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PALOMA CABADAS
LA MUERTE LÚCIDA
Ediciones Irreverentes
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial
de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo
permiso expreso del editor.
©Paloma Cabadas
De la edición: © Ediciones Irreverentes
octubre de 2009
Ediciones Irreverentes S.L
http://www.edicionesirreverentes.com
[email protected]
ISBN: 978-84-96959-46-0
Depósito legal:
Diseño de cubierta: David Lara. LARA, MINGORANCE & ASOCIADOS
www.exit-network.com
Imagen de cubierta: Vórtice cuántico. Obra del artista Javier Medina
www.javier-medina.com
Composición: Absurda Fábula
Imprime Publidisa
Impreso en España.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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CAPÍTULO 1
SUEÑOS
SUEÑOS,, INTU
INTUICI
ICION
ONES,
ES, PREMON
PREMONICI
ICION
ONES
ES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
CAPÍTULO 2
¿YA
¿YA TE
TE HAS
HAS VIST
VISTO
O FUER
FUERA
A DE
DE TU
TU CUER
CUERPO?
PO? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
CAPÍTULO 3
EL SENTIM
SENTIMIEN
IENTO
TO DE INMORT
INMORTALI
ALIDAD
DAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
CAPÍTULO 4
EL MIED
MIEDO
O A ENVEJ
ENVEJECE
ECERR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
CAPÍTULO 5
EL AUTOCONOCIMIENTO
AUTOCONOCIMIENTO ES CURATIVO
CURATIVO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
CAPÍTULO 6
EL MIEDO
MIEDO NO
NO TE DEJA VIVIR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
CAPÍTULO 7
LA MUERTE
MUERTE NO NOS
NOS CAMBIA
CAMBIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
CAPÍTULO 8
CÓMO AFRONTAR
AFRONTAR LA MUERTE
MUERTE DE UN SER QUERIDO
QUERIDO . . . . . . . . . . 163
CAPÍTULO 9
LA VIDA
VIDA DESPUÉS
DESPUÉS DE LA MUERTE
MUERTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
CAPÍTULO 10
LA RAZÓN DE VENIR A ESTE MUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
APÉNDICE:
EL ESTUDIO DE LA CONCIENCIA.
CONCIENCI
CONCIENCIA,
A, ENERG
ENERGÍA
ÍA Y SOPORTES
SOPORTES ENERGÉT
ENERGÉTICOS
ICOS . . . . . . . . . . 229
A mis padres, Agustín y Josefina, por el respeto y apoyo
incondicional del que permanentemente hacen gala.
Con todo mi cariño y gratitud.
INTRODUCCIÓN
El miedo a la muerte es un miedo ancestral ante lo desconocido que
el ser humano no ha conseguido superar, a pesar del influjo amortiguador que los sistemas de creencias religiosos, místicos, animistas, y
más recientemente psicológicos, pretendieron ejercer apropiándose, cual administradores cualificados, de ese mundo sutil, inaccesible y oscuro a la luz de los sentidos y de la realidad palpable, ese mundo que acompaña como una sombra a la vida y que es el protagonista
absoluto después de la muerte. Sin embargo, hasta el momento, ninguna tradición antigua ni moderna ha logrado traer una respuesta
autoconvincente que deje al individuo indagador y cuestionador, tranquilo y sereno con respecto a su destino post mórtem. Por eso, la
muerte sigue siendo el tema de mayor actualidad evolutiva.
La muerte plantea una enorme paradoja precisamente porque es
el único argumento de la vida humana para el que existe una respuesta certera: todos sabemos que un día vamos a morir. Aún así, tiene
la potencia de suscitar una tremenda inquietud y a su vez provocar innumerables preguntas, por ejemplo, ¿cómo es posible que tengamos
en nuestro mundo occidental tan poca cultura acerca de la muerte?
¿qué tipo de intereses se siguen alimentando detrás de esto que llamamos muerte?
El miedo a la muerte, más allá de tratarse de un miedo a lo desconocido, está principalmente relacionado con el miedo a perder la individualidad. Todo indica que, para la conciencia, dejar de ser uno mismo, dejar de existir, es un hecho incomprensible y hasta cierto punto
insoportable. Hay en el individuo algo implícito con la vida, que es su
capacidad creativa, su capacidad de autotransformación y que hace que
nos resulte intuitivamente inconcebible todo lo que no sea estar vivo.
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Además de ello, observamos, sin remedio, como la vida se organiza
para renovarse permanentemente a nuestro alrededor. Microorganismos, bacterias, vegetación, todo aquello que constituye dominios
vitales inferiores prosperan por todas partes a pesar de los peores
cataclismos; mientras que nosotros, conciencias infinitamente más
complejas y capaces de observar y reflexionar acerca de todo eso,
¿nos tenemos que conformar con la total desaparición?
Si ya sabemos que la energía es indestructible, y que en este
momento ecológico de la cultura del reciclaje recuperamos y transformamos nuestros residuos dotándolos de nuevas posibilidades, ¿cómo
puede ser que nosotros, seres pensantes que sentimos, nos comunicamos, producimos y transformamos energía, no nos reciclemos?
Esto es en sí mismo inaceptable en lo más íntimo de cada uno.
Mi primer encuentro con la muerte tuvo lugar a los 6 años de
edad, a raíz de la muerte de mi abuela paterna. Aquel verano, en un
pueblecito de Cuenca, constaté, con esa naturalidad que probablemente se consigue a fuerza de haberla ejercitado en el pasado que, a
pesar de mi corta edad, mantenía una rara tranquilidad, sólo impregnada de sorpresa, al percibir el estado de agitación de los adultos
ante un hecho tan sencillo y natural para mí: la abuela había muerto.
También percibí cómo el ser humano es capaz de disimular y disfrazar
la presencia de la muerte aún ante la mayor de las evidencias. Esa
mañana me auparon a la cama donde yacía mi abuela para que le diera un beso, porque estaba muy malita, me dijeron. Yo besé un cadáver.
Aquello no me impresionó, pero sí recuerdo que pensé asombrada: «La
abuela no está muy malita, está muerta, ¿por qué no me lo han dicho?,
¿no se habrán enterado? .
No fue sino muchos años después cuando valoré verdaderamente aquel suceso tan revelador de aspectos trascendentales de
mi naturaleza y del curso que fueron tomando los acontecimientos
de mi vida.
»
12
Fue sin duda descubrir que no le tenía miedo a la muerte o,
mejor aún, la natural aceptación de la presencia de la muerte, sin
excesos ni encubrimientos, lo que me licenció y me liberó para siempre de la necesidad de recurrir a cualquier sistema de creencias que
ejerciera de tapadura de la ansiedad que provoca el inconcebible
final de la muerte. De este modo, y sin saberlo todavía, es como permanecí preservada para pensar con libertad acerca de cómo estaría organizada la vida después de la muerte. Esa curiosidad sana
sobre las realidades del otro lado ha sido el motor que ha dado sentido a mi vida actual.
Las respuestas al debate de la continuidad existencial siguen
siendo todavía hoy un proceso de búsqueda personal, un camino de
investigación y de autoconocimiento que, por el momento, no está avalado ni por los paradigmas materialistas de la ciencia convencional,
ni por los sistemas de creencias al uso. Si bien históricamente nunca
tuvieron puntos de encuentro en esta materia, unos y otros coinciden actualmente en permanecer altamente preocupados por preservar sus territorios ideológicos, tristemente fosilizados, con el resultado de haber perdido desde hace tiempo la posibilidad de encontrar
otras realidades.
La búsqueda de la verdad es el espíritu que anima a todo investigador sincero y, en honor a esa verdad, doy fe de que el que busca
encuentra cuando tiene el coraje de perseverar en el conocimiento
de sí mismo y, principalmente, cuando entiende que la muerte lúcida es la máxima representación de la comprensión de la vida.
El afán de hallar respuestas satisfactorias a todo ese mundo que
se abría ante mí, libre del miedo a morir y tremendamente ávida de
saber qué pasa con nosotros después de la muerte, me fue conduciendo al tema crucial del ser humano. Es decir, a indagar quiénes
somos en realidad, qué estamos haciendo aquí y qué sentido tiene
todo esto que llamamos vida. A través de la conciencia de la muerte,
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descubrí la realidad de la vida, tal y como ha ido haciendo el hombre
a lo largo de la historia humana.
Sabemos por las investigaciones antropológicas que la sepultura supuso un momento cumbre en el proceso de hominización. Cuando hace aproximadamente 700.000 años el hombre primitivo Homo
sapiens neanderthalensis (cueva de Feldhofer), Homo antecesor (Atapuerca, Sima de los Huesos), empieza a enterrar a sus muertos,
comienza a sintonizar emocionalmente con la muerte. Evidencias
recientes de rituales asociados a la continuidad existencial han sido
datadas en torno al año 60.000 a. C entre estos grupos de antepasados durante el periodo Pleistoceno superior. Las prácticas funerarias
implican una prolongación de la vida, una existencia propia de los
muertos. La creencia en la inmortalidad es universal, y de ahí que sea
conocida como uno de los primeros fenómenos humanos.
La inmortalidad implica siempre conciencia de la muerte, y es a través de esa conciencia de la muerte como el hombre ha ido despertando a la realidad de la vida y a la toma de conciencia de sí mismo.
El concepto de muerte y renacimiento es universal entre los pueblos arcaicos de Polinesia, Malasia, entre los esquimales, los indios
de América del Norte y del Sur, y todavía persiste entre las creencias
de 600 millones de seres humanos. La idea del doble, el fantasma, el
espíritu, ha servido al hombre antiguo para preservar su identidad,
su individualidad, de la descomposición del cuerpo, porque éste dobla
al cuerpo vivo, actúa cuando duerme y perdura cuando el cuerpo
material agota su existencia y fallece.
La muerte siempre fue en el pasado un acto sencillo ligado al
orden de la naturaleza y a la resignación colectiva de la especie ante
el destino. El moribundo en la Edad Media, por ejemplo, era consciente de cuándo le llegaba la hora de su muerte. Solía tomar una postura que, por su naturalidad, terminó ritualizándose socialmente, dando
así pistas a los presentes de que estaba a punto de abandonar defini-
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tivamente el cuerpo humano. Giraba la cara hacia la pared, cruzaba los
brazos sobre el pecho y, de este modo, en una ceremonia familiar y sin
excesos, donde había cabida incluso para el curioso de la calle, ha
muerto la gente durante siglos.En la actualidad, poco queda de esa
muerte familiar. El miedo a la desaparición, a la desconexión con todo
lo conocido, a la pérdida de la individualidad; el hecho de no tener
perspectiva alguna sobre la continuidad existencial, ni disponer de
elementos fiables de comprensión para algo tan inexorable como es
la muerte, ha llevado tal vez al hombre actual a aparcar la idea de la
muerte y a aferrarse a un falso vivir como si eso de morir no fuera con
él. De tal manera que la muerte se ha deshumanizado.
Ahora la gente se muere en el hospital, a solas, entre aparatos. Al
moribundo se le oculta la gravedad de su situación, a ser posible que
no se entere de que se muere. De tal forma que la persona se termina
muriendo a hurtadillas. Incluso la ciencia vigente tampoco sabe muy
bien si la muerte es la que deja al individuo sin conciencia o sin aliento.
Hasta donde sabemos, la conciencia humana es una realidad
inagotable, que evoluciona inexorablemente en un proceso constante de cambios y transformaciones, porque adquiere e integra conocimiento y el conocimiento no tiene retorno, no admite vuelta atrás.
La conciencia es compleja y autoorganizada, tiende a operar de
forma racional, puede manejar su medio y su conducta, comunicarse
de mil maneras y promover sus cambios y transformaciones dondequiera que esté. Y lo que considero especialmente importante es que puede potenciar cada vez más sus sentimientos, su sensibilidad afectiva,
de tal forma que lo que hoy no es sino una burda, biológica y sensual
expresión de afecto hacia lo conocido, pueda evolucionar un día hacia
un amor inconmensurable a todo lo que vive en el universo.
La conciencia se mueve, por tanto, en un contexto de relación
comunicativa constante que surge de su mundo de ideas, emociones y sentimientos. Dispone de una cualidad específica, inherente,
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consustancial a su naturaleza, que es la creatividad. Somos indiscutiblemente seres creativos. A través del pensamiento, de la energía
mental, creamos mundos y realidades; de hecho, el universo lo constituyen las conciencias. El universo existe porque la conciencia da
testimonio de él.
La conciencia es una singularidad que evoluciona en grupo y
por su propio esfuerzo. El factor evolutivo de sus cambios y transformaciones es precisamente la capacidad de crear, de reflexionar y
de amar.
Para todo ello utiliza energía como elemento indispensable de
manifestación, aunque es importante distinguir que la conciencia es
más que energía por ser capaz precisamente de organizar, modular,
transformar, transferir, absorber energía. Yo diría que la energía es
el lenguaje de la conciencia. La conciencia utiliza la energía para comunicarse. La energía es el hilo conductor que enhebra en una acción
determinada, pensamientos, emociones, sentimientos, es decir, todo
lo que sería la producción de la conciencia.
Por ejemplo, y siguiendo este orden de ideas, podemos pensar
que a lo largo de milenios y como resultado evolutivo de la acción y el
progreso, la conciencia ha venido organizando la energía en una suerte de arquitecturas, formatos o soportes de naturaleza descartable
que le permiten aprehender y dominar mejor la expresión de sí misma, manifestarse en dimensiones de conciencia distintas, actuar y
descubrir otros estados perceptivos de la realidad. Y con todo ello,
garantizarse su presencia en el universo multidimensional. La conciencia se ha venido equipando desde hace milenios con una serie
de cuerpos energéticos que median y regulan la expresión de sus
posibilidades esenciales.
Desde este enfoque, el cuerpo humano no es sino un soporte
descartable para la expresión conciencial; el mejor adaptado a la realidad densa de este planeta, tan densa y consistente que aquí la ener-
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gía se plasma, se materializa. Por tanto, para estar en la T ierra necesitamos una especie de traje planetario acorde con esta atmósfera y
esta realidad perceptual.
El problema aparece porque nos confundimos con el traje. ¡Y
qué fácil resulta! Es un hecho evidente que nos lleva tanto tiempo
adaptarnos y hacer operativo este cuerpo humano que terminamos
completamente identificados con él y con el entorno donde se mueve. Además, aparecemos en un mundo material que ya está dado,
donde todo ha sido pensado y repensado a lo largo de los tiempos, y
que nos atrapa irresistiblemente con su puesta en escena donde se repiten cíclicamente los mismos argumentos sin resolver de la Humanidad.
En la Tierra entramos a formar parte de una especie de circularidad hipnótica, en unos escenarios repletos de escasez y necesidad
tan acuciantes que dejan poco espacio para avanzar en una vida humana más allá de la mera sobrevivencia. ¿Cómo no vamos a asombrarnos
pues de que no quede tiempo para la reflexión esencial sobre quiénes
somos en realidad, de dónde venimos, adónde vamos? ¡Aún tenemos
que agradecer que en esta época no nos estemos de nuevo jugando
el traje!
Así que terminamos adaptándonos y resignándonos, a la fuerza,
a creer lo que nos vienen contando desde hace milenios. De la forma
más natural, nos quedamos en la vida humana totalmente a merced del
campo informativo imperante en la cultura donde nacimos o en la cultura dominante, y como mucho consideramos un acto de libertad y
de esperanza el cambio de religión, la adhesión a otro sistema ideológico, o simplemente el hecho de terminar renegando de todo.
Por eso, también, cuando el individuo comienza a despertar del
sueño terrestre y a activar sus recursos más legítimos de autocuestionamiento existencial, corre el grave riesgo de ser catalogado y perseguido por extravagante, paranormal, místico, y quién sabe si en su
extremo más severo no acaba arrinconado en la locura.
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Cuando ampliamos el ámbito de nuestra investigación personal
y entrevemos la posibilidad de que haya más cuerpos además del
cuerpo humano, o que seamos algo más que mera materia orgánica,
empezamos a percibir que el individuo, en realidad, se mueve en contextos o campos de energía, desde los más personales y biológicos de
su microuniverso individual tales como estados fisiológicos, humores, recuerdos, etcétera, hasta los más sutiles del macrouniverso
colectivo. Somos tremendamente permeables a pesar de nuestra
aparente materialidad, vivimos inmersos en una existencia que transcurre de forma indisoluble y sin costuras, lo queramos o no; estamos
fundidos en océanos de energía de calidades muy diversas, que influyen en nuestros estados vitales y decisiones de manera sutil e inconsciente, ejerciendo una presión real en nuestras vidas.
La energía es, por tanto, el combustible que mueve la intención
y la acción de la conciencia, y permite el flujo de sus sentimientos e
ideas. Luego, si la energía es indestructible, por un principio ya admitido en la Física, la conciencia, que es más que energía y que utiliza la
energía como lenguaje de manifestación, también es indestructible.
De ahí que el planteamiento de la continuidad existencial sea
algo más que una hipótesis para muchos de nosotros, y que el estudio
de nuestra procedencia y destino post mórtem sea totalmente legítimo como objeto de investigación, porque es de vital importancia a
la hora de acceder a la comprensión de quiénes somos, qué significado tiene todo esto que llamamos vida, y si en verdad hay algo que
podemos hacer para mejorar esta realidad humana.
La muerte humana es uno de los dos grandes impactos por los que
pasa la conciencia a lo largo de su periplo evolutivo. Es un impacto, porque hay que soltar lo hasta ahora conocido por el individuo y pasar a
lo desconocido, sin que nadie te haya pedido tu opinión.
El otro gran impacto se produce en sentido inverso: es el renacimiento en un nuevo cuerpo físico. Sólo que ahora se trata de restrin-
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gir todas las posibilidades que veníamos disfrutando en otras dimensiones y cuerpos más sutiles, para adaptarnos a la nuevas prestaciones
muy limitadas por cierto del vehículo terrestre.
Podemos pensar que venimos haciendo esto desde hace milenios sin conseguir disipar el clima de desconfianza e incertidumbre
que producen los cambios, y haya llegado el momento de recuperar
y asumir el conocimiento de esta evidencia, dejarnos de una vez de
paliativos, y empezar a llevar a cabo los tránsitos inevitables por nuestras realidades, sin traumas, sin pérdidas de recuerdo y de lucidez.
¿No será el hecho de aceptar esta sencilla disposición lo que caracteriza a la evolución consciente?
La pérdida definitiva del miedo a morir es, por tanto, parte esencial de un proceso evolutivo y trascendente que va transcurriendo
por una larga serie de etapas. Al comienzo se trata de ir aceptando las
crisis, los cambios y los finales de las cosas como componentes naturales, permanentes y necesarios de la vida. Luego, una vez perdido
ese temor, se consigue avanzar un poco más hasta empezar a desentrañar los procedimientos de la continuidad existencial.
El afán de conocerse mejor actúa de impulso motivador y, una vez
llegados a este punto, se puede agilizar el procedimiento si se recurre
a la exploración cabal de los estados disociados de conciencia y al
dominio consciente de la energía, entendido, ahora ya, como el lenguaje de la conciencia. En todo este transcurrir debe predominar la reflexividad, el análisis y la autocrítica sinceras.
El testimonio de mi investigación y de mi experiencia personal en
este campo a lo largo de los últimos años, contrastado con el de los
cientos de personas que he tratado en diversos lugares del mundo, en
cursos y conferencias, avala la necesidad de tomar en cuenta el estudio de los estados disociados de conciencia en su expresión saludable
y cotidiana muy en serio, porque no solamente son comprobatorios del
aspecto trascendente de la conciencia y de sus manifestaciones más
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allá de la materia y del espacio-tiempo, sino porque han abierto una
línea de investigación creativa y rica en contenidos teóricos y respuestas coherentes en la que actualmente me encuentro trabajando.
Por todo ello, mi intención a la hora de escribir este libro es que
pueda ser de utilidad evolutiva para los lectores, amplíe sus parámetros existenciales de reflexión y de referencia y, contribuya así, desde
ese espacio interior que se crea cuando empujamos los límites del
conocimiento, a acelerar sus procesos personales hacia la autoconciencia vivida de quiénes son y de por qué están aquí.
Es desde una vida humana vivida en el ejercicio continuo de la
evolución consciente, y en la aproximación sincera a estas premisas,
que podemos plantearnos la muerte lúcida, es decir, la transición
cabal y serena a la nueva realidad que nos aguarda con la garantía
total de no tener que pagar ningún peaje por nuestra lucidez y memoria al soltar el cuerpo humano, plenamente conscientes de la vuelta a
casa, seguros del cálido recibimiento de nuestra familia evolutiva en
la unión de procedencia.
La evolución consciente exige esfuerzo personal. La muerte lúcida es la despedida cum laude de esta vida humana. Adquirir conciencia del concepto de muerte lúcida es una modalidad de conocimiento
y valoración de la vida.
Dado que la aceptación de la muerte ya era un rasgo distintivo de
humanidad entre los hombres primitivos, la muerte lúcida es hoy un
rasgo de evolución consciente del ser humano. No deberíamos vacilar en tratar de acelerar los medios que culminen en dicho proceso.
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1. SUEÑOS, INTUICIONES, PREMONICIONES
Vamos a permitirnos reflexionar en profundidad acerca de la naturaleza de nuestros estados internos, esos estados sutiles tan difíciles
de explicar pero, en verdad, ¡tan reales! porque constituyen el escenario de nuestro mundo interior. Cuántas personas decimos que viven en
las nubes, se quedan colgadas con facilidad, hace un rato que dejaron
de prestarte atención mientras les hablabas o, en el mejor de los
casos, decimos que tienen mucha riqueza interior cuando no sabemos
muy bien definir ese toque diferente e inexplicable que tienen.
Con cuánta frecuencia no nos hemos sentido los raros del grupo,
de la familia, porque percibimos de forma diferente cosas que no son
tan evidentes para el resto de la gente, pero que encajan perfectamente con un diagnóstico, un estado de ánimo, una noticia anticipatoria que se confirma antes o después y un sinfín de sintonías que, a
menudo, son recibidas con recelo, desconfianza y pueden amenazar
con cuestionar nuestra salud mental. Sin embargo, curiosamente,
cuando conseguimos convivir con mayor naturalidad con estos estados de conciencia y podemos compartirlos con otras personas, nos sentimos muy tranquilos y seguros.
De ahí que conocer y comprender los estados disociados de conciencia es no sólo una necesidad, sino el medio de ampliar conciencia
y trascendencia de sí mismo.
Perder el miedo a morir supone la posibilidad de explorar esas cualidades del ser humano de forma consciente y cabal, para entender sin
fisuras que, tras la muerte, no hay sino una nueva manifestación de la
persona en un ambiente y con un cuerpo energético que ofrece posibilidades distintas, ampliadas, mayores que las del cuerpo físico y la vida
material pero donde, esencialmente, seguimos siendo nosotros.
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ESTADOS DISOCIADOS DE CONCIENCIA
Durante la experiencia humana la vida subjetiva aparente y la vida
biológica transcurren en el interior de una frontera que está definida
por el cuerpo humano.
El mundo interior del individuo se funde con el movimiento bioquímico del cuerpo físico de tal forma que, a pesar de que una propiedad fundamental de la conciencia sea la visión personal e íntima de las
cosas y en primera persona del singular, ese yo interno termina amalgamándose con el cuerpo humano de forma casi indisociable.
Por eso, terminamos hablando en términos de tengo sueño, tengo hambre, estoy cansado, cuando todos esos acontecimientos se
refieren al cuerpo o soporte humano y no tanto a la conciencia que nunca duerme, ni descansa, ni come.
Esa frontera permeable del cuerpo biológico separa el medio
interno del individuo del medio externo y social. En Biología, la idea de
organismo tiene su centro en la existencia de ese límite como, por
ejemplo, la membrana de las células, la córnea del ojo, la misma piel.
Por tanto, la conciencia, el yo subjetivo, tan perfectamente aclimatado a este contexto biológico, ha terminado identificando sus
funciones cognitivas primordiales –como son lenguaje, pensamiento, memoria, atención, raciocinio y el mundo de sus sensaciones emocionales– exclusivamente con un cuerpo humano equipado con un
sistema nervioso altamente complejo. Y desde este supuesto, se considera que un estado es normal cuando el individuo tiene bajo control, y operando dentro de los límites definidos por los sentidos todas
estas funciones cognitivas y emocionales.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando estas funciones escapan al
control sensorial o sea, se extralimitan?. ¿Qué ocurre cuando se
producen en contextos que no son explicables o no son los espe-
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rados desde la sensopercepción, como por ejemplo, ver dos caras
superpuestas con nitidez cuando sólo tenemos a una persona
delante, ver brillos o luminosidades en torno de las cosas, escuchar
sonidos que nadie más oye?
¿Qué ocurre cuando de repente se activan intensamente
algunas de las funciones cognitivas, por ejemplo, cuando se produce una hiperagudeza mental o sensorial que permite absorber e
integrar gran cantidad de información en milésimas de segundo,
cuando se tiene un nivel de atención altamente selectivo y focalizado en algo de tal forma que el resto del mundo deja de existir, o
cuando aparecen agrupamientos de ideas y síntesis inesperadas,
expansiones de conciencia, sentimientos y sensaciones inusuales,
flashes de memoria remota, entre otros acontecimientos íntimos?
Cuando alguna de estas situaciones de carácter extraordinario ocurre, decimos que se está produciendo un estado disociado
de conciencia.
Un estado disociado de conciencia puede ser considerado anormal, extraño o patológico, en función del grado de desajuste, descontrol y sufrimiento que produce en el individuo y en su entorno.
Pero hasta que llega a producirse esa alarma del sistema y del entorno, hay mucha información que ayudaría a entender y manejar este
estado de modo saludable y natural.
Si contemplamos el estudio de la conciencia como una realidad
extracerebral que utiliza, efectivamente, una serie de formatos de
energía sutil para acoplarse al cuerpo físico, veremos que todo ello
constituye un gran campo de energía que impregna el cuerpo humano y se funde con él, un campo altamente permeable y sensible que se
expande y se contrae en una dinámica de vitalidad. Este campo también es denominado aura y puede ser percibido con facilidad a partir
de sencillos ejercicios energéticos.
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Cuando admitimos estos supuestos, podemos entender mejor
que somos, efectivamente, sistemas abiertos y que disponemos de una
organización propia para el cierre o la apertura de nuestro campo de
energía, o lo que es igual, para el acoplamiento o desacoplamiento
de los otros cuerpos de energía.
El campo de energía es como una segunda piel que reacciona a los
estados de ánimo y al intercambio con otras personas con enorme
sensibilidad, abriéndose o cerrándose de manera consciente o inconsciente. Nuestro campo procesa la información del medio mucho antes
que los sentidos, de ahí que cuántas veces no nos ponemos en estado de alerta en una situación aparentemente normal, o intuimos que
algo va a ocurrir, o que alguien está por llegar, sin tener razones para
ello. Ese famoso escalofrío que nos recorre la piel en situaciones que
no siempre sabemos explicar.
También es interesante constatar que no estamos en ningún
momento completamente integrados en el cuerpo físico. La conciencia, el yo que piensa, que siente, que sabe, que decide no está jamás
en contacto con el cerebro humano; lo utiliza a partir de acoplamientos de energía promovidos por nuestro campo energético vital, las
llamadas interfaces o superficies de contacto y comunicación de un sistema energético sobre otro.
Cuando la totalidad de nuestros cuerpos energéticos están en
yuxtaposición con el cuerpo humano, decimos que estamos asociados
despiertos, en vigilia y, en esta ocasión, es cuando la conciencia está
en su máxima aproximación al cerebro humano. Pero lo usa a distancia, como el marionetista que mueve al títere.
La mente sería entonces ese sistema operativo capaz de hacer viables los intereses de la conciencia y promover su capacidad de respuesta en el cerebro. Por tanto, lo que está todo el tiempo ocurriendo es
un continuo transitar de la mente por un sistema que se abre y se
cierra con naturalidad durante el día y la noche; sólo que no nos
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damos cuenta de ello. O no hemos considerado la opción de que así
sea, porque en cuanto detectamos algo fuera de lo común en nuestro
sistema, la reacción es tan sorprendente o alarmante que no deja
que la persona elabore realmente lo que le está pasando. Rápidamente tenemos que encontrar una respuesta para esa situación
incomprensible y lo peor es que, muy a menudo, se trata de una respuesta farmacológica.
Recuerdo una periodista que vino a hacerme una entrevista en
cierta ocasión y durante el transcurso de la misma, debido al interés que
el tema le suscitaba, la mujer iba hilando experiencias personales que
la condujeron a una disociación. En ese momento empezó a sentirse
mal, se la veía muy apurada e intentaba, sin conseguirlo, quitarle
importancia al asunto: «son estas cosas mías que me pasan . Yo percibí la situación, la tranquilicé y la invité a que fuera describiendo el proceso. Efectivamente estábamos ante un sencillo caso disociativo: sensación de mareo (disociación), sensación como de algo que sale de ti
(expansión del campo de energía), y sabes que si no te tumbas te vas
a caer o a perder el conocimiento (salida extracorporal), mal cuerpo,
y sobre todo mucho miedo por la sensación de pérdida de control.
«Si me tumbo se me pasa, lo peor es cuando me da conduciendo o
en sitios donde no me puedo acostar . Le pedí que se sentara bien recta en la silla, cerrara los ojos y empezara a tomar el control de la situación con firmeza, movilizando su campo energético en sentido vertical ascendente y descendente. Permanecí a su lado invitándola a
sostener el proceso y en pocos instantes había recuperado el control, había cerrado su sistema energético por la voluntad. Le expliqué con sencillez lo que había pasado y lo entendió perfectamente; en
unos minutos había resuelto el problema de toda una vida.
Por tanto, vemos como los estados disociados de conciencia
irrumpen sin previo aviso en nuestra rutina diaria porque son parte integral de la vida. Por seguir refiriéndonos a situaciones comunes del
»
»
27
día a día, con cuánta frecuencia no se producen los típicos despistes,
ausencias, incluso en situaciones potencialmente peligrosas conduciendo un coche, por ejemplo , cuántas veces no nos ocurre eso de que «se
nos fue el santo al cielo , no sé lo que iba a decir yo ahora, a qué venía
yo aquí, o esas veces en las que queremos rebobinar algun hecho y, sorprendentemente, somos incapaces de recordar los pasos. Parece que
el cuerpo va por un lado y la mente por otro, y es que efectivamente
¡es así!
»
Simples y sencillos estados biológicos de hambre o sed, cualquier preocupación, y no hablemos ya de una alteración emocional de consideración, nos disocian naturalmente. ¿Qué está ocurriendo? Basta recordar que el campo energético se suelta, el
sistema se abre repentinamente, y entramos mentalmente en otra
sintonía perceptiva mientras el cuerpo humano, según la duración
del suceso, puede seguir actuando por una inercia automatizada,
o desenchufarse y perder el conocimiento.
No olvidemos que también podemos vivir largas temporadas
disociados, sin que ello resulte anómalo o desadaptativo, aunque
sí inusual. Un ejemplo bastante común es el estado de enamoramiento. ¿No solemos decir que estamos como en una nube?
ESTADO ASOCIADO DE CONCIENCIA
Por tanto, podemos hablar de un estado asociado de conciencia cuando se manifiesta un estado patrón de actuación y control desde el
perímetro mental y sensorial de la frontera física, y cuando la información que produce y capta el sistema viene dada por los sentidos y las
posibilidades de actuación de la conciencia desde el cerebro humano.
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También denominado: estado de vigilia; estado de alerta; estado
despierto; estado ordinario de conciencia; estado de acoplamiento
de todos los soportes sutiles de la conciencia con el cuerpo físico;
estado de cierre a las realidades sensibles e inmateriales.
Este estado se caracteriza por una serie de parámetros que son
muy importantes: lenguaje claro y organizado, atención sostenida y
selectiva, actuación de la memoria de trabajo y semántica, pensamiento claro y coherente, emociones organizadas, capacidad de raciocinio y decisión.
ESTADO DISOCIADO DE CONCIENCIA
Hablamos de un estado disociado de conciencia cuando hay una actuación desde un contexto que excede el perímetro perceptivo sensorial;
cuando la producción y/o el procesamiento de la información se ve
ampliado por unas posibilidades que sobrepasan los sentidos físicos
y las capacidades cerebrales.
También denominado: estado inusual; estado alterado; estado
modificado de conciencia; estado de excepción; estado de desacoplamiento de los soportes sutiles de la conciencia con el cuerpo físico;
estado de apertura a las realidades sensibles e inmateriales.
Durante este estado no siempre se mantienen los parámetros
que caracterizan el estado asociado o patrón de conciencia.
AGENTES O CIRCUNSTANCIAS QUE PROVOCAN ESTADOS
DISOCIADOS DE CONCIENCIA
Como hemos visto con anterioridad, las disociaciones son inevitables
y se intercalan de forma natural en ese continuum que denominamos
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estado de vigilia. Sin embargo, conviene tener en cuenta que los estados disociados de conciencia también pueden ser provocados por
diversos agentes con resultados variables en cada individuo y dependiendo de la circunstancia.
Agentes tales como drogas, sustancias psicotrópicas, alcohol o tratamientos farmacológicos y homeopáticos, provocan invariablemente estados distintos de conciencia. También determinados rituales, ceremoniales, magias. Cualquier tipo de lavado
cerebral, la publicidad, TV., campañas persuasivas de cualquier
índole. La hipnosis, la música, la meditación, la relajación, la seducción. Todos los estados emocionales sin excepción, evocaciones,
ensoñaciones, situaciones críticas de cualquier naturaleza, procesos de enfermedad biológica y de enfermedad mental, son susceptibles de provocar estados disociados.
Los estados disociados están considerados y clasificados, desde el enfoque de la Psiquiatría y la Psicología materialista, como un trastorno mental. El hecho constatable de que la mayoría de los episodios psicóticos ocurran durante un estado de disociación, no es
concluyente para asociar causalmente disociación y locura.
En su manifestación patológica, es decir, cuando la disociación
ocurre por circunstancias que escapan al control y a la comprensión de
la conciencia, el individuo no consigue discernir entre los diferentes
niveles de realidad material e inmaterial. No logra mantener la organización mental suficiente para ordenar y entender los acontecimientos sensoperceptivos que se suceden voces, imágenes, olores , no
logra controlar sus emociones ahora a merced de unos hechos que le
generan alto sufrimiento moral y deterioro de sus funciones cognitivas básicas. No es capaz de provocar el cierre del sistema por su propia voluntad, es decir, volver a actuar desde la información puramen-
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te sensorial lo que veo con los ojos, escucho con el oído, huelo con el
olfato . El individuo entra en una crisis, en un episodio psicótico, y
ahora son los fármacos neurolépticos, antipsicóticos, los que van a
cumplir esta función de cierre. Volveré más adelante a retomar esta
cuestión en un apartado específico.
Recordemos que a lo largo del día pasamos por una gran variedad
de estados de conciencia de forma consciente o no, con resultados más
o menos felices, y que durante esos estados somos más vulnerables
a las influencias de otras realidades inmateriales o de carácter más
subliminal, y por tanto más susceptibles de perder el control emocional. De ahí la importancia de conocer y detectar estos estados y aprender a convivir con ellos con naturalidad y lucidez para extraer todo el
beneficio evolutivo que de hecho tienen.
ESTADO DISOCIADO SOSTENIDO
Vamos ahora a ver que existe la posibilidad de sostener un estado
disociado bajo el control del propio individuo y en el marco de la realidad objetiva.
La persona puede simultanear de forma organizada la captación
y producción de información que recibe por parte del aparato perceptivo sensorial, así como la procedente de naturaleza extrasensorial.
El estado disociado sostenido se caracteriza principalmente porque durante su manifestación se mantienen los mismos parámetros
que definen el estado asociado o estado ordinario de conciencia, a
saber: lenguaje y pensamiento claro y coherente; discernimiento;
atención sostenida; actuación de la memoria; emociones organizadas; capacidad total de decisión.
Por tanto, el individuo es capaz de mantener el control de sus
apreciaciones mientras tiene lugar como es habitual en una disociación,
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la condición de apertura y soltura de su campo de energía, el desacoplamiento parcial o total de los otros soportes sutiles, la entrada en sintonía con otras realidades inmateriales y otra percepción y sensación
del espacio tiempo.
Durante la disociación sostenida, el individuo está coordinando
la información que le llega a través de la suprasensibilidad con todos
los medios que habitualmente baraja en un estado ordinario de conciencia, pero con esa potencia incomparable que posee el estado
disociado sostenido.
Durante la disociación puede tener lugar la producción de diversos fenómenos propios del estado disociado de conciencia, entre los
que destaco algunos de los más importantes y frecuentes: clarividencia, telepatía, clariaudiencia, intuición, sincronicidad, déjà-vû, telecinesia, bilocación, salida extracorporal, visión panorámica, megacognición.
En situaciones de dominio y comprensión del estado disociado
sostenido, la persona está capacitada para manejar estos fenómenos sin alarma y con toda naturalidad. Puede provocar la apertura y cierre de su sistema a voluntad, y aprovechar el estado con total plenitud.
Conviene saber que la disociación suele venir acompañada de:
• Intensidad emocional alta y no siempre fácil de graduar. Esto
puede contribuir a que se interrumpa inesperadamente la
experiencia.
• Percepción temporal alterada que no siempre se corresponde
con el tiempo lineal, si bien la persona sabe en todo momento
lo que está ocurriendo. Por ejemplo: a menudo se tiene la
impresión de que la experiencia ha durado un tiempo que luego se comprueba que ha sido menor o mayor de lo que se
había supuesto.
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• Producción de fenómenos espontáneos, sucesos psíquicos,
que superan la capacidad de comprensión del individuo en ese
preciso instante.
• Interrupción de la disociación decidida por el sujeto. Éste permanece en todo momento dueño de la situación
Los estados disociados de conciencia ocurren, como ya hemos visto, de forma espontánea y también pueden ser provocados por el
individuo, si bien no llegan a estar totalmente producidos y dominados
por la voluntad, debido en parte al límite impuesto por el actual nivel
de evolución que tenemos. Es justo apreciar que si uniéramos a la
baja actuación ética predominante hoy el dominio total de las facultades energéticas, lo más probable es que no quedara ningún individuo por el Planeta para dar cuenta de los resultados. A lo mejor, ¡no
quedaba ni el Planeta!
Por lo que, dado el momento actual de las cosas, podemos estar
seguros de que no existe nadie conocido en la superficie planetaria que
tenga un dominio absoluto en esta materia. Por lo pronto, nos es
dado investigar los estados disociados sostenidos, producirlos hasta
cierto punto por la voluntad e interrumpirlos, con toda seguridad,
cuando uno quiere. Y para ello, siempre es recomendable tener información seria y contrastable, contar con un buen dominio energético, madurez emocional y una intencionalidad impecable en la utilización. Si reunimos estos requisitos, el avance y el provecho están
asegurados.
BENEFICIOS DE LOS ESTADOS DISOCIADOS SOSTENIDOS
Los beneficios que se obtienen a partir de la práctica de la disociación sostenida se ven reflejados en diferentes niveles de conciencia:
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• Ampliación de los parámetros de referencia de la existencia
humana debido a una ganancia sustancial en la calidad de las
percepciones y de la sensibilidad. Toda ampliación de límites
permite esa holgura suficiente para que nuevos conocimientos florezcan y nuevas síntesis ocurran.
• Aumento del equilibrio emocional, disipación de miedos, al
poder integrar de forma comprensiva y serena ese mundo
de fenómenos que, desafortunadamente, ha conducido y
conduce a tantos individuos a la locura. Por tanto, el estado
disociado sostenido representa una forma de prevención de
la locura.
• Mayor comprensión de los procedimientos evolutivos por la
constatación de la continuidad existencial y con la consecuente pérdida del miedo a morir.
• Consecución de un dominio lúcido del campo bioenergético
y de una aproximación comprensiva a los fenómenos de naturaleza energética. Incremento de la disponibilidad energética en el sistema. Por tanto, mayor salud.
• Relaciones lúcidas con otras dimensiones evolutivas. Educación y cultura multidimensional.
• Posibilidad de ser significativamente útil en otras realidades, no
sólo para beneficio propio sino también para otras conciencias.
ONDAS CEREBRALES
En 1929 H. Berger introduce el electroencefalógrafo (EEG), un aparato que permite medir la actividad electroquímica del cerebro. Ello
permitió, entre otras cosas, un avance en la investigación de los sueños. El EEG registra el trazado de las ondas cerebrales en Herzios o
vibraciones por segundo.
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De este modo se han clasificado cuatro tipos importantes de
ondas que se corresponden con estados de conciencia distintos:
• BETA: entre 14 y 30 Hz y que corresponde al estado de un
sujeto despierto, en vigilia, asociado, con todos los soportes
energéticos acoplados.
• ALFA: entre 8 y 13 Hz y que corresponde al estado de un sujeto en alerta pasiva. Por ejemplo, en ciertos estados de relajación.
• THETA: entre 4 y 7 Hz y que corresponde al estado de sueño
ligero y algunas fases del sueño REM o sueño paradójico.
• DELTA: entre 1, 2, 3 Hz y que corresponde a la fase de sueño
profundo.
El cambio en el trazado de las ondas cerebrales produce estados disociados y éstos, a su vez, influyen en el trazado. Estos cambios se pueden conseguir de forma natural, como ocurre durante el sueño, en una sesión de relajación, mediante el dominio energético, en
estados de alta concentración o bajo hipnosis, entre otros. Pero también se pueden producir con el uso de determinados aparatos Megabrain o tecnología de sonidos Hemi-sync . Y, como ya hemos visto,
como resultado del uso de sustancias.
Es bien sabido que el mero hecho de cerrar los ojos disminuye la
actividad cerebral. El trabajo en penumbra induce a la activación de la
glándula pineal, secretora de metalomia sustancia neuroquímica inductora de la relajación y ahí ya estamos en un estado de conciencia diferente a la vigilia y por un procedimiento bien natural.
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ESTADOS DISOCIADOS DE CONCIENCIA MÁS COMUNES
El sueño
El sueño es una actividad fisiológica muy necesaria para el buen rendimiento físico y psicológico. Dentro de las diferentes fases del sueño
en un periodo de ocho horas, hay una fase denominada Sueño REM o
Sueño Paradójico que se caracteriza por movimientos oculares rápidos,
flaccidez muscular y una intensa actividad electroquímica en los hemisferios cerebrales con la finalidad de producir, según los expertos, una
reorganización sináptica y de los contenidos psíquicos residuales y la
fijación del aprendizaje y la memoria. De ahí que parezca recomendable intercalar una «cabezadita en momentos de estudio intensos.
Cada noventa minutos durante el periodo del sueño, el cerebro
descarga grandes cantidades de energía, con un cierto contenido
emocional que se organiza en un formato de imágenes oníricas fluctuantes y borrosas, con escaso colorido, que aparecen aleatoriamente en función de la información residual que el sujeto esté liberando en
ese momento. Por tanto, soñar no es un proceso ordenado donde
existan componentes volitivos, ni la participación crítica del soñante. En realidad no soñamos, somos soñados.
Los sueños vendrían a ser como un proceso digestivo del cerebro.
El cerebro necesita despojarse del material mental y emocional innecesario para no saturar el sistema. Sólo que a diferencia de lo que
ocurre con las células del aparato digestivo, la neurona es una célula
más compleja que en su digestión nos regala algunas imágenes, por cierto, no de muy buena calidad.
»
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Salida extracorporal lúcida
Este estado disociado de conciencia representa una experiencia peculiar de percepción del medio ambiente que se produce de forma
espontánea o inducida por la voluntad, y se caracteriza por tener el foco
de atención de la conciencia situado en una localización separada del
cuerpo humano vivo.
Durante la experiencia, el individuo se percibe en su totalidad
con conciencia plena de sí mismo, actuando con posibilidades improbables en el cuerpo humano volar, flotar, desplazarse a gran velocidad,
estar en un medio imposible tal como fondos marinos, interior de
cuevas, volcanes, etc y en contextos muy claros, inconfundibles, difíciles de olvidar y de alto contenido emocional.
Debido a la importancia evolutiva que tiene para el individuo
comprender y manejar este estado disociado, le dedicaremos un capítulo más adelante. Ahora me interesa establecer las diferencias más
significativas entre un sueño y una salida extracorpórea.
La salida extracorporal lúcida es extracerebral, supone la
operatividad de la conciencia en otros soportes energéticos independientes del cuerpo humano. Por eso, la diferencia más distintiva con el acto de soñar es la posibilidad de dominio y control de
la situación, precisamente porque se puede pensar y sentir desde
la propia escala de valores, tomar decisiones, mantener diálogos
con otros individuos y evaluar hechos tal y como lo haríamos en la
vigilia humana. Cuando la experiencia es completamente lúcida, la
claridad de los hechos es indiscutible para uno, no ofrece duda, el
recuerdo es imborrable, es decir, aquello a lo que asistimos, aquello que ocurrió en esa realidad conciencial es tan veraz como el
hecho de estar leyendo ahora estas páginas.
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En la actualidad sigue resultando más cómodo seguir tratando las
salidas como sueños. Primero, porque si no se está informado resulta factible encajar esa experiencia que no obstante fue tan real en el
cajón de sastre de los sueños. Segundo, porque hablar de los sueños
es algo totalmente aceptado socialmente, mientras que, todavía hoy,
aventurarse en el relato de una salida extracorporal, puede ser comprometedor.
Recuerdo la experiencia de una alumna durante la parte práctica de un curso que estaba dando en Río de Janeiro, Brasil. Relató,
muy sorprendida por la nitidez de la vivencia, que se había visto por
unos instantes en la calle impidiendo que un ratero le robara su coche
aparcado abajo. Todavía sentía la sensación de su mano deteniendo
el brazo del intruso que estaba forzando la cerradura de la puerta.
Ante un hecho así, no hay nada como la comprobación. Al día siguiente nos confirmó a todos que, efectivamente, la cerradura había sido
forzada en un intento fallido de robarle el coche.
Experiencia cercana a la muerte
Probablemente el caso más conocido de salida extracorporal lúcida
inducida por un acontecimiento traumático. Estado disociado bastante popular en parte por la gran cantidad de casos ya registrados en
hospitales, centros sanitarios y gracias al trabajo de estudio y recopilación llevado a cabo por la Dra. E. Kübler-Ross, el Dr. R. Moody y tantos profesionales de la salud que, en las últimas décadas, han dejado
constancia de miles de casos extraídos de su trabajo directo con moribundos o supervivientes de la muerte clínica.
Durante esta experiencia, la mayoría de las personas coincide
en describir su veloz desplazamiento hacia una luz que se vislumbra al
final de un túnel. Suelen tener experiencias con seres bondadosos
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que cada uno identifica según su sistema de creencias; suelen encontrarse con algún familiar ya fallecido que les da un tipo de información; coinciden en describir situaciones en tiempo real del entorno
médico o familiar en donde se encuentra el cuerpo físico o incluso de
acontecimientos en la distancia que resultan imposibles de realizar
dado el diagnóstico de muerte clínica al que responde el individuo.
No deja de llamar la atención el hecho de contar en la actualidad
con una casuística que supera los millones de individuos que han pasado en el mundo por una experiencia cercana a la muerte y el obstinado desinterés de la Medicina materialista en volcar una mirada curiosa, respetuosa e investigadora hacia un hecho que continua sucediendo
diariamente en todos los países y culturas, tanto a niños como a adultos, y que está registrado históricamente desde que el hombre tiene
uso de razón. ¿Alguna vez ha tenido la Ciencia un objeto tan claro de
estudio y tan avalado empíricamente? ¿Cuál es el interés de la Ciencia
dominante por seguir negando una evidencia tan contundente?
Catalepsia de orígen no físico
En Psiquiatría, la catalepsia es considerada un estado de inmovilidad
activa que produce una disociación de las facultades motoras y de la
sensibilidad en determinados procesos patológicos.
En el caso de la catalepsia de origen no físico, esta situación se produce por lo general cuando uno intenta despertarse o salir del sueño y constata con sorpresa, desasosiego e incluso angustia que, a
pesar de estar totalmente despierto, no se puede mover.
Esta condición ocurre cuando todavía estamos fuera del cuerpo
biológico y no nos hemos encajado en el molde humano, si bien estamos muy próximos a él, de tal forma que somos sensibles a su rigidez, a su vacío. Nos identificamos con el cuerpo físico y queremos
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moverlo pero no podemos porque el soporte que permite esa movilidad está desplazado. Es una experiencia de corta duración, pero que
se vive con altísima intensidad emocional. Precisamente porque estamos muy lúcidos y al no disponer de información alguna de lo que
está pasando, la tendencia, como siempre que nos ocurre por sorpresa un estado disociado de conciencia, es a asustarnos y a alarmarnos.
En estos casos que, como he dicho, son muy breves aunque
parezcan eternos, lo propio es mantener la calma sabiendo que no
hay ningún peligro en esa condición, concentrarse bien en respirar, en
hacer un pequeño movimiento con el dedo meñique, por ejemplo, y
en pocos instantes estaremos reincorporados.
Personalmente conozco muy bien esta situación porque la he
vivido a lo largo de mi vida en muchísimas ocasiones y siempre con una
gran ansiedad. Es inolvidable esa sensación de rigidez, de inmovilidad forzosa, de enorme presión en la zona torácica y cómo, siendo que
estás tan despierto, te resulta inconcebible que algo así de real te
esté ocurriendo y no puedas hacer nada al respecto.
A partir del momento en que supe de qué se trataba, pude empezar a sacarle partido. Es un momento inmejorable, por ejemplo, para
pensar con claridad en ese silencio especial no perturbado por los
ruídos cerebrales. Es la ocasión ideal para constatar la existencia de
ese segundo soporte y para asistir con inconfundible nitidez a la reentrada en el cuerpo celular sin que queden dudas de cómo, en milésimas de segundo, estamos de nuevo en sintonía con este trebejo
humano y sus interminables exigencias. De golpe, constatamos que
tenemos hambre cuando hace nada no había esa necesidad, o resulta que nos está doliendo algo por ahí, o ya estamos enredados con ese
estado de preocupación.
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