981).
20 Para una critica de la teoria plufalistn y una presentación de las contribuciones y deficiencias de las teorías
políticns inspiradas en e! marxismo, remitimos al lector al libro de M;:lftin Carnoy, The Sra¡e and Pofitical Theory
(Princeton: Prioceton Univcrsity Press, 1984).
moralistas han loorado a menudo d apoyO o la aquicscencía de algunos de los elementos rn~s modera~
d~s. que acabaro~ por admitir el hecho de que el ,cambio era. necesario para .¡¡],c~n~ar U~l CI.,;:.r~o grado
de paz y estabilidad. Y, hasta cierto punto, tambi,cl: ha sucedido que I~s part.lda1~o~. ~xt¡el~lst,.lS ~ie u~
determinado aspecto de una cuestión han dado credlto a lo~ ar~umentos que sobr,e el:<) ~resentaban los
moderados. Con frecuencia, los extremistas, ya fueran de lzqUlcrda o de derecha, han ayudado a que
los moderados aprobaran las reformas::!!
Esta distinción de los niveles de análisis es absolutamente crucial precisamente para eSludi"Jf la interacción de lo\:> movimientos sociales con los sistemas político:; pero la mayo~~a.~e
los defensores de la teoría pluralista (a diferencia de Lipset, que proviene de u~a. tradlClOn
del análisis de clase, aunque ideológicamente transformada) consideran los mOVuTllentos S?~
ciales como formas especiales de movilización de recursos encaminadas a pene~rar en el, ~lS­
tema. Como dice Gamson: «En lugar de la antigua dualidad de política extremista y pohtlca
pluralista, hay, simplemente, pOlítíca}}22..,
..
1,
... ,
.. ,
No dcj<l de ser una paradoja que cuando Cramson trata de CritIcar ,(] tradlClOn plur.allstd.
reduciéndola el una verdad a medias2:>, la haga salvar su obstáculo fundamental. al amplrar su
alcance a todas las formas de movilizacíón colectiva de can.ícter teleológico.
/\ná!ogamente, en trabajos de investigación sobre los movi~¡entos sociales en ~,stadsos
Unidos -':'por ejemplo, el de ObcrschaH 24 y el de Robe~ta A~h-:>-:-., se presta<<'H~nclOr: a.~n
fcnómeno quc, en gran medida, ha pasa?o por aJt~) la ~oclologl~ da~i.ca: c.l movl.111len~to soc10ll.
Pero se hace a costa de negarle una rcalIdad propia e mcorporandolo de lllmedIato en el proceso político dirigido fundamentalmente al Estado.
En su introducción a la rncjor colección de cnsayos transcultura18s ele todas las :scuelas
de pensamiento sobre los movi;1úentos sociales Y,la aéción éol~c.ti:a, .¿'~b~l:to ~el.~C~! í::pun1:~
claramente la necesidad de mantener la autonomla entre el analls!s d¡;;: la estructuld. socJaI, de
los sistemas políticos y los movimientos sociales. Y establece l~n<: diferencia import?nte entre
la acción colectiva ((( ... e! conjunto del comportamiento confhctlvo dentro de un Sistema socia!. .. ») y los movimientos sociales (-(comportamiento conflictivo que no ~ccpta los ~o.les so~
ciales impuestos por la::; normas institucionalizadas, anula las reglas.., del ,:~stema ~OlJtlC~ ylo
ataca la estructura de las relaciones ele clase de una sociedad dada>,_6). Solo tom,d~do como
base estas distinciones, podemos estudiar el impacto recíproco de los si:tclTI<1s po!Jt\~os en las
revueltas sociales, la transición de las revueltas a los movimientos SOCiales, ~ 13. rctorma del
Estado, así como la transformación de la sociedad bajo el efecto directo o l11clJrecto de los
27
movimientos sociales .
.
En nuestra esfera de investigación, únicamente Frances Piven y Richard Cloward ?a~ apJ¡~
cado de manera consistente eSta perspectiva al estudio de la formación de los nl0Vlml~nt~s
de protesta y su impacto subsiguiente sobre las instituciones políticas y la reforma socwl-'.
21 S~ymour Martin Lipset, «Why no Sncilllism in the Unitcd $tatcs;¡ en Scwcryin Biakr y $ophía S!UZlIr. cUs.,
Sources of Conremporary Radicalism (Boulder, Col.: Westview hess, 1977, p. 121).
J2 Gam:.;on, Social Protes!, p. 138.
Op. cir. p. 142.
, .. NJ: Prcntice Hall. 1973).
Anthony Oberscha!1, Social COllflicl (I!ld Social Movements (Englcwood Chf!:;,
Roberta Ash Social Movemems in Amalea (Chícago: Markham, 1972).
. .
.
26 Alberto Mel~c~i, «L'azione ribelle: formazione e struttura dei movimcnti socialj" en Me!UCCl, ed., Movnnel1{(
de rivOlla: leorie e forme dell'azione folleNiva (Milán: Eras Libri, 1976, p. 17)...
.'..
2}
2.t
25
<.
27
Alberto Me!ucci, Sisfema polirico, parlili e movimellti sociali (Milán: Feltnnelll, 1976); tambwn Alam TourUl-
ne Produc{ion de la sociifé.
'"'
d fA. Clowa'd,
Po'" P"'i?le's MovemenlS: Why They SlIcceed, How They Foil (Nut:va
~ Frances F. Piven y R'IC hU
,
York: Pantbeon Books, 1977).
Una teoría de! cambio social urbano
396
397
La ciudad y las masas
En lo que hace a la historia social y a los mecanismos de insurgencia y cooptación en Norteamérici1, sus escritos son eSdareccdorc$, pero su teoría es tan simplista. y su sesgo ideológico tan abrumador, que su contribución resulta muy limitada para la construcción de cualquier
teoría sobre las relaciones entre las ciudades y el pueblo. Tomemos, por ejemplo, el Ilutorretrato teórico que aparece al principio de su obra más importante:
El sentido común y la experiencia histórica se combinan para $ugerir una visión sencilla pero convincente de i,¡s raícC's del poder ell cU<llquicr sociedad. Dicho de manera to;>ca ilunqlh;; con claridad, los
que controlan los medios de coerción física y los que controlan los medio;.; de producción ue riqueza,
tienen poder sobre quienes no los controlan. Esto es cierto tanto si los medios de coerción consisten en
la fuerza primitiva de una C<:lst(:\ guerrera como en b fuer:%" tecnol6gica de un ejército moderno. Yes
cíerto tanto si el control d.;; ID. producción consiste en el control dé los s<lccrdotes sobre los misterios del
calendario del que depende la ágricuJtura, como en el control que ejercen los finDncieros sobre el c"J.pital en gran escal<\ dd qUé dependen los medios industriales de prouucción. Como la fuerza coercitiva
se puede utilizar pura obtener el control de los medios de producción de riquez~l, y (:[ control de la riqueza puede utilizarse paré! obtcn~f la fuerZ:l coerciliv,l, ambas ruenks clt.; pozk:r lknc!..::n él unirse, con
el tiempo, en un,) sola das~ gobcrnaoh:. A3imismo, el sentido comLII1 y la eXptriénci;} histórica se combinan también para inoicar que estas fuentes de poder las protege y amplí,1 el uso de dicho poder, no
sólo para controlar las accioneS de homhres y mujeres, sino también rara controlar sus creencias. Lo
que algunos llarrla!1 supaesti"uctura y otrOs cultura, comprende un sistema c!aborado de creencias y comportamientos rituales que del"in0n, para el pueblo, lo que est{l bi..::n y lo que dtú mal. '! por qué; lo que
es posible y lo que eS imposible, y lo.~ imperativos de comportamiento qUe se derivan eh:; esas crccncias 2<J.
Este concepto transhistórico de un sistema enteramente coherente y cerrado de opresión
multidimensional ejercida por una ¿lite unificada distingue dt: manera efectiva los movimientos populares de los prOcesos internos del aparato del Estado. Pero eS.a distinción se torna en
una muralla de China que sólo se puede atravesar mediante los csta!!idos populares no organizados y desintegradores, y ello tinicamente mientras éstos sigan sin e:star organizú.dos y mientras su táctica continúe siendo desimegradora. Incluso en tal . ~s
. condiciones, el sino de los 010vimíentos viene prcckterminado por las etapns de la evolución socia! y el marco político glo·
bal: Pi·ven y C10W;Hd dicen (las cursivas son suyas) que do que logran quienes prOleSratI, si
es que logran algo, es aquello que las circunSUlncias históricas han dispuesto ya que se conce·
da»30.
Por lo tanto, bajo esta perspectiva, la humanidad no es el sujeto de su propia historia,
sino el actor de Ufl3. obra cuyo guión han escrito de antemano (¿quiénes?) y cuya representación terminará invariablemente en derramamiento de sangre y cooptación. No es ésta nuestra
perspectiva y experiencia, ni lo que hemos observado en dkz ail0s de investigación en las ciudades de diversas sociedades.
Sigue en pie esta pregllnta: ¿c6mo utilizar nuestra observación y trabajo para colmar el
vacío teórico que se evidencia cuando buscamos una investigación acumulativa y la comunicación de! conocimiento?
De poco nos sirvió nuestra propia matriz intelectual, la tradición marxbta, en el momento
de aventurarnos en el !llovedizo terreno ele los movimientos sociales urbanos. En lo que hace
111 marxismo clásico, !a gran labor realizada por Henri Lefebvre 31 para reconstruir las principales contribuciones de los padres fundadores en un análisis de la ciudad, revela que éstas se
limitan al estudio de la relación entre la ciudad y e! campo en cuanto característiC<ls de modos
3')
Op. (i(., p. l.
Op. Cit., p. 36.
)l
Hcnry Ldcbvn::, La pensée tnarxis(c el la vi/le (París: Cas!crmun, 1972).
2'l
de prOducción diferentes, basadas en algunos pas~tjes de la ld~o¡o,~í~ a!o~{(~n~J~ y d,c .¡OS, G,ru~~
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,,) t' b· $ '1 ¡·oBeto
de Enoe!s en que este dtdCd lds rdornlds de Id
dns.<;e'··. omprcouen am len e
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vienda del paternalismo sucial burgués y su impresl~nante mOn()gr~lÍld. ~o¡r:r:. a~ C~~lC~CI~~.~l~
de vida de la clase trabajadora inglesa, con un estudiO muy detalladu de. ~ ~~U("J.C .ln/~s 11,.
de Maílchester en 1845 35 . Pero, como dice l._ef~bvre, en url<.i et:lp? ultc.nol se p~f(~~uc:r,~ u;ec~
cierta reducción del pensamiento marxista, Ulcluso para, P:1arxy I:..n~~!s.,>porquc. estos,¡,'lP, _
miados or la urgente tarea de aportar instrumentos teoncos a~ ,mOVll1:le~:o ~b,rero y. ~S,.l?
surreccj~nes popubres, se vieron obligados ;) situar la acumu!í;l.CIOIl de cdpltaJ J !L: dO!TI.lll~lC~~~
~ ·ercida o;· el Estado en el primer plano de 'Su labor com.o ínt~lectualcs re,v~lucl~)nano~,. ;~
J .b' '1 ~te re'p'''cto 1 efebvre: «El ["Jcnsamiento revoluclOnane> se tornara cautdoso, ~Uldd
en c., c'"
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'.., des]"Jlaz'H<l para
' t'lctl'cO Salejl"l perdiendo en el proceso. El tOCO ce su Il1te.res Se
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En cualquier caso, eS¡t reducción produjo efectos duraderos en todo, c~tllC!Z,O. l.~ :c~:)V~,.
el ensamiento marxista sobre los probltnw$ urbanos. Cuando, en Jos UjtHT~OS cl~~?:S ~cse..ntd.'
31:i '--'1' "'·'ntidos diferentes V aun opucstos, llamamos la atenuon ::-,ob!c Ll
¡p b vre 37 V y,t n11'smo
I~e·c
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necesidad éle introducir un análisis del conflicto de clases en el nuevO ~~mDltO .:. os pJ,~ ~­
mas identificados como urbanos, desarrollando. 3.sí el legado de la tC(\1na n:arxIstd, obs~r.va­
rnos, complacidos, la expansión --primero en Fran.c,ia J~ lucgo en otrOs pmse~~ d~ U.IU .lm~
portante labor investigadora en esa dirección. OcurrIO as! no tanto porque nu~:~ro ll~1~1~l!11!t,~
to fuera podtroso () influyente:, sino, más bien, porql~e d momc~to .~ra.~~ro,p!~!,o .. ~t~~> cO~::,a­
dicciones y los conilictos urbanos crecientes en las s.oCledí.1des capltall,st.a::-, ,t~'dl.1;~ddS ¡ ,-quel ,an
una profunda reformulación de las corrientes dominantes en la tN:flil ~rb~ln,d ., .' ,,'
Sin embargo, el marxismo en su conjunto, con algunas e:cep:lOl1c::, atO¡tull.,lda,s, b~1 ~ldO
incapaz de hacer frente a ese desafío dé manera plena, como.l1lte¡¡gentcm:nl~ h~l.l~l~r~~o":jt!(:d~
Petcr Sélunders40 , Frente al determinismo físico de los eco!\:glstas hum<~n~::-" 0, ',lll~.¡ec.llsmo e~l_
tural de la tradición w¡rthiana, los m~lrxisws han respondido, en genera!, redUCIendo la CIU
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, , - . . . , •.
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. j"C1ClÓncn I;-h)$Cú, 193:2;
3,~ K,.H! i'v1ar:: v rri~Jri(:h Engds. Ciddu/vaie a!lwumde (0::>,.;nlO": 0 1::)4)-""6, pr¡,11<;(d pUl! 1,
.
I P 'r·¡ , .
.
é l· ,.'
~"'':'l 'S'l Tite Caman {deolo~y (NU0va York: !ritcrn,Hlt)n:l
UD I~ lcrs.
Parí:;: LeS Editions Soóa!es. 19(2). l:;"( 1\.:101l 111". C.<,
"
398
La cíudad y las masas
Una teoría del cambío social urbano
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11
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dad y el,e,spacio a la lógica de! capitart!. La reintroducción de Jos fae
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las condJClones del capitalismo en el análisis de la urbanización ha si~~r~Ja~conomlco~ baJO
un aspecto harto descuidado del análisis del espacio42 Nc') obst, t
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e para recordar
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"dne,muc1asobrassehanv',
t~d')~~~r~l, aSlor el dogmn,tismo malo?ra~a$ por una atención insuficiente a las realas m¡;~
y.
jde~t~f~~a~! ~s~a~~~~~t~¡:~ ~cetola m,;~~tlgaclón empírica.
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En algunos análisis mels s:tiles, se
, r md::> Importante en la urbanización h
hO
.,
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mente en FrancIa, dItícilmente podría pasar destlpercibido Pero '() , ec, d . 9ue , partlculdfautor " ' "
.
.
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mas ¡Cplcsentatlvo de la escuela marxista ortodoxa .lean Lojkin" el E t' d
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un aparato que satisfacía los intereses 'Únicos dC'la clase dornin'\ntc' '~Ic, a' ' s abO no" e,ra smo
el cap't' I
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. 1 a ,mon~po ¡SUl ,y as!, en consonancia con la pscudüteoría ide'id'l o
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n1 nJsta I~rl~'l.nces para justificar su aislamiento político (la teoría del ca'pI't"'lIP¡'Sn,0 artldo ,~od e Estado'") l' , d' d
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monopo"st"
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era lTI~ram~nte ~l resultado de los continuos esfuerzos de! Est
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f~m~ntar los Hltcreses del capital flllanclero, ya fuese en París45 L o 46
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pltalIsta en "'ene "11 F
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CtU <l es goP d' ,~,~ e, ,,,u. I ~ OCI,llstd.. fas:ie Ouvnere el Socia/-Democratie: Lille el iYlarseille47
or esgrdcld pellel SUS <tutores, este lIbro se publicó en l(h'J so' 1
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Cll~en '~:o _on~as y .}~:)_!!tIC(~S u,rbanas, debidas a.procesos conflictivos entre los actores socia~~s
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~i~nt~s ?~ la nec,~sidad de poner las formas de conflicto ~n relaci6n c~n l:rr~S:'~:I~t~Jr~~~~i~rlls~
eCOnOITlICd, o, dJcI~o de otro modo, de COnectar la estructura de clase con la lucha de
De hecho, mantuv¡¡nos la tensión entre los dos polos sin que pudo i ' ' . , '
clases,
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,.?
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L' .
1~¡et7... f.,e ,capital el SOIl espuce (París: Maspero. 1(76).
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. - el '. ,'.
,.' :.
"
de/~~c~ati,e: .Ulle el Mar.W:¡'lfe (París: Edition~ Socinlcs, 1981). o..: dCrolX, 1rIstJ<ln Mdhleu, Uas.>e Oi/vnere el socialSe;Ja incxncto consi(lcrDf estas observaciones como una rCQcción rersonal COntra {( a',
",
.
te, No solo no he colaborado llunCa con \~l Partido Comunict,¡ ¡;r'ln"e', $'
I P" S l(d!OS errores» por mi parF
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,,' " ... ~, ,lnO que a(CmilS urantc m'· 15 - . >
ran\,;:a os comu~n;tas franceses me consideraron ideológicamente ide:llista y pon' ,
' ,
. . ~s " anos c;n
~~vb~ j~l~;l~~el :~~(:~~~~~ ~c~;:l~(~~;i~íu~~v~;~t~ ~:~~i ~~~1 ~~~ ~e~t;gad,o:e,~ .,ca m ¡~;1 is,tas ,:~,JI~~~lse~~t(;n~~~~; ~~ r~~~t:; ~~~~~
que economicista del urbanismo.
' m,!s SlCmpre he cflllcado de manera abierta su enfo-
399
namente ambos procesos. Escribimos Luttes Urhaines (1973)"~') para llamar la atención sobre
las nuevas formas de luchas sociales que surgían de la ciudad, sin referirnos demasiado a su
determinación por la estructura. social global. Y escribirnos MonopolviLle (1974) con Francis
Godard 50 para mostrar cómo la lógica del capital y el Estado, entretejidos, se hallaban en las
raíces de la producción del sistema urbano, Para demostrar esta hipótesis empíricamente (y
creemos haberlo conseguido), elegimos la única ciudad de ,Francia (Dunquerque) donde ei Estado y las grandes corporaciones (en particular, las de acero y el petróleo) habían decidido
lanzar un gran proyecto conjunto que duplicaría el área urbana y triplicaría su capacidad de
producción en unos cuantos ;:¡ji.os, Pero, cuando intentamos, junto COn un animoso e inteli~
gente equipo de investigaciones, reunir todos los aspectos ----lógica del capital, acción del Estado y formación de movimientos sociales urbanos- de una manera empírica altamente formalizada y sistemática, obtuvimos lo que, a nuestro juicio, es el único gran fiasco que hemos
tenido en investigación empírica: Crise du Logement el Mo¿¡vements Sociaux Urbains: Enquete SlIr la Région Parisienne (escrito en 1974, publicado en 1978)51.. Las razones ele este fracaso, a pesar de la excepciona! ca!ici;:¡cl ele la información que ¡ogr<1mos y de la ínteiigencia de
los investigadores con quienes colaboramos, radica en lo más profundo de la teoría marxista
de! cambio social. Sin duda, vino a empeorar las cosas la pauta de clasificación altamente fornudista que utilizamos para codificar los movimientos sociales, heredada de la anormal fertilízación cruzada entre nuestro inicial paradigma althusseriano y los ¡nétodos de la ;;ocío!ogía
empírica. Pero habríamos podido corregir los instrumentos, e incluso cambiar por completo
nuestrO método, si hubiéramos sido capaces de captar el problema teórico crucial. En realidad, no podíamos t.ener éxito porque tratábamos de conseguir lo que la teoría marxista nunca
había podido realizar, excepto por medio de una solución particular, que fue precisamente la
que rechazamos en esa etapa de nuestra investigación, Nos explicamos,
El marxismo ha sido, al mismo tiempo, la teoría del capital y dcl desarrollo de !J historia
a través del desarrollo de las fuerzas productívas y la teoría de la lucha de clases entre los
actores sociales que pugnan por la apropiación ele! producto y deciden la organización de la
sociedad, ya que <<. .la historia sint.etiza b producción de los seres humanos por sí mismos»5:?,
El leninismo (comprendidos Trotski, Mao y Stalin) i:ú'iadió algunos elementos de teoría del
Estado, pero esta teoría era un subproducto de los dos elementos lx\sico;;: el EstJ.do, o bien
era un instrumento de la dominación de clase, o bien era el resultado de una nueva etapa del
capitalismo (o de un llueVO modo de producción),
El marxismo nunca fue una teoría unificada, ni explícitamente ni en la pr<.\ctica de las luchas políticas. Se enriqueció y desarrolló a través de $U práctica, pero fue también deformado
y utilizado como instrumento de manipulación y, más tarde, como objeto de propaganda ideológica y religión de Estado. Pero, en cuanto corpus teórico, su tradición intelectual y su herencia polttica estuvieron siempre dominadas por estas dos tendencias que Son igualmente I'naTxistas y que incluso pueden hallarse en el mismo autor: las fuerzas productivas como motor
de la historia y la lucha de clases como eje de la historia, No se trata de oponer el joven Marx
(pro lucha de clases) al Marx maduro (centrado en el capital), Rosa Luxemburgo escribió tanto La acumuLación deL capiwl5~ COmo Huelgas, partidos y sintlica(oss"" Tal vez, solalD~nte Lu~9 Manuel Castcl!s, Luues urbailles (París: Maspero, 1973).
Manuel Caste!b y Francis Godard, ivlollopolville: l'entreprise, I'irar, l'ur/.lain (París: Mouton, 1974).
Manuel Castells, Eddy Cherki, Francis Godaru, Dominiquc Mch!. Crisl: dI! {ogemetll el I/lOlIVemelll S()('iü/(."(
urbaillS: emltiele sur la régiOIl parisíelllle (París: Moutol1, 1974).
52 Kar! i'vIiHX y F. Engc1s: 'file German ldeofogy, ótadp por Lcfcbvrc, La pellsée, p, 34.
5.\ Rosa Luxemburgo, L'acctmWllllÍOII du cflpiwf (primera publicación 1912; es la edición, Paris: Maspcro. [967,
2 volúmenes),
$,1 Rosa Luxemburgo, Greves, parfís, syndicats (primera publicación 1909; esta edición, París: Maspero, 1966).
50
51
400
La ciudad y las masas
kacs, Gramsci y la escuela historicista italiana se indinaron claramente hacia la tradición de
la lucha de c!ases S5 , Sabemos, sin duda, que la acumulación del capital incluye la explotación
y, en consecuencia, alguna forma de lucha dc,clases. Pero en la tradición leninista. cuando se
reducen a sus fundamentos, la acumulación del capital y el desarrollo de las fuerzas productivas operan al nivel de la infraestructura (la base de la sociedad). En un nivel diferente, las
clases, definidas por el lugar que ocupan en el proceso de producción, luchan política. cultura! y militarmente por alcanzar el control de la sociedad y reorganizada de acuerdo con sus
intereses.
Pero ¿cómo se establece la conexión entre la estructura y las pnicticas. entre el modo de
producci6n y el proceso histórico de la lucha de clases? Según Marx, mediante la formación
de clases y la conciencia de clase: una clase en sí se convierte en una d<1se para sí. Mas ¿cómo
sucede esto? Marx no da respuesta alguna. La respuesta la dieron Lenin y la Tercera rnternacional: mediante el partido revolucionario. ¿Y por qué es revolucionario el partido?Sb. Porque representa los intereses históricos de la clase trabajadora. ¡,Cómo lo sabemos? Porque
hace la revolución, se aduefla del poder y establece el podu de! proletariado. ¡,Cómo sabemos
que el proletariado estú en el poder? Al principio, duranre un breve tiempo. porque los consejos -vanguardia de la clase trabajadora- se adueñan del poder. M<is tarde, porque aparecen nuevas instituciones estatales para fomentar esos intereses y, a largo plazo. se disolverán. Pero en todos los cusos, la garantía del carácter proletario de los sóvidS en el Estado
socialísw, y la de toda la práctica de la clase trabajadora, es la forma en qUe siguen la línea
correcta de! partido. definida por e! propio partido. Así pues. la c!<l,.::¡e trabajadora es revolucionaria cuando sigue la línea del partido, y las victorias de éste son la verificación de esa línea y de su carácter revolucionario, precisamente porque su triunfo prucb:l que es el agcnk
consciente de un desarrollo históricamente predeterminado 57 . El leninismo se convirtió en
una parte inseparub1c del m,lrxismo, no sólo a caUSa de! triunfo de la Revolución Soviética,
sino también porque únicamente la teoría de! pan ido puede tender un puente entre las estructuras y las pnícticas en 18 construcción marxista. El deSarrollo de las fuerzas productivilS
y la lucha de clases se unen en la acción de una clase explotada. transformada en un partido
que habla tanto en nombre de los trabajadores como del desarrollo ilimitado de las fuerzas
productivas.
Por lo tanto, por definición, el concepto de movimiento social como agente de transformación social es estrictamente impensabk en la teoría marxista. Existen luchas sociales yorganizaciones de masas que se rebelan en defensa de sus intereses, milS no puede haber acto~
res colectivos conscientes capaces de liberarse por sí mismos. La consigna de la Primera lnternacion81, propuesta por Marx (,da emancipación ele los lr,lbnj,ldores fa realizarún los propios trabajadores>}), no .sólo es contradictoria con la prácticJ histórica del comunismo, sino
también con los principios esenciales de la tcorú.l m<1fxista-leninista. Rcfkj<l, en realidad, la
sensibilidad de 'iv'larx y Engels, que eran intelectuales fi~vo!ucionarios, capaces de ver en torno suyo l<l proliferación de las luchas de los trabajadores, conscientt::mcntc orientadas, que
representaban los orígenes del movimiento obrero. Pero para sostener esta posición, tuvieron
que abandonar su darwinismo social y su confíanza en el movimiento natural de la historia
hacia el progreso guiado por los raíles del desarrollo de las fuerzas productivas, a bordo de
55 e_ümo Se ve en e! brillanle lihro de Christinc Bucí~Gluck;¡man, Gramsci el {él(/( (ParíS: F,lvard, 1975),
Desarrollamos la mayor parte de CM,)$ ideas sobre el pape! crucial de! part"ld\) efl la teo¡:¡¡¡ nwrxis!<.l en "L.a
teoría marxista dI.': las clases sociales» en Raúl B<::nítcz er al .. Las das!?s SOcill!!!S en /¡tllérica Lalillll (l'vl¿xico: Siglo
XXI, ¡973); cJ. también la introducción teórica a nue~tr() LlIluchll de c(l/se.<i ell Chi/l:.
S7 el una pcoetn:H1te expüsición de la teoría política marxista en Hal Draper. Karl iHar:r's lJ¡eory oi RevolU/ioll,
volumen L Stafe alld Bareauemey (Nueva York: Monthly Rcview Press, 1977)
Una teoría del cambío social urbano
401
un tren acelerado por el capital. cuya locomotOra estaba a PLlrl[() de ser aborJ conducida por
el prolet.ariado. Nunca imaginaron que el proletariado pudiera preferir las bicicletas a [os trenes y, por lo tanto, nunca aceptaron que la clase trabajadora pudiera decidir su propio destino en términos diferentes a'los marcados por el desarrollo histórico de las fuerzas productivas.
Así PU(;S, el m<1rxismo clásico fue ambiguo con respecto a los movimientos socialcs existenteS: éstos eran la prueba fehaciente de la lucha de clases y de la resistencia contra la explotación capitalista. Y sin embargo, los movimientos tenían que admitir --tal era el argument()---- que nO podían producir la historia por su cuenta, sino, más bien, coadyuvar a la implantación de la etapa siguiente de un desarroHo histórico programado. La ambigüedad de!
marxismo vino a anularla el lc:nini:;;Ino. Por un lado, se ar'íadió, a guisa de posdata, una nueva
teoría del desarrollo desigual para justificar la posibilidad de que el socialismo se abriera paso
en el país capitalista más atrasado, en lugar de hacerlo en los mús üvanzados. Por otro lado,
la emancipación de los trabajadores sería el cometido del particlo, y se degradó a los movimientos sociales al nivel de ((,~spontaneísrno trade-unionista» (Oran Bretaña), o se denunciaron como provocaciones (KronstadL Majno). En cuanto a ¡~l clase trab;ljadora, mientras gozó
de libertad política para expresarse, luchó por la reforma social y por la preservación de sus
libertades, en tanto que sus sindicatos y partidos se integraban en ¡os sistemas políticos (al
menos, éste fue el caso en la mayoría de los países capitalistas dominantes). En terminos sociológicos, el movimiento obrero se institucionalizó (a veces, bien a pesar suyo).
Siendo así. ¿por qué seguir preocupándose por los movimientos sociales? ¿Y por qué por
Jos urbanos? Ante todo. por la experiencia, tanto contemporánea como histórica: mayo de
1968 en FnH1Cí<l: d aullIllllO caldo en las fábricas italianas en 1969; los aríos sesenta en Norteamérica; In. moviliz<1cit'lrl mundial contra la guerra de Vietnam; la resistencia espa?lola contra el
franquismo; el movimiento estudiantil alcrnún; los movimientos de liberación nacional en el
Tercer Mundo; la Unidad Popular en Chile; el surgimiento del movimiento feminista; en todo
el mundo, gentes conscientes han continuado movilizándose colectivamente para cambiar su
vida y proponer una nueva contra quienes desean preservar (';1 antiguo orden. Se han movilizado, en una variedad de contextos l1istóíicos y tstrucrurUs sociales, sin partidos, mús allá
de los partidos. con partidos, contra los partidos y por los partidos. El papel de éstos nO ha
sido una vmiable dIscriminatoria; los fenómenos cruciales han sido los movimientos sociales
conscientes de sí y <lutoorganizados, Así pues, aunque la teoría marxista no deje cabida a
otros movimientos sociales que la lucha de clases históricamente predicha, los movimientos
socialeS persisten: la experiencia era lo acertado y la tc-oría marxista estaba equivocada en
este punto; había que reconstruir la tradición intelectual en el estudio del cambio social.
En segundo lugar, ¿por qué ha de tratarse de los movimientos sociales urbanos'? Además
de los argumentos presentados en la introducción de este libro. recordaremos, simplemenk,
que l<is contradicciones crecientes en el proceso de urbanización, el númerO c<.lela vez mayor
de conflictos sociales relacionados con la política urbana y el embrión de algunas protestas
urinnas po?erosas de los primeros años setenta, nos llevaron a pensar que estaba surgiendo
una nueva lorma de lucha social, convicción que creció porque no deseábamos considerar por
separ~?o el desarrollo de las cOlltradicciones urbanas y el surgimienw de nuevOS actores sociales::>i:i. Por otra parte, comO nuestro interés intelectual ha sido comprender la ciudad en cuanto proceso social, y como en nuestra perspectiva se vincula la organización de la sociedad a
las características ele! cambio social subyacente, intentarnos descubrir los mecanismos que intervcnÍan en la formación de los movimientos socialcs orientados hacia la ciudad, para con-
56
~ll ManUel Castetl~, «Colk:ctive Consumption and Urban Contradieüons in Advaoeed Capitalism» en N. L. Lindberg, eJ., Stress alld Contradicliofl in /vIodern C(lpitalism.
402
Una teoría del cambio socia! urbano
La ciudad y las masas
tribuir al conocimiento general sobre las nuevas formas materiales de nuestra vida sociaL
Contábamos con una ingente cantidad de experiencias y de información para emprender
esta tarea (y una parte de ellas corresponde a la investigación empírica presentada en los capítuloS precedentes), pero sólo disponíamos de una límitada ayuda intelectual. La obra de Lefebvre sobre !a revolución urbana 5\) fue muy estimulante, aunque, daelo el carácter especula··
tivo de su perspectiva filosófica, no aportaba inslrume!llOS de inve:stigaóón. El perspicaz anülisis de Richard Sennettr,o sobre la conexión entre los contextos culturales y las formas urbanas fue ciertamente decisivo a la hora de desarrollar nuestras hipótesis entre el dominio público y la esfera privada, centrando uno de los principales debates históricos que atañen a los
movimientos sociales urbanos. El último libro de lean Remy y Liliane Voye, Ville, Ordre et
Violencé!, fue una fuente de inspiración en cuanto al pape! que desempeña la territorialidad
62
en la organización social. La obra clásica de Neil Smelser Theory oI Collective Behavior ,
nos ayudó a comprender los movimientos sociales como agentes de transformación social, especialmente su capítulo sobre lo que él denomina "el movimiento orientado hacia los valorcs>/>3,
al tiempo que nos disuadió de buscar en el funcionalismo la pertinencia intelectual que. a nucs~
tro entender, faltaba en nuestro círculo althusseriano. La gran obra empírica de Charles TiUy
aportó una ayuda considerable para nuestra tipología de los movimientos urbanos, conven64
cié-'1donos de que era útil el amí.1isis comparativo a lo lürgo de la historia . La aguda crítica
65
de nuestra teoría realizada por Ira Katznclson en su último libro noS proporcionó la base
para el intento de integrar las características generales del cambio socÍi:¡1 urbano y el contexto
histórico en el que surgen los movimientos. Norman y Susan Fainstein, en su obra Urban Politicallvfovement.<,,66, señalaron la importancia del control comunitario, con lo que pudimos advertir su conexión con el tema más general ele la autogestión, uno de los objetivos cruciales
planteados por los nuevos movimientos sociales. John Rex y Robert Moore, con su obra pionera Race, Community and Conffiet 67 , prepararon el terreno para que comprendiéramos las
relaciones entre etnicidad, clase y comunidad. Las continuas observaciones de Chris Pickvanee sobre las incongruencias de nuestros modelos formales para el estudio de los movimientos urbanos nos ayudaron a romper los vínculos finales de nuestra obsesión con el forma!ismo68. El empeño de Jordi Borja en tratar los movimientos urbanos y la estructura urbana en
términos teórícos que fueran compatibleS, puso de relieve la cuestión teórica y metodolóo-ica
que había que resolver ólJ . Nuestro cuidado:>o estudio de la obra fundamental de Kevin Ly~ch
Henri Ldebvre, La r¿vo{wiol) ¡¡rbaíl/e (Pari";: Gallimard, 1971).
Richard Sennctt, The Pul! of Pllblic ivlan: The Social Psycholagy af Capilatism (Nueva York: Alfred ,l\.. Knopf.
1977, Vintage Books, 1978, particu!urmente capítulos 3, 6 y 7): tambi~n Rkhatd Sennett, Fami/ies Agllinsr Ihe Cily:
Midcle e!ass [{omes of Indus/ria! ehicago, 1872·/890 (Cambridge, iv!(l:>;';.: ¡'i;;lfVnrd University Press. 197()
1>\ Jean Rcmy y Liliane Voye, Vil/e, ordre el violence (Paris: PUf. 1981).
62 Neil J. Smelser, Theory of Colleclive Behavior (Nuev:.l York: The Frce Press of Gkncoc. 10(3).
,o',} Dp. cil., capitulo lO.
0-l Cf. Charles Tilly, «MajOl' Fonns of Collectivt Actiorl in Western Europe 1500-1975», Theory al/ti SocielY, 3,
3 (1976), Y pürticu!¡¡fmente el libro de! que se ha extraído este artículo, Til!y. (rOn¡ ¡Viobiliza!ÍolI ro Revo/u/ioll (Rea5')
l:i)
403
n?s. procuró. u~a. base intelectual para establecer la conexión entre el estudio de! cambio hist?n,co ~ el ~lgnlfl.cado ~e l~~ formas urbanas, base que el lector advertirá en todn esta parte 70.
El seml~ano de mvesngaclOn que enseñamos conjuntamente con Claude Fischer en J3erkelev
en la pnmaver~ de 1~8] aportó un diálogo con una tradición diferente de la sociología urb,-lna, lo que llevo a la formulación final de nuestros conceptos 71 .
. :on todo: el. marc? teórico. qu~ hemos tratado de construir es principalmente tríbutario
de Ll obra mas slst.ema~lca y mmuclOsa sobre los movimientos sociales que se haya realizado
nunca, e~ t.oda ~~l ~lJ.s~ona de la .so~¡o¡ogía; !a de AJain Touraine n . A él recurrimos, por ejem~
plo, pard la detJn!CIOn del mOvIl11Jento SOCial como « ... la acción colectiva oro,mizada
medianb
te l.a cual una_ dase~actor lucha por la definición social de la historicidad en un conjunto histón,co dado»7,). P.er~ no vem.os razón alguna (excepto en la coherencia interna de Touraine)
para que un mOVJmlento SOCial esté basado en una relación de clases: o ampliamos excesíva~
mente el concepto de clase, O debemos rechazar la acción colectiva como movimiento social,
pues hay muchas de esas acciones ,-.c;omo, por ejemplo, el movimiento feminista-- que, si~
est~r .basadas en una clase, han aportado contribuciones importantes 3 la redefinición de los
~bJet¡v?s y va.lores de una sociedad. Sepa el lector que nuestra convergencia. con la perspectiva de rour<Hne obedece más a los años de interacción intelectual y de debate sobre su obra
~ue a un recurso a su teoría altamente formalizada y ~)recisamente definida. DirhuTIos, en realIdad, yue empcz¿lmos planteándonos cuestiones similares sobre la sOcledad y los movimient~s ,soclale.~, .y nos servimos (~e su .e.xperiencia en el desarrollo de nuevos conceptos y métodos
para. enf~ca.l un problema, sm utIlIzar verdaderamcnlc su teoría. Por lo tanto, aun dejándonos mflUlr fuert::mentc por el enfoque de los movimientos sociales propuesto por Touraine,
y.' de .manera ma.s g~~eral, ~')~r el elel cambio social, la teoría que elaboraremos en esta parte
Sll1tetJz~nd~ .105 ¡nC]¡ClOS teoncos obtenidos a lo largo de nuestros estudios empíricos, no es
UIHl. ap]¡caclOll d~ la teoría de Tomaine sobre los movimientos sociales ni debe considerarse
com? tal. No qUlcre esto decir que rechacemos la inapreciable enseñanza de Touraine. sino,
s~ncll~amente., que no le hacem{)s responsable de nuestra propia y complicada lectura· de la
hlstona, l~lS. :lUdade~ y la socieond, a la que hemos llegado a través de los gloriosos vestigios
de la tradl:1011 marxls.ta, los métodos de la sociología norteamericana, y un diálo(~o constante
C?l1 urbamstas y planificadores, así como con el deseo de historia que Tourainc n~)s ha infund!do de manera permanente7<[.
,~s ob,vio que disponemo~ d.e un may(~r apoyo intelectual del que al principio parecía para
n~estra labor sobre ,los mOVUTIlentos SOCIales urbanos. Por lo tanto, procederemos a profund.lzar en .Ia exploraclón ele las relaciones entre las ciudades, las sociedades v el cambio histónco, teOle~~o presente la ayuda con que hemos contado, y aceptando, por ~UPllCSto, la plefHl
responsab!lIdad de los resultados.
diM(, Mass.: Addison Weslcy, 1977).
tis Ira Katzndson, Círy Trenches, Urban Polidcs and [he Paui!ming of Clas.\' i/l ¡he United Sw[e~' (Nucva York:
Pantheon Books, 1981).
$ti Norman Fainstein y Susan Faillstcin, Urbarl Politica! MovemetUs: 7he Seanh for Power by MinorilY Groups
in American ('flfes (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Han, 1974),
t,7 John Rex y Robert Moore, Race, Community and Conjliel: A Sludy ofSparkbrook (Oxford: ÜUP, (967).
6$ En particular, Chris PickvllllCC, "On the Study oí' Urban Social Movements», en Pickvance, ed., (}rbaf! Sociology: Critical Essays (Londres: Tllvístock, 1976).
69 lordí Borja, ESJrt¡Clllra urbana y movimientos urbanos (Barcelona: Universidad Autónoma de Barcelona, De-
partamento de Geografía, 1974).
m Lynch, (;ood CUy Form.
;~ En ~uanto
importandll de nuestro diálogo con Claude Fischer,
a:<.I
el su último libro, To Dwel! Amotlg Friends.
- Alalll,Touralnc, La ~()iX el le regard (Pans·. Scuil, 1971)); La socibé invisible (París: S0\1il, 1976); Le motlveme,;~ de, nUIl .ou le cmru:/Ulllsme lIlopiqlle (París: Sc:uil, 196::;); y Sociologie de {'acrio/! (París: Scuil. 1(65).
10uralrlc i La VOIX et le regard, p. 49.
74 Alain Tournine, Vil dó'ir d'historie (París: Stock, 1977).
Las sociedades ~ó!o exis[cn en el tit2mpo y el espacio. La forma espacial de una sociedad est<í,
pues, estrechamente vinculada a su estructura, y el cambio urbano estú entrelazado con la evolución histórica. Sin embargo, esta fórmula c:) demasiado general. Para comprender las ciudades, para devcJar su conexión con el cambio socia!, hemos de determinar los mecanismos
mediante los cuales se transforman las estructuras espacialeS y se redefine el significado urbano. Para investigar esta cuestión, basada en las observaciones y los análisis prcsenwclüs en
este libro, tenemos que introducir algunos dementos fundamentales de una teoría general de
la sociedad que subyace a nuestros i1núlisis. Pero pura poder comidcn.lr eStos elementos como
instrumentos eficaces en nuestra investigación, primeram¡;nte hemos de ser más precisos sobre las preguntas que nos planteamos en ella.
Nuestro objetivo es explicar cómo y por qué cambian las ciudades. Pero ¿qué son las ciudades? ¿Puede satisfucernos L1na definición corno: formas espaciales de la sociedad humana?
¿Qué cL:"lse de formas espaciales? Y ¿cuándo sabemos que son ciudades"? ¿En que umbral estadístico de densidad o concentración de población se convierte en ciudad una ciudad? Y
¿cómo estar seguros de que, en diferentes culturas y en tiempos históricos diversos, nos referimos ¡} la misma realidad social, sobre la base de una población similarmente concentrada,
densamente asentada y socialmente heterogénea? Los sociólogos urbanos, naturalmente, se
han hecho repetidamente las mismas preguntas sin aportar nunca una respuesta p!enilmenlc
satisfactoria j. Después de todo, parece un debüte m,.ls bien académico, demasiado alejado de
!as cuestiones drarnátic<Js que suele plantear la realidad mundial de la crisis urbana. Y, sin
embargo, parece intelectualmente equívoco emprender la explicación del cambio en una forma social cuyo contenido ignoramos o cuyo perfil podría reducirse a una categoría definida
I Suunders, Social Theory; Walton, ,¡{"he Ncw Urban Sociology», 1981; Castdls, «Y a+il UllC sociú!ogic urbaiy «Socio!ogic urbainc»; tam!,ién Claudc Fischer, The Urban Experil:!IIC2 (Nueva York: Hafcourt Bracc Java1976).
406
La ciudad y las masas
por la oficina ele! censo. De hecho, nuestra perspectiva teórica básica obvia la cuestión, al es~
tudiar la ciudad desde el punto de vista del cambio histórico. Expliquémonos.
Empezaremos - 3 riesgo de parecer esquemáticos- con el enunciado más daro posible.
Las ciudades, como toda realidad social, son productos históricos, no sólo en su materialidad
física, sino también en su significado cultura!, en el papel que desempeñan en la organización
social, y en la vida de [os pueblos. La dimensión básica del cambio urbano es el debate conflictivo entre las clases sociales y los actores históricos sobre el significado de lo urbano, la
relevancia de las formas espaciales en la estructura social, y el contenido, jerarquía y destino
de las ciudades en relaL1ón con toda estructura social. Una ciudad (y cada tipo de ciudad) es
lo que la sociedad histórica decide que sea la ciudad (y cada ciudad). Lo urbano es el significado socia! asignado a una forma espacial particular por una sociedad históricamente definida. Para matizar esta formulación, hemos de hacer de inmediato dos observaciones:
1. La sociedad, como más adelante expondremos, es una realidad estructurada y contlictiva en la que las clases sociales se oponen entre sí por las reglas básicas de organización social de acuerdo con sus propios intereses sociales. Por lo tanto, la definición del significado
urbano será un proceso de contlicto, dominación y resistencia a la dominación, directamente
vinculado a la dinámica de la lucha social, y no a la expresión espacial reproductiva de una
cultura unificada. Además, como las ciudades y el espacio son fundamentales para la organización de la vida social, el contlicto por la asignación de determinados objetivos a ciertas formas espaciales será un conflicto de los mecanismos fundamentales de dominación y contradominación en la estructura socia¡2. Por ejemplo, lograr el establecimiento de la ciudad como
centro religioso dominador del campo, es obtener el apoyo material para la explotación de!
excedente agrícola, dando legitimidad simbólica y seguridad psicológica a cambio del trabajo
de los campesinos. O, inversamente, declarar la ciudad espacio libre para el comercio común
y la autodeterminación política es una victoria de primer plano contra el orden feudal. Así
pues, la definición del significado de «urbano» no es la fotocopia especializada de una cultura, ni la consecuencia de una batalla social librada entre actores históricos indeterminados en
algún vacío intergaláctico. Es uno de los procesos fundamentales a través de los cuales los actores históricos (por ejemplo, las clases sociales) han estructurado la ciudad Cün arreglo a sus
intereses y valores.
2, La definición del significado urbano e~ un proceso social en su sentido material. No es
una simple categoría cultura.! en el sentido vulgar de la cultura como conjunto de ideas. Es
cultural en el sentido antropológico, esto es, como expresión de una estructura social, que comprende operaciones económicas, religiosas, políticas y tecnológicas 3 . Si la ciudad la definen
los comerciantes como un mercado, significará ferias callejeras y una intensa socialización,
pero también la mercantilización de la actividad económica, la monetarización del proceso de
trabajo y el establecí miento de una red de transporte para todas las fuentes potenciales
de mercancías y todos los mercados que puedan expandirse. En suma, la definición histórica de lo urbano no es una representación mental de una forma espacial, sino la asignación de
una turea estructural a esa forma, de acuerdo con la dinámica social conflictiva de la historia.
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Definimos el significado urbano como la realización estrucwral asignada COmO objetivo a
las ciudades en general (y a una ciudad particular en la división interurbana del trabajo) por
Una teoría del cambio social urbano 407
eL proceso conflictivo enrre Los actores históricos en l/na sociedad dada. Más adelante veremos
Cómo se estructuran !as sociedades en torno a los medios de producción. Así, la definición
del significado urbano podría variar según los diferentes modos de producción, y según los
diferentes procesos de la historia dentro del mismo modo de producción.
El proceso histórico de la definición de! significado urbano determina las características
de las funciones urbanas, Por ejemplo, si se definen las ciudades como centros coloniales, su
función básica será el empleo de la fuerza militar y el control territorial. Si se definen como
máquinas capitalistas, subdividirán sus funciones (y, a veces, las especializarán en diferentes
ciudades) entre la extracción de plusvalía en la fábrica, la reproducción de la fuet"za de trabajo, la obtención de beneficios en la urbanización (mediante las inmobiliarias), la organiza~
ción de la circulación del capital en las instituciones financieras, el intercambio de rne'rcancías
en el sistema comercial, y la gestión de todas las demás operaciones en los centros de direcci6n de las empresas capitalistas. Por lo tanto, definimos las f~tncione,(Hlrbanas como eL sistema articulado de los medios organizativos destinados a alcanzar Los ohjetivos asignados a cada
ciudad por su siglllficado urbano históricamente definido.
El significado urbano y las funciones urbanas determinan conjuntamente la forma urbana,
es decir, la expresión espacial simbólica de 10$ procesos que se materializan como resultado
de aquél!os. Por ejemplo, si se define la ciudad como un centro religiosü, y si la función que
ha de cumplirse es el control ideológico de los sacerdote;;; sobre la p'oblación campesina, la
permanencia y el rango, el misterio, la distancia e incluso la protección y un indicio de accesibilidad serán los elementos cruciales de los edificios y de su estructura espacial en el paisaje
urbano. Pocos arquitectos creen que los rascacielos del centro de las ciudades norteamericanas no hacen sino COncentrar las tareas de gestión de las grandes corporaciones: simbolizan
el poder del dinero sobre la ciudad mediante la tecnología y la autoconfianza, y son las catedrales de la época del capitalismo corporativo ascendente 4 . Mas cumplen, asimismo, un cierto
número de funciones de gerencia cruciales, y son también grandes inversiones inmobiliarias
en un espacio que ha venido a ser una mercancía en sí mismo. No hay, naturalmente, un retlejo directo del significado y función urbanos sobre las formas simbólicas, pues la investigación scmio16gica ha establecido las complejas derivaciones del lenguaje de la representacíón
formal y su uutonomía relativa en relación con su contenido funcional s . En todo caso, no sostenemos que la economía determine las formas urbanas; establecemos, más bien. una rela*
ció n y una jerarquía entre el signifícado histórico, las funciones urbanas y las fürm~s espaciales. Esto es enteramente distinto como perspectiva teórica. En ciertas formas urbanas, como,
por ejemplo, las ciudades medievales primitivas, el elemento simbólico de la catedral era el
factor fundamental que estructuraba la forma y el significado urbanos. Pero ello obedecía a
que el significado urbano estaba basado en la relación religiosa entre los campesiones, los nobles y Dios, con la Iglesia corno intermediari0 6 .
Por otra parte, las formas urbanas no son solamente combinaciones de materiales volúmenes, colores y alturas; son, como nOs enseña Kevin Lynch, usos, flujos, percepcione~, asociaciones mentales, sistem~s de representaciones cuya relevancia cambia con el tiempo, las culturas y los grupos sociales'. Para nuestra finalidad, lo único importante es úestacar el carácter
~
(1·
Manfredo Tafuri, Progeuo e Ulopia, arc!Úlellllra e sviluppo eapitahwico (Roma y Bafí: Latcrza, 1973);
tan1-
bié~ Tafuri. Teoriae e storia della fJ/'ehitetrura (Roma y Bari: Laterza, 1968).
2 Anthony Giddens insiste en el erróneo olvido en que las teorías de! cambio social tienen a las dimensiones esp:;tcio-lcmporales fundamentales de la experiencia humana en cuanto base material de In actividad social; el Giddens, A Contemporary Critique of Historical Materialism (Londres: MacmHlan y Bcrkeley: Univcrsity of California
Press, 1981, particularmente pp. 129-156).
3 Maurice Gaudelier, Horizonts, trajets marxisles en anthropologie (París: Maspcro, 1976).
) Katherine Burlen, L'image arehileeturale (París: Universidad de París, 1975, tesis doctora! en sociología); también Henry Raymond el. al., Les puvillonnaires (ParíS: Centre de Recherche d'Urbanisme, 1966) y Philippe Boudon,
Sur l'espace archilecllIral: eS~'ai d'epistemotologie de l'arehiteclure (París: Dunod, 1971).
<\ Edwin Panofsky, Gorhic ArchiteCfure (/lld Scholasticism (Nueva York: Meridian Books, 1957).
7 Kevin Lynch, The Image ofrlle City (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1960), y Lynch, Wllat Time ¿~ This Place?
(Cambridge, Mass.: MIT Press, 1972). ,
408
La cíudad y las masas
distintivo de la dimensión de las formas urbanas y su relación con el significado urbano y las
funciones urbanas.
Por lo tanto, d-::finimos Lu forma urbana como la expresión simbólica del sigmjl'cado urba-
no y de la superirnposición histórica de los significados urbanos (y sus forma.'», determinados
siempre por un proceso con/lierivo entre los actores históricos.
En una situación particular, conforman a las ciudades tres procesos diferentes, aunque ¡nterrelacionados:
L Los conflictos motivados por la definición del significado urbano.
2. Los conflictos motivados por el cumplimiento adecuado de las funciones urbanas. Es~
tos conflictos se producen por los diferentes intereses y los diferentes valores, dentro del mismo marco aceptado, o por los distintos enfoques sobre In manera de cumplir un objetivo compartido de la función urbana.
3. Los conflictos motivados por la adecuau¿¡ expresión simbólica uel significado urbano y
(o) las funciones urb,.m<ls.
Llamamos cambio social urbano a la redejinición de! significado urbano. Llamarnos planificación urbana {/ la adaptación negociada de Las funciones urbanas a un significado urbano
compartido. Llmnamos diseño urbano al intento simbólico de expresar un sigmji'cado urbano
aceptado en cierras formas urbanas.
Huelga decir que, del mismo modo que la definición del significado urbano es un proceso
contlictivo, también lo son la planificación y el diseno urbanos. Pero el papel estructural asignado a una ciudad por y ti través del conflicto social motiv8do por su significado, condiciona
las funciones yel simbolismo mediante los cuales se cumplirá y expresará dicho pape1.
El cambio social urbano condiciona todos lo::; aspectos de la praxis urbana. Por lo tanto,
la teoría del cambio social urbano sienla la base para cualquier otra teoría de la ciudad.
¿De dónde proviene ese cambio? Y ¿cómo :;abemns que existe un cambio'?
En este punto, lo fundamental es rechazar cualquier sugerencia de que exista una dirc<>
ció n predeterminada del cambio urbano. La historia no tiene dirección; solamente vida y muerte. Es un conjunto de drama, victorias, L1enoras, amor y pesar. alegría y dolor. creación y
destrucción. Contarnos ahora con la posibilid<ld de gozar de las experiencias humanas mús profundas, así como con b de estallar en un holocausto nuckar. Podemos hacer la revolución
con el pueblo o desencadenar las fuerzas del tenor re-lolucionario contra el mismo pueblo.
Así pues, si admitimos que debe abandonarse la ideología anticuada del progreso hU/nano natural, hemos de proceder de análoga manera con el cambio social urbano. Al hablar de cambio aludimos, pues, simplemente, a la asignación de un nuevo significado al ámbito urbano
O (l una ciudad determinada. ¿Qúe significa nuevo? Por un Indo, la respuesta es específica
para cada contexto histól"Íco y para caela ciudad que hemos observado, pero, por otro lado,
la respuesta guarda relación con una evaluación más general y teórica de la transform3.ci6n
socia1. En consecuencia, debemos avanzar un tanto en nuestra exposición antes de resolver
esta cuestión clave.
Sin embargo, cabl~ extraer una conclusión importante de nuestra definición del cambio social urbano: su evaluación está libre de valores. No queremos decir que el cambio sea mejo*
ramiento, y, por 10 tanto, no necesitamos definir lo que es el mejoramiento. Como ya hemos
señalado, nuestra teoría no es normativa, sino histórica. Deseamos comprender cómo ocurren los procesos que para la mayoría de los diseñadores urbanos humnnistas, como Allan Ja~
cobs y Kevin Lynch, serían positivos para el bienestar de nuestro entorno. Aunque, en general, convenimos con sus criterios, nuestra finalidad no es definir lo que es la ciudad buena.
Más bien, es comprender cómo se producen el bien y el mal, el cielo y el infierno, los ángeles
Una teoria del cambío social urbano
409
y demonios de nuestra experiencia histórica, (y, según nuestro. impresión, es probable que Jos
demonios sean más creativos que los ángeles).
El cambio social urbano sobreviene cuando uno de los cuatro procesos siguientes (todos
ellos conflictivos yen oposición con uno o varios actores históricos) produce un nuevo significado urbano:
l. La clase dominante en una sociedad dada, dotada del poder institucional para reestructurar las formas sociales (y, por lo tanto, las ciudades) de acuerdo con sus intereses y valores,
cambia el significado existente. Llamamos a esto renovación urbana (en el caso de las ciudades) y reestructuración regional (en el casO del territorio globalrnente considerado). Por ejemplo, si el South Bronx es deliberadamente abandon<1do, o si los barrios italianos de Boston
se transforman en una ciudad-sede. o si algunas ciudades industriales (como Buff,t!o, Nueva
York) se convkrttn en almacenes para las minorías desempleadas. tendremos otros tantos casos de renovación urbana y de reestructuración regionill.
2. Una clase dominada realiza una revolución parcial o total y cambia el significado de la
ciudad. Por ejemplo, la revolución cubana desurbaniza La Habi.lna,'{, o los trabajadores de
Glasgow, en 1915, imponen la vivienda como un servicio social, no como una mercancía\).
3. Un movimiento social forja Su propio significado sobre un espacio dado en contradicción con el significado estructuralmente dominante, como es el casO de 10s proyectos feministas descritos por Dolores Hayden l'J .
4. Una movilización social (no necesariamente basada en una clase social pürticular) impone un nuevo significado urbano en contradicción con el significado urbano institucionalizado y contra los intereses de la cJase dominante. Es en este caso en el que empleamos el concepto de movimiento socia! urbano: una acción consciente colectiva, orientada a la transformación del significado urbano institucionalizado contra la lógica, el interés y los valores de la
clase dominante. Según nuestra hipótesis, sólo los movimientos sociales urbanos son movilizaciones orientadas hacia lo urbano que inducen el cambio social estructural y transforman
los significados urbanos. La hipótesis simétricamente opuesta a ésta no es necesariamente cierta. Un cambio socia! (como, por ejemplo, la dominación de una !1Uc;va clase) podría o no cambiar el significado urbano: tal es el caso de una revolución de la CL.1sc trabajadora que mantiene el papel de una ciudad en cuanto emplazamiento de! aparato de un Estado centralizado
no democrático.
En este punto de nuestro análisis, es necesario esclarecer algunos dc nUestros supuestos
sobre el cambio social para poder establecer vínculos mús específicos entre el cambio de !as
ciudades y el cambio de las sociedades. Esta tarea requiere una breve y esquemática incursión
en el azarOSo terreno de la teoría general del cambio social.
H SUS¡l!l Eckstein. ,,"[he De-J3ourgeoiscrncnt of C\lban Citi..:;::>" en ¡rving L. Htlrowitl:. d., ellball COlr/IlIl./rlnism
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y Joseph Mcl!ing. ed .. HOllsing, Social Poliey arul rhe Stat/! (Londres Croom Hclm, 19i::(0)
lO Dolores Haydcn, Tlle Gran! Domestic RevolulÍo!!: A HiStory of Feminist Designs for American Homes, Neigh"
borhoods, and Ciúes (Cambridge, Mass.: MIT Press. 1981).
),.: ,
El significado de la ciudad nO lo producen arbitrariamente un actor social determinado ni un
conflicto indeterminado entre muchos actores. El propio proceso de la definición social y el
resultado de este proceso dependen de la estructura de la sociedad y del modo particular de
desarrollo histórico de dicha estructura. Por lo tanto, debemos introducir algunos conceptos
elementales que nos permitan situar nuestro análisis del cambio urbano en un contexto más
amplio de una teoría del cambio social. Se ha de señalar, empero, que esta construcción teórica no puede verificarse aquí y que su utilidad obedece exclusivamente al hecho·de que los
temas y proyectos sociales observados en el cambio urbano que hemos estudiado se refieren
explícitamente a los valores, intereses y proyectos conflictivos que aportan el marco básico
de nuestro esquema analítico. Así, al presentar este esquema de una forma sistemática,
tratamos de esclarecer aún más la explicación, sin ceder a la tentación ya rechazada de presentar una teoría social global, cuyo fund3mento no puede ser suficientemente sostenido por
nuestros conocimientos actuaics de las estructuras sociales y de los procesos históricos.
Con todo, sabemos lo bastante como para poder afirmar que todos los procesos humanos
parecen estar determinados por relaciones de producción, experiencia y poder. La producción es la acción de la humanidad sobre la naturaleza (esto es, sobre la materia y la energía)
para transformarla en beneficio del ser humano obteniendo un producto, consumiendo parte
de él (de una manera desigualmente distribuida) y acumulando el excedente para una futura
inversión, según objetivos socialmente detcrminndos. Experiencia es la acción de los seres humanos sobre sí mismo dentro de la multidimensionalidad de su entidad biológica y cultural.
Poder es el resultado de las relaciones entre los seres humanos sobre la base de la producción
y de la experiencia. Con arreglo a esta base, los seres humanos establecen entre ellos relaciones de poder que crean y organizan las sociedades.
Por lo tanto, la historia y la sociedad (a las que realmente se llega a través del mismo proceso) se forman mediante una articulación de la experiencia, la producción y el poder. En las
sociedades conocidas, la experiencia está básicamente estructurada en torno a relaciones en411
412
La ciudad y las masas
Una teoría del cambio social urbano
tre l~s sexos] (en las qUe el maséulino domina ui femenino); la producción est{¡ organizada en
rel~clones de clases (en que los no productores se apropian de! excedente de lo~ productO[es-); y el pod~r e~tá fundado en el Estado (el monopolio institucionalizado de la viokncia
aseg~ra I~ dO!,TImélCJón ele los detentado,res del poder sobre sus súbditos:», La forma panicular
~or la que los no productores se apropian del excedente, esto es, las relaciones de clase defmen un modo de producc~ÓIL Por ejemplo, el capitalismo se define por la separación e'ntre
los productores de los medIOs de producción y por la apropiación por el capital de I()· 11' l·).
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"e proc UCClon y :,e la. tuerla de tra~ajo de los proc!ucwres, 10 que obliga a éstos a proporCiOnar a los proP.letanos de. !os l~edlOs de producción su fuerza de trabajo a cambio de una
p.ane de su propia prOdt!CClOn. Es de este modo como el capital puede organizar la produccIón y estructurar la soclt:dad para reproducir las condiciones sociales que favorecen sus Inler~ses y rCi.:lzan sus, vi.~!ores. La formación del capital y el trabajo y, por lo tamo, de las rela~lO.ncs s?clales capltaJJsta~. n,o,fue el resultado ele 1;1 tecnología ni e!..:: ninguna necesidad tcon?m!ct1: hl\:: el dcsenlac~ l:lstonco de la capacidad de la burguesía para CGHlst"ruir su hC~t..'rnoy aSln1!lar a los señores l'cuda!c:s.
rcvnlucionar
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lfHa socIal,
'derrotar
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Jordwar a los cal.npesmos y expandir su dominación colonial sobre el íllllndo. Cada nuevo
modo de ~)roducclón es el resultado del esfuerzo victorioso ele una Hueva clase por rcoq;¡nizar la soclc~lael en torno a la reproducción estructural de sus propios intereses y v<llorcs~, En
co.n~c:~encla, cada nuevo modo de producción establece nuevas formas de explotación y dommaClOn que desencadenan nuevas formas de lucha de clases.
, "N~ pl~d~~~o~ em~r~~1de: aquí ~J aná¡isiS,~le la secuencia de Jos modos de producción y de
su ,--,:t¡CUldClOn co.n la d: lo~ ,mod.os
relaclOn entrc los sexos, particularmente porque eS demasiado vaga !~ JI1vestlgaclOn hlstónca de que disponemos sobre algunas úreas del mundo,
S,olám:nte ~!Iudlremos en ,l~uestro análi~is 8 los dos modos ele producción existentes en el pcno~~ ,de ~u~s,tr?, observ~,:cl~n: y: Col: realrdad, sólo ln.ltaJ:emos de la dinámica del modo ele producclOn CapHd~¡sta, put::; es d UI1ICO que aparece domlJlnnte en nuestra investioación. Pero
d,adas las rel,:clones mundiales establecidas en nuestra escena contemporánt:a, ckbcmos refe~
flrnQS al moOo de ,produc,ci~n alter:lativo y coexistente de carücter estatista que predomina
en los llamados pa~~es SOCl.]J¡stas·'¡. Entendemos por modo de producción estatista un sistema
en que la aproplaClO!1 del excedente de los productores esuí basada en la dominación 'política
~e un aparato (~e Estado: cont~'olado, a su .vez, por una élile autorreproductora que cuenta
con el monopolIO de la vIOlenCia y los medIOS de información. Sin duda, el Estado está prcs~nte en el modo de pr~ducción capitalista, pues ejer~e una importante función represiva y
t~cnde a representar lo~ mt?reses de la clase capitalista). Sin embargo, bajo el capitalismo, el
Estado expresa la dOm1l1<1C1Ón de clase, mientras que en el socialismo, es la base de !a nueva
,e·¡,,'·f",·,n·l·'·'
~ Flle ésta hl gran aport,lción teórica de Marx y Engels a la hiswria dd conocimiento humano
.' En este C,ISO, M~lX Weber es el padre fundador de nuestra cOlllprcn.~ión del pape! ilutónO!1l(; y c¡,uó'!! del
tado en la estructuración de la sociedad.
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Es.
una exposición documentada de! nuevo modo de producción ~u]"<1ido C'l los ¡bmados P'lÍs" '0 . 1" t
Ru~()!f Bahro, L'(!úéJ"!Ju{ive (París: Stock, 1979),
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.' Góran Th~rborn, IV/wt does tfu: Rulillg C/ass do Wh{!!l il Rules? (Londr..;s: New Lefl Books 1(77). CI . ()'·f'
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le ¡sca /"1,lIS O die Slme (Nueva YOrk: Sl. Manm's Press, 1973), y Erik O, Wright, ClC/ss, Crisú and {he SWte (Londres' New
Lcft Books, 1978).
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Lo e / · /.
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dominución de clase l,. Corno ha sucedido en loebs ¡as transiciones, el modo de producción
estatista 7 ha sido el resultado de la lucha de clases entrc los tn.lbajadores y los explotados,
entre el capital y el trabajo. En la lucha entre el capital y el trabajo, el proletariado no vino
a ser la nueva clase dominante. Concuerda ésto COn una tendencia histórica general: por cjem[Jlo, los campesinos del orden feudal no se convirt.ieron en los nuevos amos tras su lucha contra los serlOres feudales porque el Estado absolutista medió en la transición y abrió el camino
para que la hurguc:.>ía impusiera un nuevo modo de producción;.}. Del mismo modo. los partidos y los ej¿rcitos (esto es, los.comraestados dispuestos a convertirse en f::stados) de origen
pro!t::tario y campesino ocuparon e! primer plano de las nuevas épocas históricas, proporcionando desarrollo económico y redistribución social al precio de la represión política y de la
manipulaci(Sn ideológica.
Hay otro concepto crucial para la comprensión de un marco analítico: el 1110du de desarrollo'). Se ((lnfunde a menudo con el modo de producción, pero debe distinguirse cuídadosamt:lltc, pUl:S ,\parccc en otro nivel dc las relaciones sociaics. Se refiere a la forma particular
en que Jil fUcr'~(l de trabajo, la materia y la energí:¡ Se combinan cn c::1 trabajo para obtener
el produclo 1 Ciertamente, el trabajo está vinculado con las relaciones (de clases) sociales,
pero, adem;:ís de 1,\ forma en que se apropia el excedente, también es importante comprender
cómo se incremel1({¡ el excedente. Una vez mús, rehusamos reproducir toda la historia de la
humanídad sin una base empírica suficiente. Sin embargo, tenemos que expol1t:r la diferencia
entre los dos modos de- desarrollo que se han puesto de manifiesto en nuestro campo .de ob~
servación, y d,~ cuya existencia poseemos ya pruebas adecuadas.
Existen hoy dos modos de desarro!!o: él industrial y el informaciona!. En el caso del modo
de desarrollo industrial, la productividad (es decir, la unidad adicional de producto por unidad dc insumo derivada de la inversión) proviene de un incremento en la cantidad de fuerza
de trabajo, materia y energía, () dt: un increment.o de Jos tres elementos. En el modo de desarrollo inforrnaciol1aJ, la productividad estú basada en el conocimiento, y proviene dt:: los métodos de organización resultantes de combinar los tres elementos de producción, Dicho de
otro modo, la productividad depende de In capacidad de predecir las relaciones entre las características c!t.::: los elementos y su recombini1ción en el proceso de producción i ¡. Cada modo
de desarrollo define una nueva categoría socia! dominante (que eS!"J aliada él la clase domi·
nante y depende de ella, pero posee un formidable poder de negociación gracias a sus conocimientos técnicos particulares). La industria engendra gerentes, esto es, controladores de organizactóncs, La información engendra tecnócratas. es decir, controladores de conocimien!).
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psicoan¡¡Jítica (FreuJ) lksI.CubriÓ el p;"!pd crucial (Iue desempcfl;"!n las rehcion':> 'l'l" I '> . , I
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:on ünnaClon e ': cx~)crlenc¡a human? y en la estructur,) de la personalidad. Pero, al pasar por alto la dominllción
qll~ lo~ hOl~h~':S qC~C¡~ln.:~()bre la.~ n:ujeres, no pudo c~tabkccr la conexión coo el anülisis de! cambio social, has!:)
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" Giürgy Küllrad e ¡van Szelcnyi. T!w {lHe/!c(lIIIl{S on 1111:' f?oud ro Uass POW('r (Nuc'/a Ynrk: Harcollrt lhace
Jovanovidl. J(70)
, Hcnri Lefebvrc.. f)e r¿W! (París: EditiollS 101!8, ¡Y7ó. ~ vülüménó;).
s e'f. un;! exposición sobrc el lérn¡l en PtCrry Anderson, Lineages of Ilw Absol/llis{ Slah' (Londres: Ncw Ldl B()()ks,
1\J74).
') r::mpkamo~ aquí la dis¡indón entre ltlodü de producción y modo de desanollü aproxim:ldamenté según Ia~ pau·
tas ~ugeridas p~)¡" T,)urail1c. La voix er te n'gurd. p. 133 Y sigukntcs.
10 Puede verse una diseu:-;ión provcehosa de las cDndiÓünes generaks de la articulación ..;ntfe <.'Ilergía e infünnació n en el proceso de trabajo el1 Jacques Att,!!i, La purole 1'1 {"ollti! (Pari:>: PU¡:', 1976)
11 CI una ci<::rta diSC\lsión hÜsica sobre la evolución de las fuentes de productividad ..;]) Roben Solow, "Technicn!
Changes und [he Aggregat~ Production FUllction". Review of Ecot1omics alUi Statislics (agosto 1957); Edw¡trel F. De·
nison, Acco/illring /or SloweJ" Eco!lomic G/'OlI'th (Washington DC: The Brookings institution, 1979); J;:tcqlles Anuli,
La l10llvdlc ¡;("()!/omie FrUI!{"UIsC (París: Flamm(1fion, 1978): Larry Hirschorn, Towwd a Poli!ica{ Economy o/ (he Service Sociel)' (Bcrkcley: Ins!itllle of Urban :md Regional Developmcnt. documento d..; trabajo 229. 1974); Victor
Fuchs, Tlu:Service Eco/1omy (Nueva York: Columbia Univcrsity Press. 1(8); Richard i\lcicr, Scienci:'and ECOllomic
Deve!opment (Cambridge, Mass.: MIT Prcss. 1956) y Lester C. Tllurow, "Thc Productivity Problem», Technology
Review, 83,2 (1980).
414
La dudad y las masas
ton. Los modos de producción y los modos de desarrollo conllevan principios de funcionamiento que se imponen como objetivos sociales estructurales. y éstos, a su vez, se convierten
en su razón de ser. Así pUeS, el capitalismo está orientado hacia la maximización del beneficio, esto es, al aumento de la cantidad y proporción del producto apropiado de! valor excedeme, basándose en la propiedad de los medios de producción. El estatismo está orientado
hacia la maximización del poder, vale decir, hacia el aumento de la potencia del aparato político, para imponer los objetivos que éste se asigna a un número cada vez mayor de sujetos,
y para profundizar en el control de sus niveles de conciencia. El industrialismo está orientado
hacia el crecimiento económico, es decir, hacia el aumento de la producción total. El infor ..
madonismo está orientado hacia el desarrollo t.ecnológico. 0, dicho de otro modo, hacia la
acumulación de conocimientos.
Todos estos objetivos que definen organizaciones, sociedades, imperios y medios de producción y reproducción no los origina accidentalmente algún acontecimiento ni los impone inexorablemente alguna ley férrea de la evolución tecnológica. Son productos materiales de la
especie humana, una forma de materia que viene a ser distintiva a causa del interminable desarrollo de las funciones simbólicas, comunicativas e informacionales del cerebro humano. A
resultas de esta capacidad mental, nuestra especie redefine sin cesar la,') formas sociales de su
vida y la relación que establece con el complejo de materia y energía. Por lo tanto, los objetivos que definen los modos de producción y los modo$ de desarrollo son el resultado de la
acción consciente de actores históricos que establecen relaciones de producción (frente a otros
actores) y técnicas de producción (frente a la materia y la energía) que sirven 11 sus intereses
y valores. La manera en que aparece un actor histórico particular y en que surge un modo de
producción es una cuestión histórica a la que se ha de dar respuesta mediante la investigación, y no por referencia a alguna ley general de combinación entre una colección finita de
elementos estructurales. Lo que sabemos es que este cambio histórico es conflictivo y tiene
Jugar dentro del marco de las luchas y crisis provenientes de un modo de producción existente. Sin embargo, el nuevo modo de producción no será la imagen simétricamente inversa de
la antigua, sino el producto histórico de clases y actores sociales que luchan entre sí atendiendo a las relaciones estructurales que las hün enemistado, guiadas por los valores y proyectos
generados dentro de cada actor por las condiciones de su experiencia, las de su producción y
de su poder. ¿Y las clases dominudas? Estas viven, resisten, se rebelan y tratan de hacer revoluciones. Cuando alcanzan el éxito, desaparecen como ciase para generar una nueva forma
de relación social o una nueva dominación de clase, generalmente if'npuesta por un sector de
la antigua clase dominada, o por un instrumento de! proceso revolucionario. His,óricamente,
no sabemos de ninguna revolución en que las clases dominadas hayan logrado disolver la existencia de la dominación de clase o siquiera obtener para sí la nueva posición dominante.
Sin embargo, no podemos excluir la posibilidad de que ello suceda. Porque excluirla nos
llevaría a la metafísica de una ley general del desarrollo humano que es incompatible con la
investigación científica. Puede que existan un día sociedades sin clases, pero el resultado de
ello sería el fin de la historia, aunque no el fin de la humanidad. Al contrario: si podemos
hablar de hecho de sociedades prehistóricas, de sociedades cuya principal tarea colectiva consistía en sobrevivir frente a la naturaleza, también cabría hablar de sociedades poshistóricas,
cuya tarea colectiva, dentro de una relación comunal, sería apropiarse de la naturaleza y explotarla, tanto hacia el exterior (materia) como hacia el interior (nuestra propia experiencia
interna).
12 Jolm K. Gnlbraith, The New Industrial Stale (Bo$ton: Houghton Mifflin, 1967) y Alfrcd Chundler, The V¿~ible
Hand: The Manageria! Revollllion in American Bussiness (Cambridge, Mass.: Hurvard University Press, 1977).
Una teoría de! cambío socia! urbano
415
Con harta frecuencia, se ha rechazulÍo esta perspectiva tildándola de utópica. Mus si admitimos la premisa de que las socíeclades SOn producidas por una combinación ele objetivos
culturales dictados por los actores históricos con los instrumentos técnicos obtenidos mediante cada moclo de desarrollo, tenemos que admitir la posibilidad de que exista tal sociedad poshislórica como resulladu proyectado de las nuevas luchas. Si observamos el surgimiento de
actores históricos (no necesaria ni exclusivamente de las clases dominantes) que reclaman el
predominio del valor de uso sobre el valor de cambio, reconOcemos ~n ello un r~to p~ra el
capitalismo, al igual que resultaría desafíado cualquier otro sistema onentado haCIa la Inversión y la generación de excedente'. Si los actores históricos reivindican la autonomía. la autooestión como principio de decisión colectiva, queda socavado el modo de producclOn estatis~a, pero también cualquir forma de Estado. Si el modo de producción informacional permite la automación de la mayor parte de la producción, comprendida la agricultura, y se apo~
ya tanto en la íntima relación entre el prouuctor·cicntífico y el proces.o de trabajo, c~)mo en
la comunicación y cooperación entre los productores, y en la estrecha Interdependencia entre
producción y consumo, no hay duda de que existe la ba:)e técnica por alcanzar los obje.tív~s
culturales de los nuevos actores históricos, que están orientados hacia el valor de uso e lI1clJnados hacía la autogcstión. El cumplimiento de estos objetivos no es, pues, utópico; es una
lucha histórica, el desenlace posible (aunque improbable) de una tcrri.ole batalla en la que las
empresas. multinacionales y los imperiOS-estados estarán dispuestos a todo para detener el p~o­
ceso, incluso él hacerse la guerra o hacer estallar el planeta, no tanto para alcanzar una V1Ctoria imposible como por mantener a sus súbditos ocupados en la tarea de matar o hacerse
matar.
Son éstas las huellas que deseamos encontrar en nuestra observación de la redifinición del
significado urbano. No quiere cito decir que se den particularmente en las ciudades o en el
debate sobre las ciudades: existen por doquier. El cambio histórico actual es multiclimcnsional, como lo SOn las fuerzas que reproducen y conservan el sistema. Si estos es cierto. si se
ha entablado ya una nueva lucha histórica para cambiar Jos objetivos de la sociedad y, por
tanto, de las ciudades, deber.íamos poder encontrar los signos de esa transformación fundamenta! en la reconfiguración de las formas espaciales. Como ya sabe el lector, hemos hallado
sÍntoma$ dispersos del proceso, aquí y allá, en diferentes formas y con diferente fortuna. EstamOs ahora inmersos en el proceso de reunir todos esos fragmentos de! espejo de un nuevo
mundo en el que quienes tienen la esperanza y la fuerza suficientes quisieran ver refleja90 ~I
rostro de sus hijos. Pero antes de empezar a reconstruir el rompecabezas, tenemos que anadlf
algunos nuevos elementos fundamentales sin los cuales el espejo daría una imagen deformada
0, más probablemente, nunca brillaría a la luz de la historia.
.
.
. Qué relación auarclan con el cambio histórico descrito la dimensión de la expenencJa y
é
e
.
I
su dinámica b<lsica, esto es, las relaciones entre los sexos? De hecho, lo que caractcnza a a
historia humana es que, además de la dominación de los hombres sobre las mujeres, la propia
relación de los sexos ha estado determinada, en su contenido y evolución, por relaciones de
producción (la posición de clase del sexo masculino) y por relaciones de poder (rebclo.ocs familiares impuestas por el Estado). Y así, las rebeliones de las mujeres, como se h,l VJsto e~
nuestra exposición histórica de las luchas urbanas en la Primera Parte, se producían en ~l nIvel en el que su participación activa afectaba a las luchas de cl~es y de poder: las mUjeres
se movilizaban por las necesidades de sus familias. En cambio, en nuestro campo de ob~er­
vación contemporáneo, uno de los principales cambios socioculturales es la conexión creCiente entre las luchas de las mujeres y una conciencia feminista; esto es, con el movirnie.nt? d~s­
tinado a superar la dominación estructural de un sexo por el otro. Según nuestra blpo~esls,
este fenómeno fundamental forma parte de una tendencia histórica más amplia: el cuestlOnamiento de la jerarquía que ordena entre sí las relaciones de producción, el poder y la ex pe-
y
416
Una teoría def cambio social urbano
La ciudad y fas masas
rienda. Dicho con más precisión: surgen nu~voS movimientos sociales que tratan de establec~r e~ dominio de. la experi~n.cia sobre. la producción y el poder, en vez de adaptar la cxpenCOCla en las mejores condICIOnes posIbles al marco estructural creado por la producción e
impuesto por el poder. En este .sentido concret~, la. redeflnición del significado urbano para
destacar e! valor de uso y la calidad de la expenencla sobre el valor de cambio y la centralj~
zaci60 de la gestión está históricamente vinculada al tema feminista ele la identidad y la co~
municación, a pesar de lHS divisiones ideológicas y los obstáculos de organización. Tal es en
nuestra hipótesis, la conexión entre el nuevo pape! que desempeñan las relaciones de los' sexos y nues1.ro enfoque para la comprensión de! cambio histórico.
Aún tendremos que introducir un último elemento básico en la exppsición de nuestro esquema teórico subyacente: las culturas, las nüciones y su expresión institucional en la forma
de estados. En una abrumadora proporción de la historia humana, las sociedades se han desarrollado en gran parte aisladas en diferentcs regiones de! planeta, y cuando han entrado en
contacto, o ha sido a un nivel supcrfj~;¡a¡ (sobre todo a través de intercambios comerciales ocasiol1<lks), ,) en la forma destrucliva de conquista, sumisión, asirnilación o exterminio. Así
pucs, aunque los modos de producción, los modos de desarrollo, las relaciones entre los sexos
y las relaciones de poder nos ayudarían probablemente a comprender el desarroHo de la ma~o~ía de !as soci~dadcs histó.ricas, .su combi.nación en una sociedad determin<lda fue siempre
llOIca, como lo fueron su eXistenCIa en el tiempo, sus luchas y, por Jo tanto, los actores his~
tórlcos que surgieron en cada s.(~ciedad o CO~j~l:ltO regi~nal de sociedades para crear e impo~
ner.un nue~o 1:10clo de produ~cJOn. ~na tradlCJOn marXIsta se sirve del concept.o de formación
socIa.! .rara 1~~jlcHr que cualquler SOCIedad dada es la combinación de diferentes modos de pro~
dUCClOD, y t!l,terentcs etapas de .l,ID modo, bajo .el d~min!o de uno de ellos u . El concepto llama la atenCJon sobre la compleJIdad de cualqUlcr s!tuac¡ón particular y nos recuerda que los
modos de producción son modelos simplificados cuya dinámica varía de acuerdo con el contexto histórico.
Sin embargo: sería cquívOC(~ abordar el pro~lema .s?lamente bajo este enfoque, pues una
vez que una SOCIedad dada esta estructurada, SI ¡¡drl1!t!mos que la combinación que subyace
a su estructura es única, también lo serán su evolución, su dinámica, sus luchas y su cambio.
Por lo tanto, no nos hallamos ante formaciones sociales, sino ante procesos históricos. Esta
especjfici(~ad, produce culturas históricamente ddínidas en el sentido antropológico. Las culturas (~n lnterac~ión con los modos de prodLlcción que expresan) generan naciones, es decir)
c:)munldades, socIoculturales que comparten la aceptación de valores e instituciones, por en~
c¡¡na de las lmeas del sexo, la ciase y el poder!'!. Por supuesto, las culturas v !as naciones cxpresarú.n también esas dominacion:s ejercidas p~r la clase, el sexo y el Estado, pero serán un
subconjunto de ese grupo de relaCIOnes, subconjllrlto en el que un grupo humano hallará au~
toreconocimiento a través ele unas pautas ele comunicación que le son propias. Cuando una
nación viene a ser políticamente soberana, forma un Estado lS . Los estados se forrnan también en virtud de relaciones de poder al incorporar a otras naciones t6 . Por lo tanto la historia
produce nación-Estado y, además, el Estado-naciones, esto es, un Estado que unifica políti~
u NiCO$ POlllantz¡¡s, Pouvoir POliIÜ¡Ue etl.:/lIsses sociales (París: Maspero, 19(8).
I~ Cf. la obra de Anúunr Abde!-l"V!¡I!ek para restablecer el pape! autónomo de las CU!tuf<lS nnc¡onale~ al definir
el rumbo dc! dcsarrollo histórico. ef por ejemplo Abdcl·Malek, Idéologie el renaissallce Ilalionale: !' Egyple moderne
(París: Anthropos. 1969) y Lv. pensée arabe conrem{)oraine (Pnrís: Seui!, 1970). Véase una exposición documentada
de la iiteratura sobre las naciones en Jos0 Ramón Rccalde, La constmccióll de las naciones (Madrid: S¡"!o XXI, 1982).
!SCf· Ch<lr!es Tilly, «Retkctions on the History of EurOpCfl!l Statc-Mnking» en Ti!ly, ed., The Fo""rmalion of NaliollaL States in Weslem Europe (Princeton: Prineeton University Press, 1975, pp. 3-84).
16 Gcorge Hallpt el al., Les manistes et la quesrion ¡¡ationale: etudes el texres 1848-1914 (París: Maspero, 1974).
417
c<lmente varias nacioneS dentro de las mismas fronteras polítíci.lS. Cuando las culturas no se
convierten en naciones (es decír, cuando permanecen fragmentadas no sólo política sino también socialmente), forman grupos étnicos. a algunos de los cuales se !lama grupos raciales,
por rebatible que pueda ser el concepto de raza l7 . Las relaciones de poder no sólo se di.lll
entre el Estado y la sociedad, sino también entre los propios estaJos, mediante la guerra y
la conquista.
A lo largo de la historia, las culturas y las naciones han sido íncorporadas por la fuerza a
fronteras de un Estado que ha preparado el terreno para una sociedad n"lultiétnicn. mu!ticu!tural y multinacional. Además, culturas e individuos han tratado de escapar a la opresión y
la pobreza emigrando a nuevas sociedades, donde han formado subgrupos sociales, cuya dinámica es fundamental para comprender el c<lmbio histórico de nuestro mundo. Como nos
recuerda Katznelson lB, sin una comprensíón de la diversidad socia! de los contextos nacíonales, nO puede hacerse análisis alguno de las luchas sociales y de los movimientos sociales. Pero
esa diversidad no puede ser la guía principal de nuestra investigación, pues de otro modo Seríamos meros coJt;ctmes de: una infinita variedad de contextos singulares de la historia huma~
na. Tenernos que establecer el potenciJl, las estructuras y los temas del cambio histórico en
un modo de producción dado y en un cJctcnnin~I¡J() modo de desarrollo; sólo entonces seremos capaces de evaluar los proyectos y desafíos planteados por los Il!}CVOS actores que aparecen en la eScena social, con el fin de determinar si Jo que hacen es anticiparse a la historia
0, sirnplcrnente, expresar sus obsesiones.
Lü diversidad de culturas y relaciones de poder erHre los estados introduce un rasgo de
primera magnitud en el lTIundo que observamos. El modo de producción capitalista cst6 hasado en un sistema mundial, como desde hace mutho nos vienen diciendo Fenwnd Braudcll'l.
e [nmanuel Wallerstein::w. Este proceso ha dominado desde el principio la dinámica del sisterna y ha trascendido !as fronteras de los estados naclona!és. Además, como hemos dicho en
la Parte 4, la intcrpenetración de las economías y las sociedades se ha aCekri.H.lo enormemente en las últimas décadas 21 . El moJo de producción capitali:-;ta y los modos de desarrol!o industria! e inforrnacionai están diferenciados terrirorialmente e integrados en el arÍlbito !llun~
elial de una manera asimétrica. No sólo existe un núcleo y una periferia, sino también una
serie de niveles en esas interrelaciones, niveles que se desplazan ele vez en cuando y de una
dimensión a otra: la relación núcleo-períreria no es la misma en el campo de la energía que
en el de las finanzas, la producción aut.omovilística o la investigación sobre mícroclectrónica 22 . Vivimos, pues, en un sistema mundial org<lnizado en torno a unas relaciones de dependencia entre ¡as sociedades 23 , y en una dependencia de geometría variable según la nación,
<;t
:7 En la critica de los SUpll<::stos ideológicos dd concepto dc r~l;:a. ~eguin\()s la tradlciún dt.: ("laude Lévi,Str;¡uss.
¡~ [ra Katzndson, Cüy Trew:hes; y I3lack ."den. Whire' ('tries: !{lIce. Poflrie\". mal iHigratÍOII in ¡he Ul1lúd Su¡[e.\·.
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(París: Arnwnd Colin. 1949); traducción inglesa. ¡he ;Heditcrranellf1 <lml Ihe·Medilt>r((l/l(:all Wr;r!d in ¡JI(! /Ige 01 Philip /I (Londres: Cüllins, 1972-3.2 volúmenes).
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~I
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1.'2
ln0
'
Cj. St<::phen H. Hymer, The Intem(lliOf/ul Opermio!l of i'vfl/{!i!l(/!Ío/lal FirnlS (CambridglC. ¡'v!;¡ss.: MIT PrlC;\S.
-
23 En la perspectiva definida por Fernando Hcnriqu0 Cardoso y En'lO Faletto. f)e.wrro!/o y dependencia en ;imé~
rica Latina (México: Siglo XXI, 1(69).
418
II
!
La ciudad y las masas
el tiempo y la dimeosión en que aqu¿JJa se considerc. Como las relaciones de producción están integradas en el plano mundial, mientras que la experiencia es cultural mente específica y
el poder aún está concentrado en los estados nacionales nuestrO mundo existe en un espacio
tridimensional cuya dinámica tiende a ser desarticulada. Los estados nacionales de las sociedades dependientes sODIos elementos clave para evitar la desintegración, pero solamente con
la condiciÓn de que moviliccn (y, en caso necesario. construyan) sus naciones para imponer
nuevas relaciones al centro del sistema.
Por eso, en nuestra observación del cambio hístórico hcmos de tomar en consideración un
nuevo reto social de primera importancia: el de las relaciones de poder establecidas entre los
estados. Este desafío, expresado en términos de desarrollo nacional contra crecimiento capi~
talista mundial, nO sólo amenaza al poder de los estados dominantes, sino también las relaclones de producción capitalistas en las que se basan estos estados. La impugnación de la dependencia que supone un proyecto de desarrollo nacional está creando u·na nUCva relación entre los estados nacionales dependientes y sus clases populares, relación a la que, empleando
un térrninG clásico, hemos denominado populismo y cuya dimensión urbana es, según señalamos, un elemento fundamental del proceso político.
Este desafío obedece a tres motivos diferentes: en primer lugar, a la resistencia de las culturas nacionales contra la dominación extranjera; en segundo Jugar, a la movilización socia!
originada en la periferia del sistema por la nueva expansión del modo de desarrollo industrial;
y, en tercer término, a la nueva relación de poder establecida entre los superestauos que COI1trolan los dos modos de producción que compiten en el mundo de hoy: capitalismo yestatismo. El tercero es, por supuesto, el elemento principal, que da pie a la resistencia creciente
de ros estados dependientes contra los que ocupan el centro del sistema capitalista. El capitalismo intenta ampliar su base de beneficio, si es necesario mediante la imposición militar
de la libertad de elegir en el mercado. El estatismo trata de incrementar el número de sus
súbditos, tanto COmo reacción defensiva contra e! capitalismo, como en cuanto expresión de
una lógica social en la que intenta sustituir con la dominación los fracasos de! desarrollo tecnológico. Por esta rivalidad, los estados nacionales dependientes enfrentan a una superpotencia contra otra, tratando de mantener su sendero autónomo en el angosto borde entre la SumÍsión y la confrontación por cuenta de los grandes poderes.
Para resumir, la pauta del cambio histórico en nuestra época la manifiestan, por un lado,
los actores históricos que se oponen a las relaciones de producción dasístns, las relaciones de
la experiencia basados en la división entre los sexos y las relaciones de poder del Estado.
Pero, por otro lado, esa pauta está también marcada por el hecho de que, por primera vez
en la historia, los nuevos actores históricos 0n potencia tratan de impugnar el papel determinante que desempeñan las relaciones de clase basadas en la producción en las otras dimensiones fundamentales de la estructura socia!. Los nuevos estados emergentes reclaman .una redefinición del poder en el ámbito mundial, en la que se establezcan nuevas relaciones de producción. Los nuevos movimientos sociales emergentes reclaman la preeminencia de la experiencia humana sobre el poder del Estado y el beneficio capitalista. En el centro de este nuevo triángulo histórico, puede hallarse el ojo del ciclón: dos modelos de producción mutuamente excluyentes, dispuestos a manipular los nuevos estados y a sofocar la experiencia huma.na para transformar todas las nuevas fuentes de vida en armas mortíferas COntra el imperio
rival.
Este es el contexto histórico de luz y tinieblas, de esperanza y temor, en que se están produciendo nuevas formas espaciales e inventando nuevos significados urbanos.
Basándonos en nuestra comprensión del proceso del cambio histórico. podemos emprender
ahora .la er:~lor3c¡ó.n d.e.. sus relaciones con las funciones y form;]s urbanas y, por lo tanto, con
la producclOn del slgl1lbcado urbano. En las publicaciones recientes de los estudios urbanos.
se acosH.:mbra a utilizar la fórmula según la cual el espacio es la expresión de la sociedad. Tai
persp~ctJva. con ser una re,acción s.aluclab!e contra el detenninismo tecnológico y el empirismo mIOpe (j.ue con harta frecuenc!a predominan en las disciplinas académicas relacionadas
c~)n el espacl.o, es claramente una formulación insuficiente del problema, y, a la vez, un enunc1ado demaSiado vago.
. El espacio !lO es --en contra de lo que otros puedan afirmar- un reflejo de la sociedad,
s,l.no una de, ¡as dimensiol.1es matet:iales fundamentales de la sociedad, y considerarlo incJepenOlentcmcnte de ¡as relaclOnes SOCiales, aun con la intención de estudiar su interacción, equiv?!e ~ sep~rar la naturaleza de la cultura y, por ende, a destruir el primer principio de toda
clencl.a socJaI: .que la materia y la conciencia están interrelacionadas, y que esta fusión es la
esenCIa de la ?lstoria y?e la ciencia. Por lo tanto, las formas espacia!e;, --al menos en nuestro
planet,:- seral: pr(:ducld~\s por la acción hUlnana, al igual que todos los demús objetos, yexp.r~saran y r~aj¡zuran los Illtercses de la clase dominante de acuerdo con un modo de producc~on determll1ado y un modo de desarrollo específico. Expresarán y materializarán las rela~.Iones de poder del Estado en una sociedad históricamente definida. Serán realizadas y conf:guradas po~ la dominación de sexo y por la vida familiar impuesta por el Estado. Al mismo
tlem~o, .las tOf1~a~ espaciales venddn marcadas por las resistencia de las clases explotadas,
l~s SU?dltOS opnmldos y las mujeres maltratadas. Y la obra de este proceso histórico cOntra(J¡c~ono sobre el espacio se consumará en una forma espacia! ya heredada, producto de la histona y soporte ~e .nuevos in~ereses, proyectos, protestas y sueños. Por último, surgirún, de
vez en vez, mOVImIentos socJales que se opondrán al significado de una determinada estructura .espacial y, ~n consecuencia, ensayarán nuevas fun¿iones y nUevas formas. Tales son los
mOVImIentos SOCIales urbanos, agentes de la transformación urbano-espacial, el cambio social
urbano en su grado máximo.·
.
419
420
Una teoría de! cambio social urbano
La ciudad y las masas
No podemos utilizar aquí el modelo analítico pr,,)pucSto para explorar L1 producción delas
formas espaciales y el significado urbano a través del tiempo y de las cUlt,u,ras, Pero, podemos
introducir en la exposición algunas tendencias recientes de !<.t transformaclOll de Ia,s f:)rmas e$~
paciales que subyacen a la producción del lluevo significado urbano por los mOVlTnJentos soci~lJes urbanos.
Sabemos CjLlC los intereses dominantes de! modo de pro~~cción c,:p.italista, du:?nt? su ~o,~
delo de desarrollo industrial, llevaron a una rccstructuraciOll dramauca d~! terTlt~)flO y ,1 l.d
asignación de un nuevo significado social a la ciudad. Cuatro procesos soclOespaclales expl!can esta transformación:
1. La concentración y ccntraliz,-lción de los medios de producción, las ur:idac!es dírige.ntcs,
la fuerza de tr<lbajo, los mercados y los medios de consumO en una nueva torma de la gIgan.
,
.
tesca y compleja unidad espadal I!,Hllada úrciJ. melropolitana!.
2. La especialización de l<l locnliz,lción espacial con ar:'cg~o a .1:)s~lntcreses llGl cap!üt! y a
la cf!GlCi;¡ de la producción induslria!. ..:;! transporte y la lli:';tnbuclon-.
.
....
3. Ll Il1cfcantilización de !u propia ciudad, tanto a través del mercado InnlObll¡,l,nO (l!l~
c!uida la especulación t.k:1 suelG) como en sus áreas rcsidenciaks. que provoca. por ejemplo.
la irradiación suburbana con el fin de abrir mercados de la construcción y del transporte, y
crea una fOrn1<1 de unidad doméstíca ideada para estimular el consumo individuaJizüd(y';
4. El supuesto busieo d~ que la realización de este modelo d~ clesarroll:) .Illctropolttano
precisaba la movilidad de la población y los re~urs?s, desplazándolos adone,le h:cl:r~~l: falt~ ~':,ra
maximizar los beneficios. Fueron COI1$CCUeI1Cl<.l dlrecta (le C$tc supuesto Id 1111gl.dClon mdsl"~,
la destrucción de las comunidades y las culturas regionales, el crecimiento reglO!1<:l,1 ?esequl~
librado, el desajuste espacial entre las disponibilidades físicas y la necesidad cl~ vIvIendas}
servicios, y una espiral autogenerativa de creCi¡:lient,o urbano q:lt~, excedía los IÍlmtes d.~ j~l eflcada colectiva v mermaba los requisitos espaclo-temporales mlnl!1H)S para el I11,Hltenll1llento
de las pautas cl~ comunicación humana,-I.
Este modelo condujo a una crisis generalizada en yuanto a vivicndn, s~rv¡cios y c~)ntrol
social, como hcmo~ indicado y analizado en otro lugar). La acción :m~r~n.d!da por e! E,stado
para abordar la crisis urbnllil llevó a una po¡itií:ación creciente de! tlpO llllela] de mOVlm!cntos
urb'Jnoso.
.
La respuesta de los intereses dominantes de un sistema dado a una crisis c:structu.r<ll ~lem­
pre ha sido doble: por un bdo. poHtica -represión e integración (tal, fue ~a expc:lcnC,Ia en
todos los pais.-::s cnpit:a!islas entre !960 y !l)SO, con resultados diferentes segun las sltuaclOnes
I (1. Petcr Hall. 7he WorEd Cilies (Londres: Weidenfield alld Nicolson. (966); ~'!alj, cd.~ Ewope 20()r) (Nue,va
l' U'
,,1) ress,
,., Il\7"),
(')tis D . DUnC'\D
el al. ¡Y1elro!)ofis ami Re¡;lon
(Baltunore: Johns
HopkW$
York: C'¡) 1umJ¡¡\
!llVcr~1 v
ot. I ,
< ,
e
,
.,
',1'
1'",/)..¡-,
') V[)' "vid
l"'hrvev
"Th(; Urban ¡>rno::ss
Under Capitalism». l!1Ié!'!wlio/wl Joamll! oj Urban ami
n¡Ver:;1
y
ress,
u
'
"
.
U
Re"íonal Research, 2.t(1978). pp. 1()!-32.
~!. Cf. ABan Pred, Cily.Sy,Henl.\ in Advi/!/i;ed EcOnomie,,: hui ~;rowlh. Presml Processc! :I~.!d F/IIIIf: De~e{()pn:e~¡1
')'
(N ueva Yor':
k JOlll
1 Wil'v
Llbor. PlMultma(pt¡()JIS
c.' J977) y Robért B . Cohen
~
, "lhe New IntérnalJonal "Dlvl!'lon of
i U'
.
¡ion al COrpN<lliOIlS and Urban Hierarchy" en ivlichad DCDr y Allen Scott, eels .. (}rballlZ{ltlOn mu roan mmmg,
pp. 287·31.5.
.
."
dC' l'
C
,'''TI'C''cofth'
) Cf. David Harvey. ,,'file Polítical Economy (~t Ur:)at1l1.at¡o~ In.Advanc~
apltu 1St oun nes. se ,$
1;:
US» en Urban AjJilirs ;\tlllwd l~el'l{M (Bcverly Hdl!': Sage PublIC,lflon, 197.))..
.
• ,
4 el h ·ol.cciÓn de ensayos editados por Larry Sawyers y William Tabb, lV1arxum at~d Ihe ,l¡fel/'Op~h~ (Nucva
York: ÓU'p~ ];77); B;lrry Blucstonc y Bcnnett Harri$On. Capital mul Commwlitie.\' (Washington, OC: lile Progrc-
sive AUiance. 1980).
5 Manuel Caste!!s, Crisis u/baM y cambio ,¡ocia! (Madrid y Méxíco: Siglo XXI, t981),
6 Manuel C¡¡stells. Ciry, Class and Power, .
421
socialcs)·~; y. por otro lado, tecnológica --·'desplazamiento de los mecanismos hacia nuevos
sistemas de gestión y nuevas técnicas de producción--·, Así pues, el modo de desarrollo ín~
forrnaciona! creó las condiciones para une) nUeva reestructuración de una forma espadal en
crisis y. al mismo tiempo, necesitaba nuevas condiciones espaciales para su plena expansión 7 .
El principal impacto espacial de la nueva tecnología, basada en la revolución gemela de los
sistemas de comunicación y la microelectrónica, ¿s la transformación ele los Jugares espaciales
en flujos y Cé¡na!cs, lo que equivale a la producción y él consumo sin ninguna forma localiza~
das. No sólo se puede tra llsmitir la información dcsde un emisor individual a un receptor individual a través de la distancia, sino que ademús el Consumo también puede individualizarse
y tranSfOf1l1'df::;e en el intercambio de una imagcn de televisión por cable por el número de
una tarjeta de: crédito cO!llunicndo por teléfono. Técnicamente hablando, los centros comerciales ya est(¡1l anticuados, Sin duda, ir de tiendas es algo más que comprar, pero la disociación de: !as funciones económicas y simbólicas lleva a diferencie)!" su forma espacial y, potencialmente. ,l l<l transformación de ambas funciones en flujos no esp<1ciaks (el entretenimiento
Ci.\:-;cr() !Tlcdi,lntc illlúgenc:-; y drogas; la compra mediante anuncios y onknaclores personales
cüncctadt)s al teléfono')). Hay cuatro límites, desde el punto de vista de la clase dominante,
a esta tendencia hacia la «dcsJocalización)} de la producción y el consumO.
1. Una c!l()rme cantidad de capit<l! se h8!la en Clctivo fijo en las gigantescns concentraciones creadas por dicha clase dur811te la fase precedente. Manhattan o la City de Londres no
pueden eliminarse tan fácilmente COmO el Sourh Bronx o Brixton!lJ.
2. Hay que preservar y mejorar algunas instituciones culturales, tradiciones históricas y
redes interperson<lles en los escalones superiores de las élites gobernantes, porque el capital
supone capitalistas, gerentes y tecnócr;:¡tas: esto es, la gente eS~i.í definida y orientada cuJturalmente, y ciertamente no está dispuesta a convertirse también en tlujosll.
I:~¡ proceso espacial que la das.-:: dominante ha proyectado para abordar estos dos problemas es un dispositivo bien conocido: la renovación urbam1. Consiste é5ta en la reh,1bjjiwción.
revilalización, mejoramientO y protc:cción de un espacio !imit'ado y exclu~ivo de residencia,
7 el jobn Mollenkopf, '{he Nor/h-easl (/m) ¡he SOtll/¡- Wes/: Palhs lOlVard Ihe Pos/-Industrio! Cit.v, ~n Georg..; I3Uf"
chel! y David Listokin, eds .. Cilíes Under SlreSS (Pistaraw'lY. NJ: Rutgers Univcísily. Ccnter of Urban Policy Re$carch, 11)81),
:; Una evolución que había previsto, hace muchos años, Richard iv!ei-.;r. /\ Cpnunu/JicariOtl ]'/¡Mry (Jf Urbllf1
Growlh (Cambridge. Mas:L; MIT Press, 1962).
,) Alvin T<.>ffkr, de una lTlaner:\ un tanto s\lperfkíal aunque penetrante. ha pt>Plllari',wdl> esw~ temas en su bes¡
seller The '/1zird Wave (Nuevá York: Wi¡¡innl Morrow aod eo .. 1980). Figur:;¡ una buena y stncilln descripción de las
nuevas lccnologias en curso de elaboración en Adam Osborne. RWl!ling Wi/d: '[he Ne:a ¡!ldUSlria! Rl!vo{¡/{ioll (Bcrkeky: OsbornélMcGrilw Hi!1. 1979); d, tambi¿n Ji.HneS Martín, Tefmwtic Sociefy (Englewoo(j Clins, NJ: Prenticc
Hall. 1981; primera publicación de la versión antcriM, 11)78). C:¡ una evaluüción prdiminar tkl imr)¡IClO espacial de
estos hedlO~ en Thomus M. St:;¡nbaek, UnderSlatulillg [he .Servía Ecollomy: Emp!oymem, Productivily, Localioll (8<11timan:;: Tbe Jahns Hopkins University Press, J979). En lo I'dativo al análisis de la relación entre las nuevas tccnologí,IS y la reestructuración espacial, nos fueron asimismo benefíóo:>as las conferencias pronunciadas por Ann Markusen mientras ,lV311zaba en su labor para dar termino a un importante libro sobre eCLlllomía política regional.
lO Como explica Roger Friedland en su análisis de las ciudades centrales norteamCrlc'ln<ls. Crisi", Power and ¡he
entra! Cilv.
11 Una' tendencia profusamenle esclarecida por 1,\ notable monografía de investigación de Anna Lec Saxenian
sobre la formación del Silicon V;llky. la mayor concentración de la indllStria microek:ctrónica del mundo, en torno
a Santa Clara (California) y la Universidad de Stanford. ej, Saxenian. Silicoll Chip.l· (Illd Ur/)(miZ(1I10n i/l SUtll(l Clara
COlllltry; California (Berkelcy: University of California, Department of City Planning, 1980, tesis de liccneiatura inedita). En cuanto a la ¿iítc dirigente y profesio/l<ll más orienlada h,lda lo urbano, esta pauta cultural parcce sustenta!'
el llamado movimiento de retorno a la dudad, que, en Norteamérica, ve UJ}<l tendencia de los profesiona!e~ de la
clase media que viven en lugares donde existe una uctiva vidu urbaná. Cl S. Laska y D. Spain, cds., Back lO {he
City (Nucva York: Pergamon Press, 1980).
e
422
Una teoría del cambio sociai urbano
La cíudad y las masas
~S~año¡as en crisí:;. El 11l.1e~'~) esp~cio de un sistema capitalista mundial, en que Se combinan
trabajo y ocio, aislado de! entorno inmediato por un ejército compurcrizado de guardaespaldas y cnl~zado con las otras islas de la élite (comprendidos los lugares de rccreo mediante
una comunicación aérea cada vez más protegida (reactores privndos 'j salas VIP en los aeropuertos) y sistemas de teleconferenCÍas.
3. El modo de desarrollo informacional requiere, pese a todo, algunos centros donde se
produzca el conocimiento y se almacene la información, así como otros centros desde donde
se puedan emitir las imúgenes y las informaciones. Y así, universidades, laboratorios, unidades de diserio científico, nuevos centros, agencias de información, ccnti"OS financieros <.k ser··
vicio público, unidades de gestión, con sus correspondientes técnicos, trabajadores yempleados, deben seguir concentrados en el espacio.
4. Ac.kmils, el modo de desarrollo informacional estú incxtricablementc entrelazado con
el modo de desarrollo industrial. que comprende los sistemas industrializados de agricultura,
minería y recogida de cosechas por todo el mundo. Por lo tanto, las L.íbricas, los campos, !as
viviendas y los servicios para trabajadores y cUi"npesinos requieren una C¡crt~l organiz,lción es-
pacial.
El proccso cspacia] proyectíldo desde el punto de vista de la dase dominélnte para abordar
los obstilculos tercero y cuarto que se oponen al dcsrnantcbmiento de la estructura del espaciD hace hincapié en !a creciente jcrarquización y especialización ele las funciones y formas
espaciales, según su localización l2 . Lo que pefmite el modo de desarrollo infofll1<Jcion¡¡! es la
separación del trabajD y la gestión, de modo que se pueden realizar Clirerentes U.l.reas en lugares diferentes y reunirlas mediante sc¡)a!cs (en el caso de la información) o a través L1c una
tecnología de transporte avanzada (envío L1e piezas estandarizadas desde puntos de producción muy alejados). El trabajo en el hogar O en centros comunitarios, la diferenciación regional de la producción y la concentración de las unidades de gestión y producción ele la inforlll'.tción en espacios privilegiados, podrían ser el nuevo modelo espacial uc la 01itc c,lpilalistatccnocr{ltici.l. De otro Jauo, la expansión e integración del modo eh; producción capitalista ~n
el plano mundial acelera la división internacional del trabajo y organiza jenlrquicamt:nte la
producción en una cadena ele montaje mundiaL abre un mercado mundial. importa y exporta
mano de obra donde conviene, y transforma los flujos de capital de las empresas lllultinaciü~
nalcs en el bien inmatcri'.d final y m<Ís poderoso de! sistema capitulista: el dinero, El proyecto
espacial de la llueva clase dominante tiencl~ hacia la desconexión entrc la gcnte y la forma
espacial y, por lant.o, entre la vida de la gente y el significado urbano. No quiere esto decir
que la gente no vaya a estar en determinados lugares ni que las ciudades vayiln a desaparecer;
por el contrario, en la mayoría ek los países Se acelerad la urbanización y la búsljucua de la
vivíenda y los servicios vcndrú <l ser el problema más acuciantc para el pueblo.
Mas lo que tiende a de:-;apareccr es el significado que los lugares tienen para éste. Cada
lugar, cada ciudad, rccibirú su significado social de su situación en la jerarquía de una red
cuyo contro! y ritmo cscapar{¡1l a cada lugar y, todavía rnás, a la gente de cada lugar. Además, se desplazaní a la población de acuerdo con la reestructuración continua de un espacio
cada vez m<is especializado. Se está invitando ya él los negros desempleados de Detroit a volver a sus ahora boyantes ciudades industriales del sur. Se seguid. trayendo mexicanos a Estados Unidos y los turcos permanecerán en Alemania hasta que 1,1 General MolOrs uesarrolle
su producción en México y Japón se haga con el mercado europeo, otrora controlado por
los coches alemanes, adoptando rnediJas tales corno la adquisición dc rúbricas de automóviles
423
h):::i modos d,c. de~arro!lo lI1tormaclOna! e industrial, es un espacio de geometrÍtl variable, for-
~ado por uO!.caclOncs o.rdenada5 de manera jerárquica en una red continuamente cambiante
de, , tluJos:
'
d ..tluJos de ~apltaL, m':l!lO de obra,. elementos de producción , merc'IOe,',)C
( , . -.>, ,'ot'o rrndC1on. ·ec~slo.~.es y sCiia!cs. El nuevo significado urbano de la clase dominante es ¡u ausencia
de todo slgndl~ado basado en la experiencia, La abstracción de I::l producción tiende a ser tot~l.!. ~a.I:~c~va.:·u~en¡.c ~¡e.~o,d.e~.se :.lPO:'3 en el ~ontroj de toda la red de información. El cspa~
CIO St: drsue!v<.: en. r.luJos. las Clud,.ldes se convierten en sombras que explotan o desaparecen
~(:~ ar.reglo ti deC1S10!:es (!uc. sus pobladores ignorarán siempre. La experiencia exterior está
~~cl,n~.I.lda d,e la .~xp.e~lenC¡a uHenor. El nuevo significado urbano tiende a ser la separación
~~,9~C~d~! ,Cl:ltUld! (~~ ..la. gen.te .co¡~ r:: p.ect?<.1 su produ<:to y a su historia. Es éste el espacio
e ~.I~l d\¡~naclón colccn.vd y la VJOlcnCld mdlvldual, transformado por una retroinformación ind¡[erenc~(~da en U,/l flUJO que nunca se detiene y nunca comienza. La vida se transform'l en
3bstr<.lCclon: las Ciudades, en sombras.
'
.
~\~d.:), 1:~ C,S.,és~l.,la,fonna espacial qu~ va ~l surgir, ni ¿se
d significado urhano que va
clase dOITIl!lantc, porque (;1 espélcio y las ciudades, 10 mismo que 1(,1 hlstona, no son productos de la volullwd v los intereses d" el'lscc S'X()S v' ,), t', '
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~r~scl.lt,an ,r.~~ls.t~n:¡a ;:¡ c~tos y en que Jos nuevos actores sociales que s'urgen les oponen pro}~c.ws "lllclllat¡'v~)s .. : aSI, al programa espacia! eh:: la tecnocracia capitalista se le opone histO:l:?m:nte c~ ~lgn.lhcad~) :lrbano al:crnativo proyectack) por tos trabajadores, las mujere~,
j.o~~J,Ucl~ld;:¡~1~)S y .Ios movl.nllcntossO,L~¡a!cs urbanos en una serie de dimensiones que hemos de
~enal{;lr. ,Ultcs ,de IntrodUCIr la conexlOn entre el drama que estamos describiendo v los procesos sociales ooscrvados en nuestra investigación sobre los movimientos urbanos. ''o ~::e:ltc a ca,da rec,s.:r~cturación esp~cia.! intentada por la nueva clase dominante, y a cada
~~:Il!:.I,~~do.urbd"no..~~cÍlll1d~ ~:or.I.?s capJt~ll!st.as, gercl.lleS y tecnócratas, diversos actores socia, p ,-sentJ.n plOycctos dc slgl1!Ílcado, tunclOnes y tormas urbanas dc signo contnrio Diremos, cmpleal:do los táminos de Charles Til!yU, que algunos movimientos Son reQ~tiv~s ant \
las pe~turbaclOnes operadas en .su espacio por la da.se dominante, mientras que otros <so~
p.roactlvos por cuanto proponen nueVélS relaciones entre el espacio y la sociedad. V'
.'._
dlC"lr 'lhor'l I t' t d
. b"
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amos a In
. (,. " . ',"," (,,s, en~ encras ~s.lc.a:::; e esta nueva lucha por la det"inición del significado urbano, antes dI."; aCOmeter el ana]¡sls dc los movimientos socíaks urbanos que hemos observC¡do
y del modo en que se relacionan con el cambio histórico.
.
.
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Por
razones
de
clarid'ld
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l'
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dOtO
1
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s ds 1 erentes re aClones contradIctOrias éstableci-
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~I~t:~ el pro:e~~o espuelal de I~ c.lase dominante y el significado alternativo propuesto por
c ases populares y (o) los mOVIJTIlentos sociales:
." [', ~}a a~a,ptación de los antiguos :spacios a nuevas funciones dominantes mediante la .
¡en(:v<l~lon uIlJdna, y:,l la r~estruCturaclón regional basada en una llueva especialización d'~!
terfltdono, ofrecen rCSlstcnCIi1 los barrios que no desean desaparecer, las culturas re<)ion'll~s
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n::nto:). ~e escrib~: estas líneas, la publica¿¡ón más lúcida del es;(/b!ishrr;~m <em~~'e~ari~; f~~)~~
~ei~mc:;~c~~~i B:l5l~zess Week, dcmost~'<1ba c?mprender el problema. En su número del 27 de
JUlO e
(, t1l.ul,ldo (La nueva socledad mmóvil de Norteamérica». decía lo siguiente:
~.:a ft:~o~a ~süci.e~~ld m~vil» norteamericana está echando
raíces. Tras un cuarto de siglo dunlnte el cu'll
<1m )10 e om¡c¡ 10 {() os los años el 20% de la población. este porcentaje estü disminuyendo. Seglí'n
12
Cf. Ahmcd ldrís-Soven el al., eds., lhe Wortd as a Complllly Town: ¡Hul¡iruuiollul Corpomriol1s ami Social
CJumge (L.a Haya: Mouton. 1978).
l3
Charles Tilly, From Mobilizalion lo Revolution.
La ciudad y las masas
424
el último estudio efectuado por lu OficinJ. del Censo en 1976. ljuedó reducido:.\1 17.7% Ysigue bajando,
de acuerdo con Jos funcionarios del censo .. , Larry H. Long. principal especialista de emigración di:: dicha oficina, dice que es muy poco prob¡lblc que Estados Unidos vuelva '-1 tener la movilidad de los años
cincuenta y sesenta. Esa fácil movilidad -que habia sido prueba fehaciente y, a lu vez. causa del pro-
ceder despreocupado y de la economía innovadora de la nación~ ha tocado a su fin. Abordar los dec~os de este cambio constituirá uno de los mayores desafíos de los alios ochenta para la industria estadounidense ... La prueba de que 10$ norteam<o:ricurlo$ se estün inmov¡!!zando puede advertirse en la C¡)S~l
o en la oficina más próxima. Atrapados pür los matrimonios entre parejas con dos carreras. tos costos
de la vivienda, la intlación y un énfasis creciente en las actividades recreativas y comunit<lrias -la "calidad de la vida»-, los trabajadores se resisten a trasladar su residencia [,l.
Business Week dixir. La defens,'¡ de las barriadas y la búsqueda de la calidad de vida cons~
tituycn un reto para la movilidad, prerrequisito ct>pacial importante det modo de desarrollo
industrial y, hnsta cierto punto, del modo informacionaL
2. Todo inclica que se está prodllci~ndo una paut<1 un tanto mós compleja en el ümbito de
la nueva división internacional del l1'~lt)~ljO. Por un l<ldo. la pcnetrucÍón ~n las cconornías nacionales por parte de las empresas l1lultinacionales, la revolución verde y las redes financieras
internacionales, desorganiz.a por compk:to b estructura de producci6n existen le y desencadena las migraciones aceleradas Jc! campo a la ciudad y de ésta a las metrópolis 15 . Por otro
lado, una vez en la gran ..:iuc!;:¡d, los recién Hegudos tratan ele asentarse en comunidades estables, contruir bnrriadas y disponer de redes locales{(¡. La economía mundial sin raíces y la comunidad cooperativa local son dos hH.:ctas de] mismo proceso, que se encar:nina bacia una confrontación potencialmente decisiva 17.
3. El tercer debate fundamental sobre la ciudad atarie a las consecuencias espaciales de [a
información y el conocimiento en cuanto fuente básica de productividad que fundamenta un
nuevo modeío ele uesarrollo!:-;. El gran problema social que planten la dependencia con respecto a la información es que, dadas las relaciones de poder y de clase que dominan el marco
dentro de! cual se forja lu inforrnación, su monopolio se convierte en uoa fuente importante
de dominación y control. Por lo tanto, en el contexto de una sociedad de clases y estatista,
cuanto mús se desarrolla la infonnacióll, más deben controlarse los cauces de la misrna. Dicho de otro modo, para que la información I!~gue a ser una fuente de control. deben estar
seoaradas la informo.ción v la comunicación, se ha de asegurar el monopolio de los mensajes
y programar la emisión d~ las imügenes, así como la retroalimentación de las mismas. Tal1l~
poco en este caso son 1<1 cornputadora, el video a los medios de comunicación de masas la
nUeva forma ele dominación. Los sistemas de comunicación interactivos y la difusión computcrizada de conocimientos se han perfeccionado lo bastante como para mejorar eSpt.::ctacularmente -y no reducir- la comunicación y la información entre la gente, así corno la diyersidad cultural de sus mensajes!9 Con todo, el monopolio que ostentan los medios de comunicación de musas controlados por el capital () el Estado, y.el monopolio ele la tecnocracia sobre
la información, han originado uno. reacción de las comunidades locales que hace hincapié en
\~
Business Week. 27 julio 1981, p. 58.
el Milton Santos. The Shafcd SpHce: The Two Circuits of Urban Economy in ¡he Underdcvelopcd Counlrics
and thcir Sratial Repercussions (Londres: i'vklhuen, 1975).
16 eJ, por ejemplo, Alejandro Portes, lnmigrocióll. elllicidad y el caso cubano (na!timore: The Johns Hopkins
University, informe de in ves ligación !;,¿dito. mayo J9tH).
17 Cl M:wue! Castdl:;, iYiu!tinillional Capital.
IH Cf, Stanback, UnderstaJ!ding rhe Service Economy.
1<) En cuanto a la informació,l y las ideas sübre este {cm,l, tenemos una deuda contmida ton Fralll;oisc Sabbuh,
de! Department of Broadcasting and Communication Arts, San Francisco State University.
15
Una teoría del cambio social urbano
425
la comtrucción de culturas y pautas de comunicación alterrw.tívi1s basadas én la interacción
cara a cara y la revitalización de la tradición oraL A la tendencia hacia la comunicación y la
cultura sin forma espacial alguna -resul[¡)do de los flujos de información unidireccionales y
c9ntralizados- se contrapC?ne la localización de redes de comunicación basadas en comunidauct> culturales y reJet> sociales enraizadas en el lcrritorio. La esp¿:cificidad de la:; f~des interpersonales ele base espacial se opone a la uniformidad cultural de los medios eJe comunicación de masas. Los tecnócratas de la información disuelven el espacio en sus tlujos. La gente·, desconfiada, tiende a recurrir cada vez mús a la experiencia, considerándola corno su fuente básica de información. La ruptura potencial de la comunicación bidireccional crearía una
brecha de primera magnitud en la legitimidad de nuestra sociedad informacional.
4,. Los movimientos populares, provocados por la aceleración de la reestructuración del
espacio debida al modo de uesarrollo ínfonnacional y i.l la nueva división internacional de! tra~
bajo, han venido a sumarse a las protestás urbanas que tienen su origen en otras contradicciones estructurales de la ciudad capitalista. El prirn~ro y principal de estos movimientos ur,
banos es el quc hemos denominadu sindicalismo del consumo colectivo. Lo. concentración económica y espacial de la producción cOndtljo a la sociaJi:l.ClciÓn de! consumo en condiciones tales que la mayor parte de estos medios de consumo colectivo (vivienda, escuclas, centros de
salud, instalaciones culturales, etc.) ofrecían una rentabilidad insuficiente para la inversión
del capital privado, salvo que el Estado proporcionara las condicioneS para un mercado libre
de riesgos o asumiera la responsabilidad directa de la prestación y gestión de los servicios urbanos. Las condiciones de vida en la ciudad se convirtieron en una parte crucial del :-;,llario
social, que era, n su vez, un componente del Estado benefactor. Estos hechos ¡nitigaron la
presión sobre las reivindicaciones reCe rentes a los salarios directos y crearon un marco ele paz
soci<ll relativa entre el capital y el trabajo, llevando. al misrno tiempo, a la formación de un
nuevo tipo de movimiento reivindicatiyo acerca de los c:;túndares, precios y modos de vida
condicionados por los servicios urbanos. Al producirse la crisis económica de los años setenta, que vino a expresar los límites estructurales de la contradicción de una economía capil.alista cada vez lTIÚS dependiente de un sector estatal de distribución de servicios en continua
expansión':\), la crisis fiscal urbana en Nortenmérica 21 y la política de austeridad en Europa 2.?
provocaron !as reivindicaciones populares de los medios de conSurno colectivo que se habían
convertido en la base material ele la vida diaria. La remercantilización de la ciudad tuvo que
enfrent3.rsc a la reivindicación colectiva de una ciudad buena: un servicio social del que todos
los ciudadanos tenían derecho a disfrutar 23 .
5. Otra tendencia importante del modo de produccíón capitalista en su nuevo desarrollo
industrial de ámbito mundial, era la ele incorporar a trabajadores de orígenes étnicos y culturales diferenlcs, de tal i11odo que fuesen. mucho mis vulnerables, social y políticamente, a
los requisitos del capital que los trabajadores que eran ciudadanos nativos de los paíseS c~n­
lrales 2.!, Ademüs, la división introducida entre los trabajadores podría conducir él la fragmen-
.10
Manuel CasldJs, lhe Ecotlomic Cri.}·is ami Amaican Socie!y.
eds., The Físcill Crisú' of American O/ies (Nueva y¡)fk: Vintage Bll\lks.
11 Roger A!caly y David Mcrmdstein,
1977).
22 CJ., por ejemplo, Conferencc o[ Socialist Economists' S{atc Group, S{nlJ]s!e,l' Over rile State: Cws (/ml Res¡wcllIring in COI!/empo/'ary Britain (Londres: eSE BoOks, 1(79).
2J Cf. Michael Hadoe y Chris Paris. The Deco!fenivizali()f/ of COllsumptiol! (trab¡¡jo presentado en el Décimu
Congreso Mundial de Sociología, México, 1982).
2_1 Manuel Caste!!s, «lmmigrant Workers and Class Struggb>, Polfries and Soct'ely, 5.1(llJ75). El anillisis, en cOnjunto, en 10 que a Norteam¿rica se refiere, parece confirmarlo la investigación estadística e histórita sobre la inmigración actual que realiza Alejandro Portes, Profesor de Sociología de la Universidad Johns Hopkins.
Una teorfa del cambio social urbano
426
4~7,
La ciudad y las masas
ración étnica de la clase trabajadora, que un buenos n::sultados había daelo eh In formación
del c()pitalismo norteamericano. preparando el terreno para la victoria completa del mundo
empresarin] sobre el trabaj o 25. De hecho, la experiencia ha demostrado que los trabajadores
inmigrantes eran menos sumisos ele lo previsto y en algunos países, como Suiza y Alemania,
han estado en el primer plano ele UIM nueva oleada de luchas sociales 26 , Sin embargo, tanto
en Nortcamérlca como en la Europa occidental, funciona todavía e! mecanismo económico
de sobrccxplotación de los inmigrantes, a pesar del desempleo generalizado y de la militancia
creciente de la mano de obra inmigrada. A consecuencia de ello, la estructura étnica de las
grandes ciudades capitalisUls ha experimentado otra trunsformación importante en las dos últimas décadas, y el proceso se halla en expansión, Junto al proceso clásico de segregación espacial, discriminación racial y mercados de la vivienda segmentados, se hacen cada vez más
patentes las comunidades étnícas con base t:.::rriwrial. El reciente desarrollo de un economía
informal en el área metropolitana, fundada en una mano de obra barata y en unas condicionéS de trabajo y vida ele carúctcr ilegal, S~ pcrpetú,-l a sí mismo y víelK a SUllHlrsc a la dureza
de la existencia de los recién llegados. La base de ,su utilidad para la nueva ccollornía es su
situación ele indefensión, que, a su vez, requiere el mantenimiento de una situación ele dependencia y desorganización con respectu al mercado de trabajo, a las institucionl~s del Estado y a la vida de la ciudad en general.
Por otro lado, los nuevOs pobladores ele la ciudcld, para sobrevivir, necesitan, mús que nunca, reconstruir un universo social, un terreno loca! propio, un espacio dc libertad, una comunidad. En ocasiones, la comunidad se construye rehaciendo la jerarquía social y la explotación económica de la sociedad que. ha quedado atrtís, C0l110 es el caso de! Chinawwn de San
Francisco, dominada por las seis companías, o ei de la comunidad cubana de Mial11i, dominada por la burguesía cubtloa exiliada. Otras veces, las organizaciones comunitarias de base
étnica h<lll movilizado un barrio, tanto para sus necesidades urbanas corno COntra el prejuicio
institucionalizado. 'Tal es, por ejemplo, el cuso de los latinos en Los Angeles, el de los puertorriqueños en Nueva York o el de Jos antillanos en Londres, Las 111<'15 de las veces, la auto
organización, particularmente entre los jóvenes, cobra la form<l de clubes, pandillas o grupos, en los que la identidad de grupo estú llgada a la supervivencia colectiva, donde la ecO~
nomb de las drogas y el hampa reclutan su rIlallO de obra, y las fronteras del territorio acotado de una banda vienen a ser, al mismo tiempo, la prueba materia! de su poder y su taHer:
su fuenle de ingresos. A VC(:CS, todos esos elementos se combinan para originar grandes estallidos. Las comun'ldacJes de las ciudades centrales combaten el espacio segregado de fragmentación étnica, de extrañeza cultural y de superexplotación económica de la nueva ciudad
posrindustrial con la defensa de su identidad, la preservación de su cultura, la búsqueda de
Stl~ raíces y la delimitación de su recién adquirido territorio. En ocasiones, también despliegan su cók:ra e intentan ucva$tar las instituciones que, según creen, devastan su vida diarin.
6, El espacio si02!1)pre ha estado vinculado al Estado. Esto es aún más patente en las nuevüs formas y funciones urbanas del sistema capitalista. 1...a gestión de los servicios urbanos por
las instituciones estatales, con ser algo que reclama el movimiento obrero por Cuanto forma
parte del contrato social alcanzado mediante la lucha de clases, ha sido uno de los mecanismos más poderosos y sutiles de! control socia! y del poder ínstitucional sobre la vida diaria en
nuestras sociedades, como han establecido, tanto teórica como empíricamente, los investiga-
25 Cj. Stanley Aronowilz, False PfOmi.W!S: Tlle Shaping 01 Amerícan Workillg C/ass COflsciousne,\'s (Nueva York:
McGnlw Hil!, 1973),
16 Cf. Srepben Ca:;tlcs y Godu!a Kosack, !mmigral1{ Worken and C/(I.)'::; SfrliClUre in Weslern Europe (Oxford:
OUp, (973),
-'--'-1'1 ('¡
e.'lcmpl0
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ro' F\)tlrquL'l y L. :-V'lurard. Ll!s 1:(/lIipem('f!{,\' du pouvoir (París: Christian I:ou.rgois,
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antes estuvieron ocupadOS por el t:jército; o también, etllo~, poderOS~)s 11l0VIJl1.lent~s dC.(~Cl6a~Jt<;;¡~¡I!e~:I¡:~.leA O':er.
da. eJ., por ejemplo, Gerard Anderie~cn, «Tank.s in ¡he Streets: lile ?rowlI1g COnfhct vo.;r ()US¡ll"" In m~
d'1l1l en !n(Crtllllio!lil{ )oamal o/ Urban (//1(1 RegIOnal Research, S,l( 1 9 ( 1 ) , .
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La ciudad y las masas
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mos que e sta o nos dCJe a~oderarnos de una pequeña parte de la ciudad, COn la condición
de q_ue sea un verdad,ero barno, con una vida urbana intensa y una tradición hístórica v no
un hOZo de terreno ~Ituad? en algún complejo de apart.amentos suburbanos y anónim~s~
" ;cro a la tendencJa haela el centralismo estatal y.la dominación del Estado sobre hl ciudad
se l,.p~ne en .,t~)~iO el mundo un I~am.ami,ento popular masivo en pro de la autonomía local y
de ~a autoge:;tI~n ",u~bana. ~a revltaJ¡Z?~lón. de .la democracia depende de la capacidad de esta.b[~cer un puente
entre las nuevas re!VmdlCaClones, los nuevos valores v proyecto'
l'"
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~ d' .
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s, y as lnS~u, :on~s que, lr:g~n a sO~ledad \ e~to es, el Estado), basándose en la creciente penetración
de ,esu;s p:)r p~:~t~
,:<1 ,socIedad Cl'v1l" y ~~rczancJo allí donde el pueblo puede participar de
un,) ~a~;l<l mas d:tJ'vd en la toma ~ie deCISIones: en las instituciones Comunitarias del gobiern.o local , que cstcn tan descentralIzadas como sea posible en conseJ'os de b'lrri ,',.:-,"
cl"do h ',20' B I . 34 ~
.
(,
o, sIstema ¡nl. ,," , . ac~." d.nos.~n o onra . E:ntre el Estado y su lnclefercnciado hinterland, por una parte,. y la ~~lYl~,dl~aclOn .de una r:scrva urb~na, por otra, parece surgir un nuevo proyecto de
autogcstlOJ1 cotpaz de lcconstrU!l' las relaclOnes entre el Estado y la ciudad con .. ¡¡lbase popular mutua,
aIJe o o a su
el:
. Este es, pues, el marco histórico en el que tiene lugar nuestra observación de los movi~
u~¡:anos ,emerg~nt~s. N~s c~?trarcmos ahora en la integración de ese marco general
y. ¡.o~ ?~!lazb~s de. nucstl a lflvestIgaclOn, de manera que puedan tomar cuerpo las tendencias
hlst~;ncas y complendersc plenamente los resultados de nuestras observaciones.
nllC?tOs
32
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eJ'. M
¡ a.r~i.t Mayer, "Urban Squa{[er~ in Gcrmany»,
proxlm~l
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apancIOn.
fnlemational JO/mw!
ol Urbllll
and Re"iO/u! R'"
.. , d'
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e,lemCf/, \.:
J) Manuel Ol.ste!ls, "Local Governrncnt, Urban Crisis :lnd Política! Change"
en 1)~'I,"r",,1 rO",
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I (O'
,
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,. ,ver (In
OCta
71 ¡e;~ry..."'., R'
,e:~e(!rc 1_ "",nt1~:l,_ rcen':"l,ch, ,Coon.: JA.! Prcss, 1981, volumen 2),
,
Ra[uc!l.¡ N.Hnettl, CII.,".en Par.tlc/patLOII (¡lid Nelghborhood COl/nó!s in Bologn,r (A"" Arb,),··. lJ
I
D cpartm..:nt o f PolltlcaJ.SC!cnce, 1977, tesis doctora! inédita),
niversity of Mi·
cllgan,
Las ciudadeS y el espacio son los productos inacabados de los debates y ,~onflict()s históricos
que atai1en al significado, la función y la forma. Hemos observado a lo largo de las diferentes
situaciones presentadas en este libro cómO la movilización de !a base popular ha sido un factOr crucial en la configuración de la ciudad, así como el elemento decisivo en la innovación
urbana contra los interes~s sociales prevalecientes. Las situaciones que hemos investigado fueron cuidadosamente sekccionadas para maximizar el impacto del cambio urbano fomentado
por la movilización social; mas en nuestra perspectiva teórica, consideramos que todas las ciudades son configuradas por el resultado de conflictos sociales y proyectos contradictorios. Las
más de las veces, prevalecen los intereses estructuralmente dominanteS, que ele ese modo configuran la ciudad. Sin embargo, al igual que la continuación de la gestión capitalista no disminuye el papel crucial que desempeña el trabajo, en 10 que afecta a la prodll:.:ción y a la dis·
tribución, se puede reconocer también la huella de la protesta urbana y de los proyectos alternativos en las formas espaciales y el significado de las ciudades. En este punto de partida,
cualquier teoría de la ciudad debe ser, de partida, una teoría del conflicto sociaL Nuestras
pruebas transculturales abonan esta hipótesis fundamental.
No obstante, las situaciones urbanas no son tan diversas, y la especifidad de los procesos
que hemos observado ha sido deliberadamente tan excepcional, que la utilidad teórica de nues·
tros hallazgos debe considerarse en un contexto más amplio. Nuestra principal proposición es
que existe una conexión íntima entre los temas, objetivos y experiencias de los movimientos
sociales urbanos, y el píOceso global del conilicto histórico y el cambio en nuestras sociedades. No es que los movimientos urbanos sean los nuevos actores históricos que crean el cambio social, ni la fuente esencial de las formas sociales alternativas. Lo que sostenernos, mús
bien, es que los movimientos urbanos no son expresiones aleatorias de descontento que varían de una ciudad a otra, sino que, en su estruct.ura y sus objetivos, portan los estigmas y
proyectos de todos los grandes conllictos históricos de nuestro tiempo. Si tal afirmación es
cierta, el cambio histórico y el cambio urbano están entrelazados, tal como se da por supuesto
en nuestra teoría general. Si esta hipótesis es un hecho social, hemos de hallar la huella de
430
La ciudad y las masas
Una teoría eJe! cambio socia! urbano
esos debates y conflictos en los rnovimientos urbanos que hemos estud!'ado Ad
"1' o
d d' h ' j
,
,cmas os tv
,IC ,os (eb~tes d.cb.en ser los factores. crudales en la explicación del comport,~miento
y 10:-; efectos de los mOVIm¡entos urbanos registrados en nuestra investio-ación,
. ,Ce~trémonos: pues,. en nuestros estu?io.s de caso para determinar c~á!es fueron los princlp,:tles ,elementos presentes ~n esos I~ovmliCntos urbanos. Para evitar la repetición, analizaremos solamente las ~endenc!as esencIales detectadas en cada ciudad y remitiremos al lector
a.la. parte cohrrespondu:::nte para lo relativo a los detalle::; y la verificación de las tendencias soCIa les que a ora pres~ntamos.
f:lcr,nos visto que, de acuerdo con 1,: hipótesis general planteada en la Introducción Jos
m~VlIT~lentos uI~b~nos q~le. logran maten alizar sus intereses y valores están estructurado~ en
l
t()I~O <1, trcs ObjC,tlVOS baslcos . Entendemos por objetivos los deseos y reivindicaciones deliberados que estan, presentes en la prúctica colectiva del movimiento. Deben expresarse de
una ~~,~nera conSCiente, pero, u~a declaración de intenciones o una lista de reivindicaciones
no b:l~t,a~ para :jcnotar.ul~ obJctlvv se ha de actuar colectivamente sobre éste, no simplemente dccJa.rarh:. Ca~a obJetIVO se opone a otro proyecto en la ciudad, bas<ldo en un conjunto
contradlcto.no de mter?s~s y :alo~cs sociales, Por lo tanto, cada objetivo define un adversario
c~yo podeI y caractcflstlcas lflflUlr{¡n profundamente en el movimiento. No todos los movi~
~lentos que observam~s reUl?~an Jos tres objetivos básicos, ni los perseguían Con iO"ual inten~
sl~ad. De ~)echo, la artlculaclOn (o la falta de articulación) de los tres objetivos
un movimiento dado ~s ~no de los principales elementos que explican nuestra teoría sobre la relación
entre los mOVimIentos y las ciudades.
Estos tres objetivos son los siguientes:
comunicación, el predominio ele los flujos de información unidireccionales y la estandariza~
ción de la cultura de acuerdo con unas fuentes cada vez más heterónomas partl los residentes
de los barrios. Al movimiento orient.ado hacia este objetivo, lo llamamos comunidad .
3, El tercer objetivo que descubrimos era la búsqueda de un poder creciente pJra ei gobierno local, la descentralización de los barrios y la autogestión urbana, en contradicción con
el Estado centralizado y una administración territorial subordinada e indeferenciada. llamamos movimienro ciudadano a la lucha por una ciudad libre,
mas" ~
¡,
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1. Lograr, pan} los residentes, Ulla ciudad organizada en torno a su valor de uso e otra de h 10 " d i ' j i ' ,
, ne n
_, "
,~,l" cl~n . e a v~{,a y ?s s:rvlclos u.fIJanos entendidos como una mercancía que entr::lna l? 10e;,lcd. del vdlor de cambiO. El contenido de este valor de LISO variaba considerablemente
se?un los, diferentes ,!ugare~ y. ciudades, o entre las clases comprendidas dentro de una determ~nada, clu.~~d. :~.~w conslstlf ~.~ .Ia p:o~j~ión de vivi~~das decorosas en cuanto servicio públlco, la pleservac!on de ~n edIfICIO hlstonco, o la reIVindicación de un espacio libre. Pero
donde,qUle,m que se p,roduJern la m~)v~liz¿¡ción, ésta iba dirigida al mejoramiento del consum~
colectivo, 10 que.~st"lDa en contr.adlCClón con el concepto de la ciudad destinada al provecho
d?o?e la d,cscablhdad del espacIO y los servicios urbanos se distribuyen ele acuerdo Con lo~
nlV~jeS de l,ngresos. A c::;te tipo de movilización lo denominamos sindicalismo de consumo colectlllo, (Notcse que éste es u.n tipt: teórico y que, por lo tanto, un mOvimiento puede estar
c~ntr~do en el co?sumo COlectiVO mientras persigue otros objetivos; en tal caso, sería una comblIlacló~ de dos tIpOS de. movimiento, y habría que determinar mediante investio-ación las consecuenciaS de esa comblIl<.lción,)
1;;>
. ~. El segundo objetivo importante que, según comprobamos, estaba presente en los moVimIento urbanos, era la búsqueda de la identidad cultural, del mantenimiento o creación de
cU,¡t~ras I~C~Ic,: au~tó,nümas, ~~~i~~mente basadas o histól:ica.n:ente originadas. En otras palabra~, la defensd. de la c~)~nUnlC<lCl0n entre las gentes, el slgnlflCJdo social definido de manera
autonoma y la lnteraCClOn personal contra el monopolio de los mensajes por los mediós de
¡ El concepto de objetivo es am,biguo, porqu,~ eVOca un instrumcnt:.l!ismo qu~ 1'1 ""<y<"', d> 1)'
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431
Nuestra insistencia en los objetivos obedece a nuestra perspectiva teórica generaL según
la cual, las ciudades y las sociedades las produce el proceso contlictivo de los actores cokctivos movilizados en aras de ciertas metas, es decir, los modos de estructurar la sociedad y el
espacio. Por lo tanto, un movimiento viene definido, ante todo, por sus metas (expresadas
en su práctica consciente) o por un conjunto de metas. Cada vez quiC un actor social define
o busca una meta, encuentra otra adversa, así como aliados y enemigos (esto CS, aliados de
la meta adversa), Y Cntonces, tanto el movimiento C0l110 el adversario avanzan hacia uno confrontación históricamente definida por el objeto dc sus lTlc:tas, que, en nuestro caso, es la ciudad. En consecuencia, la estructura de un movimiento urbano, generada por la definición ele
una meta, se hace complej¡;\ tan pronto como aquél inicia el mismo proceso social por d que
un movimiento define su meta. Atendiendo a nuestros estudios de caso, proponemos en la
Tabla 32-1 la estructura social subyacente de la dinámic8 de los movimientos urbanos contemporáneos.
Pero ¿quiénes son los actores urbanos? ¿No estamos volviendo a un paradigma estructuralista, privJdo de actores sociales y cbboraelo por contradicciones? Ciertamente que no. Los
actores de los movimientos urbanos son los propios movimientos urbanos, puesto que hemos
definido los movimientos en función de los ohjetivos que se asignan a S1 mismos. Los movimientos pasan a ser actores sociales al entregarse a una movilización en pro de una met<l ur
bana que, a su vez, está ligada a la lucha general por la continua reestructuración ele la sociedad, Y los movimientos son diferentes, según sean los objetivos de cada tipo de movimiento. Con todo, queda en pie esta interrogante: ¿cuáles son esos movimientos por lo que hace
a sus características socicllcs? En el plano empírico, hemos respondido cuidadosamente a la
pregunt<l en cada sÍtuación observada. Sin embargo, en el plano teórico, hemos de hacer una
importame puntualización, basada en nuestra observación empírica: los movimientos son actores urbanos, defínidos por sus objetivos y su condición urbana. No son, pues, otra forma
ele lucha de clases, lucha de sexos, o lucha étnica. Los componentes de los movimientos urbanos provienen de una variedad de situaciones sociales, de sexo y étnicas, de acuerdo con
sus COntextos urbanos y nacionales. Sus temas urbanos son, empero, reiterativos, y los factOres que subyacen a su dinámica, sus éxitos y fracasos, son muy similares, como pudimos observar en nuestros estudios de caso. Dicho de manera más concreta, no son ni movimientOs
de la clase trabajadora ni movimientos de la clase media, como han apuntado, en partícuiar,
¡os investigadores franceses. En primer lugar, esta idea es empíricamente falsa, según atestiguan las ciudades centrales norteamericanas y británicas, los movimientos de vecinos españoles v el movimiento de «autorreducción>, itJ¡iano 2 . Incluso en París, nuestra investigación sobre'los Crand.,¡' Ensemble,,' reveló'la diversidad social de los participantes en los movimientos,
entre los que figuraba, aunque nO de manera predominante, la clase media. En segundo luw
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2 «Autoncduccióm>: movimientO social italiano que en t974-5 se negó a pagar plenas tarifas pur los servicios públicos en las grandes ciudades, descontando porcentajes con arreglo a su propia estimación de lo que era justo.
432
La ciudad y las masas
gar, y esto es más significativo. cuando Dagnaud y Mehl J . enlre ot.ros, seJ'íal8n el pape! de la
nueva clase media en los movimientos urbanos, no niegan la participación de los trabajadores
manuales, o incluso los trabajadores sindicados, en esos movimientos, pero destacan la base
no dasistu de los movimientos urDa.nos, lo que constituye una observación fundamental de la
máxima utilidad. El hecho de que dichos movimientos puedan asociarse a la pequeila burguesía, que, por definición, no es una clase en el sentido tradicional de la misma, significa que
se definen según una dimensión social que atraviesa la estructura de clases. No son movimientos de la clase media, sino de múltiples clases, por la !';cncilla razón eJe que nú se vinculan directamente a las rekl.ciones de producción, sí no ;l ¡as relaciones de consumo, comunicación v
poder.
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Asf pues, la experiencia observada de los movimientos urbanos apunta hacia un significa~
do urbano que representa la alternativa a la ciudad que sürge de los intereses y valores de la
clase dominante. La ciudad alternativa es. por tantt), una red (]¡e comunidades culturales de~
finida por el tiempo y el espacio, autogestíonadn políticamente con miras.a la maxirnización
del valor de uso para sus residentes. Este vnhH de uso lo deciden y reexaminan siempre los
propios residentes. Este nueVo significado urbano no es ni la imagen ideal ni el sueJlo de una
noche de verano: es el conjunto de objetivos que nace de la práctica de los movimientos urbanos que hemos ol1servaclo, y su sígnificación y existencia no bs contr<ldice la cantidad de
datos secundarios conocidos sobre otros movimientos urb,mos de otras ciudades y otras sociedades. (Excluimos los países socíalistas porque, como ya hemos dicho, no disponemos de
información fiabk suficiente sobre ellos en Jo que se refiere a nuestró tCIMl.) Este perfil urbano es tan real como Jos rascacielos que se alzan en los tableros de dibujo de las salas de
juntas de las grandes empresas. Los movimientos son proycctos de ciudades, vida social, y
funciones y formas urbanas (predeterminadas por el significado urbano) que surgen de la capacidad de los nuevos pob!üdores urbanos para producir y controlar su entorno, SU espacio y
sus servicios urbanos. Otra cuestión, fundament,ll, es la viabilidad de esa ciudad: la probabilidad de que llegue a cobr<1r forma. En rcalidad, este desenlace depended dd conflicto sobre
la ciudad 'j de los vínculos de dicho conflicto con el cambio sochl y la lucha política. Ta! es
la finalidad de nuestro análisis: desvelar los mecanismos que intervienen en el proceso conflictivo que configura los dramas de hoy y los bienes y males de ma!'lané!.
Bajo esta perspectiv<l, lo mús importante es deterrninar h\s condicioneS en que los mov¡~
mientos urbanos parecen lograr su múximo impi.)cto en el cambio del significado urbano. O
dicho de otrO modo: ¿en qué condiciones llegan a Scr movimientos sociales urbanos?
Nuestra investigación, basada en una muestra seleccionada de lo~ grandes movirnicntos urbanos acaecidos en los dos últimos decenios en cuatro ,íreas culturales. revela que la mayor
transformación de! significado urbano se produjo en Madrid, y pudimos cstabiecer la fórmula
estructüTa! que subyacía a la capacidad del t. . "fovimicnto Ciudadano de Madrid para COnvertirse en un movimiento socia! urbano. Sin duda, Madrid sigue siendo una ciudad donde es
sumamente difícil vivir, y, por lo tanto, decir que los movimíentos urbanos dieron gran fruto
podría parecer una apreciación subjetiva. Sin embargo, aportamos pruebas empíricas suficicn~
tes en la Parte 5 para corroborar una conclusión sobre la magnilud ele! cambio operado en el
significado urbano prevaieciente en Madrid, a pesar de los reveses sufridos después de 1980
(cuando habíamos terminado nuestra investigaci6n) a consecuencia de la crisis del movimiento ciudadano4 . Así pues, por razOnes que se harán I1lÜS evidentes, proponemos la fórmula cs-
., Monique Dagnaud y Dominiquc Mehl, "Des c()nt~stat<lires CO!llI1l(: il fiIU¡» (París: ,1U1remellf, febrero jlJKI), y
también. Je lo::; mismos autores, "J'>rofil de!a nouvd!e gauche», Revue Fram;ai.le de S(.Íence Polifique, 31. 2(1981).
.4 Podría decír~e que Madrid cambió porque murió f.'ranco y se estableció la democrada cspmlola. T,lmbíén cabe
Una teoría de! cambio socia! urbano
433
tructural QllC descubrimos en nuestras investigaciones sobre Madrid corno fórmula estructural
general que puede fomentar el cumplimiento de un movimiento social urbano en las diferentes culturas de! modo de producción capitalista-informacional y en nuestra época. Ya hemos
expuesto y justificado esa fórmula en la sección dedicada a Madrid, pero recordaremos ahora
sus cuatro elementos básicos:
J. Para lograr la transt'orillüción del significüc]o urbano en la plenitud de sus implicaciones
políticas y cult"urales, un movimiento urbano debe articular en su praxis los tres objetivos de
reivindicaciones de consumO colectivo, cultura comunitaria y autogestión política.
2. Debe ser consciente de su papel en cuanto movimiento social urbano.
3. Deb8 e,:nar conectado a la sociedad mediante una serie de operadores organizacionales,
en particulZlr, los tres siguientes: los medios de comunicación, los profesionales y los partidos
políticos.
4. Una condición sine qua non: aunque los movimientos sociales urbanos- han de estar concct¡H.io" con (:1 sistema político para alcanz;1r, ;.\1 menos en parte, sus objetivos, deben ser autónomos, Jcscle el punto de vista de su organización y de su ideología, Con respecto a cua¡~
quíe!' partido político. La razón es que la transformación social y la lucha política, la negociación y hl gestión, si bien están íntimamente relacionadas y son estrechamente interdependientes. nO operan en el mismo plano de la estruCtura social. Daniel Cohn-Bendit, líder de
la revuelta t":!studiantil de Nunterre en 1968, dijo una vez a sus profesores liberales: «Para que
ustedes scnIl reformistas con éxito, nosOtros hemos de ser revolucionarios frustrados».
Fundándonos en nuestra observaci6n de otras experiencias, añadimos una quinta regla
para la creación de un movimiento social urbano: la primera condición debe predominar so~
bre todas las demás. Si los tres objetivos búsicos no están interconectados en la praxis del movimiento, ningún otro elemento será capaz ele conseguir un cambio importante en el significado urbano.
¿Cómo es posible probar esta afirmación fundamenlal? La probamos, en el caso de Madrid, en tres niveles:
1. El movimiento en Sll conjunto produjo un cambio en el significado urbano, pudiendo
considerarse que se atenía a los cuatro elementos de nuestra fórmula.
invertir el <-lrgumerllO: el Movimiento Ciudadano fue un facto, decisivo p;lr;l el establecimiGfHO de la dt:!1lOCraóa. Pro,
pll$Ü !!simismo una nueva serie de objetivos urb<lnos sin el collocimi.;nto y_ a veces, a pesar de la l1üstilidiJd, de los
partidos oc i~quíerda. En 1979, gan6 las elecciones municipales ,,0 todas las ciudades éspaflolas un;l jzquicrda unificada que un mes <tlltes ,;;>wb,\ entregada abi"namel1lC a una lucha intern<-l y IJ<lbía perdido las elecciones generales
pese a It);> pobres resultados obtenidos por el partido del centro. Toda la política y I;¡ ideología urbanas fueron rernoddadas en España por el Movimiento Ciudadano y de acuerdo con sus orientacion<",s. Y cuando en 1980-81 quedó
en gran parte desmantelado el MovimíenlO por la izquicrdn que había accedido a! podo::r '! quedaron p<lraliz<ldas úlgunas grandes reformas urbilna~.!ü izquierda entró en crisis, y UIHl serio:: de dcfccclt)nes ,llluncló dram,\tkamentc el
fin dd C¡llllbio social. Destacaba entre todos los ,donnadores Ramón 'rürnames, elegido T"niente de Alcalde de Madrid,
y dcfen~of del MovimielHo Ciudadaoo, que abandonó el P<lrtiuo Cnmunista y su "stratégico cargo del ayuntamiento
para hacer p<ltcnt~ su disconformidud Con las maniobras burocniticas que, una vez más, habían malogrüdo el cambio
soÓal. Dl!spu¿s d~ él, en 1981, Eduardo Mangada, concejal cncargúdo de la p!üníficación urbana dI! Madrid, fw::
expu!5ado dd PCE y perdió su escaño, junto con 8 de los 9 cone~jaks electos del PCE. No obstante, aún se <::fect(laroí¡ algunos cambios cruciaks en la política urbana de Madrid gracia$ a los esfuerzos de !a !llnyorí¡l socialista.
Otro control que ilcompaila nuestras observaciones es el hecho de que, coincidiendo aproximndam<::nte con la experiencia de Madrid, se derrumbaron las dictaduras de Portugal y Grecia. Pero se produjeron muy pocos cambios en
el significado urbano en éstos países. a pesar del auge de los movimientos urb,lOos en las barri<ldns de chubo!<ls portuguesas y a la victoria de la izquierda en h\s elecciones municipales de Atenas. Por tanto, la izquierda e$ capaz de
promover la reforma urbana, pero el cambio del significado urbano requiere un movimiento socia! urbano .
434
La ciudad y las masas
Una teoria del cambio social urbano 435
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2. Teniendo presentes por un momento los movimientos concretos de Madrid, sólo los
que encajaban COn la fórmula lograron un cambio mu!tidirnensional.
3. En cuanto a los que no se adaptaban a ella, su resultado tuvo una relación sistemática
con la ausencia, en Su práctica, de elementos de la fórmula básica.
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¿Responde'nuestra teoría y, por 10 tanto, nuestra fórmula estructural, a los otros casos en
observación? Creemos que sí. En ninguno de ellos se produjo una transformación completa
de! significado urbano (a diferencia del caso de Madrid); pero en ninguno de c!las estaban
articulados Jos tres objetivos básicos en la práctica del movimiento. Además existe una correspondencia sistemática entre los objetivos que faltaban y el perfil del resulta,do urbano. Ba··
sánclol1os en los hallazgos empíricos, podemos formular estas correspondencias de la manera
siguiente:
a. En el caso de los GraneLy Ensembie.~' de París, el sindicalismo de Consumo colectivo nun ..
ca tomó en consideración la dimensión comunitaria y se fragmentó por su pape! político, por cjt2mplo, t2n Sarcelle::;. Así pues, obtuvo reivindicaciones urbanas, pero desapareció en cuanto movimiento cuando se eligió un municipio de izquierda. En el caso
de Yal d'Yerrcs, un sector del movimiento era idéntico al sindicato de inquilinos de Sarcelles y obtuvo un resultado similar. Otro sector. organizado en Boussy en torno al
GERB, vinculó la comunidad a la autogestión, prefigurHndo lo~ nuevos movimientos
urbanos franceses, pero fracasó por no insistir lo suficiente en el sindicalismo.
b. En el caSo de la comunidad gay de San Francisco, el movimiento aun6 la defensa de
la identidad cultural con un poderoso impulso en d sistema político, consiguiendo realmente importantes mejoras en las funciones y formas urbanas de la dudad. (\itas su especificiad, Su aislamiento, su renuencia en cuanto movimiento (pese a sus dirigentes) a
comprometerse en las luchas en favor de !as reivindicaciones urbanas, terminaron por
aislarlo como comunidad cultural, y quedó reducido a otro grupo de interés que hada
política de coalición,
c. En el caso de la Coalici6n del I'vlission de San FrCUlcisco, Sé hallaban presentes los tres
elementos básicos de nuestra fórmula propuesta, pero de un modo muy contumaz: los
latinos (comunidad) y los urbanos pobres (consumo) estaban allí, pero luchaban entre
ellos por la definición de la identidad del movimiento, para alcanzar un acceso privilegiado al sistema' de poder, que, a su vez, aprovechó la división del movimiento para
consolidar su desarrollo. Esto explica por qué el movimiento tuvo éxito mientras mantuvo la ambigüedad sobre la articulación de los tres objetivos, y por qué se desmoronó
tan repentina y dramáticamente en cuanto la ambigüedad se convirtió en una crisis por
la definición de los objetivos legítimos del movimiento.
d. Los movimientos de pobladores en América Latina presentan un cuadro aún más complicado. Para simplificar las cosas en lo posible, diremos que los tres objetivos también
estuvieron presentes en la mayoría de los movimientos, aunque de una manera asimétrica. Más exactamentc, los movimientos estuvieron orientados hacia los servicios urbanos y trataron de construir nuevas comunidades culturales. Pcro para ello se subordinaron al sistema político, ya fuera éste el Estado o el partido. De ese modo, generalmente lograron cambiar las funciones y las formas urbanas, pero se hicieron enteramente dependientes de la suerte de sus líderes políticos en lo que atañía a la construcción del significado urbano. Cuando sus representantes políticos sufrieron la derrota y el terror, como en el caso de Chile, desaparecieron juntos en la misma matanza.
Cuando, corno en Perú, el Estado decidió detener el clientelismo, se rebelaron, pero
fueron incapaces de modificar el papel de las barriadas. Sólo en Monterrey, donde los
posesionados intentaron mantener una cierta autonomía respecto al Estado, apareció
436
La ciudad y las masas
Una teoría del cambio social urbano
un embrión de movimiento social urbano, pc:ro el1 condiciones de aislnmienlo gcognífico y polítíco que dificultaron su desarrollo.
En suma, nuestros estudios de caso no desmienten la fórmub estructural elaborada basándonos en la investigución más sisternática sobre Madrid. Quiz{}s, la aplicación (} los diferentes casoS de los conceptos y hl lógica encerrados en nuestn.l fórmula, clarifique el proceso
social que hemos reconstruido. El marco teórico parece ser lógicamente coherente y cmpír¡~
camente consistente con las situaciones urbanas que hemos consickrado en diversos contextos
sociales.
SupongJmos, pues, que la fórmuia estructural <;ubyacente en la formación y d logro de
los movimientos sociales urbanos es corrc:cta. ¿Por qué habría de serlo? ¿Y de dónde procede? Estas dos preguntas fundament<ll¡;s requieren respuestas cuidadosas.
En primer lugar, ¿cuál es el proceso de formación ele los movimientos sociales urbanos?
¿Cómo han venido los movimientos urbanos a integrar, dentro de los 'límites de nuestro tiempo y nuestras culturas, los objetivos y los Il'ledios que. según se ha descubierto, son necesarios
para producir un carnbio en el signifi¡;;ldo urbano? Es aquí donde resulta inapreciable la contribución de Ira Katznelson 5 , John Rcx" y John Fostcr J . Los tres han insistido en la necesidad
de tener en cuenta los contextos históricos en la formación de las clases sociales, en general,
y de los movimientos sociales, en particular. Y ésta es, en realidad, nuestra respuesta: la producción de la fórmula estructural que conduce a los movimiento.s sociales urbanos es específica para olda contexto nacional-cultural, y cualquier tentativa de hallar una formulación gc~
neral equivale a recurrir a la metafísica. Mantenemos -.-Jigúmoslo tambiéfl-- que existe una
fórmula estructural general en nuestra época hist6ricn de movimientos sociales urbanos en
cuanto procesos destinados a un resultado determinado: la transformación del significado urbano. Esto se debe él que vivirnos en un modo de producción mundial (capitalismo) promo~
vido mediante dos modos de desarrollo articulados e igualmente mundiales (industrial e informacional). Por lo tanto, la materia prima del cambio social (y, por ende, del cambio urbano) es ubicua, micntra~ que los procesos sociales que aúnan esa rnatcria prima son históricamente (y, por tanto, nacional y cultura!mente) específicos.
¿Cómo reunió el Movimiento Ciudadano de Madrid 10$ treS objetivos búsicos destinados
a producir el cambio multidimensiona!? La respuesta es paradójica: España era una sociedad
oprimida de una manera totalitaria que integraba a los diferentes sistemas sociales. El Esta~
do, con la bendición de la Iglesia, se hallaba en la raíz de todo, destruyendo cualquier vestigio de libertad política o de autonomía cultural. El capitai multinacional y los especuladores
aprovecharon la libertad que se le daba para imponer la industrialización y urbanización
a un costo que en Europa sólo tiene parangón en los primeros arIOs del siglo XIX. El peso político de un ejército retrógrado impidió que floreciera cualquier expresión cultural
popular. De otro lado, la estructura de la ~ocicdad española no era un accidente histórico
ligado a la dictadura franquista; se remonta al cruzado cristiano, que durante ocho siglos
luchó para exterminar la superior civilización úrabe; se remonta a la expulsión masiva de
judíos españoles en el siglo xv, que vino a alejar para siempre a los españoles mús instruidos; a la Inquisición y ul Estado absolutista; a la Iglesia Católica, espina dorsal de la sociedad
española, cuyos obispos y clérigos ordenaron a los reyes que conquistaran más territorios para
~ Katznclson, Ciry Trl:/lch/!s.
"John Rex. "The City, Castells y Althusscc", Imernllliona! Joumal of Urban al/(1 Regional Re.l'earch, 2.3(1978),
pp_ 566-69.
7
John Foster, "How Imperial London Pres(;fved j¡s SluD)s», Imemmiono.l Joumal of Ur/)wl
illlti
Regiollal Re"
search, 3,1(1979), pp. 93-114; Y también su libro, Closs Slrtlggie (lnd (he Illdustria! Rel'ofutioll: Early Capitalism in
Three English Towns (Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1974).
437
determinar si las almas de sus habitantes se podian enviar al paraiso --si se convcrtían- o
al infierno -si se' resistían. Este COntexto exigía una revolución total, radical v violenta. El
pueblo espaflol, en varías ocasiones ele su historia, intentó bacer esa revolución: hasta que se
percató de que las instituciones eran tan fuertes, y estaban tan profundamente incrustadas en
el propio pueblo, que cualquier tentativa de enfrentarse al sistema en sus raíces provocaría la
guerra civil. Esto significaba derramamiento de sangre y, en el contexto europeo, la derrota.
y aSÍ, se desechó, paulatinamente, la idea de una revolución política total. Pero, en la memoria colectiva, cualquier movimiento sabía que todo estaba entrelazado. Para disponer de
luz en las calles de las ciudades a las que estaba obligado a emigrar, tuvo que luchar COntra
la policía y congregar a los vecinos en bailes callejeros, donde la vida podía continuar a pesar
de las duras condiciones. Esta ha sido la ídiosincrasia españoia, que está en la raíz del movimiento urbano español.
. En San ,Francisco, la situación era muy diferente. La sociedad norteamericana, y Califor~l~ en partl.cu!;;ll> se basa en la fragmentación étnica de las clases populares, un sistema polItlco plural!sta j·LlMlado en coaliciones de grupos de intereses, v un EstadO aislado v descentralizado que actúa mediante la integración y la cooptación, ex¿epto cuando se s¡ent~ amenazado, en cuyo caso recurre a la violencia más extremada. La Coalición del Mission se dcrrum~
bó porque los !arinos deseaban estar étnicamente definidos para no tener que compartir los
benc.tki?s de Jos programas sociales con otras comunidades, mientras que los activistas comU~l:afios, tratando de ~nificar a todos los pobres, se vieron totalmente absorbidos por la
gestlOn de programas sociales que creasen su propio poder. Los gays obtuvieron el derecho
a la supervivencia y el de ser ellos mismos, concentrándose especialmente y movilízándose en
el plano electoral. Mas como necesitaban un espacio, se lo arrebataron a las cOJ11unid::ldes étnicas pobres, provocando el prejuicio y la hostilidad. Conquistaron su derecho a la existencia,
pero a expensas de su capacidad de transformar la ciudad y la sociedad al unísono con ias
demás minorías oprimidas. En consecuencia, la política de coalición permitió que diferentes
grupos oprimidos obtuvieran una serie de victorias, pero terminó en un estancamiento colec ..
tivo.
También París fue una historia diferente. De 1947 a 1978, la sociedad francesa se caracterizó por tres rasgos principales. En primer lugar, el Estado (vale decir, el Estado centra!izndo) era,eJ principi;).y el
de todo. Pero como era un Estado democrático, dependía, a Su
vez, del sIstema pOJItICO. En segundo lugar, todos los movimientos sociales estab811 dominados por el movimiento obrero --dominado a su vez por el Partido Comunista a través de la
CGT~, que era r:~) $~)lo el sindicato mús numeroso, sino también el más militante y el mejor
orga!1lzado en la tabnca.
En tercer término, el Partido Comunista y, con él, el movimiento obrero, estaban total~ente exdu!dos del sistema político y del Estado, tanto por la política antiobrera y colonialIsta del gobIerno como por el mesianismo sectario de los comunistas. Por eso, lo que observamos en los Granels Ellsembles fue el surgimiento de un nuevo movimiento que hubo de enfrentarse de inmediato a la disyuntiva de elegir entre las reivindicaciones económicas inspiradas por. el. ~nundo ~lcl trabajo y el intento de imponer una política municipal autónoma. La
C?ntradlCClOn acabo Con él. Advertirnos también el inicio del proceso que llevó a la construcCl?l1 del nuevo Partido Socialista y a una cierta relación dialéctica incipiente entre los movimientos de base popular y un sistema político dominado por la iz.quierda. En el Va! d'Yerres,
los jóvenes profesionales que deseaban mejorar su calidad de vida y cambiar la sociedad sin
perder sus prívilegios, se movilizaron con miras a la preservación del medio ambiente v a lo~
grar el autogobierno local, pero les faltó la conexión -que llegaría más tardc-- con el ~úc!eo
duro del sindicalismo urbano reivindicativo.
En Lationamérica, la urbanización acelerada y la nueva división internacional del trubajo,
Ein
4-.."l.8
Una teoría del cambio social urbano 439
La ciudad y las masas
descritas en la Parte 4, propiciaron el surgimiento de un populismo Uf?anO en q:l~ los ~obla~
dores ofrecieron su adhesión política y su hcteronomía cultural a cambio. de serV1CIOS ,ur,oanos
y del derecho a asentarse en las .márgen.e~ d~¡ si~t_ema eco~ó!~~CO mun~i~al',.r:os "n:ovlmle,~:os
siguieron una pauta contradictona de relvlOdlcaclO~, negocJaclOn, movlhzaclOn e lllte?raclOn,
fio--;:¡da al destino de los actores políticos en los que siempre se apoyaron los oc~pa~tes degale~.
:::> Cada contexto naciol1al~cultural explica nO sólo cómO convergieron o se dIsocwron los dIferentes objetivos, sino también por qué, y explica, asimismo, la manera I:::n. que los operadores organizacionales de los movimientos conectar~:n, desconecta~on o se hiCIeron cargo de las
relaciones entre las reivindicaciones urbanas, el Estado y la socIedad.
,1.- la preaunta final y más importante: ¿constituyen esos objetivos los movimientos 50Q UCud
b' ,
ciales urbanos y por qué originan un cambio del ::;ign¡f~ca?o l~rbano? ¿Por, qué esos o ~etlvos
en oposición a o~ros? ¿Po~rí~ haber más o me~os O~Je:lvos'?1 ~ },~o.r q,~c deben estal agrupados en la praxIs del movImiento para producir un decto slgI1lf.lC<lt¡V~).
En este punto, hemos de recordar el análisis genera! del cambIo SOCial en llues~r~ contexto
histórico. Los tres objetivos que son factores cruciales para ~1 logro de los movnnlcntos .s~­
ciales urbanos son, precisamente, los tres proyectos alternativos a los modos de prOdUCClOl1
y modos de desarrollo que dominan nuestro mundo. La ciu?ad co:n0 valor de uso se opone
a la forma capitalista de la ciudad en cuanto valor de cambio; la cIudad como red de c.omunicación, al flujo de información unidireccional car<1cterístic~ del modo de desarrollo mformacional, y la ciudad como entidad política de libre autogesuón, a.l re.curso al Estado centralizado en cuanto instrumento de autoritarismo y amenaza de totalitarismo.
Así pues, los temas y debates fundamentales de nuestra historia. s(~n, en rea.lidad, la materia prima de los movimientos urbanos. ¿Significa esto que los mOVlmlcntos sO~lales urbanos
son el núcleo de los nuevOs procesos del cambio histórico? En absoluto; ~~ precisamente porque los proyectos de cambio alternativos en las di~e~siones d~ producclOn, cultura .Y poder
han llegado a un estancamiento, por lo que los mOVlll11ent~s socIales urbanos han podldo.aparecer y desempeñar un papel social de primera importancia. Dcsarrollemos ahora est.a ldea,
que es la piedra angular de nuestro análisis.
.
.
,
En nuestras sociedades, las ciudades son la expresión de las diferentes dlmenslOnes de la
vida de la variedad de los procesos sociales que forman la intrincada trama de nuestra ex pelas aentes tienden a considerar las ciudades, el espacio y las funciones y forn'e n e'1'a . ¡)or eso
",
mas urbanas como la causa principal de sus sentimientos. Es ésta la base de la ldeologl.a ur~
bana que atribuye la causalidad de los efecto~ soci.~l?s a la est~'uctura de las f~r:nas ~spac,lales.
:\\;1as cuando la gente experimenta una fuerza mdetImda, reaccIOna en uno o VMIOS OJ~eles ~?n­
tra la forma material que le transfiere esa fuerza que sienten. Y así, cuant,o men.os ¡dent:f¡ca
el ori()en de su explotación económica, alienación cuilural y opresión P?lítlca, mIentras sl~ue
sintie~cio sus efectos, más reacciona contra las formas materiales que mtroducen en su VIda
esas experiencias. De otro lado, la forma espacial no es ~implemente un tran::m¡~or de todos
estos males. Es un organizador de los mismos, y se con'llerte en un mal por 51 mlSlna. Por lo
tanto, la reacci6n popular es doble: contra el origen e.structu~·al no reconocido de su exp.¡~t?­
cióI1, alienación y opres¡~n: Y contr,-~ la forma ~sfaclal partJcular que expresa Su concltclOl1
como un recordatorio cotIdwno: la CIUdad salvaJe.
.
El origen de los movimientos urbanos en nuestras soci~dades ~s~á e~ la a.usencl3 de cauces
efectivos para el cambio sqcial en cada una de las dimenSIOnes baslcas lmphca?a5 en .la apropiación conflictiva de la producción y la historia. El movimiento obrero ha Sido totalmente
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~ Manuel CasteUs, ({ rhe W¡ld City», en Joc R. Fcagin, ed., The Urban Scene, My¡h and Reaiity (Nueva York:
Random House, 1979).
incapaz de abordar la cuestión del salario socia! y la negociación dt: las condiciones de vida
fuera del Jugar de trabajo, por lo que el sindicalismo urbano ha tenido que ocupar su puesto
fuera de las fábricas y oficinas. Al excesivo flujo de información unidireccional sólo se han
opuesto las culturas marginales alternativas, con lo que el pueblo ha tenido que asumir la tarea de ensayar y defender espontáneamente sus redes autónomas sobre ia base más primitiva:
la territorialidad. La centralización del Estado y la obsesión de los partidos políticos con la
dimensión instrumental del poder han llevado a un distanciamienlO creciente entre la sociedad civil y el Estado. La revitalización ele la autonomía local, la reivindicación de la autogestión política, la descentralización y la participación, son la última oportunidad para impedir
la dramática división entre los aparatos burocráticos y las identidades irreductibles.
Como todas estas fuentes potenciales de conflictos en nuestra sociedad no tienen medios
autónomos de expresión, organiz.ación y movilización, se han unido de una manera negativa
y reactiva en la forma de movimientos urbanos. Cuando son reacciones unidimensionales primitivas, cobran la forma de protesta urbana. Cuando han desarrollado una visión global alternativa, forman una contracultura, y se sienten más cómodas si definen su alternativa en un
territorio: proponen una organización social alternativa, un espacio alternativo, una ciudad
alternativa. Se convierten en un movh:niento social urbano. Pero ese movimiento no puede
ser «proactivo;.), sólo «reactivo», excepto en su dimensión utópica. !v1as no puede scr un movimiento social, solamente el síntoma de un límite social, pues la ciudad que proyecta no está
ni puede estar conectada él un modo altcrnativo de producci6n y desarrollo, ni a un Estado
democrático adaptado a los procesos mundiales de poder. Los movimientos sociales urbanos
están, pues, orientados a transformar el significado de la ciudad, sin poder trasformar la
sociedad. Son una reacción, nO una alternativa: reclaman una profundidad de existencia, sin
ser capaces de crear esa nueva cultura. Proyectan el perfil del mundo que desean, sin saber
por qué, ni cómo, ni si eS posible. Cuando las instituciones permanecen aisladas o insensibleS,
los bancos mantienen sus altos tipos de interés, la policía vuelve a ocupar las calles, el espacio
significativo continúa desintegrándose, y los movimientos sociales urbanos no plantean ya una
ciudad alternativa. En vez de ello, sus elementos fragmentados emprenden la destrucción de
la ciudad que los rechaza. Observamos y analizamos su esperanza de una nueva sociedad, tal
y corno se proyectaba en el espacio que deseaban y la ciudad que querían. Pero si tales llamamientos no son escuchados, si las vías políticas permanecen cerradas, si los nuevOs movimientos sociales centrales (feminismo, nUevo movimiento obrero, autogestión, comunicación
alternativa) no fructifican plenamente, entonces, los movimientos urbanos --utopías reactivas
que trataron de iluminar el sendero que no podían reCOrrcr-- volverán, pero esta vez como
fantasmas urbanos, dispuestos a incendiar !as murallas hostiles de su ciudad cautiva.
Hemos desvelado la estructura y dinámica de los movimientos urbanos observados en una variedad de contextos culturales, económicos e instituciol!alcs. I-Iemos considerado estas observaciones en función de un marco teórico más vasto, al tiempo que abordábamos simult.úneamente la relación entre el espacio y la sociedad, y la formación y los efectos de [os movimientos sociales. Ha surgido un marco teórico provisional, que nos permite comprender la com~
pleja dialéctica entre la ciudad y las bases populares.
Disponemos, pues, de elementos suficientes para examinar algunas cuestiones sociales y
políticas más específicas sobre el verdadero pape! que los movimientos urbanos desempeñan
en la sociedad. ¿Son formas marginales de protesta, condenadas a desaparecer tan pronto
como los partidos, los sindicatos y otras formas institucionalizadas de movilización social se
ocupen de los problemas manifestados por los movimientos urbanos? Después de todo, varios
de los movimientos que estudiamos desaparecieron o quedaron seriamente debilitados tras su
derrota o su victoria. Por otra parte, algunos movimientos muy importantes, como, por ejemplo, las luchas urbanas italianas de los primeros años setenta, han retrocedido espectacularmente en míos recientes. Sin embargo, con fundamentos puramente empíricos, podríamos hablar del desarrollo desigual de los movimientos urbanos, pero también de la ,:xpnnsión a un
área geográfica y cultural más amplia. Por el tiempo en que el movimiento italiano agonizaba
en los últimos aúos setenta, las asociaciones de vecinos españolas cobraban fuerza y procludan un mayor impacto. Cuando, en 1980-81, el Movimiento Ciudadano de Madrid atravesaba una crisis devastadora, los movimientos de ocupantes ilegales de Holanda y Alemania proponían muchos de los objetivos que habían planteado grupos de vecindarios en otros lugares.
Cuando los pobladores de Chile se desmoronaban bajo el terror de Pinochet, empezaban a
surgir nuevos movimientos urbanos en Brasil, Venezuela y México, con una base social mús
amplia y una mayor conciencia del papel autónomo que desempeñaban como agentes del cambio sociaL Y tras el final de la protesta violenta colectiva de las ciudades centrales norteamericanas en los años sesenta, una oleada constante de organizaciones comunitarias y de grupos
de vecindarios, en demanda de servicios públicos, cundía sosegadamente por la geografía ur441
442
La. ciudad y las masas
Una teoría del cambio socia! urbano
b.ana de: pa~s en tos años setenta, de~dc Ci.nc,innati ~ Los Angeles, y desde Crystal eity, Te~
xas, a Nue~a .York. Pese a la carenCIa de mtormaclón sistemática fiable sobre el desarrollo
d~ los movl~Jentos
urba~os en diferentes países a lo largo de la historia, nuestros conocil
mlentos , aSl como la cantIdad de información cxistente 2 , sugieren una tendencia comparativa
que es de claro ascenso.
, Nuestra información y nucstr3S ideas .sobre los movimientos urbanos en diferenle. c"eos )'1
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~ovI~llcn.t?S urbanos en cnntextos muy diferentes han sido decisivos para formar tiuestra opinión y or', ll~
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443
Aunque la magnítud y ubicuidad de este desarrollo sün importantes para la evaluación de
su significación históríca, el elemento decisivo eS el pape! que los movimientos urbanos han
desempei1ado en la dinámica global de una sociedad. ¿Son otra forma de grupo de intereses?
¿Se' han convertido en una nueva forma de sociedad alternativa, que es un movimiento social
contemporáneo de importancia? ¿O tienden a ser, corno proponíaruos en el último capítulo,
utopías reactivas? ¿Y por qué?
Ante todo, pongamos en claro que, a nuestro parecer, estamos considerando un fenómeno un tanto homogéneo. Sin duda, bajo el término general de movimientos urbanos (o luchas
urbanas, como solíamos llamarlos), estamos considerando formas de movilización muy elife-rentes, desde Jos ocupantes ilegales contraculturales, a asociaciones de vecinos de la clase media y grupos de defensa de las barriadas de chabolas. Con todo, a pesar de su diversídad, todos ellos parecen tener en común algunas c,:1racterísticas básicas:
1. Se consideran a sí mismos urbanos, o ciudadanos, o, en cualquier caso, relacionados
con la ciudad (o la comunidad) en su autoc!cnominación.
2. Están basados en la localidad y tcrritorialmente definidos, rasgo yue nos ayudará de
manera decisiva a determinar su signíficación.
3. Tienden a movilizarse en torno a tres·objetivos importantes que precisamos en nuestro
resumen general y, según comprobamos, son cruciales para nuestros'estudios de caso: consumo colectivo, identidad cultural y autogcstión política, Por otra parte, nuestra hipótesis ensayada y contrastada es que sólo cuando Jos tres temas se combinan en la práctica de un 010vimiento, obtiene éste el cambio sociai, mientras que la separación de cualquiera de los objetivos y una estrecha autodefinición lo convierten en un grupo de intereses que se amoldará
a las instituciones establecidas de la sociedad, perdiendo así la mayor parte de su identidad e
impacto. Indicamos también que esos tres objetivos eran algo a lo que no se llegaba accidcn-
el al., Neighborhoods FirSl: Prom (he 70's ¡litO Ihe 80's (ChiCügt): Nation¡¡1 Trainillg <.Ind lnform:.llio¡) Cerner. 1977);
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444
Una teoría del cambío socia! urbano
La cíudad y las masas
tal:n~ntc: S(?fl lo: principales puntos de oposición contra la lógíca dominante del capitalismo,
el mformaclonahsmo y el estatismo.
Estamos, pues, conv.encidos de que existe un cierto grado fundafnental de homoueneidad
en los movimientos urbanos, cualquiera que sea la sociedad en la que se produzca~. La diversidad ele sus efectos y evolución obedece a que su origen, su proceso causativo social y su
desarrollo son diferenciales, según la especificidad de cada Contexto histórico y su pauta singular de comportamiento. Hasta cierto punto, todo esto puede afirmarse del movimiento obrero, movimiento que es evidente en todas las sociedades, pero en formas diferentes COn COmportamientos divergentes, y con diversos efectos sociales.
'
Mas aun reconociendo la generalidad de los movimientos urbanos y su desarrollo, hemos
rechazado la tesis de que pudieran constituir un nuevo movimiento social central capaz de
transformar nuestra historia. Además, hemos caracterizado los movimientos urbanos como
utopías reactivas. ¿Por qué?
, . No es porque n.o pl..l:-dan ;'"'C( pülítJcarncnte eficaces Jt2bido ~i su distancia dci sistema po ..
o a su suborchnaclOll a este. De h~cho, todos los movimiento:> sociales SOn incapaces de
realizar pl~nan:entc su proyecto, ya que pierden su identidad en cuanto se institucionalizan,
desenlace mevJtable de negociar la reforma social dentro del sistema político. Tnl es el cido
natural de la vida y la muerte en la sociedad, de manera que el sino de Jos movimientos urb,anos no es excepcional. Si ;;iguieran I~l exp~riencia de los movimientos sociales, se extinguiflan en un~ lucha causante de un cambIO socw.l que no sobrevivirían para ver. Pero no es ésta
n~estra tesIS sobre los movimientos urbanos de hoy. Sostenemos que 110 son ,lgentes de! cambIO social estructural, sino síntomas de resistencia a la dominación social, aun cuando, en su
esfuerzo por resistir, produzcan efectos importantes en las ciudades v las sociedades.
La razón de este papel defensivo es que son incapaces de impuLsa;' cualquier proyecto históricamente viable de producción económica, comunicación o gobierno. Nos explicamos.
Para que un actor histórico se ocupe de manera satisfactoria de la producción y prestacir~n
de los bienes y servicios públicos, ha de poder reorg,lnizar la relación entre la producción, el
consumo y la circulación. Y esta tarea está fuera del alcance dc cualquier comunidad local en
una economía tecnológicamente wfistícada que cada vez está mús organizad,-l a escala fI1Undial y, ai mismo tiempo, cada vez más encubierta en los laberintos de la economía clandestina.
Para mantener y fomentar la identidad cultura! y las formas de comunicación autónomas
las comunidades y el pueblo deben abordar la tecnología de los medios de comunicación d~
masas, así corno los imperios de los productores de imágenes que monopolizan los CÓdiuos,
tlujos y receptores, intensificando el creciente empobrecimiento de la comunicación intcr;ersonaL La aldea global anunciada por Marshall McLuhan ha venido a ser una colección
receptores silenciosos e individuales, y la muchedumbre solitaria 3 se ha pasado a la alta tecnología .. ¿Cómo podrían las comunidades locales contrarrestar esta red enlazada a los satélites,
tan blen apoyada por los recursos económicos y tan directamente aplicada por el Estado?
Es más, ¿cómo impulsar la democracia de base cuando el Estado se ha convertido en una
burocracia abrumadora, centralizada y aislada, cuando el juego del poder se juega en todo el
planeta COn bazas nucleares, y los partidos políticos representan intereses sociales y ~a¡ores
culturales que conllevan un espectro cada vez más reducido? Los movimientos urbanos de
base más local se orientan hacia los gobiernos locaJes, pero las comunidades locales son, en
realidad, impotentes en el contexto de los imperios mundiales y las burocracias computeriza~
das.
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Así pues, ¿cuál es el porqué de los movimientos urbanos? ¿Por ~ué se pon~ c.1 acen.to en
las comunidades locales? ¿No ba comprendido el pueblo que neceslt?- un mOVJmlcllto mternacional de la clase trabajadora para oponerse a las empresas multinacionales, un parlamento
democrático sólido, refoílado por la democracia participativ8., para controlar al Estado centralizado. Ij un sistema de comunicación múltiple e interactivo con el que, sirviéndose de la$
nuevas tec~ologías de los medios de comunicación, poder expresar (n? r~prim¡r) la diversidad
culturul de la sociedad? ¿Por qué insiste la gente en perseguir los obJetlvoS locales en vez de
esco~er los de nivel adecuado?
p""'or la sencilla razón de que, según la información disponible, no parece lene!" otra opción.
Los actores históricos (movimientos sociales, partidos políticos. instituciones) a los que co~
rrespondfa hacer frente a los nuevos retos (:1) un plano global, .Eueron incapaces de cllo. El
movimiento obrero originado por el modo de producción capitaltsta ha perdIdo en gra.r: parte
su capacidad de controlar la economía, debído a la internacionallzación de la producclOn, los
mercados, el trabajo y la gestión, la acomerida de la economía informal y el acceso de las mujeres al trabajo, que ha sacudido los ómi":I.'l!t:S de los sindicatos obreros aún. dOI;1i:lados I?Or
d sexismo. A consecuencia de ello, el mOvlIlucnto obrero, que durante los cIen ultImos anos
venía siendo el actOr social clave de la lucha de clases, controla cada vez menos las relaciones
entre la producción y el consumo, el salario pcrsonal y el salario social, el proceso ele trabajo
y el Estado-Providcncia. Las empresas privadas y los gobiernos agobiados por las d.c.udas apr.ovechan su !ibertad recién recobrada para deshacerse de la carga de su responsab¡l!clad SOCial
en el consumo colectivo. Pero si desaparecen los mecanismos del Estado-Providencia, el pucblo todavía necesita de sus beneficios en sus hogares, barriadas y ciudades.
En lo que hace á las pautas de comunicación y la identidad cultural, el racionalismo filosófico de la izquierda política y la cultura unidimensional del movimiento obrero lle:~~r?n a
los movimientos sociales del capitalismo industrial a ignorar las subculturas, la especlflcldad
de Jos sexos, los grupos étnicos, las aeencías.religiosas, las identidades nacionales y las experiencias personales. En general, toda la diversidad humana dio en considerarse como un
vestilJio del pasado, que la lucha de clases y el progreso humano contribuirían a anular y reempJ¡.1z~~r hasta que se lograra alcanzar una fraternidad universol que, par~ldój!camcntc., :;ep.:csenla la etapa ideal tantO para la ilustraCión burguesa como para el marxismo proletano . E~­
tre tanto, la gente seguía hablando su lenguaje, rezando a sus santos, celebrando sus tradIciones, disfrutando de su cuerpo, y negándose a ser meros trabajadores o consumidores. De
hecho, el verdadero viraje hacia fa uniformidad cultural no se originó con la conciencia ele
clase o el consuma de masas. sino con la nueva tecnologín audiovisual, que, a su vez, no era
una conspiración capitalista, sino el subproduc,to de la c<?municación militar que algunos Estados han comercializado y utilizado para su propaganda). Una vez más, los nwvimientos sociales existentes y las fuerzas del cambio político pasaron por alto el potencial de estos acontecimientos, y lo que hicieron fue desconectar la televisión o utilizarla de una forma puramente instrumental para que transmitiera su mensaje. Pero no se intentó vincular la vida, la experiencia y la cultura del pueblo con el nuevo mundo de las imágenes y los sonidos. Como
resultado de ello, se secaron las fuentes de la comunicación, quedaron anticuados los canales
interp~rsonales, y los medios de comunicación se aduelÍaron del mundo imaginario ?c todos.
Al pueblo, no le gustaba necesariamente esta evolución, pero tampoco hal~ó un? tuente alternativa de comunicación e información, y terminó por acostumbrarse, no SIfl deJ',lr de aprovechar cualquier oportunidad para expresarse al margen de los medios de comunicación.
~,
J Recuérdese David Riessman, The Lonely Crowd: A 5tudy ollhe Changing American Charaeter (New Haven:
Yaie Uoiversity Press, 1950).
445
.1 Algo que ha señalado Harry C. Boyte, The Backyard Revolution.
s ef. Herbert I. $chi!ler, Mass Communications and lhe American Empire (Boston: 8eacon Prcss, 1969).
446
La ciudad y las masas
Se ensanchó aún más la brecha, ya creciente, que existía, en lo que atañe a las instituciones políticas, entre los intereses del pueblo, por un lado, y los partidos y el Estado, por otro.
Por todo el mundo, el Estado creó una voraz maquinaria independiente, tecnológicamente sofisticada y burocráticamente autorreproductora. En la mayoría de las naciones, este aparato
estatal reprimió al pueblo, coartándolo mediante la vigilancia de su alma y la tOrtura de su
cuerpo. En las pocas democracias parlamentarias restantes, la tragedia ha sido la distancia creciente entre los ciudadanos y los partidos políticos. De una parte, los partidos los han producido históricamente movimientos o intereses sociales muy diversos, a partir de los nuevos valores y proyectos, por lo que, en consecuencia, los partidos arraigados no están en consonancia con los nuevos movimientos. De otra parte, los partidos dominantes tienden a diluir sus
programas para captar el espacio intermedio del espectro político. El resultado es que las diferencias entre los partidos y las coalíciones políticas, cOn ser aún importantes, tienen tendencia a disminuir; se reducen, en realidad, las posibilidades de englobar la variedad de intereses
del electorado, y aumenta la distancia entre la vida diaria y tos programas electorales.
En consecuencia, podemos advertir una creciente abstención dectoral (casi un 50 por ciento en Norteamérica), que sólo queda contrarrestada cuando la ley da al voto carúcte[ obligatorio (Italia), o cuando existe una opción dramática (Francia y España). Aun cuando la política nacional siga siendo crucial para el futuro del país en cuestión, los ciudadanos, en todos
los casos, creen que el Estado nacional está demasiado apartado de sus problemas. Por eso,
tienden a oscilar en su voto, con la esperanza de que dé resultado la alternancia de fórmulas
aparentemente moderadas. Pero cada vez que el péndulo se desplaza y apenas sucede nada,
se enfría üún más la fe en el sistema político, y el ciudadano ahonda un poco más sus trincheras locales.
y así, frente ,a un movimiento obrero impotente, un sistema de comunicación unidireccional omnipresente e indiferente a las identidades culturaies, un Estado centralizado y todopoderoso, vagamente gobernado por partidos políticos poco confíables, llna crisis económica estructural, la incertidumbre cultural y la probabilidad de una guerra nuclear, la gente se refugia en su casa. La mayoría se retrae individualmente, pero la minoría activa, decidida a resistir, se organiza en Su reducto local. Reacciona contra la explotación-alienación-opresión
que la ciudad ha venído a representar. Puede que sea incapaz de controlar los flujos interna~
cionales del capital, pero puede imponer condiciones a cualquier multinacional que desee establecerse en su comunidad. Aunque no se opone a los nuevos medios de comunicación, insiste en que algunos programas se emitan en su idioma y en sus valores, yen las horas punta,
y mantiene sus fiestas locales, dándoles prioridad sobre los medios de comunicación. Apoya
la democracia representativa, pero acude en masa a las reuniones del consejo municipal, tanto para recordar a sus representantes que están allí para representarla, como para ejercer un
cierto control. Y así, cuando la gente se ve íncapaz de controlar el mundo, simplemente reduce éste al tamaño de su barrio.
Vemos, pues, que los movimientos urbanos abordan las grandes cuestiones de nuestro tiempo, mas no lo hacen en la escala ni en los términos adecuados a la tarea. Y, COn todo, no
tienen otra alternativa, pues son la última reacción cOntra ia nueva dominación y la renovada
explotación en que sumergen a nueStro mundo. Pero son algo más que una última postura
simbólica y un grito desesperado: son síntomas de nuestras contradicciones, y, por lo tanto)
elementos potenciales de su superación. Son las formas organizacionales, las escuelas vivientes donde tienen lugar los nuevos movimientos sociales de nuestra sociedad emergente, que
crecen, aprenden a respirar, fuera del alcance de los aparatos del Estado y más aHá de las
puertas cerradas de la vida familiar reprimida. Triunfan cuando vinculan todos los aspectos
reprimidos de la nueva vida que brota, porque esa es su especificidad: hablar el nuevo lenguaje que nadie habla todavía, en su significado polifacético. Cuando ·el vocabulario se res-
Una teoría del cambio social urbano 447
tringe demasiado (centrándose sólo en el control de los .alquileres, por eje~pl~), los :n.ov.imientos pierden su atractivo y vienen a ser otro grupo de mtereses en una .socIedad pl~rahsta.
Cuando tratan de imponer su programa, se convierten en una contrasocle~ad, y se nun?en
bajo la presión concertada del capital multinacional, el sistema de los mediOS de comunicación de maSaS y el Estado burocrático.
. . ..
., .
Los movimientos urbanos producen, sin embargo, un nuevo slgnltlcado hlst~nco en esa
zona incierta en que hacen como si construyeran, dentro de los límites de su barr~o,. una nueva sociedad que saben inalcanzable. Y lo hacen cultivando la semilla de los movlml.entos so~
ciales de mañana, en las utopías locales que los movimientos urbanos de hoy han fOrJado para
nO rendirse a la barbarie.
Las ciudades son productos de la historia, tanto ele las formas y funciones urbanas heredadas
del pasado cOmo del nuevo significado urbano que: les asigna el cambio bistórico conflictivo.
Mientras que la primera observación es comúnmente admitida, la segunda eS poco corriente,
aunque fundamental para comprender el cambio urbano.
La observación de los cinco grnndes movimientos sociales urbanos que tuvieron lugar en
diferentes períodos de la bistoria y en contextos culturales diversos, abona esta interpretación.
La revolución de las comunidades en la CastiLla del siglo XVI fue expresión del intento de
definir históricamente la ciudad como una nueva institución politiCe!. como una nueva forma
d8 organización institucional de la socíedad, en oposición al proyecto de mOllarquía abso¡u~
tista destinado a construir un Estado nacional imperial con la ayuda de la nobleza y de In Iglesia. Así pues, el conflicto estaba directamente conectado a lo que parece haber sido el gran
debate histórÍco en las últimas ciudades medievales y en los inicios de la Edad Moderna: ¿cuáles iban a ser las formas e instituciones de los nUevos Estados europeos cuando fuesen él emprender la expansión global que llevaría, en la mayoría de los casos, a la acumulación primitiva en aras del capitalismo (aunque, como en el caso de EspalÍa, pudiera conducir ¡) la apropiación mercantil de la riqueza para financiar las guerras y las burocracias)? Fernand Draudel
ha destacado con acierto la novedad e importancia de! conflicto sobre el significado político
de las nuevas ciudades:
Occidente ha sido desde bastante pronto una especie de lujo para el mundo, Las ciudades ..dcanzaron
uoa importancia que no se encuentra en ningún otro sitio. Configuraron la grandeza del reducido contioente, pero este problema, aunque muy conocido, no es sencillo ... [Pero] lo fundamental. lo imprevisto, fue que algunas ciudades hicieron estallar su espacio político, se constituyeron en universos autónomos, en ({ciudades-estados)~, saturadas de privilegios adquiridos o conseguidos por la fuerza. que $Uponían otras tantas barreras jurídicas. Los historiadores de antaño insistieron demasiado en «estas razones de derecho», ya que si pueden, a veces, colocarse por encima o al lado de las razones de tipo
geogrüfico, sociológico o económico, éstas últimas tuvieron una importancia capitaL ¿Qué eS un privilegio sin sustancia material?
449
450
La ciudad y las masas
De hecho, el milagro de Occidente no consiste exactamente en su r~stlr!!imiento en el siglo Xl, tras
ei aniquilamiento casi total 0currido <.::n el siglo v. La historia ~stá llena de ';<;tos lentos ávan~es y retrocesos seculares, de esas expansiones, m\cimientos ,) renacimientos urbanos: Grecia enrrc los siglos v y
!l a, de J,c., incluso Roma, el Islam desde el siglo IX, la Chinll de los Songs, Pero siempre, en el curso
de estos resurgimientos, ha habido dos competidores: el Estado y la Ciudad. En general, vencía el Estado y la Ciudad quedaba enlonces controlada con mano férrea. El milagro. con los primeros siglos urbanos de Europa,. fue que la ciudad venci~ra plenamente, por lo m'enos en Italia, en Flandes y en Alemania. Experiment6 así, durante bastante tiempo. una vida autónoma. colosal acontecimiento cuya génesis no se capta con exactitud, pero que había de lener consecuencias inmensas!.
En Castilla, las ciw.h:des no triunfaron en su pugna con el Estado. y, como sei1alamos en
la Primera Parte. este desenlace histórico marcó él la sociedad española para siempre. Su lucha iba dirigida a conseguir la redefinición del significado urbano y la transformación de las
ciudades en municipios, como formas de Estado y como experimentos de democracia de base.
Por otro lado. para la monarquíi!. la ciudad debía aporrar la ayuda nccesaría para una maquinaria administrativa cuyo origen radicaba en Dios y, junlo ti r-:::l, en el rey. cuya última finalidad era obtener el oro de América, y cuya ruzón de ser era la conquista del mundo y la
competencia con los otros imperios por el suelo de Europrl. Como convinimos en la Primera
Parte, las comunidades, en cuanto actOr histórico, no fueron una burguesía incipiente, sino
las propias ciudades. Tampoco fue la monarquía espüñola la expresión del orden feudal, aun
cuando se apoyara en la nobleza, El contlicto lo protagonizaban la ciudad y el Estado; y la
definición del significado urbano estaba en el meollo de ese conflicto, plJeS solamente asimilando las funciones del Estado podrían las ciudades mantener un espacio libre. Sin embargo,
en el ámbito del Estado nacional imperial, era imperativo poseer el dominio territorial sobre
un área de influencia mundial conquistada por la espada de sus fanáticos guerreros. Ambos
espacios eran mutuamente excluyent.es, al igual que las dos fuerzas políticas que tenían el cometido de apoyar. Hasta cierto punto, ésta es la raZÓn por la que la experiencia de las comunídades, con ser una revolución urbana de fines del medkvo, plantea un debate estrechamente vinculado con nuestras cuestiones actuales: la autogestión de un espacio libre frente al alcance ,global de los nuevos imperios,
La Comuna de Parí:,; representa la transición entre dos formas de conflicto histórico: una,
prccapitalisw, entre la ciudad y el Estado, en términos muy semejantes a los de la expresada
por las comunidades de Castilla; y otra. protocapitalista, entre el pueblo de París y el comienzo de una vanguardia proletaria, que reaccionaba contra los males del capitalismo (Jos especuladores, propietarios, rentistas) más que contra el capitalismo industrial propiamente dicho
(los communards nunca se opusieron a la burguesía industrial cOmo tal). Desde el punto de
vista del adversario de los cornmunards, ambos aspectos (el Estado todopoderoso y los especuladores inmobiliarios) venían a unirse en la forma de la planificaCión municipal, representada por las obras públicas y la renovación urbana emprendidas por }Iaussmann, COn el triple
propósito de crear una rejilla urbana determinada por criterios económicos, ordenar la ciudad
facilitando la represión militar de los levantamientos populares, y, sobre todo, limpiar, marcar y definir simbólicamente París con la nueva permanencia y escala de! Estado francés, estableciendo con ello de nuevo el poder secular de su burocracia sobre la confusión de la representación política que formaba parte del objetivo revolucionario de los parisienses.
Así pues, la Comuna fue también una lucha por el significado urbano de París y, a través
de ello, de las ciudades francesas modernas, tanto entre los autonomistas locales y los centra1 Fernand Braudel, Civifisation maltlriel1e er capitalisme (París: Armand eolio, 1967, volumen 1); la cita es de la
traducción castellana publicada por Alianza Editorial, 1984,
Una teoría del cambio social urbano
451
listas estatales, como entre los trabajadores y las mujeres, que reivindicaban el valor de liSO
(alquileres bajos, viviendas, servicios), y los especuladores inmobiliarios (pequeños caseros
unidos a los intereses financieros), que pretendían la transformación de! espacio urbano en
una mercancía aún más rentable, calculada en función de su valor de cambio.
La Comuna, atrapada en la transición entre dos épocas históricas. libraba dos batallas diferentes, aunque articuladas, por la definición del significado urbano: la ciudad corno libertad, y la ciudad como valor de uso, contra el proyecto del Estado en favor de la ciudad en
cuanto entidad administrativa ele bajo nÍve! y de los intereses de los capitalistas en la ciudad
entendida como un espacio valioso sobre el que obtener un beneficio.
La experiencia de Glasgow presenta un caso más netamente delimitado. Nos hallábamos
aquí ~~ el corazón del capitalismo industrial. La ciudad en cuanto entidad autónoma, social
O pohtlca, había desaparecido en gran parte. Lo que las mujeres y los trabajadores deseaban
era una ciudad decorosa y una seguridad económica en sus relaciones sociales recién mercantilizad.as. Nadie consideraba ya al Estado corl1O el enemigo, excepto los miembros de la vanguan.~Ja comunista, ~uya inlluencia era bien escasa. El movimiento apelaba sin cejar al Estado
par',l llTIpoI:er al ca~¡tal el respeto .de unos contratos económicos y sociaks equitativos. El sector mdustnal ,(dommante) de!capltal consideraba la ciudad en función de la producción, pero
la clase trabajadora l~l des~aba en términos de consumo (o apropiación de! valor de uso). Entre ambos, el sector flnanCler() del capital y sus rentistas trataban de servirse de la ciudad para
su provecho, extrayendo de los trabajadores no sólo su plusvalía, sino también sus salarios.
Los huelguistas de Glasgow, y muy prontO del resto de Gran Bretafla, se rebelaron contra
esta explotación excesi,va. Acepturon con renuencia las relaciones de producción capitalistas,
p.ero deseaban protección y seguridad. Querían que la ciudad formase parte de su salario $0cwL Ap.~1,1ron .al ~stado para que controlara la rapacidad de los logreros racionalizando la
producc1on capltalIst(:1 y llegando a un contratO social con el movimiento obrero. Y así, desde
entonces, la CIUdad ~1I1{) a representar la producción, circulación y gestión para el capital yel
v.alor ?e uso, tradUCI?O en el consurno cokctívo, para los trabajadores. Y la scgreoQción reSIdenCial en el espaclO aseguró el apoyo espacial para la expresión separada ele la~ culturas
locales baSadas en la clase.
~or un lad~, la ~iudad desapareció en el proceso ~conóm¡co, pero, por otro, avanzó hacia
la VJd~ de vecmdano. El conllicto sobre el significado urbano bajo el capitalismo industrial
condUjO a un te.r,reno relativamc!:tc COmún: e! espacio y las ciudades eran secundarios respecto a la producclon y las clases. Sm embargo, la historia nü se detuvo con la industrialización
capitali~ta temprana: Con la ampliación de la definición del valor de uso y con d Co¡~nicto
sobre el ~roceso SOCIal de. esa definición, se plantearon nuevos desafíos al significado urbano,
compendIados en la relaCión entre el capital y el trabajo.
Ve:-acruz era u~ nexo entre dos mundos y esto se reflejaba en el movimiento inquilinario.
En pnrncr lugar, este representaba, COmü en Glasgow, la revuelta Contra la mercantilización
d~ las con~icio.nes. de v~da a mano~ d.e rentistas y especuladores. No era, empero, un movimiento anticapltalista, SlOO un mOVlmlento contra la dominación de! valor de cambio sobre el
valor de u,so b~j~ el impacto de l~ ex~ansión capitalista en México. Pero, en segundo lugar,
y ello es aun mas fundamental, los mC]Ullinariüs representaban un movimiento antiurbano. Procuraron n,egociar el nivel de los alquileres, mas, a diferencia de los huelguistas de Glasgow,
n,o rec~rneron al Esta<;io para que éste interviniera, a pesar de que un sector así lo deseaba.
En el tondo, no de~eaban.lIn sistema benefactor, sino una nueva sociedad, libre de extranjeros" que eran, a,l mismo tlempo, los especuladores. Para los colonizadores, Vera Cruz era todavla. una colon.lJ y p:esentaba una fácil oportunidad de hacer dinero, que se envíaba al país
de ongen, o se mvertm para restablecer la pauta colonial. El movimiento de Verac;uz era a
la vez, un movimiento urbano que luchaba por el valor de uso de la ciudad contra la espe~u-
452
La ciudad y las masas
Una teoría del cambio social urbano
lación capitalista, y un movimiento antiurbano Contra la ciudad dependiente. En este sentido,
anunciaba los movimientos de ocupantes ilegales de Latinoamérica, que construirían su propio mundo socia! en la periferia de la ciudad, y s610 recurrirían n la ciudad por razones prácticas. Por eso, continuaron reivindicando viviendas y servicios --prueba de! dilema en que se
encontraban entre la autonomía cultural que deseaban ver preservada, y su deseo de obtener
una parte del producto de la nueva economía urbana en la que inadvertidamente habían sido
absorbidos-o Con todo, a diferencia de la mayoría de los asentamientos de ocupantes ilegales que hemos estmlíado, los inquilinarios de Veracruz no apelaron al Estado, y se distancia~
ron de todo aparato político qUG pudiera manipularles en una relación en la que ellos fueran
los clientes. De hecho, a esto obedeció el hecho de que fueran masacrados, pero ésta es tam~
bién la razón de su valor simbólico para los pocos movimientos urbanos que pugnan hoy en
la América Latina por lograr la autonomía, forjando una definición alternativa de su propia
ciudad.
Las revueltas basadas en la comunidad que observan'H)s en las ciudades centrales norlea~
mericanas durante los alios sesenta ofrecen un cuadro mucho mús complicado, y su modelo
conflictivo es rambién más afín al núcleo de los hallazgos de nuest.ra investigación. Mas po~
demos distinguir claramente, sirviéndonos otra vez de la útil tipología propuesta por Tilly, cntre los movimientos reactivos que lucharon contra la destrucción de los barrios y el det"erioro
urbano, y los movimientos proactivos, que utilizaron los ghettos como UD espacio para satisfacer las reivindicaciones urbanas y crear una base de poder autónomo. En el primer caso, la
pugna sobre el significado urbano era entre el intento de la nuéva clase dominante por adap~
tar el espacio de las ciudades centrales a las nuevas funciones del modo de desarrollo informaciona!, y la defensa de los barrios de clase trabajadofa de sus derechos al valor de uso urbano, que era el verdadero objetivo en el que habían basado su aceptación del sistema.
En el segundo caso, la reestructuración del espacio norteamericano !levó a miHones de negros a las reservas urbanas, donde habían de incorporarse a la economía informal. Pero reac~
cionaron exigiendo empleos, atenciones sociales y autodeterminación política. La pugna por
el sígnificado urbano era entre dos proyectos diferentes destinados a vincular el espacio urbano a las comunidades étnicas residenciales:
1. Para la nueva clase dominante, los negros tenían que aceptar sus ghettos tal como eran
(solución mercantil), o, en caso contrario, se podía concentrarlos y controlarlos en los pro~
yectos de viviendas públicas (SOlución estatal). Además, algunos ideólogos liberales pedían la
desegregación, pero no podían adoptar medidas (con excepción de la más impopular: el busing) para !levar a la práctica ese ideal.
2. Para la mayoría de los negros, el ideal era mantener su espacio de autonomía y liber~
tad, obteniendo, al mismo tiempo, los beneficios de unas viviendas y servicios públicos adecuados. Su proyecto consistía en lograr una ciudad sólida y aut6noma dentro de la ciudad.
I
1
ILI
El estancamiento llevó a una situación de autonomía espacial efectiva, en la que la comu~
nidad negra se hallaba en los ghetto$, así como a un aumento del deterioro urbano, la integración marginal en la economía informal, el incremento de la violencia, los delitos y. el predominio de la cultura de la droga. El conflicto nO resuelto sobre el significado urbano en las
ciudades centrales norteamericanas condujo a un vacío generalizado y a la desintegración pro~
gresiva de las formas y funciones urbanas, como pu~o de manifiesto el continuado y masivo
abandono residencial.
Así pues, en cada momento de la historia, el contlicto sobre el significado urbano observado en cinco grandes movimiento sociales urbanos era expresión de los grandes temas :del
debate histórico entablado entre los actores sociales. En ocasiones, la pugna guardaba amplia
relación con el cont1icto de clases. Otras veces lo que dominaba era la relación de poder entre
453
formas a~ternativas del Estado. En ninguno de los casos observados se hallaban en el centro
de! con~llC~o las relaciones e?tre los sexos, pese a la participación decisiva de las mujeres en
los mOVlm¡ent~s; corroboracIón sorprendente de nuestra hipótesis sobre la jerarquía histórica
entre las relaCIOnes de producción, poder y sexo. En todos los casos, la ciudad estuvo con~
forma~¡a por la lucha histórica librada por su significado urbano, fuente esenciai de sus formas
y funclO~e; ~~banas. ?v!ás allá de la observa~ión .de la evolución de la ciudad en la historia,
o.uestro anal¡SIS ha podido revelar cómo la hlstona se ha incrustado en la ciudad· esto es las
CIUdades no están en la historia: son historia.
J
,
El resultado de nuestra investigación comparativa no es una nueva teoría formal de la ciudad
o de la sociedad. No era ése nuestro propósito. Lo que nas hemos propuesto ha sido formular
las preguntas adecuadas, señalar las fuentes de las estructuras históricas del significado lubano, y descubrir Jos complejos mecanismos de interacción de las diferentes fuentes de conflicto
de la reproducción urbana con el cambio urbano. Al considerar a las ciudades como el resultado de una lucha histórica interminable por la definición del significado urbano, librada por
actores sociales antagonistas que oponen sus intereses, valores y proyectos, hemos podido comprender el cambio urbano, así como los limites de dicho cambio, en una variedad ele situaciones espaciales y de contextos históricos deliberadamente seleccionados.
El producto de nuestra investigación no es un marco formalizado de categorías abstractas
que hayan de combinarse ahora de maneras diferentes para codificar situaciones empíricas,
cambiando así sus etiquetas sin añadir nuevos conocimientos. Con lo que finalmente nos encontramos es, más bien, con una caja de herramientas de investigación mediante: las cuales
podemos explorar de un modo particular la cuestión fundamental de! cambio social. Gracias
al ejemplo que hemos hecho de estas herramientas en la observación de diversas movilizaciones urbanas, hemos podido proponer un cierto número de ideas sobre la relación entre el conílieto social y la producción del significado urbano, y nuestroS estudios de caso no han desmentido las principales ideas de nuestro marco interpretativo. De otra parte, al reconstruir
los contextoS socioculturales específicos en que tienen lugar los procesos urbanos, hemos logrado demostrar una de nuestras hipótesis básicas: que, si bien el cambio social urbano opera·
de un modo similar en un plano general, la aglutinación de los elementos de dicho cambio y
su desenlace dependen estrechamente del contexto histórico en el que se produce. Por 10 tanto, en vez de una teoría general transhistórica de la ciudad, lo que hemos presentado son historias teorizadas de la producción del significado urbano. Esta es nuestra respuesta a la pregunta que incesantemente hacen urbanistas, planificadores, arquitectos, vecinos, funcionarios
políticos y, en general, el pueblo: ¿qué es una buena ciudad? Kevin Lynch, en su importante
obra A Theory oi Good CUy Forrn, aporta una respuesta detallada, concreta y documentada,
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La ciudad y las (nasas
cuyos prindpales criterios normativos compartimos büsicamentc. No obstante, surge, de in~
mediato, la objeción obvia: ¿cómo se produce esa ciudad, quién la produce, y para quién?
Ly:nch cOncluye su obra maestra reconociendo que su teoría, como todas las teorías normati~
vas del urbanismo, « ... adolece de un cierto número de defectos. El más notorio es la falta de
una teoría complementaria que explique cómo cobran cxistenci(j las ciudades y cómo funcionan ... ~~!. y añade: «Ninguna teoría podrá considerarse suficientemente estudiada mientras no
revele cómo tienden a variar los resultados conseguidos con el contexto político y sociab 2 .
Precisamos, en suma, una teoría capaz de explicar cómo se producen las formas de la ciu~
dad (yen consecuencia) las de la buena ciudad). Al mismo tiempo, necesitamos una perspectiva teórica lo bastante tlexible como para explic:.ll' la producción y los resultados de las funciones y formas urbanas en una variedad de contextos. Nuestro deseo es que este libro sea
un paso en la construcción de esa teoría y de esa perspectiva. No puede ser sino un segmento
de una teoría global, pues hemos (;entrado nuestra atención en la producción del nuevo significado urbano por los movimientos sociales urbanos, mientras que en la mayor parte de las
investigaciones <.::xistentes se ha abordado la g(:stión de las funciones urbanas (planificación)
y la creación de las formas urbanas (diseño). Creernos, sin embargo, que, mientras no desvelemos los secretos por los que las ciudades surgen a la vida histórica con un significado so~
da! determinado, las funciones seguirán siendo un aSllOto de ajuste tecnológico, y las formas,
una mera cuestión de gusto subjetivo. Por eso, en nuestra labor investigadora hemos tratado
de conectar con otros dos grandes proyectos que se están acometiendo en el entorno intelectual de nuestro tiempo. Hemos intentado introducir en el análisis del cambio social la materíalidad de las formas espaciales resultantes de! contlicto entre las clases dominantes y los
movimientos sociales; y, asimismo, hemos querido ayudar a comprender de qué manera se
produce el nuevo significado urbano, para facilitar el descubrimiento del proceso histórico que
pudiera alumbrar las nuevas formas urbanas liberadoras imaginadas por los disef1adores urbanos más audaces.
Creernos que, pese a las tormentas amenazadoras de ¡os conflictos históricos actuales, la
humanidad está en vías de controlar su propio destino y, por lo tanto, de ser capaz de diseiiar
su ciudad ideal. Así, al fin, los ciudadanos harán las ciudades.
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2-
Kevin Lynch, A Theory oi Oood Cily Form, p. 235.
Op. cit:, p. 324.
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