“…empezó a lavar los pies a los discípulos” (Jn 13,5) Homilía del Jueves Santo Catedral de Mar del Plata, 17 de abril de 2014 Queridos hermanos: Acabamos de escuchar el relato del lavatorio de los pies, donde encontramos estas palabras: Jesús “se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura” (Jn 13,4-5). Estamos ante un gesto grandioso que desconcierta a los discípulos. Al explicarlo, Jesús deja un mandato: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15). Durante el tiempo de vida pública habló repetidas veces sobre el servicio y se mostró como el Servidor de Dios y de los hombres. De las muchas enseñanzas de Jesús sobre el servicio elijo sólo dos: “Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27). Este servicio lo llevó muy lejos: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10,45). Ahora consuma su enseñanza asumiendo un oficio propio de los servidores. Debemos unir el gesto de Jesús de lavar los pies de sus discípulos con otro mandato que él hace al instituir la Eucaristía: “Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11,24), según el relato de San Pablo que hemos escuchado. Entre lo que Jesús hizo al lavarles los pies y lo que manda hacer en su memoria, descubrimos una profunda armonía. La Eucaristía es el sacramento del amor y del servicio y es el resumen perfecto de la vida terrena de Cristo. ¿Qué mayor servicio puede haber que entregar su vida, para que nosotros tuviéramos Vida en abundancia? Lo que Jesús manda hacer en su memoria es lo hacemos en cada Misa. De un modo propio los sacerdotes, a los cuales se une el pueblo santo para ofrecer el único sacrificio. En cada celebración de la Eucaristía se perpetúa el amor redentor del sacrificio de la cruz, anticipado en la Última Cena en los signos del pan y del vino. En el pan partido con sus manos y distribuido entre los suyos, y en el don de la copa de vino, Él estará presente con el mismo amor con nos redimiría en la cruz. Él nos entrega en alimento su Cuerpo y nos da a beber su Sangre para que al recibirlo a Él nos convirtamos en lo que recibimos. La Eucaristía nos une íntimamente con Cristo, lleva a plenitud nuestra vida espiritual. Por ella, si estamos cada vez mejor dispuestos, nos vamos asemejando a Él, asimilando su mentalidad, sus actitudes, su manera de sentir, de pensar y de obrar. De este modo, el que comulga adquiere los mismos sentimientos del Maestro y hace lo mismo que Él hizo por nosotros: lava los pies a los hermanos. ¿Qué significa esto? ¿Cómo debemos traducirlo, si no queremos que quede en bellas palabras? Lavar los pies significa abajarse, servir. Arrodillarse ante otro, como hizo Jesús. Cuidar al enfermo y ser capaces de gestos gratuitos ante el afligido y necesitado de ayuda. Entender que la verdadera grandeza está en poner amor desinteresado ante quien no podrá devolverme un favor. También dar tiempo a los demás cuando disponemos de él, sin encerrarnos en nuestro egoísmo. Poner a disposición nuestras habilidades y talentos en las diferentes posibilidades de voluntariado que ofrecen las parroquias. Y por supuesto, colaborar para saciar el hambre material de tantos hermanos, que por distintas razones no tienen trabajo. En mi Mensaje de cuaresma de este año, que he dirigido a todos los fieles de la diócesis, les decía: “Por eso, exhorto a todos a adherir a la campaña de recolección de alimentos propuesta por Caritas Diocesana, en la forma descrita en el comunicado dirigido a los párrocos y a los equipos parroquiales de Caritas. De este modo, la celebración de la Cena del Señor el próximo Jueves Santo, podrá tener un significado más pleno”. Hoy es por excelencia el día de la caridad, hoy manifestamos nuestra capacidad de pensar en nuestras periferias de pobreza y de miseria, que no podemos disimular. 2 A través de las distintas parroquias, Caritas diocesana ha querido facilitar gestos solidarios, con ocasión de la Semana Santa y de la Pascua, para dar una concreción comunitaria al mandamiento del amor al prójimo. Hay muchos que padecen hambre material, y más aún hambre de Dios. Hoy le pedimos en forma especial al Señor que nos dejemos imbuir de esta mentalidad del servicio, pues éste ha de ser el signo distintivo de la fe cristiana ante el mundo y la forma eficaz de dar a conocer el Evangelio: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,35). El gesto de caridad es una forma de salir de nosotros mismos. Aunque no salgamos físicamente, estamos llegando a nuestras periferias. Es un modo de mostrar nuestra fe con nuestras obras (cf. Sant 2,18). Es por tanto una forma de dar concreción a nuestro lema: “Salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”. Hacia las periferias geográficas y existenciales salimos no sólo por desplazamiento físico, sino ante todo por la fe y el amor. No puedo concluir esta homilía sin referirme a los sacerdotes en su día. Cuando nuestro Salvador en la Última Cena mandó a sus apóstoles “Hagan esto en memoria mía”, implícitamente los constituía en sacerdotes de la Nueva Alianza. A su vez éstos transmitieron la sagrada potestad a sus sucesores, los obispos y presbíteros. Pido a todos los fieles que eleven al Señor una oración sincera por todos los presbíteros, sin los cuales no tendríamos la celebración de la Eucaristía ni el perdón de los pecados. Necesitamos para nuestra extensa diócesis muchos más sacerdotes y seminaristas, pues tenemos muy pocos. Hoy se lo pedimos de modo especial a Jesucristo por intercesión de su Madre, “mujer eucarística” por excelencia, pues en su seno se formó la hostia del sacrificio redentor, al cual estuvo tan íntimamente asociada. ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 3