El surgimiento del judaísmo rabínico Carlos Abel Amaya García

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El surgimiento del judaísmo rabínico
Carlos Abel Amaya García
Facultad de Filosofía y Letras – U.A.N.L.
En el presente trabajo, se pretende analizar la transición del judaísmo del templo, hacia el judaísmo
rabínico. Tema relevante, ya que el rabinismo es la forma en que prevalece el judaísmo hasta el día
de hoy, por lo que un análisis de su surgimiento aportará elementos para comprender dicha religión.
Someramente, se verá el comienzo de la religión de los hebreos y su progresiva evolución, hasta
llegar a una descripción detallada de sus prácticas religiosas cuando el culto se centró en el templo.
Posteriormente, se revisará la forma en la que el judaísmo tuvo que adaptarse para sobrevivir
después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por parte de los romanos, a través del
rabinismo. Y, por último, se observarán las características de este y la manera en que difiere del
modelo anterior.
Palabras clave: judaísmo, rabinismo, rabino, templo.
El pueblo judío hace su aparición en la historia después del 200 a.C. Descendientes en parte de los
amorreos que se instalaron en Mesopotamia a finales del tercer milenio, los antepasados de Israel
llegaron a Egipto como hombres libres, pero más tarde se vieron reducidos a la esclavitud. Hacia el
1260 a.C., miles de ellos salieron de Egipto guiados por el profeta Moisés. Posteriormente, se
instalarían en la tierra de Canaán (Eliade y Couliano, 2007: 235).
Tiempo atrás, hacia el 1850 a.C., Abraham, jefe de una pequeña tribu ancestral del pueblo
hebreo, había establecido una alianza con su dios, Yavé. Esta consistía en que, si los miembros de
ese pueblo se sometían a su voluntad y le veneraban sólo a él, serían recompensados con la
posesión de la tierra prometida, la "Tierra de Israel". Tras la conquista de Canaán, se vio en este
territorio la llamada tierra prometida (Peters, 2007: 54).
Es así, como este conjunto de pastores seminómadas logra organizarse según linajes
clánicos; conformándose doce tribus que estaban unidos en una especie de confederación en torno a
un altar ancestral en el que celebraban un ritual periódico de conmemoración a la alianza que les
otorgaba su identidad. La confederación, en n principio, era laxa; no había un dirigente único ni un
aparato central de gobierno. Solamente líderes carismáticos, llamados "jueces" por los israelitas,
ocupaban el primer plano cuando lo dictaban la necesidad o las circunstancias (Peters, 2007: 54).
No fue sino con Saúl y luego David (1000-960 a.C.) que se unió a las tribus de Benei Israel
en un todo más o menos unificado, y sólo bajo el hijo y sucesor de David, Salomón (960-922 a.C.)
apareció una monarquía centralizada e institucionalizada. Por ese entonces, el centro del culto y la
liturgia estaba ya firmemente establecido en Jerusalén, donde Salomón financía la construcción de
un magnífico templo (Peters, 2007: 54).
No obstante, la monarquía israelita resultó efimera. Tras la muerte de Salomón, el Estado se
dividió en dos reinos: el del norte (Israel) y el del sur (Judá). En el año 722 a.C., el imperio asirio
conquistó y puso fin al reino del norte; y en el año de 587 a.C., el emperador babilonio
Nabucodonosor destruyó el primer templo de Jerusalén y trasladó a una parte de la población al
exilio en Babilonia (Eliade y Couliano, 2007: 235).
A partir de ese periodo, aparecieron en Israel nuevos líderes carismáticos, llamados
"profetas", que predicaron la fidelidad a la Alianza, continúando la identidad de Benei Israel. A su vez,
los exiliados en Babilonia no veían en la Diáspora un destierro, sino que se seguían considerando a
sí mismos como judíos. Aún después de la llegada del emperador persa Ciro, que en el año 539 a.C.
permitió que los hebreos regresaran y reconstruyeran el templo, hubo algunos que decidieron
quedarse en Babilonia, conservando su identidad y obligaciones como judíos; por ejemplo, el pago
de medio shekel para el mantenimiento del templo de Jerusalén, al cual peregrinaban (Peters, 2007:
55-56).
Ya se ha visto que una de las principales características del judaísmo anterior al rabínico es
la importancia dada al culto en el templo. No obstante, se debe mencionar que la razón de esto es
porque en el templo debían realizarse los sacrificios (ofrecimiento de animales, cereales, vino);
especialmente a partir del 621 a.C., cuando el rey Josías centralizó en el templo de Jerusalén toda la
actividad sacrificial israelita, que tenía lugar todavía en otros centros de culto de Eretz Israel (Peters,
2007: 105).
El sacrificio siempre era en el templo y en un estado general de pureza del sacerdote, el
ofrendante y el objeto sacrificial. Los sacrificios comunitarios ertan ofrecidos diariamente, en cada
luna nueva, y en las tres grandes fiestas de peregrinación: "Tabernáculos" (Sucot), "Pascua" (Pesaj)
y "Semanas" (Shauvot). También destaca la celebración del Día de la Expiación (Yom Kipur),
mediante la transmición de las faltas a un cordero qe las expiaría muriendo en el desierto. Todos
estos sacrificios, eran oficiados por la casta hereditaria de sacerdotes descendientes del hermano de
Moisés, Aarón. Una parte de las ofrendas era enteramente consumida por el fuego (holocausto);
otras partes eran consumidas sólo parcialmente, y el resto estaba reservado para los sacerdotes.
Estos últimos, en general actuaban como guías religiosos de la comunidad (Peters, 2007: 105-106).
Éstas eran, a grandes rasgos, las características fundamentales del judaísmo del templo. No
obstante, a partir de la progresiva helenización de la cultura judía, comenzaron a surgir partidos y
sectas con diferentes puntos de vista en torno al judaísmo. La rebelión de los Macabeos contra los
Seleúcidas griegos en el 167 a.C., terminó por restituir la monarquía judía, bajo la dinastía de los
sumos sacerdotes asmoneos. En este contexto, surge el grupo de los fariseos, caracterizados por su
estudio minucioso de la Torá, su aceptación de una tradición legal oral que les permitía extender los
preceptos de la Torá a otras áreas de actividad, y su estricta observancia a las leyes de la pureza
ritual (Peters, 2007: 30-31).
Vinculados con este grupo, estaban los saduceos, partidarios e integrantes del sacerdocio
que presidía las liturgias del templo de Jerusalén; por lo que eran defensores de la legitimidad del
sumo sacerdocio asmoneo. Se caracterizaban por la interpretación literal de la ley y el rechazo a la
"tradición de los padres", a la cual se reerenciaban los fariseos; y se resistían a aceptar la idea de
una vida de ultratumba. Por último, estaba la secta de los esenios, quienes eran una congregación
ascética que rechazaba la autoridad del sumo sacerdote asmoneo. Esperaban su vindicación por
medio de un retorno mesiánico (Peters, 2007: 32-33).
Posteriormente, en el 63 a.C., Judea caería bajo la dominación romana, convirtiéndose en un
pequeño Estado tributario de Roma. A pesar de esto, Pompeyo opta por no perturbar las
instituciones judías. Es en este contexto donde los fariseos ven triunfar su partido sobre los
saduceos, ya que los romanos no hicieron sino consolidar la atoridad del pontífice fariseo en los
asuntos internos judíos. Así, los fariseos conservan desde esta época el monopolio de la
interpretación jurídica que permite aplicar la Ley a los más diversos casos de la vida religiosa y civil.
Durante este tiempo, se comenzó la larga elaboración de la Misná que culminaría en el siglo II d.C.
(Puech, 1979: 203-207).
Los esenios, a su vez, vieron en la ocupación romana de Judea, el castigo divino por la
usurpación de los asmoneos. Al mismo tiempo, dichos acontecimientos reforzaron la esperanza
escatológica esenia. Se esperaba la llegada del Mesías, quien creían iba a ser un rey israelita que
excluiría a Israel de los pecadores y expulsaría a los paganos (Puech, 1979: 207-208). Cuando
Herodes obtiene de Octavio la confirmación de su título como rey de Judea, incrementa la fortuna de
su Estado y hace un alarde de generosidad; con lo que se gana, al parecer, las simpatías de las
masas. Es por esto, que Herodes pareció a los ojos de algunos judíos, con las características del
mesías (Puech, 1979: 212-213).
Herodes, para asentar su autoridad, se desembarazó de los últimos príncipes asmoneos;
confirió el sumo sacerdocio a su cuñado, Aristobulo III, y los pontífices que le sucedieron fueron
meras marionetas en manos del rey, que guardaba en la fortaleza Antonia las vestiduras necesarias
para el ejercicio de las funciones pontificales. Es aquí donde se empieza a hacer más notoria la
decadencia del judaísmo. No obstante, esta política guarda las apariencias, y el culto del templo
siguió celebrándose según las leyes tradicionales. Herodes, por lo demás, intentó evitar todo conflicto
con las autoridades espirituales que podían tener alguna influencia sobre la masa judía. Fue bien
acogido por los fariseos y recibió el apoyo de dos de los padres del judaísmo rabínico: Sammay e
Hillel (Puech, 1979: 213-214).
Cuando Herodes lleva a cabo el engrandecimiento y embellecimiento del Templo, el pueblo
queda impresionado. No obstante, tras decorar la puerta principal con un águila de oro, varios judíos
se amotinan para demoler el ídolo, y la relación de Herodes con los fariseos se deteriora. A la muerte
de este, el conflicto se intensifica, el papel del sumo sacerdote se vuelve insignificante, y se
desencadena una revuelta contra la dominación romana en el 66 d.C. (Puech, 1979: 215-217).
Dicha revuelta fue liderada por el movimiento nacionalista judío de los zelotas. El terror que
estos desencadenaban impide todo compromiso con los romanos; por lo que Tito adopta medidas
rigurosas en su contra: Se instala en Jerusalén un campamento romano, se suprime para siempre el
pontificado, los sacrificiops públicos quedan definitivamente suprimidos y el Templo es reducido a
ruinas. Tiempo después, surgiría un nuevo movimiento nacionalista judío liderado por Bar Kojba, en
el 130 d.C. Después de sus primeros éxitos, logra restituir el sacerdocio y el culto sacrificial; pero
Adriano ahogaría en sangre la insurrección y agravaría las medidas anti-judías (Puech, 1979: 218220).
Después de estas catástrofes, los judíos no formarán ya una nación, sino que se sentirán
unidos por lazos más sutiles, más espirituales: en lo sucesivo, la Torá ocupará para ellos el lugar de
la patria. Como se vio, este fue el resultado de una evolución progresiva, de inspiración
esencialmente farisea, pero que se consolidó por los hechos acaecidos entre el 70 al 200 d.C.
Asimismo, la Diáspora, que ahora se extendía por toda la tierra, logró sobrevivir gracias a la obra
intelectual y religiosa de un nuevo grupo de líderes: los rabinos, o maestros. Ellos cristalizan la
Misná, esencial para mantener viva la comunidad, ya que contiene las leyes y las tradiciones orales.
A su vez, el Talmud constituyó para los judíos dispersos la gran fuerza de cohesión que les confirió
unidad espiritual y moral; ya que es en el Talmud donde quedan definidos los ritos que jalonan la vida
judía (Puech, 1981: 1-8).
Con la destrucción del templo, los hebreos se vieron obligados a pasar del culto sacrificial al
culto en la sinagoga, lo que confiere al judaísmo rabínico su aspecto actual. Diversas fórmulas de
oración, sirven de sustituto del sacrificio. A su vez, de los años de exilio resistió una interiorización
del culto y un reforzamiento de la piedad individual. También se vuelve de primera importancia el
culto doméstico, y se considera que es judío cualquiera nacido de madre judía (Delumeau, 1997:
170-175).
Se concluye, que evidentemente el judaísmo sufrió cambios fundamentales en el periodo del
70 al 200 d.C., qe lo hicieron consolidarse como la religión que es hoy en día. Entre estos destacan
la desaparición de las sectas con diferentes puntos de vista, dejando el camino abierto para que la
visión farisea se impusiera y diera forma al nuevo judaísmo; la sustitución del templo por la sinagoga
y el sacrificio por la oración; el sentimiento de unidad ya no esta ligado con la tierra, sino con la Torá,
permitiéndoles conservar su identidad en cualquier parte del mundo; la desaparición de la casta
sacerdotal para, de ahora en adelante, ser guiados por los rabinos, entre otros aspectos. Por último,
cabe destacar que del judaísmo anterior se conservaron las diferentes festividades, aunque algunas
adquirieron un sentido nuevo. Por ejemplo, en el Día de la Expiación o Yom Kipur, ya no se enviaría
al chivo expiatorio a redimir los pecados muriendo en el desierto; sino que se sumergirían
simbólicamente los pecados al agua.
Referencias
Delumeau, J. (1997). El hecho religioso: una enciclopedia de las religiones hoy. México: Siglo XXI.
Eliade, M. e I. P. Couliano (2007). Diccionario de las religiones. Barcelona: Paidós.
Peters, F.E. (2007). Los hijos de Abraham: Judaísmo, Cristianismo, Islam. Barcelona: Laertes.
Puech, H.C. (1979). Las religiones en el mundo mediterráneo y en el oriente próximo. México: Siglo
XXI.
Puech, H.C. (1981). Las religiones constituidas en occidente y sus contracorrientes. México: Siglo
XXI.
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