Contiene: - ARL XXX Domingo T Ordinario B - PAGOLA 30 Domingo Ordinario B - Semana del 25 al 31 de octubre de 2015 - 6 HOMILIAS ARL XXX Domingo T Ordinario B “Y de inmediato recobró la vista y se puso a seguirlo por el camino”Es la historia de Bartimeo, el ciego de Jericó, del que habla el Evangelio de este domingo; es un pasaje breve pero rico de significados. El hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, “se sentaba a un lado del camino a mendigar”. Hace algunos domingos, san Marcos (10, 17-30) nos hablaba de otro joven, un joven rico que, con entusiasmo, fue al encuentro de Jesús, el Maestro ‘bueno’; de este joven no se dice el nombre, solo que tenía muchas riquezas; él estaba, si, deseoso de aquella perfección que lo habría hecho entrar en la vida eterna, pero a la propuesta de invertir sus bienes a beneficio de los pobres, se aleja, quedando para siempre en su triste anonimato.En el relato de hoy, la situación es diferente, estamos en presencia de un pobre, un mendigo ciego, que vive al lado de los caminos, un marginado pues, pero tiene un nombre, un nombre que todavía hoy recordamos, cada vez que se proclama este pasaje del Evangelio. Bartimeo no tiene nada más que su fe, y es por ella que es curado de la ceguera, sigue a Jesús en su camino hacia Jerusalén y entra así en la vida, en esa felicidad que no tiene fin. El de Bartimeo no es el único milagro que Jesús obra a favor de un ciego, no es pues la curación física, por importante que sea, lo que cuenta en el pasaje de hoy, sino la sanación de todo el hombre que el Hijo de Dios obra por medio del don de la vista, señalando la fe como condición imprescindible para la salvación: “Vete, tu fe te ha salvado”. La fe: esa fuerza interior que mueve los pasos de Bartimeo en el seguimiento del Cristo: “El, arrojando el manto, se puso en pie y fue tras de Jesús… recobró la vista y se puso a seguirlo por el camino.”El mendigo, que ahora vive en la luz, sale con Jesús y con los que lo seguían, de Jericó, y se encamina a Jerusalén, la ciudad santa, el lugar donde se cumplirá el don de la Redención… Jerusalén y Jericó no son solamente dos puntos geográficos notables históricamente sino que tienen también un significado simbólico: Jericó, que quiere decir ciudad de la luna, viene a significar el mundo, la situación en la que se es pecador, mientras Jerusalén, la ciudad del templo, es el lugar de la salvación y de la santidad. En el Evangelio de san Lucas hay una Parábola en la que se habla de un viaje de Jerusalén a Jericó, el recorrido contrario al que realiza Jesús en el relato de san Marcos; es la conocida parábola del ‘buen samaritano’: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó cuando cayó en manos de unos ladrones. Estos le robaron todo, lo golpearon y lo dejaron medio muerto…”. (Lc 10, 3037)En ese hombre herido está toda la historia de la humanidad que, alejándose de Dios por el pecado, yace en tierra en espera de salvación, en espera del Redentor, que habría de pagar personalmente, y habría de reconducir a todos al Padre, a la Jerusalén del cielo. El Evangelio de hoy dice que Jesús “salía de Jericó…”, se dirigía hacia Jerusalén, último tramo de su viaje terreno: en Jericó, precisamente, encuentra a un hombre que vive en la oscuridad, Bartimeo el ciego, un hombre que pasa sus días tirado por tierra, en espera de que alguien le de alguna ayuda para vivir. Bartimeo no es muy diferente del hombre de la parábola de san Lucas, que espero quien lo socorra y le cure. La observación precisa de que Jesús deja Jericó, es un detalle que debemos atender, nos indica que, en nuestro mundo, en nuestra Jericó personal y social, el Hijo de Dios pasa todavía hoy para sanar, para levantarnos, para devolvernos la luz interior, el conocimiento de la verdad que salva liberándonos del pecado y llevándonos consigo a Jerusalén, es decir, a la salvación definitiva.En su pasar, que dura hasta hoy y que durará hasta el fin de los tiempos, Jesús espera nuestra llamada, un grito como el del pobre Bartimeo: “Hijo de David, ten piedad de mí!” El espera el humilde reconocimiento de nuestra pobreza interior, de nuestra situación de pecado, y por lo mismo, de la ceguera, de la oscuridad, de la indigencia, de la fragilidad, de la cual se desea salir para caminar, con seguridad, en la luz que viene de la fe en la Revelación.“Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!”, no son las palabras de un desesperado, que la multitud fastidiada trata de callar, es el grito de la fe en el Cristo de Dios, nacen de lo profundo del alma, de un deseo vivo que ningún obstáculo puede impedir; “Muchos le gritaban para hacerlo callar, pero él gritaba más fuerte: ‘Hijo de David, ten piedad de mí!’”. Es estupenda la imagen del gritón dotado de una fe imbatible, tanto que “…Jesús se detuvo y dijo: ‘Llámenlo’, y, dirigiéndole la mirada dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’”. Bartimeo es un icono de la fe, de la fe que mueve montañas y obra milagros. Esta fe conmueve a Jesús, que asegura la salvación a quien cree en él. El milagro que devuelve la vista a Bartimeo nos enseña que la presencia y la luz de Cristo sanan a todo el hombre, que de ciego y mendigo se transforma en rico del don de la filiación, capaz de seguir a su Señor, y hasta lo convierte en su compañero y con él recorre el camino que conduce al Padre: “recobró la vista y se puso a seguirlo por el camino.”La historia de Bartimeo también es nuestra historia de creyentes que, con el bautismo hemos abierto los ojos a la Verdad de Dios que es Jesucristo; ahora estos ojos, ya no más enfermos, deben ser capaces de percibir la presencia del Señor que siempre pasa por nuestra vida y obra la salvación en nuestra historia personal, igual que en la grande historia de la humanidad entera.Seguir a Cristo significa también saber percibir esta presencia viva y actuante en nuestro tiempo, una presencia que llama a la salvación eterna y también temporal porque sólo en Cristo hay luz, justicia y paz; solo con él se puede experimentar la alegría que el salmista describe así: “Cuando el Señor rescató a los prisioneros de Sión nos parecía soñar entonces nuestra boca se abrió a sonreír nuestra lengua se deshacía en cantos de alegría. Se decía entre los pueblos: “El Señor ha hecho grandes cosas por ellos” Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros nos ha colmado de alegría” (Sal 125) Fr. Arturo Ríos Lara, OFM Celaya, Gto. México. 25 de octubre de 2015 CURARNOS DE LA CEGUERA ¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas. No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas. ¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida. El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Solo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo. El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: «¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo. Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva. Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte. José Antonio Pagola Semana del 25 al 31 de Octubre de 2015 – Ciclo B Domingo 30º de tiempo ordinario Domingo 25 de octubre de 2015 Domingo 30º ordinario Frutos, Engracia y Valentín (s. VIII) Jer 31,7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos Salmo 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres Heb 5,1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec Mc 10,46-52: Maestro, haz que pueda ver El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo. El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios. La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos. El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado. El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cfDt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes. Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense. El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos. El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce). La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento. El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final. Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía... y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático... Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. DanahZohar), el holismo, la sinergia... nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales... Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)... y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). . Para la revisión de vida ¿En qué sentido puedo o debo decir yo también, como el ciego Bartimeo: "Maestro, que pueda ver"…? ¿Qué necesidades fundamentales de mi vida podría expresar en mí esa oración? Voy a hacer esa oración en ese sentido, en profundidad… Para la reunión de grupo - ¿Cuáles son hoy las mediaciones a través de las cuales «Dios nos llama»? ¿Qué acontecimientos transparentan hoy para nosotros la presencia del misterio y de lo sagrado? - ¿Cuáles son hoy nuestros gritos? ¿Demandamos misericordia o nos contentamos con luchar por una mejor calidad de vida? Para la oración de los fieles - Para que la luz de la verdad abra los ojos de todos los seres humanos y les ayude a caminar sin tropiezo por el camino de la vida, roguemos al Señor. - Por todos los invidentes, para que se puedan integrar a la sociedad con respeto a sus derechos y sin ser relegados a puestos marginales… - Para que todos los catequistas sepan unir a una buena preparación para ejercer su ministerio el testimonio de su propia vida… - Para que cuantos viven sumidos en la duda, el temor o la intranquilidad se encuentren con Dios vivo y alcancen la luz y la paz que buscan y necesitan…. - Por cuantos buscan un mundo más justo y en paz, para que encuentren la recompensa a sus trabajos y desvelos… Oración comunitaria - Dios, Padre de bondad, que nos has creado para caminar, para salir al encuentro de los demás y de ti, y que abres para ello ante nosotros el camino que debemos recorrer. Te pedimos ilumines nuestros ojos para que podamos caminar sin tropiezo y ayudar a caminar a los demás. Por Jesucristo N.S. Lunes 26 de octubre de 2015 Evaristo, papa y mártir (s. II) Paulina Jaricot, fundadora (1862) Rom 8,12-17:Llamamos a Dios ‘¡Abba!’, Padre Salmo 67: Reyes de la tierra, canten a Dios Lc 13,10-17:: ¿No había que soltarle las ataduras en sábado? Con frecuencia pensamos en el pecado como en una especie de espantajo para asustar a los niños, o como una realidad ajena que hace referencia únicamente con la piedad religiosa. Pero el pecado es algo bien distinto, como nos muestra el evangelio. Puede acecharnos en cualquier momento y quebrar nuestra monótona existencia. Puede también agobiarnos hasta encoger nuestro ser. La mujer que acude a Jesús luego de toda una vida de sufrimiento lo hace en un momento en que ve fracturadas sus fuerzas humanas. Como ella, todos podemos pensar que somos capaces de soportar el pecado o incluso de aprender a convivir alegremente con él. Sin embargo, el pecado tiene poder para doblegarnos, para sumirnos en el dolor, la angustia y el sufrimiento. Sólo una actitud de soberana libertad nos puede inducir a buscar la ayuda del único que nos puede liberar; y a romper los cercos mentales, e incluso las grandes doctrinas religiosas que se convierten en obstáculos cuando de redimir a un ser humano se trata. Jesús sale al paso de sus adversarios y contiende con ellos, no para dar muestras de su poder y autoridad, sino para utilizar su capacidad transformadora y hacer de su autoridad una fortaleza para obrar siempre el bien. Martes 27 de octubre de 2015 Bartolomé de Bregantia (1270) Rom 8,18-25: Aguarda la plena manifestación de los hijos de Dios Salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor Lc 13,18-21: Crece el grano, se hace un arbusto El reino es esa diminuta semilla que Dios ha sembrado en el corazón y que permite al ser humano alzarse por encima de su propia animalidad y por sobre los condicionamientos sociales y culturales que pueden reducirlo a lo peor de sí mismo. La semilla de mostaza es diminuta, pero sabrosa. Es capaz de transformar el alimento más insípido. Es también capaz de generar una planta que, sin tener la magnitud de un cedro o un roble, ofrece protección y cobijo a las aves errantes o que están de camino por el cambio de estación. El reino es esa semilla que tiene el poder de transformar nuestras vidas anónimas y alienadas en experiencias de amor y alegría. El reino es capaz de darle sabor al grupo humano más desorganizado e insípido. El reino es, asimismo, el proyecto que acoge y favorece a todos aquéllos que tienen la misericordia de Dios como único amparo. El reino también es comparado con la levadura que transforma la masa. Aunque su porción es diminuta en comparación al tamaño de aquélla, tiene la capacidad de hacerla crecer, madurar y preparar para su cocción. Así, el reino que actúa en las comunidades cristianas puede ser una experiencia diminuta, pero llegar a convertirse en una fuerza de poderosa transformación que prepare a la comunidad humana para una nueva etapa de la historia. Miércoles 28 de octubre de 2015 Simón y Judas, apóstoles (s. I) Ef 2,19-22: Ustedes han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles Salmo 18: El mensaje del Señor resuena en toda la tierra Lc 6,12-19: Eligió entre ellos a doce y los llamó apóstoles El grupo de los Doce, más tarde llamados apóstoles, constituye el segundo paso de la organización que Jesús suscita en medio de su pueblo. Los Doce son el símbolo del nuevo Israel que se espera nazca de la experiencia de discipulado con Jesús. Sus nombres singulares son los de cualquier vecino del pueblo. Son personas corrientes que fueron llamadas a un destino extraordinario. Un destino que superaba ampliamente sus expectativas nacionalistas o los nacionalismos de turno en su época. Ellos actúan como grupo de acción dentro del número mayor de hombres y mujeres que siguen a Jesús. Su vocación se realiza en la medida que permanezcan fieles al Maestro y sepan multiplicar los preciosos dones de su enseñanza y su poder liberador. Por esta razón, al bajar del monte para ir al encuentro con la multitud que sigue a Jesús, se convierten en multiplicadores de la acción de su maestro. El gentío que los espera no es el del Israel piadoso o de los fanáticos religiosos, sino una masa de gente desesperada que lo ve como una luz que brilla en el ocaso de su miseria humana. La misión del Buen Pastor no es fortalecer a las ovejas robustas, sino rescatar y cargar a las ovejas perdidas que están a merced de los ladrones, los lobos y los peligros del camino. Jueves 29 de octubre de 2015 Narciso, obispo (s. II) Miguel Rúa (1910) Rom 8,31b-39:Nada podrá apartarnos del amor de Dios Rom 8,31b-39:Sálvame, Señor, por tu bondad Lc 13,31-35:La casa de ustedes quedará desierta Nuestra vida se mueve entre el hoy, el mañana y el pasado mañana, pero mientras nuestra existencia oscila entre el día de descanso y el del trabajo, la vida de Jesús avanza por el camino de la continua redención. Hoy Jesús lucha contra el mal que se ha encarnado en la existencia humana, en las personas e instituciones que viven sólo para el lucro y la explotación, que no hacen más que dañar el proyecto que Dios tiene para todos sus hijos dispersos por el mundo. Mañana sana los corazones rotos, las esperanzas perdidas, la vida despreciada. Pasado mañana nos redime con el sello inconfundible y definitivo de la Cruz. Por esta razón Jesús no teme a Herodes, ni tampoco es un temerario que arriesgue la vida de los que le siguen. Sin dejarse intimidar, marcha hacia el acontecimiento glorioso en el que la comunidad lo reconozca como enviado de Dios, como Hijo Amado y como Redentor. La salvación acontece en la vida cotidiana. Allí debemos luchar contra el mal que se apodera de nuestras mentes y las enajena. Allí mismo encontramos las terapias alternativas con las que Jesús libera nuestro corazón y rompe las ataduras de nuestra voluntad. Allí acontece el paso de Dios que salva, libera y redime. Viernes 30 de octubre de 2015 Marcelo, mártir (s. III) Alfonso Rodríguez (1617) Rom 9,1-5:El Espíritu Santo confirma mi testimonio Salmo 147:Glorifica al Señor, Jerusalén Lc 14,1-6:¿Está permitido sanar en sábado, o no? La hidropesía es una anormal acumulación de agua. Mientras el tránsito normal de líquidos favorece nuestra salud, la acumulación la pone en riesgo. El agua que consumimos no se queda ni reposa. Hidrata, tonifica y da vida. Pero si no hace eso, si se estanca, nos ahoga. Eso era lo que pasaba con la interpretación de la Ley en aquel tiempo. La Ley fue puesta como el agua, como fuente de vida. Debía transformar la vida del pueblo, tonificarla y fortalecerla. Por el contrario, el estancamiento conducía a un estado deplorable de conformismo e inmovilidad que amenazaba la existencia misma del pueblo. El hidrópico sanado representa a esa parte del pueblo dispuesta a hacer la terapia del agua que fluye, de la Ley que inspira, de la vida que se transforma. El hidrópico debía vencer las limitaciones de una interpretación demasiado estrecha y fundamentalista de la Ley, para poder ponerse en contacto con la fuente del agua viva. Si con frecuencia estamos dispuestos a acomodar la ley a nuestras necesidades, cuánto más esfuerzo interpretativo debemos hacer para que esa ley no se convierta en un lazo que nos ahogue. Jesús aplica así un principio de interpretación que lleva al ser humano hacia la vida plena, en lugar de detenerlo en los recovecos de las rúbricas y preceptos interminables. Sábado 31 de octubre de 2015 Quintín, mártir (287) Rom 16,3-9.16.22-27:Saludos finales de Pablo Salmo 145: Cantaré tu nombre por siempre, Señor Lc 14,1.7-11: El que se humilla será engrandecido Cualquiera se podría tomar este texto como una invitación a formar un manual de urbanidad y buenos modales cristianos; pero ésa no es la intención del evangelio. El problema que Jesús señala no es de modales, sino de valores y actitudes. Los valores son los principios que una persona o grupo asumen como líneas orientadoras de su comportamiento. Los valores modelan nuestras creencias y aspiraciones. Son también exigencias de compromiso y criterios estables en medio de la confusión cotidiana. Las actitudes son disposiciones permanentes que nos permiten encarar con firmeza y convicción las distintas circunstancias de la vida. ¿Qué nos pide hoy el evangelio? Desafiar nuestros hábitos para ir más allá de la elegancia o la estética de las buenas costumbres, comprometernos con los valores que nos propone Jesús mismo, y asumir las actitudes coherentes con esos nuevos valores. El cristianismo no es una religión de ciertas costumbres bien aceptadas socialmente, sino un compromiso de seguir diariamente el camino de Jesucristo de acuerdo con los valores que él nos propone y las actitudes que estos valores nos exigen. ¿Qué sería de nosotros si sólo nos conformáramos con marchar detrás de la procesión de idolatrías con la que cada día nos aliena el ambiente en que nos movemos? 6 HOMILIAS 1.- ¡SEÑOR, QUE YO VEA! 1.- EL GOZO DE JEREMÍAS. "Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos, alabad y bendecid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel" (Jr 31, 7). El profeta de los lamentos, el hombre de las maldiciones duras, Jeremías, el plañidero. En este pasaje su alma se derrama en exclamaciones de gozo. Ante su mirada clarividente de profeta se despliega el espectáculo maravilloso de la Redención. Ese pueblo que ha sido destrozado, ese pueblo que tuvo que abandonar la tierra, y caminar hacia países lejanos bajo el yugo del extranjero, ese pueblo deportado a un exilio deprimente, ese pueblo, el suyo, ha sido salvado, ha recobrado la libertad. Todo parecía perdido. Como si Dios hubiera desatado totalmente su ira y el castigo fuera el aniquilamiento definitivo. Pero no, Dios no podía olvidarse de su pueblo. Le amaba demasiado. Y a pesar de sus mil traiciones, le perdona, le vuelve a recoger de entre la dispersión en donde vivían y morían... Esta realidad palpitante que se sigue repitiendo sin cesar, debe mantenernos en la confianza en el amor de Dios. Nunca es tarde, nunca es mucho, nunca es demasiado. Nada puede apagar nuestra esperanza. Nada ni nadie puede cerrarnos al amor. La capacidad infinita de perdón que tiene Dios, su actitud permanente de brazos abiertos, pide y provoca espontáneamente una correspondencia generosa, un sí decidido y constante a cada exigencia de nuestra condición de hijos de Dios. "Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano que no tropezarán" (Jr 31, 9). Caminar por una ruta retorcida, dura y empinada. Dejando el hogar cada vez más lejos, los rincones que nos vieron crecer, los recuerdos de los momentos decisivos, las alegrías y las penas, la tierra donde la vida propia echó sus raíces y sus ramas, sus flores y sus frutos. Marchar. Teniendo por delante un horizonte desconocido, un paisaje envuelto en el azul difuso de las distancias, con unas personas diferentes, entreviendo situaciones difíciles, con la inquietante duda de lo que se ignora. Una caravana que avanza perezosamente entre cantos de nostalgias, en el silencio de las lágrimas. Pero Dios nos traerá nuevamente hasta nuestra buena tierra. Nos guiará entre consuelos. Y las lágrimas se cambiarán en risas, los lamentos en canciones alegres. Dios nos devolverá el gozo del corazón. Nos colocará junto al torrente de las aguas, nos llevará por un camino ancho y llano, en el que no hay posible tropiezo. Señor, mira nuestra vida afincada en el destierro, sembrada en este valle de lágrimas. Compadécete de nosotros, de este pueblo que camina doliente por esta tierra extraña y triste. Allana el camino, abre nuevas sendas, deja que nos apoyemos en ti. Estate siempre muy cercano, quédate con nosotros que la tarde se muere y la noche negra nos atemoriza. 2.- COMO BARTIMEO. "Hijo de David, ten compasión de mí" (Mc 10, 47). Bartimeo era un pobre ciego que pedía limosna al borde del camino que, procedente de Jerusalén, llega a Jericó. Hasta que un día pasó Jesús cerca de él. Al principio, el ciego sólo percibía el rumor de la gente que pasaba, más bulliciosa que de costumbre. Extrañado ante aquel alboroto preguntó que ocurría: Es Jesús de Nazaret que pasa, le dijeron. Entonces la oscuridad que le envolvía se tornó luminosa y clara por la fuerza de su fe, y lleno de esperanza comenzó a gritar con todas las fuerzas: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí..." También nosotros somos muchas veces pobres ciegos sentados a la orilla del camino, pordioseando a unos y otros un poco de luz y de amor para nuestra vida oscura y fría. Sumidos como Bartimeo en las tinieblas de nuestro egoísmo o de nuestra sensualidad. Quizá escuchamos el rumor de quienes acompañan a Jesús, pero no aprovechamos su cercanía y seguimos sentados e indolentes, tranquilos en nuestra soledad y apagamiento. Es preciso reaccionar, es necesario recurrir a Jesucristo, nuestro Mesías y Salvador. Gritarle una y otra vez que tenga compasión de nosotros. La voz del ciego se alzaba sobre el bullicio de la gente, tanto que era una nota discordante y estridente, molesta para todos. Cállate ya, le decían. Pero él gritaba aún más. Jesús no quiso hacerle esperar y llevado de su inmensa compasión llamó a Bartimeo. Cuando el mendigo escuchó que el Maestro lo llamaba, arrojó su manto, loco de contento, dio un salto y se acercó como pudo a Jesús. Eran sentimientos de júbilo indescriptible, que también han de embargar nuestros corazones, pues también a nosotros nos llama Cristo para preguntarnos como a Bartimeo: "¿Qué quieres que haga yo por ti?”. Bartimeo no dudó ni un momento en suplicar: "Maestro, que pueda ver". Jesús tampoco retarda su respuesta: "Anda, tu fe te ha curado". Y al instante la oscuridad del ciego se disipa bajo una luz que le permite contemplar extasiado cuanto le rodea, ese espectáculo único que es la vida misma. Vamos a seguir clamando con la misma plegaria en el fondo de nuestra alma, sin cansarnos jamás: Señor, que yo vea. Señor, que pueda contemplar tu grandeza divina en las mil minucias humanas y materiales que nos circundan, que tu luz mantenga encendido nuestro amor y brillante nuestra esperanza. 2.- REFUGIADOS QUE PIDEN AL BORDE DEL CAMINO 1.- El ciego Bartimeo estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. El ciego Bartimeo no pedía limosna al borde del camino porque fuera un vago que no quería trabajar, no, el ciego Bartimeo no tenía más remedio que pedir limosna para no morir de hambre. En la sociedad de su tiempo no había seguros sociales, ni ayudas a personas minusválidas o impedidas. Un ciego al que su familia no pudiera ayudarle, estaba obligado a buscarse la vida fuera, a pedir limosna fuera, al borde del camino. Esta situación del ciego Bartimeo me ha traído a mí a la mente la situación de tantos miles de refugiados que se están viendo obligados ahora, en nuestras días, a dejar su patria huyendo del hambre o de una muerte segura por causa de su religión o de su cultura. La UE tiene que hacer frente a la mayor crisis migratoria desde la segunda guerra mundial. No se trata de simples emigrantes que salen de su patria voluntariamente, para mejorar sus condiciones económicas y poder vivir económicamente mejor. Se trata de refugiados, personas que salen de su patria huyendo de la muerte, o de una esclavitud ignominiosa, por causa de sus ideas políticas, o de su religión. ¿Qué podemos hacer nosotros, los cristianos, para ayudarles? Pues, lo que hizo Jesús con el ciego Bartimeo: llamarles, escucharles y atenderles en la medida de nuestras posibilidades. Es verdad que nuestras posibilidades personales a veces serán muy escasas, pero que, al menos, actuemos siempre como buenos cristianos, ayudando todo lo que podamos a quienes sepamos que necesitan urgentemente nuestra ayuda. Que nuestro pensamiento y nuestra actitud hacia los refugiados sea un pensamiento y una actitud verdaderamente cristiana. Cristo debe ser nuestro modelo también en esto. 2.- Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos. El profeta Jeremías habla a un pueblo que vive en el destierro y, en nombre de Dios, les dice que se alegren, porque el Señor no les ha abandonado y, a través del desierto, les llevará hasta la patria. Aplicando esto a nuestra vida, que es una peregrinación hacia la patria celestial, también nosotros debemos pensar y creer que el Señor no nos va a abandonar mientras vivimos en este valle de lágrimas. A lo largo de nuestra viva todos nosotros viviremos algunos momentos de dolor y desconsuelo, pero nunca deberemos perder la esperanza, porque nuestra fe cristiana nos dice que Dios es nuestro Padre y quiere salvarnos. 3.- Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El sumo sacerdote, por supuesto, es Cristo, y, según nos dice el autor de esta carta a los Hebreos, vivió y tuvo que hacer frente a las debilidades humanas; por eso, puede comprender nuestras muchas debilidades y ayudarnos a vencerlas. Además, todos los cristianos, por el bautismo, participamos del sacerdocio de Cristo y deberemos ofrecer dones y sacrificios al Padre para que perdone nuestros pecados y los pecados del mundo. Todo cristiano debe saber que también él está llamado a ser corredentor de los pecados del mundo entero y que toda su vida debe ser, además de un sacrificio de alabanza al Padre, un sacrificio de súplica por la redención del mundo. Cristo no pidió al Padre que sacara a sus discípulos del mundo, sino que los librara del mal del mundo. Tener fe cristiana es tener fe en la salvación propia y en la salvación del mundo. Cristo, con su vida, pasión, muerte y resurrección, nos ganó, para todos, esta gracia, la gracia de nuestra propia salvación y la gracia de la salvación del mundo entero. Ofrezcamos nosotros al Padre nuestro deseo y nuestro propósito de ser humildes y entusiastas corredentores con Cristo. 3.- DAR EL SALTO HACIA JESÚS 1.- "El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres". El libro de la Consolación del profeta Jeremías es un canto a la esperanza. El pueblo en el exilio recibe el anuncio de que se acerca su liberación: una gran multitud retorna: cojos, ciegos, preñadas y paridas.... El Señor es fiel a su pueblo, es un padre para Israel. ¡Qué anuncio más gozoso, qué gran noticia! La alegría del pueblo será inmensa. Por eso, cuando se hace realidad la promesa del regreso a casa entona el salmo 125 "El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres". ¡Cómo no estarlo si sabemos que Dios camina a nuestro lado pase lo que pase! Brota espontáneamente la alabanza en el "resto de Israel". También en nosotros, que hemos recibido la gracia de la fe y de saber que Dios nos ama y es misericordioso. 2.- “Dio un salto y se acercó a Jesús”. El pueblo de la Nueva Alianza experimenta también que Dios salva. El ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, simboliza la nueva humanidad, es el prototipo de cada uno de nosotros. El maravilloso relato de cómo se acerca a Jesús está cargado de simbolismo. Él es un necesitado que pide compasión, pero no una compasión lastimera, sino pide solidaridad en su sufrimiento y liberación de la carga que sufre. Es una llamada de atención ante la falsa resignación dolorista, que no permite al que sufre salir de su postración. Bartimeo sí quiere salir de allí y por eso grita más y más. Hace todo lo que está de su mano para sobreponerse a su debilidad. Hasta se atreve a llamar a Jesús con un título mesiánico, "Hijo de David", porque está seguro de que Él es el Mesías, el único que puede salvarle. Sabe que se la juega, porque se van a meter con él por su osadía, pero tiene fe, mucha fe. Por eso soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. No se queda toda la vida pidiendo limosna, lucha por salir de su postración. Es lo que tenemos que hacer nosotros también: luchar por para superar nuestras dificultades y dar el salto hacia Jesús 3.- "Anda, tu fe te ha curado". Jesús le pregunta, curiosamente, lo mismo que les preguntó en el evangelio del domingo pasado a los hijos de Zebedeo: "¿Qué quieres que haga por ti?". Pero la actitud del ciego es mucho más auténtica que la de Santiago y Juan. Simplemente quiere curarse, quiere ver. Y Jesús le cura porque tiene mucha fe: "Anda, tu fe te ha curado". El ciego ha puesto de su parte, no se ha resignado a quedarse allí quieto, "dio un salto y se acercó a Jesús". Es lo mismo que pide de nosotros, que demos el salto, que salgamos de nuestra apatía y vayamos a su encuentro. Lo más grande que nos puede pasar es encontrarnos con Jesús. Es un encuentro mutuo: nosotros le buscamos y Él se hace el encontradizo. Ante tanto desaliento como hay muchas veces en el ambiente, ante tanta desesperación, ante tanto estar "de vuelta", ante lo imposible, Jesús convierte en realidad nuestros anhelos. Es posible realizar nuestros deseos y proyectos de un mundo más justo y humano si colaboramos con Jesús. No nos cansemos de pedir como Bartimeo que nos ayude a ver, porque sin El no podemos hacer nada. Ese ver es recuperar el optimismo, la esperanza, las ganas de vivir y de trabajar por el Reino. Recuperemos la esperanza. 4.- SI NO CREEMOS… ¿YA VEMOS? 1. “¨Tú ves lo que quieres”. Así de claro y conciso se dirigía un profesor a un alumno incapaz de asimilar algunas cuestiones de astronomía. Y es que, para ver algunas estrellas, primero es preciso y esencial creer en que, más allá de nosotros mismos, existen todas ellas. Es importante para ver, creer. O por lo menos, para ver en cristiano, es necesario ante todo pensar y creer en cristiano. El ciego que nos trae el Evangelio de este domingo fue a por todas, creía sin ver y viendo en su interior creyó: ¡QUE PUEDA VER! Podría haber pedido algo tangencial pero sin luz. Bienestar pero sin vista. Placer pero sin mirada. Sueños pero sin amaneceres. El ciego, ante Jesús, tuvo clara una cosa: quería ver por fuera al que, de antemano, ya veía por dentro, a Jesús. 2. Estamos a punto de culminar el Sínodo de la Familia en Roma. Y, en algunas de las conclusiones de los tres apartados del instrumento de trabajo, se venía a decir algo que es verdad: “La familia ha dejado de ser transmisora de la fe”. Es verdad. Hoy la familia cristiana no ve ni siente, en sus entrañas, lo que luego quiere o pretende que sus hijos crean y vivan el día de mañana. ¿Ya quieren ver con los ojos de Cristo? ¿Ya quieren sentir, nuestras familias que se dicen cristianas, con el corazón de Jesús? ¿Ya se rigen, nuestras familias, con los parámetros del Evangelio o –tal vez- piensan que ya están salvadas con el chapuzón bautismal? Reto y grande: que las familias descubran por dentro la belleza de la fe. Sólo entonces, como el ciego del domingo que nos ocupa, podrá decir con toda su verdad y fuerza: ¡SEÑOR QUE PUEDA VER! Mientras tanto, sino, la familia verá lo que quiera ver y, especialmente, lo que el mundo le presente en el inmenso escaparate relativista. 3. Bartimeo no se anduvo por las ramas (como a veces acostumbramos nosotros desde el árbol de la fe) y tiró de frente a la diana que, aún sin verla, sabía que estaba en frente: Cristo. Quiso ver y, con eso, se conformaba. Para él, el ver, era lo que le preocupaba y lo que le limitaba muchas de sus funciones y lo que le impedía ser considerado (pues la enfermedad era considerada como castigo divino) o incluso saborear el contraste de mil colores del mundo. 4.- Hoy nos encontramos en un escenario un tanto contradictorio en la vida de muchos cristianos: vemos pero no vemos. Decimos tener a Cristo pero nos cuesta manifestarlo públicamente. Afirmamos sentirlo pero, a la hora de la verdad, lo silenciamos en los ambientes en que nos encontramos. Entre otras cosas por una razón fundamental: NO LO ACABAMOS DE VER CLARO. Y cuando las cosas no se ven con claridad hay miedo a confiar en ellas o, por lo menos, a dar la cara por lo que es turbio o aparece nublado en el horizonte de nuestro vivir. Que el Señor, en este domingo, nos envíe al Espíritu Santo e intervenga en las cataratas espirituales que afecta a nuestro viejo Occidente. Que el Señor, que nos observa por dentro y por fuera, haga que nuestra mirada cristiana sea nítida y con ganas de saber y comprender que Él es que nos da la salud psíquica, física y espiritual. Muchos de nuestros problemas internos y externos se deben precisamente a eso: a una debilidad espiritual. Y, esa debilidad espiritual, viene marcada porque nos empeñamos en andar como ciegos cuando con, el Evangelio en la mano, podríamos avanzar con la luz de la fe. 5.- ¡SEÑOR…QUE PUEDA VER! Que sea consciente de las cegueras que salen a mi encuentro Que esté dispuesto, siempre que haga falta, a reconocer que el mejor oftalmólogo para mis ojos eres Tú; que la escucha del Evangelio es la mejor receta, la eucaristía el colirium más saludable y certero; la oración la mejor intervención quirúrgica para saber hacia dónde y cómo mirar; una iglesia la mejor consulta para la miopía. ¡SEÑOR…QUE PUEDA VER! Es el mundo quien al borde del camino necesita una palabra de aliento Es la humanidad arrogante y hedonista pero vacía Es el ser humano que quiere y no puede dirigirse en la dirección adecuada Es la tierra que en un afán de verlo y entenderlo todo se niega a la visión de Dios Es el grito de aquellos que queremos estrenar “gafas nuevas” para andar por caminos nuevos sin miedo a caernos. PEDIR LO IMPOSIBLE Que no seamos como aquel hermano nuestro que, no reconociendo la disminución en su vista, al pasar por delante de una consulta médica y confundiendo un árbol con un peatón le dijo: “yo no necesito ningún oftalmólogo…gracias a Dios veo muy bien”. La FE, entre otras cosas, son los OJOS para situarse ante las personas, ante los acontecimientos de la vida, ante nosotros mismos, ante las dificultades o los éxitos con una dimensión más profunda y verdadera: JESUS. Que, como Bartimeo, pidamos a Dios incluso lo imposible: la vista en medio de tanta oscuridad. Pero, sobre todo, y que al igual que Bartimeo, cuando abramos los ojos, lo primero que veamos sea el rostro de Jesús. ¡Feliz Día del Señor! ¡Que veamos! 5.- LA TRISTEZA PRODUCE CEGUERA 1.- Hay personas entristecidas --patológicamente tristes-- entre las gentes que frecuentan la Iglesia, y que viven una vida de una fe incompleta o defectuosa. Tienen pocas alegrías porque no ven. Y no es una metáfora. No ven. El hálito que Jesús de Nazaret comunica a los que le siguen es de alegría. Pero hay que ver, precisamente, cual es el camino para conseguir esa alegría. La clave es simple. Tienen que dejar de ser ciegos y ver a los hermanos y hermanas. Si su ceguera les lleva a verse solamente a ellos mismos, mal reflejados en un muy malo espejo, sin divisar la realidad hermosa y difícil de los hermanos que tienen alrededor, pues estarán tristes, muy tristes. 2.- Puede ser que, muy a pesar suyo –a pesar nuestro, de todos—estén ciegos ya sin remedio. Entonces deben de hacer un esfuerzo, ponerse de pie, de un salto y gritar para que el Maestro les oiga. No es posible culpar en exclusiva de la ceguera a esos ciegos que permanecen solitarios en las iglesias, sin ni siquiera dar la paz en las eucaristías. Algo, como una enfermedad, una forma de pecado de los que habitualmente no se confiesan, les ha dejado ciegos. Solos no pueden recuperar la vista. Han de abandonar su soberbia y seguir, en puro grito, a Jesús para que les saque de la oscuridad. En fin, ni que decir tiene que esto que hemos dicho refiriéndonos a muchos hermanos en tercera persona es perfectamente aplicable a todos. Hay una ceguera mayor o menos en nuestra vida de cristianos. Y es lo que permanentemente tenemos que evitar. Es más que obvio que solo el Maestro nos puede devolver la vista. 3.- ¿Qué quieres que haga por ti? Eso le pregunta Jesús de Nazaret al ciego de Jericó. ¿Nos lo ha preguntado alguna vez a nosotros? ¿Hemos recibido esa pregunta en nuestros momentos de oración, cuando la cercanía a Jesús en evidente? Lo más seguro es que sí. O, tal vez, estamos todavía esperándole a la vera del camino, a que pase para podérselo pedir. No es mala esta espera. Forma parte de los “tempos” de la oración. Lo que habrá que tener cuidado es no dejarle pasar, no distraerse o no tener tanta dureza de corazón que nos impida reconocerle cuando pase a nuestro lado. Hemos de tener la respuesta preparada. No podemos pedir al Señor que nos haga grandes, ricos, poderosos o que nos toque la lotería. “Sólo” tenemos que rogarle que veamos. Decir como el ciego del Evangelio: “Maestro que pueda ver”. Y es que la vista que nos dé el Señor será guía para el camino subsiguiente al que debemos comprometernos. Es un camino de paz, amor y solidaridad, de servicio a los hermanos y de construcción de ese Reino que predicaba el Señor. Ojalá, podamos estar ciegos, para que nos cure el Señor, pero jamás con los ojos cerrados a las necesidades de nuestros hermanos, del mundo sufriente que nos circunda. 4.- El mensaje de las lecturas de hoy es de alegría. El ciego seguía alegre a Jesús por su curación. En la primera lectura, Jeremías profetiza sobre una vuelta feliz a la tierra prometida, guiados por el Señor. Se menciona el camino de cojos y ciegos guiados por Dios. Jesús consumará ese camino devolviendo a los ciegos la vista y el paso firme a los ciegos. Pero el resultado final, el destino definitivo es ese mundo feliz, el Reino de Dios, que ya anuncia Jeremías. 5.- El salmo 125 --¿por qué habrá habitualmente tan pocas referencias a los salmos en las homilías cuando todos son bellísimos?—es, asimismo, un canto de alegría para los que volvían del destierro de Babilonia. “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” ¿No es cierto que todos esperamos el desenlace alegre de nuestras cosas, de nuestros problemas? La misericordia del Señor llega siempre. Hemos de esperar y tener confianza. Y es que tenemos un mediador extraordinario ante Dios. Un Sumo Sacerdote puro, sin pecado, tal como nos dice la Carta a los Hebreos. Ese mediador que nos ha devuelto la vista, nos dará visión de águila para mejor ordenar nuestra vida y nuestros asuntos. LA HOMILÍA MÁS JOVEN QUE VEA Y TE SIGO 1.- La frase es el mensaje del texto evangélico del presente domingo. Ahora bien, antes de continuar, permitidme, mis queridos jóvenes lectores, que os describa, como tantas veces hago, el escenario donde se desarrolla el acontecimiento. Jericó es una población sorprendente. Hasta ahora, de acuerdo con las investigaciones arqueológicas, se considera que es la más antigua encontrada. La torre llamada de Kenyon, por la que la descubrió, excavó y dató, es la edificación más antigua encontrada. Los restos más arcaicos son de finales del décimo milenio y pertenecen a la cultura llamada natufiense (os confieso que no tengo ni idea de qué clase de civilización se trata). Con estas obras, y próxima a ellas, hay que tener presente la fuente, de cuyas aguas se han aprovechado todos los que por estas tierras han vivido o las han cruzado. Muy posteriores están ahora las ruinas de la ciudad de tiempos de Jesús. La actual metrópoli continúa teniendo gran atractivo para el viajero que pueda visitarla. Tratándose de una llanura situada cerca de 400m bajo el nivel del mediterráneo, gozando aun de la mencionada fuente y de la atmosfera húmeda correspondiente, está toda ella repleta de palmeras que le dieron y le dan nombre. Jericó es la Ciudad de las Palmeras, así se la llama y con acierto. Pero no son únicas. Ve uno muchos rojos “flamboyán”, el más espectacular de los árboles, sicomoros, antiguos y de reciente plantación, papayas, diversos cítricos e higueras, entre los que yo recuerdo en este momento. 2.- Su estratégica situación, lugar obligatorio de paso hacia Jerusalén, tanto de los que vienen del norte, Galilea, como del este, Amman, Jordania, junto a los caminos que llegan del sur, Araba y muchos pueblos comerciantes de perfumes, a unos 4km al oeste del Jordán que da sus últimos cansinos rodeos, antes de fundirse en el Mar Muerto, son motivos que han permitido y obligado su constante población. Las actuales circunstancias políticas sugirieron que fuera la capital de Cisjordania, antes de que se estableciese la Autoridad en Ramala, que se implantase también en Jericó un casino, en tierra árabe, pero para uso de clientes judíos. Por una u otra razón, nunca la ciudad ha perdido su interés. La he visitado o cruzado en muchas ocasiones, no tantas como Jesús, ciertamente. Yo lo he hecho con libertad de movimiento unas, otra con exigencias del ejército que en unas horas nos solicitó el pasaporte cinco veces, con oficial clandestinidad también. Guardo, pues, dentro de mí interesantes recuerdos. 3.- Basta ya de explicaciones que para algunos serán estúpidas o por lo menos intrascendentes. Las he escrito con el propósito de que la narración no lo creáis situada en imaginarias tierras de Jauja. El ciego del relato es un hombre de fe. La fe sensorial, los amuletos y fetiches, es pura magia. La fe cerebral un riesgo. Para nadie Dios es evidente, si se sitúa exclusivamente en este ángulo. La fe del corazón es deseo y experiencia de amor. Intuición segura. Este buen hombre carece de la vista, con seguridad no tenía estudios académicos, ni lingüísticos, ni acaudalada bolsa bajo su cintura. Era pobre. Ahora bien, en su indigencia, no había perdido la esperanza. Escucha, interpreta y deduce. Grita indiscretamente hasta llamar la atención. Es un impertinente. 4.- Arriesga su situación. El molesto comportamiento puede llevarle a que los demás le abandonen y su viva empeore. Arriesga también al atribuirle el linaje de David. Arriesga su salud precipitándose para ir al encuentro de Jesús de Nazaret que le llama. Contesta sincero y confiado: lo que desea es ver. Lo consigue. Lo agradece. Quiere seguirle. Además de esperanza y fe es generoso, se ofrece a acompañarle. 5.- De él debemos aprender hoy. Y del Maestro, que olvidando su misión de salvación universal, se entrega a la sencilla curación de un hombre pobre y desgraciado. Que cada uno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, saque consecuencias. Y que sean buenas, arriesgadas y generosas consecuencias. Que se pregunte con sinceridad y valentía ¿de qué manera debo yo seguir a Jesucristo? Se lo he pedido para vosotros al Señor en la misa que hace pocos minutos he celebrado y lo haré en otras ocasiones.