Subido por Lizzy Ortega

Síntesis-Bioética

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Capítulo IV- A mí me lo hicisteis
La Iglesia ha recibido el Evangelio como anuncio y fuente de gozo y salvación. Lo ha recibido
como don de Jesús, enviado del Padre, lo ha recibido de los Apóstoles, enviados por El a todo el
mundo. La Iglesia nacida de esta acción evangelizadora, siente resonar la exclamación del
Apóstol: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!». En efecto, ella existe para evangelizar.
“Somos el pueblo de la vida porque Dios, nos ha dado el Evangelio de la vida y hemos sido
transformados y salvados por este mismo evangelio.”
Somos enviados: estar al servicio de la vida es para nosotros un deber, que nace de la
conciencia de ser el pueblo adquirido por Dios para anunciar sus alabanzas.
Somos enviados como pueblo: el compromiso de la vida nos obliga a todos y cada uno. Es una
responsabilidad propiamente eclesial. Sin embargo, esto no disminuye la responsabilidad de
cada persona.
Anunciar el Evangelio de la vida
El anuncio de Jesús es anuncio de la vida. Él es «la Palabra de vida». En Él «la vida se manifestó»;
más aún él mismo es «la vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó».
Esta misma vida ha sido comunicada al hombre.
Iluminados por este Evangelio de la vida, sentimos la necesidad de proclamarlo y testimoniarlo
por la novedad sorprendente que lo caracteriza.
Ante todo, se trata de anunciar el núcleo de este evangelio y al mismo tiempo, se trata de señalar
todas las consecuencias del mismo, siendo la más importante el respeto a la vida humana.
Como pueblo al servicio de la vida debemos, proponer estos contenidos en el primer anuncio
del evangelio y en la catequesis y en las diversas formas de predicación, en el dialogo personal
y en cada actividad educativa. Los educadores deberán ayudar a descubrir cómo el mensaje
cristiano ilumina plenamente el hombre y su significado de su ser y existencia.
Celebrar el evangelio de la vida
Enviados al mundo como pueblo para la vida, nuestro anuncio debe ser también una celebración
verdadera y genuina del Evangelio de la vida. Más aún, esta celebración debe convertirse en
lugar precioso y significativo para transmitir la belleza y grandeza de este Evangelio.
Con este fin urge ante todo cultivar una mirada contemplativa, descubriendo en cada cosa el
reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente.
“Celebrar el Evangelio de la vida significa celebrar el Dios de la vida, el Dios que da la vida”
Estamos llamado a expresar admiración y gratitud por la vida recibida como don; en la
celebración del Evangelio a apreciar y valorar los gestos y símbolos de las diversas tradiciones y
costumbres populares, en la existencia cotidiana a entregarse uno mismo por los demás.
Debemos apoyar y promocionar la vida humana a través del servicio de la caridad, donde debe
haber una actitud de entusiasmo y distinción; haciéndonos cargo del otro con nuestra
responsabilidad. Este servicio es unitario; un bien indivisible.
Las estructuras y centros de servicio a la vida, junto con todas las demás iniciativas, tienen
necesidad de ser animadas por personas generosamente disponibles y profundamente
conscientes de lo fundamental que es el evangelio de la vida para el bien del individuo y de la
sociedad. También corresponde defender el valor de la vida a aquellos responsables de la vida
pública, tomando decisiones valientes en el campo de las disposiciones legislativas.
El servicio a la vida es, pues, vasto y complejo. Se nos presenta un ámbito favorable para la
colaboración con hermanos de otras Iglesia, para el dialogo con fieles de otras religiones y con
todos los hombres de buena voluntad:
“La defensa y promoción de la vida no son monopolio de nadie, sino deber y responsabilidad
de todos”
La familia «Santuario de la vida»
En el pueblo de la vida y para la vida, es decisiva la responsabilidad de la familia: brota de su
propia naturaleza, la de ser comunidad de vida y amor, fundada sobre el matrimonio. Se trata
del amor mismo de Dios, cuyos interpretes son los padres.
La familia es verdaderamente el santuario de la vida, el ámbito donde la vida puede ser acogida
y protegida de manera adecuada, y puede desarrollarse según un auténtico crecimiento
humano. Como Iglesia domestica esta llamada a anunciar, celebrar y servir el evangelio de la
vida, con la oración cotidiana, individual y familiar.
Para realizar un cambio cultural
Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner
en práctica una gran estrategia a favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva
cultura de la vida.
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Comenzamos por la renovación de la cultura de la vida dentro de las mismas
comunidades cristianas
Formando una conciencia moral sobre la vida humana
Redescubriendo el nexo de la vida con la libertad y la verdad
Es esencial que el hombre reconozca su condición de criatura, que recibe de Dios el ser
y la vida como don y tarea.
La formación de la conciencia está vinculada con la labor educativa, que introduce al hombre
más en la verdad, el respeto por la vida y las justas relaciones entre las personas.
A su vez, esta debe tener en cuenta el sufrimiento y la muerte
El cambio cultural deseado, exige asumir un nuevo estilo de vida que manifieste la primacía del
ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas. Aquí todos tienen un papel importante que
desempeñar, especialmente; los intelectuales, los responsables de los medios de comunicación
social y las mujeres (expresando el verdadero espíritu femenino).
El Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres
El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. Por esto, nuestra
acción de pueblo de vida debe ser interpretada de modo justo y acogida con simpatía. La Iglesia
busca promover un Estado humano, que reconozca la defensa de los derechos fundamentales.
El evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres. Trabajar en favor de la vida es contribuir
a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común, teniendo en cuenta todos
los aspectos que abarca.
Por una nueva cultura de la vida humana
En este gran esfuerzo por una nueva cultura de la vida estamos animados por la confianza de
quien sabe el Evangelio de la vida. Es enorme la desproporción que existe entre los medios, de
los que trabajan al servicio de la cultura de la muerte y de los que lo hacen por la vida y el amor.
Pero nosotros sabemos que podemos confiar en Dios, para quien nada es imposible.
Para que la familia pueda realizar su vocación, es necesario y urgente que ella misma sea
ayudada y apoyada. Las sociedades y el Estado deben asegurarle lo necesario para que puedan
responder de un modo más humano a sus propios problemas.
El pueblo de la vida se alegra de poder compartir con otros muchos su tarea, de modo que sea
cada vez más numeroso el pueblo para la vida y la nueva cultura del amor y solidaridad pueda
crecer para el bien de la ciudad de los hombres.
“En medio de las disparidades, sentimos dirigida a nosotros la exhortación de Pablo a Timoteo:
«Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda
paciencia y doctrina»”
Que la exhortación de Pablo resuene para todos los teólogos, los pastores y los que desarrollan
tareas de enseñanza, catequesis y formación de las conciencias: no asuman nunca la
responsabilidad de traicionar la verdad y su misma misión exponiendo ideas personales
contrarias al Evangelio de la vida.
No debemos temer a la hostilidad y la impopularidad, rechazando todo compromiso y
ambigüedad que nos conformaría a la mentalidad de este mundo:
“Debemos estar en el mundo, pero no ser mundo, con la fuerza que nos viene de Cristo, que con
su muerte y resurrección ha vencido el mundo”.
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