Apuntes para una lectura orada de los textos del domingo 27

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Apuntes para una lectura orada de los textos del domingo 27° durante
el año – ciclo C
Hab 1,2-3; 2,2-4
Primera parte: 1,2-3. Reclamo, oración del profeta hacia Dios
. La predicación de este profeta se ubica hacia el año 600 a.C. Es el
tiempo del reinado de Nabucodonosor en Babilonia y del rey judío
Joaquín. Va surgiendo con fuerza el imperio neo babilónico, que
reemplazará al imperio asirio (el que destruyó Samaría). Contiene una
crítica social dirigida contra los grupos dominantes y la monarquía de
Judá/Jerusalén. Por otro lado, anuncia la invasión babilónica, como
juicio de castigo del Señor a causa de los pecados sociales.
. Como en las confesiones de Jeremías, el profeta se revela ante la
dureza de su misión. Pero en este caso no parece que sea por el rechazo del pueblo, sino por
la dureza de la situación causada por la división, violencia y permanente conflicto.
Dice el biblista Luis Alonso Schökel:
“..., Habacuc es hijo de su tiempo. Han pasado los años en que el profeta se limitaba a
escuchar la palabra de Dios y transmitirla. Igual que su contemporáneo Jeremías, toma la
iniciativa, pregunta a Dios, exige una respuesta, espera. La profecía se convierte en
diálogo. Un diálogo entre el profeta y Dios, del que saldrá la enseñanza para los
contemporáneos y para las generaciones futuras”.
. Reclama ante Dios de una forma que parece provocarlo, ante su cansancio. Dos preguntas:
¿hasta cuándo?, y ¿por qué?. Es decir, por un lado cuestiona los tiempos de Dios, por otro
busca un motivo, una raíz para el mal que sufre su sociedad. La oración de Habacuc es
sincera y casi desafiante. Evidencia una crisis en el hombre de Dios, que busca respuestas.
. ¿Qué le recrimina Habacuc a Dios?: a) que no escucha, b) que no salva (parece la
negación de la acción de Dios en el Éxodo, cuándo Dios baja, escucha, ve y salva), c) me
haces ver, y d) te quedas mirando (Dios espectador).
. El texto tiene mucho en común con los salmos, es muy semejante a un salmo de
lamentación.
Segunda parte: 2,2-4. Dios llama a una fe firme y a una esperanza confiada
. Al principio aparece el planteo que el profeta hace al Señor, en la segunda la respuesta de
Dios. Es una palabra firme, que se cumplirá.
. Como en el libro de Jeremías, también aparece el tema de la tabla, de la escritura. El
profeta deja un testimonio perdurable de su predicación, para que llegue no solamente a sus
oyentes inmediatos, sino a todas las generaciones del pueblo de Dios.
. La escritura tiene también un valor de solemnidad, de palabra que no cambia, que no va a
fallar. El profeta debe esperar el tiempo del cumplimiento de las promesas de Dios, sin
desfallecer.
. Frente a la situación social de conflicto y violencia, es necesario tomar una postura. Sólo
la persona fiel vivirá, permanecerá ante el Señor. El que no tiene rectitud (el texto hebreo
habla de tener el alma “hinchada”), no podrá enfrentar la adversidad (Cf. Rom 1,17, dónde
Pablo toma este texto para fundamentar su convicción de que la salvación se da por la
fe/fidelidad).
Sal 94,1-2.6-9
El movimiento de este salmo es muy particular. Comienza con
la alabanza, hecha canto por la llegada al Templo, lugar de la
presencia de Dios. Pero luego se vuelve exhortación a la
conversión, al recordar el episodio de Masá y Meribá (cf. Ex
17,-7 y Num 20,2-12), en que el pueblo se rebeló y protestó ante
Dios por las privaciones que sufrían. Al llegar a la presencia de
Dios, no sólo deben dar gracias, alabar y cantar, sino también
escuchar y fortalecer su fe, convertirse.
2 Tim 1,6-8.13-14
Tres veces el texto habla del “don” de Dios, del Espíritu Santo. La primera usando la
palabra “carisma” (traducida por “don” en la traducción de “El libro del Pueblo de Dios”),
expresión clásica para referirse a un don del Espíritu Santo en orden a la edificación de la
comunidad. Frente a una situación en que hay riesgo de acobardarse, de tener vergüenza de
vivir y proclamar el Evangelio, el Espíritu Santo nos dinamiza, nos da fuerza del amor y la
constancia para ser coherentes y dar testimonio del Señor y su Evangelio.
Aunque el texto se refiere en primer lugar a Timoteo en su carácter de “pastor”,
“presbítero” de la comunidad, que ha sucedido a San Pablo en esta tarea, se aplica a todos
nosotros, que también hemos recibido este Espíritu de amor, de fortaleza, de sobriedad.
Timoteo debe inspirarse en el testimonio de San Pablo, que tantas veces ha sufrido la
persecución y la prisión por anunciar el Evangelio.
El Espíritu Santo también aparece como el que “recuerda” y ayuda a custodiar, profundizar
y vivir el Evangelio recibido. El Papa Francisco en la catedral de Río de Janeiro les decía a
los jóvenes que no debían “licuar” el Evangelio, no quitarle su fuerza para cuestionarnos y
ayudarnos a crecer.
Algunos apuntes:
Lc 17,3b-10
Aparentemente, el texto que proclamaremos este domingo presenta tres temas inconexos: 1)
El perdón que se debe otorgar (hermano, fraternidad), 2) la fe que hay que tener, 3) la
actitud de servicio como algo gratuito y fruto de una experiencia (servidor, servicio). Pero
sabemos que el redactor final del Evangelio, el autor sagrado, los puso juntos por algún
motivo.
Algunos temas permiten descubrir una unidad en los textos que van desde el capítulo 15 al
17 del Evangelio según San Lucas. En primer lugar, la importancia de reconocer que todos
somos pecadores. La peor forma de pecado aparece como la de no dar el perdón al que se
arrepiente. Aquel que crea no haber pecado, puede caer en el pecado más grande, aquel de
enorgullecerse de haber hecho, simplemente, lo que le correspondía.
En segundo lugar, la justificación, ese estado de paz con Dios, sólo puede venir de Dios
mismo. La justicia y la misericordia pertenecen a Dios. El hombre sólo puede salvarse si
tiene fe en esta justicia y misericordia. La fe es una revelación que viene de Dios, por
medio de la cual el hombre se reconoce deudor insolvente, deudor de un don que lo supera
infinitamente. Aunque hiciera todo lo que se le ha mandado, jamás podría devolver a Dios
lo que ha recibido. La única grandeza del hombre, es confesar la única verdad: Es un simple
siervo. Dando gracias por el perdón recibido, el hombre no podrá dejar de alabar a Dios por
el perdón concedido a sus hermanos en la situación de pecado, que deberá compartir
alegremente con todos.
En tercer lugar, es claro que reconocer al hermano es reconocer al Padre. Como el Padre,
debemos recibir a nuestros hermanos, aceptar el llamado de Dios. El domingo pasado, en la
parábola de Lázaro y el rico, el rico fue incapaz de descubrir al pobre como hermano.
Aquel que no perdona a su hermano, rechaza al Padre mismo.
Las tres enseñanzas están dirigidas a los discípulos.
El perdón otorgado al hermano (17,3b-4)
El tema del perdón es característico en el Evangelio de Lucas. En general, Lucas acentúa la
misericordia de Dios, que perdona el pecado humano. Pero aquí hay un cambio de
perspectiva y se habla del perdón entre hermanos, concretamente entre los miembros de la
comunidad cristiana. La reprensión u amonestación al hermano que peca se orienta a su
arrepentimiento. El arrepentimiento exige necesariamente el perdón. La palabra que “El
Libro del Pueblo de Dios” traduce por “arrepentirse” es el verbo “metanoe,w”, que
normalmente se refiere a la conversión en la Biblia. Es decir, el arrepentimiento “cierra” el
círculo del perdón y la reconciliación verdaderas.
El poder de la fe (17,5-6)
Los apóstoles piden que su fe sea fortalecida. Este tema aparece abruptamente y por
primera vez en el curso de las instrucciones durante el viaje a Jerusalén. La máxima de
Jesús no recoge directamente la petición (no les da “automáticamente” lo que le piden),
sino que más bien enfrenta a los destinatarios con una situación incómoda. Lo importante,
dice el Maestro, no es la cantidad de fe, sino su grado de autenticidad. Una fe pequeña
como un grano de mostaza, si es auténtica, podrá realizar milagros. La fe a la que se refiere
Lucas es la reacción humana a la predicación de Jesús y sus discípulos. No se trata de “fe”
abstractamente, sino fe en la Palabra de Dios.
Meros servidores (17,7-10)
Esta serie de recomendaciones se cierra con una exposición
de los límites y condicionamientos del servicio cristiano. El
discípulo es como un servidor, cuya obligación es cumplir lo
que se le mande. Esa es su misión, destino y orgullo, sin
ulteriores pretensiones. Los versículos 7-9 contienen el
ejemplo propiamente dicho, y el versículo 10 el mensaje. El
mensaje de la parábola es claro: el discípulo, como servidor,
después de haber cumplido su obligación, debe considerarse
simplemente como lo que es, un servidor. Jesús subraya dos aspectos: 1) la salvación sigue
siendo pura gracia, ya que la fidelidad del discípulo en el cumplimiento de sus obligaciones
no es garantía de salvación; 2) La vanagloria humana no tiene sentido.
Algunas conexiones entre la espiritualidad redentorista y el mensaje de estos textos
. Frente al rigorismo jansenista, que enfatizaba la necesidad de “merecer” la absolución
sacramental, de “merecer” la Eucaristía, etc.; Alfonso proclama la “abundante redención”.
Cristo no vino para los “perfectos”, es el médico que viene a sanar a cada uno de nosotros,
en nuestra enfermedad que se llama pecado, ingratitud. Por eso Alfonso acentúa tanto en
sus libros y su predicación la misericordia infinita de Dios, revelada en Jesús,
especialmente en los tres misterios en los que Alfonso contempla la manifestación del amor
salvador de Dios: el Pesebre, la Cruz y la Eucaristía. En su vida, este camino interior se
refleja en lo que se suele llamar su primer “éxodo”, desde la piedad familiar, que acentuaba
el rostro justiciero de Dios, al Dios revelado en Jesucristo, buscando siempre el amor del
hombre. En su práctica pastoral, Alfonso descubrió la necesidad de ser presencia de la
misericordia de Dios en medio de los más pobres y abandonados.
. Dice Alfonso en la “Práctica de amor a Jesucristo” (Cap. IX): “Quien ama a Dios es
verdaeramente humilde y no se engríe con sus cualidades personales, porque sabe que
cuanto tiene, es don de Dios, y si algo tiene de sí es la nada y el pecado. Por consiguiente,
cuanto más señaladas mercedes recibe de Dios, más se humilla, viéndose tan indigno y tan
favorecido por Él”.
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