Subido por Carolina Fernández

CADE BAMBARA La lección

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La lección
esa. Especialmente la tía Gretchen. De la familia, era la que más
disfrutaba haciendo mandados. Te surge cualquier boludez que
querés que alguien te resuelva, llamá a la tía Gretchen. Hace
tanto tiempo que está acostumbrada a ayudar que ya le sale de
adentro, como si le corriera en la sangre. Esa fue la razón
principal por la que la cargaron conmigo y con Sugar y Junior
mientras nuestras madres estaban de joda en un departamento
bacán del barrio.
Entonces este día en particular, la Señorita Moore nos
reúne a todos alrededor del buzón y hace un calor infernal y ella
rompe las bolas con la aritmética. Y se supone que la escuela
se corta en el verano, eso me dijeron, pero ella nunca la corta.
Y el almidón del delantal me pica y me vuelve loca y de verdad
detesto a esta perra con el pelo de tirabuzones y su puto
diploma de la universidad. Preferiría ir a la pileta o a algún
espectáculo donde esté más fresco. Así que yo y Sugar nos
apoyamos en el buzón malhumoradas, para decirlo con la
palabra que usa la Señorita Moore. Y Flyboy chusmea lo que
cada uno trajo para el almuerzo. Y Fat Butt ya se está
mandando su sánguche de manteca de maní y mermelada como
el cerdo que es. Y Junebug le clava el dedo en el brazo a Q.T.
para que le convide papas fritas. Y Rosie Giraffe se hamaca de
una cadera a la otra mientras espera que alguien le pise el pie
o le pregunte si es de Georgia así puede patear traseros,
preferentemente el de Mercedes. Y la Señorita Moore nos
pregunta si sabemos lo que es la plata como si fuéramos una
manga de retardados. Me refiero al dinero de verdad, dice,
como si en la verdulería pagáramos con fichas de poker o con
papelitos del Monopoly. Así que enseguida me pudro de esto y
lo digo. Y me gustaría mucho más agarrar a Sugar e ir al Sunset
y aterrorizar a los chicos de West India y robarles los moños del
pelo y su plata también. Y la Señorita Moore anota ese
comentario para la lección de la semana que viene sobre la
hermandad, ya me la veo venir. Y al final digo que tendríamos
que ir al subterráneo porque ahí está más fresco y además
podríamos conocer chicos lindos. Sugar le birló el lápiz de labio
a su mamá, así que tenemos todo.
Toni Cade Bambara
Allá en los tiempos en que todos eran viejos y estúpidos o
jóvenes y tarados y yo y Sugar éramos las únicas vivas, esta
mina iba y venía por nuestro barrio con su pelo todo de
tirabuzones y su hablar todo correcto y sin pintura en la cara. Y
obvio que nos reíamos de ella, igual que nos reíamos del
chatarrero que cirujeaba como si fuera un señor presidente y
su caballo del orto su secretaria. Y un poco como que también
la odiábamos, como odiábamos a los borrachos que se
amontonaban en nuestros parques y meaban en nuestras
paredes de balonmano y llenaban nuestros pasillos y puertas de
un olor tan asqueroso que no podías jugar a las escondidas sin
una máscara de gas. Su nombre era Señorita Moore. La única
mina en el barrio sin nombre. Y era recontra negra salvo en las
patas, que tenía blancas como el pescado y parecían las de un
fantasma. Y ella siempre salía con estas cosas aburridas como
la mierda para que hiciéramos nosotras, o sea nosotras con mi
prima, sobre todo, que vivía en el barrio porque todos nosotros
nos mudamos al Norte al mismo tiempo y al mismo
departamento, y después nos fuimos separando de a poco como
para dejarnos respirar. Y entonces nuestros padres nos
tironeaban de los pelos para que la cabeza nos quedara más o
menos con forma y nos planchaban la ropa como para que
quedáramos presentables para viajar con la Señorita Moore,
que siempre estaba como para ir a la iglesia aunque nunca iba.
Esa era justo una de las cosas que los grandes más le criticaban
por detrás. Pero cuando ella venía con alguna bolsita que había
cosido o un pan de jengibre que había horneado o algún libro,
entonces a todos les daba vergüenza rechazarla y nos
rendíamos y nos emperifollábamos. Ella había ido a la
universidad y decía que correspondía que asumiera la
responsabilidad de educar a los más jóvenes, aunque no era
parienta de sangre ni de casamiento. Así que todos entraban en
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Y ahí vamos calle abajo y nos aburre hasta la muerte con
lo que cuestan las cosas y lo que ganan nuestros padres y que
cuánto se va con el alquiler y que la plata no está bien repartida
en este país. Y después llega a la parte en que somos todos
pobres y vivimos en la miseria que a mí no me cierra. Y estoy
a punto de decírselo, pero ella salta a la calle y le hace señas a
dos taxis así como si nada. Después arría a la mitad de la tropa
con ella en un taxi y me da un billete de cinco dólares y me dice
que calcule el diez por ciento de propina para el taxista. Y
arrancamos. Yo y Sugar y Junebug y Flyboy sacamos el cuerpo
por la ventana y vamos gritándole a todo el mundo, nos
ponemos lápiz de labio una a otra porque igual Flyboy es re
maricón y hacemos ruido de pedos en nuestras axilas chivadas.
Pero yo voy sobre todo tratando de calcular cómo gastar esta
plata. Ellos no, ellos están fascinados con el reloj del taxi y
Junebug empieza a apostar en cuánto va a estar cuando Flyboy
ya no pueda contener la respiración. Después Sugar apuesta
cuánto va a marcar cuando lleguemos. Así que estoy jugada.
Nadie quiere seguir mi plan, que es saltar en el próximo
semáforo y correr hasta la primera parrilla que encontremos.
Ahí es cuando el taxista nos dice que movamos el culo y
bajemos, que ya llegamos. Y el reloj dice ochenta y cinco
centavos. Y hago tiempo para calcular lo de la propina y Sugar
me dice dale diez centavos. Y decido que no lo necesita tanto
como lo necesito yo, así que lo duermo. Pero entonces él trata
de arrancar cuando el pie de Junebug todavía está en la puerta,
así que le gritamos un par de cosas terribles sobre su madre.
Ahí nos damos cuenta de que estamos en la Quinta Avenida y
que todas van vestidas con medias de seda. Una señora con
tapado de piel, con el calor que hace. Los blancos están locos.
–Este es el lugar –dice la Señorita Moore, y lo presenta con
la voz que usa en los museos–. Miremos la vidriera antes de
entrar.
–¿Podemos afanar? –pregunta Sugar muy seria, como si
quisiera aclarar las reglas del juego antes de empezar.
–Perdón, ¿cómo dijiste? –le dice la Señorita Moore, y
procedemos. Así que ella nos lleva alrededor de las vidrieras de
la juguetería y yo y Sugar empezamos a gritar: “Esto es mío,
eso es mío, tengo que conseguir eso, eso fue hecho para mí,
nací para eso”, hasta que Big Butt nos cierra la boca.
–Ey, me voy a comprar eso que está ahí.
–¿Eso de ahí? Ni siquiera sabés lo que es, bobo.
–Sí que sé –dice, y le pega a Rosie Giraffe–. Es un
microscopio.
–¿Y qué vas a hacer con un microscopio, idiota?
–Mirar las cosas.
–¿Como cuáles, Ronald? –le pregunta la Señorita Moore. Y
Big Butt no tiene la más mínima idea. Así que ahí arranca la
Señorita Moore su perorata sobre las miles de bacterias que hay
en una gota de agua y los no sé qué en un puntito de sangre y
las mil millones de cosas vivientes en el aire que nos rodea que
son invisibles para el ojo desnudo. ¿Y para qué dijo eso?
Junebug se descontrola con eso de “desnudo” y nos estallamos.
En eso, la Señorita Moore pregunta cuánto cuesta. Ahí nos
amontonamos todos contra la vidriera y la enroñamos toda, y
la etiqueta del precio dice $300. Entonces ella pregunta cuánto
tiempo les llevaría a Big Butt y Junebug ahorrar para poder
comprarlo.
–Demasiado –digo.
–Sí –agrega Sugar–, ya van a estar grandes y no lo van a
querer.
Y la Señorita Moore dice que no, que nunca sos grande para
los instrumentos de aprendizaje.
–Verán, incluso los estudiantes de medicina y los residentes
y… –bla, bla, bla. Tenemos ganas de amasijar a Big Butt por
sacar ese tema.
–Esto de acá cuesta cuatrocientos ochenta dólares –dice
Rosie Giraffe. Y ahí nos apilamos todos para ver a qué está
apuntando. Mis ojos me dicen que es un cacho de vidrio que
golpearon con algo pesado, y metieron tintas de diferentes
colores en las grietas y después pusieron el coso completo en
un horno o algo así. Pero por $480 no tiene sentido.
–Eso es un pisapapeles hecho de piedras semipreciosas
fundidas bajo una inmensa presión –nos explica despacio,
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mientras sus manos sacan la piedra de la mina y hacen el
trabajo de fabricación.
–Pero entonces, ¿qué es un pisapapeles? –pregunta Rosie
Giraffe.
–Algo para alisar los papeles arrugados, boba –dice Flyboy,
el hombre astuto del Este.
–No exactamente –dice la Señorita Moore, que es lo que
dice cuando pifiás mal–. Es para poner encima de los papeles
para que no se te desparramen y desordenen tu escritorio.
Y ahí enseguida yo y Sugar nos hacemos un gesto y
después a Mercedes, que es la que parece más ordenada.
–No amontonamos papel arriba del pupitre en mi clase –
dice Junebug, insinuando que la Señorita Moore está loca o
miente.
–En casa, entonces –dice ella–. ¿No tienen un calendario y
una cartuchera y un anotador y un abresobres sobre sus
escritorios en casa, donde hacen las tareas escolares?
Y ella sabe más que bien cómo son nuestras casas porque
mete la nariz en ellas cada vez que tiene la oportunidad.
–Ni siquiera tengo un escritorio –dice Junebug–. ¿O sí?
–No. Y a mí tampoco me dan tareas en la escuela –dice Big
Butt.
–Y yo ni siquiera tengo una casa –dice Flyboy, como hace
en la escuela para que las maestras blancas no lo jodan y le
tengan lástima.
–Yo sí –dice Mercedes–. Tengo una caja de papel carta
sobre el escritorio y una foto de mi gato. Mi mamá me compró
el papel carta y el escritorio. Hay una rosa grande en cada hoja
y los sobres tienen olor a rosas.
–¿A quién le importa el olor a culo de tus papeles de carta?
–dice Rosie Giraffe antes de que pueda meter mi bocado.
–Es importante tener un área de trabajo propia como para…
–¿Pueden mirar ese bote, por favor? –dice Flyboy,
cortándola en seco y apuntando el dedo a la cosa como si fuera
suya.
Así que otra vez nos apilamos uno sobre otro para mirar
esa cosa espectacular que hay en la juguetería que es grande
como para tal vez hacer navegar dos gatitos por el estanque si
los atás fuerte a los postes. Todos empezamos a recitar la
etiqueta con el precio como si estuviéramos en un acto del
colegio.
–Bote de fibra de vidrio fabricado a mano por mil ciento
noventa y cinco dólares.
–Increíble –me escucho decir y estoy realmente
anonadada. Lo leo de nuevo para mí misma por si acaso el
recitado grupal me hizo caer en un trance. Misma cosa. Por
alguna razón, eso me hincha las bolas. Miramos a la Señorita
Moore y ella nos está mirando, esperando no sé qué.
–¿Quién pagará tanto si podés comprar un bote para armar
por un cuarto de dólar en Pop, una plasticola por diez centavos
y un rollo de hilo por ocho? Debe tener un motor y un montón
de otras cosas, además –digo.
–Mi bote me costó como cincuenta centavos.
–¿Pero lo podés meter al agua? –dice Mercedes haciéndose
la inteligente.
–Una vez llevé el mío a Alley Pond Park –dice Flyboy–. Se
rompió el hilo. Lo perdí. Una lástima.
–Puse a navegar el mío en Central Park y se dio vuelta y se
hundió. Le tuve que pedir a mi papá otro dólar.
–Y tenías hilo –se rio Big Butt–. El mío ni siquiera tenía un
hilo. Mi viejo lo trataba de manotear.
El pequeño Q.T. miraba fijo al bote y se veía claro que lo
quería mal. Pero él es muy chiquito, alguien se lo sacaría. Así
que para qué.
–¿Es un bote para chicos, Señorita Moore?
–Qué tontos los padres que compran algo así solo para que
se rompa todo –dice Rosie Giraffe.
–Con ese precio debería durar para siempre –pienso.
–Mi papá me lo compraría si se lo pido.
–Tu papá las bolas –dice Rosie Giraffe, que por fin
encuentra la excusa para empujar a Mercedes.
–Debe ser gente rica la que compra acá –dice Q.T.
–Sos un chico brillante –dice Flyboy–. ¿Cómo fue que
llegaste a razonarlo tan bien? –Y le dio un coscorrón en la
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cabeza con los nudillos, porque Q.T. era el único con el que se
podía desquitar. Aunque era probable que Q.T. reapareciera
años más tarde para cobrarse las piñas cuando menos lo
esperara.
–Lo que quiero saber es –le digo a la Señorita Moore
aunque nunca le hablo, para no darle a esa perra el gusto–
¿cuánto cuesta un bote de verdad? Me imagino que con mil te
comprás un yate cualquier día.
–¿Por qué no lo averiguás? –dice ella–. Así después le pasás
el reporte a todo el grupo.
Eso sí que me da por las bolas. Si me vas a arruinar un día
perfecto para ir a nadar, lo menos que podés hacer es tener
algunas respuestas.
–Entremos –dice, y parece que se trae algo entre manos.
Solo que no va hacia la puerta. Entonces yo y Sugar doblamos
en la esquina hacia donde está la puerta, pero cuando llegamos
a la entrada algo parece que me frena. No es que tengo miedo,
¿acaso hay algo que temer?, es solo una juguetería. Pero me
siento rara, con vergüenza. ¿Pero hay algo de lo que tenga que
sentir vergüenza? Tengo tanto derecho a entrar como
cualquiera. Pero de alguna manera, parece como que no puedo
sostener la puerta, así que me corro para que Sugar tome la
delantera. Pero ella se frena también. Y la miro a ella y ella me
mira y esto es ridículo. O sea, mierda, nunca fui tímida para
hacer nada ni para ir a ningún lugar. Pero entonces Mercedes
se adelanta y Rosie Giraffe y Big Butt se amontonan atrás y
empujan, y lo siguiente somos todos bloqueando la entrada y
solo Mercedes que nos apretuja para pasar, y después se alisa
el jumper mientras camina por el centro del pasillo. Después el
resto de nosotros rueda hacia adentro como un rompecabezas
mal armado pegado con plasticola. Y toda la gente mirándonos.
Es casi como la vez en que yo y Sugar nos metimos en una
iglesia católica por una apuesta. Pero una vez que entramos y
vimos todo tan silencioso y santo y las velas y las reverencias y
los pañuelos en todas las cabezas inclinadas, no pude seguir
con el plan. Que era que yo corría hasta el altar y hacía un baile
de tap mientras Sugar tocaba la flauta de nariz y descontrolaba
el agua bendita. Sugar seguía sin darme bola. Después más
tarde me cargó tanto que la até en la ducha y abrí la canilla y
la encerré. Y seguiría ahí hasta hoy, si la tía Gretchen no se
hubiera dado cuenta al final de que era mentira que el inquilino
se estuviera bañando.
Lo mismo en el negocio. Todos caminando en puntas de pie
y apenas tocando los juegos y los rompecabezas y las cosas. Y
yo observaba a la Señorita Moore ahí parada mirándonos como
si esperara una señal. Como Mama Drewery cuando mira el
cielo y huele el aire y calcula el ángulo de una formación de
pájaros.
Después yo y Sugar nos topamos trompa con trompa, tan
ocupadas mirando los juguetes, especialmente el bote. Pero no
nos reímos y vamos directo a nuestra rutina de señoras gordas
que se dan panza contra panza. Solo tenemos ojos para esa
etiqueta de precio. Entonces Sugar pasa un dedo todo a lo largo
del bote. Y me pongo celosa y le quiero pegar. Por ahí no a ella,
pero seguro le quiero dar una trompada en la boca a alguien.
–¿Para qué nos trajo acá, Señorita Moore?
–Parece que estás enojada, Sylvia. ¿Hay algo que te
moleste? –Y me regala una de esas sonrisitas como si contara
un chiste de grandes de esos que nunca terminan de ser
graciosos. Y me mira muy de cerca como si fuera que planea
pintar mi retrato de memoria. Estoy furiosa, pero no le voy a
dar ese gusto. Así que boludeo por el negocio muy aburrida y
digo: “Vámonos”.
Yo y Sugar al fondo del tren mirando las vías correr largas,
después cortitas y después devoradas por la oscuridad. Me
quedo pensando en ese juguete tan raro que vi en el negocio.
Un payaso que daba vueltas en una barra y después hacía
dominadas con solo apretarle un poquito la pierna. Costaba
$35. Me imaginaba pidiéndole a mi mamá un payaso de $35
para mi cumpleaños.
–¿Querés lo qué que cuesta cuánto? –me diría, ladeando la
cabeza para tener una mejor visión del agujero en mi cabeza.
Treinta y cinco dólares podrían pagar camas marineras nuevas
para Junior y el hijo de Gretchen. Treinta y cinco dólares y toda
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la familia podría ir a visitar al abuelo Nelson en el campo.
Treinta y cinco dólares pagarían el alquiler y la cuenta del piano
también. ¿Quiénes son estas personas que gastan toda esa
plata en payasos que hacen piruetas y $1000 en botecitos de
juguete? ¿Qué clase de trabajo hacen y cómo viven y cómo es
que no estamos en esa? Donde estamos es quienes somos, dice
siempre la Señorita Moore. Pero no necesariamente tiene que
ser así, siempre agrega y entonces espera que alguien diga que
la gente pobre tiene que despertarse y demandar su parte de
la torta y ninguno de nosotros sabe de qué carajo de torta habla
en realidad. Pero ella no es tan inteligente porque todavía tengo
sus cuatro dólares del taxi y seguro no los va a recuperar
arruinando mi día con esta mierda. Sugar me palmea el bolsillo
y me guiña un ojo.
La Señorita Moore nos alinea frente al buzón desde donde
arrancamos, parece que hace años, y me duele la cabeza de
pensar tanto. Y nos apoyamos unos sobre otros como para
poder soportar el sermón soporífero con el que siempre termina
con nosotros al final antes de que le agradezcamos por
aburrirnos como ostras. Pero ella tan solo nos mira como si
estuviera leyendo las hojas del té. Por fin dice:
–Bueno, ¿qué piensan de F.A.0. Schwarz?
Rosie Giraffe murmura:
–La gente blanca está loca.
–Me gustaría ir de nuevo cuando tenga la plata de mi regalo
de cumpleaños –dice Mercedes, y la empujamos fuera del grupo
y se tiene que apoyar en el buzón ella sola.
–Quisiera darme un baño. Un día agotador –dice Flyboy.
Entonces Sugar me sorprende diciendo:
–Sabe, Señorita Moore, creo que todos los que estamos acá
juntos no comemos en un año lo que cuesta ese bote.
Y la Señorita Moore se enciende como si alguien le hubiera
metido el dedo en el culo.
–¿Y? –dice, rogándole a Sugar que siga. Solo que estoy
pisándole un pie para que no siga.
–Deténganse un minuto a pensar qué clase de sociedad es
esa en la que algunas personas pueden gastar en un juguete lo
que cuesta alimentar a una familia de seis o siete. ¿Qué les
parece?
–Me parece –dice Sugar liberándose de mi pie como nunca
lo hizo antes porque la fajo inmediatamente– que esto no tiene
mucho de democracia, si me preguntás. Iguales oportunidades
para perseguir la felicidad significa un reparto igualitario de la
guita, ¿o no?
La Señorita Moore se sale de sí y yo estoy enojadísima con
la traición de Sugar. Así que le piso el pie una vez más para ver
si me empuja de nuevo. Se calla, y la Señorita Moore me mira,
creo que dolorida. Y algo raro está pasando, lo puedo sentir en
mi pecho.
–¿Alguien más aprendió algo hoy? –y me clava los ojos.
Me voy y Sugar tiene que correr para alcanzarme y ni
parece darse cuenta cuando arranco su brazo de mi hombro.
–Bueno, igual tenemos cuatro dólares –dice.
–Ajá.
–Podemos ir a Hascombs y comprar media tableta de
chocolate y después ir al Sunset y todavía tenemos un montón
de plata para papas fritas y helados.
–Ajá.
–Carrera hasta Hascombs –dice.
Arrancamos en la esquina de la cuadra y ella se adelanta,
lo que me da igual porque voy a ir hasta West End y después al
Drive a repensar este día. Puede correr si quiere e incluso correr
más rápido. Pero nadie me va a ganar a nada.
Traducción Carolina Fernández
[email protected]
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