Capítulo IV- A mí me lo hicisteis La Iglesia ha recibido el Evangelio como anuncio y fuente de gozo y salvación. Lo ha recibido como don de Jesús, enviado del Padre, lo ha recibido de los Apóstoles, enviados por El a todo el mundo. La Iglesia nacida de esta acción evangelizadora, siente resonar la exclamación del Apóstol: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!». En efecto, ella existe para evangelizar. “Somos el pueblo de la vida porque Dios, nos ha dado el Evangelio de la vida y hemos sido transformados y salvados por este mismo evangelio.” Somos enviados: estar al servicio de la vida es para nosotros un deber, que nace de la conciencia de ser el pueblo adquirido por Dios para anunciar sus alabanzas. Somos enviados como pueblo: el compromiso de la vida nos obliga a todos y cada uno. Es una responsabilidad propiamente eclesial. Sin embargo, esto no disminuye la responsabilidad de cada persona. Anunciar el Evangelio de la vida El anuncio de Jesús es anuncio de la vida. Él es «la Palabra de vida». En Él «la vida se manifestó»; más aún él mismo es «la vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó». Esta misma vida ha sido comunicada al hombre. Iluminados por este Evangelio de la vida, sentimos la necesidad de proclamarlo y testimoniarlo por la novedad sorprendente que lo caracteriza. Ante todo, se trata de anunciar el núcleo de este evangelio y al mismo tiempo, se trata de señalar todas las consecuencias del mismo, siendo la más importante el respeto a la vida humana. Como pueblo al servicio de la vida debemos, proponer estos contenidos en el primer anuncio del evangelio y en la catequesis y en las diversas formas de predicación, en el dialogo personal y en cada actividad educativa. Los educadores deberán ayudar a descubrir cómo el mensaje cristiano ilumina plenamente el hombre y su significado de su ser y existencia. Celebrar el evangelio de la vida Enviados al mundo como pueblo para la vida, nuestro anuncio debe ser también una celebración verdadera y genuina del Evangelio de la vida. Más aún, esta celebración debe convertirse en lugar precioso y significativo para transmitir la belleza y grandeza de este Evangelio. Con este fin urge ante todo cultivar una mirada contemplativa, descubriendo en cada cosa el reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente. “Celebrar el Evangelio de la vida significa celebrar el Dios de la vida, el Dios que da la vida” Estamos llamado a expresar admiración y gratitud por la vida recibida como don; en la celebración del Evangelio a apreciar y valorar los gestos y símbolos de las diversas tradiciones y costumbres populares, en la existencia cotidiana a entregarse uno mismo por los demás. Debemos apoyar y promocionar la vida humana a través del servicio de la caridad, donde debe haber una actitud de entusiasmo y distinción; haciéndonos cargo del otro con nuestra responsabilidad. Este servicio es unitario; un bien indivisible. Las estructuras y centros de servicio a la vida, junto con todas las demás iniciativas, tienen necesidad de ser animadas por personas generosamente disponibles y profundamente conscientes de lo fundamental que es el evangelio de la vida para el bien del individuo y de la sociedad. También corresponde defender el valor de la vida a aquellos responsables de la vida pública, tomando decisiones valientes en el campo de las disposiciones legislativas. El servicio a la vida es, pues, vasto y complejo. Se nos presenta un ámbito favorable para la colaboración con hermanos de otras Iglesia, para el dialogo con fieles de otras religiones y con todos los hombres de buena voluntad: “La defensa y promoción de la vida no son monopolio de nadie, sino deber y responsabilidad de todos” La familia «Santuario de la vida» En el pueblo de la vida y para la vida, es decisiva la responsabilidad de la familia: brota de su propia naturaleza, la de ser comunidad de vida y amor, fundada sobre el matrimonio. Se trata del amor mismo de Dios, cuyos interpretes son los padres. La familia es verdaderamente el santuario de la vida, el ámbito donde la vida puede ser acogida y protegida de manera adecuada, y puede desarrollarse según un auténtico crecimiento humano. Como Iglesia domestica esta llamada a anunciar, celebrar y servir el evangelio de la vida, con la oración cotidiana, individual y familiar. Para realizar un cambio cultural Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia a favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida. • • • • Comenzamos por la renovación de la cultura de la vida dentro de las mismas comunidades cristianas Formando una conciencia moral sobre la vida humana Redescubriendo el nexo de la vida con la libertad y la verdad Es esencial que el hombre reconozca su condición de criatura, que recibe de Dios el ser y la vida como don y tarea. La formación de la conciencia está vinculada con la labor educativa, que introduce al hombre más en la verdad, el respeto por la vida y las justas relaciones entre las personas. A su vez, esta debe tener en cuenta el sufrimiento y la muerte El cambio cultural deseado, exige asumir un nuevo estilo de vida que manifieste la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas. Aquí todos tienen un papel importante que desempeñar, especialmente; los intelectuales, los responsables de los medios de comunicación social y las mujeres (expresando el verdadero espíritu femenino). El Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. Por esto, nuestra acción de pueblo de vida debe ser interpretada de modo justo y acogida con simpatía. La Iglesia busca promover un Estado humano, que reconozca la defensa de los derechos fundamentales. El evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres. Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común, teniendo en cuenta todos los aspectos que abarca. Por una nueva cultura de la vida humana En este gran esfuerzo por una nueva cultura de la vida estamos animados por la confianza de quien sabe el Evangelio de la vida. Es enorme la desproporción que existe entre los medios, de los que trabajan al servicio de la cultura de la muerte y de los que lo hacen por la vida y el amor. Pero nosotros sabemos que podemos confiar en Dios, para quien nada es imposible. Para que la familia pueda realizar su vocación, es necesario y urgente que ella misma sea ayudada y apoyada. Las sociedades y el Estado deben asegurarle lo necesario para que puedan responder de un modo más humano a sus propios problemas. El pueblo de la vida se alegra de poder compartir con otros muchos su tarea, de modo que sea cada vez más numeroso el pueblo para la vida y la nueva cultura del amor y solidaridad pueda crecer para el bien de la ciudad de los hombres. “En medio de las disparidades, sentimos dirigida a nosotros la exhortación de Pablo a Timoteo: «Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina»” Que la exhortación de Pablo resuene para todos los teólogos, los pastores y los que desarrollan tareas de enseñanza, catequesis y formación de las conciencias: no asuman nunca la responsabilidad de traicionar la verdad y su misma misión exponiendo ideas personales contrarias al Evangelio de la vida. No debemos temer a la hostilidad y la impopularidad, rechazando todo compromiso y ambigüedad que nos conformaría a la mentalidad de este mundo: “Debemos estar en el mundo, pero no ser mundo, con la fuerza que nos viene de Cristo, que con su muerte y resurrección ha vencido el mundo”.