ORACION MARU MURRIETASi queremos, podemos co-redimir con Cristo. Redimir significa liberar por medio de un rescate para devolver la libertad. Jesús dice: “Quien cometa pecado es esclavo del pecado” (Jn VIII- 34). Nosotros después del pecado original, estábamos como en una cárcel, éramos esclavos del pecado y del demonio y no podíamos alcanzar el cielo. Cristo, perfecto Dios y hombre pagó el rescate con su Sangre, derramada en la cruz. Pagó la deuda contraída por Adán al cometer el pecado original y la de todos los pecados personales cometidos por los hombres y los que se habrían de cometer hasta el fin de los tiempos. El nos ha ganado la libertad de hijos de Dios. “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” Si no se hubiera cerrado el mal en su raíz que es el pecado, el hombre jamás habría podido ser verdaderamente libre y sentirse fuerte ante el mal. Jesús mismo quiso padecer voluntariamente el dolor y vivir pobre para mostrarnos que el mal físico y la carencia de bienes materiales, no son verdaderos males. Sólo existe un mal verdadero que es al que debemos de temer y rechazar con la gracia de Dios, el Pecado. Es la única desgracia para toda la humanidad y para cada hombre en concreto. Los males físicos, el dolor, la enfermedad, el cansancio, si se llevan con Cristo, se convierten en un verdadero tesoro para el hombre. Los tesoros del hombre son: el hambre, la sed, el calor, el frío, el dolor, la deshonra, la pobreza, la soledad, la traición, calumnia, cárcel… Hoy y en esta semana que nos falta para Semana Santa podemos examinar si de verdad consideramos el dolor físico o moral como un tesoro que nos une a Cristo. ¿Hemos aprendido a santificarlo? O nos quejamos? ¿Ofrecemos a Dios con prontitud y serenidad las pequeñas mortificaciones que surgen a lo largo del día?. Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo” y por eso cuando declaró: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn X-10) no se refería a una vida terrena cómoda y sin dificultades, sino a la Vida Eterna. El vino a liberarnos principalmente de lo que nos impide lograr la felicidad definitiva: el Pecado, único mal absoluto y de la condenación que el pecado conduce. Tenemos la posibilidad de vencer las consecuencias del pecado, la opresión, las injusticias, la envidia, el odio, la falta de tolerancia, de amor….o padecerlo por El con alegría, cuando no se pueden evitar. Todo cristiano no puede quedar pasivo ante la injusticia, el dolor. A cada uno le toca hacer un mundo más humano y más justo, comenzando en donde nos desenvolvemos. El precio que Cristo pagó por nuestro rescate fue su propia Vida. Así nos mostró la gravedad del pecado y cuánto vale nuestra salvación eterna. San Pablo nos recuerda: “Habéis sido comprados a gran precio” y añade, como consecuencia: “Glorificad a Dios y llevadle en vuestro cuerpo” y el nos demostró su amor pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” Jn, XV-13 porque la vida es lo que el hombre puede dar. Cristo no se conformó con hacerse uno de nosotros, sino que quiso dar su vida como rescate, para salvarnos. Cualquier hombre puede decir: “El Hijo de Dios me amó y se entregó por mi” Gálatas II-20 ¿Qué hago para acrecentar esta vida de gracia que Cristo me consiguió? ¿Qué hago para aumentarla? ¿Sacramentos, oración, buenas obras?, ¿me alejo de las ocasiones de pecado?. ¿tengo realmente una lucha abierta contra el pecado y el demonio y lo que me ofrece? La soberbia, la pereza, la búsqueda de uno mismo? La muerte de Cristo es redención gozosa para todos los hombres cuando éstos quieren. En medio de estos olvidos y negaciones en la misma historia humana que es el escenario del mal, se va tejiendo la obra de la Salvación Eterna. La Cuaresma es un buen momento para recordar que la Redención se sigue haciendo día a día. Cada vez que se celebra el sacrificio de la cruz por la que Cristo se inmoló, se realiza la obra de la Redención, cada misa tiene un valor incalculable, los frutos dependen de cada fiel, su disposición. La Redención se realizó una sola vez mediante la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y se actualiza ahora en cada hombre, de un modo particular, intenso, cuando participa íntimamente del sacrificio de la misa. Se realiza también la Redención de modo distinto, cuando hacemos una buena confesión, cuando recibimos los sacramentos que son canales de la gracia, el dolor ofrecido en reparación de nuestros pecados por nuestra salvación y la del mundo entero nos hace corredentores con Cristo, lo que era inútil se convierte en algo de valor incalculable. Un enfermo en un hospital, tiene tanto que unir al sufrimiento de Cristo, una madre de familia que enfrenta problemas que aparentemente la superan; los obstáculos con que cada día tropezamos, las mortificaciones que hacemos sirven para la Redención del mundo si lo ponemos en la Patena junto al pan que el sacerdote ofrece en la Santa Misa, podemos pensar que son cosas pequeñas sin importancia, pero como las gotas de agua que el sacerdote añade al vino, del mismo modo como se unen al vino que se convierten en sangre de Cristo, también nuestras acciones así ofrecidas alcanzarán un valor inmenso a los ojos de Dios, porque los hemos unido al sacrificio de Jesús. Así nos hacemos Co redentores con Cristo. Gracias María porque tú eres la principal corredentora, dame esa actitud de entrega, de olvido absoluto de mi misma. Y no te olvides de salir a mi encuentro en el camino porque sola no sabré ir adelante.