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LOS SACRAMENTOS
lugar de encuentro, sanación y transformación,
con Jesús y los hermanos.
La vocación del hombre es el encuentro, todo su ser tiene una estructura y capacidad
dialogal, de entrega y acogida. Las dimensiones de nuestro corazón están abiertas al
infinito y claman por él. La relación con Dios lejos de anular o relativizar nuestras
relaciones amorosas, es la que les permite perdurar, y las dignifica, al poner de
manifiesto que no son sino manifestaciones y anticipos del encuentro con él.
En los sacramentos, ese Dios que nos invitó al amor y nos hirió con su presencia, se nos
hace accesible y encontrable, es un encuentro en la fe, pero real y concreto, insuficiente
pero capaz de sostenernos en la espera activa y amorosa del encuentro pleno y
definitivo.
Allí nos vamos sanando, en primer lugar de la ausencia, pero también por el hecho de ir
aprendiendo a ser verdadera y plenamente humanos. Allí tenemos un verdadero y
religioso trato con las cosas que, en y a través de lo que son, nos abre a Dios y nos hace
libres.
Cuando un encuentro es profundo no deja igual, es transformante, allí el amor nos va
modelando, el que recibimos y el que damos.
Son un verdadero encuentro con Jesús, en ellos prolonga su humanidad hasta nosotros,
ese encuentro nos hace capaces de encontrarnos y de encontrar a los demás. Solo los
encontrados son capaces de encontrar, celebrar y sostener en la dramática y bella
aventura del amor.
Por medio de los s. Dios y el hombre se expresan y entregan mutuamente en una
relación de amor.
Lugar donde asomarse al misterio de Dios y del hombre
El misterio de la encarnación significa que no es posible encontrarse con Dios
prescindiendo de un encuentro con el hombre.
Por medio de ellos y de otras formas de mediación, puede y debe conocerse,
experimentarse y gustarse qué y quién es y será Dios para los hombres.
Todo orante tiene el riesgo de elevarse, pero descuidando en su impulso todo lo
que puede ser camino a Dios, no viendo en las cosas más que una cosa, que no son
Dios, y corriendo así el peligro constante de perder a Dios y al mundo. Al mundo
porque no es Dios, y a Dios porque no es el mundo, y sin la ayuda de las cosas de este
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mundo, donde él se refleja, sólo queda experimentarlo como vacío absoluto, como
abismo. Jesús retorna al Padre a través de todo lo sensible, y a través de eso abre el
camino real de la oración. La ascensión no fue una aversión indiferente, sino una
despedida, y un introducir lo de aquí allí.
Los s. son signos de que Dios ha aceptado y bendecido de nuevo al hombre entero,
junto con su mundo material.
La realidad sacramental y la antropología sacramental.
Supone una comprensión del hombre y lleva a una visión más profunda.
Es importante conocer cada sacramento, pero también lo común.
El concepto de sacramento participa de la peculiaridad del concepto de vida. Vida es un
concepto eminentemente concreto y, sin embargo, universal. La vida se desarrolla en
múltiples realizaciones particulares, sin cuya comprensión no puede entenderse ni
expresarse más en concreto qué sea la vida. De modo semejante los sacramentos se
desarrollan en actos distintos y experimentables bajo modalidades particulares.
Solo viendo lo común y lo propio de cada sacramento podremos vislumbrar el rostro del
hombre que supone y el que nos ofrece para ser asumido y vivido.
Al hombre como hombre
Así nos trata Dios respetando nuestro modo de ser y la historicidad.
Quiere comunicarse y acogernos
La creación es una palabra. Así resulta el conocimiento de que toda realidad del ser
creado, ya por la palabra de Dios, está constituida hacia ella y, puesto que existe en la
palabra y por la palabra, debe ser comprendida como palabra (por participación) y, en
cuanto tal, como proclamación y símbolo, bajo modalidades diversas, de lo otro o del
otro, y así en último término de Dios (cf. Sal 8 y 19).
La historia de la salvación es una revelación continua y progresiva
Por el hecho de lo acontecido en Jesús, toda comprensión del ser y de la vida debe
desarrollarse a partir de él por la fe.
Dios usa los s. pero no se ata a ellos. Queda abierto a otras formas de
autocomunicación divina, que Dios emplea libre y creativamente.
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Hay que evitar un sacramentalismo exagerado, el cual olvida que los s. no son las únicas
mediaciones, como por ejemplo la sagrada Escritura, la predicación, la ayuda a los
necesitados y las demás obras de misericordia (Mt 25,31).
Puntos de apoyo antropológicos para una comprensión de los s.
-El primero sería el de la posibilidad y necesidad de expresarse a sí mismo ante los
demás. Se puede reconocer, además del cuerpo, que es la manifestación visible del
alma, las distintas posiciones corporales, el lenguaje de las manos y del rostro, la
palabra, que designa contiene y hace operante la persona.
-La realidad sacramental impregna todos los ámbitos de la existencia humana,
relacionándose en especial con las situaciones radicales de la vida, como el nacimiento,
el matrimonio, la culpa, la muerte. Las acciones sacramentales particulares
corresponden a tales configuraciones de la vida del hombre, aunque sin confundirse
plenamente con ellas.
El rito de la pascua y otros ritos del AT ordenados a el NT, aparecen como sacramentos
precursores, que tendían a la plenitud de la acción de Dios en la alianza nueva y eterna.
Jesús, el sacramento originario y personal de Dios al hombre
El hombre Jesús, instituido por Dios en virtud de la unión hipostática como el mediador
humano divino, como el único mediador, es así por antonomasia el único sacramento
originario y personal de Dios y del hombre.
El s por excelencia es Jesús. En él están las dos dimensiones. La profunda Dios mismo,
la periférica un ser humano en todas sus perfecciones.
La Iglesia sacramento universal de salvación
El misterio salvífico tiene necesidad de una prolongación histórica, a fin de que los
hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes tengan la posibilidad de
encontrarse con el Padre en Jesús. Eso es la Iglesia, el sacramento de Jesús.
Para que dicha comunicación llegara a todo hombre, Jesús tuvo que irse. Dios quiso que
comunicara a ‘otro’ su Espíritu, y ese otro es su cuerpo y plenitud. El otro así
configurado, vivificado por el Espíritu, es la Iglesia, el pueblo de Dios, que el Padre por
medio de Jesús instituyó como signo y sacramento para todos los hombres.
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Iglesia entendida como cuerpo de Jesús, realiza en numerosos actos y manifestaciones
de vida, lo que por ser sacramento le encargó.
La institución de los s. está ligada a la institución de la Iglesia…
Historia
El hombre es el hombre y sus circunstancias, somos un ser situado e histórico. Las cosas
tampoco son solo lo que son, sino lo que en cada época y etapa de la vida y de la
historia significan. Quien desconozca la historia y los sentires de su tiempo no podrá
comprender ni hacerse entender…
La expresión sacramento experimenta una reducción siempre progresiva, desde un uso
totalmente común (como por ej. Para la Escritura, la fe, ritos cultuales, etc.), hasta
aquellos que hoy denominamos sacramentos (los siete).
En el ámbito griego se usa mysterion, totalmente afín al de sacramentum.
La comunidad cristiana de la época apostólica celebra los s. y los vive.
Para Hugo de san Víctor la función predominante de los s. es la de ser un remedio para
el hombre pecador, más que para el pecado; un remedio para reconstruir ordenadamente
una historia equivocada, no sólo para conseguir una salvación escatológica.
El hombre, que se había engañado con la idea de construirse una salvación mediante
una gestión autónoma de lo creado, encuentra en los s. la posibilidad de descubrir de
nuevo el uso recto de las criaturas, y así humilde aprende a relacionarse con ellas,
reconquista su verdadera función de señor de lo creado. Descubre en los s. la luz de la
verdad, el amor, que le ayuda a ver las huellas de Dios en el mundo y en la historia.
Siglo XII de la lectio a la quaestio. Solo desde la edad media hay una doctrina del
magisterio que abarque en común los siete sacramentos.
La escolástica dejó de lado sus explicaciones de la función antropológica e histórica de
la actividad sacramental.
La mentalidad jurídica es prácticamente incapaz de asumir dentro de sus propias
categorías un hecho simbólico. Una mentalidad a la que le cuesta una lectura simbólica:
lo que es simbólico es irreal y lo que es real no es simbólico. El signo es una pura
función, un instrumento que no tiene nada que ver con la realidad significada. Llegando
a sobrecargar las cosas y los gestos rituales de un simbolismo ordinariamente artificioso
y sin conexión con el misterio.
Comienza un proceso de cosificación
Trento: el contexto en que se celebró el concilio más bien la controversia que la
profundización.
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El problema de fondo era dejar claro que fe y sacramentos no se sitúan como caminos
alternativos.
Se destaca:
1. Instituidos por Jesucristo según su substancia
2. Compuestos de materia y forma, signos visibles o símbolos de la gracia
invisible. Son medios que dan la gracia, designan y contienen la gracia que les
es propia. La transmiten y producen ex opere operato, es decir, no por mérito
propio del que los administra o del que los recibe. El opus operatum no debe
entenderse como si los s. produjeran su efecto de una manera automática.
También depende de la disposición del sujeto, como condición, no como causa,
es decir, de la fe que se abre a la gracia y se la apropia.
3. La gracia transmitida por los s. corresponde a lo que cada sacramento, como
símbolo, significa y contiene, y es verdadero efecto de los mismos, si bien efecto
procedente de una causalidad instrumental. Algunos s. producen un carácter
sacramental.
4. Son necesarios para la salvación pero esta necesidad se concreta en cada
miembro de la Iglesia según su modo específico de ser miembro.
5. Confiados a la Iglesia. Son necesarias la recta aplicación de la materia y la
forma, como de la intención.
6. Son siete
Pero el concilio, preocupado por refutar la tesis que hacía de los s. sólo una subespecie
de la predicación y del anuncio al servicio de la fe, se apresura a afirmar la existencia y
la necesidad de los siete más que establecer la verdadera naturaleza de la economía
salvífica.
La preocupación apologética limitó arbitrariamente el campo de investigación. Hay que
recordar el peligro de caer en la tentación de creer que el dato revelado es siempre y
adecuadamente traducible en términos y categorías propias de una metafísica
determinada.
En los manuales la mayor parte de las tesis que ocupan un lugar en el tratado sobre los
s. responden a la exigencia de aplastar una herejía más que a la de captar el profundo
significado de determinadas verdades cristianas.
Vaticano II
Una afirmación decisiva es que la Iglesia misma es en Cristo, como un sacramento o
señal e instrumento de la intima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano (LG 1). Los s. particulares son considerados como realizaciones de la vida de la
Iglesia, cuyo misterio consiste precisamente en que ella, en y desde Jesús como su
cabeza, es el sacramento originario, el cual, se actualiza en los s. particulares y por
medio de éstos, en los miembros de la Iglesia bajo una actividad receptora o mediadora.
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Todos los s. se presentan como autorrealizaciones constitutivas de la Iglesia como
sacramento originario. En ellas la Iglesia concreta su esencia propia de cara a los
hombres particulares y a sus situaciones salvíficas esenciales.
El culto a la vida y el culto que da vida
(La liturgia como fuente y cumbre de vida)
Los s. son signos eficaces de la gracia, que Jesús nos entregó para encontrarnos con él y
recibir su acción amorosa, ahora confiados a la Iglesia.
Los ritos visibles significan y realizan las gracias propias de cada sacramento.
Dan fruto a quienes los reciben con las disposiciones requeridas.
El Espíritu Santo dispone a la recepción de los s. por la Palabra de Dios y por la fe que
acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos.
Los s. fortalecen y expresan la fe.
La liturgia es la obra de Cristo total, cabeza y cuerpo.
Toda la asamblea es liturgo, cada cual según su función.
Comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a la vida
humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la pascua).
Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos
elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios, se hacen
portadores de la acción salvífica y santificadora de Jesús.
La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El sentido de la celebración
es expresado por la Palabra de Dios.
Es el fin del proceso de cosificación y la atención volverá de las cosas a las personas. Los s. son
lugares de encuentro, son celebraciones de los misterios de la vida de Jesús.
Los s. son una prolongación en el tiempo de las acciones de Dios que expone el antiguo
testamento y que encontraron en Jesús su realización plena.
El signo y el símbolo dejan de ser un simple instrumento de información para
convertirse más adecuadamente en un punto de encuentro y de solidaridad entre la
realidad significada y el destinatario de la significación.
La noción de sacramentalidad deja de ser la categoría interpretativa de sólo los siete
sacramentos y pasa a ser una clave de lectura de los acontecimientos; la celebración
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pierde su fisonomía de momento evasivo y alienante respecto al compromiso histórico
para ser de nuevo un momento de compromiso y de programación de acción en el
mundo.
El sacramento es el gesto de un Dios que salva al hombre y promueve la historia,
dándose a conocer y dejándose encontrar.
Permite a la acción periférica describir y consentir la experiencia de la dimensión
profunda.
Nuestra vida, en sus manifestaciones de experiencia cotidiana, debe testimoniar y
expresar lo vivido en el sacramento.
En los s se realiza la misma acción salvífica de Dios que se tradujo en los actos de Jesús
en Palestina.
Esos actos humanos pasados son eternos, en cuanto realizados personalmente por el
Hijo de Dios.
La iniciativa es de Dios, pero toda verdadera alianza es siempre bilateral.
El amor lo impulsa a Dios a encontrarse con los hombres en términos cada vez más
profundos; él propone metas cada vez más altas, pero de una forma que respeta siempre
profundamente su libertad.
La Biblia representa el modo de este encuentro, con la imagen de la unión conyugal. La
salvación es un encuentro, una entrega mutua cada vez más total.
En las celebraciones sacramentales se perpetúa el misterio de la encarnación que es, a su
vez, la celebración de las bodas místicas de Dios con la naturaleza humana; en la acción
sacramental la Iglesia, esposa virginal de Jesús, se hace madre de una serie innumerable
de hijos.
Los s. son los momentos de mayor actuación de la alianza.
Para describir mejor la naturaleza positiva de este encuentro personal, se recurre a la
imagen del diálogo.
En el s la palabra de Dios se anuncia y se describe, pero exige una respuesta. Una
respuesta a tono, pues de lo contrario no podría nacer el diálogo y el encuentro no sería
personal y profundo. Dos personas que hablan lenguajes distintos no tienen muchas
posibilidades de desarrollar su encuentro en sentido personal; peor aún si habla una sola
y la otra no responde. Lo que hace al h capaz de comprender la palabra de Dios y de
responder convenientemente es la fe. De este modo se comprende que la fe no puede
reducirse al rango de simple condición previa a la recepción fructuosa del s, ya que es el
alma que vivifica y es simultáneamente vivificada por el gesto sacramental.
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Jesús es el sacramento principal, en él Dios dice su palabra ùltima y definitiva de
salvación y en él la respuesta del hombre alcanza su cima. En los s el hombre establece
un encuentro con Dios tan perfecto que no puede concebirse otro mayor.
El diálogo sacramental tiene que asumir por necesidad el papel de un punto de
encuentro de los h entre sí.
La historia no es sólo el lugar en donde Dios ejerce su acción amorosa, sino que es
expresión y realización. Ya no es posible aislar y privilegiar dentro de la historia
algunos tiempos, lugares y gestos como los únicos capaces de hacer efectivo el
encuentro de Dios con el hombre.
La contraposición entre sagrado y profano no es cristiana. Lo profano no es una cosa o
un lugar, sino una manera de estar y tratar todo, cuando no se lo respeta en lo que es y
no se vislumbra el misterio que esconde…
La antropología sacramental: la aportación que la teología sacramental ha hecho en cada
una de las celebraciones sacramentales y la noción de sacramentalidad en general.
Adecuación a los diversos contextos socio-culturales. La capacidad de hablar a los
hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes
El sacramento es el comienzo de un encuentro amoroso de amplias dimensiones, y que
se extiende tanto como la existencia y el mundo del hombre, hay un paralelo a lo
matrimonial… Se va ensanchando hasta abrazar toda la realidad, se convierte también
en expresión ejemplar y significativa de toda otra forma de encuentro.
La índole simbólica puede ser un momento de intercomunión sólo cuando expresa una
convergencia efectiva de fe.
En María encontramos el sacramento de la ternura del Padre, ella es el lugar donde
asomarnos a lo femenino de Dios, donde se la Iglesia se mira para aprender a ser madre,
esposa e hija.
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LOS SACRAMENTOS
De tener vida a dar gracias por la vida
(Sacramentos de iniciación: Bautismo, Eucaristía y Confirmación)
Cada sacramento tiene su lugar vital, iniciación, madurez y sanación
La Eucaristía es el central y todos los demás están ordenados a éste como a su fin.
Para el hombre nacer tiene que terminar siendo una decisión, ‘hay que nacer de nuevo’
(bautismo), la vida se alimenta de encuentros (eucaristía), y hay que estar fuerte y
confirmar lo elegido, el amor no vive de recuerdos, sino de encuentros y esperanza…
(confirmación)
La palabra suscita la fe (bautismo), el amor la libertad (eucaristía), la certeza la
esperanza (confirmación)
DEL BAUTISMO A LA EUCARISTÍA
Dios ha querido llevar al hombre a la acción de gracias, no porque el necesite de
su alabanza, sino porque supone que quien da gracias, es porque se sabe amado. Quien
no se sabe don, no puede ser religioso y celebrar. Humildad y gratitud son hermanas. El
humilde tiene dones pero sabe de dónde vienen. No es humildad decir no sirvo para
nada. La humildad más profunda es saberse amado gratuita e incondicionalmente.
Darle la vida a un hijo es mucho, afecto, educación, alimento, un techo, lo
imprescindible para crecer, pero para el hombre, un ser con vocación de sentido, la vida
o el verdadero nacimiento, es cuando además un hijo le agradece a su padre o madre, el
que le haya ayudado a encontrar el para qué de la vida, a estar agradecido de vivir. El
padre se hace maestro, el hijo se hace discípulo.
La cuestión del sentido, no es una cuestión solamente intelectual sino afectiva.
Dar la vida puede ser algo meramente biológico, pero reconocer un hijo, hacerse cargo
de él, celebrar su existencia en el quehacer cotidiano, mirarlo con amor, dialogar con él,
corregirlo y retarlo si fuese necesario sin que altere en lo más mínimo la calidad del
amor, es en otras palabras decirle, hacerle sentir, experimentar, que su vida vale la pena,
que es buena, que es maravillosa. Sólo quien se sabe amado tiene la posibilidad de
afirmarse en su ser, cree que vale la pena desplegarlo, y se abre confiado a la totalidad;
sabiendo que así como un día al nacer indefenso, lo acogió la ternura de una madre
dotada de alimento y cariño para satisfacer su indigencia de alimento y ternura, así
también todas las hambres de verdad y amor pueden ser también correspondidas. Sólo
desde allí se emprende la aventura de ser hombre. Todo esto no es solo una experiencia
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original, sin encontrar quien nos acoja no podemos terminar de dar a luz lo que estamos
llamados a ser.
El hombre de todos los tiempos se deslumbra con la vida, se maravilla y celebra
el sol, la noche, el amor, el calor del fuego, la cosecha, lo bello. El arte es de alguna
manera parte y expresión de esto.
Sin embargo también el hombre de todos los tiempos cuanto más se anima a
celebrar, se encuentra más expuesto al escándalo, la desesperación y el hastío, al
constatar el mal, la muerte, el límite y la terrible insatisfacción del corazón.
Por eso también el hombre desea morir. A veces en forma vehemente no
soportando la realidad, a veces en forma solapada renunciando a vivir, a esperar ser
feliz.
No es difícil dar gracias de joven, lo difícil es poder dar gracias por todo. Por
cada hoy, con todas y cada una de las circunstancias. Sólo desde la conciencia de don
se puede aceptar lo que duele, lo que falta, como un espacio para la creatividad del que
nos ama. La liturgia nos enseña a dar gracias “siempre y en todo lugar”.
La esperanza es la certeza de un futuro pleno, de una alegría que nadie nos podrá
quitar. Desde esa certeza podemos aceptar, hasta con gratitud no exenta de lágrimas,
que veamos desmantelarse nuestra casa terrena. Mientras demos gracias, estamos
constatando nuestra certeza de sabernos amados. Eso es tener salud espiritual.
Si llegamos a entender profundamente esto, seremos capaces de reconocer hasta
en el dolor, la mano amorosa del Padre que nos introduce en el misterio de su Hijo
Jesús. Dar gracias, no significa siempre y fundamentalmente canto, palabras o una
sonrisa, sino ser capaces de abrazar el presente, intuyendo lo que los apóstoles
temerosos escucharon una noche de tormenta en su frágil barca: “soy yo no teman”, o
de un modo más gráfico: “si ustedes que son malos no le dan piedras al hijo que le pide
pan...”. Cuando se está muy complicado hay que ser simple.
Quien da gracias no ha dejado de maravillarse, comprende que nada es normal,
rutinario, debido, que la vida es un milagro permanente. Una de las preguntas capitales
de la filosofía es ¿porqué el ser y no la nada? Quién da gracias es más que filósofo, es
religioso. Es pasar de la duda a la fe, ¿porqué tanto amor?
Es miopía espiritual vivir amargado por lo que falta, y no saber gozar más de la
inmensa promesa que significa y asegura lo que ya está. Es difícil que la gratitud no
vaya acompañada con lágrimas cuando se constata la fidelidad del amor a pesar de
nuestras miserias e indiferencias.
El amor al prójimo y especialmente al enemigo es la oportunidad por excelencia
donde agradecer concretamente la misericordia de Dios.
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“Cristo entre nosotros, la esperanza de la gloria”. Jesús es el gran motivo de
acción de gracias. Pero al mismo tiempo es maestro y posibilitador, al comunicarnos su
Espíritu que nos hace capaces de amar. Amar como se es amado es la mejor manera de
gratitud. No por justicia, sino como signo de que el amor fue tan profundo, que nos
hizo, aún siendo pobres, capaces de amar. “Amor con amor se paga” (S. Teresa). Con
nuestro amor no hacemos otra cosa que decirle: ‘gracias, tu amor no fue infecundo, tu
esfuerzo no fue en vano.’
La gratuidad cristiana por ser hijos supone la gratitud humana, no se puede
agradecer a Dios que sea Dios, y todo lo que el dispuso, si estamos menospreciando la
vida, las cosas materiales, nuestro cuerpo, nuestra personalidad, las circunstancias de la
vida. En el fondo lo estamos haciendo con El.
La vida de Jesús está abocada a eso, a dar gracias revestido de la condición
humana, por toda la creación y por su sublime vocación.
Para eso convocó a sus discípulos y predicó las bienaventuranzas. No quiso que
se alegren por sus éxitos apostólicos, sin antes valorar por encima de todo, “que sus
nombres están escritos en el Cielo”.
La cena pascual fue la gran ocasión donde sacramentalizó su presencia y su
misión en un sacramento que lleva ese nombre “Acción de Gracias”. Eso es su persona,
una gracia, eso es su misión. “Hagan esto en memoria mía” es mucho más que
reglamentar un sacramento. La Iglesia tiene la alta responsabilidad de llevar con su
amor al hombre a la fe, de ayudarlo a ser consciente de su condición de hijo, de
heredero del Padre, de tener una multitud de hermanos. Del bautismo a la eucaristía...
Si la piedra de toque de la evangelización es convertir al evangelizado en
evangelizador, podemos decir que si los bautizados, más aún los consagrados, no tienen
la necesidad imperiosa de celebrar, se ha fallado en lo fundamental, al no haber
otorgado la posibilidad de saborear en nuestro amor, inteligente y eficaz, la experiencia
del amor de Dios. Cuando una madre o un padre tienen que reclamar el amor de sus
hijos es que algo falló. “Lo que gratuitamente recibieron, denlo gratuitamente”. La
necesidad de oración es signo de salud espiritual.
Del Génesis al Apocalipsis, de la confesión de fe a la confesión de amor. De la
anunciación al magníficat. Esto es haber entendido el don.
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