DOMINGO XXVII T - Carmelitas de San José

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DOMINGO XXVII T.O. CICLO B 2015
-Le preguntaron unos fariseos a Jesús: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?». La
verdad es que oír plantear las cosas así produce una cierta tristeza. Si el amor, como dice Pablo,
«vale más que todas las lenguas de los hombres y de los ángeles», y si «es más importante que
entregar nuestro cuerpo a las llamas» o que «repartir nuestros bienes a los pobres», ya
comprendéis que emprender la «aventura del amor humano», pensando en las posibilidades de
«divorcio», es como iniciar una bella escalada alpinista con el catafalco a cuestas.
La sociedad nos está habituando a la eventualidad en todo, de
tal forma, que hasta el amor parece ser ya capricho del
momento y, según algunos, si no hay placer… ¡eso no es
amor! O sin placer ¡Para qué compartir toda una vida con otra
persona! ¿No será pura rutina y un puro soportarse?
Amigos, el equilibrio de una sociedad, su paz, su bienestar,
depende –en gran parte- de la serenidad y de la salud de sus
componentes. Y, Jesús, en el Evangelio nos dice que el amor,
si se cuida, no se apagará nunca y, además, contará con la bendición de Dios.
Entonces, ¿Por qué tanto fracaso? ¿Por qué tantas dudas? ¿Por qué tantas rupturas? ¿Por qué
tantos miedos a unirse, cuando sabemos, que en la unión está la fuente de la felicidad y la cuna de
la fuerza? Las razones son variadas y de muy diversa índole, porque hay rupturas muy dolorosas
que son provocadas por la traición, el adulterio o los malos tratos y por tanto que nadie se atreva
a juzgar unas rupturas de ese tipo, queriendo ser más papista que el Papa. Porque realmente hay
personas que han tenido que romper la unión matrimonial, porque han sido objeto de un
verdadero vía crucis. Y lo que merecen es nuestra compresión y apoyo y no nuestro juicio.
Pero dicho esto, hay que dejar claro de una vez que un matrimonio, no es sólo un simple vínculo
jurídico: ha de estar soldado y garantizado por el amor. Exclusivamente por el amor. Si falla ese
eslabón, se rompe la cadena. Lo demás puede quedar sostenido en el puro y simple artificio.
Nunca como hoy, el amor ha sido tan, ninguneado y falsificado .El amor que se vende a la sociedad
y por los medios de comunicación ¿Es auténtico amor? ¿Es amor llevado hasta las últimas
consecuencias? ¿Es amor de corazón o amor de pantalla? ¿Es amor de escaparate o amor que
busca el bien del otro? ¿Es amor que se da o cuento que se vende?
En un programa televisivo, el listo de turno, afirmaba:“cuando una persona ha quedado
decepcionada de la otra, lo mejor es irse cada uno por su camino”. No amigos, a las personas las
tenemos que querer con su lado claro y con su vértice oscuro, con su sonrisa en la boca y con su
temperamento escondido, con su mirada nítida y con sus pensamientos ocultos. Vivir de espaldas
o, marcharse a las primeras de cambio no es amor, es oportunismo.
No podemos caer en el error de pensar que amor es igual a contrato temporal con una persona.
Dios, que es la fuente del amor, nos pide que miremos un poco más allá; un poco más al fondo de
las cosas; que hagamos un esfuerzo por amar un poco más al otro y que nos centremos un poco
menos en nosotros mismos. Ya sé que, todo esto, a muchos les sonará a chino, rancio, sacrificado
o que, incluso a otros, les parecerá un imposible. Pero, los imposibles, también están para los
cristianos.
No es bueno, entender el amor o el matrimonio, como aquel amigo que, después de jugar durante
una temporada con otro amigo, se cansó de corretear con él porque ya no le divertía y lo
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abandonó. El amor no es un juego ni, los amantes, son juguetes. Ni el matrimonio es un viaje en
busca de placer. Dios reconoció que a su gran obra le faltaba algo. Que al hombre le faltaba una
compañera.
Quien se acerque al matrimonio deberá recoger en una
apretada gavilla todas sus ilusiones, todos sus propósitos de
esfuerzo, toda su capacidad de sacrificio, toda su atención.
Para poner así las premisas que hagan que «el amor no pase
nunca», como dice también Pablo. Y destacaría dos premisas
indiscutibles
1-)AMAR CONSISTE EN DAR MAS QUE EN RECIBIR.
La persona que se acerque al matrimonio buscando en la otra persona un «tú» que sea la
prolongación del propio «yo», lo que está haciendo es fabricar egoísmo. No dice la verdad al decir
«te amo». Lo que está diciendo es «me amo», ya que no busca la felicidad del «otro» sino su
propia felicidad.
No, el proyecto de amor deberá consistir en un noble campeonato de generosidades y renuncias
personales. Pero sabiendo una cosa. Que, desprendiéndose uno de sus propios caprichos y
complacencias en beneficio del «otro», es decir, desprendiéndose de su propio «yo», no se pierde,
sino que «se gana». Al respecto, me viene a la memoria un corto poema de Tagore sobre un
mendigo.
“Yo había estado pidiendo de puerta en puerta por la calle de la ciudad, cuando desde lejos
apareció una carroza de oro. Era la del hijo del Rey.
Pensé: ésta es la ocasión de mi vida; y me senté abriendo bien el saco, esperando que se me diera
limosna sin tener que pedirla siquiera; más aún, que las riquezas llovieran hasta el suelo a mí
alrededor. Pero cuál no fue mi sorpresa cuando, al llegar junto a mí, la carroza se detuvo, el hijo
del Rey descendió y extendiendo su mano me dijo: «¿Puedes darme alguna cosa?». ¡Qué gesto el
de tu realeza, extender tu mano!… Confuso y dubitativo tomé del saco un grano de arroz, uno
solo, el más pequeño, y se lo di. Pero qué tristeza cuando, por la tarde, rebuscando en mi saco,
hallé un grano de oro, solo uno, el más pequeño. Lloré amargamente por no haber tenido el valor
de darle todo”
Así es el amor, amigos. Los granos de trigo, quitados al propio egoísmo y ofrecidos a la persona
amada, se convierten en «oro». Oro de alegría, de paz, de satisfacción. La satisfacción de saber
que uno no está solo y que, siendo los dos tan distintos, han aprendido a amar las mismas cosas y
a «mirar en la misma dirección.
2-POR LA LIBERTAD A LA ESCLAVITUD.
-Porque en el matrimonio ocurre esa dulce paradoja. Resulta que el hombre lo que más anhela y
busca es la libertad. Hacer su propio programa, escoger sus entretenimientos, seguir sus gustos y
aficiones. Que nadie le imponga otra idea que la que él persigue. Y sin embargo, observad la
escena. Oíd lo primero que los novios dicen cuando llegan al altar: «Venimos libremente». Pero, a
renglón seguido, añaden: «Yo me entrego a ti y prometo serte fiel... hasta que la muerte nos
separe». Ahí lo tenéis: la libertad esclavizada con los lazos del amor. O lo que es lo mismo: «El
amor, como altísima vocación». Por eso, cuando a Jesús los fariseos le preguntaron por el divorcio,
él se puso a hablarles de su «terquedad y dureza de corazón».
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Como un precioso regalo de Dios, envuelto en papel de colorines: así veo yo estas ideas sobre el
amor que hoy nos trae la lectura del Génesis. Envueltas en el ropaje rancio y pintoresco de una
leyenda del pueblo, tan vieja como el mundo, estas ideas nos aclaran lo que Dios piensa sobre la
mujer, sobre el amor, sobre la familia. Es todo un bonito pasaje, al que vale la pena asomarse.
Amar no es dominar, ni poseer; es algo inmensamente distinto, y mucho mejor. Se dominan las
cosas, los animales. Y vemos la bota del hombre sobre la cima más alta de la tierra; la barca del
hombre sobre las olas del mar embravecido; el freno y la brida del hombre domando a un potro
salvaje. El oro y la energía, la ciencia y el arte, a los pies del hombre.
Pero el amor no es nada de eso. Puede el hombre dominar, y estar, sin embargo, completamente
solo; y 'no está bien que el hombre esté solo'. Todo el oro y la fuerza del mundo no valen para
comprar ese latido apresurado de un corazón cuando ama; esa sonrisa serena y ese brillo en los
ojos de alguien, igual a ti, que te ofrece libremente su alma para que, en adelante, seáis el uno
para el otro. 'Voy a buscarle alguien como él, que le ayude’. Y él, cuando la ve: '¡Ésta sí que es
hueso de mis huesos y carne de mi carne!'.
Exactamente iguales en dignidad. La mujer reflejando, como el
hombre, el enorme corazón de Dios; La mujer llamada, como el
hombre, a ser plenamente feliz. Si la compras, podrá ser 'tuya',
pero nunca será 'tú': la has rebajado a la categoría de ‘cosa’. Si
sólo la 'usas', ya no es 'carne de tu carne': la has convertido en
objeto. Eso no sería amor, porque el amor sólo se da entre
iguales; y solamente cuando respiran -los dos- el aire limpio de la
libertad.
Ahora bien, el amor, si es verdadero, ha de ser fiel. El amor tiene que dar la medida del hombre
entero. No hay descuentos en el amor: o se toma, o se deja. Lleva el sello de lo definitivo. No se
puede entrar en el amor con el reloj en la mano, con el cálculo tacaño de lo provisional. Por eso
excluye de antemano, valiente y generosamente, cualquier otro amor que pudiera venir a hacerle
sombra. El amor se lo juega todo a una carta. Para siempre.
Es más, hasta el amor bendito al padre y a la madre tendrá que inclinarse cuando, en el cielo del
alma de un hombre y una mujer, Dios haga que despunte y se vaya levantando el sol maravilloso
del amor. 'Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una
sola carne' . Es ley de vida. Es una comunidad de amor que nace; que será, a su vez, fuente de
amor y de vida; y que también tendrá que plegar sus alas, algún día, para que los hijos de ese amor
emprendan su personal aventura: el vuelo libre de su propio amor...
Son cosas éstas que no se pueden comprender desde un corazón pequeño y egoísta. El amor no se
mide, ni se discute, ni se compra, ni se impone: está muy por encima de todo eso. Es algo que
tenemos, pero que nos supera con mucho. Es nuestro, sí; pero, al mismo tiempo, es mucho más
que nosotros. Nos viene de herencia. Es la mejor huella que ha dejado en nosotros nuestro Padre:
Dios.
Como dice el poema de Campoamor:
Sin el amor que encanta
la soledad del ermitaño espanta.
Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía.
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