Tilín tilín Beatriz Bueno Cosmos E Curso 2010

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Tilín tilín
Beatriz Bueno
Cosmos E
Curso 2010-2011
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¡Hola, hola! ¡Estoy aquí! ¡Gírate! ¡Mira aquí, hacia abajo! ¡Por fa!
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¡Nooooo, otra vez en el bolso, no, no estoy ahí!
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¡Que nooooo, tampoco en el bolsillo del abrigo!
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¡Y dale, tampoco en el cajón! ¡Aquí!, ¿que no me ves?!
¿Por qué todos los días ocurre lo mismo? Al principio me parecía muy divertido,
era como jugar al escondite. Yo sabía dónde me había dejado mi dueña o dónde
me había caído (cosa que también ocurre demasiado a menudo). Pero, la verdad,
de tanto repetirse la escena, día sí y día también el jueguecito ya me aburre.
Aún recuerdo el día en que María me compró en la tienda de “Todo a cien”. Yo me
caí del estante donde estaba e hice ruido. María se giró a recogerme y dijo - - -
“¡Qué casualidad! ¡Justo lo que necesito! Un llavero con una campanita, así
siempre sabré dónde estarán mis llaves y ya no las volveré a perder”
Yo me sentí feliz, muy contenta y, sobre todo, súper importante delante de todas
mis compañeras: la pelotita, el escudo del club, la navaja soluciona todo, el
pajarito pío-pío…mis amigos desde que llegamos desde China. Cada día se iban
unos cuantos con sus nuevos dueños. La pelotita era, siempre, la preferida de los
niños, fuese en la versión que fuese: reglamentaria, de volley, de tenis, la del
mundial…hasta la deforme de rugby. Y qué decir del escudo: del Fútbol Club
Barcelona, del Español…hasta de los Lakers. Pero mi más dura competencia
siempre era el pajarito pío-pío. Las niñas se chiflaban por él, estrujaban su
barriguita y levantaban sus alas y decía pío-pío…de lo más ridículo, patético diría
yo. Pero a todo el mundo le gustaba. Cuando veía que se acercaban contoneaba
mis caderas plateadas para hacer “tilín tilín”, pero nada, mi éxito era nulo, nadie se
fijaba en mi. Allí me quedaba sola, esperando nuevos amigos de China que
siempre se iban con alguien antes que yo.
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Me había convertido en un resto de serie. Muchas como yo llegamos hace tiempo
para conmemorar los cien años de una campaña muy famosa, la campana de oro.
Durante los primeros días de mi estancia en la tienda todos los niños y niñas
querían una campanita…y mira por dónde todas mis amigas se marcharon, menos
yo. Y al final me quedé como un cutre recuerdo de lo que se suponía era un gran
día, sola y olvidada en un estante rodeada de cacharritos raros.
Pero María…, esa sí que es lista. Supo apreciar mis contoneos, mi tintineo, el
brillo de mi sonido. Cuando llegué a su casa todo eran alabanzas. Me fue
enseñando una a una a todas sus amigas y les decía “Ahora siempre encuentro
mis llaves. ¿La oís?”. Pero con el tiempo la novedad se ha ido esfumando, María
se ha acostumbrado a mi tintineo y cada vez se olvida con más frecuencia de
dónde me ha dejado.
He pasado muchas aventuras desde que estoy con María, pero la más peligrosa
fue el día en el que se me olvidó en sus pantalones y me metió en la
lavadora…¡Qué mareo! Allí dentro, toda mojada, enjabonada, centrifugada a 1.200
revoluciones por minuto. Todo me daba vueltas, cada vez más pegada a la pared
de la lavadora. Cuando paró la tortura me tendieron y me agarré como pude al
bolsillo del pantalón para no caer al vacío. ¡María vive en un décimo piso!.
Por suerte María me encontró justo a tiempo cuando sacudió el pantalón antes de
plancharme al ver un bulto en el bolsillo. ¡Uff, por fin!
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¡Hola, hola! ¡Sigo aquí! ¡Frío! ¡Templado! ¡Calieeente!
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Bueno, ya me has cogido. Pero…¿qué ocurre?¿por qué me quita las
llaves?
No puedo creer que ya no me quiera, que ya no me use. Es verdad que tras el
centrifugado mi capa dorada se fue. El grabado apenas se puede leer. Y hasta el
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badajo se me perdió. Pero…ha sido tan bonito ser útil que no puedo creer que
todo acabe aquí.
¡Anda!. En lugar de meterme en el bolso me limpia, me saca brillo y…¡me cuelga
en un corcho!
No lo puedo creer, estoy junto a la pelota, la otra pelota y la otra, la navaja, el
escudo del club, del otro y del más allá y….el maldito pajarito pío – pío. Debajo de
cada uno hay un pequeño cartel y arriba uno más grande que dice “mi colección”.
Debajo mío cuelga una etiqueta que dice “tilín tilín, mi preferida”…
¡Parece que me he ganado un lugar en el paraíso de los cacharritos maravillosos y
que mi etapa trotamundos se ha acabado!
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