Subido por Raul Benitez Ortega

Comunicación Comunitaria: La otra cara de la moneda

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Comunicación Comunitaria:
la otra cara de la moneda
Reflexiones desde el sector de las ONG en torno a los antecedentes y la evaluación de
la Política Pública Distrital de Comunicación Comunitaria.
Por Raúl Benítez Ortega1
Decía Albert Einstein que “un problema no se puede resolver en el mismo plano de
pensamiento en el que se creó” y en ese sentido, cuando la sociedad civil organizada y
los gestores sociales y culturales de Bogotá, que desde finales de la década de los 90
hacían esfuerzos por establecer mecanismos de diálogo social para promover la paz y
la salida política al largo conflicto interno colombiano en pro de la reconciliación
nacional, desarrollando estrategias de comunicación y fortalecimiento de los incipientes
medios comunitarios, éstos fueron estigmatizados por algunos sectores institucionales
como cajas de resonancia y altoparlantes de la subversión.
Por esa razón surgió la necesidad de promover la construcción de una política pública
que le diera reconocimiento y visibilización a estos procesos comunitarios y que además
dignificara el oficio de los promotores y gestores de los medios de comunicación
comunitaria y los protegiera como constructores de escenarios de convivencia pacífica
y civilidad para producir esos cambios frente al pensamiento que estableció en nuestro
país una cultura de la violencia como método para resolver nuestros conflictos.
Como la actual Política Pública de Comunicación Comunitaria incluye una perspectiva
alternativa de sociedad que construye un proceso de comunicación, de pensamiento
autónomo e independiente y que confronta el pensamiento único, apartándose
generalmente de las expresiones de los medios tradicionales de comunicación y de los
intereses económicos y de las relaciones de poder prevalentes, llegó el momento de
hacer un balance a la luz de esta perspectiva.
Como las organizaciones son el reflejo de quienes las componen, es necesario resaltar
que los llamados avances de la política pública de comunicación comunitaria se han
dado en función de intereses particulares y de una línea de pensamiento único que ha
hecho de la comunicación comunitaria un escenario para tramitar una agenda propia
que se refleja en el ejercicio del poder y del control sobre quiénes pueden o no, ser
beneficiarios de ella y a quiénes se les permite o no, expresar sus críticas o presentar
propuestas que ofrezcan alternativas de solución y atención a los problemas y
necesidades de los distintos sectores que de ella participan.
1
Representante de las Organizaciones No Gubernamentales ante la Mesa de Trabajo de la Política Pública de
Comunicación Comunitaria y Alternativa de Bogotá y presidente de la Mesa Local de Comunicación Comunitaria y
Alternativa de la localidad de Suba.
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En repetidas ocasiones se ha discutido sobre el establecimiento de unos indicadores
que permitan medir el impacto de la comunicación comunitaria en la transformación de
las realidades socioeconómicas, culturales y ambientales de las comunidades en las
que operan las organizaciones, gestores y medios de comunicación comunitaria, pero
hasta el momento solo se han realizado unas cuantas caracterizaciones que difieren de
lo que son las encuestas, como de la metodología para establecer indicadores de
impacto y sostenibilidad.
Se habla además de establecer unos indicadores que “legitiman y legalizan” el capital
social que, en términos jurídicos, es una cifra del pasivo que indica una deuda de la
sociedad frente a los socios y que permite explicar el crecimiento económico, utilizando
además del capital, los factores de producción tradicionales, tierra y trabajo.
El pensamiento único dominante en el desarrollo de la política pública hace un uso
equivocado del concepto, quizás para referirse al capital humano que es una medida
del valor económico de las habilidades profesionales de una persona. También hace
referencia al factor de producción del trabajo, que son las horas que dedican las
personas a la producción de bienes o servicios. Además, ese mismo plano de
pensamiento que crea ese error conceptual habla de la “democratización” de la pauta
o de los “gastos de divulgación pública” con proyectos de comunicación.
Cualquiera que sea la manera como ese pensamiento único aborde los conceptos de
“capital” y “democratización” está apelando a los conceptos teóricos del liberalismo
económico clásico o del neoliberalismo, y lo explico:
Esa sistemática distorsión conceptual promovida por el pensamiento único, oculta el
sentido utilitarista de lo comunitario, y por ende de las comunidades, con las que busca
satisfacer el ánimo codicioso tras la idea de una “deuda histórica” del Estado -que es
resultado del contrato social celebrado entre los ciudadanos o socios de la sociedad y
quienes establecen las instituciones encargadas de administrar el interés público-. En
pocas palabras, los ciudadanos de Bogotá le salen a deber al pensamiento único el que
el Estado avance de forma paquidérmica o no, en el cumplimiento y materialización de
dicha política pública.
Eso explica por qué el pensamiento único que se atribuye como propios los avances y
resultados de la política pública, afirme que lograrlo le “ha costado mucho” porque en
un negocio, para ganar hay que invertir y porque “plata es plata” según los teóricos
criollos de la política y de esa manera se instrumentalizan inconscientemente quienes
se ponen a su servicio y en defensa de los mal llamados “espacios autónomos” en donde
se instruyen bajo ese modelo mental que ejerce sobre ellos dominio y control, para
“meter miedo” y hacer que quienes objetan, cuestionan y proponen alternativas, sean
excluidos de los escenarios de participación, deliberación y decisión, mediante
estratagemas de acoso, constreñimiento, amenazas e insultos.
Desde que se expidió la Política Pública quedaron establecidos los principios,
definiciones, referentes conceptuales, enfoques, objetivos, estrategias y líneas de
acción que orientan la toma de decisiones de las instituciones y de la instancia de
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concertación de la Mesa de Trabajo de la Política Pública de Comunicación Comunitaria,
que apenas amerita una breve revisión y actualización académica de algunos de sus
conceptos.
Es el modelo mental deshumanizante el que concibe a los actores de la comunicación
comunitaria como piezas intercambiables o desechables de una maquinaria para
fabricar con eficiencia productos y proveer servicios en franca competencia con los
medios comerciales. Es lo comunitario expresado como valor de uso, es decir, como
mercancía, y la comunidad expresada como moneda de cambio que tiene valor en tanto
sea utilizable.
Por esta razón, el pensamiento único ha adoptado un modelo jerárquico burocrático en
el que los subalternos obedecen ciegamente los dictados del amo y hacen sin
cuestionarlo lo que les ordena, aunque eso mismo los perjudique, mientras se encarga
con “noble entrega” de recorrer todas las instituciones del nivel distrital y local haciendo
de la comunicación comunitaria un objeto de discusión para presionar el acceso a
recursos por pauta publicitaria o gastos de divulgación pública, de la misma forma como
lo hacen las agencias de publicidad y los medios de comunicación de propiedad de los
conglomerados económicos transnacionales.
Estos medios comerciales se miden por indicadores como el raiting, el share, la
circulación o los clicks, en términos cuantitativos mas no en términos de los indicadores
de impacto socioeconómico, cultural, ambiental y de desarrollo humano y sostenible,
con los que sí debería medirse y valorarse la comunicación comunitaria y a los medios
comunitarios utilizados para mediar ese impacto.
Ese pensamiento único también se refiere de forma grandilocuente a una “Ley de
Tercios” que en Colombia no existe y solo es posible mediante un acto legislativo que
modifique la Constitución para que ello ocurra, lo que tendría efectos en todo el acervo
jurídico de las telecomunicaciones, las tecnologías de la información y la comunicación,
la prensa, la radio y la televisión, cosa que en el corto o mediano plazo no es viable.
En ese sentido, la comunicación comunitaria es un derecho fundamental adquirido por
las comunidades en razón a su naturaleza social, pero los medios de comunicación, o
son comunitarios o no lo son, y deben operar en el marco de las regulaciones vigentes.
Ellos se deben a la sociedad para su sostenibilidad en la medida en que su promesa de
valor contribuye a su desarrollo humano y sostenible y si además les sirven como
transformadores de sus realidades, contribuyendo al planeta y a la reducción de las
desigualdades, a la justicia social, a la transparencia, a la convivencia y resolución
pacífica de los conflictos y a aportar en la solución de las causas profundas del estallido
social de los últimos años.
La comunicación comunitaria no puede servirles como licencia a los medios
comunitarios para convertirse en agitadores del matoneo, la calumnia y la difamación,
ni en sembradores del odio o azuzadores de descalificaciones y rencores en nombre de
la democracia, del pueblo, de la patria o de las libertades y “derechos adquiridos” a
nombre de comunidades a las que el pensamiento único desconoce y solo utiliza.
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Bien lo han reconocido varios de los actores de la comunicación comunitaria de Bogotá:
un medio comunitario es colectivo, plural, participativo y democrático; por ello, su
sostenibilidad económica debe ser apoyada y fortalecida en tanto adopten un propósito
superior que va más allá de lo estrictamente monetario y del ánimo de lucro; medios
comunitarios que incorporen como finalidad primordial e inspiradora el cuidado y
bienestar de las comunidades y del medio ambiente, que se sustente en la gestión de
proyectos e iniciativas que permitan el acceso a recursos públicos como medio para
lograrlo y no como fin o como mecanismo clientelista de repartos económicos
dependientes de la “voluntad política” de turno mediante pactos políticos que
comprometen la independencia, la autonomía y la responsabilidad social que les señala
el artículo 20 de la Constitución, además de comprometer la libertad de expresión y del
acceso a información veraz e imparcial a las que tienen derecho las comunidades,
mientras la corrupción, como la violencia, crecen como parte de nuestra cultura e
identidad nacional.
Y mientras el pensamiento único hable de democracia en el discurso, pero ejerza un
poder omnímodo y autoritario en la aplicación práctica de los fundamentos que
sustentan la Política Pública de Comunicación Comunitaria para su pleno desarrollo, y
mientras que mediante artificios irracionales acuse de enemigos a quienes le
cuestionan las intenciones detrás de su discurso o señale que otras políticas públicas
como la de la Economía Cultural y Creativa son una amenaza de la que defenderá
mesiánicamente a la comunicación comunitaria, pero solo con el ánimo de proteger sus
intereses particulares con los que busca cartelizar la contratación pública a través de
simuladas centrales de medios comunitarios, es urgente explicar la oportunidad que
ofrece esa nueva política pública al abrir caminos para la financiación de proyectos
productivos y empresariales a los que podrán acogerse quienes tienen espíritu
emprendedor y con ánimo de lucro, liberando así a las comunidades y su comunicación
comunitaria del peso de verse comprometidas con intereses políticos y económicos
ajenos a su naturaleza social.
La propuesta se resume entonces en los siguientes términos:
1. Los recursos con los que se ha de financiar la comunicación comunitaria deberán
provenir de la Secretaría de Cultura, no de la Empresa de Telecomunicaciones de
Bogotá, que inexplicablemente resultó convertida en central de medios del Distrito tras
la desaparición de lo que en su momento se conoció como la “Agencia en Casa” a cargo
de la Secretaría General de la Alcaldía Mayor de Bogotá, a donde debería regresar esa
responsabilidad.
2. De igual manera, la Política Pública Distrital de Comunicación Comunitaria y
Alternativa de Bogotá deberá estar a cargo de la Secretaría Distrital de Cultura,
Recreación y Deporte, y la Mesa de Trabajo a la que se refiere el Decreto 149 del 2008
deberá tener representación en el Consejo Distrital de Arte, Cultura y Patrimonio, siendo
el sector Cultura el que se encargue de definir cuál de sus instituciones adscritas, en
razón a su misionalidad, ejercerá la Secretaría Técnica de la citada Mesa de Trabajo.
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3. Enfatizar que la Política Pública de Comunicación Comunitaria, ES de Comunicación
Comunitaria y no una Política Pública de Medios de Comunicación que tienen en
Colombia una profusa legislación que les brinda las garantías señaladas en el contrato
social constitucional.
4. Los indicadores con los que se deben medir los medios comunitarios y los procesos
de comunicación comunitaria no son los mismos con que se miden los medios
comerciales que tienen una naturaleza estrictamente enfocada en el lucro y la ganancia,
por el contrario, deben provenir de los indicadores sociales del aporte o impacto que
aquellos tienen en las comunidades en términos de cambios o transformaciones
favorables a su bienestar y desarrollo sociocultural, humano y sostenible, en ejercicio
de su Responsabilidad Social y en concordancia con los Objetivos de Desarrollo
Sostenible, los que igualmente deben incorporarse a la política pública, siendo los
medios comunitarios responsables además de rendir periódicamente informes de
gestión y de sostenibilidad social, ambiental y económica.
5. Los alcances y beneficios que ofrece la Política Pública Distrital de Economía Cultural
y Creativa 2019-2038, soportada en el Documento CONPES Distrital 02 del 26 de
septiembre de 2019, deberán extenderse, cobijar e incorporarse integralmente a la
Política Pública Distrital de Comunicación Comunitaria de Bogotá por el mismo periodo,
como fundamento para la asignación de recursos y presupuesto tendiente a su
fortalecimiento organizativo, social, jurídico, operativo, tecnológico, administrativo y de
sostenibilidad social, económica y ambiental.
En conclusión, estos cambios, en un plano del pensamiento más pluralista, democrático
y participativo de la Política Pública Distrital de Comunicación Comunitaria, permitirán
empoderar a las bases sociales que sustentan a los medios comunitarios, garantizando
el derecho a la libre expresión, al libre acceso a la información veraz e imparcial y a la
sostenibilidad, autonomía e independencia de los medios comunitarios frente a poderes
políticos, económicos o de cualquier otra naturaleza contraria al sistema democrático
que los contamine de ambiciones y codicia destructiva.
Bogotá, 28 de abril de 2022.
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