Jorge Adrián Yllescas Illescas Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro 78 Sta_Muerte.indd 1 31/07/19 9:16 Universidad Nacional Autónoma de México Dr. Enrique Luis Graue Wiechers Rector Dr. Leonardo Lomelí Vanegas Secretario General Dr. Alberto Ken Oyama Nakagawa Secretario de Desarrollo Institucional Dr. Javier Nieto Gutiérrez Coordinador General de Estudios de Posgrado Dr. Hernán Javier Salas Quintanal Coordinador del Programa de Posgrado en Antropología Dra. Cecilia Silva Gutiérrez Subdirectora Académica de la Coordinación General de Estudios de Posgrado Lic. Lorena Vázquez Rojas Coordinación Editorial 78 Sta_Muerte.indd 2 31/07/19 9:16 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Fotografía: Adrián Yllescas. 78 Sta_Muerte.indd 3 31/07/19 9:16 Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación General de Estudios de Posgrado Programa de Posgrado en Antropología C ión Posgra c c e do ol La Colección Posgrado publica, desde 1987, las tesis de maestría y docto­ rado que presentan, para obtener el grado, los egresados de los programas del Sistema Universitario de Posgrado de la unam. El conjunto de obras seleccionadas, además de su originalidad, ofrecen al lector el tratamiento de temas y problemas de gran relevancia que contribuyen a la comprensión de los mismos y a la difusión del pensamiento universitario. 78 Sta_Muerte.indd 4 31/07/19 9:16 Jorge Adrián Yllescas Illescas Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Universidad Nacional Autónoma de México México, 2019 78 Sta_Muerte.indd 5 31/07/19 9:16 Yllescas Illescas, Jorge Adrián, autor. Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro / Jorge Adrián Yllescas Illescas. –– Primera edición. –– Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación General de Estudios de Posgrado, 2018. 240 páginas: ilustraciones ; 21 cm. –– (Colección Posgrado; 78) Bibliografía: páginas 181-184 ISBN (Impreso) 978-607-30-0746-7 1. Muerte –– Aspectos religiosos. 2. Muerte –– Aspectos sociales –– México. 3. Santería –– México. 4. Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla. 5. Presos –– Ciudad de México –– Condiciones sociales. I. Universidad Nacional Autónoma de México. Coordinación General de Estudios de Posgrado. II. Título. III. Serie. 299.674097252-scdd22 Biblioteca Nacional de México Formación de planas y diseño de portada: Columba Citlali Bazán Lechuga Corrección de estilo: Lorena Vázquez Rojas Lectura de pruebas: Julio Gustavo Jasso Loperena Primera edición PDF: 23 de junio de 2019 D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación General de Estudios de Posgrado Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, Ciudad de México. D.R. © Jorge Adrián Yllescas Illescas ISBN (PDF) 978-607-30-1909-5 DOI: https://doi.org/10.22201/cgep.9786073019095e.2018 Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Impreso y hecho en México 78 Sta_Muerte.indd 6 31/07/19 9:16 Este libro está dedicado a todos aquellos que a veces olvidan que en la ciudad también hay extraños. A mi familia En memoria de: María de Jesús Víctor Olvera Justin Yllescas Deyanira Valencia Agradecimientos E l hecho de que este libro sea una realidad se lo debo al apoyo de mi alma mater, la Universidad Nacional Autónoma de México, mi segunda casa, gracias a ella he salido adelante académicamente y he podido desarrollar un proyecto de vida. A la Subsecretaría del Sistema Penitenciario del Distrito Federal, por autorizar el proyecto y por darme la oportunidad de entrar al Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) de Santa Martha. Agradezco también al personal de este centro que me acompañó du­ rante mi trabajo de campo. A los internos y a los exinternos que me brindaron su confianza y por quienes fue posible realizar la presente investigación. Índice Prólogo 1. El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación . 25 La calavera hecha virgen ......................................................... 25 El tema de la Santa Muerte en la mesa de discusión de las ciencias sociales ............................................................. 31 La Santa de los prisioneros ...................................................... 32 2. Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México .......................................................... Persistencia ante la burocracia carcelaria ................................ El contexto de las cárceles en México ..................................... Contexto de las prisiones en la Ciudad de México ................. 3. Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) .......................................... La prisión, una institución total .............................................. Control en el acceso ........................................................... Los de negro y los de beige ................................................. Espacios para los de negro ........................................................ “La aduana” y el edificio de “Gobierno” ............................. Centro de Diagnóstico, Ubicación y Determinación de Tratamiento (CDUDT) ..................................................... El centro escolar ................................................................. Espacios para los de beige ........................................................ Habitar al ser clasificados ................................................... Pasillos y estancias .............................................................. 35 35 37 39 43 46 48 50 53 53 55 58 59 59 65 12 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Centro cultural y lugares de esparcimiento ........................ 67 Tienditas y teléfonos .......................................................... 67 El Cevareso, un centro con características específicas ............ 68 4. Los creyentes cautivos ............................................................ 71 Sobre los internos creyentes .................................................... 72 Creyentes del Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) .......................................................................... 72 Expresidiarios creyentes ...................................................... 76 Deriva, carcelazo y adaptación ................................................ 78 La deriva ............................................................................. 78 Conocí a La Madrina desde que estaba en la calle ....................................................................... 82 El carcelazo ......................................................................... 91 Despojados y protegidos ................................................. 93 La adaptación ................................................................... 102 Habitar la cárcel .......................................................... 103 La hora del “rancho” .................................................... 105 El genere ...................................................................... 108 El lenguaje canero ............................................................ 117 5. Culto canero a la Santa Muerte ........................................... La importancia de lo material ................................................ Registro de objetos religiosos ............................................ Objetos de fe: los altares y las figuras de la Santa Muerte ..... Altares en las celdas ......................................................... Altares en los pasillos ....................................................... Efigies de la Niña Blanca .................................................. El culto y sus formas rutinarias .............................................. Hablar con la Santa Muerte por medio de la cartomancia .............................................................. Sincronía entre los tiempos de la cárcel y los tiempos para el culto a La Flaquita ................................................ Oraciones anuales a la Señora de la Guadaña ................. La Santa Muerte y otras prácticas religiosas .......................... La Santa, el diablo y la zarabanda .................................... La Santa y el diablo son como uno mismo ....................... 127 127 129 133 133 137 138 140 144 149 153 156 157 161 Índice 13 El cuerpo como altar .............................................................. 165 Pactos encarnados ............................................................. 167 Los tatuajes de La Santa son mí protección ..................... 169 Reflexión final ............................................................................... 175 Fuentes consultadas ...................................................................... 181 Anexos 1. Tabla de internos en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) .................................................................. 2. Esquema utilizado para el registro de los materiales religiosos ............................................................... 3. Reglamento sobre Objetos, artículos, electrodomésticos y alimen­tos prohibidos de ingresar a los centros penitenciarios del D.F. .................................................................................. 4. Oraciones del novenario para rezar a la Santa Muerte durante el encierro ................................................................. 5. Registro fotográfico ................................................................ 187 191 192 194 195 Prólogo La cárcel, la celda, el pasillo y la piel: realidades significadas por la fe en la Santa Muerte V er, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro no es un libro más acerca de la Santa Muerte. Es una obra que aborda la manera en que la Santa Muerte se simboliza y se encarna en el lapso de vida que los recluidos viven en un sistema carcelario. Sor­ prende la manera en que Jorge Adrián Yllescas logró atravesar los muros de una institución total ­—esquivando la vigilancia para poder re­gistrar marcas e indicios en muros y celdas—, conquistar la con­ fianza de sus interlocutores, observar agudamente las marcas de fe como símbolos que no sólo habitan la cárcel sino que son practicados y, finalmente, analizar e interpretar la simbología religiosa que en tor­ no a la figura de la Santa Muerte habita, significa, narra y encarna la vida dia­ria de los prisioneros. Sus logros no encuentran recetas en un manual de etnografía, ni siquiera en los libros más clásicos de antro­ pología, sino en una combinación de sensibilidad, capacidad comuni­ cativa y competencias de lectura multicódigos que es extraordinaria. Como el mismo autor describe invocando a Malinowski: ...ahí podía observar los “imponderables de la vida social”. Mediante la in­te­ rac­ción con los internos dentro de sus espacios cotidianos entendí parte de su lenguaje: percibí gritos, silbidos; observé la manera en que practican sus creen­ cias, sus rutinas de vida; las formas en la que se organizan para comer; la manera en que llevan a cabo sus conversaciones; las miradas entre ellos y de ellos hacia los extraños o hacia el personal del Cevareso. De igual modo, me percaté de los distintos olores; de la forma en la que muchos de ellos caminan de un lado a 16 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro otro sin tener un sentido claro; de la manera de organizarse para la limpieza per­sonal y la de sus espacios; así como de la venta de productos, entre muchas otras cosas.1 Este libro trata sobre la fe en la Santa Muerte. Alguien podría pensar que ya casi es una moda escribir sobre el culto hacia esta imagen enig­ ­mática, pues en años recientes no sólo se ha convertido en ob­je­to de altares y rituales, sino que también se ha coronado como una preocu­ pación de un nutrido número de investigadores de las ciencias socia­ les. Esa imagen esquelética, que los obispos católicos han intentado prohibir y la prensa descalificar como un narco-culto o un culto sa­ tánico, es protagonista de una devoción que va ga­nan­do adep­tos en distintos sectores marginales de la sociedad. Su crecimiento y su ca­ rácter disruptivo hacia lo institucional y lo legal despierta muchas in­ quietudes e interrogantes. Hay algo intrigante en ella que alimenta y motiva a periodistas, escritores, cineastas, e incluso a los investigado­ res de ciencias sociales, para ir a su encuentro y resolver el enigma de su éxito. Entre los académicos, Elsa Malvido2 y Katia Perdigón3 realizaron los estudios pioneros de esta efigie buscando respuesta al origen his­ tórico de este culto. Después, una joven antropóloga realizó su tesis de maestría centrándose en los rituales y sistemas de organización re­ligiosa que tenían lugar en el barrio de Tepito en la Ciudad de México.4 Posteriormente, un antropólogo de origen estadouniden­­ se, pero latinoamericanista de corazón, Andrew Chesnut,5 se lanzó a difundir qué tiene de especial ese cúmulo de huesos que atrae tanto a sus fieles. Como muestra del interés que tomó la religiosidad en torno a la Santa Muerte se conformó un grupo de trabajo que participa en la Red de Investigadores del Fenómeno Religioso en México (Rifrem) y que se reúne anualmente para compartir y discutir hallazgos en torno a este tema. De estas reuniones se derivó el libro colectivo La Santa Muerte. Espacios, cultos y devociones.6 En él se encuentran diferentes colaboraciones que muestran la complejidad del caso. Si bien al inicio tenía un tinte local “defeño”, e incluso un sabor “tepiteño” —como lo describe Alfonso Hernández, cronista de Tepito— Alberto Her­ nández muestra que en el presente es un culto que ha migrado hacia Prólogo 17 la frontera con Estados Unidos, y Antonio Higuera contribuye a pen­sarlo como un culto transnacional que ya ha llegado a ese país. Guadalupe Vargas buscó entender cómo pasó de ser un culto po­pular a constituirse en un culto posmoderno. En el camino de la investiga­ ción, sus estudiosos se han topado con los rostros multifacéticos de la enigmática figura. Kali Argyriadis descubrió en Veracruz su víncu­ lo con la santería: una mimetización de la flaquita y deshuesada ima­ gen con la voluptuosa y sensual Yemayá. Piotr Grzegorz Michalik, al analizar las mercancías que circulaban sobre esta imagen, se topó con que también se transforma de huesuda figura en un ángel encarnado. Antonio Higuera decidió viajar más lejos y, en el barrio de Queens, Nueva York, encontró que la Santa Muerte es reconocida co­mo la rei­ na de las reinas travestis y transexuales. Caroline Perrée, es­pecialista en estudios estéticos y artísticos, pudo confirmar su vocación transfor­mer a partir de su infinita clonación estética que la modifica de huesuda a embarazada, de catrina a virgen, de calaca a ángel. Por tanto, definirla en términos estéticos y culturales como un hibrido cultural puede ser atinado, pero no es suficiente. Creo que será mejor pensar a la Santa Muerte como una auténtica representa­ ción “entre medio”: Obra fronteriza de la cultura [que] exige un encuentro con “lo nuevo” que no es parte del continuum de pasado y presente. Crea un sentimiento de lo nuevo co­mo un acto insurgente de traducción cultural. Este arte no se limita a re­cor­ dar el pasado como causa social precedente estético; renueva el pasado, refi­gu­ rán­dolo como un espacio “entre medio” contingente, que innova e interrumpe la perfomance del presente. El “pasado-presente” se vuelve parte de la nece­si­ dad, no la nostalgia para vivir.7 Su enigma recae en que es una figura compleja e intersticial, ambiva­ lente que no ambigua, que detona constantemente las clasificaciones. Produce diferencia en la identidad. Articula tiempos del pasado con el presente. Puentea el adentro con el afuera. Genera la inclusión de los excluidos. Su iconografía puede asimilarse como heredera de la cultura de la muerte practicada por los antiguos aztecas, o con el culto católico medieval a los muertos —de ello hay muestras abundantes en templos en Europa—. La podemos ver, por tanto, vestida de penacho como em­ 18 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro blema de danzantes aztecas, o como parte del panteón de los orishas de los santeros mexicanos, interpretando a la virgen madre de Jesucris­ to en su estelar de La Piedad, capaz de incorporar diferentes influen­ cias estéticas y devocionales, pero también con capacidad continua de transfiguración. Por ello, el autor de este texto define de manera magistral a este culto como “homogéneamente diverso”,8 pues si bien puede variar de tamaños y colores, también puede estar presente en diferentes lugares, puede ser practicada mediante múltiples rituales, y puede ser nombrada de variadas maneras: Niña Blanca, Flaquita, Madre Nues­ tra, Madrina, Huesuda, hasta ser bautizada con los nombres de gente querida. A la vez, su culto tiene elementos propios que homogeneizan y codifican su trato: en México siempre tiene un carácter femenino; se deja personalizar de acuerdo a sus devotos, está mediada por la ico­ nografía y la materialidad de los objetos, el ritual implica un intercam­ bio basado en favores y promesas. Por lo demás, cómo me explicaron en Hanoi, Vietnam, sobre el funcionamiento del tránsito: la única norma es que no hay norma. La Santa Muerte es como una esponja, capaz de absorber todo cuanto sus fieles deseen. Las fronteras no están en ella, aunque puede haber tradiciones religiosas que la prohíban —como los evangélicos y pentecostales—. No obstante, la norma, o al menos la constante, es que hay que cumplirle y ante eso no hay concesiones ni posterga­ ciones, porque es justiciera, y así como cumple espera que le cumplan las promesas. Desde su inicio Jorge Adrián Yllescas nos hace notar dos cues­tio­ nes. La primera es que el sentido de la devoción a la Santa Muerte no está ni en los archivos, ni en la arqueología, ni en la historia, ni en los templos, ni con sus “guardianes”, sino en las vivencias diarias de sus practicantes. La segunda es que la Santa Muerte, al igual que otros cultos, como la santería —estudiada en México por Juárez Huet—9 o la danza azteca o prehispánica —estudiada por Gonzá­lez Torres, De la Peña, De la Torre y Gutiérrez Zúñiga—, ha pasado por un pro­ ceso de clandestinidad originaria, popularización media­da por las in­ dustrias culturales y las mercancías, y consolidación de su culto. Estas etapas no son exclusivas de este caso, sino de la mayoría de los cul­ tos populares que no son promovidos ni aceptados por las instituciones Prólogo 19 que resguardan los secretos de salvación dentro de los tem­plos, como sugiere Pierre Bourdieu. Ello hace de esta fe un culto de resistencia. Se resiste al encierro, a la violencia, al maltrato, al abandono, al cas­ tigo, a la muerte, a la vida tediosa, al tiempo sin tiempo, al espacio sin territorio. Pero además es un culto de creatividad simbólica para so­ brevivir al fatalismo. Después de leer los testimonios que le fueron confiados al autor, me atrevo a decir que la Santa Muerte es una me­ dicina, no sólo para resistir sino también para conquistar simbólica­ mente la identidad, la diferencia, la memoria y la esperanza en es­ pacios que, como las cárceles, tienden a reducir a las personas a entes despersonificados. El culto o la devoción a la Santa Muerte es un culto transversal. No es un culto de exclusividad dogmática. Su creencia no implica dejar de ser católico, aunque se es un católico a su manera. La San­ ta Muerte no busca suplir a otras deidades. Es un elemento más de una cosmogonía en continua producción que permite creer tanto en dios, en San Judas Tadeo, en la Virgen de Guadalupe, como en el mismísi­ mo diablo. No obstante, se puede ser también ateo, es decir desafiliado, y practicar la devoción a la Santa Muerte. Más que una religión es una fe que se hace cuerpo en imágenes hechas de jabón o papel ma­ ché, pero que a su vez se hace cuerpo al “rayarse” en la epidermis de sus devotos. La fe no está en los libros sagrados, ni tampoco en los tem­ plos, ni es propiedad de agentes especializados. La fe es la que se prac­ tica en altares, la que se lleva tatuada en la piel, la que se hace con papel, con restos de comida —como son los huesos— o con jabón Zote remojado. La fe es accesible a cualquiera que desee creer y toma for­ ma con cualquier material que esté disponible. Está abierta a la crea­ tividad y al deseo. Es la que se vive en el día a día, en la proximidad y en lo rutinario. Por eso para la fe no hay límites. Para muchos de los reos, la Santa Muerte representa una pro­ tección. A veces mágica o imaginada, pero no por ello menos real. Frecuentemente también se manifiesta en actos. A través de ella se construye una diferencia de aquellos que se identifican con ella por­ que no son bien aceptados por el resto de la sociedad. En esa diferen­ cia se construyen códigos de no agresión: “desde que empiezo a creer en ella, pues me aleja la banda castrosa, me quita los castrosos de lado, y como que toda mi persona, ella hace que cambie”.10 20 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Uno de los pasajes narrados en el libro de Yllescas describe cómo uno de los entrevistados robó una cadena de oro sin darse cuenta de que de ella colgaba La Madrina. Él tenía conciencia de haber trans­ gredido el código, pues para él no se roba a quien la porta y ello ame­ rita un castigo. Este pasaje me recordó una plática con un taxista que traía un collar de santería y una Santa Muerte en su auto. Yo iba rumbo al aeropuerto de la Ciudad de México, pasando por el mer­ cado de La Merced. Le pregunté si era santero y me contestó que no, pero que la traía porque un cliente se la había regalado y la había col­ gado en el retrovisor. Cotidianamente recorre esa zona y ya conocía a los asaltantes de carro. Un día, se acercó un joven que andaba dro­ ga­do para asaltarlo y cuando vio el collar exclamó: “Tú eres de los mis­ mos y estás protegido”. Entonces se retiró sin intentar robar­lo. Desde ese día, él se sabe protegido y no quita las imágenes de su carro. Al igual que esta anécdota, varios de los internos cuentan que la imagen hace que los respeten. Construye un reconocimiento que a la vez pro­tege de la agresión de sus compañeros. Esto quizá sería el sentido funcional más evidente y superficial, pero el trabajo etnográfico denso del autor devela que bajo la imagen hay una concentración de sentidos culturales que están mediados por la fe. La Santa Muerte bien puede ser un amuleto cuando da suerte o brinda protección. Yllescas no se conforma con revelar el conteni­ do del sím­bolo en su función social, sino que avanza para develar la estructura de su simbolización. Para ello, analiza el espacio que es­ tructura la vida internalizada en el penal. La primera disposición divi­de dos estructuras de poder: los territorios de los vigilantes y los espacios confinados a los internos. En estos últimos hay categorías que instalan a los reos de acuerdo con los grados de disciplinamiento o de ajuste a las normas de la prisión. Resulta muy revelador para el estudio de la religiosidad en esta ins­titución reformadora que el territorio agrupa, tipifica y distribuye a los reos de acuerdo con sus grados de disciplina. Es así que las sec­ ciones de quienes llevan un buen comportamiento coinciden con una presencia de iglesias institucionalizadas —como es un templo cató­ lico y otro evangélico—; en aquellas con mayor gado de insubordi­ nación, la religiosidad se práctica en torno a santos populares, entre Prólogo 21 los cuales la Santa Muerte es la principal; pero, en los lugares de castigo, el que habita los muros es el diablo. La organización social de la cárcel está pautada por estrictas re­ glas y los roles institucionales dispuestos a vigilar y castigar, pero tam­­bién funciona mediante un tupido tejido de complicidades, re­sis­ tencias, solidaridades y trasgresiones que ocurren tanto en los pa­ sillos como en las celdas. La resistencia se ve inscrita en diferentes elementos: en los muros, en los lenguajes restringidos con que se co­ muni­can los internos, en la reconversión de los espacios, en el reúso de mobiliario, en la manera de obtener dinero para sobrevivir, en las extorsiones, en el reciclaje de materiales para darles otro fin muy di­ ferente a aquél para el cual fueron hechos. Todas estas son narrativas y prácticas de resistencia y creatividad, y es en ellas donde se puede comprender el sistema simbólico de esta fe. Los reclusos no hablan de religión, mucho menos de espiritua­li­ dad. Hablan de su fe. La fe es la que hace que se experimente de for­mas más profundas actuando en sueños, comunicándose en las car­tas, in­ terviniendo milagrosamente, encontrando en una figura a una ami­ ga, a una madre, manifestándose de múltiples maneras para brindar protección o para castigar a quienes hostigan a sus ahijados. Co­mo ex­presó uno de sus fieles: “Para mí es como mi ángel de la guarda, mi protectora, es la que me cuida de todo mal, de cosas que me vayan a pasar, ella me protege hasta de mis enemigos”.11 La fe es el ingrediente más importante del acto religioso. Pero para comprenderlo no basta con reducir la fe a una manera de creer sin tener que comprobar aquello en lo que se cree. Hay que entender que para tener fe hay que sentir de una manera ambivalente, hay que amar y temer a la vez. Es como lo definió Rudolph Otto, una mezcla del sentimiento de lo santo —que combina gratitud, confianza, amor, se­guridad, rendida sumisión y resignación— pero mezclado del mys­ terium tremendo: El tremendo misterio puede ser sentido de varias maneras. Puede penetrar con suave flujo el ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y des­ pués se ahila y tiembla, y al fin se apaga, y deja desembocar de nuevo el espíritu en lo profano. Puede estallar de súbito en el espíritu, entre embates y con­vul­ 22 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro sio­nes. Puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en formas feroces y demoníacas. Puede hundir al alma en horrores y espantos casi bru­jes­ cos. Tiene manifestaciones y grados elementales, toscos y bárbaros, y evoluciona hacia estadios más refinados, más puros y transfigurados. En fin, puede con­ver­ tirse en el suspenso y humilde temblor, en la mudez de la criatura ante... —sí, ¿ante quién?—, ante aquello que en el indecible misterio se cierne sobre todas las criaturas.12 Los testimonios lo corroboran. A la Santa Muerte se le agradece con ofrendas —agua, frutas, veladora, flores, tequila o mariguana— para mantenerla contenta. Se le tiene confianza ciega de que los protege en todo momento. Se le ama, por eso la limpian, se comunican con ella, le rezan, la evocan, la sueñan y le llaman con respeto La Flaquita. Te­ ­nerla cerca brinda seguridad, e incluso cuando saben que no le cum­ plieron asumen que merecen el castigo como una señal de resignación y sumisión. No obstante, también se le respeta y hasta se le teme, sa­ ben que puede transfigurarse en luz brillante y protectora, actuar como la misma madre, pero a la vez es capaz de castigar como el mejor de los verdugos. Con ella no se juega porque “como la trates, ella te va a tratar”.13 El culto a la Santa Muerte más que ser ambiguo es ambivalente. Es altamente transgresivo. Pero a su vez funciona como un interme­ diario entre opuestos: entre el bien y el mal, dios y el diablo, el adentro y el afuera, la soledad y el amor, la protección y el miedo. Su fuerza de identificación es que traspasa fronteras de identidad y que al traspa­ sarlas crea puentes entre las realidades que parecen desconectadas. Para terminar con la reflexión que me ha provocado la lectura de esta obra, diré que sin haber estado nunca dentro de la cárcel pude conocer las hermosas figuras de la Santa Muerte que hacen los reos. Laura Lee Rousch, una de las antropólogas más cercanas y constantes al culto de la Santa Muerte en el barrio de Tepito, ha registrado fo­ tografías de las ofrendas que los fieles dejan en su altar custodiado por doña Queta. Las más impresionantes han sido aquellas confeccio­ nadas en las cárceles. A diferencia del resto de imágenes que deposi­ tan en su altar, éstas no son los clones que se producen por millares y se adquieren como mercancías en los mercados. Son piezas que ex­ presan dedicación, minuciosidad y paciencia en su trabajo escultóri­ co. Están hechas con materiales reciclables: jabón Zote o pan, madera Prólogo 23 fresca de tallo de árbol o huesos de espinazo o de la pata del pollo. Sin duda cada una de estas piezas puede ser admirada como una auténti­ ca obra de arte por ser auténtica y expresar tanto sentimiento. Pero no fueron hechas y llevadas a su altar para ser apreciadas esté­ticamente, sino para establecer contacto con el mundo exterior del cual fueron privados. La mayoría de las ocasiones fueron los familiares y amigos quienes les ayudaron a cumplir su manda. A través de estos objetos vo­ tivos, los reclusos se asoman al exterior de sus celdas abarrotadas y mediante los objetos conectan con sus barrios, con su ciudad, con sus seres queridos, con su libertad. Pero sobre todo reconectan con su fe en la imagen que los resguarda y ama allá y acá, adentro y afuera, en las buenas y en las malas. De manera inversa, pero similar, quienes tene­ mos la suerte de leer este libro, podremos ingresar al penal sin estar dentro, y gracias a la prodigiosa etnografía de Jorge Adrián Ylles­cas recorreremos los corredores simbólicos y las celdas emocionales don­ de la Santa Muerte nutre de sentido y protección a sus ahijados. Renée de la Torre14 Notas 1 2 3 4 5 6 Véase el capítulo 5 de este libro. Elsa Malvido (2005), “Crónicas de la Buena Muerte a la Santa Muerte en Méxi­ co”, Arqueología Mexicana, núm. 76, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, pp. 20-27. Katia Perdigón (2002), “La Santísima Muerte”, Antropología, núm. 68, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, pp. 36-43. Perla Orquidia Fragoso Lugo (2007), La muerte santificada. La fe desde la vulne­ rabilidad: devoción y culto a la Santa Muerte en la Ciudad de México, tesis de Maestra en Antropología Social, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Andrew Chesnut (2013), Santa Muerte. La segadora segura, México, Ariel. Las colaboraciones de los autores a los que hago referencia en este apartado se pueden consultar en: Alberto Hernández (coord.) (2016), La Santa Muerte. Espacios, cultos y devociones, México, El Colegio de la Frontera Norte/El Colegio de San Luis. La mayoría de los trabajos mencionados están publicados en dicha compilación. 24 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro 7 8 9 10 11 12 13 14 Homi Bhabha (2002), El Lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, p. 24. Véase el capítulo 1 de este libro. Nahayeilli Beatriz Juárez-Huet (2014), Un pedacito de dios en casa. Circulación trasnacional, relocalización y praxis de la santería en la Ciudad de México, México, La Casa Chata. Véase el capítulo de Reflexión final de este libro. Véase el capítulo 5 de este libro. Rudolf Otto (2001), Lo santo, lo racional y lo irracional en la idea de dios, Madrid, Alianza Editorial, p. 22. Véase el capítulo 4 de este libro. Licenciada y maestra en Ciencias de la Comunicación y doctorada en An­tro­ po­logía Social. Desde 1993 se desempeña como Profesora Investigadora del CIESAS Occidente, en Guadalajara, México. Es investigadora nivel III del Sis­ tema Nacional de Investigadores (SNI) y miembro de la Academia Mexicana de las Ciencias. Es cofundadora de la Red de Investigadores del Fenómeno Re­ ligioso en México (Rifrem) que, desde 1998, ha celebrado encuentros nacionales anuales, en la cual colabora como miembro de su comité académico. Durante su carrera de investigación se ha dedicado al estudio de la diversidad religiosa en México; de la influencia del catolicismo en la sociedad civil; de los nuevos mo­ vimientos religiosos; de la emergencia de las espiritualidades al­ternativas co­mo son el New Age, la neomexicanidad y, más recientemente, ha investigado sobre las dinámicas de transnacionalización de las danzas rituales aztecas y de la reli­ giosidad popular. Actualmente dirige el proyecto nacional: “Recomposi­ciones de las identidades religiosas en México”. Sus libros más recientes son: Religiosida­ des nómadas. Creencias y prácticas heterodoxas en Guada­lajara (en colaboración con Cristina Gutiérrez Zúñiga), y Mismos pasos, nuevos caminos. Transnacionali­ zación de la danza conchero azteca. Capítulo 1 El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación La calavera hecha virgen E l tema del culto a la Santa Muerte despertó mi interés académico desde 2009, en aquel entonces estaba decidiendo cuál sería el tema de investigación para mi tesis de licenciatura; estaba inde­ ciso entre abordar el tema de la violencia familiar o el de la mar­gi­ nalidad. En esos días anduve por el centro histórico de la Ciudad de México y dentro del primer cuadro, que rodea al zócalo capitalino, caminé por la calle de Moneda donde hay una de las tantas aceras en la ciudad con mucha actividad económica informal; podía escuchar los gritos de los comerciantes ofreciendo diversos productos: ropa, accesorios, juguetes, comida. Más adelante, sobre las calles de Correo Mayor, esquina con Jesús María, recuerdo que había un altar, desde lejos parecía una virgen, pero al acercarme me percaté de que era una calavera hecha virgen, fue en ese momento en el que la Santa Muer­ te interpeló mi atención y surgió así mi interés por conocer sobre aquella figura de calavera feminizada. Al platicar con mi tutor de tesis, el profesor Alejandro Payá, acer­ ca de la posibilidad de hacer mi investigación sobre este fenómeno religioso, me sugirió hacer el trabajo de campo en Tepito; en ese mo­ mento, el altar más importante y famoso se encontraba en la calle de Alfarería y era liderado por Enriqueta Romero, quien en 2001 decidió poner un altar a la Santa Muerte sobre la acera afuera de su casa; des­ de ese momento el altar concentró a miles de fieles que le llevaban regalos y le hacían peticiones. Así, cada día primero de mes se organi­ zaba una oración en la que se reunían muchos creyentes, los cuales 26 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro colocaban altares transitorios en la calle en los que se exhibían efigies de todos tamaños, vestidas de acuerdo con las posibilidades creativas de cada creyente. El 31 de octubre era el aniversario de este primer altar público a la Santa Muerte; al festejo llegaban creyentes, medios de comunica­ ción, así como investigadores nacionales y extranjeros. La dueña del altar ofrecía comida y pasteles adornados con la imagen de la Santa Muerte; los mariachis cantaban Las Mañanitas a la también conoci­ da como Niña Blanca. Se rezaban oraciones especiales para ese día. Este fue uno de los primeros lugares en los que realicé trabajo de campo; mes con mes iba al rezo del rosario, a conocer a los creyen­ tes, e hice algunos registros de los altares, de las dinámicas de los ri­ tuales, de los intercambios de objetos que circulaban, de las oraciones, y de los creyentes. En ese entonces, la producción académica sobre este fenómeno religioso era escasa. En 2007 se construyó una efigie de la Santa Muerte de 22 metros de altura, en un lugar conocido como el santuario de la Santa Muerte Internacional, ubicado en el municipio de Tultitlan, Estado de Mé­ xico; lo fundó el fallecido comandante Pantera quien fue acribillado cerca del lugar en 2008. Desde entonces, su madre, Enriqueta Vargas, quedó al frente del santuario y organiza oraciones semanales los domin­ gos, y cada día primero del mes; también visita la cárcel de su es­tado natal, Hidalgo, y realiza oraciones dentro de las instalaciones carce­ larias. Cada 28 de diciembre se celebra el aniversario del santua­rio. La lideresa de la Santa Muerte Internacional ha generado una red de altares nombrada “La gran alianza”, compuesta actualmente por 28 al­ tares ubicados tanto en el territorio nacional —León, Guanajuato, San Luis Potosí, Chiapas, Mérida, Veracruz, Morelos, Aguascalien­ tes, entre otros—, como en el extranjero —Nueva York, Colombia e Inglaterra—. Desde estos dos espacios de devoción a la Santa Muer­ te es que pude desarrollar mis primeras pesquisas,1 así como generar vínculos con las respectivas lideresas y algunos creyentes. Durante mi primer acercamiento me surgieron varias interrogan­ tes, una de ellas acerca del origen del culto. Para algunos creyentes, el culto tiene sus orígenes en la época prehispánica, lo consideran como una especie de cambio evolutivo lineal que ha pasado por las ritualidades relacionadas con las deidades prehispánicas de la muerte, El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 27 hasta el culto actual a la Santa Muerte; estos son sus argumentos al momento de ser confrontados por su creencia hacia este numen. Ante esta respuesta, la conclusión a la que llegué es que no pue­ de existir una conexión lineal y evolutiva sobre el posible origen del culto, ya que esto se enfoca más sobre el símbolo de la muerte que so­ bre la práctica misma de la devoción a la Santa Muerte. Además, hay que tener en cuenta que la cosmovisión prehispánica y, por lo tanto, la idea de la muerte dentro de esa red de significaciones, eran distintas al concepto de muerte poshispánica. Es decir, el concepto de la muer­te prehispánica es diferente al de la muerte poshispánica. Una de las ca­­ racterísticas más claras se puede observar en la forma de representar a la muerte: mientras que en el mundo prehispánico se presentan imá­ge­ nes semiencarnadas, el símbolo de la muerte poshispánica es más parecida al símbolo actual, es decir, una calavera que viste un sayal, con una báscula y la oz sobre la manos y a la cual, incluso, se le han dado otras características como la asignación de un género —femeni­no— y una categoría de sacralidad, para el caso de la Santa Muerte. Para comprender más sobre el origen del culto, en esta investiga­ ción se explican algunas etapas por las que ha pasado este nuevo fenó­ meno religioso, desde su práctica, más que de las transformaciones y resignificaciones del símbolo, y cómo se ha modificado y adoptado en distintos periodos históricos en el caso de México. Se plantea que no hay una fecha exacta del origen del culto a la Santa Muerte, más bien se pueden señalar tres etapas en su desarrollo: la oculta o clandestina, la de auge o pública,2 y la de consolidación. La primera etapa, la oculta o clandestina, se caracteriza por la escasa manifestación pública del culto. Las imágenes de La Santa tie­ nen alguna presencia en el mercado de artículos religiosos pero no de manera masiva, pues se les asocia con el oscurantismo y la brujería. No hay un registro claro en el que se pueda ubicar a los devotos, ya que su práctica se daba principalmente en espacios privados, como se puede ver, por ejemplo, en la alusión que hay sobre el culto en los años sesenta, en la etnografía de Los hijos de Sánchez, en la que se menciona lo siguiente: Cuando mi hermana Antonia me contó en un principio lo de Crispín, me dijo que cuando los maridos andan de enamorados, se le reza a la Santa Muerte. Es 28 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro una novena que se reza a las 12 de la noche, con una vela de sebo y el retrato de él. Y me dijo que antes de la novena noche, viene la persona que uno ha llamado.3 Esto confirma la existencia de un culto clandestino para ese entonces, lo cual mediante conversaciones con los devotos de mayor edad pude confirmar y profundizar; a muchos de ellos les fue transmitido el culto por sus padres, abuelos o tíos mucho antes de 2001, año en el que se hizo público. En el artículo La Santa Muerte in México City: The Cult and Its Ambiguities, se menciona que al menos en la Ciudad de México “the veneration of la Santa Muerte can be traced back to Mexico City in the 1940s and 1950s, according to the older devotees”,4 lo que confir­ ma dos cosas: primero, que para conocer mejor sobre el origen de es­ta devoción se debe ir con los creyentes más viejos; y la segunda cues­ tión, que hay, en efecto, registros del culto desde mediados del siglo pasado. Incluso se sabe que en las cárceles el culto existe desde los años noventa. No obstante, la segunda etapa de auge o pública empieza en 2001, a diferencia de la primera se comienzan a ver altares en distintas par­ tes de la Ciudad de México u otros estados del país. Se incrementa el mercado del culto con la venta masiva de imágenes, veladoras, aromas de la Santa Muerte, collares, escapularios, en fin, una serie de produc­ tos que se comercializan en distintas partes como en los altares pú­ blicos o en mercados como el de Sonora, ubicado muy cerca del centro de la Ciudad de México. Durante esta etapa se intentó instituciona­ lizar a la Santa Muerte, e incluso monopolizarla, como fue el caso del padre Romo —reconocido como líder del culto por los medios de co­municación—; así como atacarla durante el gobierno calderonista —en el marco de la guerra contra el narcotráfico—, pues se le asoció como símbolo religioso de los narcos.5 Ya para 2008, según los registros de Regnar Kristensen, había al menos “152 street altars, 132 of them in the Federal District and 20 in the State of Mexico”.6 Según estimaciones de este an­tropólogo, para esta fecha se registraron cerca de 30 000 devotos en la Ciudad de México y Zona Metropolitana; el conteo lo hizo durante su par­ ticipación en al menos 50 rosarios callejeros en los que la asistencia variaba de 10 a 4 000 asistentes. En esta segunda etapa, al me­nos en El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 29 la Ciudad de México, la devoción a la Santa Muerte tuvo una expan­ sión y un auge importante. Actualmente, este culto se encuentra en la tercera etapa, de con­ solidación, con una expansión aritmética y geográfica no sólo en la Ciudad de México sino en otras partes del país, e incluso en Esta­ dos Unidos de América. También se puede observar mayor tolerancia ha­cia sus devotos y manifestaciones públicas. Algunos líderes han co­ menzado a establecer redes y a crear organizaciones de altares. Otra característica es que la devoción se encuentra inmersa en las redes so­­ ciales como Facebook y sus transmisiones en vivo, como los que prota­ goniza la lideresa del santuario de la Santa Muerte Internacional. Los estudios sobre el culto han dejado de tener como referente el altar de Tepito, hoy se investiga este fenómeno en otras latitudes como en El Caribe mexicano7 o en la frontera norte, donde “la de­ voción a la Santa Muerte ha crecido mucho […], pero es algo que ha quedado en un ambiente privado […] Altares y figuras de la Santa Muerte pueden estar en una de las muchas narcotienditas que exis­ ten en la ciudad, o bien dentro de una vivienda sencilla y modesta”.8 Ahora puedo confirmar que la devoción a la Santa Muerte no se prac­ ­tica de una sola manera, sino que hay diversas formas de llevarla a cabo, es un culto homogéneamente diverso.9 A lo largo del proceso de investigación me surgieron nuevas pre­ guntas, entre ellas las referentes a los devotos: ¿quiénes eran?, ¿qué los caracterizaba?, ¿qué tenían en común? Fue entonces que decidí ini­ ciar un nuevo análisis enfocándome en los creyentes. Una de las percepciones más comunes sobre los devotos de la Santa Muerte es que la mayoría de ellos son delincuentes, sin em­ bargo, tal afirmación sólo es válida para un sector. Durante el trabajo de campo me di cuenta que había una gama más amplia de devotos, algunos se dedicaban al comercio formal e informal, otros eran poli­ cías, algunos fieles estaban desempleados; conocí hombres y mujeres dedicados a la prostitución, amas de casa, oficinistas. Sus edades varia­ ban, había muchos niños, jóvenes y personas de la tercera edad. Por lo que no puede clasificar a los devotos de la Santa Muerte a partir de una sola característica. Dentro de esta gama de creyentes, conocí a algunos que estuvie­ ron en la cárcel, a mujeres cuyos hijos o hermanos estaban cumplien­ 30 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro do una sentencia; en un principio este dato no tuvo relevancia para mi investigación, pero posteriormente llegué a la conclusión de que para conocer más acerca de las diversas formas que tiene el culto, era necesario aproximarme e investigar detalladamente el mundo de los devotos, por lo que decidí escoger a los devotos con experiencias car­ celarias. Las investigaciones sobre la Santa Muerte han tratado de enten­ der este fenómeno de manera general o bien de explicar sus diná­ micas particulares, una gran parte de estas pesquisas se han realizado en el pri­mer altar público dedicado a la Santa Muerte en Te­pito. Pero ninguna investigación sobre dicho tema se había enfocado en entender de manera específica la práctica del culto dentro de una pri­ sión, de modo que el presente texto pretende abrir una nueva veta. Así, mi interés principal es mostrar parte de las diversas formas que adquiere el culto a la Santa Muerte mediante un solo tipo de de­vo­ ­tos: aquellos que están o estuvieron en un contexto de prisión. Lle­ var a cabo esta labor no fue una tarea sencilla; tuve que enfrentar al aparato del sistema penitenciario de la Ciudad de México. Al prin­ cipio las autoridades no fueron muy claras en cuanto a los trámites que tenía que realizar para llevar a cabo mi proyecto de investigación dentro de los Centros de Reinserción Social. Cuando fui canalizado con la persona encargada de gestionar los permisos, me comentó que evaluarían mi proyecto para revisar su viabilidad. Con el fin de que tu­ viera más probabilidad de ejecutarlo, me sugirieron que lo hiciera en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso), cuya población está conformada por varones primodelincuentes procedentes de otros cen­ tros carcelarios: Norte, Sur, Oriente. Mientras la burocracia carcelaria aprobaba mi proyecto, tuve que pensar en una alternativa para realizar el trabajo de campo en caso de que no se me permitiera el acceso a las cárceles de la ciudad. Entonces decidí que debía entrevistar a devotos que hubieran estado presos en algún momento de su vida. En los espacios de devoción públicos, co­ mo en el altar de Alfarería, tuve la posibilidad de conocer a algunos de ellos; la forma de acercarme fue mediante la historia de sus tatuajes, ya que al explicarme el significado y el momento en que se los hi­cie­ ron, me hablaban de sus experiencias de vida dentro de la cárcel. El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 31 El tema de la Santa Muerte en la mesa de discusión de las ciencias sociales Desde que la Santa Muerte salió a las calles, las explicaciones y espe­ culaciones sobre el fenómeno religioso comenzaron a emerger. Los distintos medios de comunicación, así como las diferentes posturas que tomaron algunos sectores de la sociedad como la Iglesia católica, o el propio gobierno mexicano durante el sexenio del presidente Felipe Cal­derón, consideraron a este culto como una aberración y un peligro para la sociedad, ya que solía ser asociado con el narcotráfico. No obstante, estas percepciones no han quedado en el pasado, a inicios de 2015 se publicó un artículo en el Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (SIAME) en el cual se menciona que “quien le da culto a la Santa Muerte, le da culto a las obras del diablo; es de­ cir, que no se debe relacionar la fe católica con ese culto”,10 ya que, des­de su punto de vista, no tienen nada en común. Pero en la práctica del culto a la Santa Muerte podemos encon­ trar altares en los que se observa una clara influencia del catolicismo popular, ya sea por el tipo de oraciones que los devotos usan para los rosarios a la Niña Blanca, o por el hecho de ofrecerle mandas, como suele hacerse con santos católicos —por ejemplo, los días 12 de di­ ciembre en la Basílica de Guadalupe algunas personas pagan su man­ da al llegar de rodillas al altar principal; o los días 28 de cada mes, en la iglesia de San Hipólito, llevan regalos a San Judas Tadeo—. Así, desde que tuvo un lugar de devoción público, este culto a la Santa Muerte se ha establecido como uno de los cultos populares emer­ gentes de mayor relevancia durante la primera década del siglo XXI en México. Diversos investigadores se han preguntado cómo es que la Santa Muerte tiene actualmente tantos seguidores, a qué tipo de sectores lle­ga este culto, qué tipo de certezas les da, y en qué circuns­ tancias so­ciales se presenta. Los argumentos que dan respuesta a tales interrogantes coinci­ den en algunos temas que han impactado a la sociedad mexicana en general; algunos investigadores coinciden en que el auge de esta devo­ ción a la Señora de la Guadaña se debe en parte a que la Santa Muer­ te funciona como una suerte de certidumbre simbólica que cubre las necesidades que el Estado no brinda.11 Otros autores relacionan el 32 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro culto con la situación de violencia y vulnerabilidad social en la que viven muchos de sus devotos. Para otros, la Santa Muerte es adorada con el fin de cubrir sus necesidades tanto de tipo económico como las que se van originando por la falta de seguridad social, y no precisamen­ te para la protección de actos considerados anómicos, co­mo el robo o la venta de drogas.12 Desde las ciencias sociales, el último aporte que se ha propuesto para esta discusión es el abordaje del culto a la Santa Muerte en distin­ tos contextos, lo cual permite observar la pluralidad y heteroge­nei­ dad que singulariza a esta práctica religiosa en su etapa actual de consolidación.13 La Santa de los prisioneros Algo que no puede pasar desapercibido en el estudio del culto a la Santa Muerte son sus creyentes, así como el sector social al que perte­ necen. Existe una estrecha relación entre la Santa Muerte y la pobla­ ción que está dentro de la prisión,14 así como entre la Santa Muerte y los familiares que han estado dentro de alguna cárcel.15 El antropólogo Kristensen, entre 1992 y 2005, registró un incre­ mento considerable de la población carcelaria en la Ciudad de Mé­ xico, al igual que un aumento en los altares callejeros dedicados a la Santa Muerte, sobre todo en lugares como Nezahualcóyotl, Ecate­ pec, Atizapán de Zaragoza y Chimalhuacán: “These altars were also in areas with high levels of violence and large prison populations”.16 Sumado a este contexto, el sistema penitenciario muestra una serie de ambigüedades como la corrupción dentro del aparato de justicia; muchos de los presos han sido encarcelados antes de ser investigados o durante las averiguaciones del caso, es decir, durante el “proceso” vi­ven al menos seis meses dentro de la cárcel. Algunos de los acusa­ dos son encarcelados sin ser culpables, o bien cumplen largas conde­ nas por delitos menores. Frente a este tipo de situaciones aparece la Santa Muerte que premia y castiga; esta figura sagrada es tan ambigua como muchas veces lo es el aparato de justicia. Varios de los internos, según Regnar, se acercan a la Santa Muerte para pedirle que agilice sus trámites de sentencia y así acabar con su incertidumbre. El culto a la Santa Muerte y el interés por la investigación 33 La relación entre el aumento de la población carcelaria originada por las nuevas políticas criminales, que suelen castigar a la pobreza, y el tipo de certidumbre que da la Santa Muerte, permite entender có­ mo se suman a esta creencia tanto internos como externos de las ins­ ­ti­tu­ciones carcelarias. Hasta ahora, sólo algunas investigaciones han tratado de manera indirecta el tema de la presencia de la Santa Muerte dentro de la pri­ sión. El sociólogo Víctor Alejandro Payá encuentra que, dentro de las cárceles, se da una adoración a la muerte y al diablo. La muerte en el penal tiene su imagen y se le denomina con un adjetivo en su­perlativo “santísima” lo que deja ver la importancia que ha ganado. La tras­ cendencia de la Santísima Muerte estriba en que comparte créditos con santos y vírgenes incluyendo a la Guadalupana. La veneración a esta peculiar deidad es muy extensa y no es exclusiva de un establecimiento carcelario. La Santísima Muerte aparece en el ámbito nacional en todas las prisiones. Esta creencia en la muerte es compartida por la gran mayoría de hombres y mujeres prisioneros quienes levantan altares en sus dormitorios, la llevan tatuada y hacen figuras o dibujos de ella.17 Por otra parte, en una investigación que se llevó a cabo en una cárcel de mujeres se explica cómo en la vida diaria del encierro algunas prisioneras tienen creencias mágicas, entre éstas la Santa Muerte: Las presas creen en ella como un refugio, sobre todo porque aseguran es la úni­ca que “cumple caprichos”, y es que estar en un lugar lleno de incertidumbre don­ de la liminaridad absorbe, vivir es como estar muerto; creer en la Santa Muerte es aferrarse a quien sí las comprende.18 En los espacios de devoción a la Santa Muerte en Tultitlán y Tepito conocí devotos que tenían algún familiar en prisión; y otros que aca­ baban de purgar su sentencia y estaban haciendo su manda para dar­ le gracias a su “Madrina por haberles hecho el paro de salir de la cana”; incluso, una de las peticiones especiales durante los rosarios y las oraciones las estaban haciendo para algún familiar preso o que es­tuviera en proceso. Esto fue una constante, además la gran mayoría de los devotos que suelen asistir a los espacios de devoción son va­ rones jó­venes, seguido de mujeres jóvenes, niños y personas de la tercera edad. 34 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Por último, decidí llevar a cabo esta investigación dentro de una prisión de la Ciudad de México, tanto por la fuerza que tiene el culto en esta urbe, como porque me pareció importante la frecuente pre­ sencia de devotos con experiencias carcelarias directas e indirectas. Notas 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 Yllescas, 2012. Ibíd: 116. Lewis, 1972: 293. “la veneración de la Santa Muerte se remonta a la Ciudad de México en los años 1940 y 1950, de acuerdo con los devotos mayores” (Kristensen, 2015: 548). Tra­ ducción del autor. Un ejemplo de ello fue lo ocurrido en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde mili­ ta­res derrumbaron diversos altares de la Santa Muerte (Loya, 2009). “152 altares callejeros, 132 de ellos en el Distrito Federal y 20 en el Es­ta­­do de México” (Kristensen, 2015: 550). Traducción del autor. Higuera, 2015. Hernández, 2014: 176. Para corroborar la presencia del culto a la Santa Muerte como una oferta re­ ligiosa en México durante estos últimos años, se puede consultar la Encuesta Na­cional sobre Creencias y Prácticas Religiosas en México (Rifrem, 2016). En la sección de prácticas religiosas, una de las preguntas es acerca de los altares de­ dicados a distintos santos, y dentro de la muestra nacional aparece que al menos 1% de la población mencionó tener un altar dedicado a la Santa Muerte. Si bien no es un porcentaje alto en comparación con los altares dedicados a la Vir­­gen de Guadalupe (59.4%), aparece la presencia de este culto como una práctica más dentro de la gama de ofertas existentes. Alcántara, 2015. Malvido, 2005; Lomnitz, 2006; Castells, 2008; Olmos, 2010; Reyes, 2010. Fragoso, 2007; Perdigón, 2008; Chesnut, 2010; Lara, 2010. Hernández, 2017. Lerma, 2004; Payá, 2006 y 2013. Kristensen, 2011 y 2015; Fragoso, 2007. “Estos altares también se encontraban en áreas con altos niveles de violencia y grandes poblaciones carcelarias” (Kristensen, 2011: 551). Traducción del autor. Payá, 2006: 243. Lerma, 2004: 128. Capítulo 2 Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México Persistencia ante la burocracia carcelaria L a singularidad y autenticidad de la etnografía radica en que no hay manuales ni recetas que sirvan en el momento de emprender una investigación, ya que el contexto de cada problemática es distin­ to, por lo tanto, el abordaje, la planeación y la ejecución del trabajo de campo varía en relación directa con el contexto y la temporalidad en la que se lleva a cabo el estudio; así, pueden surgir situaciones no planeadas las cuales se deben resolver de tal manera que no pongan en juego la pesquisa. La decisión de entrar en la prisión para realizar esta investigación no fue tarea sencilla, ya que enfrenté a un aparato burocrático que me permitió confirmar que el método etnográfico implica, en el inves­ti­ga­ dor, mucha paciencia y habilidad para modificar y planear estrate­gias acordes a las diversas situaciones que se presentan. Entrar en la prisión no fue un trámite fácil, el enredo inició cuan­ do uno de mis profesores de licenciatura me invitó a dar una plática sobre la Santa Muerte en una academia de policías; entonces, el di­ rector de esa instituc­ión me pidió que diera una charla en la Sub­ secretaría de Asuntos Penales —hoy conocida como Subsecretaría de Sistema Penitenciario— de la Ciudad de México, lo cual me “abrió” la posibilidad de conocer algunos “porteros”, es decir, poder con­tactar con las personas que supuestamente me facilitarían la entrada en las prisiones para realizar mi proyecto de investigación; en rea­lidad ocurrió todo lo contrario, ya que esos porteros me hicieron más complicada la entrada, me la pasaba visitándolos en la subse­ 36 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro cretaría cada 15 días o cuando me lo indicaban, los meses corrían y me traían de vuelta en vuelta. Mientras eso sucedía, tuve que implementar una estrategia alter­ na, la cual surgió gracias a mi trabajo etnográfico previo y a que con­ tinué con las visitas a los santuarios de la Santa Muerte después de concluir con mi primera investigación. Fue entonces cuando me per­ caté de que los creyentes portaban diferentes tipos de tatuajes, algunos parecían diseñados en estudios y otros en la cárcel; empecé a acercar­ me a los devotos que portaban algún tatuaje de la Santa Muerte para que me contaran la historia de sus marcas de tinta sobre la piel. Algu­ nos de esos diálogos me llevaron a historias de la prisión. Estas entre­ vistas surgieron como una alternativa en caso de no poder acceder a las cárceles para realizar el trabajo de campo; así, podía basar mi in­ vestigación en las historias de vida de los creyentes expresidiarios, aunque cambiara un poco el sentido de mi proyecto inicial. Debido a mi insistencia ante el aparato burocrático de la subse­ cretaría, después de varios meses logré llegar con la persona encarga­ da de recibir los proyectos de investigación externos. En un principio tenía planeado entrar al reclusorio Norte, pero la encargada me di­ jo que era muy complicado entrar a esa prisión y que el Consejo Téc­ nico de esa sede carcelaria tardaría mucho en darme una respuesta. Realizar una investigación dentro de una prisión en la Ciudad de México implica una serie de requisitos. Primero, se me solicitó que llevara el proyecto avalado por la institución educativa en la cual es­ taba inscrito —en este caso, el Programa de Posgrado en Antropología de la Universidad Nacional Autónoma de México—; después, el pro­ yecto pasaría a manos de los funcionarios correspondientes para la eva­luación de su viabilidad; de igual manera, se revisarían mis ante­ cedentes penales. Segundo, si se aprobaban ambos requisitos, el pro­ yec­to se mandaría al Centro de Reinserción Social solicitado, cuyo Con­sejo Técnico decidiría su pertinencia; nuevamente, el proyecto de investigación se encontraba a la deriva. Basándose en esa lógica burocrática y con el conocimiento prác­ tico de los trámites en la Subsecretaría de Sistema Penitenciario, la encargada de los proyectos me sugirió que reali­zara la investigación en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) de Santa Martha Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México 37 Acatitla, el cual se caracteriza por tener una población de jóvenes va­ rones, primodelincuentes que vienen de otros centros de reinserción de la Ciudad de México —Norte, Sur, Oriente—; y así lo hice. El Consejo Técnico de ese centro no tardó mucho en dar res­ puesta y me permitieron hacer el trabajo de campo, acatando algunas normas: el ingreso sería sólo por un mes y únicamente dos días por se­ mana. En un principio acepté estas condiciones, pero ya que ingresé a la cárcel expliqué al personal lo que quería hacer y cómo lo quería llevar a cabo; finalmente, el trabajo de campo se prolongó un mes más. Entonces, fueron dos meses —enero y febrero del 2015— en los que asistí dos días a la semana, entre cuatro y cinco horas, cada día, al Cevareso ubicado en Santa Martha Acatitla, en la delegación Izta­ palapa. El contexto de las cárceles en México La pesada burocracia en las prisiones es una de tantas características que singularizan el sistema carcelario en México, pero es importante explicar también otros componentes de este aparato de seguridad. De acuerdo con información oficial obtenida de las estadísticas de la Secretaría de Gobernación (Segob) y de la Comisión Nacional de Seguridad (CNS), para julio de 20161 existían los siguientes centros penitenciarios: Centros penitenciarios según los niveles de gobierno Centros penitenciarios Núm. Espacios Gobierno federal 17 33 888 Gobierno de la Ciudad de México 13 23 947 278 148 902 71 2 511 379 209 248 Gobiernos estatales Gobiernos municipales Total Fuente: Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, México, Secretaría de Gobernación/Centro Nacional de Seguridad.2 38 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Para 2016,3 a nivel nacional, existían 379 centros penitenciarios dis­ tribuidos en las diferentes entidades federativas. En cuanto a la po­ blación carcelaria, las estadísticas previamente referidas mencionan que hasta 2016 se registró, a nivel nacional, un total de 233 469 in­ ternos, de los cuales 221 337 eran hombres (95%) y 12 132 mujeres (5%); de este total, 188 842 personas estaban detenidas por delitos del fuero común y 44 627 por delitos del fuero federal. Es importante mencionar que dentro del total nacional había una población proce­ sada de 70 011 y sentenciada de 118 831 del fuero común; y una pobla­ ción procesada de 22 358 y sentenciada de 22 269 del fuero federal. Fuente: Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, México, Secretaría de Gobernación/Centro Nacional de Seguridad, julio de 2016. Los datos anteriores muestran una capacidad carcelaria para 209 248 internos; pero la realidad es que existe una población total, dentro de Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México 39 los penales, de 233 469, lo que indica una sobrepoblación de presos de 24 221 a nivel nacional para 2016. Esto representa una de las ma­ yores problemáticas del sistema penitenciario mexicano, ya que en muchas cárceles se encuentran las personas hacinadas de tal forma que en una celda diseñada para cinco internos, conviven 10 o más. Otra particularidad de esta población es que la mayoría de los delitos en los que incurrieron tienen que ver con robo, homicidio o delitos sexua­ les, es decir, del fuero común. Contexto de las prisiones en la Ciudad de México En la Ciudad de México las prisiones tiene las siguientes caracte­rís­ ticas, para julio de 2018 el total de la población interna era de 26 904 internos,4 de los cuales 25 505 eran hombres y 1 399 mujeres. Los tres delitos de mayor incidencia y por los cuales se encuentran proce­ sados los internos son: robo agravado (12 191); homicidio (4 263); y pri­vación de la libertad (2 962). Hasta julio de 2018, en la Ciudad de México encontramos 15 centros de reclusión con características distintas para atender a un ti­po de población específica, de acuerdo al delito y a la incidencia de­ lictiva. Nombre del centro Número de internos Reclusorio Preventivo Varonil Norte 7 304 Reclusorio Preventivo Varonil Oriente 8 967 Reclusorio Preventivo Varonil Sur 3 753 Penitenciaría de la Ciudad de México 2 019 Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha 1 210 Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial 221 Centro de Ejecución de Sanciones Penales Varonil Norte 184 Centro de Ejecución de Sanciones Penales Varonil Oriente 227 Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Centro Femenil de Reinserción Social (Tepepan) 1 223 176 continúa... 40 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro ...continuación “Casa de Medio Camino” 26 Módulo de Alta Seguridad 553 Cevasep I 496 Cevasep II 545 Total 26 904 Hombres Mujeres 25 505 1 399 Fuente: Subsecretaria del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México. Ésta es la panorámica general de cómo está conformada la población y la infraestructura carcelaria del sistema penitenciario de los Estados Unidos Mexicanos y, en particular, de la Ciudad de México. En general, podemos decir que en la Ciudad de México se concen­ tra buena parte de la población penitenciaria, de la cual la mayoría son varones. En esta dirección, si bien en el culto a la Santa Muerte par­ ticipan tanto hombres como mujeres, durante el trabajo de campo en los altares callejeros encontré que la mayoría de los fieles que han te­ nido alguna experiencia de internamiento carcelario son varones, por lo que decidí realizar esta investigación con hombres, además de que en la misma Subsecretaría de Sistema Penitenciario de la Ciudad de México me lo sugirieron y sólo me dieron acceso al Cevareso. Notas 1 Estos datos se tomaron de las estadísticas disponibles en la página de la Secreta­ ría de Gobernación (Segob), actualizadas a julio de 2016. Existen otros estudios como el de Pilar Calveiro en donde se menciona que para “julio de 2010, el Sis­tema Penitenciario Mexicano contaba con 429 centros de reclusión” (2012: 233). De igual manera, se puede consultar el texto de Azaola y Bergman, en don­ de señalan: “Existen en la República Mexicana un total de 447 establecimientos penitenciarios que, de acuerdo con el tipo de autoridad que los tiene a su cargo, Ir a la cárcel: entre la burocracia y el contexto carcelario de la Ciudad de México 41 2 3 4 se distribuyen de la siguiente manera: 5 federales, 330 estatales, 103 municipales, 9 del Gobierno del Distrito Federal” (2008: 746). Estos indicadores son variables y han ido cambiando con cada administración gubernamental. Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, México, Se­ cretaría de Gobernación / Centro Nacional de Seguridad. [En línea], <http://www.cns.gob.mx/portalWebApp/appmanager/portal/desk?_nfpb= true&_pageLabel=portals_portal_page_m2p1p2&content_id=810211&folder Node=810277&folderNode1=810281>. [Fecha de consulta: julio de 2016]. Se utilizan las cifras de 2016, ya que son los últimos datos que encontré en la página de la Secretaría de Gobernación. A diferencia de los datos presentados sobre la situación de las cárceles en todo el país, para el caso de la Ciudad de México sí se pueden encontrar datos ac­ tualizados, véase <http://penitenciario.cdmx.gob.mx/poblacion-penitenciaria>. [Fecha de consulta: 12 de agosto del 2018]. Capítulo 3 Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) E l Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) fue inaugu­ rado por el licenciado Andrés Manuel López Obrador, entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, el 30 de marzo de 2003, como continuidad del Programa de Rescate y Reinserción de Jóvenes Primodelincuentes. El centro inició su operación el 26 de octubre de 2003 con una población total de 672 internos, que incluía a jóvenes con sentencias menores de 10 años y delitos patrimoniales, provenien­ tes en su mayoría de los reclusorios preventivos varoniles Oriente, Norte y Sur. La arquitectura del Cevareso es de tipo panóptico y la población se distribuye en cuatro de sus edificios que cuentan con cancha de bas­ quetbol, comedor, tienda, baños generales y un distribuidor de alimen­ tos. Hay también un edificio designado para las visitas conyugales, con 48 habitaciones; un área de servicios gene­rales con cuarto de máqui­ nas, cocina, panadería, tortillería, lavandería y almacenes; ocho naves industriales donde se elaboran bolsas, cubiertos de plásticos, joyería de fantasía, sacapuntas y arte­sanías; también cuanta con campos depor­ tivos, auditorio de usos múltiples, varias palapas para la visita familiar, centro escolar con 10 aulas, biblioteca, sala de cómputo y salón de usos múl­tiples. Con el fin de coadyuvar para la solución del problema de la aglo­ meración en los reclusorios preventivos, los criterios de selección de los presos se han ampliado de la siguiente forma: primodelincuentes y reincidentes; índice criminal bajo y medio; cualquier delito de fuero común; portación de arma de fuego; población sentenciada y ejecu­ toriada; y sentencias menores de 15 años. 44 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro La población del Cevareso, al ser en su mayoría joven y senten­ ciada, ha requerido, de manera inmediata, un tratamiento puntual, por lo tanto, además de la asistencia que se otorga en los penales, en este centro se refuerzan terapias, cursos, talleres técnicos, actividades deportivas y religiosas. Fuente: Google Maps.1 Fuente: Google Maps.2 Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 45 El Cevareso se encuentra en la zona oriente de la Ciudad de México, en Iztapalapa, una de las 16 alcaldías que conforman esta ciudad. Li­ mita al norte con Iztacalco, al poniente con Benito Juárez y Coyoa­ cán; al sur con Xochimilco y Tláhuac; al oriente con los municipios mexiquenses de La Paz y Valle de Chalco Solidaridad, y al noreste con Nezahualcóyotl, también en el Estado de México. Debido a que la mayor parte de su territorio está ocupado por co­ lonias populares donde no hubo ninguna planificación urbana, Izta­ palapa enfrenta graves problemas de vialidad, en especial en la zona de la sierra de Santa Catarina y San Lorenzo. Sólo el poniente de la delegación —cuya urbanización es más temprana que el centro y el oriente—, tiene una red vial primaria importante como el Circuito Interior y varios ejes viales que cuadriculan la zona. La presencia del Cerro de la Estrella en la mitad de la delegación ocasiona que una am­ ­plia zona entre Culhuacán, Iztapalapa y San Lorenzo Tezonco quede incomunicada entre sí. A pesar de vivir en la misma ciudad, mi desplazamiento hacia el Cevareso era largo, ya que viajaba en transporte público. El tiempo aproximado de mi recorrido era de entre 40 a 60 minutos. Para llegar tenía que hacer el siguiente recorrido: salía del metro Copilco (lí­nea 3) hasta la estación de Zapata donde transbordaba hacia la línea 12 o dorada para bajar en la estación Atlalilco, donde nuevamente trans­ bordaba en dirección a la línea 8 que va de la estación Garibaldi/ La­gunilla a la estación Constitución de 1917; este último transbordo es muy largo, incluso hay bandas eléctricas que desplazan a los usuarios con el fin de agilizar la movilidad. Una vez en la estación de Atla­lilco, tenía que seguir hasta la estación UAM-I, y en la salida abordaba algún camión o microbús rumbo a la “cárcel”, recorriendo la calza­ da Ermita Iztapalapa. Pasando la plaza Ermita, como a 20 minutos del metro UAM-I, se ubica primero el Cevareso y despúes la “peni”,3 al otro lado se puede observar la cárcel de mujeres de Santa Martha. Fi­nalmente, para llegar al Cevareso, pasa uno por la oficialía de la policía y después por una pequeña planta de aguas residuales, y justo al lado se pueden ver las torres de vigilancia, la entrada está frente a una tienda de abarrotes y a una escuela primaria. Generalmente, en el diseño de las ciudades modernas las cárceles se ubican en las orillas. En el caso del Cevareso, si bien está en los lí­ 46 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro mites de la Ciudad de México, la mancha urbana se ha extendido y ha rebasado sus fronteras al unirse con el área conurbada del Estado de México, y el Cevareso ha quedado en medio. En esta zona, las difi­­­ cultades del transporte, el tráfico y el riesgo constante de ser asaltado o sorprendido por la delincuencia, o bien sufrir algún accidente, es­ tán presentes durante todo el traslado. Por último, puedo decir que es una zona muy sobria, se puede apre­ ­ciar a mujeres portando cosas para sus internos: ropa, papel de ba­ño, comida, entre otras. En los camiones, se suben personas a pedir di­ nero con el pretexto de que acaban de salir de la cárcel. A lo lejos se observan construcciones que se encuentran en obra negra y comercios informales. En esta mancha urbana la incertidumbre y la inseguridad es algo que se ha normalizado. La prisión, una institución total A principios de 2015 inicié mis labores de investigación dentro del Cevareso; era la primera vez que entraba en una institución de to­ tal encierro y por ello me sentía nervioso. A pesar de que traté de dejar a un lado los prejuicios hacia la institución penitenciaria —ya que había escuchado diversos relatos acerca de que el ingreso a las cár­celes suele ser incómodo e incluso peligroso—, he de confesar que me sorprendió el trato que recibí. Mi experiencia fue distinta a la de mu­chos otros, ya que me identifiqué como investigador, lo que hi­zo la diferencia en el trato respecto a los que acceden como familiares o amigos de algún interno.4 A mi llegada, la encargada de los proyectos de investigación en la Subsecretaría de Sistema Penitenciario me dio dos oficios para po­ der acceder al centro, además de los permisos para ingresar la cámara fotográfica y la grabadora de voz. Me sugirió sacar algunas copias de los oficios ya que estos representaban mi entrada al penal, y los guardias los revisaban y autorizaban varias veces. Existen varios filtros para lle­ gar al lugar donde se encuentran los internos. Algo que me sorprendió al arribar al Cevareso fueron los grandes muros y las torres de vigilancia que rodean el lugar. Uno tiene que pa­ ­sar por varias puertas y rejas. En el acceso principal, la li­cenciada y yo Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 47 tuvimos que mostrar el oficio y nuestras identificaciones, ahí nos pu­ sieron el primer sello invisible. Una vez que pasamos, co­lo­­ca­mos nues­ tras mochilas sobre una banda para su inspección por rayos X. Por precaución sólo llevé un poco de dinero, identifica­cio­nes, una libre­ ta, una pluma y mi tarjeta del metro. Una vez que li­bramos esos dos filtros pasamos con otro oficial quien, con trato ama­ble, nos atendió y revisó nuevamente el oficio, que firmó de enterado. Ahí tuvimos que registrarnos en una libreta: nombre, procedencia, a qué lugar íba­mos, hora de entrada, firma, hora de salida y otra firma. Así, nos dirigimos a la sección llamada “Gobierno”, donde se en­ cuentra el director del penal y los funcionarios que conforman su equi­po de trabajo. Cuando llegamos a esta área, la licenciada me co­ mentó que seguramente no estarían ni el director ni la subdirectora del centro, así que tendríamos que esperar a que nos asignaran a al­ guien para que nos acompañara durante nuestro recorrido. En efecto, no se encontraban los altos mandos del Cevareso y nos llevaron con el jefe del Área de Clasificación, el trabajador social Rodrigo —en esta área trabajan psicólogos, criminólogos y trabajadores sociales—; en este lugar es donde se clasifica a los internos con base en sus antece­ dentes y, mediante distintas pruebas, definen su perfil para asignarles el espacio que van a ocupar. Antes de ingresar al área de los reclusos, pasamos nuevamente por otro filtro donde tuvimos que registrarnos una vez más y donde volvieron a sellar dos veces el oficio; dejé mi identificación, me dieron un gafete de color blanco que decía “per­ sonal” —hay diferentes colores de gafetes de acuerdo con el tipo de visitante—. Mientras permanecíamos en el Área de Clasificación, el licen­ cia­do Rodrigo me preguntó acerca del objetivo de mi investigación, pues según él en este Cevareso no habían muchas manifestaciones de culto a la Santa Muerte, como en otros reclusorios que, mencionó, “tienen altares grandes”. Esto me desconcertó, porque las autorida­ des me habían sugerido realizar el proyecto en este Cevareso dada la notoria pre­sencia del culto. El jefe de esta área me preguntó también si traía la cámara fotográfica ya que tenía entendido que se iban a rea­­lizar algunas tomas fotográficas a los altares; la licenciada que me acompañaba le comentó que la investigación no consistía sólo del registro fotográfico, a lo cual el licenciado Rodrigo contestó que eso 48 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro era lo que estaba escrito en el oficio que le llegó al Consejo Técnico y por lo tanto sólo habían aprobado un mes para poder ingresar al Cevareso. Ante esto, le comenté que la finalidad de mi investigación era comprender cómo se vive el culto a la Santa Muerte en el con­ texto de internamiento, y que mi interés, además de fotografiar, era obtener testimonios de los devotos, conocerlos, observar sus altares y rituales. Esta explicación hizo que el trabajador social mostrara mayor in­ terés, ya que le había quedado más claro el objetivo y le parecía inte­ resante el tema. Esto me motivó para comentarle acerca de mi deseo por realizar durante más tiempo el trabajo de campo, ya que un mes no era suficiente. Él me sugirió que nos organizáramos e hiciéramos una orden del día, y así podría informar al Consejo Técnico acerca del pro­yecto y solicitar una prórroga para acceder al penal. Para eso, le planteé hacer un primer recorrido para conocer el lugar y ubicar a los devotos, pues esto era el primer paso para elaborar una etnogra­ fía. En ese momento llegó el custodio que nos acompañaría en el re­ corrido, pero nos llevó directamente al lugar donde sabía que había un altar a la Santa Muerte. Fue así que pude tener acceso al Cevareso y realizar la investi­ gación. Es importante señalar que la mayoría de la información cua­ litativa de este li­bro tiene su origen en el trabajo de campo; si bien hubo algunas limitantes para continuar con el proyecto, pude llevar­ lo a cabo durante dos meses más de lo que inicialmente se me había autorizado, es decir, tres meses en total. A continuación, hablaré de cómo es el Cevareso con base en las observaciones directas y los recorridos que me fueron permitidos dentro del lugar, ya que no me fue posible andar libremente entre la población; siempre estuve acompañado y vigilado por un custodio o trabajador de la institución, con el argumento de cuidar mi seguridad y la de la institución. Control en el acceso Entrar en una prisión es entrar en un camino de incertidumbre. Lite­ ralmente así te hace sentir su arquitectura. La prisión es muy confusa Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 49 en su distribución, pues parece un gran laberinto conformado por es­­ caleras, rejas y bardas que te llevan a distintos lugares; siente uno estar perdido, sensación que podría convertirse en un hecho si no fuera por la presencia de letreros con indicaciones. Las paredes de los largos pasillos están pintadas homogéneamen­ te de color rosa, mientras que los pilares lo están de blanco. Se siente más frío que afuera. Al caminar por los pasillos se puede sentir una deso­rien­tación espacial, ya que el centro es como un gran laberinto con rejas. El personal que labora en el Cevareso me contó que su ar­ quitectura está diseñada con el fin de desorientar y confundir en cuan­ to a conocer alguna ubicación exacta. Sólo aquellos quienes ya tienen tiempo trabajando o habitando este espacio, como los custodios y los internos, se pueden orientar, pero las personas que entran por prime­ ra vez, suelen perderse. Al menos hay dos tipos de pasillos: los externos, a través de los cuales se recorre por fuera toda la zona de la prisión y donde la po­ blación está al exterior de sus estancias; y los pasillos internos que se encuentran en los edificios donde están las estancias de los internos. Los primeros llevan a distintos lugares que van desde la entrada al edificio de “Gobierno”, hasta la orilla donde está el centro escolar; en el camino es posible ver las diferentes zonas de edificios: las celdas, los talleres, el auditorio y la clínica. Al pasillo por el cual se puede atravesar toda la prisión se le conoce como “el kilómetro”, al cami­ nar por éste necesariamente se pasa por las zonas que están di­vididas por “los diamantes” —estructuras circulares que dividen una zona de la otra y donde se ubican los custodios que autorizan el acceso o no a cualquiera de ellas—. Es importante señalar que los internos no cami­ nan libremente por los pasillos del exterior. Desde ahí también se pueden observar los espacios de esparcimiento como las canchas de basquetbol, las palapas o zonas con mesas para que puedan “comer los internos”; las tienditas que algunos presos tie­nen y el área de te­ léfonos públicos. De igual modo, es posible mirar a los internos ha­ ciendo deporte, otros trabajando en los talleres, algunos más haciendo labor de jardinería, panadería, o bien estudiando en la escuela, y mu­ chos más sentados en los pasillos, esperando “el rancho”.5 Los ojos de los internos transmiten miradas pesadas, su piel se ve entre un tono verde y amarillo, se siente como te siguen con sus mi­ 50 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro radas, a veces retadoras, a veces de desconfianza, otras son miradas de un sujeto sumiso, o simplemente se siente la indiferencia dentro de esa monotonía espacial. En estos pasillos, entre un área y otra, se pueden escuchar todo ti­­po de gritos y silbidos. Los pasillos internos se encuentran dentro de los edificios, en las zonas de las estancias, son lugares fríos y oscuros; dividen una hile­ ra de estancias de la otra; hay una pared al final y una en la entrada, uni­da por unas escaleras que llevan de un nivel a otro. Sobre estos pasillos se pueden observar figuras pintadas, en su gran mayoría íco­ nos religiosos, también caricaturas o cómics, o bien, nombres de per­ sonas o de algún barrio de la ciudad; son pasillos marcados por cierto tipo de identidad. En los pasillos se puede observar a los internos aso­­ mándose por la puerta de su estancia, a otros completamente solos. Suele andar ahí uno que otro gato, son las mascotas de algunos de ellos. Se puede escuchar el sonido de algún radio o televisión dentro de las estancias. Si se acerca la hora de la comida, incluso se puede percibir el olor de un guisado que los internos preparan dentro de su estancia junto con compañeros de su zona. Mientras que una parte de estos pasillos suele estar muy limpia y ordenada, otra está sucia y con basura. Los de negro y los de beige Dentro del Cevareso destaca la manera en la que visten los internos y los custodios; los mismos internos hacen una división muy clara entre lo que ellos llaman “los de beige” y “los de negro”. La vestimen­ ta que la institución obliga a portar a los internos consiste en un pan­talón de color beige, una playera blanca y una camisola beige, la mayoría de ellos usa tenis. Los propios internos comentan que el uso de tenis representa la jerarquía en el mundo de la prisión, esto es, aquellos que usan tenis de buena calidad generalmente son quienes gozan de algún privilegio o tienen algún tipo de estatus, generalmente económico; el uso de tenis tiene una restricción institucional, no de­ ben tener válvulas de aire ni plataformas. Por otra parte, el uniforme de los custodios, o personal de seguridad, es de color negro y se confor­ ma de pantalón, playera con insignias de seguridad y botas; es por esto Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 51 que los internos se refieren a ellos como “los de negro”. Una frase que escuché frecuentemente era: “tienes que cuidarte más de ‘los de ne­ gro’ que de ‘los de beige’”. Una de las reglas para que alguien ajeno al centro pueda ingresar, es que no porten ropa de color negro, beige o azul, pues éstos son los colores de la vestimenta de quienes trabajan o están internos en esta institución; van de negro los custodios, de beige los internos y de azul los presos que se ubican en la zona denominada “El diamante” —ésta es otra cárcel dentro del mismo Cevareso en la que se encuentran presos de alta peligrosidad—. Una de las primeras veces que asistí a la prisión no tomé en cuen­ ta estas reglas, los custodios me permitieron entrar con la condición de que portara una casaca de color rojo —que ellos me proporciona­ rían— durante toda mi estancia en la zona de “La población”, con el fin de distinguirme de los internos. Hay que tener en cuenta que exis­ ten otros filtros que complementan esta medida de seguridad, como son los sellos que se colocan al ingresar al Cevareso. Es evidente que este tipo de controles son la materialización de lo que planteaba Foucault cuando escribía acerca de las prisiones co­mo instituciones omnidisciplinarias: “un aparato disciplinario exhaus­ tivo. En varios sentidos: debe ocuparse de todos los aspectos del in­ dividuo, de su educación física, de su aptitud para el trabajo, de su conducta cotidiana, de su actitud moral”.6 En el espacio de encierro se dan interacciones específicas de carácter disciplinario. Por otra parte, Goffman explica que las instituciones totales son “un lugar de residencia y trabajo donde un gran número de indi­vi­duos, en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, ad­ministrada formalmente”.7 Al establecer una tipología de estas instituciones, men­ ciona aquellas: “organizadas para proteger a la comunidad contra quie­ nes constituyen intencionalmente un peligro para ella, no se pro­po­ne como finalidad inmediata el bienestar de los reclusos: pertenecen a este tipo las cárceles, los presidios, los campos de concentración”.8 El sociólogo establece algunas características específicas de estas instituciones. La primera, que en ellas hay una ruptura en cuanto a las actividades ordinarias —dormir, jugar, trabajar, comer— que nor­ malmente los sujetos realizan afuera sin alguna autoridad que las me­ 52 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro die; en las instituciones totales estas actividades están sujetas a auto­ ridades, programadas de manera racional para ser ejecutadas y acorde con el plan de la institución; además, se realizan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad. La actividad diaria de los miembros de la ins­ titución se lleva a cabo en compañía inmediata de un gran número de “otros”, a quienes se les da el mismo trato y se les demanda que hagan juntos las mismas cosas. La segunda característica clave de estas instituciones totales son los aparatos burocráticos que se encargan de manejar muchas de las necesidades que tienen los internos de la institución. Entre la buro­ cracia se encuentran las personas encargadas de la vigilancia que no orientan ni hacen inspecciones periódicas al personal a su cargo, más bien se encargan de “ver que todos hagan lo que se les ha dicho clara­ mente que se exige de ellos, en condiciones en que la infracción de un individuo probablemente se destacaría en singular relieve contra el fondo de sometimiento general, visible y comprobado”.9 Es decir, hay un grupo sometido, el de los internos, y un pequeño grupo del per­sonal que los maneja, los supervisores — ­ entre ellos estan los cus­ todios—. Los internos viven dentro del penal y tienen un contacto limita­ do con el mundo que está más allá de las paredes de la institución total; mientras, el resto del personal —burocrático— cumple jorna­ das cortas y sale constantemente al exterior. Tanto los internos como el personal suelen representarse mutuamente con rígidos estereoti­ pos: “el personal suele juzgar a los internos como crueles, traumados e indignos de confianza; los internos suelen considerar al personal pe­ tulante, despótico y mezquino. El personal tiende a sentirse superior y justo; los internos a sentirse inferiores, débiles, censurables y culpa­ bles”.10 La comunicación entre ambos estratos está regularmente res­ tringida y se lleva a cabo con tonos especiales de voz; la información suele limitarse entre ambos, especialmente los planes del personal con respecto a los internos. Las restricciones de contacto ayudan a mantener los estereotipos. La actividad laboral la programan los burócratas de la institu­ ción. En este sentido, el incentivo al trabajo carece del significado que tiene fuera de la prisión. Se generan distintas actitudes y motiva­ ciones por parte de los internos. Esta situación puede propiciar que el Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 53 poco trabajo que se exige lleve a los internos al aburrimiento, pues puede ser lento y con pagos mínimos. Pero, a su vez, también hay ins­ tituciones totales en las que “se exige más de una jornada ordinaria de trabajo pesado y para estimular a cumplirlo no se ofrecen recom­ pensas sino amenazas de castigo físico”.11 Otra forma de control de las instituciones totales sobre los inter­ nos radica en sus relaciones familiares. El contacto con la fa­milia está controlado e incluso programado; es importante que los internos tengan contacto con sus familiares y se sustraigan así de la ins­titución total; es una garantía de resistencia permanente contra estas institu­ ciones. A lo largo del texto, Goffman pone énfasis en dos factores impor­ tantes para entender las instituciones totales: el mundo del interno y el mundo del personal que labora en el penal, y el contacto entre am­ bos. Para este proyecto de investigación, resultó muy importante to­ mar en cuenta esta perspectiva, ya que se puede abordar el papel de la religiosidad en torno a la Santa Muerte en una institución total de tipo carcelario desde la perspectiva de los espacios del personal y los de los internos. Como podremos ver más adelante, los internos se apropian de sus espacios, a diferencia del personal de la cárcel. Por ejemplo, los internos controlan los espacios que son comunes, como celdas y pasillos en los que suelen poner altares o pintar figuras en las paredes; mientras que el personal no permite la expresión pública del culto de la Santa Muerte en sus espacios. Espacios para los de negro “La aduana” y el edificio de “Gobierno” Antes de entrar a “La población”, hay que pasar primero por dos zonas muy importantes: la primera se conoce como “La aduana” y está loca­ lizada en la entrada principal; la segunda, la de “Gobierno”, ubicada después de “La aduana”, se conecta con la zona de “La población”. Empezaré por describir la zona de “La aduana”. Al llegar al Ceva­ reso se aprecia a lo lejos las torres de vigilancia que lo resguardan. Existe un área de estacionamiento y algunos zaguanes grandes. Para 54 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro entrar a “La aduana” se tiene que atravesar el estacionamiento vigilado por un guardia que preregistra la entrada de los visitantes; su primera advertencia es que está estrictamente prohibido introducir al penal algún dispositivo electrónico, como celular, USB, computadora, ta­ bleta electrónica, cámara de video fotográfica, si descubren que lle­ vas alguno de estos aparatos lo decomisan las autoridades corres­pon­ dientes. Pasando el estacionamiento, subes una rampa que te lleva a la puerta en la que se localiza “La aduana”; ahí se puede ver una fila de personas, regularmente son familiares de los internos —de lu­nes a viernes son las visitas para los que ocupan la zona “Diamante”; los sábados y los domingos son para el resto de los internos—. Para entrar tienes que pasar por varios filtros: el primero, cuando te encuentras con el personal de custodia y los técnicos penitencia­ rios, quienes verifican la entrada de las personas, inquieren de dónde provienes, a qué vas y con quién vas —en mi caso tuve que presentar varias veces los oficios que me proporcionó el personal de la Subse­ cretaría de Asuntos Penales donde se autorizaba mi entrada al centro de reclusión, así como mostrar mi identificación oficial—. En el se­ gundo filtro me pusieron el primer sello invisible. En el tercero revi­ saron mis pertenencias las cuales pasaron por rayos X —cuando llevé mi computadora y mi grabadora fue necesario dejar copia del ofi­ cio—. Un cuarto filtro es un módulo de registro en donde se anota la entrada en una libreta y personal de seguridad revisa nuevamente tus pertenencias —tuve que dejar de nue­­vo copia del oficio de autoriza­ ción de mi entrada—, ahí te propor­cionan la casaca color rojo. El quinto filtro es cuando el personal de seguridad realiza una revisión general de las personas, te pasan a una especie de cabina en la que los técnicos penitenciarios hacen la re­visión física; una vez dentro, se cierran las cabinas y los custodios te solicitan que te quites ciertas prendas de ropa, o bien, te hacen una revisión corporal. Por último, pasas otro módulo en el que de nue­vo te registras en una libreta y te proporcionan un gafete que dice “per­sonal” o “visita”; ahí te co­ locan otros sellos. Así es como se transita por esta zona conocida como “La aduana”. Los familiares de los internos pasan por un procedimien­ to similar pero, además, a ellos les revi­san minuciosamente los ob­ jetos que llevan a sus internos. Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 55 Para salir del Cevareso los sellos colocados al ingreso sirven como identificación, ya que tienes que mostrarlos constantemente, firmas la salida en las libretas donde se registró tu entrada, regresas el gafete y recuperas tu identificación oficial; pasas por el área de cabinas, aho­ ra sin revisión, y registras de nuevo tu salida. Ya no pasas por la banda de rayos X. Al llegar al área de estacionamiento, ya para salir a la calle, el personal de seguridad revisa nuevamen­te los sellos y te solicita la identificación para corroborar tu identidad. Una vez que pasas “La aduana”, puedes tomar el camino que lle­ va a la zona de “Gobierno”, donde se encuentran los funcionarios de alto ran­go del Cevareso; ahí se ubican las oficinas del director y del subdirector, así como las del personal administrativo: asistentes, se­ cre­­ta­rias y otras subdirecciones. También hay un área donde los abo­ gados pueden platicar con los internos para dar seguimiento a sus ca­ sos. Pa­­­ra pasar a la zona de “La población” es necesario bajar un piso y atravesar otras oficinas casi idénticas a las de la zona de “Gobier­ no”, donde hay otras personas que cumplen una función específica. Centro de Diagnóstico, Ubicación y Determinación de Tratamiento (CDUDT) Una de las áreas que tuvo una gran importancia para mi investigación fue el Centro de Diagnóstico, Ubicación y Determinación de Trata­ miento (CDUDT), anteriormente llamado Centro de Observación y Clasificación (COC); con este último nombre lo siguen ubicando algunos internos, tanto en este centro de reclusión como en los centros preventivos. En el CDUDT me recibió el trabajador social Rodrigo, quien es­­ tuvo al tanto de mi trabajo y me facilitó los trámites para realizar mi pesquisa. Según me explicó el personal de esta área, el CDUDT tiene como objetivo el mejoramiento del interno y su readaptación para la vida en libertad. Es importante tener en cuenta que al Cevareso en­ tran jóvenes que legalmente son primodelincuentes y que provienen de otro centro preventivo —Norte, Sur y Oriente—, de modo que el dis­curso del personal es que muchos de estos jóvenes tienen grandes 56 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro posibilidades para reinsertarse con éxito a la vida en libertad, por lo que ahí se diseña un tratamiento para la “reinserción social”. En el CDUDT laboran psicólogos, criminólogos, trabajadores so­ciales, sociólogos y psiquiatras. Dentro del área se pueden ver los cu­­bículos de trabajo, una cámara de Gesell, un salón para terapia de gru­po, una zona de archivo, un cuarto de observación, una sala de e­s­ pera y varias oficinas —criminología, trabajo social, secretaría, orga­ nización del trabajo—. Durante mi labor de campo, me asignaron una de las oficinas para entrevistar a los internos. Es interesante mencionar que cuando se les solicitaba acudir a esa área, iban aseados y arreglados. Esto se explica ya que tienen que dar una buena imagen y un buen aspecto desde el punto de vista institucional, lo que significa para las autoridades que ellos están bien, pues constantemente son evaluados. Me tocó ver in­ ternos que acudían al CDUDT con temor, porque pensaban que quizá los iban a mover de estancia; otros iban a pedir algún permiso para que dejaran entrar a un familiar o para que les permitieran el acceso a la madre de sus hijos o a sus propios descendientes —algunos no cono­ cen a su vástagos debido a que nacen mientras el recluso cumple su sentencia—. A los internos también se les solicita asistir al CDUDT cuando uno de sus familiares fallece. En una ocasión, al final de mi jornada de visita, me encontraba en la oficina del encargado cuando entró una de las pasantes, que ha­­ cía su servicio social, para entregar unos oficios; estos eran de un ser­­ vicio funeral que acababa de llegar. Al escuchar esto me que­dé intri­ gado y pregunté si había muerto algún interno, me dijeron que no, que el muerto era un familiar y que traían el cuerpo para que el interno se despidiera de él. Quedé impactado con la imagen de esa escena y por el sentimiento que eso puede ocasionar a los internos: saber que tú familiar está muerto y tú te encuentras encerra­do, sin poder asistir al funeral. Pienso que esta política del Cevareso es muy valiosa pero, a la vez, dolorosa pues estar tan sólo cinco minutos con el cuerpo de tu familiar en su féretro para despedirte es quizás un hecho angus­ tiante; sólo puedes acercarte al cuerpo hasta donde te lo permite el cristal de la caja y, si va otro familiar, no te le pue­des acer­car. Esas medidas se han adoptado ya que, según cuentan los de personal, no ha faltado la persona que en el cuerpo del muerto ha tra­tado de meter Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 57 drogas y armas al centro; así como pasarle drogas al interno mientras su familiar lo abraza. El CDUDT es una de las áreas más importantes, pues se toman decisiones que involucran a los internos: ubicación, movilidad, asig­ nación de comisiones de trabajo, disciplina, evaluación para tratamien­ to psicológico o psiquiátrico; determinan cuáles son los internos que tienen “una mejora” y cuáles no. Además, otorga los permisos para las visitas familiares y conyugales, elabora expedientes de los in­ternos desde su ingreso al centro, y registra y actualiza la cantidad total de población existente en el Cevareso. Una de las funciones que me pareció muy importante es la de movi­lidad. Desde que los internos son trasladados al CDUDT se les realizan estudios y entrevistas para obtener un diagnóstico; con base en su perfil se propone el tipo de dormitorio en el cual se les puede ubicar. De acuerdo con el personal, las funciones del CDUDT van acor­ de con sus siglas: primero se diagnostica —cuando se encuentran en esta área—; después se ubican, en sesión del preconsejo se dan a cono­ cer las características del interno y de acuerdo con ellas lo ubican: …en los diferentes cajoncitos, que son los dormitorios. Supongamos que dicen en el preconsejo: “fulanito de tal, de acuerdo a su expediente y su diagnóstico, se le va a ubicar en el ala B por sus características”; pero ahora, por su edad, ya es el cajoncito donde lo vas a meter. Hay características en general y especificida­ des como marca cada ala, y cada nivel te da la edad, porque la edad es muy im­ portante; porque los chavos de 18 a 24 son más impulsivos, les gusta la música, son activos, y de 25 en adelante tiene cierta estabilidad, te vas volviendo más de costumbres y determinación […] Se determina, una vez que se tiene la ubi­ ca­ción, el tratamiento que se les va a dar.12 Ésta es una de las áreas más relevantes dentro de esta institución total de encierro, ya que es la que ubica a los internos dentro de la prisión. Es uno de los lugares en los que se da la mortificación yoica propia de las funciones que tienen este tipo de instituciones; donde se da el do­­minio directo de los internos al clasificarlos por tipo de perfil y de comportamiento con base en estándares creados por los especialis­tas que forman parte del personal de la institución total. El CDUDT es parte del engranaje “que hace rodar a otros en un perfecto acoplamien­ 58 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro to al servicio del sometimiento y la extorsión de los cuerpos en cauti­ verio y aun de aquellos que no lo están, pero mantienen un vínculo desde el exterior”.13 El centro escolar Dentro del Cevareso hay un centro escolar que se encuentra al fondo del edificio, a un costado del auditorio, cerca de las capillas religiosas. Para llegar a él, se tiene que recorrer todo “el kilómetro”, pasando por la zona de los dormitorios y los talleres. Físicamente, el centro escolar es un edificio de dos pisos que, en lugar de vidrios en las ventanas, tie­ne rejas. En la planta baja se encuentran las oficinas de los profeso­ res, del encargado de los servicios auxiliares y los grupos religiosos, y los talleres; los pisos de arriba están designados para las aulas. Los reclusos pueden asistir a clases de instrucción primaria, se­ cundaria, preparatoria, e incluso cuentan con el nivel superior en for­ mato de universidad abierta gracias a convenios establecidos con la Secretaría de Educación Pública y otras instancias educati­vas cuyo objetivo es el de brindar a los internos la posibilidad de ter­minar su formación académica. No todos los presos asisten, de los que entre­ visté, la mayoría sólo tiene concluida la primaria, unos el primer año de secundaria y sólo dos habían inicia­do la preparatoria; únicamente tres de ellos asistían a clases dentro del penal, el resto no tenía interés en acudir ya que las clases eran impartidas por otros internos o por­ que no les importaba seguir estudiando. Quienes asistían a clases lo hacían porque pensaban que les sería útil al sa­lir de prisión o querían reducir su sentencia por buena conducta. Desde el punto de vista del personal, el hecho de que un interno ter­mine su educación es parte de la “mejora” que pueden tener y muestra la adaptación po­si­tiva al cen­tro; el estudiar los vuelve candidatos para que se les ubique en una zona más tranquila ya que adquieren otro tipo de perfil; también hacen méritos para disminuir su sentencia. El 24 de febrero me tocó presenciar la ceremonia cívica en honor a la Bandera Nacional. En el centro escolar estaba izada la bandera de México sobre un pequeño mástil. La ceremonia la presidían el di­ rector y el subdirector del penal, quienes estaban sentados juntos, al Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 59 lado se encontraban los técnicos penitenciarios —a muchos de ellos los había visto en el CDUDT, algunos otros se dedicaban a dar clases en el centro escolar—. En el penal todos van vestidos de color beige, por lo que se puede distinguir fácilmente al hombre trajeado que es el di­rector del centro. Cuando llegué ya había pasado la mayor parte de la ceremonia, sólo me tocó ver a algunos internos cantando con pis­ tas de karaoke y otros tocando algún instrumento; mientras tanto, el personal ofrecía galletas. Para estos últimos, estas ceremonias son ne­­ cesarias y comunes. Ese mismo día, durante una charla, les pregunté si siempre hacían esta celebración, a lo que contestaron: “¡Claro! como todo el mundo lo hace. ¿O qué, tu no?”. Esto me sorprendió ya que es una festividad que realmente les interesa, no sólo por ser un motivo festivo, sino porque también es un pretexto para salir de la monoto­ nía institucional. Este escenario me recordó las ceremonias escolares: el director al centro, los funcionarios y maestros a su lado; la bandera izada sobre el mástil y los uniformados —en este caso los alumnos—. Tanto en la escuela como en la cárcel, la manera de introyectar los valores cívi­ cos son muy similares. Claramente se encuentra un paralelismo entre las disciplinas de la escuela y la prisión, ambas son, en términos de Goffman, “instituciones totales”. Espacios para los de beige Habitar al ser clasificados Los reclusos habitan distintos espacios desde que ingresan —es­tan­ cias o “cantones”, pasillos internos, dormitorios y áreas comunes de esparcimiento—. Como ya se dijo, el Cevareso recibe a presos de otros centros penitenciarios de la ciudad y su característica es que son jó­ venes varones de 18 a 30 años, primode­lin­cuen­tes; estos jóvenes ya cuentan con un expediente que se complementa con distintas evalua­ ciones realizadas en el Cevareso, con el fin de clasificarlos y ubicarlos dentro de la cárcel de acuerdo con su perfil. La siguiente información la obtuve del personal encargado de cla­sificar y ubicar a los reclusos. Es importante mencionar que, para 60 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro entender de manera más precisa el acomodo clasificatorio de los pre­ sos, se debe tener en cuenta que la población se ubica en cuatro áreas generales o dormitorios, cada una de ellas tiene asignada una letra: A, B, C y D. Cada dormitorio tiene cuatro divisiones o alas que se identifican también con letras: AA, AB, AC y AD; BA, BB, BC y BD; CA, CB, CC y CD; DA, DB, DC y DD. Cada zona de dormi­ torios, junto con sus respectivas cuatro alas, se les conoce también como “Diamante”. A su vez, cada ala tiene tres niveles y cada nivel cuenta con en­tre 12 y 16 estancias. También hay zonas, como la D, donde hay es­tan­cias individuales. En total, hay cuatro áreas iguales a las mencionadas anterior­ mente; de extremo a extremo se puede ver el área del CDUDT co­ mo continuación del área de “Gobierno”; al final se encuentran el centro escolar y el auditorio. Es importante abordar este tema porque se plantea una lógica de acomodo espacial en la que la letra A, que se encuentra más alejada del área de “Gobierno”, se ubican los dormi­ torios de los internos que requieren mayor tratamiento, o bien, que no aceptan la ayuda; mientras que en el área D están aquellos que han “mejorado” de alguna manera su comportamiento. Zona de dormitorios con sus correspondientes alas AC AB AA Zona de dormitorio A Fuente: Elaboración del autor. AD Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 61 Niveles por ala en cada área AA [12 estancias] Nivel 3 AA Nivel 2 AA Nivel 1 Fuente: Elaboración del autor. Para ilustrar esto, veamos cómo se acomoda a los internos de acuerdo con su perfil, así como las características de los reclusos dentro de cada uno de los dormitorios. Distribución espacial de las áreas en la que se encuentran ubicados los internos de acuerdo con su diagnóstico clasificatorio Centro escolar A D CDUDT KILÓMETRO AUDITORIO B E C DIAMANTE Fuente: Elaboración del autor. Dormitorio A Las personas a las que se suelen ubicar en esta área son “reincidentes habituales, de riesgo social medio, rasgos de carácter bajo,14 rasgos antisociales, […] y los que criminológicamente son contaminantes, o sea, individuos que al convivir con otro tipo de personas que no sean de su mismo perfil, pueden contaminar, pueden de alguna ma­ 62 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro nera jalarlos.”15 De los tres niveles con los que cuentan las cuatro alas del dormitorio A, el primero se ocupa con personas de 18 a 24 años, el segundo con internos de 25 a 29 años, y el tercero por presos de 30 años o más. De acuerdo con la clasificación que se utiliza dentro del penal: “rein­cidente habitual” significa que son personas que no es la primera vez que están en prisión, muchos de ellos con antecedentes penales desde su adolescencia; no necesariamente tienen características que implican algún tratamiento; “habituales” denota que ya es un modo de vida. “Riesgo social medio” implica la relación que tienen con cier­ tos gru­­pos sociales con características similares a las de ellos. “Riesgo social alto” es cuando la representación de un grupo o zona pueden delinquir o vulnerar al grupo. “Rasgos de carácter bajo” tiene que ver con la tole­rancia a la frustración, con el control de sus impulsos; si la tolerancia a la frustración es alta, puedes controlarte y mantener una convivencia sana, si la tolerancia es baja, eres impulsivo, reaccionas de manera violenta y no sabes resolver conflictos de manera ade­cuada. “Crimino­lógicamente contaminante” es una persona que al es­tar con alguien vulnerable, o que no tiene el suficiente criterio, puede in­ fluenciarlo. El resto de las alas tienen prácticamente el mismo perfil (AA); la AB sigue teniendo un riesgo social medio; la AC un riesgo social alto; y en la AD se encuentra el área de tratamiento especial, también llamada “zona de castigo”, y se utiliza para las medidas disciplinarias de los internos de todos los dormitorios.16 Dormitorio B En este dormitorio se ubica a los reincidentes con características es­ pecíficas. La reincidencia específica define a aquellos internos que siempre han entrado por la misma falta, por ejemplo, delitos patrimo­ niales, robo entre otros. También alberga a los reincidentes con una estancia corta o con antecedentes penales, como es el caso de los ado­ lescentes en conflicto con la ley. Los rasgos de quienes se ubican en las alas BA y BD son de ries­go social medio y bajo, lo que significa que aumenta la posibilidad de te­ner una convivencia adecuada. Los internos del ala BD se caracteri­ zan por tener un consumo disfuncional de drogas, es decir, en algunos Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 63 casos incontrolado. El personal del Cevareso me señaló que hay in­ ternos que no consumen drogas como estimulante, en el momento de su detención; a diferencia de los que delinquen para consumir y los que consumen para delinquir. En el ala BC se encuentran reinciden­ tes que permanecerán durante una estancia corta o con an­tecedentes de menores infractores, el riesgo social va de bajo a medio, con un grado menor de rasgos antisociales; y se les considera criminológica­ mente contaminables, es decir, que pueden ser inducidos al ámbito delictivo por otros internos con rasgos altos de peligrosidad. En el ala BB se localizan los reincidentes específicos con rasgos antisociales y criminológicamente contaminables. Así, en el ala BA y BB los varones tienen características simi­ lares, la diferencia radica en que en el ala BA son reincidentes, mien­ tras que en la BB son reincidentes específicos; en la BC reincidentes con estancia corta y antecedente de menor infractor; y en el ala BD reincidentes con un consumo disfuncional de drogas. Como en los otros dormitorios, la edad determina el piso en el que se coloca a los in­ ternos. Dormitorio C En sus alas CB y CC este dormitorio aloja a los primodelincuentes, el riesgo social va de medio a bajo, es decir, tienen un pronóstico fa­vo­ rable de reinserción —el pronóstico representa lo que se espera del interno en cuanto al cumplimiento de su tratamiento—. El ala CA está destinada a la población vulnerable. En el primer nivel se encuentran los presos con enfermedades crónico-degenera­ tivas y psiquiátricos-funcionales; en el segundo están los indí­genas, exservidores públicos, extranjeros y los acusados por delitos de alto impacto mediático; por último, en el tercer nivel se ubica a la po­ blación de la comunidad lésbico-gay, bisexual, travesti, transgénero, transexual e intersexual, en estos casos no se considera la edad. En el ala CD se alojan a los reclusos que muestran una trayectoria institucional favorable y una adaptación al medio penitenciario con apego a los lineamientos; es población que ha respondido al tratamien­ to y que demuestra haber “superado” características presentes en los otros dormitorios. Se considera que estos internos están encamina­ dos a la reinserción social, o bien con los objetivos de la institución. 64 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Dormitorio D El ala DA es un dormitorio considerado como un estímulo, incluso es conocido entre los internos como el “I”, porque las estancias son individuales. La habitan los internos que de manera constante han cumplido con el tratamiento técnico-progresivo y han participado en el tratamiento técnico-interdisciplinario. Pueden ser reincidentes o primodelincuentes; una persona a la que en un principio se le ubicó en el dormitorio A, se puede cambiar al dormitorio D si muestra una evolución favorable en su tratamiento. Los internos que habitan el ala DA no presentan conductas vio­ latorias de la normatividad institucional y tampoco consumen sus­ tancias tóxicas. En este espacio hay una pequeña variación en cuanto a la ubicación según la edad: en el primer nivel están los internos de 18 a 23 años, en el segundo los de 24 a 28 años y en el tercero los que tienen 29 años en adelante —en los otros dormitorios esta categoría es a partir de los 30 años—. Las alas DB y DC también son dormi­ torios que sirven como estímulo para quienes tienen una trayectoria favorable. En el espacio DC, en la planta baja, encontramos el Pro­ grama de Atención Integral a las Adicciones en la modalidad am­ bulatoria. En el ala DD se ubica el Programa Residencial de Atención a las Adicciones, en esta última los internos en tratamiento duermen y hacen su vida cotidiana durante algún tiempo. Solamente hay una diferencia entre las alas del dormitorio D; mien­tras que las DA, DB y DC albergan a primodelincuentes sin con­ ductas violatorias a la normatividad, en el ala DA se pueden alojar también a reincidentes. Es así que se clasifica y ubica a los internos de acuerdo con su eva­ ­luación. Los perfiles que se establecen tienen una lógica de acomo­ do lineal y progresiva, ya que un interno puede pasar del área A a la D. A quienes se considera más agresivos e incorregibles se les coloca en la zona A —nótese que ahí está también la “zona de cas­tigo”—; los de la B tienen posibilidades de corrección; los de la C son parte de algún grupo vulnerable cuyo comportamiento va mejorando; por último, a los de la zona D se les considera en una fase avanzada de rehabilitación, trabajan, realizan diversas actividades, e in­cluso tienen una celda individual. Se puede apreciar también có­mo la institución coloca a aquellos internos a quienes considera como incorregibles, lo Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 65 más alejados posible de la salida y de la zona de “Gobierno”; mientras que los dormitorios C y D están al lado del CDUDT y del edificio de “Gobierno”. En el esquema anterior aparece una zona con la letra E que repre­ senta la parte restringida del penal que se conoce como “Diamante”. Incluso la dinámica para el ingreso de los familiares y del per­sonal es distinta y la maneja otra administración. Es una pequeña cárcel den­ tro del Cevareso. A esta zona no me fue posible acceder por cuestiones de seguridad, además de que tienen otra dinámica de trabajo. En esta jerarquía espacial existe la posibilidad de que los internos transiten de un área a otra según sea su comportamiento y la trayec­ toria que trazan con sus actividades. La organización material y sim­ bólica del espacio ubica lo que institucionalmente está considerado como “lo peor”, alejado de la autoridad, que podría caracterizarse co­­ mo incorrupta. Lo anterior es una clara muestra del espacio como creador de jerarquías dentro de la institución carcelaria que incluso se puede ver en otras instituciones como en las escuelas donde se suele mandar a los alumnos problemáticos a la última fila de bancas, al final del salón, y a los más listos adelante, junto a la autoridad. Pasillos y estancias Otros lugares en los que los internos conviven constantemente son los pasillos y las estancias. Previamente se mencionó que cada dormi­ to­rio o área tiene a su vez cuatro alas y que dentro de esas alas hay tres niveles en los que se ubican un promedio de 12 a 16 es­tancias. Cada nivel cuenta con un pasillo que divide una hilera de estancias de la otra. En estos pasillos se puede apreciar una serie de apropiaciones sim­ bólicas del espacio por parte de los internos, ya que en las paredes pin­ tan imágenes religiosas, nombres de personas, figuras realizadas con sangre o imágenes de caricaturas. En los pasillos se observa el transi­ tar de los internos, se escuchan los radios encendidos, el sonido de las televisiones, e incluso se perciben los olores de los alimentos que co­cinan a la hora de la comida; también se pueden ver gatos pasean­ do. Algunos pasillos suelen estar limpios, pero otros, en cambio, muy 66 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro sucios. El personal me aseguró que el aseo de cada nivel varía según la zona, ya que en la zona A suelen estar más sucios que en la zona D (véase anexo 5 imagen 1). Otro de los espacios de habitación e interacción cotidiana son las estancias o celdas a las que los presos llaman “casas” o “cantones”. En éstas los internos viven y duermen, es su espacio íntimo, el más privado. Las celdas son pequeños cuartos que tienen cuatro camas, dos en cada lado, en medio, a lo alto, se puede ver un tragaluz y, deba­ jo de éste, cuatro repisas que pertenece una a cada uno de los reclusos que moran en esa celda; cuentan con una tasa de baño y un espacio que utilizan como cocina. Esquema básico de una celda para cuatro internos Traga luz Baño y cocina Repisas Camas Fuente: Elaboración del autor. Las estancias son el lugar más íntimo de los internos, ahí realizan las actividades básicas de su vida cotidiana como dormir, comer, bañar­ se, defecar, orinar. Los presos se apropian de los camarotes de metal, de las paredes, así como de cada rincón de su celda. Ellos mismos hacen referencia a la estancia como su casa, ya que ahí se genera una convi­ vencia de familiaridad temporal con los internos que ya la habitaban y con los que recién llegan; tienen que adaptarse a la dinámica esta­ blecida por los que llevan más tiempo. Muchas de las actividades de ocio se desarrollan en la celda; algunas de ellas las utilizan como coci­ nas, otras como talleres para fabricar figuras de papel o de jabón en las celdas, se montan altares según las distintas creencias de los internos, y por momentos las celdas se convierten en tendederos o centros de reunión (véase anexo 5 imagen 2). Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 67 Centro cultural y lugares de esparcimiento En el Cevareso también hay espacios al aire libre en los que los inter­ nos pueden interactuar y hacer distintas actividades: asistir a un ta­ ller cultural, labor religiosa o simplemente ejercitarse. Hay palapas con sillas y un auditorio al aire libre donde se puede convivir con los familiares en los días de visita. Además, cuentan con aparatos para hacer ejercicio como pesas y barras. En el auditorio se imparten talle­ res clown en los que se aprenden técnicas para formarse como payaso y malabarista; cuando hay eventos con los familiares, payasos o ma­ labaristas montan un espectáculo. Junto al auditorio hay dos capillas: una católica y una cristiana. Para la construcción de éstas fue necesario obtener un permiso, así co­mo registrarlas como asociaciones religiosas ante la Secretaría de Gobernación. La construcción de las capillas se realizó con los recur­ sos de cada una de las asociaciones religiosas. Según me comentó el personal del Cevareso, el centro debe de ser laico, pero se consideró que estos espacios eran importantes para que los internos pudieran con­vivir con su familia, ya que en estas capillas se llevan a cabo bodas que permiten reunir y fortalecer los lazos familiares, por lo que se con­ sidera que la presencia de estos espacios de culto ayuda a la readapta­ ción social de los internos (véase anexo 5 imágenes 3 y 4). Tienditas y teléfonos Otros espacios comunes en los que los internos interactúan constante­ mente son las tienditas y el área de teléfonos públicos. Podemos en­­ con­­trar algunas cuyos propietarios son internos que emplean a otros internos para que ambos generen recursos propios para su supervi­ vencia; venden algunos productos básicos, dulces y cigarros. Existen también las tiendas oficiales cuyos encargados son reclusos que se encuentran comisionados. Otra área importante de encuentro es la de los teléfonos públicos, se encuentra entre los pasillos, cerca de la enfermería, es aquí don­de los internos establecen contacto con el mundo exterior y el uso tele­ 68 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro fónico está controlado por ellos mismos; es el lugar desde donde se extorsiona a las personas fuera del centro. En una ocasión, durante un recorrido por “La población”, iba de regreso al CDUDT con un trabajador del Cevareso y en uno de los pasillos que da al exterior del laberinto de rejas, mi acompañante se quedó a quitar unas cartulinas que tenían una serie de números. Al llegar a su oficina le pregunté sobre el contenido de esas cartulinas y por qué las había retirado. Me comentó que eran números de cuentas bancarias que los internos suelen usar, los ponen cerca de los telé­ fonos públicos para tenerlas a la mano y poder extorsionar a la gente y pedirle que les depositen el dinero. Estos números se pueden encon­ trar en varias partes de los pasillos externos, cerca de los teléfonos públicos; parecen claves numéricas. Estos hechos se suelen denunciar, se realiza una investigación especialmente entre las redes externas del interno, regularmente los círculos familiares más cercanos —esposa y madre—, que por lo que se ha visto son quienes retiran el dinero de estas cuentas; cuando se les ubica se les sigue y, al momento de salir del banco con el dinero, se les detienen acusándolos de flagrancia. Ésta es una muestra del tipo de corrupción que suele darse en los ambientes carcelarios. El Cevareso, un centro con características específicas Finalmente, como se ha podido observar, el Centro Varonil de Rein­ serción Social (Cevareso) tiene características específicas en relación con el resto de las instituciones carcelarias del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México. Destaca su arquitectura, de tipo panóptico; su programa centrado en la atención a jóvenes primodelincuentes que provienen de distin­ tos centros penitenciarios de la Ciudad de México —Norte, Sur y Oriente—; su manera de clasificar y ubicar a los internos de acuerdo con estándares criminológicos que tienen que ver con las formas en las que los reclusos se van adaptando al sistema carcelario; por último, por su registro del comportamiento de los internos para poder de­ mostrar un cambio en la conducta que, de acuerdo con la vi­sión del Temporalidad y espacialidad en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) 69 personal que labora en el Cevareso, llevaría a la posibilidad de una reinserción social. Este programa está pensado para rescatar a los jóvenes que delin­ quen por primera vez. Aunque en el siguiente capítulo mostraré, por medio de las historias de los internos, cómo algunos tienen una carre­ ­ra delincuencial de años antes de ser detenidos por primera vez, otros ya habían estado en alguna prisión fuera del país o en alguna correc­ cional para menores infractores. Otra de las características relevantes del modelo carcelario del Cevareso es que existen dos cárceles en un mismo espacio, una deno­ minada “Oro” y otra “Diamante”. La “Diamante” es una cárcel peque­ ña de máxima seguridad, con una organización y dinámica diferentes; los internos visten de azul y pueden recibir visitas durante toda la semana, no sólo los fines de semana como en la zona “Oro”. No es fá­cil el acceso a la zona “Diamante”, pues ahí se encuentran los presos clasificados como de alta peligrosidad. Algunas personas me comenta­ ron que en esta zona se adora al diablo y a la Santa Muerte y, al igual que en la zona “Oro”, se pueden encontrar imágenes dibujadas sobre los pasillos y pequeños altares. Por último, no hay que perder de vista la organización de los espa­ cios en los que viven cotidianamente los miembros del personal del Cevareso y los internos, debido a las dinámicas de interacción que se dan en estos espacios y la práctica del culto a la Santa Muerte. Es aquí donde se configuran —limitan y propician— la movilidad de los internos y el ingreso de distintos objetos útiles para la práctica religiosa. En los siguientes capítulos se dará cuenta de cómo, bajo este tipo de circunstancias —de control—, propias de una institución total de encierro, los internos se adaptan al sistema y es en éste que ellos re­ crean el culto de la Santa Muerte, a pesar de las limitaciones que la misma institución total les impone. 70 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Notas 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 Véase Google Maps: <https://www.google.com/maps/place/Centro+Varonil+de +Reinserci%C3%B3n+Social+Santa+Martha+Acatitla/@19.3566346, -99.014266,17z/data=!4m5!3m4!1s0x85d1e2eae340a307:0x88246641d1124fc 6!8m2!3d19.3585123!4d-99.0135096>. [Fecha de consulta: 29 de mayo de 2018]. Véase Google Maps: <https://www.google.com/maps/place/Centro+Varonil+de +Reinserci%C3%B3n+Social+Santa+Martha+Acatitla/@19.3566346, -99.014266,1408m/data=!3m1!1e3!4m5!3m4!1s0x85d1e2eae340a307:0x882 46641d1124fc6!8m2!3d19.3585123!4d-99.0135096>. [Fecha de consulta: 29 de mayo de 2018]. La penitenciaria forma parte del Sistema Penitenciario del Distrito Federal. Esta fue la cárcel que sustituyó a Lecumberri a finales de los años cincuenta. Actual­ mente funciona como un centro en el cual los internos cumplen con una larga condena, a diferencia del Cevareso donde las sentencias de los internos sue­len ser más cortas y se encuentran los jóvenes primodelincuentes. Algunos familiares de los internos cuentan que las revisiones para entrar al pe­ nal son muy agresivas. En la zona de acceso conocida como “La aduana” se revisa que las personas sólo ingresen objetos permitidos por la institución. En el Cevareso, las mujeres son revisadas por policías y técnicos penitenciarios del sexo femenino, y los hombres por policías y técnicos penitenciarios del sexo masculino. Algunas personas llegan a contar que las mujeres suelen ser ultraja­ das y manoseadas por el personal de guardia y custodia, principalmente porque en algunas ocasiones suelen servir como “mulas”, es decir, que dentro de su cuerpo introducen drogas para su venta dentro de los penales. Así le nombran los internos a la comida dentro de la prisión. Foucault, 2005: 235. Goffman, 2007: 13. Ibíd: 19. Ibíd: 20. Ibíd: 21. Ibíd: 23. Entrevista con el personal del CDUDT. Payá, 2006: 28. Con el término de “rasgos de carácter” no me refiero a la personalidad del in­ terno, sino a aquellos rasgos que revelan su ética y moral. Entrevista con el personal del Cevareso. Febrero de 2015. Ibíd. Capítulo 4 Los creyentes cautivos L os testimonios de los prisioneros y exprisioneros fue lo que me permitió entender cómo se lleva a cabo la práctica del culto a la Santa Muerte en el encierro. Por medio de entrevistas, los reclu­ sos me narraron sus diversas experiencias antes de ingresar a prisión, al momento de entrar y la forma en la que se adaptaron a este con­ texto. Fue así que, mediante las historias del culto a la Santa Muerte, pude conocer las experiencias de encierro de los devotos. Este capítulo muestra cómo se vive y se convive dentro de la prisión. Para ello, presento los testimonios de los entrevistados du­ rante mi trabajo de campo; la manera en la que algunos de los inter­ nos han permanecido en una subcultura de la delincuencia; cómo pa­ saron los reclusos el proceso de entrar a prisión por vez primera —en el argot de los prisioneros a este proceso se le conoce como “el carce­ lazo” —; la forma en la que ellos habitan la prisión y cómo, al ingresar a ésta, se genera una convivencia forzada entre los propios internos; y por último, cómo esta convivencia se convierte en adaptación a las nuevas circunstancias del encierro donde actividades tales como la ali­mentación, el trabajo y la vida diaria, están enmarcadas en una di­ námica propia de las instituciones totales. La dinámica carcelaria y la forma de adaptarse a ella se pueden observar por medio de los distintos códigos que los internos van ad­ quiriendo en su vida dentro de la prisión. Tomando en cuenta lo an­ terior, se puede ver cómo aparece manifiesta la creencia de la Santa Muerte imbricada a estas vivencias de adaptación al sistema carcelario. 72 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Sobre los internos creyentes Los creyentes dentro de la prisión tienen una historia de vida que los singulariza. En este sentido es que a continuación se muestra el per­ fil de cada uno de los entrevistados; se presentan uno a uno con el fin de comprender las dinámicas en las que viven dentro y fuera del Cevareso. Para asegurar el anonimato de los dialogantes se utilizaron nombres distintos a los reales. De igual manera, se presenta el perfil de los devotos expresidiarios entrevistados durante el trabajo de campo en los altares de la Santa Muerte en Tepito. Ellos vivieron una experiencia de encierro en al­ gún momento de su vida y relatan parte de esta vivencia, así como su devoción a la Santa Muerte dentro y fuera del penal. Creyentes del Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) Noé: 22 años de edad. Se asume como transexual. Antes de entrar a prisión vivía en la delegación Tlalpan, al sur de la Ciudad de México. Cursó hasta el segundo semestre de la vocacional, es decir, su nivel de escolaridad es secundaria. Soltero, sin hijos. Está acusado de vio­ lación, secuestro y portación de armas. Es primodelincuente. Estuvo interno en el Centro Preventivo Varonil Oriente en donde perma­ ne­ció dos años y medio, después se le trasladó al Cevareso donde purgará ocho años más de encierro. Se dice ateo y sus creencias están con la Santa Muerte, el diablo y la santería. Además, a su corta edad, se considera un líder espiritual al autonombrarse co­mo brujo-sacer­ do­te; tiene protegidos y ahijados. Paredes: 22 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la delegación Venustiano Carranza. Cursó hasta sexto año de primaria. Soltero, con un hijo. Está acusado de robo a transeúnte. Estuvo inter­ no en el Centro Preventivo Varonil Norte donde permaneció tres años y un mes, posteriormente se le envió al Cevareso donde purgará seis años más. Cuenta con antecedentes penales por el delito de robo, aunque no se le demostró nada. Se asume como católico no prac­ti­ cante y su fe está con la Santa Muerte, el diablo y la santería. Los creyentes cautivos 73 Arcé: 25 años de edad. Antes de entrar a prisión residía en la de­le­ gación Iztapalapa. Cursó hasta el primer semestre de bachillerato, su nivel de escolaridad es secundaria. Soltero, sin hijos. Está acusa­do de robo calificado. Proviene del Centro Preventivo Varonil Norte don­ de estuvo un año, posteriormente fue removido al Cevareso donde cum­plirá el resto de su sentencia de cuatro años. Tiene antecedentes penales por el mismo delito y fue liberado al pagar una fianza. Se asu­ me como católico no practicante y su religiosidad se concentra en la Santa Muerte, el diablo y la santería. Leo: 25 años de edad. Antes de entrar a prisión habitaba en el muni­ ci­pio de Nezahualcóyotl, en el Estado de México, en la Zona Metro­ politana de la Ciudad de México. Cursó hasta la secundaria y está estudiando la preparatoria en el Cevareso. Soltero, tiene dos hijos. Está acusado de robo agravado. Proviene del Centro Preventivo Varo­ nil Norte donde estuvo un año y luego se le envió al Cevareso donde permanecerá un año y seis meses más. Es primodelincuente. Se asu­ me como católico y su creencia está con la Santa Muerte y con dios. Darío: 27 años de edad. Antes de entrar a prisión vivía en la delega­ ción Iztapalapa en la Ciudad de México. Cursó hasta cuarto año de primaria y en el Cevareso está por concluir la preparatoria. Soltero, sin hijos. Está acusado de robo a transeúnte. Fue internado en el Centro Preventivo Varonil Oriente por cuatro años y siete meses, y luego se le trasladó al Cevareso para concluir su condena de otros cuatro años y siete me­ses. Tiene antecedentes penales por el delito de lesiones y an­teriormente estuvo internado seis meses en el Centro Preventivo Va­ronil Norte. Se asume como ateo y su fe está con el diablo, la zara­ banda —santería— y la Santa Muerte. Fedro: 27 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la dele­ gación Venustiano Carranza, en la Ciudad de México. No concluyó la primaria. Soltero, con una hija. Está acusado de robo de auto. Fue internado en el Centro Preventivo Varonil Oriente, su sentencia fue de ocho años de los cuales lleva seis y está finalizando su pena en el Cevareso. Es primodelincuente. Se asume como católico no practi­ cante y su religiosidad está con la Santa Muerte y dios. 74 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Minos: 27 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la delegación Cuajimalpa. Sólo concluyó la secundaria. Soltero, tiene una hija.1 Está acusado de robo agravado. Fue internado en el Centro Pre­ventivo Varonil Oriente donde estuvo dos años y ocho meses, des­ pués fue enviado al Cevareso en donde compurgará cuatro años más. Es primodelincuente. Se asume como ateo y su creencia se centra en la Santa Muerte. Ismael: 28 años de edad. Antes de entrar a prisión residía en la dele­ gación Iztacalco. Sólo concluyó la primaria. Soltero, sin hijos. Está acusado de robo a transporte público. Fue internado en el Centro Pre­ ventivo Varonil Oriente donde permaneció seis años y dos meses, posteriormente se le llevó al Cevareso donde terminará su condena de cuatro años más. Es primodelincuente. Se asume como católico no practicante y su credo es hacia la Santa Muerte. Servio: 28 años de edad. Antes de entrar a prisión habitaba en la de­ legación Iztapalapa. Concluyó la secundaria. Soltero, con dos hijos. Está acusado de robo agravado. Fue internado en el Centro Preven­ tivo Varonil Oriente durante dos años y seis meses, en el Cevareso le falta compurgar cinco años y un mes. Estuvo en proceso por un delito no demostrado. Se asume como católico no practicante y su dogma es hacia la Santa Muerte, San Judas y la Virgen de Guadalupe. Toño: 30 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en el muni­ cipio de Naucalpan, en el Estado de México. Terminó la secundaria en el Cevareso. Casado, tiene una hija. Está acusado de robo. Fue interno del Centro Preventivo Varonil Norte por cinco años, pos­ teriormente se le trasladó al Cevareso donde ha estado durante un año y seis meses, al momento de la entrevista sólo le faltaba un mes para salir. Es primodelincuente. Se asume como católico y sus creen­ cias están con la Santa Muerte y con dios. Damián: 30 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en Ecatepec, en el Estado de México. Sólo concluyó la primaria. Sol­ tero, con dos hijos. Está acusado de robo calificado. Estuvo interno en el Centro Preventivo Varonil Oriente por tres años y fue removido Los creyentes cautivos 75 al Cevareso donde compurgará dos años más. Es primodelincuente. Se asume católico practicante y su religiosidad está con la Santa Muerte y dios. Fran: 31 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la dele­ gación Miguel Hidalgo, en la Ciudad de México. Concluyó la secun­ daria. Soltero, sin hijos. Está acusado de robo agravado. Fue interno del Centro Preventivo Varonil Oriente y después enviado al Ceva­ re­so, en to­tal purgará seis años. Tuvo previamente dos reincidencias por el de­lito de robo, por lo que estuvo en el Centro Preventivo Va­ro­ nil Norte y luego en el Oriente. Se asume como católico no practi­ cante y cree en la Santa Muerte y en dios. Genaro: 32 años de edad. Antes de entrar a prisión radicaba en la delegación Miguel Hidalgo. Terminó de estudiar la secundaria y en el Cevareso está concluyendo la preparatoria. Soltero, sin hijos. Está acusado de robo de auto. Fue internado en el Centro Preventivo Va­ ro­nil Oriente en donde estuvo cinco años y posteriormente se le tras­ ladó al Cevareso en donde cumple una condena de cuatro años, de los cuales sólo le resta uno. Es primodelincuente. Se asume como ca­ tólico no practicante y su devoción está con la Santa Muerte y con dios. El Gato: 33 años de edad. Antes de entrar en prisión vivía con su es­posa y su hija en la delegación Iztapalapa. Terminó de estudiar la secundaria. Está acusado de robo a una tienda departamental. Fue internado en el Centro Preventivo Varonil Oriente en donde estuvo un año y seis meses; en el Cevareso compurgará tres años y ocho me­ ses más. Estuvo en prisión en Estados Unidos de América, cubriendo una sentencia de ocho años. Se asume como católico no practicante y su religiosidad es hacia la Santa Muerte, el diablo, la Virgen de Gua­ dalupe y el Señor de Chalma. Esta información acerca de los internos2 permite tener un panorama general de los mismos. Recordemos que al Cevareso ingresan jóvenes de entre 18 y 30 años provenientes de otros centros preventivos de la Ciudad de México —Norte, Sur y Oriente—; institucional y legal­ 76 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro mente ingresan solamente primodelincuentes. Sin embargo, al re­ visar las ca­racterísticas de los entrevistados, se puede observar que si bien están en el rango de edad establecido y que proceden de los dis­ tintos centros de readaptación social de la Ciudad de México, no to­dos son primodelincuentes, muchos de ellos ya cuentan con algún an­ tecedente delictivo. Esto se debe a que muchos internos no reciben sentencia condenatoria a pesar de ser aprehendidos una, dos o hasta tres veces; de modo que se les consideran como primodelincuentes ya que serán sentenciados por primera vez. La mayoría de los internos únicamente concluyó el nivel básico de educación y pocos la secundaria. Es importante resaltar que sólo algunos han decidido seguir estudiando durante su estancia en el Cevareso. Podemos observar también que, de los 13 entrevistados (véase anexo 1), Noé es el único acusado de violación, secuestro y portación de armas; el resto se le inculpa de robo calificado, robo agravado, robo de auto, robo a transeúnte y robo a transporte público.3 En relación con las prácticas religiosas, la mayoría de los reclusos se considera católico no practicante, es decir, están bautizados, con­ firmados y la familia es la que les ha legado esa religión; sin embargo, no suelen asistir a la iglesia que se encuentra dentro del Cevareso, y cuando estaban en libertad acostumbraban ir a misa sólo cuando ha­ bía algún evento familiar o de amigos. Muchos de ellos muestran re­chazo hacia las autoridades eclesiásticas y prefieren “creer a su ma­ nera”; dicen no necesitar de la confesión “para estar bien con dios”, ellos se acercan a él “a su manera” por medio de intermediarios como la Santa Muerte, San Judas, la Virgen de Guadalupe, la santería o el diablo. Expresidiarios creyentes Se obtuvieron también algunos testimonios de devotos a la Santa Muerte que permanecieron en prisión por algún tiempo purgando alguna sentencia o por algún proceso. A continuación se presenta información relevante de cada uno de los creyentes entrevistados en contextos fuera de la cárcel. Los creyentes cautivos 77 Jesús: 45 años de edad. Radica en la delegación Venustiano Carranza. Ingresó a la edad de 36 años al Centro Preventivo Varonil Norte por seis meses, acu­sa­do de robo. Durante su estancia estuvo en la zona de ingreso, ya que no contaba con una sentencia y se mantuvo ahí du­ rante todo su proceso. Comenta que se le calificó como inocente del cargo que se le imputó —un día que iba a “dar unos rosarios” de la Santa Muerte, el taxista que lo transportó lo acusó de haberlo asalta­ do—. Antes de entrar a prisión Jesús “daba los rosarios” en el altar de la Santa Muerte ubicado en la calle de Alfarería, en Tepito; varias personas le pe­dían que lo hiciera en sus casas o en sus altares, desde entonces, empezó a tener un acercamiento a la santería y se adentró más en esa religión. Ac­tual­mente es comerciante ambulante, se de­ dica a la santería y guarda respeto por la Santa Muerte. Japo: 40 años de edad. Radica en la delegación Coyoacán. A los 21 años de­­ci­dió irse a Illinois, Estados Unidos de América, donde per­ maneció cerca de 10 años, de los cuales ocho estuvo en prisión acu­ sado de robo y portación de ar­ma. Co­men­ta que fue detenido por su calidad de migrante. En la cárcel de EUA, por medio de un paisano mexicano, conoció la devoción a la Santa Muerte. Ac­tualmente vive en la misma delegación. Desde que regresó a México co­men­zó a ir cada día primero de mes a los rosarios de la Santa Muerte en Tepito. Actualmente se dedica a trabajar como chef. César: 29 años de edad. Radica en la delegación Iztapalapa. Vive en unión libre, tiene cinco hijos con la que fue su esposa. No concluyó la secundaría. Estuvo sólo unas semanas en el Centro Preventivo Varo­ nil Norte ya que fue acusa­do de robo, pero no se le pudo demostrar nada. Conoció a la Santa Muerte en las calles. Actualmente se dedica al comercio en el metro —vagonero—. Asis­te con regularidad al altar de Alfarería, en Tepito, los días primero de cada mes. Se considera católico no practicante. 78 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Deriva, carcelazo y adaptación Por medio de las entrevistas me fue posible reconfigurar momentos clave en la trayectoria biográfica de los internos antes, durante y des­ pués de estar en la cárcel. Esas vivencias van acompañadas por la religiosidad hacia la Santa Muerte, por lo que a continuación pre­ sento la forma en la que los internos viven la dinámica del Cevareso teniendo siempre presente su fe. Para esto, decidí dividir los relatos en al menos tres momentos es­ pecíficos: 1) “La deriva”, en la cual se abordan las narraciones de los internos que cuentan sus vivencias en la calle antes de ser detenidos, así como la forma en la que la Santa Muerte se les manifestó. 2) “El carcelazo”, el momento en el que los reclusos viven su detención y encierro. 3) “La adaptación”, el modo en el que los presos conocen la forma de vida en la prisión, adoptan códigos, adquieren poder, buscan respeto, generan dinero y mantienen relaciones amorosas con perso­ nas externas. La deriva Al entrar en la prisión, los reclusos comienzan un proceso de clasifica­ ción. En el caso de los internos del Cevareso, cuando son nuevos, se les conoce como “las remesas”, es decir, jóvenes que provienen de los distintos centros preventivos de la Ciudad de México, se les clasifi­ ca de acuerdo con su perfil y con base en éste se les ubica en el área de los dormitorios. Para la elaboración de estos perfiles se considera si son primodelincuentes o si tienen antecedentes penales. La mayoría de los entrevistados no eran primodelincuentes, al­ gunos ya tenían algún antecedente delictivo, y aunque no hubieran recibido sentencia condenatoria, al menos ya habían vivido un pro­ ceso penal. Uno de los funcionarios administrativos del Cevareso me explicó: Aquí, acuérdate, jurídicamente es primodelincuente porque es la primera vez que tiene un expediente, hay una detención, pero esto no quiere decir que era la primera vez que delinquía. Un primodelincuente, así, tal cual, lo distingues de Los creyentes cautivos 79 inmediato porque es aquél que llega así […] que todo esto le impresiona, y no sabe cómo manejarlo y los demás abusan de eso. Esto es jurídicamente. Hay otra cuestión, que criminológicamente no es primodelincuente porque no es la pri­ mera vez que comete el acto delictivo.4 Lo anterior me hizo reflexionar acerca del contexto social en el que vivían los internos antes de entrar a prisión. Muchos de ellos no con­ taban con un empleo formal, otros ingerían drogas y otros tenían al­ gún familiar en prisión. La mayoría con una formación educativa mínima. En algunos casos la actividad principal era el robo, la extor­ sión o el comercio. Algunos manifestaron que toda su vida “se la han pasado encerrados”, ya sea en una correccional o en algún progra­ ma para internos que quieren dejar las adicciones, incluso afirman ha­­ber pasado de cárcel en cárcel. Varios mencionaron que era la pri­ mera vez que delinquían, otros que fueron detenidos no precisamente por su primer delito. Muchos de los presos han experimentado momentos de riesgo en los que su fe por la Santa Muerte ha estado presente, lo que quiere decir que ya eran devotos desde que estaban en la calle; en otros ca­ sos conocieron a la Santa Muerte durante su proceso penal y al salir ya la tenían como un referente religioso; hay quienes comentan que fue la Santa Muerte quien los regresó a la prisión. Es importante men­ cionar también que los internos no se asumen a sí mismos como cri­ minales, para ellos, el delinquir es una forma de subsistencia. Desde jóvenes han vivido en contextos donde prevalece la delincuencia; han aprendido códigos, actividades de riesgo, es decir, han sociali­ zado en una subcultura de la delincuencia y, en algunos casos, a su ingreso al Cevareso ya cuentan con una carrera social delictiva. Para algunos autores, como David Matza5 hay jóvenes que se en­ cuentran inmersos en la subcultura de la delincuencia, ya que existen códigos delictivos que son aprendidos entre su grupo de pares o en el lugar que viven. Pero así como existen estos códigos delictivos, tam­ bién hay un marco legal que establece lo que está permitido frente a lo que está prohibido. Desde la perspectiva de Matza, la delincuencia es “después de todo, un estatus legal, no una persona que siempre vio­ ­la las leyes. Un delincuente es un joven que, en términos relativos, justifica más esa apelación legal, que otro que es menos delincuente 80 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro que él o que no [lo] es en absoluto”.6 Es decir, al ser la delincuencia un estatus, los delincuentes son actores que juegan ese rol, lo que im­plica que el delincuente tenga claras las actividades convencio­ nales a su estatus y se mueva dentro de éstas. Matza propone un concepto que denomina “la deriva”. Para este autor, el delincuente es un actor que no está obligado ni comprome­ tido a cometer sus actos, pero tampoco es libre de elegirlos, por eso es que la deriva define un estado que: se encuentra a la mitad del ca­mi­no, entre la libertad y el control. Su base es un área de la estructura social donde el control es más laxo y se acopla con la frus­ tración del emprendimiento adolescente de organizar una subcultura autónoma —y por ende, una fuente de control independiente—, en torno al ac­cionar ile­­gal. El delincuente existe de manera transitoria en un limbo situado entre la convención y el crimen.7 Los delincuentes se encuentran muchas veces en la deriva, es decir, entre la acción criminal o delictiva y la acción convencional. La de­ riva es un proceso gradual que muchas veces suele ser imperceptible para el actor, e in­­cluso en las primeras etapas puede manifestarse en situaciones accidentales o impredecibles, lo que permite entender que muchos de los delincuentes juveniles derivantes pueden o no con­ ­vertirse en cri­minales adultos. Es importante subrayar que, para que un actor forme parte de la deriva, tiene que estar inmerso en la subcultura de la delincuencia, a la que Matza caracteriza de la manera siguiente: 1) La subcultura de la delincuencia es un marco o ámbito dentro del cual la perpetración de un delito es un conocimiento común en un grupo. 2) En la subcul­ tura de la delincuencia los actos delictivos requieren participación colectiva. 3) Hay un nivel estándar de aprendizaje, por lo regular se buscan referencias de estatus y reputación dentro del grupo delictivo. 4) Los miembros de la subcultura de la delincuencia deben quebran­ tar las leyes, no por definición, sino como respuesta a la hipótesis de que la suya es una subcultura delictiva. 5) Los valores y normas implí­ citos en la subcultura de la delincuencia se apartan de alguna mane­ ra de las tradiciones convencionales. En general, el autor sostiene que “la subcultura tiene dos mentalidades respecto de la delincuencia: Los creyentes cautivos 81 una permite a sus integrantes comportarse y así obtener prestigio; la otra revela el impacto de los preceptos convencionales”.8 Basándose en los supuestos anteriores se mostrará cómo la mayo­ ría de los creyentes entrevistados se iniciaron en una subcultura de la delincuencia siendo muy jóvenes, ya que antes de ingresar a prisión se dedicaban a robar, extorsionar y vender droga. Si bien no es el mis­ mo tipo de delincuencia la que vio Matza en los años sesenta —cuan­ do estableció los parámetros de la subcultura de la delincuencia—, algunos de sus preceptos siguen vigentes, por ejemplo: la manera en la que muchos integrantes de la subcultura delictiva buscan el pres­ tigio o el respeto9 mediante actividades delictivas y riesgosas; la parti­cipación colectiva en actividades delictivas es muy frecuente; y la manera en la que muchos jóvenes se ven inmersos en esta subcul­ tura sin darse cuenta y la viven como algo normal. Incluso, a muchos de ellos no les cuesta trabajo adaptarse al encierro, pues las situacio­ nes de violencia que pueden vivir ahí adentro ya las han vivido fuera; muchos de ellos ya conocen los códigos delictivos desde la calle. Finalmente, con base en esta visión teórica, se puede entender me­jor cómo es que las historias de los internos entrevistados para esta investigación dan cuenta de su inmersión en la subcultura de la delincuencia debido a las actividades a las que se dedicaban. Es decir, no se volvieron delincuentes de un momento a otro, sino que tuvieron que pasar por procesos sociales que los condujeron, desde un punto de vista normativo, a una “carrera del desviado”.10 Los delincuentes no se forman solos, sino que pasan por varios procesos que los llevan a cometer actos delictivos. Es importante resaltar que no sólo se de­ ben tomar en cuenta las circunstancias sociales, sino también la in­ tención individual; es ahí cuando ya se puede notar qué tan in­vo­ lucrado está un joven en la subcultura delincuencial, ya que “cometer un acto prohibido por la ley no es en sí, todavía, un crimen. El cri­men está compuesto de dos elementos: uno material y el otro men­tal […] Para que el acto prohibido sea criminal, debe agregarse un elemento faltante. Para la ley, ese elemento faltante se llama ‘intención’ ”.11 Así, hay una carrera delictiva de la cual los jóvenes van formando parte, pero también un grado de intencionalidad con el que ellos sue­ len cometer sus actos, es decir, se encuentran en la deriva y es aquí cuando la religiosidad se hace presente. Esto muestra la situación so­ 82 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro cial por la que pasan los jóvenes delincuentes, así como la manera en la que buscan una protección simbólica ante el riesgo que corren —cir­ cunstancial o intencionalmente—. Ellos aprenden códigos de religio­ sidad y la forma en la que pueden utilizar dicha religiosidad para sus actividades ilícitas. En la subcultura de la delincuencia hay códigos que se aprenden, acciones que sirven para mostrar orgullo o ganarse el respeto de otros; es por medio de esta subcultura que se pueden crear, conocer y trans­ mitir códigos de religiosidad y, por lo tanto, la manera en la que se deben utilizar las figuras religiosas en el momento de realizar un acto ilícito. Es decir, de la subcultura de la delincuencia se pueden derivar formas de llevar a cabo una religiosidad; por ejemplo, algunos in­ ternos mencionaron que ya conocían a la Santa Muerte y que se les manifestó en sueños o durante el acto delictivo. Conocí a La Madrina desde que estaba en la calle Muchos de los internos entrevistados, creyentes de la Santa Muerte, conocieron el culto desde que eran niños o jóvenes y solían asistir a los altares cercanos a su casa o iban a Tepito a visitar el altar que se en­ cuentra en la calle de Alfarería. Antes de ser detenidos y permanecer en el encierro, ya vivían la subcultura de la delincuencia; se dedicaban a robar, a la venta y consumo de droga, a la extorsión y solían estar la mayor parte de su tiempo en la calle con su grupo de amigos. En este contexto, regularmente recurrían a la Santa Muerte para buscar pro­ tección debido a los riesgos que corrían, incluso, ellos relatan que tu­vieron manifestaciones de la Niña Blanca durante sus sueños, o bien, se les hacía presente en distintas formas durante algún even­ to peligroso con el fin de protegerlos. En el relato de Paredes se puede observar la manera en la que él conoció a la Santa Muerte, fue en su casa durante la adolescencia; su papá tenía un altar. Cuenta que desde esa etapa de su vida comenzó a estar en las calles y a consumir drogas. Me inicie en la devoción por mi papá, él era devoto. En nuestra casa haz de cuen­ta que también tenía su altar; era un cuadro de hilado, se llama así el tra­ bajo, con clavitos, y la hacen así, hilados con los hilos, estaba bonita ¿no? Yo Los creyentes cautivos 83 veía que le ponía su manzana, su veladora blanca, su vaso de agua, pancito y le pedía, pero yo lo veía y no sabía que era realmente y siempre me le quedaba yo viendo y como que atraía algo, yo la veía y como que me atraía algo, nunca le tomé importancia, ya hasta que cumplí como los 13, y que ya empecé a andar en la calle, andaba de pata de perro, empecé a conocer las drogas y recuerdo que cuando yo empecé a pedir, yo llegué, me acerqué, hablé supuestamente con ella y fue cuando… estaba enfrente de mi... Haz de cuenta que de donde yo vi­vo, como a cuatro cuadras, hay un altarcito en una casa, y esa vez yo andaba dro­gán­dome y me le quedaba viendo mucho a la imagen y pues supuestamente yo le pedí, yo no sabía muy bien de ella, me puse a platicar: “No sé muy bien de ti, pero quiero que me cuides, cuides a mi mamá y cuides a mis hermanos”. Y pues ya empezaron las promesas. Paredes se dedicaba al robo de cadenas. Un día decidió ir a Tepito a com­prar algunas cosas y le robó una cadena a un joven, se la arrancó del cuello. Cuando se dio cuenta que la cadena traía un dije de la San­ ta Muerte, se asustó, ya que no robaba cadenas con la figura de La Flaquita. Esto le creó angustia porque pensó que ella lo castigaría. Ése fue justo el día que lo detuvieron y entró a la prisión. Ira, te voy a platicar, es algo igual, relacionado con la Santa Muerte. Haz de cuenta que yo sí me dedico a robar ¿no?, yo la hacía ahí en Tepito, pues ahí en Tepito se puso mucho de moda el robo de cadenas. Ahora sí que “requintazo”, de que llegan varias gentes de dos tres colonias, ahí al Centro, y llegan a com­ prar, y esa ocasión fue un… 16 de septiembre, todavía el 15 de septiembre nos fui­mos a robar y nos trajimos como cuatro cadenas, esa vez coronamos como con 40 000 pesos, como cuatro cadenas fuimos a vender; ya traíamos co­mo 40 000 pesos, ya nos dividimos entre dos: veinte y veinte. Y este… esa misma noche, pues nos vamos a cotorrear mi “causa” y yo, mi pareja de robo ¿no? Nos lle­ vamos a nuestras novias, nos compramos ese día una motoneta, de hecho, traíamos una motoneta y ya ¿no?, pasan, nos cotorreamos y al día siguiente que va mi “causa” en la motoneta y me va a buscar: “¿Qué pasó carnal?, ¿qué hay que hacer?” “No, pues tú dime”. “Vamos a comprar unas playeras, vamos a Te­ pito”. “Sí”. Íbamos por..., otra vez, ahora sí que a la boca del lobo, voy, me meto y ¿qué?, iba un chavo caminando, lo veo que va caminando, y va ahora sí que pura ten­ tación, porque era una cadenota, ¿no?, traíamos dinero, pero ahora sí que yo lo vi, ¿no? Y qué, pero nunca vi que él estaba haciendo esto [moviendo la ca­ de­na], así ¿no? Entonces me pongo al lado de un puestecito, ponle que a esta orilla, y va pasando, y ¡fum!, se la arrebato, y al momento de arrebatársela no veo, me sigo corriendo, ya hasta que la abro y cuando la abro venía la imagen de La Madrina. Quién sabe dónde quedó esa Madrina. Venía la imagen de una 84 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Santa Muerte, la agarro y así como la veo le digo: “Ay mamita linda, per­dó­na­ me”. Yo de hecho, tú podrás tener una cadenota, puede ser la más cara, pero si trae la imagen, yo no te la quito ¿eh? No te la quito, así te vea bien dado, traigo el tubo [una pistola], no te la quito, no soy capaz de quitártela. Y te platico que esa vez que agarré, se la había quitado y no, pues cuando me doy cuenta busqué, pero de este lado traía otra cadena, sigo corriendo y mi “causa” se pierde, pero ya sabíamos dónde quedarnos de ver. Entonces cuando yo llego ya estaba ahí, iba caminando y dije: “Chale, perdóname, acá, disculpa, no creas que... ay no, a ver que pedo”. Y ya me la guardo y me la quedo, la llevo con mi “causa” y… “¿Qué pasó carnal?” “No, pues nada”. Ya le saco y traía una chapa, saco la chapa, chapa de oro. “No, pues vamos a probarla”. Ya vamos lle­gamos, le avientan los ácidos y no era. “Chale carnal”. “No, no hay pedo”. Nos vamos, y mi “causa” vio otra sobre el camino y que me dice: “No, pues ésa”. “Va, vamos” Y que haz de cuenta que agarro y se la cruza, llego y se la jalo, y nos metemos ahí donde nos lo compraban. Nos dan 15 000 pesos y nos salimos, fuimos a comprar unas playeras, unos tenis, ya veníamos con las bol­sas, pasamos a comprar droga, unas bolsas de mariguana, pipas para estar dro­gán­ donos, y qué, ya íbamos... Yo vivo en la colonia Moctezuma, segunda sección. Ya veníamos en la motoneta y de repente se nos aparece la patrulla: “A ver moto­ neta negra, oríllate a la orilla”. Traíamos la droga, los papeles no los traíamos, y me dice mi “causa”: “Vámonos”. No, pues se sigue, fue suerte, bueno, un poco de suerte porque no nos agarraron luego luego. Haz de cuenta que nos metemos a una de sentido contrario y nos sale un camionsote, no, pues se para la patrulla y el otro: “pa… pa… muévete, muévete”. No, pues le ganamos una cuadra, pero en la siguiente cuadra que ya estaba la otra patrulla, ya venía la otra: “Motoneta negra, oríllate”. Y haz de cuenta que se nos ocurre meternos en una vecindad que de esas que siempre está abierto, de esas vecindades que todos los días está abierto, y ese día nos tocó cerrado. Llegamos y empujamos y estaba cerrado. Pues ya, así como nos bajamos, ya estaba la patrulla: “A ver, una revisión de rutina”. Llega la otra patrulla: “No, que sí, la revisión de rutina, muéstrame tus papeles”. “No, pues no los tengo”. Te digo que llega la patrulla y ya se baja una chava y un chavo: “No, sí son los que nos robaron”. Y luego luego por mi mente pasó: “Esto es castigo, me está castigando”. Y luego luego, me puse a pen­ sar: “No, ahora sí que ya me aventaron —como aquí lo decimos— la “cha­ natera”, ya me aventó todo el vaho malo. Yo siento que a la chava con la que venía…, eran una chava y un chavo, pero los dos traían las cadenas, la chava traía su cadena igual con una Madrina, pero el chavo yo no le vi su cadena que traía él. Dije, no, pues te digo que los guardo y ya cuando nos están re­vi­ sando saco la cadena, los como 8 000 o 9 000 pesos que traíamos, saco el di­ne­ ro, los muestro… a la chava esa que supuestamente robamos traía 300 pesos, un celular, y yo le muestro la cantidad que traíamos, no, pues ellos dijeron que no, que en qué trabajábamos y nosotros les dijimos que trabajamos de comer­ ciantes en Tepito, no, pues no nos creyó. Y no te creas, hasta ahora yo digo que me castigó La Madrina. Los creyentes cautivos 85 El amigo de Paredes ya no quería regresar al encierro, pues tenía po­ cas semanas de haber salido de la correccional. Cuando los estaban subiendo a la patrulla llegó el hermano del amigo y lo subieron tam­ bién. Después, el amigo logró escaparse y ni a él ni a su hermano los encarcelaron por ser menores de edad. El amigo de Paredes continúo robando y actualmente se encuentra internado en la penitenciaria. Este relato muestra cómo se aprenden distintos códigos dentro de la subcultura de la delincuencia; por ejemplo: el hecho de robar las cadenas y después “coronar” su robo vendiéndolas para obtener di­ne­ ro; así como la manera en que se aprende y afirma que la Santa Muerte tiene muchos devotos delincuentes, ya que los protege y los ayuda en sus actividades. Yo le pido: “Voy a robar una joyería. Madrinita ayúdame. Que todo salga bien. Que no la caguemos. Y te prometo que te voy a ofrendar. Pero que todo salga bien y que no me agarren”. Y ya vas, te persignas y todo. Paredes está convencido de que La Madrina, como la llama, lo cas­­ ti­gó por robarse una cadena con su imagen. Paredes es un claro ejem­ plo del ambiente de la deriva por el que muchos de los devotos en prisión han pasado. Otro ejemplo es el de Ismael que por medio de sus tíos conoció a la Santa Muerte durante la adolescencia, ellos pusieron un altar en su casa después de salir de la cárcel. Yo creo en la Santa Muerte desde que salió mi tío del [reclusorio] Sur. No re­ cuerdo, todavía estaba morro, tenía unos catorce, quince. Ya la había visto, pero no, no le había tomado mucha atención hasta que él salió. Me empezó a inte­ re­sar porque él empezaba a tener su Madrina en mi casa, y pues le puso su nicho, su nicho es su altar. Pues luego yo lo… yo le ayudaba a acomodarlo, a limpiarlo. Y pues yo le empezaba a hacer preguntas porque creía en ella. Y él me explicaba que pues lo cuidaba y más en el lugar donde estaba, pues lo cuidaba, estaba en el Sur. Varios de los familiares de Ismael se encontraban en situación de en­ cierro, su devoción hacia la Santa Muerte aumentó cuando le pidió a La Flaquita que sacara a uno de sus hermanos de la correccional. Se sintió identificado con esta fe por considerarla poco aceptada por la sociedad, como es su caso, ya que él se siente también poco aceptado. 86 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Yo, de más morro, pues siempre me late ir en contra de todo, ¿no?, y pues yo, veía que la Santa no era muy aceptada ante la sociedad. Me decía yo entonces, pues de cierto modo así me sentía, ¿no?, no era muy bien visto en la sociedad. Y pues yo lo tomaba como algo en común conmigo, o sea, como comprensión, se podría decir, ¿no? Y sí, porque pues había momentos en los que yo me ponía a hablar con ella. Y yo la veía tanto, así como si me estuviera escuchando. Empecé a pe­ dirle favores como que sacara a mi carnal del Consejo. Ismael dice que siempre le gustó andar en la calle con los amigos y que varias veces la Santa Muerte le ayudó para que no se lo llevaran a los separos. La Santa Muerte me ha hecho paros, me bajó dos tres veces de la patrulla. Ya tiene años, varea, yo creo dos o tres ocasiones. En una ocasión nos agarra­ron con mercancía, bueno, nos agarraron con droga, con piedra, perico, mota, acei­ te, íbamos a un rave, pues íbamos cargaditos. Ese día le pedí, y pues sí, mi “vale” también le pidió, y qué, nada más fue cuestión de 10 minutos que lle­garon por él: “A ver quién está... tú ya te vas”. Y teniendo la bronca ahí, ahora sí que teniendo la bronca nos dieron la viada. Ismael asegura que después de salvarse de varios arrestos lo detuvie­ ron un día y le encontraron una mochila con carteras que, según él, no había robado. Ismael creció en una familia donde sus parientes más cercanos —tío y hermano— estaban en la cárcel, por lo que desde muy joven se desenvolvió en un ambiente familiar en donde al me­ nos tuvo conocimiento de la vida carcelaria. Desde entonces conoció la devoción a la Santa Muerte que, según dice, lo protegió en diver­ sas actividades ilícitas; muestra de las situaciones de la deriva. Arce también conoció a la Santa Muerte desde muy joven, co­ menta que tenía muchos familiares cercanos que creían en ella. Empecé a creer en ella desde los 11 años, ahora sí que el culto viene desde la calle. ¿Por qué? Porque mi mamá, toda mi familia, cree en la Santa Muerte. To­dos me lo fundamentaron, ahora sí que todos creen en ella, ¿no?, pues es mi­lagrosa, te cumple tus milagros. Como la trates, ella te va a tratar. ¿Por qué? Porque también en el altar pones veladoras, necesitas ponerle de comer, viene de muchas cosas, también ellos necesitan comer, como los muertos, como el dia­ blo, necesitan comer, se les ponen sus ofrendas... Me empecé en la devoción a los 11 años, ahora sí que fue todo por un sueño, yo la empezaba a soñar y le pre­ gunté a mi papá, y él me dijo: “No, pues es que ella te quiere proteger de dos Los creyentes cautivos 87 tres cosas malas”. Así, a esa edad, empecé a creer en ella, por eso mismo, por el sueño. Y ya de ahí, dos tres milagros que han pasado en mi vida, ¿no?, en el tiem­po que llevo viviendo han pasado muchas cosas, ¿no? Arcé afirmó su fe hacia la Santa Muerte cuando regresó a prisión; le había prometido cosas cuando salió de la cárcel por primera vez y, dice, que como no se las cumplió, regresó a prisión. La primera vez que salí de la cárcel —del Oriente—, yo le dije que si me sacaba yo iba a ir a darle gracias a su iglesia, ahí en la Morelos. Y que le iba a llevar unas veladoras. Y me la iba a tatuar, traerla en mí. Y pues de ahí, ahora sí que… ahora sí que siento que fue por eso que otra vez regresé a la cárcel. ¿Cómo te diré? Hubo cosas que sí hice, cosas de lo que yo le prometí, si lo hice, y cosas que no. O sea, que ahora sí que se me regresó, porque entré un primero de junio —es el día que se festeja a la Santa Muerte, cada primero de mes—. No le fui a dar gracias hasta allá, hasta la iglesia, le puse en mi altar de la casa sus ve­ ladoras, lo que lleva, ahora sí que le di las gracias pero en mi casa, no en su iglesia, como le había prometido. Me regresó a la cárcel para cumplir. Arcé cuenta que la Santa Muerte lo protegía cuando él salía a robar, por lo que considera que ella es una figura muy milagrosa. Estas afir­ maciones permiten observar cómo muchos de los internos antes de ser aprehendidos se encontraban en la deriva. Te digo que se me ha aparecido en sueños, o sea, como la primera vez. Unos años atrás, antes de que yo llegara a la cárcel, pues íbamos a ir a robar, se me apreció y me puso todo lo que iba a pasar y al otro día se los dije a mis amigos: “No hay que ir y acá” “¿Por qué?” “¿Qué?” “La soñé así de blanco, ella iba flotando, yo iba atrás de ella, me iba enseñando por dónde íbamos a ir, qué íbamos a robar y todo, pero nos van a agarrar”. “No, tú estás loco”… y que quien sabe qué. Así como nos fuimos, ¡pum!, que nos atoran, pero en esos instantes, pero como yo ya iba con otra noción de que ella me había dado el camino, y yo gané, ¡pum!, me desaparecí y a ellos los agarraron. Una constante en las historias de los devotos internos es la narra­ ción de protección de la Santa Muerte en situación de ries­go. Otro ejemplo es el de Fedro quien conoció a La Flaquita desde la calle, pero afirmó su fe cuando entró a la cárcel. Él cuenta que, en la calle, la Santa Muerte lo salvó varias veces de distintos peligros. 88 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro En la calle era un poquito “cábula”. Una vez me querían matar y se me apareció ella. Desde ahí empecé a creer más en ella. Haz de cuenta que yo voy caminan­ do sobre la calle y, precisamente, donde paso, en un lugar donde había funerales, exactamente ahí, se va la luz. Se va la luz, sigo caminando, y pasa una sombra grande con una túnica y veo que es ella y, exactamente, cuando pasa, regresa la luz. Y haga de cuenta que así en cuanto se prende la luz, llega una camioneta y me querían subir, ¿ves? Me querían subir, me querían hacer la maldad, o sea, que me estaba avisando. Yo lo veo así, que me estaba avisando. Darío es otro de los internos que conoció a la Santa Muerte desde que era niño. Recuerda el momento en el que la Niña Blanca se le presentó, fue después de sentir una gran impotencia al ver a su pa­ drastro borracho golpear a su madre. Empecé a creer en la Santa Muerte a los ocho años. No viví una vida muy buena, mi padrastro tomaba mucho, le pegaba a mi mamá, entonces era un coraje, un resentimiento al no poder hacer nada de ver cómo la maltrataba. Entonces me acuerdo que iba a la escuela y vi… me encontré un dije de la San­ ta Muerte, lo recogí y me le quedé viendo. Y pues haz de cuenta como si hu­ biese sido mi amiga. Mucha gente me decía: “Estás loco”. No, no estoy loco, sé que me escucha, que existe y en sueños la vi. Entonces muchas se comunican así en sueños, o no sé, a base de movimientos, son muchas cosas, es algo in­creí­ ble. Entonces más que nada aquí todo es de fe. Darío comenta que él vivió la mayor parte de su juventud en la calle, con un grupo de amigos con los que hacía cualquier cosa para vivir. Algunas veces lo detuvieron los policías en la calle y también vi­ vió situaciones de riesgo donde la Santa Muerte lo protegió. Una vez me iban a matar. Mira, yo era un chavo que andaba de revoltoso en la ca­lle, como todos, llegamos a la edad de que... Haz de cuenta que una vez íba­ mos, estábamos tomando, íbamos caminando y entonces empezamos a agredir a otro chavo —siempre conflictivos—. Entonces, haz de cuenta que se echan a correr, pero yo me quedo, me alcanzan, y me empiezan a parar una mega arras­ triza y entonces escucho cómo dice un “cábula”: “Jálalo, tráetelo al callejón, va­ mos a matarlo”. Saca la pistola y entonces cuando hace esto [ruido y mo­vi­mien­ to de cortar cartucho], cuando corta cartucho, se me queda viendo y empieza a hacerse para atrás y se hecha a correr. Entonces nos quedamos de ¿qué onda? Se echa a correr y entonces, cuando todos se van, como por arte de magia, me dejan. Al lado mío estaba mi dije de la Muerte… estaba mi dije. Había una persona que creía más, y le dije: “Así, asado”. Y me dijo: “La Muerte te protege, Los creyentes cautivos 89 la Muerte está contigo… Mucha gente puede ver tu ser, realmente podemos decir que es un vehículo nuestro cuerpo, un templo para que se puedan mani­ festar muchas cosas”. De ahí creció más mi devoción. Y créeme que ya mucha gente me se­ guía. Me seguía, llegamos a ser un grupo de 15 personas que adorábamos a la Muer­te, después de ahí me empezaron a seguir, y me decían: “Mira, tengo este proble­ma”. Teníamos una Muerte grandototota, medía 1.98 y con los brazos abiertos, en una casa. En un cuarto así como éste teníamos esa figura, y más fi­ guras re­pre­sentativas. Otro caso de los jóvenes internos que da cuenta de esta situación de la deriva en la que muchos de ellos han adquirido o han acrecenta­ do su fe en la Santa Muerte, es el caso de Minos, cuenta que cuando tenía 10 años de edad lo protegió la Niña Blanca en una ocasión que hubo una balacera en la que murieron algunos de sus familiares. Creo en la Santa Muerte desde chico, tenía como 10 años, a mí se me aparecía en mis sueños. Yo la vi en mis sueños y le comenté a mi mamá, y comenzamos a investigar y todo eso. Varios le decían: “Cómprale un atrapa sueños, le están haciendo algo malo”. Mamá lo compró y seguía pasando lo mismo, y una vez, así, estoy durmiendo, y sueño que entra alguien en mi recámara, una mujer muy hermosa, vestida de negro, y entra, y me dice: “Yo a ti te tengo otros planes”. Y yo de niño no sabía qué hacer, me despertaba y me puse a llorar y le dije a mi mamá que vino alguien y dijo esto y esto. Dice mi mamá: “A lo mejor es tu abue­ lita”. No creo que fuera mi abuela. Pasó el tiempo, dejé de soñar eso y un día quién sabe cómo, estábamos en una fiesta, todavía tenía 10 años, y hubo una balacera. Y pues mi familia empezó a correr, seguí a mis tíos. Pero antes de lle­ gar a la esquina, una mujer se me para enfrente y me dice: “No, tú sigue tu cami­no por otro lado”. Pero me quería ir por donde se habían ido mis tíos, y no, agarré la otra dirección. Llego a mi casa y al día siguiente nos enteramos que habían fallecido dos familiares y un amigo. Encontré un caso más entre las narraciones de los internos con ex­ periencias de estar entre la deriva y el riesgo; es el de César, que también conoció desde niño la devoción a la Santa Muerte por me­ dio de su familia, y de la misma manera cuenta que lo protegió en momentos complicados durante su actividad delictiva. Pues yo empiezo a saber de la Santa Muerte por mi familia, por mi mamá, mis tíos, todos creían, más bien, eran devotos. Bueno, son. Bueno, mi tío no, en paz descanse, pero mi mamá sí, sí sigue. Casi todos mis tíos, casi toda mi familia. 90 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Llegué a pedirle favores, y sí. Pues es que yo andaba en problemas grandes ¿no?, vendía droga y fue una vez de… de que todos los negocios me salieran bien. Nunca me pasó nada. Las veces que me llegó a agarrar la policía, pues sí, le pe­­día a ella y me soltaban, me dejaban ir… el secuestro de un hermano, tam­bién le pedí mucho a ella y sí me lo regresaron con vida, golpeado, pero con vida. Le rezaba y le pedía, bueno, primero, antes que nada, primeramente dios, y ya luego le pedía a ella: “En el nombre de dios, Flaquita, ayúdame a salir de esto”. Por medio de los testimonios es posible observar cómo algunos de los entrevistados, antes de entrar a la prisión, se encontraban en situacio­ nes familiares y sociales vulnerables o de riesgo, por las que se vieron orillados a vivir en la calle, o bien, previamente comenzaron sus ac­ tividades ilícitas como robo o venta de droga. Se puede ver también que la socialización primaria se desarrolló en el ámbito de una subcul­ tura delincuencial a la que se fueron integrando. Por último, podemos advertir cómo su fe en la Santa Muerte está presente en el desarrollo de sus actividades —muchos de ellos narraron que la Niña Blanca los previno de algún riesgo próximo o les ayudó para que no los detuvie­ ran; otros reafirmaron su fe hacia ella a partir de lo que consideran un castigo que ella les dio por no cumplir sus promesas—. Es interesante analizar que dentro de los códigos que aprende es­te grupo de devotos que crecieron en una subcultura delincuencial, se encuentra la religiosidad, la cual es utilizada para protegerse de los riesgos constantes a los que se enfrentan. En estos casos se remarcó el uso de la creencia en la Santa Muerte durante las experiencias delic­ tivas, pero no se debe dejar de mencionar que quizás ellos pudieron recurrir a otras figuras sagradas, lo cual no mencionaron a pesar de que muchos de ellos afirman ser católicos o creer en otros santos. Pareciera que la ambigüedad de la Santa Muerte —buena y mala a la vez—, por su cualidad de ser una santa trasgresora, se refleja en gran parte de estos relatos, por lo que se puede observar cómo, para al­gunos sectores de la sociedad, son útiles figuras sagradas como la de La Flaquita. Los creyentes cautivos 91 El carcelazo Mientras esperaba en el CDUDT a uno de los internos para entrevis­ tarlo, entró un joven de aproximadamente 22 años para hablar con el encargado de la oficina a quien le pidió que lo cambiara de estan­ cia, ya que su compañero de celda lo trataba mal; el joven, quien recién había llegado al Cevareso, comentó que, entre otras cosas, lo levanta­ba a las 5 de la mañana. Mientras el interno hablaba se le iba quebran­do la voz; decía las cosas con cierto nerviosismo y con lágri­ mas en los ojos. El encargado le preguntó: “¿Qué más pasó?”. El mu­ chacho no dijo nada y soltó en llanto. “¿Ya te pego?”, le preguntó el encargado. Y con voz nerviosa le dijo que no, que solamente no lo de­jaba salir porque se tenía que quedar a cuidar la estancia; le ad­ virtió que si se le perdía algo “se lo iba a madrear”. El encargado le solicitó más información acerca del otro interno: nombre y número de celda. La respuesta del encargado fue la siguiente: “Mire joven, de entrada, las celdas no son propiedad de nadie, y bueno… vamos a ver qué hacemos, pida el cambio por escrito y ya lo vemos”. El chico fue a escribir su petición de cambio y entonces el en­ cargado se dirigió hacia mí y me dijo que seguramente ya lo habían golpeado, ya que era de la remesa,12 estaba recién llegado, y que los internos con más antigüedad suelen ser abusivos con los nuevos. El encargado decidió que no iba a hacer nada en ese momento porque en­ tonces sí le iba a ir “como en feria” a ese muchacho. Detecté cierta impotencia y desesperación en el joven, lo cual me hizo reflexionar acerca de cómo viven los internos el momento de entrar a prisión y de qué forma la religiosidad a la Santa Muerte está presente. Al momento que representa el paso de vivir en la calle a vivir en una prisión se le conoce como “el carcelazo”, término manejado en el argot de los internos que significa: “Meter en prisión; depresión mo­ ral por estar encarcelado. Esto lo origina, entre otras causas, la soledad, misma que provoca desesperación que puede generar el deseo de sui­ cidarse”.13 Es la entrada a la institución total y sus dinámicas, “es la forma en la que un ciudadano pasa a ser un interno, porque comien­ za un aprendizaje de la supervivencia, es cuando el interno va ad­qui­ 92 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro rien­do la habilidad para descifrar intenciones o reconocer las emo­ ciones”14 que se dan dentro de la prisión. En términos de Goffman, el carcelazo es la mortificación y mu­ tilación del yo, ya que al entrar a una institución total el interno se incapacita temporalmente para encarar ciertos aspectos de la vida diaria en el exterior, lo que crea una tensión muy particular entre el mundo habitual y el institucional; el sociólogo agrega que en este mo­ ­mento el interno atraviesa “una serie de depresiones, degradaciones, humillaciones y profanaciones del yo. La mortificación del yo es sis­ temática, aunque a menudo no intencionada”.15 Esta mortificación del yo suele darse entre los propios internos y de los custodios hacia los internos. La mutilación del yo, según Goffman, se puede identificar en las siguientes circunstancias: 1) Al romper el rol que tienen los internos en su vida civil, controlándoles el privilegio de tener visitas o hacer­ las fuera del establecimiento. 2) Hay un proceso de programación que regularmente el personal de la institución total nombra como admi­ sión, la cual implica procedimientos tales como la toma de huellas di­ gitales de los internos, la asignación de un número a estos, enviar a un depósito sus pertenencias personales, desvestirlos, bañarlos, desinfec­ tarlos, instruirlos en las normas, asignarles un lugar, etcétera. 3) Suele darse la “bienvenida” al interno, ya sea por parte del personal o de los otros internos, quienes le enseñan al recién ingresado su nueva con­ dición de recluso, esto se da mediante la asignación de un apodo o la asignación de un estatus bajo dentro de la prisión. Este proceso del carcelazo, en general, “implica el desposei­mien­to de toda propiedad, esto es importante porque las personas ex­tienden su sentimiento del yo a las cosas que le pertenecen. Quizá la más sig­ nifi­cativa de estas pertenencias —el propio nombre— no es del todo física. Como quiera que uno fuese llamado en adelante, la pérdida del propio nombre puede representar una gran mutilación del yo”.16 En el proceso de despojo, la institución da al interno algunos reem­ plazos que son muy comunes y uniformes, cosas que llevan marcas indicadoras de que pertenecen a la realidad de esa institución, estos pueden ser la ropa, la asignación de tiempos, lugares para dormir, lo que pueden o no consumir, formas para distribuirse y movilizarse, la asig­nación de tareas, entre otros. Los creyentes cautivos 93 A continuación, se mostrará mediante los relatos de los internos la manera en la que algunos de ellos vivieron el carcelazo, y cómo su religiosidad estuvo presente durante esta situación. Es importante de­ cir que los internos del Cevareso han experimentado dos carce­la­ zos: el primero, cuando entraron al centro preventivo de origen; el segundo, cuando se les trasladó al Cevareso formando parte de las re­­ mesas. Las historias que se podrán leer a continuación incluyen a los exinternos a quienes se les entrevistó en la calle. Despojados y protegidos Uno de los relatos que muestra la manera en la que se vive la muti­ lación del yo es el de César quien, acusado de robo, entró una semana al Centro Preventivo ­Varonil Oriente; en la zona de ingreso fue re­ cibido primero por los custodios y luego por los internos, él relata lo siguiente: Estuve en el reclusorio Oriente. Me acusaron de robo. Primero me mandan aquí, a San Ciprián, a la delegación. Duré como menos de 20 horas ahí y luego me trasladaron al reclusorio Oriente. Y pues cuando vas entrando, pues te desnu­ dan, entras, ves a los custodios, te dicen: “Desnúdate todo”. Completamente todo... zapatos, calcetas, calzones, todo. Nos voltean así, viendo hacia la pared. Te ponen a hacer sentadillas. Te revisan todo el cuerpo, las manos, la boca, los oídos, el cabello, para que vean que no traigas nada, que no lleves nada, un ar­ma, una navaja, un fierro, no sé. Entonces nos desnudan y pasan y te dicen: “A ver la boca, las manos, los pies”. Y te rompen la ropa. A nosotros no nos dieron —ya ves que te dan ropa de color beige—, a nosotros no nos dieron nada de eso, a nosotros nos rompieron la ropa; a mí me quitaron mis tenis, mi short, mi sudadera, desde que entras. Llevaba unos tenis, estaban más o menos, unos Nike. El custodio se voltea y me dice: “¿De quién es el bulbo [el pantalón]?” Y me volteo y le digo: “Es mío”. Se me queda viendo y le rompe lo que es una pierna, se la rompe, y me dice: “Toma, ponte tu pan­talón”. Se va a un bote, saca unos tenis apestosísimos y me los avienta, y me dice: “To­ ma, te vas a poner estos tenis, porque estos no pasan.” Y me quita mi sudadera, traía una sudadera que también estaba chida, se la quedó. Entonces, ya cuando vas entrando —porque son un montón de pasillos— ya mandan a otros, y luego luego, ya sabes, la de terror, con los fierros en las ma­nos, y a ver con quién va a convivir y de dónde son. Es que están los túne­ les para llevarte hasta adentro, se acercan dos a ver, a ver tus nombres, te checan, a ver con qué van a convivir. A mí ya me había quitado todo el cus­ 94 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro todio. Me preguntan de dónde soy y yo les dije que era ahí de la Morelos, ahí fue donde me agarraron y me las cotorrearon, y me apartan a mí y a otro chavo que dijo que era de Peñón. “Ustedes dos, pásense para acá”. A todos los demás los empezaron a revisar y a quitarles lo que traían y el güey éste me dice: “A mí me dicen ‘El Perrote’ —pero con el fierro en la mano—, a mí me dicen ‘El Perrote’ y chinguen a su madre, me vale madre, ustedes dos, háganse para allá, y ustedes, a ver, ustedes dos no van a hacer fajina”. ¿Por qué? Quién sabe... Ya nos llevan a los túneles y todo, y hasta que llegamos a ingreso, ya llegando a ingreso ya nos recibieron otros. “A ver, pasen”. Y la mis­ma. “¿De dónde son ustedes?”. Y a los que iban diciendo, yo era uno de los ú­ltimos. “A ver tú, espérate”. Y me hacen a una orilla y se me quedaba viendo mucho el güey, éste que estaba ahí recibiendo, “¿Tú, de dónde eres?”. Dije: “De la Morelos”, “¿Qué calle?”. “Nacional”. “¿Conoces al tal Dorian?”. Y digo: “¿Do­ rian?, No… sí, sí conozco”. “Tú te vas a quedar aquí con nosotros, ese güey es de mi barrio, aquí se va a quedar”. Y el otro volteó y dijo: “No güey, ya mándalo a su celda”. Me mandaron a una celda hasta arriba, sí me dejaron ahí un rato, como unos 10 minutos con ellos platicando, ya luego me mandaron para arriba. Nos encerraron, yo creo que eran los que ya estaban castigados o no sé qué eran, pero con todas las luces apagadas, y en la mañanita a ver “fajina”. La “fajina” es ahora sí que hacer todo, lavar el patio, secarlo, si no lo haces son unos chin­ga­ dazos; pero te digo que ya desde la entrada ya nos había dicho, ustedes no, no hacen “fajina”, yo y el otro chavo. Nos sacaron a todos a la “fajina”, al patio, como a las cinco y media, seis de la mañana, ya con la playera rota, el pantalón, tenis todos madreados y nos paran a todos así en fila y no sé si ellos lleven un control o no sé, pero en la lista agarraron a todos los que iban a acarrear botes, a los que iban a tallar, a barrer, a secar, y a nosotros nos dejan parados nada más viendo, ya no nos dijeron nada. Entonces ya cuando nos sacan de esa celda nos toca estar con unos, este, bue­ no, ahí en esa celda la neta eran encajosos, manchados. En el carcelazo los internos tienen que ir ganándose su lugar, en un centro preventivo como el Oriente las celdas que están diseñadas para cuatro o cinco personas suelen estar habitadas por 20, lo que im­plica que, cuando llega alguien nuevo, tiene que ganarse su lugar. César de alguna forma se sintió protegido por ser del barrio de la co­ lonia Morelos, sin embargo, el ganarse su lugar en la celda fue otro de los momentos complicados que vivió al entrar en prisión. No, pues cuando yo llegué, voy entrando y me dicen: “¿Qué celda te tocó?” Y ya le digo: “No, pues el 1-6”. ¿1-6?, se me queda viendo y me dicen: “Es aquí”. Yo dije: “No, aquí no es, es hasta el fondo” —porque las celdas iban 7, 6, 5, 4, Los creyentes cautivos 95 3, 2, 1, entonces yo pensé que venían al revés—. Yo dije: “No, pues debe ser de las últimas”. Y esos chavos, “no, pues ya llegó la chacha que va hacer la comida y el quehacer”. Y yo me quedé así de ¿cuál chacha?, están pendejos, están güeyes, no. Me paso hasta la celda de atrás y me mandaron al 1-6, y ya salieron los de ahí y me dicen: “No es aquí, es hasta la entrada”. Y me vuelvo a regresar, y sí, era ahí donde los chavos me estaban diciendo, sí era ahí, pues ahí me metí. La primera vez cuando me metí a la celda, lo chavos que estaban ahí me invitaron a comer y así sí comí bien, me invitaban papas con rajas y tostadas de tinga; o sea, su visita les llevó comida y de ahí ya me invitaron de comer. Entonces tuve que ir a los juzgados y de regreso me dice la mamá del cantón —se baja con una hoja— y me dice: “¿Ya comiste?” “No, pues que sí, vine hace rato y me invitaron un taco”. “Pues aquí también te damos”. “Pues órale, qué chi­do”. Pues yo mi ignorancia, no. “No, pues es que tenemos menú especial, en­ tonces tú vas a escoger el menú especial”. “¿Menú?”. “Sí, pues tenemos niño envuelto, pechugas a la cordón blue, bombones cubiertos con chocolate…” Niño envuelto era de que te iban a envolver en una cobija y todos te iban a agarrar a madrazos; las pechugas era de que todos te iban a dar una palmada, ¡con todo!, en el pecho; bombones era de que inflaras el cachete y te pegaban. A fuerzas tenía que escoger algo del menú, eran varias, pero la verdad ya ni me acuerdo. A mí me tocaron las pechugas, dije: “No, pues niño envuelto está muy cabrón, no, voy a ver, ni que pedo, no, pues pechugas...” Yo al principio le qui­ se jugar al “qué pasó, no me voy a dejar” pero pues se empezaron a parar los más enteros. “Que no se sienta muy chingón, muy verga, aquí se va a hacer, o lo es­ c­oges o te lo escogemos”. Pues vale madre. Así le hacen a todos los que entran. Nada más me dijeron eso: “Te tienes que formar y cuando entramos te formamos, no eres el único y así cuando en­ tren más nuevos tú también les vas a dar, no pienses que nada más es contigo”. Bueno, pues, me tocan las pechugas. Ellos eran 17, conmigo eran 18, pues tuve que aguantarles 17 madrazos de esos güeyes, pero todo el pecho me quedó rojo rojo, así, gacho, así como toda la sangre molida ahí, ni pedo, pues tuve que aguantarme. Después de eso, un chavo agarró y me dio una playera, te digo que te rom­ pen la ropa y me dijo: “Toma, ponte esa playera”. “No, pues chido no”. En­ tonces ya me tocaron los chingadazos y al día siguiente llegan a los que les dicen custodios —pero custodios de beige— o sea, mismos internos que tra­ba­ jan para los custodios, van y te dicen: “¿Vas a pagar la renta?” “¿Cuál renta, no?”. Estábamos encerrados los 18 en ese espacio cuando llegan y dicen: “¿Van a pa­gar renta?” “No, pues de a cómo va a ser” “De a 70 pesos”. O sea, 70 pesos para que tú salieras de tu celda, ya pagábamos los 70 y te dejaban más en el pasillo —un pasillo así, yo creo—, y eran 10 pesos más si querías pagar bala, ¿qué era bala?, que anduvieras en toda el área de ingreso caminando, pero también corrías el riesgo de que bajaran unos que les decían Alfa, que eran los que ya estaban en castigo, pero estaban con los fierros y te robaban, te picaban y, o sea, ya hasta se metían a ver y te robaban cobijas, ropa y a ver, dame dinero, y a ver, toma, 96 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro vas a vender esto, y quiero mi dinero a tales horas, y te digo que ahí en donde me tocó a mí yo no sabía que los chavos ya se habían hecho valer ya, ya se habían defendido y ya también los habían querido robar pero todos se…, sí le echaron para adelante, ya no se dejaron... Si tú no quieres pagar te dejaban todo el tiempo encerrado, todo el día, todo el día encerrado en tu celda con las personas que estuvieran, así fueran cinco o 25, todos los chavos con los que estaba se veía que tenían una lana, no, y ellos sí pagaban, o sea, cooperábamos todos. “No, pues aquí se cooperan de a cinco, 10 pesitos todos para que nos abran la reja”. Y pues sí, mi familia sí me metió un billetito y unas tarjetas. Durante el ingreso a la prisión los internos son “recibidos”, tanto por los custodios como por los mismos internos. Desde su llegada hay per­­sonas que, al tener más tiempo dentro, cuentan con una jerar­ quía ma­yor que les permite organizar la entrada de los que van lle­ gando. Por lo que me contaron, los internos hacen la limpieza, es una de las pri­­meras actividades con las que se van ganando su lugar, se­ gún la pro­pia dinámica establecida en la prisión, donde la lucha por el “monopoly of legitimate coercion”17 establece un régimen de ran­ gos y je­rarquías. En ese régimen, el poder no sólo se ejerce desde los custodios ha­cia los internos, sino de los internos hacia los otros internos. Hay entonces un control, el cual “is expressed as mass of comands and regulations passing down a hierachy of power”,18 esta jerarquía de po­­ der se ve claramente en la forma en la que se asignan tareas, en que se pide dinero a los recién llegados, y en la que se van agrupando los propios internos a su llegada. Jesús relata que al momento de su carcelazo observa una figura dentro de la prisión conocida como “la mamá”, es decir, el custodio que controla el ingreso y las actividades que van a realizar los que ape­ nas llegan, y establece los comandos determinados por su jerarquía. En ingreso llegaba alguien con dinero y, pues, llegaba “la mamá” de ingreso, se los llevaba a su estancia y les decía: “Aquí te la vas a vivir como tú quieras pagar”. Se las cantaba directo y, pues, ya le dabas dinero a él. Es quien controla ingreso, todo ingreso. Persona nueva que llega, pasa por él a decirle. Primero, se le dice que si no quiere hacer “fajina” tiene que pagar dinero. Controla inclu­ so a los que se les tiene que dar. Uno por uno, lo analiza y ve qué poder adquisitivo tiene. Cuando tú eres “la mamá” de ingreso, a ti te hacen llegar unas papeletas y saben por qué delito Los creyentes cautivos 97 llegó la persona. Si llegas diciendo que no tienes dinero, ellos mismos te ma­ drean, te pegan si no traes dinero, y para que les des en la visita. Para que veas que es en serio la amenaza, los custodios también te dicen, en los tres turnos te dicen: “A ver, tú, ¿quieres ser mi amigo?” “No, pues sí jefe”. “Mira, los que son mis amigos, nadie les pega, no se caen de las escaleras, no los pican”. Entonces te están extorsionando, te meten terror para que cumplas. “No pues yo para la siguiente semana necesito dinero, pero tú dime ¿cuánto valoras tu salud?” “No pues, que 1 500 pesos”. “Ya hablaste”. Y es lo que tienes que darles. Luego, si quie­res una estancia que sea mejor y con menos cabrones, te la venden. El proceso del carcelazo es tan sólo una muestra de la dinámica a la que entran los internos y durante este proceso la religiosidad tam­ bién se hace presente. Algunos de los internos cuentan que al momen­ to de la primera revisión sintieron miedo y decidieron rezar y pedir que no les fuera tan mal. A otros no se les amedrentó gracias a sus tatuajes, sólo pasaron por el terror que causan las palabras de los cus­ todios y de los propios internos. Un ejemplo es el caso de Paredes, él traía un tatuaje de la Santa Muerte, al momento de su llegada lo amedrentaron unos internos y le pidieron sus pertenencias, al ver que traía en su antebrazo el tatuaje de la Santa Muerte roja, no lo golpearon y sólo lo corrieron. Paredes piensa que fue protegido por su tatuaje. Haz de cuenta que mucha banda aquí sí anda sobres, pero, o sea, ando normal con mi playera. Cuando yo llegué al principio: “Llégale puto, qué onda, a ver ¿qué traes?” Y pues, nada más hacer esto —mueve el brazo y enseña el tatuaje—, ven la imagen, la ven y dicen: “Chale carnal, ábrete, ve a tirar un rol”. Ya pasa otro que no tiene imagen y no trae una protección. “Tú llégale, tú que va, no traes, como de que no”. Los encueran, los empiezan a formar: “A ver, regálame unos bombones”. Al inflar el cachete, unos bombonazos, pero machines, ya te están partiendo los labios. Noé cuenta cómo al llegar al Centro Preventivo Varonil Oriente tuvo su primer carcelazo, pero no le hicieron nada porque recurrió a su religiosidad. Cuando llego veo que a todos les están dando golpes, una madriza marca llo­ra­ rás, que yo nomás lo único que hice, que siempre he hecho, la manía, “uno, dos, tres, échame la mano, que no me vaya tan peor”, a mí no me pegaron. Le pegas a cualquier superficie que tengas cerca, llamas “el toque”; el to­ que depende de a quién llames, es como si marcaras por teléfono, una superficie. 98 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Llamé a mi Señor, a mi protector, todos tenemos un protector desde que nace­ mos, ya no me pegaron ni nada, me dio gusto. Los custodios, cuando llegas siempre te dan una bienvenida. Ahora sí que “¡bienvenido!, ¡pum, pum, pum!”, y yo dije: “Me va a doler”. Luego están correo­ sos, “échame la mano que no me peguen”, no me pegaron, nada más me re­ visaron, no les había dicho que era puto, homosexual. Llegamos al Oriente, por decir, al Oriente llegas a la esclusa de lo que es “La aduana” y te dan una madriza, y yo le pedí a mis dioses que no me pegaran y no me pegaron. Cuando llegamos nos meten a ingreso y dices: “Órale, ¿a dón­de vine a caer?” Siempre, antes de cualquier cosa, le tocaba y le pedía: “Écha­me la mano, que no caiga en mal lugar”. Caí en una estancia, bueno, ni fajina hice, en COC lo mismo, no hice la fajina, me tocó en un cantón bien relax. Lle­gan­ do a población era el cantón más horrible, ahora sí que me tocó el cantón más feo de lo que es la zona homosexual, porque ahora sí que “la mamá” del cantón, la jota más vieja, era la más ojete de todas las zonas, pero llegué y le caí bien, me sacó de la fajina sin darle dinero, me sacó de la fajina de estancia, me hacía de comer, me trataba como a su hijo. Después de su primer carcelazo, Noé fue trasladado al Cevareso donde nuevamente tuvo una “bienvenida”; para él, su religiosidad le fun­ cionó nuevamente ya que no le fue tan mal a su arribo. Cuando llego aquí pensé que iba a ser peor, porque me dijeron que iba para la Peni, ese día traía un collar y le dije: “Hazme valer, que no caiga”. Y que me mandan al ladito, llego y todo bien, ni golpes, ni quien se me pusiera al brinco, al contrario, hasta me invitaron de comer, desayunar, cenar, mota. En el carcelazo no solamente se puede ver el despojo y la violencia que pasan los internos, también algunos expresan tristeza y depresión porque no pueden realizar muchas actividades que regularmente ha­ cían en libertad, como la posibilidad de desplazarse, de consumir, de tener intimidad para ir al baño. Algunos de ellos tampoco tienen apo­ ­yo externo de sus familiares o amigos, lo que ocasiona que se sientan abandonados y frustrados. Muchos internos, al estar abandonados, no tienen ingreso de cosas del exterior y hacen distintos tipos de acti­ vidades para poder sobrevivir bajo la nueva dinámica en que viven. Algunos presos, al ser su primera vez en reclusión, intentan suicidarse o aumenta su consumo de drogas.19 Jesús cuenta que cuando él fue “la mamá” de ingreso, en una oca­ sión, un joven que tenía pocos días de llegar a la prisión se suicidó porque no aguantó la presión de estar encerrado. Los creyentes cautivos 99 Yo vi a una persona que se mató, a un chavo. Lo conocía de vista nada más, pero él me comentó que era su primer delito, la primera vez que estaba ahí. Lo vi que se metió al “juzgado” y, de repente, como a las dos horas, que veo pasar el rondín —son unos custodios que están preparados para… son los anti­mo­ tines—, pasan y ¿pues a qué van? No, pues es que un chavo se mató, nunca me imaginé. Ya que me dicen, pues vamos a ver, pues vamos. El chavo traía un cinturón y se ahorco. Él sí podía salir, dicen, que estaba su audiencia, que alcanzaba fianza, pero que se acercó su esposa y le dijo que estaba embarazada, esto es lo último que hago por ti y ya no me vas a volver a ver allá afuera, él le gritaba que no, que lo perdonara. Que agarra su cinto y que se ahorca enfrente de todos. Desde donde estás sólo hay una ventana de cristal y los barrotes, ahí está difícil ayudar, y cómo le haces, más que hablar por teléfono; pero pues ya se ha­bía muerto el chavo, lo ves cómo se está muriendo… ese chavo. Por último, Damián narra que al entrar a prisión tuvo una decaída per­sonal, porque afuera, mientras estaba en libertad, le gustaba vestir bien, tener sus propias cosas y dirigir sus negocios. Di­ce que después de haber hecho un robo grande y del cual tuvo buenas ganancias, al entrar a prisión perdió todo. Legalmente entró como pri­­mode­lin­cuen­ te y como tal tuvo su primer carcelazo. Fue en este pro­ceso donde él sintió que se quedaba sin nada, por lo que su acercamiento a la Santa Muerte, que conoció al interior del Cevareso, le ayudó para salir de ese estado. En una desesperación que tuve, yo aquí en la cárcel. Como te digo, voy a con­ tar mi vida porque por eso creí en ella. Pues yo en la cárcel he tenido muchas cosas con altas y bajas, yo de aquí trabajo, mantengo a mi familia, yo me tengo que “tender”, o sea, “tender” es moverme para yo generar unas monedas, di­ne­ ro, para yo poder mandar un gasto, o sea, vivir yo, todo, todo todo, porque pues todo, los zapatos, todo lo que yo visto y mi familia viste, es de que yo trabajo aquí. Obviamente antes en el Oriente, y entonces en un caso severo, muy de­ ses­perante que tuve, me fue una mala racha mucho muy severa, pues te lo juro que yo, no sé, me acerqué, llegué a un altar que estaba del mismo tamaño que yo tengo a mi Flaca, del mismo tamaño, pero de papel maché, allá en el Orien­ te, en el dormitorio cuatro. Allá en el dormitorio cuatro era —ese dormitorio es de multireincidentes, yo soy primodelincuente—, pero ese dormitorio es de multireincidentes que llevan seis, siete, ocho, diez cárceles. Entonces, la mayo­ ría de esas personas creen en la Santa Muerte, y tenían una Santa Muerte enor­ me, grandísima, y en un intento de desesperación me acerqué. Entonces, llego al Oriente y empiezo a vender, mi papá vende paquetes de galletas Emperador, Chokis, Florentinas, Tartinas, todo eso, caducadas, ba­ 100 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro ratas. Me empiezan a llegar galletas a mí y a mis amigos, así a todos, me llegaban 100, 50 galletas, pues les invitaba a todos: “Va, agarren”. Y pues te soy sincero, yo en la calle nunca me drogaba, nunca me he drogado, pero en la cárcel me vine a drogar, la verdad, a mí me daba pena, que el activo, no, pues cómo, yo el ac­ti­vo no, pues no, y en la cárcel era muy común que todos anden drogados. Antes era permitido andar drogado en la cárcel, te veían drogado y no te decían nada, hace unos años, pero ahorita ya no. Entonces, empecé a vender esas galletas para “vete a comprar más activo”, trabajamos el teléfono, eh, y así mil cosas. Entonces yo empiezo a pasar ca­mio­ netas de 7 000 galletas a la semana, empiezo yo a vender esas bolsas de galletas, empiezo a comprar más galletas, y luego voy y me conecto con el externo, y una camioneta de galletas, y empiezo a pasar esas galletas, 7 000 galletas a la se­ma­ na. Entonces te estoy hablando que vendía ahí en la cárcel del Oriente pues 20 000, 30 000 pesos semanales de puras galletas. Pero con los mismos que yo andaba me hacen unas jaladas, y me tiran, me quitan la pasada de la galleta, me sacan una nota de las galletas que com­pra­ba y me quedo sin nada, sin nada. Entonces, después de tener un chingo de di­ne­ ro, un chingo de todo, me quedo pero por los pisos, porque obviamente antes de eso los abogados ven mi robo que es un millón de euros, lo de los relojes, todos llegan y me empiezan a robar, me empiezan a pedir un chingo de dinero, mis carros, alhajas, relojes, armas, todo se llevan los abogados, me que­do en ceros y entonces empiezo las galletas. Empiezo a robar por teléfono para seguir ge­ne­ rando, para ir sobreviviendo porque, obviamente, me gustan tenis originales, me gusta ropa bien, me gusta apestar a perfume, me gustan muchas cosas y, pues no, acostumbrado como los demás no voy a estar, entonces... Me quedo en ceros, sin nada, bien erizo, y me acerco al altar y le digo: “Ma­dre, yo nunca te he pedido un favor y yo no es que yo no crea en ti, respeto y nunca me he involucrado contigo, pero en este momento de mi vida estoy mu­cho, muy, pues torcido, no tengo nada, no soy nada, y yo siempre he sido al­guien, te pido que me ayudes y créeme que voy a ser un devoto muy fuerte contigo, no voy a ser como los demás, te voy a tatuar en mi brazo para empezar y, en segunda, te voy a tener un altar muy bonito aquí, y en la calle te voy a lle­ ­­nar de flores, y va a ser uno de los altares más bonitos de mi colonia, del estado, de donde yo viva”. Pasó, a la semana llega un conocido, eso si no te puede decir, llega un co­nocido mío que trabajaba en el sistema y me dice: “¿Qué onda? ¿Qué hay qué hacer?” Porque no sabía que yo estaba en la cárcel. Pero yo siempre que he pedido las cosas, pero con devoción, cuando en verdad tú lo dices —discúl­ pa­me las palabras que te voy a decir—: “¿Sabes qué? Estoy valiendo verga, ayú­dame, no sé, estoy desesperado, no tengo otra opción, otra salida, de corazón, ayúdame”. Y créeme que como por arte de magia, a la semana llega un amigo, conocido mío, de mi colonia, a unas cuadras de tu pobre casa, que tra­ baja en el sistema y... pero no es cualquier pendejo, es alguien grande, y me Los creyentes cautivos 101 llega y se encuentra a mi mamá en la fila de la comida y le dice: “Mary, ¿por qué estás aquí?” Y le dice: “Aquí está Damián”. “¿Aquí está Damián?” Y pasa, y le dicen dónde estoy, y pasa a verme hasta allá, y me dice: “Oye ¿cómo estás?” Obviamente es mi amigo, es como aquí tú, todos te van a decir licenciado, pero un amigo tuyo en la calle que te dice: “Qué onda güey, que pedo”. O sea, todos se quedan así. Va a verme hasta mi dormitorio y le digo: “Qué onda güey, que pedo”. Así —truena los dedos—, en días, me levantó en días, porque llega y di­ ce: “¿Qué hay que hacer?”. Le digo: “Pues estoy torcido, la neta estoy muy torcido, así y así”. Y me dice: “¿En qué te puedo ayudar?” Pues yo siempre he sido, no lacrototota, pero siempre viendo que hago. Le digo: “Pues pásame activo”. En la cárcel es muy caro el activo, en la calle no, en la calle cuesta 20 pesos el litro, en la cárcel cuesta 1 000, 2 000 pesos un litro de activo. Entonces, le digo: “Pásame activo”. No qué, qué… Total que para no hacértela larga, me lo pasa y me empieza a pasar no uno, 10 litros, 20 litros cada tercer día, me levan­ to como la espuma otra vez; traigo mis cachorros, mis cachorros son amigos, los visto, los calzo... En general, en esta etapa de ingreso a la cárcel vemos que los inter­ nos pasan por el despojo de su yo, debido a que no pueden realizar sus actividades cotidianas y deben adaptarse a las actividades controla­ das por la institución total del encierro. Al entrar a la cárcel, los internos pueden reaccionar de distintas formas de acuerdo con los apoyos externos, las posibilidades econó­ micas o el poder que tengan. Muchos de ellos ganando un lugar ya sea mediante golpes o por realizar trabajos para los internos más an­ tiguos; otros prefieren vivir en el goce de las drogas, o incluso hay quienes optan por el suicidio. Los casos que se muestran se refieren al primer encierro de los in­ternos en cualquiera de los centros preventivos a los que fueron remitidos, aunque como ya mencioné antes, los internos del Cevare­ so viven dos carcelazos, ya que pasan de un centro preventivo al Ce­ vareso donde nuevamente son evaluados y ubicados. Es importante mencionar que las características de ubicación y la forma de vivir en el Cevareso son muy diferentes a las de un centro preventivo, ya que mientras que en los re­clusorios Norte, Sur u Orien­ te hay en una celda hasta 25 personas, en el caso del Cevareso hay sólo cuatro, dos, e incluso una sola, dependiendo de la zona y el perfil en el que son ubicados los internos. Cuestiones como ésta hacen que 102 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro los reclusos conozcan y adquieran nuevas formas de relacionarse y adaptarse a un ambiente carcelario diferente. La adaptación Una vez que los internos pasan por el carcelazo tienen que adaptarse a las nuevas circunstancias de vida en la institución total a la que lle­ gan. Los internos del Cevareso tienen que pasar por dos tipos de adaptación ya que primero se encuentran en un centro preventivo y de ahí se les traslada al Cevareso. Para entender este proceso de adap­ tación es necesario considerar que las actividades comunes, que cual­ quier persona libre hace gracias a su libre criterio, como ha­bi­tar, co­ mer, dormir y trabajar, en la institución total están ad­mi­nistra­das por una dinámica institucional que pasa por un aparato burocrático que tiene el control y el poder total sobre los cuerpos de los internos. Entender este proceso de adaptación servirá más adelante para comprender la dinámica institucional en la que está enmarcada la re­ligiosidad en esta institución de encierro. Sykes señala: “The pri­ son as a society within a society”;20 y como en toda sociedad hay reglas o interdicciones que pueden o no cumplirse, existe una organización es­pecífica, formas de socializar, costumbres, lenguajes, entre otros. Y, por tanto, los internos recién llegados tienen que comprender la di­ námica propia de la cárcel a la que son ingresados, además de idear di­s­tintas formas de supervivencia. Los internos se enfrentan a un apa­­­ rato burocrático formal diagnosticador, como psicólogos, crimi­nó­lo­ gos, trabajadores sociales, abogados y a una “bureaucrat with a gun”,21 es decir, los custodios establecen un régimen al igual que los inter­nos establecen el suyo. Los reclusos, por lo tanto, tienen que adap­tarse al mundo de los suyos y al mundo del personal, como lo mencio­na Goffman.22 La adaptación es el proceso por el cual los internos conocen las distintas formas de moverse dentro del sistema penitenciario. Esta adaptación es calificada como positiva o negativa por el personal del sistema carcelario, para quien es positiva cuando los internos dejan las drogas, trabajan en las comisiones, e incluso se adhieren a acti­ Los creyentes cautivos 103 vidades de los grupos religiosos y de autoayuda. La adaptación se considera negativa cuando el interno “se sabe mover, sabe esta­blecer redes —no para lo positivo, [sino] para lo negativo—, hacen banditas de golpeadores, asaltan a sus compañeros o planean robos, es adapta­ ción, pero en negativo”,23 señala uno de los integrantes del personal del Cevareso. Habitar la cárcel Al llegar a prisión los internos son enviados a una celda en la que vivirán durante el tiempo de su sentencia. En la celda se enfrentan a distintas situaciones ya que hay internos que tienen más tiempo vi­ viendo ahí; estos ya están organizados, tienen sus propias reglas, e in­cluso tiene un líder. La apropiación de la celda es tan clara que cuando los internos se refieren a ella la nombran “mi casa” o “el can­ tón”, puesto que ahí llevan a cabo sus actividades cotidianas co­mo dormir, comer, bañarse y convivir, entre otras. A pesar de que con el paso del tiempo los internos asumen su es­ pacio cotidiano en la prisión como “su casa” dentro de la cárcel, Payá señala: Por muy funcional que sea una prisión, es un espacio que impone la convivencia forzada entre personas; el carácter obligatorio se observa en la falta de priva­ cidad y el constante entrelazamiento de los prisioneros. El encuentro reiterado con los mismos compañeros hace del espacio un lugar de roce constante e im­ posible de evitar, de forma que el enfrentamiento deja de ser algo azaroso para explicarse por la invasión del espacio vital.24 El habitar una prisión es entrar a una territorialidad específica, don­ de la privacidad es casi nula; habitar en una prisión puede llevar a la di­ficultad de establecer relaciones respetuosas y caer pronto en cualquier tipo de agresión. Al acceder en el espacio carcelario es posible observar qué inter­ no es el más adaptado, quién tiene mayor solvencia económica, o bien, quién ha sido abandonado. En la forma de habitarla se puede ver el tipo de convivencia que se tiene, los conflictos, las jerarquías, las costumbres, los vicios, el trabajo y la religiosidad, entre otros. 104 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Llegar a vivir a una celda no es nada fácil, más aún cuando las cár­celes están sobrepobladas, pues ahí donde deberían de vivir cua­ tro o cinco internos, duermen 15 o hasta 20. Es decir, el espacio vital se borra y, por lo tanto, las relaciones que se dan dentro de una estan­ cia se vuelven conflictivas. Algunos de los internos que estuvieron en los centros preventivos cuentan lo siguiente: En una celda hay como 20 personas… más de 20. Prácticamente hay cuatro ca­­ marotes que se dividen en dos, en medio y a los lados. Tendría que ser como pa­ra cuatro un espacio, como de… que te gusta… unos cuatro por seis metros. Ahí mismo tiene baño, haz de cuenta que están los camarotes aquí en medio, y aquí está el baño, y aquí donde te bañas, la taza del baño y donde te bañas. Cuando yo entré éramos 16, pues teníamos que... ahora sí que era muy difícil ¿no? Quedaban dos por camarote y los camarotes son dos, cuatro, seis, ocho; y “las tumbas” —que es la parte de hasta abajo, ahora sí que es el piso abajo de los camarotes, así le dicen ahí, “las tumbas”—, a la taza de baño le dicen “la mo­ to”, porque ahí se quedan durmiendo sentados—. Ya si había más gente pues los amarraban a la reja. A mí de entrada pues me tocó “la moto”, luego pa­san, se ponen a orinar, te salpican todo. Luego, ya de ahí, ya me tocó ir al “jacuzzi”, le dicen, es la parte donde te bañas. No, ahí acostado, tus pies salen direc­ta­ men­te hacia donde está la taza, entonces ahí ya cabían tres perso­nas, duermes con los tres juntos. Es interesante observar cómo, ante este tipo de condiciones de vida, los internos se las ingenian para habitar su lugar, incluso, para dor­ mir. Tienen su propio lenguaje y nombran las formas en la que les toca dormir, lo que depende del tiempo que tienen en prisión, pues el “más viejo de la casa”, en términos del que lleva mayor tiempo vivien­ do en la prisión, cuenta con más privilegios. Por otro lado, algunos de los internos que ahora viven en el Ceva­ reso cuentan que ahí el acomodo es distinto debido a que no es una cárcel sobrepoblada y que, como ya se mencionó, hay máximo seis in­ternos por celda. En ese tiempo, en el 2 000, cuando yo llegué éramos como 17. La estancia está diseñada para cinco personas, máximo seis y estábamos 17. Muchos dormíamos en el piso, otros de a dos personas por camarote, porque los camarotes de allá es­ tán más amplios, son de cemento, y están un poco más amplios y caben exac­ta­ mente dos personas; aquí, para una sola persona, como es de lámina el camarote pues está reducido. Los creyentes cautivos 105 Otro de los internos cuenta que sí hay un cambio en la forma de ha­ bitar y dormir en una celda dentro de un preventivo y la forma en la que se acomodan en el Cevareso. Conforme vas llegando, llegas y pues… sí, está llena la estancia y no hay lugar, inicias desde abajo, desde el piso, pero como yo llegué aquí, nada más eran tres, eran dos, cuando yo llegué, tenía lugar donde poder dormir y me ofrecieron un lugar y ahí es, donde lo viste, estaba desocupado y ahí... La hora del “rancho”25 Aun entre las personas que nunca han tenido contacto con alguna prisión se intuye que la comida ahí es muy mala. Incluso cuando al­ guien come un platillo que no está bien cocinado, la expresión puede ser “esta comida parece de la cárcel, mira nada más que mal hecha está”. Cuando se tiene contacto con los internos o exinternos de una prisión, la suposición de que la comida es muy mala se corrobora, específicamente cuando se habla del alimento que la misma institu­ ción proporciona, ya que también existe la posibilidad de que los in­ter­ nos cocinen sus propios alimentos o que su familia —regularmente las mamás— les lleven comida al reclusorio. Dentro de la prisión hay quienes sí consumen y viven de los ali­ mentos que les da la institución, a esta comida generalmente se le co­ noce como “rancho”. Hay internos que forman parte de la comisión de la cocina y ayudan a repartirla; otros mejoran la comida que les da la institución agregándole ingredientes; por último, hay quienes pre­ fieren comprar su comida, o venderla, a los internos. Al respecto, Jesús narra: El “rancho” es como le llaman a la comida. Pero ahí lo peor es la comida, pues la comida que era para 50 gentes, la hacían para 80 o 100 y le rebajaban todo. Te daban dos pedacitos de calabaza, de zanahoria, eso sí, mucho caldo; el pollo roto, morado, son de los que se mueren solos, de los que se mueren aplastados. Pero lo que tú quisieras comprar o comer con tu dinero. Había quien tenía has­ ta su cocinero. Llegabas a las 8 de la mañana… —yo llegué a una celda y luego me movieron a otra, en esa, había gente que tenía dinero, estaba ahí porque como vieron que yo conocía mucha gente y ellos tenían dinero, era como un pro­ tector, y como vivía con ellos, pues, ya les hacía el paro de esa forma. ¿A cam­ bio que me daban?, “una casa”, comida—. 106 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Llegaba el de la mañana, el cocinero: “¿Qué van a querer? Hay licuados de mamey, de piña, de plátano; jugos de zanahoria, jugo de naranja, jugo de to­ron­ ja”. Y pues pedías, esto y eso, y me decían los de la celda: “Escoge, o tráele uno de cada uno”. Y yo les decía que no. Entonces pues ya pedía un jugo o un li­ cuado. De comer te ofrecían hasta cuatro guisados, pero nada más para ellos bis­teces, pechugas empanizadas, pechugas rellenas. No sé, pero tenían dinero, uno de ellos iba por fraude, lo acusaban por un fraude por millones de dólares, y yo estaba en la celda de esa persona. Respecto al mismo asunto de la alimentación César señala: En cada pase de lista te pedían de a cinco pesos, te digo que le variaba, era de­ pen­diendo el custodio, había unos que no te decían nada, que sacaban a todos al patio y esos no pedían nada de dinero, pasaban su lista y otra vez de regreso y ya luego te sacaban al “rancho”, a la comida; lo más gacho que puede haber, yo creo, en el mundo. De todo ¿no?, huevo, mortadela, pollo, carne... no, la ver­ dad el agua de allí adentro tú abres la llave y sale como si fuera de tamarindo, así de gacha, ni modo que trajeran garrafones para hacernos la comida... Hasta la hora de que sacaban la comida tenía así un color... La primera vez, cuando me metí a la celda —cuando salí de juzgados—, me metí y los chavos que estaban ahí me invitaron a comer y así sí comí bien, me invitaban papas con rajas y tostadas de tinga; su visita les llevó comida y de ahí ya me invitaron de comer. Había comida que vendían ahí. Unos huevos que 20 pesos, unos hot cakes de a cinco pesos cada uno... Los primeros días, pues si, no, me tocó comer de ahí... me decían: “No te tomes el caldo”. Porque el caldo yo digo que era toda el agua ¿no? Había veces que luego había mortadela, pero mortadela con verdura, y te comías la pura mor­tadela, y ya hasta que conocí a otro chavo me dijo: “Ya no te formes a la ho­ ra del ‘rancho’, agarra una moneda de cinco, tres pesos y llega directo y dale las monedas”. Y entonces sí ya llegábamos, y entonces te servían de lo chido, un tupper grande con pura carne, pollo, entonces ya con lo que metía la visita le tirabas todo, así lo que sabía gacho, por decir, al pollo le tirabas todo el caldo, las verduras, eso, y tú ya lo arreglabas que con cebollita, chilito, o sea, tratabas de componerlo para que supiera mejor; entonces, ya no te formabas, llegabas con cinco pesos y tu tupper y te lo agarraban y te lo llenaban, te vendían bolillos de a 50 centavos, el tupper, de té... Ambos relatos coinciden en que la comida es muy mala, pero tam­ bién en que existe la posibilidad de modificar esa situación por medio del dinero.26 Por la forma en la que los internos se alimentan, mues­ tran el tiempo que tienen en la prisión y el tipo de liderazgo que manejan, además del poder adquisitivo con el que cuentan. A conti­ Los creyentes cautivos 107 nuación muestro el relato de Damián, el cual dirige parte de la distri­ bución de la comida en su estancia, por medio de esto se muestra tanto su liderazgo como su capacidad económica: La comida es un desmadre, tú sabes que este pinche penal... bajan, en esos tres niveles que tú subiste, un nivel es el que los que se sienten más chingados, ba­ jan y agarran la comida y se reparten, y como reparten, como dice el dicho, les toca la mayor parte. Te soy sincero, aquí casi no como “rancho” yo, mando aquí los custodios son pachicheros: “Tráeme un kilo de longaniza, tráeme un bistec, pechugas, cualquier chingadera”. No chingaderas porque la comida es bendita ¿verdad? Y hay custodios que ya sé, en su turno, me traen dos tacos de carne. Para esto sí parezco, no, hasta me da risa, parezco mamá, voy y compro papas, cebolla, jitomate, aceite, unas balas de jamón, o sea, el domingo, y para comer en la semana. Aquí en la cocina de los tirolines que hacen de comer sacó mamada y me­ dia, les digo: “Véndeme papas, 50 papas” y como somos ocho personas —qué le hacemos—, 10 personas en nuestro grupo que nosotros nos juntamos, puros del centro… puros del centro y obviamente todos los vas a ver con Madrinas. También están los internos que forman parte de la comisión de la co­ cina y que a su vez reparten la comida. Su percepción acerca de la alimentación dentro del centro es muy diferente a la del resto de los internos, ya que están al tanto de lo que pasa durante la preparación de alimentos. Ellos tratan de ajustar sus propias necesidades alimen­ tarias con las posibilidades que tienen a su alcance, ya sea organizando la compra de productos entre los mismos internos de una celda, o bien pidiendo a los familiares que les lleven comida los días de visita y así la juntan para poder cocinar mejor. Servio cuenta lo siguiente: No sé por qué le dicen “rancho”, y yo que lo reparto, imagínate. Yo me pongo en el lugar de las cocineras, no es uno, ni dos, ni 100, somos como 2 000. Yo nada más les reparto a 214, los que tengo en talleres, les reparto la comida. La comi­ da no va fea, pero también hay que... como son muchas porciones, no se dan el abasto para dejarla bien, ¿cómo es entonces?, en mi parecer y mi ejem­plo, yo saco mi comida y la vuelvo a guisar. Las porciones lo dan por cucharón, te dan tu pieza de pollo, arroz, frijoles y agua, y tu fruta y dulce. Por decir, cuando dan huevo, no dan huevo que es de cascarón, que es nor­mal, sino que te dan de soya, y pues se infla y se hace más y rinde más. En las porciones del pollo no pueden hacer que rinda más y en las porciones de la carne, pues no; lo que es en el huevo y la soya. La carne luego está dura, sa­ ­le bien feo el pollo, la otra vez venía como verde, yo no me como eso. Casi la 108 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro mayoría de aquí se ponen malos del estómago, mucho ¿eh? Yo te digo una cosa, casi no como de aquí. Yo pido mis guisados, no sé si viste ese día que entraste qué teníamos, se lo pido a mi mamá que me traiga. Le pido para toda la semana, prefiero que me traiga un pan de dulce o un yogurt o fruta, a que me traiga co­ mida. Yo le digo: “Tráeme un yogurt, fruta”. Todo lo mandamos a traer, en mi estancia somos cinco los que vivimos, pero somos 10 los que comemos. Tenemos unos valecitos y entre todos nos jun­ tamos, compramos aceite, cebolla, jitomate, chile. Con la familia lo juntamos el domingo, y toda la semana comemos bien, por decir la carne, yo no pongo na­da porque yo soy el que lleva la comida, sabes que el que reparte, se queda con la mayor parte —risas—. Como se puede observar, parte de la adaptación en la cárcel tiene que ver con la forma en la que los internos van conociendo la ma­ nera en que se organizan las actividades cotidianas, como habitar y dormir en una celda o la manera en la que se obtienen los alimentos. Por me­dio de estas actividades es que se puede percibir el tipo de ma­ nejos que hay dentro de la prisión, desde la formación de grupos entre los in­ternos, las corruptelas entre los custodios y los internos, hasta la manera en cómo se organizan y adquieren códigos específicos. El genere Mientras esperaba a los internos para entrevistarlos, aprovechaba pa­ra platicar con algunos de los funcionarios. En una ocasión, vi muchas tarjetas de teléfono tiradas en el pasto de uno de los patios cercanos al CDUDT y de la zona de la enfermería; le pregunté a uno de ellos acer­ ca de esas tarjetas tiradas y me respondió que la venta de ellas era uno de los tantos negocios que había en la cárcel, que los internos las ven­dían más caras a los reclusos que llegaban a tener alguna urgencia, me comentó que a veces las cambiaban por drogas. También le pregunté si les pagaban a los internos que trabajaban en los talleres, y me dijo que sí, pero que muy poco porque era traba­ jo a destajo, pero que aun así representaba una actividad importante ya que los reclusos empleaban su tiempo libre, además de que “se ayu­ daban en su situación”. El funcionario agregó que no todos podían trabajar ahí, sino que se hacía previamente una selección que incluía los horarios y se tomaba en cuenta la disciplina personal que “muchos no la tienen”. Desde mi perspectiva, más allá de la disciplina de cada Los creyentes cautivos 109 interno, existen circunstancias —como el hecho de que entre los mis­ mos internos se da un círculo de vicios y agravios— que muchas ve­ ces no permiten a los reclusos acercarse a los programas. Además, en varios de los programas y comisiones de actividades hay largas filas de espera que impiden que muchos de ellos tengan oportunidad de ha­ cer actividades que les pueden cambiar su perspectiva tanto personal como de desempeño, que se registra en su expediente. Previamente, los funcionarios me habían explicado que si los in­ ternos formaban parte de una comisión durante dos años —es decir, de alguna actividad asignada, como la limpieza—, les condonaban un año de su sentencia. Esto me pareció interesante porque uno de los discursos que se manejan dentro del centro con los internos es que pue­den “superarse” si hacen cosas. Lo que observé es que a muchos re­clusos no les llama la atención hacer este tipo de trabajos: unos es­ tán contentos sin hacer nada y sólo fumar mariguana; otros, los recién llegados, no pueden hacer nada por ser “los nuevos” y están obligados a hacer el trabajo pesado que les corresponde a “los viejos” para no ser amedrentados; esto también depende del poder adquisitivo que tengan, o bien, de su capacidad y habilidad para defenderse o, como dirían ellos, de que tan “cábula” seas. Si son personas sumisas se la viven sirviéndoles a otros internos hasta que llegue uno nuevo y pue­ da cambiar su estatus y formar parte de una comisión. Recuerdo que en una charla con un interno me dijo que sí había oportunidad de formar parte de las comisiones, pero que a veces los custodios y algu­ nos internos les pedían una lana para poder formar parte de ellas. En otra charla, los internos me comentaron que cada recluso­ rio preventivo tiene características muy singulares, que en el Norte los internos se ayudan para solventar sus gastos, en el Oriente sólo se juntan los que tienen dinero y a los otros no los ayudan, y en el Sur llegan con dinero y hay gente que tiene más posibilidades. En el caso del Cevareso “hay puro escuincle” y pues está más difícil, porque tie­ nen que andar “a las vivas”, porque si no “te la juegan chueco, como hacerte perdedizas tus cosas o se forman grupitos”; como la visita es cada fin de semana “cuesta más trabajo generar”. La forma de generar un ingreso en la prisión es muy variada, hay quienes llegan ya con cierto poder adquisitivo y no les cuesta trabajo mantenerse dentro de la cárcel, hay quienes no tienen nada y les sir­ 110 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro ven a otros. Algunos de los trabajos que se generan entre los internos son: lavar ropa por unos cuantos pesos; “hacer un 18”, es decir, vi­ gilar y cuidar las cosas de otros internos; limpiar las estancias; atender en los puestos de dulces de otros reclusos; vender productos de jabón; pintar imágenes sobre los murales, ya sea de alguna figura religiosa o figuras de cómics; vender comida a otros internos; rentar una televi­ sión o una consola de videojuegos; vender artesanías y vender drogas. Existen trabajos más formales como “los estafetas”, que son los que limpian alguna zona; los que trabajan en la cocina y en los talleres; algunos otros son, incluso, ayudantes de los custodios —a estos inter­ nos regularmente se les conoce como “borregos”, “chivos” o espías—. En el caso del Cevareso los internos me comentaron que es más difícil generar un ingreso, que les cuesta más trabajo tener cosas de afuera porque la visita de los familiares es cada fin de semana, mien­ tras que en un centro preventivo son más frecuentes. En esas visitas les llevan los materiales que necesitan para trabajar como los jabo­ nes para las figuras que venden, o incluso, las famosas “mulas” —per­ sonas que introducen droga en su cuerpo—. A continuación, muestro algunos relatos de los internos que dan cuenta de la manera en la que generan sus ingresos, algunos de ma­ nera ilícita y otros por la vía formal, tal y como sucede en el mundo de afuera. Fran cuenta cómo, para comprar sus cigarros y algo de droga, se dedica a lavar prendas: Aquí trabajo, pero pues te digo siempre me ha tocado donde está bien feo y yo vivo en un lugar donde, pues, hay que estar a la defensiva para todo, sacar pa­ra mis cigarros. Para eso lavo, ahorita estaba lavando, lavé ropa, cobertores. Aho­rita por cuatro cobertores me dieron 10 pesos. Lo que hago es que tiendo las co­bijas, primero una, luego la otra, una cama, les echo agua y ya las tallo, las vol­teo y las tallo con la escoba. Yo te digo que aquí hay que sobrevivir de alguna manera y yo, este, pues sí veo al chavo que se la está fumando y lo vienen a ver, pues voy y le compro algo barato, yo no me drogo mucho, sí me drogo, con mariguana, pero es para no volverme loco, pero piedra no fumo, ni activo... Más allá del discurso institucional penitenciario que concibe al tra­ bajo como una actividad que aleja del ocio a los internos y que los beneficia para su reintegración social, el principal objetivo del tra­ Los creyentes cautivos 111 bajo dentro del penal es la supervivencia. Ismael cuenta que cuando llegó al Cevareso le costó trabajo generar dinero, la forma en la que obtiene sus ingresos es dibujando imágenes religiosas o de cualquier otra cosa sobre las paredes tanto de las estancias como de los pasillos. Comencé a creer en La Flaquita porque, pues, como es la vida aquí en la cárcel ¿no? Son gastos y luego uno no tiene dinero… estar mucho en una desesperación de querer conseguir dinero. ¿Dónde? El modo de vivir en esta cárcel está muy a raya. No es como en un preventivo, ahorita hay visita en un preventivo, o sea, te bajas, vendes algo, te mueves, tienes dinero, aquí no, aquí es cada ocho días. Esta cabrón ¿no? Y pues, yo estaba, incluso fue así porque empecé a dibujarla, me dicen: “No, pues hazme una Madrina”, y empecé a dibujar. Pero he estado en ocasiones en las que no tengo acá… y le pido que me haga un paro, la dibujo, y así como la dibujo todos me la compran, así la Madrina que yo pinte o que dibuje, me la compran. Y salgo de mis problemas. Dentro del Cevareso hay tiendas oficiales en donde se comisiona a ciertos internos para atenderlas, en éstas se venden productos oficial­ mente permitidos; también las hay de internos que tienen su propio negocio, donde generalmente venden dulces o cigarros. Arcé cuenta como él atendía una de las tienditas de los internos. La Santa Muerte, la verdad ella me da la capacidad de resistir cosas, de no aburrirme, de no desesperarme. Me dedico en un puestecito de dulces, ahí es donde genero, y ella me ayuda para que venda, que el negocio esté bien. El ne­ gocio no es mío, es de otros chavos, pero ahora sí que ellos no tienen tiempo y yo soy el que lo atiende. Otra actividad de los internos para ganar unos pesos es la atención o servicio a los familiares que llegan de visita —incluso esto les permite establecer relaciones afectivas con otras personas—. Algunos cuen­ tan que han conocido mujeres con quienes llegan a tener una re­ lación afectiva y de pareja, ya que cuando es día de vi­sita se ofrecen a cargar las cosas que suelen traer los familiares o amigos de los reclu­ sos; así ganan dinero y se relacionan con personas del mundo ex­ terior. Fedro es uno de los que solía hacer este tipo de actividades en el centro preventivo en el que se encontraba; pero actualmente, en el Cevareso, afirma que es más complicado generar dinero de esta forma. 112 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Aquí hago mis cosas, cursos, condición, todo eso ¿no? Yo me bajo a las visitas con un compañero que a él sí lo vienen a ver, y él es el que ofrece empleo. Sá­ba­ do y domingo, a él lo vienen a ver los dos días, yo me bajo, le ayudo a cargar sus bolsas, le subo su comida, le subo todo. Él paga lo que necesito ¿no? En realidad, aquí no pagas nada, aquí no pagas listas, aquí no pagas nada, una tarjeta a la semana que ocupo, él me la regala. Una comida, pues a él le traen de comer y comemos los tres que vivimos en la estancia ¿ves? Toño cuenta también su experiencia, menciona que se puede hacer varias cosas como lavar ropa o hacer mandados para generar dinero: Ahora sí que aquí se lava ropa, muchas veces se hace como decimos aquí el ge­nere, para sobrevivir, para llevar a cabo, pues… te dan tu comida, pero a ve­­ ces no alcanza. Aquí se hace de todo, puedes lavar, puedes hacerle mandados a las personas, puedes así… “Lávame mis tenis”. “Hazme un mandado”, Y así ya te dan de comer, ya te ganaste un taco, o en el aspecto económico, pues las ad­ quirí lavando y junté, y así, porque yo así también no tengo como que mucha visita que digas siempre ¿no? Yo tengo visita que varía, me pueden venir a ver un mes, al otro no, o luego si me pueden venir a ver dos veces seguidas o luego ya no, y menos a estas alturas que ya voy a poner un pie afuera. Otra de las maneras en la que los internos pueden sobrevivir dentro del encierro es utilizando sus propias habilidades y conocimientos de distintos oficios como es el de elaborar artesanías hechas con jabón o con madera. Por medio de estos trabajos los internos se llegan a ga­ nar, incluso, el aprecio de los custodios y de los funcionarios, quienes suelen solicitarles algún servicio, ya sea que les vendan figuras de jabón o que les cosan alguna prenda —ya que es mano de obra muy barata y a veces gratuita—. En el caso de Servio, quien tenía la comisión de repartidor de co­mida dentro del Cevareso, en sus ratos libres también se dedicaba a fabricar figuras religiosas de jabón, adornos o recuerdos para alguna festividad; muchas veces hacía las figuras por encargo del personal de custodia o alguno que otro técnico penitenciario. Servio genera­ ba di­nero con la venta y arreglo de figuras de jabón como las de la Santa Muerte. Los jabones que él utilizaba se los traían sus familiares los días de visita, ya que en el exterior eran más baratos y así ganaba más dinero. Cuenta la manera en la que obtenía los jabones y para que los utilizaba: Los creyentes cautivos 113 Los jabones pido de afuera, viene mi chava, mi mamá y mi hermana, cada quien mete dos, seis jabones por semana, aquí me sale caro el jabón, vale 18 y allá afuera 10 pesos. Por ejemplo, le hice el arreglo de la figura de la Santa Muerte, la roja que está afuera de la estancia y, pues, él compró los jabones, nada más le cobré la mano de obra. Aquí la misma bandita de los que venden, se drogan, te andan vendiendo sus cosas, hasta la comida venden, imagínate, lo que más te hace la reacción para lo que hace es la piedra. Porque por la mariguana no ven­des tu comida, al contrario, si como acá pues con la mariguana hasta te da hambre y con la piedra lo único que buscas es drogarte más, ves tus cosas y pues las vendes. Con seis jabones saco 72 figuras chiquitas, pero van con unos alhajeri­ tos chiquitos, los abres y traen la figurita arriba y el alhajerito pequeñito. Yo los vendo, de ahí solventamos, cada una de a 10 pesos, sí sale, 12 figuritas salen de un jabón. Hay veces que sí me va bien, hay veces que no, al día, que me avien­ to unos toques y todo, pues, como con unos 100 pesos. Pues aquí sabes cómo es el “bisne”, también para tener tranquila a la banda... Como se puede leer en el relato anterior, generar dinero no sólo res­ ponde a la necesidad de alimentarse, sino a otra necesidad que es igual de imperiosa: el consumo de drogas. Para obtenerlas los internos se ofrecen para dar servicios o malbaratan sus pertenencias. Otra forma de generar dinero es haciendo sus propios productos, como Leo, quien al entrar a la cárcel no tenía apoyo de afuera ni de adentro. Entonces, decidió hacer favores a otros internos con el fin de obtener dinero, con el que empezó a vender cosas para sobrevivir. De mi celda, soy el más nuevo, no me ponen a trabajar, porque pues no le voy a hacer caso a otro, que no, yo trabajo porque lo necesito, necesito dinero para… hay un chavo en la estancia que tiene visitas, tiene un apoyo, el empezó a traer cacahuates, chocolates de ese pa’derretir y cerecitas, chocolate, entonces el agarraba las galletas Marías y las aventaba al chocolate, las sacaba y con mer­ melada, le ponía tantita mermelada y ya me dice: “¿Quieres vender estas ga­lle­ tas? De lo que te den yo te doy la mitad”. Y dije: “Pues va”. Y empecé a ven­der y empecé a ver como estaba la onda y ya ahora sí que solito, empecé a hacer solito, él ya no quiso hacer nada, pero yo si quise, seguí y empecé. Otra de las formas de generar dinero la cuenta Noé en el siguiente relato. Durante su experiencia como interno del Cevareso ha pa­ decido muchas carencias, incluso se ha quedado sin ingreso alguno hasta que un amigo le ayudó metiendo algunas cosas para que vendie­ 114 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro ra en la cárcel. Al momento de entrevistarlo él manejaba una red de extorsión telefónica —esta actividad es muy conocida en el medio carcelario y el Cevareso no es la excepción, ya que ahí también hay internos que generan sus ingresos mediante la extorsión a personas que se encuentran afuera del centro, lo hacen con ayuda de sus ami­ gos o familiares que están libres—. Los presos justifican esta actividad porque dicen que tienen que mantener económicamente a su familia desde ahí adentro y que con lo que pagan en las comisiones no les alcanza. Yo tenía un negocio, pues se oye tonto, antes me daba pena decir a mis amigos en la calle, me daba pena decir que yo vendía galletas en la cárcel. Porque, ob­­viamente, como yo te comento, vengo por ese robo, y he hecho muchas co­ sas anteriormente iguales o parecidas ¿no? Pues cosas como un robo de joyería de Carolina Herrera, robo de… pues, perfumes, puros perfumes padres, tenis Puma, o sea, muchas cosas, muchas cosas, de transporte y cuentahabientes, y joyerías, o sea, muchas cosas. Entonces, llego al Oriente y empiezo a vender, mi papá vende paquetes de galletas Emperador, Chokis, Florentinas, Tartinas, todo eso, caducadas, baratas. Me empiezan a llegar galletas a mí y a mis amigos, así a todos, me llegaban 100, 50 galletas, pues les invitaba a todos: “Va agarren”. Y pues te soy sincero, yo en la calle nunca me drogaba, nunca me he drogado, pero en la cárcel me vine a drogar, la verdad, a mí me daba pena, que el activo no, pues cómo, yo el activo no, pues no, y en la cárcel era muy común que to­ dos anden drogados. Antes era permitido andar drogado en la cárcel, te veían drogado y no te decían nada hace unos años, pero ahorita ya no. Entonces em­ pecé a vender esas galletas para “vete a comprar más activo”, trabajamos el te­ léfono, eh, y así mil cosas. Recordemos que en su relato Damián hizo referencia a “trabajar el teléfono”, lo que muestra otra forma más para generar ingresos den­ tro del penal; en el capítulo anterior mencioné que uno de los espa­ cios en el que los internos tienen cierto control es el de los teléfonos donde suelen llevar a cabo extorsiones a personas del exterior. Al respecto, durante uno de mis recorridos por el Cevareso, mi acompañante —personal de la institución— y yo, íbamos de regreso al CDUDT, y en uno de los pasillos que da al exterior del laberinto de rejas tuvimos que esperar a otro de los funcionarios que también me acompañaba; logré observar cómo esta persona arrancó eufóricamen­ te un letrero lleno de números que estaba sobre uno de los pasillos. Al Los creyentes cautivos 115 llegar con nosotros le pregunté a qué hacían referencia dichos núme­ ros, y me comentó que eran de cuentas bancarias; los internos los anotan cerca de los teléfonos públicos cuando extorsionan y piden que les depositen el dinero en ellas. Según el personal del Cevareso, estos números de cuentas ban­ carias se encuentran escritos en todos lados —parecen claves numé­ ricas—, y me comentaron que ya habían hecho las denuncias corres­ pondientes; llega a proceder la denuncia cuando, por lo general, la esposa o la mamá del interno sacan el dinero del banco, en ese mo­ mento son detenidas en flagrancia. Al funcionario le sorprendió ver esos números ya que esto sólo es posible con la complicidad de los custodios. Este hecho coincidió con el relato de Damián quien, desde su estancia, maneja a otros internos tanto para su negocio de dulces, co­ mo para la extorsión telefónica; comenta que afuera tiene personas trabajando para él y desde los teléfonos de la prisión se comunica con ellos y los dirige. En su relato comenta que al menos lleva a cabo dos tipos de extorsión, una mediante la renta de una casa en la cual pide que sus trabajadores simulen habitarla, una vez habitada solicita un servicio de banquetes y juegos para fiestas, cuando llega el servicio —si­llas, mesas, manteles, juegos inflables, entre otros—, pide a sus tra­ bajadores que se lleven todo y que lo desaparezcan. Es así como Da­ mián se ha hecho de varios enseres para fiestas y ha formado su propio negocio. He aquí su testimonio: Yo no he estudiado, pero soy muy inteligente, siempre he hecho muchas co­ sas. Yo voy. Esta persona que está trabajando conmigo se acaba de ir de aquí, y yo, los cinco años que llevo en la cárcel los he trabajado, esto que no me quita otra cosa porque es lo más fácil y sencillo que puedo hacer. ¿Cómo es? Yo agarro 10 000, 15 000 pesos: “A ver, toma; son 15 000 pesos, cuéntale. Te vas a ir a Tul­ titlán, Izcalli, me vas a buscar una casa, me la vas a rentar. Después de eso, me la rentas la casa ya, me pagas el depósito, después de eso llevas cortinas, unas bolsas de ropa” —pero son pura basura— “y las dejas ahí en la casa”. Debes de ser sociable con la gente. Traigo pura gente latosa, pero yo siem­ pre les he dicho que deben de poner la cara de pendejos, deben de ser la gen­ te más… más pendeja del mundo, que… “ay, hola nena, gracias”, “sí vecina, le agra­dezco mucho”, “ay, gracias”; o que les pregunten algo a las chavas, les digo que pregunten algo, “sipi”, “nopi”, “háganle a la pendeja”, “tú haz el más pen­ dejo del mundo”, porque eso transmite seguridad y confianza con la gente, por­ 116 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro que si tú llegas: “Qué onda, qué onda”, padre… pues no, dicen: “Chingue su madre este güey, no”. Debes de llegar, por ejemplo, ¡yo tatuado! Yo hago fraudes, entonces, fraudes sencillos como… te voy a decir éste: “Réntame la casa”. Después ya que me rentes la casa, vas y me vas a rentar in­ fla­bles, sillas, toros mecánicos, rockola, barriles de cerveza, carpas, lonas y cuan­ ta mamada de una fiesta, porque vamos a tener una fiesta el día viernes o el día sábado ¿va?”. Tú vas a ir a una alquiladora y decir: “Este, tengo un convivio y quisiera ver que tiene disponible”. “¿Para cuántas personas?” Si yo como lo veo de pendejo, está pendejo, yo digo que para 200 personas para que me dé un chin­ go de sillas, lonas, todo. Eso, yo agarro el teléfono, me enlazan, haz de cuenta, yo les hablo: “Qué onda, ya estoy aquí con la alquiladora”. Va, a ver el número, márcalo, enlázame. Me enlazan. Yo tengo la dirección aquí en la hoja de Tultitlán: “Si, buenas tar­des, hablo para pedir informes sobre los inflables que están rentando”. “No, pues tengo uno de Bob Esponja, uno de Monster High, son en 600 pesos”. “Está bien”. La cuestión es la siguiente: “Tengo mi convivio, mi evento es el día viernes, no sé si tengas equipo disponible, más o menos voy a ocupar como para 100 personas”. “Ah, sí, sí, sí”. “Quiero que me hagas un presupuesto, en cuánto me vas a dejar las cosas, te voy a indicar lo que ocupo, necesito… si lo tienes: ocupo 100 sillas de adulto con sus tablones y sus manteles y sus fundas; ocupo 50 sillas de niño para que, obviamente, los niños estén aparte; ocupo una carpa de seis metros por tres metros, ocupo dos inflables —uno de niña y uno de niño—, para que los niños y las niñas no se peleen y no se caigan y no se estén alborotando, porque tú sabes que los niños son más bruscos que las niñas ¿verdad?”. “No, si…” que su pinche madre… La gente por querer vender te di­ce que sí a todo. Me las llevan a la casa… me las llevan a la casa, mando la camioneta, cargamos y me voy. Y con eso he vivido, lo vendo, tengo com­ pradores, ahí nomás, así como me agarran ¡pum! Lo anterior muestra que desde la cárcel no sólo se realizan extorsio­ nes violentas tales como las historias de secuestro de algún familiar, por el cual se pide una cantidad de dinero; sino que también existen otras maneras para conseguir ingresos desde afuera. El otro tipo de extorsión que Damián lleva a cabo desde la cárcel —fraudes— es por medio de la compra falsa de automóviles; elabora una serie de pasos a seguir, e incluso, planea y da instrucciones acer­ ca de lo que tienen que hacer y decir sus trabajadores para robarse un auto. Damián pasó de no tener nada durante su primer encierro, a te­ ner empleados dentro del Cevareso, los llama “sus cachorros”: Los creyentes cautivos 117 Me levanto como la espuma otra vez; traigo “mis cachorros”, “mis cachorros” son amigos, los visto, los calzo..., ajá, como los que andan conmigo ayudándome. Haz de cuenta que aquí se maneja que yo… como yo aquí, en este penal, yo me dedico a robar por teléfono. Rento aparatos, tengo teatros en casa, playstation, PSP, y tengo a “mis cachorros” que son mis amigos que ellos se encargan de lle­var los aparatos, recogerlos, uno hace de comer, y así… ¿sí me entiendes? Todos se reparten sus funciones y el fin de semana se pasa el cobro y ya le doy a todos, haz de cuenta a ti, tú haces más: “Toma, 500 pesos”. El que hace de co­ mer: “Toma, 200”. El que lava la ropa... ¿Sí me entiendes? Se reparte a todos... Damián le atribuye a la Santa Muerte sus ingresos y su situación ac­ tual; a cambio de su ayuda, él le puso un altar fuera de su estancia, es incluso uno de los más grandes que hay en la zona “Oro” del Cevareso. La forma de su altar y el tamaño que tiene la imagen muestran el po­ der que tiene Damián dentro de su área de dormitorios. Como ya se mencionó, los internos generan ingresos mediante comisiones institucionales —lavar oficinas, repartir alimentos, tra­ bajar en los talleres—, trabajando para otros internos —lavar ropa, limpiar estancias, cortar cabello—, o bien manejando recursos cuyo origen son la extorsión y el fraude —tanto hacia los internos como a personas fuera del penal—. Estas son tan sólo algunas dinámicas que se dan durante el encierro y que muestran cómo es la adaptación de los internos a la vida dentro de estas instituciones totales.27 El leguaje canero Malinowski plantea que para hacer trabajo etnográfico es importante tener en cuenta los imponderables de la vida real, es decir, “cosas co­mo la rutina de trabajo diario de los individuos, los detalles del cui­ dado corporal, la forma de tomar los alimentos y de prepararlos, el to­no de la conversación y la vida social que se desarrolla alrededor”.28 Es en ese sentido que por medio de las formas de hablar de los internos es posible percatarse qué tan adaptados están al sistema carcelario, ya que dentro de la dinámica del encierro pueden notarse distintas for­ mas de hablar que se identifican con las maneras de actuar de los re­ clusos. En gran medida, el medio hace que los presos actúen y piensen de una forma determinada, es decir, con la experiencia del cautiverio 118 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro adquieren un nuevo lenguaje que les permite moverse y actuar den­tro de la prisión, en otras palabras, “las formas típicas de pensar y de sen­ tir que corresponden a las instituciones y la cultura de una comunidad determinada”.29 Estos códigos suelen ser palabras que se refieren a acciones, algu­ nos son una especie de advertencia, otros son maneras para justificar ciertos actos, y otros más se refieren a las normas implícitas en el sis­ tema de poder total que hay en el encierro. Estudios como el de Sykes muestran cómo, dentro del cautiverio, se desarrolla un argot específi­ co, el cual “provides a map of the inmate social system”,30 ya que por medio del argot del cautiverio se refleja la personalidad de los inter­ nos, así como los conflictos y las tensiones inherentes a la institución total. Por lo tanto, “different experiences mean a different language and the result —in the prison, at least— is argot”31. Ahora mostraré algunos ejemplos del argot que los internos ma­ nejan dentro del encierro y que permiten ver las distintas maneras de convivir y de actuar en su experiencia carcelaria. El argot que se mues­ tra a continuación tiene las siguientes características: a) su uso se establece como una norma implícita que tienen que acatar los inter­ nos, ya que desde el carcelazo se les muestra cuál es la dinámica dentro del lugar; b) algunas palabras tienen un significado distinto al común o convencional, por ejemplo, la hora del “rancho” significa la hora de la comida; y c) las acciones que se expresan por medio del argot, ac­ ciones que reflejan parte del ethos carcelario, en el sentido de que se vuel­ven comportamientos habituales expresados en frases que se vuel­ ven acciones; estas frases, utilizadas durante la interacción diaria y común de los internos, permiten ver qué tanto se han habituado a la institución y qué les falta por conocer. Por ejemplo, en el momento de la entrevista, algunos internos vol­teaban a ver constantemente hacia sus lados o hacia su espalda. Al momento de preguntarles por qué hacían eso, su respuesta era que se tenían que cuidar de todos “porque nunca se sabe quién te pueda trai­cionar”. Desde que los internos llegan al Cevareso aprenden que en la cár­ cel o en el encierro en general, cada quién es responsable de cómo va a vivir ahí. Se aprende y se trasmite entre los internos que la convi­ Los creyentes cautivos 119 vencia dentro del penal será de acuerdo con sus posibilidades econó­ micas y personales. Véase a continuación lo que comenta Arcé sobre la manera en la que se da la convivencia dentro de la prisión. La convivencia es buena con las autoridades, pero pues como dicen en la cár­ cel, y es la palabra de aquí: “Como te la quieres llevar, te la vas a llevar”. “Si te la quieres llevar tranquilo, pues vas a estar tranquilo”. Pero si eres desma­dro­ so, te late andar de carroñero, estás en el castigo, y pues, entonces, no has en­ ten­dido el sistema. No ha captado lo que es la vida, aquí he visto el hambre, la sed… muchas cosas. Ahora sí que como yo le digo a mi madre, son mundos di­­ fe­rentes aquí, en el Norte y en la calle; aquí puedes estar bien y allá puedes estar mal. Leonel también expresó la misma convicción sobre la experiencia de vivir y convivir dentro de la prisión, tiene que ver con la forma en la que los internos realizan distintas actividades y con las relaciones que establecen con los demás, tanto con los internos como con los fun­ cionarios. ¿Lo más malo? Ahora sí que aquí es como te la quieras llevar ¿no? Si quieres estar mal, mal vas a estar, si quieres estar bien, pues vas a estar bien, porque aquí hay de todo, hay trabajo, hay escuela, hay cursos, hay de todo ¿no? Mucha gente se aplica, mucha gente no, pero mucho es por la drogadicción también ¿no? Haz de cuenta que ya viene uno de la calle, pues con las experiencias de la droga ¿no? Y aquí, pues, también quieras o no, pues, es una cárcel. Por otro lado, Jesús cuenta algo que coincide con los dos relatos an­ teriores y que se relaciona con la convivencia forzada: los hostiga­ mientos por parte de los internos y de los custodios. Narra también distintas normas de convivencia al momento de llegar a la prisión; quie­nes las aprenden, las trasmiten a los otros internos. Al principio, cuando llegas, y si es la primera vez que estás, pues andas con la incertidumbre de qué va a pasar, igual me van a madrear, me van a sacar ahí afuera. Yo llegué en la noche. Lo que sí me acuerdo es que un chavo llegó y nos dice: “Pues ahí les va, no te metas en problemas, no le pegues a nadie, no ha­ gas lo que no quieres que te hagan, si alguien te provoca, pues échale huevos y recuerda, es tú cárcel, cuídala”. Así les decía a todos. Y sí, es cierto, es tú cár­ cel, es tú casa, cuídala ¿no? No hagas lo que no quieres que te hagan, y si alguien 120 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro te echaba pedo, pues sí tenías que tener huevos. Te veían tus zapatos a ver qué tal estaban, tenis son los más cotizados, entonces, si traías unos, te daban unas chanclas y te los quitaban, con unos dos o tres güeyes te metían terror, te de­ cían: “Dámelos”. Y se los tenías que dar, si no, pues te tenías que rifar un tiro. Sí, todo es a madrazos. Algo que es característico en este ambiente carcelario es la búsqueda del respeto. Existen distintas formas en las que un interno suele ga­ narse una jerarquía alta entre sus mismos compañeros, una es por vía del dinero, otra por la antigüedad en la prisión, pero también se puede ganar el respeto mediante los golpes, como se menciona en el relato anterior. El dinero y la corrupción de los custodios permite que entre los internos haya movilidad, a continuación se muestra lo que co­men­ tan César y Jesús al respecto: Gacho ¿no?, hay muchos custodios que se prestan para infinidad de mamadas... Por decir, tú tienes un problema conmigo ¿no? Yo tengo dinero. Yo le puedo pa­gar al custodio para que te dejen solo en una celda y yo llegue y me pase de lis­to. Te quitaron o te robaron… “a ver custodio, ahí le va un billetito, desa­ pa­rézcase”, y te dejan solo… ya es la hora de que a ver la extorsión, y vas a ha­­blarle a tu familia, y quiero que me depositen tanto, entonces ya te tienen p­ega­do ahí al teléfono con los fierros y pegándote. A mí no me pasó eso porque tenía dos primos allí y ellos desde “La población” fueron a ingreso; ya me lle­ varon papel, jabón, pasta, cepillo, y se fueron y hablaron con el güey que traía la “fa­ji­na”, que es mi primo, y sí, vale madre, va a ser con todos, esos güeyes ya sabían cómo estaba la movida. Jesús cuenta cómo las cosas son mejores para quienes tienen dinero, bajo esta dinámica nuevamente aparece la lógica del pesi­to mencio­ nada anteriormente: Tenía yo facilidad de palabra con la gente, llegaban y me decían: “Y éste ¿qué onda?” Sin malas palabras, ni nada. Incluso cuando ellos iban a las audiencias, en el pasillo, en el túnel, me iba yo con ellos cuidándolos. Ahí los acompaña­ ba, pero pues tenía yo comida, teníamos regadera con agua caliente, cocas, lo que querías. Algún guisado especial te lo hacían. Es que todo iba por pasillos y zonas, y cada pasillo son siete celdas y de esas siete celdas, una la agarraban para la pura cocina y como bodega de la comida de ellos. Cada quien pagaba. Había un cabrón que tenía su estancia, pero le mandó rotular las teclas de un piano. Otro que estaba ahí por fraude, pero extrañaban las comodidades de su casa ¿Qué era lo que hacían? Pues eso. Los creyentes cautivos 121 Tú les pagas a ellos y lo que quieras puedes tener. En los camarotes, en los pies, tienes una pantalla de esas de plasma, no sé si eran de 14 o 21 pulgadas, con DVD cada una, tenías su frigo bar, sus estufas eléctricas, tenías tus gra­badoras, todas las comodidades que tú quieras tener. Si querías una mujer, hablabas por teléfono y le decías al custodio: “Van a venir dos viejas conmigo a tales horas, así se llaman”. Ya les daban ellos su lana, le pagaban, llegaban las chavas y mira, como si nada. Querías vino, del que tú quisieras. Todo, es la llave. El dinero es la llave ahí adentro. El respeto ganado a golpes es otra de las maneras de adaptación dentro de la prisión, así es como lo cuenta Genaro: Aquí te ganas el respeto, pues, a madrazos, acá eres “cábula” ¿qué no? Pues pa´empezar, no dejarte ¿no?, ahora sí que no. Debes empezar no dejándote de la demás banda, porque aquí la banda te quiere agarrar de coto y si te dejas la primera vez, ya eres el coto de la banda, le tienes que aventar machín, hue­ vos, porque si no... Es como te vuelvo a repetir, antes de que yo creyera en ella, toda la banda me agarraba de coto, para aventarme un tiro era un pedo, lo que es. No, ahora, bueno, que antes iba a agarrar las navajas, antes decía: “A la verga…” una pistola y acá, y ahora no, te digo, a lo mejor me aceleré más y aho­ra no, haz de cuenta que primero pego y ya después investigo, pa’que me entiendas. Simplemente que soy el más viejo de la estancia, si alguien se pone con­ migo, pues aplico la de “primero pego, luego investigo”. Más que nada te digo que es por las cosas que uno hace, por las cosas que uno hace de que no se deja, no me meto con nadie porque también respeto a la demás banda, ni me gusta ser cargado, ni nada, pero claro, te metes conmigo, ya bailaste porque soy un dolor de cabeza. Pues si te metes conmigo pues yo soy recio y, pues, a como sea, ma­ drazos, metidas, a como la quieras ver, pero es recio, conmigo no hay nada, ya estuvo, y nada, primero pego y después investigo y mucha banda, hasta mi misma “causa”, me dice: “Chale güey, es que estás bien acelerado.” Y eso que mi “causa” está más chamaco que yo, tiene 23 años. Finalmente, hay códigos o palabras que los internos van conociendo y que se vuelven parte de su lenguaje común, a continuación mues­ tro algunas palabras que encontré con más frecuencia durante mis entrevistas y que los mismos reclusos explican. La primera de ellas es “mi causa”,32 que hace referencia a un ami­ go que es cómplice en muchas cosas; algunos afirman que ya tenían su “causa” desde la prisión, otros que la encontraron dentro; “causa” 122 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro es aquel que no te va a traicionar o que cuida las espaldas. Veamos lo que los internos como Darío entienden por “causa”: “Causa” es con la persona que vengo, se puede decir somos dos, somos pareja, aquí te las toman como “causas”, vienes con “causa”. La “causa” viene contigo y es tu “causa”. Genaro también utiliza mucho la palabra “causa” y le da un significado similar al que le da Darío: Porque te digo que es de las personas que se va conmigo al “castigo”. Es mi com­pañero en desmadres, me cuida la espalda igual que yo a él, cuando tiene un pedo, yo le cuido la espalda y nos hacemos un paro mutuamente. Otra palabra es “cábula”33 que se refiere a alguien que es malo o que comete malas acciones, alguien que ya está amañado. Los internos la utilizan de la siguiente manera: Allá afuera me dedicaba a tomar, nada más trabajaba para tomar, y sí, andaba robando, andaba de “cábula”, mira, quiere decir… es… que cómo te explico… aquí en la cárcel somos como abreviatorios, a todo le buscamos... Aquí “cábula” es como si… no te las cures… no te las cures es como no te burles, no sientas que eres más que uno o no sientas que eres otra cosa, o sea, no seas “cábula”, ahora qué, me entiendes, es no seas gandaya. En vez de “cábula” dices “no seas pendejo”. Aquí la cár­cel te enseña a estar atento a todos lados, tienes que despertar, porque si dejas que la cárcel te coma, te come, créemelo. Debes demostrar que eres “cábula”, porque si no la misma banda te come. Aquí se usa mucho lo de la psicología, aquí la misma banda te trabaja psicológicamente, te mete terror psicológico, eso se requiere “no seas ‘cábula’”. Ser “cábula” es tener carácter para aguantar las cosas que pasan den­ tro de la prisión, e incluso es también, de alguna manera, la forma en la que los internos pueden llegar a tener un prestigio entre ellos mismos. Pues así, como que eres un desmadre, para que me entiendas eso de que eres bien “cábula”, ahora sí que cómo… pues ahora sí, como que eres rebelde, para que me entiendas ¿no? Si eres “cábula”, acá, te las cotorreas con la banda, quiere decir algo así como cabrón, pero es gente que es culera, que se agarra a mentiras, gente que le avienta huevos. Los creyentes cautivos 123 Otra de las palabras que sirven para calificar la manera de ser de al­ gún interno es “borrego” o “borrega”;34 y son aquellos reclusos que suelen ser cómplices y delatores con los custodios o las autoridades. En una ocasión, mientras recorría el Cevareso, en uno de los muros vi una estampa que tenía la imagen de un llavero y una llave; me ex­ plicaron que “el borrego” es igual que el “llavero”, es decir, que tam­ bién se les conoce como “llavero” a los presos que fungen como ayu­ dantes de los custodios y, por lo tanto, pueden identificárseles como posibles delatores. La legal es con los licenciados, la ilegal con los polis. Con los polis [susurra], to­do es dar para recibir, o sea, como ahorita, el chaleco que traía mi “causa” yo lo re­ cuperé, puse a “la borrega” —uno que se presta con la policía— lo manipulé y le dije: “Dame mis cosas”. Otra forma de ser en prisión tiene que ver con las actividades que se realizan, así tenemos aquellos que se dicen ser “dieciocho”35 o aque­ llos internos que se encargan de vigilar a otros mientras se cometen ciertos actos. ¡Ah! haz de cuenta que en el Norte trabajaba de “dieciocho”, de “dieciocho” es que... en los reclusorios es cuidar a alguien, por ejemplo, tú que eres el in­ terno, que traes un poquito de dinero, tienes posibilidad de traer dinero para pagar la policía, para meter tu celular, pues tienes tu celular y dices: “¿Puedes echarle un ojo? Ponte trucha, cuídame de tal, y cuídame de tal, si ves la bronca, vienes, me avisas y te llevas el teléfono, te lo llevas tú”. “Va”, Y aunque sea así, te digo, no tengo visita y tenía de otra forma que sacarla y me pagaban bien y esos a los que yo les chambeaba eran extorsionadores, tenía que sacar tres, cua­ tro teléfonos, correr y… “viene tal”. Me pagaban bien, o sea, cuatro extor­sio­ na­dores, de los cuatro me pagaban 100 al día y aparte desayuno. Yo estaba mejor allá. Aquí no hay donde, no hay mucha gente con telé­fo­ nos, aquí yo no veo nada de eso, aquí todos andan tras de un peso, imagínate, aquí perrean mucho el peso: “Regálame un peso, regálame un peso”, y todos. No hay puestos para llegar y pedir chamba, no hay nada de eso. Terminé chambeando de “dieciocho” y ya. Coronaban una extorsión de 25 000 o 30 000, y que decía: “Ya coronamos cachorro, vente —‘coronar’ es pues que ya lo lograste—, lo logramos, tenemos 25 000 pesos de una llamada, lo hicimos, está depositado, ahorita nada más es de que vayan y lo saquen”. Y ya a la siguiente visita ya está el dinero aquí adentro y pues 25 000 aquí, por ejem­ plo, yo, que soy el extorsionador, traigo 25 000 pesos, me vuelvo loco, con 500 124 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro pesos puedo comprar dos, tres “cábulas”. Que jálate, cuídame, toma, haz… en mi misma celda puedo traer o comprar una grabadora, ahí está una pantalla, o sea, comodidades que te puedes dar. Las palabras que los internos suelen utilizar no son únicamente para referirse a la manera de ser de alguien, sino también a ciertos espacios que tienen funciones muy concretas dentro de la prisión, como la zona de “castigo”, ya que institucionalmente se sanciona a los inter­ nos que tienen “mala conducta” o que comenten faltas administrati­ vas. Estos son enviados a esta área en la que los tienen apartados, es decir, una prisión dentro de la prisión. Ellos cuentan lo siguiente: De hecho, te digo una de las cosas, es pa’que ya no estuviera aquí, ya dos veces hice un desmadre y he picado a dos personas. Porque se han metido conmigo, fue una de ellas con unos mafiosos que según eran “las madres” del penal y los reté. Los piqué con navaja, sí, aquí adquieres todo eso. Pues ya sabes, la banda luego las andas vendiendo ¿no? Para defenderme, o son ellos o soy yo, prefiero que sean ellos. Esa vez me picudié con un chavo, porque me quiso hablar de más, andaba mal el morro este y… pues… que quiso hablarme de más y también no me dejé y... me mandan a “castigo”. Es una zona igual como las que ves, así, a las zonas que has entrado; hay primero, segundo y tercer nivel. Pues llegas adonde hay una zona pues… ése, el “castigo”, es no salir, es estarte todo el día encerrado, que no te llegue nada. No salir, no tener visita, pero pues te llegan otras cosas: mariguana, mota, chochos, piedra. En el castigo hay diablos, están pintados con pluma, unos con sangre y pues ahora sí que yo respeto. Pues si llegas con la banda “cábula”, pues sí, o con güey que viva en el “castigo” y que adora al diablo y acá, pues si llegas de nuevo, pues sí ¿no? Pero hay veces que no sé, parte personal, yo siempre he llegado con la banda “cábula” que adoran el diablo y nel, nunca me han hecho nada. Como se puede apreciar en el relato anterior, pasar por un castigo im­ plica la privación de “ciertos privilegios” que los internos tienen dentro, como las visitas o andar libres en sus estancias, también esto es una mala nota en su expediente. Finalmente, todo lo narrado anteriormente nos da una idea de la dinámica cotidiana en el encierro: desde el momento en que los individuos se encuentran libres en la calle, hasta la transfor­mación de su vida cuando son encarcelados, así como el proceso de adap­tación al medio penitenciario. Esta adaptación se muestra por medio de las Los creyentes cautivos 125 formas de habitar, de convivir y de hablar dentro de la prisión. En esta dinámica se pueden observar también las relaciones que se dan entre el personal de la cárcel y los internos, así como de los internos con otros internos. Notas 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Durante la investigación él era pareja de Noé, ambos vivían juntos en una cel­da dentro del Cevareso, en la zona de las personas vulnerables. Véase la tabla de los internos en el Cevareso. Estos indicadores permiten corroborar las estadísticas del capítulo anterior don­de se observa que la mayor parte de delitos denunciados son del fuero común. Tam­ bién es importante mencionar que cada tipo de robo tiene diferentes sanciones, se considera al robo dentro de la clasificación de delitos del fuero común. En la clasificación que hace el INEGI, los robos se consideran delitos contra las per­ sonas y después contra el patrimonio. Para profundizar sobre esta clasificación véase: <http://www3.inegi.org.mx/sistemas/clasificaciones/exportahtml.aspx?Clasif _Sel=01011701,&EFSel=15|9|&hid_Proyecto=01&cla=2&MuestraMD=1>. Entrevista realizada al personal del Cevareso, 24 de febrero de 2015. Matza, 2014. Ibíd: 2014: 70. Ibíd: 73. Ibíd: 86. Para ahondar más sobre la búsqueda de respeto mediante actividades ilícitas, véa­ ­se el texto de Philippe Burgois En busca del respeto, vendiendo crack en el Harlem, donde muestra cómo cierto grupo de jóvenes, insertos en dinámicas generadas por la violencia estructural, encuentran en la economía ilegal del crack la bús­ queda del sueño americano; se puede ver por medio de sus vivencias la lucha diaria para sobrevivir en un ambiente de sufrimiento social. Becker, 2009: 44. Matza, 2014: 120. Así les dicen a los internos que llegan procedentes de otros centros penitenciarios. Colín, 1987: 28. Payá, 2006: 145. Goffman, 2007: 27. Ibíd: 31. “monopolio de la coerción legítima” (Sykes, 1958: 41). Traducción del autor. “se expresa como una masa de comandos y regulaciones que transmiten una jerarquía de poder” (Sykes, 1958: 47). Traducción del autor. Los internos se refieren a la droga como “vicio”. 126 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 “La prisión como una sociedad dentro de una sociedad” (Sykes, 1958: xii). Tra­ ducción del autor. “burócrata con una pistola” (Sykes, 1958: xv). Traducción del autor. Goffman, 2007. Entrevista realizada al personal del Cevareso, 24 de febrero de 2015. Payá, 2006: 139. Camino a “La población”, el clima estaba algo caluroso y en los pasillos había mucho movimiento. Algunos internos llevaban grandes ollas sobre unos carros y muchos de ellos tenían listos sus botes de plástico para ir por su comida o, como ellos le dicen, “el rancho”. Al igual, parecía que era la hora de la alimen­ tación de los custodios, porque no había mucha presencia de ellos (nota del diario de campo del autor). A este ir y venir de dinero a cambio de favores, Alejandro Payá lo nombra co­ mo la “lógica del pesito”, que está sostenida bajo un marco de desinformación y malentendidos por medio de los que opera el sistema penitenciario, en ella “participa activamente el personal de seguridad y custodia, que bajo cualquier pretexto solicitan al interno o a su familia dinero” (Payá, 2006: 152). Como observamos en los relatos, también los internos aplican a su convivencia coti­ diana esta lógica. Además, se puede observar cómo los devotos al mismo tiempo que me contaron acerca de su devoción a la Santa Muerte, también me platicaron parte de su vida cotidiana dentro del penal. Malinowski, 1986: 36. Ibíd: 40. “proporciona un mapa del sistema social interno” (Sykes, 1958: 84). Traducción del autor. “diferentes experiencias significan un lenguaje diferente y el resultado — ­ en la prisión, al menos— es argot” (Sykes, 1958: 86). Traducción del autor. “Causa, f. Compañero de causa penal; compañero de delito por el cual se está en prisión” (Franco, 2014: 36). “Cábula o cabuloso, adj. Persona de malas costumbres; delincuente habitual” (Franco, 2014: 22). “Borrega, M. Delator; prisionero que trabaja para los guardias reportando ano­ malías o actos ilícitos de los otros prisioneros” (Franco, 2014: 27). “Dieciocho, adj. Vigía; quién echa aguas. Yo te lo dieciocho” (Franco, 2014: 36). Capítulo 5 Culto canero a la Santa Muerte L a primera vez que entré al Cevareso, el técnico penitenciario que me recibió me aseguró que en las instalaciones de esta cárcel casi no había devotos a la Santa Muerte, lo que de alguna manera me decepcionó ya que quizás no podría llevar a cabo mi proyecto de in­ vestigación. Ese mismo día hice mi primer recorrido por los lugares don­de habitan los internos, uno de los custodios me llevó directamen­ te a una de las celdas en la que estaba una efigie de la Santa Muerte, asegurando que era la única. La realidad era otra, en todos los pasillos y en las estancias había expresiones materiales de distintas creencias, no sólo de la Santa Muerte; pude registrar objetos relacionados con la santería, la creencia en el diablo y en San Judas Tadeo. Este capítulo tiene la finalidad de mostrar la forma en la que se vive el culto a la Santa Muerte dentro de las instalaciones de este re­ cinto carcelario, en medio del universo de creencias que lo acompa­ ñan; también se presentan las formas específicas de esta creencia en el encierro. Para ello, se muestran las relaciones que los internos esta­ blecen con los objetos que tienen a su alcance, con los cua­les llevan a cabo sus prácticas religiosas; además de los diversos significados que los internos dan a estos objetos religiosos relacionados con la Niña Blanca. La importancia de lo material Gran parte de la riqueza de esta investigación se debe al trabajo de cam­po realizado, ya que gracias a él pude observar y conocer algunas 128 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro de las formas específicas que tienen las prácticas religiosas de los in­ ternos. Sin embargo, el proceso de observación y obtención de la infor­ mación no fue sencillo, ya que estuvo mediado en gran parte por los trámites de autorización administrativa y el ingenio propio basado en algunas enseñanzas durante mi formación. Mi intención de acceder al Cevareso era para conocer de manera directa la forma en que los internos llevan a cabo sus prácticas de fe. Al momento de entrar a la cárcel tuve que resolver cuestiones fun­ damentales: ¿de qué manera podía registrar las distintas manifestacio­ nes religiosas y sus prácticas? y ¿qué elementos debía considerar? El periodo de tiempo que me autorizaron para realizar el trabajo de cam­­po dentro del Cevareso fue corto, por lo que tuve que adaptar la mane­ ra de obtener el mayor número de información en el menor tiempo posible. Desde mi primer recorrido por los pasillos y las áreas donde viven los internos, comencé a observar que dentro de las celdas había unas repisas colocadas sobre la pared, cuya función era para que los inter­ nos pusieran sus objetos personales, como ropa o zapatos, pero esas repisas, en su mayoría, estaban llenas de objetos religiosos acomo­ dados de tal forma que parecían altares; algo relevante que también ob­servé fueron las pinturas sobre las paredes de los pasillos en cada una de las zonas, algunas veces se encontraban en la entrada, otras al final de las áreas, y algunas más plasmadas en las paredes de las cel­ das; también me percaté de que los cuerpos de los internos estaban adornados con tatuajes de distintas formas y símbolos, entre los cua­ les destacaban los de la Santa Muerte. Al tener presente estas constantes: los altares sobre las repisas, las pinturas en las paredes de los pasillos y dentro de las celdas, y los cuerpos adornados con tatuajes, comprendí que de ahí podía obtener los registros que necesitaba para poder entender la especificidad del culto a la Santa Muerte dentro de la prisión. Una vez que decidí que éstos eran los elementos que iba a considerar para llevar a cabo mi pes­quisa, fui diseñando, durante la marcha, la manera en que los re­ gistraría. Consideré las entrevistas a los internos que abiertamente admitían ser devotos de la Santa Muerte, con la finalidad de que, des­de su experiencia, me ayudaran a comprender la dinámica de es­ tos ele­mentos. Otra cosa que apunté fueron los componentes ma­te­ Culto canero a la Santa Muerte 129 ria­les de las prácticas religiosas, ya que, desde mi punto de vista, estas constantes tienen en común el incluir objetos materiales con un sim­ bolismo propio. Registro de objetos religiosos En su Manual de etnografía, Marcel Mauss1 menciona que “la idea religiosa se expresa siempre, para empezar, de modo lingüístico, lue­ go lo hace por medio de ritos, muy a menudo de orden material”.2 En el Cevareso encontré los tres elementos que menciona este antro­ pólogo: las manifestaciones religiosas se pueden percibir por medio del lenguaje oral y escrito, alguno que otro rito y distintos objetos que pude observar. En primer lugar, decidí registrar las manifestaciones materiales. Mientras hacía mis recorridos tuve la oportunidad de observar cómo estaban colocados los distintos objetos religiosos, por ejemplo, las ve­ ladoras, las imágenes de la Santa Muerte, del diablo, los cristos, las vírgenes, San Judas. Estos objetos no sólo se encontraban como bul­ to, también había cuadros con imágenes o pinturas alusivas a estas creencias y deidades. Debido al tiempo limitado para hacer la investigación de cam­ po, tuve que idear una forma para sistematizar la información de los objetos religiosos, para lo que realicé un esquema,3 el cual me permitió tener la ubicación y el registro de los lugares en los que había objetos de la Santa Muerte y de otras creencias al interior del Cevareso. A continuación se muestra el número de altares contados al mo­ mento de hacer mis recorridos dentro del Cevareso; es importante aclarar que los altares registrados no son fijos, ya que en cada estancia hay movilidad constante de la ubicación de los internos. Además, en el momento de los recorridos algunos dormitorios no estaban abiertos, por lo que el registro por nivel puede variar de acuerdo con el mo­men­ ­to en el que se realizaron los recorridos. Para comprender el siguiente cuadro hay que recordar que la organización espacial de las áreas de los internos se organiza de la siguiente manera: en cada ala: AA, AB, AC… hay tres niveles, y cada nivel tiene entre 12 y 16 estancias o celdas. 130 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Tabla I. Registro aleatorio de los altares Número total de objetos registrados en las celdas, en los tres niveles de cada ala visitada dentro del Cevareso Altares con figuras de: A,A A,B A,C B,B C,B C,C Total Santa Muerte 5 3 6 11 2 10 37 Diablo 1 3 1 3 2 3 13 San Judas 1 1 3 1 5 11 Virgen de Guadalupe 1 2 6 1 5 Santería 3 1 1 Cristo 1 1 1 1 Otros* 1 2 1 2 *Me refiero a imágenes que aparecieron muy poco como figuras prehispánicas, personajes de comics y de fútbol, duendes y niños dios. Fuente: Elaboración del autor. En la tabla se puede observar que la mayoría de los altares están dedi­ cados a la Santa Muerte. Cabe mencionar que además de los altares por celda, también hay imágenes dibujadas sobre las paredes de los pasillos que, en su mayoría, eran de la Santa Muerte. Había una can­ tidad considerable de altares con imágenes del diablo, tanto en las estancias como dibujados sobre las paredes de los pasillos; lo mismo su­cede con las representaciones de San Judas. El registro de los objetos religiosos me permitió ubicar a los in­ ternos devotos, muchos de los cuales fueron mis dialogantes. Al mo­ mento de entrar a las celdas y preguntar por el dueño de los altares, algunos internos aceptaban ser los dueños, otros, con cierto temor, me contestaban que en ese momento no se encontraba el propietario, e incluso, hubo quienes me dijeron que ahí nadie era creyente y que el altar pertenecía a alguien que ya estaba en libertad y que se los había dejado encargado, por lo que habían decidido conservarlo.4 La información de esta tabla muestra las zonas que recorrí —A, B y C—. Es importante recordar que en estas áreas los perfiles son muy variables, están aquellos reclusos clasificados como reincidentes Culto canero a la Santa Muerte 131 —que no se apegan a las normas, consumen drogas o están bajo algún tratamiento, entre otros—. Mientras que en la zona D las circunstan­ cias son distintas, son espacios muy limpios y ordenados, situación que coincide con el discurso institucional de ubicación de los inter­ nos de acuerdo con su perfil, ya que aquí se localizan los presos con buena trayectoria y que han cambiado su conducta. Las autoridades del Cevareso asocian el tipo de perfil de los inter­ nos con su religiosidad, por ejemplo, señalan que de la zona A a la zona C, se encuentran los reclusos que reciben poco tratamiento y tienen mala conducta —por mencionar tan sólo algunas características— y que, por lo tanto, tienen creencias más transgresoras o que no se encuentran dentro de la norma, como es la adoración al diablo o a la Santa Muerte; mientras que entre quienes van cambiando su conduc­ ta y aceptan algún tratamiento, las tendencias de sus creencias son otras, como el convertirse al cristianismo o reafirmar su fe en el cato­ licismo —el formar parte de estos grupos religiosos se considera tener una buena conducta y favorece a los reclusos para tener un mejor ex­ pediente—. Durante la charla que tuve con el encargado del CDUDT para po­nernos de acuerdo con los recorridos, me comentó que me iban a lle­var al área A, que aunque era un lugar peligroso porque los inter­ nos tenían un perfil más difícil: “son los que no quieren corregirse, los más violentos, los que no quieren ayuda… ahí también hay altares y devotos, yo pienso que devotos fuera del closet, porque debe de haber más, sólo que algunos utilizan el beneficio de los otros grupos religiosos para tener antecedente de buena conducta”.5 A partir de las pláticas con los funcionarios y debido a mis reco­ rridos por el Cevareso, puedo concluir que el discurso institucional respecto al tipo de perfil de los internos se vincula de manera mecáni­ ca con el tipo de creencia que ellos practican, lo que resulta un tanto simplista, ya que en cada una de las áreas se aloja una gran diversidad de internos y, por lo tanto, de creencias. Por ejemplo, en el área D, si bien no hay tantos altares como en las otras áreas, se puede apreciar uno de la Santa Muerte; lo que sí varía es la forma en la que están aco­ modados los altares.6 De igual manera, no se puede asociar la triada creencia-perfil-área, ya que algunos internos asisten a las actividades que organizan los representantes de las religiones institucionalmente 132 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro aceptadas solamente por los beneficios que obtienen en su expedien­ te, o bien porque a veces regalan comida o dan algún paquete con pro­ductos de limpieza. También puede suceder que aquellos internos a los que se les identifica como creyentes de la Santa Muerte o de San Judas por los tatuajes que portan, ya no son devotos. En una ocasión, el encargado del área de clasificación me comen­ tó que tenía identificados a algunos internos con tatuajes de la Santa Muerte, y que quizás alguno de ellos podría ayudarme con mi investi­ gación. Mandó llamar a un interno que tenía muchos tatuajes, entre ellos uno de La Flaquita. Al entrar el recluso en la oficina, el encarga­ do le preguntó si quería colaborar conmigo narrándome la historia de sus tatuajes y su creencia en la Santa Muerte. El interno afirmó que ya no creía en ella, que la traía tatuada porque alguna vez fue devoto, pe­ro que ya practicaba el cristianismo donde no se les rendía culto a ninguna imagen, mientras hablaba, el recluso se puso muy nervioso, e incluso, hasta sudó un poco; parecía que estaba justificando una ma­ la acción. Por medio del registro de los distintos objetos religiosos pude ob­ ser­var la especificidad del culto a la Santa Muerte dentro de la prisión; lo analicé como parte de un campo más amplio dentro de las prácticas religiosas que se presentan simultáneamente en este espacio, ya sean las enmarcadas en religiones oficiales —católicos, cristianos y otros gru­pos autodenominados de autoayuda con tintes religiosos—, aque­ llas más heterodoxas, o bien las que forman parte de la religiosidad po­pular como la creencia en el diablo, en San Judas y la santería. También por medio de los objetos pude observar las distintas re­ la­ciones de poder que se manejan dentro de la vida común en el en­ cierro. No decidí registrar solamente los objetos, también me interesó dar cuenta de la simbología que los creyentes le dan a esos objetos de fe, es decir, la manera en la que se establece una relación entre lo ma­ terial y lo simbólico, relación que representa las dinámicas sociales que se dan en ese contexto. Culto canero a la Santa Muerte 133 Objetos de fe: los altares y las figuras de la Santa Muerte Después de las primeras semanas de trabajo de campo comencé a sen­ tirme más cómodo al realizar las entrevistas. Para entonces, ya algu­ nos internos me habían invitado a sus estancias para que conociera sus altares, pero como no me era sencillo desplazarme libremente por las instalaciones, solicité al personal del Cevareso que me permitiera permanecer más tiempo en los espacios habitados por los internos, con el fin de apreciar mejor los altares, las efigies y poder ver con más de­ talle las imágenes religiosas que adornan los pasillos y paredes de algu­ nas celdas. La petición fue aceptada, pero con reservas, sólo pude ir a algunas estancias y no a otras. Ese mismo día me dieron la oportuni­ dad de fotografiar, sin embargo, sólo podía hacer tomas de los altares. Si quería retratar los tatuajes de alguno de los internos, el proceso era distinto, tenía que pedir la autorización por escrito y me la tenía que firmar el recluso. A pesar de estas limitantes obtuve bastante informa­ ción tanto descriptiva como visual. Mi insistencia en hacer más recorridos y estar más tiempo en los lugares que habitan los internos fue porque sabía que ahí podría ob­ servar los “imponderables de la vida social”. Mediante la interacción con los internos dentro de sus espacios cotidianos entendí parte de su lenguaje: percibí gritos, silbidos; observé la manera en que practi­ can sus creencias, sus rutinas de vida; las formas en las que se orga­ ni­zan pa­ra comer; la manera en que llevan a cabo sus conversacio­ nes; las miradas entre ellos y de ellos hacia los extraños o hacia el personal del Cevareso. De igual modo, me percaté de los distintos olo­ res; de la forma en la que muchos de ellos caminan de un lado a otro sin tener un sentido claro; de la manera de organizarse para la limpie­ za personal y la de sus espacios; así como de la venta de productos, entre muchas otras cosas. Altares en las celdas Comenzaré por describir los distintos altares que observé durante los recorridos en las áreas de los dormitorios. Anteriormente mencioné que uno de los lugares donde los internos tienen mayor libertad per­ 134 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro sonal es en las estancias o celdas, ahí los reclusos modifican el espa­ cio según sus posibilidades económicas, familiares y materiales; estas tres posibilidades se encuentran vinculadas. En algunas entrevistas, los internos me comentaron que princi­ palmente reciben apoyo de sus mamás o de sus esposas, quienes les llevan dinero o algunas cosas para su supervivencia dentro de la insti­ tución7 —ropa, comida y artículos de limpieza personal, entre otros—;8 también están aquellos reclusos abandonados totalmente por sus fa­ milias; otros cuentan que cuando entraron a prisión sus esposas los apoyaban, pero con el paso del tiempo los abandonaron, quizá porque ya tienen una nueva pareja; también sucede que algunos de ellos no ven a sus hijos o ni siquiera los conocen, ya que nacieron durante su estancia en la prisión. También recordemos el tema de el genere, la forma en la que los internos generan dinero, o “la lógica del pesito”,9 aspectos importan­ tes para la obtención de todo tipo de objetos de uso personal y grupal, así como religioso dentro de la prisión. El genere muestra cómo al­ gunos internos tienen que trabajar primero para sobrevivir. También es posible encontrar presos que tienen poder adquisitivo —objetos y dinero—, pueden emplear a otros presos, o bien mantener a su fami­ lia desde su estancia en el encierro. El poder adquisitivo depende de las relaciones que el interno establece con los custodios, los compañeros de cárcel, además de lo que les aportan sus familiares. Con base en lo anterior, se puede observar cómo los altares y los objetos religiosos expresan parte de las relaciones de poder que se dan en el Cevareso. Iniciaré con la descripción de los altares que los internos tienen en sus estancias, para esto me plantee las siguientes preguntas: ¿qué es un altar?, ¿cómo son los altares en el Cevareso?, ¿cómo los montan? y ¿cuáles son sus funciones? Un altar es un espacio físico designado a rendir culto a una figura sagrada, en él se colocan objetos relacionados con esta figura; algu­ nos de ellos representan ofrendas, o bien sacrificios dedicados a ella. Los altares también pueden considerarse como depósitos rituales, es decir, “un ritual figurativo basado en representaciones materiales y mi­niaturizadas”.10 Siguiendo este concepto, toda ofrenda es un acto ritual que materialmente es figurativo y muchas veces va acompañado de actos rituales verbales —oraciones, rezos—. Estos depósitos rituales Culto canero a la Santa Muerte 135 son una representación figurativa elaborada con materiales que crean una eficacia en el sentido religioso. Los depósitos rituales también ex­ presan “súplicas materializadas”,11 pues los materiales que hay en un depósito ritual tienen una lógica en su forma de posicionarlos. Este acomodo de objetos permite saber qué tipo de petición se está ha­ ciendo. Para esta descripción decidí dividir los altares en dos tipos: 1) en las celdas; 2) en pasillos. En las celdas pude observar los altares sobre las re­pisas y camarotes; algunos dedicados a la Santa Muerte están colocados sobre la repisa superior, otros en medio, y otros hasta abajo, incluso, en aquellas celdas donde había espacio se encontraban sobre un camarote. También pude ver pinturas en las paredes de las estan­ cias, así como posters con imágenes de la Santa Muerte —uno de ellos parecía un vitral, ya que estaba colocado en el tragaluz que da al in­ terior de la estancia—. No sólo se ven altares con imágenes de la Santa Muerte, también se pueden encontrar figuras de San Judas, el diablo, la Virgen de Gua­ dalupe, Cristo. En algunos altares-repisas están juntos la Santa Muerte y el diablo; y los dedicados a la santería se encuentran colocados cer­ ca de la puerta de la celda o en el piso, debajo de las camas, algunos otros próximos a la imagen del diablo. Ahora, me enfocaré en describir los altares dedicados a la Santa Muerte, aunque el análisis de las prácticas que los internos hacen en estos altares puede ser aplicable también a los de las otras creencias, co­mo el caso del diablo o de la santería. Los altares que tienen los in­­ ternos en sus estancias están conformados principalmente por las imágenes de la Santa Muerte —en bulto, pintada o en una estampa— y por lo que se les ofrenda —dulces, comida, veladoras, flores natura­ les y artificiales, cigarros, mariguana, agua, collares, escapularios, fo­ tografías de algún familiar, dinero, cosas de metal, restos de plumas de animales, entre otros— (véase anexo 5 imagen 5). Los internos obtienen las efigies de la Santa Muerte de distintas maneras: las heredan del altar de aquellos reclusos que ya están en li­ bertad;12 se las regala algún interno que va a salir de la prisión y no puede llevársela a la calle, o como muestra de amistad, o porque con­ sideran que están “muy cargadas de mala energía”, o bien porque ya están desgastadas; hay quienes las elaboran, o las compran con los 136 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro com­pañeros que generan haciéndolas —principalmente de jabón y de papel—; las mandan a hacer; se las roban a algún compañero; o bien la traen desde el reclusorio anterior en el que estuvieron. En oca­siones forman sus altares con las figuras que cada recluso aporta. Hay quienes sólo cuelgan de su cuello un dije con la figura de la Niña Blanca (véase anexo 5 imagen 6). Los internos obtienen los objetos que le ofrendan a la Santa Muer­ ­te de sus familiares, amigos o conocidos que se los llevan los días de visita; también, gracias al genere, pueden adquirirlos en las tien­das que hay dentro del Cevareso. Las flores naturales no están permiti­das den­ tro de las estancias, sin embargo, hay quienes las consiguen de los pocos jardines que hay adentro, como los del centro escolar —es­tas flo­ res tienen un valor especial ya que están prohibidas y los in­te­rnos asu­ men el riesgo de ser castigados, por lo que adquieren un valor distinto en las ofrendas y “ponen más contenta” a La Flaquita—. Así lo cuen­ ta uno de los internos: Te soy honesto, aquí mando a robar flores naturales allá atrás, mando a los cha­ vi­­tos, se roban flores naturales y yo le pongo flores naturales, pero nos la ro­­­­­ ba­mos… que si nos agarra la policía arrancando las flores te mandan al “castigo” un mes, entonces nos arriesgamos en ir a robar las flores, pa’ponérselas a La Flaca. Hay otros internos que comparten con la Santa Muerte dulces, ci­ garros, veladoras y comida, productos que se pueden conseguir aden­ tro, pero a altos costos. La posición del altar en las repisas —ya sea arriba, en medio o aba­ jo— depende de cómo estén organizados los mismos internos o del espacio que les asigne el recluso con mayor antigüedad en la estancia —es él quien organiza y designa el lugar para los recién llegados—. Las formas de acomodo varían a partir de la cantidad de imágenes de la Santa Muerte que cada uno tiene, de su tamaño, de su creatividad pa­ ra acomodarlas, así como de sus posibilidades económicas. Culto canero a la Santa Muerte 137 Altares en los pasillos El primer día de mi recorrido por el Cevareso me llevaron a un altar muy grande y visible ubicado en el pasillo del área B, afuera de la es­ tancia de su dueño. La imagen de la Santa Muerte que lo adorna mide 1.50 m y está elaborada con jabón, dentro de su cráneo tiene un foco que su propietario prende en las noches para que su Flaquita ten­ ga su propia iluminación. Éste es el único altar con una efigie en bulto que encontré en el pasillo. La característica de esta figura es que está personalizada. En la mano izquierda sostiene un mundo y sobre el mundo lleva escrito el nombre del interno que la mandó a hacer; en la mano derecha sostiene la figura de un corazón. La imagen se sos­ tiene sobre una base negra que lleva escrito los nombres de algunos conocidos —hombres y mujeres— del interno. Sus manos cadavé­ ricas están adornadas con monedas y algunas semillas incrustadas. Los presos le ponen veladoras en sus pies, sobre la base (véase anexo 5 imagen 7). Los altares ubicados en los pasillos tienen sus propias característi­ cas; generalmente se montan sobre imágenes ya pintadas en la pared que se encuentran al final, a la entrada o en medio de los pasillos. So­bre las imágenes pintadas suelen verse nombres de personas y ora­ ciones, en algunas de ellas aparecen la Santa Muerte junto con el dia­blo. Cerca de la imagen pude observar marcas de quemadura de cigarro, de humo y algunas otras de sangre. Estos altares están ubicados en los espacios comunes y, en gene­ ral, los devotos que habitan la zona suelen ofrendarles comida, dulces, veladoras, flores, pan, agua, incluso se reúnen para rezar. Los reclusos se organizan para darles mantenimiento y tenerlas bien pintadas, o en algunos casos modificarlas. Hay quienes patrocinan estas pinturas, ya sea en los pasillos o en sus propias estancias, para pagar alguna man­ da (véase anexo 5 imagen 8). Tanto los altares de las repisas como los de los pasillos son parte de los “ajustes secundarios” que hacen los internos dentro de la ins­ titución. Goffman define a estos ajustes secundarios como: …cualquier arreglo habitual que permite a cualquier miembro de una or­ga­ni­ zación emplear medios para alcanzar fines no autorizados, o bien, hacer ambas cosas, esquivando los supuestos implícitos acerca de lo que debería hacer y 138 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro alcanzar, y, en última instancia, sobre lo que debería ser. Los ajustes secundarios representan vías por las que el individuo se aparta del rol y del ser que la ins­ titución daba por sentados a su respecto.13 En este mismo sentido, los internos se apropian de las repisas que hay en sus estancias colocando altares, así como de algunos espacios co­ munes como los pasillos donde transforman las paredes grises en mura­ les y altares que expresan cierto tipo de identidad personal y grupal. En la dimensión personal, los altares muestran la forma de llevar a ca­bo las prácticas religiosas de los internos y cómo las adecuan al me­ dio coercitivo institucional, valiéndose de los medios materiales que tienen a la mano. En cuanto a su identidad grupal, los altares muestran los lazos de convivencia que se generan dentro del sistema de encierro, ya sea porque permite que ellos se organicen para pintar un mural, o bien para celebrar y ofrendar al santo que decidieron pintar. En el caso de la Santa Muerte, hay internos que el día de muertos se juntan para rezarle a la Niña Blanca y, ahí mismo, al final de la ora­ ción, comparten comida —un pan para cada uno o algunos dulces—. Pintar murales en la cárcel es un medio para alcanzar un fin, esto es, generar dinero para comprar comida o “vicio”; para comprar más material y seguir trabajando para otros, o bien para darle dinero a su familia. Efigies de la Niña Blanca En el punto anterior mencioné que los altares de los internos del Cevareso tienen como uno de sus elementos centrales las efigies de los santos en los que ellos creen. En el caso de la Santa Muerte expli­ caré las particularidades que tienen estas figuras, ya que por medio de ellas se podrá apreciar parte de las singularidades de esta creencia en el encierro. Las figuras de la Santa Muerte que observé dentro del Cevareso tienen las siguientes características: están elaboradas principalmente de papel maché, periódico, jabón o madera y son de tamaños variados. Había figuras de varios colores, principalmente rojas, verdes, amarillas, blancas, negras y azules. Las formas eran diversas: de pie, sentadas y Culto canero a la Santa Muerte 139 con alas. Estas características de las efigies son muy similares a las que se pueden observar en los espacios de devoción públicos en diferentes partes del país. Sin embargo, en el Cevareso me percaté de algo muy peculiar. En ciertos altares de las estancias pude apreciar efigies con alas. Estas alas eran de una paloma real y las manos de la figura eran las patas de esa misma ave. Uno de los internos que se dedica a crear este tipo de figu­ ras me contó acerca de la forma en que las hace: Mira, para hacer esas Santas Muertes, pues no es tan fácil ¿no? Primero tienes que cazar al pájaro, por aquí hay muchas palomas, les avientas unas boronas de pan en el suelo y pues las palomas caen redonditas en la trampa, ya que están ahí, agarras unas piedras y se las avientas para matarlas. Después le quitas las alas y las guardas así extendidas, las puedes poner en algo que las presione, como un libro o debajo de una tabla, para que se queden abiertas. Las patitas se las cortas y las guardas para ponérselas sobre el jabón o el papel, depende de qué te la pi­ dan. Esas Santas no son tan fáciles de hacer y, pues, las hago sólo por encargo, una más o menos te cuesta unos cuatrocientos varos.14 Estas figuras captaron mi atención ya que durante mi trabajo de cam­ po en los altares públicos no vi esfinges hechas con partes de animales reales; en el Cevareso no todos tienen una así, pero quienes la tienen las cuidan mucho. El tamaño de estas figuras es proporcional a la aper­ tura de las alas, las manos suelen ser las patas de la paloma y, por lo ge­neral, sostienen un mundo o una guadaña, las patas dan el efecto de unas manos cadavéricas; es necesario verlas con mucho detalle para darse cuenta de estas características (véase anexo 5 imágenes 9 y 10). Las figuras hechas con jabón se elaboran de todos los tamaños posibles y se pueden apreciar frecuentemente dentro de la prisión; hay internos que se dedican a fabricarlas por encargo de los propios reclu­ sos o del personal, según las posibilidades económicas. Estos internos con habilidades artesanales también hacen alhajeros y objetos que se usan como recuerdo en los eventos sociales, entre otras cosas. Tuve la oportunidad de entrevistar a uno de los internos que ge­ neraba dinero haciendo estas figuras durante sus tiempo libre. En su celda tenía un altar con muchas efigies de la Santa Muerte. Este devo­ to mantenía buena relación con gente del personal y me tocó ver que algunas de ellas le encargaban trabajos. Me comentó que se llevaba 140 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro bien con uno de los custodios más odiados en el Cevareso debido a su carácter y temperamento agresivo hacia los internos. Me decía que este custodio le encargó unos recuerdos de jabón y desde ahí mantie­ ne una buena relación con él. La explicación sobre el procedimiento para hacer las figuras de jabón fue la siguiente: Yo aquí me entretengo haciendo mis figuras de jabón, aprendí a hacerlas en el reclusorio Norte, nomás viendo a un chavo que conocí. Se hacen generalmente con jabón Zote blanco. Yo todo lo rebano, lo pongo a remojar con agua, lo dejo unas tres horas, lo saco y con el agua se ablanda más. Lo voy amoldando. Si el jabón está así… la figura te va a salir así… depende el tamaño. Yo las hago, todo, pero... sí llegan y me las encargan, me dicen: “Hazme una figura de jabón, haz­ me un San Juditas, hazme una Santa Muerte, hazme un Mickey Mouse, hazme un diablo”. Y yo se los hago. Los custodios a veces revisan las piezas grandes, te las abren o las parten a la mitad para ver si no tienen nada oculto adentro de ellas, te las rompen, es que muchos esconden ahí la navaja, los celulares, por eso es que rompen […] Pues hasta uno mismo lo ha hecho. A mi llegan, me dicen: “Hazme una figura, escóndeme una navaja”. Va, ya les hago la figura, sobre la navaja o sobre un ce­ lular. “Sí, hazme una figura”. Las cosas las sacan, pues haz de cuenta que tiene la tablita, esta de abajo, yo le pongo la figura arriba, pero aquí en esta división, si tú partes la figura, no se va a desarmar la figura, tú la vuelves a pegar. Es que quie­ ras o no, de repente, también aquí, pues muchas veces se necesita eso, pero solo cuando se necesita, para qué andar de panchero: “Ah, tengo una navaja”. Nada más para lo que se necesita. Ira, hay veces que de preferencia hago los tamaños reducidos para ser más discreto. De los registros que obtuve respecto a los objetos empleados en el cul­to a la Santa Muerte en la prisión, ya he descrito los altares y las figuras. Lo anterior no quiere decir que sean las únicas expresiones materiales del culto, pero sí las más notorias y relevantes. Otras ma­ nifestaciones de la religiosidad son los tatuajes que se pueden ver en el cuerpo de los devotos. El culto y sus formas rutinarias Hay días en los que luego se me olvida que estoy en la cárcel, luego me subo a mi altar y empiezo a limpiar y se me va el tiempo ahí, estar limpiando. Luego se me olvidan las cosas, luego hay días que yo me despierto de malas. Me subo, Culto canero a la Santa Muerte 141 empiezo a arreglar mi altar y ahí me tardo como tres o cuatro horas y ya cuando reacciono, ya estoy bien, ya recogí la estancia y todo, y estoy más contento, o sea, que también me quita lo malo que tengo.15 Una de las principales características de las instituciones totales es que administran e imponen los tiempos y las actividades de los internos, las cuales suelen ser muy rutinarias. En el Cevareso la vida diaria de muchos de ellos transcurre de la siguiente manera: en el día hay tres pases de lista, uno en la mañana, a las 7:00 hrs, otro a las 15:00 hrs y el último a las 19:00 hrs.16 Durante esos lapsos de tiempo las activida­ des de los internos varían mucho, las más comunes son las relacio­ nadas con las comisiones —limpiar las oficinas del CDUDT, atender las tiendas institucionales, trabajar en los talleres—. Otras ocupacio­ nes son las clases que algunos internos reciben en el centro escolar, los grupos de autoayuda o las tareas en las capillas —cristiana y católi­ ca—. Durante los fines de semana las labores están muy relacionadas con las visitas de los familiares; cabe mencionar que los días jueves son las visitas conyugales. Hay internos que se levantan desde que pasan lista y se preparan para el desayuno. Si están comisionados cumplen con la actividad du­rante los horarios establecidos; si estudian, asisten a clases17 para terminar el grado correspondiente. Algunos se dedican a realizar la “fajina” o limpieza de su área o celda —regularmente los internos de recién ingreso se encargan también de la limpieza de otras celdas, di­rigidos y controlados por los reclusos con más antigüedad o por los que tienen más poder—. También, dentro del Cevareso se da seguimiento a los internos con problemas de adicciones y, de acuerdo con su evaluación, se les asigna un tratamiento que se vuelve parte de su dinámica cotidiana; puede ser un tratamiento ambulatorio, o bien, existe la posibilidad de que permanezcan aislados dentro de la zona asignada para su atención. Hay otros internos que sólo pasan lista y se vuelven a dormir, únicamente deambulan por los lugares que se les permite, no hacen otra cosa, muchas veces ni si quiera se ocupan de su aseo personal. Algunos jóvenes trabajan para otros reclusos en sus tienditas o preparando alimentos con ingredientes que consiguen con sus fami­ liares o con los custodios. Hay quienes lavan ropa; otros están en los 142 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro teléfonos públicos que hay dentro del Cevareso donde se llevan a ca­bo extorsiones; y hay quienes participan en actividades lúdicas como ju­ gar fútbol o la halterofilia. En general, la vida en un centro de reclusión suele ser muy mo­ nótona, aburrida y rutinaria. En los espacios donde viven los reclusos se siente mucha tensión y algunos de ellos suelen ser paranoicos. En la cárcel se vive una constante rutinización, es decir, un “control social y personal de los afectos […] en los que los individuos han de subordinar sus sentimientos e impulsos momentáneos a las deman­ das que, directa o indirectamente, les impone su posición social”.18 Los internos suelen estar en una posición social en la que son clasi­ ficados, controlados y vigilados, cuestiones que se vuelven parte de la rutina, junto con muchas de las actividades que realizan de manera voluntaria, como el caso del culto a la Santa Muerte. En un contexto como el del encierro, se puede ver claramente la manera en la que los internos integran sus prácticas religiosas a las prác­ ticas de la vida común y cotidiana. Así lo pude observar en el caso de la fe que se tiene a la Santa Muerte, incluso esta fuerte integración la considero una de las especificidades que tiene esta creencia dentro del encierro. Algunos de mis dialogantes, tanto los que estaban en libertad al momento de entrevistarlos como los que se encontraban en el Ceva­ reso, me comentaron que en el encierro llevaban a cabo el culto a la Santa Muerte de manera rutinaria y muy individualizada. El culto a la Santa Muerte rutinizado tiene las siguientes características: Primero. Los internos establecen un día a la semana para limpiar y acomodar sus altares. Muchas veces la limpieza la ejecuta una sola persona quien, generalmente, es el dueño del altar o tiene un rango alto dentro de su celda; él es el único que puede limpiar y tocar las fi­ guras o los objetos que tenga su depósito ritual. Segundo. Los presos consideran necesario limpiar constantemen­ te sus altares ya que algunos piensan que se “cargan” de mala energía. Otros lo hacen porque es una forma de cumplir con una manda para agradecer alguna protección brindada. Hay quienes limpian constan­ temente sus efigies ya que lo consideran una actividad productiva y les alivia la vida tan monótona que llevan, o bien les permite reforzar su vínculo con su ente sagrado. Culto canero a la Santa Muerte 143 Tercero. Los internos crean sus propias ideas y formas de estable­ cer una conexión con la Santa Muerte, suelen hacerla manifiesta me­ diante el azar —con la lectura de cartas—, por medio de collares y con oraciones que muchas veces ellos crean. En el plano del incons­ ciente es frecuente que La Flaquita se les aparezca en los sueños. Al­ gunos internos creen que su efigie tiene vida y que su desgaste físico se debe a que los ha protegido, de modo que el material con el que están hechas se tiene que desgastar, por lo que elaboran otras figuras para que ella siga viva y manteniendo latente su protección. Cuarto. La manera en la que se da la trasmisión del culto puede ser directa, por medio de otros internos que ya eran devotos desde su entrada al reclusorio, o bien de los que se iniciaron dentro. En esta trasmisión los reclusos establecen las formas de dar significado a los ele­ mentos que componen sus altares y a las efigies. Quinto. Mediante la personalización de las efigies y de los al­ tares, los internos expresan sus recuerdos del exterior —cuando esta­ ban en libertad—; sus vivencias en las distintas etapas del encierro; las co­nexiones con el exterior; sus anhelos —al terminar de purgar su sentencia—; o bien, el deseo que tienen por estar en libertad. Por lo general, a las figuras les dan el nombre de alguien que recuerdan con aprecio —como sus hijos o su madre—. En los altares se observan objetos que llegan con los familiares que los visitan —como foto­ grafías—. Sexto. El culto suele llevarse a cabo de forma muy personal, pues­ to que los espacios para su devoción son muy limitados. Las prácticas de ciertas creencias como es a la Santa Muerte, al diablo o la sante­ ría, se ven únicamente en los lugares donde los internos tienen cierta privacidad, como en las celdas o en los pasillos. Los reclusos tienen que adecuar esos pocos espacios de individualidad para expresar sus creen­ cias religiosas que, finalmente, también son parte de esa misma indi­ vidualidad. Séptimo. El culto rutinizado se puede observar en los tatuajes que los internos tienen en su cuerpo; algunas de las imágenes de la Santa Muerte que se tatúan están basadas en las figuras que se encuentran sobre los pasillos. Hay reclusos que, sobre sus tatuajes de la Santa Muer­te, se graban los nombres de las personas con las que tienen un vínculo fa­miliar fuerte y que se encuentran en el exterior o que ya 144 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro están muertos. También suelen tatuarse, junto con las figuras de la Niña Blanca, a aquellos internos con los que generaron un vínculo afectivo como sus “causas”, o un vínculo amoroso en el caso de quie­ nes tuvieron una pareja dentro de la prisión. A continuación, se muestra con mayor detalle cómo se desarro­ llan algunas de las actividades que caracterizan este culto en el con­ texto carcelario, mediante las narraciones de las experiencias de los internos del Cevareso, así como de algunos otros creyentes entre­ vistados que estuvieron en otras cárceles. Hablar con la Santa Muerte por medio de la cartomancia Durante mi trabajo de campo en el altar de Tepito conocí a Japo, un hombre que tenía la espalda llena de tatuajes, cada uno de ellos con su propio simbolismo. Mientras realizaba algunas tomas fotogáficas a los devotos tatuados, su esposa se acercó a mí para que le tomara una fo­ tografía a Japo, mientras disparaba el obturador, él comenzó a plati­ carme que la mayoría de sus tatuajes se los había hecho en una cárcel de Estados Unidos, país a donde fue a trabajar por un tiempo y por su situación migratoria lo detuvieron y permaneció alrededor de ocho años dentro de la prisión. Me comentó que en Estados Unidos cam­ bian a los presos de cárcel cada seis meses, el último penal en donde estuvo fue el de Villa Texas. Japo se acercó a la Santa Muerte en un momento de desespe­ ración durante su estancia en la cárcel de Texas, no lo habían senten­ ciado todavía y no tenía comunicación alguna con el exterior. Co­ menta que era cristiano y que diariamente leía La Biblia y le pedía a dios que lo ayudara, pero no recibía respuesta, fue entonces que uno de sus compañeros de cárcel, que estaba por salir, le regaló una estampa con la imagen de la Santa Muerte y le habló acerca de la ayuda que le podía brindar. Japo, en un principio, se mostró incrédulo y pen­ saba que esa creencia era mal vista. Posteriormente lo enviaron a una celda de castigo; cuando se lo llevaron se le perdió la estampa de la Santa Muerte que su compañero le había regalado, a partir de ese momento comenzó a pensar en la Niña Blanca y a rezarle. Culto canero a la Santa Muerte 145 De los primeros milagros que la Santa Muerte le cumplió a Japo fue que lo regresaran a su misma celda después del castigo de ocho días. Al revisar sus pertenencias, que estaban sobre la cama, se dio cuenta que ahí se encontraba la imagen de la Santa Muerte. Ante este suce­ so, en él surgieron dudas e indagó más sobre este culto. Le comenzó a preguntar a los reclusos mexicanos acerca de sus tatuajes de La Fla­ quita, ellos le contaron muchas historias de los favores que les ha­cía este numen. Como Japo continuaba en la cárcel sin tener una senten­ cia, decidió hacer un pacto con la Santa Muerte, él cuenta: Flaquita, si me dejas saber algo, yo voy a estar firme contigo todo el tiempo. En eso llega el correo, ahí, cuando llegaba, te nombraban y te gritaban si te llagaba alguna carta, tenías que llevar un brazalete y se lo mostrabas para corroborar que eras tú. Escuché mi nombre y fui por mi brazalete y llegué a la puerta, regreso, y me acuesto. Le dije: “No, pues gracias Flaquita”. Comencé a darle gracias a ella. Ya me habían dado el día para ir a la corte, y pues le dije que le iba a hacer un altarcito ahí conmigo. “Yo no sé cómo venerarte, no se mucho de ti, pero siento que me estas ayudando”. Y pues le hice un altarcito como el que tengo aquí [me señala una Santa Muerte que tenía en el altar de su casa]. Ésa es la primera que tuve, ésa fue mi primer dibujo y pues le hice unas florecillas y con unos cu­ bitos, donde nos daban las pastillas, le ponía su agua, me decían que le pusiera agua y manzana, o le ponía unos dulces para que estuviera conmigo, ya de ahí empezó mi fe en ella, y pues dije: “Me está ayudando”. Ya al último, cuando me iban a sentenciar, le dije: “Si de tu destino está que me den el tiempo, a tus ordenes Flaquita, y si no, quítame un poco de tiem­ po, yo sé que tú puedes hacerlo, dame poco tiempo”. Y fue cuando le prometí mi primer tatuaje, el que tengo en medio de la espalda, el grandote. “Si tú me quitas tiempo me voy a poner tu imagen, no sé de qué manera, pero yo me la voy a poner para que me quites tiempo”. Y sí, me quitó dieciocho meses de mi sentencia. De ahí empecé a creer más en ella y pues pasaban cosas, y bueno, de ahí para el real. Y todas las noches como aquí en tu casa, me persigno: “Sabes qué jefita, gracias por darme otro día, el día de mañana no sé qué me tengas para mí, y lo que venga de ti lo agarro, si tienes algo bueno lo acepto, si tienes algo malo, ni modo. Tú apriétame y haz lo que quieras hacer”. Ya me persignaba. Y siempre, ni en la prisión ni aquí, nunca le faltó ni su manzana y agua, todo el tiempo.19 Japo comenzó a practicar su devoción de acuerdo con sus posibili­ dades; en las cárceles en las que estuvo en Estados Unidos no tenía acceso a muchas cosas —allá los internos no manejan dinero en efec­ 146 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro tivo, todo es por medio de una tarjeta que sirve para que se identifi­ quen en cada pase de lista y también para que tengan sus fondos mo­ne­ tarios y puedan comprar cosas dentro de la cárcel—. También me comentó que allá no había forma de tener altares en la prisión; había presos de varias partes del mundo, e incluso se juntaban por naciona­ lidad o por tipo de adscripción identitaria, como por ejemplo, el grupo de los negros o el de los latinos. La manera en la que podían tener a la Santa Muerte era en dibu­ jos o tatuajes. Para agradecerle a La Flaquita por la protección que le brindaba dentro de la cárcel solía robarse algunas cosas de la cocina, como manzanas o algún otro alimento; el robar podía implicar algún castigo, pero él piensa que gracias a la Niña Blanca nunca lo cacha­ ron, todo lo que tomaba lo compartía con ella. El principal elemento que tenía Japo para rendirle culto a la San­ ta Muerte en la cárcel de Estados Unidos era la oración diaria que leía en un novenario20 que le regaló uno de los internos. Al levantarse se persignaba y rezaba la pequeña oración correspondiente al día; en las tardes y en las noches también se persignaba ante ella —en los tiem­ pos del pase de lista— y le pedía para que todo estuviera tranquilo y que lo cuidara mientras robaba las manzanas, además de que lo dejara tener comunicación con su familia que radicaba en México. Mientras Japo me mostraba su expediente carcelario, pude obser­ var en su casa las figuras de la Santa Muerte sobre una mesa que adap­ tó como altar; me contó que en 2012 regresó a la Ciudad de México, después de que salió de la cárcel. La manera en la que pudo juntar dinero durante su encierro fue gracias a que obtuvo un celular y lo rentaba para que otros internos hicieran llamadas. Con lo que ga­na­ ba de las llamadas logró reunir unos dólares para regresar a su hogar en el barrio de Santo Domingo, en la delegación de Coyoacán. A su regreso conoció a su actual pareja quien también es una devota de la Santa Muerte y ella fue quien lo llevó al altar de Tepito. Desde entonces, las formas en las que Japo practica su culto hacia la Santa Muerte han cambiado considerablemente, ya que mientras cumplía su sentencia sólo podía rezarle de manera personal, sin tener la oportunidad de hacer oraciones grupales; no podía montar un al­ tar, ya que las dinámicas del sistema carcelario en Estados Unidos Culto canero a la Santa Muerte 147 no se lo permitían; y sólo podía tener imágenes dibujadas y tatuadas en su cuerpo. Para rendir culto a la Santa Muerte, Japo integró sus prácticas de fe a su rutina de vida dentro del encierro. Como lo abordé anterior­ mente, él solía hablar diario con ella y se persignaba tres veces al día; además de hacer una oración que formaba parte de un novenario. Tam­bién establecía con ella otro tipo de conexión, por medio de las cartas, que de acuerdo con su creencia era la manera de tener un con­ tacto más directo con La Flaquita, ya que tenía la certeza de que así lo escuchaba y le indicaba, por medio de ellas, qué hacer.21 Con las cartas, las americanas, yo hablaba con ella. Las barajeo y yo sé cómo hablar con ella y preguntarle. Mira, le preguntaba y le decía: “Quiero saber si me va a llegar carta esta semana”. Le decía: “Mándame un as”. Si salía el as, es por­que sí me llegaría la carta. Luego le decía: “Si quieres hablar conmigo, que salga un as”. Y había ve­ ces que salían cuatro ases, eso era que sí. La barajeo en frente de ella y le pre­ gun­to: “¿Señora Santa Muerte, quieres platicar conmigo?” Y me sale un as, sí. “¿Se­ñora, quieres platicar conmigo? [En ese momento tiró las cartas sobre sus piernas]. No, mira, no salió un as, no quiere platicar ahorita… sí, sí, le hubiera preguntado cosas por ti. Luego le dices que si quieres que hable contigo te mande dos cartas jun­ tas, no sé, un 8 y un 4, y sí, a veces sí salían juntas. En un principio yo me decía que estaba loco, pero el señor que me enseñó hablar con ella y en el tiempo libre, decía: “Qué coincidencia de que si le pides un as, me salgan 4; de que si le pides un 2 y 3, en toda la baraja salían dos veces un 2 y 3 juntos”. A lo mejor crees la primera vez que es una coincidencia, pero no, ella sí habla contigo. Yo aquí en casa igual le preguntaba sobre mi mamá, le decía: “Quiero sa­­­ber si mamá va a estar bien, mándame un as”. Y a veces me mandaba cuatro ases. En la cárcel le preguntaba si me dejaba comer su manzana, le decía: “Mándame un as si quieres que la tire, mándame dos ases si quieres que la eche al escusa­ do” Y pues, ya me mandaba dos o tres ases. Luego sus manzanas del altar saben diferentes, como que saben insípidas. Últimamente ya no tengo los mismos de­ talles porque, no sé… aunque sí voy a su culto todos los primeros. Un amigo me decía que echara sal en un vaso con agua y lo sacara al sereno toda la noche y en la mañana la tiro por el escusado, le limpio el vaso y le pongo su agua nueva, y además eso te quita la salación. Y pues son cosas que te van uniendo y uniendo con ella, yo no tengo la ne­cesidad de ir, mira, no hemos tenido trabajo y, sin embargo, por ella, no nos ha faltado nada, ella no se queda sin veladoras, ya sea por mi esposa o por mí que se la compramos, y pues es mi fe. 148 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro La comunicación que Japo establece con la Santa Muerte es por me­ dio de un tipo de cartomancia “o adivinación a través de los naipes”.22 Este método consiste en una predicción por medio de la interpretación de los símbolos que forman cada naipe y que se toman como señales “de las respuestas a cualquier pregunta. Las cartas ‘hablan’ en virtud de un valor intrínseco, y de su lectura van surgiendo las soluciones a las preguntas planteadas”.23 De esta manera, Japo asume que la San­ ta Muerte se comunica con él; el resultar un acierto respecto a la carta que él menciona, lo considera como una respuesta positiva a su pre­ gunta, o por el contrario, el resultar una equivocación respecto a la carta que él menciona, lo considera como una respuesta negativa. Así, Japo establece su conexión con el numen no sólo por me­dio de los ritos comunes como las oraciones, sino que en el contexto del encierro aprendió otra forma de establecer comunicación con la San­ ­ta Muerte, por medio de la cartomancia, lo que muestra parte de esa religiosidad individualizada que se vive en prisión. También me ex­ plicó que cuando estaba en la cárcel tenía mayor facilidad para esta­ blecer conexión con La Flaquita, que hablaba con ella más seguido, pero que desde que salió del encierro ya no lo hace frecuentemente, sólo va a los rosarios cada mes y le pone cosas en el altar. Piensa que ahora está más ocupado y que su forma de rendirle culto cambió con­ side­ra­blemente. Este ejemplo permite mostrar que cuando se lleva a cabo el culto a la Santa Muerte dentro de la prisión, los devotos suelen estar más apegados a sus prácticas religiosas que cuando están en libertad, lo que se debe, en parte, a que su devoción representa una forma de ocupar su tiempo. En este mismo sentido, su culto es más individualizado y ab­sor­ bente, además, como explicaré a continuación, pareciera que los tiem­ pos de la cárcel se sincronizan con los tiempos de la práctica religiosa del culto. Culto canero a la Santa Muerte 149 Sincronía entre los tiempos de la cárcel y los tiempos para el culto a La Flaquita Otra forma peculiar que tiene la adoración a la Santa Muerte dentro de la prisión es cuando los internos establecen sus propios tiempos para llevar a cabo prácticas relacionadas con el culto, las cuales están totalmente subordinadas a los tiempos propios inmersos en la dinámi­ ca de la institución total. El culto se vuelve implícitamente rutina­ rio, ya que hay internos que establecen los tiempos para cambiar y limpiar sus altares en un día específico a la semana; otros rezan siem­ pre en momentos determinados —es el caso de Japo que se persignaba tres veces al día, simultáneamente a los tiempos en los que pasaban lista—. En la prisión hay escasas posibilidades de hacer oraciones gru­ pales a la Santa Muerte —a pesar de que en los pasillos se encuentran muchas imágenes pintadas de ella—, puesto que no está totalmente permitido y tiene que ser dentro de los tiempos de convivencia en las áreas comunes de los internos. Aquí mostraré, por medio de los rela­ tos de los reclusos, cómo es que se rutiniza el culto de la Santa Muerte en el Cevareso. Minos estableció que para mantener las “buenas energías” en sus imágenes de la Niña Blanca las tenía que limpiar cada tercer día; ru­ tina que establece para tener una mejor relación con la Santa Muerte. Ésta es una muestra de la forma en la que los internos suelen estar más enfocados y absortos en la práctica de su creencia. Mi altar lo limpio cada tercer día, nunca le limpio de las rodillas para abajo por­que te quitas la buena suerte. Nunca le limpias los pies porque te quitas to­da la energía que tiene cargada la figura. Yo se lo cambio cada tercer día, hay va­ rios que se lo cambian del diario o cada semana, yo cada tercer día. Como tengo varias cosas de las fotos de mis hermanas, de mi hija… las limpio para que no se ensucie y todo eso… tengo dulces, vaso de agua, le doy agua, si hubiera tequila, se lo doy, pero aquí no se puede. Otro caso relevante fue el de Arcé, este interno tenía en su estancia tres altares distintos, uno dedicado a la Santa Muerte, otro al diablo y uno más a la zarabanda o “Palo Mayombe”.24 Además, sobre las pa­ redes de su estancia estaba pintada una Santa Muerte con una oración y una mujer herida sobre sus brazos; esa imagen la pintó uno de los 150 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro internos que estuvo ahí. Según Arcé, esa historia representaba parte de la vida de aquel interno, una experiencia que tuvo con una de sus parejas. Son míos los tres altares, el del diablo, el de zarabanda, y el de la Santa Muerte ya estaban, ahora sí que cuando llegué a esa estancia ya estaban pintadas esas Santas Muertes, hasta con decirte que desde que llegué al separo de la 44, yo la vi allá y le dije: “Me estás castigando por no verte.” Y pues fue tanta mi devo­ ción que, en cada estancia que he llegado, del Norte pa’acá ha estado ella, me protege, me cuida. Los altares ahora sí que se acomodan de diferentes maneras, por ejemplo, podemos ahora sí que, como te digo, toman agua, les puedes poner sus trastes de agua, flores no. Porque sabía que la Santa Muerte no ocupa flores porque… pues no, eso me han inculcado, la Santa Muerte no debe llevar flores. Yo los limpio, ahora sí que le limpio y platico con ellos. Los limpio de­ pen­­diendo, este… en la rama de los santos y muertos me han dicho que cada cinco días los limpie. En general, limpio todos, todos, el de la Santa Muerte, el diablo, zarabanda. En mi celda somos seis, casi todos creen en la Santa Muerte y otros en San Judas Tadeo, y otro chavo y yo —de ahí de la estancia—, creemos en el diablo. No hay ningún conflicto, cada quien, cada quien pide por cada quien ¿no? Pero eso sí, el único que se encarga de los tres altares soy yo, soy el único que puede meter mano, porque la Santa Muerte es muy celosa, no puede estar muy cerca ni de cualquier santo o muerto, ella debe estar en su propio lugar. Si te diste cuenta, mis tres altares tienen su diferente lugar, entonces, pues cómo te diré, si yo dejo que otra persona agarre mis cosas, es como si yo dejara de que energías malas entraran, por eso agarro y lo limpio. Para rendirle culto a mi Flaquita, pues ahora sí que le damos oraciones. Sus padres nuestros, bendiciones para mí, que me proteja. Tengo mi novenario en la casa [su celda]. A la Santa Muerte le pongo de comer, ahora sí que de lo que yo como, como tú los trates, te van a tratar a ti, o sea, que si los tienes bien lim­ pios, comidos, es lo mismo ¿no? Ahora sí que eres lo mismo, el mismo interior. Arcé llegó a una estancia en la que ya existían imágenes pintadas de la Santa Muerte y se apropió de los altares que se encontraban en las repisas. Él solamente se encarga de limpiarlos, de ponerles cosas y no deja que otros internos se metan y los mezclen con sus altares. Esta acción muestra que él tiene cierta antigüedad en esa celda. El dispo­ ner de los altares implica que los nuevos internos que lleguen a su celda, no ocupen de manera inmediata las repisas. Si tienen alguna creencia distinta, Arcé decide cómo adecuar otros espacios para po­ Culto canero a la Santa Muerte 151 ner cualquier nuevo altar. Para él es importante que cada santo tenga su espacio y no mezclarlos. Esta dinámica es la misma respecto a la convivencia de los internos en el penal, no mezclan sus pertenencias y evitan meterse con las pertenencias de los otros porque, de lo con­ trario, esto les genera muchos problemas. En el Cevareso no hay una sobrepoblación en las celdas; las dinámicas de acomodo son de algu­ na forma más consensuadas y se suele respetar los pocos espacios de privacidad que tienen los internos, como es el caso de los altares. Otro de los reclusos que sincroniza los tiempos de su culto con los tiempos de la prisión es Genaro. Para él su práctica del culto es por medio de oraciones. La temporalidad para rezarle a la Santa Muerte depende de su estado de ánimo, ya que lo suele hacer al menos una vez por semana; siempre le reza los días primero de cada mes o en las ocasiones en que se siente desesperado. Para él es importante tener or­ denado su altar y respetar los altares de sus compañeros de estancia. Piensa que limpiar su altar es importante porque así se van las “malas energías” y mantiene tranquila a su Santa Muerte; esta limpieza la hace semanalmente y cada primero de mes. ¿Te digo una cosa? Pues me ha ayudado a dejar la droga, he pedido mucho que me dé fuerzas para dejar la droga, y te digo, he recaído, porque sí, he recaído, hay lapsos que me desespero y digo: “Va, un churro, un toque, un chocho, una pie­ dra.” Porque, pues desgraciadamente, somos enfermos, pero qué te crees que me ha dado mucha fuerza de voluntad, ella, yo le pido que me dé fuerzas para no re­­caer: “Y las veces que recaiga ayúdame a levantarme”. Y gracias a dios, me ha ayudado. Yo le rezo tres Ave Marías y tres Padre Nuestros, y le rezo su oración que es la de “Inmaculado ser de luz”. Esa oración es la de: “Inmaculado ser de luz, te imploro me concedas todos los favores que te pida, hasta el último día, hora y momento que su divina majestad te ordene llevarme ante su presencia. Amén”. Generalmente le rezo los lunes, cada primero o cuando me siento muy de­ sesperado, se lo rezo en las noches. Haz de cuenta que yo empiezo a rezar, le rezo y le pongo su veladora, le pongo su cigarro, y como que me da una tranquilidad ¿no? Me relaja, para que me entiendas. En mi altar tengo cuatro Santas Muertes, unas son de paloma. Aquí, toda esa Santa Muerte está hecha de jabón; sus alas son alas de pájaro, son alas de pa­loma, porque así que se ve bonita; además sus manos las trae de la paloma. No les pongo nombre ni nada, ahora sí que ésa de las alas nunca le he puesto nombre, tengo la de las “siete potencias” y le llamo de las “siete poten­ cias” porque trae todos los colores, esa es de papel maché. Las otras, es la Im­ 152 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro per­ial, una que según está sentada, yo la conozco como la Imperial y la otra trae el manto de la virgencita de Guadalupe. Para mí todas son igual. Algunas son compradas, otras regaladas, y pues ahí las ando limpiando los lunes para que se le vayan las malas energías o si no es que cada primero ¿no?, depende de cómo ande esos días o qué tanto tiempo ten­ga por lo de mi comisión. En los testimonios de Minos, Genaro y Arcé es posible observar có­mo las actividades relacionadas con el culto a la Santa Muerte se en­ cuentran subordinadas a los tiempos y a las dinámicas de la prisión; también se subordinan a las voluntades personales de los internos y a sus formas de establecer la creencia. Esta es una característica más que tiene el culto a la Santa Muerte en los lugares públicos, ya que los devotos establecen sus tiempos y formas de practicarlo. La diferencia específica del culto en la dinámica del encierro es que los internos tienen que adaptarse a la poca privacidad que disfru­ tan en sus celdas para llevar a cabo sus oraciones. Además, hay una escasa posibilidad de realizar oraciones grupales, porque dentro del en­ cierro cada celda tiene su propia dinámica de vida. También depende qué tipo de interno sea, puesto que los nuevos o los que no son tan aptos para vivir en el encierro se encuentran subordinados a las de­ cisiones de los reclusos con mayor rango. Podemos observar que tanto adentro como afuera de la cárcel, el culto a la Santa Muerte genera vínculos. En el exterior los vínculos muestran las diversas problemáticas a las que se enfrentan los devo­ tos como el hecho de estar desempleados o tener problemas familia­ res. En la prisión no es la excepción, ya que los devotos muestran por medio de las prácticas de la creencia en la Santa Muerte las diversas atrocidades a las que se enfrentan durante el encierro, como el hecho de estar abandonados, de que quizás puedan terminar muertos si al­ guien los traiciona, y por el poco ingreso de dinero que tienen. Alguno de los internos con los que tuve oportunidad de dialogar eran líderes en su estancia o en su zona, lo que confirmé al visitar sus es­tancias y ver las comodidades que tenían, por ejemplo, tenían col­ chón en su cama o montaban repisas sobre las paredes. Los altares de los internos con mayor rango tenían figuras muy bien elaboradas y cui­dadas, las ofrendas eran más vastas, mientras que para quienes ape­ nas empezaban o no tenían mucho poder, sus espacios privados eran Culto canero a la Santa Muerte 153 austeros y sus altares pequeños, las efigies estaban muy gastadas y mu­ chas de ellas se las habían regalado. Es muy claro en los ejemplos cómo cada interno define qué se pue­ de hacer y qué no se puede hacer con sus altares. Es una de las formas en las que se puede apreciar su autonomía en medio de un ambiente tan heterónomo como lo es el de una prisión; esta autonomía también puede verse como parte de las resistencias ante el poder carcelario. Muchas veces el personal de la prisión menciona que los internos tienen libertad de creencia, lo cual es cierto, pero esa libertad se en­ cuentra supeditada a unos límites a veces violentos, ya que siempre dependerá de distintos tipos de coerción, tanto de los propios internos como de las autoridades. Los reclusos expresan que los custodios no se meten con sus altares, ya que ellos son libres de ponerlos, ya que re­ presenta su fe, y también porque en ocasiones los custodios son creyen­ tes. Pero este respeto es relativo y depende mucho del tipo de persona que lo considere, si llega a darse un operativo de revisión, los custodios tienen la autoridad —un poder legitimado por la institución— para romper las figuras o tumbar los altares de los internos, con el pretexto de ver si esconden algo dentro de las figuras. Por lo tanto, los devotos de la Santa Muerte dentro de la prisión se encuentran estructuralmente sometidos a las voluntades de las au­ toridades, que son quienes establecen los tiempos de las dinámicas de vida. Son las autoridades quienes pueden romper los límites de la pri­vacidad que tienen los internos por medio de la vigilancia, los cas­ tigos, el cambio de estancia, o simplemente mediante el despojo. Es por eso que los internos expresan sus creencias no sólo en sus altares, sino también sobre las paredes, e incluso, sobre su propia piel donde pintan o tatúan los símbolos religiosos de los que son devotos. Oraciones anuales a la Señora de la Guadaña En una de mis visitas, los trabajadores del Cevareso me llevaron a las capillas —católica y cristiana— que se encuentran ubicadas dentro del patio del Cevareso, la construcción de dichas capillas estuvo fi­ nanciada por las mismas asociaciones religiosas y autorizadas por la Secretaría de Gobernación, por lo que cuentan con un registro. Me 154 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro comentaron que en alguna ocasión los internos colocaron una figura de la Santa Muerte cerca del auditorio, pero el personal la retiró inme­ diatamente, ya que estas figuras no están permitidas en los espacios comunes y, mucho menos, en los lugares que visitan los familiares en ocasiones especiales como son las misas, ceremonias o festejos. La opinión del personal es que no se debe tener una figura de la Santa Muerte en el patio, además de que está prohibido, consideran que ni siquiera representa una religión reconocida, y no se sabe que pue­den hacer los internos en el lugar. Me comentaron que cuando es­ taba esta imagen en el patio, los reclusos dejaban muy sucio el lugar con cigarros y comida; al ser un área común, no podía estar sucia. Si bien las expresiones del culto a la Santa Muerte han sido reti­ radas de las áreas públicas del Cevareso, se toleran en las áreas donde viven los internos, aunque también se les considera como áreas comu­ nes —pasillos y estancias—. Como mencioné anteriormente, entre los pasillos que conforman las áreas de las estancias, y que van por n­iveles, podemos encontrar imágenes de la Santa Muerte pintadas sobre las paredes, ubicadas regularmente en la entrada o al final del pa­sillo. A estas imágenes los internos suelen ponerles comida, dulces y cigarros. Los reclusos organizan una fiesta cada 1° de noviembre, en el Día de Muertos. Algunos explican que es el día en el que pueden realizar una oración grupal, ya que al montar las ofrendas para sus muertos se le pone también una ofrenda a la Santa Muerte; se organizan para re­ partir algún bolillo o un dulce. Ellos saben que ese día se le celebra a la Santa Muerte en algunos altares callejeros, por lo que tratan de rezar­ le un Padre Nuestro o un Ave María, o bien alguna oración hecha por ellos mismos. ¿Las oraciones? Sólo los 1° de noviembre. Salimos todos y ya. En mi zona le cantamos las mañanitas y aplaudimos y una porra; una porra a La Madrina y ya convivimos entre nosotros. Los primeros… le rezo yo, que den su oración toda completa, luego, sí… pero nada más con que… “ponle las mañanitas”, “una porra”, y cada quien que pida lo que tenga que pedir y así nada más. Pues nada más creo que cada año, lo que es el Día de Muertos, es cuando hacen la misa, en cualquier zona. Culto canero a la Santa Muerte 155 Otro de los internos, quien se dedica a pintar esos murales, explica para qué sirven y cómo celebran a la Santa Muerte. Pues fíjate que creer en la Santa Muerte y aprender a hacerlas me ha ayudado económicamente ¿no? Y me ha ayudado a no meterme en problemas. Tengo una forma de ser que me ha ido sosteniendo en la cárcel. Sí, porque de repente me pi­den dibujos de la Santa Muerte. Por decir, en la zona 2, AB, pinté una que está en la entrada, una que está sentada, una que está sentada en un mundo y trae un muerto así… y alrededor trae todos los nombres de todos los chavos de la zona —los que viven en la zona 2 o de los que han vivido ahí, hay muchos que se fue­ ron libres— se juntaron todos y me dijeron: “¿No puedes pintar una madrina así y así?” También pinté la que está en mi zona y pues casi la mayoría las hago en tablas porque luego las mandan para afuera. Las tenemos así, por agradecimiento, porque yo veo que cada año, el Día de Muertos, les prenden sus veladoras, las re­tocan, les ponen flores, dulces, entre todos los devotos. Yo sé varios oficios, pero me he juntado con gente que es cábula ¿no? Una vez estábamos robando a unas personas, robamos una casa, tiene años, y este... había un altar adentro y el cabulita se llevó a La Flaca, dijo: “Es que está bien bo­­nita, yo me la llevo”. Por esa Flaca se dieron cuenta quien se había metido a robar esa casa y el dueño fue, no sé qué tenía esa Flaca, no sé, pero dijo que no iba a haber bronca, que lo único que quería era que le regresaran a su Fla­ quita que se ha­bían llevado de la casa y no les iba a levantar ninguna demanda, e incluso hasta les ofreció dinero, y sí, se la regresaron, te digo que hay gente que es bien devota. Las imágenes en los pasillos a veces son promesas que a veces hacen, por­ que, por decir, luego, la de la zona 2, el que me pagó fue un chavo de ahí, me di­jo: “Es que necesito que me la pintes, es una promesa”. Que si me hacía un fa­vor la iba pintar aquí en la zona, en nombre de toda la banda: “Hazme un paro, porque la neta ya se manifestó y estoy calmadito”. Entonces yo digo que es por algo, no las ponen nada más por pintarlas así, por lo regular es porque alguien promete algo y pues aquí ya viendo que alguien pintó una Flaquita, afuera en la zona varios devotos llegan: “Qué te hace falta, quieres pintura, esto...” Aquí compro la pintura. Si me dan una imagen: “Más o menos pinta esta. Ya la voy viendo, e igual pinto. Y pues para hacerla me drogo, yo siempre he fu­mado hierba y le doy a la Santa. Pues yo se la he fumado desde que estaba yo chico ¿no? Pero siempre es como hasta los mejores pintores para hacer sus pin­ turas, la mayoría se estimula su cerebro con otra droga y pues quieras o no eso te da paciencia, porque para hacer las cosas luego me dicen un chingo: “Co­ mo estás sentado todo el día, estás aquí y acá”. Les digo: “¿Qué hago? Me faltan unos años, tiempo… es el que me sobra”. 156 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro La Santa Muerte y otras prácticas religiosas Al principio de este capítulo mostré el registro material que realicé en los lugares a los que tuve acceso dentro del Cevareso donde pude ob­ servar que, además de la Santa Muerte, los internos tienen otras figuras para su devoción, como la del diablo, San Judas Tadeo y otros objetos relacionados con la práctica de la santería. Cuando vi esta variedad de creencias me surgieron las siguientes preguntas: ¿Hay alguna re­ lación entre la Santa Muerte y las otras creencias que los internos tienen en una misma celda?, ¿cómo se da esta relación? Desde mis primeros recorridos por los pasillos, y después gracias a las entrevistas, confirmé que algunos internos devotos de la Santa Muerte creían también en otros santos y los utilizaban para su protec­ ción; así, encontré una gran diversidad de sistemas de creencias. En cuan­to a las figuras en los altares, no sólo las utilizan como vehículos materiales para guardar navajas, celulares, entre otros, sino que tam­ bién representan “módulos de sentido”25 que permiten a los internos su­perar la vida diaria del encierro. Las formas de creer dentro del Cevareso son muy variadas, no hay una modalidad única por medio de la cual un interno se relacione con lo sagrado, en general, establecen y desarrollan formas distintas de cre­­ do y manejo de la relación con los objetos que veneran. Hay quienes siguen algunos parámetros aprendidos en el exterior, ya sea que algu­ na vez hayan visitado algún altar de la Santa Muerte, o bien que en su casa les hayan enseñado algunas prácticas religiosas; otros se han instruido dentro de la cárcel en la práctica de los distintos sistemas de creencias, gracias a un operador de lo sagrado que es quien establece un sistema de formas para relacionarse con lo sagrado. Esto funciona de manera similar a lo que dice Lévi Strauss en su ensayo El hechicero y su magia, en el cual plantea que para que exista la eficacia de la magia: …implica la creencia en la magia, y que ésta se presenta en tres aspectos com­ plementarios: en primer lugar, la creencia del hechicero en la eficacia de sus técnicas; luego, la del enfermo que aquel cuida o de la víctima que persigue, en el poder del hechicero mismo; finalmente, la confianza y las exigencias de la opi­ nión colectiva que forman a cada instante una especie de campo de gravitación en cuyo seno se definen y se sitúan las relaciones entre El Brujo y aquellos en los que él hechiza.26 Culto canero a la Santa Muerte 157 En una de mis visitas me entrevisté con un recluso que tenía un co­ nocimiento más profundo acerca de la creencia en la Santa Muerte y la forma en que se debía llevar a cabo; los demás se referían a él como padrino o El Brujo. Él sabía trabajar con la Santa Muerte, el diablo, la santería y la magia ancestral. Según algunos internos, él ya había he­ cho varios trabajos muy efectivos, como una vez que ayudó a uno de ellos a superar su desesperación debido a la muerte de su madre; le en­señó varias cosas, entre ellas a hacer pactos con el diablo. Desde entonces, esta persona se compuso y ahora entre El Brujo, su pareja de estancia y otros dos internos más, han establecido vínculos gracias a estas creencias; ellos mismos se autonombraban “El aquelarre”. Fue por El Brujo que comprendí más acerca de las formas en las que se lleva a cabo el culto a la Santa Muerte en prisión, así como la relación que los internos pueden establecer entre las distintas creen­ cias. Me di cuenta que, al igual que en el exterior, el devoto a la Santa Muerte puede, sin ningún problema, practicar otros cultos, incluso los combina y utiliza de acuerdo con las distintas necesidades o pro­ tecciones que necesite. Por lo tanto, la devoción a la Santa Muerte tanto en el exterior como dentro de la cárcel tienen como característica representar una opción de fe ante otro tipo de creencias similares que pueden combi­ narse. Este culto, y los otros con los que se mezcla, forman parte de un amplio espectro —al igual que los colores en el espectro del color—; las diversas creencias que un solo devoto puede tener se matizan unas a otras, algunas veces se traslapan, o bien se pueden combinar y equi­ librar. La Santa, el diablo y la zarabanda Dentro de los casos que me parecieron ejemplares para mostrar este espectro de creencias en el cual la Santa Muerte se relaciona con el diablo y la santería, está el de Arcé, uno de los internos que ha sido adoptado por los integrantes de “El aquelarre”. Cuando Arcé llegó al encierro ya conocía a la Santa Muerte, ya que su familia le transmitió el culto, y él asegura que está encerrado por no cumplirle una promesa. Durante mi trabajo de campo, Arcé 158 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro laboraba en uno de los puestos de dulces que tenía Damián —otro de mis entrevistados y dueño de la Santa Muerte más grande del Ceva­ reso—; y fue por medio de él que conocí a los otros integrantes de “El aquelarre”, incluyendo al Brujo. Arcé tiene tres altares en su celda, uno dedicado a la Santa Muer­te, otro para el diablo y uno más para la zarabanda, con estos dos últimos aprendió a relacionarse por medio de las enseñanzas de El Brujo y sus discípulos —Darío y Minos—. Arcé comenta que la Santa Muerte, el diablo y la zarabanda le han permitido vivir tran­ quilo durante su estancia en el Cevareso, pero para que le cumplan los tiene que tener contentos por medio de sus ofrendas. Mi Santa, ahora sí que me ha hecho estar estable, no me mete en problemas, ahora sí que me tiene en paz y tranquilidad, eso es lo que más le pido. Estamos en un centro donde —la verdad se escucha feo y todo—, pero no tenemos la vida comprada, la vida puede pasar en unos minutos a la muerte. Yo le pido a ella que me tenga en paz y tranquilidad y más que nada que nadie se meta conmigo ¿no? Y pues hasta ahí todo marcha bien, yo me doy cuenta —en el tiempo que te digo que llevo aquí en cana—, pues me doy cuenta de que todo está en paz, na­die se mete conmigo, nadie me dice nada, me llega de comer, como bien... porque es como te digo, hay veces que en mis tres altares —mi muerto [zarabanda], mi San­ta Muerte y mi diablo—, ahora sí que a los tres yo les tengo que poner su plato de comida, o inciensos. Mis muertos y mi zarabanda, eso viene de la santería, entonces es como te digo, todo viene de una rama, todo diferencia en ramas como puede ser los muertos, los santos o el diablo. Zarabanda pues, es el “muerto de los metales”. Éste me lo asignó mi pa­ drino, vive en el BD y él me ha inculcado en los muertos y en el diablo, vengo de la calle, pero de la Santa Muerte. A los tres les pido en general, es como si fuera una parte de mí, las tres cosas son una parte de mí, como te lo voy a decir, aho­ rita es el bien y el mal ahí, es una balanza. Hay veces que se utilizan para todo, como el mal, porque el mal... todos lo representamos como mal, pero también es bueno, ahora sí que el diablo, todos lo creemos malo, pero ahora sí como tú lo tengas acostumbrado, así se dice la palabra, acostumbrado, es como él es ¿no? En mis altares, el único que se encarga de los tres soy yo. Soy el único que puede meter mano porque la Santa Muerte es muy celosa, no puede estar muy cerca ni de cualquier santo o muerto, ella debe estar en su propio lugar. Si te dis­te cuenta, mis tres altares tienen su diferente lugar, entonces pues, como te di­ré, si yo dejo que otra persona agarre mis cosas, es como si yo dejara de que energías malas entraran, por eso agarro y lo limpio. A la Santa, yo le pongo de Culto canero a la Santa Muerte 159 comer, ahora sí que de lo que yo como. Como tú los trates, te van a tratar a ti, o sea, que si los tienes bien limpios, comidos, es lo mismo ¿no? Ahora sí que eres lo mismo, el mismo interior. Para Arcé las tres creencias tienen funciones generales, como la de mantenerlo tranquilo y protegido. Otro de los temas que surge es la concepción que tiene de la maldad, pues asegura que hay un “mal bue­no”, lo cual a la vista del sentido común no es posible. Desde la per­cepción de Arcé se entiende que el “mal bueno” es cuando por medio de su diablo —que representa la maldad— él puede causar mal a otro interno para que lo ataquen o le ocasionen algún daño perso­ nal. Desde su perspectiva, el “mal bueno” es cuando éste se ejerce en contra de alguien que le ha hecho algún daño y, contrariamente, el “mal malo” es aquel que lo afecta directamente a él y que proviene desde el exterior, de alguien que quiere hacerle daño. En una segunda entrevista con Arcé me comentó que alguien le estaba haciendo mal, pues lo habían corrido del puesto de dulces en el que trabajaba. En estas situaciones es cuando él percibe que hay un “mal malo” —cuando es en su contra—; en cambio, en la vengan­ za que ejerce por medio de su diablo para aquella persona que hizo que lo corrieran actúa el “mal bueno” —cuando es a su favor—, es decir, el diablo puede ser bueno y malo a la vez. Ejercer la venganza o no, es como estar o no en la deriva. Esto resulta interesante porque la San­ ta Muerte es también una representación que puede ser buena y mala al mismo tiempo, que ejerce su justicia contra el devoto mismo o so­ bre otras personas, ella castiga y premia. Ambas son representaciones de una moral ambigua y quizás, por su similitud, es que ambas creen­ cias pueden ser traspuestas y utilizadas por un mismo devoto. En el caso del uso de la zarabanda, ésta funciona como una espe­ cie de vínculo de protección, es decir, alude a la protección simbó­ lica del “muerto de los metales” que se genera por medio del vínculo con los integrantes de “El aquelarre”. La zarabanda representa la tras­ misión de un sistema de creencias que aprendió El Brujo, quien a su vez enseñó y apadrinó a Damián, y éste, a su vez, apadrinó a Arcé. Así, la zarabanda representa una protección por medio de los víncu­ los que se generan en su trasmisión, de modo que, si a uno de los in­ tegrantes vinculados por medio de esta creencia le pasa algo, los 160 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro otros tienen que intervenir, no sólo de manera simbólica, sino incluso mediante acciones concretas. Un interno puede tener tres creencias y las utiliza para protegerse principalmente de tres cosas: el mal, la muerte y la soledad. Éstas son a la vez condiciones y riesgos frecuentes en la dinámica del encierro. El siguiente esquema muestra la manera en la que estas creencias se complementan y sirven como formas simbólicas de protección para enfrentar las condiciones de riesgo y vulnerabilidad más comunes que viven los reclusos durante el encierro. Cabe aclarar que esto aplica sólo para algunos internos, ya que hay quienes buscan otros recursos para enfrentar estas condiciones. Diablo. Protección de la maldad Interno devoto Zarabanda. Protección-vínculo de la soledad Esquema de las creencias que se complementan. Fuente: Elaboración del autor. Santa Muerte. Protección de la muerte Culto canero a la Santa Muerte 161 La Santa y el diablo son como uno mismo Si algo se puede corroborar tanto en el culto a la Santa Muerte como en algunas otras creencias, es que: son creaciones a imagen y semejanza de las comunidades que le dan vida. En la imagen se proyecta el sentir, los deseos y las fantasías de sus fieles. Es un doble que adquiere vida propia y “empuja” a quienes la adoran, a la realización de una serie de prácticas y actos de fe transgresivos.27 En el Cevareso se vive con miedo a morir de manera repentina de­ bido al tipo de maldad que algunos internos suelen percibir que hay tanto en ellos mismos como en los otros. Muchas veces se sienten aban­donados y desprotegidos; ante esto, los internos se apropian de estas imágenes —como la Santa Muerte o el diablo— y expresan ante ellos sus temores y anhelos, volviéndose una dupla exacta de sus númenes. Al igual que los reclusos, sus imágenes sagradas necesitan comer, requieren asearse, se pican o golpean como lo hacen con ellos; algunas figuras como la del diablo requieren de sangre, por lo que los reos durante sus pugnas golpean al otro hasta sangrar. Estas relaciones tan estrechas entre los hombres y sus dioses se ge­neran porque “tienen necesidad unos de los otros: los hombres tienen necesidad del favor y de la indulgencia de los dioses, los dio­ ses tienen la necesidad de las ofrendas y los sacrificios del hombre”.28 De manera simbólica, los internos hacen de estos númenes una espe­ cie de fisiología metafórica, pues se conciben como un cuerpo vivo que siente, que se expresa y que tiene necesidades. A continuación mos­ traré un ejemplo del vínculo y desdoblamiento hacia una figura del diablo, así como la proyección y resolución de la necesidad de uno de los internos de tener una relación con una mujer. En sus altares, Arcé tenía una figura del diablo sentado sobre un trono; el diablo entre sus piernas tenía un falo, de su cuello le colgaba una especie de cadena dorada y en su mano izquierda tenía un reloj do­rado. Al lado de este diablo estaba otra figura, la de una diabla a la que nombraba Brittany. Al preguntarle sobre estas imágenes me co­ mentó que ese diablo tenía vida y que lo había “curado” su padrino Damián, uno de los aprendices de El Brujo. 162 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro El diablo masculino tenía sobre su falo un candado y, según Arcé, su padrino le dijo que se lo quitara porque el diablo también tenía ne­cesidades. Le sugirió que le mandara a hacer una figura de una dia­ bla para que su diablo estuviera tranquilo. La figura que le hicieron era una mujer sentada sobre el piso con las piernas abiertas y la vagi­ na expuesta, sus manos estaban esposadas, representaba a una mujer sometida. La diabla es Brittany y el diablo… el diablo… sí tiene nombre y es Lucifer. Está curado con Palo Mayombé, hueso de muerto y sangre de hu­ma­­no. La figura me la dieron otros chavos que ya se fueron libres, antes de irse. Había un padrino antes, ese sí que te leía los caracoles, te decía dos tres cosas, con sólo tocar la mano te decía, entonces él fue el que le dio vida a ese diablo... Ese diablo lo hicieron aquí, está hecho de papel maché y pintado; el reloj que trae, así ya viene, ya desde que le dieron vida así estaba, ahora sí que se sim­ boliza, el reloj es un diablo de tiempo que te da el tiempo para poder recapacitar todo, darle solución a todo. La diabla es Brittany, mi padrino Damián fue el que me dijo: “Tu diablo está solo, se siente solo”. Si te diste cuenta, mi diablo traía también pene, traía un candado. “Quítale ese candado, cómo crees, a poco a ti te gustaría que te tra­jeran así, que no pudieras, no, no, no”. Y entonces me dice: “Él necesita una chava”. Y ya le mandé a hacer a ella, y cuando él fue y me la curó, me dice: “Ella se va a llamar Brittany, y se va a llamar así porque es un nombre im­por­ tan­te en tu vida”. Así le decía a mi chava. Entonces cuando él me lo dijo me quedé sacado de onda, porque nadie me había dicho ese nombre y de ahí empecé a ver dos tres cambios. En el tiempo que he estado en la cárcel he estado sin pareja ¿no? Ahorita que he tenido, así las cosas, ha venido una chava a verme, ya se está ha­ ciendo una relación. Es una vecina de ahí de mi casa. Ahora sí que yo agarré y le estuve hablando. Como te lo digo, me pongo a platicar con ellos y les digo: “Háganme un paro, que venga una chava y acá”. Entonces esta chava es la que más me ha seguido, desde el Norte hasta aquí, pienso que me ayuda. Yo pienso que es la que ¿qué?... la que ellos me han mandado ¿no? Mi diablo tenía un candado en el pene, es que estaba sentado mi diablo y tiene el pene erecto, el candado estaba así… sobre su pene. Se lo retiré así… porque pues ese día Damián me dijo que se sentía más conforme. Ahora sí que como seres humanos, como ellos y como nosotros, también tienen vida sexual, también se les da de comer, luego le doy calabaza de dulce... yo llego… a mi Da­ mián me dijo que como yo los tratara a ellos, ellos me iban a tratar a mí. Culto canero a la Santa Muerte 163 Arcé comenta que desde que puso esa efigie de la diabla, a su vida tam­ bién llegó una mujer. Esto es interesante porque los internos suelen relacionarse con mujeres que vienen a las visitas, ya sea como familia­ res o como amigas de sus compañeros internos, y es ahí cuando pue­den establecer un vínculo afectivo. Desde que Arcé puso a Brittany con su diablo, él conoció a una mujer, lo iba a visitar frecuentemente; así, la ne­ce­sidad sexual del diablo era la necesidad sexual de Arcé; la sole­­ dad del diablo era también la soledad que vivía Arcé (véase anexo 5 imagen 11). Pongo este ejemplo porque si bien el tema central de esta inves­ tigación es la creencia en la Santa Muerte, me pareció interesante la existencia de ciertas equivalencias entre el diablo y la Niña Blanca, así como las proyecciones de los devotos prisioneros. Dentro de este espectro de creencias, las relaciones que se dan entre los creyentes con sus imágenes suelen ser muy parecidas; y la manera en la que los inter­ nos se proyectan en la imagen del diablo, es la misma que en la de la Santa Muerte, pues a ella también se le rinde culto como si estuviera viva, ya que “exige sus ofrendas”, se les manifiesta de distintas formas, e inclusive, les ayuda a estar tranquilos. Así lo cuenta Minos, quien es la pareja de El Brujo, él solamen­ te cree en la Santa Muerte y es su único referente sagrado para salir de las apuraciones provocadas por el encierro. Minos lo único que le pide a La Flaquita de manera recurrente es que lo deje estar tranqui­ lo ahí aden­tro, que no lo meta en problemas. En una ocasión tuvo un conflicto con otro interno que era santero y que no lo dejó pasar a su estancia. Minos lo tomó como una humillación, por lo que recurrió a sus figuras de la Santa Muerte —la roja y la negra—, poniendo debajo de ellas una imagen del interno que lo humilló. Cuenta que después que hizo eso, al interno le fue muy mal, y que desde entonces no se me­te con él ni le dice nada. Además de que ciertas prácticas religiosas son muy similares entre el culto al diablo y el de la Santa Muerte, los internos hacen similitu­ des simbólicas entre ambos, como se muestra en la tabla siguiente: 164 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Tabla 2. Similitudes simbólicas entre la Santa Muerte y el diablo Santa Muerte Diablo Es un ángel que creó dios para hacer justicia y que viene por todos, sin hacer distinciones; es cercano a dios. Es un ángel caído que busca la venganza, está desterrado y representa la maldad de los hombres; es repudiado por dios. Representa cierta ambigüedad, ya que premia y también castiga. Representa cierta ambigüedad entre hacer el “mal bueno” y el “mal malo”. Puede ser destructiva ya que en ocasiones Es destructivo. Cuando anda suelto, ese se cobra sus favores con la vida. día habrá un conflicto que puede terminar con un muerto. La llevas dentro de tu cuerpo. Lo llevas dentro, más cuando piensas en hacer mal a alguien. Se puede personalizar en las efigies y sobre éstas se postra su espíritu. Se representa en efigies, muchas veces llenas de sangre, y sobre éstas se postra. La de color rojo representa la fuerza, la sangre, la protección ante los hechos violentos, la rebeldía de los presos. Su color rojo representa la maldad, es como el fuego que termina con lo que está a su alrededor; representa los pactos de sangre que se hacen con él. Fuente: Elaboración del autor. Estas equivalencias entre la Santa Muerte y el diablo pueden enten­ derse ya que ambos son muy parecidos, incluso hay algunos estudios psicoanalíticos que muestran cómo “el diablo es la muerte”.29 Desde es­­ta perspectiva, se menciona que el diablo va a aparecer en contex­ tos donde hay odios reprimidos para eximir las culpas, y donde la vida es una repetición constante, como sucede en la cárcel. “La repe­ tición es, para Freud, demoníaca. Actúa sobre el individuo de modo potente e inevitable y se experimenta como procedente del exterior. También es automática e incomprensible y no aporta sino males y su­­ fri­mientos”.30 Quizá por eso, en un contexto como el del encierro, en donde es común la rutinización de prácticas, donde se convive siempre de la misma manera, con los mismos tiempos, durante un proceso largo, aparezca representado el diablo como esa fuerza que permite controlar­ se o vengarse del otro; del otro que es parte de estos tiempos y espacios rutinarios. Además de que la muerte, tanto biológica como simbólica, Culto canero a la Santa Muerte 165 aparece de manera constante y es igualmente una fuerza destructiva y rutinaria dentro de la vida del encierro. En este espectro de creencias vemos cómo la Santa Muerte puede convivir y complementarse con otras prácticas religiosas muy simila­ res; aquí sólo mostré lo que pasa con el diablo, ya que fueron los dos númenes que por lo general aparecían juntos. Debido al corto tiempo que se me autorizó para realizar el trabajo de campo, no me fue posi­ ble profundizar más en la relación simbólica de la Santa Muerte con otras prácticas, pero sí me es posible mencionar que los internos prac­ tican una multireligiosidad que les permite resistir y vivir de manera más tranquila su vida en el encierro. El cuerpo como altar Los tatuajes en el cuerpo de los presos son algo común, sólo muy pocos no llevan marcas de tinta sobre su piel. Entre los exreculsos y los in­ ternos, los tatuajes son algo notorio, varía la forma, el tamaño y la par­te del cuerpo donde se lo colocan. Las formas más comunes son nom­bres, caras —familiares, amigos o de alguien con quien tienen un vínculo afectivo—, figuras religiosas —la Santa Muerte, San Judas, el diablo, cristos, vírgenes de Guadalupe—, caricaturas, formas triba­ les, animales, números, firmas y banderas, principalmente. En cuanto a los tamaños, estos varían entre unos muy pequeños —algunos dibu­ jados en los dedos— y otros muy grandes —les cubren toda la espalda o todo el brazo—. Respecto a las partes del cuerpo, los portan en espal­ da, pectorales, brazos, piernas, pantorrillas, manos, cuello y cara. Como señala Payá, en la institución del encierro y el castigo: ...el poder recae sobre el cuerpo del prisionero. Éste se convierte en territorio privilegiado para la actuación institucional. El cuerpo cautivo es propiedad del Estado y el reto de éste es atraparlo; cuerpo deseante, en movimiento continuo, siempre a punto del alboroto y de la trasgresión, por lo que será siempre un blan­ co a doblegar”.31 Pero también “el cuerpo es una realidad significada”,32 por lo que el tatuaje en el cuerpo de los internos expresa la forma de retar a ese po­ 166 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro der, es una manera de resistirlo mediante la incrustación de símbolos por medio de los tatuajes que se vuelven parte del cuerpo, personificán­ dolo, dándole un sentido de autonomía. Es una de las formas de seguir manteniendo un yo en medio de las mortificaciones yoicas que son ca­racterísticas centrales de las instituciones totales. Además, esos ta­ tuajes son parte de la historia personal y es por medio de ellos que los internos rememoran su vida en libertad o con la familia, en ellos atra­ pan las vivencias dentro de la cárcel, y también por medio de los tatuajes expresan su fe. En el caso de las prácticas religiosas los tatuajes se vuelven un me­dio que los vincula con su numen. Mediante estos, los internos pue­ den protegerse de un mal o invocarlo, encarnan los pactos con sus creencias y les da identidad. Pero esa identidad no es precisamente una que aluda a la pertenencia a un grupo, sino que es una que nace a partir de una decisión personal, por lo que “la elección del dibujo responde ante todo a una iniciativa personal y a una preferencia es­ tética, no es un gesto de adhesión. El vínculo con el cosmos puede existir, metafóricamente, sólo si el relato del individuo lo articula a través de un simbolismo que sólo a él pertenece”.33 En la cárcel los cuerpos de los internos adornados con tatuajes religiosos son similares a los altares porque, como en los depósitos ri­ tuales, los tatuajes religiosos se colocan en el cuerpo con una función y una racionalidad específica. Así como se depositan y resguardan con una finalidad particular los objetos en un altar, la tinta se ponen en el cuerpo para conmemorar la fe; ambos son medios para crear un víncu­ lo con lo sagrado. A los altares se les da un espacio físico para poder llevar a cabo todo tipo de prácticas rituales. En el cuerpo del devoto se destina una de sus partes para colocar los tatuajes que, posteriormente, sirven para la ritualidad. Los altares exhiben las preferencias religiosas de cada de­voto y cada uno de los objetos que están colocados ahí tienen una historia significativa para quien los monta y los resguarda. De ma­ nera similar pasa cuando el cuerpo se convierte en un altar, ya que los creyentes ponen sus tatuajes muchas veces para exhibirlos y muestran por medio de ellos sus adscripciones religiosas. Los tatuajes religiosos tienen una historia significativa para el que lo porta; así, los inter­ Culto canero a la Santa Muerte 167 nos corporalizan sus creencias mediante sus tatuajes religiosos y es por medio de ellos que buscan sentir lo sagrado en su cuerpo y éste se convierte en un vehículo devocional. Pactos encarnados Cuando entrevisté a los internos acerca de sus tatuajes, recuerdo que algunos, en el momento de contarme acerca del significado o de la his­toria de sus imágenes, las tocaban o las acariciaban dirigiendo su mi­rada hacia ellas. El gesto corporal era como cuando alguien acari­ cia algo de valor y lo resguarda, ya que los movimientos de sus manos eran sutiles y la mirada era como si recordaran algo. Algunas de sus historias remitían a algún pacto o promesa que le habían hecho a la Santa Muerte, este fue el caso de El Gato, quien aparte de traba­jar en una comisión dentro del Cevareso se dedicaba a la venta y arreglo de figuras de la Santa Muerte hechas de papel maché. El Gato tenía muchos tatuajes y desde su juventud en Oaxaca conoció a la Niña Blanca gracias a una tía. Concibe a La Flaquita como una mujer her­ mosa, como una virgen, que “dio su carne para el bien de un niño y fue así como quedó sólo en su esqueleto”. Narra que la Santa Muerte le ayudó cuando acompañó a su her­ mano durante su agonía; El Gato le hizo la promesa que si lo dejaba salir de la cárcel de Estados Unidos para poder ver morir a su herma­ no, se la iba a tatuar; en su petición le dijo que si quería lo regresara a una prisión después de que muriera su hermano y por eso, asegura, es que ahora está nuevamente preso. Dentro de la cárcel hace figuras de la Santa Muerte que vende en­tre los mismos internos, también las elabora por encargo para co­ mercializarlas afuera. Comenta que venderlas es una forma de ganar dinero en el Cevareso, además de que de esa manera La Flaquita lo ayu­da. El Gato también pinta, incluso elaboró uno de los murales que está en los pasillos. Ya le ha tocado que lo piquen en el cuerpo en una riña, pero dice que lo salvó la Santa Muerte; también le hizo el mila­ gro de ver nuevamente a su papá después de varios años. 168 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Tatuajes de La Madrina tengo. Todos están incompletos. Todos estos de aquí me los hice yo, en la cárcel, la mayoría aquí. No hay máquinas de tatuar, pero te ha­ces una con el motor de un radio o a mano, nada más le agarras las agujas... la tinta es de las plumas... yo sé hacer pintura. Estos tatuajes son las tumbas de mi hermano… de mi amigo… esto sig­ni­fi­ ­ca la cárcel… el de las cadenas… y aquí tengo —si te das cuenta—, este… yo me estaba tatuando cosas que me hice de chamaco cuando no sabía que era de los tatuajes, porque también es cultura, como arte, y aquí tengo el significado… las tumbas de mis hermanos, de mi amigo y calaveras de personas que he co­no­ ci­do, que me las pongo en formas de calavera, y aquí tengo a La Madrina ves­ tida como si fuera la Virgen de Guadalupe, ella significa la vida y la muerte. Yo tengo de apellido Rosario, esta cruz es la cruz… ya ves que tiene una calavera en medio, todas las demás… igual éstas son puros cráneos, pero me lo quería tatuar, porque en esta parte de aquí está incompleta, te la voy a mostrar. La persona que está atrás no es la Virgen de Guadalupe, es la Virgen de Fáti­ ma, la que supuestamente es la muerte antes de ser así. Entre nosotros, cuando rayamos a veces: “Hazme esto y yo te hago esto”. A cambio de cosas, como hacían antes, un trueque. En total tengo estos crá­ neos, tengo siete, y aquí me estoy haciendo en la costilla, hasta abajo de la cintura, son como nueve. Genaro fue otro de los internos que prometió que su espalda era para la Santa Muerte ya que lo había cuidado y protegido mientras “esta­ ba afuera”, hasta que entró a prisión pudo concretar su promesa de tatuarse. Él piensa que uno de los motivos por los cuales se encuentra encerrado es por no haberse tatuado antes. La Santa para mí es como si fuera mi madrina, como mi ángel de la guarda. Para mí es como mi ángel de la guarda, mi protectora, es la que me cuida de todo mal, de cosas que me vayan a pasar, ella me protege hasta de mis enemigos. Para que me entiendas siempre le digo Madrina, mi Reina, mi Bonita, mi Madrinita, aquí está tu cigarrito, siempre le hablo con amor, con respeto. Te voy a contar una anécdota. En la calle una vez me iba correteando “la tira” y haz de cuenta que, pues ahora sí que en la corretiza, ella, no sé… en ese momento que me iba correteando algo hizo, como una luz blanca, hizo como que me cubriera ¿me entiendes? Y así adelante de mí pasó toda “la tira”, al la­ dito de mí y ni me vieron. En esta cárcel es eso, “ponte verga” ¿no?, aquí “rifa” mucho la traición, como dice la canción, la traición y el contrabando, y aquí “rifa” la traición y del que menos te esperas puede traicionar. Yo este tatuaje me lo hice en el Oriente, no la primera vez, esta vez que llegué ya le había prometido también, ya en la calle le prometí que la espalda Culto canero a la Santa Muerte 169 era suya y ese día que fui a hacerme un tatuaje a la calle, no me agarró la tinta, fui a un estudio y no me agarró la tinta. Pues dije: “Quién sabe por qué no”. Y le dije: “Te prometo que me la voy a volver a hacer”. Y entonces, pasó el tiem­ po, y pues no me lo hice, y llegué al Oriente, entonces ya me sentenciaron y todo, yo también dije: “Chale, a lo mejor fue porque no me aferré a hacerme el tatuaje, ya no le cumplí”. Y le dije: “Te prometo que ahora sí”. Primero me lo hice... me lo acabo de modificar porque estaba más clarito y estaba un poquito mal hecho, y pues ahora sí que le prometí que toda la es­ pal­da era de ella, pues ya me lo hicieron y no me lo pusieron bien, bueno, si me lo pusieron bien pero yo veía que le hacía falta algo. Aquí un cabulita que es­ taba ahí en el CB, que le decían El Niño, me lo terminó. Ya le había prometido que la espalda era de ella. Me hice ésta, es una Imperial. Fue la primera Santa que me regalaron, la Imperial, me la regalaron, un cuadrote así, grandote, me la man­ daron de Santa Martha. El tatuaje fue como una promesa, un tipo manda que yo tenía para ella y se la tenía que cumplir ¿no? Ya no tengo más tatuajes, casi no, sí me gustan, pero no soy afecto porque en mi ideología por un tatuaje te llega a reconocer mucho “la tira”, o la misma banda, hasta los mismos custodios aquí por el tatuaje te llegan a reconocer. ¿Ya me entiendes? Los tatuajes de La Santa son mí protección Los tatuajes de la Santa Muerte, además de representar los pactos que los internos tienen con ella, también son como amuletos, pues los re­ clusos se sienten protegidos; otra de sus funciones es recordar­­les al­ guna vivencia difícil. Este fue el caso de Fedro quien me platicó que una de las cosas más tristes y complicadas durante su estancia en la cár­cel fue la pérdida de su mamá, ya que no pudo estar en las exequias por estar encerrado y para “sacar ese dolor” decidió hacerse un tatuaje de la Santa Muerte. Este tatuaje me lo hice por la pérdida de mi madre… mi madre ¿no? La verdad no les hallaba un significado, estaba bien chamaco cuando me los hice, nada más que yo quería estar tatuado ¿ves? Estos me los hice en la calle. Este de la Santa me lo hice en el Oriente. El día que me hice ésta, fue en la fecha de que falleció mi madre, me lo ha­go, me pongo esta fecha. Yo estaba en la prisión, un conocido llegó como a las siete de la noche, antes de que nos encerraran, de que nos pasaran la lista ¿no?, como era mi vecino él, pues marca a su casa y le informan: “Oye, avísale a Paco que su mamá acaba de fallecer”. “Órale, va”. Ya me avisa en la noche, vivíamos 170 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro en el mismo dormitorio, va, me avisa y este… pues ya tempranito al otro día marco, yo sentía un dolor muy grande, muy grande y yo sabía que esto iba a pa­sar, por eso agarré y dije: “Para recordar a mi madre siempre, me voy a hacer el ta­ tuaje”. Me avisan haga de cuenta el 27 y yo me lo hago el 28, en enero de 2011. A La Santa le pedí mucho, muchas fuerzas, le pedí fuerzas porque en ese momento me pasaron muchas cosas por la cabeza, muchísimas cosas, de he­ cho… cosas… hasta la muerte también, me sentía muy desesperado y yo le pedí muchas fuerzas a ella: “Ayúdame, ayúdame a superar esto y voy a hacer una imagen tuya, voy a hacer una imagen tuya… por mi madre”. Me lo hice en el brazo, es que lo que pasa es que estos ya los traía, estos ya, de hecho éste es de la mamá de mi mamá… Ese era un Cristo, un divino rostro, una cara de lágrimas. Me la hice tam­ bién cuando falleció mi madre, llorando está, pues, ya le puse según... el Cristo fue de los primeritos que me hice, nada más por sentir, por querer andar ta­tua­ do. O sea que no tienen un significado, no, no sabía exactamente qué era. Pues este me lo hicieron con una máquina profesional, es el único que me he hecho en la cárcel, no aquí, sino en el otro reclusorio, con una máquina pro­fesional, meten agujas nuevas, como si fuera en la calle. [Sobándose el tatuaje] Quién sabe, siempre, es como una costumbre. De hecho yo siempre también hago eso con ésta [se toca su tatuaje], cuando no veo ninguna imagen me sobo y le digo: “Ayúdame, Flaquita”. Y me sobo ¿no? Los tatuajes de la Santa Muerte ayudaron a Paredes para no ser ame­ drentado al momento de su ingreso al Cevareso. Para su “bienve­ni­ da” los internos lo iban a golpear, pero cuando vieron que tenía un tatuaje de la Santa Muerte no le hicieron nada. Tengo un tatuaje de La Santa, mira, tiene rojo y morado, me lo hice en el re­clu­ sorio Norte. Haz de cuenta que yo quería tatuarme una Santa Muerte, ya tenía unos años que ya quería mi imagen tatuada, pero yo veía que la mayoría traían las mismas, así… La Madrina, la guadaña y el mundo, y todas las veía igual, o con la rosa o con una paloma. Y que una vez me fui a correr, venía de regreso, vi un señor que vende estampitas y tenía varias imágenes de la Santa Muerte y pasaba todos los días y no veía una que me llamara, ésa… ésa la quiero… y esa vez paso y veo una imagen y era ésta, pero haz de cuenta que era esto, pero abajo venían unas almas como que subiendo, me atrajo mucho y así como la vi, con la armadura y la espada, para mi representó la sobreprotectora, la que me cuida a capa y espada, es la que me va a cuidar. Me lo hice como tres días antes de mí cumpleaños, me la hice, fue mi regalo. Me lo hice de este lado, sí, porque me la quería hacer aquí [señala una parte de su cuerpo] pero iba a salir más caro, trescientos. Lo hicieron rápido, fue un chavo con una pistola; también busqué eso porque la mayoría tienen de Culto canero a la Santa Muerte 171 esas como plumas y con las agujas y te pican, veo que les duele, te dejan todo sangrado, todo desgarrado y no quería algo así. En la visita vi que el chavo que me tatuó las mismas estampitas que venden estaba tatuando un dragón, le po­ nía las escamas, pero haz de cuenta que tenía la imagen así… y él así… llevaba la mitad, y sí se rifa y sí le dije: “Tú me vas a rayar carnal, en la semana te voy a llevar, me vas a hacer una Madrina, ¿cuánto me vas a cobrar?”. “Pues ya cuan­ ­do me la lleves vemos”. Y sí, te digo que no tengo visita y ese chavo sí cobraba caro, los que rayaba si cobraba caro, era de los más caritos que cobraba, y esa vez fue a mi dormitorio y estaba rayándole a un chavo un biomecanic, y se lo acabó y le cobró como tres mil pesos al cábula ese, pero te digo que ese fue hasta la pierna, estaba choncho el trabajo, lo acabó como en dos horas, se fue rápido y se quedó ahí y aproveché carnal. Mucha banda aquí sí anda sobres, pero, o sea, ando normal con mi pla­ye­ ra. Cuando yo llegué al principio: “Llégale puto, qué onda, a ver ¿qué traes?” Y pues nada más al hacer esto [voltear el brazo] ven la imagen, la ven y: “Chale carnal, ábrete, ve a tirar un rol”. Ya pasa otro que no tiene imagen y no trae una protección: “Tú llégale, tú, qué va, no traes, cómo de que no”. Los encueran, los empiezan a formar: “A ver, regálame unos bombones”. Notas 1 2 3 4 5 6 7 Mauss, 2006. Ibíd: 259. Véase en el anexo 2 el esquema que realicé para hacer el registro de los objetos materiales. Esto me pareció importante porque algunos de los internos trataron de ocultar que ellos eran devotos, ya que consideran que para las autoridades esta creencia no es bien vista. En un principio, los internos pensaron que yo era parte del per­sonal, y fue hasta que les expliqué acerca de la investigación que me dieron más información. Nota del diario de campo. El altar era muy sencillo, solamente había una figura de madera de la Santa Muerte con una veladora que ya se había consumido; estaba colocado sobre la pa­red, protegido por una especie de vitrina. Es importante recordar que la especificidad que tiene este centro en cuanto a las visitas familiares —cada fin de semana—, implica cierta incertidumbre en cuanto a lo económico, ya que entre más visitas reciban los internos, mayores po­sibilidades tienen de obtener algún ingreso —­­­cargando cosas de los familia­ res de otros internos a cambio de una propina; como “estafetas” buscando a los in­­ternos dentro de “La población”; o acercándose a las familias de los inter­­ nos que se han vuelto sus “causas”. 172 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 Es importante mencionar que en la Subsecretaría de Sistema Penitenciario del Distrito Federal hay un reglamento sobre Objetos, artículos, electrodomésticos y alimentos prohibidos de ingresar a los Centros Penitenciarios del D.F. (véase anexo 3). Payá, 2006. Dehouve, 2013: 607. Ibíd: 623. En algunas celdas los internos me comentaron que no eran dueños de ningún altar, pero que lo cuidaban porque alguien más se los dejó. Goffman, 2007: 190. Entrevista con un interno del Cevareso. Interno del Cevareso. El pase de lista tiene la finalidad de llevar a cabo un control sobre los internos, ya sea para evitar fugas, saber su ubicación, o bien para conocer las actividades que están realizando, es decir, es un sistema de monitoreo constante que es ejecutado por el personal de guardia y custodia. En este sistema de pase de lista se dan también algunas corruptelas, ya que si algún interno no pasa lista, los custodios suelen cobrarle una comisión, o se hacen acreedores a un castigo. Una de las comisiones para los internos con un alto grado de estudios, como la li­cenciatura, es que den clases a sus compañeros que tengan un grado escolar menor. Elías y Dunning, 2014: 123. Entrevista a Japo, enero de 2015. Véase anexo 4. Oraciones del novenario para rezar a la Santa Muerte durante el encierro. Las cartas es una de las formas coloquiales de nombrar al juego de naipes. Son estampas hechas sobre cartón o material plástico que forman una baraja y que deben mezclarse —barajarse— antes de jugar. Álvarez, 1993: 101. Ibíd: 114. Aquí cabe aclarar que los internos nombran de esta manera a una de las ramas de la santería cuya referencia era el “Palo Mayombe”, el cual es una rama del “Palo Monte”. Se define a ésta como: “la vertiente religiosa cubana descri­ta co­­mo de origen conga o bantú, en la cual los adeptos o paleros realizan pactos con muertos o nfumbes que trabajan para ellos. Estos muertos residen en calderos o ngangas que contienen elementos de la naturaleza. Son portadores para actuar sobre la fuerza de otros. También se representan con figuras o muñecos cargados ritualmente” (Juárez, 2014: 424). Hervieue-Léger, 2005. Lévi-Strauss, 2013: 196. Payá, 2013: 146. Augé, 1998: 24. Uturbey, 1986: 109. Ibíd: 107. Culto canero a la Santa Muerte 173 31 32 33 Payá, 2006: 271. Augé, 1998: 64. Breton, 2013: 46. Reflexión final Ser creyente de la Santa Muerte durante el encierro E l libro que tiene en sus manos es producto de un proceso de in­ vestigación empírica en la que los planteamientos y las preguntas, así como las descripciones, se fueron modificando. En un primer momento, la incertidumbre de que no se me permitiera entrar al Cen­ tro Varonil de Readaptación Social (Cevareso) para llevar a cabo mi investigación, me llevó a plantear otra estrategia para mis pesquisas que me incitó a buscar narraciones de historias de vida con varones que habían estado en prisión. Este proceso no fue sencillo, pues para los devotos de la Santa Muerte que se encuentran en libertad no es fácil dialogar acerca de su experiencia de vida en la cárcel; pero fue gracias a que recurrí a las historias sobre sus tatuajes que ellos mismos me contaron su vivencia durante el encierro. Cabe mencionar que no estoy afirmando que to­do aquel que porta un tatuaje ha estado preso, pero lo que sí puedo argumentar es que existe una diferencia en el tipo de tatuaje o marca corporal hecho dentro de un penal, esto debido a su estética, a la téc­ ni­ca de elaboración y por los símbolos utilizados —rostros, fechas, números, lágrimas, figuras religiosas—. Esta habilidad para observar, só­lo se desarrolla con la práctica de la investigación empírica, y fue así como logré darme cuenta que mediante los tatuajes de los devotos po­ dría conocer su experiencia de vida en la cárcel. Este primer registro me permitió desarrollar algunas ideas acer­ca de lo que podría encontrar dentro del penal en caso de que se me per­­mitiera el acceso. La aprobación por parte de las autoridades car­ 176 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro celarias para realizar el trabajo de campo de mi proyecto de investi­ gación fue muy emocionante, ya que nunca había asistido a una ins­ titución total de encierro, sólo las conocía por medio de los libros y por las narraciones de los devotos que había entrevistado antes. Una vez que empecé el trabajo de investigación en el Cevareso me encontré con algunas limitaciones en cuanto a la movilidad en el penal y al tiempo que podía permanecer dentro para elaborar los re­ gistros. Una de mis primeras enseñanzas fue diseñar es­trategias y medios para obtener información relevante en poco tiempo; así, tuve que decidir sobre la marcha qué tenía que formar parte de mis anota­ ciones y qué no. De contar con más tiempo quizá hubiera podido pro­ fundizar en algunos otros temas. Durante mi estancia de investigación en el Cevareso pude en­ trevistar a 14 internos; en términos cuantitativos tal vez no es una muestra representativa dado el número total de reclusos, pero mi ob­ jetivo nunca fue hacer una investigación de este tipo; desde un ini­ cio me planteé un abordaje cualitativo. Entrevisté a presos que en su “zona” tenían cierto liderazgo y poder, también a un interno que era reconocido como El brujo —con conocimientos y habilidades sobre las creencias—, además de internos que no tenían muchos recursos den­tro de la cárcel. Los reclusos con quienes conversé pertenecían a distintas áreas de clasificación del Cevareso, por lo que las experien­ cias que pude recopilar fueron diversas. Cabe mencionar que todos los entrevistados provienen de otras prisiones, por lo que sus historias me permitieron conocer parte de sus vivencias en otros reclusorios. Así fue como pude lograr que las historias de fe también represen­ taran las historias de vida en el encierro; no es posible entender una sin la otra. Por ello, en este libro incluí las narraciones que los inter­ nos me compartieron, las cuales hablan por sí mismas. De modo que quien las lea, tendrá la libertad de interpretarlas de forma distinta a la aquí planteada. Ahora sí, vayamos a las reflexiones finales resultantes de esta in­ves­tigación. El culto a la Santa Muerte ha ido en aumento desde la pri­mera década del siglo XXI y se ha ido trasformando. El culto a la lla­mada también Flaquita pasó de tener como sede principal la Ciu­ dad de México, a ser un culto que ya se practica en varios lugares del país, como la zona del Caribe mexicano, la frontera norte, e incluso Reflexión final 177 al­gunas comunidades latinas que radican en Estados Unidos de Amé­ rica. El culto a la Santa Muerte se caracteriza por ser homogénea­ mente diverso, es decir, va dirigido hacia el mismo numen, pero su práctica se lleva a cabo de manera diferente dependiendo del lugar y el tiempo que cada líder establece según sus posibilidades y conoci­ mientos, además de su manejo e influencia con los devotos. Por ejemplo, en Tepito, el culto se hace de manera distinta respec­ to a cómo se lleva a cabo en el santuario de la Santa Muerte Interna­ cional. No hay un día en específico para rendirle pleitesía a la Niña Blanca y los rituales que se realizan son diversos, no tienen una for­ ma única. Las dinámicas del culto en cada espacio de devoción va­ rían, en algunos se le reza a la Santa Muerte cada mes, en otros cada semana, por lo que la periodicidad es distinta. Lo que homogeneiza el culto es que para los devotos es una figura de género femenino, la per­ sonifican, suelen hacer peticiones similares, se la tatúan en el cuerpo, y la consideran una figura ambivalente que castiga y premia a la vez, que te protege o puede llevarte con ella. El culto a la Santa Muerte es un ejemplo de ese universo fluido del creer que caracteriza a la religiosidad en nuestra época; adquiere formas según las voluntades individuales de sus creyentes; y se aco­ pla a los contextos y a los espacios donde se practica. La cárcel no es la excepción, en ese entorno se expresa la maleabilidad que caracte­ riza a este sistema de creencias ya que los devotos, a pesar de tener limitaciones materiales y pocos espacios de privacidad, buscan la ma­ nera de expresar sus creencias montando sus altares sobre las repisas o pintando imágenes religiosas en las paredes. Al inicio de esta investigación planteé que el culto a la Santa Muer­te en prisión se configura y reconfigura material y simbólicamen­ te, en gran medida debido al contexto y al control que se vive en el encierro; se puede expresar como una forma de resistencia ante el po­ der punitivo, o bien como una forma de identidad. Bajo este supuesto, el culto a la Santa Muerte en la cárcel no sólo constituye un referen­ te de anclaje simbólico que da certezas a las incertidumbres que los internos devotos viven dentro del reclusorio, sino que también, este sistema de creencias, permite que algunos de ellos tengan trabajo gracias a la venta y fabricación de efigies de jabón o figuras que elabo­ ran con partes de animales. 178 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Hay internos que por medio de la Santa Muerte expresan su po­ der y liderazgo dentro de la cárcel, esto se hace evidente por el ta­ maño de sus altares, la posición en la que los colocan y la manera en la que personifican a sus efigies. El culto, además, genera solidaridad y vínculos entre los devotos internos al establecer lazos de complici­ dad y protección entre ellos mismos. La solidaridad también se per­ cibe cuando los internos se reúnen para rezarle a la Niña Blanca el Día de Muertos o cuando se organizan para mandar pintar alguna imagen sobre el pasillo donde se localiza su estancia. La práctica del culto a la Santa Muerte también se mezcla con las rutinas carcelarias y los internos ven su devoción como una activi­ dad productiva de la vida cotidiana durante el encierro; constante­ mente le rezan un novenario a la Flaquita o se persignan tres veces al día ante ella —cada pase de lista—, además le platican y la sueñan con frecuencia. Otra de las singularidades de la creencia en la Santa Muerte en la cárcel es la relación que algunos internos tienen con otras creencias, todas las utilizan al mismo tiempo y por medio de ellas reflejan parte de lo que perciben dentro del ambiente carcelario, como la maldad, la muerte y el abandono. Por último, se encuentra la corporización de las creencias por me­­dio de los tatuajes. Los internos hacen de su cuerpo un altar en el que dibujan sobre su carne los recuerdos, las vivencias y los símbo­ ­los que les dan identidad; así, los dibujos se vuelven un medio de co­­ nexión y vinculación con sus entes sagrados. Pintar un tatuaje sobre el cuerpo es para ellos una forma de mostrar que no pueden ser des­ pojados de todo, que siguen vinculados con el exterior, aunque este exterior sólo pueda ser constantemente recordado por medio de un dibujo de tinta sobre su piel. En las entrevistas que realicé dentro del Cevareso, le pregunté a los reclusos por qué les era útil su devoción a la Santa Muerte durante su encierro, las respuestas coincidieron en que gracias a su creencia en la Niña Blanca han podido solucionar sus problemas económicos dentro de la cárcel, ya que les ayuda al genere, además de que les pro­ tege en sus conflictos con otros internos. En cuanto a la vida fuera del penal, convinieron en que por medio de La Flaquita pueden conocer la situación de su familia, además de que les puede brindar auxilio Reflexión final 179 para reducir su condena. Debido a su fe en la Santa Muerte, varios de los reclusos han dejado a un lado el vicio, es decir, perciben que por medio de esta creencia tienen cambios en su comportamiento, tanto individual como grupal. Pues a lo mejor me ayuda… Sien­to que ella a mí me protege en ese aspecto de que… pues… porque hay más cá­bulas que yo, gente más cábula que uno y en ese aspecto siento que me pro­tege de ellos porque pues no… en vez de que se metan conmigo, no me pelan, ahora sí que al contrario: “Qué onda carnal, vente pa’ca”. Y no… yo te voy a platicar, hace mucho, antes de que yo creyera en ella, la banda me cargaba la mano, pa’pronto era como ser la mota de la ban­ da, el coto de la banda, y desde que empiezo a creer en ella, pues me aleja la banda castrosa, me quita los cas­trosos de lado, y como que toda mi persona, ella hace que cambie ¿no? En su escrito Dispositivo religioso y encierro: sobre la gubernamentalidad carcelaria en Argentina, Mauricio Manchado explica las formas en las que el discurso carcelario se combina con el discurso religioso, con el fin de llevar a cabo algunas formas de control en la población peni­ tenciaria en Argentina. El autor analiza la manera en la que, histó­ ricamente, ha existido una relación entre las cárceles y los asuntos religiosos; la religión católica era la única que tenía permiso de en­ trar a las prisiones argentinas, posteriormente se le permitió la entrada a los evangélicos pentecostales. Al respecto el autor señala: El ingreso del dispositivo religioso evangélico pentecostal significó, sobre todo, una reconfiguración de las relaciones de poder dentro de la prisión, recon­figu­ ra­ción cuya novedad no era la incorporación del campo religioso en contextos de encierro, sino un “retorno” de la religión como táctica de gubernamenta­ lidad.1 Desde esta experiencia se puede apreciar cómo las religiones insti­ tucionales tienen la función de contener y controlar a los internos. El control se hace mediante el uso de disciplinas estrictas con la finali­ dad de “corregir” a los presos que deciden aliarse a estas actividades religiosas. Con base en lo anterior, es posible sostener que las religio­ nes dentro de la cárcel pueden ser también formas de dominio sobre los internos. Debido a mi experiencia, considero que esto es así res­ pecto a las religiones oficiales —católica, cristiana, evangélica—, 180 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro me­diante las cuales se pretende “orientar” y “ayudar” a los presos por medio de las enseñanzas de dios, de retiros espirituales dentro del penal u obligándolos a asistir a las liturgias. En cambio, otros sistemas de creencias, como el de la Santa Muer­ ­te representan para los internos una forma de resistencia ante el poder carcelario. Vuelven rutina sus prácticas rituales hacia la Niña Blanca —establecen tiempos para rezar, limpian sus altares periódicamente, organizan oraciones grupales—, se apropian de los espacios para ex­ presar sus creencias y las llevan a cabo de acuerdo con sus posibilida­ des. El cuerpo también sirve para expresar la resistencia ante el poder carcelario al marcarlo con sus tatuajes. La Santa Muerte en la cárcel es, desde mi perspectiva, una forma de resiliencia ante el poder carcelario lleno de imposiciones y moni­ to­­reos, el cual clasifica a los internos con base en un discurso de salud, ética y derechos humanos, pero que, a fin de cuentas, impone etique­ tas criminológicas y judiciales a los reclusos y les asigna un espacio entre sus similares —en una especie de separación por razas, sólo que en este caso se toma en cuenta el comportamiento—. Entre los presos se da una dinámica de competencia para ganarse un lugar u obtener el respeto de los otros; no es casual que lo que per­ci­ ­­ben —el miedo a morir en cualquier momento, la maldad de los otros o el abandono de sus familiares— lo simbolicen a cada momento; es­tas simbolizaciones se expresan en imágenes como la de la Santa Muerte, el diablo y el apadrinamiento de la santería. Estas creen­cias simbolizan la resistencia a ese poder que los nulifica. Finalmente, los hallazgos de esta investigación se encuentran abier­tos a múltiples interpretaciones y pueden ser útiles para continuar indagando sobre el tema. Las cárceles y las creencias son parte de las estructuras que la sociedad misma va creando, pero que a la vez tam­ bién va trasformando. Las historias de vida que forman parte de este libro dan cuenta de qué tan necesarias son las creencias en la vida de algunas personas, además de qué tan efectivos son los sistemas de con­ trol en nuestra sociedad. Notas 1 Manchado, 2015: 296. Fuentes consultadas Alcántara, Vladimir (2015), “Culto a la Santa Muerte, una práctica que se debe abandonar sin temor a recibir castigo”, en Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (SIAME). [En línea], <http://www.siame.mx/apps/info/p/?a=12846&z=32>. [Fecha de consulta: 27 de enero de 2015]. Álvarez Pérez, Marino (comp.) 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Católico, no practicante Católico, no practicante Ateo Diablo, zarabanda y Santa Muerte Si, en 2007 por lesiones; entra al reclusorio Norte por 6 meses Religión oficial Santa Católico, Muerte, no diablo y practicante zarabanda Creencia Si, entra al Reclusorio Oriente por el mismo delito; salió bajo fianza Antecedentes penales 8 años; 6 No compurgados 4 años 7 meses en el Oriente; le faltan 4 años 7 meses para salir 1 año en el Norte; 4 años en el Cevareso Anexo 1. Tabla de internos en el Centro Varonil de Reinserción Social (Cevareso) Anexos 187 22 San Miguel Ajusco, Tlalpan 32 Miguel Hidalgo 28 Iztacalco 22 Venustiano Carranza Noé Genaro Ismael Paredes ...continuación Soltero, Robo a Oriente sin hijos transporte público 6° de primaria Soltero, Robo a Norte un hijo transeúnte 1° de secundaria Oriente Soltero, Violación, Oriente transgé- secuestro y nero portación de armas Soltero, Robo de Secundaria; está sin hijos auto estudiando la preparatoria 2° semestre de la vocacional 3 años en el Sí, antecedente Norte; 1 año por robo 6 meses en el Cevareso; le faltan 6 años para salir No Católico, no practicante Católico, no practicante Ateo Santa Católico, no Muerte, practicante dios, diablo y Santo Niño de Atocha Santa Muerte Santa Muerte y dios 5 años en el No Oriente; 3 años en el Cevareso; le falta 1 año para salir 2 años en el Oriente; 4 años en el Cevareso Diablo y Santa Muerte 1 año 6 meses No en el Oriente; 2 años 6 meses en el Cevareso; le faltan 8 años para salir 188 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro 30 Naucalpan 27 Cuajimalpa Toño Minos Secundaria Secundaria concluida en el Cevareso Soltero, Robo una hija agravado Casado, Robo una hija 25 La Metropolitana, Secundaria; Casado, Robo Nezahualcoyotl está un hijo agravado estudiando la preparatoria Soltero, Robo dos hijos calificado Leo 1° de secundaria 30 Ecatepec (por metro Múzquiz) Damián Oriente Norte Norte Oriente No No 2 años en el No Oriente; 8 años en el Cevareso; le faltan 4 años para salir 5 años en el Norte; 1 año en el Cevareso; le faltan 6 meses para salir No 1 año en el Norte; 1 año en el Cevareso; le faltan 2 años 6 meses para salir 3 años en el Oriente; 2 años en el Cevareso Santa Muerte Santa Muerte y dios Diablo Santa Muerte y dios continúa... Ateo Católico Católico, no practicante Católico, no practicante Anexos 189 33 Iztapalapa El Gato Secundaria 28 Cerro de la Secundaria Estrella, Iztapalapa Servio ...continuación Casado, Robo a una hija tienda comercial Soltero, Robo dos hijos agravado 2 años 6 meses en el Oriente; 5 años 1 mes en el Cevareso 1 año 6 meses en el Oriente; le faltan 3 años 8 meses para salir Oriente Oriente Santa Católico, Muerte, no San Judas practicante y Virgen de Guadalupe Católico, Santa Muerte, no practicante diablo, Virgen de Guadalupe, Señor de Chalma Estuvo en el preventivo Norte por un delito no demostrado Estuvo preso en Oregon, Estados Unidos, durante 8 años 190 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Anexos 191 Anexo 2. Esquema utilizado para el registro de los materiales religiosos. Diseño de un modelo de patrón de asentamiento de los devotos en el Cevareso de Santa Martha Dormitorio _____ Nivel 1 Celdas o estancias P.P Nivel 2 P.P Ala _____ E.P Celdas o estancias E.P P.P (pared de pasillo) E.P (entrada de pasillo) (SM) Santa Muerte (SJ) San Judas (D) Diablo (G) Virgen de Guadalupe (C) Cristos (S) Santería (O) Otros Anexo 3. Reglamento sobre Objetos, artículos, electrodomésticos y alimentos prohibidos de ingresar a los centros penitenciarios del D.F. 192 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Anexos 193 194 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Anexo 4. Oraciones del novenario para rezar a la Santa Muerte durante el encierro. Lunes Santa Muerte, te pido que al iniciar esta semana llenes de bendiciones a mi familia, a mi hogar y mi trabajo. Protégeme de todo mal. Así sea. Martes Niña Blanca, a tus pies me postro y te pido encarecidamente me des salud. Aleja cualquier enfermedad para que pueda yo salir adelante. Te lo pido con todo mi corazón. Miércoles Este día que hoy inicia no te pediré nada, pero si te agradezco la protección que me brin­ das tanto a mí, como a mis seres queridos. Sigue cubriéndonos bajo tu manto. Jueves Hoy antes de salir te pido que abras todos los caminos que me han de llevar a vivir tranquilamente, no te pido lujos, sólo que me des lo necesario para vivir sin preocupaciones. Mi fe está depositada en ti. Viernes Hermana Blanca, te pido que a través del búho que siempre te acompaña, me des sabidu­ ría para guiar a mis hijos (familia) y que siempre sepan comportarse como seres buenos. En ti confío. Sábado Muerte querida de mi corazón, no me desampares sin tu protección, y no dejes a (nombre de la persona) un momento tranquilo, moléstalo y mortifícalo a cada instante para que sólo piense en mí. Domingo Gracias Santísima Muerte por estar cerca de mí los siete días de esta semana. Gracias por darme protección y alejar de mí y de mi hogar cualquier mal que nos rodea. Mi devoción es tuya por siempre. Amén. Imagen 1. Pasillo dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexo 5. Registro fotográfico Anexos 195 Imagen 2. Estancia vacía en el Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 196 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 3. Capilla cristiana dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 197 Imagen 4. Capilla católica dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 198 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 5. Altar de la Santa Muerte en el camarote de una de las estancias del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 199 200 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 6. Altar en una de las celdas del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 201 Imagen 7. Altar de la Santa Muerte en el pasillo del área B del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 202 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 8. Altar común en un pasillo del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Imagen 9. Figura de la Santa Muerte hecha de jabón. Las alas y manos están elaboradas con partes del cuerpo de un pájaro. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 203 Imagen 10. Detalle de las manos de la figura de la Santa Muerte elaboradas con las patas de un pájaro. Fotografía: Adrián Yllescas. 204 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 11. Figuras en un altar del Cevareso. Se puede observar al diablo del tiempo con su diabla Brittany. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 205 Imagen 12. Diablo pintado dentro de una de las estancias del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 206 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 13. Altar de la Santa Muerte y piernas de un diablo pintadas afuera de una de las estancias del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 207 208 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 14. La Santa de la libertad. Mural sobre un pasillo del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Imagen 15. El bien contra el mal. Mural dentro de una celda del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 209 210 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 16. Altar de santería en una celda del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 211 Imagen 17. Santas fumadoras. Mural en una celda dentro del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 212 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 18. La Santa, el diablo y un devoto. Mural que se encuentra en la entrada de un pasillo de una de las zonas del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 213 Imagen 19. Altar con sangre dedicado al diablo, colocado en una pared del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 214 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 20. La Santa Muerte y el diablo. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 215 Imagen 21. San Judas rojo y la Santa Muerte en una sola figura. Fotografía: Adrián Yllescas. 216 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 22. Otra expresión de San Judas. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 217 Imagen 23. Altares en las repisas de una estancia dedicados a la Virgen de Guadalupe y a la Santa Muerte. Fotografía: Adrián Yllescas. 218 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 24. Reglas implícitas: Ver, oír y callar. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 219 Imagen 25. Diablo con un falo. Fotografía Adrián Yllescas. 220 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 26. Diablos y otros santos. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 221 Imagen 27. Altar y oraciones a la Virgen de Guadalupe y San Judas en uno de los pasillos del Cevareso. Fotografía: Adrián Yllescas. 222 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 28. Portada de un libro de oraciones al diablo. Fotografía: Adrián Yllescas. Imagen 29. Reminiscencias reflejadas, mural carcelario que muestra elementos de la identidad mexicana. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 223 224 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 30. Paseo de la Santa Muerte en limusina por las calles de Nueva York. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 225 Imagen 31. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. 226 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 32. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 227 Imagen 33. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. 228 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 34. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 229 Imagen 35. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. 230 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 36. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 231 Imagen 37. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. 232 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 38. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 233 Imagen 39. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. 234 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 40. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 235 Imagen 41. Interno y los altares de su cuerpo. Fotografía: Adrián Yllescas. 236 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 42. Tatuaje y altar callejero. Fotografía: Adrián Yllescas. Anexos 237 Imagen 43. Altares del cuerpo en el culto callejero. Fotografía: Adrián Yllescas. 238 Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro Imagen 44. Tatuajes del “Japo”. Fotografía: Adrián Yllescas. Ver, oír y callar. Creer en la Santa Muerte durante el encierro —editado por la Coordinación General de Estudios de Posgrado y el Programa de Posgrado en Antropología de la Universidad Nacional Autónoma de México— El cuidado de la edición y la coordinación editorial estuvo a cargo de: Lic. Lorena Vázquez Rojas Diseño de portada y formación tipográfica: D.G. Citlali Bazán Lechuga 78 Sta_Muerte.indd 239 31/07/19 9:17