Niñas y mujeres abusadas deben lidiar con el impacto de una sociedad que no les cree Las últimas arremetidas mediáticas coordinadas por los abogados que defienden a los docentes investigados por delitos sexuales en Santa Marta, revictimizan a las niñas denunciantes y refuerzan la cultura de la violación. En los últimos 5 años de acuerdo con cifras oficiales, 3.314 niñas y mujeres han sido víctimas de delitos sexuales en el departamento del Magdalena. Sus historias casi siempre pasan inadvertidas frente a un aparato de justicia que mantiene en impunidad el 90% de estos casos negando los derechos de las víctimas y sobrevivientes a la verdad, la justicia y la reparación de los daños e incumpliendo todos los estándares internacionales en materia de prevención, investigación, judicialización y sanción de los delitos sexuales. La violación ocurre sobre un marco cultural permeado por las lógicas de dominación masculinas que según Rita Laura Segato son las lógicas de un sistema que doblega, controla y reduce los cuerpos de las mujeres para reafirmar la potencia y autoridad de los hombres, y para ubicar a las mujeres en el perpetuo lugar de la vulnerabilidad. Esa cultura de la violación se sostiene en la invisibilización de la víctima y en el pacto de silencio que diluye la responsabilidad del agresor y vuelve cómplice a la sociedad entera; por eso no es posible quedarse callados frente a los delitos sexuales, pues el silencio empodera a los agresores y aísla a las víctimas. La violencia sexual no es un problema íntimo como algunos sugieren, sino una cuestión política que afecta los derechos humanos de las mujeres y que pone en entredicho el Estado social de derecho y la democracia. El problema no es que las mujeres se organicen para buscar justicia frente a un sistema que produce impunidad; el problema es que las víctimas de delitos sexuales sigan siendo amenazadas después de denunciar, el problema es que los docentes acusados se fuguen en las narices de las autoridades, el problema es que el distrito de Santa Marta no esté implementando el Plan Nacional de Orientación Escolar que permitiría contar con mecanismos de prevención de las violencias en las escuelas, y que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar no ejecute sus lineamientos técnicos en lo que respecta a las intervenciones comunitarias en los entornos de victimización sexual, el problema es que los abogados pretendan censurar vía linchamiento mediático y descalificación el trabajo de las organizaciones de mujeres cuya labor es acompañar a las víctimas y garantizar que tengan acceso a estándares aceptables de debida diligencia. Son muchos los obstáculos que las mujeres enfrentan para acceder a la justicia frente a los actos de violencia, por ejemplo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos destaca las omisiones y errores en los procedimientos de investigación que se expresan a través de negligencia, parcialidad y ausencia de protocolos para el manejo del material probatorio, también menciona la revictimización, pues las mujeres prefieren no denunciar con tal de no ser confrontadas en procesos donde las autoridades y los equipos jurídicos pagados por los agresores mostrarán mayor interés en sus vidas privadas que en el esclarecimiento de los hechos y la sanción de los responsables y donde tendrán que reactivar los recuerdos traumáticos una y otra vez delante de diferentes funcionarios. A esto podemos añadir estrategias poco éticas por parte de abogados que trasladan el escenario jurídico a la tribuna mediática dejando a las denunciantes expuestas frente al descrédito, la culpa y la vergüenza generando graves consecuencias en los procesos de recuperación psicológica. A la sociedad le proponemos una lucha colectiva y solidaria porque lo que está en juego es la libertad y la vida de las mujeres. La violencia sexual es una realidad social con consecuencias bien documentadas para quienes la padecen que son en su mayoría niñas entre los 10 y los 14 años expuestas a sufrir trastornos psiquiátricos y psicosomáticos, ideación e intento de suicidio, depresión, ansiedad, deserción escolar, baja autoestima y agresividad como consecuencia de una experiencia traumática en la que se transgreden sus límites íntimos y personales a través del engaño, la fuerza, la mentira o la manipulación generalmente en contextos de asimetría de poder. Las columnas virulentas divulgadas por los equipos jurídicos de los señalados agresores sexuales no pueden intimidar el trabajo de la justicia ni ocultar ante la opinión pública el verdadero problema que radica en que las niñas samarias denuncien haber sido agredidas sexualmente en sus propias instituciones educativas.