REFLEXION SANTA MISA NTRA SRA DEL CARMEN (Hnas. Carmelitas Descalzas) Textos de la Palabra: 1Rey. 18, 41-46 Sal. 14. Gál. 4,4-7 Jn. 19, 25-27 1 - A simple vista. Muchas veces en nuestra vida nos pasa que a las cosas, a las personas, las circunstancias, las miramos a simple vista, o no le prestamos mucha atención. Muchas veces, sí nos detenemos, hasta por curiosidad a veces, y hasta queremos observar hasta el último detalle. Si trasladamos este ejemplo a la vida espiritual, nos podemos ver reflejados en una u otra situación. Basta contemplar la realidad que nos pinta la primera lectura, donde el servidor, es enviado por Elías a que observe por siete veces, lo que a primera vista lo había llevado a decir “No hay nada”. Y esto es clave en la vida de todo hombre que quiere encontrase con Dios y experimentar su presencia. 2 – A una mirada más profunda. El hecho de que queramos tener ése encuentro con Dios y la experiencia de su presencia, nos lleva a caer en la cuenta, que a simple vista, no va a ser posible. Nos demandará disponernos a ir al encuentro, varias veces, como el servidor de Elías. Siete veces, con una actitud distinta, no de una simple mirada, sino la de quien va encontrando en cada encuentro una realidad, una faceta nueva, de lo que empieza a ver más claro, del que empieza a encontrar algo, donde antes aparentemente no había nada. En la vida del espíritu estamos llamados a una mirada profunda, y esto conlleva que para quien se dispone, una serie de pautas a tener en cuenta: tiempo; lugar; disponibilidad; pausa; recogimiento; querer; etc. El Señor quiere que lo encontremos, se nos hace encontradizo, pero no a simple vista, en una mirada superficial, sino profunda. Nos podemos ver advertidos o sino reflejados en una actitud u otra: Advertidos: pasamos por un lugar sagrado, no nos detenemos mucho. Hacemos una simple jaculatoria. Simple mirada: “No hay nada”. Reflejados: cuando nos detenemos, sin apuro, y dedicamos más tiempo a estar: “La séptima vez”. 3 – Necesario. Celebramos hoy a María en esta advocación, que surge de un lugar del encuentro, donde se desarrolla la escena que nos presenta la primera lectura: el Monte Carmelo. Estamos nosotros como Elías, como su servidor, invitados a hacer la experiencia de poder escuchar y ver lo que Dios quiere de nosotros, como lo manifestó en la larga contemplación de la Pascua de la cual la Madre y el discípulo amado fueron partícipes. En los tiempos que vivimos, medios acelerados, mirando las cosas de reojo y a las apuradas, estamos llamados a buscar para nuestra vida espiritual como cristianos, todo aquello que nos ayude a una mirada contemplativa que se transforme en profundidad de vida espiritual. A una simple mirada: vida espiritual playita. A una mirada contemplativa: vida espiritual profunda. El silencio Para rezar bien… El recogimiento es la condición para el pensamiento y la oración. Es necesario el RECOGIMIENTO, es decir, es necesario un orden de vida, un SILENCIO SERENO, una quietud pacífica, un dominio de uno mismo en la lengua (¡no hablar sin pensar!), el análisis sereno, la lectura reflexiva, la atención amorosa al Señor. Éste sería el tono vital siempre convirtiéndose en un modo de ser muy humano a la par que muy divino. Las condiciones de vida hoy, que hemos creado, generan dispersión, una excesiva prisa por todo y en todo, una confusión sin orden en hábitos, ritmos y horarios. Pero para hallar al Señor, escondido en lo interior, hay que entrar en uno mismo cotidianamente, percibir la Presencia que todo lo llena, frenar impulsos, corregir pensamientos que se aparten de la Verdad. Entonces, en ese recogimiento como hábito de vida, se puede pensar bien y se puede orar. El pensar bien corresponde a la razón, el orar bien corresponde a la fe y así ésta libra a la razón de quedarse prisionera de sí misma, le señala sus límites y su grandeza, abriéndole horizontes. Cuando ni se piensa bien ni se ora bien, hay un conocimiento distorsionado de la realidad, de uno mismo, de los otros y de Dios. Se confunden los fines convirtiéndolos en medios y los medios haciéndolos fines en sí mismos. Se confunde el bien con el mal por falta de análisis, reflexión y discernimiento. Hay un caos en los objetos del amor porque, confundido entre sombras, se ama lo que no merece todo nuestro amor y se deja de amar lo que sí merece nuestro afecto incondicional. Se afirma la mentira y se niega la Verdad por falta de luz. El desorden interno es fruto de un mal conocimiento: se piensa mal y se ora mal, o simplemente, ni se piensa ni se ora. El recogimiento reúne a la persona, le da un centro unificador, ordena la vida. El tono de recogimiento propicia el buen pensamiento y la buena oración. Entonces, realmente: 1 - ¿Tengo capacidad de recogimiento, de abstracción, de superar lo inmediato (a las apuradas) y entrar en lo interior? 2 - ¿Sé desconectar de tantas solicitudes (familia, trabajo, amigos, obligaciones, el celular, la compu…etc.) y pararme en el silencio con Dios para pensar y para orar un largo rato? 3 - ¿Cultivo el recogimiento, calmando la imaginación, centrando la atención, aprovechando los momentos de soledad cotidianos (en casa, al caminar o pasear, al estudiar, cuando estoy en mi cuarto...)? 4 - En el trato con Dios, ¿guardo un orden y recogimiento? 5 - ¿Hago una visita serena al Sagrario cada día? ¿Llego con antelación a la Misa para poder orar y pensar? ¿Acudo a la exposición del Santísimo en mi parroquia para "estar a solas con el Señor"? 6 - ¿Soy una persona ruidosa, que hago ruido descuidadamente, o pongo la música a todo volumen, con hábitos molestos que contradicen al recogimiento y que impiden también a los demás recogerse? 7 - ¿Soy amante del silencio? 8 - En el hoy de mi vida espiritual, con quién me identifico: ¿Con Elías o con su servidor?