EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO
Agustín de Hipona (354-430) nació en Tagaste, viaja por distintas ciudades para completar
sus estudios, la lectura de un diálogo de Cicerón en el 373, le despertará al interés por la
filosofía, este mismo año ingresa en la secta de los maniqueos, que abandona en el 383 y se
traslada a Roma, donde enseña retórica, un año después obtiene la cátedra municipal en
Milán, donde conoce al obispo Ambrosio, quien le pondrá en contacto con el
neoplatonismo. La lectura de las Enéadas de Plotino es su primer encuentro con la
metafísica, en esta obra descubre a Dios, pero es tras la lectura de las Epístolas de San Pablo,
cuando asume que el hombre no puede librarse del pecado sin la fe, iniciando su etapa
cristiana, que culminará en la obtención del obispado de la ciudad de Hipona. Entre sus
obras destacan además Del libre albedrío, La ciudad de Dios o Sobre la Trinidad. Podemos
definir su sistema filosófico, como un platonismo cristiano.
En su concepción del conocimiento como iluminación divina y búsqueda interior. Agustín
afirma respecto a las relaciones entre la razón y la fe, que son necesarias ambas y la razón
no puede darse sin la fe, de ahí que afirme: “entiende para creer y cree para que puedas
entender”. La fe precede a la razón, es necesaria para que el entendimiento encuentre la
verdad, a la vez que colaboran entre ambas. Partiendo de la Teoría de la Reminiscencia de
Platón, Agustín conforma una Teoría de la Iluminación, donde el recuerdo de la Idea surge
de una luz de la razón, que procede de Dios, pero pretende superar al filósofo platónico al
afirmar que la razón es insuficiente para alcanzar el conocimiento y la felicidad, y por ello es
necesaria la iluminación de Dios. La verdad es eterna y necesaria y reside en las Ideas, que
se encuentran en la mente de Dios. La vida teórica es ahora contemplación de Dios, Dios es
la sabiduría y la filosofía es amor a Dios.
Como la razón humana tiene dos funciones: superior o noética –conocimiento de las
verdades eternas- e inferior o dianoética –ciencia o conocimiento de las cosas sensibles-,
hay dos tipos de iluminación: la luz del intelecto –por la que conocemos la verdades eternasy la luz de la razón –por la que conocemos las verdades de los seres sensibles-. El
conocimiento sensible queda limitado a la percepción, pero no puede comprender la
realidad inteligible, ya que sobre esto no puede producir ciencia, sino meras opiniones. Al
igual que en Platón, no se puede alcanzar certeza con las sensaciones.
La verdad es una búsqueda interior, tras la duda se alcanza la certeza. Estamos ciertos de las
verdades científicas, pero nuestra verdad suprema, la primera certeza de todo hombre, es su
propia existencia. El propio pensamiento es la verdad más cierta e inmediata, como también
afirmará después Descartes, desde el racionalismo moderno. Por ello, existir es alcanzar la
autoconciencia. Pero para alcanzar verdades inteligibles, no basta con la razón, necesitamos
de la iluminación. Por ello, es necesaria una búsqueda interior en nuestra conciencia. La fe
se convierte en el único camino para alcanzar la sabiduría y la verdad. La percepción, como
conocimiento de lo sensible, no nos permite alcanzar la certeza, como en Platón, solo
produce opiniones. Por el contrario, la verdad se encuentra en la autocerteza de la
conciencia, ya que la primera evidencia es la existencia del yo pensante. La verdad debe ser
universal, necesaria e inmutable, por tanto, la verdad es Dios mismo. Gracias a la razón y al
libre albedrío, el hombre puede acercarse a Dios y por tanto, a la verdad y la virtud. Las vías
agustinianas sobre la existencia de Dios siguen el mismo itinerario: de lo exterior a lo interior
y de lo interior a lo superior, es decir que, parte del conocimiento del mundo, para dirigirse a
la conciencia, y desde ella, afirmar la existencia de Dios. Aunque, al ser Dios inefable, ni la
filosofía ni la ciencia pueden entenderlo, al conocimiento de Dios solo se llega mediante la
iluminación divina.
El hombre interior alcanza el conocimiento de Dios, mientras que el hombre exterior se
aparta de Él. Cada uno vive en su ciudad: la ciudad de Dios, donde los hombres buscan la
salvación espiritual, a través del amor a Dios; en ella se dan la paz –que ordena los valores
éticos y políticos, impidiendo la dominación de unos hombres sobre otros-, y el orden,
garantizando la justicia y la ciudad terrestre, donde el viejo hombre dedica su vida a
satisfacer sus impulsos y apetitos, olvidándose de Dios, se convierte en idólatra, amándose a
sí mismo; en esta ciudad será necesaria la coacción de las leyes.
EL PROBLEMA DEL SER HUMANO
Descartes nace en 1596 en La Haya de Turena. Se educó en el colegio de los Jesuitas de La
Fleche, donde permaneció hasta 1612, mantendrá contactos con el Padre Marino Merssene,
aunque criticará las limitaciones de su educación, por lo que decide “leer el gran libro del
mundo” y en 1618 se alista en los ejércitos del príncipe Nassau, que participaba en la Guerra
de los Treinta Años. Gracias a ello, Descartes pudo viajar por toda Europa, dedicándose a los
estudios de matemáticas y física. En 1628 fija su residencia en Holanda. Posteriormente
recibe la invitación de la Reina Cristina y se traslada a Estocolmo para impartirla clases de
filosofía, donde muere en 1650. Entre sus obras destacan El Discurso del método y las
Meditaciones metafísicas, tras su muerte se publica El tratado del hombre. Su filosofía
puede caracterizarse como un racionalismo dogmático, que confía en la razón del ser
humano, para alcanzar, con un método adecuado, la plena certeza en el conocimiento. El
optimismo de Descartes le llevará a polemizar con el pesimismo de Pascal. Descartes inicia la
filosofía moderna, que se caracteriza a partir de él como subjetivista, al situar el problema
del conocimiento en el sujeto.
En su concepción del Ser humano, Descartes mantiene una posición dualista. El ser humano
está formado por dos sustancias: alma y cuerpo, res cogitans y res extensa. El alma es
unitaria, inextensa e indivisible, aunque tiene diferentes funciones como el pensamiento
–que depende solo de ella-, la imaginación o la sensación –que dependen de la unión entre
alma y cuerpo-. El cuerpo es por el contrario, complejo, extenso y con partes. El problema
que se plantea a la visión dualista es cómo se produce la comunicación o interacción entre
ambas sustancias. Descartes responde a este problema en El Tratado del hombre, donde
afirma que se comunican gracias a la acción de los espíritus animales que se encuentran en
la glándula pineal. Este problema plateado por primera vez en la obra de Descartes, llevará a
otro racionalista moderno como es Leibniz a afirmar la teoría de la armonía preestablecida.
En las “Meditaciones metafísicas”, Descartes desarrolla las tres hipótesis de la duda
metódica: los sentidos nos engañan, la realidad puede solo ser un sueño y el genio maligno.
Su objetivo es superar la duda hasta encontrar una verdad indubitable, absolutamente
cierta, y esta verdad es el yo pensante. Duda de los sentidos, puesto que a veces me
engañan, la hipótesis del sueño, el mundo externo no supera la duda puesto que no
podemos distinguir la vigilia del sueño y el genio maligno, que podría hacer falsos nuestros
conocimientos matemáticos. Cuando parece que nada puede ser cierto, Descartes reflexiona
que de lo que no puede dudar es del propio proceso de duda, por tanto, si duda
piensa y si piensa existe. “Pienso, luego existo” es la primera verdad, clara –porque está
presente a una mente atenta- y distinta –porque es una idea precisa-, que supera el proceso
de duda. La autoconciencia permite a Descartes superar la duda metódica y fundamentar la
existencia de la realidad extrasubjetiva, en el mundo y Dios.
La identidad del ser humano con el cogito o yo pensante, obliga a Descartes a dejar fuera de
este concepto a todos los aspectos no racionales de nuestra naturaleza. Será puesta en duda
por S. Freud, quien desde la Teoría psicoanalítica defienda una concepción tripartita del ser
humano y la influencia del inconsciente (ello) en nuestros deseos y acciones.
EL PROBLEMA DE LA MORAL
Tomás de Aquino (1224-1274) es hijo del Conde Aquino y estudia con los benedictinos hasta
los trece años, para ingresar después en la Universidad de Nápoles. A los 20 años ingresa en
la orden de los dominicos y vive en Bolonia y en París, donde obtiene una Cátedra en la
Universidad, tras una estancia en Colonia de 20 años en la que acompaña a su maestro
Alberto Magno. Muere de camino a un concilio que se celebra en Lión. Entre sus obras
destacan la “Suma contra los gentiles" y la" Suma teológico': además de muchos
comentarios a las obras de Aristóteles. Cabe destacar que la filosofía de Tomás es un sistema
mixto, ya que por una parte acepta muchas de las teorías de Aristóteles, como la concepción
empirista del conocimiento, la teoría hilemórfica, de la potencia y el acto o la ética
eudemonística, pero como cristiano, acepta la verdad revelada de los textos sagrados y se
ocupa de la demostración racional de la existencia de Dios.
Tomás sigue a Aristóteles al plantear una ética teleológica, eudemonística e intelectualista,
donde el fin del ser humano es alcanzar la felicidad y esto se consigue mediante el
conocimiento, aunque en Tomás su fin último es la contemplación de Dios, con lo que
consigue la felicidad eterna. La vía que defiende Tomás de Aquino para llegar a la felicidad,
es el amor. Serán buenas acciones aquéllas que, basándose en el amor y en el conocimiento
natural, nos acerquen a Dios. Este fin teológico es el que perfecciona a los hombres como
seres racionales. Ahora bien, el hombre por sí mismo no puede lograr este objetivo, por lo
que necesita la gracia de Dios.
Al estar dotado de inteligencia, el ser humano puede dirigir su inclinación desde una
voluntad que es libre, cuyo objeto propio es el bien; esta atracción del alma humana hacia el
bien constituye la más perfecta libertad. A la doctrina de Aristóteles sobre las virtudes,
donde postula las virtudes intelectuales, cuyo mandato es "haz el bien y evita el mal y las
morales, que consisten en el término medio, añade Tomás el concepto de Ley Natural, que
es impresa por Dios en nuestra naturaleza, permitiendo que la razón haga lo que considere
bueno. La Ley Natural es única y su primer precepto es "haz el bien y evita el mal" es
universal porque está en toda la humanidad, es evidente, porque puede ser conocida y no
cambia, luego es inmutable y es indeleble, porque no puede ser borrada del corazón de los
hombres. Este principio (sindéresis) tiene, en el ámbito de la razón práctica, el mismo valor
que los primeros principios del conocimiento (identidad, no contradicción) en el ámbito de
la
teórica. Al estar fundado en la misma naturaleza humana es la base de la ley moral natural,
es decir, el fundamento último de toda conducta.
Pero incluye también una serie de preceptos secundarios, basados en nuestras inclinaciones,
como la conservación de la propia vida, común a todos los seres vivos, la procreación y
educación de los hijos, común a todos los animales y buscar la verdad acerca de Dios y vivir
en sociedad, mandato exclusivo del ser humano. Estos mandatos si pueden ser oscurecidos,
por las malas persuasiones o costumbres. De la ley natural se derivan las Leyes positivas, que
como son humanas no siempre son buenas y pueden aplicarse de modo diferente en cada
comunidad. Gracias a la Ley Natural, el ser humano, participa de la bondad de Dios,
asumiendo este concepto de Platón y su desarrollo cristiano, por parte de Agustín de
Hipona, en el concepto del ser humano como imago Dei o imagen de Dios. La universalidad
de la Ley Natural, permitirá fundamentar la existencia del bien en la naturaleza humana.
EL PROBLEMA DE LA SOCIEDAD
Agustín de Hipona (354-430) nace en Tagaste, viaja por distintas ciudades para completar
sus estudios, la lectura de un diálogo de Cicerón en el 373, le despertará al interés por la
filosofía, este mismo año ingresa en la secta de los maniqueos, que abandona en el 383 y se
traslada a Roma, donde enseña retórica, un año después obtiene la cátedra municipal en
Milán, donde conoce al obispo Ambrosio, quien le pondrá en contacto con el
neoplatonismo. La lectura de las Enéadas de Plotino es su primer encuentro con la
metafísica, en esta obra descubre a Dios, pero es tras la lectura de las Epístolas de San Pablo,
cuando asume que el hombre no puede librarse del pecado sin la fe, iniciando su etapa
cristiana, que culminará en la obtención del obispado de la ciudad de Hipona. Entre sus
obras destacan además Del libre albedrío, La ciudad de Dios o Sobre la Trinidad. San Agustín
es la figura más destacada de la patrística, que sentará los dogmas de la Iglesia, aplicando los
métodos de la filosofía. Respecto a su sistema filosófico, podemos definirlo como un
platonismo
cristiano.
En Agustín es el amor el principio constitutivo de la sociedad. De modo que el principio
social se fundamenta en el principio de intimidad. Por tanto, la sociedad no es un elemento
natural en el ser humano, sino racional, pues solo gracias a la razón es posible el amor. El
amor a los demás me vincula a ellos, mientras que el amor a Dios me permite establecer una
comunidad universal con todos los hombres. Hay dos amores en el hombre y hay dos
ciudades en las que se agrupan los hombres. El hombre es ciudadano de dos ciudades,
porque la naturaleza humana es doble, espiritual y corporal, ya que Agustín defiende una
concepción dualista del ser humano. En Agustín conviven dos concepciones del ser humano:
el hombre racional del mundo griego y el imago Dei, a imagen de Dios, del cristianismo.
La Historia de la humanidad está dominada por la lucha de estas dos sociedades o civitates:
la Ciudad terrestre, donde llevan la vida del viejo hombre terrenal, que vive según la carne,
ya que ama las cosas temporales, fundada en los impulsos y apetitos, en la que el hombre se
olvida de Dios y se convierte en un idólatra de sí mismo o amor propio. En ella es necesaria
la coacción de las leyes para garantizar la paz. Y la Ciudad de Dios, donde viven según su
espíritu, los hombres vinculados por el amor divino, fundada en la esperanza de la paz
celestial y la salvación espiritual. Solo en la ciudad de Dios, modelo ideal de sociedad, se dan
la paz y el orden -condición de la paz- garantizando así la justicia. La paz necesita de una
ordenación de valores tanto en dos direcciones, tanto en el plano ético, que regula al ser
humano sobre sí mismo, como en el plano político, que regula la conducta de los humanos
respecto a los otros. La paz impide el dominio de unos hombres sobre otros, pues Dios nos
ha hecho a su imagen y semejanza para gobernar sobre las bestias, pero no sobre los
hombres. La Historia es la contraposición entre estas dos fuerzas, en un intento de cumplir
los designios de la Providencia divina. Dios es el principio de toda regla y todo orden, el
garante de la justicia. Agustín desarrolla una teología de la historia universal, como
cumplimiento de un plan divino. También analiza el problema del tiempo y su relación con la
eternidad, el tiempo y el cambio surgen con la creación, por lo que Dios es eterno presente.
La Aporía del tiempo: el presente debe tener duración para ser tiempo y no tener duración
para ser real, se resuelve al comprender que es una realidad interior, pues es una cierta
extensión del alma. También es lineal, ya que como la creación, el tiempo tiene un principio
y un fin. Por tanto, la Historia para Agustín es teleológica y teológica.
EL PROBLEMA DE DIOS
Tomás de Aquino (1224-1274) es hijo del Conde Aquino y estudia con los benedictinos hasta
los trece años, para ingresar después en la Universidad de Nápoles. A los 20 años ingresa en
la orden de los dominicos y vive en Bolonia y en París, donde obtiene una Cátedra en la
Universidad, tras una estancia en Colonia de 20 años en la que acompaña a su maestro
Alberto Magno. Muere de camino a un concilio que se celebra en Lión. Entre sus obras
destacan la “Suma contra los gentiles" y la" Suma teológico': además de muchos
comentarios a las obras de Aristóteles. Cabe destacar que la filosofía de Tomás es un sistema
mixto, ya que por una parte acepta muchas de las teorías de Aristóteles, como la concepción
empirista del conocimiento, la teoría hilemórfica, de la potencia y el acto o la ética
eudemonística, pero como cristiano, acepta la verdad revelada de los textos sagrados y se
ocupa de la demostración racional de la existencia de Dios.
Tomás de Aquino plantea la necesidad de relación pero a la vez independencia entre la
filosofía y la teología y de la veracidad de ambas, ya que existen dos tipos de verdades: las
verdades de razón obtenidas por el entendimiento humano a partir de los sentidos y las
verdades reveladas, que tienen su origen en la autoridad de Dios. La filosofía ayuda a la
teología, porque demuestra los preámbulos de la fe: que Dios existe, que es sabio y que es
veraz. Por tanto la existencia de Dios es una verdad revelada, pero que puede ser
demostrada por la razón. Por ello, Tomás critica a las posiciones extremas que se dan en su
época: a los místicos a los que solo vale la fe y a los dialécticos, porque hay verdades que la
razón no comprende y la Doctrina de la Doble Verdad de Averroes, que plantea la posibilidad
de que se contradigan los dos tipos de verdades y a Agustín de Hipona, porque no hay una
delimitación entre ambas.
Tomás de Aquino aplica la razón a la fundamentación de los dogmas del cristianismo. Por
tanto, se ocupará de demostrar racionalmente la existencia de Dios. De Dios no podemos
conocer la esencia, porque es infinita, pero conocemos sus atributos mediante tres vías: la
vía de la negación, por la que negamos en Dios todas las imperfecciones, la vía de la
afirmación, por la que afirmamos todas las perfecciones y la vía de la eminencia, que nos
permite reconocer la infinita distancia entre Dios y las criaturas. Tomás afirma que Dios creó
el mundo de la nada, porque la Suma Bondad busca extenderse y que, aunque su existencia
no es evidente para nosotros, ya que no conocemos a Dios como causa y no podemos
demostrar su existencia a priori, si podemos demostrar su existencia a posteriori, mediante
sus efectos en el mundo. Así en la “Suma Teológica” establece las cinco vías para la
demostración de la existencia de Dios, en las que parte de un hecho de la experiencia para
deducir los atributos de Dios: en la primera vía se parte del movimiento del mundo para
llegar hasta su causa el primer motor, en la segunda se parte de las causas de los seres
naturales para llegar a la primera causa, en la tercera se parte de la contingencia de las
criaturas para llegar al ser necesario, en la cuarta se parte de los grados de perfección de lo
seres naturales para llegar al sumamente perfecto y en la quinta se parte del orden del
mundo para llegar al ser sumamente inteligente, que lo ordena. Tomás de Aquino, rechaza
otras pruebas de la existencia de Dios, como la del agustinista, Anselmo de Canterbury, que
enuncia el famoso argumento ontológico, que afirma que todos, incluso los ateos, entienden
por Dios un ser mayor y más perfecto que cualquier otro que se pueda pensar; ahora bien si
se puede pensar, debe existir, porque de lo contrario no sería el ser mayor que se pudiera
pensar. Luego Dios existe. Este argumento, según Tomás, demuestra la existencia de la idea
de Dios, pero no la existencia real de Dios.
En su metafísica, plantea como teoría fundamental la distinción de la esencia y la existencia
en los seres creados, que deben su existencia a Dios y, por tanto, son contingentes; mientras
que en Dios si coinciden esencia y existencia y por ello existe necesariamente, creándose
una Jerarquía de los seres, según su cercanía a la esencia de Dios. Como ser supremo, Dios
es la garantía de que podemos acceder a la verdad y al bien, puesto que la razón no es
contraria a la fe y somos morales gracias a la Ley Natural (inmutable, evidente, universal e
indeleble), que Dios ha impreso en nuestra naturaleza, como la marca del artífice, para
garantizar que usamos correctamente el libre albedrío y nos dirigimos al bien, si seguimos
sus preceptos.
EL PROBLEMA DE DIOS
Descartes nace en 1596 en La Haya de Turena. Se educó en el colegio de los Jesuitas de La
Fleche, donde permaneció hasta 1612, mantendrá contactos con el Padre Marino Merssene,
aunque criticará las limitaciones de su educación, por lo que decide “leer el gran libro del
mundo” y en 1618 se alista en los ejércitos del príncipe Nassau, que participaba en la Guerra
de los Treinta Años. Gracias a ello, Descartes pudo viajar por toda Europa, dedicándose a los
estudios de matemáticas y física. En 1628 fija su residencia en Holanda. Posteriormente
recibe la invitación de la Reina Cristina y se traslada a Estocolmo para impartirla clases de
filosofía, donde muere en 1650. Entre sus obras destacan El Discurso del método y las
Meditaciones metafísicas, tras su muerte se publica El tratado del hombre. Su filosofía
puede caracterizarse como un racionalismo dogmático, que confía en la razón del ser
humano, para alcanzar, con un método adecuado, la plena certeza en el conocimiento. El
optimismo de Descartes le llevará a polemizar con el pesimismo de Pascal. Descartes inicia la
filosofía moderna, que se caracteriza a partir de él como subjetivista, al situar el problema
del conocimiento en el sujeto.
En la metafísica de Descartes, una vez que la existencia del cogito ha sido demostrada por la
superación de las hipótesis de la duda metódica, quedan también demostradas la existencia
de Dios y el mundo. Dios, Yo y Mundo son tres ideas innatas, que se corresponden con la
sustancia infinita y a las sustancias finitas –res cogitans y res extensa-, respectivamente. La
idea de Yo, como sustancia pensante, es la primera certeza que alcanza el conocimiento
humano, la primera evidencia es, por tanto, mi propia existencia. Pero a partir de esta
evidencia, fundamenta Descartes también la existencia del mundo externo y de un Dios
bueno, que garantiza la verdad de nuestro conocimiento. El pensamiento permite al yo ir
más allá de sí mismo, superando el solipsismo mediante la demostración de la existencia de
Dios, quien garantiza que no estoy solo en el mundo. Descartes aplica el principio de
causalidad afirmando que debe haber al menos tanta realidad en la causa como en el efecto,
a la idea de Dios y desarrolla tres argumentos para probar su existencia: Gnoseológico, el
hombre puede producir las ideas de todas las cosas y de sí mismo, pero no puede ser causa
de la idea de Dios, puesto que esta idea tiene más realidad objetiva que mi realidad formal,
Cosmológico, el hombre no puede ser el causante de su propio ser, puesto que no se habría
hecho imperfecto y Ontológico, la idea de Dios como ser perfecto ha tenido que ser puesta
en mí por Dios mismo, tal y como afirmó Anselmo de Canterbury.
En las “Meditaciones metafísicas”, Descartes desarrolla las tres hipótesis de la duda
metódica: los sentidos nos engañan, la realidad puede solo ser un sueño y el genio maligno.
Su objetivo es superar la duda hasta encontrar una verdad indubitable, absolutamente
cierta, y esta verdad es el yo pensante. “Pienso, luego existo” es la primera verdad, clara
–porque está presente a una mente atenta- y distinta –porque es una idea precisa-, que
supera el proceso de duda. El criterio de certeza es la evidencia, es verdadera porque Dios
existe, el genio maligno ha sido derrotado. También en esta obra, considera que las ideas
son modos del pensamiento, por tanto proceden del sujeto, pero que representan a los
objetos a los que se refieren. Las ideas pueden ser: innatas –nacidas conmigo- adventicias
–proceden del exterior- y ficticias –inventadas por mi-. Dios es una idea innata, junto a otras
como la idea de sustancia, por ello puede ser conocida. La sustancia infinita es la primera,
desde la perspectiva ontológica, pero a su demostración solo llegamos a partir del cógito, ya
que el nuestra autoconciencia –el conocimiento del yo- es anterior, desde la perspectiva
epistemológica. Por ello, hay que superar la duda metódica y alcanzar el cógito como
primera certeza, para, demostrar la existencia de Dios. A partir de la existencia de Dios,
queda demostrada también la existencia de un mundo extrasubjetivo. Descartes, en su
física, entiende el mundo desde una visión mecanicista, donde los cuerpos son máquinas
regidas por las leyes de la mecánica.